IX Reunião de Antropologia do Mercosul 10 a 13 de julho de 2011 - Curitiba, PR GT65 Trayectorias Migratorias en el Cono Sur ENTERRADOS LEJOS DE CASA La celebración del Aya Markay Quilla (día de los difuntos) en el Cementerio de Flores de la Ciudad de Buenos Aires Pablo Mardones: Doctor © en Ciencias Antropológicas. Universidad de Buenos Aires (UBA). CONICET. Programa de Antropología Visual (PAV) / Universidad de Buenos Aires. INTRODUCCIÓN Desde la década de los ‘80, debido principalmente a las reformas neoliberales que se reprodujeron sin límites en dos décadas hasta las privatizaciones del gobierno de Sánchez de Lozada (20012003), las bolivianas y bolivianos abandonaron de forma permanente y Cementerio de Flores, Buenos Aires. 2 de noviembre sistemática el país1 siendo la Argentina el principal receptor. Esto ha generado desarraigo, rupturas familiares y situaciones de discriminación, racismo y xenofobia en los nuevos escenarios de acogida, así como al mismo tiempo reproducción de usos, costumbres y tradiciones, las cuales han tendido ha revitalizarse debido a la migración obligada; a la “emergencia indígena” que en el contexto de fortalecimiento de la identidades locales el mundo actualmente 1 según Jean Paúl Guevara uno de cada cinco bolivianos vive fuera de Bolivia o sea casi dos millones de personas, 2006. 1 experimenta, así como probablemente a una combinación de ambas (Mardones, 2010). Este trabajo descansa en dos ejes centrales. Uno está centrado en la reflexión en torno al estudio de las migraciones internaciones, particularmente respecto al simbolismo y significado que tiene para las comunidades de migrantes enterrar a un miembro de su grupo familiar en un espacio lejano a su lugar de origen, particularmente para una cultura como la aymara-quechua, para la cual el espacio de habitación es primordial y sustancial en su cultura material y cosmovisión (Montes, 1999). El otro eje, yace en la repercusión que genera la magnitud que en la última década ha adquirido la celebración del Aya Markay Quilla (Día de los Difuntos) en el Cementerio de Flores de la Ciudad de Buenos Aires, rito que, celebrado por unas cuantas familias pasó a ser protagonizado por cientos de ellas, en una apropiación colectiva de este espacio público en el contexto de una ‘revitalización’ de la cosmovisión andina experimentada en esta urbe. A partir de la formulación de estos pilares, abro algunos cuestionamientos: ¿Cómo se desarrolla en la cosmovisión andina un rito universal como es el del entierro de los muertos?, ¿Qué tiene de común y que de disímil éste con la cultural occidental?, ¿Cómo opera la diáspora en la transmisión de usos y costumbres culturales?, ¿provoca ésta la perdida de las tradiciones o por el contrario las refuerza? Esta investigación se inserta dentro de mi trabajo de campo de Doctorado en Antropología en la UBA, donde describo distintas actividades y sucesos de la migración andina en Buenos Aires, explicitando la existencia de un proceso de etnogénesis2 de dicha colectividad en esta ciudad, la cual, víctima constante de xenofobia y racismo, es paralelamente, identificada con la forma sacrificada y perseverante de su trabajo así como por el vigor e ímpetu de sus costumbres, tradiciones y ritos ancestrales, los cuales paulatinamente 2 El concepto fue acuñado por primera vez por William Sturtevant (1971) quien lo define como el establecimiento histórico de una distintividad grupal en términos étnicos. El propósito de su creación fue dar cuenta con mayor profundidad y argumentación del proceso histórico de configuración que diversas colectividades étnicas experimentaban como resultado de migraciones, invasiones, conquistas, fisiones y fusiones; cuestión que paulatinamente comenzaba a tomar protagonismo en la mesa de la antropología así como de los estudios culturales desde otras disciplinas. 2 van conformándose como parte constitutiva del patrimonio cultural de la Buenos Aires del siglo XIX. En este trabajo, como objetivo general me propuse identificar -a través del uso de herramientas audiovisuales- cómo y a través de que procesos la comunidad andino-boliviana (CAB) de Buenos Aires reconstruye y resignifica la liturgia de la celebración de los difuntos en el Cementerio de Flores, dando cuenta de la profundidad y complejidad del escenario en que se desenvuelven los y las andinas que entierran a sus muertos/as en una ciudad lejana a su lugar de origen. Los objetivos específicos fueron describir a través del uso de una o más cámaras de video el proceso de confección de la mesa ritual, los tantawawas (panes en forma de bebé) y otros elementos significativos, así como el desarrollo mismo de la celebración; relacionar elementos constitutivos del reconocimiento de los y las migrantes en el lugar de acogida (Buenos Aires) con la configuración