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Ese jardín
perdido
Ese jardín
perdido
Yamil Díaz Gómez
Jurado:
Jaime Sarusky
Ciro Bianchi
Ricardo Riverón
Edición: Yoansy García Díaz
Perfil de colección y diseño: Leonardo Orozco
Ilustración de cubierta: Orozco
Fotografía de solapa: Yanet González Portal
Corrección: Rebeca Murga Vicens
Mecacopia: Milagros Cabello
© Yamil Díaz Gómez, 2006
© Sobre la presente edición:
Editorial Capiro, 2006
ISBN: 959-265-113-2
Editorial Capiro:
Gaveta Postal 19, Santa Clara 1, Cuba, CP: 50100
E-mail: ecapiro@cenit.cult.cu / www.cubaliteraria.com
Este libro ha sido procesado en la Empresa Gráfica de Villa Clara y en el
Taller Gráfico del Centro Provincial del Libro y la Literatura, en Santa
Clara, en el mes de junio de 2006, la edición consta de 1000 ejemplares.
A la memoria de Milanés, Casal, Guillén,
Dulce María Loynaz, Ballagas, Piñera
y tantos otros poetas cubanos a los que nunca
pude entrevistar.
A María de los Ángeles Sánchez Rodríguez
o, mejor dicho, a Mary, mi remanso.
No es por azar que nacemos en un sitio y no
en otro, sino para dar testimonio.
ELISEO DIEGO
LA SOMBRA LUMINOSA
«Martí hablaba en parábolas, como Cristo»
(Diez preguntas sobre José Martí, el poeta)
Apenas un mes antes de su muerte, afirmó en una carta:
«Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de
ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en
el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su
fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de
estrellas, —y en la unidad del universo».
Sin embargo, no hay dudas de que también la halló
en los libros de poesía. Por eso la definió como un pedazo
de nuestras entrañas, donde bullía un concierto «de soberbias íntimas, de amargos desfallecimientos, de patrióticas ansias» junto a «perfumes del espíritu humano y del
perfume de la gran Naturaleza».
José Martí comparó la poesía con los lirios de San
Juan, y advirtió que la noche es «la propicia amiga de los
versos», y que sin emoción «se puede ser escultor en verso
o pintor en verso; pero no poeta», y que el poeta nace
ungido, como un rey. Y que «poesía es esencia». Y, además, que: «Un grano de poesía sazona un siglo».
¡Qué privilegio hubiera sido discutir de esos temas
con el Apóstol y preguntarle sobre sus propios versos, iniciadores de la poesía moderna en Cuba!
No fueron muy conocidos durante su vida, porque
Martí no se empeñó en hacer carrera de poeta. Y si imprimió dos poemarios —mientras quedaba inédita una parte abundante y esencial de su obra— fue apenas para
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
repartir ejemplares entre sus propios familiares y amigos.
Pero don Tiempo se ha encargado de hacer justicia con
los versos del Maestro, que hoy continúan ejerciendo un
fecundo magisterio sobre diversas generaciones de poetas
de la lengua española.
¿Qué hacer entonces con las preguntas que tenemos
para él, esas que nos hubiera gustado dirigirle cara a cara
y saboreando una taza de café («padre del verso»), estas
que comúnmente no responden sus críticos, porque —en
su mayoría— tienen que ver con una parte menos
filológica pero más íntima y cotidiana de nuestro autor?
¿Qué hacer? Buscar respuestas en la voz de quienes tuvieron la dicha de tratarlo en vida, y aun en la de otros
que lo conocieron después de muerto.
Es una trampa inocente en el eterno diálogo entre la
Patria y el mayor de sus poetas.
¿Cómo escribía?
ERNESTO MERCADO: Acostumbraba a hacerlo, ya
instalado en la casa de «San Ildefonso», por las tardes,
cuando mi padre [Manuel Mercado] tenía necesidad
de dejarlo para ir a sus obligaciones que jamás desatendía; prefería para ello una pieza aislada, en el entresuelo de la casa, en donde estudiábamos los muchachos; y sobre nuestra mesa, amplia, cuadrada, con
cubierta de paño encarnado, y con textos encima de
textos no poco deteriorados de Matemática, de Gramática, de Física, de Historia y diccionarios, se ponía a
escribir durante horas. Con pretexto de tomar o dejar
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ESE JARDÍN PERDIDO
algún libro, nos colocábamos silenciosamente cerca
de él y lo espiábamos; no levantaba la cabeza, por la
que pasaba su mano de cuando en cuando dejando
algo desordenados sus cabellos; y escribía, escribía con
una rapidez nunca vista por nosotros, vertiginosa, sin
detenerse ni un instante, completando los renglones
en segundos de tiempo y cambiando de hojas cada
pocos minutos; y su semblante, siempre pálido, revelaba ansiedad, angustia.
MARÍA MANTILLA: Cuando él escribía algún artículo o carta o lo que fuera, su cerebro trabajaba con
tal rapidez que las ideas le venían más ligeras de lo
que la pluma le permitía escribir, y al concluir me
llamaba y me decía: «Mira, lee esto y dime qué dice
aquí», porque él mismo no entendía lo que había escrito; pero yo sí lo entendía. Siendo su discípula, yo
conocía cada rasgo de su letra. Él me decía que yo
era su secretaria. A veces me dictaba mientras se paseaba por el cuarto, y yo tenía que escribir muy ligero
para no perder una frase.
¿Qué leía?
FERMÍN VALDÉS DOMÍNGUEZ: Se levantaba temprano con el libro que acababa de salir de una de las
mejores prensas de París, de Londres, de Madrid, de
Italia, de New York, de Alemania, de la América Latina o de Cuba. A éste se unían periódicos extranjeros;
los del día; la correspondencia y el artículo escrito al
amanecer, para Patria.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
ROMÁN VÉLEZ: Séneca, Aristóteles, Corneille,
Bacon, Montaigne, Joubert, Massillón, San Agustín,
Rosseau, Voltaire, Shakespeare, Juvenal, toda una
legión, se agitaba, bullía, vibraba en aquel cerebro
poderoso, hecho para los torneos y las epopeyas, para
las recias batallas y las hondas lucubraciones. En sus
manos eran a diario: el Tratado de la Naturaleza de
Malebranche, los Pensamientos de Marco Aurelio, la
Historia de España, de Mariana, los Epigramas de
Marcial, las endechas de Mássinger, El Capital de
Marx, las elegías de Propercio, los Ensayos de Maculay,
las Observaciones de Llorente, el Catecismo de Lutero,
todo le era familiar, conocido, íntimo, y consideraba los periódicos como soldados y los libros como
hermanos.
Su lectura de la poesía francesa que le era entonces contemporánea, ¿le impuso esa especie de dulce yugo visible
en otros poetas hispanoamericanos de aquel momento?
JOSÉ DE ARMAS Y CÁRDENAS (Justo de Lara): Es un
grave error considerar a Martí, como se ha hecho, un
escritor de tendencias decadentistas a la moderna, y
de corte francés. Su castellano, aunque sembrado de
neologismos, tiene un sabor arcaico, que denuncia
constantemente la lectura de los grandes prosistas
españoles del siglo XVII. Las entrañas de su pensamiento también eran españolas. Por esto creo que el autor
que más influyó en su mentalidad fue Gracián, y quien
lea El Héroe, El Discreto y El Criticón, y recorra luego
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ESE JARDÍN PERDIDO
las páginas de Martí, verá cómo este, lejos de ser un
decadentista a la francesa, fue más bien un culterano
de nuestro Siglo de Oro.
¿Cómo era su despacho?
DOMINGO ESTRADA: Cada vez que a Nueva York
llegaba, mi primera visita era para él. ¡Con qué ilusión
subía rápido los cuatro pisos de esa vieja y sombría casa
de la calle Front! Allí, en el fondo del corredor obscuro, estaba la puerta del pequeño aposento, que era a la
vez salón, dormitorio y gabinete de trabajo.
MIGUEL TEDÍN: Cubrían los muros de su despacho estanterías de pino blanco, algunas de las cuales
él mismo construyó, y en los pocos espacios libres que
ellas dejaban colgaban retratos de los héroes de la
revolución cubana que terminó con la Paz del Zanjón; y entre las de varios literatos ocupaba lugar preferente el de Víctor Hugo. Constituían su biblioteca,
en primer término, las publicaciones que se hacían
en la América Latina, cuyo progreso intelectual seguía ávidamente con juicios sobre muchas de ellas;
pero tampoco faltaban las de la literatura norteamericana, cuya lengua conocía profundamente aunque
no fuera inclinado a hablarla. Su mesa de trabajo,
sumamente sencilla, estaba siempre repleta de papeles que formaban sus numerosos trabajos de correspondencia […] El único ornamento de ella era un
tosco anillo de hierro que tuvo de grillete durante su
prisión en la Isla de Cuba.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
MANUEL DE LA CRUZ: De allí, como alondras,
echaron a volar estrofas que eran raudales de poesía;
allí nacieron las arengas que habrían de resonar entre nubes irisadas de imágenes esplendentes […] Allí
el tribuno meditó sus oraciones, cinceló sus cantos el
bardo, forjó sus frases, sus períodos mórbidos y pintorescos el escritor infatigable […] Raro es el libro que
no muestra, como estrella de luz, el vestigio de sus
meditaciones, la acotación que le iba sugiriendo la
lectura rápida, en el tráfago de una vida que fue en
gran parte un torbellino […] Y aquí y allí, en el blanco del diario, en una cuartilla, la sentencia o el bosquejo de un artículo, escrito con mano rauda, en caracteres ininteligibles. La mayoría de sus libros eran
libros de América. Oyuela, Obligado, Mitre, López,
Vicuña Mackena, Calcagno, Montalvo, Palma, Peza,
Prieto […] Eran sus favoritos.
JOSÉ MARÍA VARGAS VILA: La escalera de la casa de
Martí era la escalera del Dolor; por ella subían y bajaban los emigrados cubanos, desprovistos de toda clase
de recursos, y casi ninguno bajaba sin un consuelo…
Esa palabra florida de su verso, ¿se repetía en la conversación?
CARLOS A. ALDAO: Como escribía, hablaba; era
un mago que subyugaba al auditorio.
ALFONSO MERCADO: Su irresistible seducción, su palabra de un incomparable atractivo, nos hacían vivir a
todos, a los muchachos principalmente, endiosados
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ESE JARDÍN PERDIDO
escuchando sin dejar a aquel hombre. Así se explica
que mis hermanos y yo guardemos tan vivo y grato el
recuerdo. Hubo ocasión en que nos sentamos a la
mesa a la una y media del día y no llegáramos a levantarnos sino hasta terminada la cena a las diez u
once de la noche. Él hablando de todo, y mis padres y
nosotros oyéndolo religiosamente. En sus pausas Martí
siempre suspiraba. Con mucha frecuencia suspiraba;
el dolor estaba siempre en él a flor de alma.
—El suspirón me dicen algunas gentes —contaba él burlándose de sí mismo.
DIEGO VICENTE TEJERA: El que no oyó a Martí en
la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana. Ningún
cubano, ninguno, ha tenido la conversación de Martí.
¡Qué variedad, qué gracia, qué elevación, qué fuego,
qué nitidez, qué elegancia! ¿Había afectación en su
manera de decir? Algunos lo creían: yo no; el atildamiento, el horror a la llaneza eran naturales en su
temperamento soberanamente artístico. ¡Qué conversación! El oído percibía en aquel raudal inagotable
modulaciones exquisitas; los ojos veían pasar, llenas
de movimiento y luz, imágenes extraordinarias; el
pensamiento quedaba absorto ante perspectivas extrañas que se le abrían, y el corazón se ensanchaba al
son franco de expresiones henchidas de nobleza y
generosidad.
PATRICIO GIMENO: Nunca hablaba en tono doctoral, enfático […] parecía que inconscientemente,
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
sin esfuerzo, sus palabras se amoldaban al oyente […]
Poseía a veces su palabra una energía titánica, y a
veces la dulzura de una dama. A pesar de ser su lenguaje florido y en ocasiones parabólico, carecía de
ese pedante gongorismo de que muchos de nuestros
escritores parecen estar inoculados haciéndose muchas veces incomprensibles.
MANUEL FERRER CUEVAS: Martí hablaba en parábolas, como Cristo, el Rabí de Nazaret.
En ese bosque de símbolos que existe en la poesía de
Martí, ¿se puede señalar alguno como prefiguración de
los caminos que seguiría su propia vida?
NICANOR BOLET PERAZA: Martí, como la generalidad de los inspirados, se apegó a un símbolo, el cual
surgía con insistencia en sus escritos, poesías y discursos. Lamartine amaba el iris; Chateaubriand el
águila; Víctor Hugo el león; Martí tenía el caballo;
un caballo piafante, impaciente, siempre presto a recibir sobre su fuerte lomo a su caballero liberador.
Este noble símbolo abunda principalmente en sus
composiciones; es la obsesión de su fantasía, una
visión de su destino que había de tener realidad palpable y vida de celebridad en la historia. El caballero, llegada que fue la hora señalada por su propia
previsión, montó el bridón leal, y armado de su sola
alma, partió a levantar ejércitos con la arenga objetiva de su ejemplo.
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ESE JARDÍN PERDIDO
En su constante deambular por el mundo, ¿cuál fue la
huella que dejó en los medios intelectuales?
JULIO BURREL: Pasó por el Ateneo [de Madrid]
sin dejar recuerdos ni huellas. Muchos años después
yo preguntaba por él a los jóvenes diputados autonomistas de Cuba: a Montoro, a Figueroa, a Fernández
de Castro, a Eduardo Dolz… «¡Bah!», me dijeron:
«Marchó de Cuba. No tenía fuerza. No le hicieron
caso. Y allí en New York publica una inofensiva hoja
separatista… Pero es una extravagancia. Ese pobre
Martí es un hombre muerto».
AMADO NERVO: Enamorado de la libertad, halló
en los corazones mexicanos eco simpático su causa
[…] Tócame sólo hablar del poeta que prestó en un
tiempo en México su contingente literario, a quien
nuestros pensadores veían como hermano y que mantuvo siempre muy estrechas relaciones intelectuales
con nuestros escritores.
SOTERO FIGUEROA: De México fue a Guatemala,
y su talento y prestigio crecieron desempeñando las
cátedras de Historia de la Filosofía, Primeros Principios de Literatura, a la vez que escribía para los periódicos, para el teatro, y era el principal aliciente de
toda fiesta intelectual. Regresa a La Habana, no bien
firmada la Paz del Zanjón, y al año siguiente es deportado a España, por conspirador. Escapa a ese confinamiento y viene a New York; pero no se amolda a
este medio su carácter franco, vehemente y anheloso
de sacrificios. Marcha a Venezuela, donde ya su nombre figuraba entre los notables de América.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
JOSÉ MARÍA IZAGUIRRE: Uno de los medios que
me propuse para dar crédito y simpatías a la Escuela
Normal era el establecimiento de reuniones líricoliterarias […] En una de esas noches […] El discurso
de Martí fue el gran acontecimiento de la noche, y el
nombre del orador voló desde entonces por toda
Guatemala en alas de la fama como tribuno insigne,
aunque solo contaba en esa fecha veintitrés años de
edad. Un caballero lo confirmó con el apodo de Doctor Torrente, porque, en efecto, Martí parecía en sus
discursos un torrente que se despeñaba.
CARLOS A. ALDAO: Concurría al bar de «Hoffmann»
House cuando era moda newyorkina ir todas las tardes para depositar flores al pie de los cuadros de
Bouguereau.
ENRIQUE LOYNAZ DEL CASTILLO: Tanto supliqué a
mis generales, que a poco tomábamos el elevado, cruzábamos el gran puente y llegábamos a la casa de 120
Front St […] Pasamos a la sala. Notables escritores
de nuestra América española hacían tertulia al calor
de la estufa llameante […] Una escritora americana,
Helen Hunt Jackson, la genial autora de Ramona
—que Martí tradujo embelleciéndola—, acompañaba a los latinos.
