Dialogo para un adiós. - “Lo siento, debo irme. Tal vez volvamos a vernos, no lo se.” - “¿Así? ¿Sin más? ¿Te vas y punto? - “Sí, creo que es lo mejor. Sabes que no podemos seguir juntos.” -“Creo que eres un cobarde, una especie de Peter Pan que se niega a crecer.” -“Dices que te vas pero en realidad estás huyendo, tal vez de ti mismo.” El pensó durante unos segundos, buscando desesperadamente una respuesta sincera que mereciera la pena. - “Tal vez tengas razón… pero necesito irme. Necesito recorrer otros horizontes, perderme sin rumbo, creo que ese es mi sino. Lo he pensado mucho, te lo aseguro.” - “¡¡Tonterías!! No quieres afrontar lo que tenemos, tienes miedo, eso es todo.” - “Bueno, piensa lo que quieras, estás en tu derecho, pero me voy, lo siento.” Y así fue como la luna y el sol tomaron caminos distintos. El sol decidió dar luz, a pesar de las nubes, caminar tras el horizonte, aunque nunca lo alcanzara. No solemos mirarle cara a cara, es peligroso, pero sabemos que está ahí, iluminando y acariciando. La luna, por el contrario, es una pequeña luz, que crece y decrece. Podemos, eso sí, mirarla a la cara, solazarnos en su belleza. No siempre podemos verla pero la imaginamos, la soñamos. Y siempre le acompañas las estrellas, nunca está sola. Eso es la vida, una mezcla. Luces y calores que nos llegan aunque no siempre podamos ver y, a veces, hagan daño. Y luces, más o menos intensas que no siempre valoramos pero que aparecen hasta en las noches más oscuras. Cuentan, que cuando el sol y la luna se unen en el cielo es porque ha nacido una utopía, las grandes luces que no vemos en el día se juntan con las pequeñas que iluminan nuestras noches. El día parece noche, el gran sol es cubierto por la pequeña luna y lo que ayer parecía imposible hoy, sin más… se forja innegable. Desde aquel día o aquella noche hace millones de años en la que se separaron… y todavía hoy se buscan. Sigamos aprendiendo a vivir cada momento, a valorar todas las luces y a saborearlas como si nos fuera la vida en ello.