1 Hace unos meses se ha publicado en euskera el libro “Zamorako apaizkartzela. Eliza eta Estatuaren presondegia (1968-1976)”, con los testimonios que narran la dura experiencia de lucha de los sacerdotes encarcelados en la que fue llamada ‘cárcel concordatoria’ de Zamora. El libro, en euskera, muestra la resistencia liberadora que, en aquellos tiempos y circunstancias de represión, vivieron aquel grupo de curas en defensa de la libertad y derechos de Euskal Herria. Su compromiso como creyentes, abogando por una Iglesia solidaria con el sufrimiento y lucha de su Pueblo, contenía y fue exponente de un profundo sentido teológico que se interpreta y comenta en este artículo, que aparece como epílogo en euskera en dicho libro. Zamorako apaiz-kartzela. Eliza eta Estatuaren presondegia (1968-1976) Hitz-Atzea (epílogo) Zamora, memoria viva Félix Placer Ugarte Los hechos que este libro relata son las luchas que, a lo largo de los años del tardo franquismo, tuvieron como protagonistas a un grupo de sacerdotes de Bizkaia que tomaron la decisión irrevocable de llevar hasta las últimas consecuencias el compromiso por la defensa de su Pueblo. Aquellos acontecimientos marcaron e iniciaron una nueva época. Recoger hoy los testimonios de quienes fueron sus protagonistas me parece una necesaria iniciativa para renovar la memoria y hacer justicia. Estos relatos, escritos, documentos, contextualizados en aquellos años de intensificada represión contra Euskal Herria, no son tan sólo el recuerdo de la agudizada tensión y lucha entre aquellos sacerdotes, la jerarquía eclesiástica y el gobierno dictatorial. Encierran, a mi modo de ver, un significado que va más allá de sus impresionantes testimonios ya que expresan la ruptura más contundente con una situación insostenible de sometimiento político y eclesiástico y simbolizan la expresión de una nueva Iglesia que, en frase de los componentes del grupo Gogor, encerrados en el seminario de Derio, debía ser "pobre, libre, dinámica, indígena", es decir, no resignada ante la injusticia, sino comprometida con su Pueblo en su lucha de liberación, como parte integrante del anuncio del evangelio. Las páginas de este libro relatan, por tanto, con fidelidad histórica la lucha de Euskal Herria por su liberación en aquel periodo decisivo y, sobre todo son el testimonio histórico del sentido y de las implicaciones que, como epílogo de esta apasionante narración, quisiera comentar, agradeciendo la invitación quienes fueron sus protagonistas. En una década de represión Los acontecimientos de Zamora -dentro de la cárcel y en torno a ella- fueron la punta del iceberg que mostró la profundidad de la represión vasca. Constituyeron, a 2 mi entender, la expresión más dramática, agudizada y contundente de un sector de la Iglesia opuesto frontalmente a la connivencia Iglesia-Estado y a su silencio ante la represión nacional y social de Eukal Herria Pero no se puede entender Zamora, sin un clara conciencia de la situación de Euskal Herria en aquellos años y a todo lo largo de la dictadura franquista, su opresión aniquiladora de lo vasco y, por supuesto, la complicidad de una Iglesia jerárquica que había bendecido la "cruzada" y mantenía, en muchos de sus miembros, "fidelidad" al régimen impuesto. Sólo en momentos puntuales, durante los largos y penosos años anteriores, habían aparecido algunos escritos cuyos firmantes fueron represaliados y castigados. Cualquier intento de reclamar justicia ante el sistema de la dictadura franquista era perseguido con saña en todas su formas y con los medios más brutales, como la tortura. En este clima irrespirable, asfixiante, en una Iglesia silenciosa en su mayoría, ante una jerarquía plegada, claudicante y nombrada por medio de un vergonzoso juramento por acuerdo concordatario e incluso ideológicamente afín al régimen establecido, que bendijo como "cruzada" la injusticia de una victoria -con la única oposición de Mateo Mugica y Vidal y Barrquer- algo tenía que pasar. Ciertamente