de ritos propios que forman parte de su identidad como colectivo; Como hipótesis esbocé en primer lugar, que la visualización de material audiovisual referente a la celebración del rito del Aya Markay Quilla (Día de los difuntos) por parte de la colectividad andino-boliviana que realiza este rito, favorecería a fortalecer y consolidar el proceso de vitalización que esta ceremonia está experimentando en el Cementerio de Flores de Buenos Aires en los últimos años. Y en segundo, dentro del marco clásico de la etnográfica, que en el caso de la comunidad andina boliviana que radica en la Ciudad de Buenos Aires, la diáspora operaría como un reproductor de la tradición del ritual familiar y comunitario Aya Markay Quilla. I) ANTECEDENTES La bibliografía histórica que se encuentra respecto a esta celebración se remonta a Europa, de donde se origina esta fecha y conmemoración. La ‘supuesta’ cultura ágrafa de los pueblos indoamericanos así como el aniquilamiento cultural y material provocado por la conquista, nos privan de fuentes primarias que nos permitan saber el cómo y el cuando se constituyó este rito en América Latina, como se conformaba y finalmente como llegó a sincretizarse con la religión católica. El origen de la fecha del 2 de noviembre 3 se remonta a la tradición de los celtas, quienes realizaban un ritual conocido como el Samonis, el cual se hacía a principio del invierno del Hemisferio norte, con diversos festejos que concluían con "la fiesta de los muertos” que daba comienzo al nuevo año. Es muy probable que esta fecha, antes del calendario grecorromano, coincidiera con el actual comienzo de noviembre. “El Día de los Difuntos” es el día designado en la Iglesia Católica Romana para la conmemoración de los difuntos fieles. La celebración se basa en la doctrina de que aquella almas que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la visión beatífica. De esta forma, es posible ayudar a las mismas a alcanzarla a través de rezos y por el sacrificio de la misa. Por su parte, es reconocido que ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial, así sucede que los/as campesinos/as de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos, los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes (Enciclop. Española tomo I, pág. 906). Según The Encyclopedia Americana, “los elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos pre-cristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales, un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta. La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano” (1977, tomo 13, pág. 725). Por su parte, el libro The Worship of the Dead (La adoración de los difuntos) por su parte, señala a este origen al decir: “Las mitologías de todas las naciones antiguas están entretejidas con los sucesos del Diluvio. El vigor de este argumento está ilustrado por el hecho de que una gran fiesta de los muertos en conmemoración de ese acontecimiento se observa, no solo en naciones que más o menos se encuentran en comunicación entre sí, sino también en otras extensamente distanciadas, tanto por el océano como por siglos de tiempo. Además, todos/as celebran esta fiesta más o menos el mismo día en que, de acuerdo con el relato mosaico, tuvo lugar el Diluvio, a saber, el decimoséptimo día del segundo mes, el cual corresponde actualmente con noviembre (Colonel J. Garnier, 1904). Así que 4 estas celebraciones en realidad comenzaron para honrar a personas que por su maldad habían sido destruidas por Dios en los días de Noé (Gén; 7:11). Al revisar la Biblia, es posible corroborar que la práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. De hecho, el profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice: "En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo - oráculo de Yahveh " (Jeremías 34,5) a su vez en el libro 2° de los Macabeos esta escrito: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2 Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar los nombres de los/as vivos/as y los/as muertos/as por quienes se había de orar. En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los/as difuntos/as al día siguiente de Pentecostés. En tiempos de San Isidoro († 636) en España había una celebración parecida el sábado anterior al sexagésimo día antes del Domingo de Pascua (Domingo segundo de los tres que se contaban antes de la primera de Cuaresma) o antes de Pentecostés. En Alemania cerca del año 980, según el testimonio de Widukind, abad de la Corvey, hubo una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre, fecha aceptada y bendecida por la Iglesia. San Odilón u Odilo en el 980, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, colocó fecha a esta la celebración, siendo escogido el 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada "Conmemoración de los Fieles Difuntos". De allí se extendió a otras congregaciones de benedictinos y entre los cartujos; la Diócesis de Lieja la adoptó cerca del año 1000, en Milán se adoptó el siglo XII, hasta ser aceptado el 2 de noviembre, como fecha en que la Iglesia celebraría esta fiesta (Enciclopedia Católica, ed. 2008/ Día de los fieles difuntos). 