1 K Crónicas Capitalistas impresiones de una proletaria desde la cuna del capitalismo occidental July 24th, 2000 Nº 1 Sumario: 1- La Crónica 2- Preguntas abiertas 3- Cartas de los Lectores 1- La Crónica: A CAP.(I): LA COMUNA l aterrizar ya llevaba conmigo el Manifiesto Comunista. Desde entonces siempre me ha acompañado en el bolso. Para entender la práctica es imprescindible la teoría. Así siempre nos han enseñado a estudiar. En consecuencia, cuando uno va a la City londinense a que le exploten, debe ser consciente de que, ya desde mediados del siglo XIX, alguien se planteaba el misterioso destino de la plusvalía del trabajador: y, mira, también era un fantasma que, como yo, recorría Europa. De hecho, no hay nada malo en revivir las desventuras de los antepasados si, además de ofrecerte mayor realismo que los parajes de Port Aventura, se plasman en tu expediente unas prácticas de segundo ciclo en Uría&Menéndez-London 1 por dos meses. Pero mi viaje, realmente, encubre un activismo político subliminal de gran envergadura. Fijaos que mi solo aterrizaje en Uría ya corrobora que el capitalismo lleva en sí mismo el germen de la destrucción. Aquí estoy para comprobarlo, mediante mi inmersión en las aguas heladas del cálculo egoísta. Heladas es una buena expresión por la que empezar. No ya por una cuestión de temperatura exterior, sino interior: room temperature. ¿Pasar frío en medio de un entorno burgués? Hay que recordar que el proletario trabaja en la fábrica –propiedad del patrón- pero vive en su chabola en las afueras de la urbe. En este caso, la chabola no era ni mía. Claro, el problema –retrocediendo a las semanas anteriores al embarque en el avión- fue la celeridad con que me vi obligada a buscar techo en Londres desde Barcelona. Apenas tres semanas antes de partir me confirmaba Iurría la admisión a las prácticas. Y, puesto que las desgracias nunca vienen solas, a mi bajo nivel de inglés se unieron los La normalización lingüística a que se está sujeto al descolgar el teléfono prescribe pronunciar: “Iurría&Mänändäss”. En adelante, para evitar confusiones, me referiré a la oficina de Londres como Iurría, a la de Barcelona como Uria (sin acento) y, a la empresa en general, como Uría. Finuras que permite el lenguaje. 1 siguientes cuatro factores que contribuyeron a que me resultara imposible hallar plaza en alguna residencia: Factor 1): Las residencias de estudiantes londinenses están casi en su totalidad vinculadas a universidades, por lo que sus estudiantes tienen prioridad en el hospedaje; Factor 2) Durante los meses de verano tienen lugar innumerables cursos de idiomas en dichas universidades, lo que rebasa la capacidad de las residencias; Factor 3) El hospedaje en una residencia requiere, por todo ello, una reserva de 2-3 meses de antelación; Factor 4) La posibilidad de negociar la adjudicación de las habitaciones de reserva o del sofá de la lavandería es nula cuando se llama desde el extranjero y se carece de enchufe, y crece exponencialmente en la medida en que se reduce el número de kilómetros que separan al solicitante de la telefonista y aumenta la entidad o importancia relativa del solicitante. Como en todas partes. Además, existían dos factores que desaconsejaban recurrir a un hotel del precio de residencia: Factor 1’) Los mismos recepcionistas desaconsejaban una estancia prolongada allí; Factor 2’) Nunca los recepcionistas habían visto a alguien hospedado más de dos semanas. Una última consideración –más que factor- impedía saldar el tema de la estancia con un hotel confortable: Consideración 1) ¿vale la pena despatrimonializarse para hacer prácticas de Mercantil? El resultado fue, además de una larga factura telefónica, una desolación suficiente como para considerar seriamente la posibilidad de recurrir diariamente, manta en mano, a la hospitalidad de los monjes de Westminster. En Uria mostraron comprensión