Autor: Dr. Antonio G. Zaldívar Neal Complicaciones generales en laparoscopía Introducción Es un hecho que todo procedimiento quirúrgico implica un riesgo que puede ser bajo o elevado, de acuerdo con el caso en particular. La cirugía laparoscópica, por lo tanto, no sólo no está exenta de las complicaciones hemorrágicas o infecciosas propias de los procedimientos quirúrgicos ginecológicos, sino que además presenta otras derivadas específicamente de este tipo de técnica quirúrgica e instrumental, y que a continuación se comentan. Complicaciones asociadas a la insuflación El uso de bióxido de carbono (CO2) para distender la cavidad es un proceso indispensable en la técnica laparoscópica común. Afortunadamente, las complicaciones secundarias a la insuflación son eventuales y excepcionalmente de gravedad. El problema más frecuentemente asociado a lo anterior es el enfisema subcutáneo, el cual ocurre cuando, al introducirse la aguja de Veress, no se logra llegar hasta la cavidad abdominal y el gas por lo tanto es insuflado en el espacio preperitoneal , provocando que se diseque y se extienda progresivamente hasta que el problema es detectado y se suspende la insuflación. También puede ocurrir cuando, al introducirse el trocar primario o bien los accesorios, se desgarra el peritoneo, y aunque el CO2 esté fluyendo correctamente a la cavidad abdominal, haya una fuga al espacio preperitoneal con el consecuente enfisema a distancia. Ello se detecta por la crepitación al presionar la piel de la paciente en diferentes partes del cuerpo. Para evitarlo, se recomienda cumplir los lineamientos establecidos en el uso de la aguja de insuflación, como la verificación de la localización inyectando y recuperando solución salina o la observación de la succión de una gota colocada en el orificio abierto de la misma, resultado de la presión negativa que ocurre al elevarse la pared abdominal, mediante la tracción. Otro aspecto a tener en cuenta es mantener una presión del insuflador en valores bajos, alrededor de 12 a 14 mmHg, y suspender para recolocar la aguja si la presión registrada se empieza a elevar fuera de lo esperado. En cuanto a la asociación con los trocares, se debe tener la precaución de realizar una introducción directa sin hacer movimientos laterales de los mismos, al atravesar las diferentes capas de la pared abdominal. El enfisema subcutáneo no es una complicación grave, pero el abombamiento que produce en el peritoneo dificulta la visión y por ende es molesto durante la cirugía, además de que puede asociarse a mayor dolor durante el postoperatorio. Resulta conveniente mencionar también que, conforme transcurre el acto quirúrgico, el enfisema va desapareciendo y el peritoneo tiende a adherirse nuevamente. La técnica abierta para la introducción del trocar primario, obviándose el neumoperitoneo previo y el uso de la aguja Veress, o la utilización de nuevos trocares con visión directa y sin navajas incorporadas, disminuye notablemente el desarrollo de enfisema. Un problema mayor ocurre si se llegan a manejar presiones exageradamente elevadas de insuflación, ya que esto incrementa la absorción sistémica de CO2, con la consecuente hipercapnea y los trastornos que de ésta se derivan. Ello ocurre más frecuentemente cuando se trata de cirugías prolongadas de más de 200 minutos, cuando se utilizan varios trocares o cuando las pacientes tienen mayor edad, entre otras causas (1) . Lesiones vasculares El abordaje abdominal con laparoscopía implica el uso de trocares, sea que se insufle previamente con aguja Veress o no, según el tipo de trocar y la técnica en particular. Actualmente se cuenta con diversas variedades que se han ido modificando para hacerlas menos punzantes o cortantes. A pesar de lo anterior, son instrumentos que pueden llegar a lesionar estructuras vasculares tanto en pared abdominal como en retroperitoneo si no se toman las precauciones debidas. Las lesiones de los vasos en pared abdominal ocurren generalmente al introducirse los trocares accesorios con poca cautela o bien en pacientes obesas, en las que el panículo adiposo aumentado dificulta la visión con translucencia para la localización de los vasos epigástricos superficiales. Los vasos epigástricos inferiores también pueden resultar dañados en la parte profunda de la pared abdominal (Figura 1). Para evitarlo hay que localizarlos mediante visión con el laparoscopio, siguiendo el trayecto que se observa detrás del peritoneo, entre la arteria umbilical obliterada y el ligamento redondo en su entrada al canal inguinal. Si no se logra observarlos directamente, el sitio ideal para introducir los trocares accesorios y evitar el riesgo de lesionar los vasos es la zona correspondiente a 8 cm de la línea media y 8 cm del borde superior del pubis (2). Figura 1. Hemorragia de arteria epigástrica en el trocar accesorio. Cuando ocurre una hemorragia por lesión de vasos espigástricos, existen diversas maniobras que se pueden llevar a