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La ConfesioÌ n de Fe de Westminster Para Clases de Estudio

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LA CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER
por G. I. Williamson
© 2015 por Poiema Publicaciones, publicación electrónica
Traducido por Deborah J. Adams de Ardiles. Revisado por Alonzo Ramírez.
Traducido del libro The Westminster Confession of Faith For Study Clases © 1964 publicado por
Presbyterian & Reformed Publishing Company.
Todas las referencias bíblicas han sido tomadas de la Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad
Bíblica Internacional.
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio visual o electrónico sin permiso
escrito de la casa editorial. Escanear, subir o distribuir este libro por Internet o por cualquier otro medio es
ilegal y puede ser castigado por la ley.
Poiema Publicaciones
info@poiema.co
www.poiema.co
SDG
Contenido
Prefacio
1. De las Sagradas Escrituras (I)
2. De Dios y la Santa Trinidad (II)
3. Del Decreto Eterno de Dios (III)
4. De la Creación (IV)
5. De la Providencia (V)
6. De la Caída del Hombre, del Pecado y de Su Merecido Castigo (VI)
7. Del Pacto de Dios con el Hombre (VII)
8. De Cristo el Mediador (VIII)
9. Del Libre Albedrío (IX)
10. Del Llamamiento Eficaz (X)
11. De la Fe Salvadora (XIV) y del Arrepentimiento para Vida Eterna
(XV)
12. De la Justificación (XI)
13. De la Adopción (XII)
14. De la Santificación (XIII)
15. De las Buenas Obras (XVI)
16. De la Perseverancia de los Santos (XVII)
17. De la Seguridad de la Gracia y la Salvación (XVIII)
18. De la Ley de Dios (XIX)
19. De la Libertad Cristiana y la Libertad de Conciencia (XX)
20. De la Adoración Religiosa y el Día de Reposo (XXI)
21. De los Juramentos y Votos Lícitos (XXII)
22. Del Matrimonio y el Divorcio (XXIV)
23. De la Iglesia (XXV)
24. De la Comunión de los Santos (XXVI)
25. De los Sacramentos (XXVII)
26. Del Bautismo (XXVIII)
27. De la Cena del Señor (XXIX)
28. De las Censuras Eclesiásticas (XXX)
29. Del Magistrado Civil (XXIII)
30. De los Sínodos y Concilios (XXXI)
31. Del Estado del Hombre después de la Muerte y de la Resurrección de
los Muertos (XXXII)
32. Del Juicio Final (XXXIII)
Armonía Temática de la Confesión de Fe de Westminster y las Tres
Confesiones Reformadas
Respuestas a las preguntas
PREFACIO
n septiembre de 1993 se celebró una Conmemoración del
Aniversario 350 de la Convocación de los Clérigos de la
Asamblea de Westminster en Londres, Inglaterra. Bajo el
patrocinio del Concilio Norteamericano Presbiteriano y
Reformado (NAPARC), esta conferencia celebratoria reunió a eruditos, pastores
y creyentes reformados de Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda, los Estados
Unidos, Australia, Corea, Brasil y Holanda. El deseado fin de esta celebración
era dar gracias al Señor por la obra de la Asamblea, fomentar la unión entre las
iglesias Reformadas a lo largo del mundo, y promover la fe Reformada por
medio de un estudio deliberado de la obra de la Asamblea.
Durante la conferencia se presentaron discursos sobre “El Contexto y la Obra
de la Asamblea” (Dr. Samuel T. Logan, Jr.), “Los Hombres y Grupos de la
Asamblea” (Dr. William S. Barker), “La Predicación de la Asamblea” (Dr.
Robert M. Norris), “La Confesión de Fe de Westminster y las Sagradas
Escrituras” (Rev. Wayne R. Spear), “El Catecismo Menor de Westminster” (Dr.
Douglas F. Kelly), “El Catecismo Mayor de Westminster” (Dr. W. Robert
Godfrey), “El Estilo de Gobierno Eclesiástico” (Dr. John R. DeWitt), “El
Directorio del Culto Público” (Rev. Iain H. Murray), y “La Influencia de la
Asamblea” (Dr. Jay Adams). Adicionalmente, sermones sobre grandes temas
bíblicos de influencia particular en la Asamblea fueron presentados por Dr.
James M. Boice, Dr. Joel Nederhood y Rev. Eric J. Alexander. Estos discursos y
sermones, juntamente con otros materiales de ayuda en cuanto a la obra de la
Asamblea, han sido publicados bajo el título “Para Glorificar a Dios y Deleitarse
en Él: Una Conmemoración de la Asamblea de Westminster”, editado por John
L. Carson y David W. Hall (El Estandarte de la Verdad, 1994).
Desde el año 2001, el Concilio Norteamericano Presbiteriano y Reformado lo
conforman siete iglesias Norteamericanas Presbiterianas y Reformadas quienes
afirman su “compromiso absoluto con la totalidad de la Biblia como la Palabra
de Dios escrita, sin error en todas sus partes y con su enseñanza expuesta en el
Catecismo de Heidelberg, La Confesión Belga, Los Cánones de Dordt, La
Confesión de Fe de Westminster y los Catecismos Mayor y Menor de
Westminster”. La membresía actual incluye la Iglesia Asociada Reformada
Presbiteriana, la Iglesia Cristiana Reformada en Norteamérica, la Iglesia
Coreana-Americana Presbiteriana, la Iglesia Ortodoxa Presbiteriana, la Iglesia
Presbiteriana en América, la Iglesia Reformada en los Estados Unidos, y La
Iglesia Reformada Presbiteriana en Norteamérica. Con el deseo de promulgar el
patrimonio de los documentos de Westminster y siendo conscientes de la
carencia de materiales sobre la Confesión de Fe de Westminster en la lengua
hispana, el Concilio sancionó en el año 1999 el uso de fondos restantes de la
Conmemoración de Westminster en la producción de materiales Reformados en
la lengua hispana. Con este fin, el Concilio se asoció con la Fundación Cristiana
denDulk para financiar la traducción y la publicación de La Confesión de Fe de
Westminster para Clases de Estudio por G. I. Williamson, un excelente manual
de estudio de la Confesión de Fe de Westminster que ha sido de beneficio para
estudiantes e iglesias durante muchos años. El libro que tiene ahora en sus
manos es el resultado de este esfuerzo.
Una característica especial y particular de esta edición en español es la
inclusión de una Armonía temática de las Confesiones Reformadas. Algunas de
las iglesias de el NAPARC se adhieren a la Confesión de Fe de Westminster y
los Catecismos, mientras que otras se subscriben a las Tres Confesiones
Reformadas (el Catecismo de Heidelberg, la Confesión Belga y los Cánones de
Dordt). Aunque existen diferencias menores entre estos documentos
confesionales, hablan en voz unánime de los grandes temas duraderos de la
Escritura y la tradición Reformada: la gloriosa majestad del Dios trino, la
tragedia del pecado humano y de la pecaminosidad, la gracia salvadora y
soberana de Dios en Jesucristo, la importancia de la piedad y la adoración
centrada en Dios y la realidad de la Iglesia como el pueblo pactual de Dios. El
NAPARC ha solicitado que esta edición en español contenga esta Armonía para
incentivar el aprecio y el uso de estas importantes normas Reformadas
confesionales, y para resaltar su esencial acuerdo doctrinal. La Armonía ha sido
preparada por el Dr. William B. Evans, quien también expresa su gratitud al Dr.
Cornelis P. Venema, al Rev. Ray Lanning, al Dr. Jack Whytock, y al Dr. John R.
DeWitt por sus sugerencias valiosas en la Armonía.
El Concilio quiere agradecer en forma especial al Dr. Robert denDulk y al Dr.
Jim Adams de la Fundación Cristiana denDulk por su apoyo ejecutivo y
financiero en este proyecto. También agradecemos a la Sra. Deborah Adams de
Ardiles y al Dr. Alonzo Ramírez por su excelente labor en la traducción de este
tomo al español.
Este tomo se ha publicado con la esperanza fervorosa de que nuestros
hermanos de habla hispana sean animados a “glorificar a Dios y deleitarse en Él
para siempre”.
William B. Evans
Erskine College
Semana Santa 2001
1
De las Sagradas Escrituras (I)
1. Los seres humanos no tienen excusa delante de Dios, porque la luz de la
naturaleza, las obras de la creación y providencia, revelan la bondad, la
sabiduría y el poder de Dios; sin embargo, estas no son suficientes para
dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad, que es necesario para la
salvación. Por lo tanto, agradó al Señor, en diferentes épocas y de
diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su
Iglesia; y luego, para la mejor preservación y propagación de la verdad y
para un más seguro establecimiento y consuelo de la iglesia contra la
corrupción de la carne, la malicia de Satanás y del mundo, le agradó
también poner por escrito, en forma completa, dicha revelación; lo cual
hace que las Santas Escrituras sean muy necesarias, puesto que ahora
han cesado ya aquellas maneras anteriores por las cuales Dios reveló su
voluntad a su pueblo.
I, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Dios se revela al hombre de dos formas distintas: en la naturaleza y
en las Escrituras,
(2) que ningún hombre puede evadir la constante confrontación de aquello
que revela al Dios vivo y verdadero (aun sin la Escritura),
(3) que todo hombre se encuentra sin excusa en cuanto a su estado ignorante
y pecaminoso, y
(4) que las Escrituras son necesarias para el conocimiento verdadero y
salvífico de Dios porque solo en ellas el hombre halla la provisión
redentora de Dios.
Durante mucho tiempo ha sido una costumbre entre los Cristianos (aun los
que tienden a ser Reformados) el hablar de la insuficiencia de la revelación
natural, como si hubiera algún defecto en la revelación que hace de Dios. Esto se
puede comprobar en el uso tradicional de las “pruebas teístas”.
(a) A partir del mundo como un gran efecto podemos argumentar la
posibilidad de una gran causa.
(b) A partir del evidente orden y diseño en el mundo podemos argumentar la
posibilidad de una inteligencia diseñadora.
(c) A partir del evidente gobierno del mundo por la ley moral, podemos
argumentar la posibilidad de un dador de esa ley moral.
Después que estos, y otros argumentos similares, fueron desarrollados y
recopilados, se esperaba que los incrédulos se convencieran de que:
(a) “un dios” probablemente existe; y
(b) que si existe, posiblemente sea el Dios de la Escritura.
Solo después de “comprobar” la existencia de “Dios” se podía esperar que el
incrédulo aceptara otra evidencia que confirmara la existencia de Dios. Observen
que en este esquema la criatura fija los términos bajo los cuales Dios tiene que
presentar sus credenciales. No se le permite a los hechos decir: “El Dios
verdadero es”, sino solamente: “Puede que exista un dios”.
¿Cuál es el problema con este método? Simplemente esto: Cada hecho (y la
suma total de todos los hechos) comprueba la existencia del Dios de la Biblia. Y
hay una buena razón para ello. Este Dios es. Siempre era. Existía antes de la
creación de cualquier cosa. Y el universo existe solamente porque Él así lo
planeó. Cada detalle de los aspectos relacionados a la existencia tiene el
propósito y carácter preciso que Dios diseñó. Consecuentemente, tiene el
significado otorgado por Dios. “Los cielos declaran la gloria de Dios; y el
firmamento demuestra sus obras […] no hay idioma ni lenguaje donde no se
escuche su voz” (Sal 19:1, 3). Todo el cielo y toda la tierra declaran que Él es el
verdadero Dios, que Él es glorioso, que Él es el Creador y Gobernador de todo y
que somos sus criaturas.
El hombre era la verdadera imagen de Dios. Solo Él entre todas las criaturas
podía pensar los pensamientos de su Creador. Antes del hombre sin pecado toda
la creación (incluso su propio ser) era un espejo sin sombra en el cual Dios podía
ser visto con la claridad de la visión. En la mente del hombre, la revelación de
Dios era re-interpretada de una forma auto-consciente. Era la tarea del hombre
tomar conciencia del sentido que Dios puso en el universo. El hombre
emprendió esta labor (Gn 2:19,20). Usó sus poderes de investigación dados por
Dios para descubrir el verdadero significado de la naturaleza (es decir, el
significado impreso por Dios). Cuando Adán le “dio nombre” a algo en el
mundo de la naturaleza, estaba simplemente leyendo el “nombre” (significado)
puesto ahí por Dios.
Sin embargo, debemos observar que aun antes de la caída del hombre, Dios
se reveló tanto en palabras como en la naturaleza. La naturaleza revelaba todo lo
que Adán necesitaba para un verdadero conocimiento de la naturaleza de Dios y
del mundo. Pero ¿cómo podía Adán conocer la voluntad o el propósito de Dios?
Y ¿cómo podía saber lo que debería ser su propia voluntad o su propósito? La
respuesta es: Solamente por medio de una revelación especial (por la Palabra).
Para que el hombre pueda ser la imagen y semejanza de Dios, hay dos cosas
esenciales. Su ser tiene que ser como el de Dios y su voluntad o propósito
también. El ser de Dios no es una cuestión de “elección”. El ser del hombre
tampoco es una elección. Él es la imagen de Dios. Ser otra cosa no sería ser
humano. Mientras el hombre sea hombre, él existe a imagen de Dios. Por lo
tanto, se deduce que la mera existencia del hombre le exige una comprensión de
deidad en su interior. Todo hombre conoce a Dios, el Dios verdadero, el único
Dios. No solo tiene la capacidad para conocerlo, sino que lo conoce y no puede
evitar el conocerlo. Sin embargo, el propósito del hombre es cuestión de
elección. Tal y como Dios es libre de hacer su voluntad, así también el hombre
(siendo creado a la imagen divina) es libre de hacer su voluntad. Pero aun en su
libre albedrío el hombre no puede escapar al control absoluto de Dios porque el
ser del hombre (siendo solamente una imagen) es totalmente dependiente de
Dios. Al levantar su voluntad contra la voluntad de Dios revelada en su Palabra,
el hombre solo puede violar pero nunca destruir su relación dependiente de Dios.