por mí, al tiempo que mala conciencia por haberme creado un problema tal y verse impotentes para solucionarlo. “Nosotros no tenemos ni idea, y los de la oficina Llegué a considerar seriamente la posibilidad de recurrir diariamente, manta en mano, a la hospitalidad de los monjes de Westminster de allí, vaya, es que nada”. Con cara de compasión, eso sí. Siempre es reconfortante; quiero decir, mejor esto que nada. Pero no hay que dejarse llevar, en los juicios, por los nervios y contratiempos del momento. Mirándolo con serenidad, estaréis 2 de acuerdo conmigo en que una oficina que se limita a participar en M&As internacionales, en fusiones y transacciones de multinacionales, vaya, y alguna que otra vez asesora a Rolls-Royce o REPSOL, no está en condiciones de procurar una residencia a la practicante. Y es que no se puede exigir a nadie, y menos a un despacho de tal dimensión, que se procure información que no tiene, ni que realice trámites que no acostumbra a realizar, aunque le resulte más fácil que a quien lo necesita. Suerte que, a lo largo de la Historia, aquellos a los que hemos venido llamando científicos (y muchos otros) no se conformaron siempre con utilizar la información, la técnica, la materia prima heredados de la tradición, porque, de haber sido así, yo (caso de haber nacido) no tendría los suficientes conocimientos para gravar estas Crónicas en un trozo de roca. Pero, en fin, como digo esta no es la política de Uría y puede comprenderse desde el punto de vista de la eficiencia. Aunque se disponga de la posibilidad de buscar acomodación, está desequilibrada la relación medio-fin: hay el riesgo de que el rendimiento de la practicante no compense los medios materiales y humanos empleados para buscarle donde dormir. Ahí resurge el riesgo empresarial, característico del capitalismo. Como dice Massons, las erres de Riesgo y de Rentabilidad siempre van juntas. Sin embargo, en este caso concreto, Uría se aparta de la especulación capitalista: no arriesga en proporcionarme habitación. ¿Incongruencia? No olvidemos, primero, que el riesgo tiene sus límites y que, a falta de seguro, no es prudente incurrir en riesgos de demasiada envergadura; y, segundo, que la plusvalía es lo único que asegura continuidad a la empresa y es evidente que de Como dice Massons, las erres de Riesgo y de Rentabilidad siempre van juntas algún lugar tiene que salir. Bien mirado, la falta de hospedaje es, simbólicamente, lo que me permite acudir a una firma de renombre a ejercitar mis conocimientos. La concentración del capital es lo que acrecienta la productividad y ésta nos beneficia a todos (los que hemos sobrevivido al acopio de capital). El argumento parece impecable y casi se acercaría al principio de diferencia de mi querido Rawls, si no fuera porque Clifford Chance es una empresa de, al menos, la misma entidad que Uría y SÍ corre el riesgo, no sólo de proporcionar avión y hospedaje al practicante, sino de abonarle ambos y, ojo derroche, incluso pagarle un sueldo 2 . En fin, no son más que Para detalles, consultar a Raül Rabionet, que tuvo la suerte de apuntarse antes que yo a las prácticas en la Bolsa de Trabajo y enganchar uno de los dos despachos en todo Londres dispuestos, según parece, a admitir practicantes a través de ESADE: Clifford Chance y Uría. Y encontrar la plaza en Uría ya costó (de ahí la tardía confirmación), dado que Clifford sólo admitía a un estudiante de ESADE. Otra cosa es que, una vez aquí, se me haya informado de que las solicitudes de prácticas a este despacho no están restringidas a las realizadas a través de la universidad sino que, muy al contrario, cada verano centenares de estudiantes realizan un stage tras ser admitidos sobre la base de una solicitud individual (selección según expediente). También es 2 decisiones de política empresarial, el Know-how aquél que se paga aparte al vender la empresa (Introducción