UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIOLOGÍA TFM - Máster en Estudios Avanzados en Antropología Social y Cultural Velo versus minifalda ¿Modelos culturales distintos o dos caras de la misma realidad? Autora: Isabel Allende Robredo Tutora: Beatriz Moncó Rebollo Madrid, junio, 2016 El grado de civilización de una sociedad se mide por el grado de libertad de la mujer (Charles Fourier) A todas aquellas mujeres que me han enseñado a ser lo más libre e independiente posible. Especialmente, a mi madre. Versión adaptada para su publicación 1 ÍNDICE INTRODUCCIÓN 3 MARCO TEÓRICO 6 Capítulo 1: La libertad de decisión sobre la indumentaria femenina: tapar o enseñar; obligación u opción personal Capítulo 2 - El debate: velo sí, velo no 6 8 Capítulo 3 - Reflexiones en torno a la indumentaria femenina occidental 19 Capítulo 5 -Violencia estética y modestia obligada en las sociedades patriarcales 29 Capítulo 4 - El vestido: de la adaptación al entorno, al uso simbólico del mismo. 22 Capítulo 6- El espacio y el tiempo en las relaciones de género 39 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 43 A MODO DE CONCLUSIÓN Versión adaptada para su publicación 41 2 INTRODUCCIÓN La polémica recurrente en algunos países europeos, entre otros en España, en torno al velo musulmán (hijab), con numerosos argumentos a favor y en contra de su prohibición, me ha hecho reflexionar sobre los valores que subyacen a la forma de vestir y de presentarse en sociedad tanto de las mujeres en algunas sociedades arabo- musulmanas1 como de las occidentales de tradición judeocristiana, sobre cuál ha sido la evolución de las mismas, así como sobre las relaciones de género, el rol de la mujer y el tipo de socialización de género desarrollado en ambos modelos culturales que, quizá, es mucho más parecido que el que estamos dispuestas a admitir las mujeres de cultura cristiano- europea. ¿Qué es o no es femenino en nuestra cultura? ¿Por qué, en algunos sectores, es más femenino llevar tacones y falda que pantalones y botas de montaña? ¿Qué ingredientes constituyen lo “femenino” en nuestra sociedad? ¿Qué valores se asocian a lo femenino? ¿Es el velo una imposición sexista? ¿Por qué nos ponemos nosotras tacones o minifaldas? ¿Es la moda un imperativo para la mujer occidental? ¿Quién crea la moda? ¿No es tan paternalista o autoritario obligar a ponerse una prenda como prohibir ponérsela? ¿Las mujeres de cultura cristiano-europea hemos podido vestir siempre como nos ha dado la gana? ¿Se construye la feminidad de la misma manera en las diferentes culturas? ¿Qué influencia ha tenido la religión en todo ello? ¿Y qué influencia tiene el mercado? Estas son sólo algunas de las preguntas a las que vamos a intentar dar respuesta, aunque sea de manera muy somera debido a las restricciones de espacio en este trabajo, y que también servirán para proponer una línea de investigación propia al término del mismo. En la orientación de este trabajo subyace la idea de que en ambos modelos culturales2, las mujeres han venido siendo sometidas a regímenes androcéntricos similares (viviendo de manera más o menos acentuada la discriminación y exclusión en los mismos o muy parecidos ámbitos), y que determinados modos de vestimenta podrían ser el producto del androcentrismo y de normativas patriarcales que unirían contextos geográficos y culturales diferentes. Ambos modelos, quizá, son más parecidos de lo Dada la gran variedad de contextos socioculturales musulmanes, en este trabajo haremos referencia a mujeres de países árabes (arabo-musulmanas) y de algunos otros que, aunque no lo son, son referentes en cuanto al uso de velos islámicos en todas sus variedades como, por ejemplo, Irán (persas) o Turquía (otomanas). Por economía del lenguaje, en muchas ocasiones sólo haremos referencia a las “arabo-musulmanas”, dado que son en las mujeres de estos países en los que principalmente nos vamos a centrar. 2 Modelo cultural occidental de base judeocristiana y modelo musulmán, sean o no laicas sus sociedades, (prescindiendo del análisis de aquellas sociedades que se encuentran bajo regímenes dictatoriales fundamentalistas, como es el caso de Afganistán). 1 Versión adaptada para su publicación 3 que, a nuestro pesar, podríamos creer, aunque, en la actualidad, se manifiestan de forma diferente, como veremos a lo largo del trabajo que aquí se presenta. Quiero añadir que, siendo consciente tanto de la densidad de la cuestión a estudiar como de sus múltiples facetas, así como de la heterogeneidad de posibles situaciones tanto personales como culturales, me he visto en la necesidad de elegir unos aspectos en detrimento de otros, basando la elección principalmente en aquellos aspectos que han suscitado más mi interés. Por ello, y muy a mi pesar, en este trabajo no pueden estar recogidos todos los aspectos y casuísticas posibles. La elaboración de este trabajo tiene un doble propósito. Por una parte, el de indagar y reflexionar sobre lo que tienen en común los usos y valores simbólicos de la indumentaria femenina en las sociedades patriarcales de dos tradiciones culturales diferentes, como son la tradición occidental, de origen judeocristiano, y la tradición arabo-musulmana, de religión islámica, poniendo de manifiesto que, en realidad, ambas culturas tienen un elemento común fundamental, que es la dominación de las mujeres. Por otra parte, contribuir al debate establecido sobre el velo en algunos países europeos, entre ellos España, con el fin de hacer ver que no se trata de prohibir o no prohibir, salvo que atente contra los derechos fundamentales (porque de la misma manera, como veremos más adelante, deberíamos prohibir las tan peligrosas intervenciones estético- quirúrgicas en las mujeres occidentales), sino que se trata de permitir que la mujer se empodere y sea libre para elegir aquello que más convenga a su vida. Hipótesis de partida Lo femenino/la feminidad y su representación son constructos culturales en los que intervienen prácticas tradicionales, valores, imaginarios culturales, cambios, interferencias religiosas y relaciones de poder. La indumentaria es un ejemplo de ello, aunque se suela representar de manera diferente, tanto en las sociedades occidentales, donde supuestamente prima la libre elección de vestimenta, como en las sociedades arabo-islámicas, donde, también supuestamente, se imponen prácticas vestimentarias. Así, la indumentaria podría ser expresión de un esquema de control social –aunque, en palabras de Beatriz Moncó (2002), “no sea su única función, ya que la indumentaria también es expresión de la identidad, de la clase social, del género, de la etnia, la generación, el estado civil, el estatus social o el rol”- al tiempo que se conjuga con ciertos elementos de libre actuación. Versión adaptada para su publicación 4 Método y fuentes utilizadas Para el desarrollo general de este trabajo he recurrido a la lectura de numerosas obras publicadas a lo largo de los últimos diez años, e incluso a algunas publicadas con anterioridad, debido a que no hay una bibliografía muy prolífica sobre esta temática. No obstante, en lo relacionado con el debate sobre el velo islámico, sí que las obras consultadas son mucho más recientes, aunque tampoco me he ceñido a los últimos cinco años, pues he encontrado publicaciones muy interesantes y de total actualidad en años anteriores. Con respecto a un estudio comparado, propiamente dicho, sobre la vestimenta y su simbología en ambas culturas, tan sólo he encontrado el ensayo del catedrático Ricardo Sanmartín Arce, del año 2011, titulado “Desnudez, igualdad y autonomía en dos tradiciones culturales”, ampliado en su libro Seis ensayos sobre la libertad (2015) en el capítulo titulado “El caso de la primavera árabe” . No obstante, sí que he encontrado referencias diversas a ambas culturas en los diferentes libros estudiados, referencias que he intentado plasmar en las páginas que a continuación se presentan. Estructura En el primer capítulo, se pretende reflexionar en torno a la libertad de elección sobre algunos tipos de vestimenta de las mujeres por parte de éstas. Los dos siguientes capítulos de este trabajo tratan los tipos de indumentaria general, con los valores que subyacen a la misma, utilizados en Occidente y en el mundo islámico, con el fin de presentar, de manera no exhaustiva, aunque sí lo más amplia posible, los argumentos que las apoyan o las rechazan en ambas esferas culturales. Dado que este es un tema muy amplio sobre el que hay muchísimas referencias, quiero dejar constancia en estas líneas de que hablo de vestidos sin más, no de moda y sus connotaciones culturales. Del capítulo cuarto al sexto, se pretende hacer un pequeño recorrido, desde los orígenes del vestido humano hasta nuestros días, de los usos y simbología del mismo, relacionando todo ello con el poder, con las relaciones de género, la violencia estética en las sociedades patriarcales, la evolución del rol de la mujer en las mismas y los modelos de socialización de género. Por último, se presenta una conclusión general. Versión adaptada para su publicación 5 MARCO TEÓRICO CAPÍTULO 1: LA LIBERTAD DE DECISIÓN SOBRE LA INDUMENTARIA FEMENINA: TAPAR O ENSEÑAR; OBLIGACIÓN U OPCIÓN PERSONAL ¿Tiene la mujer capacidad de elección sobre la forma de vestir en la sociedad en la que habita? ¿Eligen realmente las mujeres occidentales llevar minifalda3 o se obliga a portar a las musulmanas el hijab? ¿Son, de alguna manera, comparables estas prendas en sus posibles funciones? ¿Por qué unas culturas tapan y otras destapan? Sobre este tema hay diferencia de opiniones, y tanto velo como minifalda podrían estar en ambos extremos del espectro “libre elección-imposición” sea ésta última legal o cultural. Podríamos empezar esta reflexión reconociendo que “si del cuerpo no todo se oculta ni todo se muestra, parece evidente que lo relevante es la selección” (Sanmartín, 2015: 110). La ropa que nos cubre, continúa Sanmartín, no sólo controla el calor corporal y nuestra presentación pública, sino que enfoca selectivamente la atención de los demás sobre las partes desnudas del cuerpo. “De hecho, las partes usualmente cubiertas del cuerpo, precisamente por escapar del control activo de la conciencia refleja, adquieren una expresividad delatora, y su exhibición, sin una conciencia o intención expresa, ofrece a quien da en verlas un acceso a la singularidad de la persona sin la barrera defensiva del control intencional” (Sanmartín, 2015: 110-111). En este sentido, ¿Qué se tapa o se destapa en ambas tradiciones, léase la occidental de tradición judeocristiana y la arabo-musulmana? ¿Tiene siempre la misma función el mencionado tapar o destapar, incluso dentro de la misma tradición? ¿Son las mujeres obligadas a tapar/destapar su cuerpo o es una libre decisión? Para este trabajo, cuando hablamos de minifalda nos referimos no sólo a esta prenda propiamente dicha, sino también a todas aquellas prendas femeninas que muestran partes del cuerpo que, en nuestro entorno sociocultural podrían ser consideradas, cada vez menos de todas formas, sexis o en cierta medida provocativas: minifaldas, tops, escotes generosos, pantalones apretados, etc. 3 Versión adaptada para su publicación 6 La indumentaria es cultura y educación. La indumentaria es doma y su contrario, rebeldía (Fallarás, 2011). Así, velo y minifalda fueron o, pudieron ser, vestimentas de reivindicación feminista, de rebeldía, y vestimentas de doma y control. El velo, según Marotte, fue inicialmente una forma de mostrar, comparable con las prendas largas y holgadas destinadas a evitar las miradas masculinas de cierta estética surgida del feminismo en Occidente, que la mujer no era un objeto, (Marotte, 2012); y la minifalda, los pantalones, el bikini o la quema de sujetadores fueron también símbolos de liberación de la mujer y de la lucha feminista (Pardo, 2005). Por tanto, la utilización de ambas prendas es, en estos casos, de libre elección y de rebeldía, aunque unas taparan y otras destaparan. Ahora bien, también encontramos opiniones de lo contrario, que denuncian, por ejemplo que, aún llevando velo por libre elección, en realidad es un símbolo ligado a una religión que, “como todas, es machista, discriminadora y brutal” (Fallarás, 2011), y que por tanto está impuesto por ésta, y que la minifalda, como prenda que muestra partes del cuerpo de las mujeres que pueden resultar provocadoras, es producto de una cultura también patriarcal y cosificadora de la mujer que, bajo la apariencia de libertad