El legado de Fernando Soto Aparicio

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Letralia, Tierra de Letras
La revista de los escritores de habla hispana
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El legado de Fernando Soto Aparicio
Author : Marco Antonio Valencia Calle
Date : Domingo 28 de febrero de 2016
El inicio de todo
Nací de manera accidental en Soacha, Boyacá, el 11 de octubre de 1933. Resulta que mi padre
era funcionario judicial y fue comisionado a investigar un delito allá, y se acarreó a mi madre que
estaba en embarazo, pero a los pocos meses nos trasladamos para Santa Rosa de Viterbo donde
viví mi infancia, estudié y escribí mis primeros libros. Luego me casé y me vine a vivir a Bogotá. Mi
padre se llamaba Luis Arcesio Soto Martínez y mi madre Isabel Aparicio Meléndez. Ambos eran de
Santa Rosa de Viterbo.
Detalles de su biografía
Soy hincha del Barsa, me gusta el cine, la lectura, salir de turismo y el aguardiente sello azul. Mi
primera esposa se llama Ana Mancipe Hernández, nos casamos cuando ella tenía 17 y yo 16.
Tuvimos cinco hijos. Marta: doctora en psicología de la Sorbona de París; Jaime: médico
dermatólogo e investigador sobre leishmaniosis, y por lo tanto, viajero del mundo; Carlos Roberto:
pintor y escritor, decano de una Facultad de Ciencias de la Imagen; Liliana: antropóloga que
trabaja en un prestigioso colegio de Bogotá; y María Ángela, que es fonoaudióloga y trabaja en
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una clínica en Guadalajara, junto a Madrid.
Me separé. Luego vino Libia, una chica veinte años menor con quien sostuvimos una relación de
amor placentera y bella. Relación que terminó cuando me sentí viejo y le pedí que nos
separáramos porque no quería que se convirtiera en mi enfermera. Y amándola como la amo, le
pedí que se fuera y organizara su vida lejos de mí. No quise que padeciera el proceso de mi
tránsito a la vejez y todas esas cosas horrorosas que le pasan a uno cuando se nos comienza a
terminar la vida.
La formación de un lector
En mi casa había libros y revistas por todas partes, entonces llegué a los libros de manera natural.
Si un niño no ve a sus padres con un libro no sabe que los libros existen. Se suele cometer el error
de castigar a un niño poniéndolo a leer, y debe ser todo lo contrario, hay que premiar con libros, no
castigar con ellos.
Siempre escritor
Escribo desde que recuerdo. A la fecha he publicado sesenta libros de todos los géneros literarios:
poesía, cuento, teatro, ensayo, novela, libretos para programas de televisión, guiones para cine,
centenares de artículos especulativos y culturales para revistas del país y del exterior.
Lo que deja la escritura
Con la literatura, en los países latinoamericanos no se gana dinero, pero se gana un capital
infinito: el aprecio de la gente. El afecto y la amistad de los lectores son un capital maravilloso, y
tal vez, el mayor premio a un trabajo literario. El cariño de la gente para conmigo es inmenso, lo
puedo sentir.
Otros oficios
Para pagar el arriendo, la comida, los servicios... trabajé en otras cosas fuera de la escritura. Un
tiempo largo en la televisión como libretista, algunos años en la sala penal en Santa Rosa de
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Viterbo, en la diplomacia representado a Colombia ante la Unesco, y desde hace algunos años
como asesor en una universidad. Y me tocó salir a trabajar hasta hace poco porque, aunque
parezca inverosímil, a mis ochenta años, no tenía definido el tema de la pensión ni la seguridad
social.
Para qué leer
Colombia nunca ha sido un país de buenos lectores. Eso se debe a que en las escuelas usaron la
gramática para enseñar literatura y acabaron con ambas. La lectura de libros literarios es un placer
que educa por sí mismo. Habría que retomar conceptos como que leer nos permite viajes infinitos
por este mundo y otros mundos, por este planeta y otros planetas, por esta época y otras épocas.
