EMILIO GALINDO LA OTRA CARA DEL ISLAM Hoy se habla mucho del fundamentalismo agresivo y expansionista de algunos Estados islámicos. Los periódicos andan llenos de noticias sobre disturbios y actos terroristas provocados por movimientos fundamentalistas en Algeria y últimamente en Egipto. Y esto por no hablar de la guerra abierta o solapada entre la comunidad hindú y la musulmana en el gran continente indio. Bien es verdad que los libros de historia, incluso hoy algunos manuales escolares, hacen por fin justicia a la obra civilizadora del Islam durante sus más de doce siglos de historia y reconocen que, cuando la Europa medieval cristiana estaba sumida en la más densa tiniebla, el califato de Córdoba frisaba en su más alto nivel de prosperidad económica, cultura y arte, a la vez que impulsaba entre las comespecial los escritos, unidades étnicas y religiosas representadas allí un ambiente de tolerancia y convivencia. Esto sin olvidar que las grandes obras de la antigüedad clásica y en de Aristóteles se introdujeron en Occidente y llegaron a manos de Santo Tomás gracias a las versiones que de ellos hizo, a través del árabe, la escuela de traductores de Toledo. Todo eso es así. Pero ¿cuántos de nosotros sabemos que por el Islam ha fluido una de las corrientes más auténticas y profundas de experiencia de Dios? ¿Quién ha oído hablar de ese corazón del Islam que es el sufismo ? Pues ésta es la otra cara del Islam -la oculta- que el islamólogo Emilio Galindo se encarga de desvelar en el presente artículo. El sufismo, corazón del Islam, Pastoral Misionera, n° 180 (1992) 41-60 Señal de alarma Una vez más se cumple la ley del péndulo. Hubo un tiempo en que, entre tópicos y prejuicios, se negaba al Islam la existencia y hasta la misma posibilidad de la experiencia de Dios. El Islam era -y para muchos sigue siendo- una religión legalista que prohibía a sus fieles incluso la búsqueda personal de la unión con Dios. Y eso pese a la legión de sufíes o místicos musulmanes que el Islam ha colocado en la cúspide de la experiencia espiritual y al magisterio que ellos ejercieron can otros muchos que se embarcaron en la aventura del espíritu. No pocos de ellos -y de los mejores- nacieron en esa España, concretamente en Al- Andalus, que tan generosas cosechas del espíritu produce, cuando soplan en ella los aires de la libertad y de la tolerancia. Hoy, por el contrario, propendemos al otro extremo. Cada día crece el interés por las experiencias místicas de otras religiones. En especial el sufismo se ha puesto de moda. Las librerías agotan ediciones. Y la mayoría de los pocos españoles que se han pasado al Islam lo han hecho atraídos por la novedad y la magia del sufismo. Conviene, pues, andar sobre aviso. Porque, cuando el radicalismo se pone de moda, lo más seguro es que o se ha comprendido mal o no se ha caído en la cuenta de toda su hondura o se lo quiere explotar para otros fines. Sobre todo en estos tiempos de "mercaderes". Y mucho nos tememos que esto es lo que está ocurriendo con el sufismo, término abstracto, acuñado en 1821 en Alemania, para designar las doctrinas y métodos de la experiencia de Dios en el Islam. Porque si hay una realidad radical y exigente, ésta es el verdadero sufismo: Como dice atinadamente el islamólogo Nicolás' Roser, "Occidente se permite el lujo de integrar aquellos aspectos que en los otros horizontes EMILIO GALINDO culturales contenían una fuente de valores ético-espirituales, reduciéndolos a mercancía de consumo, destinada a sus propios contestatarios internos, previa pasteurización y homogeneización con marchamo de calidad seleccionada. Tal es el caso del yoga hindú, el zen y el tantra búdicos, el sufismo islámico, el tao y las enseñanzas de Confucio. Ni siquiera en sus países se les concede la importancia que Occidente les otorga en su mercado