GALICIA Natxo Arregi 1 2 Índice Pág 1 De Bilbao a Sanabria Coche y música 4 2 Vizcodillo Cafres en las alturas 5 3 Puebla de Sanabria El agua corre hacia abajo 6 4 De Sanabria a Ourense Nieve amarilla 7 5 Carballiño Nos queda la Luna 8 6 Rianxo El mar, por fin 10 7 De Rianxo a Ribeira Ondiñas veñen 11 8 De Ribeira a Muros Mar y arena 12 9 Costa da Morte Tiniebla y energía 13 10 Costa da Morte Granito y cruceiros 14 11 Costa da Morte De Camariñas a Malpica 16 12 A Coruña 17 13 De A Coruña a Frouxeira 19 14 De Frouxeira a Ortigueira 21 15 De Ortigueira a Viveiro 22 16 De Viveiro a la playa de las catedrales 23 17 Hasta Luarca 25 18 Cudillero 27 3 De Bilbao a Sanabria – Coche y música 31 de mayo de 2004 El amor es la producción de cosas buenas combinando dos o más activos ingredientes amantes. Se dice que estos “combinan bien” o que “se aman”. Así el queso azul y la anchoa, Romeo y Julieta, las nieblas y la montaña, el vermout y el vodka, el bacalao y el aceite, ... o el coche y la música. El coche cerrado (cápsula espacial), y la música intensa (móvil temporal), desparramándose por su interior mientras aquél se desliza raudo y tranquilo por la carretera. Para reconocer todas las virtudes de esta combinación es necesario conducir sólo, completamente desinhibido, el volumen alto para superar los ruidos de la rodadura y del viento, preferiblemente por carretera solitaria, asfaltado tipo alfombra mágica, suaves curvas, velocidad tranquila, diez abiertos sentidos en el paisaje renovado tras cada cambio de perspectiva en la ventana del parabrisas y otros doce en los sonidos modelados por el compás y los ritmos en la puerta de los sentimientos. ¿Cómo se explica? Yo entiendo la música como despliegue de energía en el tiempo y como un discurso de sentimientos en forma de sonidos de argumento libre. El coche, de su parte, desarrolla la energía del movimiento en el espacio y es como una historia de sensaciones en forma de paisajes cuyo argumento depende de la carretera. Me parece que es este paralelismo de estructuras narrativas, desarrolladas en universos complementarios del tiempo y del espacio, el que produce ese milagroso placer de oír música mientras se conduce solo. Coche y música, lo mismo que queso azul y anchoa, Romeo y Julieta, nieblas y montaña, vermouth y vodka, bacalao y aceite. Dos amantes magistrales 4 Vizcodillo – Cafres en las alturas 31 de mayo de 2004 Ya he hablado alguna vez de esa carretera excepcional que, desde Ponferrada a Puebla de Sanabria, atraviesa el puerto de las Portilinas, a 1.950 metros, desciende al valle de La Cabrera y vuelve a encaramarse por la sierra de este nombre en el alto del Peñón, a 1.840 metros, para descender a Sanabria. Deja a tiro de piedra las tres montañas más altas de la meseta norte, entre la cordillera cantábrica y el sistema central. La carreterita queda a una horita escasa de la Cabeza de la Yegua (2.135 m.), a hora y media el Teleno (2.180 m.) y a otra horita y media el Vizcodillo (2.124 m.). Sólo queda por citar Peña Trevinca, otros 2.124 m, al oeste de este último, en el vértice donde se juntan León, Zamora y Orense, que es, por otra parte, el monte más alto de Galicia. Son las cumbres de sierras esquistosas gastadas por la erosión y el tiempo, montañas olvidadas en comarcas salvajes y semidesiertas, huecos de civilización recorridos por calzadas solitarias. Reúnen un conjunto de características que satisfacen muchas de mis apetencias. Hay soledad, grandes paisajes infinitos y una accesibilidad excepcionalmente cómoda y corta a cualquiera de sus dosmiles. Hoy me dirijo a Galicia y el mar, pero no cuesta nada hacer un paréntesis montaraz. Más bien halaga las piernas y complace el espíritu. Como he salido pronto de Bilbao y sólo hace falta desviarse unos 25 kilómetros de la autopista hacia Orense para llegar hasta este Alto del Peñón, consigo estar aquí para las 11:30 de la mañana. Hasta el Vizcodillo sólo quedan 300 metros de desnivel y unos 5 kilómetros de distancia, además de un sol radiante, un cielo azul, el aire fresco, los brezos floridos, la roca descompuesta y los paisajes. Sólo goces, todo placeres. Me siento con energía. Camino rápido, pues me ha de dar tiempo a subir, ver, bajar al coche y seguir bajando en él hasta Puebla de Sanabria para comer. Tres horitas fantásticas. “Gora Euskadi”, “Castilla Libre”, “Mierda de España”. Son tres grandes pintadas en el asfalto desgastado del mismo alto del puerto. Hasta aquí llegaron unos a pintar y no llegaron otros a borrar. Sólo las nieves conseguirán hacerlo en décadas. Quisiera que se encargaran de hacer desaparecer al menos dos estupideces entre las tres: Proclamar la gloria de Euskadi en la frontera entre León y Zamora e insultar un país. En el alto del Peñón es adecuado pronunciarse por Castilla Libre, León Libre, León y Castilla libre, España libre, Europa libre o lo que cada cual decida proclamar. Lo que no tiene sentido es reivindicar Bélgica Libre en otro país que no sea Bélgica. Y ni en el alto del Peñón ni en ningún otro sitio es adecuado insultar ninguna noción nacionalista, tampoco la de España. Sin embargo, mira que soy, no puedo evitar sino alegrarme al comprobar que la mano y la pintura que maldijo “Mierda de España” no es la que escribió “Gora Euskadi”, sino la que dibujó “Castilla Libre”. En este caso los cafres no son los míos. ¡Uf! Menudencias que me devuelven al mundo después de caminar por el aire. 5 Puebla de Sanabria – El agua corre hacia abajo 31 de mayo de 2004 Son varias las razones por las que esta comarca magnífica de Sanabria tiene la virtud de ensancharme el espíritu. Aquí he hecho camping en los resplandecientes robledales, me he lanzado de las rocas graníticas a chapotear en el espléndido lago glaciar, he paseado por sus riberas para descubrir los mejores puntos de vista, he subido por los senderos hacia Moncalvo y me he acercado a Peña Trevinca y en Ribadelago, cuando en Ribadelago sólo había pallozas y era necesario recorrer caminos de tierra para alcanzar la aldea, hace 40 años, hice un descubrimiento que me resultó importante y que permanece siempre en mi memoria: el de cómo podían convivir tan cerca, y convivían de hecho en el mismo país, formas de vida y de producción que pueden distanciarse milenios: neolítico y civilización urbana, en la concreta España franquista de entonces. Sanabria es un altiplano regado por varios ríos, al pié de La Cabrera, accidentado pero con grandes perspectivas, bien pintado de