¿Qué sucedió en su encuentro con Rubén Darío, el 24 de
mayo de 1893?
RUBÉN DARÍO: Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América, y de allí se esparció
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ESE JARDÍN PERDIDO
en la colonia hispanoamericana de la imperial ciudad la noticia de mi llegada. Fue el primero en visitarme un joven cubano […] Se llamaba Gonzalo de
Quesada […] Me dijo que la colonia cubana me
preparaba un banquete que se verificaría en casa
del famoso «restaurateaur» Martín, y que el «Maestro» deseaba verme cuanto antes. El Maestro era
José Martí, que se encontraba en esos momentos en
lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó
asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos, para
que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único […] Fui
puntual a la cita, y en los comienzos de la noche
entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por
una de las puertas laterales del edificio en donde
debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un
pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno
de luz, me encontré entre los brazos de un hombre
pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce
y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta
única palabra: «¡Hijo!» […] Concluido el discurso,
salimos a la calle. No bien habíamos caminado algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba:
«¡Don José! ¡Don José!» Era un negro obrero que se
le acercaba humilde y cariñoso. «Aquí le traigo este
recuerdito», le dijo. Y le entregó una lapicera de plata
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
[…] «Vea usted —me observó Martí— el cariño de
esos pobres negros cigarreros. Ellos se dan cuenta
de lo que sufro y lucho por la libertad de nuestra
patria». Luego fuimos a tomar el té a casa de una
amiga suya, dama inteligente y afectuosa, que le
ayudaba mucho en sus trabajos de revolucionario.
Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca
he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado
de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la
cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables.
¿Qué impresión dejó Martí en el poeta mexicano Amado
Nervo?
AMADO NERVO: Lo conocí; nutrí mi espíritu con
su verso radiante; y, oyendo hablar al patriota, creí
en la libertad […] José Martí estaba dotado de poderoso numen; tenía una perfectísima concepción del
arte, profunda erudición y fecundidad notable. No
fue, por cierto, un adorador de la forma métrica, que
tan intrigados trae ahora, en Francia y en América, a
literatos de altos vuelos. Es, por el contrario, tal forma en él, desaliñada, frecuentemente exótica y aun
extravagante. Sus procedimientos literarios son poco
armónicos y aun se distinguen, a veces, por su incoherencia; pero en tal desordenado atavío, adivínase
siempre una inspiración poderosa que, bien encauzada, hubiera hecho admirar su hermosura y embelesos
[…] Bastóme aquella tarde inolvidable para admirar
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ESE JARDÍN PERDIDO
y querer al patriota a quien hoy acompañan mis memorias en la soledad de su tumba.
Un tema que continúa siendo polémico es el de la relación de José Martí con el llamado modernismo…
AGUSTÍN ACOSTA: A mi juicio, Martí, el Apóstol
de Cuba, no fue precursor del modernismo, ni tuvo
nada que ver con este movimiento […] Martí no fue
un preciosista; la rima rica no se avenía a la rápida
concepción de sus ideas. Es más, en palabras bien
conocidas, rechazó todo cuanto pudiera ser substitución o pulimento. Lo exótico no aparece en ninguno
de sus poemas; jamás utilizó otro vehículo para sus
emociones que aquellos en los cuales éstas no corrieran el riesgo de ser arrolladas. No empleó, en ninguno de sus poemas, el verso alejandrino ni hizo uso del
eneasílabo […] su verso fuerte, lleno, medular, sin
artificio y sin rebuscamiento, no puede haber sido la
fuente de un modernismo de aguas turbias y de mármoles rotos, salvado del descrédito por Rubén y por
otros grandes poetas de la América.
MAX HENRÍQUEZ UREÑA: Si el modernismo fue
un movimiento de innovación en las letras de habla
española, y el supremo innovador de aquel momento
se llamó José Martí, no puede corresponderle otra
categoría que la de fundador de ese movimiento.
ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR: La verdad es que
al preguntarnos hoy si Martí inició el modernismo, lo
más acertado nos parece responder tanto afirmativa
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
como negativamente […] Y es que, en verdad, lo que
Martí inicia no es una escuela, ni un movimiento
(como Darío llama al modernismo), ni siquiera (exclusivamente) un período de la literatura hispanoamericana. Lo que inicia es una época, una época
histórica, con su correspondiente literatura.
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ENIGMAS EN EL AIRE
Roberto Fernández Retamar
«No tengo una visión panglossiana
de la vida»
Un sol reverberante dibujaba falsos oasis en medio de la
Autopista Nacional aquel mediodía de 1995. No obstante, un joven alto plantado en medio de la carretera
anunciaba a viva voz sus barras de dulce de guayaba.
Entre los carros que se detuvieron a observar la mercancía estaba un Lada blanco donde viajaban rumbo a Santa
Clara Roberto Fernández Retamar, su compañera Adelaida
de Juan, el chofer Landín y quien esto recuerda.
—¡Dulce de guayaba a dieciocho pesos, dulce de
guayaba a dieciocho pesos, dulce de guayaba a dieciocho
pesos…!
El vendedor interrumpió su pregón al descubrir quién
iba sentado en el asiento delantero.
—¿Usted es Retamar?
Pues sí. Tenía delante al mismísimo presidente de la
Casa de las Américas, al ganador de los premios Nacional de Poesía (1952), «Rubén Darío» (1980), Nacional
de Literatura (1989), y «Pérez Bonalde» (1994). Se trataba de uno de los más prestigiosos intelectuales cubanos,
a quien el vendedor había leído, a juzgar por la efusividad
con que ambos se saludaron.
Aquellas barras de guayaba tenían un delicioso aspecto, a pesar de lo caras. Roberto —con la esperanza de
una «rebajita»— le dio la mano, le sonrió de la manera
más cordial posible:
—Sí: yo soy Retamar. Mucho gusto.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Entonces aquel joven sonriente estrechó la diestra
de su admirado escritor y añadió:
—Mucho gusto. Mire: el dulce de guayaba es a
dieciocho pesos.
Y así seguimos camino a Santa Clara, sin más merienda que una sabrosa charla bajo un sol inclemente.
Quién sabe si algún día este poeta y ensayista reverenciado en universidades y autopistas, entre filólogos y
entre comerciantes callejeros, recogerá en la edición definitiva de sus memorias su simpático encuentro con aquel
entusiasta (y furtivo) vendedor de dulces de guayaba…
Todo lugar es un espacio y un tiempo. Al menos en tales
términos se le ha oído citar a Bajtín y su concepto del
cronotopo. Por ello le propongo hacer un recorrido memorioso por varios cronotopos de indudable importancia
para usted.
-La Víbora
Como nací en La Víbora, regresé a ella a los cinco años y allí viví hasta 1952 y trabajé hasta 1959; La
Víbora, en el sentido de cronotopo, al ser mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud, es, al decir
de Rilke, mi patria inicial. Mucho de lo que me ocurriría después he solido verlo con los ojos que mi barrio
me dio, con el alma que me conformó.
-París
Llegué a París a estudiar a mis veinticinco años,
entre 1955 y 1956; y volví después, a mis veintinueve
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ESE JARDÍN PERDIDO
años, en 1960, en funciones diplomáticas. He regresado varias veces a la ciudad, pero las dos que menciono son las que me significaron más. Aunque en el
primer caso nos era muy desagradable a mi compañera y a mí ver pintados en los muros que «Argelia
era Francia», de todas maneras la vida intelectual
estaba hegemonizada por la izquierda. Ello ocurría
también en 1960. Las cosas han cambiado mucho,
por lo que prefiero recordar mis primeras estancias
en un París que no olvidaremos.
-Londres
El verano de 1956 lo pasamos atendiendo un
curso en la Universidad de Londres. No llegamos a
tener allí la familiaridad y las relaciones que en París.
Pero nos impresionaron las ruinas que había dejado
la guerra, el mal tiempo, el olor a papa hervida y la
altivez de sus habitantes.
-La Universidad de La Habana
En la Universidad de La Habana me matriculé
dos veces: en 1947, para estudiar Arquitectura, en lo
que resulté un completo fracaso, y en 1948, para estudiar Filosofía y Letras, carrera que concluiría (¡ay!)
como el primer expediente de mi curso. En la Universidad, además de estudiar (mientras trabajaba en
otros centros), me vinculé a la Juventud Socialista,
al Comité «30 de Septiembre», a la FEU, que había
organizado comités por la independencia de Puerto
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Rico, por la República Española, contra la discriminación racial, etcétera. Yo era lo que entonces se llamaba
un filomático, pero no dejé de compartir las mejores
inquietudes políticas y sociales de aquellos años. De
algunos profesores guardo excelentes recuerdos, pero
nombrar a unos podría ser lesivo para otros. En 1955,
a mis veinticuatro años, realicé un concurso-oposición
para aspirar a ser profesor agregado de Filología Clásica y Lingüística. Aunque parezca extraño, gané dicho
concurso-oposición. Ofrecería después cursos sobre
esas y otras materias. En 2005 cumplo cincuenta años
de ser profesor de mi Alma Mater, la Universidad de
La Habana, que hace unos años me hizo profesor
emérito.
-Vietnam
A Vietnam fui a principios de 1970, como parte de un grupo de cineastas encabezados por Julio
García Espinosa, para realizar el filme Tercer mundo,
tercera guerra mundial. Fue impresionante vivir las
experiencias de un país heroico, devastado y bombardeado. Conjuntamente con mi modesto aporte al
filme, escribí entonces mi Cuaderno paralelo.
-El Centro de Estudios Martianos
El Centro de Estudios Martianos, cuya fundación
propuse al flamante ministro de cultura Armando Hart,
debió haber sido dirigido por Juan Marinello. La muerte
de éste me llevó a estar al frente de la nueva institución.
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ESE JARDÍN PERDIDO
Éramos un grupo pequeño pero entusiasta de estudiosos y admiradores de Martí que a partir de 1977
llevamos a cabo la edición del Anuario del Centro de
Estudios Martianos, no pocos libros (entre ellos, los
primeros volúmenes de la edición crítica de las Obras
completas de José Martí, bajo el cuidado de Cintio
Vitier), exposiciones, conferencias, un ciclo por televisión, etcétera. En 1986 abandoné su dirección para
asumir la presidencia de la Casa de las Américas.
-La Casa de las Américas
En cuanto a la Casa de las Américas, me vinculé
a ella en varias ocasiones. En julio de 1959 ofrecí allí
la primera conferencia de la institución, que fue sobre Andrés Bello, y luego impartí un curso sobre literatura hispanoamericana. Fui incluso invitado a formar parte del jurado de lo que sería el primer premio
literario del centro, que entonces no se llamaba así.
Pero habiendo sido nombrado por Raúl Roa consejero cultural con sede en París, abandoné de momento
mis relaciones con la Casa. Más tarde fui jurado de
su Premio y colaborador de su revista. Sin embargo,
mi reingreso total ocurrió cuando en marzo de 1965
Haydee Santamaría me invitó a dirigir la revista Casa
de las Américas. Como sigo en eso (además de ser presidente), la mayor parte de mi vida ha transcurrido
en el seno de esta magnífica empresa con la que me
siento profundamente identificado.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Usted se ha referido más de una vez a su amigo José Antonio García López (Maño), primer poeta al que conoció, sobrino nieto de José Martí. ¿Cómo valora hoy la
huella que dejó en su vida? ¿No creyó alguna vez que
Maño fuera una especie de mensaje —como decía el
Apóstol, «carta viva»— llegado de las manos del cubano
mayor a las de usted?
La huella que dejó en mí José Antonio García
López (Maño) fue muy profunda. En efecto, su condición de sobrino nieto de Martí me hizo interesarme
de manera particular en la obra del Maestro. Me parece mentira que al morir él, tuviera sólo dieciocho
años; y yo, dieciséis.
¿Recuerda algunas peripecias de su prisión sufrida en
1949? ¿Quiénes lo acompañaban?
Esa prisión fue de menos de cuarenta y ocho
horas, y no tuvo trascendencia mayor. Un grupo de
estudiantes universitarios boicoteamos un acto indigno protagonizado por poetas franquistas. Aunque éramos muchos, solo fuimos detenidos Antonio Núñez
Jiménez, José (Billo) Olivares, Ramón Suárez
Bendoyro y yo. Entre los que lograron eludir el encarcelamiento, recuerdo vívidamente a Tomás Gutiérrez Alea.
¿Puede rememorar sus vivencias del día que escribió el
poema «El otro»? ¿Tuvo conciencia entonces de que ese
texto abría una nueva época en la poesía cubana?
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ESE JARDÍN PERDIDO
Escribí el poema «El otro» en un ómnibus, donde el primero de enero de 1959 viajaba a la casa de
mis padres. Como el poema llegó como un pájaro,
según suelen llegarme, sólo acerté a borronearlo en
un papel que llevaba en el bolsillo. Por supuesto, no
tenía entonces conciencia de que el texto abriría una
época en la poesía cubana, como usted dice, pero sí
sentía con fuerza y emoción que se estaba abriendo
una época en la historia de mi país.
Durante la Crisis de Octubre, usted y otros poetas escribieron epitafios, testamentos y otras burlas a la
Innombrable. ¿Podría ahora desengavetar parte de aquellos textos y de aquellas anécdotas?
En relación con los poemas que escribí durante la
Crisis de Octubre, quiero ahora destacar dos cosas, que
he mencionado en otras ocasiones. Una es que el poema que inicialmente apareció publicado en los periódicos con el título «Epitafio para el vástago de una familia detenida», fue publicado por el Ejército en una
hoja, y así lo encontré en la trinchera, como «Epitafio
de un invasor» (tal fue, sorprendentemente, su título
inicial), y sin firma de autor. La segunda cosa sobre la
que quiero llamar la atención es que, tras la partida
del Che de Cuba, visité con un amigo su despacho y vi
que bajo el cristal de su mesa tenía esa hoja del Ejército.
¿Su poema «Desagravio a Federico» se escribió sólo por
admiración a Lorca, o también era en parte una respuesta
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
a la feroz homofobia de cierta etapa de nuestra vida
nacional?
Sí: «Desagravio a Federico» fue también una respuesta a la absurda homofobia de cierta etapa de
nuestra historia.
¿Cómo han repercutido en su vida los aciertos y desaciertos de la política cultural cubana, los tiempos «grises» y
los de otro color?
Me han exaltado los aciertos, y he lamentado (y
de ser posible combatido) los desaciertos. Pero como
no tengo una visión panglossiana de la vida, sé que
en ésta existen por lo general aciertos y desaciertos.
En su ensayo «Caliban quinientos años más tarde»
(1992), Caliban y usted se preguntaban si el siglo xx no
habría sido un siglo perdido; pero, ¿no cree también que
el siglo xx fue pródigo en hechos positivos para la vida y
obra retamareanas?
Habiendo nacido en 1930, al concluir el siglo xx
tenía setenta años; es decir, lo esencial de mi existencia, gústeme o no me guste, transcurrió en el siglo
xx: es mi siglo, el que me tocó. El resto es ñapa.
En su larga carrera como profesor le tocaron alumnos
que luego ocuparían un lugar en la literatura cubana:
Luis Rogelio Nogueras, por ejemplo. Tal vez ya sea
hora de confesar si fueron medidos con la misma vara
36
ESE JARDÍN PERDIDO
que los demás y dar a conocer sus recuerdos de esos
jóvenes.
