la tibieza - Josefinos de San Leonardo Murialdo

Anuncio
1
Acompañamiento vocacional
Josefinos de Murialdo
LA TIBIEZA
en el
AMOR
2
3
Se celebraba una fiesta de los Judíos y Jesús subió a
Jerusalén (Juan 5,1). Toda fiesta judaica es memorial de alguna
manifestación del poder de Dios a favor de su pueblo.
Probablemente se trata aquí de la fiesta de Pentecostés, que era
un recuerdo de la promulgación de la Ley en el Sinaí.
Para situar su relato, San Juan alude a un lugar muy
conocido en su época, y redescubierto en la actualidad, la piscina
de Siloé, que hoy puede visitar el peregrino cuando visita la
Tierra del Señor.
En medio de una deprimente multitud de enfermos
“ciegos, cojos y paralíticos”, estaba uno, también paralítico,
postrato junto a la piscina. Llevaba así enfermo 38 años. Este
hombre inválido, arrastrándose por el suelo, es el símbolo de la
más languidez espiritual. El Evangelista, al mencionar sus 38
años postración, nos está diciendo que ese hombre pasó en ese
lamentable estado casi toda su vida, sin poder valerse por sí
mismo, en una situación miserable de abatimiento.
En el lenguaje simbólico de la Biblia, 40 años significa
toda una vida. No es raro que para significar un largo período de
paz, o un prolongado reinado se diga que duró 40 años. El
pueblo escogido, recién liberado de la esclavitud del Faraón
hubo de pasar 40 años en la travesía del desierto, donde murió
toda la generación que había salido de Egipto, sin llegar a la
tierra prometida. En otras palabras, 40 años significa la duración
de una generación, el tiempo activo de una vida humana. Luego,
decir que ese hombre pasó enfermo 38 años viene a decir que
pasó así casi toda su vida.
Por lo demás, la enfermedad no era mortal, pero
suficiente para tenerlo sumido en una situación lastimosa e
impedirle el gozo de una vida normal. ¡38 años de impotencia y
de desánimo! Vivía junto al templo, donde muchos se curaban y
se aprovechaban de los favores de Dios. Parece que nuestro
enfermo había llegado a una situación de no poder ya aprovechar
de las ayudas de Dios…
Ésa es la situación del tibio. Vive en un estado de pecado
venial deliberado y de disgusto de las cosas de Dios. No comete
4
pecado mortal, pero tampoco disfruta del entusiasmo del amor.
Se habitúa a un estado de mediocridad, en el que renuncia a todo
esfuerzo para salir de ella y abandona todo deseo serio de servir
al Señor con plena fidelidad. No llega a despreciar la gracia de
Dios, pero se mantiene en una indiferencia tal que esa gracia no
llega a vivificar su vida interior. Es un estado de somnolencia
espiritual, en el que el tibio se conforma con lo mínimo
indispensable y necesario para no apagar la llama de la Gracia,
pero sin mayores esfuerzos ni compromiso. Una vida anémica
por la falta de alimento espiritual, si acaso una oración
mortecina, sin repercusión en la vida, poca delicadeza de
conciencia, que mantenga el alma en estado de alerta contra los
peligros, tolerarse fácilmente las faltas veniales a las que no se
les da mayor importancia. No quiere llegar a pecar mortalmente,
pero por su descuido culpable puede llegar un momento en que
ya no se sabe si en realidad hubo pecado grave. El alma del tibio
es como un campo abandonado en el que crece todo tipo de
maleza y de zarzas del orgullo, del egoísmo y de la sensualidad.
En sus antiguos días de fervor nunca hubiera deseado, ni
siquiera se hubiera imaginado, llegar a este estado de tibieza.
Nadie llega a un semejante estado así, de repente; ni a las alturas
de la santidad, ni a la bajeza del vicio y del pecado. En ambos
casos se da un proceso, un serio trabajo sostenido por la gracia
en el primero y un periodo de decadencia y de descuido en el
segundo.
Como una casa abandonada, que poco a poco se va
llenando de goteras, de grietas y de cuarteadoras, hasta que llega
a derrumbarse. Nada sucedió de repente, pero avanzaban los
daños sin que nadie se preocupase y nadie detuvo a tiempo la
ruina. San Alfonso describe como inevitable ese paso del pecado
venial habitualmente cometido a la desgracia del pecado mortal:
“El alma caída en la tibieza no cuida corregirse de sus faltas y
éstas, al irse multiplicando, la hacen insensible a los
remordimientos que llega el día en que se encuentra perdida, sin
que se hubiera percibido de ello”.
