Amb la col·laboració de: SAL, PESCA Y SALAZONES FENICIOS EN OCCIDENTE XXVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2011) Editadas por benjamí costa y jordi h. fernández EIVISSA, 2012 «TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» s’intercanvia amb tota classe de publicacions afins d’Arqueologia i d’Història, a fi d’incrementar els fons de la Biblioteca del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera. «TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA» se intercambia con toda clase de publicaciones afines de Arqueología e História, con el fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. DIRECTOR: Jordi H. Fernández COORDINADOR: Benjamí Costa Intercanvis i subcripcions/ Intercambios y subscripciones: Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera Via Romana, 31 - 07800 Eivissa (Balears) Foto portada: Ánfora cilíndrica y representación ictiomorfa (siglo II a.C.) ISBN: 978-84-87143-48-9 Dipósit legal : I-152-2012 Maquetació i impressió: GRUP FENT 96 203 39 39 ÍNDICE LA PRODUCCIÓN FENICIO-PÚNICA DE SAL EN EL CONTEXTO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL DESDE UNA PRESPECTIVA DIACRÓNICA Julio Martínez Mangato........................................................................................ 9 ARTES Y APAREJOS DE PESCA FENICIO-PÚNICOS EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL: EL EJEMPLO DEL CÍRCULO DEL ESTRECHO Ángel Muñoz Vicente........................................................................................... 33 MÁS ALLÁ DEL BANQUETE: EL CONSUMO DE LAS SALAZONES IBÉRICAS EN GRECIA (SIGLOS V Y IV A. C.) Enrique García Vargas, Eduardo Ferrer Albelda............................................... 85 ESPECIES PESCADAS, ESPECIES INGERIDAS: EL CONSUMO DE PESCADO Y MOLUSCOS MARINOS EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS Arturo Morales Muñiz, Eufrasia Roselló Izquierdo.......................................... 123 BALLENAS, ORCAS, DELFINES... UNA PESCA OLVIDADA ENTRE ÉPOCA FENICIO-PÚNICA Y LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Darío Bernal Casasola, Antonio Monclova Bohórquez................................... 157 BALLENAS, ORCAS, DELFINES... UNA PESCA OLVIDADA ENTRE ÉPOCA FENICIO-PÚNICA Y LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Darío Bernal Casasola Profesor Titular de Arqueología. Universidad de Cádiz Antonio Monclova Bohórquez Investigador del Grupo HUM-440. Universidad de Cádiz “Entonces, ya, prestando toda su atención, los pescadores se aplican a la faena de la pesca, rogando a los dioses bienaventurados matadores de ballenas que puedan capturar al horrible monstruo del mar” (Opiano, Haliéutica, V, 111-114) 1. INTRODUCCIÓN1 A pesar de la amplísima literatura existente dedicada a temas haliéuticos en el Mare Nostrum y en sus áreas de influencia, desde los magistrales trabajos de M. Ponsich y Tarradell (1965; Ponsich, 1988) y otros autores posteriores (como Curtis, 1991) hasta las más recientes síntesis (Lagóstena, 2001; Etienne y Mayet, 2002), las referencias a la pesca o el aprovechamiento de cetáceos en la Antigüedad son prácticamente inexistentes y, en todo caso, marginales y anecdóticas. En los últimos años, y al hilo del hallazgo de una vértebra de rorcual en una factoría de salazones romana en Iulia Traducta (Algeciras, Cádiz), se han realizado diversos trabajos tendentes a revalorizar esta nueva línea de investigación, con algunas propuestas iniciales, unidas a la síntesis de las hipótesis planteadas por algunos _____________ 1. Este trabajo se inserta en el marco de desarrollo del proyecto SAGENA, del Plan Nacional de I+D+i (HAR2010-15733), y del Proyecto de Excelencia HUM-03015, de la Junta de Andalucía. –157– autores y a la elocuente descripción en el tratado De la Pesca o Haliéutica de Opiano (V, 56-294), alusiva a la pesca de grandes mamíferos marinos (Bernal, 2009 y 2010). Con posterioridad se ha profundizado en dicha línea de trabajo, incrementando sustancialmente la nómina de evidencias arqueológicas, arqueozoológicas y textuales que han permitido plantear que además de aprovechar los varamientos en la Antigüedad debió haber existido una pesca intencional de cetáceos, atribuyendo a problemas metodológicos derivados del registro arqueológico la complejidad de rastrear su presencia (Bernal y Monclova, 2011a). La parquedad de evidencias arqueológicas y arqueo-ictiológicas, que en parte justifica el por qué del olvido de un tema tan crucial para la economía pesqueroconservera de la Antigüedad, ha obligado, en las investigaciones anteriores referidas, a tener que realizar una aproximación basada en una triple estrategia metodológica. En primer lugar ha resultado conveniente ampliar el ámbito cronológico objeto de estudio, única manera de conseguir disponer de un corpus documental lo suficientemente significativo como para valorar las tendencias con ciertos visos de verosimilitud. Dicho marco lo situamos entre inicios del I Mileno antes de la era (básicamente con la llegada de los primeros fenicios a Extremo Occidente en los ss. IX y VIII a.C.) y el ocaso de la Antigüedad Tardía (s. VIII d.C.), ya que para épocas precedentes disponemos de multitud de evidencias y estudios monográficos, especialmente para la Prehistoria del Norte de Europa (como Clark, 1947, ensayo que a pesar de su solera sigue siendo crucial; o Mulville, 2002), con algunos trabajos para la Península Ibérica (Serangeli, 2001). Y es evidente que a inicios de época medieval la cantidad de documentación existente sobre los balleneros vascos del Cantábrico excluye la necesidad de cualquier tipo de investigación arqueológica para ratificar un tipo de pesca perfectamente conocida y atestiguada documentalmente (Bode, 2002). En segundo término, ha sido necesario ampliar el espacio geográfico de estudio, incluyendo desde la fachada occidental de la Península Ibérica en el Atlántico hasta Sicilia, lo que engloba a la totalidad del Mediterráneo Occidental, ámbito este último objeto de intensa ocupación fenicio-púnica y donde se localizan los principales focos pesqueros del Mundo Antiguo –como el propio Estrecho de Gibraltar o el de Mesina–, y además como veremos un ambiente parte del ecosistema vital de algunos de estos grandes mamíferos marinos. La parquedad documental ha inducido a trabajar, en estos primeros estadios de la investigación, en un marco espacial tan amplio. Y, en tercer lugar, la óptica de aproximación ha tenido que ser interdisciplinar, valorando desde la ecología de los cetáceos a las evidencias arqueológicas, –158– arqueozoológicas e iconográficas de su presencia en yacimientos arqueológicos, así como las tradicionales técnicas pesqueras de las ballenas y los datos generales sobre su ciclo vital. En este trabajo realizamos una aproximación bipolar. En primer lugar presentamos algunas inferencias históricas sobre el conocimiento general de la pesca de cetáceos en época moderno-contemporánea, incidiendo sobre sus áreas de hábitat y las técnicas de captura, para presentar en segundo término una síntesis de la documentación arqueológica disponible en la actualidad sobre grandes mamíferos marinos en yacimientos preislámicos, analizando, por último, los argumentos disponibles que permiten plantear la posibilidad tanto de aprovechamiento de animales varados como de la pesca intencional de los mismos, y las futuras líneas de investigación al respecto. 2. 2.1. UNA RETROSPECTIVA HISTÓRICA. ALGUNOS APUNTES DE INTERÉS SOBRE LOS CETÁCEOS EN ÉPOCA MODERNO-CONTEMPORÁNEA La caza de grandes cetáceos: las “épocas balleneras” De acuerdo con la definición de Reeves y Smith, una operación de caza de ballenas podría ser definida por el origen étnico o nacional de las personas que matan a dichas ballenas, procedentes de una nación en cuyo territorio hay una estación en tierra, bajo cuya bandera navega su buque, que aporta el capital, que gobierna las aguas donde la caza de las ballenas se lleva a cabo, o que se beneficia del uso o venta de los productos (Reeves y Smith, 2006). La captura intencionada de grandes cetáceos no ha tenido la misma representatividad a lo largo de todo el registro histórico, estando –como cualquier otro acontecimiento– sometida a las influencias de los particulares condicionantes socio-económicos de cada época. Al igual que otras prácticas humanas relacionadas con la caza, la pesca o la agricultura, es difícil interpretar la captura y manipulación de ballenas únicamente en función de las referencias cronológicas, basadas en los hallazgos arqueológicos. El reconocimiento del aprovechamiento económico de los grandes cetáceos está especialmente marcado por las transiciones tecnológicas en los métodos de caza y procesado de los ejemplares capturados, bien sea en los procedimientos para convertir la grasa en aceite, en los modos de lanzar el arpón, o en la forma de propulsar los navíos. Reeves y Smith –159– Figura 1. Distribución temporal de las “eras” de la caza de las ballenas en función de las tecnologías (modificado a partir de Reeves y Smith, 2003) (2003) han realizado una propuesta relativa a las diferentes épocas o “eras” de las prácticas balleneras a lo largo del tiempo y la geografía (figura 1). Es interesante comprobar que según estos investigadores únicamente la caza realizada por los aborígenes tropicales y árticos hunde sus raíces en la Antigüedad, aunque también es cierto que atribuyen a la pesca con veneno y a la llamada “prehistórica” unos orígenes ancestrales. Es notorio que los límites espaciales entre las épocas balleneras establecidas en función de las transiciones tecnológicas a menudo se superponen considerablemente. Así por ejemplo, cuando se señala como una época a la caza de ballenas francas australes (Eubalaena australis) y ballenas jorobadas (Megaptera) en las costas de Australia y Nueva Zelanda durante el siglo XIX, se está haciendo referencia tanto a las actividades en tierra como pelágicas. Por tanto, es difícil separar los momentos históricos de las prácticas balleneras, realizándose irremediablemente suposiciones incluso en el caso de disponer de abundante documentación, como es el caso de los últimos doscientos años. En contextos más antiguos o carentes de la documentación pertinente, la validez de los supuestos se vuelve especialmente incierta, de forma que es casi imposible determinar en qué grado influyeron en la captura de grandes ballenas innovaciones tales como los métodos balleneros desarrollados por los vascos o los barcos elaborados en piel por los esquimales. No parece improbable que muchos de los métodos balleneros tradicionales se hubiesen desarrollado de forma independiente en más de un lugar y momento al unísono. –160– Figura 2. Embarcación ballenera o Peledáng utilizada en Lamalerap –Indonesia– (a partir de un croquis realizado por Barnes, 1974) Estudios realizados sobre la caza de cetáceos en pueblos aborígenes demuestran que ya utilizaban técnicas balleneras semejantes a las europeas y americanas, con anterioridad al siglo XVIII. Un estudio realizado por Barnes (1974) describe cómo los pueblos indonesios de Lamakera y Lamalerap conocían y ponían en práctica las mismas técnicas que los balleneros occidentales, décadas antes de que éstos los visitasen por primera vez en 1836. Estos aborígenes del archipiélago de Indonesia arponeaban a sus presas saltando sobre ellas, y utilizaban unos barcos que constituyen una interesante muestra de construcción naval especializada en la caza de cetáceos (figura 2), que nada tiene que envidiar a las naves utilizadas en Europa por los balleneros vascos desde las postrimerías de la Edad Media. Barnes incluso analiza la posibilidad de que los nativos indonesios se hubiesen especializado en la captura de cachalotes, recordando cómo los esquimales lo hicieron con las ballenas francas. Dolar y sus colegas de San Diego (Dolar et alii, 1994) describen otro caso de especialización metodológica en este tipo de operaciones en el pueblo de Pamilacan, Filipinas, los cuales desde hace más de un siglo también saltaban desde sus barcos para capturar ballenas de Bryde (Balaenoptera edeni / brydei), utilizando en este caso ganchos. Las prácticas balleneras de subsistencia realizadas por aborígenes han sido descritas por Reeves (2002), y su distribución por todo el planeta (figura 3) nos indica que sus respectivos desarrollos tecnológicos bien pudieron llevarse a cabo –161– Figura 3. Distribución de los lugares en los cuales los aborígenes realizan prácticas balleneras de subsistencia: 1, Groenlandia; 2, San Vicente, Antillas; 3, Norte de Alaska, USA; 4, Chukotka, Rusia; 5, Guinea Ecuatorial; 6, Islas Sonda, Indonesia; 7, Filipinas; 8, Ártico occidental canadiense; 9, Ártico oriental canadiense; 10, Washington, USA; 11, Isla de Vancouver, Canadá; 12, Tonga (modificado a partir de Reeves, 2002) de una forma independiente y sin un necesario contacto con las técnicas desarrolladas en Occidente en tiempos históricos. Ha quedado clara la dificultad de establecer patrones históricos que permitan describir las técnicas balleneras, incluso cuando disponemos de abundante documentación gráfica. En época protohistórica y en la Antigüedad Clásica la documentación escrita es escasa y por tanto ineludiblemente debemos recurrir al registro arqueológico, como veremos en el siguiente apartado, para profundizar sobre dicha cuestión. Entre los pocos textos de época romana que refieren encuentros con grandes cetáceos, uno de los más destacados pertenece al naturalista romano del siglo primero Plinio El Viejo, el cual en su conocida obra Naturalis Historia (IX, 14-15) describe un episodio acontecido en el puerto de Ostia, en la desembocadura del río Tíber. Plinio narra cómo una orca (Orcinus orca), tras penetrar en el citado puerto siguiendo el rastro de un naufragio, daña a diversas embarcaciones, sembrando el pánico entre los marineros2. La escena descrita por Plinio _____________ 2. Orca et in portu Ostiensi visa est oppugnata a Claudio príncipe. venerat tum exaedificante eo portum, invitata naufragiis tergorum advectorum e Gallia, satiansque se per conplures dies alveum in vado sulcaverat, adtumulata fluctibus in tantum ut circumagi nullo modo posset et, dum saginam persequitur in litus fluctibus propulsam, emineret dorso multum super aquas carinae vice inversae. Praetendi iussit Caesar plagas multiplices inter ora portus, profectusque ipse cum praetorianis cohortibus populo Romano espectaculum praebuit, lanceas congerente milite e navigiis adsultantibus, quorum unum mergi vidimus reflatu belvae oppletum unda. –162– incluye dos aspectos que nos pueden ayudar a entender en parte la forma en la cual los romanos consideraban a los grandes cetáceos. Por un lado la descripción de la orca como “una enorme masa de carne con dientes temibles”, y por otro la “condena a muerte con lanzas” ordenada por el emperador Claudio. Además, todo el evento se llevó a cabo como un espectáculo para el pueblo romano que se reunió a lo largo de la costa. ¿en qué se diferencia ésto de una caza de ballenas? La respuesta a la pregunta anterior podríamos encontrarla al recordar los aspectos que, según Reeves y Smith, definen una operación de caza de ballenas, ya citados anteriormente (Reeves y Smith, 2006), diferenciándose únicamente porque en este caso no hubo beneficio del uso o venta de los productos obtenidos, aunque no debemos olvidar que si la muerte de la orca del puerto de Ostia fue convertida en un espectáculo, existió un beneficio político y los restos de los animales muertos en tales eventos solían ser dados al pueblo para su consumo, a pesar de que la producción de carne no fuese el objetivo principal (Kyle, 1998). Conforme se vayan multiplicando los hallazgos de restos de grandes cetáceos en los sitios arqueológicos de la cuenca mediterránea –especialmente si son asentamientos comerciales– podremos conocer las posibles prácticas balleneras desarrolladas en la Antigüedad. 