EL TIEMPO VISUAL DE LA ESPERA. CUANDO CONSEGUIR

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EL TIEMPO VISUAL DE LA ESPERA. CUANDO CONSEGUIR TURNO EN SALUD PÚBLICA
NOS REIFICA
Horacio Pereyra
INDES-UNSE
munayruray@gmail.com
Resumen
A lo largo de 12 años transité diferentes pasillos de Hospitales Oftalmológicos del país. Imbuido
en la desesperación por un trasplante de córnea, por mi condición de clase, decidí pelearla en
el Hospital Oftalmológico Enrique De María de la ciudad de Santiago del Estero, lugar donde
resido. Pensaba que la espera para un posible trasplante sería rápido. Sin embargo se
convirtieron en 12 años. Este lapso me permitió seguir el rastro de los/as que venían y de los/as
que se iban, observando como la lógica pragmática del “Modelo Médico Hegemónico” y su
estructura sanitaria generaba situaciones de espera donde debíamos gestionar nuestras
emociones.
Entonces, lo que me propongo compartir, desde una etnografía encarnada, es ese tiempo largo
de aquellos días, meses y años, intentando describir la relación entre la estructura sanitaria y la
población sobrante que espera 6, 7 o inclusive 10 horas, por un turno.
Palabras claves: Espera; Atención Sanitaria; Tiempo; Población Sobrante
Sumario
1. Introducción; 2. Un acercamiento al escenario de la espera; 3. ¿Quién es el último? El
mundo local de la espera y la presentación personal; 4. La atención y el ojo de la población
sobrante como enciclopedia de aprendizaje; 5. “Ya estás en la lista de espera para un
trasplante de córnea. Ahora hay que esperar”; 6. La operación y la nueva córnea; 7.
Bibliografía.
Introducción
A mis cuatro años interrumpí mi visión
para ir al oftalmólogo.
Santiago Torres, “El oftalmólogo ciego”.
En el año 2004 fue la primera vez que me acercaba al Hospital Oftalmológico Público de la
Capital de Santiago del Estero, Argentina. Llegué temprano, a las 6 A.M, las personas se
alistaban en una fila larga, alrededor de 80, me acerqué a la puerta con la idea de una consulta,
la enfermera me dijo, “mirá esa cola hay que hacer, tienes que venir a las 2 de la mañana”.
Desde aquí la carrera terapéutica, desesperado por la recuperación del ojo, me llevó por
servicios públicos y privados de salud en Argentina. Resignado, luego de andar, donde me
ofrecieron una córnea para adquirir mediante un pago, por mi condición de clase, decidí
pelearla en el Hospital Oftalmológico Enrique De María de la ciudad donde vivo, Santiago del
Estero.
Pensaba que la espera para un trasplante sería rápido. Sin embargo se convirtieron en 12 años.
Este lapso permitió seguir el rastro de los/as que venían y se iban, observando como la lógica
pragmática del “Modelo Medico Hegemónico”1 y su estructura sanitaria generaba situaciones
donde debíamos gestionar nuestras emociones. De a poco fui familiarizándome. Las noches de
aquellos días, meses y años se hacían interminables. Desplegábamos estrategias para
amortiguar las horas: dormir parados, acostados, en los bancos, leer, escribir, etc. Habitus
ciudadanos de soportabilidad social de las emociones que hice cuerpo.
Inscripto en el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI)
el trasplante llegó. Éramos cuatro personas y dos corneas. El hecho mismo de la
hospitalización, obligó a ser testigos de <descalificación> de la persona que se encontraba
cuarta según el orden de la lista de espera, mientras la tercera anticipada su salida “del juego”.
Así quedamos dos. Operación donde el cuerpo fue gobernado por la tecnología y las manos
1
Ver Menéndez, 1982 y 1992.
que entraban y salían de mi ojo. Mientras el tiempo, espacio, personas, instrumentos
quirúrgicos y la tecnología colonizaban la materialidad del cuerpo.