5
Tal vez es el caso del sacerdote que vivió
fervorosamente los años que precedieron su ordenación con la
ilusión de ser un sacerdote santo. Poco a poco, inmerso en el
trabajo pastoral, casi sin darse cuenta otras ocupaciones
distrajeron su atención y vinieron a ocupar el centro de interés.
Un día abandonó sus devociones preferidas, comenzó a
debilitarse su espíritu de oración, otro día no encontró el tiempo
para la liturgia de las horas, al llegar a la noche se sentía cansado
por el trabajo apostólico y se creyó dispensado del examen de
conciencia. En esa situación que se prolongó largos períodos,
con pequeñas interrupciones en la que trató de reaccionar,
finalmente se resigna a transigir con la fragilidad humana y a
quedarse en un nivel espiritual ínfimo. Los ideales de santidad
ya se habían esfumado. La delicadeza de conciencia de otra
época le parece ahora excesiva y hasta escrupulosa. Pasaron
meses sin acercarse al sacramento de la reconciliación. Su
conciencia estaba endurecida. Pero, cuando hubiera podido
reaccionar descubrió que era demasiado tarde. Su alma estaba
minada por una enfermedad grave, la enfermedad de la tibieza.
O puede ser el caso de un joven, como tú, que en sus
buenos tiempos fue tocado por la gracia del Señor y empezó a
vivir con gusto cerca de Dios, cada domingo no fallaba a su
Misa, incluso encontraba alegría de ser monguillo, le gustaba
escuchar la Palabra de Dios, abría la Biblia con frecuencia, se
acercaba al sacramento de la confesión, cuidaba mucho no
perder la amistad de Dios y su Gracia. En su corazón sentía un
deseo de servir a Dios y al los demás, quizás como sacerdote o
misionero… Luego algunos compañeros empezaron a hacerle
burlas, ya no rezaba todos los días, se dejó llevar por la pereza,
tanto (se decía entre sí) no es pecado…
Y se fueron esfumando los grandes deseos de santidad y
de servicio… Ese joven también se enfermó de tibieza, y lo
ideales de una vida joven de altura y de grandeza se cambiaron
por una vida cualquiera, sin importancia ni ideales.
Continuemos con el relato evangélico. Jesús, viéndolo y
sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: ¿Quieres
6
curarte? La iniciativa parte de Jesús, que pone el dedo en la
llaga. A ese hombre, que durante 38 años vive en la postración,
lo que le falta es la voluntad seria de salir de su estado. Jesús
quiere curarlo, pero quiere contar con su libertad. La pregunta de
Jesús podría ser formulada así: ¿tienes de veras voluntad para
ser curado?. Y el enfermo le responde: “Señor, no tengo a nadie
que me meta en la piscina cuando se agite el agua; mientras yo
voy, otro baja antes que yo”. La excusa es muy débil. El hombre
no tenía la voluntad de ser curado, no había hecho mucho
esfuerzo al cabo de tantos años. Otros muchos pusieron los
medios, se esforzaron, pero éste no ha hecho nada. Con todo,
ante la pregunta de Jesús confiesa su incapacidad.
Los Padres de la Iglesia han visto en la piscina de Siloé
una imagen de Cristo y lavarse en ella significaba sumergirse en
Cristo, para ser iluminado por él. Jesús le ofrece personalmente
de curarlo: “Jesús le dice: levántate, toma tu camilla y anda”.
Jesús no lo levanta, lo capacita para que él mismo se
levante y camine. De un hombre inutilizado, hizo de él un
hombre libre y capaz de valerse por sí mismo. “Inmediatamente,
el hombre se puso de pie, cargó con su camilla y echó a andar”.
El encuentro con Jesús transforma la situación de aquel
hombre, como transformará la del pecador.
TIBIEZA Y VIDA ESPIRITUAL
Una vez que hemos considerado el simbolismo espiritual
del paralítico del evangelio, podemos proceder a una reflexión
más detenida de esta enfermedad espiritual que es la tibieza y
que tanto estrago causa a la vida espiritual de cuantos la
padecen.
Para proceder ordenadamente, trataremos de profundizar
en la naturaleza de la tibieza, las causas que la originan, las
formas en que se puede presentar y los remedios para
combatirla.
