CARTA PASTORAL CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DE LA BEATA ÁNGELA DE LA CRUZ INTRODUCCIÓN Queridos diocesanos: Con general alegría, como no podía ser menos, la comunidad cristiana ha acogido la noticia de que Su Santidad el Papa se dispone, Dios mediante, a canonizar en Madrid el próximo 4 de mayo, a la Beata Ángela de la Cruz, fundadora de las populares Hermanitas de la Cruz, junto a otros cuatro beatos españoles. La alegría la tiene la Iglesia universal, pues un nuevo santo es siempre motivo de legítimo gozo ya que significa que un nuevo miembro de la Iglesia alcanzó la gloria eterna a la que Dios nos ha llamado a todos en su Hijo y que está reservada a los que aman su venida (2 Tim 4,8). Un nuevo santo es un nuevo comprobado testigo de la acción eficaz y misteriosa del Espíritu en las almas, siendo Él quien las conduce y lleva desde la regeneración bautismal en Cristo a las virtudes heroicas de la cima de la santidad. Un nuevo santo es un nuevo reflejo fiel de Cristo en medio de nuestras vidas y nos garantiza que la gracia sigue actuando y obrando sus maravillas en quienes se abren con radicalidad a su actuación. La Iglesia no puede menos que alegrarse y mucho en cada canonización. Pero la alegría la tiene también la Iglesia de Andalucía, porque una nueva hija de esta tierra de santos viene a unirse a la larga lista de hombres y mujeres que la Andalucía católica ha proporcionado para el cielo. Y al lado de la Iglesia de Sevilla, a la que correspondió el honor de ser la cuna de la nueva santa, el teatro de su vida y santas obras y el lugar de su tránsito al Padre, la Iglesia de Asidonia-Jerez también tiene motivo especial de alegría en esta canonización. Pues por una parte sor Ángela de la Cruz era oriunda de esta parte de la provincia de Cádiz que hoy es nuestra diócesis, y por otro lado hay en nuestra diócesis dos casas de la congregación fundada por sor Ángela, las cuales tienen la admiración y el amor de toda nuestra comunidad cristiana. Sor Ángela de la Cruz era hija de Francisco Guerrero, natural de Grazalema, el cual a su vez era hijo de Juan José Guerrero, natural también de Grazalema, y de Ángela Benítez, natural de Ubrique. Tenía, pues, por línea paterna, sus raíces la nueva santa en esos dos pueblos de nuestra sierra que se integran hoy en esta reciente diócesis de Asidonia-Jerez. De las casas de su Congregación en nuestra diócesis la primera la fundó la propia Sor Ángela en Sanlúcar de Barrameda, y lo hizo a petición expresa del Venerable P. Francisco de Paula Tarín (+ 1910), misionero popular jesuita, que había dado fructíferas misiones en esta población, y según leemos en la biografía de la nueva santa, ella asistió personalmente a su inauguración (31 agosto 1909). La segunda casa se funda en Jerez el año 1947, y por consiguiente cuando ya la Madre Angelita había pasado al Padre. La labor desarrollada por ambas casas ha sido y sigue siendo sumamente meritoria, alabando todo el pueblo de Dios y aun las personas no religiosas su singular dedicación a los más 1 pobres y necesitados. Es justo por ello que toda la diócesis ahora se asocie a las Hermanas de la Cruz en su acción de gracias y alabanza a Dios con motivo de esta canonización. I.- SEMBLANZA BIOGRÁFICA María de los Ángeles Guerrero González nació en Sevilla el 30 de enero de 1846 y fue bautizada el 2 de febrero siguiente en la parroquia de Santa Lucía. Sus padres eran Francisco y Josefa. El padre –como ya se dijo- había nacido en Grazalema, el bello pueblo serrano de nuestra diócesis, y era la suya una familia campesina. Francisco de joven aprendió el oficio de cardador de lanas y decidió buscar mejores horizontes económicos yéndose a vivir a Sevilla. En la capital conoció a una joven, Josefa González, que había nacido en Sevilla hija de padre natural de Arahal, Antonio González, y de madre natural de Zafra, Juana Fernández, y se unió a ella con el vínculo del santo matrimonio. De esa unión, que siempre fue feliz y bien avenida, nació la futura santa y aunque sus padres llegaron a tener catorce hijos, solamente seis llegaron a sobrevivir a la infancia. La familia era muy religiosa. En la parroquia cuidaba de un altar, el de la Virgen de la Salud, y le inculcaron a Angelita la fe cristiana y la devoción a la Virgen. Vivían alegres en medio de su modestia y eran capaces también de ayudar a quienes eran aún más pobres. Acudió a un modesto colegio de primeras letras donde aprendió a leer y escribir pero donde no pudo obtener sino una formación cultural muy escasa que se compensaría con sus dotes naturales de inteligencia y voluntad. Oportunamente recibió la primera comunión y también el sacramento de la confirmación. Muy pronto deja el colegio para ayudar a su madre en las labores domésticas. Piadosa, obediente, viva y eficaz en su colaboración con los trabajos maternos, a los doce o trece años sus padres le buscan trabajo en el taller de doña Antonia Maldonado, taller de zapatería al que encargaba sus calzados buena parte de la sociedad sevillana. Mujer religiosa, que se dirigía espiritualmente con el acreditado sacerdote don José Torres Padilla, doña Antonia cuidaba de sus obreras como una madre, procurando formarlas en la laboriosidad y la responsabilidad, al tiempo que procuraba también su formación religiosa. Cada tarde todo el taller rezaba en comunidad el santo rosario. El clima de oración y trabajo imperante en su taller ayudó a Angelita a subir en la vida de piedad en que ya ella estaba instalada y por entonces y, guardándole el secreto su hermana con la que compartía cuarto, comienza Angelita a practicar penitencias corporales como dormir sobre tabla o llevar un cilicio y otras prácticas penitenciales que finalmente la madre descubrió. Así es que desde muy joven comenzó a abrazarse a la cruz como ideal de su vida. Angelita se acredita en el taller tanto por su habilidad en el oficio como por sus virtudes como leal compañera, espíritu de mortificación y caridad y sincera piedad. Doña Antonia la lleva al confesonario del P. Torres Padilla. Era 1862 y tenía Angelita dieciseis años. Aquel ascético y santo sacerdote descubre enseguida que está en presencia de un alma singular y se dispuso a ayudarle a encontrar el camino por donde Dios quisiera llevarla, y ella empezó a dejarse conducir por el Espíritu a través de su confesor con docilidad admirable. Bajo esta dirección ella reparte su jornada entre su casa, el taller, la iglesia y los hogares pobres que visita. En 1865, secundando a su director, asistió en lo que pudo a los afectados por el cólera. Angelita cree ya por entonces saber que a lo que Dios la llama es a ser hermana lega en un convento de clausura. Quiere un convento de clausura porque le atrae la vida de contemplación, y quiere ser hermana lega porque prefiere los trabajos manuales y humildes. El P. Torres escribe una carta de recomendación y la manda a las carmelitas descalzas de Sevilla, las Teresas, que viéndola menudita y al parecer endeble entienden no está capacitada para los trabajos de una hermana lega y no la admiten. Ella sigue entonces a la búsqueda de la voluntad de Dios. Ella sigue fija en la idea de la vida religiosa y al no haber podido entrar en un convento de clausura se fija en la vida