La desesperación personal se trasladó a intereses teóricos de estos años y a co-pensar
comunitariamente con los/as que ahí esperaba. Incorporar2 un herpes córneo quedando ciego
de un ojo y pertenecer a una sociedad normoética, obligó a conocer otros sentidos, emociones
que se forkluyen en la vida diaria cuando la mitad ves. Todo empezó a ponerse claro bajo las
sombras del tiempo, deseaba interrogar a él y enjuiciar su conformación sociohistorica que nos
obligaba a no tener otra que esperar. Para esto apareció Marx (1986 [1867]) con el fetichismo
de la mercancía, quien adjudica lo central del materialismo histórico al tiempo como base del
sistema capitalista. Para que la mercancía se produzca, dirá Marx, existe un trabajo abstracto,
los obreros producen en un tiempo socialmente necesario. Luego la mercancía, ubicada en la
góndola, es comprada por quien consume. El tiempo empieza aquí a jugar una suerte de
socialización indirecta. Prontamente vino, desde otro ángulo sociológico, Elías (2010) quien
brinda una perspectiva interesante a cerca del tiempo, el cual plantea que cualquier
investigación que se proponga realmente conocer las estructuras sociales, debe pensar los
procesos que se desarrollan en la misma dentro de marcos temporales de largo plazo; por eso
aplica a sus investigaciones una mirada sociológica procesual, ya sea cuando estudia el
proceso de la civilización, la determinación del tiempo o el tipo de interrelación que se produce
en una figuración del tipo establecidos-marginados.
George Lukács (1922), influenciado por el fetichismo de la mercancía de Marx, en “La
reificación y la conciencia del proletariado”, se referirá a que toda la racionalidad de la fábrica,
que implica la organización de la producción conlleva subordinar todos los aspecto cualitativos
del trabajo, donde el obrero es subsumido a la máquina, ella dirige su acción. Es decir el
proletariado es un agente pasivo que alimenta la máquina. Desde una perspectiva, si se quiere
marxista del proceso de S/E/A, Taussing, M. (1995) en “La reificación y la conciencia del
paciente” se referira a que los sintomas y signos de una enfermedad no son cosas en sí
mismas, sino que son signos de relaciones sociales.
A veces, esta dialéctica (tiempo-atención oftalmológica-reificación de la población sobrante),
puede ser analizado bajo una bifurcación particular: Como posible eje teórico conceptual que
2
La perspectiva actual de la antropología del cuerpo tiene su génesis en la noción de incorporación. La
incorporación es la condición existencial de las personas: estar en el mundo habitándolo con el propio
cuerpo y habituándose a ello (Csordas, 1990, 1994: Shepers Hughes, 2000 citado por Giovanni Pizza,
2005). En mi caso, incorporación, que también significó lucha política.
permite explicar la instrumentalización de la espera de pacientes en función de la lógica
pragmática biomédica.
Un acercamiento al escenario de la espera
Santiago del Estero es una provincia periférica, con un territorio extenso de conglomerados
urbanos de baja densidad y escasa productividad, con una economía que subsiste casi en su
totalidad con aportes del Estado Nacional, con lo cual no logra reproducir a su población a partir
de recursos generados en el seno de la propia provincia (cf. Desalvo, 2014a, p. 20, en
Andreani, H. 2016). Su largo proceso de empobrecimiento, que aún continua, estrechamente
vinculado a la historia del resto de América Latina, ayuda a comprender la fragmentación de
esta provincia (Dargoltz, R. 2003), con una economía marginal en un país subdesarrollado
(Silveti, J. 2014). Con una gran mayoría de su población considerada sobrante, en términos de
productividad media (Andreani, H. 2016). ¿Qué relación tiene esto con la espera en la única
institución oftalmológica publica de Santiago del Estero? Mi tesis es que, en esta matriz del
tiempo y espacio institucional, la espera por un turno es un mecanismo de reificación como
parte del proceso terapéutico del sufrimiento sobre la población sobrante3, entendida no sólo
como aquella que no produce plusvalía por vía directa, pero eso no la saca del sistema sino
que, y esto es lo que nos interesa, es explotada de otra manera. Es decir el/la sobrante que
acude al hospital oftalmológico no visibiliza el derecho a la atención sanitaria, sin tener que
esperar 5, 6 o 10 horas y donde luego el poder médico disciplina su cuerpo en la atención, por
estar fuera de las relaciones constructoras de ciudadanía. Por lo tanto no nos encontramos con
vulneración de derechos, ya que el derecho no existe en tanto construcción subjetiva (Eroles C.