Lectores virtuales
Hoy en día lo virtual es tan importante como lo real, son mundos complementarios. Para el estudio
y la vida moderna es una condición inevitable. Yo tengo una obra que no puede estar ajena a esa
virtualidad, y espero que un día esté toda en Internet.
Facebook
Atiendo mi cuenta de Facebook. Me gusta, aunque hay mucha basura, como en todos los medios
de comunicación, pero son más las cosas buenas que las superfluas. En Google hay más de 200
mil referencias a mi vida y a mi trabajo (en realidad más de 941 mil a diciembre de 2015). Claro,
hay muchas notas erradas, me adjudican títulos de libros que nunca escribí y premios que no
gané, pero el 80% es real. Hay casi cien videos sobre mis intervenciones públicas, lecturas de
poemas y grabaciones de entrevistas en diferentes espacios.
La pantalla en blanco
Soy un hombre disciplinado para el trabajo. Para mí, la página en blanco es una invitación a una
fiesta. Nunca tuve temor frente a la página en blanco. Aprendí primero a escribir en máquina que a
mano, y luego aprendí a usar el computador.
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La rutina del escritor
Concuerdo con Isaías Peña que escribir es como respirar. Tengo que escribir para sentirme vivo.
Mi rutina es trabajar en un libro e ir investigando sobre el próximo. Algunos críticos dicen que
escribo mucho, pero es mi manera de ser, y mi manera de contribuir a que la literatura nos haga
entender un poco más la vida. Ellos que opinen, que yo hago mi trabajo: escribir.
Obsesiones temáticas
No hay tema que a mis años no haya trajinado. Me interesan los derechos humanos, las
injusticias, los conflictos sociales, la esperanza, la mujer... considero que el escritor como vocero
de una sociedad muda y cobarde debe hablar de todos los temas que le inquieten a esa sociedad.
En mis libros pretendí contar la historia de América desde la literatura. Como escritor me interesa
asomarme al pasado y al futuro de la vida misma. Y desde mis libros aspiro a dialogar con mis
lectores de frente sobre temas de política, religión, sociedad, etc.
Los reconocimientos
Tengo la fortuna de haber recibido numerosos homenajes en vida, que es como se deben hacer.
Tengo seis doctorados honoris causa otorgados por universidades de Estados Unidos, Argentina,
Italia y tres en Colombia. Hay seis colegios en el país que tienen mi nombre, el más reciente es un
colegio enorme que tiene cuatro sedes y más de cuatro mil alumnos, y es muy curioso, porque el
distrito tradicionalmente le pone nombre a sus instituciones de escritores ya fallecidos, y por lo
tanto, es un triunfo de la comunidad educativa que pidió colocarle mi nombre... aunque, claro
(risas), eso es como una voz de alarma para decirme que ya pronto, del más allá, me van a llamar
a relación.
Un busto en Duitama y otro en Santa Rosa de Viterbo
Son cosas maravillosas que me pasan, al igual que las invitaciones a encuentros con escritores en
todos los rincones del país, o los llamados a participar en conferencias y conversatorios en
colegios y universidades, o las ferias donde voy a firmar libros. Esos detalles son una manera de
reconocer que realicé una tarea y me quedó bien. Y bueno, allí quedan los más de sesenta libros
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que he publicado como testimonio de mi paso por la Tierra. Y cuando calle, mis libros hablarán por
mí. Pero sin duda, el mejor premio que recibí es la fidelidad de mis lectores en cincuenta años de
carrera literaria.
El museo Fernando Soto Aparicio
Siempre quise tener una pared para colgar mis diplomas y condecoraciones, y juré que nunca las
colgaría en una pared que no fuera mía y esa maldita pared nunca la tuve. Entonces, tengo como
cien diplomas en una caja de cartón debajo de la cama esperando tener una pared mía, porque la
única tierra que yo tengo es la del ombligo y todas las mañanas se me rueda en la ducha. La
Universidad Nueva Granada está construyendo en la sede de Cajicá un sitio especial para poner
todo eso, y esa benevolencia para mí es un descanso porque, si uno se muere, ¿la familia qué
hace con todo eso? Entre todo lo que tengo hay sesenta mecanoescritos que la universidad va a
manejar con mi hijo escritor que tiene los derechos de autor.