al Derecho de la Empresa, 3er. curso), que es activo intangible así como clave del éxito de la misma. Este sentimiento de plenitud que me daba la consciencia de estar contribuyendo a la prosperidad de una empresa que dará de comer a muchos de mis compañeros, me ayudó La Comuna hippy es –desde el exterior- una casa sita en las afueras de Londres sobremanera a pasar las primeras noches entre las gélidas paredes de la Comuna hippy. La Comuna hippy es –desde el exterior- una casa sita en las afueras de Londres, en un barrio que –también desde fuera- dirías que es residencial. Entre otras muchas personas que habitan allí (como explicaré después, tuve grandes problemas para determinar su número exacto), se halla la secretaria de Iurría. Amy, que es el nombre de la secretaria, fue la persona con quien contacté un buen día desde Barcelona al atrevirme a llamar a Iurría, pese a las recomendaciones en sentido contrario por parte de Uria, advirtiéndome de la inutilidad de tal llamada a efectos de lograr techo. Como buena telefonista, realizó sendas llamadas a residencias y, de conforme la fórmula de la proporcionalidad inversa entre los kilómetros y las posibilidades de hospedarse (ver arriba), pudo hallar hospedaje para mí a partir de determinado día (en una residencia en que nos habían respondido que “fully booked”). Me ofreció, sin embargo, otra alternativa: vivir en su casa, por un alquiler relativamente bajo. Puesto que, en cualquier caso, era ésta la única alternativa para los primeros días, fue allí donde aterricé poco después 3 de hacerlo, a su vez, el avión. Llegué pasada la medianoche, con media hora de retraso respecto de la hora pactada (no podía pactarse antes, pues Amy –en adelante, La Hippy- tenía que salir con sus amigos y, aun tras diversas llamadas, no pudo asegurarme que antes de su llegada se hallaría alguien en la casa). Como digo, llegué tarde, y tuve suerte porque ella acababa de llegar. Es rubia, estilizada, con unos ojos algo salientes, joven. No sé si me dijo que tenía 28 años. ¿O eran más? El caso es que –eso me lo explicó el día siguiente, en el autobús, mientras chorreaba mi melocotón, que era mi desayuno- a mi edad, las ganas de huir de casa le habían impulsado a viajar sola a España, previendo hallar lugar donde dormir al conocer a las primeras personas. Bueno, pues la casa de La Hippy tiene varios pisos, conectados entre sí por una escalera, que se ve nada más entrar. Hasta aquí, todo bien. La cosa se empezó a complicar otra cosa el que yo no supiera todo lo que acabo de explicar (esto es, sí la política de Uría pero no la de Clifford Chance) hasta mucho después de dar mi conformidad a las prácticas en Uría. Pero aquí ya estaríamos de nuevo en el tema de la búsqueda de información y de la roca. 3 Estoy convencida de que preferís no conocer las aventuras de Maris y las seis maletas en el cuarto sub-sótano del metro de Londres, que carece (en ese punto) de ascensor, acechadas por miles de londinenses estresados en plena rush-hour y por innumerables carteles advirtiendo del peligro de dejar sin vigilancia pertenencias personales. Todo gracias a un redondo, políglota y sabelotodo pasajero del avión. 3 cuando se me mostró la ubicación del water y, simultáneamente, tomé consciencia de sus dimensiones. Además de la “taza” cabía, a lo largo, un pie: tampoco hay de qué quejarse. A lo ancho... da igual, dejémoslo estar. Y todo lo que sería la sospechosa ventanita que presidía el zulo, quizá otro rato. “And the bathroom...” y allí se acabó mi seguimiento de la frase, como me ocurrió y ocurre con otras muchas, dado mi insuficiente nivel de inglés. Pero era evidente que el baño no estaba en el mismo lugar, ni en el mismo piso. Por suerte, yo tenía una habitación propia. Bien: habitación es un eufemismo. Entre cuatro paredes cerradas por un conato de puerta sin cerradura, se hallaba, cuando yo llegué, algo así