activa, concretamente en una congregación cuya dedicación le atrae: las hermanas de la 2 Caridad, de San Vicente de Paúl, presentes en los hospitales y en otras múltiples obras de misericordia. El P. Torres Padilla era confesor de dos comunidades de estas hermanas en Sevilla, y por su intermedio a sus veintitrés años Angelita ingresó en el noviciado y vistió el santo hábito, pero enseguida le falló la salud. Muy estimada y querida, para ver si mejoraba, es enviada a Cuenca y luego a Valencia, y viendo que no mejoraba la reenvían a Sevilla, viéndose en la necesidad dolorosa de despedirla, pese a que su bondad había conquistado tanto a superioras como compañeras. Tampoco el Señor la quería en esa congregación. El P. Torres, que ha estado de consultor teólogo en el Concilio Vaticano I, la serena al volver y le pide que siga aguardando la manifestación de la voluntad de Dios. El P. Torres es nombrado canónigo de la Catedral y se muda a una casa de la placita de Santa Marta. Angelita y sus compañeras colaboran con él en sus obras de caridad. Ella el 1 noviembre de 1871 promete a los pies de Jesucristo crucificado vivir según los consejos evangélicos. Por indicación de su director comienza a escribir sus experiencias interiores, sus apuntes íntimos, por los que es posible seguir el itinerario de su alma. El P. Torres la autoriza a llamarse Ángela de la Cruz. Y comienza a rondar su corazón una idea: la de formar un instituto que “por amor de Dios abrazara la mayor pobreza, para de este modo ganar a los pobres y subirlos hasta Dios”. El Padre le pide que ponga por escrito sus ideas y sus ilusiones y que así podrá calibrarlas mejor delante de Dios. Así lo hace Angelita con gran constancia y el Padre no puede menos que ver con admiración cómo el Espíritu está iluminando el alma de la joven y conduciéndola a la formulación de un proyecto de vida netamente evangélico. Le permite que haga los votos privados de pobreza, castidad y obediencia (8 diciembre 1873). En junio de 1875 el Padre se decidió por hacer realidad la fundación ideada por Angelita. Se llamaría la Compañía de la Cruz. Se perfila quiénes van a ser sus compañeras de aventura, y para dedicarse por entero al proyecto se despidió del taller. Alquilan ella y las tres compañeras elegidas un cuarto en la calle San Luis, 13 y se decide que la vida común empezará oficialmente el 2 de agosto, en que la Orden Franciscana celebra la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles. Llegada la fiesta, acuden temprano a la iglesia de Santa Paula y allí el Padre les da nombre religioso a cada una ( Sor Ángela, Sor Josefa, Sor Juana, y Sor Sacramento ), pone a Sor Ángela de la Cruz como superiora y él se reserva la dirección de la nueva comunidad. Aquel día fueron luego y repartieron entre los pobres el dinero aportado por Sor Josefa y se olvidaron en cambio de hacer su propia comida. Empezaba así una vida dedicada por entero al servicio de Dios y de los pobres. Empezaron a dormir en esteras hasta que pudieron adquirir cuatro tarimas de madera, que quedarían como la cama ordinaria de las Hermanas de la Cruz. Pasados unos meses se mudaron a la calle Hombre de Piedra, en la feligresía de San Lorenzo, donde estaba de párroco el Beato Marcelo Spínola, que enseguida captó el espíritu y los fines de la nueva comunidad y les prestó su decidido apoyo. Obtuvieron licencia municipal para pedir por las calles y en Navidad estrenaron hábito religioso: en plena Sevilla un hábito de bayeta parda del color natural de la lana, escapulario de lo mismo, cordón franciscano, toca blanca y alpargatas y para la calle un manto negro en que se envuelven y bajo el cual disimulan la cesta en que llevan las limosnas que reparten. No faltaron algunas críticas por lo extremoso – decían – de su penitencia, pero la opinión pública muy pronto se puso a su favor y la acompaña así hasta hoy. El P. Torres Padilla defendió decididamente su austero género de vida. Todas las mañanas las hermanas salían a la calle, unas a recoger limosnas, otras a repartirlas, pero también a prestar servicios personales como criadas de los pobres: lavar ropas, hacer camas, limpiar habitaciones, asear a los enfermos.. Y otras hermanas comenzarán un ministerio absolutamente meritorio: alfabetizar y educar a las niñas más pobres. De todas partes comienzan a llamar a Sor Ángela y a sus hermanas. Los pobres ven en ella a una madre a quien recurrir y espontáneamente la llaman simplemente Madre. Bastaba esta palabra para saber que se trataba de Sor Ángela. La comunidad había empezado desde el principio a crecer, llegan nuevas vocaciones y a todas ellas por muchos años la Madre les infundirá su mismo espíritu, el que animó la fundación y que no se ha venido abajo jamás. La comunidad fundada por Sor Ángela iría recibiendo las aprobaciones necesarias por parte de la autoridad de la Iglesia, a la que las Hermanas de la Cruz mostraron siempre la mayor comunión. El 3 abril 1876 el instituto era aprobado por el Cardenal Lastra; el 8 de mayo de 1879 el Cardenal Lluch 3 aprueba las primeras constituciones; el 10 de noviembre de 1898 el papa León XIII da el Decreto de alabanza; el 25 de junio 1904 el papa San Pío X le da al instituto la aprobación pontificia; el 14 julio 1908 la Santa Sede aprueba las constituciones. Sor Ángela esperó cada paso con ilusión pero sin impaciencia, entregada por completo al Señor y fiándose del todo de la Iglesia. Sor Ángela, que había hecho su profesión perpetua el 8 diciembre 1878, era la Madre y fue durante muchos años la superiora general del Instituto, pero durante un largo periodo la Compañía de la Cruz contó con un sacerdote director que, en sintonía con la Madre, orientó la marcha de la comunidad hacia la meta de la perfección cristiana por el camino elegido. Los sacerdotes directores fueron tres sucesivamente: el P. Torres Padilla, fallecido el 23 abril 1878; el P. José María Álvarez Delgado, fallecido el 12 de mayo de 1882, y el P. José Rodríguez Soto, fallecido el 7 de marzo de 1907 y que por disposición de la Santa Sede ya no tuvo sucesor, debiendo la Madre por sí sola regir el instituto con sus consejeras. En 1887 la casa madre se trasladó a la calle Alcázares, donde permanece, aunque desde el día de la muerte de la Madre el Ayuntamiento la denominó Sor Ángela de la Cruz. En 1877 se funda la primera casa filial, la de Utrera, y de ahí se iría pasando hasta veinticinco en vida de la Madre. Ésta fue reelegida superiora general en el cuarto capítulo general del 28 agosto 1928 pero al ser postulada a Roma, contestó la Santa Sede que su continuidad en este cargo quedaba a discreción del Cardenal Arzobispo de Sevilla, y éste, monseñor Ilundain, entendió que era mejor que una hermana distinta presidiera la congregación. Madre quedó con el título y privilegios de fundadora. Entregada ejemplarmente a Dios y a los hermanos más pobres, dirigió de forma admirable su congregación, la consolidó en el espíritu del evangelio e hizo un amplísimo apostolado de ejemplo y palabra así como dio un testimonio sublime de pobreza evangélica y de todas las virtudes. El 26 de mayo de 1931 escribió su última carta circular y a poco caía enferma, quedando paralítica y sin uso de la palabra desde el 29 de julio de aquel año hasta el 2 de marzo de 1932 en que, amada de todos y especialmente de los pobres, pasó de este mundo al Padre. Abierta su causa de beatificación, ésta tuvo lugar en medio de la máxima solemnidad en la propia Sevilla, a donde acudió Su Santidad el papa Juan Pablo II para exaltar a los altares a esta humilde y amadísima sevillana. Ahora ha quedado fijada su canonización para el 4 de mayo de 2003 en Madrid con motivo de un nuevo viaje del Santo Padre a España. El cuerpo incorrupto de la Madre se conserva en la iglesia de la casa madre, visitado y venerado por miles de fieles cada año.1 II.