Haber tenido como alumnos a tantas figuras que
luego ocuparían un lugar en la literatura es una de
las grandes alegrías de mi vida como profesor. Nombrarlos a todos me es imposible. Sin embargo, he aquí
algunos: Marta Valdés, Ricardo Alarcón, Nancy
Morejón, Mirta Yáñez, Daniel Chavarría, Guillermo
Rodríguez Rivera, Víctor Casaus, Luis Rogelio
Nogueras, Raúl Hernández Novás, Arturo Arango,
Abel Prieto, Carlos Martí, Luis Toledo Sande... Tantas y tantos más. Hubiera sido injusto medirlos con la
misma vara que a los demás estudiantes. Enseñar literatura a quienes son capaces de crearla (incluso con
música, como es el caso de Marta) es un privilegio al
que hay saber corresponder.
Muchas figuras extraordinarias que usted conoció, ya
—para decirlo con palabras de Lezama— han dejado
«en el puro mármol de los adioses la estatua que nos podía acompañar». Para los jóvenes, son parte de la historia y la leyenda; para quien pudo estrecharles la mano
tienen, en cambio, un antes y un después. ¿Cómo recuerda en su «antes» y su «después» a personalidades como
Hemingway, Tomás Gutiérrez Alea, Lezama Lima, el Che
Guevara, Haydee Santamaría, Neruda, Roque Dalton,
Cortázar, Breton, Jorge Luis Borges…?
Salvo Hemingway, he mencionado a todos los
restantes en mi libro Recuerdo a. No voy a repetirme
37
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
ahora. En cuanto a Hemingway, tenía diecisiete años
cuando lo entrevisté, y la entrevista fue naturalmente
inmadura. Lo vi de nuevo algún tiempo después, con
varios amigos. Y creo que no vine a apreciar enteramente su obra hasta que yo mismo me convertí en
un hombre maduro.
¿Cómo ve hoy a tres poetas de su generación tan diferentes entre sí como Rolando Escardó, Fayad Jamís y Heberto
Padilla?
Creo que Escardó fue el primer poeta de nuestra generación en lograr, con calidad, lo que luego
se conocería como poesía conversacional. Se ha hablado con justicia de su auténtico vallejismo. A
Fayad le debemos el primer libro notable de nuestra
generación: Los párpados y el polvo. Fue toda la vida
un poeta de grandes aciertos, un auténtico artista,
como lo demostró también en su pintura. Heberto
(Bebo para sus amigos), en sus tres libros de madurez, expresó las desazones de un hombre atormentado y desarraigado, lo que se revela en algunos de
sus mejores poemas.
Resulta llamativo que su libro de memorias se refiera más
a terceras personas que a usted mismo y, para colmo, se
titule Recuerdo a. Invirtamos un poco los términos. Piense
en un tiempo futuro y díganos, por favor, cómo desea que
lo recuerden cuando se haya convertido en «algo semejante a los monstruos antediluvianos».
38
ESE JARDÍN PERDIDO
Me gustaría merecer estos versos de Antonio Machado: «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, /
pero mi verso brota de manantial sereno; / y, más que
un hombre al uso que sabe sus doctrinas, / soy, en el
buen sentido de la palabra, bueno».
39
Carlos Galindo Lena
«Siempre he tratado de buscar
algo más allá»*
A Carlos Galindo se le han extraviado cientos y cientos
de poemas. Puede, tranquilamente, pasarse veinte años
sin publicar un título. O renunciar a una beca en Europa. O enviar al extranjero la única copia de uno de sus
cuadernos. O cederle a un amigo la planilla imprescindible para figurar en el Diccionario de la literatura cubana. A fuerza de regalar libros, a veces se ha quedado
sin un solo ejemplar de sus propios poemarios. Bibliografía pasiva no conserva. Diplomas y medallas son un asunto
de la esposa. A Carlos Galindo lo único que le interesa
de la poesía es la poesía.
Siempre está hablando de Milocz, de Martí, de
Vallejo, de Neruda. Por momentos olvida que las cataratas lo han cegado.
Olvida la completa soledad en que celebró su setenta cumpleaños.
Él respira poesía. Se alimenta de poesía. Basta con
la presencia de un amigo para que —en esa atmósfera
poética— recuerde su juventud en Caibarién, la fundación de la Uneac y de las Ediciones Belic, su larga estancia en el Escambray... Y, sobre todo, Carlos Galindo
Lena recuerda con amor la etapa en que se incorporó a
* Esta conversación tuvo lugar el 28 de agosto de 1998. Carlos
Galindo falleció en Santa Clara el 20 de marzo de 2003.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
esa aventura literaria que los críticos llaman «Generación de los Años Cincuenta».
I
En tu opinión, ¿cuál es el saldo que ha dejado la Generación de los Años Cincuenta para la poesía cubana?
La Generación de los Años Cincuenta —indiscutiblemente— tiene para nuestra patria una gran
importancia porque no se frustró. Pudiéramos decir
que llegó a su término cabal y preciso. Se propuso
conocer a determinados poetas. Se propuso viajar a
determinados países. Y lo logró. Hombre, que hubiera figuras más notables que otras, que hubiese diversidad de formas y maneras, está bien: eso es una generación. Pero yo creo que dejó un saldo muy
favorable. Ahí está la obra de Fayad, de Escardó, de
Retamar, Alcides, Carilda... Yo diría que la Generación de los Años Cincuenta ha sido un logro, y un
logro definitivo. Ahí están los poemas.
¿Cuáles son tus poetas preferidos de entre tus compañeros de generación?
Yo creo que Fayad era un gran poeta. Creo que
Escardó. Y si hubiera que buscar un tercero, pondría
a Panchito de Oraá, siempre y cuando superara algunas limitaciones, no de contenido ni de forma, sino
de carácter.
42
ESE JARDÍN PERDIDO
Uno de los rasgos de las generaciones literarias es que
generalmente tienen un líder, una figura aglutinadora.
En el caso de tu generación…
Yo no tendría duda: Escardó. A pesar de no tener
una obra plena, madura, una obra que pueda estudiarse en diferentes facetas, ¡Escardó era tan real!
Por cierto, él es el único poeta de ese grupo al que le has
escrito dos poemas.
Dos no: tres poemas; pero uno se me extravió.
Además de mi más admirado poeta, Escardó fue mi
más cercano amigo. Y frente al interés de otros, él
era desinteresado. Le gustaban las cosas sin ponerles
precio. Él era muy sencillo. Muy a su línea. Muy humano. Tenía mucho interés por la tierra en general.
Siempre estaba explorando las playas, las cuevas.
Muchas veces me convidaba. Pero no fui. Yo estaba
muy precisado por mi familia: por intereses económicos. Un día estábamos en un banquillo del Prado de
La Habana, y me dijo: «Galindo, acompáñame; vamos a ver a mi padre». Y fuimos. El padre fue un
misterio para mí. Me parecía que ese hombre estaba
sufriendo un conflicto de conciencia. De ahí fuimos
a la CTC. Él abrió con sus llaves mágicas...
¿Sus llaves mágicas?
Yo las miento mucho siempre que hablo de
Escardó, porque él tenía una habilidad tremenda para
abrir puertas y ventanas de cualquier lugar. Entonces
43
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
entramos. Él había comprado cigarrillos. Y pasamos
la velada en la CTC.
También tuviste una amistad estrecha con José A.
Baragaño.
Sí. Baragaño era un muchacho difícil, muy
talentoso —hay que destacarlo—, un hombre de
mucho conocimiento. Tenía una frente ancha, una
mirada inquisidora. Pero era un hombre que me
parece a mí que estaba muy imbuido de sí mismo,
y que eso lo limitaba como poeta. Era muy amigo
de Fayad. Tenía una predilección muy marcada por
Fayad. Cuando la lucha contra bandidos, yo subí
al Escambray. Formaba parte del Batallón 116, que
era supuestamente el de los artistas, aunque los
compañeros de nosotros casi ninguno estaba allá.
Y me encontré una grata sorpresa: Baragaño. Cuando lo veo, bueno, me alegré mucho. Él estaba a
cargo del periódico.
Una vez me contaste que Baragaño acostumbraba a robar libros.
Bueno, sí. Era una afición que él tenía y que prácticamente teníamos todos. Así conseguimos casi la
biblioteca del Liceo de La Habana, que era una biblioteca maravillosa. Y Baragaño era muy hábil. Nunca lo descubrieron. Eso formaba parte de nuestra
aventura colectiva.
44
ESE JARDÍN PERDIDO
¿Y tu amistad con Fayad Jamís?
Fayad era muy concentrado. Hablaba poco. A
veces no estaba de vena. Le gustaba trabajar solo.
Vivía una vida de plena concentración poética. Le
gustaba mucho la poesía de Juan Ramón. Fayad y yo
nos leíamos poesía, conversábamos; pero no tuvimos
esa gran amistad. No era como la amistad de Baragaño
y mía. Había más distancia.
Háblame ahora de dos poetas que no se deben mencionar
por separado: Francisco de Oraá y Carlos Galindo.
Por desgracia, se trata de dos caracteres totalmente diferentes. Oraá era un muchacho noble, de
gran inteligencia, de gran agudeza. Cuidaba la poesía
extremadamente. Se ocupaba de la forma poética. Yo,
más desentendido, más preocupado por otras cuestiones de la vida. Panchito era muy introvertido. Yo
—te podría decir— era más bien extrovertido. Pero
por encima de todo eso estaba la poesía. Vivíamos
muy cerca y fuimos condiscípulos hasta los diecinueve años. Fuimos precoces. Versos ya de calidad recuerdo uno de él: «tremolación de hojas con temor a
secarse». Lo escribió a los diez años. Yo, a esa edad,
ya tenía mi primer librito. Entre Panchito y yo surgió
—como es natural— una pugna manifiesta por alcanzar el primer lugar en las competencias de composición de los sábados. Yo me acuerdo de haberle
ganado en muchas ocasiones. Francisco en algunas.
Sí tenía para hacerlo, tenía dotes magníficas para
45
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
hacerlo; pero yo tenía más suerte. Por eso, cuando
mandamos al concurso «La infancia sabe», con el
tema de Hatuey, le dije: «Panchito, ¿para qué vas a
mandar? Ese premio es mío». Y, efectivamente, gané
yo. Nos pusimos muy contentos. Compartimos el dinero: cincuenta pesos.
II
Aquellos tiempos de Caibarién vuelven a su memoria.
Corre la década de los cuarenta cuando confluyen en ese
puerto de la costa norte varios jóvenes poetas: Raúl Ferrer,
Antonio Hernández Pérez, Sergio Enrique Hernández
Rivera, Galindo y Francisco de Oraá…
Raúl procedía de un ambiente campesino.
Amaba a la décima. Era muy inteligente, muy bicho, y realmente su poesía estaba dotada de espontaneidad. Hernández Pérez fue más demorado.
Tenía una influencia muy marcada de José Ángel
Buesa; pero luego fue haciendo su propia poesía. Y
estaba Sergio Enrique, que provenía del modernismo —muy marcado por el modernismo—, yo creo
que si no hubiera tenido tantos acosos de la vida,
hubiera llegado más.
Se reunían de noche o los domingos por el mediodía.
Nos acosaba la pobreza, menos a Hernández
Pérez y a Raúl Ferrer. Siempre estábamos tratando de
comprar libros. El dinero cubano estaba a la par del
dólar. Mandábamos un giro y pedíamos títulos al
46
ESE JARDÍN PERDIDO
extranjero. Por supuesto, el dinero lo ganábamos trabajando muchísimo. Vendimos hueso, hierros viejos,
zapatos...
Por entonces Galindo se convirtió en director de La
Idea, un periódico local del que apenas salieron quince o
veinte números.
Eso tiene que ver con una muchachita de
Caibarién: Aleida, Aleida Leal. Yo estaba enamoradito
de ella y le puse en su honor al periódico La Idea. Era
un anagrama. Colaboraban muchachos con ciertas
vivencias, aunque ajenos a la literatura.
No obstante, lo de Aleida no llegó más allá de una
breve ilusión.
Al poco tiempo invitó al cine a otra muchacha del
pueblo, sin sospechar que aquella sería una invitación para
toda la vida.
Yo tengo un alto concepto de Edelsa como mujer, como amiga y como crítica de todos mis trabajos,
y he querido darle este homenaje callado de que mis
libros estén dedicados a ella.
Y así va Edelsa por la casa, «repartiendo ternuras»,
dueña de todos los poemarios de Galindo Lena: libros
escasos, pero ya definitivos.
III
Lo primero que llama la atención a los lectores es ese
largo silencio editorial desde Hablo de tierra conocida
(1964) hasta Mortal como una paloma en pleno vuelo (1988). ¿A qué se debe tanto tiempo de ineditez?
47
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Estuve cerca de veinte años sin escribir. Yo voy
al Escambray. Allí me enamoro del paisaje y estudio
Magisterio. Mientras estudié Magisterio —y mientras
daba clases— no encontré tiempo, hábito ni paciencia
para hacer poesía. Era como si mi vida hubiera tomado otro rumbo. Asumí las labores del magisterio con
una seriedad tremenda. Estaba sumamente alejado
de los libros y alejado de las personas que podían hablar de esos temas.
¿Por qué volviste a la poesía?
Porque la necesitaba.
En los sesenta tuviste cierta discrepancia con Navarro
Luna por tu poema «Justicia» («El aire del soldado es
siempre un aire triste…»). Había un poco de herejía en
eso de escribir un poema tan lírico en un momento tan
épico. ¿Qué te dijo Navarro Luna?
Navarro me dijo que el poema estaba bueno. Yo
se lo mandé un domingo. Me dijo: «Está muy bueno
el poema; pero no alienta la concepción que hace
falta en este momento, que es la de combate». Desde
luego, me pareció ese un criterio absurdo.
¿Ese incidente tuvo que ver con que dejaras de escribir?
No, no, porque Navarro era una buena persona.
¿Por qué te mantuviste en ese lirismo refinado? ¿Por qué
no te sumaste a la vertiente coloquial?
48
ESE JARDÍN PERDIDO
No, ¡qué va! Yo la poesía la tomé siempre con
mucha entrega y con mucho respeto. Me pareció que
todo lo que se hacía era circunstancial, que nada tenía permanencia. Yo siempre he tratado de buscar
algo más allá. A veces el coloquialismo lo encontraba
demasiado... no sé. Como si no se lo tomaran en serio.
En una prosa poética afirmas: «Creo que es más sensato,
consolador, justo y humano, creer en Dios que no creer». De
modo que una voluntad humanista te conduce a Dios.
¿Cómo se puede armonizar dos posiciones que a veces han
estado contrapuestas: la religiosidad y el humanismo?
Yo no he querido ni que me digan humanista sólo,
ni religioso sólo. Yo he querido poseer una personalidad que tanto estima las corrientes humanas como la
vocación religiosa. He querido siempre integrarlas.
¿A qué se debe el peso creciente que concedes en tu obra
a los valores éticos?
Para mí, el hombre existe por algo y para algo. El
hombre debe existir buscando una ideología. Buscando
una forma de ser y un desarrollo —un completamiento
humano—. Para mí, el hombre debe ser ético en el
sentido más profundo de la palabra. Debe comportarse de acuerdo con los valores y los códigos que
han hecho de él lo que es. El hombre debe amar al
hombre, respetar al hombre, sumarse al hombre. Si
no se hace así, creo que estamos perdiendo una gran
parte de nuestra lucha.
49
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Otra obsesión en tu escritura es la historia, con sus enigmas
y sus protagonistas. ¿A qué se puede atribuir ese interés
desmesurado por la historia?
Siempre aspiré a conocer la historia de Cuba,
sentía curiosidad por mi patria, amaba a los mambises;
pero siempre desconfiaba de la historia. ¿Qué había
en mí que me hacía desconfiar? Y me decía: «Es que
yo tengo criterios. Quizás fue así. Quizás no». Eso se
debió a que yo tuve un amigo coronel, veterano de la
Independencia, que me dio muchos consejos, me hizo
anécdotas: Quintín Bravo, de Caibarién. La historia
hay que vivirla profundamente, porque si no, queda
atrás. No llega nunca a ciertas cuestiones. Una vez
yo me dije: «Chico, tú eres poeta. Tu deber es la poesía; deja la historia, que ella es muy peligrosa». Pero
hay enigmas en el aire. Y solo los poetas podemos
responder los enigmas de la historia.