2006).
¿Quién es el último? El mundo local de la espera y la presentación personal
Decía que quienes asistimos a este hospital oftalmológico la espera se convierte en un mundo
local de significados. Cuando llegaba4 a las dos de la mañana, siempre había gente durmiendo
donde se podía construir una cama (en asientos y pisos, para de paso fundar colchones algo
macizos). Mientras en algún momento de sueños duros los perros se peleaban, interrumpiendo
nuestras dormidas. Algunos/as tomaban mate, otros/as leían, o se sentaban para encontrar
3
4
Lo que Marx denominaba ejército de reserva (Marx, 1986 [1967]).
El tiempo en el texto es pasado, no significa que en la actualidad esta urdimbre no continúe.
formas de que el tiempo pasará. Para morder algo pasan los changos5 que dicen “tres por diez”,
ofreciendo turrones. Pero la presentación personal en el mundo social de la espera se
construye por orden de llegada. Debemos preguntar: “¿Quién es el último?", para luego de
éste/a, colocarse atrás. Con ronquido, mates, esperanzas en esos años establecí relaciones
con quienes esperaban. Así fui enterándome qué las personas que siempre estaban antes que
yo, eran/son del interior de la provincia, que venían/vienen en los últimos colectivos nocturnos
del día anterior de sus localidades o parajes. Por ejemplo una señora comentaba que se había
“venio de Bandera Bajada6 a las 22:30 pa amanecer y poder pilla7 un número”.
En días de verano es terrible. La sala donde lo hacíamos no poseía ventiladores ni aire
acondicionado. Las temperaturas para estos momentos del año oscilan entre 40° y 50°, y por
las noches disminuye unos 15 grados. En el invierno nos obliga a estar protegidos. Muchas
personas llevamos mantas y colchas. Los números son dados –según el orden de llegada- a las
6:00 A.M. por administrativos de la institución. Mientras tanto, el pillaje por el número era el
momento de tensión. Los/as que no lograban conseguir se acercaban a la fila con la idea de
llegar a uno.
Así la incorporación de la espera como habitus, nos convertía a quienes deberíamos ser
ciudadanos/as con derechos en pacientes del Estado (Auyero, 2012). Con una mano el Estado
gestiona un mecanismo público de donación y con la otra gestiona el tiempo de licuación de los
que son público de ese programa, reproduciéndose subrepticiamente en una teología numeral
de la espera. El dios número, brindaba y aseguraba la entrada al reino de la atención
oftalmológica. Las personas que por primera vez concurren pasan primero para registrarse con
datos personales, y así configurarles un carnet y ser pacientes - de persona pasas a ser
paciente -. Luego hay que esperar la consulta. Esto es alrededor de las 6 A.M. y el control
social por medio de la espera, continúa.
Es decir, nosotros, el espacio, el Estado (con sus representantes) y por sobre todas las cosas el
tiempo recreábamos continuamente un campo emocional con sus propias reglas, objetos y
límites (Illous, E. 2007). En esta argamasa, del tiempo y espacio institucional, la espera por un
turno era parte del proceso terapéutico del sufrimiento. Al punto de ver pasar los años como
una especie de cronicidad suspendida de la enfermedad (Lock, 2012).
5
Utilizaré los changos como categoría descriptiva y nativa, que no se reduce solo a muchachos
trabajadores.
6
Localidad Rural y cabecera del departamento Figueroa, uno de los 27 departamentos de la provincia de
Santiago del Estero. Situada al Noroeste de la ciudad Capital a 100 km. de distancia.
7
Expresión quichua, que en Santiago del Estero, se utiliza para obtener algo, en este caso un número.
