EL TIEMPO VISUAL DE LA ESPERA. CUANDO CONSEGUIR TURNO EN SALUD PÚBLICA NOS REIFICA Horacio Pereyra INDES-UNSE munayruray@gmail.com Resumen A lo largo de 12 años transité diferentes pasillos de Hospitales Oftalmológicos del país. Imbuido en la desesperación por un trasplante de córnea, por mi condición de clase, decidí pelearla en el Hospital Oftalmológico Enrique De María de la ciudad de Santiago del Estero, lugar donde resido. Pensaba que la espera para un posible trasplante sería rápido. Sin embargo se convirtieron en 12 años. Este lapso me permitió seguir el rastro de los/as que venían y de los/as que se iban, observando como la lógica pragmática del “Modelo Médico Hegemónico” y su estructura sanitaria generaba situaciones de espera donde debíamos gestionar nuestras emociones. Entonces, lo que me propongo compartir, desde una etnografía encarnada, es ese tiempo largo de aquellos días, meses y años, intentando describir la relación entre la estructura sanitaria y la población sobrante que espera 6, 7 o inclusive 10 horas, por un turno. Palabras claves: Espera; Atención Sanitaria; Tiempo; Población Sobrante Sumario 1. Introducción; 2. Un acercamiento al escenario de la espera; 3. ¿Quién es el último? El mundo local de la espera y la presentación personal; 4. La atención y el ojo de la población sobrante como enciclopedia de aprendizaje; 5. “Ya estás en la lista de espera para un trasplante de córnea. Ahora hay que esperar”; 6. La operación y la nueva córnea; 7. Bibliografía. Introducción A mis cuatro años interrumpí mi visión para ir al oftalmólogo. Santiago Torres, “El oftalmólogo ciego”. En el año 2004 fue la primera vez que me acercaba al Hospital Oftalmológico Público de la Capital de Santiago del Estero, Argentina. Llegué temprano, a las 6 A.M, las personas se alistaban en una fila larga, alrededor de 80, me acerqué a la puerta con la idea de una consulta, la enfermera me dijo, “mirá esa cola hay que hacer, tienes que venir a las 2 de la mañana”. Desde aquí la carrera terapéutica, desesperado por la recuperación del ojo, me llevó por servicios públicos y privados de salud en Argentina. Resignado, luego de andar, donde me ofrecieron una córnea para adquirir mediante un pago, por mi condición de clase, decidí pelearla en el Hospital Oftalmológico Enrique De María de la ciudad donde vivo, Santiago del Estero. Pensaba que la espera para un trasplante sería rápido. Sin embargo se convirtieron en 12 años. Este lapso permitió seguir el rastro de los/as que venían y se iban, observando como la lógica pragmática del “Modelo Medico Hegemónico”1 y su estructura sanitaria generaba situaciones donde debíamos gestionar nuestras emociones. De a poco fui familiarizándome. Las noches de aquellos días, meses y años se hacían interminables. Desplegábamos estrategias para amortiguar las horas: dormir parados, acostados, en los bancos, leer, escribir, etc. Habitus ciudadanos de soportabilidad social de las emociones que hice cuerpo. Inscripto en el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI) el trasplante llegó. Éramos cuatro personas y dos corneas. El hecho mismo de la hospitalización, obligó a ser testigos de <descalificación> de la persona que se encontraba cuarta según el orden de la lista de espera, mientras la tercera anticipada su salida “del juego”. Así quedamos dos. Operación donde el cuerpo fue gobernado por la tecnología y las manos 1 Ver Menéndez, 1982 y 1992. que entraban y salían de mi ojo. Mientras el tiempo, espacio, personas, instrumentos quirúrgicos y la tecnología colonizaban la materialidad del cuerpo. La desesperación personal se trasladó a intereses teóricos de estos años y a co-pensar comunitariamente con los/as que ahí esperaba. Incorporar2 un herpes córneo quedando ciego de un ojo y pertenecer a una sociedad normoética, obligó a conocer otros sentidos, emociones que se forkluyen en la vida diaria cuando la mitad ves. Todo empezó a ponerse claro bajo las sombras del tiempo, deseaba interrogar a él y enjuiciar su conformación