El arrecife y su mujer del mar

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EL ARRECIFE Y SU MUJER DEL MAR
Nací en Xcalak, Quintana Roo, gracias a la honorable partera de nuestro pueblo, ya saben, la típica
mujer de huesos fuertes, mirada determinante y con un don maravilloso: la intuición! Doña Cande se
llamaba, cómo le agradezco el haberme ayudado a atravesar ese canal, que al final de la ruta y sin previo
aviso, te avienta hacia los brazos de la Vida terrenal.
Felicidades!- gritó la partera, al fin llegó nuestra guerrera, es una niña y su misión será proteger a la
naturaleza y desde este momento la declaro: la mujer del mar!
Crecí en nuestra casa “estilo inglés”-como presumiría mi madre; era de madera labrada y con los techos y
balcones pintados de amarillo canario y azul rey, ese azul enigmático de la gran masa de agua salada que
vislumbraba mis ojos cada amanecer. Cada mañana, aún despabilándome en la hamaca, lanzaba un
agradecimiento al Universo por haberme concedido un nuevo día, sabía que sería diferente al anterior pues
la naturaleza me había enseñado que nunca una concha era igual a otra y tampoco una ola con la otra, y esa
simple razón me daba la certeza de que algo nuevo y mágico sucedería al despertar.
Mi abuela era inglesa, había zarpado del viejo mundo con destino al mar Caribe, llegó hace muchos años y
por azares del destino arribó a Xcalak. Juntas, cada mañana, nos preparábamos para estudiar, bueno en este
caso ella era mi tutora pues no había escuela en el poblado, me enseñó a leer, escribir, dibujar y también el
inglés. Mis padres desde la madrugada empezaban a trabajar, él se iba a la copra, es decir trabajaban en la
explotación del coco, producían alrededor de 300 toneladas al mes de esta materia prima y la vendían
exageradamente bien a comerciantes de Chetumal con los que mi madre ya había hecho trato desde muy
temprano, ella era muy inteligente y sabía cómo acomodar el producto a buen precio. –Oh, estamos en
época de oro!, gritaban a la par mis padres al regresar de su jornada laboral.
Después de mis seis horas de estudio, pegaba un brinco de la silla y salía corriendo por mi visor y mis patas
de rana, a zancadas llegaba al mar y me tiraba un clavado que permitía sumergirme y disfrutar de uno de
los espectáculos más maravillosos de mi vida: la vida submarina en el arrecife coralino!
Eran kilómetros y kilómetros de esta barrera arrecifal, no me alcanzaban las horas para poder descubrirla en
su totalidad, eran horas de un silencioso pero extraordinario nado a lo largo de los enormes castillos de
coral, cada parche coralino estaba lleno de peces de todas formas, tamaños y colores, eran azules con
amarillo, blanco con negro, verde con rosa, naranja con blanco y miles de combinaciones más. Bajaba unos
metros para toparme cara a cara con la morena, ella tímida salía de su cueva y cruzábamos la mirada por
segundos, luego regresaba a su guarida. Yo continuaba nadando, nunca iba sola, las tortugas marinas eran
mis compañeras, nadaban a mis costados, nos cruzábamos, girábamos, era como una danza sincronizada!
Llegaba el momento del camuflaje, los pulpos me deleitaban con sus diversas transformaciones, aparecían
y desaparecían entre las torres coralinas, por lapsos yo sentía que jugaban a espantar a las langostas, que
con sus enormes antenas y sus largas colas, se contoneaban en aquellos laberintos de color. También se
hacían brillar las estrellas de mar y para mí, era el momento de pedir mis deseos, sabía que ellas
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confabulaban para hacerlos realidad! De pronto vislumbraba a lo lejos la zona de asentamiento de mi
animal favorito: el caracol con su elegante concha color rosado nacarado y con su carnoso cuerpo que la
ayudaba a trasladarse lentamente de un pasto marino a otro y donde podía permanecer un largo rato
alimentándose de ellos. En fin, llegaba un punto en el que mi cuerpo y mi mente estaban ya extasiados con
tantos grandiosos espectáculos de toda esta biodiversidad marina, de verdad, allá abajo era otra forma de
vida, era otra historia, era otro mundo, eran otros protagonistas, era muy diferente a lo que vivía en la tierra.
Un buen día mis padres decidieron enviarme fuera del pueblo para estudiar, me decían que debía adquirir
nuevos conocimientos y prepararme para tener un trabajo en la ciudad. Yo me negaba pues me dejaba triste
el pensar que no tendría ya mis inmersiones en el arrecife. Qué difícil era para mí dejar de ver, sentir y
disfrutar la vida arrecifal. Sin embargo, partí a la universidad por cuatro años, por correo postal me
comunicaba con mis padres y cada dos meses recibía una carta de ellos. Una tarde, llegó una notificación
devastadora, el texto decía: “…Lo siento, tus padres, tu abuela y la mayoría de nuestra comunidad ha
muerto, fuimos devastados por el huracán Janet y hemos perdido todo, Xcalak ya no tiene vida, ya no hay
cocos, ni casas, ni mangle, ni pájaros, ni jaguares…el mar es turbio, ya no tiene color, presiento que tu
arrecife ha muerto, somos 5 sobrevivientes y hemos decidido comenzar de nuevo en otro lugar, espero
verte pronto, tu amigo Chital…”
La noticia me rompió el corazón, pasaron muchos meses para que mi dolor fuera disminuyendo. Una
mañana, decidí que al terminar la escuela regresaría a Xcalak, era tan determinante ese deseo que ese
mismo día le escribí a Chital y le conté de mis planes, le insistí en volver a nuestras tierras y comenzar de
nuevo, yo ya había leído que en otras áreas del mundo la gente del mar vivía de la pesca, mis
conocimientos en biología marina deducían que el arrecife se repoblaría con el transcurso del tiempo al
igual que el mangle y que al final la fauna nativa regresaría. Xcalak empezaría a latir nuevamente!
Efectivamente, eso sucedió! Después de varios años de reconstrucción, Xcalak retomó su camino, ya no era
más un pueblo cocotero y pasó de la copra a la pesquería, la principal actividad económica era la venta de
escama. La barrera arrecifal se repobló a grandes pasos, los castillos de coral se reestructuraron, los peces
le daban ya un color diferente, los pulpos, langostas, caracoles, morenas, tortugas hacían de este escenario
el mejor de todos.
Un atardecer, me encontraba sentada a la orilla del mar escuchando la música de las olas, cuando un
extraño ruido irrumpía la tranquilidad, era una lancha con dos motores que cruzaba a gran velocidad la
barrera arrecifal, escogió un punto y tiró su ancla, cuatro hombres se tiraron al agua con un par de redes en
sus manos, después de un lapso salieron a la superficie con las redes llenas de langostas y caracoles
rosados, mi ojos no podían creer lo que estaba viendo, estaban arrasando con la fauna nativa de mi arrecife!
Esta historia continuará…
NOMBRE: AMIGOS DE SIAN KA’AN A.C. / M.C. Adriana A. Carrillo Ruiz.- Coordinación oficina Chetumal
EMAIL: acarrillo@amigosdesiankaan.org TEL: 983.129.2331
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