Parámetros actualizados para el manejo de la obesidad y el sobrepeso Universidad de Puerto Rico, Programas educativos especiales, nº 10, 1998 Aspectos generales Todos los estudios epidemiológicos coinciden en afirmar que la población de los países occidentalizados se está volviendo cada vez más sana. De hecho, el promedio de vida al nacer de un individuo, en uno de estos sitios del mundo es mayor que el observado varias décadas atrás. No obstante, la excepción a la regla es la obesidad. En el mundo occidental, las personas son más obesas que en el pasado, y lo son más cuanto mayor edad tienen. Los datos extraídos de estudios poblacionales en los Estados Unidos y en el Reino Unido, muestran un alarmante incremento en el peso promedio de las personas, y en la proporción de individuos con sobrepeso u obesidad. De hecho, la prevalencia de obesidad en estos países se ha duplicado en la última década, y lo que es peor, ésta se desarrolla cada vez en forma más precoz, incluso desde la infancia. Aún no se conocen las causas de este fenómeno. Se ha comprobado que incluso un gran porcentaje de niños y adultos obesos, comen menos que los controles de años anteriores. Tampoco es posible que se deba exclusivamente a la costumbre occidental de consumir alimentos ricos en grasas, ya que al menos en Estados Unidos e Inglaterra, la proporción de calorías consumidas como grasas ha permanecido constante durante el último quinquenio. Hasta la fecha, la única diferencia significativa entre la población del hemisferio occidental y los habitantes de los países asiáticos, es la progresiva reducción en los primeros, a través de los años, de los niveles de actividad física diaria. Si bien es cierto que la sociedad de finales del siglo veinte se ha caracterizado por unas altísimas tasas de productividad mundial, esta variación no se ha acompañado de un incremento paralelo en el gasto de energía por individuo y, por el contrario, se tiende a una cultura de conservación energética y al sedentarismo urbano. La combinación de una vida sedentaria y los malos hábitos de alimentación, mantienen y promueven las reservas de grasa del individuo y lo convierten en un sujeto obeso, a riesgo de sufrir múltiples enfermedades que pueden ser desencadenadas o agravadas por ella. Aunque el ideal del control futuro de la obesidad radica en la educación para la prevención, en el momento actual, ésta pasa a un segundo plano dado que cerca de 1 de cada 7 individuos ya es obeso y 1 de cada 2 tiene sobrepeso; esto hace que la necesidad de detección de casos y el tratamiento difundido sea imperiosa. Definición y epidemiología Es imprescindible diferenciar entre sobrepeso y obesidad. El índice de masa corporal es una razón numérica que busca correlacionar el peso en kilogramos del individuo, con su talla en metros, y su cálculo se puede hacer por medio de nomogramas o utilizando la fórmula: IMC (Indice de Masa Corporal) = Peso (Kg) / Talla al cuadrado (m2). Un individuo se encuentra en sobrepeso cuando su índice de masa corporal se encuentra entre 25 y 29.9 Kg/m2 de superficie corporal. Por el contrario, la obesidad se define como la presencia de un índice de masa corporal mayor a 30 Kg/m2. Esta diferenciación se hace aún más importante dado el hecho que el riesgo de complicaciones cardiovasculares y de otra índole se incrementa en los pacientes obesos, más no en los que se encuentran sólo en sobrepeso. El número de personas con sobrepeso y obesas se ha incrementado en todo el mundo a partir de 1960, alcanzado casi 55% de la población mayor de 20 años. Sin embargo, al parecer, no toda la población tiene el mismo comportamiento, ya que el ascenso en la prevalencia de la obesidad ha sido más evidente en ciertos grupos minoritarios y en las sociedades o grupos de menores ingresos y deficiente nivel educativo. En Estados Unidos, actualmente existen 97 millones de adultos con sobrepeso y obesos, lo cual incrementa notablemente el riesgo de morbilidad por causa de hipertensión arterial, diabetes tipo 2, enfermedad coronaria, dislipidemia, cálculos biliares, osteoartritis, apnea del sueño, y algunas neoplasias como cáncer de próstata, colon y seno. La obesidad es una enfermedad crónica que se desarrolla gracias a la interacción y simultaneidad de múltiples factores ambientales, genéticos, del comportamiento, culturales, fisiológicos y metabólicos. Control de la obesidad y estado de salud Como ya se mencionó, la obesidad está relacionada con un incremento en la morbilidad y la mortalidad. Existen fuertes evidencias de que la reducción de peso en los pacientes con sobrepeso y obesos, conlleva una disminución en el riesgo de padecer diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. La