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Jesús Orta Ruiz y el Indio Naborí
Escudo y estrella*
—¡Pero mira cómo se parece ese viejito al Indio Naborí!
La exclamación atravesó los salones del hospital provincial de Villa Clara, cuando una pequeña comitiva presidida por Jesús Orta Ruiz se encaminaba a dar alivio
solidario al poeta Carlos Galindo Lena, ingresado allí
entonces.
Luego de la discreta carcajada, dejamos a la señora
en el error; aunque sucesos como este siembran preguntas para luego. ¿Le pareció que el ilustre visitante no tenía nada que hacer en un hospital de Santa Clara? ¿O
será que en aquel rostro magnánimo y cobrizo esa humilde mujer no descubrió ya al autor de los versos populares,
al que cantaba por la radio, al juglar aclamado a lo largo
de la Isla? ¿Será que en su lugar vio levantarse a un escritor y periodista ganador en 1995 del Premio Nacional de
Literatura, quien se conoce por el nombre de Jesús Orta
Ruiz?
Ah, caramba, puede que la señora no haya leído a
Borges ni a Pessoa. Acaso desconozca la frecuente escisión del yo poético en la literatura contemporánea,
preludiada por Arthur Rimbaud con su inquietante «Yo
* Jesús Orta Ruiz falleció en La Habana el 30 de diciembre de
2005. Cuatro días antes había hecho las últimas correcciones
al testimonio que recogen estas páginas.
51
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
es otro». Lo cierto es que ella tuvo delante a un hombre
doble, a quien pudiéramos llamar en su versión escrita
Jesús Orta, y en su versión oral, el Indio Naborí. Digamos: el anverso y reverso de una moneda muy valiosa
donde Cuba acuñó por una cara su escudo; por la otra,
su estrella. Por tanto, devendría tonto ejercicio conceder
a una u otra más valor.
Y aquí tenemos a ambos: al hombre escudo y al hombre estrella, Naborí y Jesús, prestos a responder nuestras
preguntas.
No importa que, por razones secundarias, los encontremos en un mismo ser. Ese «viejito» tiene mucho que decir a la señora de la anécdota y a cualquier otro representante de un pueblo que lo aclama a su paso por cualquier
fábrica, por cualquier escuela, por cualquier hospital.
Escudo (Responde el Indio Naborí)
¿Cuántas cosas nacieron para usted aquella noche de
1939, cuando triunfó en la Corte Guajira, de la emisora
Progreso Cubano?
Fue en este año que inicié mis labores en la radio
nacional, en el programa La Corte Suprema Guajira
del Arte, no ya como aficionado, sino como trovador
profesional después de mi participación triunfante en
la competencia de improvisadores con el seudónimo
de «Indio Naborí», en oposición a la tendencia de no
pocos repentistas cubanos que se autollamaban Caciques. La dirección de la radioemisora me contrató
52
ESE JARDÍN PERDIDO
como artista exclusivo, siendo mi trabajo rivalizar con
un improvisador distinto cada noche y escribir «Estampas campesinas» para la voz de Salazar Ramírez,
uno de los mejores intérpretes de la guajira de salón.
Tanto las controversias como las estampas alcanzaron
una extraordinaria radioaudiencia. Los críticos de
programas radiales destacaron la importancia poética de las estampas campesinas que «habían dado a
las guajiras de salón, décimas de salón, sin perder sus
realidades de bohío».
Pero esa noche de consagración llegaba al cabo de nueve
años de aventuras dentro del repentismo...
En 1939 contaba yo con ocho años de práctica
constante de la improvisación. Sin este ejercicio mental y verbal no es dable el logro de la gracia repentista.
El verso se hace más fácil y de mayor calidad.
¿Qué le recuerda este nombre: «Querubines del Arte»?
Tenía catorce años cuando me presenté por primera vez ante un micrófono, en una radioemisora
municipal de La Habana. Fue un patrocinador generoso quien organizó el trío Querubines del Arte, que
integramos Fermincito Garmendía, Pedrito de Armas
y yo, los tres de la misma edad. Fermincito tocaba el
laúd y cantaba. Pedrito de Armas era intérprete de
bellas tonadas campesinas seguidas de graciosos estribillos. Yo, que me había destacado como improvisador
decimista, atendía una sección titulada «Crónica social
53
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
guajira». Esta consistía en complacer las peticiones
que nos llegaban por cartas, llamadas telefónicas o
directamente.
¿Cómo, cuándo y dónde surgió la tonada «Naborí»?
La tonada que comenzó a identificarme como
trovador no me había venido de la tradición campesina, había sido creada por mí anteriormente. Me
surgió como del alma, tal vez de la emoción de mi
primer triunfo radial. A su popularización contribuyó el hecho de que famosos músicos y compositores
la llevaron al son y al danzón; entre ellos Antonio
María Romeu con su danzón Naborí y Arsenio
Rodríguez con Oye mi son, Naborí. Todo esto ocurría
en la década de 1940. Años después, con mayor experiencia del género campesino, opté por no cantar
todas mis décimas con una misma tonada, sino utilizar varias de acuerdo con el contenido de la letra.
En los años cuarenta y cincuenta usted sostuvo controversias con repentistas de grueso calibre como Fortún del
Sol (Colorín), Eloy Romero, Ángel Valiente y Justo Vega.
¿Cuál era el más temible, cuál el más ocurrente, cuál el
más caballeroso?
Sostuve importantes controversias con los más
destacados decimistas, entre los que figuraban Fortún
del Sol (Colorín) (1940); Eloy Romero (1946); Ángel
Valiente (1955) y Justo Vega (1956). Es lamentable que
no se hayan tomado en taquigrafía o en grabaciones
54
ESE JARDÍN PERDIDO
todos estos contrapuntos que tanta emoción despertaron en nuestro pueblo. Sólo se ha podido rescatar
el sostenido con Ángel Valiente, gracias a la taquígrafa María de los Refugios Segón y por el esfuerzo
reciente del doctor Maximiano Trapero, catedrático
de la Universidad de Las Palmas. De aquellas controversias yo he podido rescatar unas que otras décimas, conservadas en la memoria popular. He aquí un
recuerdo:
En una de mis disputas con Eloy Romero, éste
concluyó una de sus décimas diciéndome: «Tú no eres
más que mi sombra / Y mi sombra va detrás». A esta
ofensiva alusión respondí:
¿Y mi sombra va detrás?
¿A qué sombra te refieres?
Tú no tienes sombra, tú eres
una sombra nada más.
Siempre una sombra serás
que nadie siente ni nombra;
y si acaso no te asombra
comprenderlo, que te asombre:
tú eres la sombra de un hombre,
yo soy un hombre sin sombra.
A lo largo de mi vida de improvisador nunca
rehuí ningún tema, incluyendo los más habituales y
que no alcanzaran algún momento de ingenio. Pero
en realidad mis improvisaciones más espontáneas y fluidas fueron aquellas provocadas por asuntos que me
55
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
conmovían, como las controversias sostenidas con
Angelito Valiente en 1955.
En mis encuentros con Justo Vega hubo momentos interesantes; pero el que más recuerda el pueblo
fue aquel en que Justo, rápido improvisador y con el
ardid del veterano decimista, me contestó mi estrofa
y cuando se la iba a responder me arrebató el micrófono para cantarme dos décimas seguidas. Aquel
gracioso alarde de rapidez de mi rival y el hecho de
darme dos por una, hizo estallar al público en un tremendo aplauso. Yo no vacilé, tomé serenamente el
micrófono y contesté:
Me robas tiempo y espacio
para poner hojalata
donde yo iba a poner plata,
oro, zafiro y topacio.
Demora más un palacio
en hacer que un barracón;
y en pos de la perfección
finos muebles fabricar,
no es lo mismo que cortar
leña para hacer carbón.
Cantada esta décima se diría que me vino el alma
al cuerpo, pues el público me la aprobó con prolongadas ovaciones.
Volvamos al 15 de junio de 1955. En el Casino Español
de San Antonio de los Baños la multitud abarrota las
lunetas, preferencias y pasillos. El presidente del jurado,
56
ESE JARDÍN PERDIDO
Raúl Ferrer, contó más de dos mil espectadores. Ya va a
empezar la que será llamada «controversia del siglo», promovida por la emisora CMQ. En una esquina del ring
tenemos a un peso completo del repentismo: Ángel Valiente. En la otra esquina este gallo en patio ajeno, este
«Kid Naborí», a quien ahora damos la palabra, es decir:
los recuerdos.
Entre los años 1954 y 1958, la principal radioemisora de Cuba (Circuito CMQ) trasmitía de diez a
once de la mañana el famoso programa Competencia
Nacional de Trovadores, consistente en animadas
controversias de los más notables repentistas cubanos.
Entre éstos, figurábamos Ángel Valiente y yo. Nuestro
cotidiano contrapunto interesó tanto al pueblo, que
admiradores, insatisfechos por la brevedad de las polémicas, demandaron en miles de cartas el encuentro de ambos ante un jurado, sobre temas escogidos
al azar y en un lugar factible a numeroso público.
Ambos aceptamos la petición, y días después se efectuaba el encuentro en el Casino Español de San Antonio de los Baños, provincia de La Habana, donde
fungieron como jurados los prestigiosos poetas Raúl
Ferrer, José Sanjurjo y Rafael Enrique Marrero. Las
improvisaciones serían tomadas taquigráficamente
por la poetisa mexicana María de los Refugios Segón.
Al público que acudiría al encuentro se le orientó
durante varios días a través del programa radial que
llevase un papel con su tema para la competencia,
el cual echaría en una urna puesta a la entrada del
57
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
casino. Un niño, escogido al azar, extraería tres temas.
Los asuntos seleccionados fueron: «El amor», «La libertad» y «La muerte». Yo creo que la emoción con
que cantamos favoreció la calidad de las décimas.
¿Qué sucedió en la continuación de este debate poético,
el 28 de agosto de 1955, en Campo Armada, San Miguel
del Padrón?
Si en San Antonio de los Baños el público no había cabido en la sala del Casino Español y hubo que
instalar unas bocinas en el parque, el encuentro de
Campo Armada, estadio deportivo de la barriada del
Lucero, de La Habana, albergó a más de diez mil personas. Allí los temas, seleccionados de un modo semejante al encuentro anterior, fueron: «El campesino» y
«La esperanza». Cuando bajamos del escenario los
competidores, Ángel Valiente se acercó al jurado y le
dijo: «¿Cuántos son los calificadores?» «Tres» —le respondió Raúl Ferrer—. Ángel Valiente generosamente
añadió: «Agreguen uno más. Voto por Naborí». Finalmente el presidente del jurado respondió: «Coincides con nosotros, pero queremos decirte que tus
improvisaciones han sido admirables, y ambos han
dejado décimas para la historia».
Todos los repentistas son tramposos. Ahora que, al parecer, ningún otro poeta va a atreverse a desafiarlo, ¿podría
revelarnos sus principales técnicas y ardides como
improvisador?
58
ESE JARDÍN PERDIDO
No alterar mi estilo de siempre, que era no robar
a la música acompañante los tiempos de introducción, centrados e interludios, porque esos espacios
instrumentales daban al oyente la oportunidad de
analizar y paladear mis versos ya cantados. A mí me
daba la ocasión de pensar mejor los que diría a continuación. Así la décima improvisada se exponía menos
al ripio, y el canto estaba más acorde con la música.
Uno de mis ardides de improvisador era contestarle
al rival lo que me había dicho en su último verso y
terminar mi décima con lo que me había dicho en su
primera redondilla, de modo que ganando mayor
tiempo, podía hacer más rotunda la redondilla final.
Esta técnica yo se la he enseñado a varias generaciones de repentistas.
Hay decimistas que son buenos «cuarteteros»,
pero se debilitan en los finales de sus décimas y, por
tanto, conmueven menos y son menos aplaudidos.
En mi caso, en la décima o en cualquier otra estrofa, el
verso que me sale más fluido y espontáneo es el que
me viene de la emoción; y no siempre canté con la
misma tonada, sino por la que afinara con el contenido de la décima: triste, alegre, combativa, etcétera.
¿Por qué dejó de cantar?
Todo iba bien hasta que una afección en la garganta me fue enronqueciendo y me hizo perder la
voz. Recibí una operación urgente de algunos pólipos
y nódulos. El médico, que por cierto era músico, me
59
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
recomendó que de ser posible dejara el canto, porque
un tono inesperado de los instrumentos podía renovarme aquella afección. Siguiendo la orientación del
galeno, me dediqué al periodismo, cuya carrera había
concluido, y a la poesía escrita, que venía desarrollando simultáneamente al canto, desde mi juventud.
Dos o tres veces intenté regresar a la improvisación, pero más de una volví a la recaída.
Ahorita acusé a los repentistas de tramposos y, sin embargo, tengo preparada una trampa para usted. Lo reto a
una controversia amistosa. Responda, por favor, con una
décima a esta que he escrito a modo de provocación:
Al viajar a la raíz
con su décima en mi labio,
vi cuánto tiene de sabio
Sabio Jesús Orta Ruiz.
Algo de Dante y Beatriz
en sus décimas hallé
y —al compartir su café—,
en el Indio y Eloína
hallé una nueva Rufina
y un nuevo Cucalambé.
Sabio Jesús Orta Ruiz
no obstante ser ignorante,
no le cambiaría a Dante
su «Elito» por Beatriz.
Orta Ruiz fuera feliz
60
ESE JARDÍN PERDIDO
con otra visita, en que
su aromático café
aderezara Eloína,
como el que nunca Rufina
le sirvió al Cucalambé.
Estrella (Responde Jesús Orta Ruiz)
¿Por qué ha afirmado —en un endecasílabo estremecedor— que su infancia «duró una hora»? Durante aquella
hora, ¿quién era Susú?
Los primeros años de mi niñez transcurrieron en
una triste soledad. Esta me llevó a crear un compañerito
imaginario con el cual charlaba debajo de un chirimoyo
próximo a mi casa y cuya voz era el susurro de las hojas, del cual me vino su nombre.
¿Por qué se autodefine como un autodidacto que ha tenido muchos maestros?
No soy enteramente autodidacto. He tenido buenos maestros directos e indirectos. Los primeros los
tuve en la Academia de Francisco Añorga, en la Escuela Profesional de Periodismo «Manuel Márquez
Sterling», en la Escuela de Administración y Derecho Público de la Universidad y en la Escuela Superior del Partido; y llamo maestros indirectos, quizás a
los más directos, a personalidades ilustres con las que
tuve un acercamiento por afinidades políticas, de amistad o de trabajo, y me favorecieron con sus consejos.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Juan Marinello, Manuel Bisbé, Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna, Mirta Aguirre, Raúl Roa y Rodolfo
Díaz Moya, entre otros, compartieron conmigo meditaciones alrededor de temas interesantes, especialmente de la poesía. De todas maneras tengo lagunas; pero
me parece que éstas no son sólo de los autodidactos. Si
un estudiante limita sus estudios al tiempo de su carrera
y no estudia más, puede llegar a tenerlas, incluso más
que el autodidacto que estudia constantemente.
Resulta llamativo que los dos grandes Reginos de la poesía cubana hayan contribuido por azar a su formación
literaria. Regino Boti como compilador de La lira cubana, el primer tomo de poesía escrita llegado a manos de
usted. Regino Pedroso como profesor de Literatura cuyas
clases quedaron recogidas en la libreta de un amigo. Cuéntenos sobre esta feliz coincidencia.
