Diagnóstico de conductas prosociales en niños escolares en San

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Diagnóstico de conductas prosociales en
niños escolares en San Juan de Pasto
Érika Alexandra Vásquez Arteaga121
Resumen
El presente documento hace parte de los resultados de la investigación
profesoral denominada: Manifestaciones de las conductas prosociales en niños
y niñas de tres escuelas en San Juan de Pasto para el diseño e implementación
de una estrategia psicopedagógica, en donde se buscó inicialmente hacer una
descripción de las conducta de empatía, ayuda y cooperación de niños y niñas
de ámbitos escolares.
La metodología se abordó desde el paradigma cualitativo, con un enfoque
crítico social de tipo de investigación acción. Las técnicas de recolección
de información implementadas fueron: a) Narrativas: entendidas como un
proceso de comunicación mediante el cual un autor crea personajes para
expresar ideas y emociones describiendo un hecho; b) Sociodrama: como
la representación de una situación de la vida cotidiana donde se involucra
un público, llevando a la reflexión sobre la representación de los sucesos; c)
Observación participante: en donde el investigador comparte el contexto,
experiencia y vida cotidiana para conocer directamente toda la información
que poseen los sujetos de estudio sobre su propia realidad y d) Entrevistas en
profundidad: basadas en una guía de asuntos o preguntas y el entrevistador
tiene la liberta de introducir preguntas adicionales para precisar conceptos u
obtener mayor información sobre los temas deseados. Para el análisis de los
resultados se utilizó en método de Bonilla y Rodriguez (1997).
Los resultados indicaron que hay diferencias en las manifestaciones de
las conductas prosociales: es así como en una institución se observan muy
fortalecidas las habilidades empáticas y las conductas de ayuda, mientras que
en otra, la empatía es vista como una señal de debilidad y se da relevancia a la
cooperación como forma de supervivencia dentro de la escuela.
Palabras clave: Conducta prosocial, empatía, ayuda y cooperación.
Introducción
Las dificultades que se presentan en los contextos educativos exigen que se
generen estrategias de evaluación e intervención novedosas y pertinentes,
es así como emerge la propuesta de las conductas prosociales como una
alternativa para mejorar la convivencia escolar y desarrollar habilidades para
la vida. Los niños prosociales tienden a ser más aceptados y a estar mejor
adaptados a su entorno social.
Docente invetigadora programa de Psicología, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Mariana. evasquez@umariana.edu.co
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Garaigordobil (2006), entiende por conducta prosocial a “toda conducta social
positiva que se realiza para beneficiar a otro con/sin motivación altruista”
(p. 64). Se concibe por motivación altruista el deseo de favorecer al otro con
independencia del propio beneficio.
Las conductas prosociales son “actos realizados en beneficio de otras personas;
maneras de responder a estas con simpatía, condolencia, cooperación, ayuda,
rescate, confortamiento y entrega o generosidad” (Garaigordobil y Azumendi,
2003, p. 45).
Según las acciones concretas que esta conducta abarca fueron clasificadas en
cuatro categorías por Espejo (2009):
Actividad con objetos (ej.: dar, compartir, intercambiar), actividades cooperativas (ej.
Juegos), ayudar y actividades empáticas (ej. consolar). Cabe señalar que el concepto
de conducta prosocial no está necesariamente ligado a un desarrollo moral, aunque
algunas teorías al respecto sí sustentan la relación entre ambos. (p. 5).
Las conductas prosociales pueden ser de diferentes tipos:
a) Habilidad Empática: La empatía favorece o facilita la ocurrencia de los
actos prosociales. Desde la perspectiva cognitiva, se considera la empatía
como el hecho de ponerse en la perspectiva de otra persona, en situación de
necesidad, lo cual incrementa la probabilidad de reconocer dicha situación
de necesidad y por tanto de actuar para reducirla. La empatía es una actitud
importante en el comportamiento prosocial, es la comprensión cognitiva de los
pensamientos de la otra persona. La empatía se considera como “la capacidad
de hacerse cargo cognitiva y afectivamente de los estados emocionales de
otros seres humanos” (Garaigordobil y Maganto, 2009, p. 4).
Según Roche (1997), la empatía es la capacidad de sintonizar
emocionalmente (y también cognitivamente) con los demás y supone una
base importante sobre la cual se asientan las relaciones interpersonales
positivas. Desde este punto de vista podemos afirmar que la empatía sería una
disposición emotiva que favorecería la calidad en las relaciones sociales (p. 6).
b) Conducta de ayuda: “La conducta de ayuda puede ser definida como
una conducta positiva que se realiza para beneficiar a otro” (Moñivas,
1996, p. 133) Es importante saber que las personas ayudan más a aquellas
personas que le son familiares, conocidas y que pertenecen al mismo
grupo social.
