Siglo nuevo NUESTRO MUNDO conociendo sin reparos el derecho de los marginados a expresar su inconformidad, me permito hacer a los defensores apasionados del grafiti y a los lectores de este artículo cuatro preguntas elementales que también me atrevo a responder. Hago sólo cuatro preguntas teniendo presente que Emmanuel Kant aseveró que toda la sabiduría filosófica podría sintetizarse en precisamente cuatro preguntas: ¿Qué podemos saber?, ¿qué nos cabe esperar de la vida?, ¿cómo debemos comportarnos?, ¿qué es el hombre? ¶ No creo que a los autoproclamados defensores de grafiteros les gustara encontrar su casa decorada con garabatos Por supuesto, mis preguntas nada tienen que ver con las del genial filósofo de Königsberg. Son en extremo simples y mis respuestas lo son aún más. Aquí van: 1) ¿Qué tanto se avanza en justicia social al rayar paredes y superficies?; 2) ¿Cuál es la riqueza estética aportada por los grafitis que vemos en nuestro espacio urbano?; 3) ¿Son de veras enemigos del pueblo todos los que se oponen al grafiti? y 4) ¿Le gustaría que los grafiteros pintarrajearan la fachada de su casa? He aquí mis respuestas que por su sencillez parecen dignas de la autoría del legendario Perogrullo: 1) La pobreza en nada disminuye a través del grafiti. Por el contrario, la gente con escasos recursos es siempre la más afectada. Los ricos tienen veladores y viven en colonias exclusivas altamente vigiladas y de acceso vedado a los grafiteros. Son los trabajadores que viven al día con sus exiguos salarios quienes descubren con absoluta impotencia sus paredes llenas de rayones. Basta darse una vuelta por los barrios para comprobarlo. 2) Admitámoslo: no abundan entre los grafiteros de nuestra comunidad genios como el neoyorkino Jean Michel Basquiat. Lo que predomina en las paredes que a diario vemos en nuestros trayectos son viles garabatos y letreros rudimentarios. De cuando en cuando, algunas empresas e instituciones estatales o municipales convocan a la comunidad a decorar paredes y es entonces que surgen trabajos con cierto valor artístico, pero en las obras realizadas furtivamente y a la carrera es muy difícil encontrar genuina belleza. 3) Es cómodo tildar de reaccionarios, ultraderechistas y conservadores a quienes se oponen al grafiti, pero sin duda abunda gente solidaria y con una visión social progresista que prefiere paredes limpias. 4) Francamente no creo que a los autoproclamados defensores de grafiteros les gustara encontrar su casa decorada con garabatos como los que predominan en paisajes urbanos poco vigilados. Muchos aceptan en abstracto lo que de inmediato rechazarían en concreto. Su progresismo rara vez permite que otros afecten su patrimonio. Bien pensado, que nos llamen reaccionarios y conservadores a quienes nos oponemos a decoraciones grafiteras no resulta tan ofensivo. Después de todo, ya es tiempo de reaccionar y decidirnos a conservar nuestro ambiente libre de esa contaminación visual. Correo-e: antonioalvarezm@hotmail.com Palabras de Poder Arrepentimiento y remordimiento Jacinto Faya ¡ Cómo quisiéramos no haber empezado aquello de lo que después nos arrepentimos! ¡Nuestros remordimientos atenazan nuestra alma con suplicios! El arrepentimiento es el pesar que sentimos por haber hecho alguna cosa o por haber dejado de hacer aquello que nuestra conciencia nos dictaba. El remordimiento, hermano de sangre del arrepentimiento, es el desasosiego y culpa que nos queda después de haber ejecutado una mala acción o por la omisión de no haber actuado de una determinada manera. El acusador arrepentimiento y el persecutor y pertinaz remordimiento ensombrecen nuestra alma, disparan su veneno de tristeza y cobardía en nuestros corazones y nos marchitan la sabia más rica de nuestra vitalidad. De una conciencia clara y limpia hacen un lodazal; de un corazón recto y fuerte hacen uno de laberintos y tan débil como un pétalo. Es tal la fuerza destructiva de la culpa que basta para enloquecer a una persona, mantenerla desasosegada toda su vida, o arrojarla a la negrura del suicidio. Shakespeare en su obra Bien esté lo que bien acaba, su personaje Lavatch se dirige a la Condesa y le dice: “He sido, señora, una creatura corrompida, como usted –y toda la carne y la sangre- lo ha sido, y por Dios que me arrepiento”. Generalmente pensamos que el corrompido no se arrepiente, pero esto no siempre es así. El corrompido es un vicioso que estraga, pervierte e impurifica; lo es siempre con plena conciencia del mal que causa. No se trata de un loco que no sabe lo que hace, sino de una persona que perfectamente distingue el bien del mal, pero su deformación moral y psicológica lo hace pensar, sentir y actuar de la peor manera. Shakespeare no se equivoca: el corrompido tiene pleSn • 45