Cuando la Huelga de Marzo, de los años treinta,
numerosos jóvenes comunistas de la barriada de
Juanelo, en La Habana, fueron encarcelados en el
Castillo del Príncipe, donde coincidieron con el poeta Regino Pedroso, que les impartió clases de Literatura Preceptiva. Indultados, regresaron a Juanelo.
Uno de ellos, Luis Brito, llevaba una libreta con las
clases recibidas. Entonces yo contaba catorce años de
edad y pertenecía a la Unión de Pioneros del barrio.
Ya se me había manifestado mi vocación poética
precozmente. Sentí tanto interés por aquellos apuntes que mi amigo Luis terminó obsequiándomelos.
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ESE JARDÍN PERDIDO
La crítica reconoce en usted al autor que desde 1940 encabeza una renovación de nuestra décima escrita, equiparable a los hallazgos neopopularistas de Lorca en su
Romancero gitano. ¿Cuánto de este proceso tienen una
deuda con Federico García Lorca; cuánto tiene una deuda con el Cucalambé; cuánto tiene una deuda con nuestra población campesina, especialmente su padre?
A finales del año ’39 yo leía a Lorca y en sus
versos, que siempre me atrajeron, encontré algunas
semejanzas entre sus imágenes y las imágenes y metáforas que decían nuestros campesinos en su hablar
cotidiano. Por ejemplo, me llamó la atención un poema del poeta andaluz que decía: «donde los bueyes
del agua embisten a los juncos». Yo había oído esa
expresión de «bueyes del agua» en la voz de mi padre, campesino iletrado. Entonces recordé que cuando él veía que el río venía con mucha fuerza decía:
«ahí viene un buey de agua». Me llamó la atención
aquella coincidencia y seguí leyendo y estudiando el
Romancero gitano. En uno de sus romances, «La casada infiel», Lorca escribió:
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
Esos versos me recordaban una redondilla antigua, de autor anónimo, que cantaba mi padre y que
también se la había oído a los campesinos en varios
lugares del país...
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Qué ganas tengo, mulata,
que se acabe la molienda,
para soltarle la rienda
a esta pasión que me mata.
Cuando este poeta del pueblo cubano dice «soltarle la rienda a esta pasión que me mata», está expresando la misma imagen sexual de Lorca. Es decir, hay
una afinidad, un parentesco que nos puede haber venido por la sangre directamente desde Andalucía, a
través de los pobladores que se asentaron en nuestro
país a lo largo del tiempo.
La muerte de su primogénito el 10 de abril de 1954 —de
donde brotan sus Elegías a Noel— y, décadas después la
pérdida de la visión —de donde nace Con tus ojos
míos—, pueden calificarse como los dos hechos biográficos de mayor impacto en su poesía lírica. ¿Cuáles otros
sucesos de su vida incluiría en la lista, al lado de estos dos?
Considero que toda mi poesía elegíaca, familiar
y heroica puede sumarse a los momentos que tú has
señalado. ¿Y por qué no «Una parte consciente del
crepúsculo»?
Si hurgamos en el baúl de sus anécdotas personales, no
solo encontraremos hechos dolorosos, que luego se
trasmutan en poesía, sino también cierto costado humorístico de su existencia. Por favor, cuente una vez más los
avatares de su primera visita a Marinello, cuando no se
atrevía a llamar a la puerta; los chistes de su profesor
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ESE JARDÍN PERDIDO
Raúl Roa a propósito del primer nombre de usted; y aquel
otro suceso: su regreso a casa el día que olvidó que se
acababa de mudar.*
Contaba yo dieciocho años cuando tuve el honor de conocer al doctor Juan Marinello Vidaurreta.
Todavía con la timidez de los campesinos y los jóvenes de barrio pobre, pasé por el frente de su casa más
de cinco veces sin atreverme a entrar. Pero era tanto
mi afán por tener una docta opinión de él sobre mi
primer cuaderno de versos, que por fin me detuve y
toqué la aldaba. La noble Pepilla, su culta esposa, no
demoró en abrir la puerta anticipándome una sonrisa y me mandó a pasar después de expresarle mi objetivo. Marinello apareció. Estaba vestido como para
salir, me dijo que conocía de mi visita por la compañera Mirta Aguirre; pero se le había presentado una
reunión de urgencia en el Capitolio. Me levanté rápidamente y le dije: «No tenga pena, doctor, yo vendré otro día». Me tomó del brazo y me dijo: «Vamos a
hablar de tu asunto y a disfrutar de un almuerzo criollo». Pasamos al comedor y ya la mesa estaba servida
para tres comensales: él, Pepilla y yo. «¿Trajiste el
cuaderno de versos?» «Sí» —le contesté, mostrándole el formato.
* En su respuesta, Jesús Orta pasa por alto el incidente del regreso a la casa vieja, luego de haber cambiado de residencia, hecho
al que se refirió, sin embargo, en entrevista radial concedida a
la periodista villaclareña Alicia Elizundia. [Nota de la editora]
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Me orientó que escribiera mi nombre y mi dirección postal en la contraportada. Se levantó, me tomó
del brazo, le dio un beso a Pepilla y dijo: «Vamos».
Llegado al lugar donde se efectuaba la Asamblea de la Constitución del ’40, dijo al chofer: «Media Risa, lleva al joven a su casa». Le respondí que
podía regresar en ómnibus, que la calle donde yo vivía no estaba asfaltada, y que en aquellos días de lluvia no era recomendable para un automóvil. Media
Risa sonrió y, decidido, dándome un golpecito en el
hombro resolvió: «Vamos».
Así eran de bondadosos Juan y su chofer.
Ya en camino de Juanelo, mi curiosidad era tanta
que le pregunté al conductor el origen de su apellido.
Él me hizo reír cuando me explicó:
Ese apodo surgió el día que solicité a Juan cincuenta centavos, sustituyendo la frase por «medio
peso». La expresión fue simpática al doctor. Sólo
una vez, un día de cobro, me acerqué al jefe demandándole una «media risa» y, en vez de cincuenta centavos, Juan me sorprendió con cinco
pesos; y comprendiendo mi alegría me preguntó:
«¿Cómo llamarías a esta cantidad?», y yo le contesté: «Esto no es una risa, es una carcajada».
Otra de las primeras personalidades que tuve el
honor de conocer a principios de la década del cuarenta del pasado siglo fue al doctor Raúl Roa. Lo conocí en la Facultad de Administración y Derecho
Público de la Universidad de La Habana, donde él
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ESE JARDÍN PERDIDO
impartía la disciplina de Problemas Sociales. En la
última pregunta de un cuestionario que yo debía responder, la mente se me quedó en blanco, y en blanco
dejé el lugar de mi respuesta. Cuando le devolví el
cuestionario, el ilustre profesor lo revisó y dijo: «Bien
por Sabio Jesús Orta Ruiz menos en la última pregunta donde parece que estuvo Jesús, pero no el Sabio. Pero no importa. Sabio era Sócrates y dijo: “Sólo
sé que no sé nada”».
Su poesía de tribuna —tantas veces impresa en periódicos y libros— se conoce ampliamente, incluso la declaman los niños en sus escuelas. Pero muchos ignoran la
«prehistoria» de esa historia: sus tiempos de poeta y periodista clandestino. Rememoremos, por favor, su detención en Quivicán; sus peripecias como autor de «Roja
primavera», «¡Malditos los diez pesos!» y otros poemas
subversivos; sus colaboraciones en el periódico Son los
mismos o en la prensa de Miami, estas bajo el seudónimo
poco disimulado de «Jesús Ribona».
En la lucha contra la tiranía batistiana participé
organizando protestas contra aquel régimen, fiestas
campesinas disfrazadas de inocentes guateques, con
fines de recaudar fondos para la Revolución, tanto para
el Partido Socialista Popular como para la Generación
del Centenario. Estas actividades yo las anunciaba a
través de los programas radiales donde participaba.
Entre estos «guateques» revolucionarios se destacaron
los realizados en Bejucal, Campo Florido, Chorrera del
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Calvario, Güira de Melena, Mantilla, con los obreros
de la ruta 4, y Quivicán. Este último se realizó en el
Liceo «José Martí», el 28 de enero de 1956. Para finalizar, Angelito Valiente y yo cantamos a la vida y la
obra de José Martí. Este canto al Apóstol concluyó
con esta décima mía aún recordada por numerosos
quivicanenses:
Martí no murió. Martí
volvió a vivir en Oriente,
le relampagueó la frente
y volvió a ser un mambí.
Ya lo veremos aquí
marcando nuevos caminos,
pues no crean los mezquinos
que se ha reducido a hueso:
aseguro que está preso
de nuevo en Isla de Pinos.
Por aquellos días toda Cuba demandaba la amnistía de los moncadistas, y la sugerida mención a
Fidel fue comprendida por el público, que se puso de
pie y aplaudió fuertemente. A la salida del Liceo un
soldado se acercó a mí, me tomó por el brazo y me
dijo que lo acompañara. El cuartel estaba al frente
del lugar donde habíamos actuado. Allí un sargento
de cara hosca me recibió con groseras palabras. Todo
el público que estaba en el Liceo y gran parte del pueblo que se le fue sumando gritaba afuera: «¡Que lo
suelten, que lo suelten!» Un teniente apareció en esos
instantes y, como presionado por la muchedumbre, se
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ESE JARDÍN PERDIDO
acercó y me dijo: «¡Salga pronto de aquí!» Le di las
gracias, salí y tomé el automóvil que me esperaba al
frente. Nunca olvidaré la multitud del pueblo de
Quivicán, que me siguió hasta más allá del límite de
su municipio.
¿Qué lo impulsó a sumarse, ya con cincuenta años, a la
poesía coloquialista —por entonces bandera de los jóvenes poetas cubanos— con su elogiado poemario Entre y
perdone usted?
Era un fenómeno que se me venía manifestando
durante muchos años. Consistía en que todo lo que
soñaba no me ocurría en el lugar donde lo soñaba,
sino donde había nacido y crecido. Así me nacía un
coloquialismo onírico social en el libro Entre y perdone usted, uno de mis libros más celebrados por exigentes críticos. Es un poemario en versos libres, y no
pocos se asombraron de que fuera escrito por un
decimista, sin comprender que en la décima, en cada
uno de sus octosílabos, como en los refranes populares y en la conversación misma, se dan octosílabos
naturales.
Varias compilaciones aparecidas a partir de 1990, resumen diferentes parcelas de su obra: sus décimas, su poesía íntima, sus versos de tema político. Sin embargo, ha
quedado al margen de estos panoramas su amplia y variada producción en prosa. Supongamos que mañana un editor decida preparar una antología donde estén presentes el
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Jesús Orta cuentista, el periodista, el crítico, el estudioso
del folclor. ¿Cuáles textos no podrían faltar allí?
«Poesía criollista y siboneísta», Pensamiento
martiano y otros fulgores; Décima y folclor y finalmente
«Huellas en el tiempo».
¿Qué le reprocha y qué le aplaude Jesús Orta a su alter
ego juglar? ¿Qué le reprocha y qué le aplaude el Indio
Naborí a su alter ego hombre de letras?
Entre mi alter ego juglar y el alter ego de letras
no hay ninguna oposición ni contradicción, son complementarios. Hay en la literatura española no pocos poetas con la doble gracia. Otros no rebasan la
versificación…
Claro que no podían entrar en oposición, porque si algo
los une definitivamente es la pasión integradora de ambos. Tanto, que en este propio diálogo quedó a medias
una respuesta porque el Indio no quiso herir a ninguno de
sus antiguos rivales de canturía al considerar a otro más
ocurrente o más caballeroso… Tanto, que cuando Jesús
Orta era menospreciado por buena parte del coloquialismo,
él se negó a pagar con la misma moneda y nos regaló en
Entre y perdone usted uno de los poemarios más valiosos de esa corriente expresiva, un libro digno por sí solo de
otra conversación tan extensa como esta, el día en que
estén otra vez frente a nosotros —en una única persona— Naborí y Jesús, el repentista y el escritor, el escudo
y la estrella.
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Carilda Oliver Labra
«“Tirry” 81 y yo nos conmovimos»
He tenido la suerte de conversar largas horas con ella,
como la tarde cuando José Manuel Espino me llevó a
conocerla a través de las ventanas de Calzada de Tirry
81. He tenido la suerte de abrazarla. De editarle un libro.
De salir a buscarla en medio casi de un ciclón, porque no
llegó a tiempo la llamada que cancelaba su visita a mi
ciudad. He tenido también el privilegio de redactar los
POR CUANTOS a la hora de que le entreguen una
merecidísima medalla. De llevarle una tina de chocolate
hasta su hotel. De almorzar junto a ella. De recibir sus
libros muy generosamente dedicados. De leer casi toda su
poesía...
Gracias e ello, puedo confirmar lo que otros han
dicho.
Carilda Oliver Labra no se parece a ninguna otra
poetisa, como intuyó tempranamente Agustín Acosta.
Cuenta, entre tantos dones, con «una pupila tierna o vigorosa para lo cotidiano» y «un temblor lírico genuino»
—Cintio Vitier es quien nos lo asegura—. Sucede —y
Rafael Alcides lo confiesa— que Carilda es «nosotros»,
ya convertida en «nuestra conciencia del Amor». Tal vez
por esto, la poesía siempre la ha salvado de la soledad,
como ella misma subrayó una vez.
Hoy dialogamos de nuevo. Humildemente vuelve a
abrir, para todos, sus libros y su vida. Y, aunque aún no
71
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
sé cuántas Carildas existen, seguro todas confluyen en
esta que guarda tantas anécdotas en su mirada inmarchitable, que nos brinda café en tacitas plásticas, que no
abandona nunca a quien ocupa un sitial en su amistad.
¿Cuál ha sido el precio de vivir en provincias para una
mujer como usted, tan a salvo de la pacatería?
El precio se ha compensado porque —si por una
parte me tildaron de procaz, atrevida, lúbrica, irreverente y otros adjetivos de mala especie— esas apreciaciones inaceptables no me hicieron caer en desgracia con mi pueblo, porque, por otra parte, he
recibido su atención entusiasta. Sirvan de prueba los
fervores amorosos de gente que me mimaba con manifestaciones de diversa índole y calidad cuando me
dedicaron la Feria Internacional del Libro, pues tuve
la gloria de recibir las mejillas de algunos niños cuyas
madres me pedían que los besara. Otras querían retratarlos conmigo. En Cienfuegos se agolpó una muchedumbre a la entrada del teatro «Terry», y cuando
—temerosa de un cerco semejante al que se formó
en mi rededor uno de los días en La Cabaña— le dije
al chofer que se dirigiera a la parte posterior del teatro para poder bajarme a salvo de apretones y autógrafos, muchos de ellos corrieron hacia donde yo me
dirigía, paralelamente al auto, entre gritos y risas, y
no hubo quien no clamara: «¡No tengas miedo, te
queremos, bájate, te queremos…!» Y fue en provincias, precisamente en Pinar del Río, que los jóvenes
72
ESE JARDÍN PERDIDO
parados sobre estantes, echaron sobre mi cabeza
muchos pétalos que habían arrancado de rosas amarillas. Esa coronación simbólica de cariño arrasó mis
ojos de lágrimas. Y fue también en provincias, en
Santiago de Cuba, donde el público arrancó los carteles que —para anunciar mi presencia en la feria—
se habían puesto con retratos. Y fue en Holguín también cuando a la una de la madrugada se apareció un
hombre de campo, más viejo que yo, con una foto
mía o, mejor dicho, un retrato pintado al óleo por él,
y me dijo que lo había tomado de una revista en blanco y negro, ufanándose de que había cambiado el tinte
sombrío por colores bellos que daban gusto. Desde el
día anterior había venido buscándome por Bayamo,
Manzanillo y no sé qué otra ciudad para regalarme
su obra. Era un pintor aficionado de tierra adentro,
modesto, pobre, sencillo, cubano. Su plástica está hoy
en el estudio de mi esposo, y la apreciamos mucho.