5 En la actual América también se rendían culto a la muerte antes de la llegada de los europeos, y el hecho de que los misioneros cristianos, entre otras doctrinas de la iglesia, tuvieran que adoptar muchos de los ritos y símbolos indígenas para lograr su evangelización, generó a largo plazo la instauración de la fecha europea del 2 de noviembre para dicho fin. Actualmente, a un lado y al otro del océano, estos días se caracterizan por el recuerdo de los muertos y la visita a los cementerios, pero en cada país o región existen tradiciones. En diferentes México por ejemplo, se tiene la costumbre de visitar los sepulcros y realizar actividades cuasi-festivas: se ornamentan los camposantos; se rinde culto al árbol de la vida; se consumen calacas de azúcar o cabezas de esqueletos que llevan en la frente el nombre de quien recibe el obsequio y, finalmente, se recuerda a los familiares (Ibídem). En algunas comunidades indígenas mexicanas está muy arraigada la creencia de que en el más allá se otorga al difunto licencia para visitar a sus parientes que aún viven en el mundo terrenal; se trata pues de un huésped ilustre al que hay que agasajar y brindarle toda clase de atenciones. A las 12 horas de día 31 de octubre hasta medio día del 1º de noviembre se dedica el festejo a los y las niñas, poniendo en el altar alimentos como: espumoso chocolate, pan de yema, dulces, tamales y algo especial del gusto del angelito: Se riegan flores de la puerta de la casa al altar para que el niño identifique su hogar y como señal de bienvenida. El día 2 de noviembre a las 12 horas, se escuchan las detonaciones de cohetes en señal de que los angelitos se están despidiendo y se inicia el repique de campanas para el recibimiento de adultos. Los altares son adornados con papel de muchos colores, flores de cempasúchil, si el altar es para un niño se le ponen juguetes como carritos, muñecas, dulces etc. Las familias pasan largas horas trabajando en el altar, muchos de estos altares son considerados verdaderas obras de artes, ya que 6 reflejan el trabajo, dedicación y creatividad de la gente para ofrecer un buen altar. Los elementos que debe tener un altar son; cadenas de papel morado y amarillo que significa la unión entre la vida y la muerte; papel picado que da alegría de vivir; las flores son la bienvenida para el alma, la flor blanca representa el cielo; flor amarilla, la tierra y la morada el luto; velas que con sus llamas representan la ascensión del espíritu. También significan luz, guía del camino; lienzo blanco y nuevo que representa la pureza, el cielo. Las personas velan durante la noche en la tumba esperando que el espíritu de su muerto baje y disfrute de su ofrenda (Stoeltje, 1992). En Ecuador, las familias preparan para la ocasión diferentes platos especiales como la colada morada (especie de crema de maíz negro, clavos de olor, raspadura, babacos, moras, piñas, canela, hojas de arrayán, etc.), Guaguas de Pan (ver la foto), frijoles, arroz, tamal y carne de cuy (o cuy, roedor pequeño también conocido como cobayo ("el Conejillo de Indias"). Visitan cementerios como es el caso del poblado de Calderón en las afueras de quito; sobre las tumbas de los familiares se pone la mesa y los visitantes pasan todo el día en esta degustación popular y en estrecho contacto con sus seres querido (http://migranteecuatoriano.gov.ec/blogs/diadelosdifuntos/). En Bolivia, feriado nacional, prima la cosmovisión quechua-aymara, es por ello que muchas veces se usa el nombre de origen andino, Aya Markay Quilla (celebrando con los difuntos). El 1 de noviembre se realiza la vigilia, donde amigos/as y cercano/as visitan la casa de los/as dolientes, ingresan al lugar donde se encuentra la mesa de ofrendas con una actitud muy respetuosa, guardando silencio, quienes llevan sombrero se lo quitan antes de ingresar, muchos de ellos se persignan, rezan, coquean con el alma, colaboran con la familia ayudando a servir las bebidas convidadas durante la espera. El día 2 de noviembre, la costumbre es visitar a todos/as los/as familiares y amigos/as del fallecido/a a sus casas, allí todos comen algún plato tradicional, entre los que se impone aquel que fuera del gusto del alma homenajeada. Tras el almuerzo se empieza con el armado de un altar o mesa, la cual va a simbolizar una tumba. En ella se colocan una serie de símbolos hechos de pan (tanta) y en esa simbología es fácil encontrar un sol, una luna, la cruz, una escalera y bebés (wawas), etc. También se utilizan flores, frutos en flor, cañas, 7 juguetes, escaleras o voladores sujetados a hilos (por donde las almas descienden y ascienden al mundo de los vivos). No hay elemento sin significado; no se utiliza nada que no sirva para explicar el camino al mundo del más allá, aquel que está en el espacio (alaxsaya). En Buenos Aires, aunque con usos adquiridos en el nuevo contexto, se reproduce o intenta reproducirse esta tradición de forma exacta. Es así que el 1 y 2 de noviembre en el Cementerio de Flores, en el Sur-Oeste de la ciudad, miles de migrantes bolivianos celebran el Aya Markay Quilla, celebración que se conmemora desde tiempos inmemoriales en la región andina. En otros países, con menor tradición indígena y con mayor envergadura de aquella europea, como es el caso de Argentina y particularmente Buenos Aires, el 2 de enero es actualmente celebrado de forma tenue y respetando los enunciados litúrgicos tradicionales de la religión católica. En ese sentido, entran en contradicción las dinámicas pre-hispánicas, como las bandas de música, la exuberante comida, el alcohol y el ambiente animado, con aquellas donde prevalece la sobriedad en la vestimenta, la ausencia de alimentos en el cementerio y el silencio o en algunos casos bandas de música clásica. II) EL RITUAL DEL DÍA DE LOS DIFUNTOS Y SUS IMPLICANCIAS CULTURALES-SIMBÓLICAS La óptica del ritual que investigué se atañe a un fenómeno cultural perteneciente a los pueblos de raíz andina que integra el conjunto de celebraciones religiosas practicadas por estas comunidades. En palabras de María Cristina Yornet, “se exterioriza en forma paralela a la esfera de la religión oficial, siendo de por quienes la practican, estimada como una manifestación concreta de su religiosidad” (1996), se trata de un código compartido por miembros de una misma cultura, formado por conjuntos de conceptos, imágenes e ideas que les permite (a los individuos) pensar y sentir acerca del mundo, y por esto interpretar el mundo en modos similares, donde a pesar de las numerosas descripciones e interpretaciones tanto teóricas como empíricas acerca del ritual no hay aún un análisis que llegue a recuperar la significación que el ritual del día de las almas adquiere en determinado momento (Hall, 1997). 8 Existe una división –no taxativa- de creencias entre los/as residentes bolivianos/as de Buenos Aires que ejecutan este ritual. Mientras unos son creyentes del Cristianismo, por lo tanto en la práctica se presentan objetos que pertenecen a este culto (cruces, rosarios, etc.) y por otro lado, hay migrantes que se consideran como no católicos, los cuales creen en los valores de Residentes Orureños (Oruro, Bolivia) En el cementerio de Flores, Buenos Aires la cosmovisión andina, tales como la Pachamama (madre tierra quien da entrega todo lo necesario para vivir: comida, el agua, las flores para admirar su belleza, las hierbas medicinales para curar las enfermedades) o el Ayni (concepto que en una aproximación occidental se asemeja al de reciprocidad, refiriéndose –en una definición muy restringida- a la prestación de servicios para ser pagados de la misma forma). Ambas creencias se hallan sincretizadas, graficándose en la mesa de ofrendas, la simbología cristiana y la ancestral andina. La cerebración de la muerte es un rito universal de la humanidad. Desde las primeras definiciones de cultura -como algo propio de los humanos que no tendrían los animales- se caracteriza a la ritualidad fúnebre como parte de esas características que nos define como seres culturales. Aunque de maneras disímiles, el velorio, el entierro y la conmemoración de la muerte es algo que todas las culturas realizan; generando la negación de la misma, una situación de conflicto cultural. Como ejemplo, podemos observar los reclamos de los familiares de detenidos desaparecidos que, incluso teniendo certeza de su muerte, demandan la aparición del cuerpo de sus cercanos para poder llevar a cabo los ritos mortuorios que los mismos merecen. En el caso de la cosmovisión andina, esta conmemoración es sustancialmente disímil al de la sociedad occidental. En esta última, la muerte es vista como una perdida, experimentándose la ritualidad fúnebre con dolor y tristeza. Se trata de una celebración silenciosa, donde las personas se visten 9 de negro y donde se mencionan cosas admirables del difunto. Carente de un ambiente festivo, no suele haber música y la comida y bebida son complementos de menor relevancia. Los asistentes suelen concurrir por compromiso más que por voluntad, como un adeudo con el o la viuda, quien, por lo general, se halla en un estado de desazón y congoja. En la cultura andina en cambio, se concibe la muerte como un tránsito a otro plano de existencia, por lo que el fallecimiento no implica dolor para los/as