Se han realizado estudios para comprobar cómo esta tendencia de
ayudar al más necesitado se lleva a cabo también en los niños más pequeños,
parece coherente pensar que “con la edad, dicha tendencia de evaluación
y valoración de determinadas situaciones de emergencia aumenta” (Guijo,
2002, p. 30). Otro aspecto a considerar es la relación entre el observador
y la persona que necesita la ayuda: Las personas tienden a prestar más
ayuda a aquellas personas que son similares a ellas, o con las que tienen
algún tipo de relación.
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c) Actividad Cooperativa: La conducta de cooperación es un intercambio
social que ocurre cuando dos o más personas coordinan sus acciones para
obtener un beneficio común, es decir, un intercambio en el que los individuos
se dan ayuda entre sí para contribuir” (Ramos, 1997, p. 21).
…la escuela es una comunidad que se construye con la colaboración y cooperación
de todos. Su proyecto educativo tiene un carácter marcadamente cooperativo, que
entiende tanto la formación docente como la propia enseñanza desde un enfoque
grupal. (…). Esta cooperación la inicia en el aula, con la creación de una dinámica
de grupos en tomo a proyectos comunes. (p. 21).
Desarrollo del tema
El diagnóstico de las habilidades empáticas en tres escuelas indicó que se
presentan diferencias en cada una de ellas: en un grupo fueron evidentes
las limitadas demostraciones empáticas de los niños, esto manifestado en
algunas voces del sociodrama: “no ellos no querían nada a cambio… porque
eran muy tontos yo si pediría algo a cambio”, “de pronto los niños si pensaron
en pedir algo a cambio porque yo si pensaría en recibir algo a cambio”, lo
anterior demuestra la motivación empática no altruista, en donde el hecho de
empatizar con el otro se hace en espera de una recompensa.
Roche (1997), considera la empatía como la posibilidad de que una persona
asuma la postura del otro, en cuanto a sus pensamientos y sentimientos sin
juzgar, esto desarrolla la capacidad de comprender y entender los puntos
de vista del otro, sin embargo, algunos niños afirmaron haber recibido poca
empatía en su vida, lo que los ha llevado a considerarla innecesaria: “Para
que preocuparse por las necesidades de otros si nadie se preocupa por las
necesidades de uno”. De la misma forma, hechos como ponerse en el lugar del
otro o en pensar en las necesidades de los amigos, genera afirmaciones como:
“no me gusta pensar en los demás, eso es para las niñas o para los del cuento”.
Afirmaciones como: “que pereza escuchar a los demás” y “ellos que se
interesen por mi yo porque” hablan de la escasa perspectiva empática de los
niños, esta perspectiva requiere que consideren las opiniones y pensamientos
de los demás.
De la misma forma, se evidencia escasa preocupación empática en
afirmaciones como: “cuando mi mamá está triste le digo cosas lindas, pero
cuando pasa con mis amigas me da igual”. La preocupación empática exige
experimentar sentimientos de compasión y preocupación hacia otros.
Afirmaciones como: “me gusta ver sufrir a los que me caen mal”, da indicios
del poco malestar personal, en donde la persona experimenta sentimientos de
incomodidad y ansiedad cuando se observan experiencias negativas de otros.
Garaigordobil (2006), definen las habilidades empáticas desde un enfoque
multidimensional, haciendo énfasis en la capacidad de la persona para dar
respuesta a los demás teniendo en cuenta tanto los aspectos cognitivos como
afectivos y destacando la importancia de la capacidad de la persona para
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discriminar entre el propio yo y el de los demás, sin embargo condiciones
como la pertenencia a pandillas, el abuso y el maltrato infantil, el consumo
de SPA y en general la pobreza extrema, hacen que se desarrollen estrategias
afectivas que antes de acercar a los otros, generan barreras emocionales que
posibilitan protegerse de la angustiosa realidad. De la misma forma el no
tener acceso a modelos empáticos no posibilita a los niños en desarrollo de
esta conducta.
En contraste con lo anterior, otros grupos demostraron un repertorio más
fortalecido de habilidades empáticas, en donde se considera la importancia
de sensibilizarse ante los otros, escuchando sus opiniones y puntos de vista y
apropiándose del bienestar o malestar del otro como propio: “Cuando quiero
conocer a alguien lo invito a jugar lo que estoy jugando”, “Cuando miro que un
niño le pega a otro niño me da pena y le voy a decir a la profesora”.
