José Hernández. Cuantos XXX y XXXI (fragmentos). La vuelta de Martín Fierro 1879 y si aquí mi queja brota con amargura, consiste en que es muy larga y muy triste la noche de la redota. Y dende hoy en adelante, pongo de testigo al cielo para decir sin recelo que si mi pecho se inflama, no cantaré por la fama sino por buscar consuelo. Vive ya desesperado quien no tiene que esperar; a lo que no ha de durar ningún cariño se cobre: alegrías en un pobre son anuncios de un pesar. Y este triste desengaño me durará mientras viva; aunque un consuelo reciba jamás he de alzar el vuelo: quien no nace para el cielo de balde es que mire arriba. Y suplico a cuantos me oigan que me permitan decir que al decidirme a venir no solo jue por cantar, sino porque tengo a más otro deber que cumplir. Ya saben que de mi madre fueron diez los que nacieron; mas ya no esiste el primero y mas querido de todos; murió por injustos modos a manos de un pendenciero. Los nueve hermanos restantes como güerfanos quedamos; dende entonces lo lloramos sin consuelo, creanmenló, y al hombre que lo mato nunca jamás lo encontramos. Y queden en paz los güesos de aquel hermano querido; a moverlos no he venido, mas si el caso se presienta, espero en Dios que esta cuenta se arregle como es debido. Y si otra ocasión payamos para que esto se complete, por mucho que lo respete cantaremos si le gusta, sobre las muertes injustas que algunos hombres cometen. Y aquí pues, señores míos, diré como en despedida, que todavía andan con vida los hermanos del dijunto, que recuerdan este asunto y aquella muerte no olvidan. Y es misterio tan projundo lo que está por suceder, que no me debo meter a echarla aquí de adivino; lo que decida el destino después lo habrán de saber. MARTIN FIERRO Al fin cerrastes el pico después de tanto charlar; ya empezaba a maliciar al verte tan entonao, que traias un embuchao y no lo querías largar. Y ya que nos conocemos basta de conversación; para encontrar la ocasión no tienen que darse priesa: ya conozco yo que empieza otra clase de junción. Yo no se lo que vendrá, tampoco soy adivino; pero firme en mi camino hasta el fin he de seguir: todos tienen que cumplir con la ley de su destino. Primero fue la frontera por persecución de un juez; los indios fueron después, y para nuevos estrenos, ahora son estos morenos pa alivio de mi vejez. La madre echo diez al mundo, lo que cualquiera no hace; y tal vez de los diez pase con iguales condiciones: la mulita pare nones, todos de la mesma clase. A hombre de humilde color nunca sé facilitar: cuando se llega a enojar suele ser de mala entraña; se vuelve como la araña, siempre dispuesta a picar. Yo he conocido a toditos los negros mas peliadores; había algunos superiores de cuerpo y de vista... ¡aijuna! Si vivo, les daré una... historia de los mejores. Mas cada uno ha de tirar en el yugo en que se vea; yo ya no busco peleas, las contiendas no me gustan; pero m sombras me asustan ni bultos que se menean. La creia ya desollada mas todavía falta el rabo; y por lo visto no acabo de salir de esta jarana, pues esto es lo que se llama remachársele a uno el clavo. Y después de estas palabras que ya la intención revelan, procurando los presentes que no se armara pendencia, se pusieron de por medio y la cosa quedo quieta. Martín Fierro y los muchachos, evitando la contienda, montaron y paso a paso como el que miedo no lleva, a la costa de un arroyo llegaron a echar pie a tierra. Desensillaron los pingos y se sentaron en rueda, refiriéndose entre sí infinitas menudencias; porque tiene muchos cuentos y muchos hijos la ausencia. Allí pasaron la noche a la luz de las estrellas, porque ese es un cortinao que lo halla uno donde quiera, y el gaucho sabe arreglarse como ninguno se arregla. POEMA CONJETURAL El doctor Francisco Laprida, asesinó el día 22 de Diciembre De 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir Zumban las balas en la tarde última. Hay viento y hay cenizas en el viento, se dispersan el día y la batalla deforme y la victoria es de los otros. Vencen los bárbaros, los gauchos vencen. Yo, que estudié las leyes y los cañones, yo, Francisco Narciso de Laprida, cuya voz declaró la independencia de estas crueles provincias, derrotado. de sangre y de sudor manchado el rastro, sin esperanza ni temor, perdido, huyo hacia el Sur por arrabales últimos. Como aquel capitán del Purgatorio que, huyendo a pie y ensangrentando el llano, fue cegado y tumbado por la muerte donde un oscuro río pierde el nombre, así habré de caer. Hoy es el término. La noche lateral de los pantanos me acecha y me demora. Oigo los cascos de mi caliente muerte que me busca con jinetes, con belfos y con lanzas. Yo que anhele ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes. a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano. A esta ruinosa tarde me llevaba el laberinto múltiple de pasos que mis días tejieron desde un día de la niñez. Al fin he descubierto la recóndita clave de mis años, la suerte de Francisco de Laprida, la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio. En el espejo de esta noche alcanzo mi insospechado rostro eterno. El círculo se va a cerrar. Yo aguardo que así sea. Pisan mis pies la sombra de las lanzas que me buscan. Las betas de mi muerte, los jinetes, las crines, los caballos, se ciernen sobre mi... Ya el primer golpe, ya el duro hierro que me raja el pecho, el intimo cuchillo en la garganta. EL GENERAL QUIROGA VA EN COCHE ALA MUERE El madrejón desnudo ya sin una sed de agua y una luna perdida en el frío del alba y el campo muerto de hambre, pobre como una arana. El coche se hamacaba rezongando la altura; un galerón enfático, enorme, funerario. Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura tironeaban seis miedos y un valor desvelado. Junto a los postillones jineteaba un moreno. Ir en coche a la muerte ¡que cosa mas oronda! El general Quiroga quiso entrar en la sombra llevando seis o siete degollados de escolta. Esa cordobesada bochinchera y ladina (meditaba Quiroga) ¿que ha de poder con mi alma? Aquí estoy afianzado y metido en la vida como la estaca pampa bien mecida en la pampa. Yo, que he sobrevivido a millares de tardes y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas, no he de soltar la vida por estos pedregales. ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas? Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco hierros que no perdonan arreciaron sobre él; la muerte, que es de todos, arreo con el riojano y una de puñaladas lo memo a Juan Manuel. Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma, se presento al infierno que Dios le había marcado, y a sus órdenes iban, rotas y desangradas, las animas en pena de hombres y de caballos.