verde por los hermosos robledales y las choperas, Zamora alta y húmeda que anuncia Galicia tras dejar las orientales planicies cerealistas. Hoy no tengo tiempo para detenerme. Sólo en Puente de Sanabria para comer y amigarme con un camarero empeñado en saciarme. Cuando consigue dejarme ahíto, rojo como un pimiento de llenazo, de vino y del sol que acabo de robar en el Vizcodillo, cambia su objetivo: quiere ahora conseguir ser el restaurante con la mejor relación calidad-precio de la comarca. Así que me pregunta abiertamente, con mucha confianza, por la calidad del revuelto y de la chuleta: que las compare y las juzgue en relación con la cuenta que le acabo de pagar. ¿Qué le ha parecido el revuelto de setas y gambas por 4 euros? ¿Y la chuleta por 5,50?. Como el revuelto era de cuatro o cinco huevos y la chuleta no le iba a la zaga en tamaño, y el apetito se me ha hecho voraz tras el frugal desayuno a las 6 de la mañana y la subida al monte, no puedo por menos que confirmarle lo que con tanta insistencia quiere oír: Es el restaurante de mejor relación atiborre-precio, perdón, calidad-precio. Pero el abarrote tripero no es suficiente como para dejar de visitar la Puebla, capital de la comarca, uno de los pueblos más bellos de Iberia. Ciertamente he de subir poco a poco por su pendiente calle mayor, compartiendo esfuerzos con la digestión, pero es casi una suerte, pues me obliga a fijarme en las sillerías de granito y la mampostería de esquistos, los corredores de madera, los tejados de pizarras irregulares y de grandes alerones, los solados de las calles en granito y pizarra, la iglesia y el granítico Adán y Eva de su portada desgastado por los hielos hasta dejarlo tosco y atractivo, el castillo y su “macho”, viril torreón de cojones, las callejas pintorescas, los miradores panorámicos, el gran paisaje de las sierras lejanas de nombres faunísticos, La Culebra y La Cabrera, y el paisaje cercano de los dos ríos que la rodean y confluyen ahí mismo. Estoy enfrascado ahora en discernir en qué sentido va la corriente. A veces no se comprende bien mirada desde arriba y he de hacer uso de lo que sé, que la espuma en forma de cuña se produce después, y no antes, del obstáculo. Casualidad, una excursión de jubilados otea el horizonte desde la balaustrada cercana y un par de viejos se ponen a discutir sobre la misma cuestión que me ha entretenido a mí hace un momento. “Hacia allá”, les digo señalando con el brazo, “el agua va hacia allá”. “Ya somos dos contra uno”, dice el que está a mi favor. “Pero el agua no es demócrata. Tiene la costumbre de ir siempre de arriba hacia abajo, aunque ganéis la votación 14 a 1”. ¡Bemoles de viejo! 6 De Sanabria a Ourense - Nieve amarilla 31 de mayo de 2004 “La lluvia amarilla” es una novela sobrecogedora de Llamazares donde se concentra toda la profunda y tremenda infelicidad de la decepción, la soledad y la depresión. La nieve amarilla es, por el contrario, la floración de las retamas densamente esparcidas por el paisaje, cuando expanden toda la alegría de la naturaleza y la tierra, el entusiasmo del sol y el estímulo del aire. La travesía de las altas tierras zamoranas y orensanas por la autopista Das Rías Baixas, al lado de la frontera portuguesa, es, en este último tramo de la primavera, con este día limpio y soleado, pero no caluroso, la narración más extraordinaria del delirio natural del amarillo. Las escobas han colonizado todo lo que el hombre ha dejado libre y de cada uno de los centenares de brotes de cada arbusto cuelga un denso racimo de flores del amarillo más saturado y brillante, que cubre por entero la planta, la cual, junto a las contiguas, llena toda la superficie de la loma, que, pegada a las adyacentes, inunda todos los estribos de las montañas romas. Es nieve amarilla, nieve solar. La tierra, enardecida por el sol, agradecida, calurosa y enamorada, devuelve al astro toda la potencia del agua y del lecho nutriente. Como alegre y espontánea adolescente, repone de amarillo resplandeciente la luz blanca que le llega a las entrañas después de atravesar el aire. Tras el estímulo del vigoroso y nevado panorama amarillo desciendo finalmente hacia el río Minho donde se asienta Ourense. La ciudad está animada y yo con ganas de pasearla. Me produce una impresión de cierto vigor económico frente al recuerdo –no estoy aquí desde hace mucho- de una ciudad triste y olvidada. Ha crecido, las casas están cuidadas, hay nuevos puentes, cuidadas zonas peatonales. Y gente pululando por la ciudad, como yo. El placer de jugar al laberinto de la ciudad, recorrer sin plano sus calles, me hace estimar los hitos y los esfuerzos colectivos: la plaza, la catedral, el puente, la calle comercial, la iglesia barroca, el parque, ... Y desdeñar las mediocridades individuales: despistado en el barrio moderno de los años 70, las casas y las calles no me dicen lo suficiente como para situarme. He de volver a los puntos de fuerza de la ciudad para volver a reconocerla en su geografía. Complicada geografía de una ciudad entre colinas y retorcidos ríos encajados que la amarran por todas partes. Cada desbordamiento de la ciudad por crecimiento requirió el salto a una nueva colina, la configuración de una nueva ciudad tras el Minho o cualquiera de los otros dos afluentes que le llegan aquí. No es Ourense entre ríos, sino ríos entre Ourenses, ríos no ciudadanos, sino ríos separadores. El mayor reto que tiene la ciudad es redefinirlos para integrarlos en la trama urbana. 7 Carballiño – Nos queda la Luna 31 de mayo de 2004 Camino hacia el Atlántico norte y me voy por donde antes no lo había hecho. La noche que se acerca en este junio de soberbios días largos me hace encontrar un hostalito en este pueblo grande, pueblo de aguas y balnearios, capital de comarca de hortalizas y vinhos brancos e tintos, bien cerca de los ribeiros do Minho. “Capital del pulpo”, leo en un cartel, (pero, maldición, yo sólo cenaré fruta) “Festa do polbo”, en otro. ¡Me gusta esto de identificar a los pueblos por su gastronomía!. En Carballiño reina el imperio del estómago. En una hojita turística leo: Festa do polbo Festa da empanada Festa do cabrito Festa do magosto Excepto la del magosto, todas en Agosto. Será que, como los osos, engordan en verano para resistir el invierno. El pueblo tiene una larga y agradable calle a la que todavía queda un resto de animación, una rara iglesia neorrománica del siglo XX, espectacular y lucida en su alta y recia torre calada y su