La Santa Sede

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La Santa Sede
VIAJE APOSTÓLICO AL REINO UNIDO
(16-19 DE SEPTIEMBRE DE 2010)
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Bellahouston Park - Glasgow
Jueves 16 de septiembre de 2010
(Vídeo)
Queridos hermanos y hermanas en Cristo
“Está cerca de vosotros el Reino de Dios” (Lc 10, 9). Con estas palabras del Evangelio que
acabamos de escuchar, os saludo a todos con gran afecto en el Señor. En verdad, el Reino de
Dios está ya entre nosotros. En esta celebración de la Eucaristía, en la que la Iglesia en Escocia
se congrega en torno al altar en unión con el Sucesor de Pedro, reafirmemos nuestra fe en la
Palabra de Cristo y nuestra esperanza en sus promesas, una esperanza que nunca defrauda.
Saludo cordialmente al Cardenal O’Brien y a los Obispos escoceses. Agradezco particularmente
al Arzobispo Conti sus amables palabras de bienvenida de vuestra parte y expreso mi profunda
gratitud por el trabajo que el Gobierno británico y escocés y las autoridades municipales de
Glasgow han llevado a cabo para que fuera posible este encuentro.
El Evangelio de hoy nos recuerda que Cristo continúa enviando a sus discípulos a todo el mundo
para proclamar la venida de su Reino y llevar su paz al mundo, empezando casa por casa, familia
por familia, ciudad por ciudad. Vengo a vosotros, hijos espirituales de San Andrés, como heraldo
de la paz y a confirmaros en la fe de Pedro (cf. Lc 22, 32). Me dirijo a vosotros con emoción, no
muy lejos del lugar donde mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II celebró la Misa con
vosotros, hace casi treinta años, recibido por la multitud más numerosa que jamás se haya visto
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en la historia de Escocia.
Muchas cosas han ocurrido en Escocia y en la Iglesia en este país desde aquella histórica visita.
Compruebo con gran satisfacción que la invitación que el Papa Juan Pablo II os hizo para
caminar unidos con vuestros hermanos cristianos, ha producido mayor confianza y amistad con
los miembros de la Iglesia de Escocia, la Iglesia Episcopal Escocesa y otros. Os animo a
continuar rezando y trabajando con ellos en la construcción de un futuro más luminoso para
Escocia, basado en nuestra común herencia cristiana. En la primera lectura de hoy, hemos
escuchado el llamamiento de San Pablo a los romanos a que reconozcan que, como miembros
del Cuerpo de Cristo, nos pertenecemos los unos a los otros (cf. Rm 12, 5) y debemos convivir
respetándonos y amándonos mutuamente. En este espíritu, saludo a los representantes
ecuménicos que nos honran con su presencia. Este año se conmemora el cuatrocientos
cincuenta aniversario de la Asamblea de la Reforma, y también el centenario de la Conferencia
Misionera Mundial en Edimburgo, que es considerada por muchos como el origen del movimiento
ecuménico moderno. Demos gracias a Dios por la promesa que representa el entendimiento y la
cooperación ecuménica para un testimonio común de la verdad salvadora de la Palabra de Dios,
en medio de los rápidos cambios de la sociedad actual.
Entre los diferentes dones que San Pablo enumera para la edificación de la Iglesia está el de
enseñar (cf. Rm 12, 7). La predicación del Evangelio siempre ha estado acompañada por el
interés por la palabra: la palabra inspirada por Dios y la cultura en la que esta palabra echa raíces
y florece. Aquí, en Escocia, pienso por ejemplo en las tres universidades fundadas por los papas
durante la edad media, incluyendo la de San Andrés, a punto de celebrar el sexto centenario de
su fundación. En los últimos treinta años, con la ayuda de las autoridades civiles, las escuelas
católicas en Escocia han asumido el desafío de brindar una educación integral a un mayor
número de estudiantes, y esto ha ayudado a los jóvenes no sólo en su camino de crecimiento
espiritual y humano, sino también en su incorporación a la vida profesional y pública. Se trata de
un signo de gran esperanza para la Iglesia, y animo a los profesionales católicos, a los políticos y
profesores de Escocia a no perder nunca de vista que están llamados a poner sus talentos y su
experiencia al servicio de la fe, trabajando por la cultura escocesa actual en todos sus ámbitos.
La evangelización de la cultura es de especial importancia en nuestro tiempo, cuando la
“dictadura del relativismo” amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre la naturaleza del
hombre, sobre su destino y su bien último. Hoy en día, algunos buscan excluir de la esfera pública
las creencias religiosas, relegarlas a lo privado, objetando que son una amenaza para la igualdad
y la libertad. Sin embargo, la religión es en realidad garantía de auténtica libertad y respeto, que
nos mueve a ver a cada persona como un hermano o hermana. Por este motivo, os invito
particularmente a vosotros, fieles laicos, en virtud de vuestra vocación y misión bautismal, a ser
no sólo ejemplo de fe en público, sino también a plantear en el foro público los argumentos
promovidos por la sabiduría y la visión de la fe. La sociedad actual necesita voces claras que
propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias,
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sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía
y protección en su debilidad y fragilidad. No tengáis miedo de ofrecer este servicio a vuestros
hermanos y hermanas, y al futuro de vuestra amada nación.