allegados/as al/a muerto/a, sino que estos/a esperan con alegría recibirlo/a. Se trata de tiempos y espacios de particularidad cultural que suelen ser momentos de sentido vital y festivo antes que solemnes, momentos que definen pasos fundamentales en la vida de sus integrantes, aún cuando sean separaciones físicas definitivas como en la circunstancia de fallecimiento de miembros de la comunidad. En el idioma aymara no existe término para morir. Los difuntos no se fueron, retornan sus almas y están presentes, las almas vuelven en forma de tantawawa, en la construcción de mesas comunitarias, m´astaku, el apthapi”. De esta forma la muerte es entendida como un paso natural donde se conjuga el valor de dualidad (muerte vida) y de reciprocidad (ayni) entre vivos/as y muertos/as, donde la entrega de víveres y celebración hacia el difunto devolverán prosperidad y fortuna a los y las vivos. En su contexto oriundo, la zona andina, esta reciprocidad es traducida en términos de bonanza en la cosecha, en el contexto urbano, y aun más en el trasnacional, esta ritualidad, al igual que otras se manifiesta a partir de los nuevos tejidos sociales que se construyen (Vargas, 2005). Es así que en el Aya Markay Quilla, festejado el día de ‘Todos los Santos’ (1 y 2 de noviembre), las almas de los/as muertos/as vuelven para abastecerse de lo que preparan los/as vivos/as. Después de un periodo de restricciones, y en recompensa, el difunto ofrecerá en beneficio una abundante y rica cosecha. Como en otros, en este caso el ritual es constituido como un ‘evento social’, porque implica la participación en comunidad, donde las personas constan de varias alternativas para la participación (Stoeltje, 1992). En los preparativos para esperar la visita de las almas, generalmente las mujeres realizan las ofrendas de comida, mientras los hombres hornean el pan y la carne (de vaca, cabra). Las ancianas por su parte, preparan la chicha en 10 una habitación especial. Dentro de la interacción entran en juego distintos aspectos, de todos ellos, Georgina Soledad Torino, citando a Erving Goffman destaca la deferencia y el proceder, entendiendo a éstas como el medio simbólico por el cual se transmite una apreciación a una persona sobre ella misma, y tiene que ver con los rituales interpersonales (de presentación y evitación), donde mientras algunas parientes más cercanos se hacen cargo de ciertas responsabilidades, parientes más lejanos y menos inmiscuidos en el ritual, llegan el mismo día de la realización del ritual, siendo distinta la actitud que la viuda y/o círculo cercano al fallecido tendrá con respecto a ambos procederes (2009). III) EL CONTEXTO MORTUORIO ANDINO DE BUENOS AIRES La Ciudad de Buenos Aires cuenta con tres cementerios estatales3: El de la Recoleta, el de Chacarita y el de Flores. Desde la Dirección General de Cementerios dependiente de la Secretaría de Infraestructura y Planeamiento, Ministerio de Espacio Público del GCBA, el primero es caracterizado como uno de los cementerios más importantes del mundo por las personalidades que en él descansan (Evita, Domingo F. Sarmiento, Juan M. de Rosas, entre otros) y por su arquitectura. El cementerio de la Chacarita, por su parte, aparece descripto como uno de los más grandes a escala mundial, mientras que el de Flores es diferenciado como un cementerio ‘de pueblo’. El contraste es notable entre los barrios de emplazamiento de dos de estos cementerios: mientras que la Recoleta corresponde a uno de los sectores más exclusivos y acaudalados de la ciudad, Flores es un barrio –junto a Floresta, Liniers, Villa Lugano, Villa Soldati, entre otros- donde habitan clases medias y bajas entre las cuales la población migrante de origen andino (en su mayoría bolivianos de los departamentos altiplánico, peruanos serranos y argentinos del NOA) se encuentra fuertemente representada (Canelo, 2006). Tal concentración de migrantes en estos barrios del suroeste de la ciudad responde, tanto a la 3 En Argentina el tema de la muerte parece gozar de un espacio aun más preponderante que en otras latitudes, es así que algunos autores (Landrisini, 2008 / Eloy Martínez, 2008) plantean que en el país existe una necrofilia o necrolatría latente (se festejan mucho más las defunciones que los natalicios) donde el culto a la muerte se presenta como imperturbable en la conciencia social de los argentinos (Camarasa, 2009). 