multiplicación de ábsides y absidiolos, y una plaza moderna compendio de despropósitos urbanos. Siempre me ha asombrado que las mayores tropelías urbanísticas se cometieron bajo la dictadura franquista. El exceso de poder dictatorial oprime la libertad individual pero no fomenta la coordinación colectiva, sólo la tiranía de la clase dirigente. Mi ciudad fue estrujada como un limón por la especulación inmobiliaria y llevamos casi 30 años intentando arreglar el entuerto. En Carballiño cada constructor hizo su edificación como se le puso en las ingles, con la orientación, la altura y el estilo que le dictó su avaricia y sus posibles, y se pasó por el forro de los cataplines cualquier intento de diseño colectivo. Los ayuntamientos democráticos posteriores han intentado recomponer algo este feo rectángulo, y han diseñado una plaza moderna, con poco éxito. Mi móvil ha hecho kaput. Es horrible, no puedo llamarla y decirle que decirle quiero. Ni encuentro, cuando utilizo el teléfono público, la voz que busco. Mi móvil ha hecho kaput y me encuentro desamparado sin poder enviar mis sentimientos a través de los aires. Estoy contento y me cuesta tener que reprimir el viaje de mi alegría por las ondas espirituales. 8 Miro entonces la luna y me digo: es la misma que tú, y tú, y tú, y tú, ..., estáis viendo ahora. A falta de móviles siempre nos queda la luna. 9 Rianxo – El mar, por fín 1 de junio de 2004 El día se ha levantado con nieblas, que luego se transforman en cielo gris cuando llego a Rianxo. Pretendo visitar en este recorrido lo que menos visto tengo. Así que he dejado para mejor ocasión el Minho y las rías de Vigo y Pontevedra. Me acerco a la de Arousa por su flanco norte, el menos turístico, y recorreré completa la de Muros y Noia, que, aunque bien trabajada en otras ocasiones, me apetece por los recuerdos, para llegarme a la Costa da Morte. En Rianxo me acerco a la playa de Tanxil, dispuesto a tomar posesión del mar, como Neptuno. Mi forma de hacerlo es pisar la arena, tras los plátanos, los bancos y el césped que llegan hasta ella para besarla, y costear por los pequeños muelles, los paseos marítimos y los senderos costeros hasta llegarme al pueblo y su puerto. Luego volveré por el mismo o parecido camino. Así tengo ocasión de mirar la ría plácida y gris, imaginar el mar abierto y el horizonte tras las famosas islas que pueblan la ría, localizar los conocidos pueblos lejanos en el otro margen, oír las motoras de los pescadores ronronear en lontananza, verlos faenar aquí cerca, componer el paisaje con las ondulaciones oscuras de la costa y los matices luminosos del cielo gris claro, admirar una vez más el vuelo acrobático de las gaviotas y detenerme en la multitud de mariscadores que se distribuyen aquí cerca y en el cabo próximo. Estos van, en solitario o por parejas, en pequeñas motoras, provistos de una larguísima caña, dos veces la longitud de la barca, flexible, a cuyo extremo va adosada la nasa. Posan esta sobre el fondo marino y con el otro extremo de la caña maniobran para moverla, de pié sobre la barca los unos, sentados los otros, pero siempre escudriñando el fondo como pelícanos voraces. De vez en cuando alzan la nasa y vacían su contenido, con mucha más alga que marisco casi siempre, según compruebo deduciendo por lo que tiran de lo que sacan, la inmensa mayoría de vuelta al mar, alguna minucia a los recipientes de la barca. El espectáculo satisface la avidez de mar, así que, tras darme una vuelta corta por el pueblo y su puerto, vuelvo a los mejores puntos para seguir oteando las faenas de los marineros, pescadores y mariscadores, el silencio del mar y la dulzura del paisaje. El mar, por fin. Por principio, la mar. 10 De Rianxo a Ribeira – Ondiñas veñen 1 de junio de 2004 Salgo de Rianxo a perimetrar esta costa de extraordinaria longitud, que da vueltas y más revueltas, como si ningún poro de la tierra quisiera quedar sin su pequeña ración de mar o como si las dulces olas no quisieran dejar de acariciar ningún rincón sólido, ahondando por mil radas, conchas, abrigos y ensenadas en las profundidades verdes del otro. La marea está baja y, a los mariscadores en barca que ya me han cautivado hace poco, se unen las mariscadoras de bivalvos en los fangos musgosos de las extensas orillas. Componen cuadros que se me hacen duros haietariko batzuek ipurdia burua baino altuago altxatzen dutelako1, agachadas sobre los limos arenosos marinos. Es la civilización de la pesca. Al lado del mar se levantan pueblos de pescadores, aldeas rurales y casas diseminadas en la verdura. Algo más arriba, los bosques de eucaliptos que han colonizado Galicia entera y la niebla que cubre las alturas de la sierra de Barbanza. Una pena pues tenía ilusión por subir al mirador de la Curota, desde donde contemplar las dos rías a izquierda y derecha, el prolijo desarrollo de la costa, las islas y lo que la luz quisiera ofrecer en esta hora del día. Pero la densa nube ha dicho que no. Vuelvo entonces la mirada al mar y allí están, más adentrados en la ría, decenas de barquitas punteando el gris profundo del agua tranquila, pescando calamares y cefalópodos pequeños. Aunque están lejos creo adivinar la postura: un sedal en cada brazo, del que cuelga un buen número de anzuelos, y un movimiento pendular de ambos brazos buscando enganchar con ellos los voraces moluscos. Es la cultura de la pesca. En Boiro hay mercadillo pero nada me sugiere como para parar, cosa que hago en Pobra de Camariñas, el pueblo de Valle Inclán, algo más bonito. Luego otra paradita corta en Ribeira sirve para que definitivamente confirme que ninguno de los caseríos de estos pueblos ofrece algo más allá que algún pequeño detalle de su iglesia. Con frecuencia los conjuntos quedan rotos por las medianeras demasiado abundantes. El individualismo y minifundismo gallego inspira mal la constitución urbana de los pueblos. Estos que ahora recorro pertenecen, además, al flanco menos turístico de la ría de Arousa. Lo que si tienen es mar, puerto pesquero y puerto deportivo, paseo marítimo, playa, barcos y astilleros. Y dar una vueltiña al ras de las ondiñas es una tentación a la que he sucumbido ya por tres veces. Digo ondiñas porque vengo tarareando todo el rato desde Rianxo: A virxe de Guadalupe Ondiñas veñen, ondiñas veñen cando vai pola riveira ondiñas veñen e van descalciña pola area no te vaias rianxeira parece una rianxeira que te vais a marear La ría está plagada de grandes plataformas cuadradas para el