interno". En los comienzos del Islam, se dio el nombre de sufíes a los que se consagraban totalmente a la búsqueda de Dios, más allá de la letra y de la institución. Sufí literalmente significa de lana. Alude al hecho de que esos hombres religiosos que quisieron llevar hasta sus últimas consecuencias la profesión de fe musulmana (shahada), mediante el "gran esfuerzo" (yihad), iban vestidos de lana burda, a imitación de los monjes cristianos. Más tarde sufí se aplicó a todos los místicos de la comunidad. Los sufíes constituyen uno de los más entrañables regalos que el Islam hizo a la humanidad. Al comienzo, la protesta Hay acuerdo en señalar que el sufismo surgió de la actitud de protesta de algunos musulmanes piadosos contra la pérdida de los valores religiosos del Islam, debida al impacto que produjo en la incipiente comunidad su fulgurante avance en el mundo. Esas conquistas acarrearon inmensas. riquezas. Pero con ellas entraron de rondón ideas y costumbres nuevas, distintas a las de Arabia e incluso contrarias a los auténticos valores del Isla m: soberbia del triunfo y ambición de poder. Ese estado de cosas se acentuó cuando los califas Omeyas trasladaron la capital del Imperio, de la ruda y ascética Medina en la Arabia feliz, a la culta y refinada Damasco. Ese refinamiento arrumbó el espíritu primitivo del desierto y transformó el Estado teocrático, legado por el Profeta, en un Estado con una fuerte carga secular, que, pese a su indiscutible confesionalidad, poseería un carácter marcadamente temporal y mundano, más cercano del decadente Imperio Romano de Oriente que de la simple y unitaria experiencia de la primitiva comunidad musulmana. Si a esto añadimos los conflictos y las luchas entre las facciones rivales -sunníes, chiles y jariyies- motivados más por ansias de poder que por razones religiosas, tendremos un cuadro bastante completo de la situación. La reacción no se hizo esperara Los musulmanes sencillos y piadosos, herederos directos de los compañeros del Profeta, que, fieles a la experiencia que puso en marcha el Islam, se acordaban de Dios meditando el Corán, se levantaron y proclamaron, más con sus vidas que con sus palabras, que aquello no era el verdadero Islam. Ante el laxismo imperante; volvieron sus miradas nostálgicas hacia el pasado -tan reciente de su fe-, añorando la simplicidad y autenticidad de la vida en la primera comunidad de la Meca y Medina. Y en señal de protesta se vistieron de lana basta (sufí) y, apartandose de los asuntos terrenales, se consagraron a vivir el auténtico espíritu de los orígenes. Es así como surgieron los que, a partir del siglo VII se llamaron sufíes y cuyo espíritu resumió Ibn Jaldún en el siglo XIV con estas palabras: "Entregarse por completo al servicio de Dios, darse del todo a El, alejarse del lujo y de las vanidades del mundo, abstenerse de cuanto seduce al vulgo -placeres, fortuna y renombre- separarse del trato mundano, a fin de servir mejor a Dios en la soledad: tales son las bases en las que estriba todo método sufí y que constituía ya la regla de conducta de los primeros musulmanes". EMILIO GALINDO La coyuntura cultural Hubo más. Al factor histórico hay que añadirla coyuntura cultural que supuso el encuentro del Islam, cegado por el golpe de luz de la experiencia de Dios uno y único, con las doctrinas, métodos y, sobre todo, con las experiencias distintas de los países recientemente incorporados a la comunidad musulmana (umma). De ahí que los suies, sin abandonar la firme voluntad de remontar a la fe primitiva del Islam, se abrieran, ávidos y sin miedo, a esas corrientes del pensamiento místico y hallasen en ellas un utillaje simbólico y racional de primera calidad, para expresar sus propias experiencias místicas, y una salida para no quedar atrapados en las estrecheces jurídicas del Islam oficial. No