Para ese ser, artista espontáneo, yo no era procaz ni
irreverente, como tampoco para los muchos poetas
jóvenes o maduros que acudieron a saludarme en el
feliz viaje por la Isla, ni para aquellos que tenían el
arte en las manos, artesanos humildes que me regalaron, me obsequiaron pequeños libros míos realizados con gran arte en madera preciosa y donde los
versos relampagueaban grabados a pura gubia. Y tantos y tantos hechos que no repito para no parecer
vanidosa. Solo soy agradecida, y me parece justo y
adecuado decirte que mi provincia y también las otras
73
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
me han pagado con creces los breves momentos de
desazón que pudo haberme causado algún que otro
juicio ingrato.
Casi toda su vida ha transcurrido en esta ya mítica casona matancera de Calzada de Tirry 81. De la puerta hacia adentro, ¿cuáles han sido los días más felices, los días
más amargos, los días más trascendentes?
El día más feliz de mi vida no sucedió dentro de
«Tirry» 81 sino en Texas y fue aquel en que me reuní por primera y única vez de nuevo con mi madre y
mis hermanos Olivia, Pedro y Efraín, sus compañeros y sus hijos. No fue completa mi dicha porque ya
mi padre había muerto en el exilio antes de esa fecha, y nunca pude verle después de su partida de
Cuba. A mis hermanos solo los pude tener otra vez;
sucedió cuando el fallecimiento de mi madre, ocurrido en 1993.
Es natural que mis días más amargos hayan sido
aquellos en que perdí a los más amados seres: mi abuela Mercedes, que vivió con nosotros desde antes de
mi nacimiento hasta el día de su muerte; mis otros
abuelos; mis padres; mi hermano Pedro; mi ya entonces ex esposo Hugo; mi segundo esposo, Félix, del
que enviudé luego de diecisiete años de matrimonio…
Como he vivido ochenta y tres años, he sufrido la
desaparición de tíos, primos, amigos a quienes he
querido mucho, y podría confesar sin pena de ser exagerada que también han sido amargas otras dos fechas:
74
ESE JARDÍN PERDIDO
aquella en que perdí a mi gato Mini —prodigio de
fiereza y ternura— y la muy reciente en que se extravió de modo inexplicable mi viejo perro Redy, ciego y
sordo, a quien tuvieron que darle algún vestido mío
usado para que se durmiera, abrazado a él, cuando
he tenido que salir de viaje.
Fueron trascendentes en mí —dentro o fuera de
esta casa— el día en que me gradué de abogada; aquel
en que obtuve el primer lauro literario: premio nacional por mi «Canto…» en el centenario de la bandera; el día en que me notificaron el Premio Nacional de Poesía por Al sur de mi garganta; la noche en
que el Museo Provincial de Matanzas organizó conjuntamente con la Uneac provincial el homenaje por
un cumpleaños mío (1984) que presidió Nicolás
Guillén, autor de la idea, quien vino acompañado de
valiosos intelectuales. Trascendente también fue el
acto conmemorativo del cuarenta aniversario del
canto clandestino que envié a la Sierra, evento que
organizó el partido comunista cubano, y tuvimos el
honor de que viniese Fidel. El día en que me comunicaron por teléfono el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura, no pude creerlo. Trascendente
también fue recibir el Premio Iberoamericano «José
Vasconcelos», que otorga el Frente de Afirmación
Hispanista, de México. Y, últimamente, me ha conmovido también mi selección para la Academia Cubana de la Lengua.
75
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
De la puerta hacia afuera, ¿cuántas veces ha sentido que
pasaba la Historia?
Muchas veces. Pero debo resaltar dos ocasiones
especialmente históricas. El día en que cayó la dictadura de Machado, y vi multitudes arrastrando personas, quemando automóviles, tirando piedras, gritando con voces ensordecidas, persiguiendo a porristas y
chivatos en un oleaje de horror, ruido, desgracia y
desorden. Pero guardo una vez muy importante como
algo predilecto en la memoria: sucedió en una ocasión absolutamente histórica. Fue el día en que
—presidiendo la Caravana de la Victoria— entró el
líder de la Revolución a Matanzas: venía de pie en
un carro militar. Su rostro era diferente al que conocí
en días universitarios: estaba muy pálido, sudoroso,
barbudo, evidentemente exhausto. «Tirry» 81 y yo nos
conmovimos. La emoción tenía distintos matices en
el pueblo: llanto, asombro, temblor, mudez, risa, recogimiento, grito…
También, desde luego, vi entrar la Historia en
mi casa cuando vino Nicolás Guillén con Pablo
Neruda, o con Rafael Alberti y María Teresa León;
cuando llegó Mario Benedetti en compañía de Roberto Fernández Retamar; cuando entregué la llave
de la ciudad de Matanzas, en el puerto, a Ernest
Hemingway…
Sentí pasar la Historia cuando conocí a Gabriela
Mistral en la residencia de Dulce María Loynaz;
cuando bailé con Evtushenko en el V Encuentro
76
ESE JARDÍN PERDIDO
Internacional por la Paz, en Sofía; cuando discutí allí
mismo con Ernesto Cardenal; cuando conocí a Juan
Rulfo, a quien cuidé un poco porque no estaba muy
bien de salud; cuando conocí a Gabriel García
Márquez, el día de su setenta aniversario. También
sentí pasar la Historia cuando cerré los ojos de
Rolando Escardó. Y —dejando muchas otras cosas
detrás— cuando, muy tarde en la noche, de regreso
a mi casa, un día en que nadie había recordado mi
cumpleaños, encontré a Fayad Jamís sentado en la
acera delante de «Tirry» 81, con un ramo de rosas y
una botella de vino, y le dije, jubilosa: «¡¿Te acordaste de mi cumpleaños?!», y él me respondió: «¡¿Pero
es tu cumpleaños?!»
¿No ha pensado en publicar esa correspondencia cruzada
suya, en la que toman parte tantas personas conocidas y
desconocidas?
No hallo cómo publicar esa correspondencia, que
no es exactamente cruzada, puesto que muchas cartas no obtuvieron respuesta, ya fuese por parte mía o
del destinatario.
Hay algunas que, sin pretenderlo, fueron
confesionales, como las de Dulce María Loynaz,
Horacio Hugo López, y Félix Peyrallo Carbajal. Hay
cartas ilustres, sobrias, inolvidables, como las de Antonio Piedra. Otras, lujosas en palabras e ideas, como
las de Agustín Acosta, Enrique Labrador Ruiz y
Orlando González Esteba. Hay cartas muy líricas,
77
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
como las de Emilio Ballagas, Pura del Prado y Néstor
Ulloa; hay cartas raras, como las de un joven médico
que solo me había visto en televisión y juraba: «Amo
tus manos artríticas». Hay cartas de hombres que me
inventaron y, otras, a aquellos que yo seguramente
he inventado. Hay cartas muy amables, como las de
los niños pequeños, que usan más bien un lenguaje
gráfico. Hay cartas que por su magia nos deslumbran,
como las de Miguel Barnet y José Ángel Buesa; cartas-caricias como las de Roberto Cazorla y Ángeles
Vallvey; cartas eróticas, aunque fraternales, como las
de Rafael Alcides; cartas de amigos queridos,
internacionalistas, desde Angola, como las de Urbano Martínez; cartas con perfiles históricos, como las
de Raúl Roa, Cosme de la Torriente, Armando Hart;
cartas irónicas, hirientes, como las de Antonio
Drashner y Vicente Echerri; cartas ingeniosas como
las de Onelio Jorge Cardoso, Juan Luis Hernández
Milián, Francisco Chofre, Francisco Riverón, Mirtha
García Vélez, Marta Vitier; hay cartas donde el imposible duele, como la escrita por Hugo Ania en el
anterior momento, inmediato al suicidio; cartas como
las de mis padres y hermanos, donde la tinta ha casado
con lágrima; cartas juveniles, de cuando eran adolescentes Rolando Tomás Escardó y Fayad Jamís; cartas
que nunca mereceré, como las de los cinco héroes:
una de ellas con la bandera dibujada por Gerardo, otra
con un dibujo y versos inéditos de Antonio Guerrero.
Y existen dos cartas que son únicas, dos que vinieron
78
ESE JARDÍN PERDIDO
de Fidel y fueron publicadas como regalo generoso
hacia mí, pero las cuales nunca pude contestar para
no profanarlas con mi palabra.
Hay cartas y cartas y cartas procedentes de distintos orígenes, razas y culturas y a todas las cuales
solo he dado el destino de mis ojos, porque me han
donado el favor precioso de la compañía humana.
En esta casa usted conserva un archivo personal en extremo amplio y valioso. Tal vez ya ha decidido el destino
final que desea para toda esa papelería…
Todavía tengo que pensar.
Una vez me contó que un gato se orinó en un cajón y
le echó a perder una carta de Neruda. ¿Recuerda qué
decía?
El gato fue el mismísimo Mini —que no me atrevo a pensar que se sentía crítico literario—. Pero el
asunto es que, figúrate, me fastidió ese testimonio
de que Neruda se ocupaba de mí. La carta era breve
pero, como es lógico, no puedo reproducir textualmente la gracia, el humor y el ingenio de su autor.
Ahora bien, recuerdo un juicio sintético sobre «Me
desordeno, amor, me desordeno», soneto que el
maldito de Nicolás me hizo recitar delante de mi
ilustre visitante. Decía en forma muy original
Neruda: «Es un soneto que la hará famosa. Se adivina el agua sobre la llamarada».
79
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Entre las muchas personas excepcionales que han llamado a su puerta, no faltaron bohemios escapados de
alguna novela romántica, como Hugo Ania Mercier o
el uruguayo Félix Peyrallo Carbajal. Hoy, ¿cómo los
recuerda?
A Hugo, como lo que era: un milagro que me
empeñé en convertir en realidad. No pudimos ofrecernos sino el mutuo desamparo. Recuerdo más que
todo su disimulada desolación que intentaba ocultar
con ironía.
En cuanto a Félix, no puedo con esa metáfora.
Después de cincuenta y cinco años sin vernos, ahora
resulta que vive en una ciudad del Brasil, sigue haciendo relojes de sol, disfruta de buena salud y cumplirá cien años en este mismo 2005. Por suerte, no
morirá.
¿Qué imagen guarda de Ciro Alegría, Fidelio Ponce,
Hemingway, Juan Rulfo, Eugenio Florit, Mario Benedetti
y el polémico José Ángel Buesa, por no citar a tantas
otras celebridades que han ocupado algún lugar en su
vida?
A Ciro Alegría le recuerdo envuelto en la niebla
de una madrugada de marzo de 1952, caminante por
un jardín solitario que ocupaba el alrededor del Gran
Hotel de San Miguel de los Baños. No nos conocíamos, se acercó para susurrarme: «¿Es usted un sueño?» Yo le respondí, también a media voz: «Con miedo
a despertar».
80
ESE JARDÍN PERDIDO
A Fidelio Ponce vuelvo a encontrarle tirado sobre el piso mientras pintaba, más con los dedos que
con los pinceles. Me confesó: «Un día, sin saber quién
era usted, la seguí por la calzada porque me interesó
plásticamente la línea y el ritmo que tienen sus dos
brazos del hombro hacia la mano cuando usted camina como descuidada y de espalda». Esto —que no
sé si era un cumplido o si era una burla— me dejó sin
comentario.
Hemingway parecía muy norteamericano, sobrio,
sencillo, deportivo, corpulento, respetuoso, con una
personalidad a todas luces jerárquica. Llamaba la
atención aunque no supiéramos quién era.
Juan Rulfo, casi tímido, hablaba con voz
mesurada. Se asustó mucho cuando al presentarle yo
a Evtuchenko, a la entrada del hotel Park Moscú en
Sofía, este lo llamó «Padrecito» —en castellano— y
lo cargó en brazos efusivamente, al mismo tiempo que
lo felicitaba por su obra. Rulfo era muy amable y veía
con gratitud el informal gesto mío de llevarle té a su
habitación porque tenía síntomas de dispepsia y no
había bajado a comer.
No puedo olvidar el cortés recibimiento de
Eugenio Florit cuando lo visité en Miami. Bajo de
estatura y de peso, con tez muy rosada, rodeado de
relojes por todas partes, nos honró con su corta conversación y sus modales exquisitos. Allí almorzamos
frugalmente, y más fue la prosa que la poesía. Me
entregó libros para Dulce María y para mí.
81
YAMIL DÍAZ GÓMEZ
Mario Benedetti quedó agradecido —aunque era
yo la deudora— cuando desde la sala de mi casa (ya
que me detenía una fractura en el fémur) le presenté
en el escenario del «Sauto» mediante una transmisión radial, por control remoto, de la que fueron cómplices: Roberto Fernández Retamar y Radio 26 de
Matanzas. Ya él me había integrado a su antología
Poesías de amor hispanoamericanas. Después me envió
desde Madrid un libro suyo, generosamente dedicado.
A José Ángel Buesa le he extrañado mucho durante toda la vida, pues era dadivoso, correcto y tierno
en la amistad. Le deberé siempre consejos, enseñanzas, atenciones y apoyo para mi poesía.
Usted viene de una familia de poetas. Recordemos a su
abuelo Alfonso de Labra, y a los hermanos Lles, y a esa
poetisa tan valiosa como relegada: América Bobia. A lo
mejor existe un gen determinante para la poesía…
Si de alguien heredé el gen de la poesía, como
graciosamente dices, fue de mi abuelo Alfonso de
Labra, cuyas cartas de amor eran muy líricas, y también los versos que escribió. No lo conocí, ni tampoco a Francisco Lles Berdayes, pero sí a su hermano
Fernando, quien demostró benevolencia al prologar
mi primer cuaderno de adolescente. América Bobia
Berdayes, a quien mucho admiro y quien hasta ahora
sigue en olvido a pesar de que algunos hemos gestionado que su obra vuelva a la luz, regresó a Matanzas,
desde Santa Clara, ya octogenaria. Me recibió muy
82
ESE JARDÍN PERDIDO
contenta y premió mi constancia en visitarla con un
retrato suyo en el cual aparece muy bella, en un escenario, entre Bonifacio Byrne y Agustín Acosta.
¿Por qué estudió Derecho? ¿Contribuyó esta carrera a su
formación literaria? Recuerde que es muy larga la lista de
importantes poetas cubanos que estudiaron leyes, incluso
algunos que no lograron graduarse, como Guillén, el Indio Naborí y Eliseo Diego.
Porque era mi verdadera vocación, aunque también amaba la Medicina.
Desde mis dieciséis años actué como secretaria
de mi padre, al que ayudaba a mecanografiar aquellos POR CUANTOS y CONSIDERANDOS.
Conjuntamente con Quevedo, Bécquer, Machado, Darío, Martí y Heredia, leía a los grandes de las
ciencias jurídicas en la biblioteca de casa y me maravillaba la particularidad del léxico y la sintaxis de tan
especial literatura. Cuando llegué a la universidad
admiré a los talentosos profesores de Derecho y me
fascinaron las clases magistrales de Guerra López,
Ernesto Dihigo, los Sánchez de Bustamente, y tantos
que ostentaban el don de la palabra. Quedé presa de
aquel persistente sortilegio.
Pero antes, ya hubo dos razones primordiales por
las cuales opté por convertirme en jurista. La primera: porque pensé ingenuamente que disminuiría en
algo la injusticia del mundo; la segunda: que siempre
tuve vocación por amparar a seres desgraciados. El
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
tiempo, que es un maestro lento y eficaz, me deparó
esta enseñanza: «La justicia muchas veces está fuera
de las leyes normadas que tratan de obtenerla e intentan ser rectoras, pero la imperfección con que
nacieron, por ser hijas del hombre, crea una sombra
que ningún Apuleyo ha podido iluminar». Tal vez la
causa de todo reside en la propia naturaleza clasista
del derecho, en su condición de instrumento al servicio de quienes tienen el poder para ejercerlo.