sociohistorica que nos obligaba a no tener otra que esperar. Para esto apareció Marx (1986 [1867]) con el fetichismo de la mercancía, quien adjudica lo central del materialismo histórico al tiempo como base del sistema capitalista. Para que la mercancía se produzca, dirá Marx, existe un trabajo abstracto, los obreros producen en un tiempo socialmente necesario. Luego la mercancía, ubicada en la góndola, es comprada por quien consume. El tiempo empieza aquí a jugar una suerte de socialización indirecta. Prontamente vino, desde otro ángulo sociológico, Elías (2010) quien brinda una perspectiva interesante a cerca del tiempo, el cual plantea que cualquier investigación que se proponga realmente conocer las estructuras sociales, debe pensar los procesos que se desarrollan en la misma dentro de marcos temporales de largo plazo; por eso aplica a sus investigaciones una mirada sociológica procesual, ya sea cuando estudia el proceso de la civilización, la determinación del tiempo o el tipo de interrelación que se produce en una figuración del tipo establecidos-marginados. George Lukács (1922), influenciado por el fetichismo de la mercancía de Marx, en “La reificación y la conciencia del proletariado”, se referirá a que toda la racionalidad de la fábrica, que implica la organización de la producción conlleva subordinar todos los aspecto cualitativos del trabajo, donde el obrero es subsumido a la máquina, ella dirige su acción. Es decir el proletariado es un agente pasivo que alimenta la máquina. Desde una perspectiva, si se quiere marxista del proceso de S/E/A, Taussing, M. (1995) en “La reificación y la conciencia del paciente” se referira a que los sintomas y signos de una enfermedad no son cosas en sí mismas, sino que son signos de relaciones sociales. A veces, esta dialéctica (tiempo-atención oftalmológica-reificación de la población sobrante), puede ser analizado bajo una bifurcación particular: Como posible eje teórico conceptual que 2 La perspectiva actual de la antropología del cuerpo tiene su génesis en la noción de incorporación. La incorporación es la condición existencial de las personas: estar en el mundo habitándolo con el propio cuerpo y habituándose a ello (Csordas, 1990, 1994: Shepers Hughes, 2000 citado por Giovanni Pizza, 2005). En mi caso, incorporación, que también significó lucha política. permite explicar la instrumentalización de la espera de pacientes en función de la lógica pragmática biomédica. Un acercamiento al escenario de la espera Santiago del Estero es una provincia periférica, con un territorio extenso de conglomerados urbanos de baja densidad y escasa productividad, con una economía que subsiste casi en su totalidad con aportes del Estado Nacional, con lo cual no logra reproducir a su población a partir de recursos generados en el seno de la propia provincia (cf. Desalvo, 2014a, p. 20, en Andreani, H. 2016). Su largo proceso de empobrecimiento, que aún continua, estrechamente vinculado a la historia del resto de América Latina, ayuda a comprender la fragmentación de esta provincia (Dargoltz, R. 2003), con una economía marginal en un país subdesarrollado (Silveti, J. 2014). Con una gran mayoría de su población considerada sobrante, en términos de productividad media (Andreani, H. 2016). ¿Qué relación tiene esto con la espera en la única institución oftalmológica publica de Santiago del Estero? Mi tesis es que, en esta matriz del tiempo y espacio institucional, la espera por un turno es un mecanismo de reificación como parte del proceso terapéutico del sufrimiento sobre la población sobrante3, entendida no sólo como aquella que no produce plusvalía por vía directa, pero eso no la saca del sistema sino que, y esto es lo que nos interesa, es explotada de otra manera. Es decir el/la sobrante que acude al hospital oftalmológico no visibiliza el derecho a la atención sanitaria, sin tener que esperar 5, 6 o 10 horas y donde luego el poder médico disciplina su cuerpo en la atención, por estar fuera de las relaciones constructoras