cabo. Se ha recomendado introducir a través del trocar donde ocurrió el accidente una sonda de Foley No. 12, inflar el globo en el interior, retirar el trocar de la pared, traccionar la sonda de Foley y colocar una pinza en la parte externa para favorecer la compresión de la pared, entre el globo de la sonda y la pinza. Consideramos que esto constituye una medida temporal mientras se decide qué hacer, ya que con frecuencia, al retirar la sonda, vuelve a sangrar el vaso lesionado, o bien persiste una hemorragia en la pared abdominal, con la consecuente formación de un hematoma capaz de disecar de manera silenciosa, y no se observa sangrado aparente por estar ocluidos tanto el orifico de la piel como el de la entrada a la cavidad abdominal. Otra medida consiste en aplicar suturas en “x” o en “u” atravesando la pared abdominal. Esto puede resultar de utilidad, pero no es muy seguro ya que existe el riesgo, de igual forma, de que persista un sangrado leve inadvertido y se forme un hematoma. Además, no hay un tiempo estandarizado para retirar la sutura y, por lo tanto, puede lastimarse la piel si se deja mucho tiempo o el vaso comprometido puede volver a sangrar si se corta la sutura muy pronto. Puede intentarse también, la cauterización del vaso si fuera posible observarlo claramente desde el interior de la cavidad, lo que en ocasiones resulta difícil. En caso de no lograrse una hemostasia satisfactoria con cualquiera de las maniobras mencionadas previamente, lo conveniente y tal vez lo más prudente es ampliar la incisión en la piel, disecar y localizar el vaso, y entonces pinzarlo y aplicar una ligadura. Estas distintas alternativas han sido recomendadas por diversos autores (3). Las lesiones de vasos retroperitoneales son accidentes quirúrgicos definitivamente más serios, que a diferencia de lo mencionado previamente pueden poner en riesgo la vida de la paciente. Estos accidentes pueden ocurrir al introducir la aguja de Veress, principalmente en pacientes muy delgadas donde los grandes vasos están muy cerca de la cicatriz umbilical. La manera de prevenir estos accidentes es introduciendo la aguja de Veress con la paciente en posición horizontal y no en Trendelemburg, y dirigir la aguja hacia el hueco pélvico, sin lateralizarla. Lesionar estas estructuras vasculares con el trocar primario o con los accesorios es menos común, pero puede resultar más grave. La técnica abierta para introducir el trocar primario o el uso de trocares atraumáticos con visión directa disminuyen el riesgo de esta complicación. La prevención al respecto se logra con la introducción del trocar primario en la dirección correcta, central y hacia el hueco pélvico. Los accidentes causados con los trocares accesorios suceden cuando se introducen de una manera demasiado enérgica, o bien por hacerlo sin la visualización precisa mediante el uso del laparoscopio, al momento de la entrada a la cavidad abdominal. El diagnóstico de la lesión vascular en estos casos se sospecha cuando se observa sangre a través de la aguja o en el trocar, o bien, existe hemorragia visible al introducirse la lente, aunque esto no siempre se detecta. Puede no haber sangrado aparente debido a que la sangre se infiltra en el retroperitoneo, en cuyo caso es frecuente observar una coloración violácea característica del peritoneo. La descompensación hemodinámica súbita o progresiva en estos casos constituye otro dato que orienta al diagnóstico. Cuando ocurren estos accidentes, no debe dudarse en proceder de inmediato a una laparotomía con incisión media y solicitar el apoyo de un cirujano vascular (4). Lesiones a vísceras La gravedad de las lesiones a intestino o estómago dependen del sitio dañado, del instrumento con el que se produjo la lesión y del tiempo que transcurre hasta llegar al diagnóstico cuando el accidente no es detectado en el momento. Cuando el daño ocurre en el intestino delgado, suele no ser tan problemático como cuando el afectado es el colon. Además, el riesgo en este último es también diferente si existió o no una preparación preoperatoria con enemas, laxantes, antibióticos, etc. Este comentario aplica cuando ocurre el problema durante la cirugía, no cuando se trata de una complicación días después. Una perforación intestinal por isquemia y necrosis postquemadura, por ejemplo, producirá complicaciones se hayan administrado antibióticos y enemas o no. Al programarse una cirugía donde existe el riesgo de lesión al intestino, como sucede con la endometriosis avanzada, masas anexiales fijas o procesos adherenciales pélvicos, resulta conveniente realizar una “preparación” intestinal. Esto consiste en dieta líquida el día previo al procedimiento, además de laxantes y enemas. Se administra además metronidazol la noche previa (1 g vía oral) y una cefalosporina (p. ej., Cefoxitina 1 g IV) una hora antes del inicio de la cirugía (5). Considerando el tipo de instrumental, en general resulta de menor riesgo lesionar el intestino con