11 presencia de redes de parentesco, paisanaje y vecindad que facilitan el acceso al trabajo y a la vivienda en estas zonas (Benencia y Karasik, 1995), como también a la segmentación del espacio porteño en barrios donde la riqueza se distribuye en forma desigual, afectando tanto a migrantes como a nativos. Esto convierte al suroeste en la zona oficialmente reconocida como la más pobre de la ciudad, hacia la cual han comenzado a delinearse políticas públicas compensatorias específicas (Canelo, 2006). La investigación realizada por la antropóloga Brenda Canelo hace cinco años en el Cementerio de Flores es rica en descripción, por lo cual me apoyaré Cementerio de Flores. Buenos Aires en gran medida en ella para poder dar a conocer la celebración del Aya Markay Quilla en este espacio.Hace algunos años, particularmente el último lustro, en el cementerio de Flores se ha ido haciendo crecientemente manifiesta la existencia de prácticas fúnebres por parte de comunidad andino-boliviana, las cuales han tomado carácter masivo. La despedida de los seres queridos se lleva a cabo con bandas de música para luego ch´allar (libar) la tierra de las tumbas como forma de reciprocidad con las almas de sus muertos y con la Pachamama. Estos comportamientos fúnebres exceden el espacio del cementerio e incluyen comidas familiares y comunitarias durante los velorios y luego de los entierros, a los nueve días, al mes y al año (Vargas, 2005). Estas prácticas dispersas en el tiempo se concentran anualmente los dos primeros días de cada noviembre, en que las familias migrantes realizan espontánea y simultáneamente ciertas celebraciones en honor a sus muertos. Los días 1 de noviembre, Día de las Almas, las actividades se centran en las viviendas de los/as familiares de los/as difuntos/as donde se preparan “altarcitos” en mesas sobre las que se colocan ofrendas, figuras de masa (tantawawas), frutas, golosinas y bebidas, en torno a las cuales se come, bebe y conversa, a la espera de las almas de los difuntos. Al día siguiente, Día de los Muertos, se desarman esas mesas y se las traslada al cementerio, produciéndose la asistencia masiva de familias extensas que concurren a las tumbas de sus 12 difuntos con alimentos y bebidas con las que ch´allan la tierra, como parte de amplios procesos de reciprocidad y dependencia mutua. Es así que los días 2 de noviembre la imagen ofrecida en el cementerio de Flores contrasta notablemente con la registrada el resto del año. Hasta después del mediodía la jornada transcurre rutinariamente: pocas personas asisten individualmente o acompañadas, llevando pequeños ramos de flores y acercándose recogidamente a alguna bóveda, nicho o tumba donde permanecen durante tiempos variables en forma silenciosa, en ocasiones limpiando el pequeño ámbito y acomodando las flores. Pero hacia las tres de la tarde aproximadamente, comienzan a llegar (muchas veces en camiones o camionetas) grupos de personas más numerosos que hasta entonces cuyas rasgos, vestimentas, bultos y comportamientos modifican la apariencia habitual de ese espacio público. Rostros aindiados, faldas y largas trenzas, sombreros, grandes cestas y ollas con comida, gaseosas, cajones de cerveza, damajuanas con chicha, sillas, mesas, platos y vasos, sombrillas o toldos, conversaciones más animadas y en un volumen de voz mayor, niños corriendo y jugando, instrumentos musicales (guitarras, sikus, bombos, trompetas). Todo esto transforma en poco tiempo la fisonomía del cementerio. Distribuidos en distintos puntos del cementerio y en torno a tumbas en tierra, se concentran grupos de hasta unas veinte personas, algunas de las cuales se ubican en las sillas acarreadas, debajo de sombrillas que las protegen del sol. Mientras limpian las tumbas y colocan sobre las mismas guirnaldas y flores Tantawawas con formas humanas coloridas (con preponderancia del violeta y negro), bebidas, frutas, golosinas y tantawawas con formas variadas (humanas, animales, celestiales y mitológicas, con significados vinculados a la historia del difunto recordado), algunos miembros de cada grupo comienzan a repartir entre los presentes los alimentos y bebidas que transportaron (que fueron del agrado del fallecido), que se consumen tras ch´allar la tierra de la sepultura. Mientras esto ocurre, los asistentes rezan, conversan o cantan, para 13 lo cual solicitan la participación de músicos que circulan entre las tumbas ejecutando melodías para los difuntos homenajeados. Los saludos mutuos entre los asistentes, las visitas de unos a las tumbas donde otros se encuentran reunidos, las comidas, bebidas, rezos y conversaciones compartidas, las corridas de los niños de unas tumbas a otras, el recurso común a los mismos músicos, los referencias recíprocas acerca de quiénes están presentes y dónde, todo ello permite pensar que estas actividades componen un evento de importancia comunitaria, a diferencia de las conmemoraciones individuales o cuanto mucho familiares que se observan en este cementerio el resto del año (Canelo, 2006). La noche del 1 al 2 de Noviembre, las familias con mesas de difuntos son visitadas, y se recuerda y reza por ellos. A cierta hora la habitación donde se encuentra la mesa o mesas será cerrada, para que las almas