de ciudadanía. Por lo tanto no nos encontramos con vulneración de derechos, ya que el derecho no existe en tanto construcción subjetiva (Eroles C. 2006). ¿Quién es el último? El mundo local de la espera y la presentación personal Decía que quienes asistimos a este hospital oftalmológico la espera se convierte en un mundo local de significados. Cuando llegaba4 a las dos de la mañana, siempre había gente durmiendo donde se podía construir una cama (en asientos y pisos, para de paso fundar colchones algo macizos). Mientras en algún momento de sueños duros los perros se peleaban, interrumpiendo nuestras dormidas. Algunos/as tomaban mate, otros/as leían, o se sentaban para encontrar 3 4 Lo que Marx denominaba ejército de reserva (Marx, 1986 [1967]). El tiempo en el texto es pasado, no significa que en la actualidad esta urdimbre no continúe. formas de que el tiempo pasará. Para morder algo pasan los changos5 que dicen “tres por diez”, ofreciendo turrones. Pero la presentación personal en el mundo social de la espera se construye por orden de llegada. Debemos preguntar: “¿Quién es el último?", para luego de éste/a, colocarse atrás. Con ronquido, mates, esperanzas en esos años establecí relaciones con quienes esperaban. Así fui enterándome qué las personas que siempre estaban antes que yo, eran/son del interior de la provincia, que venían/vienen en los últimos colectivos nocturnos del día anterior de sus localidades o parajes. Por ejemplo una señora comentaba que se había “venio de Bandera Bajada6 a las 22:30 pa amanecer y poder pilla7 un número”. En días de verano es terrible. La sala donde lo hacíamos no poseía ventiladores ni aire acondicionado. Las temperaturas para estos momentos del año oscilan entre 40° y 50°, y por las noches disminuye unos 15 grados. En el invierno nos obliga a estar protegidos. Muchas personas llevamos mantas y colchas. Los números son dados –según el orden de llegada- a las 6:00 A.M. por administrativos de la institución. Mientras tanto, el pillaje por el número era el momento de tensión. Los/as que no lograban conseguir se acercaban a la fila con la idea de llegar a uno. Así la incorporación de la espera como habitus, nos convertía a quienes deberíamos ser ciudadanos/as con derechos en pacientes del Estado (Auyero, 2012). Con una mano el Estado gestiona un mecanismo público de donación y con la otra gestiona el tiempo de licuación de los que son público de ese programa, reproduciéndose subrepticiamente en una teología numeral de la espera. El dios número, brindaba y aseguraba la entrada al reino de la atención oftalmológica. Las personas que por primera vez concurren pasan primero para registrarse con datos personales, y así configurarles un carnet y ser pacientes - de persona pasas a ser paciente -. Luego hay que esperar la consulta. Esto es alrededor de las 6 A.M. y el control social por medio de la espera, continúa. Es decir, nosotros, el espacio, el Estado (con sus representantes) y por sobre todas las cosas el tiempo recreábamos continuamente un campo emocional con sus propias reglas, objetos y límites (Illous, E. 2007). En esta argamasa, del tiempo y espacio institucional, la espera por un turno era parte del proceso terapéutico del sufrimiento. Al punto de ver pasar los años como una especie de cronicidad suspendida de la enfermedad (Lock, 2012). 5 Utilizaré los changos como categoría descriptiva y nativa, que no se reduce solo a muchachos trabajadores. 6 Localidad Rural y cabecera del departamento Figueroa, uno de los 27 departamentos de la provincia de Santiago del Estero. Situada al Noroeste de la ciudad Capital a 100 km. de distancia. 