Es la imagen de Dios de forma metafísica, aunque haya dejado de ser su imagen
de forma ética. La resolución del hombre de ser independiente de Dios está
condenada a la frustración, y mediante la revelación natural se le hace recordar
esto de forma clara y constante. La revelación natural nunca deja de declarar al
hombre pecaminoso que el Dios verdadero es, y que la misma existencia del
hombre es totalmente dependiente de Dios. Por consiguiente, para poder seguir
en rebelión contra Dios, al hombre no le queda más que mentirse a sí mismo
acerca de la situación. Debe suprimir la verdad en perversidad (Ro 1:20). Sin
embargo, esta supresión de la verdad (por lo cual el hombre pecaminoso se
rehúsa a conocerse a sí mismo o al verdadero Dios) se debe completamente al
pecado y de ninguna manera a la insuficiencia de, o algún defecto en, la
revelación natural.
Sin embargo, la revelación de Dios antes de la caída era diferente a la que
Dios ha dado desde la caída, tanto en su revelación natural como especial
(hablada). Las dos formas de revelación siempre concuerdan. La revelación
natural y la especial antes de la caída estaban relacionadas y diseñadas para
operar por medio de la obediencia de Adán. La caída las hizo inoperantes. La
revelación ahora habla con relación a la condición caída del hombre. La
revelación natural no solo declara los atributos de Dios (como lo ha hecho desde
el comienzo) sino que también revela la ira de Dios contra toda perversidad y
profanidad del hombre (de lo cual no necesitaba testificar anteriormente por la
simple razón de que no existía la perversidad ni profanidad en el hombre). La
Biblia nos enseña que la revelación natural ahora testifica acerca de estas cosas
(Ro 1:18; 2:14,15, etc.). Algunos cambios fueron introducidos en el orden
natural (Gn 3:18ss.) para que la naturaleza testificara de la maldad y la ruina del
hombre. Así como la regularidad y la paz del medio ambiente original del
hombre habían testificado, en toda forma, de la bondad de Dios, ahora su
agitación y violencia testifican que todos los días Dios está enojado con los
pecadores. Por esto no le es más fácil al pecador aceptar la revelación de Dios en
la naturaleza de lo que le es aceptarla en las Escrituras. La revelación natural es
“difícil” de “leer” para el pecador, no porque no diga lo suficiente, ni porque no
hable con suficiente claridad, sino porque dice demasiado y con demasiada
claridad.
Sin embargo, de la misma forma en que vino la prueba de la obediencia del
hombre por medio de la revelación verbal, así también el remedio para la
necesidad actual del hombre viene por medio de revelación verbal. Solo el
evangelio puede suplir la revelación natural de tal manera que pueda: (a) Revelar
los medios para remover la enemistad de Dios (Ro 1:17; 2Co 5:18-21ss.), y (b)
convertir al hombre, nuevamente, en un súbdito voluntario de la voluntad de
Dios (Ro 12:1,2). Por lo tanto, le ha complacido a Dios llevar a cabo esta
revelación en un proceso gradual, el cual ya ha sido completado, con el resultado
que su Palabra salvadora está depositada ahora en la Biblia. De esto veremos
más a continuación.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuántas formas de revelación hay? Nómbrelas.
2. Algunos han pensado que la revelación natural hablaba claramente
a Adán (algunos incluso se imaginan que él no tenía necesidad de
una revelación verbal antes de la caída), pero que no nos habla
claramente a nosotros. Desmienta esta posición.
3. ¿Existe prueba de la existencia de Dios? ¿Dónde?
4. ¿Cuál es el problema con las “pruebas” tradicionales de la
existencia de Dios?
5. ¿Cuáles son los dos aspectos de la naturaleza del hombre hecho “a
imagen de Dios”?
6. ¿Cuál de ellos podría ser “perdido” por el hombre?
7. ¿Cuál de ellos fue producido exclusivamente por Dios?
8. ¿Cuál de ellos fue producido en parte por el hombre?
9. ¿Era suficiente la revelación natural antes de la caída? ¿Por qué?
10. ¿Qué es lo que declara la revelación natural ahora que no
declaraba antes de la caída del hombre?
11. ¿Existe aún el hombre a imagen de Dios?
12. ¿Qué es lo que impide que el hombre tenga conciencia del Dios
vivo y verdadero que aborrece al pecado?
13. ¿Por qué tiene que venir el remedio a la condición del hombre por
medio de una revelación especial (verbal)?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. Bajo el nombre de Santas Escrituras o Palabra de Dios escrita, están
contenidos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos, todos los
cuales fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y
de vida.
Estos libros son:
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El Pentateuco
1. Génesis
3. Levítico
2. Éxodo
4. Números
5. Deuteronomio
Los libros históricos:
6. Josué
10. 2 Samuel
14. 2 Crónicas
7. Jueces
11. 1 Reyes
15. Esdras
8. Rut
12. 2 Reyes
16. Nehemías
9. 1 Samuel
13. 1 Crónicas
17. Ester
Los libros poéticos:
18. Job
20. Proverbios
19. Salmos
21. Eclesiastés
Los libros proféticos:
22. Cantares
23. Isaías
29. Joel
35. Habacuc
24. Jeremías
30. Amós
36. Sofonías
25. Lamentaciones
31. Abdías
37. Hageo
26. Ezequiel
32. Jonás
38. Zacarías
27. Daniel
33. Miqueas
39. Malaquías
28. Oseas
34. Nahum
DEL NUEVO TESTAMENTO
Los Evangelios según:
1. Mateo
3. Lucas
2. Marcos
4. Juan
5. Los Hechos de los Apóstoles
Las Epístolas de Pablo a los:
6. Romanos
11. Filipenses
16. 2 Timoteo
7. 1 Corintios
12. Colosenses
17. Tito
8. 2 Corintios
13. 1 Tesalonicenses
18. Filemón
9. Gálatas
14. 2 Tesalonicenses
10. Efesios
15. 1 Timoteo
Las epístolas universales:
19. A los Hebreos
22. 2 Pedro
25. 3 Juan
20. De Santiago
23. 1 Juan
26. De Judas
21. 1 Pedro
24. 2 Juan
27. El Apocalipsis de Juan
3. Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no siendo de inspiración
divina, no son parte del Canon de la Biblia, por tanto no tienen autoridad
en la Iglesia de Dios, ni deben ser aprobados o usados de otra manera
que como escritos humanos.
4. La autoridad de la Biblia, la cual debe ser creída y obedecida, no
depende del testimonio de ningún ser humano o iglesia, sino enteramente
de Dios (quien es verdad en sí mismo), el autor de la Biblia, por lo tanto
debe ser recibida porque es la Palabra de Dios.
5. El testimonio de la iglesia puede movernos e inducirnos a tener una
estimación alta y reverencial por la Santa Biblia. Asimismo, el carácter de
celestial de su contenido, la eficacia de su doctrina, la majestad de su
estilo, la armonía de todas sus partes, el propósito de todo su conjunto
(que es dar toda gloria a Dios), la plena revelación que hace del único
camino de la salvación del ser humano, las muchas otras incomparables
excelencias y su total perfección constituyen argumentos por los cuales la
Biblia evidencia abundantemente, por sí misma, ser Palabra de Dios. Sin
embargo, nuestra completa persuasión y seguridad de la infalible verdad y
de su autoridad divina provienen del Espíritu Santo que obra en nuestro
interior, dando testimonio en nuestros corazones mediante la Palabra y
con la Palabra.
I, 2-5. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que a causa de la condición perdida del hombre, Dios se ha revelado a sí
mismo y ha revelado su voluntad a través de un proceso histórico,
(2) que por buenas razones ha dejado un registro permanente de esta
revelación,
(3) que ahora está completo,
(4) que está comprendido en los sesenta y seis libros canónicos, y
(5) que es evidente dado que son inspirados, lo cual no sucede con otros
escritos.
La revelación especial de Dios después de la caída solo podía ayudar al
hombre si venía con poder:
(a) para restaurarlo a su posición como la semejanza de la imagen de Dios
(Ef 4:23-24; Ro 12:2; Col 3:10);
(b) Y entonces sí podía controlarlo y mantenerlo como la semejanza de la
imagen de Dios perpetuamente (2Co 3:18; Ro 8:29). Para que la
revelación de Dios fuera efectiva, tenía que revelar información
redentora con la adición de directivas morales. Las Escrituras
comprenden ambas. La redención vino en una serie de actos
acompañados por la interpretación de Dios acerca de esos actos. El
Antiguo Testamento registra una serie de actos de Dios preparatorios
para el verdadero logro de la redención, junto con explicaciones que
ayudan al entendimiento humano del plan de Dios. El Nuevo Testamento
registra el acto culminante (la redención realizada por Jesucristo) y la
interpretación final de ello en la doctrina apostólica. Cuando la redención
fue completada en hechos, también fue completada en palabras (Heb
1:1). La razón es que, al completarse la redención, no deja nada más qué
explicar.
Pero ¿por qué ha escogido Dios esta forma de preservar esa revelación? La
respuesta es que esta forma es mejor que las formas en las que comúnmente
confía el hombre. Por ejemplo, es mejor que la tradición. Y no solo es mejor para
preservar la verdad sino también para propagarla. De eso veremos más adelante
en la sección 8.
Una pregunta importante hasta este punto es: ¿Cómo sabemos que este libro
es la Palabra de Dios? Y ¿cómo podemos estar seguros de que solo este libro es
la Palabra de Dios? Podemos estar seguros de que esta es la Palabra de Dios por
medio de la evidencia que lo comprueba. Y esa evidencia es, a la vez, interna y
externa a la Palabra de Dios.
A. La evidencia interna es compleja. Simplemente indicaremos en parte cuál
es esa evidencia.
1. El Antiguo Testamento afirma ser la misma Palabra de Dios. Por ejemplo,
David dijo: “El Espíritu del Señor habló por medio de mí; puso sus palabras
en mi lengua” (2S 23:2).
2. Los escritores del Nuevo Testamento aceptaron por completo al Antiguo
Testamento como la Palabra de Dios. Por ejemplo: “Alzaron unánimes la
voz en oración a Dios: ‘Soberano Señor, Creador del cielo y de la tierra, del
mar y de todo lo que hay en ellos, Tú, por medio del Espíritu Santo, dijiste
en labios de nuestro padre David…” (Hch 4:24-25). O como dijo Lucas:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su
pueblo […] como lo prometió por medio de sus santos profetas…” (Lc
1:68-70). Cristo y sus apóstoles constantemente citan el Antiguo
Testamento como la Palabra de Dios (Mt 5:18; Jn 10:35).
3. Cristo les prometió el Espíritu Santo a sus apóstoles para que también
pudieran escribir las Escrituras del Nuevo Testamento (Jn 14:26). “Pero el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les
enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho” (Jn
15:26-27). “Cuando venga el Consolador, que Yo les enviaré de parte del
Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él testificará acerca de
mí. Y también ustedes darán testimonio porque han estado conmigo desde
el principio”.
4. Más tarde, los apóstoles recibieron el cumplimiento de esta promesa (Hch
2:1,4) y así ellos podían decir: “Por tanto, el que rechaza estas instrucciones
no rechaza a un hombre sino a Dios…” (1Ts 4:8). “Hablamos, no con las
palabras que enseña la sabiduría humana sino con las que enseña el
Espíritu”, dijo el apóstol (1Co 2:13).
5. Los apóstoles trataban sus escritos mutuamente como la Palabra de Dios,
colocándolos al nivel del Antiguo Testamento (2P 3:16).
6. La Biblia contiene información que, en la naturaleza del caso, solo pudo
haber venido de Dios, como por ejemplo, con respecto a la creación, el
nuevo cielo y la nueva tierra del futuro (Gn 1 - 2; Ap 21 – 22).
7. La Biblia contiene predicciones acerca de eventos que luego se cumplieron.
Daremos unos ejemplos. Con respecto a Cristo, el Mesías, el tema más
importante de la profecía, encontramos predicciones: (a) de la nación, tribu,
y familia de la cual iba a provenir (Gn 12:3; 18:18; 1:12; 22:18; 26:4;
28:14; 49:8; Sal 18:50; 89:4,29, 35-37); (b) del lugar de su nacimiento (Mi
5:2; vea Lucas 2:1-7); (c) que iba a nacer de una virgen (Is 7:14); (d) que
sería un profeta (Dt 18:15, es decir, el último profeta), sacerdote (1S 2:35,
Sal 110:4, es decir el último sacerdote), y rey (2S 7:12-16, es decir, el Rey
eterno); (e) que sería odiado y perseguido (Sal 22:6; 35:7, 12; 109:2; Is
53:3ss.); (f) que entraría a Jerusalén montado en un asno (Sal 118:26; Zac
9:9. cp. Mt 21:1, etc.); (g) que sería vendido por 30 monedas de plata (Zac
1:12); (h) que sería traicionado por uno de sus amigos conocidos (Sal 41:9;
55:12); (i) que sería abandonado aun por sus discípulos (Zac 13:7); (j) que
sería acusado por testigos falsos (Sal 27:12; 35:11; 109:2); (k) que no
imploraría en su juicio (Sal 38:13; Is 53:7); (l) que sería burlado, escupido,
insultado (Sal 35:15,21), azotado (Is 50:6) y crucificado (Sal 22:14, 17);
(m) que sus perseguidores le ofrecerían vinagre y hiel (Sal 22:15; 69:21),
que romperían sus ropas y rasgarían sus vestimentas (Sal 22:18), sería
burlado (Sal 22:6-8; 109:25) y traspasado (Zac 12:10, 13:8; Sal. 22:16). Ni
un hueso sería quebrado (Sal 34:20). Moriría con malhechores (Is 53:9-12),
y sería sepultado con los ricos (Is 53:9); (n) que habría un temblor cuando
muriera (Zac 14:4); (o) que resucitaría de entre los muertos (Sal 16:10, Os
6:2ss.), (p) que ascendería al cielo (Sal 16:11; 24:7; 68:18; 110:1); (q) que
Judas moriría de forma repentina y miserable (Sal 55:15; 109:17); y
muchos más podrían ser añadidos.