reducción de peso también se acompaña de un mejoramiento del perfil lipídico del individuo, disminuyendo los niveles séricos de triglicéridos e incrementando la concentración de colesterol ligado a lipoproteínas de alta densidad (HDL). Igualmente se pueden observar reducciones en los niveles de colesterol total y de colesterol ligado a lipoproteínas de baja densidad (LDL). Como si fuera poco, al bajar de peso se mejora la sensibilidad periférica a los efectos metabólicos de la insulina, lo cual se refleja en una mejor tolerancia a los carbohidratos y menores valores basales de glicemia y de hemoglobina glicosilada (HbAc1) (tabla 1). A pesar de todos estos claros beneficios, no existe hasta el momento ningún estudio prospectivo que haya demostrado una reducción significativa de la mortalidad, con la reducción de peso de los pacientes obesos. De otro lado, sí está claro que la reducción de los factores de riesgo, obtenida gracias a la normalización del peso corporal, reduce la aparición de diabetes tipo 2 y de enfermedades cardiovasculares. Estrategias de manejo El tratamiento del sobrepeso y la obesidad es un proceso que conlleva dos pasos indispensables. El primero es la evaluación de la enfermedad y el segundo es el manejo propiamente dicho (figura 1). En la fase de evaluación se busca determinar el grado de severidad de la enfermedad, para lo cual se toman medidas como el peso, la talla, el índice de masa corporal y la circunferencia abdominal. Con base en los datos de índice de masa corporal, el paciente puede ser ubicado en una de seis categorías (tabla 2).Por su parte, la circunferencia abdominal juega también un papel muy importante. La presencia excesiva de grasa en el abdomen, que no guarda proporción con la grasa corporal total, es un pronosticador independiente de morbilidad y se comporta como un factor de riesgo adicional. Los valores normales de circunferencia abdominal tienen un punto de corte determinado para hombres y mujeres, por encima del cual el paciente entra en un grupo de mayor riesgo. Para los hombres este valor es de 102 cm (40 pulgadas) y para las mujeres es de 88 cm (35 pulgadas). El valor pronóstico de estos puntos de corte se pierde en aquellos pacientes obesos en extremo, con índices de masa corporal por encima de 35 Kg/m2, en quienes la medición de la circunferencia abdominal carece de valor alguno. Algoritmo para la evaluación y el tratamiento del paciente con sobrepeso u obeso. Otra parte del proceso de evaluación del paciente obeso es la determinación del riesgo. Para tal fin se hace necesaria la investigación de procesos comórbidos que puedan llegar a afectar la sobrevida o la calidad de vida del individuo. Entre las enfermedades que hay que descartar se encuentran la enfermedad coronaria, la aterosclerosis, la diabetes tipo 2 y la apnea del sueño, todas ellas de gravedad y que ponen al paciente en un alto riesgo de complicaciones y muerte. Por supuesto, no se pueden dejar de lado los factores de riesgo cardiovascular como el tabaquismo, la hipertensión arterial, la dislipidemia, la diabetes, la edad (hombres mayores de 45 y mujeres mayores de 55 o postmenopáusicas) y el antecedente familiar de enfermedad coronaria. El paciente con tres o más de estos factores se encuentra en un alto riesgo absoluto y requiere del manejo clínico de éstos factores para reducir el riesgo de complicaciones y muerte (tabla 3). En los pacientes en sobrepeso, el control de los factores de riesgo es tan importante como el tratamiento dirigido a la reducción de peso. Está claramente demostrado que en los pacientes obesos y en sobrepeso, el control adecuado de los factores de riesgo reduce la morbimortalidad cardiovascular, independientemente del éxito o fracaso de la terapia de reducción de peso. Motivación del paciente Una vez se ha establecido el grado de obesidad presente y el estado de riesgo asociado, el paso siguiente es determinar la motivación del individuo para reducir el peso y sus expectativas en este sentido. Para evaluar con exactitud el grado de motivación que tiene el paciente para entrar en un programa, hay que interrogarlo sobre los intentos del pasado (tanto los fracasos como los éxitos) para perder peso. También puede llegar a ser importante el grado de apoyo que tiene el paciente por parte de amigos, familiares y compañeros de trabajo. Gran parte del éxito de los programas de reducción de peso radica en la completa comprensión y entendimiento por parte del paciente de los riesgos de enfermedad que acarrea el ser obeso. Aunque todas los anteriores factores son muy importantes, hay otros que no pueden dejarse de lado como la actitud del paciente frente a la actividad física