2.2. Varamientos de grandes mamíferos marinos Un aspecto difícil de establecer en relación al aprovechamiento económico de los grandes cetáceos es el de discernir si su origen proviene de la caza. Es bien conocido el fenómeno de la “deriva” de las ballenas moribundas o muertas, cuyos cadáveres llegan hasta las aguas costeras flotando, para finalmente vararse en la orilla del mar (McCartney, 1984; Reeves y Smith, 2006). Para algunos investigadores del fenómeno ballenero, los primeros casos de rescate de ballenas a la deriva pudieron haber constituido un paso anterior a la invención de la caza en sí misma, aunque por otra parte la localización de tales restos podría haber sido un efecto secundario de la búsqueda activa de ejemplares sanos para darles caza, siendo animales anteriormente capturados pero posteriormente abandonados sin flotadores o perdidos tras ser solo heridos o alcanzados por arpones envenenados. Con independencia de lo anterior, multitud de cadáveres de cetáceos flotan en la superficie del mar y llegan a las costas sin haber sido causados por la acción humana, por lo que estos restos también son susceptibles de aprovechamiento una vez hallados en la orilla. En las conclusiones de un interesante trabajo sobre las prácticas balleneras de los esquimales, realizado por el ya desaparecido arqueo-antropólogo McCartney, se señala que partiendo de los huesos y barbas –163– de ballenas encontradas en los asentamientos esquimales –en su mayor parte convertidos en herramientas– es casi imposible llegar a distinguir si proceden de la caza activa o del varamiento de ejemplares (McCartney, 1984). Esto podemos extenderlo a cualquier otra época y/o sitio arqueológico, incluida evidentemente la Antigüedad. 2.3. La caza de grandes cetáceos en los últimos siglos: su distribución actual en el mar mediterráneo Durante los últimos doscientos años, son muchas las especies de grandes cetáceos que a menudo han sido perseguidas de una forma específica, aunque otras lo hayan sido de manera oportunista o durante los períodos en los cuales los objetivos principales no estaban disponibles, variando en cada caso la estacionalidad y ubicación de las operaciones de acuerdo con los patrones de movimiento de los animales. También se han producido variaciones en lo referente a los aspectos tecnológicos necesarios para capturar, remolcar y procesar los ejemplares, estableciéndose igualmente diferencias de acuerdo con la importancia de cada especie en función de las cantidades de productos que se pudiesen obtener. A lo largo de los dos últimos siglos, es un hecho constatado que las especies de grandes cetáceos preferidas para la caza, han pasado de ser las más fáciles de capturar –aunque de menor valor– a las más escasas y de difícil captura. En cuanto a la ubicación geográfica de los cazaderos de ballenas, la distancia de los barcos a sus puertos de origen ha determinado si la operación se realizaba con base en la costa o tenía un carácter pelágico, estableciéndose para ello unos circuitos de navegación en función de los movimientos estacionales de las ballenas, el viento, las condiciones ambientales y el acceso a las instalaciones portuarias. Desde el siglo XIX el alcance geográfico de muchas de las operaciones balleneras llegó a ser enorme, aconteciendo en puntos muy distantes del Atlántico Norte y Sur, pasando por el Pacífico, el Índico, el Ártico y el Antártico. Con el fin de obtener suministros y descargar los productos, se establecieron gran número de estaciones balleneras por las costas de todas las regiones más proclives a las capturas (Barnard et alii, 2007). Un factor de influencia crucial en la determinación de la intensidad de la caza de ballenas fue el mercado, éste determinó la preferencia por unas u otras especies, y con ello el grado de agotamiento de las diversas poblaciones. El proceso a su vez influyó en los precios de los productos de la caza –aceite, barbas, carne o marfil–, cuyos valores también fueron cambiando en función de los usos que se –164– les dio a través del tiempo, de acuerdo tanto con las preferencias culturales, como con la disponibilidad de sustitutos más baratos, y por las innovaciones técnicas facilitadoras de un mejor aprovechamiento (por ejemplo, en las primeras décadas del pasado siglo el reemplazo de las barbas de ballena por resortes de acero como un refuerzo en la industria de la confección o el aumento del valor del aceite de ballena al comenzar la producción de margarina). La tradicional distinción entre la caza “comercial” de cetáceos –a la cual nos hemos referido– y la de “subsistencia”, al estilo de la de algunos pueblos del Ártico, depende principalmente de los condicionantes comerciales. El principal problema que para las ballenas supuso la generalización de la caza comercial, fue su efecto sobre las poblaciones migratorias de ballenas, el cual estuvo determinado por la estacionalidad y duración de las operaciones de caza, algunas de las cuales dieron lugar a trabajos en tierra y en el mar, que se continuaron sin interrupción durante décadas, de forma que a menudo no cesaban hasta agotar los recursos en regiones completas. Aquí no vamos a entrar en calibrar la influencia de los equipos, métodos y técnicas modernas aplicadas a la captura y procesamiento de las ballenas, aunque ciertamente la tecnología y las prácticas han determinado en gran medida el grado de eficiencia de la operación ballenera. En términos de pérdida de la caza o rentabilidad, tales operaciones solo se vieron mermadas por las posibles pérdidas de ejemplares heridos o acontecidas durante el traslado una vez cazados, además de las diferencias impuestas en determinados casos entre los modos de operación costero o pelágico, la energía mecánica utilizada y el método utilizado para matar a las ballenas. Lo cierto es que a parte de las diferencias existentes entre las diferentes jurisdicciones nacionales en las cuales se establecieron las estaciones balleneras, las tecnologías utilizadas fueron esencialmente idénticas, dirigidas más o menos al mismo conjunto de especies, y sirviendo a los mercados productos similares. Solo las ballenas salieron perjudicadas. A lo largo de las dos últimas décadas se ha investigado de forma sistemática la distribución y movimientos poblacionales de las diferentes especies de cetáceos que pueblan el Mar Mediterráneo. Los investigadores se han centrado especialmente en determinadas áreas que ofrecen una serie de particularidades de especial interés en relación con la presencia de estos mamíferos marinos. De todas las motivaciones que han incidido en la elección de las citadas áreas, la principal ha estado relacionada con el interés por el desarrollo de programas de conservación de las diferentes especies de cetáceos del Mediterráneo. El número de especies de estos mamíferos marinos que han sido registradas en el Mar Mediterráneo asciende a más de dos docenas, algunas con una represen–165– tación ciertamente escasa e incluso rara. De todas ellas solo unas pocas pueden ser consideradas presentes de una forma más o menos habitual en estas aguas, concretamente –y según apuntan los informes de la International Union for Conservation of Nature (IUCN)– el número de especies más comunes ascendería a no más de ocho, a saber: el rorcual común (Balaenoptera physalus), el delfín listado (Stenella coeruleoalba), el delfín común (Delphinus delphis), el delfín mular (Tursiops truncatus), el delfín gris (Grampus griseus), la ballena piloto de aleta larga (Globicephala melas), la ballena picuda o zifio de Cuvier (Ziphius cavirostris) y el cachalote (Physeter catodon). De entre todas las especies nombradas, solo las de mayor tamaño ocuparán nuestro interés en el presente escrito, y no por que consideremos que las demás no hubiesen sido susceptibles de ser capturadas, aspecto éste que aún siendo fundamental, no sería la única forma en la cual los cetáceos pudieron llegar a manos de los pobladores de las costas mediterráneas, durante el periodo histórico que nos ocupa. La elección de las citadas especies se ha llevado a cabo en función de dos aspectos que consideramos fundamentales para alcanzar los objetivos planteados en nuestras investigaciones. En primer lugar por el hecho de que la posible captura, procesado y posterior aprovechamiento de los cetáceos de mayor tamaño, habría requerido tecnologías específicas más innovadoras que las necesarias para los de menor tamaño –como los delfines–, los cuales bien pudieron haber sido objeto de prácticas pesqueras semejantes o idénticas a las tradicionales, ya constatadas en el registro arqueológico disponible. En segundo lugar, no podemos obviar la circunstancia de que los hallazgos de los cuales han partido nuestras investigaciones pertenecen a especies de cetáceos de gran tamaño, procedentes de diferentes sitios arqueológicos, principalmente del entorno del Estrecho de Gibraltar. Como en cualquier especie depredadora, la abundancia de los cetáceos en una determinada zona geográfica dependerá en buena medida de la distribución de sus presas, así como de las estrategias de alimentación características de la especie, las cuales estarán directamente relacionadas con las de sus hábitats. Los estudios más recientes apuntan a que la distribución geográfica de las diversas especies no sigue necesariamente los mismos patrones. Así por ejemplo la distribución de los cachalotes podría correlacionarse con la de los grandes calamares de fondos profundos, sus presas más habituales. A diferencia del caso anterior, especies tales como los rorcuales presentan una difusión que estaría en función de la de un crustáceo habitante del plancton más superficial, el krill (Meganictyphanes norvegica), el cual consumen en grandes cantidades. Lo cierto es que en última instancia los parámetros físicos del medio marino influyen en la distribución de todas las especies y los cetáceos no son una excepción, ya sean –166– odontocetos comedores de calamares y peces, o misticetos comedores de krill (David, 2000; Notarbartolo di Sciara et alii, 2003). Dada la falta de información detallada sobre la forma en cómo se distribuye el alimento preferido por cada una de las especies de cetáceos, los investigadores han recurrido a establecer la relación existente entre dicha distribución de los cetáceos y la de aspectos tales como la batimetría, la pendiente del fondo y los cambios de la temperatura superficial del mar. Estos parámetros fisiográficos son validos para estimar la distribución de los cetáceos al permitir la determinación de sus posibles áreas de alimentación en función de la presencia de sus recursos alimentarios. Aún así, la variabilidad espacio-temporal que muestran los hábitats pelágicos a lo largo del Mar Mediterráneo no permite generalizar las citadas correlaciones, dado que la elevada heterogeneidad espacio-temporal de los hábitats contribuye de una forma directa a la propia distribución del alimento, generando a su vez que la distribución de los hábitats elegidos por los cetáceos adquiera un matiz igual de heterogéneo, difícil de determinar en función de un momento y lugar concreto (Moulins et alii, 2005). Aunque los grandes cetáceos se desplazan por la mayor parte del Mar Mediterráneo, en la actualidad solo unas pocas áreas son especialmente elegidas como hábitats destacados: las costas catalana-francesa, la de Liguria, las áreas de los estrechos de Gibraltar y Mesina, y el Mar Tirreno. Durante época fenicio-púnica y romana, todas estas zonas del Mediterráneo se encontraban en las proximidades de regiones especialmente pobladas, y fueron atravesadas por numerosas rutas de navegación. De entre las citadas áreas destacaría la de la costa occidental de Liguria (Italia), el denominado Mar de Liguria o Cuenca ligur-corsa-provenzal. Situada en torno a la isla de Córcega, esta zona de alimentación de grandes cetáceos es regularmente visitada por gran cantidad de ellos y en época antigua llegó a conocerse por el sobrenombre de Costa Ballaenae, la “costa de las ballenas” (Orsi Relini et alii, 1992). Organismos internacionales tales como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el International Fund for Animal Welfare (IFAW) han realizado una muestra en toda la cuenca del Mediterráneo, con especial incidencia en la primera gran zona pelágica habilitada para protección de cetáceos, el Santuario Internacional “Pelagos”, el cual abarca una superficie de unos 100.000 Km², situado entre las aguas de Liguria, el Tirreno y el Mar Superior - Córcega. La distribución de los cetáceos en relación con variables condiciones oceanográficas se ha investigado también en el Mar de Alborán, Mediterráneo español, Golfo de León, Jónico y Egeo (IFAW, 2006; Würtz, 2010). –167– Figura 4. Patrón de distribución del rorcual