La atención y el ojo de la población sobrante como enciclopedia de aprendizaje
Los perfiles socioculturales de quienes proveen los servicios y de quienes solicitamos son
distintos. Los/as primeros/as hacen su trabajo en dos horas y se van, los/as segundos/as
llegamos a la madrugada y esperamos 7 horas o más, por 15 minutos. Es decir “quien detenta
el poder, puede hacer esperar, quien se encuentra subordinada/o, debe tener la paciencia de la
espera” (Canevari, C. 2012). Luego de esas dos horas corren a sus consultorios y clínicas.
Algunos/as inclusive nos dicen “te espero en mi consultorio”. La diferencia que intento mapear,
permite acércanos a la moral médica en lo público y la moral médica en lo lucro de lo privado
(Canevari, C. op. Cit.). Pero también somos disímiles porque partimos de conocimientos y
marcos de referencias diferentes, donde nuestra experiencia mórbida es lo significativo que
construye nuestras posiciones como pacientes.
Pero mientras esto sucede con ellos, pacientes debemos seguir en situaciones adversas. La
consulta es un momento. En este espacio se dirimen momentos de alta y baja intensidad
emotiva. La construcción sanitaria del tiempo continúa cuando nos llaman por nuestros
apellidos y nombres según el orden de llegada. Quien lo hace, con tonos elevados para oír en
medio del tumulto, y sí en tres ocasiones no decimos “yo soy”, el turno y las 7 horas de espera,
se van. Algunas veces la tensión entra en escena, pues quien ve alguien filtrado/a en la fila su
voz levanta alarmando a la muchedumbre, “ese no estaba, colado está”. Los “presos”, hacen su
entrada y la fila, mientras se “abre” para que pasen, observa con asombro la escena: esposado,
con policías que los “tiran”, y a veces tapados la cara. Y ahí nomás empieza, esta escena, a ser
central en las conversaciones.
Cuando entramos en el consultorio, de revoque cayéndose, los cuales son colectivos, es decir
varios médicos atienden a diferentes personas en un mismo espacio, el tiempo de atención
debía ser aprovechado, era la “hora de sacarnos las dudas”. Como preámbulo para cuando nos
atendieran, la enfermera cumple sus funciones, pregunta “¿qué le pasa?”, además de
probarnos la visión señalando con una caña las letras de diferentes tamaños del cuadro con el
abecedario, posteriormente coloca unas gotas en nuestros ojos (nunca avisan de que y para
qué es) y por último nos coloca una gasa, y ordena “ahora espera sentado afuera, ya te vamos
a nombrar”. Con el ojo que no veía, más el otro tapado, pedía ayuda alguna persona para
encontrar asiento.
En el encuentro con la/el médica/o, cansados/as luego de horas de espera debemos
despertarnos y renovar las fuerzas para aprovechar el escaso tiempo y sacarnos las dudas,
pero mientras lo hacía, la médica leía, escribía, les comentaba a sus colegas y aprendices.
Cuando ella hablaba8, debía prestar atención9. Siguiendo los protocolos sociales de atención,
no debía interrumpir. En los años de corporeizar estas situaciones, observaba que mis intereses
quedaban relegados por lo que los médicos ponderaban como relevantes para ellos. El control
de éstos hacia nosotros, se daba como emergentes de lo que la ideología biomédica torna poco
significativo en términos clínicos (Waitzkin 1991). El poder médico se encontraba reforzado en
el marco institucional y político como institución del estado (Florez Medina, A. 2012) y claro
está, subalternaba nuestras biografías.
Para ser pacientes tenemos que ser ignorantes, no expertos/as, sumiso/a, pasivo/a, obediente y
paciente con las pruebas, exploración, medicamentos, citas y conclusiones que el/la médico/a
debía desarrollar. Somos quienes experimentamos de manera directa “el sufrimiento y la
conciencia de la experiencia mórbida, con sus componentes irracionales de angustia y de
esperanza” (Laplantine 1986). Esa experiencia mórbida es un elemento significativo en la
generación de posicionamientos diferenciales entre usuarios/as y prestadores/as de servicios
de salud. Se posicionan de manera diferente porque parten de conocimientos y marcos de
referencia también disímiles.