8. Nunca se ha demostrado que la Biblia se contradiga, a pesar de que fue
escrita por muchos profetas y apóstoles distintos quienes vivían en tiempos
y lugares distintos y bajo circunstancias y costumbres muy distintas.
(Muchas personas dicen que la Biblia se contradice pero nadie aún lo ha
podido comprobar ni en una sola instancia).
9. La Biblia enseña un plan de salvación y un sistema de ética los cuales la
sabiduría humana no pudo haber concebido. Es más, la sabiduría humana ni
los puede recibir sin la gracia sobrenatural.
B. La evidencia externa es subordinada, pero importante.
1. La Iglesia a través de los siglos ha reconocido la Biblia como la Palabra de
Dios. Esto no puede ser una prueba primaria puesto que la Iglesia puede
equivocarse y a menudo ha errado. Aun así, es un hecho sobresaliente que
la Iglesia, aun en sus momentos más oscuros ha reconocido la Biblia como
la Palabra de Dios.
2. La Biblia ha sido sometida a un cuidado especial de Dios para que se haya
preservado como ningún otro escrito sobre la faz de la tierra. (Para mayores
pruebas vea: “The Infallible Word”, Stonehouse y Woolley, The
Presbyterian Guardian, 1946, pp. 137-187). De esto veremos más abajo en
la sección 8.
Pero si las Escrituras son la Palabra de Dios, entonces obviamente deben
contener una autoridad divina dentro de sí mismas. Y si poseen dentro de sí
mismas autoridad divina, entonces no pueden y no necesitan depender de nada
más (salvo Dios). La autoridad solo puede ser dependiente de algo más alto que
ella. La autoridad del hombre puede depender de la autoridad del hombre pero
solo si esta depende de algo más elevado. Así, pues, la autoridad de un capitán
depende de la del mayor, y el mayor está bajo la autoridad del coronel, etc. (Lc
7:7-8). Pero Dios es la autoridad suprema. La palabra de un capitán tal vez tenga
que ser respaldada por la de un coronel. Pero ¿quién puede respaldar la autoridad
de la Palabra de Dios, sino Dios?
Es aquí, más que en ninguna otra parte, donde la Iglesia Católica Romana
revela claramente su suprema audacia. Roma dice que la Biblia es la Palabra de
Dios. Pero también dice que la certidumbre de esto recae sobre el testimonio de
la Iglesia. Así, el Catecismo de Baltimore (pregunta 1327) declara que “es solo
por medio de la Tradición (preservada en la Iglesia Católica) que podemos saber
cuáles de las escrituras de los tiempos pasados son inspiradas y cuales no lo
son”. Con respecto al testimonio de la Biblia, la Palabra de Dios, de que ella
misma es la Palabra de Dios, lo cual se encuentra en muchos textos, un texto
católico romano reciente dice lo siguiente: “Aunque estos textos de la Biblia son
extremadamente claros, simplemente no pueden ser nuestra prueba central de
que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios”. (“This is the Faith”, Catholic
Theology for Laymen, por F. J. Ripley, p. 41). Según Roma es mucho más
importante lo que diga Roma de la Palabra de Dios que lo que diga Dios de Su
Palabra. “Las Escrituras necesitaban una garantía de autenticidad. Solo la Iglesia
les podía dar esa garantía; sin la Iglesia, no puede existir” (Ibíd., p.45). Noten
que Roma no duda en decir que Dios no puede garantizar Su propia Palabra:
Solo el hombre, el hombre en colectividad (la Iglesia) lo puede. ¿Qué más puede
ser esto que colocar a la criatura por encima del Creador?
A veces los protestantes han hecho lo mismo inconscientemente. A menudo
ha sucedido en el trato de los cristianos con los no creyentes. El inconverso
afirma que no encuentra nada en la Biblia que exija que crea que realmente sea
la Palabra de Dios. Y con demasiada frecuencia el creyente, en efecto, ha
concedido que el inconverso tiene alguna justificación en su posición. El
creyente incluso puede imaginarse la posibilidad de hallar un punto “neutro” en
el cual él y el no creyente estén de acuerdo. Entonces, se racionaliza, se pueden
sumar una serie de argumentos a este punto neutro los cuales, al final, tal vez
confirmen que la Biblia es la Palabra de Dios (o tal vez igual confirmen que no
lo es). Así es que la razón humana o la arqueología o la historia, etc., puede ser
elegida como el punto de partida e, inconscientemente, este punto se convierte
en la “autoridad suprema” delante de cuyo tribunal Dios es juzgado. Esto, en
efecto, hace que alguna autoridad esté por encima de la autoridad de Dios. Y esto
no se puede hacer (cp. Heb 6:16-18).
El hecho es que no se puede probar que la Biblia es la Palabra de Dios
utilizando algo externo a Dios mismo. Esto no significa que el testimonio de la
Iglesia sea nulo. Un guía que señala las distintas obras maestras en una galería
de arte tiene su utilidad. Él no convierte a obras dudosas en obras maestras. Ni
siquiera prueba que estas obras maestras lo sean. Pero puede que él sea el
instrumento por medio del cual lleguemos a ver las cualidades intrínsecas que las
convierten en obras maestras. Así que la Iglesia puede resaltar que la Biblia es la
Palabra de Dios. Pero esto es posible solo porque es la Palabra de Dios, porque
ya exhibe en todas sus partes las excelencias que le pertenecen a la Palabra
divina. Tiene que estar ahí para que se pueda ver que esta ahí. Como dice el
Profesor John Murray: “La autoridad de las Escrituras es un hecho objetivo y
permanente que reside en la cualidad de la inspiración”. También sostiene que
“la fe en la Escritura como la Palabra de Dios […] recae en las perfecciones
inherentes de la Escritura y es evocada por la percepción de estas perfecciones”
(The Infallible Word, p. 45).
Sin embargo, Murray mismo pregunta: “¿Si las Escrituras manifiestan ser
divinas, por qué es que no resulta en fe en todo aquel que es confrontado con
ella? La respuesta es que no todos los hombres tienen la facultad perceptiva
necesaria. La evidencia es algo, pero la habilidad de percibir y entender es algo
muy aparte”. Como nos hace recordar 1 Corintios 2:14, “…el efecto del pecado
es tal que no solo ciega la mente del hombre y la hace insensible a la evidencia,
sino que también hace que el corazón del hombre sea completamente hostil a la
evidencia” (Ibíd., p.46). Es solo cuando Dios da “el espíritu de sabiduría” que
los ojos de nuestro entendimiento son abiertos (Ef 1:18). Pero hay algunos que
permanecen en su necedad, como nos dice Romanos 1:18: “Ciertamente la ira de
Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los
seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad”.
“Los dos pilares de la verdadera fe en las Escrituras como la Palabra de Dios
son el testimonio objetivo y el testimonio interno” (Ibíd., p.51). El testimonio
interno del Espíritu Santo no nos imparte un contenido nuevo de la verdad. La
verdad completa de Dios para el hombre está contenida en la Escritura. El
Espíritu Santo obra de tal manera en los corazones de los elegidos que al final
reaccionan correctamente frente a la verdad que los está confrontando en la
Biblia.
El punto de vista Bartiano o neo-ortodoxo, muy popular hoy en día, sostiene
que la Biblia “contiene” la Palabra de Dios, o que se “convierte en” la Palabra de
Dios para el lector. Pero la causa de esto, desde el punto de vista Bartiano, no es
la perfección objetiva de la Biblia sino la actividad completamente subjetiva de
Dios en el lector. Porque rehúsa la perfección permanente e inherente en la
Palabra escrita de Dios, realmente deja de ser “palabra de Dios”. Llamar Palabra
de Dios a la reacción del lector ante la Palabra de Dios es rechazar la Palabra de
Dios y entronizar la palabra del hombre. La neo-ortodoxia es realmente neomodernismo, y el neo-modernismo es aún más peligroso por lo que es más
engañoso. La Biblia tiene que ejercer un efecto subjetivo sobre mí para servirme
de ayuda, pero me sirve de ayuda siempre y cuando sea siempre e
inherentemente la Palabra infalible de Dios. Lo único que necesito es ver lo que
ya es. Esta es la perspectiva ortodoxa.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la “prueba” de la inspiración de la Biblia?
2. ¿Cómo comunica la Biblia el hecho de ser inspirada?
3. ¿Por qué es que la autoridad de la Biblia no puede ser dependiente
de “el testimonio de algún hombre o de la Iglesia”?
4. ¿Cuál es la afirmación audaz de Roma?
5. ¿De qué forma, a veces, los creyentes subordinan la autoridad de
las Escrituras al hombre?
6. ¿Dónde se debe buscar la evidencia de la divinidad de las
Escrituras?
7. Si la evidencia está ahí, ¿por qué es que no siempre resulta en fe
en el hombre que es confrontado por ella?
8. Cuando la Confesión habla del Espíritu Santo que “testifica”, ¿está
afirmando que se comunica un nuevo contenido de la verdad a la
mente del hombre?
Ver las respuestas a estas preguntas
6. La totalidad del Consejo de Dios concerniente a todas las cosas
necesarias para su propia gloria y para la fe, vida y salvación del ser
humano está expresamente expuesta en la Biblia, o por buena y necesaria
consecuencia puede deducirse de la Biblia, a la cual nada debe añadirse
en ningún tiempo ya sea por nuevas revelaciones del Espíritu o por las
tradiciones humanas. Sin embargo, reconocemos que la iluminación
interna del Espíritu es necesaria para una comprensión salvífica de las
cosas reveladas en la Biblia. Reconocemos también que hay algunas
circunstancias concernientes a la adoración a Dios y al gobierno de la
Iglesia, comunes a todas las acciones y sociedades humanas, que deben
ordenarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana,
según las reglas generales de la Biblia, las cuales siempre deben acatarse.
I, 6. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que la revelación completa de Dios (ahora contenida en las Escrituras) es
completamente suficiente para toda necesidad espiritual del hombre,
(2) que es suficiente en toda época (no requiere añadidos), y
(3) que aun así es suficiente en cuanto a principios en vez de detalles
(dejándole al hombre la aplicación de principios generales en ciertas
instancias en su función de imagen de Dios).
Lo que sigue es dado en apoyo a la enseñanza de la Confesión, de que la
Biblia es un producto completo y completamente suficiente para todas nuestras
necesidades.
Cristo dijo ser “la verdad” (Jn 14:6), y creemos que Él encarnaba la verdad
completa (Col 2:9). ¿No es este el punto de comparación en la primera
afirmación de la Epístola a los Hebreos? “Dios, que muchas veces y de varias
maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas,
en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo” quien es “la fiel
imagen de lo que Él es”. ¿No es este el contraste entre lo provisional y lo final;
entre lo incompleto (y por ende siempre receptor de añadidos) y lo completo (y
por ende incapaz de recibir cualquier añadido)? Cristo, en cambio, según su
propio testimonio, se reveló a otros (Jn 15:15). “Porque todo lo que a mi Padre le
oí decir se lo he dado a conocer a ustedes”. Si Cristo, en el momento de su
encarnación, podía decir: “Todo […] lo he dado a conocer”, entonces ¿cómo
puede alguien aceptar la posibilidad de que se podría necesitar otra cosa más
antes del regreso de Cristo?
De modo que Cristo reveló toda verdad a los apóstoles. Vemos entonces que
Pablo podía afirmar correctamente que había proclamado “todo el propósito de
Dios” (Hch 20:27). “No he vacilado en predicarles nada que les fuera de
provecho”, dice Pablo (v. 20). Cada apóstol podía afirmar lo mismo. ¿Cómo,
entonces, podría haber algo aún por revelar que nos podría ser de provecho?
Pero aun si ellos (los apóstoles) hubieran faltado a su deber de comunicarnos
(por medio de un registro escrito) todo lo que Cristo les había revelado, ¿no sería
imposible que alguien, salvo un apóstol, supliera la deficiencia? Pero el
testimonio de Pablo en 2 Timoteo 3:15-17 claramente indica que no existe tal
deficiencia, sino que las Escrituras son aptas para suplir perfectamente al
creyente. Y si las Sagradas Escrituras no fueran suficientes y completas ¿a qué
llevaría una comparación entre Hebreos 10:10 (o 10:12, 7:27, etc.) y Judas
versículo 3? ¿Se podría añadir algo al sacrificio hecho “una vez y para siempre”?
Si no se pudiese, entonces ¿cómo se podría añadir algo a “la fe encomendada
una vez por todas a los santos”? Y ¿cómo podría Pablo en Efesios 6:10
animarnos, diciendo: “Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer
frente a las artimañas del diablo”? Una parte de esta armadura es “la espada del
Espíritu, que es la Palabra de Dios”. Pero si la Palabra de Dios no está completa,
¿cómo podría estar completa la armadura? ¿No sería entonces defectuosa? Y ¿si
fuera defectuosa cómo podríamos resistir?
Apocalipsis 22:18-19 también enseña la imposibilidad de añadir algo a la
Biblia. Algunos mantienen que Juan solo estaba prohibiendo el añadir algo
particularmente al libro que él estaba escribiendo, es decir, al Apocalipsis. Pero
todos sabemos que Juan era el último apóstol sobreviviente, escribiendo el libro
final. Él era consciente de este hecho. También deberíamos tomar nota de la
expresión peculiar que utiliza en Apocalipsis 22:18. La palabra que se traduce
“a” de “añadir a” normalmente no se traduce como “a”. Es la palabra griega epi,
la cual significa “sobre, encima de o por encima de”. Por lo tanto, esto indicaría
cualquier añadido a lo que está debajo, es decir, lo anterior. Si Juan escribió el
último libro, ¿qué mejor forma para negar que algo se pudiera añadir a toda la
Biblia, que negando que algo se pudiera añadir a este libro? O, igualmente,
podríamos argumentar que Juan solo prohibió la alteración de este libro en
particular. ¿Quién se podría imaginar que Juan nos permitiría “substraer” algo de
las palabras de los otros libros de la Biblia y que solo protestaría la alteración de
su libro?
