La Casa de Zulema - Revista Barzón 10

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LIFESTYLE
Fotos de Gustavo Sosa Pinilla
Son un conjunto tan ecléctico como personal: el resultado de más de cincuenta años de intensa y gregaria
vida familiar. De Zulema, de sus padres, de sus hijos, ahora de sus nietos... De innumerables adiciones
y reformas para adaptar la arquitectura a las cambiantes necesidades y estilos de vida (y de arquitectura)
a lo largo de los años. Y de su amistad con algunos de los arquitectos más representativos de cada época
y de la modernidad en la Argentina en general –Juan Kurchan, Osvaldo Riopedre, Pino Sívori, Eduardo Polledo...
Por Felisa Pinto
las casas de zulema
juan kurchan - osvaldo riopedre (six) / pino sívori / eduardo polledo
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La Unida
Juan Kurchan y Osvaldo Riopedre
(SIX arqs.), 1953.
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A solo cincueta kilómetros del Obelisco, dentro de un
predio de treinta hectáreas al norte de la provincia
de Buenos Aires, las casas de Zulema se construyeron a lo
largo de más de cuarenta años, entre 1953 y 1994, acordes
al ritmo vital, inquieto y alerta que define a su dueña. Suerte
de “country familiar”, que comparte con hijos y nietos,
siempre apeló a arquitectos talentosos, interesados por las
corrientes innovadoras que reflejaran nuevas formas
y dinámicas maneras de vivir.
En ese paisaje privilegiado, Zulema vive todo el año
compartiendo con su familia distintas casas y tiempos
y gozando de la naturaleza frente a un panorama común:
el horizonte a través del bañado del río Luján, como fondo
de un escenario único elegido por ella, de acuerdo con esa
sensibilidad que la llevó a insertarse en la modernidad en
los tempranos años 50. Entonces la influencia de este estilo
en la arquitectura, y el modo de vida que proponía,
empezaba a manifestarse entre arquitectos que respondían a
sus ansias permanentes por la innovación, una constante en
ella hasta nuestros días. Su búsqueda de los arquitectos que
firmaron cada una de las casas habla de su indudable
tendencia al “pionerismo”. Especialmente en tiempos en que
la impronta clásica francesa, inglesa, o colonial era visible en
la estética preferida por la alta burguesía argentina, con
excepciones modernas reflejadas en maravillosos edificios
racionalistas, que se descubren, firmados o no, en la ciudad
de Buenos Aires.
Para un puñado de arquitectos argentinos de los 50, en
cambio, la influencia llegaría de Estados Unidos vía Frank
Lloyd Wright.
La historia de sus casas, según cuenta Zulema, comenzó
con una casa inicialmente para su padre, construida en el
predio de treinta hectáreas al norte de la provincia, con un
paisaje impresionante y un terreno de ondulaciones suaves,
que luego le regaló. Y que más tarde, guiada por su
excepcional intuición de paisajista, le permitió señalar el
sitio perfecto cada vez que, durante más de medio siglo,
se sucedieron las construcciones de acuerdo a cambios en la
familia, hijos, nietos... de manera que aún hoy, habiendo más
de diez construcciones, de distintas épocas y tamaños, todas
gozan de una vista abierta y prácticamente ininterrumpida,
y preservan de manera insospechada la intimidad y la
autonomía de cada una. Siempre a la vanguardia, desde
la primera casa, que bautizó La Unida, llamó a los
arquitectos más talentosos.
El proyecto de La Unida pertenece a los arquitectos Osvaldo
Riopedre y Juan Kurchan quienes, en ese momento, formaban
parte de Estudio SIX, junto a Héctor Ugarte, José Luis
Bacigalupo, Alfredo Comastri y Alfredo Guidalli. Kurchan,
a su vez, había sido coautor, junto a Antonio Bonet y Jorge
Ferrari Hardoy, del sillón BKF, que aún hoy es revisitado
hasta el exceso. En 1941, recién estrenado en Estados
Unidos, Edgar Kauffman compró dos ejemplares para
instalar uno en la casa La Cascada de Frank Lloyd Wright,
y otro para ser exhibido en el Museo de Arte Moderno de
Nueva York. Ambas piezas todavía se conservan en sus
respectivos destinos originales.
la unida
Esta casa, que hoy pertenece a su hija Cristina, es un
ejemplo atípico en la arquitectura local de esa nueva
modernidad de posguerra que tuvo sus máximos referentes
en las casas californianas del Case Study Houses Program.
