Novedades Cisnes blancos, cisnes negros y patos disfrazados. Comentario al libro “Bergin and Garfield´S Handbook of Psychotherapy and Change” (Rev GPU 2013; 9; 1: 35-37) Alberto Botto E s poco probable que en psiquiatría exista un campo tan apasionante y, al mismo tiempo, fuente de tan buenas y malas ideas, comentarios, discusiones y críticas –muchas de ellas, perfectamente fundamentadas– como la investigación en psicoterapia. Hace algunas semanas apareció la sexta edición del ya clásico texto editado por Michael Lambert Bergin and Garfield´s Handbook of Psychotherapy and Change 1 cuya lectura no hace más que confirmar estas apreciaciones. Con la precaución necesaria para no sucumbir ante el imperio del “dato” y el RCT (las siglas en inglés para referirse a los ensayos controlados aleatorizados) –actitud que, acertadamente, los autores denominan “metodolatría”– en lo que sigue transcribiré –a modo de lista– una serie de cuestionamientos y aseveraciones en torno a la investigación en psicoterapia. Partamos con las aseveraciones: 1. En 1982 existían alrededor de 60 formas de psicoterapia, en 1975 cerca de 125, y en 1986 más de 400. 1 John Wiley & Sons, Inc. New Jersey, 2013. (847 págs.). 2. Un análisis riguroso que combine los tipos de terapias y los diferentes trastornos mentales requeriría aproximadamente 47 millones de comparaciones. 3. En Estados Unidos el 60% de las psicoterapias es conducida por trabajadores sociales entrenados en psicoterapia. 4. Algunos estudios muestran que el resultado de los tratamientos efectuados por paraprofesionales es equivalente a los realizados por especialistas profesionales. 5. El 75% de los pacientes en psicoterapia mejoran significativamente luego de 26 sesiones de una vez por semana. Ante este panorama, que para muchos –dentro de los que me incluyo– puede parecer desolador, podemos plantear algunos cuestionamientos: 1. ¿Quién y cómo determina lo que es un tratamiento con soporte empírico? 2. ¿Qué significa soporte empírico? 3. ¿Es posible separar al clínico del investigador? 4. ¿Es válido ignorar tratamientos que no cuentan con soporte empírico? 5. ¿Cuánto más útiles son las terapias largas y cómo se evalúa su efectividad? Psiquiatría universitaria | 35 Cisnes blancos, cisnes negros y patos disfrazados 6. ¿Qué profesionales debieran administrar los tratamientos psicológicos? 7. ¿Cuál es la calidad de los programas de entrenamiento en psicoterapia y bajo qué estándares se evalúa? 8. ¿Cuán ético es integrar los sistemas de salud en la administración de los tratamientos? Una mirada crítica de la “investigación en psicoterapia” debiera considerar la tantas veces citada pregunta de Karl Popper: “¿Cuántos cisnes blancos debo observar para concluir que todos los cisnes son blancos?”2. En su crítica al neopositivismo Popper anuncia la muerte de la inducción y sostiene que es el criterio de falsabilidad lo que permite separar la ciencia empírica de lo que no es ciencia: por lo tanto, todo intento serio de comprobar una teoría será, también, un intento por falsarla. En psicoterapia los tratamientos que fundamentalmente se estudian son los que cuentan con un “soporte empírico”, esto es, aquellos en que se ha demostrado su eficacia a través de RCTs en poblaciones específicas de pacientes (definidas por criterios diagnósticos manualizados como la serie DSM o CIE). La efectividad de las terapias se evalúa en función a determinados diagnósticos, pero muchas terapias –como el psicoanálisis– no necesariamente están diseñadas para tratar “diagnósticos” y, por lo tanto, difícilmente pueden ser evaluadas según las metodología utilizadas en la actualidad. El problema es que lo que se les pide a los tratamientos para ser investigados es que tengan soporte empírico cuando no todos los tratamientos soportan la empiria. Por otro lado, en el texto llama la atención la casi ausencia de secciones dedicadas a las distintas teorías acerca de cuya investigación se está tratando; porque ¿cómo investigar sin teoría? En consecuencia, ¿no se corre el riesgo de estar buscando cisnes blancos en un estanque de cisnes blancos o, incluso siendo más críticos, en un estanque de patos disfrazados de cisnes? Uno de los capítulos más interesantes del libro es el dedicado a la relación entre la psicoterapia y el uso de fármacos en la indicación de tratamientos. Hasta hace poco tiempo era un lugar común sostener que los tratamientos combinados (es decir, fármacos y psicoterapia) eran