El hombre no necesita ningún conocimiento de la voluntad de Dios que no
haya sido “expresamente dada en las Escrituras” o que no sea deducible de ellas
“por buena y necesaria consecuencia”. La ley mosaica, por ejemplo, no está
expresada por medio de principios abstractos. Moisés declaró la ley en términos
de instancias concretas. Sin embargo, como dice Murray, “estas instancias
concretas no se deben aislar de la clase de relación que ejemplifican” (Principies
of Conduct, p.255). Aunque en algunos casos los diez mandamientos se expresan
en términos de ejemplos concretos (por ejemplo, el adulterio como una instancia
concreta del pecado sexual), a la vez ejemplifican principios de amplio espectro.
Como estos principios son tan amplios, deberíamos hacer todo (“ya sea que
coman o beban o hagan cualquier otra cosa”) para la gloria de Dios. Y como
cada persona debe, como imagen de Dios personalmente responsable ante Dios,
aplicar estos principios a sus propias circunstancias, es de suma importancia
hacer hincapié en la libertad del cristiano (vea Capítulo XX).
Podemos citar, como ejemplos de “circunstancias concernientes a la
adoración a Dios y el gobierno de la iglesia”, etc., “las cuales deben ser
ordenadas según la luz de la naturaleza y prudencia cristiana, según las reglas
generales de la Palabra”, tales cosas como el lugar y la hora (del domingo) de la
asamblea congregacional. En Hechos 2:46 vemos que los primeros cristianos se
reunían en “el templo” y también “de casa en casa”. El hecho de que los judíos
“nobles” en Tesalónica, quienes recibieron “el mensaje con la alegría que
infunde el Espíritu Santo” (Hch 17:10,11), tuvieran una sinagoga, no es
condenado. Pero la posesión de un edificio para la iglesia ciertamente no se
considera esencial para la existencia de una iglesia cristiana (cp. Hch 18:7).
Tampoco se ve que la Biblia dicte una hora específica para la asamblea de la
congregación. Pablo y Silas alabaron a Dios a la medianoche (Hch 16:25).
También parece haber sucedido lo mismo en Troas (Hch 20:7). Aun así, a
menudo la hora era otra (Hch 16:13). El principio permanecía (Éx 20:8), pero se
ejecutaba bajo distintas circunstancias acerca de las cuales Dios no había dado
cada instrucción posible. No tenemos la libertad de modificar el principio ni en
lo más mínimo. Pero tenemos la libertad de llegar a entender el principio según
los cambios en las circunstancias, etc. (Podemos trasladar el lugar de asamblea
de un edificio a otro, o de una hora a otra, pero no de un día a otro.) Puede que
un incendio le prive a alguna congregación del uso de su lugar acostumbrado de
reuniones. Se tendría que escoger otro lugar, aunque sea provisionalmente, así
que las circunstancias de la adoración divina variarían de común acuerdo. Pero
nada, salvo las circunstancias, podría cambiarse legítimamente. Aun en este
caso, se requeriría que la congregación se reúna en el Día del Señor, y los
elementos de la adoración divina prescritas por las Escrituras tendrían que
conformar el contenido total de los ejercicios de ese día. Vemos esta distinción
en asuntos de adoración y de gobierno. El día de adoración fue ordenado por
Dios, las circunstancias del tiempo (en el Día del Señor) y el lugar se les deja a
los hombres. El contenido de la adoración divina está prescrito por Dios, las
circunstancias del ordenamiento eclesiástico se han dejado en la esfera de las
circunstancias. Hay libertad, pero solo dentro de los límites estrictos de la ley de
Dios establecidos en forma de principios revelados en las Escrituras.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Cite pruebas bíblicas de que la Palabra de Dios está completa.
2. Cite pruebas bíblicas de que la Palabra de Dios revela toda Su
voluntad para el hombre.
3. ¿Por qué es que se da dirección en principios generales en vez de
particulares? (Se pueden dar dos razones).
4. ¿Cómo puede la Biblia ser suficiente para todo hombre en todo
lugar y en todo momento?
5. En las categorías de alabanza y gobierno, dé ejemplos de lo que
son y lo que no son circunstancias de la adoración y gobierno.
6. Dé un ejemplo que demuestre que los principios generales de la
Palabra de Dios deben controlar las circunstancias y que las
circunstancias no deben controlar (ni se les debe permitir violentar)
los principios de la Palabra de Dios.
Ver las respuestas a estas preguntas
7. Todas las cosas en la Biblia no son igualmente sencillas en sí mismas,
ni igualmente claras para todos. Sin embargo, todas aquellas cosas que es
necesario obedecer, creer y observar para la salvación están claramente
propuestas y expuestas en uno u otro lugar de la Biblia; de modo que no
solo los eruditos, sino también los que no son eruditos lleguen a una
comprensión suficiente de ella mediante el debido uso de los medios
ordinarios.
I, 7. Esta sección de la Confesión enseña la doctrina llamada la perspicuidad de
las Escrituras (lo cual literalmente significa la “transparencia” de las Escrituras),
y que, entonces, tanto los estudiosos como los no estudiosos pueden, por medio
de un uso adecuado de los recursos, lograr un entendimiento correcto y salvífico
de las Escrituras.
Es la mentira original de Satanás que Dios, hablando en su Palabra, necesita
un intérprete para darle al hombre dirección infalible (Gn 2:17, 3:4). Este
antiguo error tiene un lugar supremo en la Iglesia Católica Romana. Así, el
Catecismo Baltimore (pregunta 1328) dice: “¿Cómo podemos saber el verdadero
significado de las doctrinas contenidas en la Biblia?” Respuesta: “Podemos
entender el verdadero significado […] por medio de la Iglesia Católica que ha
sido autorizada por Jesucristo para explicar sus doctrinas, y la cual es preservada
del error en sus enseñanzas por medio de la asistencia especial del Espíritu
Santo”1. De esta forma, mientras afirma que Dios habla al hombre en la Biblia,
la Iglesia Católica Romana enseña que Dios no ha hecho claro lo que quería
decir y, por lo tanto, por encima de la Palabra de Dios tiene que estar la
interpretación autoritativa de la Iglesia (la cual, deducimos, tiene una opinión
experta acerca de lo que significa la Palabra de Dios). Esto también implica que
Roma quiere que confiemos en la palabra clara del hombre en vez de la oscura
Palabra de Dios.
La Fe Reformada enfoca el asunto precisamente al revés, manteniendo que
solo las Escrituras expresan la verdad divina con perfecta claridad y, por ende,
que solo ellas tienen la autoridad absoluta. La interpretación de la Iglesia (como,
por ejemplo, en sus credos) siempre tiene que ser vista como menos que
perfectamente clara en cuanto a su expresión de la verdad divina y
necesariamente debe ser subordinada a las Escrituras.
Decir que Dios ha hablado claramente no es, sin embargo, igual que decir que
no haya nada “profundo” ni “inescrutable” en las Escrituras. Pedro nos recuerda
que hay en las Escrituras “algunos puntos difíciles de entender” (2P 3:16). No
son las Escrituras sino algunos puntos en las Escrituras los cuales se declaran
que son difíciles de entender. No cabe duda que “los no estudiosos e inestables”
pueden, y a menudo logran, torcer las cosas difíciles de las Escrituras “para su
propia destrucción”. Pero los que se dedican a estudiar con diligencia y con
estabilidad (no solo cuando se animan repentinamente) sabrán la verdad de lo
inescrutable de la Palabra de Dios. El hecho de que Dios ha hablado claramente
de cosas difíciles no las hace fáciles. La expresión más clara de la teoría de la
relatividad formulada por Einstein no la hace “simple”. Pero si Dios no hubiera
hablado claramente, ¿cómo podemos estar seguros de que otros entienden lo que
nosotros no entendemos?
La prueba final de esto, al igual que de toda doctrina, tiene que ser hallada en
las Escrituras. A.A. Hodge da los siguientes datos bíblicos en su comentario:
(a) Todo Cristiano, sin distinción, está bajo el mandato de escudriñar las
Escrituras (2Ti 3:15-17, Hch 17:11, Jn 5:39, etc.).
(b) Las Escrituras se dirigen a todo hombre o al cuerpo entero de creyentes
(Dt 6:4-9, Lc 1:3, Ro 1:7, 1Co 1:2; 2Co 1:1, y note los saludos en las
Epístolas).
(c) Se afirma que las Escrituras son transparentes (Sal 119:105, 130; 2Co
3:14; 2P 1:18-19; 2Ti 3:15-17).
(d) Las Escrituras se dirigen al hombre como una ley directamente divina
que se debe obedecer de forma personal (Ef 5:22, 25, 6:1, 5, 9; Col 4:1;
Ro 16:2, etc.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué significa decir que las Escrituras son “transparentes”?
2. ¿Cuál es la doctrina católica romana acerca de la transparencia de
la Escrituras?
3. Contraste los puntos de vista Católico-romanos con los Reformados
acerca del credo.
4. ¿Enseña la doctrina de la perspicuidad (transparencia) de las
Escrituras que no hay nada difícil de entender en las Escrituras?
¿Cuál es la diferencia entre esta admisión y la enseñanza católica
romana?
5. ¿Qué debe hacer el cristiano más humilde y el más erudito para
entender las Escrituras? ¿Cree que el que se queja que las
Escrituras son difíciles de entender haya hecho tal cosa?
6. ¿Cómo es que las Escrituras mismas indican que Dios ve su
Palabra como algo suficientemente claro de entender?
7. ¿Cuáles cree usted que son los “medios ordinarios o comunes” que
se deben implementar? (La Sección 9 de este capítulo da parte de
la respuesta).
Ver las respuestas a estas preguntas
8. El Antiguo Testamento en hebreo (que desde la antigüedad era la
lengua nativa del pueblo de Dios), y el Nuevo Testamento en griego (el
cual era generalmente muy conocido por todas las naciones en el tiempo
en que fue escrito), siendo inmediatamente inspirados por Dios y
conservados puros en todos los tiempos por su singular cuidado y
providencia son, por tanto, auténticos; de tal manera que en toda
controversia religiosa, la iglesia debe apelar finalmente a ellos. Pero
como estas lenguas originales no son conocidas por todo el pueblo de
Dios, que tiene derecho a, e interés en la Biblia, y le es ordenado en el
temor de Dios leerla y escudriñarla; por tanto, la Biblia debe ser
traducida a la lengua vernácula de toda nación donde llegue, para que
morando la Palabra de Dios abundantemente en todos, adoren a Dios de
manera aceptable, y mediante la paciencia y consuelo de ella tengan
esperanza.
I, 8. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) en qué idiomas fue escrita la Biblia originalmente, es decir, hebreo y
griego,
(2) que los manuscritos originales fueron divinamente inspirados,
(3) que la autoridad máxima reside exclusivamente en estos textos originales,
(4) que Dios ha preservado este texto en un estado de pureza esencial, y
(5) que este texto debe ser traducido al idioma común de cada pueblo para el
provecho de todo creyente.
Estrictamente hablando solo hay una Biblia, pero hablamos común e
incorrectamente como si hubiera muchas. Hablamos de “la Biblia Protestante” y
“la Biblia Católica Romana”. Hablamos de “la Reina Valera” y “la Nueva
Versión Internacional”. La verdad es que hay muchas versiones (traducciones)
de la Biblia. Pero solo hay una Biblia. Es ese cuerpo de palabras que fueron
escritas con tinta en pergaminos o vellum por aquellas personas a quienes
empleó el Espíritu Santo como instrumentos por medio de los cuales impartió Su
verdad revelada. La única Biblia que, propiamente hablando, tenemos en mente
cuando hablamos de “La Biblia” es el texto original depositado en la autógrafa
de los escritores inspirados. Este texto divino estaba originalmente contenido en
forma escrita en esos documentos (trozos de material inscritos con letras,
palabras y frases en griego y hebreo). Este texto era, en su forma entera y en
cada parte por minúscula que fuera, absolutamente infalible y perfecta. Es a este
texto original que Pablo se refiere cuando dice que fue “dado” a nosotros. Es a la
perfección de este texto que se refiere cuando dice que fue “inspirada por Dios”
y por lo tanto “útil”, etc. (2Ti 3:16).
Ahora bien, se debe recordar que no poseemos hoy en día las hojas de
pergamino o vellum sobre las cuales fue escrito este texto divino originalmente.
No poseemos, hoy en día, el documento de tal inspiración de Dios que sea
perfecto en todo aspecto. Aprovechándose de este hecho, los modernistas
(quienes no creen en la perfección original del texto de las Escrituras) han
argumentado durante muchos años que los cristianos reformados no tienen una
Biblia infalible a la cual acudir. “¿De qué sirve —preguntan—una Biblia
infalible si nadie la posee?”.
Esto nos lleva al tema del “cuidado y la providencia” de Dios por medio de
los cuales ha mantenido “puro a través de las edades” el texto original para que
ahora lo podamos poseer en su forma “auténtica”. Comencemos dando un
ejemplo más actualizado que demuestra que un documento original se puede
destruir sin que se pierda el texto del documento. Supongamos que usted
escribiera su testamento. Y supongamos que saca una copia fotostática de ese
testamento. Si se destruyera el original, la copia aun preservaría el texto de ese
testamento de forma exacta como el mismo original. El texto de la copia no sería
diferente en ninguna manera al original y por lo tanto poseería la misma
“verdad” y el mismo significado que el original.
Ahora, por supuesto, la fotografía no fue inventada hasta mucho después que
la copia original (es decir, el manuscrito, ya que el original no era una “copia”)
se desgastara o se perdiera. ¿Cómo entonces se podría preservar el texto original
de la Palabra de Dios? La respuesta es que Dios la preservó por medio de Su
propio cuidado notable y de su providencia. Ilustremos este punto con un
diagrama que demostrará la función del control providencial de Dios en la
preservación del verdadero texto de la Biblia a través de la historia.
En este diagrama simplificado, el manuscrito original de la Biblia se
representa por la letra A. X representa la duración de su existencia durante la
cual se hicieron varias copias (B, C, D, etc.). En su momento, en estos se
basaron las copias más tardías (1, 2, 3, etc.).