y por qué no decirlo, las posibilidades financieras del individuo para costear el tratamiento y la fase de mantenimiento. Si el sujeto ha experimentado varios fracasos o decepciones con tratamientos anteriores, es importante explicarle las características que hacen diferente este nuevo ensayo, lo cual va a motivarlo hacia la nueva estrategia. Las dietas en el manejo de la obesidad El primero en sugerir el empleo de las dietas como tratamiento para la obesidad fue el médico William Banting, y desde entonces se han ideado numerosas y variadas dietas que falsamente prometen resultados rápidos y duraderos. Lo cierto es, que cualquier dieta que pretenda lograr la reducción de peso sólo tiene que cumplir con una característica que es mantener la ingestión de calorías por debajo del gasto energético del individuo. Desde mediados de 1960, los tratamientos de modificación de la conducta han tomado gran auge para lograr la reducción de peso. Sin embargo, en los últimos años se realizaron múltiples estudios que han puesto en entredicho la real utilidad de este tipo de tratamientos. Lo normal es que con las modificaciones del comportamiento se logre una pérdida entre 5% y 20% del peso corporal, el cual se recupera al cabo de 5 años, en promedio. A pesar de que las dietas han sido por mucho tiempo la forma más sensible de modificar el peso, éstas han entrado recientemente en una fase de profundo cuestionamiento. Numerosos estudios demuestran que el antecedente de múltiples dietas predispone al sujeto al desarrollo de desórdenes de la alimentación, lo cual explicaría el marcado incremento en la incidencia de estas enfermedades dentro de la población femenina, característicamente insatisfecha con su peso y que se somete con regularidad a las dietas. Dado que cerca de una cuarta parte de los pacientes obesos cursa con algún trastorno o desorden de la alimentación, hay que tener en cuenta que en ellos la simple restricción en el consumo de alimentos va a ser insuficiente para el manejo de su obesidad. La meta inicial de los programas de reducción de peso debe ser disminuir alrededor de 10% del peso corporal de base, en un período de 6 meses. Si esta meta se alcanza, posteriormente se puede conseguir una pérdida mayor de peso si llegara a estar indicado. Para un paciente promedio, con índice de masa corporal de 27 a 35, una disminución diaria de 300 a 500 calorías puede ser suficiente para lograr las metas propuestas, gracias a una pérdida semanal de media a una libra de peso. Para pacientes con grados más avanzados de obesidad, la restricción de la ingesta debe ser mayor, con reducciones diarias hasta de 500 o 1000 calorías, lo cual significa una disminución de 1 a 2 libras de peso semanales. Esta es una forma efectiva y segura de perder peso durante los primeros seis meses, pero después de este lapso de tiempo, la velocidad de reducción de peso puede disminuir entrando en una fase de meseta, debida básicamente al menor gasto energético basal de un individuo con menor peso corporal (figura 2). La dieta, planeada en forma individual y teniendo en cuenta el estado de sobrepeso y las preferencias del paciente, debe ser parte de un programa integral de reducción de peso. El paciente puede elegir entre una dieta de 1000 a 1200 kilocalorías al día para las mujeres y entre 1200 y 1500 kilocalorías para los hombres. A pesar de la necesidad de reducir la ingesta de grasas saturadas, el porcentaje de calorías aportadas por este tipo de combustible debe mantenerse cercano a 30% del total calórico diario. La sola disminución de las grasas en la dieta no produce reducciones significativas en el peso, a menos que se reduzca también el valor total de calorías diarias. El reemplazo isocalórico de las grasas por carbohidratos tampoco va a producir modificaciones sustanciales en el peso corporal, mientras que una reducción simultánea de los carbohidratos y de las grasas genera obligadamente el déficit calórico necesario para la pérdida de peso. Curva de velocidad de reducción de peso al iniciar una dieta hipocalórica. En un comienzo, la pérdida de peso es acelerada y constante, pero a medida que se acerca a los 6 meses de terapia, aparece una fase de meseta, en que la modificación es mínima. Actividad física y reducción de peso El aumento de la actividad física es un factor determinante e indispensable en la terapia de reducción de peso, aún cuando su efecto desaparezca después de los primeros 6 meses de tratamiento. La mayor parte de la pérdida de peso se debe a la restricción de la ingesta calórica. No obstante, el ejercicio físico es determinante en el mantenimiento del peso alcanzado, lo cual se comprueba con estudios que evidencian cómo las