no todo era negativo en aquella Iglesia. La "Memoria dirigida a S.S. Pío XII" (1944), el "Escrito de los 339 sacerdotes" (1960) habían sido, entre otros menos conocidos, denuncias valerosas de la situación vasca y exigencias de cambio de la misma Iglesia y de una pastoral más encarnada en el pueblo vasco y a favor de los pobres y oprimidos. Estas posiciones de determinados colectivos del clero vasco relativamente minoritarios se dieron en las cuatro diócesis de Hegoalde y también en Iparralde. A nivel eclesial universal, Juan XXIII había impulsado la justicia social en su encíclica "Mater et Magistra" y la paz de los Pueblos, respetando sus derechos, en la "Pacem in Terris". El Concilio Vaticano II acaba de celebrarse (1962-65). Una nueva conciencia social y política estaba gestándose en diversos grupos de la Iglesia a pesar de la vigilancia y represión policiales. Las diócesis, iniciaban una compleja andadura de aplicación de aquel Concilio con el que, por otra parte, la mayor parte de la jerarquía del Estado español poco o nada había aprendido y, menos aún, estaba dispuesta a aplicarlo con coherencia. Se iniciaba el periodo del denominado tardofranquismo. Pero como todo régimen dictatorial que veía peligrar su dominio absoluto, los últimos años iban a ser -en especial para Euskal Herria- particularmente represores. El proceso de Burgos quiso ser una demostración de poder del gobierno, pero la solidaridad internacional impidió sus sentencias de muerte y marcó un punto de inflexión. Esta década está tejida en las diócesis vascas de sucesivas reacciones ante la insostenible represión nacional y social. Comienzan a emerger con fuerza grupos, movimientos, luchas acciones, de todo tipo; desde la organización armada ETA, hasta procesos educativos, culturales, sociales. También dentro de la misma Iglesia los grupos de la JOC, HOAC, y otros, en especial de "Herri Gaztedi" tuvieron particular importancia para la evolución de la conciencia cristiana ante la represión. Todas esta reacciones reivindicativas fueron el caldo de cultivo en el que el grupo Gogor y los acontecimientos de la cárcel "concordataria" de Zamora adquirieron una relevancia especialmente significativa por su contundencia y coherencia tanto eclesial como política y social. Por eso no deja de ser llamativa la minusvaloración con la que algunos historiadores y estudiosos, han tratado su actividades y protestas calificándolas de extremistas o simplemente silenciándolas, con alguna excepción ya citada en el libro. Como es el caso de Ubieta, quien aborda, creo, con su conocida honestidad y equilibrio los acontecimientos de esta época que él mismo vivió y sufrió -como vicario general de pastoral en aquellos años- con especial protagonismo, aunque desde un punto de vista diferente al de los principales protagonistas. 3 Una Iglesia al servicio del pueblo La cárcel de Zamora puso de manifiesto la última y definitiva contradicción de una Iglesia profranquista: la subsistencia de una ideología nacional-católica y el sometimiento eclesiástico al servicio del poder dictatorial; aunque también es cierto que sectores minoritarios pero significativos de la jerarquía española habían comenzado a reaccionar contra aquel escandaloso estado de cosas, totalmente opuesto a la línea conciliar. A partir del grupo Gogor y otros grupos que se movilizaron a lo largo de este último periodo, se constata una inflexión cualitativa y un cambio fundamental que se refleja en nuevas posiciones religiosas dentro de la Iglesia ante la situación del Pueblo vasco. Si hasta épocas recientes lo que interesaba era defender la Iglesia, ahora quedaba claro que lo que importaba no era tanto amparar la religión, menos aún la institución eclesiástica. Ahora el compromiso se centraban en liberar al pueblo y en defender sus derechos por las vía de la justicia y del anuncio de un evangelio que comienza a ser entendido y leído desde esos nuevos análisis y praxis. De un Pueblo al servicio de la