de elección, en realidad es una manera más de sometimiento de la mujer a través de lo que Natasha Walter llama cultura hipersexual (Walter, 2010). Y es que muchas veces es difícil discernir entre si una forma de vestir es impuesta o de libre elección porque, como dice Ricardo Sanmartín, “hombres y mujeres no disponen de otra imagen de sí que la que públicamente sostienen sus instituciones y su cultura” (Sanmartín, 2015: 115), por lo que tanto tapar como destapar podría ser producto del control social a través del ejercicio de lo que se espera de unas y de otras. Sobre la obligatoriedad legal del velo, ésta ha existido tanto para obligar a ponérselo como a quitárselo, con la consiguiente protesta de las mujeres en un sentido y en otro (Pardo, 2005). En el caso de la minifalda (o prendas similares) esta imposición legal no existe (aunque en occidente también existió este tipo de prohibiciones en algunos países y sobre algunos tipos de vestimenta para las mujeres, como en su momento, la prohibición del pantalón en Francia (Bard, 2012: 63) Versión adaptada para su publicación 7 CAPÍTULO 2 - EL DEBATE: VELO SÍ, VELO NO El debate acerca del velo islámico tiene múltiples aspectos: sociológicos, políticos, religiosos y filosóficos, por lo que no es un tema fácil de tratar. No obstante, debido a la controversia creada y a sus posibles implicaciones, creo necesario que nos extendamos un poco en este capítulo, iniciándolo con la importancia de la cabeza como valor simbólico en varias tradiciones culturales, entre ellas las que aquí tratamos, para continuar con los diferentes tipos y usos del velo islámico y terminar con algunos de los argumentos dados a favor o en contra del mismo. Tras los procesos de metamorfosis del ser humano y su erguimiento como tal, los seres humanos confieren gran importancia a aquella parte que sostiene sus hombros, pues en ella reside su identidad como especie. “El desarrollo cultural convertirá esa parte del cuerpo en el terreno idóneo para construir todas las estructuras posibles relacionadas con el poder y la ascendencia del individuo. De forma sutil y constante, la humanidad jerarquiza su cuerpo, dando más relevancia a las zonas superiores y desplazando a un segundo lugar las partes bajas, que terminará considerando más cercanas al instinto animal (…) Por lo tanto, no extraña que todas las culturas hayan convertido el extremo superior del cuerpo en el elemento más ornamentado del físico y que la prenda que lo cubre represente la profesión, el grupo étnico, la posición social o el rango del individuo” (Amiriam y Zein, 2009:114). Así pues, el principal objetivo de subrayar la cabeza con un tocado es destacar el rango de la persona; por eso es común que los ritos religiosos utilicen algún tipo de tocado para señalar al elegido (Amiriam y Zein, 2009:115). Para las religiones que comparten área de influencia geográfica y política, como era el caso del judaísmo, del cristianismo y del islam en sus orígenes, cuidar el aspecto exterior de sus fieles adquiere un sentido absolutamente estratégico, por lo que sus respectivos “guardianes de la fe” se preocupan por que las apariencias de su fieles sean distintas, hasta el punto de incluir estas normas como parte de sus discursos y sermones (Amiriam y Zein, 2009:116). Por ello, y partiendo de que las tres religiones establecen sus normas de vestimenta en torno al pudor y la modestia, cada una de ellas trata de diferenciarse de alguna manera de las otras dos. Así, mientras la religión judía y la musulmana proponen el velo, la cristiana considera que los propios cabellos largos pueden tener la función del velo, por lo que no habría que cubrirse, salvo como señal de respeto a Dios cuando vayan a orar (Amiriam y Zein, 2009:122). En este sentido, Versión adaptada para su publicación 8 tenemos como ejemplo la mantilla española con la que las mujeres se cubrían la cabeza para entrar en las iglesias incluso a mediados del siglo XX, el velamiento y desvelamiento a la hora de los esponsales religiosos, incluso hoy en día, o la toca de las monjas, por poner algunos ejemplos (aunque fuera de la oración, también existían otros tipos de veladura, incluso para caminar por las calles, como por ejemplo el de las tapadas y tapadas de medio ojo. Tipos de velo Aunque, el fenómeno del velo es difícilmente aprehensible, ya que su significado varía considerablemente según los países, las clases sociales e incluso las personas (Marotte, 2012), y aunque en función de cada cultura y longitud, podemos encontrar diferentes tipos de velo, desde los velos integrales como el burka utilizado principalmente en Afganistán o el niqab de los países del golfo Pérsico, hasta la modalidad más corta como el hijab, y pasando por otros como el maghnae de Irán o el chador turco, en este trabajo vamos a referirnos al hijab y a los diferentes usos del mismo, siguiendo las definiciones de algunos autores contemporáneos. Así, entre los diferentes usos del velo en general, y del hijab en particular, podemos encontrar los siguientes: Velo climático: los diferentes grupos humanos esparcidos por el planeta elaboraron sus atuendos para adaptarse al clima, la geografía o la actividad de su entorno. Así, todas las modalidades del velo tienen un origen común y asexuado, que es el de ser una pieza de tela ideal para confrontar las inclemencias de las altas temperaturas, ya que el islam, como el judaísmo y el cristianismo, nació en las tierras áridas de Oriente Medio (Amiriam y Zein, 2009:113). Aún hoy, existe la argumentación de que el velo preserva la frescura de la piel durante más tiempo (Bramon, 2009: 125). Velo feminista: algunas feministas musulmanas ven el uso del pañuelo como una reivindicación de su condición de mujeres musulmanas, y lo reivindican porque con ello sienten que se las reconoce y respeta. Así lo afirmó la primera diputada española que tomó posesión en la Asamblea de la Ciudad Autónoma de Melilla, en septiembre de 2005, llevando un pañuelo que le tapaba el cabello y el cuello, y declarando que con la indumentaria islámica no se valoraba a las mujeres por su cuerpo (en Bramon, 2009: 128). En este sentido, Javier Marotte (2012) indica que el significado más antiguo del hijab es mostrar que la mujer no es un objeto, y que se podría comparar con cierta Versión adaptada para su publicación 9 estética surgida del feminismo en Occidente, con prendas largas y holgadas destinadas a sustraer el cuerpo de la mirada masculina. Velo protector: similar al anterior, algunas mujeres ven en el velo un instrumento para su propia liberación, y dicen que tienen mayor libertad de movimientos, sobre todo en las ciudades (en el transporte público, en el mercado, en la calle, etc.) (Khouri-Dager, 1990 en Bramon, 2006: 123). El Corán deja bastante claro que el velo es esencial para la modestia, y se prescribe la modestia para proteger a las mujeres de ser molestadas (Adim, 2011:73). En este sentido, y según la investigación llevada a cabo por Fariba Adelkhah, publicada en su libro La revolución bajo el velo, el hijab es el medio por excelencia gracias al cual los dos sexos pueden trabajar codo con codo sin que el atractivo físico de la mujer perturbe esta colaboración (Adelkhah, 1996: 224). Velo instrumental: muy relacionado con el anterior de función protectora, encontramos la función de establecer la continuidad entre el espacio privado y el espacio público, vinculada, según las mujeres islamistas –y siempre siguiendo a Adelkhah (1996)- a las aspiraciones femeninas y sociales de las mujeres. En este sentido, el hijab sería el umbral, la “puerta” entre estas dos esferas, permitiendo pensar en ambas con una misma coherencia de valores y actitudes (Adelkhah, 1996: 225). Velo religioso: El velo religioso que empezó con el judaísmo, se extendió a la cristiandad y después al Islam. Las mujeres musulmanas suelen utilizar el pañuelo como prenda para cubrirse el cabello y en señal de consideración religiosa –aunque no lo utilicen de manera habitual- pues es requisito indispensable (Adim, 2011). Para las mujeres entrevistadas por Fariba Adelkhah, el hijab se convierte en el símbolo de una sumisión total a Dios y la base de una convicción sin fisuras (Adelkhah, 1996: 218). Velo cultural e identitario: No es fácil separar los elementos religiosos y étnicos en el islam (…); cultura, religión y moral son, para la persona creyente musulmana, la misma cosa. Y el velo representa para la mujer musulmana la seña de su identidad, la expresión visual de la sociedad a la que pertenece (Rossell, 2008: 135). En este sentido, Javier Marotte apunta que “el velo en muchos casos es un símbolo del rechazo a la occidentalización de sus costumbres, utilizado a efectos de resaltar su identidad frente a un racismo que se hace sentir en algunas sociedades occidentales” (Marotte, 2012), y Fariba Adelkhah señala que “El hijab, desde luego, es el símbolo del rechazo a una modernidad importada e impuesta” (Adelkhah, 1996: 217). Versión adaptada para su publicación 10 Velo estatus: El velo, en los diferentes países y sociedades musulmanas, también se ha utilizado como símbolo de poder y estatus. Así, por ejemplo, el burka, obligatorio en la época talibán, era originariamente la cobertura que se ponían las mujeres de la clase alta afgana cuando tenían que mezclarse con el pueblo (Bramon, 2006: 120). Otras mujeres, como en Pakistán, utilizan “un echarpe sobre la cabeza, más o menos transparente y seductor, al estilo, por ejemplo, de la difunta dirigente pakistaní Benazir Butto o como también hemos visto que vestían las mujeres de la aristocracia afgana – familia real incluida- que consiguieron exiliarse cuando los talibanes tomaron el poder”. (Bramon, 2009: 119). En el Líbano, y según una encuesta realizada por la antropóloga libanesa Nadia Khouri-Dager, muchas mujeres en el ámbito rural afirmaban que deseaban llevar el velo porque lo consideraban un símbolo de la ciudad (Khouri-Dager, 1990 en Bramon, 2009: 123). Algo parecido ha pasado en países como por ejemplo Egipto, donde eran las mujeres de clase alta las que lo utilizaban, siendo imitadas posteriormente por las mujeres de clase popular. Y es que, tal y como nos dice la escritora tunecina Fawzia Zouari, “el velo no ha sido inventado por el Islam. Existía ya entre los persas, los griegos, los romanos y los cristianos, y representaba a la mujer de alto rango, la esposa legítima, la madre… Era un signo de distinción social” (Entrevista en www.equintanilla.com). Velo político: El velo también puede utilizare con finalidades políticas, incluso de diferente signo. Así, por ejemplo, uno de sus usos, similar al identitario, pero con fines políticos, puede ser su utilización como signo de afirmación islámica frente a la imposición de los modelos de la cultura occidental (Bramon, 2009: 124), siendo para muchas mujeres una posibilidad de salir a la esfera pública militando por causas y en estructuras que no denigraban su estatus (Ramírez, 2011:14). Otro uso es el que utiliza a las mujeres como instrumento de control político, silenciándolas y excluyéndolas, para recluirlas en una posición de desventaja dentro de un espacio social y político dado, como sería el caso de Afganistán o de Arabia Saudí, donde el velo ya no es una opción, sino una imposición (De Botton, Puigvert y Taleb, 2004: 34 y 107). Asimismo, el velo también puede convertirse en un instrumento político, en este caso en Occidente, cuando se utiliza, bajo el discurso islamófobo, que utiliza una imagen deformada de las mujeres para justificar su hostilidad hacia las personas musulmanas (Ramírez, 2011:145). Pero también el velo ha sido señal de hostilidad política frente a los gobernantes, como en el caso de Turquía, donde Kemal Atatürk, fundador de la Versión adaptada para su publicación 11 República Turca, desveló a las mujeres y prohibió el uso del velo, y donde éste volvió a resurgir como señal de hostilidad política a los gobernantes, o Irán, país este último donde fue expresión pública de rechazo del régimen del Shah antes de mudarse en una obligación rigurosamente vigilada por los pasdaran de la Guardia de la revolución Islámica (Marotte, 2012). Velo generacional: el velo de las jóvenes de la ciudad es diferente al que llevaban sus madres, y simboliza una ruptura con el modelo de mujer tradicional, analfabeta y recluida en su casa y en su religión llena de supersticiones, mientras que la nueva mujer islamista es culta, ha conquistado el espacio público y manifiesta a través del velo su pertenencia