es de extrañar que Yunaid (+ 910) llegase a decir: "Nadie alcanza el rango de la verdad hasta que mil personas honestas testifiquen que es un hereje". Así, los sufíes, como un río en crecida que nace de la fe y se alimenta constantemente de ella, fue engrosando sus aguas con afluentes, extraños a la doctrina oficial del Islam, pero no ajenos al flujo y reflujo del gran mar, de cuyo anegamiento ellos eran testigos de excepción. En realidad, el verdadero Islam es extraordinariamente abierto, tolerante, acogedor, ya que tiene pocos dogmas, carece de clero y concilios e invita a leer el Corán como si fuese revelado a cada uno. Por eso deja una gran libertad de espíritu. Prueba de ello: la asimilación creadora de tantas corrientes espirituales, sobre todo en Al- Andalus. Influyeron en los sufíes Plotino, los Pitagóricos, Empédocles y Poimandro. También Zoroastro y el mazdeísmo -religión del Irán antiguo- del que sacaron los conceptos antagónicos de orden y conflicto en la naturaleza y ciertas nociones sobre angelología. Asimismo se aprovecharon de algunas enseñanzas del bud ismo. Y sobre todo de la Biblia, tanto del Antiguo -en especial de los profetas- como del Nuevo Testamento. Y hasta se atrevieron a inspirarse en el monacato cristianó oriental para la organización de las cofradías (tarigas) y las reglas de vida comunitaria. La cosecha Aquello fue el estallido. Primero tuvo un carácter más bien ascético. Luego dio un brinco del aspecto esotérico- legal (sharía) al aspecto esotérico- místico (tariqa), que le permitió alcanzar la Verdad suprema (haqiqa). Asín Palacios resume así la copiosa cosecha del sufismo: "Desde los primeros tiempos del Islam se ven aparecer por todas partes hombres piadosos que, además de cumplir los preceptos rituales de la fe musulmana, se entregan por devoción a ciertas prácticas espirituales de ascetismo y de mortificación, oraciones supererogarorias, ayunos extraordinarios, vigilias nocturnas, limosnas cuantiosas. Unos huyen de las ciudades, para servir mejor a Dios en la soledad; otros hacen profesión de vida peregrinante; algunos practican el celibato; no pocos se someten a duras y prolongadas penitencias. Desde el siglo VIII (II de la hégira o era musulmana) esta vida eremítica o peregrinante comienza a convertirse en cenobítica: los que aspiran a la perfección se asocian bajo la dirección de un asceta experimentado, como novicios alrededor de un maestro. Lentamente va evolucionando esta vida hasta llegar a ser verdadero monacato, con sus conventos, su jerarquía, sus institutos diversificados. Verdaderas órdenes religiosas surgen a porfía: hay mendicantes, predicadores, giróvagos y frailes militares para la defensa de las fronteras. Las mujeres imitan a los hombres en el ascetismo y en la austeridad y pronto les EMILIO GALINDO superan en las delicadas emociones de la mística: una turba de devotas contemplativas profesan la vida eremítica, ya desde comienzos del siglo VIII (II de la hégira). En los comienzos del XII (VI de la hégira), la evolución ha tocado techo. En Egipto se erigen conventos hasta para mujeres ancianas. La vida musulmana, saturada de ascetismo, se organiza monásticamente: los seglares que no podían vivir en el claustro, se adhieren a unas u otras de las órdenes existentes, para cumplir dentro de la sociedad profana las reglas de la vida monástica. Así nacen las cofradías, análogas a nuestras órdenes terceras" (Obras escogidas, 1946, págs, 16-17). Como explica el propio Asín Palacios, en Al-Andalus el Islam no iba a la zaga en el fervor de los sufíes (El Islam cristianizado, 1931, págs. 140-141). El problema del origen Nadie discute hoy la fecunda cosecha del fenómeno sufí. Sería absurdo ponerlo en duda, por culpa de prejuicios teológicos estrechos y excluyentes que alegan que, si Dios otorgase favores místicos