En algunos casos los niños manifestaron claramente la sensibilidad frente
a las emociones, necesidades y opiniones de los demás: de manera general
comentan como la tristeza del otro afecta su propio estado de ánimo y se hacen
esfuerzos por aminorar la situación, asistiendo las necesidades del otro: “por
ejemplo que Fernanda se cae y ella está llorando y yo siento lo mismo”.
En general en cuanto a las habilidades empáticas, se pudo evidenciar
que las manifestaciones de las mismas fueron diferentes en cada una de las
instituciones estudiadas, mientras que en una manifestaciones fueron escasas
y la empatía es vista como una debilidad, en otra, la empatía es una forma
de interacción permanente y cotidiana en las relaciones escolares con pares,
como en las relaciones familiares.
En cuanto a las conductas de ayuda se encontró que en el hogar dichas
conductas se presentan como una obligación; en la calle son situacionales y
en la escuela depende del liderazgo positivo o negativo, todo mediado por la
motivación extrínseca, es decir por los beneficios que se puedan obtener al
ayudar a alguien.
Algunos de los estudiantes realizan pocas conductas de ayuda, como se
demostró en el sociodrama: “yo sé que es ayudar, pero que tal ayudar si no me
ayudan a mi primero”, “aquí no se ayuda”, “los tontos ayudan”.
La supervivencia dentro de la escuela es una situación que puede llevar a los
niños a ayudar al otro, como lo expresa un menor: “si mi amigo le está dando
duro a ese yo le ayudo a darle pata para que luego me defienda, eso es ayudar”.
Agustín Moñivas (1996), propone que la conducta de ayuda puede ser
definida como una conducta positiva que se realiza para beneficiar a otro.
Según lo anterior, en un grupo de niños se evidencian carencia en de dichas
conductas: “ayudar es levantar alguien después de que le pego”.
El mismo Moñivas (1996), refiere que las personas prosociales pueden
desarrollar la disposición de brindar ayuda a otros, lo cual responde a causas
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externas, o puede estar motivada, por el deseo de ganancias personales. En
los niños se evidenció que esperan recibir retribuciones por las conductas
de ayuda que puedan realizar hacia los demás, como se muestra en las
siguientes voces: “si sé que me va a dar algo lo ayudo”, “sí que me dé harta
comida y ayudo”.
Las conductas de ayuda que pueden manifestar los niños están mediadas
por la obligación, la retribución o la solicitud expresa del otro, no por la
voluntad propia de cada individuo, esto hace alusión a lo que menciona
Moñivas (1996) y Garaigordobil (2005) con el término de conductas de ayuda
altruista. Lo anterior se mostró en las narrativas: “si a mí si primero que me
den algo y luego ayudo”.
Sin embargo, en otros casos se presentan las conductas de ayuda; hay
escenarios y personas que las motivan, por ejemplo el contexto familiar puede
generar que los niños y niñas desarrollen ayuda hacia sus miembros: “Yo
ayudo en mi casa a cocinar, sé hacer arroz con pollo”, “Yo ayudo a arreglar las
cosas que están desordenadas en mi casa”. Lo mismo sucede con el desarrollo
de actividades dentro del aula: “Yo le sé ayudar a borrar el tablero a la profe
sin que ella me lo diga”.
Sin embargo, en las relaciones con pares las conductas de ayuda se pueden
ver afectadas por los conflictos y agresiones interpersonales previas: “No me
gusta pedir ayuda porque nunca me ayudan”. Pese a lo anterior, se reconoce
la importancia de ayudar a los demás en función de mejorar las relaciones
interpersonales y fortalecer los vínculos de amistad entre los integrantes del
grupo: “Yo gano que las personas me quieran”, “Yo gano que me digan gracias”.
Los niños prosociales pueden desarrollar la disposición de brindar ayuda
a otros, lo cual puede responder a causas externas, o puede estar motivada,
por el deseo de ganancias personales, evitar el malestar personal, eliminar
los sentimientos de culpa o por el contario una ayuda altruista para reducir el
malestar o aumentar el bienestar de la otra persona (Moñivas, 1996, p. 21). Es
importante saber que las personas ayudan más a aquellas personas que le son
familiares, conocidas y que pertenecen al mismo grupo social.
Finalmente, en cuanto a la conducta de cooperación, Ramos (1997) y
Garaigordobil y Azumendi, (2003), mencionan que esta conducta es un
intercambio social que ocurre cuando dos o más personas coordinan sus
acciones para obtener un beneficio común, es decir, un intercambio donde los
individuos se dan ayuda entre sí para contribuir.