7 Expresión quichua, que en Santiago del Estero, se utiliza para obtener algo, en este caso un número. La atención y el ojo de la población sobrante como enciclopedia de aprendizaje Los perfiles socioculturales de quienes proveen los servicios y de quienes solicitamos son distintos. Los/as primeros/as hacen su trabajo en dos horas y se van, los/as segundos/as llegamos a la madrugada y esperamos 7 horas o más, por 15 minutos. Es decir “quien detenta el poder, puede hacer esperar, quien se encuentra subordinada/o, debe tener la paciencia de la espera” (Canevari, C. 2012). Luego de esas dos horas corren a sus consultorios y clínicas. Algunos/as inclusive nos dicen “te espero en mi consultorio”. La diferencia que intento mapear, permite acércanos a la moral médica en lo público y la moral médica en lo lucro de lo privado (Canevari, C. op. Cit.). Pero también somos disímiles porque partimos de conocimientos y marcos de referencias diferentes, donde nuestra experiencia mórbida es lo significativo que construye nuestras posiciones como pacientes. Pero mientras esto sucede con ellos, pacientes debemos seguir en situaciones adversas. La consulta es un momento. En este espacio se dirimen momentos de alta y baja intensidad emotiva. La construcción sanitaria del tiempo continúa cuando nos llaman por nuestros apellidos y nombres según el orden de llegada. Quien lo hace, con tonos elevados para oír en medio del tumulto, y sí en tres ocasiones no decimos “yo soy”, el turno y las 7 horas de espera, se van. Algunas veces la tensión entra en escena, pues quien ve alguien filtrado/a en la fila su voz levanta alarmando a la muchedumbre, “ese no estaba, colado está”. Los “presos”, hacen su entrada y la fila, mientras se “abre” para que pasen, observa con asombro la escena: esposado, con policías que los “tiran”, y a veces tapados la cara. Y ahí nomás empieza, esta escena, a ser central en las conversaciones. Cuando entramos en el consultorio, de revoque cayéndose, los cuales son colectivos, es decir varios médicos atienden a diferentes personas en un mismo espacio, el tiempo de atención debía ser aprovechado, era la “hora de sacarnos las dudas”. Como preámbulo para cuando nos atendieran, la enfermera cumple sus funciones, pregunta “¿qué le pasa?”, además de probarnos la visión señalando con una caña las letras de diferentes tamaños del cuadro con el abecedario, posteriormente coloca unas gotas en nuestros ojos (nunca avisan de que y para qué es) y por último nos coloca una gasa, y ordena “ahora espera sentado afuera, ya te vamos a nombrar”. Con el ojo que no veía, más el otro tapado, pedía ayuda alguna persona para encontrar asiento. En el encuentro con la/el médica/o, cansados/as luego de horas de espera debemos despertarnos y renovar las fuerzas para aprovechar el escaso tiempo y sacarnos las dudas, pero mientras lo hacía, la médica leía, escribía, les comentaba a sus colegas y aprendices. Cuando ella hablaba8, debía prestar atención9. Siguiendo los protocolos sociales de atención, no debía interrumpir. En los años de corporeizar estas situaciones, observaba que mis intereses quedaban relegados por lo que los médicos ponderaban como relevantes para ellos. El control de éstos hacia nosotros, se daba como emergentes de lo que la ideología biomédica torna poco significativo en términos clínicos (Waitzkin 1991). El poder médico se encontraba reforzado en el marco institucional y político como institución del estado (Florez Medina, A. 2012) y claro está, subalternaba nuestras biografías. Para ser pacientes tenemos que ser ignorantes, no expertos/as, sumiso/a, pasivo/a, obediente y paciente con las pruebas, exploración, medicamentos, citas y conclusiones que el/la médico/a debía desarrollar. Somos quienes experimentamos de manera directa “el sufrimiento y la conciencia de la experiencia mórbida, con sus componentes irracionales de angustia y de esperanza” (Laplantine 1986). Esa experiencia mórbida es un elemento significativo en la generación de posicionamientos diferenciales entre usuarios/as y prestadores/as de servicios de salud. Se posicionan de manera diferente porque parten de conocimientos y marcos de referencia también disímiles. Relaciones procesuales de dominio que cosificaban el cuerpo. Donde “el poder es una dimensión clave en la construcción cultural del conocimiento médico. Los sistemas médicos suelen reproducir las desigualdades y las