a una religión falsa, sería tanto como avalar el error. Tras, el Vaticano II esta tesis ha quedado desbordada, pues decía muy poco del amor universal de Dios, que rebasa los pobres y raquíticos límites de la religión cristiana, y deja al descubierto la petulancia de algunos teólogos, que se habían permitido monopolizar a Dios y someter al servicio de sus estrechas y menguadas categorías el plan de divinización de todo hombre, el cual está abierto al flujo y reflujo delgran mar. No pocos de esos sufíes han escalado las más altas cimas de la experiencia de Dios. Ante este hecho indiscutible, cabe preguntarse: ¿es el sufismo un fenómeno netamente islámico o algo exterior a él? Algunas de las soluciones propuestas estaban condicionadas por prejuicios seculares. Nos enfrentábamos a este problema, como a tantos otros del Islam, pre-ocupados; o sea, ocupados de antemano. Es así como algunos desarrollaron la tesis dulas influencias mutuas: préstamos del monaquismo cristiano a través de los monjes de la Tebaida, Asiria y Arabia al Islam, préstamos que los sufíes devolverían más tarde, aunque pasados por el tamiz del Islam (Asín Palacios). Otros, en cambio, afirmaron la originalidad islámica del sufismo, pues la experiencia de Dios vivida por Mahoma y vaciada en el Corán garantizará una evolución autóctona (L. Masignon). Otros, situando el problema en una perspectiva más amplia, sostienen que la experiencia espiritual de los sufíes brota de la misma fuente eterna de la que bebieron todos los hombres sedientos de Dios. Según esto, el origen del sufismo, como el de los demás misticismos, se encuentra en el hombre mismo y no en una religión o cultura determinada. Para dar cumplida respuesta a este problema, es necesario distinguir entre el núcleo central, común denominador de toda experiencia auténtica de Dios- y la forma específica que la búsqueda de Dios adopta en el Islam. 1. El núcleo. Hay una vieja imagen que, aunque anterior al Islam, expresa el nervio del movimiento sufí. Resuena en las palabras - mitad grito de socorro, mitad canto de victoria- del gran sufí Al-Hallay: Ve a decir a mis amigos que me he embarcado en el "gran mar" y que mi barca se rompe. Esa imagen del "gran mar" constituye lo que hemos llamado el núcleo del sufismo. Con imágenes distintas, los sufíes expresan siempre lo mismo: Dios es el "mar vivo", del que, de vez en cuando fluye una Revelación, como un oleaje que inunda nuestras playas. Cada oleaje toma una forma. La EMILIO GALINDO del Islam es el Corán. El sufí, sumergido en las olas del Amor, presa de una especie de vértigo consciente y libre, se dejará llevar por el reflujo, para adentrarse en el Absoluto del "mar, liberado de su "yo". Y como en el Islam el oleaje es el Corán, el sufí intentará ahogarse en la palabra viva del Corán, para poder exclamar con Yunus Emre: "Eh, tú, amigo mío: en el Mar del Amor hundirme quiero, cogerme la cabeza entre mis manos y lanzarme hacia esos caminos y andar, amigo mío, andar, andar, andar". Según los sufíes, lo mismo se aplica a todos los hombres y a todas las religiones. Porque la` verdad es que sólo hay un Mar. Eso relativiza y a la vez hermana a todas las religiones. Ya el Apocalipsis (22,17) proclama: "El que tenga sed, que venga, y el que quiera coja de balde agua viva". Así que, las olas son distintas, pero el Mar es el mismo. Y todas las olas se levantan gracias al soplo de Aquel de quién todo proviene en infinito vaivén de exigente ternura. Y por eso los sufíes son tolerantes y acogedores respecto a las demás religiones: "Si conocieras el dicho de Yunaid de que el agua adopta el color del cristal que la contiene, no ofenderías las creencias ajenas y percibirías a Dios en todas las formas y en todas las religiones" (Ibn Arabi). La tarea del sufí consiste, pues, en ser absorbido por el gran mar: el cuerpo en el alma, el alma en el Espíritu y el Espíritu en la Realidad Total, realizando así la consigna, hecha poesía, de Mahoma: Morid antes de morir. Este núcleo es ciertamente anterioral Islam. Es la "vieja sed", "el hambre antigua", la "embriaguez" por la que toda la creación suspira: Antes de que en el mundo hubiera jardín, vid o uva, nuestra alma estaba embriagada de vino mortal (Rumí). 