El estrés psicológico: ¿Mito o realidad? FUENTE: PSICOLOGIA.COM. 2004; 8(1) Teresa L. González Valdés. Escuela Latinoamericana de Medicina. Cuba. E-mail: gteresa@infomed.sld.cu PALABRAS CLAVE: Estrés psicológico, Enfermedades psicosomáticas, Investigación cualitativa y cuantitativa. [artículo original] [3/3/2004] Resumen Se hace una breve historia del estrés dentro de la Medicina y se menciona a las personalidades científicas que han dado su aporte a su estudio. Se hacen consideraciones sobre la tendencia a restarle importancia, en las últimas décadas del siglo XX, al ser apenas mencionado en los textos de Medicina. Se analizan los factores que pueden influir en esta situación, atribuibles tanto al estrés como a los profesionales de la medicina no psiquiátrica. Abstract A brief history of stress within a medical context is outlined, together with the theorists that have contributed to its development. Considerations are made in relation to the tendency to minimize its importance, observed during the last decades of the twentieth century and manifested in the scarce appearance of the topic of stress in medical textbooks. The factors that contribute to this situation are analyzed in relation to the concept of stress in itself, as well as to the role of non-psychiatric medical professionals. El estrés irrumpe en el campo de la Medicina, con esa denominación, tras un extenso recorrido anónimo, a partir del momento en que los observadores del hombre se empezaron a dar cuenta de la asociación entre determinados acontecimientos en sus vidas y la aparición de ciertas enfermedades, sobre todo en aquellas ligadas a las emociones, especialmente en el amor o en su desventura. La fisiología que subyace en este proceso, comenzó a exponerse a finales del siglo XIX, siendo Bernard y posteriormente Cannon unos de sus pioneros. Hans Selye, quien sentó la primacía en el estudio del estrés, hasta mediados del siglo XX, es uno de los que más reiteradamente se le ha adjudicado su paternidad en el empleo de la palabra con que se le reconoce hasta la fecha y es quien continuó su estudio en ese nivel de la materia. El número de seguidores, sin embargo, se ha mantenido dedicándose sobre todo a estudios de laboratorio con animales, obteniéndose hallazgos que permiten corroborar cómo el sujeto ante situaciones en que se le pone en riesgo su seguridad, al no poder huir ante un estímulo doloroso como lo constituye la electricidad o la satisfacción de sus necesidades elementales, como la alimentación, tiene una respuesta somatizada o psíquica anómala, que expresa el daño ocasionado. La incorporación en la investigación de los aspectos sociales y psicológicos ocurrieron con posterioridad, por coincidir con el desarrollo más tardío de las ciencias comprometidas en tales enfoques. Rahe y Holmes por un lado y Lazarus, por el otro, son prestigiosos exponentes de tales corrientes en el estudio del estrés, contribución que amplió su óptica a planos humanos, al intervenir la evaluación de la persona sobre el suceso y sus posibilidades de afrontarlo, además de dársele a la personalidad, como es visto por nosotros, el contenido mediatizador que le es inherente. No obstante, a pesar de persistir durante un tiempo el paralelismo entre lo biológico y lo psicosocial se llegó a plantear la necesaria fusión interdisciplinaria para su abordaje, y de tal modo lograr unificar el fenómeno en todas sus manifestaciones, sobre todo a partir de contemplarse al hombre como un ser biopsicosocial, tal y como lo intentaron Selye y Lazarus en la década de los 70. Los datos acumulados, permitieron atribuirle al estrés la razón de la aparición o agravamiento de determinadas enfermedades, tanto fue así que trastornos cardiovasculares como la hipertensión arterial, el infarto y la angina de pecho; respiratorias como el asma bronquial; gastrointestinales, como la úlcera péptica; dermatológicas como la psoriasis; metabólicas como la diabetes mellitus; las sexuales como las disfunciones en el hombre y la