como un colchón o un derivado del mismo, sobre el que Sorry, where e x a c t l y is the bathroom? una de las convivientes de la casa (Alexandra: morena, delgadita, semi-española, tímida, agradable) se apresuró a lanzar un saco de dormir que, conceptualmente, sería la colcha y la sábana, para que me entendáis. La gran ventana que ocupaba buena parte de la pared frontal de la habitación, además de reforzar el aire gélido que recorría la casa por no cerrarse (la calefacción hacía tiempo que se había estropeado), hacía materialmente imposible hallar en la habitación un punto en que potencialmente no pudieras ser visto/a desde el exterior (llegué de noche, tampoco sabía a dónde daba la ventana). Lo que -conceptualmente, insisto- vendría a ser la luz (una bombilla haciendo equilibro y varias velas sobre lo que, con algo de imaginación, podía categorizarse como mesa) me permitió sacar de mis maletas un jersey y el anorak y, neceser y linterna en mano, cuando ya se habían apagado las luces, me dispuse a explorar la casa en busca del prometido bathroom. El problema de rastrear de noche una casa que no se conoce, y, sobretodo, a cuyos ocupantes no se conoce (¿se conocerán ellos entre sí?), es el constante miedo de abrir la puerta de un dormitorio, en lugar de la del baño o la cocina. Subí y bajé unas cuantas veces y, una vez examinado el interior de las puertas abiertas, no habiendo dado con el bathroom y cansada de oír chirriar el suelo bajo mis pies, me conformé con lavarme los dientes en el sótano, en el cuarto-almacén de aparente carácter pluri-empléico, dotado de una lavadora y sendos Fairys, además de trapos y botes de indescifrable contenido, y con una pequeña pica en el fondo. Sin puerta, claro, ¿para qué? ¿No dicen que la puerta mejor cerrada es la que puede dejarse abierta? Pues ellos se saltan directamente el paso intermedio. Me lavé los dientes, pues hacía demasiado frío para nada más, confiando en que el nuevo día me daría la clave de la ubicación del cuarto de baño. Y, sí, efectivamente me la dio. Nunca olvidaré lo mucho que me costó buscar las palabras, barajando la necesidad ser informada con la de no ofender en caso de ser otra la respuesta, para formular la pregunta. Añadid a todo ello un sueño tremendo y un dominio del lenguaje que no da para sutilezas. Y creo que en ese momento estuve segura de que os lo contaría. El resultado fue: “Sorry Amy... where exactly is the bathroom?”; como véis, una mala combinación entre “no he encontrado el baño” y “he encontrado el baño pero me parece infumable”. Pues sí, lo había encontrado la noche anterior. Era la pica abandonada. Haciendo una breve recapitulación. Tenemos: Water en el que cabe poco más que un pie; habitación que ofrece vista panorámica al vecino (por fin, daba a una callejuela), cuarto de baño sin puerta. La pregunta básica sería: ¿dónde te cambias de ropa? - - - Es un tema que prefiero dejar abierto en este escrito. Para evitar malentendidos: una cosa es la falta de medios, de confort y de facilidades. Otra es la de salubridad, intimidad e higiene. Pagar un alquiler bajo no está reñido con cerrar el cuarto de baño o tener una estufa, máxime si estamos hablando de sueldos de secretaria de un prestigioso bufete. De día, eso sí, la casa tenía su encanto. Sobretodo la fauna que aparentaba habitar en ella, considerablemente superior al número de cuatro, que es el que desde un primer momento se me anunció como “oficial”. La pena es que a punta de día ya tuve que ir a Sésamo y no volví a pisar a casa hasta que ya lo habían hecho antes de mí la oscuridad y el frío. Este plan de vida se prolongó durante dos días, a lo largo de los que conocí a Alan (coincidimos una madrugada en la cocina; a mí me descubrió la linterna, pese a que hubiera preferido pasar desapercibida cuando, al buscar un poco de leche en la nevera 4 , se me apareció en la oscuridad una silueta de