Lección 6: Viaje de Pablo a Roma y España Roma En el verano del año 60 embarcaba Pablo en una nave de Adramitena, con rumbo a Roma. Iban con él un número de presos, todos confiados a la custodia del centurión Julio, quien trató desde un principio a Pablo con especial consideración. Bordeando la costa de Asia y pasando de largo junto a Chipre, atravesando el mar de Cilicia llegaron a Mira de Licia, donde fueron trasladados a una nave procedente de Alejandría. Hasta aquí, si bien con vientos contrarios, la navegación había sido relativamente próspera. Lucas, Timoteo y el macedonio Aristarco, que seguían con Pablo, contribuían sin duda a suavizar las angustias de un viaje tan lleno de zozobras. Así se explica que Lucas pudiera referirnos en el libro de los Hechos hasta los más insignificantes detalles de tan borrascoso viaje. Efectivamente, desde que salieron de Mira, las borrascas y los vientos contrarios se conjuraron contra ellos. Llegando a duras penas a Creta, Pablo que presentía la catástrofe que se les acercaba, conjuró a la tripulación a que no siguiera adelante, pero el centurión y el patrono de la nave no quisieron escucharle. Hechos de nuevo a la mar, se desencadenó uno de esos temporales tan frecuentes en el Mediterráneo, que durante unos quince días mantuvo el navío al borde del abismo. El único que parece mantuvo la serenidad de espíritu cuando todo parecía perdido fue Pablo, el cual, informado por el Ángel del Señor, predijo claramente que se salvarían todos, si bien perderían la nave y todo su cargamento. Al fin, perdida toda orientación y esperanza, el navío vino a estrellarse contra un saliente de la isla de Malta, mas todos los pasajeros pudieron llegar salvos a tierra. Los naturales de la isla trataron a los náufragos con suma benignidad. Tres meses pudieron estar descansando y tomando fuerzas. Durante este tiempo obró Pablo grandes maravillas. Primero salió ileso de la mordedura de una víbora apenas llegado a la isla, por lo cual los indígenas lo veían como un dios. Más tarde curó de disentería al padre de Publio, gobernador de Malta, a la que siguieron otras muchas, que hicieron concebir a todos una idea elevadísima del apóstol. Reembarcados, finalmente en otra nave alejandrina, se detuvieron tres días en Siracusa, puerto en Sicilia, de donde partieron hacia la península, y, bordeando por delante de Regio, arribaron a Puteoli, donde fueron recibidos cariñosamente por los hermanos cristianos. Era la primavera del año 61. La fraternidad de los hermanos en Puteoli o Pozuoli, al oeste de Nápoles, obligó a Pablo a detenerse una semana entera en aquella localidad, después de lo cual siguió con los demás camino de Roma. El primer saludo de la Ciudad Eterna lo recibió Pablo de los cristianos, quienes sabedores de la llagada del apóstol, salieron a recibirle al Foro Apio y Tres Tabernas, a unos ochenta kilómetros de Roma. Esta delicadeza es un indicio clarísimo de la buena acogida que había tenido entre los romanos la carta que Pablo les escribió desde Corinto. El Apóstol agradeció aquellas muestras de cariño y siguió su viaje hasta Roma, donde gozó desde un principio de una relativa libertad. El libro de los Hechos nos atestigua que se le concedió vivir solo en una casa de alquiler, con un soldado de guardia, y que, podía recibir y aun hacer toda clase de visitas, dedicarse a la predicación del Evangelio y ejercer de otros modos su ministerio apostólico. Durante estos dos años aprovechó Pablo la libertad y la paz que gozaba para escribir diversas cartas que tenemos conservadas en el nuevo Testamento. La primera es la enviada a Filemón, en la que intercede a favor de un esclavo de éste, llamado Onésimo, quien por temor de un castigo se había escapado a Roma y allí fue convertido por Pablo al cristianismo. La segunda va dirigida a los cristianos de Colosas, fundada por Epafras, discípulo de Pablo, y que estaba amenazada en la pureza de su fe. Al mismo tiempo escribió otra a los cristianos de Efeso y juntamente a otras congregaciones del Asia Menor con fines parecidos. Por esto procura afianzar su fe y les exhorta con ardientes palabras de la gracia de Dios, así como la dignidad de su apostolado. Finalmente envió una epístola a los Filipenses, en agradecimiento a la ofrenda que le habían enviado para sus gastos. En la carta da rienda suelta a sus sentimientos y tiene por gozo y corona a Filipo como la primera iglesia fundada por él en Europa. Después de una cautividad tan suave como la que sufrió Pablo en estos dos años no podía terminar de otro modo que con la libertad. El mismo Pablo en la epístola a los Filipenses manifiesta su esperanza de una próxima libertad. “para que abunde vuestra gloria de mí en Cristo Jesús por mi presencia otra vez entre vosotros” 1. 