cultivo de mojojones. En ellas se les suministra toda la cal que necesitan para construir sus casitas. Es el mundo de la pesca. Prometo que en algún momento de este viaje yo también pareceré un rianxeiro, descalciño pola area. 1 Porque algunas de ellas levantan más el culo que la cabeza 11 De Ribeira a Muros – Arena y mar 1 de junio de 2003 Hay unas playas excepcionales en Galicia y estas del flanco sur de la ría de Muros y Noia son de las de contar. En el repaso de las parejas o tríos que “combinan bien”, amantes magistrales hay que añadir esta otra: Arena y mar En Galicia manda el granito y cuando el mar lo deshace produce una arena extremadamente fina y acabadamente blanca. La belleza destaca por sobre todo y arrebata como una mujer cuando se tornea en largos arcos, al lado de los oscuros pinos o eucaliptos, abrazando el mar, apasionado y enérgico, unas veces, o dulce y bendito, otras. Mejor si acompañan los azules celeste y el marino, pero incluso con la plata del cielo y el acero del mar que ahora se ofrece, quedo igualmente seducido. Así llego a Noia, al fondo del fondo de la ría de su nombre. El pueblo presume de parque pero yo prefiero adentrarme en sus callejas góticas y llegarme a la iglesia de San Martiño, mirar de cerca su espléndida portada, la placita y el cruceiro. El cruceiro. Por dos veces entro en el mercado, con poco marisco, hoy, y mucha sardina. Otras veces lo he visto rebosar de cigalas. La siguiente parada en Esteiro, uno de los tantos Esteiros de Galicia, pero más especial porque aquí veranean unos amigos y por aquí hemos pasado algunos días. Otra aldeiña marineira y rural a la que no le falta nada: playa, puertiño, paseos, puentecitos peatonales, marea que mucho sube y más baja, pescadores, horticultores y pececiños que se ven en todas partes a poco que mires al mar trasparente. Pero Muros es Muros, uno de los más bellos pueblos gallegos. En la desembocadura de la ría, pero protegido porque mira al interior de ella, no al océano. Tras tomar posesión de sus calles, plazas e iglesia me siento a comer pimientos y calamares. Luego el sol se hace un hueco en el cielo y voy corriendo al extremo del espigón del puerto, a reposar la comida. Me siento sobre un amarre de boya. El sol hace lucir al viento y la delicia se apodera de mí. Miro al pueblo, soberbio, que presenta su conseguida fachada de miradores blanquísimos, sobre el granito de los muros maestros y bajo las pirámides achatadas de los tejados de teja. Por encima, el verde claro y brillante de las huertas, el oscuro de los eucaliptos y el azul glorioso. Por debajo, el colorín de los barcos pesqueros. Las olitas golpean los bajos del barco pesquero grande que tengo junto a mí. ¡Plaf, plaf, plaf!, sin cesar. Las gaviotas, hasta ahora tranquilas, levantan el vuelo y graznan sus triunfantes “cliOUUU” y “claOUU-claOUUclaOUU”, en busca del pesquero que ahorita mismo entra en puerto. El aire lo inunda todo de sol. El sol lo luce todo de aire. 12 Costa da Morte – Tiniebla y energía 1 de junio de 2004 La Costa da Morte es ese lugar gallego de terrible nombre donde los hombres pescan peces y percebes, gloria del trabajo, pero también cocaína, mierda embotellada como perfume, e incluso muerte, dolor de tormenta y tragedia. No sé si es por la grandiosidad del paisaje, la dureza de la roca o el color de los pueblos, pero esa, la tragedia, la maldición pegada a la dicha, acecha en la sombra, detrás de la vida. De Muros a Fisterra hay que ir bordeando Punta Louro. La salida a mar abierto se produce poco a poco, playa fenomenal tras playa maravillosa, pero la entrada final al gran océano, a la altura de las playas de Pariño y de Carnota, las verticales, macizas y ciclópeas formaciones graníticas de los montes de la Ruiña al fondo, el cabo Fisterra cerrando la colosal bahía, la salvaje y brillante blancura de la arena de las inmensas playas, las dunas y marismas que las enmarcan, la verde campiña que contrasta, y el poderoso abismo del océano que rompe de blanco en las rocas y playas, tiene la solemnidad de la gran fiesta del mar. Tantas veces que he pasado por aquí y no había subido al pantano de Ézaro a enfocar la gran bahía desde este otro ángulo elevado. Cuando llego allí la luz se ha hecho gris de todos los metales, y esta dureza mineral del aire y del mar que respiro no sé si tomarlo como augurio siniestro o como promesa de fuerza. Hay de las dos en el alma gallega, tiniebla y energía. Dejo Fisterra porque he de seleccionar lo que tengo menos visto y me acerco raudo a Muxia, Está ahora, debido a las obras, más desolado que nunca, entre el granito que lo rodea y el mar que lo embate. “Prohibida a entrada a toda persoa allea as actividades portuarias”, o algo así, es un cartel que los gallegos han dado en interponer en todos los puertos al pié de los espigones lanzados sobre el mar. Yo he decidido, sin dudar ni un solo instante, que disfrutar de los muelles es una actividad portuaria de primer orden y, por tanto, me considero una “persoa” nada “allea”, sino perfectamente integrada en las actividades portuarias de todos los puertos del mundo. De la misma forma que un católico se introduce en una iglesia confiado en su derecho a ejercer la actividad religiosa de rezar, así me tomo yo los espigones, la iglesia donde ejerzo mis actividades estéticas, que son, como descubrí en mi viaje al gótico francés, la base del valor que puedan tener las actividades religiosas. Así que llevo ya varios espigones dominados y espero que todavía me queden en este viaje muchos a cuya llamada acudir con todo mi ser. Aquí me ves, entonces, en la punta del espigón del puerto de Muxia, metido en las profundidades del mar que me rodea, desde donde contemplo el color celta del caserío del pueblo. 