Subido por Elva Flores Villca

Al rescate de la chía

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Al rescate de la chía, una planta alimenticia prehispánica casi
olvidada
Julio A. Solís Fuentes
No son pocas las cosas que se perdieron durante la Conquista y la Colonia en
América. Como todo proceso de dominación de un pueblo sobre otro, su
mantenimiento requirió, además de la supremacía de las armas, la destrucción y
sustitución de los patrones culturales autóctonos. ¿Cuántas riquezas perdieron los
pueblos de América? No hay cálculos precisos, pero es sabido que enormes
cargamentos de tesoros fueron transportados a España y Portugal, principalmente,
durante los primeros años de la Colonia. La población indígena fue diezmada como
un resultado del cruento proceso de dominación y los sobrevivientes fueron
obligados a destruir casi todas sus pautas culturales; las pocas que subsistieron se
conservaron en las muy pocas regiones que servían de refugio, donde las lenguas,
el conocimiento de la naturaleza, los cultos religiosos, los patrones alimenticios y
otros, se mantuvieron, aunque no del todo puros, ante el embate de los sucesivos
gobiernos y del proceso generalizado de mestizaje.
En lo general, los colonizados no sólo fueron obligados a apartarse de sus
costumbres y formas de vida a lo largo de los siglos, sino condicionados de tal modo
que en la actualidad sectores muy amplios de la población de México, con raíces
indígenas innegables, ven con menosprecio los valores culturales, el conocimiento
logrado y las formas de ser de las poblaciones originarias de América.
Tan es así que algunas de las concepciones dominantes del desarrollo de los
pueblos, como la llamada “modernización”, identifica a casi toda cultura del pasado
con el atraso del que hay desprenderse para arribar al México del futuro, moderno y
de primer mundo. Si bien es cierto que el cambio social implica con frecuencia la
sustitución de lo viejo por lo nuevo, y que en ello van aspectos importantes para el
mejoramiento de la calidad de vida de los seres humanos, no todo lo nuevo y
moderno es mejor en este sentido, ya que algunos conocimiento y patrones
culturales de la antigüedad fueron resultado de un largo proceso de adquisición de
un conocimiento científico y práctico.
Es evidente que el proceso de mundialización ha tenido como resultado, entre otros
muchos efectos, la modernización de los patrones alimentarios de los pueblos de
América. Comemos lo que la modernidad va creando, aunque no necesariamente
en beneficio de la salud y de nuestro organismo. Nos alimentamos según nuestra
capacidad de compra y de acuerdo con la oferta generada por las grandes
corporaciones, las que se mueven con criterios comerciales: altos beneficios en el
plazo más corto. Lo que un mexicano promedio come hoy en día tiene que ver poco
o nada con lo que los mayas, aztecas o totonacas del pasado comían; quizá sólo se
conserva el gusto por el chile, los frijoles y la tortilla, en el mejor de los casos.
Un alimento relegado por la historia
El amaranto, el frijol, la chía y el maíz eran los principales componentes de la dieta
de los pueblos americanos prehispánicos. De éstos, como todos sabemos, sólo el
frijol y el maíz continúan teniendo una enorme importancia en casi todos los países
de Latinoamérica; el amaranto es poco conocido, y la chía (Salvia hispanica) es un
claro ejemplo de un alimento casi perdido en la inmensidad de la historia
mesoamericana.
La chía, sin embargo, tiene una larga historia como alimento. Su domesticación por
los antiguos pueblos asentados en lo que ahora es el territorio de México se
remonta a los alrededores del año 2 600 a. de C. Si bien la importancia de esta
semilla en la alimentación actual de los mexicanos está muy lejos de ser la que tenía
en la antigüedad, mucha gente del sureste de México y de Centroamérica aún utiliza
este cultivo milenario en la preparación de una bebida refrescante llamada “chía
fresca” o “agua de chía” y de algunos otros alimentos.
La chía requiere climas tropicales y subtropicales para su cultivo, y aunque la región
mesoamericana es ampliamente propicia para su desarrollo, éste se vio
interrumpido en los albores del siglo XVI, cuando los conquistadores españoles
invadieron América. De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, el cultivo de la
chía fue perseguido hasta casi su extinción por considerársele una semilla sacrílega,
ya que constituía un elemento importante en las ceremonias religiosas dedicadas a
los dioses aztecas.