común (Balaenoptera physalus) en el occidente y centro del Mar Mediterráneo, en relación a las profundidades y la circulación. El área marcada en rojo corresponde con la Costa Ballaenae (modificado a partir de Aissi et alii, 2008; y Canese et alii, 2006) Como ejemplo, en el mapa que presentamos en la figura 4 podemos apreciar la distribución del rorcual común en tres de estas áreas. En el Mar de Liguria, la presencia mayor de rorcuales coincide con el inviernoprimavera, momento en el cual gracias a las corrientes de afloramiento del centro de la cuenca se elevan los niveles de nutrientes, dando lugar a una distribución hacia el norte del krill (Relini et alii, 1994). Posiblemente como consecuencia de la agregación de las presas causada por los constantes cambios en los patrones de circulación marina, al igual que el Mar de Liguria, tanto como el Golfo de León (costas catalana-francesa), o como el Mar Tirreno, estas zonas constituyen actualmente una de las regiones en las cuales se realiza un mayor número de avistamientos de rorcuales a menos de dos kilómetros de la costa, y muchas veces incluso dentro de pequeñas bahías y puertos. No disponemos de indicios que apunten a que en época fenicio-púnica y romana estas tres áreas tuviesen un comportamiento diferente en lo relativo a la presencia de grandes cetáceos. –168– Figura 5. Distribución temporal del avistamiento de individuos (AI) de rorcual común en el Estrecho de Gibraltar (modificado a partir de De Stephanis et alii, 2007) En lo referente a la plataforma del Canal de Sicilia, alrededor de Isla de Lampedusa, entre enero a finales de marzo la concentración del crustáceo Nyctiphanes couchi –otro tipo de krill– propicia una presencia estacional variable de rorcuales en el Estrecho de Mesina (Aissi et alii, 2008; Canese et alii, 2006). Por otro lado, para estudiar la migración del rorcual común a través del Mar de Alborán y el Estrecho de Gibraltar, se han analizado las proporciones de isótopos estables de 13C/12C y 15N/14N procedentes de las barbas de varios ejemplares varados en las costas del mediterráneo franco-español y el mar de Alborán, comparando los valores obtenidos y relacionando las dietas de los rorcuales comunes del Mediterráneo y el Atlántico, para conocer las posibles alternancias en los puntos de alimentación para esta especie y determinar si hay movimientos migratorios a través del Estrecho de Gibraltar (De Stephanis et alii, 2007). Los resultados tan solo han permitido conocer lo que ocurre durante los meses primaverales a otoñales, e intuir la tendencia de lo que podría pasar en invierno (figura 5). Diferentes especies de delfines, junto a calderones, orcas, cachalotes y rorcuales comunes han sido comúnmente observados en aguas del Estrecho de Gibraltar, mientras que los rorcuales aliblancos y los azules –probablemente desorientados– solo lo fueron de forma casual. A este dato puede añadirse que cachalotes, orcas, y rorcuales comunes sólo se observan en el Estrecho durante cierta parte del año, apreciándose curiosamente que son los mismos individuos de cachalote los que regresan cada año al Estrecho durante la primavera, probablemente procedentes del Mediterráneo siguiendo a –169– los cefalópodos base de su dieta, mientras que las orcas solo aparecen en estas aguas durante los meses de julio y agosto, principalmente alimentándose de los bancos de atunes (De Stephanis et alii, 2007). En cuanto al rorcual común, el anterior estudio confirma que sería la única especie de gran cetáceo que transita el Estrecho, sin quedarse a alimentarse, dado que la comparación de los patrones de los isótopos de las barbas y las muestras de krill del Mediterráneo y Atlántico, apuntan a que estos animales presentan un comportamiento de tipo migratorio a través del estrecho hacia zonas de alta productividad del Atlántico. La evidencia genética indica que los rorcuales del Mediterráneo formarían probablemente una población residente, aislada reproductivamente de la que habita el Océano Atlántico (Notarbartolo et alii, 2003). La sobreexplotación a la que este gran cetáceo se ha visto sometido en los últimos siglos ha afectado probablemente a su comportamiento general en las aguas del Mar Mediterráneo, pero aún así ha mantenido la costumbre estacional de buscar el alimento en las ricas aguas atlánticas. Aunque los biólogos conservacionistas aún no han identificado con exactitud todos los hábitat esenciales del Mar Mediterráneo, ni para el rorcual común ni para los otros grandes cetáceos, los datos de distribución disponibles permiten considerar que –con independencia de la gran reducción poblacional a la que han sido sometidas todas las poblaciones de cetáceos del Mediterráneo– en la Antigüedad Clásica las grandes especies de cetáceo habrían ocupado al menos las mismas áreas geográficas en que se encuentran actualmente, e incluso otras en las cuales ya han desaparecido. Hemos visto que las costas de estas regiones son algunas de las que mayor presencia y acción antrópica tuvieron en la Antigüedad, tanto en época fenicio-púnica (área de Cartago, Sicilia y del Estrecho de Gibraltar con Gadir a la cabeza) como romana, y en todas ellas, como veremos a continuación, se han constatado restos arqueo-zoológicos de cetáceos. Los hallazgos de restos óseos de estos grandes mamíferos en asentamientos púnicos y romanos de ambas orillas del Estrecho de Gibraltar, así como en algunos de los asentamientos insulares, permiten corroborar la relación que existió entre el hombre y los grandes cetáceos en el Mare Nostrum. Hasta fechas muy recientes, al estudiar la vinculación del mundo antiguo con el entorno marítimo, se había excluido su posible relación con uno de los elementos más importante del ecosistema marino, el de los grandes cetáceos, tan presentes en las costas del Mar Mediterráneo. De acuerdo con lo que hemos expuesto en referencia a la distribución geográfica de estos animales en las costas mediterráneas, y ateniéndonos a los cada vez más abundantes hallazgos de sus restos en los sitios arqueológicos prehistóricos, protohistóricos y romanos, podríamos relacionar dicha presencia con un posible aprovechamiento de las –170– ballenas en los ámbitos económicos de tales asentamientos. Hemos descrito la caza activa de grandes cetáceos en pueblos que contaban con tecnologías notablemente inferiores a las que dispusieron fenicios, púnicos y romanos, por lo que los restos hallados bien podrían proceder de una caza activa, aunque también del aprovechando de ejemplares varados en las playas, cuestión esta última difícil de determinar. Por último, consideramos que las prácticas balleneras o en su defecto el simple aprovechamiento de ejemplares varados, tienen que ser integrados en los conocimientos más tradicionales sobre las prácticas pesqueras antiguas en el entorno del Mar Mediterráneo, para así poder interpretar de una forma plena este importante aspecto de su entorno socio-económico. 3. ARQUEOLOGÍA DE LOS GRANDES MAMÍFEROS MARINOS EN LA ANTIGÜEDAD 3.1. Los cetáceos en las fuentes literarias grecorromanas Como ya hemos indicado anteriormente, la indefinición de los datos en las fuentes antiguas no ha permitido utilizar las mismas, como en tantas ocasiones, para plantear un aprovechamiento sistemático de los mismos en la Antigüedad. No obstante, un escrutinio epidérmico permite confirmar el profundo conocimiento de estos mamíferos marinos por los autores antiguos y un sinfín de episodios sobre los mismos, en agua y en las costas. Un buen ejemplo de ello es la maqueta que se hizo de una gran ballena localizada en Portus, en la desembocadura del río Tíber, en época de Septimio Severo, según nos relata Dión Casio (75, 16, 5), la cual fue utilizada para su exhibición en espectáculos (Toynbee, 1973, 208); o el episodio relatado más arriba de la orca en el puerto de Ostia, que generó todo un despliegue para proceder a su captura por alanceamiento, incluyendo el hundimiento de más de una embarcación (Plinio, N.H., IX, 5, 1415). No vamos a realizar a continuación una presentación exhaustiva de todas las evidencias textuales, trabajo realizado por algunos autores hace años, especialmente por D. Ruscillo (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 206-223) y por M. Bode (2002, 7-15), sino que vamos a destacar únicamente algunos aspectos de interés, utilizando para ello algunos textos seleccionados. –171– Una compleja terminología En primer lugar, indicar que el propio término usado en la Antigüedad para referirse a los diferentes tipos de cetáceos no es único, ya que la palabra latina cetus –ketos en griego– es polisémica, utilizándose en ocasiones para definir a peces de gran tamaño –como focas– o a descomunales criaturas marinas, independientemente de su naturaleza, término atestiguado al menos desde época de Homero (Odisea, 12, 96-97; Iliada, 20, 147; Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 206-207) hasta avanzada la Antigüedad Clásica. Para otros autores también designa los atunes de gran tamaño, optando por esta restitución para algunas inscripciones en ánforas (Botte, 2009, 54 y 128). Esta situación provoca que en determinadas ocasiones no sea fácil saber si los autores clásicos se refieren a cetáceos propiamente dichos –y evidentemente de qué tipo preciso menos aún–, salvo que el contexto semántico ayude. Las referencias a cetáceos como phallaina/balaena es frecuente desde el s. IV a.C. en adelante, en autores como Aristóteles o Estrabón, llegando al s. III d.C. y más tarde como encontramos en la Historia de los Animales de Eliano (IX, 48). En Arquéstrato de Gela, en el s. IV a.C., encontramos referencias al término ketos como atún (Fr. 34. 3), y prácticamente en las mismas fechas Aristóteles en su Historia de los Animales (6.12), comienza a usar este término con un sentido taxonómico; mientras que Opiano, en su Haliéutica del s. II d.C., se refiere a las ballenas y a todo tipo de animales de gran tamaño como kete, entre ellos aquellos anfibios como las tortugas o las focas (I, 360-410), usando en alguna ocasión phallaina. Es por todo ello complejo saber exactamente a qué tipo preciso de cetáceo se refieren estos autores grecolatinos, salvo en circunstancias específicas en las cuales no hay dudas –como la orca del episodio del puerto ostiense–. No obstante, esta rica y variada nomenclatura ilustra por sí sola el amplio conocimiento que de estos animales existió en el Mundo Antiguo. Omnipresentes: de la Grecia preclásica al mundo paleo-bizantino A pesar de que en ocasiones se trata de episodios mitológicos, tenemos constancia de referencias a animales marinos de grandes dimensiones desde el s. VIII a.C. al menos hasta finales de la Antigüedad Clásica: sirvan como extremos de dicho intervalo las citas a las obras épicas homéricas comentadas anteriormente y las que veremos en el apartado siguiente de época de Justiniano en momentos avanzados del s. VI d.C. Dentro de este amplio período contamos con casos tan ilustrativos como el del animal marino que acechaba a Andrómeda, del cual fue heroicamente salvado por Perseo, y cuyas representaciones iconográficas encontramos desde la cerámica griega de figuras negras en el s. VI a.C. a la pintura –172– pompeyana, con multitud de ejemplos (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 207). El famoso episodio de Jonás y la ballena o el mítico “leviatán” (Jonás, 1: 17) es ilustrativo de la presencia de estos animales en la tradición oral, los cuales fueron asimismo objeto de representación artística, como encontramos en algunos sarcófagos tardorromanos (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 217, fig, 25). De ello podemos inferir con total claridad que desde al menos el s. VI a.C. hasta finales de la Antigüedad Tardía, con una evidente continuidad en momentos posteriores, hay constancia ininterrumpida de la presencia de cetáceos en diversas facetas de la vida cotidiana. Por todo el Mediterráneo, desde las Columnas de Hércules a las bocas del Mar Negro Destacamos el interesante episodio de la ballena llamada Porphyrios, que aterrorizó las costas de Troya en época del emperador Justiniano –pleno s. VI d.C.– durante casi medio siglo, según nos relata Procopio (7, 29; 9, 16), la astucia de la cual le llevó a superar todos los artilugios planteados para proceder a su captura. Este ejemplar de gran cetáceo fue capturado al quedar varado en la desembocadura del Ponto Euxino, demostrando que hasta la corte bizantina eran conocidos –y temidos– estos descomunales animales marinos. Y de él al varamiento recogido por Plinio de una ballena en Gadir (N.H. IX, 4), en aguas del Atlántico, con muchos ejemplos diversos en aguas del Mare Nostrum, algunos de ellos citados en estas páginas. Es por ello que los cetáceos en la Antigüedad estaban plenamente constatados desde la costa sirio-palestina (como también recoge Plinio de un ejemplar aparecido en Jaffa, en aguas israelíes -IX, 4-) hasta el Estrecho de Gibraltar. Es decir, este tipo de animales no fueron ajenos a las sociedades marineras que habitaron las costas de nuestros mares en la Antigüedad. Del conocimiento de los varamientos de cetáceos en época antigua Muchos ejemplos tenemos de los arenamientos de grandes mamíferos en las fuentes grecolatinas. Opiano alude metafóricamente a cómo “la cruel ballena dicen que abandona el mar por la tierra seca y se calienta al sol” (Haliéutica, I, 405). Estrabón cita una ballena de grandes dimensiones varada en una playa del Golfo Pérsico (16, 3, 7); pero es especialmente Plinio el que aporta más datos al efecto en su libro noveno de la Naturalis Historia (IX, 4): relata, por ejemplo, cómo la marea dejó en una isla en la costa de la Lugdunensis más de 300 monstruos marinos de diferente tamaños y clases, y cómo una situación similar se había cons–173– tatado en Santonum litore –costa de Saintes actualmente–, todo ello en época de Tiberio; el espectacular monstruo marino con 120 dientes localizado en las costas de Gadir, a juzgar por las informaciones transmitidas por Turranius; o el episodio del esqueleto que fue llevado desde Jaffa –Israel– a Roma por el edil Marcus Scaurus en la segunda mitad del s. I a.C., entre otros “trofeos” y maravillas de su época de gobierno, el cual tenía unas dimensiones descomunales, mayores que las de los elefantes de la India (más referencias en Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 213). Es por tanto evidente que en la Antigüedad Clásica los varamientos eran frecuentes, que además los mismos se producían en todo el Mediterráneo, desde Iudaea hasta Baetica, y que al mismo tiempo los romanos –al menos– eran perfectamente conscientes de este tipo de situaciones. ¿Aprovechamiento y pesca de ballenas en las fuentes? Sabemos por Arriano de Nicomedia que en algunos lugares del orbis estos varamientos eran aprovechados por la población local: una vez que se deshacía la carne de las ballenas varadas los huesos del esqueleto eran usados por los nativos del Mar de Omán para construir sus cabañas, tanto para vigas –las costillas– como para las jambas de las puertas –mandíbulas– debido a su excepcional tamaño (Arriano, Indica, 30, 1-9; y en Plinio, IX, 2, 7, tomado a partir de él). Y este mismo autor describe que algunas de estas criaturas (ballenas) llegaban a tierra en diversos lugares de la costa, y que cuando la marea bajaba eran capturadas en las zonas de baja profundidad, mientras que otras eran arrojadas a tierra firme durante las fuertes tormentas y como resultado de ello se descomponían y morían (Indica, 39, 9-10). Estos testimonios, de pleno s. II d.C., evidencian que el aprovechamiento de varamientos de cetáceos era manifiesto, al menos para la reutilización de sus carcasas óseas. Un tema de continua controversia es si en época anterior a la generalización de las prácticas balleneras en la Europa medieval –desde el año 1000 aprox.