jerarquías de una sociedad al naturalizar y normalizar las desigualdades mediante hechos e imágenes acerca del cuerpo” (Larme citado en Sen 2005). Pero cuando entramos, la soledad nos despoja de nuestras relaciones, y nuestros ojos ya no nos pertenecen. Por convenios entre el Hospital Público Oftalmológico y el Ministerio de Salud de Nación10, pacientes, debemos ser el libro de aprendizaje de quienes realizan su residencia allí, -ésta es una de las claves para entender el uso de los cuerpos de la población sobrante-. Cuando estás sentado, quien atiende comenta a residentes “¿quieres ver esto?”, y así pasan quienes aprenden con nuestros ojos destrozados. La pedagogía de la crueldad oftalmológica, de nuestros sufrimientos, deposita y extrae sus saberes. Nunca nos consultan si nos podrían ver, no conocemos a quien lo hace, nunca lo vemos, y en los años de hospitalizar la anormalidad nunca advertí que estos realizaban sus funciones en los servicios públicos. El itinerario me permitió observar que años más tarde, éstos residentes, poseen sus consultorios y 8 Ver Recoder, M. 2011. Charles Briggs (2005), plantea que en los encuentros clínicos se da una argamasa de gobernabilidad de las relaciones biocomunicativas. Estos roles (médicos, enfermeros, pacientes, etc.) son aprendidos mediante mensajes que, diferentes medios de comunicación instauran como sentido común en la sociedad, y los cuales la medicina empalma a sus intereses, reproduciendo intereses hegemónicos. 10 Esto con el pasar de los años lo investigue. El convenio no está al alcance. 9 clínicas en el centro de la ciudad. Es decir, la pedagogía clínica aprendida sobre los cuerpos sobrantes en lo público es ejercida en el lucro de lo privado. Pacientes contamos con un marco jurídico, Ley 26. 52911, promovida por el Estado. Él que avanza en lo legislativo, pero que sus mismos agentes violan los derecho que consagró. Estos fetichismos12 sanitarios se recrean constantemente como instrumento de hegemonías médicas. “Ya estás en la lista de espera para un trasplante de córnea. Ahora hay que esperar” Así dijo la encargada de registrarme en la lista de espera del INCUCAI, luego de tramitar y realizar diferentes estudios para poder esperar un trasplante de córnea. Cuando ingresé a esta lista, posición privilegiada, por el desgaste del cuerpo, las actividades de burocracia13 trasnochaba mis ansias. Incluido en la lista, nunca pude conocer cuáles fueron los criterios de discriminación positiva para estar, ni los parámetros biomédicos para colocarme en el séptimo o en el último. Así mientras los asombros participaban de mis emociones preoperación, me inquietaba saber las características de compatibilidad del/la buen/a muerto/a conmigo. La cual quise indagar en el equipo médico, pero lo hermético del procedimiento fue reconstruyendo más preguntas, que aún hoy despiertan ansias. Estas restricciones, arguye Lock (2012), pueden ser formas poderosas de mantener y construir las desigualdades ya existentes en los procesos de donación de órganos y tejidos. Para estar en condiciones de un trasplante hay que seguir un tratamiento y mantener, con los medicamentos 14 a los virus, sin que manifieste su enjundia en el ojo. Quienes vamos a hospitales públicos y no contamos con seguridad médica, los productos farmacéuticos deben ser gestionados popularmente. Si nos solicitan uno en especial y ocasionalmente no contamos con dinero (hay que tener en cuenta que al no poseer obra social son más caros), debemos pedir unos pesos en el banco popular de préstamos, sea un/a pariente o un/a amigo/a, alguien que nos dé una mano. Estas redes de intercambio entre parientes, vecinos, amigo/a, representan un mecanismo socioeconómico que viene a suplir la falta de seguridad social, 11 Titulada “Derechos del paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la salud”. Sancionada 21 de octubre de 2009. En el artículo 8 establece que la exposición de pacientes con fines académicos debe ser mediante el consentimiento del mismo. Es interesante analizar esta ley para engrosar una perspectiva analítica que se ubique del lado de pacientes. 