Las traducciones
De los libros publicados hay algunos traducidos al chino, al ruso, al serbocroata. Y es curioso, pero
no hay un libro mío, que yo sepa, traducido al inglés o al francés.
La rebelión de las ratas
Ese es mi libro más conocido, pero tengo veinticinco o treinta novelas más importantes que esa en
todo sentido. Lo que pasó y sigue pasando es que los profesores de español y literatura son muy
perezosos y se quedaron anclados en la lectura de un solo libro de mi autoría. Ese es un buen
libro, claro que sí. Para escribirlo me convertí en minero por mucho tiempo. Y sin duda es mi libro
más traducido y más editado. Un libro que se ha convertido en un símbolo y un motivo para hablar
sobre la justicia social. Ahora hay un grupo de profesores de la Universidad Nueva Granada,
donde trabajé en estos últimos años, que tienen el proyecto de hacer una edición especial de ese
libro en asocio con la editorial Panamericana, que es quien tiene los derechos, con testimonios de
mineros de carbón de todo el mundo.
Lecturas cotidianas
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Estudié hasta cuarto año de primaria de manera formal, pero desde que salí del colegio no hice
otra cosa distinta que leer, que en sí mismo es estudiar. Toda la vida la dediqué a leer sobre
temas que tenían relación con el humanismo, sobre el tránsito del hombre por este mundo, por la
manera de preguntarse de dónde viene y para dónde va. Toda mi vida fue estudiar y estudiar, o
mejor: leer y leer.
Un libro autobiográfico
Cada escritor es un mundo, y cada libro es una manera distinta de ver el mundo. La Demonia, un
libro que habla sobre la prostitución de los medios de comunicación, es sin duda el libro que más
se parece a mí.
De escritor a profesor
Trabajé hasta hace poco como profesor en la Universidad Militar Nueva Granada. Y mi
preocupación fue enseñar a mis alumnos, que ya eran gente mayor, a pensar en mejorar la vida, a
ser mejores seres humanos. A que todas las mañanas se miraran al espejo y se preguntaran si
estaban contentos consigo mismos, con lo que hacen, con lo que proyectan, con lo que han
logrado. Y que si tenían ganas de darse un par de cachetadas por sus errores es porque tenían
conciencia, y cuando hay conciencia es porque las cosas se están haciendo bien.
Sobre la educación
La educación de antes era la educación de las respuestas y la certeza. En la actualidad es la
educación de las preguntas, y la duda es el gran motor del conocimiento. La educación de antes
era un monólogo espantoso y la de ahora un diálogo constructivo entre el profesor y el alumno. En
educación hemos avanzado bastante, pero nos falta muchísimo. Hace poco el Congreso aprobó
que se incorporara “la Cátedra de la Paz”, yo estuve abogando por eso durante muchos años, y
hace falta todavía otra cátedra que se llame “la cátedra del amor”. Un estudiante puede ser
especialista en botánica, pero si no sabe de la paz ni del amor es una amenaza social.
La Cátedra de la Paz
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No se puede crear una generación de científicos sin alma, de monstruos educadísimos como
decía un director de la Unesco. Lo más importante de una persona no es ser un científico brillante,
sino un ser humano que respete a los demás y se respete a sí mismo. Y ya luego, si puede
ayudarnos a mejorar el mundo, se lo agradeceremos.
La enseñanza de la literatura
Insisto en que usar la literatura para enseñar gramática es un error gravísimo. La gramática es una
ciencia como las matemáticas... Y la literatura es todo lo contrario, una invitación a romper todos
los moldes. Recuerdo que en mi cuarto año de primaria me pusieron a leer la página catorce de La
marquesa de Yolombó para buscar en ella los adverbios de tiempo y de modo, ¡espantoso! Y creo
que todavía en algunas partes se sigue enseñando de la misma manera. Acabar con la literatura
en función de la gramática es un error terrible.
Los talleres de escritura
Cada libro tiene su propia metodología, cada escritor tiene su propio sistema, y eso es lo que le da
la magia a la literatura. Leer es el secreto.