– (Bode, 2002), se había procedido a la caza intencional de las ballenas o si su aprovechamiento se limitaba al “carroñeo” de los cetáceos varados en las playas (problemática ampliamente discutida desde Clark, 1947; y en fechas recientes y con argumentos diversos, en Mulville, 2002). Hace algunos años consideramos que un texto de la Haliéutica de Opiano, también de pleno s. II de la Era, podría ser considerado como una de las primeras descripciones de la caza de cetáceos (Bernal, 2009, 261-265). Volvemos a reproducir ahora algunas citas que ilustran claramente, a nuestro parecer, que estos grandes mamíferos marinos eran objeto de pesca intencional: –174– - En el apartado relativo a los “monstruos marinos”, indica el autor de Cilicia “que con frecuencia se extravían, y se aproximan a la playa, en la zona de agua profunda, cerca de la orilla, y allí es donde se les puede atacar” (V, 60-62) 3. - “Entonces ya, prestando toda su atención, los pescadores se aplican a la faena de pesca, rogando a los dioses bienaventurados matadores de ballenas que puedan capturar al terrible monstruo del mar” (V, 112-114). Unos conocidos párrafos de este tratado de la pesca son dedicados monográficamente a la captura de cetáceos (V, 115-357); además de relatar cómo las mismas son avistadas desde lejos, llegando a intuir su tamaño y peso por sus movimientos y la parte visible del cuerpo, se indica específicamente el tipo de técnica de pesca: “se emplea una maroma hecha con muchas hebras unidas y bien retorcidas, tan gruesa como el cable de una nave, ni muy grande ni muy pequeña, y de longitud adecuada a la presa, el anzuelo, bien forjado, está provisto de aguzadas puntas…una torneada cadena se engancha al extremo del obscuro anzuelo, una vigorosa cadena de bruñido bronce capaz de soportar la terrible violencia de sus dientes y las lanzas de su boca. En el medio de la cadena hay colocadas ruedecillas apretadas unas junto a otras, para frenar sus salvajes contorsiones, y para que no rompa en seguida el hierro al desangrarse y retorcerse entre mortales dolores, sino que le permita rodar y girar en su loca carrera. Para el fatal banquete ponen sobre el anzuelo una porción de negro hígado de toro, o un hombro de toro adecuado a las mandíbulas de la convidada. Y acompañan a los pescadores, como si fuesen a la guerra, muchos fuertes arpones, y macizos tridentes, y hoces, y hachas de pesada hoja, y otras armas que forja el ruidoso yunque… en cuanto se sumerge, ellos arrojan dentro del agua grandes odres inflados con aliento humano atados a una cuerda… entonces uno blande en sus manos el tridente de largas puntas, otro la aguzada lanza, otros llevan la bien curvada hoz, otro esgrime el hacha de dos filos. Hay trabajo para todos; las manos de todos ellos están armadas con poderosas hachas de hierro y de cerca golpean e hieren a la bestia abatiéndola a golpes…” (Opiano V, 132-261). Todos estos detalles permiten valorar que posiblemente nos encontramos ante la descripción de la pesca de una ballena asesina u orca, cetáceo misticeto de varias toneladas de peso (en torno a 5) y que mide habitualmente entre 5 y 10 mts. de longitud, cuyos hábitos carnívoros y su agresividad cuadran bien con la des- _____________ 3 Utilizamos para ello la traducción de C. Calvo Delcán, de la Biblioteca Clásica Gredos (1990). –175– cripción realizada4. El tipo de pesca que se describe, colectiva y empleando todo tipo de artes es la propia de las almadrabas, en las cuales las orcas juegan un papel fundamental, ya que alimentándose de los atunes suelen ir tras sus cardúmenes, rompiendo en ocasiones las artes de tiro y vista y generando notables destrozos en las pesquerías. Además de todo ello, y conscientes de los tintes literarios de este tratado sobre la pesca, el trasfondo que transmite, más allá de la literalidad y de los datos concretos –posiblemente alusivos a episodios diferentes entremezclados– es que la captura de grandes mamíferos marinos fue una realidad en época romana, a pesar de que contemos con escasas evidencias de todo ello en el registro arqueológico5. 3.2. Cetáceos en el registro iconográfico Se ha atribuido la parquedad de representaciones realistas de ballenas y todo tipo de cetáceos –delfines aparte, evidentemente– tanto a la escasez y singularidad de los avistamientos y varamientos como al hecho de que las “whales were never actively hunted in the Greek and Roman worlds” (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 216). Aunque es cierto también que no faltan las imágenes de este tipo de monstruo marino en representaciones artísticas en todo tipo de soportes en el mundo griego, etrusco y romano (Shepard, 1940; Boardman, 1997). Desde la cerámica griega de figuras negras a los manuscritos miniados de época medieval, las representaciones son, especialmente de tres tipos: la ilustración de episodios de grandes animales marinos engullendo a humanos (desde la conocida Crátera del naufragio de Pitecusa al mito de Jonás y la Ballena); la visión mitológica de los mismos convertidos en monstruos serpentiformes, contra los cuales luchan los héroes clásicos; o la ilustración únicamente de cabezas de grandes cetáceos sobre las cuales se apoyan humanos (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 215-222, con todo tipo de ejemplos). _____________ 4. Únicamente indicar que en el texto citado, cuando los pescadores ya han llevado el animal a tierra, se indica que ellos “se admiran de las mortíferas hileras de sus mejillas, los terribles y crueles colmillos como jabalinas dispuestos en triple fila con puntas apretadas” (Opiano, V, 325-330), quizás pudiera tratarse, si la descripción de la dentición es verídica y no hiperbólica, de un gran tiburón o marrajo de excepcionales dimensiones. 5. Remitimos a la recensión realizada por E. Roselló sobre la monografía en la cual se publica uno de los trabajos citados, en la cual plantea de manera explícita que las evidencias son tan pocas y pobres –sic– que la propuesta se le antoja excesivamente especulativa, al tiempo duda de la caza sistemática de ballenas en época romana, poniendo reparos al texto de Opiano (Roselló, 2010, 256 y 257), si bien la mayor parte de ellos (como el hecho de que se trate de anzuelos cebados o que los grandes cetáceos no flotan) se aclaran con una atenta lectura del texto (alusivo a los odres hinchados y a las calabazas) y a la posibilidad de que esté hablando específicamente de orcas, como pensamos. –176– Figura 6. Positivado en escayola del molde circular con la escena del arponero sobre hipocampo de Tamuda Consideramos, por tanto, que las evidencias iconográficas existentes sobre los cetáceos en la Antigüedad son lo suficientemente ilustrativas como aquellas relacionadas con prácticamente cualquier otro tipo de animales marinos. Únicamente en circunstancias excepcionales, como sucede con la pintura o la musivaria pompeyanas o con ámbitos en los cuales el registro iconográfico está excepcionalmente bien conservado –como en Túnez o en Egipto–, el caudal informativo se multiplica excepcionalmente, relacionándose además con determinadas especies muy prestigiadas o abundantes en la alimentación, como ilustran magistralmente los paltos de pescado áticos. Recordemos, por ejemplo, que no disponemos de ninguna escena en el Mundo Antiguo relacionada con la pesca de almadraba en el Mediterráneo Occidental, y nadie duda de su existencia o de la importancia de sus capturas desde época fenicio-púnica en adelante. En otros lugares, como en el Mar Negro, la evidencia iconográfica es prácticamente inexistente, tanto en representación de peces como de técnicas de pesca, limitándose las imágenes existentes a los tipos monetales de algunas cecas griegas y romanas del entorno (Bekker-Nielsen, 2009, 296-297). Una pieza que resulta a nuestro entender de especial relevancia es un disco de arcilla de época mauritana (ss. II-I a.C.) procedente de la ciudad helenística de Tamuda, en el norte de Marruecos, publicado en diversas ocasiones (Tarradell, 1950; Fumadó, 2006). En él se advierte a un jinete con un arpón a la espalda cabalgando sobre un hipocampo, en una escena marina en la cual hay toda una serie de animales de grandes proporciones, tanto delfines como escualos, si bien el mayor de todos ellos parece relacionarse con un cetáceo, quizás una ballena –177– si tenemos en cuenta que la mancha situada sobre su lomo podría interpretarse como los restos de aire, agua y sustancias mucosas que expulsan algunos cetáceos por su orificio nasal o espiráculo al subir a la superficie (figura 6). Esta pieza circular de arcilla de algo más de 10 cms. de diámetro se relaciona con un amplio conjunto de moldes similares para realizar panes o pasteles, procedentes de las antiguas excavaciones en este yacimiento, actualmente conservados en el Museo Arqueológico de Tetuán, algunos de ellos también de temática marina6. Ha sido interpretado recientemente como resultado de una “pesca heroica”, de manera que tras la temporada o tras una caza abundante se realizarían este tipo de dulces para celebrar la ocasión y dar gracias a las divinidades por la copiosa pesca (Bernal, 2009, 271-272)7. Interesante paralelo al efecto es el que relata Opiano, recordando cómo los piscatores vuelven tras la azarosa pesca de ballenas cantando el himno de la victoria, para acelerar la llegada a tierra con las presas (Opiano, Halieutica, V, 295-302). Es interesante la reciente constatación, como veremos a continuación, de restos de huesos de cetáceos en el mismo yacimiento tingitano, fechados precisamente en dicho intervalo cronológico –s. II a.C.– (Bernal y Monclova, 2011 b, 386). Por todo ello, indicar que en el registro iconográfico tenemos constancia de la representación de mamíferos marinos de grandes dimensiones de manera diacrónica, por lo que tampoco es posible utilizar este argumento para negar su explotación económica en la Antigüedad. 3.3. Un catálogo creciente de referencias arqueozoológicas En el primer trabajo que dedicamos a esta cuestión pudimos reunir un conjunto de tres yacimientos arqueológicos en el área del Fretum Gaditanum en los cuales se documentaban evidencias del procesado de cetáceos, todos ellos de época romana (Iulia Traducta, Baelo Claudia y Septem Fratres), además de las referencias indirectas a un hallazgo en Manilva y a otro en A Lanzada (Bernal, 2009, 265-270, fig. 11). Las investigaciones monográficas posteriores han permitido aumentar sustancialmente tanto las evidencias arqueozoológicas en dichos yacimientos (Septem y Baelo) como añadir algunos más –Guétary, Monte Molião, Tamuda, Lattes, Motya-Isola Lunga y Atenas–, lo que sitúa el elenco actual de yacimientos en doce atestaciones, aunque si tenemos en cuenta los diversos _____________ 6. Actualmente estas piezas están siendo objeto de estudio por parte de M. Bustamante en el ámbito del proyecto “Economía y Artesanado en Tamuda (2012-2016)”, desarrollado por la Universidad de Cádiz, la Universidad Abdelmalek Essaadi de Tánger-Tetuán y la Dirección Regional de Cultura Tánger-Tetuán del Ministerio de Cultura del Reino de Marruecos. 