San Ninián, cuya fiesta celebramos hoy, no tuvo miedo de elevar su voz en solitario. Siguiendo
las huellas de los discípulos que nuestro Señor envió antes que él, Ninián fue uno de los primeros
misioneros católicos en traer la buena noticia de Jesucristo a sus hermanos británicos. Su Iglesia
de su misión en Galloway se convirtió en centro de la primera evangelización de este país. Este
trabajo fue retomado más tarde por San Mungo, patrón de Glasgow, y por otros santos, entre los
que debemos destacar San Columba y Santa Margarita. Inspirados en ellos, muchos hombres y
mujeres han trabajado durante siglos para transmitiros la fe. ¡Esforzaos en ser dignos de esta
gran tradición! Que la exhortación de San Pablo, en la primera lectura, sea para vosotros una
constante inspiración: “En la actividad no seáis descuidados, en el espíritu manteneos ardientes.
Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la
tribulación, sed asiduos a la oración” (Rm 12, 11-12).
Me gustaría ahora dirigirme especialmente a los Obispos de Escocia. Queridos hermanos, quiero
animaros en vuestra dedicación pastoral a los católicos escoceses. Como sabéis, uno de
vuestros primeros deberes pastorales está en relación a vuestros sacerdotes (cf. Presbyterorum
Ordinis, 7) y su santificación. Igual que ellos son un alter Christus para la comunidad católica,
vosotros lo sois para ellos. En vuestro ministerio fraterno con vuestros sacerdotes, vivid en
plenitud la caridad que brota de Cristo, colaborando con todos ellos, en particular con quienes
tienen escaso contacto con sus hermanos en el sacerdocio. Rezad con ellos por las vocaciones,
para que el Señor de la mies envíe trabajadores a su mies (cf. Lc 10, 2). Ya que la Eucaristía
hace la Iglesia, el sacerdocio es algo central para la vida de la Iglesia. Ocupaos personalmente de
formar a vuestros sacerdotes como un cuerpo de hombres que alientan a otros a dedicarse
totalmente al servicio de Dios Todopoderoso. Cuidad también de vuestros diáconos, cuyo
ministerio de servicio está asociado de manera especial con el orden de los obispos. Sed padres
y ejemplo de santidad para ellos, animándolos a crecer en conocimiento y sabiduría en el ejercicio
de la misión de predicar a la que han sido llamados.
Queridos sacerdotes de Escocia, estáis llamados a la santidad y al servicio del pueblo de Dios
conformando vuestras vidas con el misterio de la cruz del Señor. Predicad el evangelio con un
corazón puro y con recta conciencia. Dedicaos sólo a Dios y seréis ejemplo luminoso de santidad,
de vida sencilla y alegre para los jóvenes: ellos, por su parte, desearán seguramente unirse a
vosotros en vuestro solícito servicio al pueblo de Dios. Que el ejemplo de San Juan Ogilvie,
hombre abnegado, desinteresado y valiente, os inspire a todos. Igualmente, os animo a vosotros,
monjes, monjas y religiosos de Escocia, a ser una luz puesta en lo alto de un monte, llevando una
auténtica vida cristiana de oración y acción que sea testimonio luminoso del poder del Evangelio.
Finalmente, deseo dirigirme a vosotros, mis queridos jóvenes católicos de Escocia. Os apremio a
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llevar una vida digna de nuestro Señor (cf. Ef 4,1) y de vosotros mismos. Hay muchas tentaciones
que debéis afrontar cada día —droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol— y que el mundo os dice
que os darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean división. Sólo
una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de vosotros. Buscadlo, conocedlo
y amadlo, y él os liberará de la esclavitud de la existencia deslumbrante, pero superficial, que
propone frecuentemente la sociedad actual. Dejad de lado todo lo que es indigno y descubrid
vuestra propia dignidad como hijos de Dios. En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que oremos
por las vocaciones: elevo mi súplica para que muchos de vosotros conozcáis y améis a Jesús y, a
través de este encuentro, os dediquéis por completo a Dios, especialmente aquellos de vosotros
que habéis sido llamados al sacerdocio o a la vida religiosa. Éste es el desafío que el Señor os
dirige hoy: la Iglesia ahora os pertenece a vosotros.
Queridos amigos, una vez más expreso mi alegría de poder celebrar la misa con vosotros. Y me
siento feliz de poder aseguraros mis oraciones en la antigua lengua de vuestro país: Sìth agus
beannachd Dhe dhuib uile; Dia bhi timcheall oirbh; agus gum beannaicheadh Dia Alba. La paz y la
bendición de Dios sea con todos vosotros; que Dios os proteja; y que Dios bendiga el pueblo de
Escocia.
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana
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