12 Citar el artículo sobre fetichismo médico. 13 Para Arent H. (1930) La ultima forma de dominio es la burocracia, el dominio de un complejo sistema de oficinas en donde no cabe hacer responsables a las personas, ni a una ni a las mejores, ni a pocos ni a muchos, es el dominio de nadie. Este estado de cosas hace imposible la localización de las responsabilidades. Que en nuestro caso también lo podemos trasladar al tiempo de la espera. 14 El papel en la que nos construyen lo que debemos colocarnos (recetas) es de un juego al azar llamado “Mono Bingo”. reemplazándola con un tipo de ayuda mutua basado en la reciprocidad de nuestro sistema de relaciones sociales (Lomnitz, L. 1975). Pero luego hay que ir a farmacias céntricas, pues las que se ubican en el barrio no cuentan con estos tipos de medicamentos15, debemos andar de aquí para allá preguntando precios y “junar” donde es más barato. Una vez adquiridos, debemos pegarnos a ellos, colocarnos en su debido tiempo y en lugares sin brisas, “rogar” que no se terminen porque no hay un mango, tener en cuenta la temperatura, pues según las indicaciones estos deben mantenerse en lugares de hasta 22°c. –los veranos en Santiago del Estero se registran sensaciones térmicas de 50° c.-, etc. Esto permite develar que además de sus funciones terapéuticas, construimos una vida social y emotiva entorno a los medicamentos a lo largo del tiempo: intentamos aliviar nuestras angustias patológicas, purgar males, aguantar tensiones, recuperar “visiones”, “darnos tranquilidad, cuando te pones una gota y sientes que todo se encamina para el bien”, como mi compañero de cama me dijo alguna vez, el tiempo de las gotas: a determinada hora una, la siguiente después, etc. Este nexo entre los medicamentos, nuestras cotidianeidades, permite entender cómo la biomedicina regula el orden social controlando nuestras vidas (Conrad 1992; Castro, S. 2015). Hubo una oportunidad para ser receptor de una cornea, pero debido a la falta de preparación del ojo, por no seguir el tratamiento debido la escases de recursos económicos para gotas y pastillas, me hizo sospechar como se invisibilizaba los determinantes sociales de salud que inciden en nuestras condiciones de vida (Breilh, 2007). Existían esperanzas en la farmacia del hospital, pero debido a la especificidad de lo que necesitábamos y al patentamiento, la mayoría de las veces no poseían. La operación y la nueva córnea Era el primero de Febrero del 2015, luego de 12 años, mientras realizaba un revoque en función de albañil, mi madre me comunicaba que llamaron del hospital, debía presentarme. Llegué alrededor de las 18 horas. En aquella cita éramos una mujer, tres varones y dos corneas. Nos ubicaron en una sala colectiva, donde el agua se concentraba bajo la cama. La enfermera dijo “no han arreglado el baño. Vamos a la otra sala”. Con nuestros equipajes, nos fuimos. Después de dos horas de haber ingresado me sentía como lo describe Sacks (1993), 15 Generalmente son importados de EE.UU, Brasil y en menor medida de Europa. Y a estas realidades grotescas se añadía la realidad del ingreso, la despersonalización sistémica que acompaña el proceso el proceso de convertirse en un paciente. Te cambian tu ropa por un pijama blanco (…). Pasas a estar sometido a normas y regulaciones institucionales. No eres ya una persona libre, no tienes derechos; no estás ya en el mundo. Existe una analogía rigurosa con el proceso por el que uno se convierte en preso, y todo te recuerda forma humillante al primer día de escuela. No eres una persona, pasas a ser un hospitalizado. Comprendes que esto significa protección pero es a la vez absolutamente aterrador. Pero claro, éramos cuatro personas y dos corneas, y esto debía resolverse, ¿cómo?. Por descalificación, según el orden de la lista de espera quien se encontraba en el cuarto lugar (eufemismo para no llamar posición), mientras el tercero anticipada su salida “del