7. Episodio recreado de manera ficticia y amena recientemente (Bernal, 2011, 105-106). –178– Cronología Yacimiento Evidencias s. IX a.C. Atenas Escápula de rorcual común (Balaenoptera physalus) Funcionalidad/ Interpretación Mesa para el trabajo de pieles -cueros s. IX-VIII a.C. Huelva Maxilar de cetáceo Indeterminada VI – V a.C. IV a.C. IV-III a.C. II a.C. IV-I a.C. I-II d.C. III a.C. II-I a.C. II a.C. II-I a.C. ¿bajoimperial? I d.C. Romano imperial Motya (Sicilia) Lattes (sur de Francia) A Lanzada (Pontevedra) Indeterminada Reese, 2005 Mace, 2003 Fernández Rodríguez, 2003 2 vértebras de cetáceo 1 vértebra de cetáceo Instrumental óseo Detry y Arruda, 2011 Indeterminada Reese, 2005 Elaboración de panes/ pasteles Bernal, 2009, 271, fig. 5 Restos de procesado haliéutico Bernal y Monclova, 2011 b Vértebra de rorcual común (Balaenoptera physalus) Reutilizada como mesa de trabajo Bernal, 2009, 266, fig. 2; 2011 d Vértebras indeterminadas ¿Restos de procesado haliéutico? Ponsich, 1988, 39-40 Guétary (Pirineos Atlánticos) Vértebra dorsal de un cetáceo misticeto Indeterminada Manilva Vértebra indeterminada Indeterminada Monte Molião (Algarve) Isola Lunga (Sicilia) Tamuda (Marruecos) Baelo Claudia (Tarifa) Septem Fratres (Ceuta) V d.C. V/VI d.C. Disco vertebral de cetáceo Papadopoulos y Ruscillo, 2002 González, Serrano y Llompart, 2004, Lám. LXXII ¿Restos de procesado haliéutico? Indeterminada I d.C. III d.C. Mesas de machacado en un taller de producción de púrpura Una con punta de bronce incrustada Tres vértebras y una Orificio nasal costilla de ballena gris termoalterado (Eschrichtius robustus) Una vértebra parte de Un orificio nasal de ballena mobiliario doméstico gris o de rorcual común Procedentes de 5 (Balaenoptera physalus) contextos estratigráficos Cuatro vértebras de cachalote (Physeter macrocephalus) Bibliografía Traducta (Algeciras) Varios ejemplares inéditos Dos dientes de falsa orca (Pseudorca crassidens) Molde de cerámica con escena de pesca Diez fragmentos de apófisis vertebrales de cetáceo misticeto Vértebra de delfín Restos de procesado (Delphinus spp.) haliéutico Restos de costillas o Restos de procesado apófisis vertebrales de haliéutico cetáceo misticeto Costilla de cetáceo Termoalterada misticeto ¿Posible combustible? Posible vértebra lumbar de Mesa de trabajo rorcual común relacionada con despiece (Balaenoptera physalus) del pescado alanzada.wordpress.com Ephrem, 2010 Inédita Marlasca et alii, 2011 Bernal, 2009, 269, fig. 4 Bernal y Monclova 2011 e Bernal, 2009, 269, fig. 4 Bernal y Moncolva, 2011 f Bernal, 2009, 267, fig. 3 Roselló y Morales, 2011 Bernal y Monclova, 2011 c Figura 7. Tabla-resumen de los restos de cetáceos documentados en contextos arqueológicos, con su cronología, atribución taxonómica y funcionalidad (a partir de Bernal y Monclova, 2011 a, retocado) –179– contextos arqueológicos de hallazgo en ellos –pues en alguno las atestaciones son dobles-, la nómina se incrementa hasta los diecisiete (Bernal y Monclova, 2011 a, 100-107). En la figura 7 recogemos una síntesis de todos estos hallazgos referenciados en las anteriores publicaciones, organizados cronológicamente y con las diferentes interpretaciones planteadas en cada ocasión, a los cuales hemos sumado el reciente hallazgo fenicio de Huelva y un contexto arqueológico más de Ceuta. Remitimos a los trabajos precedentes para las consultas detalladas de cada hallazgo (Bernal, 2009, 265 – 270; Bernal y Monclova, 2011 a, 100-107), que a continuación nos limitamos a sintetizar y a presentar organizados por su funcionalidad. Mesas de trabajo – tablas portátiles de pescaderos/artesanos Una de las constataciones más claras es la reutilización de huesos de cetáceos de grandes dimensiones como tableros de mesas para cortar o trabajar en ámbito artesanal con instrumentos punzantes. Contamos hasta la fecha con cuatro ejemplos. El primero de ellos es parte de un hueso glenoide –su sección articular derecha– o escápula (figuras 8 A) de un ejemplar joven –2/3 años– de rorcual común (Balaenoptera physalus), de unos 10-12 mts. de longitud, aparecido en el relleno de un pozo en el Cerámico de Atenas, fechado en torno al 850 a.C. (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 188-192). La multitud de cortes sobre unas de sus superficies longitudinales así como un orificio cuadrangular intencional (de 3,5 x 2,5 cms.) indujo a estos investigadores a considerarlo como la parte activa de una mesa de trabajo, quizás para el trabajo de la piel por la finura de los cortes, la cual se sustentaría con patas encastradas en varios huecos realizados en torno al perímetro de la pieza, de los cuales se ha conservado únicamente uno debido al carácter fragmentario del resto (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 197, fig. 12). No obstante, el sistema más habitual, a tenor de los hallazgos conocidos, es la reutilización de las vértebras de estos grandes mamíferos marinos, pues la horizontalidad de sus caras articulares unida a sus dimensiones (variables evidentemente pero en torno a los 30 cms. de diámetro) y a su gran estabilidad (alturas en torno a los 20 cms.) las convierten en óptimos y estables soportes. Conocemos tres ejemplos de este tipo de reutilizaciones. En un contexto púnico de los ss. VI y V a.C., se recuperaron en el islote de Motya cuatro vértebras (Tusa, 1972), que una vez estudiadas con posterioridad fueron identificadas como pertenecientes a un cachalote (Physeter macrocephalus) a las cuales se les habían seccionado los procesos laterales (Reese, 2005, 107-108). Se interpretaron como yunques para el machacado de murícidos, pues en el relleno del pozo fueron recuperados diversos percutores de piedra y más de ochenta conchas machacadas de Murex –180– Figura 8. Huesos de cetáceos reutilizados como mesas de trabajo. A.- Atenas (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 193, fig. 8); B.- Motya (fotografía D. Bernal); C.- Baelo Claudia (fotografía D. Bernal); D.- Traducta 8-B 8-A 8-D 8-C –181– trunculus (Reese, 2005, 110), siendo descartados todos estos restos de las actividades artesanales (figura 8 B). En la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia se conservaba en los almacenes, procedentes de las antiguas excavaciones, una vértebra de grandes dimensiones (Bernal, 2009, 265-266, figura 2), relacionable con las referencias citadas a hallazgos de este tipo en una de las fábricas conserveras (Ponsich, 1988, 39-40), en cuyas caras articulares quedaban signos evidentes de haber sido reutilizada como mesa de trabajo (figura 8 C). Se ha podido realizar una datación radio-carbónica de la vértebra, la cual ha aportado una cronología entre el 190 y el 40 a.C.8, por lo que se sitúa en época romano-republicana, unas fechas claramente anteriores a la construcción de la ciudad romana, en las cuales hay en la zona evidencias manifiestas de actividad pesquero-conservera (Bernal, Arévalo y Sáez, 2007). El estudio de la misma ha permitido confirmar que se trata de una vértebra posiblemente de un rorcual común (Balaenoptera physalus) de entre 15 y 20 mts. de longitud, presentando los procesos transversales y dorsales seccionados, además de multitud de huellas de corte en ambas caras articulares que se ajustan a dos patrones9, justificando por tanto que cuando se erosionó una de las superficie se volteó la pieza para reutilizar su otra cara, habiendo sido objeto de un uso dilatado (Bernal y Monclova, 2011 d). Por último, en las factorías conserveras romanas de Iulia Traducta (Algeciras) se localizó una vértebra posiblemente lumbar y muy fragmentada de un cetáceo (Roselló y Morales, 2011), quizás de un rorcual común (Balaenoptera physalus) de unos ocho metros de tamaño (figura 8 D), la cual fue reutilizada asimismo como yunque, como confirman los múltiples cortes en la única faceta articular conservada (Bernal, 2009, 266-267; y especialmente Bernal y Monclova, 2011 c). Esta última pieza procede de un contexto arqueológico fechado en torno al año 500 d.C., correspondiente con los momentos del abandono definitivo de las citadas cetariae de Algeciras. La interpretación de estos restos como mesas portátiles de trabajo para actividades artesanales encuentra refrendo en el registro iconográfico, ya que en la cerámica griega se conocen escenas de pescadores y/o vendedores de pescado que usan este tipo de artilugios, como la representada en un cílica de figuras ne- _____________ 8. Calibrada a dos sigma (CAL BP 2140 a 1990). Muestra Beta – 308901 (referencias detalladas en Bernal y Monclova, 2011 a, 101). 9. Uno circular exterior, resultado del despiece de la carcasa para la obtención de la vértebra, lo que justifica que la misma no fue reaprovechada, sino extraída de un esqueleto recién muerto; y otro caracterizado por cortes irregulares, estratigráficamente superpuestos a los anteriores y de diversa profundidad, realizados con elementos cortantes, posiblemente cuchillos de grandes dimensiones. Adicionalmente la pieza contaba con una decena de marcas circulares y profundas, dispuestas irregularmente, interpretadas como resultado de la fijación de la pieza a un soporte, a través de pernos y/o clavos (una reconstrucción del proceso en Bernal y Monclova, 2011 a, 102-103; Bernal y Monclova, 2011 d). –182– Figura 9. Detalle de la crátera italiota de figuras rojas con la escena del vendedor de atún, del Museo de Cefalú (fotografía de D. Bernal) gras del Paul Getty Museum (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 203, fig. 16) o en la conocida crátera del Museo Mandralisca de Cefalú, fechada en torno al 380-370 a.C. (figura 9), en las cuales se ve al pescado sobre una mesa sustentada por una pieza de forma cilíndrica –bien sobre tres patas o sobre un soporte discoidal– que podría corresponderse con vértebras como las recuperadas en el registro arqueológico. En la figura 10 presentamos la propuesta reconstructiva de cómo pudieron haber sido estas mesas, en función del ejemplo hallado en Baelo Claudia –patas claveteadas a la parte inferior–, aunque existieron seguro otros sistemas (con huecos pasantes como en Atenas o directamente apoyadas sobre una superficie horizontal en otros casos). El empleo del hueso para este tipo de “yunques” vinculados con actividades artesanales es más eficiente frente a otros soportes como la madera o la piedra, como ha sido puesto de manifiesto (Papadopoulos y Ruscillo, 2002, 197): no mella los cuchillos, se limpia con más facilidad y no se deforma o alabea resultado de un uso prolongado. La importancia de estos cuatro hallazgos es notable, ya que verifican el empleo de este tipo de artefactos a lo largo de toda la Antigüedad, si tenemos en –183– Figura 10. Recreación del sistema de reutilización de vértebras de cetáceos como yunques para el procesado haliéutico, según el ejemplar hallado en Baelo (ilustración de A. Monclova) cuenta el decalage que presentan los mismos: s. IX a.C. en Atenas; ss. VI-V a.C. en Motya; s. II-I a.C. en Baelo Claudia y finales del siglo V o inicios del siglo VI en Traducta. Además de que su empleo parece ser generalizado en todo el Mediterráneo Oriental, central y hasta el Estrecho de Gibraltar. Por último, da la impresión de que estos objetos debieron pasar del mundo griego –o fenicio, tal vez– al púnico, y de ahí al mundo romano, ya que se han constatado hallazgos en todos los citados ámbitos culturales. Descartes de procesado haliéutico Otra de las constataciones que ha podido ser confirmada durante estos años es que buena parte de los hallazgos de huesos de cetáceos se relacionan con yacimientos arqueológicos de tipo haliéutico, vinculados con el procesado de pescado y otros recursos marinos o con la elaboración de conservas. Al menos contamos con seis ejemplos que parecen confirmarlo. –184– El primero de ellos es A Lanzada, en la costa atlántica gallega, en el cual se ha podido continuar en fechas recientes –año 2010– la excavación de este conocido yacimiento castreño (Rodríguez Martínez, 2011), en el cual ya teníamos noticias de la existencia de un disco intervertebral de un cetáceo (Fernández Rodríguez, 2003, 50, foto 1). En la actualidad ha deparado en contextos del s. II a.C. –y posiblemente en otros– restos de otros cuatro cetáceos además de evidencias de varios delfines y amplios depósitos malacológicos, todo ello combinado con restos de instrumental pesquero10. La mayor parte de evidencias proceden de cetariae o fábricas de salazón de época romana, contando al menos con cinco atestaciones (Baelo, Guétary, Manilva, Septem y Traducta). Las más evidentes, al proceder de excavaciones regladas, de las cuales se ha publicado el contexto arqueológico, son tres. En Guétary se ha localizado un hueso de cetáceo en esta fábrica de salazón de los Pirineos Atlánticos franceses, fechada entre el 20-15 a.C. y el 60 d.C., en la cual se excavaron ocho piletas (Ephrem, 2010): se trata concretamente de una vértebra dorsal de un cetáceo indeterminado, del suborden de los misticetos, interpretada como resultado de un varamiento, la cual habría sido arrojada, junto con otros restos derivados del consumo, en el interior de una de las piletas (Ephrem, 2010, 43-44). El siguiente caso es el asentamiento romano de Septem Fratres –costa norteafricana meridional del Estrecho de Gibraltar-, de la cual proceden el mayor número de evidencias conservadas, procedentes del yacimiento de Plaza de África nº 3 (Sáez et alii, 2008; Bernal, 2009, 267-270). Se trata concretamente de una decena de fragmentos de costillas o apófisis vertebrales de cetáceos misticetos indeterminables, fechados en el s. III d.C. (Bernal y Monclova, 2001e), además de un hueso de costilla de cetáceo, quemado (figura 11 A), procedente de un estrato del último cuarto del s. V d.C. (Bernal y Monclova, 2011 f). A ellos debemos unir el reciente hallazgo de una vértebra de delfín en estratos fechados entre el 40-100 d.C. en la Puerta Califal de Ceuta, relacionados con desechos haliéuticos en los cuales el registro de atunes es de gran interés (Bernal et alii, 2012), tratándose de una vértebra lumbar de un individuo de talla media y edad adulta (figura 11 B), y confirmando que la carne de estos mamíferos llegaba a las cetariae, donde era procesada (Marlasca et alii, 2011). Debido a su carácter aislado, quizás hubiese sido pescado junto al banco de bacoretas (Euthynnus alleteratus) cuyos espinazos aparecieron en el mismo contexto estratigráfico. Por último, el ya citado caso de Traducta, habiéndose localizado la vértebra _____________ 10 Agradecemos a R.M. Rodríguez Martín todos los datos facilitados al respecto durante una visita al yacimiento en octubre del año 2011. Mucha información sobre la excavación, actualmente en proceso de estudio, está disponible en alanzada. wordpress.com. –185– anteriormente referida en uno de los estratos de relleno (U.E. 1416) de una de las piletas (cubeta P-3) de una de las fábricas conserveras o Conjunto Industrial I, la cual se colmató inmediatamente después de su abandono, en torno al año 500 d.C. (Bernal y Monclova, 2011 c). Citar, por último, el hallazgo inédito de una vértebra de cetáceo en asociación a las fábricas conserveras del Castillo de la Duquesa en Sabinillas/Manilva, vinculada a un contexto haliéutico, y los ya citados hallazgos de la época de Ponsich en Baelo, sin contexto arqueológico asociado (Bernal, 2009, 270). Industria ósea Destacar que en dos ocasiones se han localizado evidencias de huesos de ballenas vinculados con la elaboración de industria ósea, una funcionalidad que ya hemos visto en las fuentes y que está perfectamente atestiguada en el Norte de Europa, con una amplia variedad de instrumental de diversa funcionalidad, tipología y tamaño (figura 12), en contextos tanto de la Edad del Hierro como medievales (múltiples referencias en Clark, 1947 y Mulville, 2002). Se trata concretamente de un fragmento de vértebra trabajada procedente de un estrato de época romana imperial del yacimiento de Monte Molião, junto a otros dos restos óseos de cetáceos de otros contextos (Detry y Arruda, 2011), cuya trayectoria exterior curvilínea permite relacionarlo con un objeto circular, quizás una tapadera de caja/píxida. Por otra parte, una de las vértebras de cetáceo procedente de un contexto protohistórico del yacimiento de Lattes en el sur de Francia fue utilizada como elemento de mobiliario doméstico, aunque no sea posible precisar al respecto (Mace, 2003)11. Es interesante constatar cómo en este yacimiento se localizaron restos óseos de cinco contextos arqueológicos diferentes, correspondientes con tres vértebras, una costilla y parte de un cráneo, lo que indica la abundancia de restos en el enclave. A pesar de que se trata únicamente de dos constataciones, consideramos que las mismas son de gran interés. Especialmente la primera de ellas, procedente de Monte Molião, que confirma con claridad que la existencia de industria ósea sobre huesos de cetáceo existió en la península ibérica en época romana, ya que la parquedad de datos sobre el otro resto no permite precisiones al respecto. Como _____________ 11. Desgraciadamente en el trabajo citado se indica que una de las vértebras se usó como “domestic furniture” –sin precisar exactamente cuál de las tres que se publican-, al tiempo que indica que dos de los restos presentan restos de actividad antrópica, quizás refiriéndose a los restos de quemaduras en otro de los huesos de cráneo (Mace, 2003, 153 y 159). –186– 11. A 11. B Figura 11. Restos de huesos de cetáceos procedentes de contextos de la factorías pesqueras de Ceuta. A.