13 Costa da Morte – Granito y cruceiros 1 de junio de 2004 El país del granito que es Galicia tiene mucho que ver con el país del granito que es la Bretagne francesa, el país del granito que es el Cornwall (Cornualles) inglés o el país del granito que es el Kerry irlandés. Son las costas más occidentales del mar céltico, Atlántico de cuyas humedades los vientos alisios empapan la tierra verde, cuyas rocas son la base del color de sus moradas. La unidad climática y mineral del mundo celta es la que permite reconocer ese color inconfundible (que, por cierto, adoro) de los pueblos, por un lado, de las campiñas por el otro, y de los cielos y el mar, finalmente. El caserío recoge del mineral el gris, del mar el salitre, del aire el azul, del cielo el blanco y del sol la profundidad negra del universo. Y ahí están todos estos colores, mezclados y distintos, como fondo variado común a Galicia, Bretaña, Cornualles y Kerry, adornados en cada caso de las particularidades de cada cual: en Galicia, los miradores blancos. El país del granito y de los hórreos de granito, de granito y de las casas solariegas de granito con forjas en los balcones, gráciles líneas negras descompensadas en la robustez de la piedra; del granito y los corredores de madera en las casas de las aldeas interiores, que no en las costeras; del granito y pizarra o teja en los tejados, sin posible predominio de la una o la otra en la comarca, pero con hegemonía total de la una o de la otra en cada pueblo; del granito y miradores blancos cuyas mallas compiten en blancura y filigrana para defender el cristal del viento y la ventana de la lluvia. El país verde cuan pueden serlo las huertas, más abundantes que en mi país, donde dejamos demasiado el paso al prado y al pino, al lado de cada casita y cada minifundio; cuan pueden serlo también los prados. El país negro de luz Chillida de sus bosques de eucaliptos. El país de las cruces. Están encima y en medio de las iglesias, pero también encima de los hórreos. Lo más normal es que cada hórreo se adorne de su cruz en un extremo y de su pináculo (seguro que tiene algún significado que desconozco) en el otro. Y está, sobre todo, en todos los cruceiros preciosos, con más solera que la misma tierra y más musgo que el agua, su plinto escalonado, su basa, su esbelta columna, su capitel y, encima, arriba del todo, la cruz y el crucificado esculpido, tras cuyos huecos se esconde siempre el cielo de Oteiza. Atraen poderosamente. Los hay magníficos. Resultan ancestrales e infantiles, que las dos cosas van unidas, y, tal vez porque su tamaño es pequeño, representan una ingenuidad y una buena voluntad no muy distinta de la que transmiten las virgencitas 14 de mi país. Así, entre campiñas que bordean la ría de Camariñas, voy conduciendo hasta el Cabo Vilán, del mismo nombre que el Villano de a media hora de mi casa, que visito por primera vez y que visitaré, está claro, las más que me quepan entre el pecho y espalda del futuro. La nieve amarilla de las retamas de las interiores tierras altas gallegas es parecida a la nieve amarilla de los proliferantes tojos costeros. Y uno de los lugares donde más amarillo ha nevado es este esplendoroso cabo Vilán, donde me camino y me subo a todos los oteros, el mar rompiendo ahí abajo, la exhibición marina allá lejos y la nieve amarilla aquí adentro. Luego me llego a Camariñas. Huele a pescado en los rincones oscuros del pueblo y en las aberturas del puerto. Pescado en las moléculas del oxígeno que se respira. Y, mientras, los dedos bailan en las negras esperas, entre el blanco encaje de los hilos y el ruido alegre de los bolillos. Encaje de bolillos para relucir el sombrío. 15 Costa da Morte – De Camariñas a Malpica 23 de febrero de 2004 Las rías altas de los mil recovecos hacen descubrir la mar en oscuros planos sobre la tierra. Repentinamente aparecida, agua negra en la marisma verde, contrasta con la forma en que la tierra llega al mar, rudo acantilado costero o luna brillante de arena. Es este fluir de la tierra en el mar y del mar en la tierra, con significados y colores tan ricos e incluso opuestos, lo que hace del diálogo tierra-mar un polémico y dilatado debate, a veces con tintes de altercado, cuando se discurre por el borde de la campiña en el kilométrico desarrollo de la frontera en las rías tentaculares. Voy ahora a un extremo de la ría de Laxe y Corme, es decir, a Laxe. Pueblo feo en lugar magnífico, playa blanca, tierra oscura. Pero los feos y las feas suelen desarrollar un fuerte carácter que hace del adjetivo feo una banalidad. De modo que redefino: pueblo-carácter en lugar espléndido. Aquí hay, todavía un poco más de combate frente al mar, épica a la que me sumo, como siempre, en todas las escolleras que encuentro, hasta la más avanzada. Obras en la carretera me hacen dar demasiadas vueltas y perder el tiempo. Esto y las prisas por llegar a Malpica, harán que me arrepienta más tarde de no haberme llegado a Corme, al otro extremo de la ría. He hecho la tontería de conformarme con haberlo visto, admirable, en lontananza. Y, ahora sí, Malpica, con las últimas luces del día. Esto sí que es Malpica do Bergantiños. Portentoso. Casas altas apiñadas en ejército frente a la inclemencia y el monstruo de la tempestad. Elevadas sobre los riscos, unen sus fachadas estrechas para ofrecer el mínimo riesgo a sus debilidades individuales y el máximo despliegue al efecto disuasorio del conjunto-pueblo. ¿Qué océano o que huracán se atreverá a atacar la muralla defensiva de este enardecido caserío, en formación de amplia “U” horizontal y vertical, entre los acantilados de tierra firme, el istmo y los riscos de la península?. Y, por si no sólo de defender se trata, aquí están, conmigo otra vez, los altísimos y robustos espigones que más parecen atacar al mar que defender el puerto. En la punta de la punta de ese enorme espigón, 15 metros me separan del agua abajo, sin querer pero queriendo, me pongo en boxeador y aprieto belicoso los puños, desafiando al océano. ¿Qué otra cosa puedo hacer aquí sino sentirme Ulises atlántico? Al otro lado del istmo, la playa y su arco. Aquí tal vez se bañen las ballenas y descansen los pulpos gigantes, pero dudo que pueda tomar el sol, si eso existe, criatura humana. Es el lugar de los desvaríos del mar, del viento que aúlla y de la hiena oceánica que ríe con las fauces ensangrentadas. Después de ver fotos espectaculares del enorme espigón donde acabo de estar, rompiendo el mar en espumas de 30 metros de altura, me regalo un pulpo también espectacular, mientras veo cómo oscurece en el puerto, en una cantina popular, entre comentarios expertos de avezados pescadores y la sonrisa de la bella rapaciña que me sirve. Y lo riego con ribeiro y ribeiro. 