La segunda resurrección de Abbado en Lucerna

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La segunda resurrección de Abbado en Lucerna
Lucerna, 18.08.2005. Konzertsaal. Renée Fleming, soprano. Lucerne Festival Orchestra. Claudio
Abbado, director de la orquesta. Alban Berg: Cinco lieder orquestales op. 4 sobre textos de postales
de Peter Alternberg; Franz Schubert: Tres lieder para soprano y orquesta: Nacht und Träume –Noches
y sueños– D 827 (orquestación de Max Reger); Die Forelle –La trucha– D 550 (orquestación d e
Benjamin Britten), Gretchen am Spinnrade –Margarita ante la rueca– D 118 (orquestación de Max
Reger); Gustav Mahler: Sinfonía nº 7.Festival de Lucerna. Aforo: 1800; ocupación: 100%
Pablo-L. Rodríguez
Un año más, el Festival de Lucerna se convierte en uno de
los centros musicales del verano. Si el año pasado el tema
del mismo fue la libertad, entendida como libertad
artística, este año el festival apuesta por otro gran motivo
conductor, Neuland, es decir, la apertura de nuevos
horizontes para conducir a sus visitantes “hacia los
momentos decisivos y las revoluciones en la historia de la
música”. No obstante, y a pesar de lo difícil que es
representar con una palabra todo lo contenido en un
festival tan complejo como éste, se trata de una
propuesta estimulante y que como veremos concuerda
con lo acontecido estos días en Lucerna.
Este año vuelve a ser de nuevo Claudio Abbado al frente de
la nuevamente mítica Lucerne Festival Orchestra quien
pone el listón por las nubes para el resto de orquestas y
directores que pasarán este año por la bella ciudad suiza.
A saber, en el apartado de orquestas, las "residentes" del
festival que son la Cleveland Orchestra, la Koninklijk
Cocertgebouworkest, la Wiener Philharmoniker, la
Chicago Symphony Orchestra, la Mahler Chamber Orchestra y la New York Philharmonic, a las
que se unirán además la Berliner Philharmoniker, la Gewandhaus de Leipzig y la Mariinsky
Orchestra. Asimismo, un Abbado literalmente iluminado ha puesto las cosas harto difíciles a
Daniel Harding (que actúa hoy 19), Valery Gergiev, Franz Welser-Möst, Mariss Jansons, Simon
Rattle, Pierre Boulez, Lorin Maazel, Kurt Masur, Zubin Metha, Daniele Gatti, Riccardo Chailly y
Daniel Barenboim, entre otros.
Y es que cuando a finales de 2000, Claudio Abbado, todavía convaleciente de una operación de
cáncer de estómago, dio a conocer que pensaba reflotar la orquesta del Festival de Lucerna,
muchos pensaron que era más un deseo que una realidad. Sin embargo, este milanés
incombustible que afirma que “si se me mete en la cabeza realizar una cosa me apasiona de tal
manera que es difícil pararme” fue capaz de resucitarse a sí mismo para el mundo de la música
y devolver a esta orquesta todo el esplendor que tuvo en sus primeros años de andadura,
cuando tras ser fundada por Arturo Toscanini en 1938, incluyó a los mejores músicos de Suiza
y fue dirigida en los años cuarenta y cincuenta por Wilhelm Furtwängler, Bruno Walter, Ernest
Ansermet o Herbert von Karajan, entre otros. Sin embargo, convertida en la Swiss Festival
Orchestra su calidad fue decayendo en los años setenta y ochenta, a la vez que su nivel
musical quedaba ensombrecido por las otras orquestas invitadas al festival, como la Wiener
Philharmoniker o la Berliner Philharmoniker, lo que acabó por determinar su disolución en 1993.
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La idea de Abbado para su recuperación en 2003 fue la de unir a jóvenes músicos con los que
había trabajado en la Gustav Mahler Jungendorchester, y que pasaron a formar parte de la
renombrada Mahler Chamber Orchestra, con los solistas de las mejores orquestas europeas.