- Costilla termoalterada de época tardorromana de la Plaza de África nº 3; B.- Vértebra de delfín altoimperial de la Puerta Califal se ha propuesto en otro lugar ésta es una línea a desarrollar en el futuro, ya que es muy posible que en el registro prerromano y romano de instrumental óseo existan piezas realizadas con huesos de ballena que no han sido identificadas hasta la fecha (Bernal y Monclova, 2011 a, 111 y 113). ¿Combustible? Uno de los aprovechamientos tradicionales de los restos óseos de cetáceos es su empleo como combustible, debido a su elevado contenido en aceite y a sus altas propiedades de ignición. Fenómeno constatado en la Antigüedad en el caso de algunas herrerías de la Edad del Hierro en el Norte de Europa, como en Bornish (Mulville, 2002, 43-44). Algunos de los restos óseos aparecidos en nuestros yacimientos muestran signos evidentes de termoalteración, como sucede con la costilla tardorromana de Septem (figura 11 A) o con el fragmento con el orifi–187– Figura 12. Objetos muebles en industria ósea realizados sobre hueso de cetáceos (Clark, 1947, 96, pl. II) cio nasal del cráneo de una ballena gris (o bien Balaenoptera physalus o musculus) procedente un contexto prerromano de Lattes (Mace, 2003, 157-158). No es posible, evidentemente, profundizar al respecto, pues es también probable que dichos restos –al menos el de Septem– procedan de restos de combustión relacionados con actividades conserveras, si bien son indicios de una línea de investigación a desarrollar en el futuro. Contextos polifuncionales e indeterminados Por último, indicar que en la mayor parte de los casos la escasez de datos sobre el contexto arqueológico no permite interpretar bien la funcionalidad de los restos de cetáceos. En las actividades arqueológicas preventivas acometidas en 1998 en Huelva capital se documentó un horizonte fechado entre el 900-770 a.C., correspondiéndose con los hallazgos fenicios occidentales más antiguos hasta la fecha, entre los cuales se recuperó un posible maxilar de cetáceo (figura 13). Se asociaba a un contexto con multitud de material importado, en el cual había evidencias de actividades artesanales de todo tipo (manufacturas metalúrgicas….), destacando la cantidad de recursos marinos –con identificación de corvina, pargo, dorada, –188– Figura 13. Maxilar de cetáceo de época fenicia procedente de Huelva (González, Serrano y Llompart, 2004, Lám. LXXII) raya, sardina, sepia, crustáceos y caparazones de quelonios; y múltiples murícidos y restos malacológicos de varias especies– así como la pared de un ánfora con fragmentos óseos piscícolas adheridos, además de una serie de evidencias sobre actividades cinegéticas y quizás viti-vinícolas; entre ellos se recuperó “un fragmento de mandíbula de cetáceo” (Gónzález, Serrano y Llompart, 2004, 176), que sorpresivamente no vuelve a ser tenido en cuenta, a pesar de su singularidad, en trabajos posteriores sobre el mismo yacimiento (González, Serrano y Llompart, 2006 a y b). Es posible que el mismo fuese materia prima de actividades artesanales –empleo para industria ósea-, aunque la escasez de referencias no permite decantarse con claridad. Algo similar sucede, por ejemplo, en el pecio púnico del s. III a.C. de Isola Lunga, en Sicilia occidental, en el cual se recuperaron dos dientes de la llamada “falsa orca” (Pseudorca crassidens) de un tamaño máximo de unos seis metros (Reese, 2005, 109), los cuales fueron interpretados de manera genérica como “restos faunísticos” (Ryder, 1975, 213, figura 1). ¿Eran restos de un cetáceo pescado que era remolcado a tierra?¿O bien únicamente amuletos de pescadores y por ello solo se recuperaron restos de la dentición? Es evidente que no hay una respuesta clara al efecto, aunque constituyen un ejemplo más de la amplia presencia de cetáceos en contextos de época púnica. Respecto a los restos aparecidos en Lattes (Mace, 2003), la escasez de información aportada relativa a los cinco contextos de hallazgo no permite decantarse al respecto, aunque llama la atención su elevada frecuencia, en unas cronologías que al menos en el caso de los dos fragmentos de costilla remontan al menos hasta el 375-350 a.C. (Mace, 2003, 154-159). Algo similar podemos decir de los ya referidos hallazgos en Portugal (Monte Molião), cuya interpretación es indeterminada, a excepción del resto tallado antes citado. En Tamuda, las actividades arqueológicas realizadas en el año 2010 en la zona nororiental del asentamiento mauritano permitieron recuperar un conjunto de restos óseos en el interior de una habitación fechada en el s. II a.C., en la cual los diversos hallazgos –molino rotatorio de tracción manual, ánforas y elementos –189– Figura 14. Ambiente de hallazgo de los restos óseos de cetáceos en Tamuda, en el interior de una habitación del s. II a.C. (Bernal et alii, 2011, 487, fig. 20) muebles diversos– (figura 14) permitieron proponer que en su interior se realizaron actividades productivas en un ámbito doméstico (Bernal et alii, 2011, 484-489). En el interior del denominado Ambiente 1 (U.E. 712) se localizaron una decena de restos óseos de reducidas dimensiones, relacionables con apófisis vertebrales de cetáceos misticetos (ballenas o rorcuales) de medianas a grandes dimensiones, posiblemente del mismo ejemplar, cuya escasa consistencia ha permitido plantear que es posible que hayan sido sometidos a procesos de cocción o maceración (Bernal y Monclova, 2011b, 386). El interés de este hallazgo es que –190– verifica la importancia de los cetáceos en la ciudad mauritana –ya intuida por la presencia del citado molde de panadería/pastelería-, al tiempo que confirma que los restos de carne y/o del esqueleto fueron llevados expresamente a la ciudad a través del curso del río, situada a una decena de kilómetros aguas arriba de su desembocadura. Quizás buena parte de los restos citados deban ser interpretados como resultado del consumo de carne de cetáceos en ámbito doméstico o como residuos del aprovechamiento de los subproductos obtenidos de estos animales –aceites, grasas– o del empleo de sus carcasas con diversa funcionalidad. La variedad de contextos de hallazgo –a excepción de Isola Lunga, que quizás haya que relacionar con un episodio de pesca– que suele remitir a los característicos “vertederos domésticos” con todo tipo de objetos desechados, y la posibilidad en el caso de Tamuda y posiblemente Ceuta de que hayan sido cocidos constituye un elemento más a tener en cuenta. Lo que resulta evidente a tenor de esta cantidad de hallazgos en un arco cronológico tan amplio (desde el s. IX/VIII a.C. hasta época romana) es la elevada frecuencia de huesos de cetáceos en contextos que aparentemente no están relacionados directamente con actividades productivas o de transformación, sino más bien de almacenaje y/o consumo. 3.4. ¿Estructuras vinculadas con el aprovechamiento de los subproductos de los cetáceos? Por último, incidir brevemente en la posibilidad planteada hace algunos años de que algunas estructuras arqueológicas pudieran relacionarse con la explotación de la carne o los subproductos obtenidos de los cetáceos, tratándose de propuestas a verificar en el futuro (Bernal, 2009, 272 y 276-278). Nos referimos en primer lugar a la posibilidad, planteada en su momento por M. Ponsich (1988, 40, fig. 14), de que los restos de las piletas troncocónicas del denominado Conjunto Industrial VI de Baelo Claudia hubiesen sido utilizados para el salado de la carne de ballena (figura 15 A). Su excepcional tamaño (más de 15 m3 en cada una de las piletas 8 y 9) duplica la volumetría habitual de los saladeros de las grandes chancas romanas del Fretum Gaditanum, lo que unido al hallazgo de restos de huesos de cetáceos durante su excavación sustentaría dicha hipótesis. Recordamos que las piletas de forma troncocónica son excepcionales en el registro arqueológico, conociendo únicamente otros dos yacimientos en la costa suroriental de Sicilia (Vendicari y Portopalo), cuyos saladeros se ajustan a –191– esta tipología. En el caso de Vendicari (figura 15 B) las piletas troncocónicas se asocian, posiblemente, a la fase más antigua del complejo, siendo el intervalo de actividad general entre mediados del s. IV y el s. I a.C. (Botte, 2009, 85). Quizás podríamos unir a este discurso la posibilidad, en el caso siciliano, de que algunas de las ánforas Dr. 21-22 con inscripciones CET(VS), bien conocidas en la literatura (por ejemplo Botte, 2009, 142), hubiesen sido utilizadas para el transporte y venta de carne salada de ballena procedente de éstas y otras cetariae de la costa siciliana, aunque es cierto que constituye una sugerente hipótesis necesitada de analíticas arqueométricas para su contrastación. Además de la carne de ballena salada, cuyo aprovechamiento está muy bien atestiguado en época moderna y contemporánea, en las cuales la documentación es mucho más explícita, consideramos de gran importancia recordar la potencialidad de otros productos derivados de los cetáceos, como ya hemos indicado en otras ocasiones (Bernal, 2009, 277). De una parte el “ámbar gris”, una sustancia expulsada por algunos de estos animales como resultado de la deficiente digestión, y que generaba una masa viscosa que llegaba a las playas en grandes cantidades, muy apreciada en perfumería por su aroma y por su alta capacidad para retener los olores (Sánchez Pinto, 2004). Además de ello el “espermatocito” –grasa existente en la cabeza de los cachalotes– tradicionalmente utilizado para engrasar los instrumentos de precisión, así como la grasa y los aceites de estos animales, que eran utilizados, entre otras cosas, para iluminación. Y no olvidemos, evidentemente, la potencialidad de sus carcasas para la industria ósea e incluso para su reutilización como elementos arquitectónicos, debido a sus notables dimensiones. O el uso con finalidades múltiples de sus “barbas”. En relación con el posible empleo de la grasa/aceite de estos mamíferos marinos, una de las posibilidades es que las conocidas salas calefactadas en algunos de los saladeros de la Tingitana atlántica –área ampliamente frecuentada por los cetáceos–, como Cotta o Tahadart (Ponsich, 1988, 144), hubiesen podido ser utilizadas para estos menesteres; como también los singulares canales y pocetas aparecidos en la factoría de salazón romana de Gijón en el Cantábrico (Fernández Ochoa, 1994, 143), que no cuentan con paralelos conocidos en otras cetariae, quizás usados para el procesado de la grasa, vísceras y otros elementos de las ballenas capturadas en las costas; aunque es cierto que tampoco en esta ocasión el estudio arqueozoológico de las evidencias aparecidas ha aportado datos clarificadores en dicho u otro sentido (discusión de todo ello en Bernal, 2009, 276-277). Es necesario para poder avanzar en la cuestión dos líneas de trabajo. La primera, un atento e interdisciplinar análisis de los yacimientos haliéuticos de nuestras costas, en los cuales desgraciadamente los estudios interdisciplinares brillan por su ausencia. Por poner un ejemplo, resulta dramático constatar cómo en la mayor –192– 15 A Figura 15. Piletas troncocónicas del Conjunto Industrial VI de Baelo Claudia (A) y del yacimiento siciliano de Torre Vindicari (B) parte de fábricas de salazón púnicas (una síntesis en Sáez Romero, 2011) o romanas (García Vargas y Bernal, 2009) del Círculo del Estrecho carecemos del registro arqueo-ictiológico publicado, y resulta muy difícil aproximarnos a la funcionalidad de algunas de las estructuras –como por ejemplo las conocidas estructuras de molienda de Cotta– ante la ausencia de monografías y análisis de detalle de los artefactos aparecidos en estas fábricas. Y, en segundo término, la necesidad de aplicar programas de análisis arqueométricos sistemáticos a estos enclaves, para determinar los residuos orgánicos adheridos a las paredes de las cubetas y los restos de actividad presentes en las estructuras de procesado piscícola (a través de Cromatografía de Gases/Espectrometría de Masas o análisis geoquímico de pavimentos, entre otras técnicas). Un largo pero prometedor camino. –193– Figura 16. Dispersión de los restos óseos y representaciones de focas, alcas y cetáceos en la Península Ibérica (sobre los datos de Serangeli, 2001, 132-134, figuras 1, 3 y 5) 4. MIRANDO AL FUTURO Hace algunos años, cuando se inició el rastreo documental de restos de cetáceos asociados a yacimientos de época histórica, entre la Protohistoria y la Antigüedad Clásica, las referencias en los trabajos sobre la industria pesquero-conservera eran prácticamente inexistentes. Resulta significativo valorar la cuestión analizando las síntesis de Curtis (1991) o Etienne y Mayet (2002) al respecto para hacerse una idea de la parquedad de evidencias al respecto. A excepción de los trabajos centrados en época prehistórica, como el clásico de Clark (1947), la mayor parte de literatura disponible es muy reciente, centrándose