mujer, etc., fueron llamadas en otras épocas, psicosomáticas, por considerarse que el factor psicológico (emociones fundamentalmente o conflictos intrapsíquicos) era clave en su inicio, pero posteriormente, al producirse un enfrentamiento teórico con el grupo representante de la Medicina Psicosomática, por no poder demostrar éstos sus postulados, los encargados de las clasificaciones internacionales, prefirieron hablar de enfermedades psicofisiológicas. También se le ha señalado la responsabilidad de no pocas alteraciones dentro de las funciones cognitivas, afectivas y conductuales, que pueden poner en crisis la actividad social de los sujetos y dentro de ellas la laboral, al afectarles la concentración de la atención o la memoria o conducirlos hacia el hastío dentro de profesiones tan necesarias y humanas, como lo constituyen la medicina y la enfermería, transformando a sus víctimas en seres carentes de espiritualidad hacia sus pacientes, como es lo que sucede en los que presentan el denominado burn-out. Al iniciarse en 1983 la revisión del DSM-III con un criterio descriptivo ateórico de los signos y síntomas conductuales en general, derivado de las discrepancias existentes ante el desconocimiento aún de la etiología de la mayoría de los trastornos mentales, se clasificaron desde entonces, a todas las anteriores enfermedades “psicosomáticas” como: “factores psicológicos que afectan al estado físico”, dejando el CIE-10 una ambigüedad conceptual en relación a qué se entiende como factores psicológicos, cuestión que el DSM-IV dejó más claro, al mencionar como tal al estrés. En las enfermedades mentales, sin embargo, el estrés corrió mejor suerte, pues en la última clasificación se le concedió un sitio independiente, producto de la experiencia alcanzada en los EEUU durante la guerra de Viet Nam, en la cual se observaron, entre los soldados, reacciones tempranas y tardías a las experiencias vividas en el campo de batalla, por lo cual surgió la reacción de estrés aguda y el trastorno de estrés postraumático, diagnóstico en el cual se continúa su estudio, además de la búsqueda de mejores tratamientos. ¿Qué ha sucedido que nos hace establecer el cuestionamiento aparecido en el título del presente trabajo?. Sin duda se ha producido un cambio de valoración del estrés dentro de la Medicina no-psiquiátrica, tanto es así que desde 1997 al buscar bibliografía para la elaboración de una monografía con el tema del estrés y los trastornos psicosomáticos, se constató una dicotomía contradictoria entre el número de publicaciones de Medicina y Psicología, no sólo en lo referente a lo segundo, sino al propio estrés. En la primera, tomando en consideración los libros de texto de Medicina Interna de los últimos años; cuando algo se dice, la mención queda reducida apenas a uno o dos párrafos, dentro de un libro de más de 800 páginas, y en ocasiones, haciendo referencia al estrés fisiológico, como el relacionado con la úlcera consecuencia del acto quirúrgico, en la que evidentemente se refleja el síndrome general de adaptación (SGA) que determinara Selye en sus observaciones, pero donde el agente detonante no es precisamente el psicosocial. En los eventos científicos y en la literatura psicológica, sobre todo a través de los buscadores de Internet (a través de Google se muestra un total de más de diez mil referencias) mientras tanto, ocurre lo contrario, pues aún persisten los interesados en hablar y escribir sobre el estrés, como algo vivo y necesitado de develarse todavía más. Cuando se examina en la actualidad la presencia del estrés en enfermedades como la hipertensión arterial, éste ha sido relegado por otros factores. Al respecto tenemos que en Cuba, en el Programa Nacional para la prevención, diagnóstico y rehabilitación de esta enfermedad presentado en 1999 en el país, para disminuir lo que constituye, sin duda, un azote en pleno apogeo, queda excluido dentro de los factores de riesgo a tenerse en cuenta, y en las recomendaciones que se brindan para la prevención primaria