Garaigordobil (2006), refiere que las diversas formas de aprendizaje
cooperativo existentes en la actualidad, aunque tienen aspectos diferentes,
comparten la fundamentación teórica de carácter interaccionista desde
la que se entiende que el ser humano con los elementos que lo conforman
(aptitudes, características de personalidad, nivel de aspiraciones, creencias...)
se desarrolla en el transcurso de las interacciones sociales que tiene con
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las personas significativas del medio social. De ello se puede deducir que
muchas de las dificultades en el desarrollo del ser humano provienen de
unas deficientes o inadecuadas interacciones sociales, se identificó que
las actividades cooperativas son determinadas por el moldeamiento y
reforzamiento que se genera de manera permanente por parte de padres, la
escuela y el contexto donde se desenvuelven día a día.
En uno de los grupos estudiados se evidenció falta de escucha y pocos
comportamientos amistosos con los compañeros y compañeras, refiriendo
algunos estudiantes: “no coopero porque todos me caen mal”, ”no que tal ser
amistoso con alguien”.
La cooperación implica escuchar al otro, para llegar al liderazgo positivo, sin
embargo en uno de los grupos estudiados fue clara el deseo de liderazgo pero
aceptar sugerencias: “no me gusta escuchar a nadie menos a los profesores”, “de
los míos si acepto de otros no…que tal!”, “a veces si me gustan las sugerencias sí”.
Al contrario de lo anterior, en dos grupos se encontró que se reconoce
la necesidad de la cooperación para el logro de objetivos comunes, de igual
manera, se identifica que cada persona tiene cualidades o capacidades que
puede aportar para lograr la meta común planteada: “Con mis amigos del
barrio quedamos en llegar del colegio y hacer las tareas para que después nos
dejen jugar un rato” Sin embargo, cuando es necesario compartir opiniones
y llegar a acuerdos se pueden presentar situaciones de agresión entre pares
y burlas por la expresión abierta de ideas: “Pues cuando se me burlan por
cualquier cosa los amenazo de que en el descanso nos vemos”.
Es importante resaltar que “El aprendizaje cooperativo es el que se da
en una situación de interacción cooperativa en el medio educativo” (Ramos,
1997, p.21.), la situación educativa en donde una persona alcanza su objetivo
solo si su compañero alcanza el suyo, es por esta razón que los sujetos
involucrados tendrán que cooperar para alcanzar sus metas propuestas, el
aprendizaje debe garantizar para que sea cooperativo que haya igualdad en
la adquisición de aprendizaje para así permitir que los estudiantes asuman
diferentes roles y responsabilidades, teniendo en cuenta los grandes
beneficios que tienen las actividades cooperativas y como los niños se verán
favorecidos en su cotidianidad y en el desempeño laboral en un futuro si
contaran con estas conductas.
Conclusiones
En la investigación se muestra que cada grupo escolar tiene sus propias
característica en cuanto a las manifestaciones prosociales, según las
características sociales, económicas y culturales en las cuales se desenvuelven
los niños, como se menciona en otros trabajos, como los desarrollados por
Garaigordobil (2000) y Mantilla y Chahin, (2006).
El origen de las conductas prosociales en los niños viene dado por factores
sociales y emocionales (Garaigordobil y Azumendi, 2003), además de los
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modelos a los que se pueden ver expuestos en los escenarios familiares,
comunitarios o escolares (Bandura, 1994), por lo que se hace evidente que
en los grupos en los cuales de evidenció escaso comportamiento prosocial,
existen dificultades en el entorno social inmediato de los niños, que ha
generado sentimientos de indiferencia social e individualismo.
Pese a lo anterior, algunas investigaciones como la realizada en Colombia
por (Escobar, 2009), indican que los niños tienen la oportunidad de desarrollar
la capacidad de hacer nuevos amigos dentro de grupo y reunirse con
compañeros con los que usualmente no se tenía mucho contacto, de la misma
forma mostrar preocupación por la vivencia emocional de sus compañeros,
lo que representaría una oportunidad para las instituciones educativas de
mejorar la convivencia escolar, como se demostró en la siguiente fase del
proceso investigativo del cual emerge el presente documento.
Recomendaciones
Es necesario continuar con la investigación dirigida a develar las características
individuales y sociales que pueden afectar la convivencia escolar, pues es la
escuela un escenario importante en el cual se manifiestan, se aprenden o se
fortalecen conductas adaptativas o desadaptativas que pueden delinear el
futuro de los individuos.
Así mismo, para la formación en conductas prosociales es necesario
generar una cultura en la escuela, en donde los niños sean estimulados desde
el ejemplo de docentes y padres de familia, pues la observación permanente
de actividades prosociales favorece el desarrollo de las mismas (Garaigordobil
y Maganto, 2006; Ruiz, 2005).
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