Relaciones procesuales de dominio que cosificaban el cuerpo. Donde “el poder es una
dimensión clave en la construcción cultural del conocimiento médico. Los sistemas médicos
suelen reproducir las desigualdades y las jerarquías de una sociedad al naturalizar y normalizar
las desigualdades mediante hechos e imágenes acerca del cuerpo” (Larme citado en Sen
2005).
Pero cuando entramos, la soledad nos despoja de nuestras relaciones, y nuestros ojos ya no
nos pertenecen. Por convenios entre el Hospital Público Oftalmológico y el Ministerio de Salud
de Nación10, pacientes, debemos ser el libro de aprendizaje de quienes realizan su residencia
allí, -ésta es una de las claves para entender el uso de los cuerpos de la población sobrante-.
Cuando estás sentado, quien atiende comenta a residentes “¿quieres ver esto?”, y así pasan
quienes aprenden con nuestros ojos destrozados. La pedagogía de la crueldad oftalmológica,
de nuestros sufrimientos, deposita y extrae sus saberes. Nunca nos consultan si nos podrían
ver, no conocemos a quien lo hace, nunca lo vemos, y en los años de hospitalizar la
anormalidad nunca advertí que estos realizaban sus funciones en los servicios públicos. El
itinerario me permitió observar que años más tarde, éstos residentes, poseen sus consultorios y
8
Ver Recoder, M. 2011.
Charles Briggs (2005), plantea que en los encuentros clínicos se da una argamasa de gobernabilidad de
las relaciones biocomunicativas. Estos roles (médicos, enfermeros, pacientes, etc.) son aprendidos
mediante mensajes que, diferentes medios de comunicación instauran como sentido común en la
sociedad, y los cuales la medicina empalma a sus intereses, reproduciendo intereses hegemónicos.
10
Esto con el pasar de los años lo investigue. El convenio no está al alcance.
9
clínicas en el centro de la ciudad. Es decir, la pedagogía clínica aprendida sobre los cuerpos
sobrantes en lo público es ejercida en el lucro de lo privado.
Pacientes contamos con un marco jurídico, Ley 26. 52911, promovida por el Estado. Él que
avanza en lo legislativo, pero que sus mismos agentes violan los derecho que consagró. Estos
fetichismos12 sanitarios se recrean constantemente como instrumento de hegemonías médicas.
“Ya estás en la lista de espera para un trasplante de córnea. Ahora hay que esperar”
Así dijo la encargada de registrarme en la lista de espera del INCUCAI, luego de tramitar y
realizar diferentes estudios para poder esperar un trasplante de córnea.
Cuando ingresé a esta lista, posición privilegiada, por el desgaste del cuerpo, las actividades de
burocracia13 trasnochaba mis ansias. Incluido en la lista, nunca pude conocer cuáles fueron los
criterios de discriminación positiva para estar, ni los parámetros biomédicos para colocarme en
el séptimo o en el último. Así mientras los asombros participaban de mis emociones preoperación, me inquietaba saber las características de compatibilidad del/la buen/a muerto/a
conmigo. La cual quise indagar en el equipo médico, pero lo hermético del procedimiento fue
reconstruyendo más preguntas, que aún hoy despiertan ansias. Estas restricciones, arguye
Lock (2012), pueden ser formas poderosas de mantener y construir las desigualdades ya
existentes en los procesos de donación de órganos y tejidos.
Para estar en condiciones de un trasplante hay que seguir un tratamiento y mantener, con los
medicamentos 14 a los virus, sin que manifieste su enjundia en el ojo. Quienes vamos a
hospitales públicos y no contamos con seguridad médica, los productos farmacéuticos deben
ser gestionados popularmente. Si nos solicitan uno en especial y ocasionalmente no contamos
con dinero (hay que tener en cuenta que al no poseer obra social son más caros), debemos
pedir unos pesos en el banco popular de préstamos, sea un/a pariente o un/a amigo/a, alguien
que nos dé una mano. Estas redes de intercambio entre parientes, vecinos, amigo/a,
representan un mecanismo socioeconómico que viene a suplir la falta de seguridad social,
11
Titulada “Derechos del paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la salud”.