a una cultura y una identidad islámicas que hay que construir y defender (Martín Muñoz, en Esteva, 1998: 55). Velo personal o voluntario: nace desde la libertad de la mujer de escoger por diferentes motivos, religiosos, éticos, intelectuales o culturales, entre otros. (De Botton, Puigvert y Taleb, 2004:35). En palabras de la tunecina Fawzia Zouari, autora de “Le voile islamique, “Una manera de afirmar su estatus de mujer individuo, un signo de identidad (…) que equivale enarbolar otro velo, moderno, un velo antitradición, donde incluso el corte es diferente” (Entrevista en www.equintanilla.com). Velo como mera forma de vestir que está de moda (Marotte, 2012). Argumentos a favor o en contra de su utilización Sin pretender dar una referencia exhaustiva de los argumentos que se esgrimen tanto a favor como en contra del uso, o de la prohibición, del velo islámico -ya que no estamos ante un monográfico sobre el mismo ni la extensión de este trabajo lo permite- a continuación, vamos a ver algunos de los argumentos más empleados en el debate. A favor de la utilización del velo islámico Varios de los argumentos a favor de su utilización los podemos encontrar, indirectamente, en los usos ya mencionado anteriormente. El hijab puede ser utilizado por motivos religiosos, identitarios, de militancia política, tradición, etc., por lo que es correcto que se use por parte de las mujeres que quieran utilizarlo, ya que, además, tal y como indica Ángeles Ramírez, “las formas de presión para que las mujeres adopten el Versión adaptada para su publicación 12 pañuelo pueden convivir con un uso estratégico de la prenda por parte de éstas” (Ramírez, 2011:22). Por otra parte, y según varios autores, el islam no obliga a llevar el velo: “El islam heredero de los textos judíos promueve que los hombres y las mujeres de su comunidad no despierten el deseo de los demás, aunque se trata de una pauta que el libro sagrado no entra a detallar. El Corán no exige, ni siquiera recomienda, que se cubran la cabeza, y ni mucho menos, llevar un velo integral que les tape todo el cuerpo” (Amiriam y Zein, 2009:123). Merece la pena destacar algunos argumentos dados por los feminismos islámicos4 que reivindica el uso del velo argumentando que el islam lo ha prescrito precisamente porque considera a la mujer como una perla preciosa de gran valor, pero de constitución delicada, por lo que ha de ser protegida para evitarle cualquier perjuicio o atentado contra su dignidad (Naseef, 1999 en Bramon, 2006: 124). En el mismo sentido iría la argumentación de que uno de los objetivos del hijab es el de proteger a las mujeres de cualquier daño injustificado. Así, en un díptico de la comunidad Ahmadiyya5 del islam en España, leemos que “En el Occidente encontramos a menudo la tendencia a deshumanizar a las mujeres considerándolas como objetos sexuales (…). Dado que las mujeres son vulnerables a la explotación y el abuso, el islam les aconseja asumir su protección con sus propias manos (…). Así, el hijab se erige en una barrera física frente al acoso injustificado”. La socióloga turca Tülay Umay argumenta que «Lorsque l’on interroge ces jeunes femmes, ce qu’elles mettent en avant, c’est leur volonté propre, la démarche individuelle qu’elles ont faite (…). Si l’on donne la parole aux jeunes filles, un élément s’impose : le voile n’est ni un retour à la tradition, ni un réflexe communautaire. Il est un choix d’individus inscrits dans la modernité. D’ailleurs, l’observation du phénomène nous montre que tout, dans ce voile, fait référence à la modernité et non à la tradition. Ainsi, autrefois, le foulard effaçait le corps de la femme face au regard de l’homme. Actuellement, le voile est devenu, au contraire, présence du corps féminin, présence de movimientos que reivindican el papel de las mujeres en el Islam. Abogan por la igualdad completa de todas las personas musulmanas, sin importar el sexo o género, tanto en la vida pública, como en la vida privada y por la justicia social, en un contexto islámico. Aunque arraigados en el Islam, estos movimientos también has tenido como referencia los discursos feministas seculares o no- musulmanes y se reconocen como parte integrante del movimiento feminista. 4 Los musulmanes y musulmanas ahmadía forman, de acuerdo a su propia opinión, un movimiento reformado dentro del islam, reflexionando sobre la esencia de esta religión. Los musulmanes ahmadía se separan claramente de los grupos militantes y fundamentalistas destacando los elementos pacíficos y tolerantes del islam. No obstante, la gran mayoría de los musulmanes tradicionales consideran que el movimiento ahmadí es apóstata y hereje y que no forma parte del islam. 5 Versión adaptada para su publicación 13 la femme dans l’espace public. Au lieu de cacher, le voile montre (…). Entre celles qui le portent et celles qui ne le portent pas, il y a une décision personnelle. C’est la possibilité de ce choix qui spécifie le voile de la modernité (…). Toutes les valeurs de la tradition sont renversées par le voile moderne, telle la dissimulation de la femme, son retrait de l’espace public et l’effacement du corps, ainsi que la conception de l’individu comme simple reflet de sa communauté.»6. (Umay, 2009). Es decir, se lo pondrían como una reivindicación de sí mismas y de su presencia. En las actuales sociedades europeas, el hecho de que muchas mujeres musulmanas decidan llevar el velo se convierte en una reivindicación no tan sólo de sus derechos como mujeres musulmanas, sino también de sus derechos como mujeres. “ponerse un hijab en Europa es una forma de resistir”, lo que no es contradictorio con la opción de las mujeres que optan por no llevarlo, porque lo que se propone es defender la libertad de opción de todas las mujeres (De Botton et al., 2004:21). Argumentos en contra de su prohibición El argumento principal que esgrimen la mayoría de los autores y autoras consultadas para no prohibir el uso del velo, lo que no significa que estén a favor de la utilización del mismo, es que prohibir u obligar a llevar el velo forma parte de patrones jerárquicos masculinos y patriarcales, donde la mujer ocupa una posición inferior en cuanto a su derecho a decidir y al reconocimiento de las capacidades necesarias para ello (De Botton et al, 2004:14). Así, tanto la prohibición como la obligatoriedad de llevar el hijab atentan contra la decisión y la libertad de las mujeres. Cuando se interroga a estas jóvenes mujeres, lo que primeramente destacan es la propia voluntad, el recorrido individual que han hecho (…). Si se les da la palabra a estas jóvenes mujeres, se impone un elemento: el velo no es ni una vuelta a la tradición ni un reflejo comunitario. Es una elección de individuos inscritos en la modernidad. De hecho, la observación del fenómeno nos muestra que todo, en este velo, hace referencia a la modernidad y no a la tradición. Así, antiguamente, el velo eliminaba el cuerpo de la mujer frente a la mirada del hombre. Actualmente, el velo se ha convertido, por el contrario, en presencia del cuerpo femenino, presencia de la mujer en el espacio público. En lugar de ocultar, el velo muestra (…). Entre las que lo llevan y las que no lo llevan, hay una decisión personal. Es la posibilidad de elección la que especifica el velo de la modernidad (…). Todos los valores de la tradición son dados la vuelta por el velo moderno, tales como la disimulación de la mujer, su retiro del espacio público o la eliminación de su cuerpo, así como la concepción del individuo como reflejo de la sociedad”. (Traducción propia). 6 Versión adaptada para su publicación 14 Además, según las mismas autoras, la crítica a la obligatoriedad del hijab en algunos países no debe hacernos olvidar que muchas mujeres musulmanas deciden por sí mismas llevarlo de forma libremente escogida, y que la decisión de usar el hijab no implica pasividad ni opresión cuando es el fruto de una reflexión madurada en vez de una imposición, lo que se puede ver en muchas ciudades occidentales, donde constituye la afirmación de un tipo de feminidad y de identidad cultural diferente a la hegemónica (De Botton et al., 2004:21). Otro argumento contrario a la prohibición es que es una manera de encauzar la cuestión de manera típicamente colonial, intentando salvar a las mujeres de su propia cultura, de la cultura de los “otros”, utilizando el instrumento jurídico como un dispositivo de este salvamento (…) De este modo, se lleva a cabo una representación muy negativa de la población objeto de regulación, la musulmana, a la vez que se coloca al Estado en una posición “civilizadora” (Ramírez, 2011:82). En este mismo sentido, cuando se habla de prohibir el hijab en Occidente, a veces se hace en nombre de una equívoca noción de Modernidad y universalismo, no sólo de una manera neocolonial, sino que también paternalista. Así, las autoras de El velo elegido opinan que, sin asumir contradicción alguna, es posible que algunas de esas opiniones se atribuyan el papel de “rescatar” a las mujeres musulmanas de la opresión religiosa de la que son víctimas, de un sistema patriarcal opresor y unas tradiciones caducas. Y eso se hace a partir de la prohibición, desde la posición de superioridad de unas personas que se consideran con derecho a decidir por las demás debido a su pertenencia a una élite académica y política occidental. (De Botton et al., 2004:35). Versión adaptada para su publicación 15 También está el problema de la doble discriminación y las posibilidades de exclusión a las que se enfrentan las mujeres musulmanas en los países europeos, discriminadas por ser mujeres y por pertenecer a una minoría cultural (De Botton et al., 2004:45). La prohibición del uso del velo podría llevarlas a la no participación en la vida comunitaria, lo que podría desembocar en situaciones de exclusión social. Como dijo el comisario europeo de Derechos Humanos, Thomas Hammarberg, en abril del 2011, “La prohibición de estas prendas "atenta contra la vida privada" y "no liberará a las mujeres oprimidas", sino que "puede agravar su exclusión" (www.elmundo.es del 13 de abril de 2011). Por su parte, Sami Naïr nos dice que “el pañuelo es un signo de opresión de las mujeres, a quienes, en el espacio privado, sólo se puede educar para que dejen de usarlo. (Pero) No se les puede obligar a no llevarlo, salvo en el caso del burka” (Naïr, 2010:157). Para finalizar, aún sin agotar los argumentos en contra de la prohibición del uso del velo, tendríamos que tener en cuenta el respeto a la diversidad cultural (con cuidado de no caer en un relativismo cultural en el que cualquier práctica sea válida). El acceso igualitario de la mujer a la educación, al mundo laboral y al espacio político, ha sido una reivindicación histórica, no sólo de las mujeres occidentales. Estas reivindicaciones deben unirse desde el respeto a la diversidad, aceptando que una mujer que opte por llevar el hijab comparte con muchas mujeres occidentales sus mismos ideales y luchas por la igualdad, sin renunciar a la especificidad de su identidad. (De Botton et al., 2004:35). Argumentos en contra de su uso y a favor de su prohibición El argumento más generalizado y conocido por todas las personas en contra del velo islámico es el de que atenta contra la dignidad de la mujer y el de que es un símbolo de sumisión de ésta al hombre. Así, en palabras de Itziar Elizondo, “el velo sería un símbolo político de dominación, y no de carácter religioso. Muchas mujeres dicen llevarlo atribuyéndole una nueva marca de “orgullo cultural”, aunque detrás de esa resignificación hay todo un movimiento en el seno de las comunidades musulmanas que incita a las mujeres a llevarlo con el doble objetivo de visibilizar la marca cultural y el control de las mujeres”. (Elizondo, en Tamzaly, 2010:102). Versión adaptada para su publicación 16 Para la argelina Wassyla Tamzali, las diferencias de formas y de longitud, así como entre las maneras de velarse, han hecho olvidar el significado común del velo. “Se blande la diferencia entre el velo y el burka para dar por concluidas las discusiones sobre el velo -¡No vas a equiparar el velo al burka!