Consejos para jóvenes escritores
El que no lea jamás podrá escribir ni siquiera una carta. Yo no tengo ni idea de ninguna norma
gramatical u ortográfica, pero en mis páginas no cometo un error porque aprendí a escribir
leyendo. Fui lector precoz y, hasta hace poco, lector de dos libros semanales. Escribir es posible y
es una cosa absolutamente maravillosa. Siempre que empiezo un nuevo libro considero que no he
escrito nada antes de ese libro, porque cada experiencia es nueva y extraordinariamente
rejuvenecedora.
Los editores
No permití nunca que un editor le quitara una coma a un libro mío; mi primera novela, Los
bienaventurados, ganó un premio mundial en Madrid en 1960 y me dijeron que le iban a poner un
corrector de estilo y les dije: “Renuncio al premio”. Los correctores de estilo me merecen todo el
respeto imaginable, pero no tolero uno ni siquiera a treinta kilómetros de distancia. No hay
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posibilidad de que un buen lector sea mal escritor.
Los críticos literarios
Los críticos literarios también tienen mi respeto como toda la gente que hace su trabajo. Los
críticos están para criticar. Al principio de mi vida como escritor me hicieron sufrir, pero luego dejé
de manera respetuosa que hicieran su trabajo. Ahora pueden decir blanco o negro... que, a mi
edad, no me importa.
Los derechos de autor
En general me llevé bien con los diferentes editores que tienen la representación de mis libros.
Eso sí, debo decir que la literatura no me dio riqueza monetaria. Con las regalías de toda esa
cantidad de libros que escribí en cincuenta años, que se siguen vendiendo, me compro en el año
un vestido no muy bueno y sin chaleco, porque no alcanza para el chaleco.
La sed del agua
En la feria del libro del año 2015 presenté el libro La sed del agua, un libro extraordinario y
diferente a lo que se ha escrito en este mundo. Tiene cuatro personajes, un niño de las estrellas
(hijo de una alienígena con terrícola), la Pacha Mama (la madre tierra de los incas y los mayas), y
dos chicos adolescentes que están buscando cómo vencer el odio. El odio tiene acabado el
mundo, es el que mueve las guerras, el que mueve las discordias, el racismo, los
fundamentalismos, todas esas cosas tremendas que están acabando con el mundo. Entonces
esos cuatro personajes emprenden la búsqueda de una fórmula para acabar con el odio y recorren
una serie de espacios sin que haya ninguna limitación de tiempo y de lugar. Al final encuentran
que la única manera de vencer el odio es con el amor que está en el fondo del corazón de cada
persona. Es un libro símbolo para rescatar los valores y resaltar la importancia en el amor de los
seres humanos. En fin, es un libro que se sale de cualquier molde y recomiendo leer.
Bitácora del agonizante
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Este libro tenía el título previo de Ellas y yo, porque es la historia de mis mujeres. No las mujeres
reales, que también aparecen ahí de alguna manera, sino las mujeres de la imaginación y la
creatividad que me acompañan siempre. Es un censo riguroso a través de esos sesenta libros
donde hay más de doscientos veinticinco personajes femeninos, y el libro cuenta cómo se
formaron esos personajes. Es una cuestión muy explicativa de mi trabajo literario donde la mujer
es protagonista por excelencia y es lo que mejor le quedó a Dios en ese proceso de armar el
mundo. Las mujeres como personajes literarios son de gran riqueza interior para la maldad, para
el pecado, pero también para la gracia y la salvación. Me sé el nombre de todas ellas. Ahora en 64
textos de prosa poética develo mis preocupaciones por el misterio de la vida.
Tal vez sea el último libro publicado por mi editorial, pero no es mi último por escribir. Yo quiero
morirme frente a un computador, o si hay una hoja cerca, no la voy a dejar en blanco. Y de verdad,
quisiera escribir muchos más. Tengo un montón de libros en la cabeza.
Umbral para la entrada
Prólogo del libro Bitácora del agonizante, de Fernando Soto Aparicio
Panamericana Editorial, noviembre de 2015
Las mujeres que iluminaron los pasos de mi vida son las mismas que están acompañándome en
los pasos difíciles de mi agonía.