Está documentado que los guerreros aztecas podían subsistir alimentándose
únicamente con chía durante sus batallas y expediciones. Las cantidades que
consumían eran sumamente pequeñas: tan sólo el equivalente a una cucharada era
suficiente para la marcha de todo un día. De algunos de los pobladores originarios
de México se dice que, gracias a la chía, podían correr desde el río Colorado hasta
el océano Pacífico para cambiar turquesas por conchas marinas llevando solamente
una bolsa de chía para su sustento. Giovanio Tosco, autor de Os benefícios da
“chia” em humanos e animais, menciona que, “alimentados con semilla de chía, los
indios tarahumara (los de los pies ligeros) de México cazaban a la presa
persiguiéndolo hasta cansarla”. En un interesante libro escrito por J. F. Scheer,
Magic of chia: Revival of an ancient wonder food (Berkeley, Cal., Frog Ltd.), se
menciona que Ciraldo
Chacarito, un indio tarahumara de 52 años, originario del Cañón del Cobre, en
México, estuvo dentro de los primeros lugares en un largo maratón, compitiendo, sin
entrenamiento previo y casi descalzo al usar unas sandalias hechas a mano, contra
los mejores corredores del mundo, bien entrenados y alimentados. El secreto de
Ciraldo fue el haber comido antes y durante la carrera semillas de chía. Un año
después, previamente entrenado y continuando su alimentación complementada con
semillas de chía, este indígena ganó esa misma carrera.
Composición y propiedades de la chía
Diversos estudios recientes sobre la composición química de la semilla de chía han
mostrado algunas de sus notables características. El análisis básico muestra que
tiene en promedio 21.1% de proteínas, 32.2% de grasas, 27.7% de fibra y 4.8% de
cenizas. Esta composición refleja en sí misma un alto contenido de proteína y de
grasas, superior en cantidad a muchos de los alimentos de origen agrícola que
mayormente consumimos en la actualidad; pero además tales estudios señalan que
la chía es una fuente completa de proteínas puesto que presenta un perfil notable al
tener casi todos los aminoácidos esenciales. Respecto de las grasas, habría que
decir que el aprecio actual por este cultivo precolombino se debe, en su mayor
parte, al conocimiento creciente del papel que desempeñan los lípidos –y en
particular los ácidos grasos poliinsaturados– en la conservación de la salud. La chía
es, como ha sido subrayado por los estudiosos, la mayor fuente vegetal de ácidos
grasos de la serie omega-3. Por si fuera poco, sus carbohidratos tienen también,
desde un punto de vista nutricio, cualidades de gran importancia para la salud
humana.
Comentaremos tan sólo algunas de las características benéficas de los ácidos
grasos y carbohidratos de esta extraordinaria semilla.
Composición del aceite de semilla de chía
Las grasas y aceites vegetales están constituidos, ente otros componentes menos
abundantes, por ácidos grasos (AG): saturados, monosaturados, poliinsaturados,
etc., generalmente esterificados al glicerol. La composición en AG de los aceites
vegetales es una característica importante desde un punto de vista nutricio e
industrial. De acuerdo con su composición, el aceite de la semilla de chía tiene un
predominio de AG insaturados (alrededor del 75% del total), siendo los más
abundantes los ácidos oleico (18:1, 6.9%) linoleico (18:2, 18.8%) y linolénico (18:3,
58.7%), este último de la serie omega-3.
Pocas fuentes vegetales tienen aceites con tal abundancia de AG poliinsaturados;
una de ellas es la semilla de linaza, semilla que en los últimos años ha sido objeto
de gran promoción para reorientar su uso: del industrial a la alimentación humana y
animal, precisamente debido a las características de su aceite abundante en omega3.
El aceite de linaza, que es uno de los que se denominan industrialmente aceites
secantes, ideales para la fabricación de pinturas, debe estas características a la
abundancia en AG poliinsaturados que contiene. Y esta misma característica es la
que, entre otras cualidades nutricias de otros componentes de la semilla, ha
propiciado su reorientación hacia la alimentación.
Sin embargo, algunos reportes muestran que la semilla de lino contiene algunos
compuestos tóxicos (como linamarina, linustatina y neolinustatína) y antinutricios
(compuestos antagónicos de la vitamina B6), mismos que representan una
importante restricción para su consumo humano y animal. Por esta razón, el
consumo humano de esta semilla de linaza está prohibido en algunos países
europeos.
La semilla de chía posee muchas de las características favorables de la semilla de
lino, pero no esos factores tóxicos y antinutricios. Aún más, diversos estudios han
mostrado que la semilla de chía contiene, adicionalmente, compuestos con potente
actividad antioxidante, como ácido cafeíco, miricetina, quercetina y kaemperol.
¿Qué son los ácidos grasos omega-3?
Los ácidos grasos omega-3 incluyen el ácido alfa-linolénico (AAL), el ácido
eicosopentenoico (AEP) y el ácido docosohexenoico (ADH). Todos ellos son ácidos
grasos de cadena larga y poliinsaturados. Estos compuestos son esenciales para
una formación óptima de los tejidos y desempeñan un importante papel en el
funcionamiento del sistema nervioso central y en la prevención de numerosos
padecimientos.
La fuente más amplia de AAL se encuentra en los productos vegetales, tales como
los aceites naturales de canola, linaza y soya y sus derivados grasos
industrializados, las mantecas vegetales y las margarinas, principalmente. Después
de su consumo por los seres humanos, el AAL es utilizado para la producción de
AEP y ADH; no obstante, estos últimos también pueden ser incorporados al
organismo mediante la dieta, puesto que se hallan abundantemente en algunos
peces de aguas frías, tales como el salmón, el hipogloso, la caballa y el arenque.
