Comida en órbita

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Comida en órbita
Una empresa escandinava desarrolla un yogur sólido enriquecido por encargo de la
NASA para completar la dieta de las misiones espaciales
12 de mayo de 2004
JORDI MONTANER
Portada
La dieta consumida por los astronautas durante las misiones espaciales es algo más que una
extravagancia tecnológica. Algunos de los desarrollos y alimentos propuestos para alimentar
a la tripulación espacial en ausencia de gravedad están marcando la pauta de productos que
podrían distribuirse en tierra firme en unos años. Este es el caso de la empresa escandinava
Arla Foods, que ha convencido a la mismísima NASA de la necesidad de proveer el calcio y los
bífidos de la leche a los astronautas en sus cada vez más largos periplos.
Alimentos
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Sociedad y consumo
El Centro Espacial Comercial de
Tecnología de los Alimentos de la NASA
ha hecho público un acuerdo con la
empresa sueco-danesa Arla Foods para
desarrollar un programa sobre
aplicaciones de la leche y sus derivados
en futuras odiseas espaciales. El
programa Lacmos: leche cósmica, según
el sueco Carsten Hallund Slot (Arla
Foods), no sólo permitirá evaluar las
necesidades nutritivas de los astronautas
en viajes espaciales, sino proveer
también «fuentes de energía idóneas»
para expediciones de trekking o para
ayudas humanitarias en situaciones de
catástrofe.
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Sin gravedad, un astronauta es incapaz de beber leche de forma convencional. Debido a su
consistencia líquida, la leche flota alrededor del estómago y no consigue saciar la sensación
de apetito. Arla trabaja en productos lácteos de naturaleza sólida que, al mismo tiempo, sean
capaces de proveer la energía y los nutrientes de la leche.
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Helados, hortalizas y viajes espaciales
No hay parcela por pequeña que sea en todos los
EEUU donde no exista alguna nevera o máquina
dispensadora de helados. Puestos a echar en falta
algún producto típico, el helado sería, pues, el
alimento más añorado por los astronautas
estadounidenses en sus periplos orbitales. La continua
renovación de sabores y presentaciones, y la textura
cremosa y dulce de estos productos encandilan a
pequeños y mayores, pero en el espacio la cosa es
distinta. En una nave espacial, la energía necesaria
para deshidratar, rehidratar y conservar en frío los
helados supone no pocas pegas.
Búsqueda avanzada
La investigación de
alimentos en el
espacio busca,
además de nutrir a
los astronautas,
formas alternativas
de producción,
conservación y
nuevos alimentos
Sin embargo, ya mediados los años 60, los
laboratorios Natick –adscritos al Ejército–desarrollaron
un helado deshidratado especial para astronautas. Los
helados en cuestión presentaban en su composición una elevada cantidad de aceite de coco,
sólidos lácteos y azúcar, todo ello envuelto en una capa de gelatina. Sólo se llegaron a utilizar
en 1968, cuando los astronautas Wally Schirra, Donn Eisele y Walter Cunningham prepararon
con el Apolo VII el terreno a un alunizaje posterior. La cosa no prosperó.
La generación del Shuttle, conocedora del papel de la dieta en la salud general, depositó en la
NASA nuevas exigencias alimentarias. Manzanas, plátanos, zanahorias y apio formaron parte
por primera vez de una expedición orbital en 1983. Luego siguieron las naranjas, peras,
nectarinas, pomelos, uva y pimientos jalapeños.
Al parecer, los gustos y preferencias de los astronautas son los que acaban por marcar la
diferencia y, en este sentido, plátanos y naranjas acabaron por desecharse debido a que el
olor que producían acababa molestando a los tripulantes. En condiciones de microgravedad
se ha descrito que los olores pueden causar náuseas con mucha más facilidad que en la
gravedad terrestre. Asimismo, todas las frutas y vegetales destinadas a un vuelo espacial son
tratadas con cloro para prevenir infecciones y empaquetadas en bolsas sanitarias especiales.
Se sabe que los astronautas rusos, por su parte, tienen apego a las cebollas, los ajos y los
tomates, por lo que en las expediciones mixtas se pueden preparar auténticas ensaladas de
fantasía. Con todo, la seguridad manda y todos los vegetales tienen una caducidad limitada
de tres días. En las naves no hay neveras que permitan mantener estos productos en
condiciones durante más tiempo.
Sin nevera
Parece claro que los astronautas deben dejar atrás en sus viajes muchos de sus hábitos
regulares de alimentación, y uno de ellos es la afición por las bebidas hidrocarbonadas. De
nuevo, la culpa la tiene la gravedad, en el sentido que, sin ella, las burbujas de dióxido de
carbono se distribuyen caprichosamente en el líquido, tanto en su envase como en el
organismo y después de haber bebido. Por este motivo restan aliciente al refresco y pueden
causar incomodidad en el astronauta tras su ingestión. Vickie Kloeris, la responsable de los
programas de alimentación del Shuttle asegura que se han intentado distintas modificaciones
en las bebidas de soda para adaptarlas al transito espacial pero, de momento, «no hemos
dado con una fórmula aceptable».
De todos modos, incluso cuando se consiga un dispensador de bebidas carbohidratadas en
condiciones, las burbujas seguirían incomodando en el sistema digestivo de los astronautas y
dificultarían su trabajo.
LOS EFECTOS DE LA FALTA DE GRAVEDAD
El organismo humano está diseñado
para operar en condiciones de
gravedad terrestre, lo que obliga a
los médicos a no pocas peripecias
con sus pacientes astronautas.
Benjamin D. Levine, cardiólogo de la
NASA, explica que el sistema
cardiovascular humano dispone de
sensores barorreflejos y otros
mecanismos de adaptación para un
propósito esencial: transportar
oxígeno y nutrientes a todas las
células del organismo. «Para
sobrevivir en el espacio el secreto es
simple, debes llevar tu propio
ambiente contigo; si no, te
morirías». Ingenieros y fisiólogos
colaboran a diario en la NASA para reproducir en las naves y estaciones el mismo
ambiente de la tierra: presión, humedad, temperatura, proporción de oxígeno en el
aire respirado. «Todo igual salvo en un aspecto: no podemos llevar por equipaje la
gravedad de la Tierra».
El corazón debe apañárselas con la gravedad de forma un tanto complicada. «Cuando
estamos de pie el 75% de nuestra sangre se encuentra por debajo del nivel del
corazón, por lo que éste se ve forzado a bombear sin tregua; cuando no hay
gravedad, disminuye sensiblemente el esfuerzo del bombeo y el corazón se encoge»,
explica el especialista.
Los problemas vienen cuando los astronautas regresan a la Tierra. No podrían dar ni
un paso sin caer fulminados al suelo. «Durante el tránsito espacial, el músculo
cardiaco se ha atrofiado [siguiendo los cánones de la asombrosa adaptación de que
hace gala nuestro sistema cardiovascular], y al regreso tenemos que emplearnos a
fondo con medidas físicas y químicas de readaptación a las condiciones de nuestro
planeta».
En todo esto el calcio y sus canales desempeñan una labor fundamental. Se calcula
que un astronauta llega a perder un 10% de su masa ósea durante un año en el
espacio. Se sabe, además, que el proyectado viaje tripulado a Marte tardará
aproximadamente 2 años y medio en completar la trayectoria. Arla dispone ya de una
variedad de yogur fresco en cuatro sabores y unas barras de chocolate (preparadas
en colaboración con la multinacional chocolatera danesa Toms) para garantizar el
equilibrio cálcico de los astronautas.
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