16 A Coruña 2 de junio de 2004 Es verdad: antes de las ocho de la mañana, en Malpica donde me desayuno, ya están los expertos marineros, otros distintos de los de ayer, pero igual de fuertes y recios, describiendo en voz alta lo más oscuro y móvil del monstruo del mar en movimiento. Uno describe las excelencias de su barco moviendo expresivamente la respuesta que da ante la fuerza en forma de ola que ataca de babor, otros le escuchan asintiendo y hay un tercero que replica dudando del cabeceo que efectúa cuando es atacado de popa. Creo entenderlo así por los gestos, porque el gallego con que lo aderezan es demasiado galego para mí. Malpica es un escenario de película y los marineros son sus intérpretes: ayer cené y hoy desayuno viendo el pase del film que muestra elocuentes muestras de sabiduría marinera y descriptivas inercias de la fuerza del océano, en el pueblo templado y endurecido por el frío, la marejada, el viento y la muerte. Luego marcho corriendo a la capital por la autopista, serenando mi espíritu en la dulzura verde de la campiña y la belleza de algunos perfilados paisajes. En Coruña no pierdo un minuto. He venido a ver el nuevo paseo marítimo y el nuevo Domus, o Museo del Hombre. Esas novedades, junto a la fachada marítima de la Marina, son una de las razones principales de este viaje. Por consiguiente, dejo el coche en el aparcamiento de los jardines de Méndez Núñez y salgo goloso de Coruña. Son las 9 de la mañana y decido pasearme a tope para matar dos pájaros de un tiro: cumplir con las novedades y dejar despertar a la ciudad. El sol se va abriendo paso y los riegos en el parque me parecen tan dulces como la ciudad. Salgo a la Marina, obra excelsa de la burguesía coruñesa de finales del siglo XIX, radiante joya de miradores blancos expuestos al sol de la mañana. He visto esta fachada marítima excepcional hecha un asco, cuando reinaba la insensibilidad y sólo existía FrancoFrancoFranco, y la he visto restaurada. Hoy lo está más que nunca y ahora es su mejor hora. Me sitúo en los muelles deportivos y todo es completo y pleno: un enorme y blanquísimo trasatlántico prolonga por mi izquierda la extraordinaria fachada de La Marina que tengo al frente. No sé quien lo ha preparado así, pero fue un día feliz el del nacimiento de la idea de hacer un muelle para grandes embarca17 ciones turísticas en el punto en que fue construida. (Es la misma que yo espero en el muelle de Arriluze para prolongar la extraordinaria belleza de Costa Rica y el Abra burguesa en el Getxo de mis amores). Luego me decido a disfrutar de los 9 kilómetros de paseo marítimo recientito y diseñado con ambición al detalle. Hago una pequeña incursión a la ciudad vieja, porque me viene bien más que nada, pero vuelvo enseguida al paseo, para gozar junto a los coruñeses y coruñesas gozadoras de tan hermosos y cuidados escenarios y paisajes, el mar a un lado, al otro Coruña, y allá a su frente, la torre de Hércules, pues voy exaltado por el sol reciente, como Espronceda en Estambul. El Domus de Arata Isozaki, es un muy hermoso edificio que no mira al mar. Ese es su importante defecto, dice un amigo mío con razón. El interior es muy bello y lo recorro en silencio, pues soy el único visitante a las 10:30 de la mañana. Satisfacer cierta curiosidad científica también es un placer. Pero el encanto se deshace tras la entrada de una energuménica horda de adolescentes colegiales que arrasan con toda posibilidad de emoción y recogimiento. Me dedico después a la bella Coruña del mismo cambio de siglo XIX-XX. La magnífica plaza María Pita, esplendor del granito, de nuevo granito, coronado de miradores, con los bellos edificios modernistas a lo parisino y vienés, con las calles ya animadas y con más y más de miradores y modernismos. Entro en dos mercados y ya lo creo que veo marisco en el segundo puerto pesquero de España. Pateo por el centro de la ciudad, las plazas de las hermanas Pontevedra y Lugo, la céntrica San Andrés, los Cantones. Veo la Coruña que amo. 18 De A Coruña a Frouxeira 2 de junio de 2004 Tras cruzar la ría de Betanzos y recrear la vista con valles y arenales estoy ahora callejeando las cuestas y los miradores de Pontedeume. Me siento a comer y me resiento a tomar el café en una terraza al lado del ponte del Eume. El sol ha ganado definitivamente la batalla y, como casi todos los vencedores, ensoberbecido, arrasa ahora de calor la frescura que he disfrutado a la mañana. Delante de mi tengo pintura metalizada. Soy un forofo de los coches, pero nunca los había visto en este plan de mirada pop, como centro de interés plástico, fotógrafo visual del conjunto que forman sobre el asfalto, unos aparcados, otros en movimiento, la amplia banda de brillantes metales coloreados brillando al sol, desplazándose de un lado para otro. Visto desde la sombra en que me encuentro, tanto metal, tanto color, tanto brillo y tanto movimiento sobre el asfalto y bajo el fondo de bosques y cultivos, me transmiten un icono de modernidad. Este es mi mundo, me digo, un mundo metálico, como si me lo dijera un ancestro revivido de una edad de piedra que vería aquí, sólo hace un par de siglos, carros y bueyes, roca, piedra y flora, donde yo ahora veo pintura metalizada y cuadros Rosenquist. Decido acudir a la playa de la Frouxeira, no sin antes zigzaguear por pueblitos y playas antes de atravesar la ría de Ferrol. Extraordinaria esta playa que mira abiertamente al norte y que reserva un amplio espacio a las marismas, las entradas de mar, los arenales y las extensas dunas. Lo contaré: Camping sauvage en un apartado lugar de estas dunas, de esto hace, ¿30 años?. Paseíto por la playa y vuelta a la tienda a cenar y dormir, ya de noche. Maldición, los dineros que había dejado escondidos bajo no se qué bultos, han desaparecido. Nos hemos quedado sin una perra, le digo. ¿Qué vamos a hacer?. QuéVamosAHacer y que se acercan los faros de un coche por el camino de arena. Se acercan en la noche a una tienda completamente aislada en medio de una gran extensión de dunas, sin que pueda contabilizarse alma humana alguna en un radio de tres kilómetros, al menos. Salen 4 o 5 machos bien tocaditos de alcohol y, estoy seguro, de secretas esperanzas sexuales. QuéDeboHacer y soy yo el que me dirijo resuelto a ellos, sin dejar que se dirijan ellos a nosotros. QuéDeboHacer y llorar desconsolado el robo de que hemos sido objeto, la desventura en que nos ha dejado y suplicar ayuda, auxilio, por favor. Milagro de la humana naturaleza que hace clic en el chip cerebral que contiene la brutalidad pegada a la compasión y que cambia la primera por la se19 gunda. Ese clic nos hace pasar de posibles víctimas de la neurona cruel de intención sexual a damnificados sufrientes de la neurona de la piedad. Lo hablan y deciden. Son de Ferrol. Tras recoger la tienda, seguiremos su coche con el nuestro, camino de la casa de uno de ellos. Allá nos prestarán dinero suficiente para volver a Bilbao y tomar un hotel para esta noche. El dinero se lo devolveremos en Bilbao mismo, donde vive el hermano de uno de ellos en la zona de Uribarri y a donde acude por su trabajo de transportista nuestro virtual violador convertido en samaritano real. Mientras me empapo de la belleza marina, reflexiono: dos y dos no son cuatro en la corteza cerebral, sino tres o cinco porque la máquina que suma no es neutra, sino procesual. Y esa elección posible es lo que define nuestra condición moral. Aquellos gallegos salidos y bebidos pudieron celebrar un triunfo moral; y nosotros, ella sobre todo, librarnos de la desgracia. 