Iglesia, se pasa a una Iglesia al servicio del Pueblo. Cambia, por tanto, su modelo, su función y razón de ser, lo cual por otro lado responde al sentido evangélico y del mimo Concilio que había afirmado con claridad que la Iglesia no estaba para ser servida sino para servir. Este cambio de mentalidad o, mejor dicho de fidelidad adquirió desde Derio a Zamora una relevancia y expresión proféticas que indudablemente no dejaban de preocupar a la Jerarquía. En efecto se estaban socavando los cimientos que sostenían la arquitectura de la Iglesia de cristiandad y aquel túnel trataba de abrir a los creyentes a un nuevo aire libertad y compromiso, saliendo al mundo, al pueblo, compartiendo su vida, sufrimientos, situaciones, luchas, desde el evangelio vivido en toda su radicalidad. Pero precisamente, unas veces con diplomacia vaticana, otras con condenas o con descalificaciones, tachándola de expresión extremista e ideologizada, no se escuchó la voz de aquellos sacerdotes que intentaron en vano llegar hasta el mismo Papa. El obispo diocesano llegaba a suspenderles en el ejercicio de su ministerio o se negaba a ver las pruebas evidentes de torturas o a asumir la persecución de sacerdotes por su fidelidad a su misión pastoral. A pesar de sus reconocidas contradicciones se mantenía aquella cárcel infame y humillante y no se atendían las peticiones de los sacerdotes encarcelados para ser tratados, al menos, como los demás presos. Las acciones extremas de fuga, la huelga de hambre y la quema de aquel recinto era el grito y recuso último para denunciar una situación insostenible, una injusticia que clamaba al cielo. Ciertamente el grupo Gogor no fue el único colectivo que reclamaba y se implicaba en la defensa de su Pueblo y de sectores marginados. Tanto en Bizkaia, como en Gipuzkoa, en Nafaroa y, más lentamente, también en Araba y en otros ámbitos del Estado (sacerdotes de otros lugares compartieron la cárcel concordataria) se iban extendiendo las denuncias contra el régimen y la exigencia de una Iglesia fiel al evangelio. Una pastoral y teología liberadoras El grupo "Gogortasuna" se gestó y fue cuajando en experiencias pastorales de luchas reivindicativas de solidaridad con el pueblo trabajador vasco, con la cultura, lengua e identidad de Euskal Herria. Hacía pocos años se había intentado cortar de raíz el llamado "escrito de los 339 sacerdotes" represaliados y marginados. Pero su denuncia no quedó silenciada y nuevas voces se alzaban con fuerza denunciando, ante el silencio jerárquico, la represión social y nacional. Comprometidos en la misma lucha por la 4 justicia que el resto de los ciudadanos, sentían su sacerdocio -según el comunicado de los sacerdotes de Zamora- como fuerza que les impulsaba a acciones límite de denuncia de una Iglesia española manipulada y de la opresión general del Estado español sobre el Pueblo. Para muchos la experiencia y acciones del grupo Gogor fueron una imprudencia pastoral. Sin embargo en aquellas circunstancias ¿había otra forma de hacer oír la voz de la solidaridad ante la opresión que aquellas contundentes reacciones de protesta? ¿A dónde conducía y a qué contribuía el silencio "prudente" de la jerarquía? Este grupo de sacerdotes optó por la línea dura no violenta, firme y enérgica. ¿Dónde hubo mayor fidelidad al anuncio evangélico cuando precisamente el sínodo de obispos de 1971 afirmaba que " la acción por la justicia era dimensión esencial del anuncio del evangelio y de la misión de la Iglesia en la liberación de la humanidad de toda situación de opresión"? A mi entender aquellas acciones pastorales respondían además a una teología viva, directa, liberadora, política expresada en reflexiones y escritos y también en formas poéticas y plegarias conmovedoras cantadas en el encierro del seminario de Derio por voces jóvenes y sonoras que retumbaban con fuerza profética en los oídos del pueblo y cuyo eco ha llegado hasta nuestro días. El grupo Gogor elaboró, a mi modo de ver, una auténtica