Debo confesarte que durante mi carrera experimenté grandes satisfacciones, pues tal vez no existe
una gloria superior que la que comprende la defensa
de un inocente, de un hombre pobre o de un ladrón
hambriento; y creo que, al final de cada pleito, yo sentía
el premio de haber luchado con amor y firmeza.
Soy honesta cuando te digo que en parte he escrito mi poesía para combatir ciertos demonios externos.
Esos fantasmas que me acompañan desde la niñez,
cuando —me acuerdo muy bien— me dolían los niños
sin zapatos, las madres solteras y la orfandad de los
perros. Desde entonces ya había nacido en mí la rebelión, y aquella enorme necesidad de salvar.
No sé si me recuerdan algunos por cuyas causas
combatí con la pasión que alumbra a todos los
idealistas. Tampoco espero gratitud, sabemos que
aunque el amor paga muy bien, más que el regocijo
de haber sido útil para otros, estoy en paz conmigo
misma, pues siempre supe ser una mujer que prefiere
litigar al lado de los débiles, los explotados y los justos.
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ESE JARDÍN PERDIDO
Creo que el derecho contribuyó mucho a mi formación literaria y también a mi disciplina y capacidad
de ser social.
Y los estudios de Artes Plásticas, ¿en qué medida alimentaron su literatura?
No solo eso, sino que también alimentaron mi
vida. Nos enriquecemos con la sabia prodigiosa que
es el arte: dibujar, pintar, grabar, modelar, esculpir, es
procurarnos un mundo nuevo que nos falta del desierto espiritual. La literatura es muy afín con la plástica. La obra de arte más abstracta tiene también un
tinte de poesía.
A usted se le conoce como una escritora esencial y
arrasadoramente lírica. Sin embargo, me encantaría que
este diálogo contribuyera a hacer justicia a la Carilda
épica, arrasadoramente épica. Y no lo digo solo por sus
poemas de temática histórica. Lo digo por su firma en el
manifiesto de Nuestro Tiempo, y su entrevista con Pilar
García, y su participación en la clandestinidad. Y su
manera, no menos épica, de soportar el injusto olvido de
otros tiempos y de sobrevivir durante décadas a la ausencia de un hijo que jamás llegó y de toda una familia que se
marchó de Cuba...
El cubano ha tenido que ser épico después del bloqueo porque con más humor que alegría todos sabemos que aquí ha habido algún que otro Período Especial y que en ocasiones para agenciarnos la comida
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
hemos tenido que apelar a algún recurso épico, porque ha sido imprescindible asumir riesgos y desarrollar
astucias y pericias.
Ya en época de Machado, cuando yo era una
niña, iba a La Panificadora, de la mano de mi abuela,
sobre las ocho de la noche para hacer una cola de
ripios de galleta que vendían a dos centavos el cartucho. Mi padre llevaba casi un año sin recibir su sueldo. Éramos siete a la mesa. Él reía con nuestra aventura nocturna, pero luego nos la prohibió porque los
guardias del ejército —a caballo y machete en
mano— perseguían por mi calzada a los estudiantes
que lanzaban piedras con tiraflechas a los bombillos
de los postes eléctricos para colaborar con la resistencia del pueblo, cuya consigna clandestina era:
«¡Abajo las luces!»
Tuve alguna que otra trinchera original, simpática
y, además, con resultados que yo no esperaba, cuando,
por ejemplo, en una velada que para conmemorar el 7
de Diciembre se celebraba esa noche en «Sauto», observé desde el escenario que en un palco de la izquierda se encontraba el jefe militar del distrito. La bandera
estaba junto a mí en un pedestal mientras yo recitaba
muy enfáticamente mi canto a la misma. Sin planearlo, en un arrebato de rebeldía, dije, mirando la enseña
y luego con un ademán dirigido hacia el palco: «¡Que
sea tu estrella como una centella!, / ¡Que brille, que
brille! / ¡Que se quede ciego quien borre tu huella!, /
¡Que caiga la lengua del que te mancille!»
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ESE JARDÍN PERDIDO
Un veterano muy anciano en la primera fila de
lunetas, exactamente frente a mí, se levantó de pronto
y gritó: «¡Abajo, abajo Batista!» Su voz era débil de
timbre, pero aun así algunos en el público la corearon.
Seguí, sin detenerme, con la estrofa final. El brigadier no se movió todavía, pero a los pocos minutos
abandonó el teatro.
Al día siguiente recibí la visita oficial de dos capitanes del ejército que, con mucha delicadeza, me
pidieron que la próxima vez que dijera el «Canto a la
bandera» suprimiese esos versos, puesto que «el público los había interpretado mal». Les contesté, también con mucha finura: «Como no puedo mutilar el
poema, no lo diré más por ahora». Dejaron sobre mi
buró un ramo de flores que habían traído y que más
tarde coloqué personalmente bajo la estatua de José
Martí en el parque de la Libertad.
Ignoro si fue una decisión épica enviar el «Canto
a Fidel» a la Sierra, pero sí agradezco el indudable
acto épico de quienes tuvieron el valor de subirlo a
su destino. Aquí doy fe también de mi gratitud por
el líder henequenero Julián Alemán, que tenía en
su poder un original de dicho poema, y a pesar de
que fue torturado y más tarde asesinado, guardó
silencio.
No considero que haya heroicidad en los múltiples manifiestos y declaraciones que he firmado, ni
en la participación mía en la Batalla de Ideas ni en la
lucha por defender a Cuba y al mundo de los peligros
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
bélicos que nos acechan. Servir a la libertad y a la
justicia es solo un deber humano indeclinable.
El 24 de julio de 1950 una joven Carilda recibió el Premio Nacional de Poesía por Al sur de mi garganta. El
25 de noviembre de 1997, una Carilda mucho mayor
recibió el Premio Nacional de Literatura. ¿Cuál es la distancia que, humanamente, existe entre una y otra? ¿Cuál
es la distancia que, literariamente, separa a una de la
otra Carilda?
Existen cuarenta y siete años de diferencia entre
ambas fechas, y ese largo tiempo, que transforma la
naturaleza de la mente y del cuerpo, también lastimó
con daños graves a las dos Carildas.
A los veintiocho era yo nueva de carne y hueso,
virgen de emociones profundas, inédita en el amor,
lectora incipiente.
A los setenta y cinco, andaba todavía sobre mis
huesos, y el cuerpo aún no me había traicionado
mucho pero ya había pasado por: tres matrimonios,
dos fracturas, tres operaciones quirúrgicas, un divorcio, una viudez, la muerte de seres muy queridos, dos
dictaduras, el exilio de toda la familia, un veto a mi
poesía y algunos avatares ligeramente tenebrosos. Esta
es la distancia que humanamente existe entre ambos
momentos.
La distancia literaria se fundamenta en algunos
nuevos estudios de diferentes culturas que emprendí,
en un mejor conocimiento de las técnicas del escritor,
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ESE JARDÍN PERDIDO
en haberme avezado en la música, la plástica, la danza, el teatro y el deporte, y leer casi más ciencia que
literatura; y sobre todo en haber vivido bastante y
no desechar tan fabulosa memoria. Ambos premios
los recibí con alegría y sorpresa; sobre todo el Nacional de Literatura al cual he tenido que acostumbrarme porque realmente no creía en tan amable
resurrección.
¿Cómo explica el notable impacto de Al sur de mi garganta (1949), si se trataba de un libro de apenas trescientos ejemplares, impreso en el interior, escrito por una
autora sumamente joven y no muy conocida?
Porque era una desconocida que, en provincias,
escribía los versos que no estaban de moda. El libro
apostaba por un mundo distinto, en pugna con las
circunstancias sociales existentes; era amoroso pero
virgen, era colmado pero sediento, con algún rezago
neorromántico pero apostando por un coloquialismo
aún no vigente («el perro que se orina», «la negrita
que come azúcar», «la gente que me llama doctora o
señorita»). Era casi religioso pero irreverente («Señor […] tengo el derecho / de amar todas las cosas
que no amas», «Es necesario todo… hasta creer en
Dios, / para así parecernos terriblemente a un hombre», «Se parecía a Dios en lo de ciego».) Bueno, no
sé si estas razones decidieron el premio y causaron el
impacto. Creo solo que tuve suerte.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
¿Cómo sonaba en 1958 —cuando se publicó Memoria
de la fiebre— el símil de un vestido «hermoso como una
revolución»?
Sonaba como una bomba. Tanto fue así que tuve
el gusto de recibir en casa a Raúl Ferrer, que vino a
felicitarme.
Cuando entregué dicho libro a la editorial que
lo publicó, me dijo José Ángel Buesa, que era el director de la colección: «¡Pero te has vuelto loca!» Y
yo le respondí: «¿Tú te atreves a escribir las palabras
de introducción?» A lo que, sonriendo, afirmó: «Si
tú te atreves, ¿cómo no voy a atreverme yo? Ojalá
nos pongan en la misma celda».
Entre la Antología de todas sus obras, publicadas e
inéditas (1963) y Tú eres mañana (1979) transcurren
dieciséis años de silencio editorial. ¿Quiere explicarnos el
cómo y el porqué de ese silencio?
El porqué lo desconozco, y el cómo tuvo distintas
formas y manifestaciones: el Director de Literatura
de la Dirección Provincial de Cultura de Matanzas
expresó públicamente —en un acto en el cual se elegiría al presidente del taller literario provincial— que
yo «estaba expulsada del movimiento de escritores
de Cuba». Cuando, para solicitar explicaciones, pedí
entrevistas a los directivos correspondientes porque
no entendía lo que estaba pasando, nadie me recibió.
Hicieron una conjura total de silencio en torno a mi
persona y a mi obra, que consistió en no invitarme a
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ESE JARDÍN PERDIDO
acto alguno, en no mencionarme en la prensa plana,
radial ni televisiva y mucho menos editarme libros.
Supe que otros intelectuales y artistas confrontaban igual situación. Escribí y engaveté, engaveté y
continué escribiendo, terca, olímpicamente.
Después de todos esos años, me invitaron a ofrecer una lectura de versos. Como amo a la poesía y a
mi pueblo más que a mí misma, acepté el reto. Entré
a la sala «White» (antes Liceo de Matanzas) caminando muy despacio, vestida de negro, serena. Ya
sobre el escenario, repetí las legendarias palabras de
Fray Luis de León cuando regresó a su cátedra: «Como
decíamos ayer…» El público de pie, que colmaba el
salón hasta su salida a la calle, no me dejaba empezar
la lectura: aplaudía, aplaudía, aplaudía.
No he vuelto a hablar sobre este asunto absolutamente superado. Si he respondido a tu pregunta es para
evitar malas interpretaciones respecto a mi silencio en
cuanto a sucesos que son absurdos pero históricos.
¿En qué medida los poemarios y libros de prosa aparecidos de 1979 en adelante conceden un valor profético a
este hermoso octosílabo de su decimario: «ver la palma
abriendo el día»?
En una medida total: la obra, aunque modesta,
es tan fiel a Cuba como yo misma.
En su libro Desaparece el polvo hay un acento tal en la
mujer que acaso justifique más que otras obras suyas «esa
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
furiosa reivindicación de lo femenino» que le atribuye Jenaro
Talens. ¿Responde esto a un propósito particular de escribir
una literatura feminista o, al menos, femenina?
Es más evidente en Desaparece el polvo, libro escrito
en la década de los sesenta y publicado tardíamente en
1984 (Ediciones Unión). La segunda edición se debe a
la Fundación «Jorge Guillén», de Valladolid, y aparecen
en la misma algunos poemas que no figuraron en la anterior y que ratifican con creces «esa furiosa reivindicación de lo femenino», que no se debe a propósito sino a
la libre fluencia de mi temperamento y carácter.
¿Cómo se ubica a usted misma en cuanto a escuelas, tendencias o generaciones? Críticos como Alberto Rocasolano
no vacilaron en situarla dentro del neorromanticismo.
Otros —como Nöel Castillo— sostienen que usted pertenece plenamente a la poesía llamada coloquial.
Ni romántica ni coloquialista; solo con atisbos
de ambas. Me interesa más la idea que el sentimiento
o la emoción. No soy fría ni abstracta. La vida no lo
es… ¿Por qué tendría que serlo el arte? Puede que
algunos versos hayan sido sensibleros o cursis al principio, pero en aquella época, sobre todo en provincias, la gente era un poco así. La obra no debe juzgarse cuando empieza sino después de que evoluciona y
alcanza desarrollo. Muchos me aprecian o me deprecian por el «Me desordeno, amor, me desordeno…»
que escribí hace sesenta años… ¿Resulta lógico?
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ESE JARDÍN PERDIDO
Según Octavio Paz, de Darío en adelante la poesía hispánica sigue dos grandes caminos: el de la «imagen insólita» y
el del «prosaísmo». A mi juicio los dos coinciden en la obra
de usted. Me encantaría saber si comparte este criterio.
Comparto ese criterio. Y gracias por la comprensión.
¿En qué medida su vida ha influido en su obra, y en qué
medida su obra ha influido en su vida?
Las respuestas que he dado a este cuestionario
demuestran que en verso quedaron los acontecimientos más relevantes de mi existencia. Y esa obra ha
influido a la vez en mi vida pues el ejercicio literario,
la pasión de comunicarme en letras con los otros, ha
servido a la espiritualidad con que creo cada acto de
mi conducta.
¿Se siente a gusto la Carilda real con esa otra Carilda
imaginada por el prójimo en series televisivas, documentales o simplemente en la diaria oralidad, que le reserva
un espacio entre sus mitos?
Sí, porque esa mitología con la que desean enriquecer mi yo humilde y posiblemente vulgar a veces,
se debe a que algunos gustan de considerarme una
persona superior, casi fantástica, que vinculan a hechos insólitos, algunos legendarios; y para muchos otros
soy la transgresora, la que desestima «el qué dirán», la
que se atreve a todo. Son las maneras inocentes que
tiene el pueblo de quererme, y yo las acepto todas.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
El poeta y crítico Luis Suardíaz aseveró que el personaje
constante y principal en la obra de usted es usted misma.
He aquí una pista para reconstruir su vida a partir de la
poesía. ¿Le gustaría ayudar a esa futura tarea revelando
el fragmento de su biografía que se esconde detrás de algunos versos?
-Tomamos el té y el aire / en algún lugar del Prado
Sucedió el 4 de marzo de 1952, al día siguiente
de mi boda con Hugo Ania Mercier.
-Me desordeno, amor, me desordeno.
¡Tantas veces que ya no recuerdo cuándo, cómo,
ni dónde!
-y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!
Este verso completa un retrato de Carilda, que
siempre ríe por fuera y llora por dentro.
-La gente va vestida por adentro de hierro. / No te oyen…
Has gritado dos o tres veces: ¡Berro!
Se refiere a un niño casi limosnero que vendía
berros para sobrevivir, y nadie le compraba.
-Vida absoluta. / Hay cierta monja que nunca azoro, /
hay cierta puta / aquí en mi carne. Con ambas lloro.
Una verdadera mujer debe padecer o gozar de
ambas posibilidades. Lo que sucede es que ninguna
se atreve a confesarlo.
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ESE JARDÍN PERDIDO
-Adiós, locura de mis treinta años.
Es la despedida a un amor incipiente que no quiso
convertirse en pasión y en olvido.
-ya que te debo la vida / te quiero deber la muerte.
Si tuve el privilegio de nacer en Matanzas, sueño
con el otro de morir en ella.