aparece insinuado indirectamente, al final de la cola entre otras como se advierte a continuación, por estar precedido por el incremento de las actividades físicas, la disminución del consumo de alcohol y de sal, la sugerencia sobre el tipo de dieta, el incremento de la ingestión del potasio y de la adecuada incorporación de calcio, el aumento del empleo de grasas poliinsaturadas, la disminución de los alimentos ricos en colesterol, indicando por último no fumar y las técnicas de relajación. En condición similar o peor se encuentra, cuando se le asocia a la úlcera péptica, aquí ha quedado reemplazado por el microorganismo helicobácter-pylori, mientras que en las disfunciones sexuales masculinas, se insiste, en muchos de los casos, en adjudicar la causa de su aparición a deficiencias vasculares. No es nuestro interés que se niegue la importancia que estos factores biológicos poseen, sabemos que la ciencia desde la mitad del siglo XX se ha nutrido de la abrumadora tecnología que le ha permitido avanzar a grandes saltos, y que es indiscutible que las ciencias biológicas han sido una de las más favorecidas, con aciertos cada vez más innegables; lo que llama nuestra atención es la dificultad que existe entre los estudiosos de estas materias, en ser consecuentes con el criterio sistémico, que también desde ese siglo trata de explicar los fenómenos de la naturaleza y de los seres humanos, como uno de sus consecuentes. ¿Es acaso que no se está de acuerdo conque el hombre es un ser biopsicosocial, una unidad o sistema?. ¿Por qué ese afán de biologizarlo o psicologizarlo?. ¿Por qué no verlo en su integridad?. Tal vez existen elementos que, dentro del propio tema de estrés psicológico, contribuyen a no tomarlo en cuenta, como en otros momentos o en su debida proporción, sobre todo, como vimos, en la somatización; puesto que como se advirtiera anteriormente, mantiene un importante lugar dentro de los criterios psiquiátricos. Al respecto, vale entender que entre ellos se encuentran: · La no constatación de las propuestas de explicación de los mecanismos psiconeuroendocrinos y psiconeuroinmunológicos, de una forma lo suficientemente objetiva, como para convencer a todos aquellos que intervienen en su diagnóstico y tratamiento y que en su mayoría, tienden a poseer una actitud esencialmente positivista. · Imputársele un amplio espectro de síntomas y síndromes, tanto somáticos como psíquicos, muy parecido a lo ocurrido con el diagnóstico de neurastenia en otros tiempos, y que ocasionó su desaparición por unas décadas en las clasificaciones de enfermedades mentales, debido a su amplia envergadura, dando como resultado, una visión de imprecisión. · El resultado contradictorio de las investigaciones epidemiológicas. Si bien brindan información sobre los aspectos más generales que pueden ser comunes en una población determinada, desnaturalizan el fenómeno “estrés”, el que por ser psicosocial, es eminentemente subjetivo y por ello, tiene un carácter individual, estableciendo en los resultados sesgos al formar grupos de personas supuestamente equivalentes en diversas variables, pero cuya combinación de individualidades, al comparársele con la de las conclusiones de otras investigaciones, en las que la combinación no es estrictamente la misma, trae como consecuencia errores en la generalización, cuestión que se incrementa todavía más al aplicarse, en su análisis, el método cuantitativo, que como tal, conlleva exigencias que no se ajustan a las propiedades de este objeto de estudio. El primer aspecto tratado requiere de una solución biotecnológica, capaz de permitir el aceptar o desmentir los modelos propuestos, siempre y cuando en lo biológico no se repita una individualidad de difícil control o riesgo ético, que haga más complejo el esclarecimiento de la participación de ese entrelazamiento de mecanismos. El segundo, depende de un cuidadoso examen integral del paciente y por ende, de un uso más racional del diagnóstico, ejercido por profesionales con una indiscutible