Sancionada 21 de octubre de 2009. En el artículo 8 establece que la exposición de pacientes con fines
académicos debe ser mediante el consentimiento del mismo. Es interesante analizar esta ley para
engrosar una perspectiva analítica que se ubique del lado de pacientes.
12
Citar el artículo sobre fetichismo médico.
13
Para Arent H. (1930) La ultima forma de dominio es la burocracia, el dominio de un complejo sistema
de oficinas en donde no cabe hacer responsables a las personas, ni a una ni a las mejores, ni a pocos ni
a muchos, es el dominio de nadie. Este estado de cosas hace imposible la localización de las
responsabilidades. Que en nuestro caso también lo podemos trasladar al tiempo de la espera.
14
El papel en la que nos construyen lo que debemos colocarnos (recetas) es de un juego al azar llamado
“Mono Bingo”.
reemplazándola con un tipo de ayuda mutua basado en la reciprocidad de nuestro sistema de
relaciones sociales (Lomnitz, L. 1975). Pero luego hay que ir a farmacias céntricas, pues las
que se ubican en el barrio no cuentan con estos tipos de medicamentos15, debemos andar de
aquí para allá preguntando precios y “junar” donde es más barato. Una vez adquiridos,
debemos pegarnos a ellos, colocarnos en su debido tiempo y en lugares sin brisas, “rogar” que
no se terminen porque no hay un mango, tener en cuenta la temperatura, pues según las
indicaciones estos deben mantenerse en lugares de hasta 22°c. –los veranos en Santiago del
Estero se registran sensaciones térmicas de 50° c.-, etc. Esto permite develar que además de
sus funciones terapéuticas, construimos una vida social y emotiva entorno a los medicamentos
a lo largo del tiempo: intentamos aliviar nuestras angustias patológicas, purgar males, aguantar
tensiones, recuperar “visiones”, “darnos tranquilidad, cuando te pones una gota y sientes que
todo se encamina para el bien”, como mi compañero de cama me dijo alguna vez, el tiempo de
las gotas: a determinada hora una, la siguiente después, etc. Este nexo entre los
medicamentos, nuestras cotidianeidades, permite entender cómo la biomedicina regula el orden
social controlando nuestras vidas (Conrad 1992; Castro, S. 2015).
Hubo una oportunidad para ser receptor de una cornea, pero debido a la falta de preparación
del ojo, por no seguir el tratamiento debido la escases de recursos económicos para gotas y
pastillas, me hizo sospechar como se invisibilizaba los determinantes sociales de salud que
inciden en nuestras condiciones de vida (Breilh, 2007). Existían esperanzas en la farmacia del
hospital, pero debido a la especificidad de lo que necesitábamos y al patentamiento, la mayoría
de las veces no poseían.
La operación y la nueva córnea
Era el primero de Febrero del 2015, luego de 12 años, mientras realizaba un revoque en función
de albañil, mi madre me comunicaba que llamaron del hospital, debía presentarme. Llegué
alrededor de las 18 horas.
En aquella cita éramos una mujer, tres varones y dos corneas. Nos ubicaron en una sala
colectiva, donde el agua se concentraba bajo la cama. La enfermera dijo “no han arreglado el
baño. Vamos a la otra sala”. Con nuestros equipajes, nos fuimos.
Después de dos horas de haber ingresado me sentía como lo describe Sacks (1993),
15
Generalmente son importados de EE.UU, Brasil y en menor medida de Europa.
Y a estas realidades grotescas se añadía la realidad del ingreso, la
despersonalización sistémica que acompaña el proceso el proceso de convertirse
en un paciente. Te cambian tu ropa por un pijama blanco (…). Pasas a estar
sometido a normas y regulaciones institucionales. No eres ya una persona libre, no
tienes derechos; no estás ya en el mundo. Existe una analogía rigurosa con el
proceso por el que uno se convierte en preso, y todo te recuerda forma humillante
al primer día de escuela. No eres una persona, pasas a ser un hospitalizado.
Comprendes que esto significa protección pero es a la vez absolutamente
aterrador.