- SUS OPCIONES DE VIDA La vida de Sor Ángela de la Cruz se presta a muchas y fructíferas consideraciones. No podemos en una sencilla carta pastoral pretender abarcar lo mucho que de ella se puede decir. Pero entiendo que hay algunos aspectos fundamentales de su vida que tienen que ser aunque sea brevemente resaltados para que comprendamos mejor la hondura de su personalidad religiosa. Propongo meditar y apreciar tres grandes y fundamentales opciones de vida que configuraron la existencia y el alma de Sor Ángela: su opción básica y radical por Dios, su opción plena por la vida religiosa o perfección evangélica y su opción neta y clara por los pobres y humildes. 1 La persona de Sor Ángela así como su vida y su obra tienen afortunadamente bibliografía suficiente para poder ser estudiada por quienes venimos detrás. Me voy a referir a tres libros: la obra de Sor María del Salvador de la Cruz, titulada La Sierva de Dios Sor Ángela de la Cruz, fundadora y primera Superiora General de la Compañía de las Hermanas de la Cruz (Sevilla 1933), obra que recoge el testimonio de las hermanas que vivieron con la Santa; la obra de José María Javierre titulada Madre de los Pobres (Sevilla 1969), y la obra del mismo autor, publicada en la BAC y titulada Sor Ángela de la Cruz. Escritos Íntimos. Primeros escritos. Papeles de conciencia. Cartas al Padre Torre. Apuntes de Ejercicios y retiros. Cartas al Padre Álvarez. Diario del viaje a Roma. Último examen. Javierre puso la selección de escritos, la edición crítica, las selecciones y las notas aparte una sustanciosa reseña biográfica introductoria. Esta obra es la referencia básica de esta carta pastoral. Por lo demás, en las pgnas. 138 y ss. de esta obra hay una completa nota bibliográfica acerca de las fuentes documentales e impresas sobre Sor Ángela de la Cruz. 4 a. Su opción por Dios. En sus primeros escritos puede verse cómo hay un deseo subyacente que condiciona todas sus aspiraciones y demás deseos, y es el de hacer la voluntad de Dios en todo y agradarle en todo, haciéndolo todo por Dios y padeciendo por Dios. Ella exclama: “Dios de mi corazón y de mi alma…”.2 Ella se ofrece a Dios como víctima, y se ratifica en los ejercicios de julio de 1875, previos a la fundación de la Compañía, en lo mismo. Fijado su corazón en Dios de forma plena, sólo la atemoriza el miedo a cometer alguna falta que desagrade a Dios: “Yo deseo mil muertes antes que ofender a mi Señor, mi Dueño, a mi todo” (12 octubre 1874)3. Y promete a su director que le hablará despacio “sobre los deseos tan grandes que tengo de amar a Dios…” (13 octubre 1874)4. Su voluntad estaba enteramente conformada con la voluntad divina, y por ello reconoce que está “sufriendo por Dios todo lo que me cuesta trabajo, perfectamente resignada con lo que Dios dispone, sea lo que sea…” (19 octubre 1874)5. Por ello formula el propósito de vivir sin deseos para no tener otro que el cumplimiento de la voluntad de Dios. Este deseo continuo de hacer la voluntad de Dios en todo lo veremos en todos sus escritos y será la base de toda su actuación. Diríamos que su obediencia rendida al director tenía como secreto el estar segura de que obedeciéndolo obedecía a Dios y que en esta obediencia tenía seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Buscó la voluntad de Dios siempre y en todo, se conformó en todo a esta divina voluntad y la buscó en cada actuación de su vida. Su gran pena era pensar que alguna vez no cumplía esta voluntad de Dios, y cuando creía haber faltado se lamentaba sobre todo de haber disgustado a Dios: “Dios mío, Dios mío! ¿por qué siempre os estoy disgustando? ¿por qué no acabáis con una vida que no se emplea como debe en serviros?" (2 noviembre 1874)6. Si no era para servir a Dios no le encontraba sentido a su vida. Si se examinan los hechos de su vida y se releen sus escritos íntimos se podrá ver que no hay algo que más le preocupe que amoldarse en todo a la voluntad de Dios, de tal manera que también a ella en su tanto se le podían aplicar las palabras de Jesús en el episodio de la samaritana: “ Mi comida es hacer la voluntad de Aquél que me envió” (Jn 4, 34). Podríamos recordar estas frases de sus escritos, en los ejercicios del año 1884: “Dios nos ha creado para que le sirvamos y nuestro último fin debe ser santificarnos al gusto de Dios y no al nuestro, aunque esto último nos parezca lo más fácil…”7. Y poco más adelante añade: “Como la obediencia es una virtud tan consoladora, he hecho el propósito de obedecer, no por estar tranquila ni por la seguridad que en ella se encuentra sino sólo por ser la voluntad de Dios”.8 No lo dudemos: la voluntad de Dios es el centro de la vida de Sor Ángela, su dinámica profunda, aquello que la mueve desde lo más íntimo de su ser, aquello que la estimula a todo cuanto hace porque lo hace en la convicción de que es lo que Dios le pide. No le importan sacrificios ni esfuerzos con tal de estar abrazada a la voluntad de Dios. Esta dimensión teológica y teocéntrica de la vida de Sor Ángela nos la explica. Ella no es que sintiera gusto especial en su vida de religiosa ni en su austeridad y ascetismo ni en su trato con las muchas personas a quienes mostró tanto amor evangélico y tanta servicialidad. No se movía por el gusto, sino por la íntima persuasión de que Dios le pedía aquel género de vida y aquellas obras de misericordia. Dios es la explicación última de Sor Ángela, y por ello ella 2 Javierre, Sor Ángela de la Cruz, Escritos Íntimos. BAC 1974, pgna. 180 3 O.c. pgna. 189 4 O.c. pgna. 190 5 O.c. pgna. 193 6 O.c. pgna. 199 7 O.c. pgna. 462 8 O.c. pgna. 463 5 fue un insigne y válido testigo. Su vida no tendría sentido si Dios no existiera. b. Opción por la vida religiosa. En su búsqueda de la voluntad de Dios, Ángela descubrió que Dios quería que se le consagrara totalmente, de forma absoluta, y enseguida encontró que la vida religiosa era el camino más experimentado y acreditado para esta entrega plena a Dios. Por eso la vocación a la vida religiosa maduró en ella espontáneamente. Creyó primero que Dios la llamaba al claustro, y a ello se sentía llamada por lo que de ocultamiento, recogimiento, interioridad y humildad significa, pero, sintiéndose al mismo tiempo llamada a servir a los demás, entendió que como hermana lega cumplía ambas misiones: ser religiosa contemplativa y vivir en humildad y servicio, haciendo humildes tareas en provecho de la comunidad. Hubo de comprobar que no la llamaba Dios por ahí. Luego pasó a las Hermanas de la Caridad en las que la dedicación a obras de misericordia respondía muy bien a su íntima inclinación de servir a los enfermos y los pobres, pero comprobó que una enfermedad de