- Sin embargo, prosigue Tamzali, es necesario llamar la atención sobre la línea de continuidad existente entre el velo y el burka, como lo hemos hecho con la violencia sexista, un análisis de alcance general que explicara la correlación de los fenómenos discriminatorios, y que demostrara cómo se pasa de las discriminaciones invisibles y simbólicas de lo “aceptable”, siguiendo normas culturales sexistas, para llegar a lo “inaceptable” que hiere a todo el mundo, pero demasiado tarde” (Tamzali, 2010: 67). Por tanto, según esta autora, lo mismo que se prohíbe el burka7, debería prohibirse el hijab o pañuelo. En este sentido, y siguiendo a Benito Aláez Corral, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, en cuanto a la prohibición del velo integral, burka y niqab, en los espacios públicos (uso privado en espacios públicos), y diferenciando entre prohibiciones generales y prohibiciones parciales o sectoriales de uso del mencionado velo islámico integral, tan sólo hacer mención a algunos de los marcos formales de prohibición y normas legales existentes al respecto en el seno de la UE y de España, sin profundizar demasiado en ellos ya que no es el objeto de este estudio y mencionar todas ellas ocuparía gran espacio del mismo. No obstante, mencionaré aquellas que me parecen más significativas por lo generales y amplias que son. Así por ejemplo, indicar que la Unión Europea no ha tomado cartas en el asunto, en buena medida por la ausencia de un ámbito competencial claro sobre el que actuar al respecto, y que, respecto del estatuto jurídico comunitario europeo que tiene el velo islámico integral, sirve de poco el genérico reconocimiento en el artículo 10.1 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE o en el artículo 9 del Convenio Europeo sobre Derechos Humanos sobre la libertad de manifestación religiosa, en los que podría quedar encuadrado su uso, pues los mismos no dicen cuáles pueden ser los límites que, introducidos por ley, constituyen “medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o Prenda conocida, junto con el niqab, como velo islámico integral y que deja cubierto el cuerpo y el rostro por completo, haciendo irreconocible a la persona. 7 Versión adaptada para su publicación 17 la protección de los derechos o las libertades de los demás” (art.9 CEDH), ni si ello abarca una prohibición o no. En el ámbito europeo, aunque fuera de la Unión y sin eficacia jurídica vinculante, hay que mencionar la Recomendación 1927 del Consejo de Europa (Asamblea Parlamentaria), de 23 de junio de 2010, sobre “Islam, islamismo e islamofobia en Europa”, que invita a los 47 Estados parte a no adoptar prohibiciones generales del velo islámico integral o de otros atuendos religiosos, puesto que las considera contrarias a la libertad religiosa garantizada por el artículo 9 del CEDH cuando su uso es producto de la libre decisión de la mujer. También dentro del ámbito del Consejo de Europa, pero ya con carácter jurídicamente vinculante, es preciso tener en cuenta toda una jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos relativa a la libertad religiosa protegida por el art. 9 CEDH y al uso del pañuelo o velo islámico que, sintéticamente, puede decirse que considera, en principio, el uso del velo islámico en espacios públicos como una conducta amparable por el derecho a la libertad religiosa del CEDH, siempre que sea la «efectiva expresión» de las creencias religiosas de la mujer que lo porta; pero también considera que es susceptible de prohibición siempre que el Estado lo haga por Ley y demuestre que es una medida necesaria en una sociedad democrática para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o libertades de los demás, sin que al hacerlo tengan un margen de apreciación sobre la legitimidad de las creencias religiosas o de su forma de manifestación. Ahora bien, esta jurisprudencia resulta poco determinante para valorar la admisibilidad de las prohibiciones generales del velo islámico integral desde el punto de vista del art. 9 CEDH. Dicho lo anterior, y ya en el ámbito de la actitud normativa de algunos Estados miembro de la Unión Europea ante la prohibición (general o parcial) del velo islámico, se pueden inducir dos tendencias, una favorable y otra desfavorable a la introducción legal de una prohibición general del velo islámico integral semejante a la que se ha introducido en Francia (Ley de prohibición de ocultación del rostro en espacios públicos, de 11 de octubre de 2010). En la España aconfesional instaurada con la Constitución de 1978, el espacio público es, en principio, un ámbito en el que las personas pueden ejercer individual o colectivamente sus derechos fundamentales, y no está presidido por ninguna obligación Versión adaptada para su publicación 18 de neutralidad garantizada por el Estado, a salvo de las limitaciones que dichos derechos fundamentales puedan experimentar conforme a lo prescrito en la propia Constitución o en las leyes limitadoras de los derechos. En este sentido, ni la Ley orgánica 7/1980, de 5 de julio, de libertad religiosa (LOLR) vigente, ni ninguna otra disposición legal, han previsto hasta el momento explícitamente una prohibición general de llevar el velo islámico (integral o no) en los espacios públicos, probablemente porque, más allá de la polémica mediática, el uso del velo islámico integral parece claramente minoritario y casi anecdótico. No obstante, para solucionar muchos de los conflictos surgidos a raíz del incremento de la población inmigrante existente en nuestro país y, consiguientemente, de la pluralidad religiosa y cultural, se ha echado mano del argumentario legal existente para deducir interpretativamente de diversos textos legales y reglamentarios sectoriales, sobre todo en materia educativa, prohibiciones implícitas del uso del velo islámico (integral o no) en ciertas relaciones sociales y en ciertos espacios públicos, aunque en la mayoría de los casos las normas legales aplicadas no se refiriesen explícitamente a modalidad alguna del velo islámico (Aláez Corral, 2011: 483-520). CAPÍTULO 3: REFLEXIONES EN TORNO A LA INDUMENTARIA FEMENINA OCCIDENTAL La reflexión sobre la forma de vestir de las mujeres, así como sobre su capacidad de decidir sobre ella, tratada en el primer capítulo, es menos superficial de lo que parece. Es muy significativo que, a lo largo de la historia, se haya potenciado un tipo de indumentaria femenina que impedía que las mujeres realizaran ciertas actividades físicas reservadas a los hombres. No se trata del burka, sino de prendas como por ejemplo el corsé, el cual provocaba desmayos en las damas de los siglos XVIII y XIX, o de los tacones de aguja que, hoy en día, no dejan a las mujeres caminar tan cómodas ni ligeras como podrían. Todo ello sería muy respetable si fueran las propias mujeres quienes decidiéramos llevarlo, aunque es difícil de discernir si la decisión está tomada “libremente”, bajo autoridad masculina o por imposición de los dictámenes de la moda, que no deja de ser otro tipo de imposición patriarcal. El control de la apariencia de las mujeres ha sido muy desigualitario. No hace tanto que Marilyn Monroe seducía a hombres y mujeres con su talla 48, con una indumentaria sensual y atrayente para los hombres y que, a la vez, mostraba tanto una inocencia como Versión adaptada para su publicación 19 una ausencia de toda crítica, siendo una belleza pensada en función del deseo masculino (De Botton et al., 2004:28). Pero podemos remontarnos más allá en la historia, y ver cómo en el Barroco español, por ejemplo y en palabras de Beatriz Moncó (2002) “la belleza del alma debía tener su máxima expresión en la belleza del cuerpo, por lo que la fidelidad, el recato, la modestia, la caridad, la vergüenza y otras prendas femeninas debían verse reflejadas exteriormente, singularizando no el cuerpo en sí, al fin y al cabo atributo biológico, sino los afeites y vestidos”. Y actualmente, por poner otro ejemplo, el ideal de belleza en Occidente parece estar en una mujer muy delgada, asociada a la mujer deportista, activa, actual, joven, con fuerza y voluntad, etc. Estar delgada es hoy día sinónimo de belleza y juventud. De aquí la obsesión de muchas mujeres por adelgazar. Tener el físico deseado implica unas restricciones en la alimentación y unos hábitos que, llevados al extremo, pueden conducir a la anorexia. (De Botton et al., 2004:28). Así, de alguna manera, podríamos decir que la moda, los vestidos y complementos de la misma, además de ser creatividad, protesta, lujo, lenguaje, comunicación o comercio, entre otras funciones, configuran un sistema simbólico con el que se expresa la idea de orden social, pudiendo ser también señalizadores de poder, de valor, de sumisión y, por consiguiente, instrumento para ejercitar el control social, tanto de un modo directo como indirecto, mediante símbolos y representaciones culturales que son difíciles de ver a primera vista (Moncó, 2002) . Este tipo de control social y patriarcal se podría reflejar en determinadas prendas e iconos, como por ejemplo los que tratamos a continuación: El sujetador, que oprime y modela el físico femenino para proyectarlo al exterior de una manera más o menos sugerida, es un ejemplo de prenda sobre el que gira la desigual reflexión feminista. Cuando surgió, hacia 1920, fue considerado como un símbolo de libertad respecto al corsé. Sin embargo, entre los 60´s y 70´s, muchas mujeres reivindicaban no usar sujetador, ya que consideraban que era una forma de opresión del cuerpo y un símbolo de la mujer tradicional, al mismo tiempo que reivindicaban la igualdad legal con el hombre o el derecho al aborto (Courtine, 2006, en www.blogodisea.com). Sin embargo, desde los 80´s, hay quienes consideran que el creciente uso del sujetador es el resultado de la acción consciente de la mujer sobre su físico, y no de los meros efectos de una sociedad patriarcal (De Botton et al., 2004:29). Así, no hay consenso sobre si el sujetador se opone o no a la emancipación de las Versión adaptada para su publicación 20 mujeres. Pero lo que sí podemos decir es que, lo que no es emancipador en absoluto, es la inhibición de la capacidad de la mujer para decidir sobre su uso. (Ibídem). Los pantalones también han sido una prenda polémica por su asociación a los patrones masculinos. Esta prenda, que facilita la movilidad física y permite una adaptación al cuerpo que otras prendas femeninas, como el corsé, habían impedido, y que incluso llegó a estar prohibida por ley en algunos países como Francia, constituyó un desafío simbólico al sistema, que la mayoría de las mujeres de la clase media no estaba preparada para acometer (Crane, 2012:25). Sin embargo, algunas mujeres han querido reivindicar el uso del pantalón como forma de liberación de la mujer a través de la imitación del modelo masculino. (De Botton et al., 2004:29). Lo mismo ha sucedido con la corbata, símbolo tradicional de la respetabilidad burguesa, del capitalismo y de la masculinidad, así como de los poderes económico, político y social (De Botton et al., 2004:29), que en diferentes momentos ha sido reivindicada por algunas mujeres, lo que ha tenido una potente carga simbólica. Así, en los 80´s, por ejemplo, muchas mujeres decidieron usar corbata, entre otras cosas para acceder a determinadas esferas de poder, reclamando su derecho a la igualdad de condiciones entre hombres y mujeres. Pero no cuestionaron la jerarquía, la desigualdad y la brusquedad de lo masculino, no cuestionaron la verdadera opresión que sufrimos las mujeres, que parte de la jerarquización masculina donde las prendas se convierten en síntomas de desigualdad (De Botton et al., 2004:30). Otra prenda que ha sido realmente polémica es la minifalda. Cuando apareció a mediados de los 60´s, fue considerada una prenda escandalosa y vergonzosa por muchas personas, contraria al pudor y a las buenas costumbres de la sociedad. Sin embargo, muchas otras personas vieron en la minifalda un símbolo de revolución y de liberación sexual de la mujer, y fue ingresando en la normalidad gracias a populares representantes de la belleza femenina ideal, como la modelo inglesa “Twiggy”, o de la alta sociedad, como en el caso de Jacqueline Kennedy, cuando en 1966 decidió llevarla. Si algunas feministas han visto en esta prenda un símbolo de la liberación sexual de la mujer, ya que permite mostrase abiertamente, otras han tendido a analizar la minifalda como un tipo de cosificación, aún sujeta a estereotipos de belleza y sexualidad explícita más cercanos a lo masculino. Así, mostrar el cuerpo no siempre es visto por todas de una forma emancipadora. Depende de que se tenga en cuenta la libre decisión de las Versión adaptada para su publicación 21 mujeres y en qué condiciones de libertad, igualdad y respeto tomamos dicha decisión. (De Botton et al., 2004:29), lo que no parece fácil de descubrir sin entrevistar a