José Luis Almazán Ortega Las cosas que tienen que cambiar en la educación Se necesitará repensar nuestros paradigmas de financiamiento a la educación para que lleguen a quienes más necesiten la ayuda solidaria de la sociedad para tener y completar estudios La elección del 2 de julio marca la posibilidad del inicio de un nuevo régimen político, el cual, de acuerdo al mandato ciudadano expresado por el voto, debe tender a ser democrático, respetuoso de la ley, institucional y al servicio auténtico de la sociedad. Por ello mismo y por lo que el triunfador en ella expresó durante su campaña, se espera que existan cambios importantes en la educación, pues se ha afirmado que será el eje de actuación del nuevo gobierno. Para determinar lo que hace falta cambiar, y porqué no, lo que debe permanecer, hace falta examinar aunque sea brevemente cómo la educación ha correspondido en nuestra historia reciente, a la lógica de un sistema político que le dio origen. El antiguo régimen instrumentó la educación pública como un medio de control ideológico y político. El partido nacido en el poder para conservar el poder en manos de un grupo que lo conquistó por medio de las armas, no admitía la posibilidad de compartirlo con ningún otro, a los cuales condenaba como los enemigos absolutos, como la reacción. La educación pública se volvió estatal, o más bien gubernamental. Se sostenía y se sostiene con fondos públicos, pero con criterios definidos no públicamente, sino por un grupo, sin la participación de la sociedad y, además, no rinde cuentas de sus resultados. La visión con la cual se quiso identificar al régimen con la nación, a su proyecto con el proyecto de la nación y a la historia de México como sustentadora del mismo, obviamente fue transmitida a las nuevas generaciones por medio de la educación. Como consecuencia se volvió excluyente de cualquier otra. En el artículo 3º. Constitucional ya se había establecido el control exclusivo sobre la educación, que se extendió a la educación impartida por los particulares. Paradójicamente la motivación de tales disposiciones eran las de "liberar" a la población de antiguos yugos y emprender el camino del progreso. En 1921 por la carencia de las condiciones necesarias para hacerlo, se dejó de lado el ordenamiento del mismo artículo 3º. de la Constitución, en el sentido de que la educación estaría a cargo de los municipios y se creó la Secretaría de Educación Pública, con el fin de crear el sistema educativo que necesitaba el país empleando toda la capacidad del estado y postergando para tiempos mejores la cercanía de la educación con las necesidades de la sociedad a través de su administración por parte de los municipios. Una manifestación de excesivo control centralizado se dio con el establecimiento de los libros de texto únicos y obligatorios para todos los alumnos de primaria que correspondían a los programas también únicos para un país con tantas diferencias regionales y que se suponía una república federal compuesta por estados autónomos. El presidencialismo también marcó a la educación que sufrió cambios cada periodo de gobierno, fue un vaivén de políticas, enfoques, planes y programas de estudio (incluso de ideológicos). Sin continuidad en muchos aspectos, sin una evaluación de lo realizado por el gobierno anterior, cada presidente empleaba para su lucimiento el expediente de comenzar todo de nuevo, y también en la educación, aunque no todos la tocaron con la misma intensidad y alcances. El corporativismo, característica también esencial al sistema político mexicano del antiguo régimen, tuvo sus efectos en la educación. El sindicato más grande de Latinoamérica en la actualidad, el de los trabajadores de la educación, se fue conformando a través de los años y conquistando posiciones y beneficios en la estructura de la SEP y de la administración educativa de los gobiernos locales, todo por medio de la lealtad a este sistema y los servicios que algunos de sus miembros y líderes le prestaron. El peso económico que esto significó y la enorme burocracia que se creó, convirtieron al sistema educativo en un pesado aparato difícil de mover, en el que los intereses económicos, las ambiciones de poder y los asuntos laborales constituyeron y constituyen verdaderos obstáculos para que