7
NATURALEZA DE ESTA ENFERMEDAD
En cuanto a la naturaleza de la tibieza podríamos resumir
lo que ya hemos expuesto, diciendo que la tibieza es la
condición espiritual de quien se compromete a medias en el
servicio del Señor. Es un estado medio entre el fervor y el estado
de pecado.
La tradición de la espiritualidad cristiana enriquece este
concepto a lo largo de la experiencia, poniendo en relieve
algunos aspectos.
Evadio Póntico (años 345-399) la conoce como
somnolencia, astío, torpor del espíritu, pereza, indolencia,
disgusto por las cosas divinas, languidez y desaliento. También
la designa como el “demonio del medio día”, identificándola con
lo que dice el slamo 91. No hay problema, dice, cuando hace frío
a la sombra y hace calor bajo el sol; lo malo es cuando hace al
sol y a la sombra. La tibieza es como el calor que sobreviene en
las horas más cálidas, se hace pesado, hunde al monje en la
somnolencia y el embotamiento, a lo cual se añade el disgusto
por las cosas de Dios, la aversión por la vocación, hasta que
finalmente se despierta.
Casiano la llama “tedio del corazón”, un estado en el que
se estima inútil todo esfuerzo, vano todo progreso y se rehúsa
pasar del estado carnal al estado espiritual.
San Bernardo la presenta como un resabio del infierno,
un antegusto de la muerte.
San Francisco de Sales la considera un “enfriamiento del
alma en el amor de Dios”, una parálisis espiritual.
San Alfonso distingue dos clases de tibieza. Una
inevitable: montones de escorias espirituales, distracciones,
vanas curiosidades, manifestaciones de la debilidad humana, que
no ha perdonado ni siquiera a los santos. La otra, que debe ser
evitada y que son los pecados veniales deliberados. La verdadera
tibieza, la tibieza verdaderamente deplorable, es la de un alma
que cae en pecados veniales voluntarios, de los que se arrepiente
débilmente, y que no se pone cuidado por evitarlos, sin darles la
8
menor importancia. Lo propio de este estado NO es, como
algunos piensan, la aridez espiritual, la sequedad o la falta de
devoción, sino la familiaridad con el pecado venial.
CAUSAS DE LA TIBIEZA
Se puede decir que cada uno de los 7 vicios capitales ya
es en sí mismo una causa de tibieza, cuando encuentran un
medio propicio para desarrollar su virulencia. Y el medio
propicio es la acentuada disminución de Fe y de Amor a Dios, o
sea la generosidad constante de perseverar en escoger siempre lo
mejor en la vida, lo más digno, lo más santo, lo más alto.
El justo vive de la fe y esta se alimenta en la oración. De
ahí que la tibieza haya podido ser comparada con la tuberculosis.
Porque esta enfermedad es el resultado de una alimentación
deficiente e la presencia de un germen morboso. La alimentación
deficiente es la falta de oración y de la práctica sacramental, de
donde proviene el debilitarse de las energías espirituales. No
tardan en aparecer los gérmenes del ambiente mundano, las
inclinaciones de la carne y de la sensualidad, las negligencias en
el bien, la debilidad frente a las tentaciones y finalmente el
apego al pecado venial. Al tibio le interesa más complacer su
egoísmo, gozar del placer que le proporcionan los sentidos que
el agradar a Dios y cumplir su voluntad. Si no abandona al Señor
con culpas graves no es por motivos de amor, sino por el temor y
miedo de sentirse culpable de condenación. Y mientras tanto
vive en la línea divisoria entre el pecado y la gracia. El
organismo debilitado ya no tiene las defensas y es caldo de
cultivo para todos los microbios del espíritu.
Lo característico de la tibieza es la gradualidad del
proceso. Se comienza con repetidos descuidos en la oración,
negligencias en la guarda de los sentidos, no dar importancia a
las cosas pequeñas, poca delicadeza de conciencia, apego al
pecado venial… Y muchas veces la mente queda tan oscurecida
que se quiere a toda costa justificar para permanecer en tan
deplorable estado.
9
San Francisco de Sales compara al tibio a un árbol
sacudido violentamente por el viento, pierde todos sus frutos y
hasta las hojas, pero el árbol no se muere. Así es el tibio, e
vendaval de la tibieza lo despoja de todos sus frutos de bien,
hasta de sus mismas energías, pero se mantiene
fundamentalmente en gracia.