preparación científica, auxiliados por un trabajo inter y multidisciplinario, capaz de abarcar todas sus aristas. El tercer problema, obliga a un cambio metodológico al enfrentar la investigación y a una consiguiente modificación en la mentalidad de aquellos que la efectúen y avalen, al respetar la individualidad y hacer uso, como buenos, de los métodos de análisis cualitativo de los que el propio Lazarus (2000) se ha referido al apuntar que, se requiere de una investigación “longitudinal, prospectiva y con propuestas microanalíticas; con observación en profundidad, y holística. Todo lo cual, añade, lo considero esencial, si no ventajoso, para el estudio del estrés, la emoción y el afrontamiento”, en la cual se estudie en detalle qué es lo que sucede dentro del sujeto día a día para así identificar estructuras y cambios en las reacciones psicológicas en el tiempo y en condiciones diversas. Existen otras razones que no dependen del estrés propiamente, sino que se dan entre aquellos que ejercen la medicina, y que tal y como se observa y ya se expresara se derivan de: · Marcadas posiciones positivistas al apreciar los fenómenos con los que se trabaja, es decir, buscando la explicación de éstos sobre lo dado y lo tangible, para ello se dirigen a conocer la relación causa-efecto y a procurar lo válido y objetivo. · Se reitera, como secuela de lo anterior, la indagación por descubrir a la noxa o al agente culpable, con una inclinación monocausal. · Se mantiene una propensión hacia la biologización a pesar de teorizarse sobre la integridad biopsicosocial, tal vez por poderse concretar mejor lo biológico, y así satisfacer al positivismo a ultranza, que dicho sea de paso, parece constituir la verdadera y única ciencia. Lo psíquico y lo social son dos entidades bastante etéreas para muchos, al contrastarlas con estos requerimientos y se hacen por ende, poco confiables. La posición por la que abogamos no es la de magnificar o desmeritar al estrés o al agente biológico que lo acompañe o a un contexto social dado, se trata de no perder de vista la complejidad del hombre (con todos sus subsistemas y sus interrelaciones) así como el de la misma naturaleza, sustratos estos, que se relacionan e interpenetran, además de no dejar de lado los hallazgos reportados desde épocas lejanas, los que con un nivel tecnológico inferior al actual pudieron mostrar elocuentes resultados, además de haber salido de investigaciones meticulosamente rigurosas, que sirvieron para convertir a sus autores en obligada mención dentro de la Historia de la Medicina. Es costumbre ver la burla, rechazo y negación de todo aquello que no se conoce, no gusta o asusta, de sólo oírlo mencionar. Quizás esto sea lo que sucede con el estrés psicológico. Tal vez no, y tengan razón aquellos que asumen esas actitudes. ¿Es un mito mantenido por los psicólogos y psiquíatras, a pesar de no haber sido los responsables de su aparición, o es una realidad?. Es preferible pensar que aún queda mucho por indagar acerca del hombre y otro tanto sobre el estrés que lo acompaña en su vida cotidiana, pero como la vida lo impone, el tiempo y la ciencia en desarrollo, dirán la respuesta final. Bibliografía Alvarez, M.A. (2000). Stress. Un Enfoque Integral. Ed. Científico-Técnica. Ciudad de la Habana. American Psychiatric Assotiation (1994). Diagnostic and Statistical Manual Disorders, ed. 4. Washington. Barrantes, R. (2000). Investigación: un camino al conocimiento. (Un enfoque cuantitativo y cualitativo). EUNED. San José. Co. Nacional de Hipertensión. (1999). “Programa Nacional para la prevención, diagnóstico y rehabilitación de la hipertensión arterial”. Rev. Cubana. Med, 38, 219-246. Lazarus, R.S. (2000). “Toward Better Research on Stress and Coping”. American Psychologist, 55, 665-673. Lazarus, R.S. & Folkman, S. (1986). Estrés y Procesos Cognitivos. Ed. Martínez Roca. Barcelona. W. H. O. (1991). The ICD-10 Classification of Mental and Behavioural Disorders. Clinical Descriptions and Diagnostic Guidelines. Geneva.