Permanece intacta gracias a la sensibilidad de sus dueños, lo
que permite una lectura clara de la obra, aun más de medio
siglo después.
En el living de ocho por doce metros, las columnas de perfiles
doble T se ocultan en la carpintería metálica de hierro negro
en un alarde técnico. La solución hace más livianas las
puertas corredizas, que se abren a una gran terraza que da a
la vista principal, abierta hacia el oeste. Es el adentro/afuera
sin interferencias. El diseño de las puertas y los ventanales
tiene detalles funcionales y de confort novedosos para la
época, como los paneles de vidrio fijos, que dejan apreciar
la continuidad de los techos del interior hacia afuera,
alternados con banderolas de ventilación. La alternancia
de los paneles de vidrio fijo con paños de abrir y banderolas
subraya la importancia y valoración del paisaje y los espacios
abiertos enmarcados tras la plasticidad geométrica de las
carpinterías, que prevalecen en La Unida. La cocina conserva
los azulejos verde claro, las alacenas y muebles bajo mesada
de madera pintada de blanco y un anafe-isla central (una
ubicación poco común en las cocinas de entonces), otro detalle
que aporta al estilo “laboratorio doméstico”, según los cronistas
de las revistas de arquitectura y diseño de los años 50.
Afuera, un patio interior separa los bloques construidos, lo
que aporta iluminación, ventilación cruzada y doble
orientación a cada una de las alas de la casa. Adentro, en
cambio, las fuentes de luz eléctrica están diseminadas según
la ubicación del mobiliario y provienen de lámparas con
pantalla (abat-jour), colocadas en mesas de lectura y mesitas
a los costados de los sillones y sofás. Otras, de diseño
funcional circular, están empotradas en paredes o techos
de madera.
Los muros estructurales son de piedra Mar del Plata sin
pulir y aportan la calidez de lo natural a la abstracción
general del espacio. La piedra también es el marco
decorativo para una chimenea de bronce, otro material
favorito del estilo modernista de los 50. Sillones, sillas
y sofás confortables se descubren en el living, firmados por
el estudio SIX. Los tapizados, hoy desgastados, le agregan
un toque de elegancia al ambiente.
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La casa de la pileta
Osvaldo Riopedre, 1954-1980.
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Quincho
Osvaldo Riopedre, 1954.
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El Hongo
Pino Sívori, 1972.
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En La Unida se respira la perfección de la geometría,
simplicidad y, básicamente, continuidad de los espacios de
adentro y afuera.
Zulema se acuerda: “El proyecto primigenio de la casa tenía
techos planos, pero nosotros todavía no habíamos llegado
a evolucionar en el gusto del momento y nos hacía ilusión,
en cambio, un techo a dos aguas con caída leve. Riopedre
y Kurchan se resistieron, y me reprocharon la traición al
estilo, pero al final se hizo como a mí me gustaba: con techo
de tejas y movimiento suave que la hace muy plástica”.
casa de la pileta y quincho
Como un anexo que respeta las mismas líneas de la casa
principal y para no agrandarla, poco tiempo después Riopedre
proyectó la casa de la pileta, destinada a ser habitada por
hijos adolescentes y amigos numerosos. En el living, más
chico que el de la casa antecesora, nuevamente se descubre
el magnífico techo con vigas de madera oscura sobre fondo
de esteras de bambú y ventanales de paneles de vidrio fijo
que logran la continuidad con el afuera. Allí están los
árboles y arbustos que anteceden y dejan entrever el
gigantesco espejo de agua de la pileta, concebida en forma
de riñón, una elección icónica de los años 50.