en la última década. Por todo ello una primera conclusión que consideramos importante poner sobre la mesa es la necesidad de integrar la problemática de los cetáceos en los estudios de la industria pesquero-conservera en la Antigüedad para los trabajos de futuro. En segundo término, y como base de todo análisis científico, insistir en que en estos últimos años hemos realizado esfuerzos por generar un corpus de yacimientos en los cuales se documentasen evidencias de cetáceos antiguos. Tal trabajo –194– se inició centrándonos en la Península Ibérica, y considerando fundamental integrar las evidencias de época prehistórica. Un atento escrutinio de la literatura especializada sobre representaciones o restos arqueozoológicos de focas, alcas gigantes y cetáceos de época prehistórica en España ilustraba, con total claridad, la importancia de estos animales como recurso económico desde el Paleolítico (Serangeli, 2001), ya que los mismos se habían constatado desde el Cantábrico hasta las costas mediterráneas, con una densa frecuencia en el área del Estrecho de Gibraltar (figura 16). Si ampliamos el radio de acción al Atlántico las cifras se disparan, como ilustran por ejemplo, los recientes estudios sobre los cachalotes en el Neolítico de la costa atlántica francesa (Cassen y Vaquero, 2000). Nuestro estudio se ha limitado a realizar un vaciado bibliográfico combinado con un análisis del registro arqueozoológico en aquellos yacimientos arqueológicos a los cuales teníamos acceso, en el área del Círculo del Estrecho. El resultado inicial fue poner sobre la mesa cinco yacimientos –Baelo, Iulia Traducta, Manilva, Septem y Tamuda– en lo que consideramos un “esperanzador inicio” (Bernal, 2009, 265-271), que se multiplicaron años después en un “catálogo de evidencias en construcción” hasta llegar a doce casos, en algunos de los cuales el registro era doble (Bernal y Monclova, 2011 a, figura 7). Actualmente hemos sumado los restos de Huelva y un contexto con un delfínido en Septem (figura 7). Este interesante corpus actual de trece yacimientos y veintitrés contextos arqueológicos de hallazgo12 nos parece que cubre los objetivos inicialmente planteados, y que ilustra la elevada presencia de restos de cetáceos en nuestros yacimientos arqueológicos de época protohistórica y romana. No obstante se trata, evidentemente, de un corpus no exhaustivo, aleatorio y descompensado (figura 17). Especialmente descompensado porque buena parte de los hallazgos se sitúan en el área del Estrecho de Gibraltar, algo lógico por un lado al ser ésta una de las zonas pesqueras más importantes de la Antigüedad, si bien la cantidad de evidencias en esta área se explica por sí sola al ser la misma el ámbito geográfico de desarrollo de los estudios de los investigadores que han abordado esta temática. Ello quiere decir, a nuestro modo de ver, que cuando se arbitren estrategias similares en otros ámbitos geográficos –como Sicilia, la costa atlántica portuguesa y gallega o el Cantábrico– el número de hallazgos se incrementará exponencialmente. La retroalimentación de este corpus es por ello una de las líneas de trabajo a desarrollar en los próximos años. _____________ 12. No incluimos aquí aquellas referencias no contrastadas que hemos citado en alguno de los trabajos realizados (Bernal y Monclova, 2011 a, 106-107), que deberán ser verificadas en el futuro. –195– Figura 17. Hallazgos de huesos de cetáceos o de representaciones o estructuras potencialmente relacionadas con su aprovechamiento en época fenicio-púnica y romana (según Bernal y Monclova, 2011 a, 107, fig. 6, con adiciones) De ahí que no consideremos aún prudente realizar inferencias de carácter general sobre la dispersión de los hallazgos vinculándolos a las especies objeto de pesca, ya que es aún pronto, pensamos, y escasos los datos empíricos, para arbitrar tendencias pesqueras y/o patrones de distribución taxonómicos. No obstante, sí hay tres elementos que pensamos son de gran interés. El primero es el aspecto cronológico. Las evidencias documentadas, sintetizadas en la figura 7, confirman la existencia de restos óseos de cetáceos en yacimientos arqueológicos en la totalidad del intervalo de estudio, con atestaciones en época fenicia (Atenas y Huelva), púnica (Motya, Lattes, A Lanzada, Monte Molião, Isola Lunga), tardopúnica – romano republicana (A Lanzada, Tamuda y Baelo), romana altoimperial (Monte Molião, Ghétary, ¿Manilva? y Septem) medio imperial (Septem) y tardorromana (¿Baelo?, Septem y Traducta): es decir durante la totalidad de la secuencia. Como indicamos arriba es aún pronto para realizar estimaciones cuantitativas por épocas, dado el carácter aleatorio del registro, si bien la tendencia general que se advierte por el momento es una notable importancia en época púnica de la explotación de mamíferos marinos, que con Roma se incrementa notablemente –si tenemos en cuenta el período completo de manera continua– (figura 18). En los –196– Figura 18. Representación porcentual de los restos óseos de cetáceos por épocas (en %) próximos años habrá que volver sobre estos datos cuando dispongamos de más registros que doten a estos análisis de una mayor fiabilidad estadística. La segunda inferencia que consideramos importante realizar es que el aprovechamiento de cetáceos abarca las principales zonas pesqueras tenidas en consideración del Mediterráneo, desde el Peloponeso (Atenas) a Sicilia (área occidental), así como al arco franco ligur (Lattes), al Estrecho de Gibraltar (donde se concentran la mayor parte de evidencias) y al área atlántica y cantábrica (desde A Lanzada a Guétary). Podemos decir por ello que parece tratarse de una pesquería generalizada, al menos en el Mediterráneo Occidental, constituyendo un fenómeno tanto atlántico como mediterráneo. Y, por último, parece tratarse de una cuestión que afectó a diversos entornos culturales, tanto al mundo griego (como parece derivarse del hallazgos de época protogeométrica en Atenas) como al mundo fenicio-púnico (de Huelva a Motya), al posible substrato mauritano (Tamuda) y, evidentemente, al mundo romano. No se trata por tanto de prácticas aisladas o características de un entorno cultural preciso, o al menos a tenor de los datos disponibles no da esa impresión. La siguiente cuestión a plantearse es si nos encontramos ante evidencias resultado de aprovechamiento de varamientos de grandes mamíferos marinos o si se produjo en la Antigüedad una pesca “comercial” de cetáceos. Ya hemos inci–197– dido en otro lugar sobre estas cuestiones, planteando que ambas cuestiones son, a nuestro parecer, perfectamente compatibles (Bernal y Monclova, 2011 a, 114117). Las referencias incluidas en los epígrafes anteriores demuestran cómo en la Antigüedad (época grecorromana) los varamientos eran conocidos, por lo que es muy probable que se aprovechasen los recursos ofrecidos por estas prácticas, especialmente en ámbitos pesqueros: así, al menos, lo parece ratificar Arriano. Es una cuestión prácticamente imposible de demostrar a nivel arqueológico, pues únicamente se podría valorar la existencia de carcasas erosionadas por la dinámica marina que apuntasen a dicha propuesta, como han indicado algunos autores (Papadopoulos y Ruscillo, 2002). Consideramos altamente probable que en la Antigüedad sí se hubiesen aprovechado los arenamientos de grandes mamíferos marinos de manera sistemática, teniendo en cuenta la posibilidad de que algunos fuesen naturales y otros inducidos, como ha sido propuesto (Mulville, 2002, 37). Al mismo tiempo, consideramos que la pesca de cetáceos sí tuvo lugar en la Antigüedad, y de ello tenemos, a nuestro parecer, dos evidencias incontestables: la primera es el episodio citado de la caza de una orca, transmitido por Opiano (similar al relatado por Plinio en Ostia pero no episódico y circunstancial como en dicho caso); y la segunda es la presencia en una de las vértebras de Motya (ss. VI-V a.C.) –la denominada vértebra 4, fechada en los ss. VI-V a.C.– de una punta broncínea clavada (Reese, 2005, 107-108), lo que confirma, a nuestro parecer, que el ejemplar procedía de un episodio de pesca. Si a ello le unimos la amplia dispersión atlántico-mediterránea de hallazgos y la gran potencialidad de estos mamíferos (por su carne y sus subproductos) para la industria pesqueroconservera, pensamos que no tiene mucho sentido que se desaprovechasen estos recursos en la Antigüedad. La constatación de huesos de cetáceos en yacimientos centrados en la explotación de recursos del mar (A Lanzada, Guétary, Baelo, Septem o Traducta), y en algunos de ellos de manera recurrente a lo largo del tiempo (Baelo o Septem) induce a pensar que estas pesquerías no eran subsistenciales, sino integradas en la cadena industrial orientada al sector comercial. Por todo ello, consideramos probada la existencia de caza de ballenas en época púnica y romana, debiendo atribuir a problemas de visibilidad su presencia en el registro arqueológico: el despiece de cetáceos, independientemente de su procedencia (varamiento natural/inducido o captura intencional) debió hacerse en las playas, por lo que a las chancas normalmente solo llegaría la carne para salar, los subproductos y algunas partes esqueléticas por su potencialidad para reaprovecharlas en mobiliario/arquitectura/mesas y para la industria ósea. De ahí que en el futuro será complejo, pensamos, localizar elementos arqueológicos muy diferentes a los aquí presentados que permitan profundizar sobre esta cuestión. Basta echar una ojeada a los trabajos previos existentes sobre esta temática para ver cómo existe un gran pudor a la hora de citar expresamente la posibilidad de caza sistemática –198– de estos grandes mamíferos marinos13. Otro de los elementos tradicionalmente esgrimidos en sentido negativo es la total ausencia de iconografía sobre la caza de ballenas: no existe escena alguna de la pesca pre-medieval de atunes con almadrabas y ¿duda alguien de su existencia? Consideramos que se trata de un paradigma tradicional, que puede ser cuestionado al hilo de estas nuevas evidencias. Respecto a las técnicas de pesca, los ejemplares de reducido tamaño pudieron haber sido pescados con redes, como podría confirmar el delfínido de la Puerta Califal de Septem, posiblemente integrado junto al lance de túnidos de reducidas dimensiones –bacoretas– del mismo contexto arqueológico. Los denominados hami catenati –anzuelos encadenados– podrían haber sido utilizados para la captura de ejemplares pequeños, como pequeñas orcas aunque este arte de bronce estuvo también destinado a otros peces como los escualos, para impedir la rotura de las redes, conociéndose actualmente ejemplares en Baelo Claudia y en el entorno de Pompeya, todos ellos de época romana (Bernal, 2009, 272-274; Bernal, Vargas y Lara, 2011). Respecto a los arpones broncíneos, que sin duda debieron ser el elemento esencial para la pesca de los ejemplares de mediano y gran tamaño, conocemos ejemplos diversos, desde Emporiae en el s. VI a.C. a Traducta o Castrum Perti en Liguria en los ss. VI/VII d.C., si bien aparecen muy poco en el registro arqueológico, como resultado posiblemente de la elevada reutilización del metal en la Antigüedad, especialmente de los ejemplares de grandes dimensiones que son precisamente los menos abundantes entre los conocidos (Bernal, 2009, 275). Recientemente se ha dado a conocer un arpón de hierro, con punta de pico de pato, procedente de un contexto de inicios del s. II a.C. en la Bahía de Cádiz (Bernal, Sáez y Bustamante, 2011), que debieron ser usados como las puntas tipo Macalón en los menesteres haliéuticos –como parece derivarse de su hallazgo en factorías salazoneras, como la púnico-gaditana de P-19 (Gutiérrez y Giles, 2004)–. Son aún pocos datos, que deberán ser completados en el futuro con nuevos hallazgos, si bien el posible empleo de útiles funcionalmente relacionados con actividades militares (lanzas, pila…) o agro-pecuarias (hoces, podones…), como recordaba elocuentemente Opiano, complica su rápida identificación entre el instrumental de hierro publicado. Recordar, por último, que la tecnología naval requerida para la pesca de cetáceos, como ya ha sido comentado en el apartado 2 al relatar la pesca subsistencial por parte de aborígenes en diversos lugares del globo, es muy simple. Por lo que _____________ 13. Interesantes las reflexiones al respecto, por ejemplo, a cargo de Mulville (2002, 44) o Papadopoulos y Ruscillo (2002, 200) quienes a pesar de plantearse la cuestión de manera detallada optan por negar –o indicar la total ausencia de evidenciasrespecto a la caza intencional de cetáceos en la Antigüedad. O el propio Reese, que interpreta la punta de lanza de bronce en la vértebra de Motya como resultado del remolcado de un ejemplar varado o muerto hacia la costa (2005, 108). –199– Figura 19. Cuadro con las especies de cetáceos documentadas en el Estrecho de Gibraltar según el proyecto CIRCE (De Stephanis, Verborgh y Salazar, 2009, 37). –200– pudieron ser utilizados al efecto los propios barcos de pesca, como el conocido barco pesquero romano denominado “Fiumicino 5”, de poco más de cinco metros de eslora, hallado en Ostia (Boetto, 2010), resultando asimismo evidente que dado el notable desarrollo de la tecnología naval antigua, al menos en época romana (múltiples ejemplos en Nieto y Cau eds., 2009), pudieron haberse empleado todo tipo de barcos, cuya relación con los cetáceos, por el momento, es poco conocida. Únicamente los restos de la falsa orca del pecio púnico de Isola Lunga, en Sicilia occidental, constituyen la evidencia disponible actualmente. Mucho avance resta en la investigación para que podamos a comenzar hablar con propiedad de las naves utilizadas con fines balleneros en la Antigüedad. Por último, y a pesar de los no pocos problemas de atribución taxonómica y de la total ausencia de estudios de ADN al respecto, la variedad de especies es elevada (figura 7): el taxón más representado es el rorcual común (Balaenoptera physalus), con cuatro atestaciones (Atenas, Lattes, Baelo Claudia y Traducta), que parece la especie preferida. Además de él, y con una única atestación, contamos con el cachalote de Motya (Physeter macrocephalus), la ballena gris de Lattes (Eschrichtius robustus), la falsa orca de Isola Lunga (Pseudorca crassidens) o el delfín de Septem (Delphinus spp.). Resulta significativo