Armadura gris, por Jacobo Calvo

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Armadura gris, por Jacobo Calvo
Desde el cielo calló el caballero gris, amortiguando su caída con las
frondosas copas de los árboles, golpeando el suelo tras haberse dado con
todas y cada una de las ramas que tenían. Aquello le salvó de matarse en la
caída, pero aun así su estado era muy grave.
Se levantó del suelo a duras penas y no pudo avanzar más de tres
metros antes de caer inconsciente lleno de heridas que manaban sangre
oscura manchando así su armadura gris.
Horas, quizá días, incluso semanas pudieron pasar hasta que el
caballero de gris armadura despertó. Al abrir los ojos se encontró en un
lugar totalmente ajeno a él, un lugar que no conocía de nada, pero que
tampoco le daba sensación de peligro. Lo único que le atemorizaba eran los
colores que le rodeaban. Jamás en su vida había visto algo que no fuera de
color gris, negro o blanco, y aquel lugar estaba lleno de colores por todas
partes.
Se hallaba en el interior de una cabaña humilde, reposando en una
cama hecha de paja. La cabaña estaba compuesta tan solo por una única
estancia que se calentaría al encender la chimenea que allí había, en la cual
reposaba un enorme caldero listo para ser usado. No había más que una
mesa redonda de madera; rústicas sillas con simples adornos; varias
estanterias con diversos objetos como libros, cacerolas y utensilios de
cocina.
El joven se incorporó observando sorprendido todo aquello, y al
hacerlo se dio cuenta de que no tenía su armadura, pudiendo ver su piel
gris llena de vendajes manchados de sangre negra. Se asustó
preguntándose quién pudo haber hecho algo así, pero tambien se dio
cuenta de que quien lo hubiera hecho no tuvo intención de dañarle, de lo
contrario no estaría con vida.
Se puso en pie para inspeccionar mejor el lugar y averiguar quién
podría vivir allí, pero cayó al suelo en cuanto posó los dos pies en las tablas
de madera.
Buscó un apoyo en la cama y haciendo un gran esfuerzo logró volver al
punto de partida. Al intentar ponerse en pie y fracasar fue cuando se
percató de que tenía varias dolencias en el cuerpo que no se podían ver,
dolencias en brazos, costados, espalda...
No tuvo tiempo de encontrarse más heridas ya que la puerta se abrió y
por ella apareció una joven muchacha vestida con ropa harapienta y una
cesta de mimbre bajo el brazo. Al verle despierto corrió hacia él.
-¿Qué hacéis levantándoos?. Estáis gravemente herido- le reprendió
mientras le acomodaba en la cama.
Él quiso hablar, pero la belleza de la joven, junto con los colores que
poseía y la dulzura con la que le trataba le hicieron enmudecer.
-Os quedaréis aquí hasta que vuestras heridas estén totalmente
curadas- le dijo mulléndole la almohada.
-¿Quién sois?- logró preguntar-.¿Y qué ha ocurrido con mi armadura?.
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-Soy Leyra, y ahora no deberíais preocuparos por vuestra armaduracontestó recogiendo la cesta que dejó caer.
-Pero es mi armadura- gruñó dolorido.
-Me es indiferente, habéis de recuperaros antes de poder ponérosla.
-Soy caballero del Reino Gris, es mi deber llevarla hasta la muerte.
-Me da igual de dónde proceda o quién sea, no está en condiciones.
-Pero...
-Pero nada, ahora duérmase- exclamó con voz tajante Leyra, sin dar
lugar a réplicas-. Voy a preparar la comida.
El caballero se limitó a aceptar la situación y se tumbó en la cama
perdiéndose en aquel mundo nuevo antes de caer en un profundo sueño.
Más tarde despertó con un delicioso olor llenando el ambiente.
-Mmm, que bien huele- dijo incorporándose.
-Son patatas con verduras tan solo- explicó Leyra quitándole
importancia y reprimiendo una sonrisa.
-Y qué colorido- nunca dejaría de impresionarse al ver todo en colores,
incluso la comida-. No serán venenosas, ¿verdad?.
-Coma, le dará fuerzas- contestó Leyra riñéndole y llevándole un
cuenco hasta la mesa.
El caballero se apoyó en un bastón improvisado con una gruesa rama
que Leyra le proporcionó. A trompicones caminó hasta la mesa y comenzó a
dar buena cuenta de aquel plato.
-Por cierto, aún no me ha dicho cómo se llama- le dijo Leyra mirando
sorprendida el gran apetito del caballero.
-Koreg- contestó masticando.
-Pues sí que tiene usted apetito, Koreg- sonrió sorprendida la mujer.
-Oh, discúlpeme, pero llevaba sin comer...¿cuánto tiempo estuve
inconsciente?.