tasas de recuperación del peso perdido son más altas en el grupo de pacientes con menores niveles de ejercicio. Además, la actividad física es muy importante para el mantenimiento del perfil cardiovascular y reduce el riesgo de diabetes y de enfermedad coronaria, independientemente de la reducción de peso lograda. Si bien la actividad reduce la ganancia de peso, la obesidad puede comprometer por sí misma los niveles de actividad física del individuo. De hecho, los pacientes obesos se sienten acomplejados de su apariencia física y de su desenvolvimiento en los deportes, por lo cual deciden alejarse de todo lo que tenga que ver con ellos; así mismo, suelen rechazar los programas de ejercicio regular y a largo plazo. Para la mayoría de los pacientes obesos, el ejercicio debe iniciarse de manera lenta, con incrementos discretos y graduales. El ejercicio debe ser aeróbico, como por ejemplo la caminata o la natación suaves, actividades que se deben practicar inicialmente por períodos de 30 a 45 minutos y una frecuencia de 3 veces a la semana como mínimo, para con posterioridad incrementar a 5 veces a la semana. Con un régimen como el descrito, se logra la combustión de cerca de 100 a 200 calorías diarias. Además de la rutina diaria de ejercicio, el paciente debe ser estimulado para incrementar su actividad física rutinaria en las labores del quehacer diario. Entre las recomendaciones útiles se encuentran promover actividades tales como caminar, subir escaleras, colaborar con el aseo de la casa y, en general, desarrollar más actividades físicas cotidianas Terapia de modificación de la conducta Las estrategias específicas que han sido creadas con este fin son el auto-control de los hábitos alimenticios y la actividad física, el manejo adecuado del estrés, el control de los estímulos que favorecen el sedentarismo o la sobrealimentación, el reestructuramiento cognoscitivo y el apoyo social. Si bien es cierto que estos enfoques se encuentran más y más difundidos entre quienes llevan a cabo programas de reducción de peso, es posible que esto haya desembocado en una práctica menos depurada y efectiva de la modificación del comportamiento. De todas manera, y contrario a lo que sucede con este tipo de terapias en el manejo de algunas entidades psiquiátricas, los beneficios de dicha estrategia en el manejo de la obesidad no han sido objetivamente probados y los datos referentes a su eficacia a largo plazo son controvertidos. Estrategias farmacológicas En algunos pacientes muy bien seleccionados, la terapia farmacológica puede ayudar para que tanto las dietas hipocalóricas como los programas de actividad física logren sus objetivos. Actualmente, la mayoría de expertos considera que es necesario el uso de medicamentos para el control de la obesidad, pues la modificación de la conducta, la dieta y el ejercicio, por sí solos ofrecen resultados limitados. Es más, varios estudios indican que hasta la mitad de los sujetos que logran reducir entre 5 y 10 kilos, como resultado de dieta estricta bajo supervisión médica, recuperarán el peso en poco más de un año, debido a la falta de adherencia a largo plazo a las restricciones en la dieta y a las modificaciones en el estilo de vida. Los fármacos contra la obesidad han recorrido un camino lleno de frustraciones y resultados adversos, tal como ha acontecido con las anfetaminas de primera generación o la combinación fenfluramina/fentermina, tan popular hace pocos años. En la actualidad los medicamentos empleados incluyen derivados anfetamínicos, agonistas serotoninérgicos, modificadores del metabolismo y la absorción intestinal de nutrientes y grasas y estimulantes de la termogénesis. En el caso de los anfetamínicos, las recomendaciones de la Administración de Drogas y Alimentos (FDA, por Food and Drug Administration), de los Estados Unidos, consideran segura su utilización sólo por breves períodos y ninguno está indicado para un manejo a largo plazo, por el riesgo de inducir adicción. Los agonistas adrenérgicos y serotoninérgicos incluyen fenilpropanolamina y fentermina, que actúan estimulando los receptores a1 y b2 adrenérgicos; mazindol, que bloquea la recaptación de norepinefrina en las neuronas presinápticas y sibutramina, la cual interfiere con la recaptación de serotonina, de manera que el neurotransmisor es eliminado del espacio sináptico por acción de la enzima monoamino oxidasa (MAO). Con respecto a colestiramina (resina de intercambio) y orlistat (molécula que inhibe la acción de la enzima lipasa pancreática) las investigaciones realizadas han arrojado resultados poco conclusivos. Ambos reducen la absorción intestinal de lípidos, pero, por lo mismo, provocan significativos efectos