Leyenda de Sant Jordi Sant Jordi, caballero y mártir, es el héroe de una gran gesta caballeresca, que la voz popular universal sitúa en las lejanas y legendarias tierras de la Capadocia, pero que la tradición catalana cree que tuvo lugar en los alrededores del pueblo de Montblanc. Dicen que acechaba los alrededores de Montblanc un monstruo feroz y terrible, que poseía las facultades de caminar, volar y nadar y tenía el aliento fétido hasta el punto que, desde muy lejos, con sus bocanadas envenenaba el aire causando la muerte a todo aquél que lo respirara. Causaba estragos en los rebaños y las gentes y por todas aquellas tierras reinaba el terror más profundo. Las gentes pensaron de darle cada día una persona que le serviría como presa y, de esta manera, no causaría estragos a diestro y siniestro. Ensayaron el sistema y dio buen resultado; lo difícil fue encontrar quien se sintiera lo bastante aburrido como para dejarse devorar voluntariamente por el feroz monstruo y todo el vecindario concluyó en hacer un sorteo cada día entre todos los vecinos del pueblo y que fuera el azar quien decidiera quien sería librado a la fiera. Y así se hizo durante mucho tiempo y la fiera debía de sentirse satisfecha puesto que dejó de causar los estragos y calamidades que cometía antes. Pero un día quiso la suerte que fuera la hija del rey la destinada a ser pan para el monstruo. La princesa era joven, gentil y gallarda como ninguna otra y causaba mucho reparo tener que entregarla a la fiera. Hubo ciudadanos que se ofrecieron a sustituirla, pero el rey fue severo e inexorable y, con el corazón de luto, dijo que tanto daba su hija como la de cualquiera de sus súbditos y se avino a que fuera sacrificada. La doncella salió del pueblo y ella sola se encaminó hacia la guarida de la fiera, mientras el vecindario, desconsolado y cabizbajo, miraba desde la muralla como se dirigía al sacrificio. Pero fue el caso que, cuando hubo pasado la muralla, se le presentó un joven caballero, cabalgando un caballo blanco, y con una armadura dorada y reluciente. La doncella, horrorizada, le dijo que huyera deprisa, que rondaba por allí una fiera que, nada más verlo, lo haría añicos. El caballero le dijo que no temiera, que nada tenía que pasarle, ni a él ni a ella, ya que él había venido expresamente a combatir el monstruo, para matarlo y liberar del sacrificio a la princesa, así como la ciudad de Montblanc del azote que representaba tener aquel monstruo como vecino. Fue entonces que la fiera se presentó, con gran horror de la doncella y gran gozo del caballero, que la emprendió con el monstruo y de una lanzada lo dejó malherido. El caballero, que no era otro que Sant Jordi, ató a la bestia por el cuello y la entregó a la doncella para que ella misma la trajera a la ciudad, y el monstruo siguió manso y aturdido. Todo el pueblo de Montblanc, que había presenciado la pelea desde las murallas, esperaba ya con los brazos abiertos la doncella y el caballero y, en medio de la plaza, descargó todo su odio contra la fiera, de la cual muy pronto no quedó nada. El rey quiso casar a su hija con el fuerte caballero, pero Sant Jordi replicó que no la merecía; dijo que había tenido una revelación divina sobre la urgente necesidad de combatir el feroz dragón y liberar a la doncella, y con ella el pueblo de Montblanc, y así lo hizo. AMADES, J. Costumari català. El curs de l’any. Volum III. Barcelona, 1952. Pàg. 285288.