México tenga una educación a la altura de sus necesidades y de sus retos. En 1992 con la anuencia del SNTE se inicia el proceso de modernización de la educación, esto a fin de revertir el rezago de la calidad educativa, después de que durante cerca de 20 años solamente se había concentrado la atención en la expansión de la cobertura del sistema educativo, sin mirar los vicios que la corroían en el aspecto académico. Este proceso atacó centralismo y burocracia con la federalización de los servicios educativos, pero sin deshacerse del control de los contenidos de la educación y el presupuestal. De igual manera se quiso apuntalar la calidad con la reformulación de los contenidos educativos; con nuevos libros de texto; con una carrera magisterial dirigida a estimular la mejor preparación de los maestros y muy poco el desempeño en el aula, complementando así al escalafón por antigüedad; y se planteó hacer cambios a la formación inicial (reforma de la educación normal) y a la actualización del magisterio. Por otra parte, se introdujo la idea de la formación de consejos de participación social en la educación, los cuales a la fecha no cumplen cabalmente su función en los estados, si es que existen, y a nivel nacional solamente se formó verticalmente para cubrir el expediente al final del sexenio. La modernización fue sancionada primero por una reforma al artículo 3º. En 1991 y 1992 y luego en 1993 por una nueva Ley General de Educación, con lo cual se abrieron espacios de libertad para la educación particular, permitiendo su libre filiación a cualquier filosofía educativa y se terminó con la indefensión jurídica que se les imponía anteriormente (revocación de reconocimiento de estudios que literalmente podía ser de aplicación retroactiva y la imposibilidad de presentar recurso legal alguno frente a las decisiones de la autoridad educativa). En la educación tecnológica se realizó una alineación del sistema para actualizarlo y vincularlo más con el aparato productivo, los mejores resultados se obtuvieron en el CONALEP y en las Universidades Tecnológicas. En la educación superior se trató de reincorporar y recuperar a las universidades al cumplimiento de su misión educativa, después de años de estar sirviendo de refugio a grupos políticos que las empleaban como aparador y amplificador social de sus movimientos. Se insistió mucho en el cuidado de los recursos y en el ofrecimiento de resultados. Si bien las crisis económicas golpearon a la educación y aunque se dieron incrementos presupuestales, siempre resultaron insuficientes, en parte por las necesidades crecientes, pero por otra porque no se llegó a fondo en una reforma estructural que optimice los recursos en función y en bien de lo académico y no de lo administrativo o burocrático. Bajo este panorama muy general, se puede afirmar que se requiere cambiar de un sistema educativo público excluyente a uno incluyente en cuya configuración participe la sociedad organizada, que responda a sus necesidades, que se encuentre vinculado a ella, que le rinda cuenta del uso de los recursos y de los avances o retrocesos. Debemos cambiar de un sistema educativo monopólico, monolítico y centralizado a uno descentralizado también en los contenidos que esté abierto a las necesidades regionales, a la pluralidad de enfoques en el pensamiento, a la adaptación, a la creatividad, a la innovación, a la iniciativa de sus maestros. Un sistema educativo que obedezca a una política de Estado que consolide sus logros, que se autoevalúe y permita ser evaluado externamente para corregir y superar fallas. Debemos pasar de una educación obstaculizada por la burocracia y un sindicalismo mal entendido a una en la que el valor profesional del magisterio sea tomado en cuenta e impulsado con una verdadera promoción de sus capacidades y talentos, que paulatinamente le haga entrega de mayores responsabilidades para proyectar en el sitio mismo de la enseñanza, la escuela, las estrategias educativas más adecuadas para sacar adelante a sus alumnos. Necesitamos cambiar la cultura institucional de nuestras escuelas, para que sea en ellas donde se cree el nuevo ambiente de valores personales y sociales que construyan la cultura política y ciudadana que necesitamos como país para concebir nuestras relaciones como