estómago – que se le quitó en cuanto salió de la congregación – era un aviso de Dios de que tampoco ahí la quería. ¿Qué quería de ella el Señor? De todos modos estuvo segura de una cosa: Dios aceptaba su ofrecimiento a vivir el evangelio con perfección, a la sustancia de la vida religiosa tenga la forma concreta que tenga, y por ello en el primer documento autógrafo que se conserva de ella, ella declara su radical opción de perfección evangélica: “Hoy, 1 de noviembre de 1871, hago propósito, yo, María de los Ángeles Guerrero, a los pies de Jesucristo crucificado, de vivir conforme a los consejos evangélicos. Y en particular, en el silencio, la mortificación interior, en desechar todo deseo que no sea puramente Dios. En fin, imitar la vida oculta de Jesús en lo exterior, y en lo interior vivir crucificada con Jesús. Además, trabajar sin cesar en la perfección de mi estado hasta conseguirlo. Y así lo espero con la ayuda de Dios y de la Reina de los Santos y la intercesión de los mismos Santos. Amén.”9 El Señor la había madurado, con sus dos “fracasos” anteriores, para que no sólo fuera religiosa sino que fuera madre y fundadora de religiosas y enriqueciera el jardín de la Iglesia con un nuevo plantel de almas santas, testigos del evangelio en estos tiempos de materialismo y hedonismo. A los pies del Crucificado entendió perfectamente Sor Ángela cuál es la esencia y la sustancia de la vida religiosa. Entendió muy bien qué era pobreza, qué era castidad, qué era obediencia y cuáles son los medios adecuados para que estos consejos evangélicos, convertidos en votos, se vayan apoderando del corazón de la religiosa. Supo organizar un sistema de vida enderezado todo él a llevar a las religiosas que lo profesan a la vida interior más honda, a la práctica más fiel de las grandes virtudes evangélicas, a la renuncia completa de sí misma y a la entrega incondicional al servicio de Dios y de los hermanos. Su sintonía con los grandes ideales del franciscanismo, la llevó a insertarse en la familia franciscana y a tomar inspiración en la figura y el espíritu del Santo de Asís. Pero lo hizo con originalidad y prudencia, siendo un carisma peculiar en la estela de San Francisco. Las Hermanas de la Cruz, profundamente franciscanas, son dentro del franciscanismo profundamente originales.10 9 O.c. pgna. 175 10 Sobre la figura y el mensaje de San Francisco de Asís y su espiritualidad hay numerosas y magníficas obras. Remito a lo más primitivo y original, recogido en un volumen de la Bac por los pp. Legísima y Gómez Canedo y titulado: San Francisco de Asís. Sus escritos. Las Florecillas. Biograías del Santo por Celano. San Buenaventura y los tres compañeros. Espejo de Perfección. (Madrid 1975, 6ª edición). 6 c. Opción por los pobres. Sor Ángela podía decir como Job: “Desde mi infancia, la misericordia creció conmigo” (Job 31, 18). Dios no la hizo nacer en una familia rica, de cuyos fondos ella hubiera podido dar abundantemente a los pobres. Nació en una modesta familia de cuyos sentimientos cristianos aprendió a compartir con los aún más pobres lo poco que tenía. Fue la suya desde pequeña una caridad abnegada, sacrificada, practicada en la renuncia y la servicialidad. Desde esos sentimientos cristianos se le hizo a ella natural la apreciación de la dignidad de los pobres, a los que amó entrañablemente desde pequeña y para cuyo servicio siempre estuvo dispuesta. Vio claro muy pronto que Dios no quiere ser amado en solitario sino que quiere ser amado en el prójimo y que para un cristiano nadie es tan prójimo, es decir tan cercano e importante, como el pobre. La radicalidad con la que amaba a Dios la llevó a la radicalidad con que amó a los pobres, porque este amor a los pobres no era sino una dimensión intrínseca de su enorme amor a Dios. La vida religiosa a la que ella aspiraba no podía reducirse a la contemplación, porque entendía que Dios la llamaba a las obras de misericordia: “Una religiosa retirada del mundo llena la primera parte de mis deseos; pero ¿y mis hermanos que tanto amo? Yo no los puedo abandonar. Mi Dios hecho hombre por ellos y derramando hasta la última gota de su sangre, y yo a imitación suya, aunque nada les pueda dar, tendré el consuelo de llorar con ellos y sentir sus penas. ¡Ah, Dios mío! Ni cuando partiste a tu gloria nos quisiste dejar solos y te quedaste con nosotros en el Santísimo Sacramento para siempre; y yo, que en todo te quiero imitar, me quedo con ellos hasta la muerte” (Papeles de conciencia)11. Su opción es neta y es clara: con ellos hasta la muerte. Así lo hizo. Pobres, enfermos, marginados, desasistidos de todo humano auxilio, los más abandonados… verán ¡+entrar a Sor Ángela y sus hermanas por las puertas a sonreírles y hablarles palabras de consuelo y caridad fraterna y a prestarles los servicios que a ellas en su pobreza les sea posible prestar. Pasará por las casas humildes derramando misericordia, testigo fiel de la misericordia del corazón de Cristo hasta la muerte. Los pobres además lo captaron. La supieron suya. Lo tuvieron claro. Estaba su cadáver a punto de ser enterrado. Llegó un obrero portando un ramos de flores. Había gastado en él su jornal. Y se colocó aquel ramo sobre su féretro. Los pobres sabían su opción radical por ellos. Y es que ella supo estar con los pobres desde dentro. Se encarnó en el mundo de la pobreza, viviendo en austeridad y pobreza increíbles, negándose toda comodidad, diciendo no incluso a comodidades elementales como dormir en un colchón que ella misma les procuraba a los pobres. Los pobres dormirán en colchones; Sor Ángela y sus hijas se los buscarán, pero ellas no; ellas dormirán en una tabla. No se concederá Sor Ángela ningún gusto, ningún capricho, porque muchísimos pobres nunca pueden permitírselos y ella se hará como los más pobres, y sus hijas la seguirán a ella. Ni comerán ni beberán cuando quieren sino cuando corresponde y lo que corresponde y estarán desprendidas de todo, como desprendidos están, por fuerza, los más pobres de todo; ellas lo estarán voluntariamente, al haber optado por los pobres desde dentro, encarnándose en su vida desasida. Estas tres opciones configuraron la vida de Sor Ángela. Desde ellas esa vida, tan llena de santas obras, cobra sentido y se la entiende. Tomó las tres opciones con plena conciencia, con plena libertad, con plena dedicación, sabiendo que se jugaba la vida en ellas y dándose enteramente a lo que cada una de esas opciones significaba. Estaban además las tres opciones perfectamente engarzadas y encadenadas entre sí, de tal manera que la primera llevó a la segunda y la segunda a la tercera, pero en el fondo dándose las tres al mismo tiempo porque antes que ser opciones de vida tomadas por ella fueron invitaciones o llamamientos de Dios que es siempre quien tiene la iniciativa y quien elige. El hombre responde. Y eso hizo esta mujer santa: responder con toda su alma a la llamada que le hacía Dios. 11 Javierre. Sor Ángela de la Cruz. Escritos Íntimos. O.c. pgnas 43-44. 7 Alabémosla porque fue fiel a la llamada divina todo el tiempo, dando cada día una respuesta positiva a Dios. III.