La puerta de entrada, de diseño despojado, en base a
cuadrados de madera clara y marcos azulinos, está flanqueda
por paños de vidrio fijo que resaltan el contraste con las
paredes de ladrillo a la vista. En el interior se han instalado
sillones y sofás confortables (de SIX), que actualmente
aprecian los alumnos extranjeros fanáticos del polo que allí
se alojan con frecuencia, para aprender en la escuela del
yerno de Zulema, Marcos.
El quincho, pensado y construido para muchos invitados,
está techado por partes en ladrillo a la vista para lograr
continuidad, aunque quede bastante separado de la casa
y situado más cerca de la pileta. Todas las comodidades
y detalles para lograr los mejores asados están
contempladas: además de las instalaciones típicas de la
parrilla, hay anafes, heladera, un horno y todos los utensilios
de una cocina completa. El lugar para comer tiene muy
buenos bancos largos de madera clara con mesa también
larga, todos fijados en el piso, que es de laja, un detalle muy
“Punta del Este” como varios otros en todas las casas.
Un poco más separada, detrás de una barra de apoyo, se
descubre una estantería para platos y vajilla, con fondo de
azulejos, con diseño geométrico color naranja, originales
de 1953. Separada del lugar donde se sirve el asado por un
“patio-terraza”, está la gran parrilla–con lugar para asado
tradicional y espacio para hacerlo “a la espada”–, con
campana de hierro negro, decorativa por sí misma.
Zulema siempre destaca el excelente diseño al llegar a la pileta
arriñonada, a ras del césped, que contempla un desnivel, sin
escalones, perfectamente calculado en su poca profundidad.
el honguito
El arquitecto Pino Sívori, gran amigo de Zulema,
construyó El Honguito, en 1972, casi veinte años después
de La Unida. Pensada primero como una casa para ella
cuando sus hijos ya eran grandes, y para alojar huéspedes
después, la nueva casa se asentó sobre una lomada suave,
cuya construcción acompaña los movimientos del terreno.
De ahí que jugara con desniveles dentro de una forma
circular generadora de curvas de inspiración mayormente
orgánica. También más literal. Por eso la llamaron
El Honguito.
A esa suerte de cabaña circular, y enfatizando lo natural,
Sívori la terminó con un techo de quincha que se extiende
sobre el afuera y forma una galería perimetral. Los
dormitorios están literalmente enterrados en la loma y tienen
una luminosidad pareja en toda la casa, con ventanales
enormes de carpintería de acero. El living tiene entradas de luz
cenital en el vértice del cono y otras perforadas sobre la
quincha, que complementan las grandes ventanas que rodean
todo el espacio. La chimenea es un tubo redondeado con rajas
de vidrio fijo a cada costado y es protagonista del lugar de
estar, situado en un desnivel de tres escalones donde se han
ubicado sofás cómodos construidos en material y pintados
de blanco, como toda la casa. Los tapizados tienen estilo
cretona, de colores vivos, y los almohadones de diferentes
texturas de algodón son típicos de los 70.
La cocina, un espacio chico, enfatiza los volúmenes
curvilíneos, que se iluminan con la mesada de azulejos rojoanaranjado y las vigas oscuras del techo, logrando un efecto
decorativo funcional y acogedor al tener toda la luz y la vista
de la naturaleza mediante ventanas corredizas de acero
y rajas que preservan la continuidad con el estar.
la segunda
Los viajes frecuentes y apasionados de Zulema han sido
fuente de inspiración estética permanente en sus casas.
Luego de visitar Tailandia a comienzos de los 90, adonde
coincidió con otro gran amigo, el arquitecto Eduardo
Polledo, nació la idea de hacer una casa en estilo thai,
firmada por él, que empezó a edificarse en 1994. Se llamó
La Segunda y fue construida totalmente en madera del
norte argentino, sobre pilotes, también de madera, insertos
dentro de un estanque, poblado de plantas acuáticas y
exóticas donde todavía se pasea una garza con movimientos
tan elegantes como los de la dueña de casa, que ha elegido
este lugar para vivir en forma permanente.