EFECTOS DE LA TIBIEZA
Toda trasgresión deliberada de la Ley divina, aún en
materia leve, constituye siempre una ofensa al Señor. Porque la
relación con Dios es eso: una relación de amor y de amistad, de
gratitud y de Fe, y nadie piensa que a la persona que nos ama y a
quien amamos se le puede ofender sin más, aún con pequeñas
ofensas… O sea que es una cuestión de amistad y de amor: todo
lo que ofende a una persona que me Ama y a quien yo amo es
ofensa y debe evitarse.
No es que con los pecados veniales se pierda la Gracia
santificante, o sea la amistad de Dios, pero causan siempre un
daño a la misma amistad, que se menora, y es un daño para el
alma. Todo pecado, aún pequeño, constituye una ofensa al
Padre, entorpece las relaciones de amistad con el Hijo y
entristece al Espíritu Santo que habita en nosotros. No puede
haber una vida espiritual seria mientras no haya una verdadera
delicadeza de conciencia y fervor de espíritu. Ése hábito de
pecado venial predispone a las graves caídas y dificulta la unión
con Dios, tan necesaria para la santificación.
La tibieza es la ruina de la vida espiritual, vacía el
corazón de consuelos celestiales, lo llena de tristeza y abre la
puerta a muchas otras tentaciones.
El afecto al pecado venial, a las “faltas pequeñas” no
extingue la caridad, pero la tiene como esclava, atada de pies y
manos, impidiendo su libertad de acción; ese afecto desordenado
nos priva de la intimidad espiritual con Dios y nos hace perder
los auxilios y las gracias interiores.
10
Uno de los daños más graves que causan la tibieza es
la ceguera del alma para ver los peligros que la acechan. Las
almas tibias necesitan del médico, pero no ven la necesidad de
llamarlo, su vida espiritual es tan lánguida y negligente que da
lástima.
El alma que cae en la tibieza no se preocupa por corregir
sus faltas, las cuales se multiplican e la hacen insensible a los
remordimientos, tanto que llega un día en que se encuentra lejos
de Dios sin darse cuenta…
REMEDIOS PARA EVITAR LA TIBIEZA
No es fácil encontrar remedio para la tibieza. Es más fácil
que un gran pecador llegue a sentir el remordimiento por sus
culpas, que un tibio tenga la conciencia y la voluntad de cambiar
vida.
Por eso que el Apocalipsis dice con claridad: “No eres ni
frío ni caliente, sino eres tibio; ojalá fueras caliente o frío… Por
eso te vomitaré de mi boca…”
Con todo, como por le paralítico del evangelio, siempre
es posible un cambio en la vida, cuando hay un verdadero
encuentro con Cristo Jesús vivo.
Una ayuda indispensable es un programa serio de vida
espiritual, que favorezca el celo por las cosas de Dios y
acciones claras de generoso servicio a los demás, sin escatimar
sacrificios al propio egoísmo o comodidad.
Otro remedio importante es la dirección espiritual,
hecha con frecuencia, humildad y sinceridad.
Un remedio necesario es una sólida vida de oración y de
delicadeza de conciencia. “Vigilen y oren para no caer en
tentación; porque el espíritu está pronto pero la carne es débil”.
Junto con la oración, se requiere la permanente y alerta
vigilancia para extirpar el pecado y nuestras tendencias
desordenadas. Sobre todo vigilancia sobre el egoísmo, el orgullo
y la sensualidad.
11
El examen de conciencia practicado con regularidad,
cada día, es una válvula de seguridad para la vida espiritual. No
basta, de hecho, la resolución de un momento de fervor, por
generosa y sincera que ella sea, para vencer la tibieza y el hábito
de un mal. Hace falta una repetida y constante voluntad de
vencer una mal hábito, a pesar de las caídas…
Un último y necesario medio de victoria sobre la tibieza
es el sacramento de la reconciliación, recibido frecuentemente.
El sacramento recibido con sinceridad y humildad aumenta las
posibilidades de morir al pecado y debilita progresivamente las
fuerzas de las pasiones desordenadas.
CONCLUIMOS con la llamada conmovedora que hace el libro
del Apocalipsis, dirigida a la comunidad de Laodicea: “Conozco
tus obras: no eres ni frío ni calientes; ojalá fueras frío o
caliente! Pero, porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente,
estoy para vomitarte de mi boca. Te aconsejo que compres oro
acrisolado en el fuego, vestidos blancos para cubrir tu
vergüenza y colirio para que unjas tus ojos y puedas ver”.
(Ap. 3,15-18)
Descargar