juego”. Aquí es donde se produce un núcleo gordiano vestido de conflictividad médica. Quien operaría a la mujer tercera participante, se negaba a hacerlo, pues para la médica, ella no estaba en condiciones: se descomponía, los tranquilizantes no lograban hacer su efecto. Sin embargo en el pasillo, la médica le dijo “no te opero por que no estás en condiciones. Te recomiendo que vayas a mi consultorio”. Quien atiende en el servicio público, bajo sus condiciones médica no reúne las condiciones, pero que recomienda ir a su consultoría privada (luego de buscar la clínica donde ésta trabajaba, en su web se difunde: “Corneas, conjuntivitis, y otros”. En la trayectoria de mi ceguera varias personas comentaron, “ahí venden corneas”). Esto llevó a preguntarme ¿sí una cornea no es obtenida por medio del ente regulador, el INCUCAI, como se la obtiene?, por diferentes convenios Argentina suscribió para penalizar el tráfico de órganos y tejidos, entonces, estas/os médicas/os, clínicas ¿cómo lo hacen?. Esta sospecha se reforzó en el año 2007 en una clínica visual de la ciudad de San Miguel de Tucumán, Argentina, que cobraba 5.000 dólares por una. El Neocanibalismo16 inquieta mis sospechas. Describo esto para abordar, en perspectiva temporal, como la trayectoria en la desesperanza se mueve en las alcantarillas de lo oscuro, lo denso, porque el tiempo pasa y la normalidad, es decir dos ojos del mismo color, no llega. Decía, quien fuera la tercera “participante” salió del juego. Definitivamente quedamos dos. El compañero de aflicción, era un muchacho de 42 años, con quien mantengo relación aún. Las noches de aquellos días previos a las operaciones, desde su cama me preguntaba “Horacio, 16 Nancy Shepers-Huges (2010) desde este concepto aborda el comercio negro de órganos y tejidos. quieres echar humo?”. La idea era irnos al patio trasero del hospital y compartir unos cigarros. El “humo” se convertían en una suerte de nubes de esperanzas, tensiones, inquietudes, y sufrimientos de nuestros itinerarios terapéuticos para llegar a eso “tan preciado de tener una córnea nueva y poder comenzar a ver” como uno de esos momentos dijo. Se acercaba el día, y la médica que nos operaría llegó a donde estábamos, se presentó y nos explicó los procedimientos, los momentos y el orden de a quien operaria primero, parecía que por fin, luego de tanto tiempo alguien nos atendía como la “gente”. Duraron 1 hora y 40 minutos, donde nuestros cuerpos alegorizaban los cuerpos que esperan una operación visual, impregnados de historias (Foucault 1979), de trayectorias que se resumían cuando entraban al quirófano. Colonizados por los aparatos, tres cinturones: uno que tomaba nuestros tobillos, el otro nuestro dorso – para controlar nuestros corazones-, y el otro en la cabeza para que no nos moviéramos. Las agujas hincaban el ojo, las anestesias dos –una general y la otra local, ahí, abajo del parpado-. Nuestras corneas afectadas eran extirpadas de nuestros organismos, sentíamos como nos las cortaban para arrancarla, y sustituir la vieja para cocernos la nueva. Estas tecnologías temporales se entronizaban porque nuestros cuerpos encontraban/encuentran otra cornea, sabiendo que para llegar a ese trasplante no fue consecuencia individual de nuestros recorridos, sino coaccionados por la búsqueda de sobrevivencia, donde el organismo y la nueva córnea recrean / resignifican / reproducen determinados tipos de cuerpos políticos (Sheper-Hugges, N. 2010), biomédicamente gestionados y socialmente situados (Look, M. 2012). Bibliografía Adler de Lomnitz, L. (1975) Cómo sobreviven los marginados. Siglo Veintiuno, Mexico. Andreani, H. (2013). “Escuela castellana en monte saladino. Conflicto y territorialización lingüística en Figueroa, Santiago del Estero (1920-2010)”. En Papeles deTrabajo Nº 6, Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüistica y Antropología Socio-Cultural. Andreani, H. (2016) “La desesperación imperial de la burguesía provinciana. 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