corte o punción que cuando el daño es producido por algún tipo de energía. De éstas, la corriente eléctrica monopolar es la más peligrosa. Lo anterior se debe a que el tejido que sufre una quemadura con este tipo de energía tiene una lesión más extensa además de que es difícil precisar la extensión, por lo que la reparación amerita una resección cuidadosa para evitar dejar bordes quirúrgicos dañados o isquémicos que puedan hacer fracasar la anastomosis. Las lesiones intestinales asociadas al uso de energía son resultado de este tipo de corriente eléctrica en la mayoría de los casos. Cuando se detecta que hay una lesión o nos percatamos con la lente o algún instrumento de que estamos dentro del intestino inadvertidamente, resulta muy importante marcar el sitio con una sutura o con una pinza, y si algún instrumento quirúrgico perforó algún asa intestinal, no debe ser retirado en el momento, ya que es la mejor forma de localizar el sitio lesionado exacto para proceder así a la reparación. Sin duda el punto que debemos destacar con mayor énfasis es la importancia de la detección oportuna de una lesión visceral. Un accidente de este tipo puede no detectarse en el momento y manifestarse hasta días después del procedimiento. En las lesiones térmicas causadas por el uso de algún tipo de energía, el tejido presentará una isquemia que avanza a necrosis y la perforación ocurre de manera tardía después de haber sido dada de alta la paciente. Cuando existe fiebre y dolor abdominal entre 72 y 96 h después de la laparoscopía, y más aún si la sintomatología va progresando, hay que pensar en una perforación intestinal (6). El cuadro clínico en estos casos es grave en general, tanto por la sepsis como por las complicaciones que derivan de ésta, sin olvidar además los aspectos sociales y legales desagradables que con frecuencia acompañan a estos eventos. Se ha reportado que la mortalidad en estos casos de lesión intestinal con retraso en el diagnóstico llega a una de cada cinco pacientes (7). Lesiones en el tracto urinario En la cirugía ginecológica, la vejiga y los uréteres tienen particular riesgo de ser dañados por su estrecha relación anatómica con el útero y anexos. El procedimiento donde más lesiones del tracto urinario ocurren es, por ende, la histerectomía. Un reporte reciente señala una incidencia de 4.8%, donde el 3.6 % corresponde a lesión vesical y 1.7% a ureteral (8). Cuando en el acto quirúrgico existe la duda de algún daño a nivel vesical, resulta conveniente llenar la vejiga con algún medio de contraste como el azul de metileno y buscar alguna fuga. Por otro lado, la inyección de colorantes como el índigo carmín por vía intravenosa permite evaluar claramente la integridad de los uréteres mediante la observación por cistoscopía de la eyección del colorante por los meatos ureterales. En ocasiones resulta necesario hacer uso de otros métodos diagnósticos como la cistouretrografía ascendente o cateterizar los uréteres mediante cistoscopía si existe la posibilidad de haberlos seccionado o acodado. Resolver estos problemas en el mismo acto quirúrgico siempre será mejor que una reintervención horas o días después, como se ha mencionado en otras complicaciones quirúrgicas previamente. Las lesiones vesicales por corte o perforación no suelen ser tan problemáticas y se pueden suturar por vía endoscópica cuando se cuenta con entrenamiento y habilidad quirúrgica. Si existe quemadura, conviene resecar el área con un margen de seguridad para evitar dejar tejido isquémico y posteriormente suturar los bordes sanos y libres de lesión térmica. La manera clásica de reparación consiste en utilizar sutura absorbible de 2-0 (catgut) en una o dos capas (Figura 2). En estos casos es necesario dejar un drenaje con sonda vesical y administrar antisépticos urinarios por lo menos durante siete a diez días. Figura 2. Lesión de vejiga. Sutura laparoscópica. La prevención de este tipo de lesiones se logra mediante la colocación de una sonda vesical antes de iniciar la cirugía y la visualización cuidadosa de los límites de la vejiga durante la disección. En aquellas pacientes con mayor riesgo de lesión vesical, como aquellas con cesáreas previas, resulta conveniente advertir a la paciente que esto puede suceder antes de iniciar el procedimiento quirúrgico. El uréter es una estructura mucho más delicada cuando sufre un daño. Es más frecuente que pase desapercibido en el transoperatorio y el manejo de este tipo de lesiones debe llevarse a cabo por el especialista en urología. La prevención sólo se logra mediante la observación cuidadosa del trayecto del uréter antes de pinzar, cortar o aplicar algún tipo de energía en la proximidad. En histerectomía laparoscópica, donde es más frecuente lesionar el uréter, la incidencia reportada es de 0.3% y en general ocurre en la región distal, a nivel de las arterias uterinas y los ligamentos uterosacros (9). Hernias postincisionales Cuando se utilizan puertos de diámetro