IMPOTENCIA. FUNDAMENTOS PSICOANALÍTICOS Y CURACIÓN

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IMPOTENCIA. FUNDAMENTOS PSICOANALÍTICOS Y CURACIÓN
Susana Lorente Gómez
Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero Madrid
alejandramenassa@live.com
RESUMEN:
La impotencia frente a situaciones u objetos determinados, es uno de los motivos de consulta más
prevalentes en la clínica psicoanalítica por su importante implicación en las crisis sexuales, vitales,
económicas y sociales que afectan a los individuos. Los conflictos inconscientes, la ansiedad, el
estrés, la depresión, la culpa, han sido elementos que han contribuido a una degradación de la vida
erótica como única posibilidad para la obtención del goce sexual. El psicoanálisis dispone de los
instrumentos necesarios para construir en el psiquismo del sujeto otra sexualidad, otra vida.
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Desde la producción de la teoría psicoanalítica y específicamente de su objeto de conocimiento, el
inconsciente, el centro de la vida psíquica se ha visto desplazado de la conciencia. El inconsciente, a
partir del psicoanálisis, se constituye como una entidad que no sólo sobredetermina, sino que
también genera la conciencia. Una fuerza que proviene de un lugar diferente de donde acontece el
hecho, pero que tiene la capacidad de producirlo. Un nuevo nivel de objetividad que parte de los
efectos y no de las causas, del último efecto del trabajo inconsciente, que es el habla, es decir, lo
sexual. Una sexualidad que de esta manera deja de tener un sentido estrictamente coital o genital,
que tiene que ver con la relación con el ingreso en el lenguaje. Una ampliación del concepto con
una importancia fundamental en la vida de los hombres, que nos dice que en el ser humano, lo
sexual no solo tiene que ver con la procreación, sino con el trabajo, con el amor, con la escritura,
con el estudio, con las mujeres, con los hombres, con las conversaciones, es decir, con todo lo que
es tocado por la palabra.
Esta articulación teórica y la producción de esta nueva realidad a nivel de las ciencias psicológicas,
reunifica las instancias soma y psique que ya en el siglo V a.C. Sócrates formuló al decir "no se
puede curar el cuerpo sin actuar sobre el alma".
Sigmund Freud a partir de los estudios llevados a
cabo en las histerias desde el fenómeno de la conversión, y bajo la producción del concepto de
inconsciente, cuyas leyes son las del lenguaje, llega a la afirmación de que “nada se produce en el
sujeto sin la participación de su psiquismo”. Tanto es así, que el cuerpo para el ser humano,
también es una producción, está constituido por palabras, así como su proceso de enfermar, es
decir, las disfunciones sexuales están sobredeterminadas por procesos inconscientes.
De esta
forma, los cambios sociales, tal como la “liberación de las costumbres”, no han servido para
modificar estos trastornos de la sexualidad tan frecuentes, ya que liberar las costumbres no significa
liberar el deseo.
La sexualidad es algo que preocupa especialmente a las personas. Específicamente los trastornos
sexuales son padecidos, los han padecido o temen padecerlos entre un 20 a un 40 % de la
población, según las estadísticas.
No existe nadie que no haya pasado alguna vez y en algún
aspecto de su vida, por un momento de frigidez, impotencia o eyaculación precoz.
Y es que el
problema fundamental radica en que la perturbación en las funciones sexuales trasciende lo genital
hacia aspectos generales de la vida, es decir, las relaciones sexuales no son más que una de las
múltiples expresiones de la vida del sujeto, y una alteración de las mismas apunta a una manera
patológica de relacionarse con el mundo. Una frigidez afectiva puede imposibilitar poder manifestar
o sentir afectos hacia la pareja, una eyaculación precoz puede implicar no llegar a cumplir con los
pactos, una impotencia psíquica puede hacer que un escritor deje de escribir, un caminante de
andar, o no alcanzar el éxito cuando éste es esperado.
Y aunque Freud nos dice que lo normal de la sexualidad, está muy lejos de constituir una norma, es
decir, no podemos hablar de un ideal o de un estado completamente normal en cuanto a la
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sexualidad se refiere, también enfatiza en que existen diferencias cuantitativas entre lo “normal” y
lo que llega a ser patológico.
La función sexual se halla sometida a muy diversas perturbaciones, no solo sociales y orgánicas,
sino sobre todo psíquicas. Por ejemplo, la represión sexual a la que ha sido sometida durante siglos
la mujer podemos decir que ha contribuido al desarrollo de la frigidez o del vaginismo (contracción
involuntaria de los músculos de la vagina que llegan a impedir la penetración). Los problemas
orgánicos, tal como las estenosis vaginales o los procesos infecciosos como la vaginitis, que
producen dolor con la penetración, han contribuido al establecimiento de la frigidez. Pero tenernos
que saber que estas patologías pocas veces escapan de una sobredeterminación psíquica, tal como
Freud nos indicó.