Pero claro, éramos cuatro personas y dos corneas, y esto debía resolverse, ¿cómo?. Por
descalificación, según el orden de la lista de espera quien se encontraba en el cuarto lugar
(eufemismo para no llamar posición), mientras el tercero anticipada su salida “del juego”. Aquí
es donde se produce un núcleo gordiano vestido de conflictividad médica. Quien operaría a la
mujer tercera participante, se negaba a hacerlo, pues para la médica, ella no estaba en
condiciones: se descomponía, los tranquilizantes no lograban hacer su efecto. Sin embargo en
el pasillo, la médica le dijo “no te opero por que no estás en condiciones. Te recomiendo que
vayas a mi consultorio”. Quien atiende en el servicio público, bajo sus condiciones médica no
reúne las condiciones, pero que recomienda ir a su consultoría privada (luego de buscar la
clínica donde ésta trabajaba, en su web se difunde: “Corneas, conjuntivitis, y otros”. En la
trayectoria de mi ceguera varias personas comentaron, “ahí venden corneas”). Esto llevó a
preguntarme ¿sí una cornea no es obtenida por medio del ente regulador, el INCUCAI, como se
la obtiene?, por diferentes convenios Argentina suscribió para penalizar el tráfico de órganos y
tejidos, entonces, estas/os médicas/os, clínicas ¿cómo lo hacen?. Esta sospecha se reforzó en
el año 2007 en una clínica visual de la ciudad de San Miguel de Tucumán, Argentina, que
cobraba 5.000 dólares por una. El Neocanibalismo16 inquieta mis sospechas. Describo esto
para abordar, en perspectiva temporal, como la trayectoria en la desesperanza se mueve en las
alcantarillas de lo oscuro, lo denso, porque el tiempo pasa y la normalidad, es decir dos ojos del
mismo color, no llega.
Decía, quien fuera la tercera “participante” salió del juego. Definitivamente quedamos dos. El
compañero de aflicción, era un muchacho de 42 años, con quien mantengo relación aún. Las
noches de aquellos días previos a las operaciones, desde su cama me preguntaba “Horacio,
16
Nancy Shepers-Huges (2010) desde este concepto aborda el comercio negro de órganos y tejidos.
quieres echar humo?”. La idea era irnos al patio trasero del hospital y compartir unos cigarros.
El “humo” se convertían en una suerte de nubes de esperanzas, tensiones, inquietudes, y
sufrimientos de nuestros itinerarios terapéuticos para llegar a eso “tan preciado de tener una
córnea nueva y poder comenzar a ver” como uno de esos momentos dijo.
Se acercaba el día, y la médica que nos operaría llegó a donde estábamos, se presentó y nos
explicó los procedimientos, los momentos y el orden de a quien operaria primero, parecía que
por fin, luego de tanto tiempo alguien nos atendía como la “gente”.
Duraron 1 hora y 40 minutos, donde nuestros cuerpos alegorizaban los cuerpos que esperan
una operación visual, impregnados de historias (Foucault 1979), de trayectorias que se
resumían cuando entraban al quirófano. Colonizados por los aparatos, tres cinturones: uno que
tomaba nuestros tobillos, el otro nuestro dorso – para controlar nuestros corazones-, y el otro en
la cabeza para que no nos moviéramos. Las agujas hincaban el ojo, las anestesias dos –una
general y la otra local, ahí, abajo del parpado-. Nuestras corneas afectadas eran extirpadas de
nuestros organismos, sentíamos como nos las cortaban para arrancarla, y sustituir la vieja para
cocernos la nueva.
Estas
tecnologías
temporales
se
entronizaban
porque
nuestros
cuerpos
encontraban/encuentran otra cornea, sabiendo que para llegar a ese trasplante no fue
consecuencia individual de nuestros recorridos, sino coaccionados por la búsqueda de
sobrevivencia, donde el organismo y la nueva córnea recrean / resignifican / reproducen
determinados tipos de cuerpos políticos (Sheper-Hugges, N. 2010), biomédicamente
gestionados y socialmente situados (Look, M. 2012).
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