-Una semana. Estos días ha estado a base de agua solamente, asi que
es normal que tenga tanto apetito, por lo que no ha de disculparse.
-Gracias, muchas gracias por todo. Por cierto, ¿qué es este extraño
lugar?.
-¿Extraño?.
-Para mí lo es, todo lleno de colores por todas partes- dijo con un gesto
señalando a su alrededor.
-Está usted en las Colinas Cobre.
-No me suena- se dijo para sí mísmo-, pero por el paisaje tiene pinta de
estar muy lejos del Reino Gris.
-¿Recuerda algo de lo que le pasó?.
-Lo último que recuerdo es que peleando con un dragón me subí a su
lomo, echó a volar y caí al vacío. Creí que sería lo último que vería, el cielo
según me precipitaba a la nada. Gracias a los dioses no ha sido así- sonrió a
Leyra-. Cuando termine de comer quisiera salir a explorar este lugar- se dijo
mirando a través de la ventana.
-No- dijo al instante Leyra-. Todavía no está para salir por ahí a
caminar.
Koreg se moría de ganas por salir y ver cómo era el lugar donde el
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dragón le hizo caer, pero no protestó.
Con el paso de los días, cada vez que se cambiaba el vendaje veía que
las heridas ya no manaban más sangre negra en su piel gris, sino que ahora
eran cicatrices. En cada una de esas curas se sorprendían tanto Leyra como
Koreg del color de piel que poseía el otro: ella era del color de la arena y él
era gris como las rocas.
Tambien podía sentir que estaba mejor, por lo que decidió comenzar a
salir al exterior sin que Leyra protestara, de hecho ella le hacía de guía
internándole en el bosque.
Allí todo le llamaba la atención, todo le excitaba los sentidos, todo era
nuevo para él rodeado de colores y vida en un entorno en el que el aire le
endulzaba los pulmones. Daba vueltas sobre sí mísmo y se paraba
continuamente para admirar la belleza del paisaje.
-¿Qué es esto?- preguntaba una y otra vez-. ¡Flores de colores!exclamaba.
-Sí, esta es una margarita de color amarillo, esta es una rosa de color
rojo...- le explicaba y enseñaba los colores mencionándole el nombre de la
flor.
Un grupo de coloridos pájaros y pequeñas mariposas pasaron volando
a su alrededor sintiéndose él en medio de una nube de vida, riéndose Leyra
de la reacción de Koreg, lleno de sorpresa e incredulidad, asemejándose a
un niño pequeño. El joven caballero creía estar viviendo dentro de un sueño
en el que todo era pura fantasía, siendo de lo más feliz con tan solo el vuelo
de un pájaro en el inmenso cielo azul y blanco que para él era una
envolvente bóveda propia de una ensoñación.
Cuando ya se encontraba algo mejor, se atrevía a ir él solo por el
bosque mientras Leyra cumplía sus labores como campesina en el castillo
del señor. En sus incursiones encontró un pequeño lago que le fascinó por
su coloración azul. No pudo evitar la tentación y totalmente extasiado se
introdujo en él. Al nadar en sus azuladas aguas no pudo cuanto menos
pensar que estaba inmerso en un maravilloso sueño.
Aunque el sueño pronto dejó de ser tan maravilloso.
Un día de los que se embriagaba con la belleza colorida de aquel
bosque se arañó el dorso de la mano con una rama espinosa y marchó
corriendo en dirección a la casa de Leyra, agarrándose la herida totalmente
alarmado.
Cuando entró, la bella joven acababa de llegar del castillo.
-¿Qué te ocurre?.
-Me he arañado la mano.
Ella le examinó la herida que él ahora le mostraba temblando.
-Oh, no es nada, Koreg. Déjame que te la lave, te ponga unas hojas
medicinales y te lo vende. Se curará en nada.
Él apartó la mano bruscamente para que ella le hiciera caso. Atendió
al instante.
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-No es la herida, Leyra. Es otra cosa, fíjate bien- le puso de nuevo la
herida delante de ella-. ¿Lo ves?.
Ella miró el arañazo muy concentrada y después comenzó a sonreir.
-¿De qué te ríes?. Es muy grave.
-¿Grave?- preguntó ella riendo.
- ¡Sí!¡Mi sangre ya no es negra!¡Ha cambiado de color!.
-Sí- Leyre se hizo un pequeño corte en la mano con un cuchillo-, del
mísmo que la mía.
En aquel instante se miraron a los ojos, despertando en sus pechos un
nuevo mundo de emociones que les hizo sonreir y ver el mundo que les
rodeaba con más colores si era posible, sintiendo en su interior que algo
ardía, que algo parecía poder hacerles volar.
El sueño volvía a ser un sueño otra vez.
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