Ahora, hay que admitir que, aunque A era completamente perfecto (sin
ningún error) por la inspiración inmediata de Dios, las copias B, C, D, y las
copias 1, 2, 3, etc., siendo hechas por personas no inspiradas quienes cometieron
errores comunes entre hombres, no eran completamente perfectas. Tenemos que
asumir que la copia B, por ejemplo, contendría muy ligeras imperfecciones en
comparación con A (como, por ejemplo, palabras con faltas de ortografía,
posiblemente la omisión de una u otra palabra, etc.). Este mismo proceso se
repetiría en copias más tardías con el siguiente hecho evidente: mientras los que
hacían copias de 1, 2, 3 etc. cometerían sus propios errores, tampoco podrían
evitar el transmitir los errores ya presentes en las copias de las cuales hacían sus
propias copias. Es decir, además de los errores que cometerían ellos,
reproducirían todos los errores previos en B, C, etc.
A primera vista, pareciera que con la desaparición de A (probablemente
gastada con el uso) el texto estaría destinado a una corrupción progresiva de ahí
en adelante. Pero este no es el caso. La razón es que Dios ha ejercido su control
sobre todos los elementos y las agencias que han tenido que ver con la
preservación del texto sagrado. Vemos que Dios determinó que se hicieran
copias tempranas del original. Es verdad que todos contenían pequeños errores,
pero no todos contenían errores en los mismos puntos. Siendo humano, el
copiador del manuscrito B tendría errores aquí y allá. Así también lo harían los
copiadores de C y D. Pero todos errarían de una forma diferente e individual. Así
es que, donde B habría errado, C y D no errarían. En efecto, C y D serían
testigos del error en B. Por lo tanto, mientras que el verdadero (o perfecto) texto
original no sería reproducido totalmente en ninguna copia específica, aun así no
se perdería ni sería inaccesible porque por medio del testimonio de la mayoría de
varias copias, siempre habría un testigo del error. El verdadero texto estaría
perfectamente preservado con el cuerpo de testigos.
El diagrama mostrado arriba es una simplificación, por supuesto. En realidad
hay miles de copias manuscritas del texto bíblico hechas a mano. Y no siempre
es fácil ordenarlas de acuerdo con su genealogía correcta. Sin embargo, muy a
pesar de la complejidad del asunto, no cabe duda de que el proceso delineado
arriba realmente ha estado operativo. Por medio de un estudio diligente de las
cantidades de testigos textuales que aún quedan del mundo antiguo, por medio
de un proceso como el aquí descrito, el texto del Nuevo Testamento Griego
permanece hoy en día delante nuestro con su integridad asegurada.
Sin embargo, el esfuerzo manual de reproducir copias del texto de la Biblia,
no operaba en un vacío. Tenemos que tomar nota rápidamente de los otros
factores que jugaron un papel bajo la providencia divina en la preservación del
texto verdadero de las Escrituras.
1. Las primeras iglesias fundadas fuera de Palestina fueron, en el mundo
antiguo, de cultura y lengua Griega. El griego era la lengua nativa de Éfeso,
Corinto, Tesalónica, etc. De modo que el idioma en el cual escribieron
Pablo y los otros apóstoles era el lenguaje común y corriente de los
cristianos de esa era. Escuchaban la palabra maravillosa de Dios en su
propia lengua. Esto tendía a producir entre la compañía de los creyentes una
Biblia “memorizada”. Naturalmente, entonces, cualquier error cometido por
los copiadores de la Biblia sería normalmente notado por la gente, (¡solo
considere con qué rapidez nota usted las diferencias en una nueva
traducción cuando tiene que ver con algún pasaje conocido de las Escrituras
como el Padre Nuestro o el Salmo 23!) Recuerde también, que en los
tiempos en que no existían imprentas y solo había unas pocas copias
preciadas de la Biblia, la gente tenía que memorizar mucho más de lo que
se hace hoy en día. Así, pues, especialmente en la Iglesia de habla griega,
desde el comienzo, el Nuevo Testamento griego tenía testigos vivientes que
ayudaban a reducir los errores de los copiadores a un margen mínimo.
2. Entonces, cuando surgió la Reforma Protestante, Dios en Su providencia le
proveyó a la humanidad un método mecánico de impresión. De esta
manera, el texto de las Escrituras podía ser reproducido en miles de copias
sin el deterioro progresivo de su exactitud.
Por lo tanto, se puede apreciar la veracidad de la declaración de la Confesión
de Fe, de que el texto infalible de la Palabra de Dios “ha sido conservado puro
en todos los tiempos por su singular cuidado y providencia”, y entonces
podemos afirmar que actualmente poseemos ante nuestros propios ojos el texto
“auténtico” de la Palabra del Dios viviente. Podemos decir en las mismas
palabras que apreciamos en las páginas del Nuevo Testamento griego: “¡Mirad!
He aquí las mismas palabras que provienen de la boca de Dios. Amén”.
(Podemos señalar, para terminar nuestra discusión de esta sección, que Dios ha
preservado similarmente el texto del Antiguo Testamento—por medio de
manuscritos—testigo y la vigilancia de los judíos de habla hebrea, quienes, por
su propia familiaridad con el texto del Antiguo Testamento en su propio idioma,
detectaron los errores accidentales en el trabajo de copiado).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuántas “Biblias” hay (en su sentido supremo)?
2. Dé una definición correcta de “la Biblia”.
3. ¿Poseemos realmente los manuscritos originales sobre los cuales
fue escrita inicialmente la Palabra de Dios?
4. ¿Qué dice el Modernista acerca de la “Palabra original e infalible de
Dios”?
5. ¿Podría una copia de la Palabra infalible de Dios ser tan infalible
como la Palabra de la cual es una copia? Explíquese.
6. ¿Eran perfectas las copias originales?
7. ¿Cuáles fueron los dos factores que mayormente obraron para
preservar el texto perfecto aun por medio de copistas imperfectos?
8. ¿Cuál de estos factores cree que es el más importante?
9. ¿Por qué es que la preservación del texto verdadero ya no depende
de la Iglesia de habla griega?
10. ¿Cuál es el resultado glorioso del cuidado singular y la providencia
de Dios en cuanto a las Escrituras?
Ver las respuestas a estas preguntas
9. La regla infalible de interpretación de la Biblia es la Biblia misma. Por
tanto, cuando hay duda acerca del total y verdadero sentido de algún texto
(el cual no es múltiple sino único), dicho sentido debe investigarse y
entenderse mediante otras partes de la Biblia que hablen más claramente.
I, 9. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que las Escrituras se interpretan por sí mismas,
(2) que las partes difíciles se aclaran por pasajes paralelos que hablan de
forma más clara, y
(3) que el sentido de las Escrituras es uno (y no muchos).
Ya hemos visto (en la sección I, 1-3) que el Catolicismo Romano y otras
religiones falsas se unen en negar que la Biblia sea la revelación completa de
Dios. Tienen en común el negar la suficiencia de las Escrituras (contra lo cual
recuerde 2 Timoteo 3:15-17). Estas religiones también comparten otra
característica: negar que la Biblia sea capaz de ser entendida sin ninguna
referencia a un intérprete ajeno. Por ejemplo, en 1893 el Papa Leo XIII declaró
que “Dios ha entregado las Escrituras a la Iglesia para su protección”, por lo
cual, obviamente, se refería a la Iglesia Católica Romana. Por esto, según él, la
Iglesia es “la guía y maestra perfecta y confiable”, y así el sentido verdadero de
las Escrituras se debe considerar “ese sentido que ha sido y será mantenido por
nuestra Madre Santa, la Iglesia, a quien le pertenece juzgar el verdadero sentido
y la interpretación de las Sagradas Escrituras, y no se permite que nadie explique
la Sagradas Escrituras en forma contraria a ese sentido o a la opinión unánime de
los Padres”. Obviamente, bajo este sistema se vuelve muy innecesario leer la
Biblia. Cristo dijo: “¡Escudriñad las Escrituras!” Pablo dijo: “Esfuérzate por
presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y
que interpreta rectamente la palabra de verdad” (2Ti 2:15). Pero Roma dice:
“Dios no puede hablar claramente, así que tienen que escucharme a mí. ¡Yo les
aclararé lo que Él está intentando decir!”. Esta misma tendencia se puede
observar en la enseñanza de los Testigos de Jehová. Es de conocimiento general
que esta religión disemina “El Atalaya” y otra literatura en una torrente
constante. Una parte constante de dicha torrente es “Estudios de las Escrituras”.
Aquí está lo que dice “El Atalaya” (1 de Julio, 1957) acerca del valor
comparativo entre la Biblia en sí y los “Estudios de las Escrituras” diseminados
por esta religión: “Además, no solo encontramos que la gente no puede ver el
plan divino estudiando solo la Biblia, sino que también vemos que si alguien
deja de lado los Estudios de la Escrituras, aun después de haberlas usado,
haberse familiarizado con ellos, haberlos leído durante 10 años, si los deja de
lado y los ignora y va únicamente a la Biblia, aunque haya entendido su Biblia
durante 10 años, nuestra experiencia demuestra que dentro de 2 años entra en la
oscuridad. Por otro lado, si hubiera leído solo los Estudios de la Escrituras con
sus referencias y no hubiera leído ni una página de la Biblia en sí, estaría en la
luz al cabo de 2 años porque tendría la luz de las Escrituras”.
Roma y la secta de los Testigos de Jehová concuerdan en su actitud básica
hacia la Palabra de Dios. El Salmista dijo: “Tu palabra es una lámpara […] es
una luz” (Sal 119:105). Pero Roma y las otras religiones falsas llaman
“tinieblas” a la luz.
Contra esto se levanta la Fe Reformada. Como nos recuerda el Dr. Cornelius
Van Til: “Ningún intérprete humano necesita intervenir entre las Escrituras y las
personas a quienes llegan”. Este punto de vista está en oposición al clericalismo.
Pero “esto no significa que los hombres que se colocan a nuestro lado bajo las
Escrituras y quienes son ordenados de Dios para la prédica de la Palabra no nos
puedan ser útiles para nuestro mejor entendimiento de las Escrituras”. Una vez
más, esta postura reformada no significa que cada porción sea igualmente fácil
de entender. Lo que significa es “que con una inteligencia común, cualquier
persona puede adquirir” de la Palabra de Dios en sí “el mensaje básico de lo que
debería saber” (Van Til, Introduction to Systematic Theology, p. 140).
Por supuesto, se puede abusar de esta doctrina. Abusan de ella los que
insisten “¡ningún credo, solo Cristo!” y entonces ignoran los grandes credos de
la Iglesia. De una forma extraña, esto en sí es una negación de la claridad de las
Escrituras por lo que procede de la suposición de que, en toda la historia,
ninguno antes de nosotros ha podido ver la verdad contenida en la Palabra de
Dios. Es precisamente porque creemos que la Biblia es clara que valoramos los
credos. Por ende, los credos son evidencia de que la Biblia es clara. Los credos
representan un consenso de muchos, quienes allí mismo testificaron que veían
claramente la misma gran verdad revelada en la Escrituras. No pueden ser
declarados infalibles. Ese atributo le pertenece exclusivamente a la Palabra de
Dios. Pero, por el hecho de que los hombres han visto la verdad clara revelada
en las Escrituras y la han expresado en forma de credo, las verdades contenidas
en los credos poseen una cierta medida de autoridad. Precisamente, según el
grado en que estén “de acuerdo con y basados en la Palabra de Dios” son útiles y
autoritativos. Pero no vamos a los credos para verificar la veracidad de la Biblia,
nos dirigimos a la Biblia para ver si los credos son verdad. Y no podríamos hacer
tal cosa si la Biblia no fuera clara y auto-interpretativa. De hecho, los credos no
se hubieran podido formular desde un principio si las Escrituras no fueran autointerpretativas.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Las religiones falsas niegan que la Biblia sea la completa revelación
de Dios. ¿Qué otro aspecto de la revelación niegan?
2. En tales religiones, ¿es importante o necesaria la Biblia para el
creyente individual (según el punto de vista de esa religión)?
3. Reconcilie el aparente conflicto entre la insistencia reformada de
que la Biblia se auto-interpreta y la enseñanza reformada de que
hay ministros de la Palabra ordenados con autoridad de enseñar la
Palabra en las iglesias.
4. ¿Son todas las porciones de las Escrituras de igual modo fáciles de
entender? Si no es así, ¿cambia esto el hecho de que se autointerpreten? Explíquese.
5. ¿Por qué el Cristianismo sin credo es una perversión de esta
doctrina?
6. ¿Por qué tienen autoridad los credos (que están de acuerdo con las
Escrituras)?
Ver las respuestas a estas preguntas
10. El Espíritu Santo, que habla en la Biblia, y de cuya sentencia debemos
depender, es el único Juez Supremo por quien deben definirse todas las
controversias religiosas, y por quien deben examinarse todos los decretos
de los concilios, las opiniones de los antiguos escritores, doctrinas
humanas, y opiniones individuales.
I, 10. Aquí la Confesión nos enseña que hay un solo juez supremo en las
controversias religiosas, el cual es la Palabra de Dios2.
Esta sección de la Confesión tiene que ver con la vigencia de la regla infalible
de fe y práctica en situaciones o preguntas particulares. Como ya hemos notado,
la Iglesia Católica Romana insiste que tiene el poder de interpretar
infaliblemente la Palabra infalible de Dios (la Biblia) para que los seguidores
fieles de la Iglesia sepan qué creer en cada situación particular. Cuando el Papa
habla oficialmente, las controversias doctrinales católicas quedan resueltas.
Cuando el Papa proclamó la doctrina de la asunción de María, todos los
Católicos Romanos tenían que creerla y someter sus conciencias a dicha
enseñanza.