muchas mujeres sobre esta cuestión. Otro elemento criticado, o aplaudido, según sea el caso, de la estética de la mujer es el maquillaje. Tal y como lo expresa la escritora egipcia Nawal El Saadawi (2005), éste podría también ser considerado como un velo postmoderno -aunque en realidad ya lo utilizaban las egipcias del Antiguo Egipto, pintándose la cara y el cuerpo, o adornándolo- ya que vendría a ser una imposición de la televisión y del mercado. “La gente, y especialmente los hombres que tienen poder, quieren que seamos femeninas, con los pendientes, con los collares, los pechos, las pantorrillas. Esa es la moda, la moda capitalista. Nuestra belleza es nuestra salud, es nuestro valor para desafiar y luchar por la justicia. Como mujeres tendríamos que ser conscientes de esto. Todo lo que es el adorno requiere mucho dinero y mucha energía, mucho tiempo (…)”. Asimismo, los tacones serían otroarma de la esclavitud porque, como dice Nawal Al Saadawi “te hacen caminar de forma insegura, no puedes correr, no puedes hacer ejercicio, te puedes romper el tobillo y, además, son caros”. Celia Amorós los denomina los “zapatos desempoderantes”, ya que “no otra se nos antoja la función de los zapatos de tacón de aguja que parecen destinados a minar la seguridad de las mujeres” (Amorós, en el prólogo a García de León, 2011). Tras este breve análisis de algunas de las prendas de indumentaria y complementos femeninos, podríamos concluir con que el uso de los mismos debe ser analizado en atención al respeto a la decisión de las mujeres, ya que de ello dependen sus consecuencias transformadoras y emancipadoras, así como sus efectos superadores de la desigualdad que les impide alzar su voz. CAPITULO 4: EL VESTIDO: DE LA ADAPTACIÓN AL ENTORNO, AL USO SIMBÓLICO DEL MISMO Aunque no existe consenso sobre si la primera ropa hecha por el ser humano fue elaborada con hojas de higuera o de parra (disyuntiva en realidad basada, parece ser, en las representaciones religiosas de Adán y Eva), los restos encontrados en las excavaciones realizadas en diferentes partes del planeta demuestran que hace entre Versión adaptada para su publicación 22 30.000 y 18.000 años, los seres humanos fabricaban sus prendas con pieles de animales, que cosían con huesos a modo de aguja (Amiriam y Zein, 2009: 108). Los diferentes grupos humanos esparcidos por el planeta elaboraron sus atuendos para adaptarse al clima, la geografía, la actividad, etc. de su entorno. Se trataba de un atuendo primordialmente útil que hacían con los materiales propios del lugar para adaptarse mejor a las condiciones climáticas o geográficas del lugar en el que residían. Con el tiempo fueron perfeccionando las técnicas, y de ahí la manipulación de la lana o el lino, por ejemplo, y la consiguiente aparición de los primeros telares o los tintes para colorear las piezas (Ibídem.) Poco a poco, el asunto de la vestimenta dejó de tener un valor utilitario y empezó a llenarse de significado y a convertirse en el símbolo del poder de quien lo poseía, de su ascendencia en el grupo, de la dedicación a un oficio, signo de identidad o etnia, o una señal de distinción (Amiriam y Zein, 2009: 109). Por supuesto, las religiones no permanecieron al margen de esta evolución. Con el tiempo las personas fueron vinculando sus prendas a los usos, las costumbres y la moral de la época, ya que ellas determinaban la forma en que se relacionaban con las demás, estableciendo barreras, lazos, diferencias de clase, de sexo, de ideologías, etc. Por supuesto, empezaron a regular su uso, sus formas, a crear todo un lenguaje sofisticado con el que se creía influir en el comportamiento del otro; por lo tanto, las relaciones de cada individuo con el resto del grupo. El campo donde más se centraron estas normativas eran aquellas ropas que, de algún modo, podían afectar primero a las relaciones entre los diferentes estratos sociales y, luego, a las relaciones entre hombres y mujeres, pues de estos vínculos dependía el orden social y el futuro de la comunidad (Amiriam y Zein, 2009: 109). Siendo así las cosas, es comprensible que estas regulaciones no afecten del mismo modo a hombres y mujeres. La religión y los usos del vestido Intervenir en la vestimenta de los individuos en nombre de ideas y credos fue un paso para manipular otros terrenos: la identidad de los individuos y del grupo, la libertad personal y la creatividad surgida de ella. Si lograban vincular la ropa a ciertas prohibiciones, podrían fijar en la memoria cotidiana los tabúes más convenientes y Versión adaptada para su publicación 23 mantener las estructuras de su dominio sobre pensamientos y acciones (Amiriam y Zein, 2009: 109-110). Ejemplos de ello son: "Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad." (1 Timoteo 2:9-10) "Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.” (1 Pedro 3:3-4) Abu Huraira relató que el Mensajero de Dios dijo: "Yo no seré testigo de dos clases de gente que están destinados al fuego del infierno: (…). Y las mujeres que, a pesar de estar vestidas están desnudas, seducen y son seducidas; sus cabellos están arreglados como las jorobas inclinadas de los camellos. Estas clases de personas no entrarán al Paraíso ni su fragancia les alcanzará, a pesar de que su fragancia llega a gran distancia"(www.nurelislam.com) Al controlar los rasgos y las singularidades de una indumentaria, las religiones manifestaban las maneras que tenían de abordar la realidad que les rodeaba, de hacer visibles los roles y las diferencias entre las personas integrantes de la comunidad y también de diferenciarlas de las demás sociedades, ya que para las religiones que comparten áreas de influencia geográfica y política, cuidar el aspecto externo de sus fieles adquiere un sentido absolutamente estratégico. Y esta es la realidad de judíos/as, cristianos/as y musulmanes/as, por lo que sus respectivos “guardianes de la fe” se preocuparon por que las apariencias de sus fieles fueran evidentemente distintas, hasta el punto de incluir estas normas como parte de sus discursos y sermones. Se trataba de un objetivo realmente complicado porque debían de tener un criterio (encajar con los principios y valores de cada credo), y estas tres religiones se parecen más de lo que hubieran deseado, ya que, para empezar, todas ellas establecen sus normas en torno al pudor (Amiriam y Zein, 2009: 116). Vestimenta y pudor El término “pudor” se ha visto a lo largo de la historia de muchas y diferentes maneras; y aunque hoy día suele ser considerado más como recato y vergüenza, en realidad la mayoría de las veces tiene que ver bastante con una inhibición asociada con la Versión adaptada para su publicación 24 sexualidad o la imagen corporal. Así, el pudor puede ser tratado como un concepto ético o moral, o bien puede ser visto de un modo completamente social. Pero, de una u otra forma, es un concepto muy complejo que ha sido tratado por filósofos y por todas las grandes religiones, así como pensadores y psicólogos, ya que el pudor o la falta del mismo, bien pudiera ser una de las grandes faltas o de las mayores virtudes del ser humano (Klinger, 2015). Bahaz Ibn Hákim reporta que su abuelo dijo: "Pregunté: `Oh Mensajero de Dios ¿Qué debemos cubrir y qué podemos mostrar de nuestras partes privadas? 'El respondió: `No dejes que nadie las vea excepto tu esposa o tus siervas: Luego pregunté: ¿Y qué de las gentes que conviven (durante viajes o campamentos) juntos?' El respondió: `Si puedes, no dejes que nadie las vea: Luego dije: ¿Y si no hay nadie presente?' El dijo: Dios¡Bendito y ensalzado sea- merece más tu pudor” (www.nurelislam.com) Las religiones partieron de lo elemental para ir complicando las relaciones ente el pudor y las vestimentas (Amiriam y Zein, 2009: 116). En el grado más básico, a culpables e infieles se les arrancaba la túnica en público para hacerles sentir vergüenza por el “mal” que habían cometido. Tirando de este hilo, y por oposición, el mundo de los inocentes e inmaculados sería el de los vestidos. A partir de este genérico se irá enfatizando la misión moral de los tejidos, de modo que, hasta la misma forma de llevarlos, e incluso su color, pueda ser, en sí mismo, un acto reprobable (Amiriam y Zein, 2009: 116-117). Pero es dudoso que el ser humano empezara a cubrirse por el pudor, como afirman las religiones, ya que el pudor no es innato, sino que es una emoción aprendida, resultado de un acuerdo social sobre las claves que deben definir la moral del grupo, y que, sobre todo en las sociedades mediterráneas, está relacionado con la honra y el honor masculino. Equivale a la vergüenza, y normalmente surge como respuesta a cuestiones consideradas “oscuras. Las religiones han logrado que sus fieles vinculen esa oscuridad con su sexualidad, un término al que dan como lugar de residencia el cuerpo (Amiriam y Zein, 2009: 110). El hecho de que para muchos creyentes Adán y Eva representen la paternidad y maternidad universal encaja con esa culpa que también manejan otras religiones, aunque en sus credos carezcan de sentido estas figuras (Ibídem). Versión adaptada para su publicación 25 Poder simbólico del vestido y la evolución del rol de la mujer en Occidente La ropa es el resultado del modo de vida del grupo y de las funciones que cada sexo desarrolla dentro del mismo, los roles de unos y de otras en su vida privada, su autonomía económica, su acceso a los ámbitos de poder, etc. (Amiriam y Zein, 2009:110). Así, a lo largo de los siglos, y muy especialmente durante los siglos XIX y XX, las mujeres, lideradas por las sufragistas primero, y los movimientos feministas, después, han ido reformado el vestido, y en muchos casos, incorporando en el mismo prendas de la ropa masculina, con el fin de desafiar el sistema imperante. La frecuencia con la que las mujeres incorporaron prendas de hombre en sus vestidos, el hecho de que tomaran prestados elementos que no perdieran sus connotaciones masculinas y el modo en que este tipo de comportamiento en el vestir trascendía las líneas de clase social sugieren que estos complementos constituían una declaración simbólica acerca del estatus de la mujer y los debates que sobre el mismo colearon a lo largo del siglo XIX (Crane, 2012:34). Uno de estas prendas masculinas tomadas “en préstamo” por las mujeres, fueron los pantalones. Los pantalones eran especialmente polémicos en el siglo XIX, porque la ideología de la época prescribía unas identidades de género fijas y unas enormes diferencias –físicas, psicológicas e intelectuales- entre hombres y mujeres. El simple hecho de que una mujer llevara un pantalón, la asimilaba a una travestida cuyo género (masculino) ya no se correspondía con su sexo; era una perturbación intolerable (Bard,2010:15) El punto de vista dominante no dejaba lugar a la ambigüedad sobre la identificación sexual ni posibilidad para la evolución o el cambio en los comportamientos y actitudes establecidos para los miembros de cada género, por lo que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, las reformas en el vestir, que incorporaban principalmente los pantalones, propuestas por movimientos de mujeres no ganaron el apoyo de muchas mujeres fuera de esos grupos, al no estar en consonancia con este punto de vista (Crane,2012:41). Los historiadores e historiadoras del vestido han documentado el uso de los pantalones y de los bombachos por la rodilla, además de sombreros y chaquetas de hombre por parte de las mujeres inglesas de clase media durante siglos. En el siglo XIX, las vestimentas de estas mujeres atraían la atención de la prensa en conexión con los intentos de sus colegas masculinos de prohibir el trabajo remunerado de las mujeres Versión adaptada para su publicación 26 para salvaguardar sus propios empleos (Crane, 2012:53). Algunos de los relatos de los periódicos mostraban a las mujeres como la antítesis del ideal victoriano: su vestimenta, particularmente sus pantalones, era vista como algo que las “asexuaba”. Vestidas inadecuadamente, habían dejado de ser mujeres y se habían convertido en “criaturas” indecentes, inmorales y repulsivas (John, 1980 en Crane, 2012:54). El propósito de la mayoría de los artículos era dar argumentos a favor de la prohibición de su trabajo en general. Las reglas que gobernaban el comportamiento en el vestir en espacios públicos se caracterizaban por sutiles diferencias dependiendo del lugar, la clase y el género. Por ejemplo, los trajes con pantalón para mujer se permitían cuando se nadaba en el mar, pero no para paseos por la