Entre los efectos benéficos de los aceites de la serie omega-3 se incluyen los
siguientes: reducen los niveles séricos de colesterol y triglicéridos; disminuyen la
ateroesclerosis y, por ende, los riesgos de enfermedades cardiovasculares;
disminuyen la presión sanguínea; alivian los efectos de las enfermedades artríticas y
reumatoides, y protegen la formación y funcionamiento de la mielina, sustancia
refringente que recubre las fibras nerviosas y rodea el axón, la cual facilita la
velocidad de transmisión de los impulsos nerviosos. Además de ello, se ha
proporcionado evidencia sólida de que los aceites omega-3 pueden también ayudar
en el tratamiento del asma, el glaucoma, la esclerosis múltiple y la diabetes, además
de prevenir el cáncer.
Todavía más recientemente, ciertas investigaciones han mostrado que los ácidos
grasos omega-3 tienen un efecto benéfico sobre los factores hemostáticos en el ser
humano, y asimismo efectos antiinflamatorios e inmunorreguladores. Incluso se han
obtenido buenos resultados en migrañas y depresiones mediante el tratamiento con
dichos ácidos.
Los carbohidratos de la semilla de chía
La semilla de chía contiene alrededor de 38% de carbohidratos; de estos, 30.5% es
fibra insoluble, 3.1% es fibra soluble y el resto son almidones.
En un medio acuoso, la semilla queda envuelta en un copioso polisacárido
mucilaginoso. Cuando una cucharada de chía es mezclada con agua y puesta a
reposar durante algunos minutos, se formará un gel sólido; tal reacción se debe a la
fibra soluble de la semilla. Algunos investigadores suponen que tal fenómeno
sucede también en el estómago cuando se ingieren alimentos que contienen este
tipo de gomas. El gel formado en el estómago se convierte en una barrera física
para la digestión enzimática rápida de algunos carbohidratos, impidiendo su
transformación en azúcares sencillos y modulando el metabolismo de estos
compuestos en beneficio, por ejemplo, de los diabéticos. Por otro lado, la fibra
dietética de la chía tiene un efecto favorable durante el transporte del bolo fecal,
previniendo así la obesidad y diversas enfermedades del tracto digestivo.
Estas propiedades hidrofílicas de la fibra soluble de la semilla de chía, que
posibilitan que la semilla absorba agua hasta doce veces su propio peso, permiten
que, una vez consumida, el organismo prolongue su estado de hidratación, retenga
humedad y se regulen más eficientemente los fluidos corporales, la absorción de
nutrientes y, consecuentemente, el balance electrolítico.
Son muchas las cualidades de la semilla de chía que se han venido corroborando
mediante estudios científicos. Con el conocimiento generado, ya no es tan
sorprendente que fuera uno de los alimentos privilegiados y de alto consumo por las
poblaciones de las culturas americanas precolombinas. Han tenido que pasar casi
quinientos años para reconsiderar a este bondadoso alimento.
Hasta ahora, se sabe que en los países desarrollados es incipiente el desarrollo de
productos para consumo humano a base de chía; se investigan, sí, las bondades en
la alimentación de animales –sobre todo de aves– con semilla de chía. Se pretende
que la producción del huevo y la carne de ave conserven algunas cualidades del
perfil de lípidos de la chía. Sin embargo, todavía es demasiado poco lo que se ha
logrado en relación con las potencialidades nutricias e industriales de este cultivo.
Algunas investigaciones básicas han mostrado que la planta puede tener
características importantes para una explotación integral, y que ciertos compuestos
encontrados en las hojas de la planta parecen tener propiedades insecticidas y
servir también en la elaboración de cosméticos.
Por lo pronto, no estaría de más comenzar a consumirla como lo hacen todavía
algunos pueblos autóctonos de Mesoamérica, esto es, elaborando una bebida
refrescante. El explorador Edward Palmer escribió en 1871: “Para la preparación de
la chía, las semillas se asan, se muelen y se les adiciona agua hasta formar una
masa espesa cuyo volumen supera varias veces el volumen de la mezcla original y
se le agrega azúcar. De ello resultaba el pinole semifluido, muy estimado entre los
indios porque era uno de los mejores y más nutritivos alimentos, sobre todo para
viajar a través del desierto”.
En un sitio de la Internet pude rescatar la siguiente receta para la preparación del
agua fresca de chía:
“Ingredientes para 2.5 litros: Una taza de semillas de chía, 2.25 litros de agua, cien
mililitros de jugo de limón y una taza de azúcar. Procedimiento: Se dejan remojar las
semillas de chía en dos tazas de agua durante dos o tres horas, o hasta que
esponje y suelte el mucílago. En dos litros de agua se vierte el jugo de limón,
mezclando el azúcar para después agregar la chía remojada. Se enfría y se sirve”.
¡Salud!
Para el lector interesado
Ayerza, R. y Coates, W. (2006). Chia: Rediscovering a forgotten crop of the Aztecs. Tucson, AZ:
The University of Arizona Press. Disponible en línea: http://www.eatchia.com/index.html y
http://www.living-foods.com/articles/ch.
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