20 De Frouxeira a Ortigueira 2 de junio de 2004 El mar intensamente azul. En la escultural playa se ha levantado un viento del noroeste que alivia el calor y pica el océano. La gran luna de arena está adornada con un amplio encaje de níveas olas rompientes. Puntilla que encaja de manera perfecta, no como la frágil línea negra de la forja en el granito ni como el pañuelo de seda en la plancha de acero cortén. Estos son otros tipos de encajes no perfectos, aunque pueden ser magníficos. Me entran ganas de decirle al autor de la pintada que su “amor” no “es grande como el mar” sino inmenso como el pensamiento, y le agradezco que su pasión al escribir la frase en la pared me haya ayudado a comprenderlo. Me paro en Cedeira, otro bello pueblo al fondo de su ría, con su inmensa playa blanca y sus miradores. Me encamino entonces a San Andrés de Teixido, a donde, recuerdo, la importante aglomeración de la romería nos impidió llegar la última vez. La sierra costera se eleva vertical a los 600 metros entre Cedeira y Ortiguiera. El mar plata, el sol del oeste y los acantilados erguidos y negros componen un cuadro de no dejar de ver. El puebliño es adorable con sus casitas de mampostería de pizarra y sus pilares y basamentos de granito. La iglesita es del XVIII pero podría ser prerrománica. Tiene un bonito e ingenuo retablo barroco. Los puestos tienen de todo aquello que pueda contener un San Andreses: ceniceros, cajitas, platitos, bandejitas, tacitas, jarritas, vasitos, dedalitos, carteritas, agenditas, abanicos, cayados, bastones, ..., y ¡PERCEBES!. Estos no llevan la imagen de San Andrés, pero se venden en medio de todas las chucherías santificadas. Esto es lo que me gusta del catolicismo: sus buenas migas con la gastronomía. No veas como tienen que sentar unos percebes recién recogidos aquí abajo si están bendecidos por el santo. Ortigueira es un rico pueblo con hermosas casas de sillería y miradores. Topo con la salida de un funeral. Inconfundible con una boda. Y mira por donde que me apetece seguir la comitiva hacia el cementerio por un rato, con todo el pueblo, viejos, viejas y jóvenes silenciosos a mi lado. Es para repensar la muerte como celebración de la especie. El pueblo, como digo, es rico. Tiene los solados muy trabajados y cuidados, incluso rematados con acero, esculturas por todos lados, cedros del Líbano bellísimos y palmeras. Tiene muelles y ría, pero no playa. Una rareza. 21 De Ortigueira a Viveiro 2 de junio de 2004 Sigo por estos parajes norteños, atravesando bellos paisajes de entradas de mar, arenales, marismas, pueblitos y puertos, playas y playitas. La alhaja de Espasante, puertito y playa. Parajes tan norteños que me encamino hacia Estaca de Bares, el punto más al norte de la península ibérica. Cuando, hace un par de horas, he pasado por Cabo Ortegal, estaba entre nubes, pero ahora lo veo desde aquí espléndido, sobresaliendo sobre la lámina de intensa plata del oeste. Me giro por todo el horizonte horizontal hasta llegar a la isla Coelleira que tengo aquí cerca. al este. Todo el mar del mundo me rodea 270 grados. Bajo a O Barqueiro, delicioso Elantxobe gallego con ría y playas artísticamente dibujadas y llego a Viveiro anocheciendo. Eso no me impide dar el último paseo por la gran playa, pisando arena yo sólo mientras los viveirotarras (¿cómo se dirá en galego?) pisan asfalto por el paseo paralelo. Huele a mar. A lo lejos veo entrar en la rada, y luego en el lejano puerto, uno, dos, tres, cuatro pesqueros. El regalo del paseo en la playa lo es más si la caricia de la luna en el mar, entre los negros brazos de la tierra, la comparto con los cansados pescadores que arriban a puerto tras la jornada. 22 De Viveiro a la playa de las Catedrales 3 de junio de 2004 No sé si por capricho de la ría de Viveiro o de sus pobladores, el gran pueblo del mismo nombre está dividido en tres entidades perfectamente separadas y distantes: Viveiro-playa, Viveiro-pueblo y Viveiro-puerto, que se llama Celeiro. Yo me desayuno en Viveiro-pueblo, que tiene una fachada marítima al borde de la ría con hermosos miradores, y un despertar mañanero lleno de esperanza: se montan los mercadillos, se abastecen los mercados, huelen las panaderías y alegres y ruidosos escolares cruzan en grupos el largo puente que atraviesa la ría, hacia el instituto que está al otro lado, en Viveiro-playa. Luego me presento directamente en Foz, un pueblo feote en un lugar fantástico. Casi mejor no levantar la vista porque no hay manera de ver menos medianeras que fachadas, aunque todas las casas están pintaditas. Estilo ecléctico, ya cerca de Asturias. Me doy un largo paseo, imposible un día y una temperatura más agradables. Un largo espigón, como siempre prohibido a toda persoa allea, separa el arenal de la ría, y llega hasta la misma barra donde se forman complicados remolinos y se levantan olas traicioneras ahora que la marea de la ría baja con fuerza y pelea con el mar. Hay un “banco das mentiras” estratégicamente situado, elevado a la vista de todos. Nadie se atreverá a sentarse ahí con su pareja bajo el gran cartel que le acusa, tal vez a él, tal vez a ella, a menos que quiera despertar la imaginación morbosa de todo el pueblo. Al otro lado de la ría comienza una sucesión de grandes playas y tengo un día exquisito para disfrutarlas: luz suavemente tamizada que enaltece el verde, que destaca el blanco y tranquiliza el azul. La de Rapadoira me premia con un paseo sobre la arena firme de la marea baja con todos los ingredientes, incluidas las gaviotas. Una de ellas, levanta el vuelo, decidida, directa al horizonte oceánico. ¿A dónde va? Porque sigue sin pausa aleteando enérgicamente hasta que se me pierde de vista. Trazo la línea imaginaria que sigue siguiendo y aprecio un puntito al final de ella. Se dirige sin duda al pesquero a 4 o 5 kilómetros de la playa. Esta es interminable