Pero la mentalidad de esta orquesta era camerística y estaba basada en la abbadiana idea del
placer de hacer música juntos, lo que atrajo a renombrados músicos de cámara, como a los
miembros de los cuartetos Hagen y Alban Berg, así como a solistas que no suelen tocar en
orquestas como la clarinetista Sabine Mayer o la violonchelista Natalia Gutman. Ello convierte
a esta orquesta en un verdadero dreamteam, pues sin ir más lejos el podio de Abbado está
rodeado en los primeros atriles por Konja Blacher (del que hablaremos en la siguiente reseña
como solista del concierto de Elgar), Antonello Manacorda (concertino de la Mahler Chamber
Orchestra) como primeros violines; Gerhard Schulz (segundo violín del Cuarteto Alban Berg) y
Hanns-Joachim Westphal (veterano miembro de la Berliner Philarmoniker) como violines
segundos; las violas son Wolfgang y Tanja Christ (que han sido y son respectivamente
primeros atriles de la Berliner Philharmoniker) y en los violonchelos Franz Bartolomey (solista
de la Wiener Philharmoniker) junto a la referida solista Natalia Gutman, a los que se une un
poco más atrás Alois Posch (primer contrabajo de la Wiener Philharmoniker). No sigo adelante,
pero podría decir que en el segundo atril encontramos al Cuarteto Hagen al completo y a
Valentin Erben, violonchelo del Cuarteto Alban Berg, junto a otros destacados solistas y
miembros de la mejores orquestas europeas del momento.
En la sección de viento madera destaca la gran Sabine Mayer como primer clarinete o los
solistas de oboe y fagot de la Berliner Philharmoniker, Albrecht Mayer y Stefan Schweigert. A
ellos se han unido el estupendo trompetista Reinhold Friedrich y los jóvenes pero no menos
destacados trombonista y timbalero de la Mahler Chamber Orchestra, Mark Templeton y
Raymond Curfs. No obstante, ha habido cambios desde 2003 hasta hoy, y se echa en falta la
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ausencia del extraordinario flautista Emmanuel Pahud que el año pasado fue sustituido por el no
menos extraordinario Jacques Zoon (quien fuera solista del Concertgebouw) o Bartolomey ha
relevado al frente de los violonchelos a Georg Faust (primer violonchelo de la Berliner
Philharmoniker). No obstante, la principal ausencia de este año es la del maravilloso trompista
de los Berliner, Stephan Dohr, que ha sido sustituido por un estupendo desconocido para mí:
Alessio Allegrini, solista de la Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Por su
parte, el apartado de españoles incluye viento y cuerda con la flautista Julia Gallego, el
clarinetista Vicente Alberola y el violista Josep Puchades Escriba de la Mahler Chamber
Orchestra, al que se une el solista de trombón de la orquesta de Valencia, Juan Real Pérez.
A esta orquesta de ensueño se une una organización destacable, un ambiente muy agradable y
un marco ciertamente incomparable. No por casualidad, Lucerna mantiene desde sus inicios
como festival el postín de evento social a la par que cultural, a pesar de que su director,
Michael Haefliger, haya combinado desde hace años esta faceta elitista con una serie de
facilidades que dan acceso a gente joven y a niños a algunos conciertos y ensayos del festival.
Asimismo, el vanguardista Centro de Congresos y Cultura de Lucerna (llamado popularmente
el KKL), que fue diseñado por Jean Nouvel y Russell Johnson, aporta un marco de gran belleza a
orillas del lago, a la par de que dispone de una Kozertsaal que, si bien no es estéticamente
destacable, tiene una disposición muy cómoda para el público a la par que una acústica muy
clara y nítida.