playa. La introducción de nuevos deportes, particularmente el ciclismo, durante la segunda mitad del siglo XIX produjo una redefinición del modo en el que las fronteras simbólicas se expresaban en el espacio público. En cierto sentido, el vestido alternativo llevado en espacios públicos era una manifestación de cambios más radicales que estaban ocurriendo en ámbitos más apartados (Crane, 2012:46). El tabú contra el uso de pantalones por parte de las mujeres no se superó hasta el siglo XX, primero en EE.UU., después en Inglaterra y, por último, en Francia, países que lideraban las tendencias del resto de países del ámbito occidental. En concreto en Francia, este cambio en las normas del vestir se pudo observar en primera instancia en espacios públicos apartados asociados con el tiempo libre, y entre las mujeres de clase obrera en su lugar de trabajo. Las mujeres que se hicieron modelos de artistas y fotógrafos en Montparnasse y Montmartre comenzaron a llevar pantalones hacia el final de la Primera Guerra Mundial; aunque evidentemente, no en las calles o en los cafés de París. Estas mujeres pertenecían a una subcultura bohemia urbana en las que algunas de ellas actuaban como “líderes de la moda” (Bard, 2010). De todas formas, más que moverse hacia una incorporación de la vestimenta masculina en el vestido de la mujer, las mujeres francesas preferían “masculinizar” el cuerpo femenino: se suprimieron las líneas del pecho y cintura, y el pelo se dejó corto. Las mujeres iban a las barberías de hombre para conseguir cortes muy cortos y masculinos como el corte tazón, el corte a lo garçon y el corte Eton (Sichel, 1978 en Crane, 2012: 58). La respuesta del público a estos cambios fue muy negativa (Robert, 1994 en Crane, 2012:58). Versión adaptada para su publicación 27 Durante el final de la década de los sesenta y en los años setenta del S. XX las feministas se opusieron decididamente a la ropa de moda. A diferencia de sus predecesoras del siglo XIX, éstas eran mucho más críticas con los “discursos manipuladores” de feminidad que subyacían en los estilos de ropa que con la ropa misma. Propusieron modas de vestido alternativas para sustituir los estilos de moda, en concreto diversas formas de pantalón, llevados con ropa sencilla e informal, como camisetas o zapatos de tacón bajo (Crane, 2012:60). En el trabajo, las mujeres se adaptan a las culturas masculinas, que varían en hasta qué punto se le permite a la mujer, o se le exige, que se “asimile” (Crane, 2012:62). Así, hoy en día, en los lugares de trabajo de clase media de las grandes compañías, los tabúes contra el uso de los pantalones por parte de las ejecutivas aún continúan; aunque estas mujeres normalmente llevan tejanos y otro tipo de pantalones para sus actividades de tiempo libre (Crane, 2012:61). En consonancia con los códigos en el vestir de las grandes empresas, que puede que estén o no explícitamente definidos, es probable que lleven versiones contemporáneas del vestido alternativo del siglo XIX, incluyendo chaquetas de traje y faldas, con camisas de estilo masculino o con blusas de seda, con una vestimenta general en colores neutros y conservadores (McDowell, 1997:146; Hochschild, 1997:74 en Crane, 2012:61). Hoy en día, sin embargo, este tipo de vestimenta es considerada conservadora más que subversiva (Kimle y Damhorst, 1997 en Crane, 2012:61). Una apariencia femenina o seductora a la moda es considerada degradante, y la mujer que la utiliza, puede ser tachada de “buscona” (a pesar de que, por otra parte, y como veremos en el capítulo siguiente, a la mujer siempre se le exige estar impecable, guapa y atractiva). Los esfuerzos de las mujeres por alcanzar más cotas de libertad todavía no han llegado a su fin. Son luchas que a lo largo del tiempo, han tenido diferentes objetivos: acceder a la educación, a un puesto de trabajo digno, elegir libremente cómo y con quien queremos vivir… La indumentaria es uno de los terrenos donde se manifiestan los ideales de género y las identidades de las mujeres. Por tanto, representa uno de los espacios donde la represión y la reivindicación se manifiestan con mayor claridad. (De Botton, et al., 2004:20). Versión adaptada para su publicación 28 CAPÍTULO 5: VIOLENCIA SOCIEDADES PATRIARCALES ESTÉTICA, MODESTIA OBLIGADA Y La tiranía de la belleza La violencia patriarcal, entendida como un tipo de interacción entre hombres y mujeres que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que provocan, o amenazan con provocar, un daño o sometimiento de la mujer al hombre, tiene muchos prismas a observar. Un ejemplo de esta violencia es el de la de la violencia estética contra las mujeres, la cual empieza a centrar la atención de bastantes especialistas, así como lo hace la violencia discriminatoria de la edad por género (“el envejecer de las mujeres en el patriarcado es tarea ardua”, nos dice García de León (2011). Estas modalidades de violencia patriarcal son terrenos en los cuales el sistema patriarcal reverdece continuamente y se impone con renovadas formas de alienación social (García de León, 2011:20 y Lipovestsky, 1999). En este sentido, el mito de la belleza asesta un violento contragolpe al feminismo, usando imágenes de belleza femenina como arma política contra el avance de las mujeres (Wolf, 1992: 215), imágenes de belleza que promueven, por ejemplo, las costosas y peligrosas intervenciones quirúrgicas que soportan las mujeres mayoritariamente o los desórdenes alimentarios. Aunque podríamos decir que, desde 1830, cada generación ha tenido que luchar contra su versión del mito de la belleza (Wolf, 1992: 216), la belleza de la mujer no ha sido venerada ni consagrada en todas las sociedades ni en todas las épocas históricas, y ni tan siquiera es, además, un concepto universal ni inmutable (Wolf, 1992: 217). En las sociedades patriarcales, el ideal de belleza femenina ha ido variando según las épocas, las necesidades, los gustos estéticos y las modas, siendo un modelo cambiario como el patrón oro que, como cualquier economía, está determinado por la política y que en la era moderna occidental es el último y mejor de los sistemas de creencias que mantienen intacta la dominación masculina (Wolf, 1992: 217). Así, por ejemplo, en la época barroca, los modelos de mujer hermosa sufrían cambios cada poco tiempo y obligaban a la transformación de las propias mujeres (unas veces prefiriéndolas con los ojos dormidos, otras abiertos o espantados; unas veces con la boca pequeña y otras grande, por ejemplo), haciendo que, obligadas por la norma, éstas hicieran todo lo posible por adaptarse al cambio (Moncó, 2002). Otro ejemplo lo tenemos en el siglo XX, donde encontramos representaciones de la mujer de formas muy variadas e, Versión adaptada para su publicación 29 incluso, contrapuestas, como la bien entrada en carnes Marylin Monroe o la esquelética Kate Moss. Sin embargo, no hemos sido las mujeres las que hemos ido creando los modelos de belleza a seguir por nosotras mismas, sino que, durante siglos, éstos han sido definidos por los hombres, bien sea a través de la pintura, la escultura, la fotografía, el cine o la publicidad. Asimismo, hombres han sido, y son todavía hoy en su mayoría, los que organizan los concursos de belleza, los diseñadores de moda, los cirujanos plásticos y aquellos que se enriquecen a costa de la industria de la moda, la cosmética o la cirugía femenina. Y es que “la escala de valoración social (de lo que debe ser, de lo justo, de lo bueno, lo hermoso) la crea el hombre dominante, el hombre con poder, y apoyada en su sexo, en la pura biología, la hace extensiva a toda la masculinidad, a todos los hombres” (García de León, 2011:33). Así, “todas las mujeres, dominantes y dominadas, se ven afectadas por dicha escala de valoración social que, en primer lugar, las inferioriza incluso a través de las paradójicas formas del endiosamiento o del halago (a veces muy sutiles y sofisticadas, por ende, difíciles de detectar y erradicar), y en segundo lugar, crea las “reglas del juego” que, siendo éstas masculinas, sin embargo, se universalizan, se imponen como tales, a todos los dominados, y con singular fuerza a las mujeres” (García de León, 2011:33). Por otra parte, hay que destacar la finalidad económica que tiene todo esto, ya que, además de tener el mito de la belleza, y la imagen femenina, una función de control social (Wolf, 1992: 215 ; Moncó, 2002), el papel de la mujer consumidora ha sido de primordial importancia en el desarrollo de nuestra sociedad industrial; (es decir que) el comportamiento que es primordial por razones económicas, es transformado en una virtud social, y así se hizo para crear un nuevo orden consumista y una nueva justificación para la injusticia económica en el lugar de trabajo (Wolf, 1992: 223) A lo largo de la historia, las mujeres hemos asumido o rechazado los cánones de belleza idealizada en diversos grados, como, por ejemplo, durante el siglo XIX y la década de los sesenta y setenta del siglo XX, cuando las feministas se opusieron decididamente a la ropa de moda, siendo, a diferencia de sus predecesoras, mucho más críticas con los discursos manipuladores de feminidad que subyacían a los estilos de ropa que con la ropa misma (Crane, 2012:60). Aún así, muchas han sufrido, y sufren verdaderas torturas físicas, como la exigencia de la tez blanca o el pelo liso para las negras; la tez morena para las blancas, el culto a los pies menudos para las chinas, el uso del corsé del siglo Versión adaptada para su publicación 30 XIX para las mujeres occidentales, los aros alrededor del cuello habituales en algunas tribus africanas y asiáticas, el uso del pesado chador de algunas musulmanas o el peligroso burka entre las afganas (Herrera, 2012). Pero la lista no termina aquí. Todas nosotras conocemos la incomodidad de las minifaldas ajustadas o el difícil caminar con los tacones de aguja. Todos ellos son mecanismos que tienden a reducir la movilidad de las mujeres, y por tanto, su autonomía a la hora de moverse con libertad en el espacio público como, por ejemplo, en el laboral. Si a lo largo de la historia la belleza como ideal femenino ha estado circunscrita a determinados círculos sociales, donde las mujeres ricas y exentas de la necesidad de trabajar se convierten en el centro de la idealización femenina por parte de los hombres (Lipovetsky, 1999:119), en el siglo XX la cultura de masas logra que esta belleza ideal invada la vida cotidiana. Este fenómeno trasciende la cuestión estética porque posee una dimensión política y económica que queda invisibilizada a través de la cultura massmediática. Así, “existe un poderoso mercado, de innumerables tentáculos, que difunde y promociona urbi et orbe sus consignas estéticas a través de un sofisticado engranaje publicitario y mediático sin precedentes en la mercadotecnia contemporánea. Nadie en la aldea global puede escapar al bombardeo de los anunciantes, y menos que nadie las mujeres, que se han convertido en el objetivo prioritario de uno de los sectores que más invierte en publicidad” (Ventura, 2000). Así, detrás de la obsesión por la belleza femenina en Occidente, existen poderosas empresas como la industria cosmética, la moda en ropa y complementos, la cirugía estética, los centros de mantenimiento físico y dietético, etc. Todo ello, formando parte de una maquinaria económica que aspira a dirigir el consumo e invoca el ideal de belleza asociada a felicidad, éxito y placer (Ventura, 2000). Por tanto, tal y como dice García de León, “La publicidad, el marketing sobre y para las mujeres, la exigencia estética es una auténtica violencia de género” (García de León, 2011:39). La dictadura de la modestia y el pudor en el vestir Contrariamente a lo visto en el apartado anterior, tanto en Occidente como en el mundo musulmán, existen corrientes de pensamiento, religiosas principalmente, que preconizan el pudor y la modestia8 como valores fundamentales de la mujer, pudor y modestia que, Evidentemente, no quiero decir que el valor de la modestia no sea un valor loable, sino que, su utilización como medio de coacción y restricción de la libertad humana es deplorable. 