El factor psíquico inconsciente ha hecho que la mujer se alinee con los designios sociales, ya que
socialmente no está bien visto que la mujer desee o que goce.
Así, hemos visto a una mujer
sometida al mantenimiento de su deseo insatisfecho, para no ir en contra de los supuestos altos
valores culturales y religiosos que le han supuesto una represión, no solo de su sexualidad genital,
sino sobre todo de su pensamiento, de su desarrollo en la ciencia, la sociedad, el arte, la cultura. Si
bien es cierto que para la mujer es mucho más imperiosa la necesidad de ser amada que de amar,
lo cual le supone una dificultad añadida a la hora de ponerse en una posición deseante, la mujer
tiene la posibilidad del trabajo y la construcción de otras frases que le posibiliten salir de ciertas
determinaciones, estereotipos o prejuicios.
Si el cuerpo está constituido por palabras, y está en
juego el goce y más específicamente su deseo, no es menester tener que esperar a que la sociedad
brinde a la mujer esta posibilidad del goce, el amor, el trabajo y la producción social, que a fin de
cuentas se constituye como la salida al confinamiento de lo erótico a la fantasía, es decir, a su
impotencia o también llamada frigidez. La tendencia de algunas mujeres con problemas de frigidez
a mantener secretas, por algún tiempo, relaciones que son totalmente lícitas o permanecer fieles al
amante, como un requisito de la prohibición del incesto interpuesta en tiempos pretéritos, es una
forma de seguir sin querer saber nada de su deseo. Pero ella misma tiene las herramientas, con
psicoanálisis, para lanzar su propia revolución, que como hemos indicado será la de su propia
sexualidad, junto a la construcción y la aceptación de su propio cuerpo, la aceptación de su
mortalidad.
En el caso de los hombres, a pesar de que socialmente está bien visto y hasta reconocido que él
desee, e incluso a pesar de sus deseos manifiestos de tener una relación sexual, vemos que también
la impotencia se presenta como uno de los trastornos sexuales más frecuentes. La impotencia se
caracteriza por la falta de erección que puede ser semicompleta o completa, o que con un grado de
erección aceptable en el momento de la penetración falta la misma. Por lo general este tipo de
problemas en su mayoría presentan el carácter de simples inhibiciones, tal como el displacer
psíquico, la falta de erección mencionada, la eyaculación precoz, la falta de eyaculación y la falta de
la sensación de placer del orgasmo.
Estas inhibiciones y específicamente la impotencia es la
expresión de una restricción funcional del “yo”, restricción que puede obedecer a muy diversas
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causas a nivel psíquico y/o orgánico.
En el caso de la impotencia debida, de manera secundaria, a factores orgánicos o patologías
médicas, tal como problemas vasculares, neurológicos, hormonales o urológicos, se han desarrollado
fármacos como el Viagra o Sildenafil, que han causado sensación entre la población de varones de
todo el mundo. El Sildenafil es un tratamiento sintomático que restaura la respuesta eréctil ante el
estímulo sexual sin causar erecciones en ausencia de este estímulo. Es un fármaco eficaz en cuanto
a que en el 69 % de los intentos de penetración, según las investigaciones, fueron exitosos con
dosis máxima hasta el 85 %, frente al 22 % en el grupo placebo. Sin embargo en el caso de las
impotencias psicógenas o mixtas no es lo suficientemente efectivo y se mantiene el problema, lo
que correspondería con un 29 % de los afectados por problemas de impotencia, de los más de
treinta millones de afectados en solo Estados Unidos Unidos, según los estudios realizados.
Tratar la impotencia como un síntoma aislado implica serias dificultades a la hora de la efectividad
de los tratamientos. No podemos dejar de considerar al ser humano como un todo, el cuerpo no
está desvinculado de la psique, y la psique tampoco del cuerpo.
La impotencia psíquica ataca a individuos de naturaleza intensamente libidinosa y se manifiesta en
que los órganos ejecutivos de la sexualidad rehusan su colaboración al acto sexual, estando en
perfecto estado orgánico y hallándose el sujeto fuertemente inclinado a la realización del acto. En
realidad la impotencia más que un síntoma como tal, en el que se produciría una modificación
extraordinaria de la función, o la sustitución de una función nueva, es una inhibición en donde el
sujeto renuncia a la función (no se lleva a cabo o se lleva a cabo con dificultad) a causa de que
durante su realización surgiría angustia, la cual es inconsciente.
La cuestión de la angustia es
crucial a la hora de comprender este tipo de patologías y pone en relación al erotismo con la muerte.