adversos tales como diarrea, distensión abdominal y esteatorrea. Para finalizar, la eficacia de los sustitutos de grasas y azúcares, es dudosa y las experiencias clínicas publicadas muestran resultados contradictorios, por lo que todavía no se ha establecido una posición unánime respecto a su uso. Hasta la fecha, el único supresor del apetito para uso prolongado, aprobado por la FDA es sibutramina, aunque otras alternativas como orlistat están en lista de espera para la respectiva autorización. Los medicamentos para perder peso que han sido avalados por dicha agencia de control para uso crónico, pueden ser adyuvantes valiosos junto con la dieta y el ejercicio, siempre y cuando el paciente tenga un índice de masa corporal por encima de 30 Kg/m2 sin otros factores de riesgo, o en aquellos con índices entre 27 y 29.9 Kg/m2 si además tienen algún otro factor de riesgo como hipertensión, dislipidemia, enfermedad coronaria, diabetes o apnea del sueño. El problema de los cambios cíclicos de peso La historia típica de una persona adulta en sobrepeso es una serie de pérdidas y ganancias de peso, que se repiten en forma cíclica a través del tiempo. En algunas ocasiones, no sólo se recupera el peso perdido, sino que puede llegar a uno incluso superior al anterior. En una serie de pacientes hospitalizados para perder peso, al cuarto año de seguimiento cerca de 60% de ellos había recuperado su peso inicial, y una tercera parte lo había excedido. La mayoría de los tratamientos dirigidos al control del peso inducen ciclos. Por esta razón surge la duda de si estos individuos simplemente fracasaron en su tratamiento, o si por el contrario fueron víctimas de él. Algunos estudios han sugerido que la restricción de la ingesta puede inducir cambios en el gasto de energía, que con el tiempo se manifiestan como la resistencia metabólica del organismo a la pérdida de peso, a pesar de continuar con la dieta baja en calorías. Este efecto explicaría, al menos en parte, la dificultad de continuar perdiendo peso a largo plazo, o la ganancia del mismo. Pero el problema va más allá del simple hecho de la falla terapéutica. Actualmente es reconocido que la variación cíclica de peso favorece la aparición de varias de las complicaciones relacionadas y ensombrece el pronóstico a largo plazo. La obesidad y los genes Si bien es cierto que los avances en la genética mo-lecular han descubierto las alteraciones genómicas propias de la obesidad, también lo es el hecho de que no se ha podido comprobar que estos cambios genéticos puedan ser los únicos responsables de la tendencia al sobrepeso. La teoría actualmente vigente sostiene que los individuos que poseen las alteraciones genéticas asociadas a la obesidad son particularmente propensos a ganar peso, si son expuestos a un medio "obesogénico". Así pues, habrá familias enteras que son obesas, no por el hecho mismo de poseer tal o cual gen, sino por que heredan no sólo la predisposición a ser gordos sino también las malas costumbres de alimentación y de actividad física. Lo anterior ha sido demostrado cuando parejas de adultos obesos adoptan niños, en teoría, no portadores de genes de obesidad, pero que al asumir las costumbres y el estilo de vida de sus padres terminan siendo obesos. En resumen, sí existe una predisposición genética para la obesidad, pero poseerla no significa que se tenga que ser obeso de forma irreversible durante toda la vida, ya que basta con hacer las modificaciones necesarias en el estilo de vida, para poder llegar al peso ideal. Por supuesto, las personas con tal predisposición no podrán llevar la vida sedentaria y los hábitos de alimentación que llevan los individuos delgados. Conclusiones La obesidad es una enfermedad crónica de carácter endémico en el mundo occidental. Su presencia no sólo afecta la apariencia física y el bienestar emocional de quien la sufre, sino que también es un factor predisponente para sufrir enfermedades relacionadas como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, las dislipidemias y la enfermedad coronaria, entre otras. El médico de familia debe estar atento para detectar y educar a los pacientes obesos sobre la importancia de reducir de peso. Los programas integrales de tratamiento para la obesidad requieren principalmente la voluntad y motivación del paciente, que asegurarán la adherencia a las dietas bajas en calorías, los programas de actividad física y las terapias de modificación de la conducta. La terapia farmacológica se debe reservar para los sujetos con obesidad extrema que han fracasado con el tratamiento convencional, o en aquellos con grados menores de obesidad, pero que tienen añadidos factores de riesgo cardiovascular o respiratorio.