8 Versión adaptada para su publicación 31 indiscutiblemente, deben reflejarse en las formas de vestir de las féminas y que, fundamentalmente, está relacionada con la sexualidad de hombres y mujeres. Aunque en la mayoría de los países de la órbita cristiana (casi todos ellos situados en Occidente) hace tiempo que se realizó la separación entre el Estado y la Iglesia, produciéndose la secularización de los mismos, la mayoría de los países musulmanes se rigen por las leyes del Corán. No obstante, tanto en unos como en otros, la religión sigue teniendo gran peso en la cultura, y en algunos casos, se tiñe de fundamentalismo, fundamentalismo que atenta contra esta libertad y dignidad humana, como atentan todos los fundamentalismos, sean islámicos, cristianos o de cualquier otra índole. Tanto el judaísmo como el cristianismo o el islam establecen sus normas de vestimenta en torno al pudor, logrando que sus fieles vinculen la vergüenza, normalmente surgida como respuesta a cuestiones “oscuras”, con la sexualidad, un término al que dan como lugar de residencia el cuerpo (Amiriam y Zein, 2009:110). Uno de los mitos que los judíos adaptaron para hacer más congruentes sus normativas a ojos de sus creyentes fue la leyenda de Lilit, cuyo nombre significa “mujer de la noche”. Esta leyenda formaba parte de la mitología siria, donde representaba a la mujer creada antes que Eva y que abandonó a Adán tras negarse a tener hijos con él. Los hebreos la rescataron para denostar la sexualidad sin fines reproductivos, algo absolutamente deleznable de lo que cualquier seguidor de las enseñanzas de Moisés debería de huir. Así, Lilit, símbolo de mujer insumisa, es presentada como el diablo disfrazado de hermosa mujer, y cuyo principal rasgo señalado en las descripciones es su cabello, tan largo y tan brillante que puede enredar a los hombres (Amiriam y Zein, 2009: 117-118). Se puede afirmar que, en síntesis, en el aspecto físico de esta mujer han de encarnarse todos los vicios, todas las voluptuosidades y todas las seducciones, (y) en lo que concierne a sus más significativos rasgos psicológicos, destacará por su capacidad de dominio, de incitación al mal, y su frialdad, que no le impedirá, sin embargo, poseer una fuere sexualidad, en muchas ocasiones lujuriosa y felina, es decir, animal (Bornay, 2004: 114-115) El mito de Lilit, adoptado y cambiado, se convertirá en el receptáculo de muchas lecciones y mensajes subliminales, algunos de los cuales encajarán de forma imperecedera en el inconsciente colectivo. Por ejemplo, el hecho de que utilizaran el cabello como símbolo de la sexualidad desinhibida funcionaba porque respondía a un Versión adaptada para su publicación 32 arquetipo: los animales reconocen por la densidad del vello el vigor, la salud, la juventud y la primacía de sus iguales. Por otra parte, e independientemente de las posibles teorías sobre la pérdida del pelo corporal, sabemos que a lo largo de su evolución el ser humano ha ido perdiendo el pelaje de su anatomía, para reducirlo fundamentalmente a los rincones más íntimos (axilas y genitales), de modo que al promover la ocultación del vello, lo que se estaba tapando simbólicamente eran los genitales, que en la cadena del inconsciente implica regular los deseos sexuales de la comunidad. Como si se tratara de una lógica absolutamente razonable, se tapó el vello de las axilas y el pelo de la cabeza de los creyentes –y en el caso de algunas religiones, exclusivamente el de las mujeres – para que los fieles no recordaran “lo prohibido” y forzarles a centrarse en otros cometidos como orar y rezar. (Amiriam y Zein, 2009.118). Por lo que respecta a la tradición judía, si bien tanto las mujeres como los hombres se visten siguiendo las leyes del tzinus “recato” en hebreo, las normas hacen especial hincapié en los atuendos femeninos. Ellas deben llevar una ropa sencilla, pudorosa y de colores poco llamativo. Así, aunque el velo judío no siempre fue considerado como una señal de modestia, sino que también simbolizaba un estado de distinción y lujo, ya en el judaísmo previo al advenimiento de Cristo, era costumbre entre las mujeres judías, para salir en público, cubrirse la cabeza y, a veces, incluso cubrirse la cara completa dejando al descubierto un ojo (Brayer, 1986 en Adim, 2011:70). Según el Dr. Brayer, “durante el período Tanaítico, la negligencia de la mujer judía a cubrir su cabeza se consideraba un agravio a su modestia”, y “cuando descubría su cabeza, podía ser multada con cuatrocientos zuzim por esta ofensa” (Brayer, 1986 en Adim, 2011:70). Las judías europeas continuaron llevando velos hasta el siglo XIX, época en la que sus formas de vida se entremezclaron con las de la cultura secular circundante. Las presiones externas de la vida europea del siglo XIX obligaron a muchas de ellas a salir con la cabeza descubierta, y algunas mujeres encontraron más conveniente reemplazar el velo tradicional por una peluca como forma alternativa de cubrirse el pelo. Hoy en día, las mujeres judías más devotas no cubren su pelo excepto en la sinagoga (Schneider, 1984 en Adim, 2011:71), y algunas de ellas, como las de las sectas Jasídicas, todavía usan peluca. (Wright en Adim, 2011:71). En la tradición cristiana, las monjas católicas, ente otros usos, se han cubierto la cabeza durante siglos, ya que, aunque el cristianismo, frente a los matices del judaísmo, promueve que las mujeres se dejen crecer la melena (a modo de velo natural), deben Versión adaptada para su publicación 33 cubrirse, como señal de respeto a Dios, cuando vayan a orar (de ahí la mantilla española, con la que las mujeres cubrían su cabeza para entrar en la iglesia durante los últimos años de la dictadura franquista, o los trajes de novia que mantienen vivo este símbolo) (Amiriam y Zein, 2009:122). Pero la modestia y el pudor en el vestir también instaban a las mujeres a taparse el pelo y el rostro fuera de este uso religioso. Así, aunque lo de ocultar el rostro vino de mucho antes, de cuando las mujeres usaban las tocas durante los viajes para protegerse del polvo del camino, las inclemencias del tiempo o del sol, el uso de mantos envolventes que cubrían todo el cuerpo dio lugar a las “tapadas”, mujeres que no dejaban ver su rostro durante el periodo de finales del siglo XVI hasta finales del siglo VXII, aunque a mediados del XVI, y como acto de rebeldía para ir en contra de las buenas costumbres, algunas damas utilizaron el manto o el mantillo para caminar libremente por las calles sin ser reconocidas, imitando a las tapadas de medio ojo, mujeres con fama de busconas que se cubrían con e manto de pies a cabeza dejando sólo visible el ojo izquierdo (León Pinelo, 1641, en la edición de Enrique Suárez Figaredo, 2009). Algunas sectas cristianas como, por ejemplo, los Amish o los Mennonitas, han mantenido y mantienen a sus mujeres veladas hasta el presente, siendo la razón esgrimida por los líderes de sus iglesias la de que cubrirse la cabeza es un símbolo del sometimiento de la mujer al hombre y a Dios (Henning, 1974 en Adim, 2011:72). En cuanto al Islam, heredero de los textos judíos, éste promueve que los hombres y las mujeres de su comunidad no despierten el deseo de las demás personas, aunque se trata de una pauta que el libro sagrado no entra a detallar, ya que el Corán, como hemos mencionado anteriormente, no exige, ni siquiera recomienda, que se cubra la cabeza, y ni mucho menos llevar un velo integral que les tape todo el cuerpo, aunque vincula el cubrir el cuerpo con la sexualidad, y no con la rectitud religiosa (Amiriam y Zein, 2009: 122-123). Sin embargo, diferentes lecturas del Corán, y sobre todo de la Sharia9, opinan lo contrario, y ante hádices10 como “¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor que pueden hacer para que se Cuerpo del Derecho islámico (conocido en Occidente como ley musulmana o ley islámica) que constituye un código detallado de conducta. 9 Narraciones o referencias que representan los dichos y las acciones del Profeta Mahoma (y de los imanes en el caso de los chiíes) relatadas por sus compañeros y compiladas por aquellos sabios que les sucedieron. 10 Versión adaptada para su publicación 34 las distinga y no sean molestadas…” (Corán, 33:59), responden no sólo velando a sus mujeres, sino que, en algunos casos extremos como el de los talibanes en Afganistán, las encierran bajo el insoportable y asfixiante burka de por vida. Para concluir con este apartado, añadir que las tres religiones semíticas a las que hemos hecho referencia en el mismo (judaísmo, cristianismo e islam) han sido regidas principalmente, cuando no exclusivamente, por los hombres, lo que nos hace ver que, tal y como ocurre con los dictámenes de la moda y con la tiranía de la belleza en las sociedades occidentales “modernas”, son los hombres los que idean, inventan e imponen, de manera más o menos descarada, las ropas que debe vestir la mujer para ser considerada “decente” y modesta, es decir, una “buena” mujer. La sexualización de la mujer En Occidente, a pesar de que las mujeres disfrutan de muchas más oportunidades que hace una generación, vemos resurgir el viejo sexismo bajo una apariencia nueva. Lejos de ampliar el potencial y la libertad de las mujeres, la nueva cultura hipersexual redefine el éxito femenino dentro del reducido marco del atractivo sexual. (Walter, 2010:23). Hombres y mujeres sigue sin encontrarse en igualdad de condiciones en la vida pública. Y la normalización de la industria del sexo refleja esa desigualdad. Son las mujeres las que hacen dietas draconianas y someten sus cuerpos a la cirugía, son las mujeres las que se desnudan en las discotecas11 mientras los hombres las jalean y aplauden; son las mujeres, y no los hombres, quienes piensan que su capacidad para acceder a la fama y al éxito depende de lo bien que respondan a una única y reducida imagen de la sexualidad. Si esta es la nueva liberación sexual, se parece demasiado al viejo sexismo como para convencernos de que se trata de la libertad a la que aspirábamos (Walter, 2010:49). Este entorno cultural envuelve incluso a las niñas pequeñas: desde las heroínas con las que se identifican hasta la ropa que usan; desde sus juguetes hasta la forma de ver su propio cuerpo. La imagen que proyecta una marca tan famosa como la de las muñecas Bratz, ejemplifica esta nueva tendencia que ve a las niñas como objetos sexuales desde su más tierna infancia. Con sus morritos pintados, sus minifaldas y sus tacones, las muñecas Bratz se parecen mucho a las jóvenes que participan en las fiestas de algunas Natasha Walter hace referencia principalmente al Reino Unido. Pero esta situación, en mayor o menor grado, es visible en otros países occidentales, también en España. 11 Versión adaptada para su publicación 35 discotecas. Y quienes comercializan estas muñecas quieren que las niñas las vean como una referencia de la vida real (Walter, 2010:85). La creencia de que incluso las niñas pequeñas quieren “ser ellas mismas” a base de pulir su aspecto físico hace que hasta las niñas de ocho o nueve años se pongan a dieta, se arreglen y vayan de compras (Walter, 2010:87). Las páginas de las revistas están repletas de jovencitas maquilladas exhibiendo unos cuerpos retocados y esqueléticos, vistiendo una ropa carísima. Urgen a las lectoras a conseguir la misma imagen que un puñado de famosas, cuyo aspecto de muñecas se considera un modelo a seguir y cuyas dolorosas rutinas de cuidado físico son vistas como un objetivo al que aspirar, al tiempo que diseccionan de manera perversa y agresiva los defectos y errores de otras mujeres, como hacen algunas revistas, como por ejemplo Cuore12, que publican fotos comprometedoras de famosas que han engordado o han elegido mal su ropa. Además, estas revistas se refieren a la cirugía plástica como una estrategia de perfeccionamiento personal. La influencia de este entorno cultural en las jóvenes es tan grande que incluso las adolescentes ven en la cirugía la respuesta a la angustia que les provoca su cuerpo. La fuerza de este proyecto corporal esta claramente vinculada a la sexualización de las mujeres (Walter, 2010:91). Las imágenes sexualizadas de las mujeres jóvenes amenazan con borrar de la cultura popular cualquier otro tipo de representación femenina. Algo similar pasa con, por ejemplo, los videojuegos o la industria musical. Cualquiera que juegue con frecuencia sabe que el diseño de personajes es un terreno en el que los estereotipos de género campan a sus anchas. La mayor parte de los personajes predeterminados son varones, 12 www.revistacuore.com Versión adaptada para su publicación 36 blancos y musculosos. Los personajes femeninos son pocos, y cuando aparecen, suelen ser muy sexuales o pasivos, o las dos cosas a la vez. La exagerada sexualización de la cultura que nos rodea se tolera, incluso se aplaude, porque está avalada por la ficción de la