Precisamente esta Konzertsaal fue inaugurada por Abbado en 1998 al frente de Berliner
Philharmoniker y fue también el escenario del concierto fundacional de esta nueva Lucerna
Festival Orchestra en 2003. En aquella ocasión ya pudo escucharse una versión plena de
energía y fuerza de La Mer de Debussy, a la que siguió en el siguiente concierto un tributo tan
fundamental en Abbado a la música de su admirado Mahler como simbólico por lo que había que
conmemorar. Por ello se programó la segunda sinfonía Resurrección, con esa doble idea de la
resurrección de una orquesta muerta y de un director moribundo. En aquella ocasión hasta los
más incrédulos dieron la razón a la evidencia y la versión que pudo escucharse de esta sinfonía
fue sobrecogedora tanto por la calidad de la orquesta como por la confirmación de un Abbado
que volvía a Mahler con un espíritu renovado.
La emisión por radio de esos conciertos o por televisión en el canal francoalemán Arte, unido a
la edición tanto en CD por Deutsche Grammophon de ambas obras como en DVD por EuroArts,
convirtieron los conciertos de Abbado de 2004 en Lucerna algo así como los eventos musicales
del año. Sin embargo, a pesar de que hubo cosas extraordinarias, como los Vier letzte Lieder
de Strauss con Reneé Fleming o el cuarto concierto beethoveniano con Maurizio Pollini, ni el
segundo acto del Tristan und Isolde de Wagner ni la quinta sinfonía de Mahler (que ha sido
también editada en DVD por Euroarts) estuvieron a la altura de las interpretaciones mágicas e
inolvidables de 2003, pese a ser ambas estupendas versiones.
Este año la apertura del festival tuvo lugar el pasado día 11 y contó con un programa formado
por el cuarto concierto de Beethoven con Alfred Brendel al piano y la séptima sinfonía de
Bruckner y la crítica se ha mostrado un tanto dividida. Así, por ejemplo, en el Corriere della
Sera, Enrico Girardi reprochaba a Abbado usar una plantilla demasiado grande para Beethoven,
lo que le impide conseguir ese sonido plateado que ha caracterizado sus versiones recientes de
las sinfonías o afirmaba que la séptima de Bruckner resultó una versión irreprochable pero
ordinaria. Por el contrario, en el Neue Zürcher Zeitung, Peter Hagmann hacía una lectura más
positiva del concierto. Para él Beethoven sonó poderoso pero desbordó energía y destaca
principalmente la novedad del Bruckner de Abbado que es hoy “suave y cantable, a veces tenso
y forzado, pero interpretado desde el calor de las emociones”.
De todas formas, lo que todo el mundo esperaba con ansia este año era el siguiente concierto
de Abbado, los días 17 y 18, con la Séptima de Mahler y lieder de Berg y Schubert con Reneé
Fleming como solista. Debo confesar que al llegar al KKL, la tarde del día 18, tuve noticia en el
centro de prensa de lo extraordinario que había sido el concierto del día anterior, por lo que me
predispuse para disfrutar. Se inició con los llamados Altenberglieder de Alban Berg, un ciclo de
canciones orquestales tan maravilloso como poco habitual en el repertorio. Escritos entre 1911
y 1912 fueron estrenados en 1913 bajo la dirección de Schoenberg en un concierto en Viena que
acabó con un amotinamiento del público. Aunque lo que más dolió al joven Berg fue que el
propio Schoenberg desaprobase también estos lieder, por lo que jamás volverían a escucharse
hasta que en 1952 fueron rescatados del olvido por Jascha Horenstein.
Musicalmente es un ciclo soberbio con una orquestación muy original y una construcción
formal muy sofisticada. Por ejemplo, Berg vincula unas canciones con otras a través de
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motivos relacionados o antecede estilísticamente en la quinta canción la teoría serial de su
maestro al disponer una passacaglia con un tema dodecafónico. La versión de Abbado fue de
una claridad impresionante desde el principio del primer lied en donde la orquesta teje una
tupida tela formada por corcheas ligadas por flautín, clarinete, glockenspiel y xilófono, y
acompañada por numerosas combinaciones rítmicas de semicorcheas y fusas, tanto en la
cuerda como en la madera y el arpa. Esta textura conduce a la entrada de las violas con el
tema principal, al que sigue un crescendendo que sube hasta el fortísimo para terminar dando
la entrada a la solista. Sin duda, en estos pocos compases ya se nota la calidad del conjunto,
pero también la disposición que tienen sus músicos para escucharse y para velar junto con
Abbado por el resultado general.