En el caso de las impotencias, aparece como reacción a una situación peligrosa, y se reproduce
cuando se da de nuevo tal circunstancia. El síntoma del impotente, bien sea dificultad o aniquilación,
para escribir, para andar, para tener relaciones sociales o sexuales, para amar, para trabajar,
podríamos calificarla como una huída frente a la inminencia de la angustia, por una situación que
considera inconscientemente como peligrosa. Pero ¿qué puede ser tan peligroso como para inhibir
funciones vitales, en las cuales están incluidas incluso las que por mandato de la especie son
ineludibles, tal como la procreación?
La vida sexual desde su inicio conlleva la relación con un otro que habla y que desea, con un otro
semejante y diferente. La relación del niño con el primer objeto de placer “el pecho materno”, deja
en él una huella, un “recuerdo”, donde la primera experiencia de satisfacción va asociada a la figura
materna. La figura materna para cualquier niño es causa inicial de su deseo, un deseo que a su vez
es interdicto, prohibido por el hecho de ser un objeto sexual al cual nunca va a poder acceder, pero
que simultáneamente será causa de deseos en lo real inconsciente. Objeto causa de deseo pero a la
vez de don de amor, donde la primera experiencia de placer también va asociada a una potencia
protectora sin la cual cualquier niño sucumbiría. La relación entre el niño pequeño y su madre, en
las ocasiones de alimentación y limpieza, suponen un peligro ante la insatisfacción
por el
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incremento de la tensión de la necesidad en el niño. Después de haber percibido y experimentado
cómo un objeto exterior suprime ese peligro, el contenido del peligro es la ausencia de la madre. El
niño da la señal de angustia, anticipando el temor de la insatisfacción. La angustia nace de su
impotencia biológica y psíquica y de su dependencia de la función-madre para sobrevivir. En este
momento la madre es omnipotente, fálica, inmortal, perfecta.
Una vez en la fase fálica y como consecuencia del Complejo de Edipo, la angustia de separación se
traslada al pene. La madre desvía su mirada de los ojos del niño, el padre simbólico aparece como
diferencia, perturbando la situación idílica del niño y la madre. Aparece la ley y la amenaza de
castración que el niño soluciona con la identificación con el padre y la renuncia al objeto incestuoso
que es la madre. El famoso complejo de castración se refiere entonces a el hecho de que el niño se
ve obligado a despojar a la madre de su omnipotencia, de su falo, paso imprescindible en la
constitución del psiquismo del ser humano, donde se establece la diferencia entre los sexos, un
hombre que se reproduce por sexuación y por lo tanto se constituye como un ser mortal.
Todo esto desemboca en una actitud ambivalente del sujeto con respecto al objeto amoroso, es
decir, hay una permanencia del conflicto ante la prohibición y la tendencia que constituye el nódulo
de la constelación psíquica de la neurosis.
El hombre que padece de impotencia dentro de su estructura de pareja, padece también de un
problema con su deseo, en el sentido que puede amar al objeto amoroso pero no lo puede desear
suficientemente. El individuo no disocia amor de deseo y en ese desencuentro se produce la falta de
erección, el miembro del hombre se transforma en un órgano infantil incapaz de cumplir su función
como órgano de goce. En los intentos fallidos de volverse a colgar de los brazos de su madre, de
reiniciar esa historia de amor, es decir, de no renunciar a esa creación que ni siquiera fue su madre,
sino una creación de su impotencia, el sujeto cree haber encontrado, inconscientemente, en la
pareja, un sucedáneo de lo que fue aquel primer objeto de goce y a la vez de amor, y amará de su
pareja en torno a la imagen de la madre nutriz, que por definición y por ley será un objeto amoroso
interdicto, prohibido. Ante este objeto amoroso imaginario el hombre es incapaz de amar y desear
al mismo tiempo a la mujer amada. Las dos corrientes cuya influencia asegura una conducta erótica
plenamente normal: la corriente “cariñosa” y la corriente “sensual”, no llegan a fundirse.
Es así como los hombres aquejados de este tipo de impotencia suelen desviar su carga libidinal
hacia otros objetos, personas que no le despierten el recuerdo de los objetos incestuosos prohibidos,
fuera del círculo familiar, sexualmente accesibles y degradadas. Esta es la única posibilidad, desde la
posición de la enfermedad, de obtener goce sexual para ellos. De esta manera, la inhibición de su
potencia viril depende de la cualidad del objeto sexual: el hombre muestra una apasionada
inclinación hacia mujeres que le inspiran un alto respeto, pero que no le incitan deseo sexual, y en
cambio, sólo es potente con otras mujeres a las que no ama, estima en poco o incluso desprecia.
En toda impotencia o en toda frigidez está en juego para quién es el síntoma, a quién se le ofrece
como ofrenda, y en este caso el perjudicado es el partenaire, al que inconscientemente se
“molesta”.
