LA HOJA VOLANDERA RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA Correo electrónico sergiomontesgarcia@yahoo.com.mx En Internet www.lahojavolandera.com.mx LA LEY HISTÓRICA DE LOS TRES ESTADOS Augusto Comte 1798-1857 Isidoro Augusto María Francisco Comte (nació en el mes de enero en la ciudad francesa de Montpellier; falleció en septiembre en París) después de concluir el bachillerato en el Liceo de su ciudad natal estudió en la Escuela Politécnica de París. Impartió lecciones privadas de matemáticas y practicó el periodismo académico. Comte es el fundador de la filosofía positiva, sistema considerado de los más influyentes en el siglo XIX. Esta doctrina se niega a estudiar otra realidad que no sea la sensible y su punto de partida es la ley histórica de los tres estados, según la cual el conocimiento humano está obligado a pasar sucesivamente por el estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; y el estado científico o positivo. En el campo de la moral la máxima positivista fundamental es: vivir para el prójimo. En México, con base en esta filosofía, el Dr. Gabino Barreda fundó la Escuela Nacional Preparatoria y, como apunta Leopoldo Zea, “fue una doctrina importada a México para servir directamente a un determinado grupo político”. Las obras fundamentales para conocer la doctrina comtiana son: Curso de filosofía positiva (1826), Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad (1827), Sistema de política positiva (1851), Catecismo positivista (1852). Por la naturaleza misma del espíritu humano, cada rama de nuestros conocimientos está obligada en su marcha a pasar sucesivamente por tres estados teóricos distintos: el estado teo- lógico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; por último, el estado científico o positivo. En el primero, las ideas sobrenaturales sirven para ligar el pequeño número de observaciones aisladas de que entonces se compone la ciencia. En otros términos, los hechos observados son explicados, es decir, vistos a priori, según hechos inventados. Este estado es necesariamente el de toda ciencia en mantillas. Por imperfecto que sea, es el único modo de unión posible en esta época. Por consiguiente, proporciona el único instrumento por medio del cual se puede razonar sobre los hechos, sosteniendo la actividad del espíritu que tiene necesidad, por encima de todo, de un punto de reunión cualquiera. En una palabra, nos es indispensable para poder ir más lejos. El segundo estado tiene por único destino el servir de medio de transición del primero al tercero. Su carácter es híbrido: liga los hechos según ideas que no son ya en absoluto sobrenaturales por entero. En una palabra, estas ideas son abstracciones personificadas, en las que el espíritu puede ver a su voluntad o el nombre místico de una causa sobrenatural, o la enunciación abstracta de una simple serie de fenómenos, según esté más cerca del estado teológico o del estado científico. Este estado metafísico supone que los hechos, cada vez más numerosos, han sido aproximados al mismo tiempo de acuerdo con las analogías más extendidas. Febrero 10 de 2002 El tercer estado es el modo definitivo de una ciencia cualquiera. Los dos primeros no estaban destinados más que a prepararlo gradualmente. Los hechos están ligados de acuerdo con ideas o leyes generales de un orden enteramente positivo, sugeridos o confirmados por los hechos mismos, y que con frecuencia no son sino simples hechos lo bastante generales como para investigarse en principios. Se procura reducirlas siempre al menor número posible, pero sin instituir ninguna hipótesis que no sea de una naturaleza comprobable algún día por la observación, y no considerándolas en todos los casos más que como un medio de expresión general de los fenómenos. CONCILIACIÓN POSITIVA DEL ORDEN Y DEL PREGRESO La razón pública ha de encontrarse implícitamente dispuesta a aceptar hoy el espíritu positivo como la única base posible de una verdadera solución de la honda anarquía intelectual y moral que caracteriza la gran crisis moderna. La escuela positiva, todavía al margen de tales cuestiones, se ha ido preparando gradualmente para ello. Afianzada en sus bases científicas y lógicas, libre, por otro lado, de los reiterados extravíos contemporáneos, hace acto de presencia hoy como la doctrina que acaba de lograr la plena generalidad filosófica de que hasta ahora carecía. Ante todo no se puede desconocer la aptitud connatural de tal filosofía para promover directamente la conciliación fundamental, en vano aún buscada, entre las exigencias recíprocas del orden y del progreso, puesto que le basta para ello extender hasta los fenómenos sociales una tendencia de su naturaleza y que ha hecho hasta ahora muy familiar en los otros casos esenciales. Para la nueva filosofía, el orden constituye siempre la condición fundamental del progreso, y, recíprocamente, el progreso viene a ser la finalidad del orden; en la mecánica animal, el equilibrio y el progreso son mutuamente indispensables, a manera de fundamento o finalidad. VIVIR PARA EL PRÓJIMO. EL ALTRUISMO El amor constituye un principio universal. El amor general de la humanidad significa la íntegra solidaridad. El amar al prójimo como a sí mismo y por Dios, no hace sino sancionar el egoísmo, dejando aparte la simpatía humana en general. Nuestra vida moral descansó exclusivamente sobre el altruismo. Al reducir la filosofía positiva toda la moral humana al precepto vivir para el prójimo, se limita realmente a sistematizar el instinto universal, después de haber elevado el espíritu teórico hasta el punto de vista social inaccesible a las síntesis teológicas y metafísicas. Por ello, vivir para el prójimo significa en cada hombre el deber continuo. Ya que la armonía moral descansa sólo sobre el altruismo, únicamente éste puede procurar también la mayor intensidad de la vida. La filosofía positiva se hace a la vez digna y verdadera, efectivamente, cuando reclama vivir para el prójimo. Esta fórmula de la moral humana, así, consagra directamente las inclinaciones benévolas, fuente común de bienestar y del deber. Fuente: Augusto Comte, “Ley histórica de los tres estados” en Clásicos de la pedagogía, antología por Sergio Montes García, UNAM-FES Acatlán, México, 2005, pp. 209-211.