puedan disfrutar de su festejo, y descender a probar las delicias realizadas por sus Tarkeada. Foto Renacer amigos y familiares. Las mismas podrán ser degustadas a través del olor que despiden las diferentes preparaciones, así es la forma como se cree que los difuntos prueban estos alimentos. Al día siguiente, las familias trasladan toda esta comida y bebida al cementerio donde reposan los huesos de los/as muertos/as, y allí parientes, amigos/as y vecinos/as en un convite ampliado, comparten las ofrendas de la noche anterior, donde los padrinos y madrinas de mesa encargados de distribuir todos los alimentos y bebidas de la mesa por igual a los invitados ubicados en un círculo alrededor de la mesa. En Buenos Aires las familias intentan replicar la usanza andina realizando particularidad que los puedan diferenciar como familias o comunidades. De esta forma, algunos hacen las mesas más grande o más pequeñas, adornan con elementos especiales o propios de aquí o también 14 colorean las tumbas. De esta forma, cuando se visitan las mesas de ofrenda de distintas familias que esperan alma nueva se puede reconocer de qué lugar es esa familia, aunque la mesa se arme en un lugar diferente al lugar de origen, la costumbre familiar se respeta. Por su parte, resulta interesante la preeminencia de una bolivianidad en el contexto de la ceremonia que trasciende la geografía de ese país, encontrando desde las colectividades más antiguas, como la cochabambina, las intermedias, la potosina, la orureña, hasta la más reciente, de La Paz-El Alto. La tradición y culto cambia según la zonas, aunque en términos generales en bastante similar. Mientras la migración paceña o alteña tiende a darle una mayor referencia aymara, prevaleciendo el nombre Aya Markay Quilla y el culto andino, la cochambina (quechua-mestiza) utiliza más el nombre Día de los Difuntos incorporando más elementos de la liturgia cristiana. Durante la celebración, las familias se relacionan entre sí recreando prácticas y tradiciones “litúrgicas – comunitarias – funerarias”, donde se ejerce una forma de reciprocidad andina, el ayni, en relación a los/as difuntos/as. En este contexto los elementos que se materializan esa mediación y relación colectiva son la comida familiar- comunitaria, y bebidas como la chicha, cerveza, vino, las cuales en estos contextos revisten carácter ceremonial. Las concepciones de los pueblos andinos sobre la vida, la muerte, la relación con los difuntos y la recordarlos, forma difieren de de la forma establecida tanto por la concepción de occidente como por la Reconocer presente religión esta en las cristiana. diversidad creencias Tumba de Don Manuel Remonte (oriundo de Oruro, Bolivia) fallecido en 2009. propias de los pueblos andinos constituye un avance muy importante en el ejercicio de promover el reconocimiento de los derechos de los y las migrantes en la sociedad receptora. Los rituales que se desarrollan durante la celebración de los difuntos 15 ejercitan la convivencia comunitaria mediante la revalorización de los valores andinos, resaltando la importancia vital que tiene la forma en que determinado colectivo de migrantes reconstruye y resignifica las prácticas culturales de sus regiones de origen. La presencia de algunos elementos que las familias utilizan durante esta celebración demuestra la consolidación de las relaciones aquí definidas como compadrazgo, reciprocidad y compromiso colectivo, a partir de hechos concretos de estas prácticas ceremoniales y rituales. Por su parte, el contexto migratorio genera nuevas pautas y el ineludible involucramiento de actores no andinos. Es así que este ritual mortuorio, al igual que otras ceremonias andinas, es también vivenciado por argentinos/as y miembros de otras colectividades que se envuelven en dicho proceso, cuestión que enriquece y estimula el patrimonio ancestral de estas tradiciones a la vez que impulsa un proceso intercultural en la generación de lazos de intercambio dentro de la pluriétnica sociedad porteña. CONCLUSIONES Para las comunidades de migrantes, especialmente para aquellas provenientes de culturas donde el territorio es entendido como el lugar donde se nace, se cultiva lo que se consume, intercambia o vende, el entierro de ‘sus’ muertos “lejos de casa” tiene una relevancia cardinal. Más allá de cada particularidad, muchas veces -sobre todo en los casos de fallecimiento naturalse trata de personas que inicialmente migraron, luego consiguieron trabajo y lugar donde vivir, para posteriormente traer a sus familiares, a veces a sus hijos/as, primos/as, en otros a sus padres/madres, tíos/as, y en varios a ambos, para finalmente fallecer. Algunos/as, han deseado en vida ser enterrados en Bolivia, la mayoría han sido enterrado en Buenos Aires, preferentemente en le Cementerio de Flores en el caso