Los techos, a dos aguas, son de chapa galvanizada pintada
de rojo mate, estableciendo un interesante y sutil contraste
con la exuberancia de la vegetación. La estrecha unión con la
naturaleza y el respeto por los orígenes thai rescatan el
mismo orden espacial y formal. El proyecto se hizo en varias
etapas; estudio del terreno, inclusión del espejo de agua
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y construcción de la plataforma de hormigón que sostendría
los pilotes en que se asentó la casa totalmente de madera,
material fundamental para el contacto con el agua, y con
techos de chapa galvanizada que definen los espacios como
pabellones. Sobre el torreón, de forma octogonal y situado
en la planta alta, el perfil subraya la estilización de los
volúmenes y el efecto a dos aguas, que se refleja sobre
el estanque, marcando su exotismo.
En el torreón, el núcleo más llamativo de la casa, se encuentra
en la planta alta el dormitorio principal. Es un gran espacio
octogonal vidriado con ventanas que nacen a 90 centímetros
del suelo, con persianas de madera. Desde allí la vista no
tiene límites; como La Segunda está situada sobre un
terreno quebrado, que termina en el río, el paisaje se domina
totalmente.
Un detalle singular, dentro del dormitorio, es el cubo de vidrio
transparente que encierra los sanitarios y la bañadera,
enfatizando la excentricidad y originalidad del proyecto
de Polledo, y su clienta.
La decoración interior fue realizada por Zulema y es ecléctica
en general, pero contó con la colaboración fundamental del
arquitecto Francisco Ezcurra, quien literalmente esculpió en
madera la puerta de entrada interna, un cortinado plegado de
forma magistral. Su obra se ve también en apliques sobre la
pared divisoria del salón, que tienen efecto de trapo blando
al drapearse sobre la luz. El frente del mueble del bar, en un
extremo del salón, también de Ezcurra, está trabajado con
efecto arrugado y los bancos altos tienen asientos de formas
anatómicas, en diseños muy bien logrados.
La madera, material casi excluyente de esta obra –en su
estructura, los cerramientos, los pisos de tablones anchos,
los sostenes del techo y el apoyo de la casa sobre el terreno–,
es de tres tipos diferentes: timbú, para paredes exteriores
y todo lo que toque el agua; grapia de color ámbar cálido para
paredes interiores, mamparas y techo; y, finalmente, viraró,
para los tablones de treinta centímetros del piso. También
fue fundamental el trabajo invalorable de Carlos Weber,
especialista en diseño y construcciones de madera,
y la colaboración del arquitecto Luis White.
Los espacios generosos se distribuyen alrededor de un gran
living central que se comunica con todos los sectores de la
casa y la profunda galería, lugar elegido para almorzar afuera.
En la planta baja, el torreón octogonal está ocupado por el
comedor, totalmente rodeado de agua, y contiguo
a la cocina, con entrada desde el jardín.
Sobre el otro extremo, mediante una pared divisoria de
madera, se encuentra el jardín de invierno, con techo a dos
aguas de vidrio transparente y grandes ventanales. Este
espacio desemboca en el área reservada para dos dormitorios
para invitados.
El salón sobre el que balconea el dormitorio octogonal de
arriba está decorado principalmente por sillones de ratán,
traídos de Indonesia, con almohadones de telas étnicas
de algodón, estampadas en colores ocres, negro y marrones.
Y dos sofás confortables. Uno tapizado en blanco y otro,
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Chesterfield, en lino con dibujos típicos de cretonas en tonos
vivos y alegres. Favoritos de Zulema, junto a las diversas
versiones de almohadones de patchwork, quilts, y telas de
Provenza francesa. La gran chimenea central no es tal, sino
en realidad un artefacto de hierro negro con puertas
rebatibles, que se abren o cierran según se quiera regular el
calor. Su procedencia es inglesa y tiene el protagonismo que
se merece una pieza rara y eficaz como esa.