Reneé Fleming tiene una voz ideal para este tipo de música vienesa de belleza decadente. Ese
color tan personal de su timbre, que algunos tachan de empalagoso (a mí me encanta, lo
confieso) unido a una predisposición hacia lo dramático, sin dejar de ser una soprano lírica,
dota a su enfoque de una integridad artística difícil de igualar. Estuvo muy segura en los
terribles saltos de tesitura del primer lied, arrastrando muchas veces con elegancia las notas
y confiriendo gran personalidad a su fraseo. Las vocalizaciones le salieron técnica y
musicalmente perfectas y así, por ejemplo, en el segundo lied sobre "schöner" ("más bello")
encontró un color vocal extraordinario a la par que un fraseo nítido. A pesar de todo, pasó leves
apuros al final del tercer lied con ese salto de octava hasta el do sobreagudo. Por contra, en el
cuarto y sobre todo en el quinto mostró el poderío de su registro grave y la sensualidad de su
forma de cantar, que quedó patente en "Siehe, hier sind kind Menchen, keine Ansied lungen"
("Mira, aquí no hay hombres, no hay asentamiento alguno...") del último lied.
Por su parte la orquesta acompaño a la soprano americana con sutileza y preciosismo.
Además de la precisión que necesita esta música, Abbado fue más allá e intentó buscar el
efecto teatral, espoleando a sus músicos en momentos muy efectivos como en la
representación de las "tempestades de nieve" del primer lied. Pero esas exigencias expresivas
también produjeron algún que otro desajuste sin mucha importancia, como en el "col legno" de
violonchelos y contrabajos poco después del comienzo del tercer lied. No obstante, lo mejor de
la obra de Berg que abrió el concierto fue sin duda la passacaglia final, donde Abbado nos
enseño que la exactitud contrapuntística no está reñida en absoluto con una musicalidad
exquisita y desbordante.
En las orquestaciones de los lieder de Schubert se produjo un cambio de orden que permitió que
la intensidad creciese de principio a fin. De esta forma, se empezó con una orquestación de
Max Reger que convierte Nicht und Traume en un antecedente de la bella escena de amor del
segundo acto de Tristan und Isolde. Aquí Abbado sacó de su orquesta un sonido compacto y
uniforme al servicio de la Fleming que mostró en esta canción su bellísimo y limpio registro
pianissimo. A continuación sonó la orquestación de Die Forelle, en donde Benjamin Britten da
al clarinete el papel de trucha, es decir, la famosa figuración sinuosa de seisillo y dos corcheas
de la mano derecha del piano, que fue resuelta brillantemente por Sabine Meyer. Al mismo
tiempo, esta orquestación de Britten contiene efectos interesantes como el trémolo de la
cuerda que representa al pescador enturbiando el agua y que fue hábilmente destacado por
Abbado, a pesar de que el espíritu de este lied no concuerde con el toque dramático de la voz
de la soprano americana.
Para terminar la primera parte, pudo escucharse otra orquestación de Reger. Esta vez de
Gretchen am Spinnrade, en donde se colocan las hileras de semicorcheas que representan el
rodar de la rueca en los violines segundos. A ellos se volvió un Abbado literalmente poseído
para sacar toda la intensidad que llevaban dentro, lo que obligó a Gerhard Schulz a emplearse a
fondo para liderar con autoridad esa cuerda. La inteligencia musical del director italiano y su
capacidad narrativa le hicieron reservar la máxima tensión para el final, con ese an seinen
Küssen vergehen sollt! (en sus besos encontraré la muerte) que sonó sobrecogedor en la voz
de Fleming.