- SU ESPIRITUALIDAD La espiritualidad de Sor Ángela de la Cruz es riquísima y se presta a que puedan hacerse de ella profundos estudios por parte de quienes tratan la ascética y la mística. El Espíritu de Dios trabajó primorosamente su alma y, así trabajada, la hizo iniciadora de un movimiento espiritual en forma de congregación que, sin embargo, atrae también a numerosos fieles seglares, los cuales, participando del espíritu de la Madre, quieren también participar y participan de sus obras. Ya hemos dicho que es una senda original en la estela de San Francisco, y quisiera subrayar ahora algunas de las connotaciones que tiene su espiritualidad y que tan provechosas de saborear pueden ser para todos nosotros. a. La instalación en la Cruz. “Con Cristo estoy clavado en la cruz. Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19). Sor Ángela no se llamó de la Cruz en vano. Le fue dada la gracia de la inteligencia y la vivencia del misterio de la Cruz. Y este misterio iluminó su vida y le sirvió de marco, porque toda su vida está vinculada a este misterio como fondo espiritual. Nada pensó sino en referencia a la cruz. Nada sintió sino en referencia a la cruz. Nada amó y nada hizo sino en referencia a la cruz. La cruz de Cristo inundó su espíritu y lo coloreó. Todo en ella se vertebró desde la espiritualidad de la cruz. Era verdaderamente “de” la Cruz, porque pertenecía enteramente a ella. Le dio el Señor a conocer de muchos modos, pero singularmente en una comunicación que ella dejó por escrito, que la cruz es la cima de la más elevada perfección, el término de la santidad- así lo escribe – y aunque los santos han ido por diversos caminos pero todos han llevado a la cruz. La cruz se le presentó, pues, como inevitable si quería la santidad, la unión con Dios. Y por esto mismo la cruz le apareció como sumamente deseable, sintiendo de ella deseos vivos y vehementes. No es posible dejar de copiar aquí algunos párrafos de aquella experiencia espiritual tan significativa: “El Monte Calvario. Nuestro Señor enclavado en la cruz y la cruz levantada de la tierra. Otra cruz a la misma altura, pero no a la mano derecha o a la izquierda, sino enfrente y muy cerca. Pues conocía yo que el que quiere llegar a la santidad debe imitar a Nuestro Señor en todo. Y bien ¿qué han hecho los santos todos sino seguir los pasos de su divino Salvador, imitándole primero en su vida oculta, cuando, viviendo con su familia sin que apareciese en ellos ninguna cosa extraordinaria, ellos se preparaban para el Calvario por la práctica de las virtudes con que han asombrado al mundo, que no comprende ese misterio ni puede darse la explicación del cómo se realiza? Y no lo comprenden porque no conocen a Dios. Pero yo, que al ver a mi Señor crucificado, deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en aquella cruz que estaba enfrente a la de mi Señor debía crucificarme con toda la igualdad que es posible a una criatura; y en lo íntimo de mi alma sentía un llamamiento tan fuerte para hacerlo así, con unos deseos tan vivos y ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda de que era Dios quien me convidaba a subir a la cruz. Era tan fuerte este llamamiento, que yo no podía resistir, y parece que me ofrecía toda a mi Dios, deseando el momento de verme crucificada frente a mi Señor; pero estaba mi voluntad tan unida a la de Dios y tan sujeta a la obediencia, que, aunque deseaba mucho, esperaba la voz de mi Padre Torres 8 para conocer la voluntad de Dios y seguirla” (Contemplación del Monte Calvario)12. Obtenida, qué duda cabe, la licencia del P. Torres, Ángela se apresuró a subir a esa cruz, enfrente y muy cerca, que le ha proporcionado el Señor y que para ella sería alegría y gozo espiritual. Porque, clavada en esa cruz que, como veremos, ella entendió como kenosis y humillación, ella saboreó las alegrías de la cruz. Y esa cruz le resultó a ella lecho de rosas, como había dicho san Juan de Ávila de los trabajos de la cruz. Ángela, que hubo de pasar también por la noche oscura que no se le ahorra a ningún alma que quiere servir al Señor (Sab 2, 1) y que en la escuela de la cruz llegó a aprender a sufrir, no dejará sin embargo de hallar dulces, como su contemporánea Teresita de Lisieux, los sufrimientos por Cristo y vivirá con profundidad las alegrías de la cruz. Leámosla a ella: “ En lo que tiene que sufrir la niña cuando entra al servicio de sus señores está representado el primer periodo de la vida espiritual. Cuando el alma siente un llamamiento al cual no puede resistir, lo deja todo por servir a Dios; y aunque lo hace con voluntad, alguna cosa trabajosita se le presenta primero que se acostumbra al retiro y las demás prácticas de piedad; pero a pesar de esto la tranquilidad de su conciencia y algunos afectos que siente, bien en la comunión bien en la oración, la hacen experimentar una felicidad desconocida.” (Tratado de la humildad. Agosto 1875)13. Ángela vivió en esa felicidad desconocida, sufriendo todos sus trabajos y privaciones como participación en la cruz de Cristo, espiritual y místicamente crucificada, ahondando cada día más en la sintonía perfecta con Cristo crucificado y haciendo suyo el ideal de que ya no viviera ella sino que fuera Cristo quien en ella viviera, al modo de san Pablo. Ella dice cuál es el fruto de estar crucificada frente a la cruz de Cristo y muy cerca: “¿Por qué están tan cerca que casi se tocan? Porque la sangre que brota de las llagas del Salvador llega hasta el alma como bálsamo que conforta y como perfume suave que recrea, haciéndola perseverar hasta el fin, inundándola de gozo y arrebatándola en amor; amor que la hace salir fuera de sí misma hasta unirse con su Dios, que la abrasa en el fuego de su amor” (Contemplación del Monte Calvario)14. Ángela se instaló en la cruz como en su propia patria, como en su propia casa, y así se lo dijo a sus hijas, en carta escrita a la comunidad de Carmona: “Hijas mías, nuestro país es la cruz, que en la cruz nos hemos establecido y fuera de la cruz somos forasteras” (19 febrero 1885)15. b. La kenosis o humillación. Cristo “se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, apareciendo como un hombre corriente, se abatió a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8). El misterio redentor que empieza en la encarnación y culmina en la cruz es un misterio de “kenosis” –como dice la carta a los Filipenses-, es decir, de anonadamiento y de humillación. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, no consideró imprescindible lucir su categoría divina; la ocultó, y llevó este ocultamiento hasta la humillación de la cruz. Siendo Hijo, adoptó la condición de siervo y tomó la actitud propia del siervo: obedecer, proceder como quien no tiene voluntad y dejar que esa obediencia le llevara a la cruz. Esta misma actitud, tomándola de Cristo, adoptó Ángela para su vida, y su valor y necesidad le fueron comunicadas en aquella misma experiencia de la contemplación del Monte 12 O.c. pgna. 176 13 O.c. pgna. 386 14 O.c. pgna. 178 15 O.c. pgnas. 