La Cristiandad Reformada se rehúsa a permitir que la conciencia se someta a
cualquier cosa que no sea la misma Palabra infalible de Dios, ya que ella se
interpreta por sí misma para la conciencia individual del creyente. Esto no
significa que la Iglesia realmente Reformada se quedará callada ante asuntos
controversiales. Solo significa que la Iglesia realmente Reformada no intentará
exigir que la conciencia se “doblegue” ante ninguna cosa que no sea la Palabra
de Dios. Es tarea de la Iglesia el expresar, proponer, o declarar lo que dice la
Palabra de Dios para que cada creyente individual pueda comprobar por sí
mismo cuál es la voluntad de Dios (Ro 12:2). Una iglesia verdadera simplemente
declara la Palabra de Dios. No es un cuerpo legislativo: No escribe las leyes que
atan las conciencias de los súbditos de Jesucristo el Rey. Solo afirma tan
claramente las leyes del Rey que deja sin excusa al que no quiere obedecer.
(Pero la Iglesia Romana dice tener precisamente este poder legislativo de
escribir las leyes para los súbditos de Cristo).
Esta sección de la Confesión se debe comparar con el Capítulo XXXI acerca
de los Sínodos3 y Concilios en Hechos 15. Es allí donde aprendemos cómo la
Iglesia debería arreglar las controversias ministerialmente basándose en la Biblia
declarada ministerialmente, en vez de la dación de nuevas leyes añadidas al
contenido de la Biblia. En Hechos 15 aprendemos (1) que una controversia había
surgido en la Iglesia de Antioquía (v. 1); (2) que se buscó un sínodo o un
concilio para resolver la controversia (vv. 2, 3); (3) que tal sínodo fue convocado
(v. 4); (4) que la naturaleza de la controversia fue declarada ante este sínodo (v.
4, 5); y (5) que el sínodo procedió a resolver el asunto (vv. 6-30). Es de mayor
importancia tomar nota de cómo se resolvió. Fue resuelto apelando a la Biblia (o
a revelaciones apostólicas especiales que llegaron a ser parte de la Biblia (vv. 1418, etc.). Cuando el sínodo llegó a una certidumbre con respecto a la enseñanza
de la Palabra de Dios, pudo declarar esta enseñanza (vv. 28, 29). No presumieron
poder juzgar el asunto por sí mismos, sino que habían reconocido sin sombra de
duda a la Palabra de Dios como el juez supremo. Es verdad que el sínodo
esperaba que las iglesias recibieran “con reverencia y sumisión” la declaración
(vv. 28, 29), pero se esperaba eso justamente porque tal declaración concordaba
con la Palabra de Dios. Era la Palabra de Dios declarada la cual tenía la
autoridad y no el sínodo aparte de esa Palabra. Cuando el sínodo hace una
declaración “aparte de la Palabra de Dios”, lo hace sin autoridad divina. Un
ejemplo se puede ver en la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana de los
Estados Unidos de 1934. Esta decisión declaró que era la solemne obligación de
cada miembro de esa denominación contribuir con dinero en apoyo a las Juntas
de Misiones de la Iglesia, aunque habían, en ese mismo momento, Modernistas
(que negaban la misma fe de la Iglesia) formando parte de esas Juntas. La
Asamblea declaró que la obligación de apoyar a las Juntas de Misiones era tan
definitiva como la obligación de observar la Santa Cena. El Dr. J. Gresham
Machen y otros rehusaron obedecer este mandato basados en que un sínodo no
puede exigir un deber cuando tal deber está en contra de la Biblia. La apelación
del Dr. Machen y otros era contra el error de la corte suprema de la Iglesia ante
la autoridad suprema, que son las Sagradas Escrituras.
Los sínodos y concilios (o las asambleas generales) pueden errar. Muchos han
errado. Por lo tanto, nunca deben constituir la norma suprema de fe y práctica,
sino que deben ser utilizados como una ayuda en la observación apropiada de la
norma de fe y práctica que es la Biblia. En una Iglesia realmente Reformada
habrá, y debería haber, frecuentes declaraciones del sínodo. Sin embargo,
cualquier miembro (o corte común) de la Iglesia será, y debería ser, libre para
disentir de las declaraciones del sínodo, siempre y cuando lo esté haciendo
basado en una apelación a la autoridad mayor que es la Palabra de Dios. (De esto
hablaremos más en nuestra discusión del Capítulo XXXI).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la diferencia entre las Iglesias Católicas Romanas y las
Reformadas con respecto al juez supremo en asuntos de
controversia religiosa?
2. ¿Puede la Iglesia hablar de forma infalible? Si no es así, ¿cómo
puede hablar con autoridad o valor?
3. ¿En cuál Sínodo de Jerusalén actuó Pedro como Papa? ¿Quién
tomó la decisión? ¿Sobre qué se basó la decisión?
4. ¿Puede citar las Escrituras: (a) para probar cuál es la
responsabilidad de los creyentes de tomar parte en la Cena del
Señor? Y ¿(b) para probar cuál es la responsabilidad de los
creyentes de no apoyar el trabajo “misionero” de incrédulos
modernistas?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 El Catecismo de la Iglesia Católica, edición 1992 (nuevo en el mundo hispánico), dice en su numeral 85:
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado solo al
Magisterio vivo de la iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo (DB 10), es decir, los obispos en
comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma”.
2 Nota del traductor: Debemos aclarar que esta sección de la Confesión declara que el único Juez Supremo
es el Espíritu Santo que habla en las Escrituras, y que hay aquí en la concepción teológica Westminsteriana
una correspondencia entre Espíritu y Palabra.
3 Nota del traductor: En algunas Iglesias Presbiterianas y Reformadas a los sínodos se les llama Asamblea
General, en otras, es una corte mayor que el Presbiterio (o Clasis) pero menor a la Asamblea General.
2
De Dios y la Santa Trinidad (II)
1. No hay sino un solo Dios, vivo y verdadero, quien es: infinito en su ser y
perfección, Espíritu purísimo; invisible, sin cuerpo, partes o pasiones;
inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, sapientísimo,
santísimo, totalmente libre, absolutísimo; que hace todas las cosas según
el consejo de su propia, inmutable y justísima voluntad para su propia
gloria; amorosísimo, benigno, misericordioso, paciente, abundante en
bondad y verdad; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado;
galardonador de los que le buscan diligentemente; además es justísimo y
terrible en sus juicios, que detesta todo pecado, y que de ninguna manera
declarará como inocente al culpable.
2. Dios tiene, en sí mismo y por sí mismo, toda vida, gloria, bondad,
bienaventuranza; y es el único todo-suficiente, en sí mismo y por sí mismo,
no teniendo necesidad de ninguna de sus criaturas hechas por Él, ni
deriva gloria alguna de ellas, sino que manifiesta su propia gloria en
ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas. Él es la única fuente de toda
existencia, de quien, por quien y para quien son todas las cosas; teniendo
el más soberano dominio sobre ellas para hacer por medio de ellas, para
ellas o sobre ellas todo lo que a Él le plazca. Todas las cosas están
abiertas y manifiestas a su vista; su conocimiento es infinito, infalible,
independiente de toda criatura de tal manera que para Él nada es
contingente o incierto. Él es santísimo en todos sus consejos, en todas sus
obras, en todos sus mandamientos. A Él son debidos toda adoración,
servicio y obediencia que a Él le plazca requerir de los ángeles, de los
seres humanos y de toda criatura.
II, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que hay solo un Dios vivo y verdadero,
(2) que Él es Espíritu,
(3) que Él posee ciertos atributos perfectos que son incomunicables,
(4) que Él posee ciertos atributos perfectos que son comunicables, y
(5) que Él no depende de ninguna cosa creada, sino que es absolutamente
independiente de, y soberano sobre, todo.
Las Escrituras dicen: “cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que Él
existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Heb 11:6). También se declara,
en esta misma carta, que “la fe […] es la certeza de lo que no se ve” (Heb 11:1).
La doctrina de Dios comienza, por ende, con la afirmación que Dios es. Y (las
Escrituras nos informan) todo testifica de la veracidad de esta afirmación. ¿Qué
más declaran los cielos? ¿Qué más demuestran los firmamentos (Sal 19)?
Algunos buscarían “probar” la existencia de Dios, como si la evidencia fuera
difícil de encontrar. Sería más apropiado decir que la evidencia es imposible de
“encontrar” cuando uno está muerto en sus delitos y pecados. Pero es imposible
escaparse de la evidencia cuando uno ha sido regenerado por el Espíritu Santo de
Dios. Y en nuestra discusión del Capítulo X descubriremos cómo es que los
cristianos no tienen tal dificultad. Por estas razones no creemos que deberíamos
intentar “probar” que Dios existe. Como nos hace recordar nuestro texto (Heb
11:6), no podemos venir a Dios hasta que podamos creer que Él es.
Cuando hablamos de que Dios es Espíritu puro, nos referimos a que no tiene
un cuerpo como los hombres. “Dios es Espíritu” dijo Jesús (Jn 4:24). “Cuando
las Escrituras, en condescendencia con nuestra debilidad, expresan el hecho de
que Dios escucha diciendo que tiene oído, o que ejerce su poder atribuyéndole
una mano, evidentemente hablan metafóricamente, porque en el caso de los
hombres las facultades espirituales se ejercen por medio de órganos corporales.
Cuando hablan de su arrepentimiento, de su lamento, o sus celos, esto también es
lenguaje metafórico que nos enseña que Él actúa hacia nosotros como lo haría un
hombre al agitarse por tales pasiones” (A.A. Hodge). Como Dios es Espíritu
puro, no se ve sujeto a ninguna limitación. No hay lugar del cual Dios esté
ausente. “¿Adónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿Adónde podría huir de tu
presencia? Si subiera al cielo, allí estas Tú; si tendiera mi lecho en el fondo del
abismo, también estas allí…” (Sal 139:7,8). Por otra parte, se debe enfatizar que
en cualquier sitio que pudiera estar el hombre, en ese lugar está presente no solo
una parte de Dios, sino Dios mismo en toda su gloria y majestad. Cuando
decimos que Dios es omnipresente, estamos afirmando que el entero o completo
e infinito Dios se puede encontrar en todo lugar a la misma vez. Dios también es
infinito en su omnipotencia; es decir, tiene la habilidad ilimitada de hacer todo lo
que por su buena voluntad quiera hacer. “Ninguno de los pueblos de la tierra
merece ser tomado en cuenta. Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales
y con los pueblos de la tierra. No hay quien se oponga a su poder ni quien le pida
cuentas de sus actos” (Dn 4:35). Dios ha predestinado todas las cosas no solo
porque puede, sino que realmente “hace todas las cosas conforme al designio de
su voluntad” (Ef 1:11). Él es, repetimos, omnisciente o infinito en conocimiento.
“Su entendimiento es infinito” (Sal 147:5). Nunca ha habido un tiempo cuando
Dios no haya sabido todo. Él conoce (y siempre ha conocido) el futuro así como
conoce el pasado: “Te declaré esas cosas desde hace tiempo; te las di a conocer
antes que sucedieran…” (Is 48:5). Nosotros conocemos las cosas mediatamente;
Dios las conoce inmediatamente (no por causa de, ni por medio de, los sentidos,
etc.). Conocemos las cosas sucesivamente (una tras otra) pero Dios conoce todo
en una sola vista panorámica y comprensiva. Conocemos en parte, pero el
conocimiento de Dios es exhaustivamente completo. Conocemos como criaturas
humildes; Él conoce como Creador excelso. Su conocimiento está a un nivel
totalmente separado del nuestro. “Conocimiento tan maravilloso rebasa mi
comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo” (Sal 139:6). Como dijo
Pablo: “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de
Dios! ¡Qué indescifrables Sus juicios e impenetrables Sus caminos! ¿Quién ha
conocido la mente del Señor?” (Ro 11:33-36). ¿Quién puede poseer dentro de los
límites de su mente creada la órbita de los pensamientos de Dios? ¿Quién
siquiera puede entender un solo aspecto de la verdad como Dios la entiende?
Aun cuando llegamos a conocer la verdad tenemos que confesar—en todo punto
—que hay dentro de lo que conocemos una profundidad (un elemento de
misterio) la cual está más allá de nosotros. Todo entendimiento correcto de la
revelación de Dios (la verdad) requiere que nos arrodillemos maravillados, y que
adoremos a Dios que es el único que puede entender completamente. Y
finalmente, Dios es eterno. Él es “el mismo ayer, hoy y para siempre” (Heb
13:8). No hay ni la sombra de cambio en Él. Él es en todo aspecto exactamente
lo que siempre ha sido y lo que siempre será.
Al decir que estas cualidades le pertenecen a Dios, le estamos “atribuyendo”
tales cualidades. Por consiguiente, las llamamos sus “atributos.” Y los atributos
mencionados arriba se denominan incomunicables porque le pertenecen
solamente a Dios y no pueden ser comunicados por Dios a sus criaturas. Es la
posesión de estos atributos (eternidad, infinidad, e inmutabilidad) la que
distingue a Dios de los demás. También hay, sin embargo, atributos
comunicables. Esto significa que Dios no solo tiene cualidades que no comparte
con ninguno, sino que también tiene cualidades que —en alguna medida—
otorga a las criaturas que Él escoge. Así que Dios tiene “ser” (Éx 3:14),
sabiduría (Sal 147:5), poder (Ap 4:8), santidad (Ap 15:4), justicia, bondad y
verdad (Éx 34:6,7). Pero también algunas criaturas, es decir los hombres y los
ángeles, en cierta medida demuestran estas cualidades. Dios contiene todas estas
cualidades en un grado ilimitado. Las criaturas que poseen tales cualidades las
poseen solo en forma limitada.
Esto se puede comprender por medio de una ilustración. Sostenga un espejo
delante de usted. Verá una imagen de usted mismo. Ahora observe: Todas las
cualidades que le pertenecen y que usted y su imagen tienen en común realmente
no son las mismas en absoluto, pues usted es de verdad y su imagen no lo es.
