Mi historia de vida en el castillo de Canterville A continuación, les relataré cómo prosiguió mi vida tras la desaparición del fantasma de sir Simon de Canterville y cómo finalmente, a mis 64 años de edad, el castillo de Canterville estaba única y absolutamente en mi posesión. Luego de que mi padre Hiram B. Otis y mi madre Lucrecia R. Tappan fallecieran, este fue heredado por mi hermano mayor Washington, quien al graduarse se mudó nuevamente a Nueva York para convertirse en bailarín profesional de Charleston (un baile típico de allí), dejando el castillo en manos de mi hermana Virginia. Tiempo después de casarse, Virginia y el duque Cecil se fueron a vivir juntos a Cheshire, por lo cual el castillo de Canterville pasó a pertenecernos a mí y a mi hermano gemelo James, con quien convivíamos junto a nuestros respectivos matrimonios desde hace más de 3 décadas. Hace un par de años, James fue internado debido a una enfermedad cardiovascular terminal, de la cual lamentablemente no pudo salvarse. Su esposa, miss Dorothy McCartney no pudo reponerse ante el tan penoso hecho que fue la defunción de mi hermano por lo que debió asistir a varios días de tratamiento a uno de los psicoterapeutas más famosos en Canterville llamado Christopher Campbell. Este no le fue de mucha ayuda ya que Dorothy al poco tiempo muere a causa de una sobredosis de antidepresivos. Por último, en el castillo quedamos solamente mi esposa miss Valentine R. Wilson y yo, Jhon D. Otis. Al enterarme que me estaba engañando desde hace muchos años con el conde William J. Smith de Wilborth (una localidad cercana a Canterville), la eché de aquí dejándola en la calle sin un mísero centavo, sin un hogar donde vivir, dinero ni comida. Por este motivo, Valentine se quitó la vida lanzándose hacia el vacío desde la torre Armstrong de unos diez pisos de altura. Si hubiera sabido que ella era capaz de tan terrible locura, les juro una y mil veces que jamás la hubiese dejado ir. Al principio me sentí muy solo y extraño en semejante lugar, por lo cual tuve que conseguirme una nueva compañía. Su nombre es Simon, le puse así en honor a sir Simon de Canterville. Lo encontré vagueando por las calles de Ascot mientras paseaba por allí en mi coche. Apenas lo miré a los ojos, esos pequeños y hermosos ojos caninos color café, me dí cuenta de que había una conexión muy fuerte entre nosotros. Simon era un perro mestizo, amigable, de pelaje blanco con algunas manchas negras. Fácilmente nos encariñamos de manera mutua. No sé si pudo reemplazar la ausencia de mi familia, pero me fue de gran ayuda. En el castillo vivíamos únicamente él y yo. Bueno... al menos así fue hasta el día del accidente. El día en que mi vida cambiaría para siempre. Hace casi ya un año, lord Steve W. Narrow de Wilborth me pidió la mano de mi única hija, Elizabeth, quien tuve con mi ex-esposa Valentine. Estaba seguro de que se trataba de un buen tipo, ya que la familia Narrow siempre tuvo muy buena fama en la zona, motivo por el cual acepté. Luego de su casamiento, decidieron irse de luna de miel al Caribe. Fue la peor idea que pudieron haber tenido. Jamás regresaron. El crucero en el que viajaban, Vladimir VI, desapareció por el Océano Atlántico, en una zona llamada “El triángulo de las Bermudas” y todavía nadie sabe cómo ni por qué sucedió. Como verán, mi vida está llena de desastres. Si no fuese porque siempre fui una persona que buscó la manera de seguir adelante, no sé cómo hubiese subsistido. Ni se imaginan lo doloroso que es perder a tus padres, a tu hermano, a tu mujer y por último a tu hija, es como si quitaran parte de tu vida. Pero el trágico incidente fue aún más duro para Adam J. Narrow, mi nieto de apenas 9 años, quien al quedar huérfano debí ocuparme de él. Afortunadamente, todavía es muy joven y no es muy consciente de lo ocurrido, pero estoy seguro de que cuando crezca y lo entienda esto le va a afectar bastante. Al primer tormentoso y frío anochecer, posterior a la tragedia, Adam me pidió que le contara una historia antes de dormir, como solía hacerlo Elizabeth todas las noches. No se me ocurría nada, entonces comencé a pensar y pensar, hasta que por una ventana lo vi a Simon que estaba jugando en el patio. Enseguida, recordé los tiempos en que con mi familia recién nos mudábamos al castillo y con mi hermano James nos gustaba hacerle bromas al fantasma de sir Simon de Canterville. - De acuerdo, te contaré algunas de mis anécdotas de cuando era joven, un poco más grande que tú -le dije-. Con tu tío abuelo James nos divertíamos haciéndole travesuras y molestando al fantasma de Canterville. ¡Ahhh, qué tiempos! - ¿Aquí había un fantasma abuelo? -preguntó Adam-. - Claro que sí, Adam -le respondí-. - Pero abuelo, ¡los fantasmas no existen! - ¡Por supuesto que existen! -exclamé-. En este mismo lugar, hace casi ya cuatro siglos, precisamente en el 1565, vivió sir Simon de Canterville, quien asesinó a su esposa lady Leonor de Canterville. Nueve años después, tras morir, el alma culpable de sir Simon siguió embrujando el lugar, aterrorizando a cada familia que pasó por aquí. Buenos, eso fue hasta que nuestra familia se mudó al castillo. Pero no debes tenerle miedo Adam, el fantasma por fin descansa en paz. - Cómo no recordar las bromas que le hacíamos con mi hermano, ¡qué buenos tiempos!. Como aquella vez que le disparamos con cerbatanas; cuando le cayó sobre la cabeza el balde con agua que le dejamos arriba de la puerta de esta misma habitación; cuando lo hacíamos tropezar en la oscuridad tendiéndole cuerdas en los corredores o enjabonando los escalones... ¡Pero la mejor de todas fue cuando lo hicimos asustar con un fantasma falso! Sinceramente, lo extraño un poco. No se por qué, cada vez que lo veo a mi perro Simon, sus ojos me hacen recordar a los de sir Simon, pequeños y marrones. La verdad es que me gustaría poder volverlo a ver. Aunque de todas formas, sé que en algún momento nos volveremos a encontrar... Autor: Adrián Galitó