Las amenazas de un gobierno mundial Jack Kemp Viernes, 18 de febrero de 2000 Cada gran victoria, como la del capitalismo democrático, trae consigo nuevos riesgos y el mayor que confrontamos hoy es la contrarrevolución estatista que adelantan los arquitectos de la “tercera vía”, como Tony Blair, Gerhard Schroeder, Bill Clinton y Al Gore. La atracción que la “tercera vía” ofrece es la de ser un punto intermedio entre libertad y estatismo, capitalismo y socialismo. A lo contrario de los viejos socialistas, la “tercera vía” no trata de destruir los mercados sino controlarlos, dirigirlos, regularlos y manipularlos. Pero tras bastidores están los mismos izquierdistas que piensan que el futuro está en la planificación. Las palabras y las ideas tienen consecuencias. Es más, dirigen el mundo, como decía Víctor Hugo. El subsecretario de Estado Strobe Talbott predijo en 1992 que en el siglo XXI “todos los estados reconocerán una sola autoridad global... ‘ciudadanos del mundo’ tendrá un significado real”. Yo creo que él es uno de los que usan el poder de su posición para llevarnos hacia esa “autoridad global única”. Esa campaña de la “tercera vía” a favor de un gobierno mundial no es una solapada conspiración, sino una muy visible y mal encaminada cruzada de parte de políticos y académicos tanto americanos como europeos. Ellos creen que debemos renunciar a nuestra independencia, libertad y soberanía para alcanzar un más poderoso y centralizado orden mundial. Eso lo tomo yo muy en serio y también lo rechazo categóricamente por ser una amenaza a nuestras libertades económicas y políticas. Lamentablemente, la mayoría de nuestros líderes políticos no toman en serio tal amenaza, mientras que otros, como Pat Buchanan, caen en la trampa de quienes proponen un gobierno mundial, creyendo que hay que controlar el comercio internacional. Los de la “tercera vía” creen que la Organización Mundial del Comercio (OMC) debe controlar el intercambio, pero yo creo que no se necesita a nadie para controlar el libre intercambio que la gente quiera hacer respecto a sus propios bienes y servicios, a través de las fronteras nacionales. Ronald Reagan lo expresó así: “Nosotros los que vivimos en sociedades de libre mercado creemos que el crecimiento, la prosperidad y la satisfacción humana se crea desde la base hacia arriba, no desde el gobierno hacia abajo... confiemos en la gente... esa es la única lección irrebatible de todo el período de la posguerra, refutando la noción de que controles gubernamentales rígidos son esenciales para el desarrollo económico”. Hay una decisiva diferencia entre la globalización de la libertad de comercio, de los mercados libres, con la globalización de las grandes burocracias gubernamentales. Entendámoslo bien de una vez por todas: la globalización de la libertad es positiva, pero la globalización de los controles y de las regulaciones gubernamentales sería nefasta. La globalización de la libertad y de las oportunidades permite que la gente tome riesgos para crear e innovar, mejorando así sus vidas y las de los demás. La globalización gubernamental reprime la iniciativa y promueve burocracias que le cortan las alas a la gente. Es totalmente inaceptable que nuestro gobierno subordine nuestra autonomía económica –qué auto manejar, cuáles artefactos comprar, qué ropa vestir- a una burocracia internacional con buenas conexiones con la prensa y con las elites de la “tercera vía”, pero que no le tiene que rendir cuentas a electorado alguno. Claro que debemos hacer el más eficiente uso de la energía, pero eso no lo determinan los políticos y los burócratas en Kyoto ni en las Naciones Unidas, sino el mercado y las nuevas tecnologías. La poderosa marea de la libertad económica no va a ser represada por los manifestantes en Seattle, cuya oposición a la “globalización” significa que quieren detener la difusión del capital, de los mercados y de empresas privadas a los más recónditos rincones del mundo. Pero sí es cierto que el libre comercio y la soberanía de las naciones sufrió un duro golpe en Seattle cuando el presidente Clinton trató de imponer su agresiva agenda ambiental y de normas laborales a la OMC y a los países en desarrollo. La verdadera amenaza de Seattle es que el “gobierno global” gane terreno a través de esa indeseable conexión burocrática del comercio, el medio ambiente y las normas laborales. Además, le daría un inmenso poder a la OMC, supuestamente la gran enemiga de la gente común y corriente. Convertir la OMC en una super EPA (Agencia de Protección del Ambiente) frenaría el comercio, afianzaría la pobreza y empeoraría el medio ambiente. Es imposible mejorar el medio ambiente empobreciendo a la gente. Muchas de las mal llamadas “intervenciones humanitarias”, como Kosovo, tienen más que ver con el ejercicio del poder político que con una verdadera globalización. Si no fuera así, la OTAN estaría hoy en Chechenia y quizá en el Medio Oriente. Rechacemos la “tercera vía” y regresemos a la “primera vía” de la Declaración de Independencia: libertad primero, gobierno después. Esa visión confía en que los negros, morenos, amarillos y blancos alrededor del mundo son capaces de hacer lo que más les conviene. El triunfo de una verdadera globalización de la libertad económica es el triunfo y el bienestar del hombre común. © Académico del Competitive Enterprise Institute y director de Empower America. Artículo de la agencia de prensa AIPE© para Venezuela Analítica.