mexicanos ya no divididas en forma tajante en héroes y villanos, sino que seamos capaces de encontrar el proyecto común que nos une, de trabajar en colaboración por él y de respetar nuestras diferencias. Debemos complementar y moderar la obsesión tecnocrática por la eficiencia, con un humanismo profundo que se finque en un nuevo modelo educativo, en el cual la formación de la persona sea lo central, mas que "formar ciudadanos para" o peor aún la instrumentación de la persona como objeto de la economía, reduciéndolo al anonimato, a parte de la "masa social" indiferente y supuestamente dócil. Demandamos que la educación reciba mayores recursos, no sólo para mantener salarios, no sólo para sostener los edificios escolares, sino para adecuarlos, equiparlos convenientemente y para emprender proyectos nuevos y serios de mejoramiento, para comenzar a trabajar en el mediano y en el largo plazo. Para ello, no bastará con incrementar las sumas dedicadas del presupuesto a la educación. Se necesitará repensar nuestros paradigmas de financiamiento a la educación, y naturalmente también la forma de organización y de administración para que sean mejor utilizados, para que lleguen a quienes más necesiten la ayuda solidaria de la sociedad para tener y completar estudios, y que éstos sean de calidad y respondan al desarrollo de sus talentos. Se debe seguir caminando en la dirección de planes y programas de estudio actualizados, orientados a formar más a la persona, sus habilidades para aprender por sí misma, para investigar, procesar y seleccionar la información. En dirección de formar en los valores, en las actitudes más sabias e inteligentes para enfrentar la vida diaria, ser dueño de sí mismo, saber relacionarse con los demás y con su medio ambiente, guardar un equilibrio emotivo y ser capaces de ser felices y hacer felices a quienes les rodean. Se ha comenzado a considerar en la educación estos aspectos existenciales, por llamarlos de algún modo, y no debe abandonarse este camino. Pero tampoco se debe perder de vista la vinculación con el sector productivo o en un sentido más amplio con los posibles empleadores de los egresados, con la realidad misma que requiere de gente emprendedora y de gente empresaria. Se debe seguir por la ruta de la descentralización aún de la planeación y programación de contenidos, de la desburocratización, de la participación social, de convertir a la escuela de un centro de transmisión de cultura, a un centro en donde se valora la cultura actual y se proyecta la del México futuro. Todo ello es fácil de expresar, pero va a requerir de la decisión del nuevo gobierno, pero también de la colaboración de todos los grupos políticos opuestos a él, de modo tal, no que volvamos a la sumisión anterior, sino a saber ser contrapartes de quien ocupa la máxima responsabilidad para perfeccionar sus propuestas y que éstas beneficien de una manera mejor a nuestro México. Ya basta de ponernos el pie unos a otros, de creer que avanzamos cuando boicoteamos los buenos proyectos de quien ocupa el lugar de la autoridad. Hoy legisladores, poder ejecutivo y judicial deben ser conscientes de que juntos son gobierno y están para servir al pueblo de México. La educación es un tema primordial de la agenda del país. Ya es tiempo de que se oiga más de él, para bien, no para el escándalo en los medios, como cuando hay paros de maestros o de una universidad. Evidentemente se necesitará de la buena disposición y buena fe de otros actores, principalmente de los maestros y padres de familia, del SNTE y sus disidentes, de los otros niveles de autoridad educativa, de los medios de comunicación. Debemos impulsar la educación formal y nuevos proyectos dentro de la informal, la revolución educativa de la que habló el presidente electo Vicente Fox, se requiere llevar a efecto no solamente en la escuela, sino en las empresas, en los pequeños negocios, en las iglesias, en los clubes, en los gremios, en los sindicatos, en las familias naturalmente, en las oficinas, en los medios de comunicación, en el campo. A todos los mexicanos, en todos los rincones del país debe llegar aquello que le permita ser mejor para ser útil a si mismo y a los demás. José Luis Almazán Ortega Responsable del Área de Educación de la COPARMEX jbeltran@coparmex.org.mx