documentar cómo la distribución actual de cetáceos parece no coincidir exactamente con la documentada arqueológicamente. Un ejemplo es el del Estrecho de Gibraltar (figura 19), en el cual estudios recientes han documentado mayoritariamente delfines (comunes, listados o mulares), calderones comunes, orcas y cachalotes como especies residentes y no migradoras (De Stephanis, Verborgh y Salazar, 2009, 37), y no rorcuales como sí parece acontecer en Baelo y Traducta, por lo que se abren interesantes líneas de investigación para el futuro combinando los aspectos arqueológicos con la biología de estos grandes cetáceos14. También será interesante plantearse qué sucedió con algunas especies como las focas, explotadas en estas aguas desde el Paleolítico, como evidencian los registros de Gibraltar (Stringer et alii, 2008, 14320), aparentemente ausentes del registro arqueológico de época histórica. La venta de pieles de foca, atestiguada por el Edictum de Pretiis de época de Diocleciano y la manera de cazarlas a golpes descrita por Opiano constituyen testimonios evidentes de su comercialización (amplias referencias en García Vargas, 2011, 131-132), por lo que es posible que únicamente nos encontremos ante deficiencias de la investigación. Otra de las líneas a desarrollar es la retrospectiva histórica, intentando valorar qué yacimientos costeros antiguos pudieron potencialmente haber sido los más _____________ 14. Remitimos a la web del proyecto CIRCE (www.circe.biz) para ampliar todos los datos relativos a la problemática del avistamiento y conservación de cetáceos en las aguas del Estrecho de Gibraltar. –201– Figura 20. Vista general de la rampa de las instalaciones balleneras contemporáneas de Beliunes (Marruecos), en las aguas africanas del Estrecho proclives para la pesca de los cetáceos, usando para ello como analogía la documentación sobre las bases balleneras estables en época moderna y contemporánea: en el Estrecho, los hallazgos arqueológicos de Traducta y Septem coinciden, casi milimétricamente, con Getares (Algeciras) y Beliunes (Marruecos, muy cerca de la frontera con Ceuta), ámbitos donde estuvieron instaladas las principales fábricas con calderas y otras instalaciones para el procesado de la grasa y la carne. Parecen especialmente identificadoras de estos enclaves balleneros las amplias rampas para permitir el izado parcial de las capturas (figura 20), pudiendo constituir las mismas un buen indicio arqueológico en nuestros yacimientos costeros para la identificación de potenciales bases balleneras. Resta mucho por hacer en el futuro, si bien esta nueva línea de investigación se plantea como un complemento de gran interés para el conocimiento de la industria haliéutica en la Protohistoria y en la Antigüedad Clásica. –202– BIBLIOGRAFÍA Aissi, M., Celona, A., Comparetto, G., Mangano, R., Würtz, M. y Moulins, A. (2008): “Large-scale distribution of fin whale (Balaenoptera physalus) in the Central Mediterranean Sea”, J. Mar. Biol. Assoc. U. K., 88(4), pp. 1253-1261. Barnard, M., Holm, P. y Starkey, D. J. J. (2007, eds.): Oceans Past: Management Insights from the History of Marine Animal Populations, Routledge. Barnes, R. H. (1974): “Lamalerap: A Whaling Village in Eastern Indonesia”, Indonesia, 17, pp. 137-159. Bekker-Nielsen, T. (2009): “La industria pesquera en la región del Mar Negro en la Antigüedad”, en D. Bernal ed., Arqueología de la pesca en el Estrecho de Gibraltar. De la Prehistoria al fin del Mundo Antiguo, Monografías del Proyecto Sagena 1, Cádiz, pp. 287-311. 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(2010): Mediterranean Pelagic Habitat: Oceanographic and Biological Processes, An Overview. Gland, Suiza y Malaga. –209– TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA Nº 1 LUCERNAS ROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Esperanza Manera. Ibiza, 1979. 22 pp. y IX láms. (Agotado) Nº 2 CERÁMICAS DE IMITACIÓN ÁTICAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y José O. Granados. Ibiza, 1979. 49 pp. y I lám. (Agotado) Nº 3BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 72 pp. Nº 4 EL HIPOGEO DE CAN PERE CATALÀ DES PORT (SANT VICENT DE SA CALA). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 34 pp. y VIII láms. Nº 5 IBIZA Y LA CIRCULACIÓN DE ÁNFORAS FENICIAS Y PÚNICAS EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL. Por Juan Ramón. Ibiza, 1981. 49 pp., 6 figs. y III láms. (Agotado) Nº 6 UN HIPOGEO INTACTO EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS. EIVISSA. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1981. 34 pp., X láms. y un plano de la necrópolis. (Agotado) Nº 7 ESCARABEOS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Josep Padró. Madrid, 1982. 249 pp. con figs. y láms. Nº 8 EL SANTUARIO DE ES CUIERAM. Por Mª. Eugenia Aubet Semmler. Ibiza, 1982. 55 pp. y XXX láms. (Agotado) Nº 9 URNA DE OREJETAS CON INCINERACIÓN INFANTIL DEL PUIG DES MOLINS. Por Carlos Gómez Bellard. Ibiza, 1983. 26 pp. y I lám. Nº 10 GUÍA DEL PUIG DES MOLINS. Por Jorge H. Fernández. Madrid, 1983. 242 pp. (Agotado) Nº 11 LA COLONIZACIÓN PÚNICO-EBUSITANA DE MALLORCA. ESTADO DE LA CUESTIÓN. Por Víctor M. Guerrero Ayuso. Ibiza, 1984. 39 pp., 24 figs. y VIII láms. Nº 12 SOBRE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por Jose Mª. Mañá de Angulo. Ibiza, 1984. 174 pp. (Agotado) Nº 13 ESCULTURA ROMANA DE IBIZA. Por Alberto Balil. Ibiza, 1985. 19 pp. y VIII láms. –210– Nº 14 NOTAS PARA UN ESTUDIO DE LA IBIZA MUSULMANA.Por Guillermo Rosselló Bordoy. Ibiza, 1985. 69 pp. (Agotado) Nº 15BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (II). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1986. 42 pp. (Agotado) Nº 16 AMULETOS DE TIPO EGIPCIO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández y Josep Padró. Ibiza, 1986. 109 pp., 7 figs. y XVII láms. (Agotado) Nº 17 LAS PINTURAS RUPESTRES DE SA COVA DES VI SES FONTANELLES. SANT ANTONI DE PORTMAY. (IBIZA). Por Antonio Beltrán, Benjamín Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1987. 26 pp., 12 figs. y IX láms. (Agotado) Nº 18 EL SANTUARIO DE LA ILLA PLANA (IBIZA): UNA PROPUESTA DE ANÁLISIS. Por Esther Hachuel y Vicente Marí. Ibiza, 1988. 92 pp., 12 figs. y XXII láms. Nº 19 EL SEPULCRO MEGALÍTICO DE CA NA COSTA (FORMENTERA). Parte I. Por Jordi H. Fernández, Luis Plantalamor y Celia Topp. Parte II. Por Francisco Gómez y José M. Reverte. Ibiza, 1988. 76 pp., 18 figs. y X láms. (Agotado) Nº 20 EPIGRAFÍA ROMANA DE EBUSUS. Por Jaime Juan Castelló. Ibiza, 1988. 118 pp., 2 figs. y XVII láms. Nº 21 EL VIDRIO ROMANO EN EL MUSEO DEL PUIG DES MOLINS. Por Cristina Miguélez Ramos. Ibiza, 1989. 78 pp., 41 figs. y VIII láms. Nº 22 EL VERTEDERO DE LA AVDA. ESPAÑA Nº 3 Y EL SIGLO III D.C. EN EBUSUS. Por Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1990. 112 pp., 38 figs. y III láms. (Agotado) Nº 23 LAS ÁNFORAS PÚNICAS DE IBIZA. Por J. Ramon. Ibiza, 1991. 199 pp., 56 figs. y XXXI láms. (Agotado) Nº 24 I-IV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1986-89). Por AA.VV. Ibiza, 1991. 259 pp. con figs. y láms. Nº 25 LA CAÍDA DE TIRO Y EL AUGE DE CARTAGO. V JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1990). Por AA.VV. Ibiza, 1991. 86 pp. con figs. y láms. Nº 26MARCAS DE TERRA SIGILLATA DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández, José O. Granados y –211– Ricardo González Villaescusa. Ibiza, 1992. 95 pp., XXII láms. y figs. (Agotado) Nº 27 PRODUCCIONES ARTESANALES FENICIO-PÚNICAS. VI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (IBIZA, 1991). Por AA.VV. Ibiza, 1992. 87 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 28- 29 EXCAVACIONES EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LAS CAMPAÑAS DE D. CARLOS ROMÁN FERRER: 1921-1929. Por Jordi H. Fernández. Ibiza, 1992. 3 Tomos Nº 30BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS (III). Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1993. 114 pp. (Agotado) Nº 31 NUMISMÁTICA HISPANO-PÚNICA. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN. VII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA (IBIZA, 1992). Por AA.VV. Ibiza, 1993. 168 pp. con figs. y láms. Nº 32 EL POZO PÚNICO DEL «HORT D’EN XIM» (EIVISSA). Por J. Ramon. Ibiza, 1994. 83 pp. con figs. láms. Nº 33 CARTAGO, GADIR, EBUSUS Y LA INFLUENCIA PÚNICA EN LOS TERRITORIOS HISPANOS. VIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (IBIZA, 1993). Por AA.VV. Ibiza, 1994. 163 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 34MONEDA I MONEDES ÀRABS A L’ILLA D’EIVISSA. Por Fèlix Retamero. Ibiza, 1995. 70 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 35 LA PROBLEMÁTICA DEL INFANTICIDIO EN LAS SOCIEDADES FENICIO-PÚNICAS. IX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA. (EIVISSA, 1994). Por AA.VV. Ibiza, 1995. 90 pp. con figs. y láms. (Agotado) Nº 36 LAS CUENTAS DE VIDRIO PRERROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLOGICO DE IBIZA Y FORMENTERA. Por Encarnación Ruano Ruiz. Ibiza, 1996. 101 pp. con figs. y láms. a color. Nº 37 VIDRIOS DEL PUIG DES MOLINS (EIVISSA). LA COLECCIÓN DE D. JOSÉ COSTA “PICAROL” Por AA.VV. Ibiza, 1997. 130 pp. con figs. y láms. a color. Nº 38 PROSPECCIONES GEO-ARQUEOLÓGICAS EN LAS COSTAS DE IBIZA. Por Horst D. Schulz y Gerta Maass-Lindemann. Ibiza, 1997. 62 pp., con figs. y láms. –212– Nº 39 FE-13. UN TALLER ALFARERO DE ÉPOCA PÚNICA EN SES FIGUERETES (EIVISSA). Por Joan Ramon Torres. Ibiza, 1997. 206 pp. con figs. y láms. Nº 40 EIVISSA FENICIO-PÚNICA. X JORNADAS DEARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1995). Por AA.VV. (En prensa) Nº 41 RUTAS, NAVÍOS Y PUERTOS FENICIO- PÚNICOS. XI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1996) Por AA.VV. Ibiza, 138 pp. con figs. y láms.1998. (Agotado) Nº 42MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 1998. 216 pp. con figs. y láms. Nº 43 DE ORIENTE A OCCIDENTE: LOS DIOSES FENICIOS EN LAS COLONIAS OCCIDENTALES. XII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1997). Por AA.VV. Ibiza, 1999. 135 pp. con figs. y láms. Nº 44 LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN IBERIA. XIII JORNADAS DE ARQUEOLOGIA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 1998) Por AA.VV. Ibiza, 2000. 127 pp. con figs. y láms. Nº 45 NECRÓPOLIS RURALES PÚNICAS EN IBIZA. Por Miquel Tarradell (†) y Matilde Font (†), con la colaboración de Mercedes Roca, Jorge H. Fernández, Núria Tarradell-Font y Catalina Enseñat. Ibiza, 2000. 258 pp. con figs y láms. Nº 46 SANTUARIOS FENICIO-PÚNICOS EN IBERIA Y SU INFLUENCIA EN LOS CULTOS INDÍGENAS. XIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA,1999). Por AA.VV. Ibiza, 2000. 200 pp. con figs y láms. Nº 47 DE LA MAR Y DE LA TIERRA. PRODUCCIONES Y PRODUCTOS FENICIO-PÚNICOS. XV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA 2000). Por AA.VV. Ibiza 2001. 160 pp. con figs. y láms. Nº 48 LA FORMA EB. 64/65 DE LA CERÁMICA PÚNICO EBUSITANA. Por Ana Mezquida Orti. Ibiza 2001. 250 pp. con figs. y láms. Nº 49 LA CERÀMICA DE YABISA. CATÀLEG I ESTUDI DEL FONS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMENTERA. Por Helena Kirchner. Ibiza, 2002. 484 pp. con figs. y láms. –213– Nº 50 LA COLONIZACIÓN FENICIA EN OCCIDENTE. ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI.XVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2001). Por AA.VV. Ibiza 2002. 148 pp. con figs. y láms. Nº 51 CONTACTOS EN EL EXTREMO DE LA OIKOUMÉNE. LOS GRIEGOS EN OCCIDENTE Y SUS RELACIONES CON LOS FENICIOS. XVII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIOPÚNICA (EIVISSA, 2002). Por AA.VV. Ibiza 2003. 148 pp. con figs. y láms. Nº 52MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA (II). EL PUIG DES MOLINS (EIVISSA): UN SIGLO DE INVESTIGACIONES. Por Benjamí Costa y Jordi H. Fernández. Ibiza, 2003. 332 pp. con figs. y láms. Nº 53 CAN CORDA. UN ASENTAMIENTO RURAL PÚNICO-ROMA NO EN EL SUROESTE DE IBIZA. Por Rosa Mª Puig Moragón, Enrique Díes Cusí y Carlos Gómez Bellard, Ibiza, 2004. 175 pp. con dibujos y fotografías en blanco y negro y una lámina en color. Nº 54 COLONIALISMO E INTERACCIÓN CULTURAL: EL IMPACTO FENICIO PÚNICO EN LAS SOCIEDADES AUTÓCTONAS DE OCCIDENTE. XVIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2003) Por AA.VV. Ibiza 2004. 208 pp. con figs. y láms. Nº 55 UNA APROXIMACIÓN A LA CIRCULACIÓN MONETARIA DE EBUSUS EN ÉPOCA ROMANA. Por Santiago Padrino Fernández. Ibiza 2005. 188 pp. con láms. Nº 56 GUERRA Y EJÉRCITO EN EL MUNDO FENICIO-PUNICO. XIX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2004) Por AA.VV. Ibiza 2005. 194 pp. con figs. y láms. Nº 57 LAS NAVAJAS DE AFEITAR PÚNICAS DE IBIZA. Por Beatriz Miguel Azcárraga. Ibiza, 2006. 311 pp. con láms. Nº 58 ECONOMÍA Y FINANZAS EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO DE OCCIDENTE. XX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2005) Por AA.VV. Ibiza 2006. 130 pp. con figs. y láms. Nº 59MAGIA Y SUPERSTICIÓN EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO XXI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2006). Por AA.VV. Ibiza 2007. 200 pp. con figs. y láms. –214– Nº 60 EL DIOS BES: DE EGIPTO A IBIZA Por Francisca Velázquez Brieva. Ibiza, 2007. 258 pp. con figs y láms. Nº 61 ARQUITECTURA DEFENSIVA FENICIO-PÚNICA XXII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2007) Por AA.VV. València, 2008. 190 pp. con figs. y láms. Nº 62 AMULETOS PÚNICOS DE HUESO HALLADOS EN IBIZA. Por AA.VV. València, 2009. 296 pp. con figs. y láms. Nº 63 EL DEPÓSITO RURAL PÚNICO DE CAN VICENT D’EN JAUME (SANTA EULÀLIA DES RIU, IBIZA) Por José Pérez Ballester y Carlos Gómez Bellard. València, 2009. 176 pp. con figs. Nº 64 INSTITUCIONES DEMOS Y EJERCITO EN CARTAGO. XXIII JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2008) Por AA.VV. València, 2009. 180 pp. Nº 65 ASPECTOS SUNTUARIOS DEL MUNDO FENICIO-PÚNICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. XXIV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2009). Por AA.VV. València, 2010. 136 pp.con figs. Nº66 YÕSERIM: LA PRODUCCIÓN ALFARERA FENICIO-PÚNICA EN OCCIDENTE. XXV JORNADAS DE ARQUEOLOSÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010). Por AA.VV. València,2011. 264 pp. con figs. y láms. Nº 67 SAL, PESCA Y SALAZONES FENICIOS EN OCCIDENTE. XXVI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2011). Por AA.VV. València, 2012. 216 pp.con figs. –215–