85-86 9 Calvario. Pues a renglón seguido de comprender que la cruz es el término de la santidad, le fue comunicado que el camino de cruz era camino de humillación. Hay que leerla a ella misma: “La segunda, que a imitación de mi Padre San Francisco, las virtudes que deben brillar en mí son: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad (…) Quiere Dios que yo baje tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que se siga hasta después de mi muerte. (…) Pero al llegar aquí me parecía ver la cruz con más claridad y que yo estaba ya crucificada frente a mi Señor. Que estas humillaciones y estas bajezas y este desprecio del mundo eran las alas, eran los clavos, eran la corona de espinas, era, en fin, la imitación verdadera de aquella muerte ignominiosa sufrida por nuestro amor (…) ¡Oh hermosas deshonras! ¡Oh bellísimas humillaciones! ¡Oh preciosísimos desprecios! ¡Oh tesoros escondidos y desconocidos de tantos! ¡Quién os poseyera!” (Contemplación del Monte Calvario)16. Señalemos que Ángela de la Cruz no fue precisamente humillada por los demás. En contraste con otros santos que hallaron en sus propios directores espirituales o en los miembros de su propia comunidad los principales instrumentos de su humillación permanente – recordemos a Santa Rafaela María del Sagrado Corazón o a la Beata Juana Jugán -, el entorno de Sor Ángela siempre la quiso: sus directores, sus hermanas religiosas, el pueblo en general. No faltaron algunas críticas pero nunca hubo contra ella una opinión adversa. Pero no parece sino que mientras más amada se veía más comprendía ella su pequeñez ante Dios y más deseaba la humillación y la cruz. No amó la cruz por resignación ante una situación que le vino impuesta. La amó por sí misma como medio de configurarse a Cristo. Por ello fue humilde siempre en medio del cariño que le tuvieron, de los elogios que tuvo que oír, del cargo de madre general que ostentó durante tantos años de su vida. Tuvo que luchar, vencer dificultades, afrontar muertes en la comunidad, la salida de algunas hermanas, situaciones de escasez y pobreza y diferentes adversidades, pero nada quebró su espíritu humilde. Recibía con gozo cualquier cosa que la fijara más en la cruz. Siempre se creyó pequeña y pobre ante Dios, siempre amó los desprecios de la cruz, siempre estuvo ansiosa de padecer por el Señor. Siempre miró a los demás como mejores que ella misma. Siempre deseó que no la consideraran y que la tuvieran por la peor y la última. Hizo propósito de llevar examen particular de la humillación, y como ejercicio de la humillación, propuso decirle al padre todos los pensamientos de vanidad que le vinieren y todo lo que tuviere que decirle “se lo diré por donde más me cueste” (Propósitos de ejercicios de 1885)17. En agosto de 1875 escribió unas páginas admirables sobre los grados de humildad, en los que muestra sus sentimientos de amor a esta virtud y sus deseos de humillación y ocultamiento en seguimiento de Jesús18. Vivió, a ejemplo de Jesús, en perfecta kenosis y humildad. c. La santa pobreza. “El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33) Ángela comprendió muy pronto que la humildad y la pobreza iban juntas y que no se podía querer una sin querer la otra. Por eso ella de la contemplación de la cruz sacó enseguida la necesidad de un pleno desprendimiento de todas las cosas terrenas para tener el corazón puesto solamente en Dios. Oigámosla de nuevo a ella misma: “¿Por qué está la cruz levantada de la tierra? Porque el alma que quiere que su cruz esté al nivel de la de su Salvador ha de tener tan grande desprendimiento de lo criado que en su corazón no haya nada 16 O.c. pgna. 177 17 O.c. pgna. 504 18 O.c. pgnas. 368 ss 10 terreno ni que huele a carne ni a sangre; y en las cruces y trabajos ha de tener su voluntad tan sujeta a la de Dios que no ladee para ningún lado. En fin, que se quede sin voluntad propia para todo, que no tenga sino la de Dios” (Contemplación del Monte Calvario)19. Ángela, haciendo salir la virtud de la pobreza del misterio mismo de la cruz, insistía en una pobreza calcada de la pobreza del Crucificado, que muere desnudo y despojado de todo. El Crucificado es la fuente de inspiración para la pobreza radical que quiere para sí misma y que quiere para su Compañía: “Qué ejemplo de pobreza nos da Nuestro Señor en la cruz más que en ninguna otra de las circunstancias de su santísima vida. Y qué imitación tan acabada de esta pobreza encontramos en nuestra regla, en cuanto hay que mirar no la necesidad de un día sino todos los casos que se pueden presentar en la vida” (Ejercicios de 1886)20. E insiste luego en los extremos de pobreza que llevaron a algunos a decir que en esta materia de pobreza y mortificación Sor Ángela se había pasado. Para ella la pobreza es el desprendimiento pleno de todo, el no tener más que a Dios. Las superioras cuidarán de que las hermanas no carezcan de lo necesario pero ellas vivirán despojadas de cualquier inquietud por el qué comerán o vestirán, con un sentido de desprendimiento que es en definitiva fe en la Providencia (Mt 26,28): “Vivo pero no en la tierra sino en el aire, a imitación de mi Señor cuando lo levantaron en la cruz, que eso nos quiso enseñar, el desprendimiento de todo” (Ejercicios 1886)21. Y por ello propone que cuando las hermanas no tuvieran ni siquiera lo necesario den gracias a Dios porque les permite tal gracia: “Cuando las hermanas carezcan hasta de lo preciso, entonces deben dar gracias a Dios, porque son como Dios las quiere verdaderamente” (Abril 1876)22. Y porque ve en los pobres a Cristo, propone el ejemplo de los pobres como propone el del Señor. Su experiencia de tantos pobres resignados y no rebeldes le hace meditar en el mérito de su pobreza y proponérselo a las hermanas: “Y cuánto se deben humillar (las hermanas) al ver esos pobrecitos que practican la pobreza no por voluntad sino a la fuerza; porque deben decir: Yo, que he sido llamada por Dios dándome a conocer que en esta virtud está el principio de todas las riquezas, obro así no sólo por Dios sino también por mi propia conveniencia, y con todo no he llegado a practicarla en sus efectos, y apenas conozco en mí una cosa precisa cubro la necesidad; de modo que yo no tengo más que una sombra de pobreza en comparación de estos pobrecitos, no estando tan obligados como yo a practicarla; y un solo acto de conformidad en la voluntad de Dios de estas pobres criaturas que no han tenido esta luz tan clara es más valor que lo que yo hago” (abril 1876)23. Ángela profundizará a lo largo de la vida en el espíritu de desprendimiento de todo como verdadera manera de estar situada en la santa pobreza. Pero no solamente practicará el despego de los bienes terrenos sino también de los bienes espirituales, no anhelando otra cosa que hacer la voluntad de Dios, y caminando hacia aquella santa indiferencia enseñada por San Ignacio y de la que ella hablará con motivo de los ejercicios espirituales y de otras ocasiones en sus apuntes íntimos. La santa indiferencia está comprendida en la pobreza, en la espiritual concretamente, porque deja al alma desnuda de todo afecto que no sea el amor a Dios y en Dios a todos los hermanos. Ángela lo comprende y lo vive, y sacrifica sus sueños de ser desconocida, ignorada, despreciada, vivir en un rincón, ser tenida como una negrita de otros tiempos o como una inútil y tonta, y todo ello por amor de Dios, para verse, por amor de Dios, al frente de una comunidad que la respeta y la ama y conocida y alabada en toda la sociedad andaluza donde sus hijas van a establecerse al servicio de Dios y de los pobres. Ni ama lo que Dios no 