2. La forma. Pero, poco a poco, los sufíes que asumieron hasta las últimas consecuencias la profesión de la fe islámica - no hay más divinidad que Dios- sintieron la necesidad de elaborar un método para llegar más fácilmente a la verdad y una doctrina que les explicase lo que sólo viviendo se puede comprender. A esto hay que añadir la experiencia. Porque, según el símil sufí, no es lo mismo conocer el fuego a través de la descripción que de él nos hacen, que conocerlo por haberlo visto y conocerlo por haberse abrasado en él. Para elaborar tanto el método como la doctrina, el sufismo se sirvió no sólo del oleaje coránico, sino que, con sorprendente abertura, incorporó elementos provenientes de las viejas sabidurías iraníes, hindúes, budistas, neoplatónicas y cristianas. Y así han actuado siempre todos los auténticos misticismos, porque sólo puede innovar el que recibe la tradición, en el sentido original de la palabra. 3. Resumiendo. En su núcleo el sufismo es idéntico a los demás. No hay influencias: todos los hombres sienten o pueden sentir la misma sed e ir en busca del mismo mar. Y en cuanto a la forma: a) El sufismo constituye un fenómeno netamente islámico. El sufí se inspira en el Corán. Es preocupación constante suya la de ser y aparecer como buen musulmán, respetuoso de la tradición y nunca en ruptura con la fe coránica: Y por esta el criterio de asimilación de aportaciones no coránicas será el de que respeten e incluso refuercen el puntal de la fe coránica: la unicidad del Ser Uno. EMILIO GALINDO b) Desde el punto de vista tanto histórico como institucional el sufismo constituye en el Islam un fenómeno accidental e incluso marginal. No representa el desarrollo del Islam oficial en su conjunto. De ahí el conflicto permanente entre el sufismo y el Islam oficial, incluso con sus episodios sangrientos, que sólo se resolvió con la reconciliación llevada a cabo en el siglo XII por el gran Algacel. Sin que esto signifique que ha desaparecido el recelo y la desconfianza con la que los teólogos y juristas oficiales han mirado siempre a los sufíes, esos hombres incómodos por su estilo y soberana libertad. Como dijo el gran Rumi: El hombre de Dios está más allá de la religión. c) A pesar de esto, cabe afirmar que el sufismo, por su honda experiencia de unión con Dios, es al Islam lo que el corazón al cuerpo. El fue la tierra fecunda de la que brotaron las raíces del Islam. En definitiva: el sufí realiza los ideales específicos del Islam. Los cinco principios Pese a la diversidad de formas y estilos, el sufismo reposa sobre cinco principios fundamentales: 1) Solo hay un Dios, realidad verdadera, verdad única, gran mar. 2) Consiguientemente, nada es Dios fuera de Él en todo el universo y todo lo que no sea volver a Él es idolatría. 3) Sólo hay una hermandad humana, independiente de religiones, castas, colores y lenguas. 4) Hay una única verdad, que es la esencia de nuestro ser: quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. 