060115- II ordinario

Anuncio
Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo
Primado de México en la Catedral Metropolitana
15 de enero de 2006, II domingo del Tiempo Ordinario.
En la primera lectura hemos escuchado la narración de la vocación
o llamada de Dios a Samuel y en el evangelio se nos describe, de una
manera muy sencilla, cómo Jesús hizo sus dos primeros discípulos:
parece un encuentro casual, “Maestro ¿dónde vives? Vengan y vean, y
ahí se quedaron con Él todo el día”. No sabemos qué dijeron, de qué
conversaron, pero sabemos que decidieron quedarse con Él toda la vida.
Ahí nace el colegio apostólico, ahí comienza a formarse la Iglesia.
La vocación de los primeros discípulos que es la resultante del
testimonio dado por Juan el Bautista: "he aquí el cordero de Dios". Este
testimonio lanza a los discípulos a la búsqueda del Mesías. Jesús sale al
encuentro: ¿Qué buscan? Esta pregunta hecha por Jesús es clave para
comprender el mensaje del Evangelio de hoy. La búsqueda es toda una
teología de la fe, de la vocación, del discipulado y de las relaciones
interpersonales. Los discípulos aún no han oído a Jesús, pero se fían de
él. Más tarde obedecerán fiados únicamente en su palabra. Se trata de la
adhesión a una persona. Ha nacido en ellos la fe.
La escena narrada por Juan en el Evangelio de la vocación de los
primeros discípulos es una sencilla historia que puede ayudar a
responder a esta pregunta: ¿cuál es lo característico de la vida cristiana?
1
Queda de manifiesto que la vocación cristiana es un encuentro personal,
un seguimiento entusiasmado y una relación de amistad personal con el
enviado de Dios, Jesucristo. Tres hombres, futuros apóstoles, se pasan
del discipulado de Juan el Bautista, al discipulado de Jesús. Sin duda
vieron algo en Jesús que no habían visto en Juan. Este cambio tiene un
sentido mucho más profundo de lo que a primera vista pudiera parecer.
Seguir
a
un
maestro
como
discípulo
era
entonces
acatar
incondicionalmente sus enseñanzas, seguirle respetuosamente e imitar
su estilo de vida. Cuando estos tres hombres quieren seguir a Jesús es
porque han encontrado una nueva razón de vivir y una nueva meta para
su vida.
Es claro que la vocación cristiana tiene características muy
especiales, no se trata de una atracción hacia algo: una causa, una
ideología, un partido o una ocupación; se trata de una atracción hacia
Alguien, se trata del seguimiento de una persona, Jesús, como alguien
fundamental para la propia vida. Es creer y sentir que Jesús es la razón
de ser de la propia historia personal, se trata de un enamoramiento
personal experimentando que Cristo es imprescindible para mí, que no
puedo vivir sin Él. La vocación, por tratarse de un enamoramiento, lleva
a un encuentro y a un trato interpersonal: “¿Dónde vives? Vengan y
vean. Y se quedaron con Él todo aquel día”. Cuando llega el llamado de
Jesús hay que convivir con Él, hay que trabar contacto constante con
Jesús, presente en el alma, en la Eucaristía y en su evangelio. No se
puede tener vocación a larga distancia, no se puede ser cristiano por
correspondencia, sino con el trato cercano, íntimo y personal en la
oración.
2
También nos llama la atención el que la vocación no es para
quedarse solos con Jesús y encerrarse en sí mismos contemplando el
llamado: Andrés corrió a decírselo a su hermano Simón; Felipe a
Natanael. A Juan también lo encontramos de inmediato con su hermano
Santiago siguiendo a Jesús. Los discípulos hacen discípulos; participan
con grande alegría su descubrimiento, su vocación. Ser discípulo de
Jesús de Nazaret es la nueva identidad personal. Si ser cristiano “es dar
razón de nuestras esperanzas”, como dice San Pedro, ser cristiano es
comunicar a otros el centro de esas esperanzas, que es Jesús.
El
cristiano debe sentir el doble movimiento del corazón: centrípeto, por el
que atrae hacia sí a Cristo, y centrífugo por el que lleva a Cristo a los
demás.
Ser discípulo de Jesús hoy en día significa esencialmente dos
cosas: primera, imitar a Cristo, que en sentido evangélico quiere decir
seguir a Cristo y aprender de Él a hacer la voluntad del Padre, y
segunda, testimoniar a Cristo, que nos compromete a decir al mundo lo
que Jesús es y significa para nosotros, que nos impulsa a invitar a los
demás a ir tras los pasos de Jesús. Podría desarrollar ampliamente lo
que significa un programa de vida, de imitación y de testimonio de Cristo,
pero hoy quisiera mas bien reavivar y encender en cada uno de
nosotros, el sentido de pertenencia, el sentido de nuestra vocación,
descubrir lo que es ser discípulo, hasta tal punto que siempre que
oigamos: “Jesús dijo a sus discípulos...” sintamos que Jesús nos está
hablando a nosotros y está esperando de nosotros una escucha atenta y
una respuesta.
3
El lugar privilegiado de la vocación es la familia, ahí es donde se da
el contagio de persona a persona para seguir a Cristo, así lo hemos visto
en el evangelio, cómo los hermanos llaman a los hermanos.
El
seguimiento de Jesús y la vivencia religiosa debe integrarse en forma
muy natural en la vida familiar, aprovechando los momentos ordinarios,
levantarse,
acostarse,
comer,
domingos,
etc.
y
los
eventos
extraordinarios, nacimientos, cumpleaños, fiestas, Navidad, Pascua,
enfermedad, muerte, etc. La Familia, como pequeña Iglesia, debe ser un
espacio donde Jesús sea conocido y su evangelio transmitido, para que
todos
los
miembros
sean
evangelizados
y
se
conviertan
en
evangelizadores. Los papás no sólo comunican a los hijos el evangelio,
sino que también pueden recibir de ellos este mismo evangelio
profundamente vivido... una familia así se hace evangelizadora de otras
muchas familias y transforma el ambiente en donde vive.
Si queremos ser auténticos servidores de Cristo, conozcámoslo y
tratémoslo en profundidad, y comuniquémoslo a los demás, sobre todo
en nuestra propia familia. Es más, alimentémonos de Él y llevémoslo
también a los que están lejos.
Descubrámoslo presente en esta
Eucaristía y contagiemos nuestro propio ambiente con su presencia.
4
Descargar