teología narrativa vasca desde su análisis honesto de la realidad y sufrimiento del Pueblo y desarrolló un proceso metodológico de reflexión liberadora desde el evangelio, motivados por la esperanza y confianza en Dios. Propuso líneas coherentes de una eclesiología encarnada que nacía de una cristología liberadora. Una teología ciertamente subversiva, transformadora, revolucionaria. Pero ¿cabe otro tipo de teología honesta y fiel cuando los Pueblos viven la amarga experiencia de la opresión y ven reprimidos sus anhelos de libertad más profundos? Memoria, utopía y esperanza Zamora no fue sólo un periodo que queda como un lugar para el recuerdo. Los acontecimientos vividos en esa época son una parte de nuestra historia viva. Son el proceso de una larga lucha de liberación, de resistencia contra toda represión, individual y colectiva. Su memoria expresa una conciencia que ha tratado de ocultarse en la Iglesia -cuando no manipularse y distorsionarse- como otros hechos de nuestra historia, algunos, aunque tardíamente, recuperados y reparados. Pero no son una memoria para el archivo histórico. Siguen presentes porque muchas de las razones que entonces motivaron aquellos hechos que este libro rememora, continúan hoy como razones de un conflicto que perdura y sigue manteniendo muchas "Zamoras". Estas páginas cargadas de emotivos recuerdos, reflejo de una lucha dolorosa y dura, testimonian la profunda reflexión y compromiso de quienes entendieron que su manera de ser sacerdotes y creyentes era sirviendo a su Pueblo oprimido. Los relatos detallados de intensas vivencias imborrables son impresionante expresión de su lucha denodada y mantenida con tesón heroico, fruto de un convencimiento que brotaba en las entrañas y el corazón de unos hombre jóvenes que sentían en lo más profundo de su existencia el dolor de su Pueblo, la represión de sus gentes, la anulación de su identidad más íntima, como hijos de su Ama lur. Nacía de la fe en Euskal Herria y en el evangelio liberador. Estaba sostenida por un confianza inquebrantable, motivada por un amor apasionado a su Pueblo, a su lengua, a su cultura, a su libertad. Sintiéndose pertenecientes a una Iglesia, Pueblo de Dios, cuyos dirigentes en su mayoría, en lugar de defenderla en sus miembros más humillados y oprimidos, colaboraban servilmente en el sometimiento de las conciencias desde su poder eclesiástico, estos sacerdotes reaccionaron con auténtico vigor profético, con radicalidad, con "parresía" (gogortasuna) porque la violencia que pretendía aniquilar 5 Euskal Herria era avasalladoramente radical. Fue la única repuesta válida para servir a un Pueblo que venía sufriendo durante años la flagrante injusticia de un régimen dictatorial, apoyado por la complicidad histórica de la Iglesia jerárquica española. Zamora fue un clamor estridente en un Iglesia silenciada y silenciosa, un irrintsi de libertad en un pueblo maniatado y sufriente. Aquella cárcel se cerró. Gogortasuna se deshizo como grupo organizado. Pero no su denuncia, su línea, sus reinvidicaciones, su lucha por Euskal Euskal Herria, su justicia y libertad. Porque las llamadas transición política y democracia constitucional no han respondido a las básicas exigencias y derechos de este Pueblo que siguen sin realizarse. Porque nuevas cárceles siguen encerrando a muchos luchadores por una Euskal Herria libre, soberana, democráticamente dueña de su destino. Porque también la Iglesia dirigente de hoy trata de componer un organigrama eclesiástico, purificado e inmune ante cualquier "desviación tendenciosa" que reconozca y se posicione en la defensa y afirmación de los derechos de este Pueblo, como en algunas ocasiones lo hicieron los obispos vascos en sus cartas pastorales. Por todo ello creo que muchos agradecemos a estos testigos de nuestra historia reciente, su lucha narrada en esta memoria viva, su relato conmovedor y estimulante para tantos hijos de Euskal Herria que sigue luchando, como ellos, por su libertad. Eskerrik asko.