19 O.c. pgna. 178 20 O.c. pgna. 529 21 O.c. pgna. 529 22 O.c. pgna. 412 23 O.c. pgna. 412 11 le manda ni protesta por lo que en cambio le envíe. Indiferente a todo, salvo a la voluntad divina, vive con la sabiduría de un pobre, que nada tiene porque a todo ha renunciado, y con solo Dios se basta y se sobra. Sor Ángela tuvo la inmensa riqueza de la pobreza evangélica, y de qué modo. d. La victimación. “Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,19). La contemplación y vivencia del misterio de la cruz llevó a Ángela a consagrarse como víctima al Señor con Cristo y por Cristo, a favor de la salvación de los hombres, y a pedir a sus hermanas que vivieran como víctimas, consagradas por completo al Señor. En sus apuntes espirituales de mayo de 1875, luego de haber abundado en el concepto de humildad y haber ponderado que nada le daba tanta pena como comprobar el peligro de condenación en que están los pecadores, dice que “sentía un gran deseo de padecer cuantos trabajos pueden padecerse en este mundo y ofrecérselos a mi Dios para alcanzar la conversión de mis hermanos”24. Le parece que Dios no le concede ser una víctima a punto del sacrificio, es decir, a punto de morir, porque era voluntad de Dios que siguiera viviendo, pero añade: “Aunque tanto deseo morir, no le pedía a Dios morir porque temía no me lo concediera, pero sí vivir en un continuo penar”25. Víctima de amor en el dolor. Así se sitúa espiritualmente. Inmediatamente cae en la cuenta que toda victimación no puede ser sino en unión e imitación de la victimación de Cristo, al que llama víctima ya antes de su encarnación, pues estaba en la mente de Dios destinado a serlo, y añade además que es víctima siempre, es decir ahora en el cielo continúa en estado de víctima ofrecida. Su condición de víctima tenía, pues, que serlo en unión con la Víctima divina. De ahí sacaba un gran deseo de padecer por los hermanos y un gran amor a Dios, confiando grandemente en que aceptaría su ofrecimiento y éste sería eficaz para la conversión de los pecadores, y añade: “ Me consideraba tan dichosa sin vivir en este mundo, a imitación de mi divino Maestro, más que la vida de sacrificio, que ya me parecía imitarle en lo que es posible a una criatura, y decía: Ya no pertenezco a este mundo más que para ser víctima; si como, si trabajo, si descanso, si padezco, todo para este fin; y más y más lo deseaba”26. Ahondando en este deseo, ella quiere escoger el camino “ de aquella tristísima agonía y mortales angustias que sufría Nuestro Señor poco antes de morir”27. Lo llama el más sublime de los grados de amor, el más desinteresado y el más perfecto. Se fija en los padecimientos del cuerpo santísimo de Cristo para pasar luego a los del alma, y comprobar que no pronunció el Señor una sola queja en su pasión sino igualdad en todo y dulzura en su semblante. “Pero cuando apura la última gota del cáliz se ve cubrirse de congojas mortales y…¿qué sufriría nuestro amado Señor cuando exclama: Dios mio, Dios mio ¿por qué me has desamparado?”28. Y es de esa angustia mortal de la que entiende Ángela que deben querer participar las almas víctimas, y es a lo que ella aspira: “ Pero…!Dios mío! Y el alma que sea elevada a ese grado de padecimiento, que exclame contigo las mismas palabras, ah Dios mío, y qué dichosa puede llamarse. Y si después le concede la gracia de que en este penar fije su morada y muera con tu agonía, es más, más dichosa todavía. Padre, yo sentía en mi alma una seguridad de que Dios iba a concederme este gran beneficio”29. Examina a continuación cuáles son las condiciones para que un alma pueda alcanzar la condición de víctima, pueda hacerse capaz de esta gracia, y señala cuatro: Obedecer, callar, padecer y morir30. Entendía por obedecer ser fiel a Dios, a su 24 O.c. pgna. 302 25 O.c. pgna. 302 26 O.c. pgna. 303 27 O.c. pgna. 304 28 O.c. pgna. 305 29 O.c. pgna. 305 30 O.c. pgna. 307 12 padre espiritual y su propia conciencia. Por callar entiende jamás justificarse ni siquiera ante calumnias. Por padecer sufrirlo todo, hasta las enfermedades peores y lo que más le repugne. Por morir entiende que “aunque en su interior sufra un purgatorio, nada debe conocerse en su exterior, de modo que todos crean que más bien goza que sufre, porque ella no tomará parte en las cosas de este mundo más que en lo que corresponde a una víctima; pero nadie notará su ausencia, porque saben que ha muerto a los placeres de este mundo, renunciándolos a la vista de todos”31. Obtenida la licencia de su director para ofrecerse como víctima, toda su vida la vivirá como una ofrenda al Señor, unida a la cruz de Cristo y esperando de Dios la gracia de participar de esta forma tan íntima y perfecta en el sacrificio de Cristo, sobre cuya hondura y valor le dio el Señor un conocimiento singular y admirable como sus apuntes espirituales demuestran32. Pero ella quería además que todas las hermanas de la Cruz siguieran esta estrecha senda de la victimación por considerarla camino recto y seguro para la perfección cristiana. Y por ello en un escrito de marzo de 1876 y que se titula “A Imitación del Calvario”, propone que las hermanas sigan este modelo y que no se detengan pensando quizás que es muy estrecho y difícil, pero entiende que es sumamente provechoso y no sólo para las almas que lo sigan sino para toda la humanidad, ya que si se multiplica el número de almas víctimas, Dios echará hacia nosotros una mirada de misericordia. Su propuesta es firme y convencida cuando habla de quienes ingresen en la Compañía de la Cruz: “ Y también deben estar en continua inmolación, unidas al Señor en su padecer para alcanzar perdón de tantos pecados; y mientras no se ofrezca a Dios satisfacción de tantas ofensas recibidas, no se aplacará su enojo contra nosotros. Es preciso hacer verdadera penitencia, porque son muy espantosos nuestros crímenes: sólo por la gran misericordia de nuestro Dios no estamos confundidos como merecemos”33. Y no deja de lamentar que algunos directores espirituales – esta palabra no la usa ella pero obviamente a ellos se refiere – los cuales “conociendo en algunas las señales de víctimas y que son llamadas a esta perfección, porque ellos no se encuentren con el mismo espíritu, detienen el paso de estas almas y hacen que o se retarde el sacrificio de estas almas o bien que no se efectúe”34. Es claro que almas como la de Ángela y sus seguidoras necesitan experimentados maestros del espíritu que den alas a sus vuelos hacia la perfección de la cruz y no las detengan en su inmolación espiritual como víctimas unidas a la Víctima del Calvario. La riqueza espiritual de su vida interior se puede entrever a través de sus escritos, pero queda también manifiesta en su obra y en concreto en su Congregación. Esas hermanas de la Cruz que atraviesan nuestras calles en busca del enfermo o del pobre, no importándoles el frío o el calor, la distancia o la dificultad, no son solamente personas compasivas que por ello se vuelcan sobre los necesitados. Son víctimas ofrecidas al Señor para vivir en ese estado de inmolación, muertas al mundo, vivas para Dios, en permanente imitación y sintonía espiritual con Jesucristo, la Víctima que se inmoló de una vez para siempre (Hbr 9, 28; 10, 12-13) y que en el propio cielo está de pie como cordero degollado (Ap 5,6), es decir como Víctima que ha consumado su sacrificio y como tal víctima gloriosa ahora persevera, siendo nuestro Pontífice y Mediador. Por medio de esta victimación Sor Ángela y sus hijas se configuran con Cristo víctima y atraen sobre el mundo pecador los tesoros de la misericordia divina. No comprendería a Sor Ángela y su obra quien prescindiera de esta cualidad de víctimas que es su verdadero secreto. e. La diaconía o el servicio a los hermanos. 