5) Sólo hay un único camino de perfección: disolverse en Dios, re-nacer en Él, re identificarse en Él. Y todo esto no en teoría, sino con la experiencia y con la vida. Será, pues, poco menos que imposible definir el sufismo. Porque acontece en lo más hondo de la persona y hay tantos caminos hacia Dios como seres humanos. De ahí que un sufí nunca preguntará lo que es un sufí. Como todo lo que tiene hondura; el sufismo no podemos definirlo, sino sólo adivinarlo, intuirlo. Que no se encadena al fuego ni se ponen bridas al viento ni leyes al mar. Iniciación a lo hondo Como ocurre en todas las religiones que quieren adentrarse por las honduras del misterio, la experiencia de Dios requiere una seria iniciación, que en el sufismo consiste en la "muerte del propio yo", para que renazca otro yo puro y solidario con todo lo creado. La iniciación sufí abre la puerta: Corresponde al iniciado entrar por ella, haciendo realidad la consigna de Abu Sa' id: Aquello que tengas en la cabeza abandónalo; cuanto tengas en las manos dalo; lo que te advenga no lo esquives. Como camino que es, el sufismo tiende a la adquisición- de virtudes, a la realización interior, a la vida hecha amistad con el Amigo, al éxtasis o grado supremo, que va más allá del pensamiento. Se trata de experiencia, no de especulación. Para el sufí, no es lo mismo saber que haber visto y vivido. La iniciación sufí se realiza en tres etapas, por las que el iniciado pasa de lo esotérico de las leyes y normas hasta la unión con el Amado, consciente de que las leyes sagradas y las normas religiosas son caminos para quienes buscan. Pero el fruto de la ve rdad está lo sabes Tú- más adentro que eso (Yunus Emre). EMILIO GALINDO A ese mundo del más adentro, a esas aguas profundas del Misterio han ido a beber siempre los místicos sufíes, igual que los creyentes de todas las religiones o incluso sin religión que, transidos por el ansia del Misterio, buscaron su realización en Él. Porque, aunque los caminos de la búsqueda son numerosos, la búsqueda es siempre la misma (Rumi). De ahí que sin alegar que unos se han copiado a los otros, exista una analogía tan profunda entre todos los místicos Porque todos los que beben de la misma agua, experimentan lo mismo, aunque sus credos y sus doctrinas, como productos que son de culturas diferentes, difieran e incluso se opongan. En ese hontanar de lo vivido, ya no se teoriza, no se manejan simples conceptos (ortodoxia), sino que se grita una experiencia ardiente e intransferible: Todo el reino del ser invadido por el Amigo (Yunus Entre). Porque a todos les acoge y sobrecoge aquel mismo Espíritu del que Rumi decía: El soplo del Espíritu Santo hizo a María concebir el niño divino. Asimismo, cuando la Palabra de Dios penetra en un corazón, éste y el alma quedan henchidos de divina inspiración y en ellos se produce una criatura espiritual, cuyo soplo es el de Jesús, que resucita a los muertos La llamada de Dios, por velada que sea, concede lo que concedió a María. Las tres etapas iniciáticas son: la Ley (sharía), la Vía o Camino (tariga) y la Realidad (haqiqa), que nuestro místico universal, el murciano Ibn Arabi, caracterizaba poéticamente así: La Ley es la raíz, la Vía es una rama, la Realidad el fruto. Maestros espirituales El camino sufí comporta riesgos. Por esto, los que lo emprenden han de dejarse guiar por una mano experimentada. Ya advertía Ibn Arabi Aquel que no tiene un guía (cheij), su guía será el diablo (chaitan). Y Rumi: pon tus manos en las manos del guía; es mejor que una luz y más seguro que un camino conocido. El maestro ha de conocer por experiencia el camino de la perfección. Y muy pocos lo conocen de verdad. La mayoría sólo conoce las técnicas para adquirir determinados hábitos. Los auténticos maestros espirituales, además de sabios, respetados por todos, deben ser santos, hombres de religión interior vivida. De lo contrario, los desastres de los que se confían a ellos pueden ser irreversibles, como es, entre otros, el trastorno denominado demencia de lo inaccesible. En cambio, a través del maestro santo Dios irradia su luz. Para los sufíes, un maestro verdadero lo es todo; un maestro imperfecto no es nada. Es tarea suya: despertar interiormente a los aspirantes; ayudarles a presentir la verdadera