igualdad. Puesto que en nuestra sociedad ha prendido la idea de que hombres y mujeres ya son iguales en todos los ámbitos, parece normal que se anime incansablemente a las mujeres a dar prioridad a su atractivo sexual. Se asume que se trata de una elección adoptada libremente por las mujeres, que en todo lo demás son perfectamente iguales a los hombres. Pero si observamos la situación actual, nos daremos cuenta de lo precaria que es. Resumiendo, los hechos fundamentales son que las mujeres aún no tenemos el mismo poder político, ya que sólo uno de cada cuatro personas diputadas es mujer; no tenemos el mismo poder económico, ya que las diferencias salariales no sólo siguen existiendo, sino que, de hecho, aumentan. No nos hemos liberado de la violencia machista, y sabemos que, puesto que sólo un seis por ciento de los casos de violación acaban en condena, los violadores disfrutan de impunidad en nuestra sociedad. (Walter, 2010:151). Este cambio cultural no sólo afecta a cierto tipo de mujeres o a ciertas capas sociales. El énfasis en ofrecer una imagen física perfecta afecta a todas las mujeres en todos los ámbitos sociales. En la otra cara de la moneda, encontramos la ocultación del cabello, o del cuerpo en los casos más extremos. ¿Por qué, como hemos visto anteriormente, es importante la modestia en el mundo musulmán? Según el imán egipcio Sharif Abdul Adim, la modestia se prescribe para proteger a las mujeres de ser molestadas o, más sencillamente, la modestia es una protección (Adim, 2011:73). Así, según Celia Amorós, una de las resignificaciones en la pragmática del símbolo del velo sería la refuncionalización del mismo que llevan aquellas mujeres que han accedido al mundo del trabajo y han adoptado no sólo el velo, sino también el vestido islámico modesto con una connotación militante anticonsumista versus Occidente. O bien como atuendo particularmente funcional en medios mixtos de trabajo donde, así, le dejan de dar a una la lata mirándole las piernas cuando no toca. Vendría a ser una manera de decirles a las occidentales: “vosotras estaréis más emancipadas que nosotras, pero aguantáis en mayor medida las latas, cuando no las humillaciones, del acoso sexual. Vuestras modas os imponen esa misma minifalda que servirá para que el juez, cuando denunciéis el acoso Versión adaptada para su publicación 37 sexual o la violación, le eche a esa prenda la culpa e incluso la justificación del desafuero” (Amorós, 2009). Pero, para Wassyla Tamzali, el objetivo perseguido por las prácticas del velado de las mujeres no es, paradójicamente, esconder su cuerpo, sino exhibirlo, mostrarlo sobresexualizado y reducir a las mujeres a su sexo (Tamzali, 2010:34). Encerrar, cubrir y ocultar a la mujer es una medida drástica que parece encaminada a evitar esa vergüenza masculina y mantener a salvo el honor de los hombres, si bien desvela a su vez una gran proximidad entre las dos formas de categorizar la mujer y la propia intimidad sexual del hombre en su imaginario cultural, como si la mujer, más que una persona autónoma, fuese una parte incontrolable de su propia sexualidad y, cómo ésta, también debiera ocultarse a los ojos ajenos (Sanmartín Arce, 2011). Así, podríamos concluir con que “La desnudez y el velo son dos caras de la misma moneda. Si una mujer está desnuda en público, es un objeto sexual en el mercado capital, y si viste un velo, es un objeto sexual en el sentido religioso, porque los hombres no pueden mirarla. (Nawal El Saadawi en Tamzaly, 2010:119). Versión adaptada para su publicación 38 CAPÍTULO 6: EL ESPACIO Y EL TIEMPO EN LAS RELACIONES DE GÉNERO El estudio de la asignación y significación del espacio y del tiempo puede ayudar a entender los procesos de jerarquización sexual y detectar algunas de las dificultades que encuentran las mujeres para avanzar en aquellas situaciones en las que se da un rompimiento con sistemas de valores y roles que han incidido directamente en la configuración y vivencia de la identidad personal y social de las mismas, remitiendo a un tema más general a su vez, que comprende los procesos de elaboración de la desigualdad y la dominación. En este texto, al hablar de “espacio”, nos referimos a un área físicamente delimitable, bien por las actividades que se llevan a cabo (trabajo, educación, vida familiar, oración, etc.); la gente que lo ocupa (mujeres, hombres, niños/as, etc.), los elementos que lo contienen o los contenidos simbólicos que se le atribuyen (poder social, económico, afectos, etc.). Asimismo, por espacio público, y para nuestros propósitos, entendemos aquel espacio por el que cualquier persona tiene derecho a circular, en oposición al espacio privado, donde el paso puede estar restringido, generalmente por criterios de propiedad privada, reserva gubernamental u otros. Pero el espacio público tiene también una dimensión social, cultural y política, siendo escenario de la interacción social cotidiana, lugar de relación, de identificación de manifestaciones políticas, de contacto entre la gente, de vida urbana y de expresión comunitaria. Por otra parte, por “tiempo”, entendemos las variantes de la amplitud en que se suceden los distintos estadios de una misma cosa o acontece la existencia de cosas distintas en un mismo espacio (el propio ciclo vital, por ejemplo). Así como la desigualdad en la forma de producción y distribución del espacio responde y se apoya en un sistema de producción capitalista, también en la forma como se asigna, utiliza, distribuye y transfiere el espacio entre los hombres y las mujeres, y en las formas de concepción, asignación y experimentación del tiempo, se construye y se manifiesta el género (Smith, 1984 en Del Valle, 1991). Y es que, tal y como dice la profesora Beatriz Moncó, “los ámbitos espacio-temporales son ámbitos de dominación patriarcal tradicional”. En ambas culturas, y desde tiempo inmemorable, el espacio de la mujer ha sido principalmente el privado. La afirmación de que el lugar de la mujer está en la casa, se ha sustentado sobre símbolos imbuidos de significación de inclusión, intimidad, Versión adaptada para su publicación 39 protección, separación. En este contexto, la mujer es vista como receptáculo que, lo mismo que contiene vida, la da a su vez al lugar donde reside, donde ella es referencia central y guardiana. Pero, a su vez, se la ve alejada de aquellos espacios donde se llevan a cabo las decisiones principales y que son más públicas, decisiones que van a incidir directa o indirectamente en la forma como la mujer defina su vida personal y doméstica. Todo esto ha incidido en la consideración de un universo más restringido para la mujer, que incluye actividades, relaciones y un orden simbólico, generado desde ese mismo espacio, que ha servido a su vez para definir el espacio público de una forma distinta a como lo habría sido, si el lugar de la mujer hubiera estado en el ágora o en el foro. Todo ello ha llevado a que la presencia de la mujer resulte extraña en el espacio político, y a que tenga que luchar por conquistar aquello que se le ha quitado sin haber tenido ocasión de ocuparlo (Del Valle, 1991). Sin embargo, el lugar de las mujeres en la mayoría de las sociedades, sobre todo en las urbanas, sean del ámbito cultural que sean, ha evolucionado más rápido durante los últimos cincuenta años que a lo largo de los varios siglos precedentes. Las mujeres se han ido incorporando masivamente, en mayor o menor medida, a la educación13, tanto escolar como universitaria, y al trabajo asalariado en diversos ámbitos, tanto públicos como privados, aunque es cierto que, en la mayoría de los casos, permanecen ausentes de los niveles de decisión, y suben muy raramente en los niveles jerárquicos. No obstante la evolución mencionada en el párrafo anterior, con los obstáculos que aún impiden la igualdad entre hombres y mujeres, incluso en las sociedades más “avanzadas”, y probablemente debido a la misma, podemos hablar al mismo tiempo, tal como nos indica Mª Antonia García de León (2011), de la pérdida de legitimidad del Patriarcado y de su reverdecimiento en plurales sistemas patriarcales, que son variantes actualizadas del mismo (2011:31). Y es que, por ejemplo, y tal y como indica esta autora, “el patriarcado en la cultura Occidental reverdece como nunca en una exigencia estética generalizada, sobre todo para las mujeres profesionales” que, como hemos visto en el capítulo dedicado a la violencia estética “en las sociedades patriarcales, exige de la mujer una puesta a punto siempre perfecta”. Esta violencia estética es feroz cuando, además, se le añade los requerimientos del peligroso binomio Género y Edad (García de León, 2011:51), manteniendo a las mujeres bajo una nueva forma de dominación basada Nos referimos a países con un sistema político más o menos democrático, siendo conscientes de las restricciones que tienen las niñas y las mujeres en algunos países que, como en Afganistán, el fundamentalismo niega cualquier derecho a las mismas. 13 Versión adaptada para su publicación 40 en la necesidad de mantenerse siempre guapas, delgadas y jóvenes, con todo el sacrificio, tanto físico como psicológico, que ello conlleva. En este sentido, la socióloga marroquí Fatema Mernissi (2000) nos dice que mientras el dominio de la mujer oriental está basado en el espacio, privado para las mujeres, público para los hombres; el dominio de la mujer occidental, en la actualidad, está basado en el ámbito temporal: la eterna juventud, la tallas 38, la belleza. (Mernissi, 2000). De tal manera que, hasta hace bien poco, y me atrevería a decir que incluso todavía hoy en día en algunos ámbitos, la mujer occidental debe escoger, como dice la misma autora, entre la belleza y la inteligencia, ya que “una mujer que se atreve a ser inteligente, recibe su castigo en el acto: se la tacha de fea, porque los vastos conocimientos no sólo destrozan los encantos de una mujer, sino que además, mostrar dicha sabiduría aniquila la propia femineidad”. (Mernissi, 2000). A MODO DE CONCLUSIÓN La indumentaria ha sido, y es, una esfera donde se han desarrollado las luchas entre hombres y mujeres, ya que a través del vestido se proyecta una imagen del cuerpo, una noción de belleza, de virtud, parte de nuestra identidad, el rol que desempeñamos en la sociedad, el poder simbólico que ostentamos, etc. En el vestir podemos apreciar la reivindicación de derechos individuales y colectivos, o los esfuerzos realizados para doblegarlos. En la atención prestada a la imagen de las mujeres se han construido, compartido y defendido imágenes de feminidad, a veces como resultado de las decisiones de las mujeres, y en ocasiones a causa de la exigencia de los hombres. Así, tal y como hemos visto, no sólo el hijab es un caso evidente de esta confrontación: También lo han sido los pantalones, o la minifalda, por poner un par de ejemplos. Por otra parte, mientras se prejuzga el uso del hijab como un síntoma de la servidumbre de la mujer frente a la religión, a la tradición y al marido, mujeres y niñas en Occidente han pasado de ser esclavas de unos cánones estéticos que pueden llevar incluso a la muerte. Y siendo cierto que hay mujeres que quieren llevar velo, que lo eligen como una libre opción sin que estén coaccionadas por sus maridos, igualmente, muchas mujeres se operan el pecho, las caderas o siguen dietas draconianas para estar a la “altura” de unos gustos estéticos no siempre saludables (y generalmente masculinos). Sin embargo, cabe cuestionarse la “libertad” de muchas mujeres a la hora de seguir estos códigos de vestimenta y/o mantenimiento de estética, ya que, en el mismo Versión adaptada para su publicación 41 Occidente, por ejemplo, donde nos pensamos tan libres, las mujeres creemos elegir la ropa, y todo lo que comporta la relación con nuestro cuerpo de manera libre, cuando hay toda una serie de normas, más o menos sutiles, que invitan a una normatividad femenina del gusto del hombre contemporáneo. Versión adaptada para su publicación 42 BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA ADIM, Sharif Abdul (2010): La mujer en el Islam. El Cairo: Kalemat. ALÁEZ CORRAL, Benito (2011): Reflexiones jurídico-constitucionales sobre la prohibición del velo islámico integral en Europa. UNED. Teoría y Realidad Constitucional, núm.28, 2011, pp.483-520. AMIRIAM, Nazarín y ZEIN, Martha (2009): El islam sin velo. Barcelona: Planeta. AMORÓS, Celia (2009): Vetas de Ilustración. Feminismos. Madrid: Cátedra. 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