Para la segunda parte, se repartió entre el público por expreso deseo del propio Abbado un
texto extraído de la obra de Harmut Haenchen, Fiktive Briefe Gustav Mahlers (Correspondencia
imaginaria de Gustav Mahler). En él Haenchen recopila diferentes textos, cartas y opiniones
tanto del propio Mahler como de personas cercanas a él, como Alphons Diepenbrock, Richard
Sprecht o Bruno Walter para narrar en un formato epistolar ficticio, fechado en marzo de 1906,
el programa y las impresiones del propio compositor acerca de su séptima sinfonía. A pesar de
este interesante texto de Haenchen es bien sabido que Mahler no gustaba nada que sus obras
fuesen identificadas con tendencias programáticas a lo Richard Strauss. De hecho, ese
rechazo hizo que tras su estreno en Praga, el 10 de septiembre de 1908, la obra fuese acogida
con frialdad y sarcasmo, al no entender el público la conexión entre los cinco movimientos que
la componen y donde encontramos una sorprendente mezcla de estilos que representan la
compleja visión que tenía Mahler del mundo.
Sin duda, se trata de una obra que funciona como compendio no sólo de todo lo que había
escrito Mahler hasta entonces, sino también de todo lo que conocía y amaba. Por ello, se
escucha lo popular en forma de danza, marcha o canción, unido a la naturaleza a través de
motivos que recuerdan el correr del agua, el sonido del viento o el canto de los pájaros, e
incluso hay referencias que recuerdan la música de Schubert, Schumann o Wagner. Pero
Mahler no pretende con ello volver atrás, pues para él repetir era sinónimo de mentir, sino más
bien avanzar hacia nuevos horizontes (algo muy acorde con el tema del Festival de Lucerna de
este año). Curiosamente, esta sinfonía que no fue entendida en su tiempo produjo una gran
impresión a un joven Arnold Schoenberg que avanzaba hacia la atonalidad.
Abbado ha dirigido bastante esta sinfonía en los últimos años. De hecho, es una obra con la que
tiene una buena relación artística desde hace mucho tiempo, tal como queda patente en su
estupenda grabación de Deutsche Grammophon realizada en Chicago en 1984. En tiempos más
recientes, la dirigió en 1999 con la Gustav Mahler Jungendorchester y después en mayo de 2001
en Berlín brindó una interpretación extraordinaria (que DG inmortalizó en CD). Al mismo
tiempo, no creo que los vieneses hayan olvidado el concierto del 13 de mayo de 2002 en la Sala
Dorada de la Musikverein en donde Abbado junto a sus filarmónicos berlineses alcanzó la cima
más alta que imaginarse pueda. Pero el día 18 (y seguramente el 17, también) me atrevería a
decir que mostró una cima más elevada todavía.
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“Esta obra representa para mí una vuelta a la vida” dice Mahler en el texto de Haenchen que nos
invitó a leer Abbado y, en efecto, esta interpretación de la Séptima de Mahler representa su
“segunda resurrección” en el Festival de Lucerna, tras la que pudo escucharse a finales de
agosto de 2003. Su versión, como era de esperar, no perdió un ápice de intensidad desde el
misterioso inicio del primer movimiento hasta el luminoso final del rondó. De hecho, en el
primer movimiento ya pudimos escuchar la gran cantidad de registros del Mahler de Abbado y
su dominio de las texturas más extremas, pero también su perfecto control de las
transiciones. Este primer movimiento es un verdadero mosaico musical amparado
arquitectónicamente en una forma sonata bastante compleja. No obstante, como muestra de
lo dicho pueden destacarse dos momentos totalmente distintos en este primer movimiento,
como son el intenso y emotivo Sehr breit del final del desarrollo y el espectacular Grandioso de
la recapitulación o incluso también el Frisch que le sigue.