-Pasa el soldado. / En su fusil alguien colocó una rosa.
El soldado fue Camilo Cienfuegos. Pensé, al verlo
pasar a junto a mí en los primeros días del triunfo de
la Revolución, con un fusil en cuya boca del cañón
alguien había colocado una rosa, que esta era para
anonadarlo de prudencia, de perdón, de vida.
-Y entre mis muslos progresó la estrella.
Pues resultó que el fuego se me convirtió en luz.
-Mi familia es el toque del cartero en la puerta.
Cuando toda mi familia residía fuera, alguna que
otra vez me llegaba alguna carta.
-estás muerto, mi padre, muertecito.
¿Cómo decirle a un muerto principal, único, sagrado, sino un diminutivo con cariño?
-Madre mía que estás en una carta.
El primer verso que le escribí a mi madre cuando se extravió de mi vista pero no de mi alma.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
-Hombres que me servisteis de verano.
Es muy difícil… porque este verso no es una confesión de múltiples amores sino un regalo de mi memoria
a todos aquellos que me amaron de alguna forma.
-Mi palomo verde, / mi querequeté.
De niña amaba mucho los palomos. Soñaba con
tener uno verde, y al fin lo tuve, cuando se fue.
-Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria.
Porque prefiero que sea la patria quien me guarde.
Hoy —con ochenta y tres años—, ¿qué trae Carilda al
sur de su garganta?
Un corazón que piensa.
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Eliseo Diego
«Soy una especie de fantasma»
Nunca esperé encontrarme a la Pantera Rosa en el estudio de Eliseo Diego. Pero allí está, hecha de esponja, entre
un cuadro de Portocarrero y una caricatura del Quijote,
junto a otros objetos familiares. Hay una réplica del machete del general Máximo Gómez, libros en diferentes idiomas —que Eliseo amontona por cualquier lugar—, fotos
de Borges, Nicolás Guillén, y otra más grande, de Fina y
Bella García Marruz.
Es una tarde de junio de 1993. Todavía el poeta no
ha recibido el Premio «Juan Rulfo» ni ha estremecido a
los mortales con su postrer divertimento.
Este Eliseo Diego fue primero, a los ojos de su interlocutor, un enigmático nombre que con severa humildad
se repetía en los libros de lectura. (La voz sonaba de abuelo
cuando explicaba a los niños de primaria que Martí es
como el aire.) Este Eliseo Diego sería después un nudo en
la garganta. Pero al amigo que nos recibe en su despacho
esa tarde de junio de 1993, lo vamos a dejar así: enhiesto
y sonriente, detenido en el tiempo, para que nos entere de
las últimas —acaso con la misma voz de abuelo— y nos
tienda la trampa de seguir siendo para siempre, todo él,
enigmático.
Ahí, en medio de una rugiente avalancha de luz,
está Eliseo Diego. Mientras revisa las fotografías de un
álbum amarillo, tal vez dialogue con aquel niño que en
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
1929 perdió de golpe todas sus riquezas, al abandonar
una finca de Arroyo Naranjo. Eliseo fracasó en sus aspiraciones de conducir locomotoras y trabajar como inspector de Scotland Yard. Fracasó también —tras quince
años de estudios— en la carrera de Derecho, pues su destino no podía ser otro que escribir poesía, modo de rescatar los tesoros perdidos de la infancia.
Este hombre que nunca se atrevió a acercarse a Juan
Ramón Jiménez, respira paz; pero —aun cuando insista
en autodefinirse como un fantasma, aun cuando hojee su
reciente libro Conversación con los difuntos— nada
hay de etéreo en él. Con su barba recién rebajada, la guayabera seria y un pantalón ligeramente zurcido, Eliseo
confiesa, refiriéndose a los jóvenes cubanos: «Yo me siento uno de ustedes». Entonces le brillan por un instante
los dos ojos, en un roce inocente de la luz.
Inventario de asombros
Si tuviera que hacer un inventario de asombros con sus
propias vivencias, ¿cuáles sucesos no podrían faltar?
Mira, aquí tienes un retrato mío de cuando tenía seis años. Este es un pueblecito del sur de Francia, Roayat, y esta es la esposa del maître del hotel
León, donde paramos mi madre, mi abuela y yo. En
aquella época (1926) era frecuente que el médico
mandara a tomar baños termales, y a mi abuela la
mandaron al balnerario de este hotel. Tienes ahí un
lugar, un momento histórico para mí: este pueblecito.
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ESE JARDÍN PERDIDO
Me parece que lo estoy viendo. Era famoso desde los
tiempos de los romanos. Mi madre no quería llevarme porque decía que un niño no podía apreciar aquello; pero me di una perreta, y hubo que llevarme. Muy
pocas perretas me han dado en el curso de mi vida,
pero esa vez me di una perreta. Fíjate, un niño no se
da cuenta de esas cosas, pero, no sé por qué, yo me
daba cuenta. Y ese viaje fue importantísimo para mí.
Detrás del hotel había un derriscadero —todo el
mundo tenía que bajar por un senderito entre las rocas— y, abajo, un río, un torrente. Y había una cueva
allí; se llamaba la Cueva del Diablo. Figúrate: seis
años; pero yo sabía quién era el Diablo. No sé cómo
rayos había conseguido conocer a ese personaje. Yo
no le tenía miedo en aquella época: cuando niño era
más valiente que ahora.
Y el segundo asombro fue encontrarme con Bella. Aquí tienes a Bella cuando la conocí. Esta foto es
en casa de Gaztelu. Acá está Lezama, y Orbón,
Octavio Smith... ¡Coño, aquí hay más muertos que
el carajo! Este es Lozano, el escultor, no sé si vive
todavía. Este siempre fue un Judas: Lorenzo García
Vega. Sí vive, pero en Miami. Yo te digo que es un
hijo de puta porque todo lo que es se lo debe a Lezama
Lima y escribió un libro de memorias que pinta a
Lezama de una manera muy, muy fea... Entonces este
es el segundo momento: mi encuentro con Bella y
Fina. Esos son los dos momentos estelares.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
¿Cuáles fueron, concretamente, los tesoros que perdió con
su finca de Arroyo Naranjo?
En esa gaveta hay un sobrecito de fotografías.
¿Quieres traérmelo? Mi hija Fefé ha escrito un libro
con sus recuerdos de este lugar. Ahí pasé mi niñez, y
mis hijos también. La casa que ves ahí, la hizo mi
padre. Él era dueño de una mueblería, y los obreros
lo querían mucho porque cuando a él se le enfermaba un obrero, le pagaba el sueldo completo y las medicinas. La casa tenía un jardín enorme que era para
mí el paraíso. Un jardín muy curioso, porque tenía
muchos recintos. Dice el Evangelio: «En la casa de
mi padre hay muchas moradas». Y así era este jardín.
Tú entrabas, y había una parte muy formal: un césped. Tenía en el centro una especie de fuente; pero
no era fuente ya sino una estatua de una joven que
montaba sobre una caparazón de tortuga. Y así era
este jardín. Esta era la entrada de la finca; aquí estaba
la Calzada de Jesús... digo, de Bejucal.
Entonces el primer tesoro era el jardín.
Sí, pero cada pedazo del jardín era una mansión.
Mi padre lo hizo así. Más acá —no se ve en la foto—
había un pasito de palmas, una guardarraya en miniatura y, al otro lado, un lugar salvaje: mangos, árboles
frutales. Si esto era muy formal, aquello era muy silvestre, un bosque. Y arriba se repetía el juego de distintos recodos... Ese libro de Fefé es una belleza de
libro. No, figúrate, yo soy el padre: no me van a creer.
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ESE JARDÍN PERDIDO
¿Por qué ha llamado «infierno» a su adolescencia?
Bueno, porque la adolescencia es el momento en
que a uno le entran crisis. Parece como si al doblar de la
adolescencia la tiniebla y la luz se estuvieran disputando el ser. Entonces la palabra no es «infierno», porque el
infierno es una opción, la del mal. Y no es eso. Es dramático, trágico, pero no infernal propiamente.
En su libro En las oscuras manos del olvido existe un
personaje de seis años, llamado Eliseo Diego, con quien
usted, según narra, no quisiera encontrarse. ¿Qué pasaría si se encuentran?
¡Figúrate! ¡Esa pregunta no tiene respuesta! Yo
quería decir que ese niño que yo fui era muy él, tenía
una realidad muy grande. Cuando uno se hace adulto
empieza a programarse, a trazarse planes, y todo eso le
va quitando a uno realidad. Si me encontrara con esa
persona de seis años, su realidad iba a ser tan grande
que me iba a destruir, porque yo soy una especie de
fantasma. Fantasma de mí mismo: lo que he querido
ser, lo que quisiera ser; pero él era, simplemente.
A través de su espejo
A través de su espejo, que es la literatura, ha dejado las
huellas que van desde aquel niño nacido en 1920 hasta el
autor de Conversación con los difuntos, volumen de
traducciones.
El Eliseo de ahora está escribiendo una serie de «versos» —ya la palabra «poema» le cae pesada, le suena
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
pretenciosa— y también un conjunto de ensayos acerca
de muchachas que lo deslumbran. Uno se refiere a Clodia,
la amada del poeta Catulo; otro a Cintia, la amante de
Sixto el XIV, y otro a la jovencita Enekhes-en-Amón,
mujer del faraón Tut-ankh-Amón, pues hay que ver cómo
sobrevivió en ese medio… Un cuarto ensayo se dedica a
Alice Liddell —quien inspiró Alicia en el país de las
maravillas— pues, según él, la Alicia de verdad era más
maravillosa que la de los cuentos.
Dejó atrás el proyecto de escribir una novela porque: Ya estoy muy viejo —admite—, no tengo con
qué, y todas las novelas que me hubiera gustado escribir ya están escritas. Gracias a Dios. Si fuera por
mí, estuviéramos jodidos.
Con su cachimba suspensa en la mano derecha, recuerda la aventura de la revista Orígenes: Aquello era
una fiesta para nosotros, pero todas las fiestas se acaban. Queríamos que la revista tuviera un significado
universal, y eso nos obligaba a hacer las cosas lo mejor que podíamos. Para mí, está entre las mejores de
la lengua, como Sur o la Revista de Occidente. Orígenes no era solo un estado de cosas hechas sino una
expectativa, un proyecto de vida, una esperanza. Eso
no acaba, sigue siendo un proyecto. Como decía Elliot:
«In my beggining is my end». Orígenes dejó por lo menos un nombre: Lezama Lima. Lezama lleva la literatura hispanoamericana a un límite, a una dimensión
muy alta.
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ESE JARDÍN PERDIDO
Conversación con los difuntos
Si le pidiera un retrato del Lezama íntimo...
Me parece que pudiera tomar un auto que me
llevara a casa de Lezama y ahí me lo iba a encontrar
otra vez, sentado en su sillón. Él tenía unos sillones
inmensos —asirios o babilónicos, no sé—, lo más incómodo que te puedas imaginar; pero él lo tomaba
todo con una naturalidad muy grande. El estudio de
él estaba lleno de libros por todos lados. Cuando él
murió, su viuda —pobrecita, una mujer cuya única
virtud es que lo quiso apasionadamente— tenía en
la mente que había que hacer en la casa de Lezama
una especie de museo. El cuarto de él era como este:
lleno de libros, idolillos, animales, miles de criaturas
pequeñas. Una era el cenicero, otras eran campanas,
¡qué se yo! Pero ella le quitó el polvo a todo, puso los
libros en hileras. Figúrate, ¡tú que habías visto aquello cuando estaba lleno de vida! Lezama no podía trabajar a la mesa porque estaba llena de cosas. Escribía
a mano, en una tabla que ponía sobre un sillón de
portal. Ir a verlo allí era una aventura como bajar a
una gruta y encontrarse un monstruo mitológico. Su
físico era imponente, tocaba los límites de lo fabuloso.
Tú no lo recuerdas: eras un niñito cuando murió. Se
reía con una risa muy, muy estentórea. Yo te digo que
el recuerdo que tengo de él, me gustaría escribirlo, pero
no sé si podré. Era como un encuentro con Góngora o
Quevedo. Uno no se daba cuenta, pero es así.
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
¿Y el Guillén íntimo, su amigo Nicolás?
Tengo el privilegio de haber sido amigo de Nicolás. Digo «privilegio» porque él era una persona de
pocos amigos. Una cosa era su popularidad, con esa
nota cordial para todo el mundo, y otra su interioridad, donde era muy arisco. Todas las mañanas él, su
secretaria Sara Casal —una muchacha extraordinaria— y yo, nos reuníamos en su despacho en la Unión:
tomábamos vodka. Él era muy ingenioso, muy simpático, y tenía una memoria prodigiosa. Se sabía la
poesía fundamental y la no fundamental de la lengua
española. Se sabía de memoria los poemas de Núñez
de Arce y todo el romancero anónimo español. Él
empezaba a recordar cosas de su niñez. Yo me reía
con él. Un día llegó un compañero de esos cuadrados, totalmente «compañeros», y le preguntó: «¿Cómo
le fue en su viaje a Inglaterra?» Nicolás le dijo muy
serio: «Bueno, tuve una actividad en la Universidad
de Oxford». Imagínate, ¡la palabra «actividad» y la
Universidad de Oxford se dan de cachete!
De otro poeta cubano fundamental, José Martí, usted ha
dicho que es el mejor de los maestros posibles. ¿Qué ha
aprendido de él?
Es curioso eso, porque, mira, Martí era un hombre —o fue, o es— latinoamericano esencial, en toda
la pasión, la abundancia, sobreabundancia de lo latinoamericano. Pero al mismo tiempo es un hombre
muy sobrio: así como en sus discursos él deja correr
104
ESE JARDÍN PERDIDO
aquel Niágara de cosas, cuando él quiere es muy parco y nos da una lección de exactitud. Incluso inventó
un signo en la pleca. Cintio Vitier y Fina García
Marruz hablan mucho de eso. Esa pleca que aparece
en los mismos poemas de Martí, es como un signo de
que va a venir algo más serio:
Yo pienso, cuando me alegro
Como un escolar sencillo,
En el canario amarillo,—
Que tiene el ojo tan negro!
Un registro más grave ahora. Solamente con la
aparición de ese signo ortográfico, ya cambió la expresión. Eso fue un descubrimiento de él...
De Martí yo he aprendido mucho: he aprendido
cuál es la esencia de Cuba: «Dos patrias tengo yo:
Cuba y la noche». Ahí está dicho todo. ¿Verdad?
Eliseo, ¿cuál es su visión del lugar que ocupa la literatura
cubana en el contexto de la literatura universal?
Para mí la literatura cubana es la literatura universal. Eso parece una arrogancia enorme; pero si para
mí la literatura cubana no tuviera esa importancia,
no me tomaría el trabajo de escribir. Toda literatura
comienza por ser la literatura de un momento y de
un mundo, un fragmento minúsculo del universo, y
es por eso que tiene sentido.
En este punto pudo haber concluido la conversación, de
no ser por el deseo de precisar en qué medida el jardín del
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YAMIL DÍAZ GÓMEZ
que hablábamos al principio, tiene que ver con otro que
es también esencial para las letras cubanas: el de Dulce
María Loynaz.
Quizá sean uno y el mismo, no sé. Tanto uno
como el otro sugieren otro jardín mayor del que hemos perdido la entrada. Todos tenemos nostalgia de
ese jardín perdido.
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Índice
11
LA SOMBRA LUMINOSA
13
«Martí hablaba en parábolas, como Cristo»
(Diez preguntas sobre José Martí, el poeta)
27
ENIGMAS EN EL AIRE
29
«No tengo una visión panglossiana de la vida»
41
«Siempre he tratado de buscar algo más allá»
51
Escudo y estrella
71
«“Tirry” 81 y yo nos conmovimos»
97
«Soy una especie de fantasma»
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