reducido en laparoscopía (trocares de 5 mm o menores), la probabilidad de que se forme una hernia posteriormente es casi nula. En cambio, con trocares de 10 mm o mayores, el no cerrar correctamente el defecto en la aponeurosis puede resultar en la herniación de un asa intestinal (Figura 3). La incidencia reportada al respecto es de 0.23% con trocares de 10 mm y de 3.1% en los de 12 mm (10). En pacientes delgadas, cuando se procede al cierre de las incisiones quirúrgicas, con ayuda de separadores se puede ver la aponeurosis, tomarla con pinzas y suturar. Pero en caso de haber un panículo adiposo mayor, en ocasiones se dificulta notablemente su localización y posterior suturación. Existen agujas específicamente diseñadas para pasar la sutura hasta la cavidad abdominal, independientemente del grosor de la pared, y volver a tomarla para continuar el punto mediante la visualización con el laparoscopio, y con esto asegurar el cierre adecuado de la aponeurosis. El riesgo de que un asa de intestino se introduzca en el orificio dejado por el trocar, cuando el cierre es insatisfactorio, aumenta aún más cuando la paciente presenta vómito o tos en el postoperatorio. Además, el resultado final en estos casos suele ser un cuadro oclusivo intestinal, que con frecuencia amerita resolución quirúrgica para liberar el asa comprometida. Figura 3. Asa intestinal herniada en orifico de trocar lateral de 11 mm. Infección de herida quirúrgica Una de las ventajas de la cirugía laparoscópica es el tamaño reducido de las incisiones de la pared abdominal. En la práctica diaria es difícil encontrar infecciones postoperatorias de herida quirúrgica en aquellas pacientes que son sometidas a laparoscopía. Está perfectamente demostrado que los procesos infecciosos en estos casos son menos severos y menos frecuentes en relación con las heridas quirúrgicas mayores de la cirugía tradicional (11). Otras lesiones Existen otras complicaciones de la laparoscopía como son las lesiones de algún nervio. Esto puede ser resultado de la colocación incorrecta de la paciente en la mesa de operaciones, la posición forzada de las extremidades, el tiempo prolongado del procedimiento quirúrgico en una misma posición, el no utilizar aditamentos acolchonados en las zonas de presión, etc. Las complicaciones anestésicas, por otro lado, pueden ocurrir en cualquier procedimiento quirúrgico. Sin embargo, existen aspectos específicamente relacionados con la laparoscopía por el hecho de tratarse de una cirugía en la que se insufla CO2, se aumenta la presión intraabdominal, se coloca la paciente en posición de Trendelenburg, etc. Resulta recomendable, por lo tanto, que estos procedimientos se lleven a cabo con un médico anestesiólogo calificado y con experiencia en este tipo de cirugías. Las complicaciones derivadas pueden ser menores o hasta letales, e incluyen dolor de hombros, hipercapnia, arritmias cardiacas, enfisema, neumotórax, embolia gaseosa, paro cardiorrespiratorio y años atrás, por el uso de gases para insuflación potencialmente inflamables como el oxígeno, incluso explosiones intraabdominales (12). Por último, es importante mencionar que la laparoscopía es una técnica quirúrgica que se ha difundido cada vez más, propiciando el diseño continuo de nuevos instrumentos, el uso de diversas modalidades de energía para corte y coagulación y de materiales e instrumentos de sutura, el advenimiento de equipos robóticos, etc. Lo anterior obliga al cirujano a entrenarse y conocer a fondo las características y riesgos de cada uno en particular, porque de ello depende el utilizarlos de manera segura y disminuir la incidencia de complicaciones. Al iniciar un procedimiento quirúrgico, siempre debemos estar conscientes de que existe un determinado riesgo de complicaciones que pueden presentarse. En la laparoscopía encontramos situaciones particulares que pueden aumentar los riesgos y resultar en alguna de las complicaciones ya mencionadas. Por tanto es necesario que el médico que realiza estos procedimientos esté entrenado y cuente con la habilidad necesaria para llevarlos a cabo de manera segura, y en caso de que desafortunadamente ocurra un accidente, saber cuál es la conducta que se debe tomar para resolverlo de manera idónea. Siempre debe tenerse en mente la posible conversión de una cirugía laparoscópica en una laparotomía, sin dudarse. Esta conducta es indiscutiblemente válida para solucionar por un lado un problema o complicación; pero también es una buena alternativa para prevenir complicaciones en aquellos procedimientos en los que el cirujano no se sienta seguro o no tenga la habilidad necesaria para continuar satisfactoriamente con el abordaje laparoscópico. La honestidad y humildad para reconocer nuestras propias limitantes puede ser un factor determinante para concluir un procedimiento quirúrgico de manera exitosa. Referencias bibliográficas 1. Murdock C, Wolff A, Van Geem T. 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