de los residentes en la Capital Federal. La necesidad de llevar a cabo “sus” expresiones culturales en un contexto migratorio por parte de la comunidad andina-boliviana radicada en Buenos Aires, ha operado como un reproductor de la tradición del ritual familiar y comunitario Aya Markay Quilla, proceso en el cual la visualización conjunta de material audiovisual utilizado durante esta investigación, ha colaborado a 16 intensificar mecanismos de empoderamiento en torno a la festividad que como colectividad desplieguan. ‘Despedir’ a un pariente migrante representa un cierre en el proceso migratorio, donde luego de nacer en Bolivia y vivir parte de su vida en Buenos Aires es sepultado en esta ciudad para volver cada año a compartir con sus vivos/as, migrantes y argentinos/as hijos/as de bolivianos/as. Al igual que con otras actividades rituales, el Aya Markay Quilla festejado por la comunidad andino-boliviana en el Cementerio de Flores se halla en pleno proceso de vitalización, en un sincrético juego de identificaciones andino-originarias y mestizo-bolivianas, donde algunas familias la incorporan en su proceso de autoadcripción a una etnia o nacionalidad originaria, mientras otras la re-vitalizan como parte de su legado estadonacional. Asimismo, se suma a la larga lista de apropiación de espacios públicos y revitalización de ritos, costumbres y tradiciones. Cito alguna en Buenos Aires: El nombramiento de la plaza Tomás Katari en octubre de 2007 izándose una whipala (bandera de los pueblos andino originarios) en la intersección de las calles Itaquí y Charrua en la zona conocida justamente como Charrúa en el barrio de Nueva Pompeya; El desarrollo e incremento del evento –Apthapi-Mathapi-Tink´u (encuentro) y el nombramiento del ‘Parque los Andes’ (Chacarita) como Parque temático de los Pueblos Originarios (Artículo 75 y a la Ley Nº 2263 de la Constitución Argentina); El notable crecimiento del Contra-festejo por el día de inicio de la conquista española en América, 12 de octubre; el cual comenzó a realizarse en el año 1992 con un pequeño acto en la Plaza Congreso y que hoy convoca a más de 3000 personas; El cambio de nombre a nivel legislativo (CABA), de la Plaza Virreyes por Tupaj Amaru a fines de 2010; La Conmemoración a Juan Bautista Condorcanqui enterrado el Cementerio de la Recolecta en diciembre de 2009; El Decreto de la Provincia de Buenos Aires (Nº 865) y la Ley de la Ciudad de Buenos Aires (Nº1550) que reconoce el año nuevo indígena (21 de junio) eximiendo a docentes y estudiantes pertenecientes a los pueblos originarios de asistir a la escuela al día siguiente de este festejo (Mardones, 2010); y un largo etc. El ritual andino-boliviano del Día de los Difuntos o Aya Markay Quilla, caracterizado por contar con bandas de música, exuberante comida, alcohol y ambiente animado, contrasta con el argentino-occidental, donde prevalece la 17 sobriedad en la vestimenta, la ausencia de alimentos y bebidas en el cementerio y el silencio o en algunos casos la presencia de música clásica. Dicha contradicción, que en algunos años se ha manifestado de forma violenta con desalojos por parte de la Policía, se representa a través de un discurso discriminatorio hacia el festejo por parte de las autoridades, combinado con una visión exotista con respecto a lo que sucede cada año el 2 de noviembre. La continua presencia ritual de la colectividad en un proceso permanente de apropiación de espacio público -como sucede con una de actividades, algunas guiadas por el calendario y otras que tienen que ver con reivindicaciones sociales y políticas- va paulatinamente generando una condición de reconocimiento y aceptación en el medio, la cual, aunque no armónica, tiende a legitimizar a la colectividad en su quehacer litúrgico-cultural. Dicho proceso es gatillado debido a la masividad que ha representado el culto a la muerte en los últimos años, cuestión que representa un eslabón más hacia el pleno reconocimiento de esta colectividad -víctima permanente de discriminación y xenofobia- que promete fortalecerse en el desarrollo identitario y en la permanencia de la tradición por parte de las segundas generaciones (portadoras de ambas nacionalidades), así como por el discurso “Pueblos Originarios” que estimula la reproducción de usos culturales indígenas. REFERENCIAS Bibliografía ARDÈVOL, Elisenda (1998) Por una antropología de la mirada. Revista de Dialectología y tradiciones Populares del CSIC L. Calvo, Perspectivas de la antropología visual Madrid, España. ARDÈVOL, Elisenda, (1998) Representación y cine etnográfico. Quaderns de l'ICA, núm. 10. ASCH, Timothy (1992); Del Cine y la Antropología. Universidad del Sur de California. Entrevistado por José A. González Alcalut. Revista Gazeta de Antropología. 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