Usted existe a un nivel totalmente distinto a su imagen. Las cualidades que le
pertenecen a su imagen en el espejo solo son una reflexión de las suyas. Hay una
dimensión que le pertenece a sus atributos que no le pertenece a los de su
imagen. Así es con Dios. Todos los atributos de Dios poseen ese nivel más alto
de existencia gloriosa y perfecta que no poseen los atributos de la criatura. La
sabiduría que le pertenece a Dios (y el poder, la santidad, la justicia, etc.) es
sabiduría infinita, eterna e inmutable, sin embargo, nuestra sabiduría es finita,
temporal y mutable, en el mejor de los casos, es un mero reflejo de la de Dios.
Así que, tenemos que recordar siempre, al hablar de los atributos comunicables
de Dios, que no queremos comunicar la idea de que el hombre esté al mismo
nivel que Dios en algo.
Dios es el gran original. Todo lo demás, de alguna forma u otra, es un mero
reflejo de Él. Tan simple es esta gran realidad. Pero rara vez vemos que el
hombre la capte consistentemente en su pensamiento, “… como si necesitara de
algo. Por el contrario, Él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas”
(Hch 17:25). Como si alguien pudiera hacer algo que le beneficiara (Job 22:2).
¿No es perfectamente evidente que la criatura nunca podría aspirar a algo más
excelente que el reflejar a Dios como su imagen? ¿Cómo puede una imagen
añadirle algo a lo que refleja? La verdad inevitable es que solo Dios es, de por sí,
realmente “algo.” Y el hombre (como cualquier otra criatura) es, de por sí, nada,
pues depende completamente de Dios. Como solo Dios existe de forma
independiente, ¿no es evidente también que Él tiene dominio sobre ellos para
hacer por ellos, para ellos, o a ellos, todo lo que Él desee? Como si alguien—
cuyo mismo ser es de Dios—pudiera hacer algo que Dios no hubiera
determinado que fuera hecho. Incluso la maldad existe porque es la buena
voluntad de Dios permitirla, para que por medio de ella se cumpla su buen
propósito (Is 45:7). Sin embargo, esto entra en el rango de los decretos de Dios,
los cuales veremos en el próximo capítulo.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Dónde se encuentran las pruebas de la existencia del verdadero
Dios?
2. ¿Qué queremos decir cuando decimos que Dios es “Espíritu”?
3. ¿Por qué las Escrituras hablan de Dios como que tiene manos o
pies?
4. ¿Qué significa el término “incomunicable” ?
5. ¿Qué significa el término “atributos”?
6. ¿Cuáles son los atributos incomunicables de Dios?
7. ¿Qué significa el término “comunicable”?
8. ¿Cuáles son algunos atributos comunicables de Dios?
9. ¿Tiene nuestro conocimiento de un hecho o una verdad (por
ejemplo) las mismas cualidades que el conocimiento que tiene Dios
acerca de ese hecho o esa verdad?
10. ¿Qué recibe Dios?
11. ¿Qué verdad simple de la doctrina de Dios rara vez es captada con
consistencia en el pensamiento del hombre (aun por el hombre
cristiano)?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. En la unidad de la Divinidad hay tres personas, de una misma
sustancia, poder y eternidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu
Santo. El Padre no es engendrado ni procede de nadie; el Hijo es
eternamente engendrado del Padre, y el Espíritu Santo procede
eternamente del Padre y del Hijo.
II, 3. Las secciones anteriores de este Capítulo de la Confesión nos han dado una
definición de la esencia de Dios. Esta sección describe el modo en el cual existe
Dios. Así, entonces, aprendemos:
(1) que este único Dios (según la definición) existe en tres Personas distintas
(2) que cada una de estas tres Personas es verdadero Dios (no partes de
Dios), y
(3) que estas tres Personas iguales tienen distinciones personales la una de la
otra.
La doctrina de la Trinidad es la gran piedra de tropiezo para el judío y el
musulmán. Acusan a los cristianos de rendir culto a dioses nuevos y distintos a
los de la enseñanza monoteísta del Antiguo Testamento. Surge naturalmente la
pregunta: “¿Se revela la doctrina de la Trinidad en el Antiguo Testamento, o solo
se revela en el Nuevo?” Aunque parezca extraño, no es exactamente correcto
decir que está revelada en alguno de los dos. Como dijo alguna vez el Dr. B.B.
Warfield: “No podemos decir que la doctrina de la Trinidad […] si estudiamos la
exactitud del idioma original, se revele de modo más evidente en el Nuevo
Testamento que en el Antiguo. El Antiguo Testamento fue escrito antes de su
revelación; el Nuevo después. La revelación en sí fue hecha no en palabras sino
en hechos. Fue hecha en la encarnación de Dios el Hijo, y el derramamiento de
Dios el Espíritu Santo. La relación de los dos Testamentos respecto a esta
revelación es que el Antiguo Testamento es preparatorio antes de su llegada, y el
Nuevo es el producto”. Dios se reveló por medio de hechos sobrenaturales, junto
con los cuales dio en forma gradual más y más interpretación verbal. Solo al
estar completamente desarrollado su plan de redención, se reveló Dios en forma
completa. Dios pudo haber anunciado desde el comienzo que existían dentro de
la unidad de su ser tres Personas distintas. ¿Pero quién lo pudiera haber
entendido? Pero cuando, al cumplir del tiempo, cada una de las tres Personas
obró, ante los ojos de los hombres, esos hechos potentes de la redención que le
pertenecían a cada uno en el plan de la salvación, ¿quién podría no entender?
Así, entonces, en las Escrituras tenemos el registro de lo que Dios ha hecho y lo
que ha dicho como interpretación. Y la prueba de la doctrina de la Trinidad es el
hecho de que el Padre es manifiestamente Dios, que Jesús con igual claridad es
Dios, y así también lo es el Espíritu Santo.
Esto no quiere decir, sin embargo, que el Dios que se revela en el Antiguo
Testamento sea otro que el Dios Trino. El Dios que se revela en el Antiguo
Testamento es completamente Dios (y trino), aunque no se revele completamente
en el Antiguo Testamento. Siendo este el caso, es inevitable que se puedan
entender muchas cosas en el Antiguo solo a la luz de la doctrina (ahora
completamente revelada) de la Trinidad. Por ejemplo, en Génesis 1:1-3,
discernimos distintas referencias a Dios, Dios el Espíritu, y Dios la Palabra. En
Génesis 1:26, Dios toma consejo consigo mismo y habla consigo mismo hacer al
hombre “a nuestra imagen”. ¿Cómo puede ser esto si Dios no fuera tres y uno a
la vez? En Génesis 11:5,7 leemos que Dios bajó para ver la ciudad y torre de
Babel, sin embargo, aun al hablar de esto dice, “Bajemos”. De nuevo,
descubrimos que un cierto “Ángel de Jehová” con frecuencia se aparecía al
pueblo de Dios en el Antiguo Testamento (Gn 32:24ss., etc.). Tenía la apariencia
de hombre (32:24) pero se le reconocía como Dios (v. 30). Este Ángel,
reconocido como Dios, sin embargo, también se describe como el enviado de
Dios (Éx 23:20-24,25). El verdadero creyente, por ende, tenía que reconocer que
este Ángel enviado por Dios era Dios. Tenía el poder de “perdonar […]
transgresiones” porque Dios dijo: “Mi nombre está en Él”. Aun así mientras que
(1) el creyente del Antiguo Testamento debía conocer que el verdadero Dios era
uno, (2) aun así el Ángel de Dios (y enviado de Dios) era Dios, (3) también
había una presencia claramente reconocible de Dios el Espíritu Santo (Sal 51:11;
cp. 1S 16:13,14 etc.) y distinta a “Dios” y al “Ángel”. Así que mientras que el
creyente del Antiguo Testamento no veía una manifestación tan clara de las tres
Personas como hemos podido ver nosotros (en Cristo encarnado, y el Espíritu
Santo derramado en Pentecostés), aun así, innegablemente, el Dios que se revela
en la historia del Antiguo Testamento (poco a poco) es este Dios y no otro.
Conociéndolo como tal, como lo hacemos ahora, estos relatos del Antiguo
Testamento tienen perfecto sentido, lo cual de otra manera no lo tendrían.
También hay, en la profecía, declaraciones que, aunque tal vez no se entendían
completamente en el momento (1P 1:10,11), en sí requieren de la doctrina de la
Trinidad para ser cumplidas. Así puede comunicarle Isaías a Israel que el Señor
Dios dará un hijo nacido de una virgen quien será Emanuel (lo cual significa
“Dios con nosotros”, Is 7:14). También se le denomina “el Dios poderoso” (Is
9:6). ¿Cómo podría Dios enviar a Dios a no ser que haya una pluralidad de
Personas en la esencia divina? Estos son meros ejemplos del hecho de que
mientras la doctrina de la Trinidad no sea (de forma completa) revelada en el
Antiguo Testamento, sin embargo, el Dios que se revela allí (en una forma
parcial y preparatoria) es únicamente el Dios trino.
El Nuevo Testamento fue escrito después que se había manifestado
completamente la naturaleza trinitaria de Dios. Los apóstoles habían sido muy
conscientes del hecho de que mientras que Dios se mantenía invisible en los
cielos, aun así al mismo tiempo se hallaba ante ellos en la carne. Vieron a Dios
(en la carne) orar a Dios en los cielos. Luego cuando lo vieron ascender a los
cielos, fueron testigos de la venida del Espíritu Santo. En tales pasajes como
Lucas 3:22 vemos incluso a las tres Personas manifestarse a sus sentidos
simultáneamente. ¿Quién puede hablar de los cielos si no es Dios? ¿Y quién
puede venir como un viento grande y poderoso habilitando a los hombres débiles
y pecaminosos para que puedan hablar las cosas maravillosas de Dios? Así fue
que los apóstoles no tuvieron otra opción que simplemente reconocer que el Dios
único y viviente existe en tres Personas. Ellos fueron simultáneamente
confrontados con tres que eran Dios y aun así con una convicción abrumadora
reconocieron a estos tres como un solo Dios. Así, pues, Mateo, hablando de este
único Dios, dice que debemos ser bautizados “en el nombre (y no los nombres)
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Mateo sería culpable de expresarse
erróneamente si tan solo una de estas dos cosas fuera verdad: (1) si el Padre, el
Hijo, y el Espíritu Santo no poseyeran un ser idéntico (porque de lo contrario, Él
hubiera dicho “nombres”) y (2) si ese ser nombrado no existiera en tres Personas
(porque de lo contrario, no hubiera insinuado que “el nombre” fuera compartido
por cada uno de los tres). Si no hay tres Personas que son Dios, y si hay más de
un Dios, Mateo habla equivocadamente. Pero eso es imposible. Como Juan nos
recuerda (1Jn. 5:7) “Tres son los que dan testimonio…” La formulación de
nuestra Confesión (y de credos ortodoxos similares) es simplemente una llave
que encaja con todos los hechos como ninguna otra doctrina lo ha hecho ni
puede.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Se revela la doctrina de la Trinidad en el Antiguo Testamento? ¿En
el Nuevo?
2. ¿Es Dios revelado en el Antiguo Testamento como el Dios trino?
¿Cómo se puede comprobar esto?
3. Cite un texto del Antiguo Testamento que compruebe que Dios no
es una sola persona.
4. Cite un texto que indica que el Ángel de Jehová es Jehová (Dios).
5. Cite un texto profético que demuestre que Dios prometió enviar al
Dios encarnado.
6. ¿Por qué aceptaron los apóstoles la “doctrina” de la Trinidad?
7. ¿Cuáles son los dos elementos de la doctrina de la Trinidad que se
enseñan en la fórmula de bautismo de Mateo?
8. El Catecismo Mayor declara que se puede probar que cada una de
las tres Personas de la Trinidad es Dios porque las Escrituras
atribuyen a cada una los nombres, atributos, obras y adoración que
le pertenecen solo a Dios. ¿Puede citar un texto bíblico que
demuestre que el nombre, los atributos, las obras de Dios y la
adoración que se le debe se atribuyen a cada una de las tres
Personas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo)?
Ver las respuestas a estas preguntas
3
Del Decreto Eterno de Dios (III)
1. Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo
de su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente todo lo que
acontece; pero de tal manera que Él no es el autor del pecado, ni violenta
la voluntad de las criaturas, ni quita la libertad o contingencia de las
causas segundas, sino que más bien las establece.
2. Aunque Dios sabe todo lo que podría o puede acontecer bajo todas las
condiciones supuestas, sin embargo, no ha decretado nada porque lo
previó como futuro, o como aquello que acontecería bajo tales
condiciones.
III, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha predeterminado todo lo que sucede,
(2) que Su predeterminación (plan) es eterna,
(3) que no hay nada demasiado grande ni pequeño para ser incluido o
excluido en Su predeterminación,
(4) que esto no hace que Dios sea el autor del pecado,
(5) que Dios no obliga por la fuerza al hombre a hacer lo que él no quiere
hacer (en cuanto al pecado), y
(6) que esto no destruye la “libertad” ni las relaciones de causa y efecto (es
más, es la base sobre la cual estas existen),
(7) finalmente, que este plan soberano de Dios no está “condicionado sobre”
cualquier cosa prevista por Él (lo cual haría que Dios dependa de algo
fuera de sí mismo).
Lo que distingue a una persona de una cosa (o ser sin personalidad) es que
una persona actúa de acuerdo con un propósito. Dios es una Persona infinita,
eterna e inmutable. Por lo tanto, su plan o propósito debió haber sido siempre
una parte de su existencia infinita, eterna e inmutable. Las Escrituras así lo
testifican: “Así dice el Señor, que hace esas cosas conocidas desde tiempos
antiguos…” (Hch 15:18). Las Escrituras hablan de esto como “su eterno
propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef 3:11). Es un propósito
inmutable (Heb 6:17). La infinitud de ello se ve en el hecho de que “fuimos
predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al
designio de su voluntad” (Ef 1:11). Viéndolo así, ya no parece tan asombroso
que Cristo pudiera decir con confianza que “ni siquiera un gorrión caerá a tierra
sin que lo permita el Padre” y que Él “les tiene contados a ustedes aun los
cabellos de la cabeza” (Mt 10:29). Como la Biblia declara que el sistema
completo de todo se halla bajo el control de Dios (Ef 1:11), declara con igual
insistencia que cada cosa, sin importar su pequeñez ni insignificancia, se ve
ordenada de antemano por Dios en su plan perfecto.