hombre, con poco más que unos calzoncillos y la cabeza rapada) y Dan (el día que llegué con el taxi para recoger mi equipaje de allí y llevarlo a la residencia, al parar delante de la casa, estaba la puerta abierta y podía verse, de espaldas, a un hombre montado en una bicicleta que, después de diversos malabarismos, descendió con ella las escaleras que dan al recurrido bathroom, mientras en el sótano alguien tocaba bruscamente el piano, quizá para ahogar la música que salía de Se me apareció en la oscuridad una silueta de hombre, con poco más que unos calzoncillos y la cabeza rapada una de las habitaciones del primer piso que, como buena morada de hombre soltero, tenía los cajones y estanterías como pura decoración). Esporádicamente conocí a algunas otras chicas, que me fueron presentadas como habitantes comunes de la casa, pese a mi perplejidad en el momento en que me dejaron de cuadrar los números. Una descalza con pelo castaño, largo y rizado y uñas rojas, y una rubia cuyo recuerdo me ha quedado bastante borrado. Todos se reían con mis bromas y nos entendimos bien el poco tiempo que coincidimos, pero eran demasiados, como si dijéramos. Demasiados para ser sólo cuatro los que pagaban el alquiler. Decía que la mañana siguiente tocaba el check-in en Iurría. La Hippy me acompañó en autobús, haciendo –lo supe después- la tercera excepción desde hacía seis meses a su norma de ir al trabajo en bicicleta. Fue entonces cuando se compró el melocotón de cada mañana (eso parece ser independiente del medio de transporte que utilice) y yo le 4 Leche comprada por mi, en vista de que el interior de la nevera ofrecía básicamente bolsas de plástico y mantequilla: eso sí, mucha mantequilla. 4 secundé, en mi desesperado afán por emular sus acciones y movimientos, no para hacerme hippy, sino para conseguir llegar a la City en plena rush-hour matutina. Nos echaron de dos buses (en Londres el poder –y la autoridad, que no tienen por qué coincidir- del conductor del autobús es impresionante: “this lady is the last”, y ahí no sube nadie más) y, como era de esperar, llegamos tarde. En parte, porque, después de quejarse durante todo el trayecto de la hora que era, aceptó al bajar que le realizaran una encuesta, vete a saber de qué, en plena calle. La broma duró 7 minutos. En consecuencia, hice tarde el primer día. Además, sin ser capaz de recordar el camino recorrido (calles, paradas de autobús) para llegar allí y con aún menor idea de cómo regresar. (Eso no es sólo culpa de La Hippy ni del sueño, sino de mi sentido de la orientación que, desde pequeña, tiende a inexistente). A la vuelta me las tuve que apañar, porque preferí no marchar antes de hora el primer día, a acompañar a La Hippy a la obligada visita al swimmingpool. El segundo día llegué asimismo tarde, porque, pese a estarse pensando hasta el último momento si realizar o no la cuarta excepción a la regla de la bicicleta, finalmente La Hippy decidió que no hay como guardar las costumbres, y me dibujó algo que -como siempre, con imaginación- podría considerarse un mapa. Pasa que me faltó la suficiente imaginación como para idear que, en Londres, una misma calle puede adquirir hasta tres nombres, en función de la altura a la que uno se refiera. Por suerte, el panadero (pequeño y redondo como el del avión, pero con mayor sentido práctico) se apiadó de mi (ya me miró desde el escaparate con compasión) y encontró a alguien que me aclarara el entuerto. Un panadero, mira: un artesano. ¿Autárquico, quizá? En cualquier caso, tanto geográfica como conceptualmente muy, muy alejado del gris(-plata) de la City. * * * Han pasado bastantes días desde aquel melocotón que chorreaba en el apretado autobús, así como desde mi primera comida con los ejecutivos de Iurría. Algunas cosas han ido cambiando, han surgido muchas de nuevas, y también otras han permanecido igual. Entre ellas, la compañía del Manifiesto Comunista. Pero todas ellas merecen ser explicadas aparte, en una nueva ocasión. 