Por un lado, en el Sehr breit (Muy amplio) Abbado construye un extraordinario crescendo dando
protagonismo a todas las secciones de la orquesta pero sin perder de vista el bellísimo legato
de los violines. Tras ello se apoya en un intenso ritardando para dar paso con una naturalizad
pasmosa a la recapitulación del arioso que abre la sinfonía. En esa recapitulación encontramos,
poco después, el referido Grandioso al que llega Abbado marcando con intensidad un ritardando
y donde la orquestación se hace cada más densa aunque no pesada. Para que se hagan una
idea, el final de la recapitulación del primer movimiento en manos de Abbado fue como ver
danzar a elefantes con la elegancia de bailarinas de ballet.
Con el segundo movimiento, Nachtmusik, llegamos a la música nocturna que hizo que los
admiradores de Mahler bautizaran esta sinfonía tras su estreno como Nachwanderung, es
decir, como “paseo nocturno”. Sin duda, esta idea es un tópico romántico, pero también
filosófico y que vincula esta sinfonía con el Also sprach Zarathustra de Nietzshe, una obra por
la Mahler sentía una especial predilección. Abbado plantea este movimiento a ritmo de paseo,
alternando perfectamente el aire popular del primer trío con el melancólico del segundo. Para
ello ofrece un acercamiento camerístico que permite escuchar todos los detalles de esta
partitura. Y es que aquí se ve muy bien esa idea que incentiva entre los músicos de la orquesta
de hacer que se escuchen los unos a los otros. No digo nada nuevo al subrayar que los solistas
de viento de esta orquesta tienen un nivel espectacular y que transmiten una libertad y
complicidad increíble. De hecho, son varios los músicos de la Lucerne Festival Orchestra que
han remarcado la idea de que con Abbado uno siente que puede tocar con total libertad, aunque
luego él consigue coordinar todas las individualidades en un conjunto con personalidad y vida
propias.
El Scherzo central que le sigue ha sido visto como una de las representaciones más claras de
lo demoníaco en Mahler. Pero de nuevo este aspecto no aparece aislado sino que se
entremezcla con un vals en las dos secciones principales, mientras que el trío central funciona
de tregua y desarrollo. Abbado da a este movimiento un aire de sarcasmo, de humor negro,
donde combina admirablemente figuraciones endemoniadas, lánguidos lamentos en glissando y
un elegante aire vienés. El ambiente sobrenatural del tercer movimiento se vuelve campestre
y popular en el cuarto, titulado también Nachmusik, y si en el primero Abbado incentiva lo
camerístico, este movimiento fue orquestado deliberadamente por Mahler con esa idea. De
hecho, hace descansar a la percusión y al metal (a excepción de dos trompas), dejando tan
sólo la madera, el arpa y la cuerda, a los que suma una guitarra y una mandolina. Y claro, en
una orquesta formada por solistas, este tipo de cosas salen solas porque Abbado no atosiga a
sus músicos sino que les escucha y les lleva de la mano. Maravilloso Kolja Blacher en los solos
de violín, a la par que Sabine Meyer en el clarinete, Albrech Mayer con el oboe, Jacques Zoon
con la flauta, Alessio Allegrini con la trompa, al que se podría añadir un largo etcétera de
nombres más.
El Rondo-Finale con el que termina la sinfonía representa la llegada del día tras toda la música
nocturna. Sin embargo, en realidad es una afirmación suprema de la vida, del renacer, es
decir, de la vuelta a la vida. Y aquí me van a permitir que me abstenga de decir nada más de la
interpretación de Abbado, pues creo que no hay palabras en el diccionario de ninguna lengua del
planeta que puedan definir lo escuchado en la Konzertsaal de Lucerna. Tan sólo les diré que al
final del concierto todo el público nos levantamos y ovacionamos a Abbado durante más de
veinte minutos, mientras él abrazaba y saludaba a todos los músicos de su magnífica
orquesta. Aquellos que puedan sintonizar el canal franco-alemán Arte tendrán la oportunidad el
próximo día 2 de octubre de ver la grabación de este evento. No se lo pierdan. ¡Ah! y el año que
viene será la Sexta (de Mahler, por supuesto).
Este texto fue publicado el 22.08.2005
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