El jardín muestra con claridad la personalidad de su dueña,
estudiosa de la horticultura, quien al momento de la
construcción eligió, para asesorarla, al arquitecto paisajista
Jorge Garino. Él sugirió principalmente gramíneas, salvias
y hemerocallis, entre otras especies que se suman a las
plantas acuáticas y achiras en los bordes del estanque
y alrededor de la casa.
grupo de familia
Los hijos y nietos de Zulema aman ese entorno inigualable
y las casas creadas por ella para llevar una vida privilegiada
en plena naturaleza. Esa atmósfera que nunca abandonaron,
y que han conservado con respeto, quizás les ayudó
a desarrollar personalidades creativas y exitosas.
Entre algunos de ellos, Cristina y Marcos ya son famosos
por su vida dedicada al polo, acá y en el exterior. Iñaki tiene
un restaurante exigente y ecológico cerca de Escobar. Vicky
maneja una empresa de catering que celebra todos los
paladares. Francisca desarrolla su creatividad en nuevos
sabores junto a su novio Juan, en su home-restó de la calle
Olazábal. Esmeralda hace música de jazz y blues, y canta con
su banda en los boliches de moda. Joaquina destaca su
eficacia en la búsqueda de locaciones para cine, televisión
y publicidad. Entre sus clientes está Francis Ford Coppola,
para quien trabajó como locations manager en su película Etro,
recientemente estrenada. Fue también por intermedio de
Joaquina que Coppola alquiló Bazterra, la casa de Gabriela,
la más joven de las hijas de Zulema, para descansar junto
a su familia mientras duró la filmación. Y fue allí, en una
barranca, al atardecer, enmarcado por ese paisaje tan
argentino, donde fueron retratados, junto a su hija Sofia,
para una página de publicidad de Louis Vuitton, nada menos
que por Annie Leibovitz, el año pasado. La casa de Gabriela,
que es además una exitosa empresaria de la moda, fue hasta
1981 un galpón de pollos, luego demolido, restaurado
y reconstruido por el celebrado arquitecto Alberto
Rodríguez Etcheto con su consabida y reconocida elegancia.
Desde la galería se ve, más abajo, una pileta en L, que es un
espejo de agua deslumbrante dentro de ese paisaje salvaje,
no contaminado. Nuevamente acá se percibe la calidad de
cada arquitecto-autor de las casas de Zulema y su precisión
para elegir los sitios de manera que siempre se mantenga la
privacidad y la vista no se interrumpa. Sin interferencias,
la ausencia de construcciones a la vista crea la sensación de
que cada casa es única, en ese entorno privilegiado, a solo
unos cincuenta kilómetros del Obelisco y a través de más
de medio siglo.
La Segunda
Eduardo Polledo, 1994
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Zulema: una zambullida más grande
A bigger splash es el título de una de las obras más famosas
del célebre artista británico David Hockney. Y “A bigger splash:
la casa del pragmatismo”, el del último capítulo de La Buena
Vida, visita guiada a las casas del siglo XX, en el cual el teórico
y arquitecto español Iñaki Ábalos describe, con la agudeza
y erudición que le son características, esa arquitectura tan
típicamente representada por las casas californianas de los años
50. Principal, aunque no exclusivamente, aquellas del famoso
Case Study Houses Program –de Charles & Ray Eames, de Eero
Saarinen, de Richard Neutra, de Craig Ellwood o Pierre Koenig,
entre otros– que tan cuidadosamente inmortalizara Julius
Shulman para la revista Arts & Architecture de John Entenza,
por esos mismos años, y de las cuales el cuadro de Hockney
puede considerarse casi una abstracción genérica ideal. Alguien
podría decir que lo que retrata tan genialmente Hockney
en A bigger splash no es tanto la arquitectura como el clima
y el estilo de vida de la California de esos años. Pero, como bien
señala Ábalos, esa es justamente la esencia y la novedad más
trascendente de la casa de pragmatismo. No tanto –o no solo– su
estilo arquitectónico, como el tipo de vida que esa arquitectura
permite y del cual, a la vez, es consecuencia. Un estilo de vida
centrado en la experiencia del presente como fin privilegiado:
“Un presente gozoso y cotidiano, si se quiere banal, cuya
construcción requiere el despliegue de una colección de técnicas
y métodos [la arquitectura] que desaparecen en el disfrute
de la conversación, la lectura o la zambullida”. Ábalos llama la
atención sobre el hecho de que en estas casas la arquitectura,
como el marco en que se desenvuelve la escena de la zambullida
de Hockney, “se ha retirado a un segundo plano, casi se
desvanece para hacer ‘naturales’ tales momentos: (...) todos
los elementos naturales y artificiales han sido puestos a trabajar
para que una conversación pueda darse”.