Esas mujeres son centenares, y viven en las páginas de mis libros. Desde ese lugar privilegiado, a
donde no llega el olvido, han alumbrado los rincones oscuros de millones de lectores, se han
compenetrado con ellos, se han incorporado a la realidad de la ficción, que es más trascendental
que la realidad de lo cotidiano.
Con el paso del tiempo, las personas se van desdibujando. Pero los personajes de los libros son
eternos.
Ellas entonan mi canto con el mismo resentimiento, la misma resignación y la misma amargura.
Están acompañándome en la desesperanza y la maldición, en la esperanza y la blasfemia, en el
padecimiento y el llanto silencioso y escondido. Ellas se quedan sentadas a la orilla de mi lecho en
las noches interminables del sufrimiento, y descorren las cortinas del cielo para que amanezcan
los minutos de la conformidad y la confianza.
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Esas mujeres que nacieron de mi costumbre de mirar todas las dimensiones de la vida, de mi
disposición para oír millares de confidencias y de frustraciones; esas mujeres que son la suma y la
multiplicación de mujeres de carne y hueso y alma y pasión, que hacen a diario una existencia
anodina y que de repente cobran perfiles que las convierten en heroínas o mártires; esos seres
profundamente valiosos, cálidos, cercanos, idealizados y fraternos, contradictorios y magníficos;
esas mujeres que desde las páginas de mis libros se han convertido en símbolos, en
representación viva de todos los pecados y todas las virtudes, son las que ahora me ayudan, me
sostienen, me animan, lloran a mi lado, y conmigo esperan aun cuando ya no queda una
esperanza.
La muerte y la vida son hermanas gemelas, que avanzan de la mano. La una no existe sin la otra.
Vemos a la vida como un amanecer permanente, una cosecha de duraznos, la clarinada de los
gallos en el comienzo de la alborada, el primer beso que nos sacude cuerpo y alma. Y a la muerte
como un foso oscuro en cuyo fondo no sabemos si existe el agua; o un túnel que puede tener una
entrada pero que quizá jamás podrá tener una salida, o un adiós que no tendrá retorno, o una
noche para la que no existirá la madrugada.
Morir es lo más cierto de la vida. Pero no es justo que para llegar a la muerte se obligue a los
seres humanos a un sufrimiento desmedido. ¿Qué sentido tiene el dolor? Ninguno: es absurdo, es
abusivo, es una maldición que no debe caerle encima a una persona indefensa. Morir debería ser,
para el que muere, tan fácil como nacer, para el que nace. Después del nacimiento queda el
milagro maravilloso de la vida. Después de la muerte, ¿qué? ¿Y para qué esa antesala pérfida y
sádica del dolor?
Me ha tocado (no en suerte; tampoco sé si en desgracia) una de esas enfermedades irreversibles
y perversas. Pero voy a vivir hasta el último instante, hasta el aliento final, hasta el postrer destello.
¿Después? No sabremos, nunca sabremos, si habrá un después.
En cada uno de los Salmos que jalonan este peregrinar por un almanaque de dolores y rebeldías,
de un inevitable conformismo y de la rabia sorda y resentida del que sólo nació para empezar a
morir, he colocado la voz de una o de varias de las mujeres que surgieron de mi imaginación, y
que fueron afirmando su vida en cada una de las novelas, los cuentos o los poemas que escribí. Al
comienzo de cada Salmo hago de cuenta que lo declaman las mujeres que han sido mis
compañeras, cómplices, confidentes, amantes, hermanas. No figuran todas —en realidad, esas
presencias femeninas que sostienen el peso dramático de los 70 libros que he publicado son más
de trescientas. Pero estas voces elegidas sirven para acompañarme en los días grises y
melancólicos —y nostálgicos, porque nostalgia es una de las palabras más bellas de nuestro
idioma— de mi agonía.
Ellas —las mujeres y las páginas— son lo que va a quedar de mi paso por la Tierra.
Con eso, es suficiente.
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