26 “y confío en el Señor que yo también iré pronto a vosotros” 2.24. España Libertado Pablo en el año 63, se entregó de nuevo a sus trabajos apostólicos durante algunos años. Siguiendo su plan primitivo, realizó entonces su viaje a España. Ahora bien, lo primero que viene a la mente al buscar las pruebas, en que se apoya la venida de Pablo a España, es el propósito claramente manifestado por él mismo. Hacia febrero del año 58, como ya indicamos antes, manifiesta su plan de venir a España: “cuando vaya a España, iré a vosotros; porque espero veros al pasar” Romanos 15.24 y más adelante repite el mismo propósito: “pasaré entre vosotros rumbo a España”. Romanos 15.28. Evidentemente, la manifestación de este propósito no bastaría por sí sola para probar que el viaje se realizó. Pero una vez conseguida su libertad en el año 63, tuvo entonces la oportunidad de realizar su plan de ir a España para dar a conocer el Evangelio de Cristo. Así lo hizo indudablemente, como lo confirman otros testimonios. Clemente de Roma, escribió hacia el año 94 una preciosa carta a los creyentes de Corinto, y entre otras cosas, les pone como modelos a seguir a los apóstoles y refiriéndose a Pablo dice: “Después de haber ido hasta los términos de Occidente …se fue al lugar santo”. Pues bien, en todo documento antiguo y según el hablar de los geógrafos y aun del pueblo sencillo, la frase “términos de Occidente” designaba a España. A finales del siglo II nos encontramos con el Canon Muratoriano, que afirma expresamente la venida de Pablo a España. Se trata de un catálogo de libros del Nuevo Testamento escrito entre el 160-220, y que contiene brevísimas indicaciones para caracterizar a cada uno de los autores del N. T. Al hablar de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles se escribe: “Lucas cuenta lo que sucedió en su presencia, como lo prueba evidentemente su silencio acerca del viaje de Pablo de Roma a España”. Es evidente que quien escribió esa frase estaba plenamente convencido del viaje de Pablo a España y que habla de ello como un hecho normal y conocido de todos. De mediados del siglo II es un documento escrito originalmente en griego y traducido a diversas lenguas donde se hace referencia a hechos históricos y comentando la situación de la Iglesia de Roma dice: “Desde que se marchó Pablo a España no se ha encontrado ninguno entre los hermanos que nos consolara”. Y en otro documento del siglo III, se habla de la vuelta de Pablo desde España y del cariñoso recibimiento que la Iglesia de Roma le tributó. Son muchos los Padres de la Iglesia y otros escritores que hacen referencia en formas diversas al viaje de Pablo a la península Ibérica. Así lo confirman expresamente Atanasio, Epifanio, Juan Crisóstomo, Jerónimo y Teodoreto, por citar algunos. Se puede afirmar que entre los escritores cristianos romanos y orientales era una creencia universal. Pero, así como es cierta la venida de Pablo a España, sin embargo no tenemos mucho conocimiento de su actividad misionera en la Península, ni mucho menos en los lugares que la ejerció. Todo lo que encontramos son crónicas o leyendas del siglo X. Existen algunas reminiscencias con poco fundamento histórico. En Écija, la antigua Astigi, fue una colonia importante en la Bética romana. En Tortosa donde se dice que Pablo dejó a uno de sus discípulos como Anciano. Pero de todos los recuerdos antiguos de Pablo, el que más consistencia ofrece es el de Tarragona, donde en realidad se muestran supuestos vestigios de la predicación del apóstol Pablo y la fuerza del testimonio que puede hacerlo verosímil es el hecho de que Pablo desembarcara en Tarragona, la antigua Tarraco, que era el puerto más importante de la España romana y como el lazo natural de unión de ésta con Roma. Posiblemente a la vuelta se detuvo en Marsella, según lo atestigua una tradición antigua. Luego se dirigió a Oriente, donde visitó a los creyentes de Efeso. Según parece pasó rápidamente por Macedonia, confirmando a las Iglesias de Filipos y Tesalónica, a las que había escrito. Finalmente, conforme a otra tradición, se dirigió entonces a Creta y contribuyó eficazmente a la consolidación del Evangelio en la isla y donde dejó como anciano a Tito su discípulo predilecto. Durante este corto período escribió las epístolas llamadas pastorales, que son dos a Timoteo y una a Tito, en las cuales les da acertadas instrucciones y preceptos para el desarrollo del oficio pastoral que él mismo les había confiado y para la defensa del Evangelio contra las falsas doctrinas que se iban introduciendo en la Iglesia. Inesperadamente, hacia el año 66, fue apresado de nuevo y conducido a Roma. En el año 64 había estallado la persecución de Nerón. Multitud de cristianos caían diariamente víctimas de la ferocidad de este tirano. No era extraño, pues, que también Pablo, el incansable predicador del Evangelio, tan odiado y perseguido, fuera así mismo encarcelado. Esta segunda cautividad fue desde un principio dura y cruel, y Pablo fue tratado como un malhechor y criminal. Así lo atestigua él mismo cuando escribe su segunda carta a Timoteo. No hay duda que uno de los mayores tormentos del apóstol debió ser la incomunicación y la inactividad a que se vio reducido en la cárcel. “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano” 2ª Timoteo 4.6. La tradición más antigua y segura nos atestigua que hacia finales de la persecución de Nerón, el año 67, fue decapitado en la vía Ostiense. Allí mismo, en la llanura entre la vía Ostiense y el Tiber, fue sepultado. De este modo acabó su vida el hombre que desde el momento de su conversión no aspiró a otra cosa que a dar a conocer a Jesucristo en todo el mundo.