esencia de su ser y la presencia íntima de Dios. El carisma del magisterio no se consigue con esfuerzo y ni siquiera es un don de Dios. Es algo más: es una orden divina, una misión que ningún sufí se atreverá a asumir por propia iniciativa. De ahí que su ejercicio sea secreto, hasta el punto de que a veces guían a sus discípulos sin que éstos jamás los hayan visto. Ellos constituyen la jerarquía secreta de los sufíes, el eje (jutb) sobre el que gira su espiritualidad, la prueba viviente y la garantía de su mundo espiritual. Talante de los sufíes El Islam se apoya todo él en la experiencia del Misterio vivida por Mahoma: ¡Oh Dios mío!, pon una luz en mi corazón, una luz en mi oído, en mi vista, en mis cabellos, en mi EMILIO GALINDO piel, en mi carne, en mi sangre, en mi vista, en mis huesos; una luz ante mí, una luz detrás de mí, sobre mí, debajo de mí, a mi derecha y a mi izquierda. ¡Oh, Dios mío!, acrecienta mi luz, dame luz, hazme luz, oh Luz de la luz, por tu misericordia, ¡oh Misericordioso! El sufismo conserva ese mismo talante que podemos resumir así: 1. Experiencia de Dios. Los sufíes no hablan de Dios de oídas. Hablan de lo que han vivido, de lo que han experimentado en lo más hondo de su ser. Y por esto sus textos suenan más a grito del alma que a lógica de la razón. Esa sabiduría de la experiencia no se aprende con palabras (nadie se emborracha con la palabra vino) ni en los libros: El libro del sufí no está compuesto con letras ni tinta, sino que es un corazón blanco como la nieve (Rumí). Consciente de ello, el sufí rezará: Hazme entrar, Señor, en las profundidades del océano de tu unidad. He atravesado el Mar de la proximidad, hasta que mis ojos vieron un Fuego que no puedo nombrar... Tú eres mi íntimo Compañero, mi Fiesta solemne, el objeto de mi pasión, mi Fruto dorado (Ibn Arabi). El que hace esa experiencia confesará con Abú Al-Fazl: ¡Señor!, un día visito la iglesia, otro día la mezquita, pero de templo en templo sólo a Ti voy buscándote. Para tus discípulos no hay herejía, no hay ortodoxia: todos pueden verte de verdad sin velos. Que el herético siga con su herejía y el ortodoxo con su ortodoxia. Tu fiel es el vendedor, de perfumes: necesita la esencia de rosas del divino Amor. 2. Gratuidad. Los sufíes lo tenían muy experimentado. Sabían que la iniciativa viene de Dios. Al principio creía que era yo quien pensaba en Dios y le quería. Cuando llegué al fin, me convencí de que era Él el que había pensado en mí antes que yo en Él, que me había conocido antes que yo a El, que su amor me había buscado antes que yo le buscara. (Abu Yazid). Se trata de una iniciativa infinitamente delicada, como el susurro del agua. Dice Dios: Yo soy el ruido del agua en los oídos del sediento. Yo vengo como la lluvia suave del cielo. Levántate, amigo, despierta: ¡el ruido del agua,: tú sediento, y duermes! (Al-Hallay). Iniciativa que se hace súplica vehemente: Vuela, vuela, pájaro, hacia tu país de origen, porque hete aquí escapaxo de la jaula y tus alas desplegadas. Aléjate del agua pútrida, apresúrate hacia la fuente de la vida. Con frase lapidaria expresa lo mismo el cristiano Ireneo de Lión: La fuente tiene sed de ser bebida. 3. Esfuerzo. La experiencia descubre al sufí que si Dios es gratuito, no se regala. Para evitar todo posible engaño, advierte Abu Said Ibn Abi: No basta con decir "no hay más dios que Dios". La mayoría de los que proclaman esto con los labios son politeístas de corazón. Si no renuncias a tu "yo", no tendrás fe en Dios. Sólo así se puede llegar a la confesión total de Yunus Emre: Puedo ofrecer mi palabra al saqueo, ya estoy despojado de mi yo. Todo el reino del ser está invadido por el Amigo. Ahora; a través de mi lengua; solamente es El quien habla. Puedo ofrecer mi universo al saqueo; pues solamente cuando mi ser me deja; el Amigo viene