31 O.c. pgna. 308 32 O.c. pgna. 181 33 O.c. pgna. 410 34 O.c. pgna. 411 13 “Si yo os he lavado los pies siendo vuestro Señor y Maestro, también vosotros habéis de lavaros los pies los unos a los otros. Ejemplo os he dado, para que hagáis como yo he hecho” (Jn 13, 14-15). La kenosis o humillación lleva de forma espontánea a la diaconía o servicio a los hermanos. Si esa kenosis toma además la forma extrema de victimación, con doble motivo, porque la Víctima de la cruz no murió para sí sino por nosotros, y era el amor lo que le llevó a victimarse. Su muerte fue un servicio, y quienes mueren con Él han de estar de servicio. Lo entendió Sor Ángela con rara perfección. Ya hemos examinado su opción por los pobres como consecuencia de su caridad hacia Dios, porque el amor de Dios la llevaba a ocuparse de los hermanos. Pero ahora insistamos en que ese amor tomó concretamente la forma de servicio. La llamada “forma de siervo” adoptada por Jesús no se refería solamente a su actitud de servicio al Padre sino también de actitud de servicio a los hermanos: “Yo estoy en medio de vosotros como un criado” (Lc 22,27). Excluye expresamente que le sirvan a Él y afirma que Él ha venido a servir: “ El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por la multitud” (Mt 20,28). En este texto el Señor mismo une el espíritu de servicio a su propia inmolación. Dios le dio a Sor Ángela una inteligencia preclara de este servicio o diaconía cumplido por Cristo y dejado como norma a quienes quieran seguirle, y por eso ella lo perfila con claras palabras cuando describe en junio de 1875 lo que se llama Misión de la Compañía: “El objeto principal de la Compañía es unir la vida retirada y penitente con el servicio a los prójimos; es unir la vida activa con la pasiva; es imitar en todo a Nuestro Señor, primero en su vida oculta y penitente, en su pobreza y desnudez de todo lo terreno; y segundo en su vida pública haciendo bien a todos y en particular a los enfermos.”35 Quiero subrayar la palabra: servicio a los prójimos, es decir diaconía, la actitud de Jesús el Señor, derivada de su actitud de sumisión plena al Padre. Este servicio la propia Sor Ángela acaba de explicarlo diciendo que consiste en “hacer bien a todos”, lo que nos recuerda aquel resumen de la vida de Jesús, que el libro de los Hechos pone en boca de Pedro cuando dice de Cristo que ”pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Y ya desde el principio en este hacer bien a todos señala una zona concreta de población a la que desea atender y favorecer, los enfermos. No haya dudas de que ocupan un puesto privilegiado en el corazón de Sor Ángela. Ella señala en junio de 187536, en vísperas de constituirse la Compañía de la Cruz, en qué ministerios concretos quiere que las hermanas se ocupen, y dice estos: primero, asistir a los enfermos en sus casas, porque si se los llevan al hospital – dice- se mueren más pronto con una grande amargura, pero si se les socorre y consuela sin apartarlos de sus hijos la amargura se convierte en una dulce tranquilidad y mueren dando a Dios pruebas de agradecimiento; segundo, colocar huerfanitos bien el Hospicio bien en otra parte donde podrán librarse de la corrupción y aprender religión; tercero, preparar moribundos, especialmente si saben que no desean los auxilios religiosos; cuarto preservar jóvenes que corran peligros de perderse, haciendo por ellas cuanto pudieren. Y todo ello – añade- sin otro medio que la limosna, que es el medio que tuvo San Francisco para hacerlo todo. De ella vivirán las hermanas y de ella socorrerán a los pobres, no consumiendo nunca las hermanas lo que dan para los pobres, pero sí dando a los pobres lo recogido para las hermanas si para los pobres no hubiere. A estas obras que ella pensó inicialmente se unieron luego otras muchas obras de misericordia, como enseñar a las niñas, amortajar difuntos, tener casas de acogida para ancianas, y la obra de la que habla pero no enumera en esas cuatro y que consiste en dar comida, ropa y otros muchos auxilios a cuantos acudan a ellas en demanda de alivio para su pobreza. Diríamos en suma que las catorce clásicas obras de misericordia han sido la ocupación de Sor Ángela y de sus hijas a lo largo de los muchos años que hace ya desde que la comunidad comenzó a existir el 2 de agosto de 1875 en Sevilla. Sor Ángela en realidad deseaba 35 O.c. pgna. 329 36 O.c. pgnas. 330-331 14 la transformación de la sociedad pero, dejando a otros otras labores, ella entiende que su comunidad a esa tarea colabora dando ejemplo de pobreza, desprendimiento y entrega al Señor, y que ese ejemplo puede arrastrar a muchos a mejorar. Pensemos todos en cuál sería la sociología resultante de tomarse en serio la caridad cristiana. No habría en nuestro mundo las violencias, injusticias, desigualdades etc que son vergüenza de nuestra sociedad. CONCLUSIÓN Queridos diocesanos: He querido ofreceros estos pensamientos al filo de las enseñanzas que la vida y la obra de Sor Ángela de la Cruz nos sugieren a todos, y que se vuelven de actualidad a causa de la canonización. Figura sobresaliente en la historia de nuestra Iglesia andaluza, Sor Ángela nos invita a tomarnos en serio el evangelio y a mirar hacia la Cruz como el secreto de la verdadera sabiduría. El mensaje de Sor Ángela es provechoso para todos. No pensemos que sus exigencias concretas a las religiosas de su Compañía no tienen nada que decirle al común de los fieles. Este nuestro mundo materialista, olvidado de Dios, egoísta y encerrado en sus propios intereses materiales, nos rodea a punto de asfixiar en nosotros la fe y la caridad. Una llamada solidaridad ajena a la fe quiere abrirse paso y sustituir a las obras de caridad, sobre las que además se quiere hacer caer un velo de desprestigio. Pero bien sabemos –como ha dicho un misionero– que cuando falta la fe, la llamada caridad se convierte en un humanismo a menudo vacío. La referencia a Cristo y su cruz le da a la solidaridad su verdadera profundidad e intensidad. Si queremos caminar por la senda del amor, miremos con Sor Ángela al Crucificado, y de ahí, de su sacrificio amoroso, deduzcamos el ímpetu para entregarnos a hacer entre todos un mundo mejor, un mundo más acorde con el corazón de Dios. Agradezcamos a Dios que nos dio la gracia que es Sor Ángela y agradezcamos también que haya querido llevarla a la gloria de la canonización para que, exaltada, como lo son humildes (Mt 23, 12), en el seno de la comunidad eclesial, aprendamos de ella a amar a Dios por encima de todo y al prójimo como Cristo nos amó. La Cruz de Sor Ángela y Sor Ángela de la Cruz no se aparten de nuestra contemplación. Jerez de la Frontera, 18 de Abril de 2003. Viernes Santo. Con mi bendición pastoral. + Juan del Río Martín Obispo de Asidonia-Jerez 15