2- Preguntas abiertas: ¿Habré llegado algún día puntual a la oficina? ¿Tendrán lavabo en Sésamo? ¿Será el jefe tan antipático como se me ha advertido? ¿Volveré a comprar melocotones? 1- hauràs de complir els requisits de catalanitat, condició sine qua non per què la teva crònica pugui viatjar pels servidors catalans. Aquest requisits inclouen que (suposo que l'idioma principal serà l'anglès): - el català ha de ser-hi present. Com sigui, però sempre hi ha de ser. En cas que utilitzis una llengua diferent de l'anglès, aquesta ha de ser la principal. - l'espanyol ha de tenir el seu espai el més restringit possible. Si és possible, restringit fins a un nivell invisible per l'ull humà (per exemple, en una lletra encara molt més petita que la del teu treball de laboral). Ja sé que no queda bonic dir això, però l'experiència social demostra que com menys s'utilitza l'espanyol a Catalunya, millor pel català. Això no té cap altra justificació possible, o sigui que és inútil buscar-hi motivaciones. No és que jo pretengui donar cap crèdit a l'empirisme, però de tant en tant, sobretot quan convé (quan toca, que diria l'Honorable), se li pot fer una concessió: ergo, res d'espanyol. O és que a tu no t'agrada ser diferent? (d'Esade i d'Uría, és clar) 2- Tu pretens que algú et llegeixi. Això és MOLT difícil. La majoria de gent que coneixo llegeix el diari per veure què hi diu de la tele. Així doncs, hauries d'incloure la programació d'algun canal britànic, si pot ser que tingui sèries que també s'emetin aquí. I si no, inventa una programació del que sigui. La programació és el més capitalista que existeix, si hi penses: implica una valoració per la llibertat de les persones per escollir quin programa volen veure (llibertat en l'objectiu) i alhora suposa un exercici de llibertat per aquells que programen per triar què volen emetre i influir sobre la gent per què ho vegin (llibertat en l'origen). L'igualitarisme-comunisme-socialisme (admeto que barrejo l'imbarrejable, i què?), per la seva part, et diria el contrari: primer, si valorem igual un programa de tele que un altre, perquè els hem de diferenciar? No pretenem només igualtat d'oportunitats per ser vist, sinó igualtat de visionament efectiu. Així doncs, no cal programar, ja que de fet l'únic criteri a seguir és que el mateix nombre de gent ha de veure el mateix nombre de programes. I segon, aquí no es pretenen privilegis: perquè ha de tenir més oportunitats de veure el que li agrada el qui compra el diari que el qui no?. Això és injust, si tots som igualment igual d'igualats. Tots allí, juntets i igualets, recoberts cada un del mateix nombre de metres quadrats de vel de la ignorància. En fi, coses de la tele i de la teoria de la introducció a la filosofia dels drets humans 5 . Apart d'això, estaria bé que posessis un apartat d'aniversaris, perquè així podries citar que el 29 és el meu sant.” (Marta Baró) 3- Cartas de los lectores: “...Respecte a aquella crònica tant famosa, dos puntualitzacions que has d'adoptar per demanda dels suscriptors (utilitzo el jo majestàtic). 5 Término con que Marta alude a la expresión que utiliza mi padre para burlarse de mis oscuros instintos. 5 Crónicas Capitalistas sólo cuenta con edición electrónica, a la que en este momento están suscritas 24 personas. Lista de destinatarios incluida como BCC (Copia Ciega), por razones de privacidad y, por qué negarlo, intriga. Está abierta a la colaboración, la opinión o la crítica de sus suscriptores. De todos modos, se declara abiertamente partidista y contraria al pluralismo, por más que todavía no ha definido su orientación. El presente formato está optimizado para ser leído por un programa Word 97 o superior, y con las fuentes Arial Narrow, Century Gothic y Lucida Handwriting. 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