junto a m[ y mi corazón se llena de luz. 4. La sabiduría de la libertad. Liberado de su yo, el sufí adquiere esa sabiduría de la libertad frente a normas, ritos y doctrinas que le hace relativizar el abigarrado mundo de las religiones. Y esa libertad le permitirá distinguir el medio del fin: ¿Cuál es el camino para llegar a Dios? Si quieres hacer lo que un buen servidor, observarás fielmente los preceptos de la ley religiosa. Si quieres a Dios mismo, deja a un lado todo cuanto no sea El y llegarás a El (Sari al Sagati). Esa libertad deja definitivamente clara el objetivo: ¡Cuán diferente es ir a la boda para participar, como comensal en el EMILIO GALINDO banquete, a ir a la boda para estar allí con el Bienamado! (Y al-Razi). ¡Qué fácil es comprender la persecución de los sufíes por parte de los guardianes de la ortodoxia! 5. Tolerancia. Es uno de los signos distintivos de la verdadera experiencia de Dios. Justo lo contrario del profesional de la religión, del dogmático. Según el espíritu sufí, donde hay fanatismo e intolerancia, falta la verdadera experiencia de Dios. Porque, en definitiva, Dios es infinitamente tolerante. El que ha hecho la experiencia de Dios relativiza las cuestiones religiosas, porque sabe que son meras balb uceos. De ahí que los sufíes relativicen mucho la pertenencia a las distintas confesiones religiosas. Y por eso Rumi confesaba: No soy ni cristiano ni judío ni musulmán. No soy ni de Oriente ni de Occidente, ni de la tierra ni del mar... pero no clames diciendo que todas las religiones son vanas. En todas ellas hay un perfume de verdad, sin la cual no animarían la fe de los creyentes. Y será nuestro lbn Arabi el que expresará mejor que nadie la verdadera y única tolerancia, la del Amor: Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo, si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en cauce de todas las formas: es pradera de gacelas y claustro de monjes, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, tablas de la Ley y pliegos del Corán. Porque profeso la religión del amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el amor es mi credo y mi fe. Para llegan a este final, hay que haber hecho antes la experiencia transformante de Dios. 6. Fraternidad universal. Libre de todo, abierto a todo, ebrio de amor por la herida viva de la experiencia de Dios, el sufí descubre una exquisita fraternidad cósmica que nos recuerda la del poverello de Asís. En el mercado y en el claustro sólo vi a Dios. Le he visto detrás de mí en la hora de la tribulación y en los días del favor y la fortuna. No vi alma ni cuerpo, accidente ni substancia, causas ni cualidades: sólo vi a Dios. Abrí mis ojos y, gracias a la luz de su rostro, descubrí en todas las miradas al Amado y sólo vi a Dios (Baba Kuhi). De ahí la compasión de que habla Yunaid: Ser compasivo es darle al prójimo lo que pida de ti, no imponerle cargas que no pueda soportar, no hablarle de forma que no pueda comprender. Y finalmente el optimismo que expresa Rumi: Si nos buscas, búscanos en la alegría, porque somos los habitantes del reino de la alegría. Conclusión Esta-es la cara oculta del Islam. Es el sufismo, esa legión de hombres incómodos del Islam. Es el oleaje que fluye y refluye, el fruto maduro de una riquísima simbiosis espiritual, cultural y humana, en la que todos pusieron su parte. El Islam puso la raíz - la fe en el Dios único- y la garantía de la ortodoxia - la Palabra revelada, la vida y enseñanzas del Profeta y la referencia a la Umma o Comunidad-, la historia puso la coyuntura propicia - las conquistas que abrieron las puertas a otras culturas y experiencias místicas- los sufíes pusieron el hambre del Absoluto, la vivencia del Misterio, la libertad, la activa disponibilidad y la pobreza radical. Y el resto, es decir, todo, lo puso Dios. Condensó: TOMAS CAPMANY