y el cuerpo y el placer me piden continuar, continuar y continuar. No siento los pasos en mi cuerpo, sólo la arena los soporta como la madre que es. Pero debo volver y apurar la fantasía que me embarga. La costa tabular acaba en bajos acantilados descompuestos en las playas hermosas. Arriba chalecitos feos cerrados y paseos marítimos peatonales de sociedades ricas. Es imposible no desembarcarme otra vez para seguir uno de ellos, volando por la cálida madera encima de los tojos y los brezos floridos al borde de los acantilados. La sirena y la música del mar no dejan de llamarme. Y yo acudo a su voluntad hasta un extremo lanzado sobre la playa. Completo entonces en todo su desarrollo el prodigioso escenario de la playa de las catedrales: marea baja, sol del este, brilla el mar y las olas, rocas tabulares, cala tras cala, torre tras torre, cuevas y puertas componiendo atlántidas sobre la arena. Fantástico. En el aparcamiento hay dos grandes autobuses. Uno de alemanes y otro de holandeses. Jubilados a quienes los guías bajan a las playas, punteadas por tanto de gozadores centroeuropeos. Dos parejas de viejos cami23 nan descalzos por la orilla. Entonces recuerdo que aún no he cumplido con mi promesa de andar descalciño pola area para parecer un rianxeiro. No lo dudo. Bajo, me descalzo, me remango los pantalones y les imito. Soy feliz. A la coronilla me sube la frescura del mar, pasando por las axilas, desde las pezuñas. Luego permanecerá instalada en mis pies, ya como dulzor picante, mar concentrado en forma de calorcillo vivificante. Ya soy un rianxeiro. 24 Hasta Luarca 3 de junio de 2004 Completo la lista de parejas que combinan bien: (amor, beso), (brisa marina, piel), (ducha, cocorote), (queso, vino), (merluza, paladar) y, ..., (orilla del mar, pies). Ribadeo está un poco de capa caída. Lástima del pueblo señero, en tal lugar. Mucho por arreglar. Alcaldes inútiles, imagino, aunque bastantes pintadas echan la culpa de todos los males a España. El nuevo puente Dos Santos deja ver las vistas que esta ría de Ribadeo ofrece; o sea, las excepcionales. Delicia de Tapia de Casariego, ya en Asturias. Puertecito en “V” lleno de promontorios y extremos a los que acudir. Ni uno dejo, por si acaso. Delicioso, delicioso, delicioso. Uno rema y otro, abalanzado sobre el mar en la borda de la pequeña barca, mete la cabeza en un cubo cuyo fondo de cristal, introducido en el agua, deja ver los calados rocosos y sus codiciados pobladores. Les sigo un buen rato desde el espigón, a ver qué sacan. Por ahora, nada. Como cuando voy de setas. Pero sólo por ahora, como cuando voy de setas. Navia, al borde de su ría, tiene, además de palacetes, mejor traza que Ribadeo, pero también le hace falta remozo. Los puestos del mercadillo están ya cerrando. Es la hora de hacer lo que todos: comer. En Luarca me detengo con largueza. Lo recorro ida y vuelta por abajo, ida y vuelta arriba y abajo. Desde arriba el mar turquesa cercano a la playa se aleja en azul, picado por el viento del noreste, y las olas tocan su partitura monocorde. El hombre extendió dos brazos de hormigón para proteger esa playa y luego otro más, interior, que se empara con el brazo de tierra para proteger el puerto. Hasta aquí ha llegado el río meandreando, curva y contracurva por dos veces, rindiendo completamente Luarca a sus encantamientos. Desde aquí todos los tejados son de pizarra y al otro lado, en lo último y lo más alto, el cementerio junto al faro, para que los muertos tengan la buena vista del infinito, eternidad espacial en los ojos antes que eternidad piramidal sobre los huesos. Estamos en la cultura cantábrica y atlántica (porque es vasca, es asturiana, es gallega y es celta), de elevar a los muertos a la categoría de supervisores del universo, colocándolos al borde del acantilado del océano. Y no en la egipcia de hundirlos bajo todas las toneladas minerales de la tierra. Ese río al que Luarca se rinde sin paliativos, se lo merece tras haber abierto la honda brecha en la roca y el verde. Ya sabes que en la curvatura de cada “S” del meandro, la parte exterior lame la roca después de romperla y la interior deposita el limo en la amplia y sensual lengua. De tal modo que en la parte exterior sólo cabe una fila de casas y es en la interior donde debe asentarse el grueso del caserío. Así por cuatro veces, dos “S”. En la última parte interior no se asientan las casas sino las lonjas y los muelles del puerto, es decir, también casas, pero no de personas, sino de los barcos y de los pescados. Así que quedan otras tres para asentar Luarca. Y otras tres exteriores para fachadear la roca y el talud, como se hace de forma admirable en el caso de la última, frente al puerto. 25 En una pared de la lonja se explica la sabiduría marinera que he decidido proponer al Consejo de Seguridad de la ONU como la norma a aplicar para decidir cualquier propuesta militar. Una mesa. En un extremo de ella se dibuja una casa; en el otro, un barco. En el lado de la casa se colocan todos los patrones que estiman no debe salirse a la mar dado el peligro de tormenta. En el lado del barco, los que opinan que el riesgo es mínimo. Si ganan los precavidos queda terminantemente prohibido que nadie salga a la mar. Si ganan los temerarios, saldrá a la mar el que quiera, bajo su responsabilidad, y se quedará en tierra el que quiera, también bajo su responsabilidad. Luarca, no sólo eres hermosa. También sabia. 26 Cudillero 1 de junio de 2004 El último bocado. ¡Jo, qué bueno! El sitio de Cudillero no se diferencia mucho del de Luarca: un río que se hace camino labrando tajos en la roca y vacilando meandros. Pero en Luarca todos los tejados eran de pizarra y aquí todos son de teja. Me paseo antes por su “puerto exterior”, gozada de largo muelle que en vez de encaminarse al océano se dirige al pueblo. Así puedo ver la bocana no sólo del puerto interior, sino del pueblo, que abre sus grandes fauces verticales erizadas de casas colgantes, dispuesto a tragársenos para digerirnos en sus tripas interiores. Luego, claro, esa experiencia de navegar por la enorme garganta abierta, el estómago de la placita, los intestinos retorcidos de sus profundas calles. Y la vuelta a la luz del océano, la retina puesta en la pintoresca fantasía china de la gran boca densamente ocupada de casitas relucientes. ¿Es Cudillero un organismo vivo? No lo dudes ni por un momento, compañero. Observa cómo te atrapa si te acercas. Es, incluso, un organismo hambriento. 27