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Su amor es narcisista, y se ha fijado a un momento del desarrollo infantil en el que niega la
diferencia sexual, huye de la angustia generada por la amenaza de castración, que es en definitiva
la castración de la madre fálica, con tal de no llegar a aceptar una verdad: la condición de mortal del
ser humano. En realidad el temor del impotente no es ni a la potencia ni a la impotencia, sino a la
satisfacción de su deseo, una satisfacción que no encuentra completud en ningún subrogado
materno. Un temor que se suma a un sentimiento de ridículo y a la vez de culpa tras la falta de
erección frente a la mujer que aman.
Elegir amar a la pareja como se amó a la madre y resolver la impotencia deseando fuera de la
misma, no es una solución, en cuanto la etiología del problema persiste no solo en las relaciones
genitales sino en la vida en general.
Los medicamentos sintomáticos como la Viagra tampoco
solucionan los trastornos de las impotencias psíquicas. Reducir el estrés, el cansancio, el exceso de
trabajo, el complejo de inferioridad, la depresión, la ansiedad, el sentimiento de culpa, no es
suficiente para este tipo de pacientes que ven que a pesar de sus esfuerzos no logran dar solución ni
explicación a su problema. Si no hay un trabajo sobre los conflictos inconscientes que aquejan en
los casos de impotencia, no es posible la curación satisfactoria de la inhibición. Este trabajo a través
del psicoanálisis permitiría “aceptar” que existe un goce para el adulto que le está prohibido, lo que
implicaría un posicionarse de diferente manera frente a la ley, permitiendo tolerar la angustia que
inevitablemente constituye el medio del deseo al goce, una angustia que en el caso de la
impotencia, le conduce psíquica e inconscientemente a la idea de muerte, de la cual no quiere saber
nada.
En los problemas de impotencia es fundamental fusionar las corrientes “cariñosas” y “sensuales”, en
donde no existe la pareja perfecta, ni las “verdaderas relaciones sexuales”, ni la media naranja.
Cuando dos quieren ser uno, tener el orgasmo al unísono, cuando se hace lo que le gusta a uno
mismo en vez de averiguar lo que le gusta al otro, cuando es un goce compartido en vez de dos
maneras de gozar, cuando se niega el cuerpo tanto del hombre como de la mujer, se niega al ser
humano para seguir en la situación idílica y fantasmal de la inmortalidad. Parte de este trabajo
también es permitir la construcción de un cuerpo que es negado en la impotencia, aunque
anatómicamente tengan vagina o pene.
Sigmund Freud dice que lo que debe hacer un psicoanalista no es promover objetos de amor, sino
dejar expresar los objetos de deseo. Porque los objetos del amor pueden aplastar los objetos del
deseo y es justamente por eso que el sujeto está enfermo.
Desde el psicoanálisis se tratará
entonces de pasar del amor al deseo, ya que no se desean objetos sino deseos. Un encuentro
imposible donde “amar es dar lo que no se tiene a quien no es”, tolerar la diferencia, una sustitución
de la mutilación que ha sufrido el hombre por la pérdida del amor inicial, por la palabra. En lugar de
la angustia del goce, la angustia del deseo, de la creación.
Una simbolización que ha permitido al ser humano poner su narcisismo al servicio de las
producciones culturales y sociales, pero que desafortunadamente, y ya dicho por Sigmund Freud
hace más de 100 años, ha sucumbido a la impotencia psíquica que caracteriza la vida amorosa del
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hombre actual en la cultura. Los problemas en la sexualidad suponen una degradación general de la
vida erótica. Mejorar las relaciones sexuales es mejorar las relaciones sociales, nuevas frases, y esto
inevitablemente implica separarse de la madre, que quiere decir, dejar de atribuirle la perfección, la
potencia exagerada que ella nunca tuvo, que fue una atribución infantil por nuestra impotencia. La
propuesta es la construcción de otra sexualidad, una articulación entre el erotismo, el amor, la
mortalidad, el trabajo, la vida.
Los que no se animen a esta producción, correrán el riesgo de
quedar atrapados en las redes de su propia inhibición, la impotencia.
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Bibliografía
-
Freud, Sigmund. Obras completas.
“Sobre una degradación de la vida erótica” (1912)
“Las pulsiones y sus destinos” (1915).
“Inhibición, síntoma y angustia”(1925)
-
Menassa, Miguel Oscar.
“Freud y Lacan. Hablados. 1” (1998)
-
Menassa de Lucía, Alejandra. Rojas Martínez, Pilar.
“Medicina Psicosomática I. Cuestiones preliminares” (2005)
-
Revista de Psicoanálisis “Extensión universitaria”.
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