El hecho de que el estilo arquitectónico de La Unida, la primera
casa construida por Juan Kurchan, Osvaldo Riopedre y el
recientemente formado grupo SIX, para Zulema y sus padres,
en 1953, y los agregados posteriores –el quincho y la casa
de la pileta–, sin duda nos recuerde al de varias de las casas
californianas de las que habla Ábalos es llamativo, aunque más
no sea para la crónica de la modernidad vernácula, por
la absoluta simultaneidad temporal de unas y otras (la primera
casa del Case Study Houses Program es de 1948, y la última,
de 1964). Sin embargo, más llamativo aún es cuánto
del espíritu de estas casas y del estilo de vida descripto por
Ábalos se parece al de Zulema y su familia. Porque lo más
singular de Zulema es –y ha sido siempre, evidentemente–
su estilo de vida.
Que a lo largo de su vida haya cultivado –y elegido para sus
casas– a algunos de los arquitectos más interesantes de cada
época sin duda aporta al argumento de esta nota. Como lo hace
el hecho de que para la misma época en que Zulema construía
estas primeras casas, la mayoría de las grandes
–y medianas– señoras de su clase soñaban con señoriales
–o pintorescos– chalets estilo inglés o, a lo sumo, colonial.
Especialmente si se trataba de casas de campo. Era más
o menos imaginable la posibilidad de una casa moderna en la
ciudad, o en la playa, pero en el campo, el monopolio absoluto
era de los estilos. Quizás porque para la gran mayoría de
aquellos comitentes el fin privilegiado no era la “experiencia
del presente”, sino la evocación –cuando no la fabricación–
de algún pasado. Pero ese es otro tema...
Lo verdaderamente radical en Zulema, en esa época y aún hoy, es
su espíritu gregario, su generosidad y su absoluta devoción al
presente –al disfrute de la vida, de la familia, de la buena
compañía. Tal vez no sea exagerado decir, incluso con el riesgo
obvio de la inevitable imprecisión, que su casa y las de su familia
son probablemente las residencias particulares que más personas
han visitado en la Argentina en los últimos cincuenta años. No es
infrecuente –más bien diría que es casi rutinario– que en
cualquiera de ellas haya, un fin de semana cualquiera, más
de cincuenta personas a almorzar. Amigos, amigos de amigos, de
algún hijo, de algún nieto, de la novia o novio de algún nieto
o nieta, locales, extranjeros... La vocación de recibir y cultivar la
vida social es seguramente el legado más importante de Zulema
a su familia. Y el factor más determinante de “su” arquitectura.
Esa doble dimensión: la escala casi de club, pero a la vez
íntima, siempre doméstica, de la decoración que vuelve más
acogedor el espacio y permite tanto la charla intimista como la
fiesta multitudinaria. Y en especial la adecuación
de la arquitectura al requerimiento funcional de cada momento.
Más exactamente, a la exaltación o a facilitar la vivencia, como
dice Ábalos, “del instante banal [de lo cotidiano] como
experiencia estética”. Las piletas, las casas (para decenas) de
huéspedes, el quincho, las galerías y terrazas, los bares,
las cocinas interiores y exteriores... Las casas de Zulema nunca
impresionan por su tamaño, su lujo, ni siquiera, tal vez, por su
encanto –que sin duda tienen y mucho–, sino por su increíble
capacidad para extraer de cada momento –de cada instante
banal: cada conversación, cada atardecer, cada zambullida–
la máxima belleza. TOMÁS POWELL
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