más efectivos que cada uno por separado. Esto todavía sigue siendo válido para la depresión –aunque con algunos matices que revisaremos más adelante–; sin embargo, en el caso de los trastornos de ansiedad los hallazgos apuntan no sólo a que la monoterapia sería más efectiva (con una leve superioridad para la psicoterapia) sino a que la combinación podría ser contraproducente. Una de las razones para esta hipótesis es que los fármacos interferirían en el proceso terapéutico secundario a la exposición (especialmente en técnicas cognitivo-conductuales) inhibiendo el aprendizaje a través de la supresión de la secreción de cortisol. Respecto al uso de antidepresivos, las mayores controversias se encuentran en la manera de combinar los tratamientos. Existe evidencia de que los antidepresivos utilizados a largo plazo en algunos casos pueden empeorar el curso de la enfermedad, resultando muy difícil una adecuada suspensión y obligando a prolongar innecesariamente los tratamientos a través de un mecanismo denominado “tolerancia oposicional”3. Éste, efectivamente, es un “dato” relevante; sin embargo nuevamente el problema es que sistemáticamente se tiende a medir los resultados de los fármacos y de la psicoterapia con la misma vara, es decir, asumiendo, por error, que ambos tipos de tratamiento comparten objetivos comunes: la reducción de síntomas. Un aspecto que me parece central en la discusión acerca de la relación entre la investigación y la práctica clínica reside en la observación que hacen los autores acerca de las deficiencias de los clínicos en comprender, aceptar e incorporar los hallazgos de la investigación y, por otra parte, en las dificultades de los investigadores para trasladar sus resultados en recomendaciones clínicas útiles para la práctica. Sin embargo, éste no es sólo un desafío para clínicos e investigadores (como si realmente pudieran aislarse esos dos momentos inseparables en la práctica terapéutica); si se piensa, éste también pudiera ser el desafío de las grandes teorías de la mente –como ocurre con el psicoanálisis– es decir: cómo acercar a la práctica clínica sus intrincados desarrollos metateóricos sin que eso signifique dejar a un lado los fundamentos. Según los autores, desconocer aquellas intervenciones que no han sido validadas empíricamente constituye, sin duda alguna, un error. Hacerlo sólo significa ignorar las complejidades epistemológicas propias de lo que llamamos conocimiento (sea éste científico o no). Esta declaración de principios se percibe continuamente en la manera de abordar los temas en los distintos capítulos y su sentido trasunta aquel dilema que Dilthey intentó resolver diciendo que existían algunos 3 2 Popper K. La lógica de la investigación científica. Segunda edición. Madrid, Tecnos, 2011. 36 | Psiquiatría universitaria Fava G.; Offidani E. (2011). The mechanism of tolerance in antidepressant action. Progress in Neuro-Psychopharmacology & Biological Psychiatry, 35(7), 1593-1602. Alberto Botto problemas que podíamos explicar y otros problemas que podíamos comprender y, por lo tanto, interpretar. Los malentendidos surgen cuando se confunden ambos niveles. Por lo tanto, el peligro no reside tanto en el dato sino en lo que se hace con él. Para quienes trabajamos en psicoterapia éste es un libro necesario. Por último, de manera muy general, algunos de los desafíos futuros que se infieren de la lectura podrían resumirse en la siguiente lista: 1. Integrar la investigación con la práctica clínica. 2. Profundizar en la pregunta acerca de qué tipo de tratamiento es más útil para cada tipo de paciente considerando los aspectos diagnósticos, sus fortalezas y sensibilidades. 3. Analizar en mayor profundidad el significado, la efectividad y la adecuada utilización de los tratamientos combinados (fármacos más psicoterapia), especialmente a la luz de sus efectos a largo plazo. 4. Reconocer y manejar el impacto que los sistemas de administración en salud han tenido –y, con toda seguridad, seguirán teniendo– tanto sobre la práctica como en la investigación en psicoterapia. 5. Evaluar críticamente los hallazgos de la investigación considerando sus fuentes de financiamiento, objetivos, relación con políticas públicas y, en definitiva, los conflictos de intereses involucrados. 6. Continuar el debate acerca de qué profesionales debieran ejercer el trabajo terapéutico y qué nivel de formación debiera exigírseles. Psiquiatría universitaria | 37