Aun sucesos que parecieran al azar pueden ser (y lo son) profetizados de
antemano por los verdaderos profetas de Dios (Vea 1 Reyes 22:1-4,
especialmente 22:23,34,37). Las acciones libres de los hombres también son
predestinadas por Dios. Por favor note: Estos actos son a la vez libres y
predestinados. Es decir, los que cometen estos actos lo hacen porque así lo
quieren. Aun así, los actos que cometen son predeterminados por Dios de tal
forma que las Escrituras dicen que tienen que suceder. Cristo dijo: “¡Ay del
mundo por las cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan, pero
¡ay del que hace pecar a los demás!” (Mt 18:7). Esta declaración reconoce dos
cosas: (1) la certidumbre del suceso del evento futuro, y (2) que los que llevan a
cabo el hecho lo harán con libertad y por lo tanto, con culpa. Asimismo, en
Hechos 2:23 vemos que Cristo “siendo entregado según el determinado
propósito y el previo conocimiento de Dios”, también fue entregado “por medio
de gente malvada, [que] lo mataron, clavándolo en la cruz”. “En efecto, en esta
ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de
Israel contra Tu santo siervo Jesús, a quien ungiste para hacer lo que de
antemano Tu poder y Tu voluntad habían determinado que sucediera” (Hechos
4:27-28). Tal como Dios predetermina acciones malvadas que se llevan a cabo
libremente, así también Él predetermina buenas acciones las cuales también se
llevan a cabo libremente. Los cristianos se arrepienten, creen y buscan hacer la
voluntad de Dios porque quieren hacerlo. Pero en este caso “Dios es quien
produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena
voluntad” (Fil 2:13). En este caso hay un trabajo interno del Espíritu de Dios, lo
cual está totalmente ausente en los malvados. Pero aun así, esto no quiere decir
que los buenos (conversos) a diferencia de los malvados (inconversos) no sean
libres para hacer lo que Dios ha predestinado que hicieran.
La libertad se puede definir como “la ausencia de coerción externa”. Si un
hombre no es forzado por un poder ajeno a sí mismo a hacer algo contrario a “lo
que él quiere hacer”, entonces podemos decir correctamente que él es “libre”. La
maravilla de la predestinación de Dios es que Dios deja que el hombre sea libre
en este sentido, aunque predestina todo lo que hará todo hombre. Sin embargo,
algunos usan la palabra “libertad” en otro sentido, lo cual es completamente
falso. Ellos quieren decir, con “la libertad” del hombre, que el hombre tiene el
poder de hacer el bien o el mal en cualquier momento. Decir que el hombre es
capaz de hacer el bien o el mal es muy diferente de decir que el hombre tiene
libertad para hacer lo que él desee. Creemos que el hombre tiene libertad pero no
la habilidad de hacer el bien. Porque la verdad es que el hombre, aunque sea
libre de coerción “externa”, no está libre del control de su propia naturaleza. El
que es malvado por naturaleza, necesariamente hará lo malo (así como un árbol
corroído produce fruta corroída, Mt 7:17-19). Así como podemos decir que Dios
es bueno y por lo tanto no puede hacer lo malo, así también podemos decir que
el hombre (por naturaleza) es malvado y no puede (por sí mismo) hacer el bien.
En el caso de los inconversos que no son elegidos, el mero hecho de que
nunca son regenerados por Dios hace inevitable que hagan el mal por la simple
razón de que esto es lo que más quieren hacer (Gn 6;5, Sal 53, etc.). En el caso
de los elegidos, Dios los regenera, los llama eficazmente y los sostiene en gracia;
y porque estos son nuevas criaturas (con nuevos deseos, nuevas naturalezas,
etc.), ellos harán el bien que Dios ha predestinado por la simple razón de que
quieren hacerlo. En cualquiera de los dos casos hay una total ausencia de
coerción externa y aun así, sin duda, se cumple la voluntad de Dios. Aun cuando
se ejerce poder interno (en el caso de los convertidos), ello no hace que el
hombre haga a la fuerza lo que no quiere hacer, al contrario, crea una nueva
voluntad que está de acuerdo con la voluntad de Dios.
Algunos han pensado que Dios predestina basándose en lo que Él ve de
antemano. Así, muchos insisten que Dios predestina a la vida eterna a los que ve
de antemano que acudirán a Él bajo sus propias fuerzas. Esto contradice a las
Escrituras, las cuales enseñan claramente:
1. que, por su naturaleza, ningún hombre tiene la fuerza para hacer esto,
2. que tal fuerza es un regalo de Dios, y
3. que el regalo es concedido a quien Dios ha elegido para este regalo. No es,
entonces, una cuestión de predestinación o previo conocimiento. Esto lo
podemos indicar haciendo dos preguntas simples:
(a) ¿Sabe Dios lo que sucederá antes que suceda? Todo cristiano sin duda
diría que sí.
(b) Si Dios sabe con certeza que algo sucederá antes que suceda, podemos
preguntar, ¿qué garantiza su certidumbre? Solo puede haber una
respuesta: Dios lo garantiza. No podemos evitar la conclusión de que
Dios ve de antemano con certidumbre solo porque Él garantiza la
certidumbre. Las cosas son “predestinadas según el plan de aquel que
hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad”. Dios ve de
antemano que los escogidos serán “santos y sin mancha delante de Él”, y
que experimentarán “la obra santificadora del Espíritu y la fe que tienen
en la verdad”. Pero también está prevista de antemano porque Dios “nos
escogió en él antes de la creación del mundo” (vea Efesios 1:4ss. y 2
Tesalonicenses 2:13). Su predestinación es la causa de la santidad que Él
prevé. Dios no nos escoge porque prevea que creeremos sino que prevé
que creeremos porque nos ha escogido. Solo así quedan totalmente
excluidas las obras (Ef 2:8-10).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué distingue a una “persona” de todos los demás seres o las
cosas?
2. ¿Qué tipo de “plan” o “propósito” debe necesariamente pertenecer a
un ser personal “infinito, eterno e inmutable”?
3. Cite un texto de las Escrituras que pruebe que la existencia es
controlada por Dios.
4. Cite un texto de las Escrituras que pruebe que los detalles más
minuciosos de la existencia son controlados por Dios.
5. Cite un texto que pruebe que los eventos que parecieran suceder al
azar son controlados por Dios.
6. Cite un texto que pruebe que los hechos malvados son
predeterminados por Dios.
7. Cite un texto que pruebe que los hechos malvados de todas
maneras son “libres”.
8. Cite un texto que pruebe que los hechos “buenos” efectuados por
personas regeneradas son predeterminados por Dios y aun así son
también “libres”.
9. ¿Qué queremos decir al declarar que un hombre es “libre” o actúa
“libremente”?
10. ¿Por qué es que los no regenerados, aunque sean libres, solo
hacen lo malvado?
11. ¿Por qué es que los regenerados, aunque sean libres, complacen
solamente a Dios?
12. ¿Puede Dios prever (o conocer de antemano) antes de
predeterminar, o viceversa? ¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Por el decreto de Dios y para la manifestación de su gloria, algunos
seres humanos y ángeles son predestinados y preordenados para vida
eterna, y otros preordenados para muerte eterna.
4. Estos ángeles y también los seres humanos, así predestinados, y
preordenados, están particular e inmutablemente designados, y su número
es tan cierto y definido, que no se puede aumentar ni disminuir.
5. A aquellos de la humanidad que están predestinados para vida, Dios,
según su eterno e inmutable propósito, y el consejo secreto y beneplácito
de su voluntad, los ha escogido en Cristo para gloria eterna, antes que
fueran puestos los fundamentos del mundo, por su pura y libre gracia y
amor, sin la previsión de la fe o buenas obras, o la perseverancia en
ninguna de ellas, o de cualquier otra cosa que haya en las criaturas, como
condiciones o causas que le muevan a ello, y todo para la alabanza de su
gloriosa gracia.
III, 3-5. Las secciones anteriores han demostrado que Dios predetermina todo
evento que tenga lugar. Estas secciones exponen de forma más completa un
aspecto de esa totalidad de cosas predeterminadas, es decir, el destino eterno del
hombre y los ángeles. Estas secciones enseñan:
(1) que Dios decreta quién será salvo y quién quedará en su estado de
perdido,
(2) que esta determinación es inmutable,
(3) que la decisión de Dios no está basada en ninguna condición que Él
prevea que ellos cumplirán, y
(4) que el máximo propósito que Dios tiene en todo esto es la manifestación
de su propia gloria.
Que Dios es el que determina quién será y quién no será salvo, es una de las
enseñanzas más claras de las Escrituras. La razón que tan rara vez se reconoce
tiene que ver con la perversidad humana y no con que sea oscura la enseñanza de
la Biblia. Y la mayor causa de la perversidad del hombre en malentender las
Escrituras con respecto a este asunto es su deseo perenne de pensar mejor de él
mismo de lo que merece. Si tan solo podemos recordar que el hombre merece
nada más que la ira y la condenación, si tan solo podemos enfrentar esta verdad
tan solemne y terrible, si tan solo podemos mantener esta verdad siempre delante
de nosotros, entonces estaremos en condiciones para aceptar lo que las Escrituras
dicen con tanta claridad. Y las Escrituras simplemente dicen así: que Dios
concede a algunos hombres lo que sin duda ricamente merecen (es decir, la
condenación) mientras que a otros les da el regalo completamente inmerecido de
la salvación (lo cual no merecen de ninguna forma). El ejemplo clásico de las
Escrituras es el de Jacob y Esaú. Eran mellizos. Por naturaleza tenían todo en
común. Su herencia era la misma así como también su entorno. Aun así, antes de
que nacieran o hubieran hecho algo bueno o malo, “para confirmar el propósito
de la elección divina” (Ro 9:11), Jacob fue escogido para la vida eterna y Esaú
fue pasado por alto y dejado a su merecido castigo. Y con respecto a esta obvia
discriminación, el apóstol simplemente dice: “Dios tiene misericordia de quien
Él quiere tenerla, y endurece a quien Él quiere endurecer” (Ro 9:18). Y para que
no intentemos subvertir el claro significado de estas palabras, Pablo procede a
insistir que Dios, como el alfarero, tiene “derecho […] de hacer del mismo barro
unas vasijas para usos especiales y otras para fines ordinarios” (Ro 9:21). Dios
tiene el derecho de maldecir a Esaú, quien merece la condenación, y de dar vida
eterna a Jacob, quien también merece la condenación.
Pero lo que es de máxima importancia es el reconocer que la determinación
soberana de Dios de los destinos de las almas de los hombres no es condicional.
No existe diferencia entre Jacob y Esaú por la cual Dios escogiera uno y
rechazara al otro. No afirmamos que no haya diferencia entre los elegidos y los
no-elegidos. Pero decimos que la diferencia es el resultado de la discriminación
soberana de Dios y no la causa de ella. Como Dios le dijo al Faraón y a los
egipcios: “Yo haré una diferencia entre Mi pueblo y tu pueblo”. Tal vez
podamos percibir esto de forma más clara considerando los siguientes hechos:
(a) Las Escrituras dicen que la salvación es completamente de la gracia y que
las obras no son de ninguna manera la causa, para que el hombre no
tenga de qué jactarse en el asunto (Ef 2:8, Ro 11:6, etc.) Y la salvación es
“por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería
gracia”. Sería más fácil mezclar el fuego y el agua que la gracia y las
obras. La una excluye la otra. Si la salvación es por medio de la gracia de
Dios (favor puro, inmerecido), y las Escrituras dicen que lo es, entonces
no queda espacio en absoluto para las obras (la actividad del hombre
como la causa original). Cuando se dice que Dios da gracia a algunas
personas porque Él prevé que harán (obras) esto o lo otro, entonces
tenemos la salvación por las obras (en este caso, “obras previstas”) y la
gracia queda derrotada.
(b) Las Escrituras nos dicen que el arrepentimiento y la fe son en sí mismos
parte del regalo que Dios otorga. Y lo que forma parte de un regalo no
puede ser la causa del regalo en sí.
(c) Las Escrituras enseñan claramente que los hombres, por naturaleza, están
“muertos en sus transgresiones y pecados” (Ef 2:1,5). La fe y el
arrepentimiento son actividades no de los muertos, sino de nuevas
criaturas; “nos dio vida cuando estábamos muertos”. Obviamente,
entonces, sería imposible para Dios otorgar el regalo de la vida a los que
ya tuvieran vida.
(d) Las Escrituras nos indican que la elección divina está condicionada no
sobre algo en la criatura sino más bien sobre algo en Dios. Es el placer, el
deleite de Dios, lo que forma la base de la elección (vea Lucas 10:21,
etc.). Como el alfarero está controlado en sus selecciones por su propio
placer, así también basa su determinación solo en ese placer dentro de sí.
¿Y por qué ha elegido Dios a algunos? ¿Por qué también ha dejado a algunos
a morir en sus pecados? (Observe: No estamos preguntando por qué escogió a
los que escogió y pasó por alto a los demás, sino ¿por qué escogió a algunos y
pasó por alto a otros? No se trata de ¿por qué hizo lo que hizo?, sino de ¿por qué
hizo lo que hizo?). La respuesta es: para su propia gloria. Dios se dará gloria a Él
mismo, es decir, manifestará su gloria. Demostrará la perfección de su santidad,
por medio de su ira contra el pecado, en la destrucción de los malvados, y
demostrará la perfección de su misericordia y amor salvando a los escogidos.
¿Hay alguien que se proponga discutir que Dios no tiene derecho a hacer estas
cosas? (Lea Romanos 9:20ss.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué es que poco se reconoce la doctrina de la predestinación
a pesar que se enseña tan claramente en las Escrituras?
2. ¿Qué merece el hombre pecador?
3. ¿Qué ejemplo clásico de las Escrituras comprueba esta doctrina?
4. ¿Cuánto tenían “en común” al comienzo? ¿Al “final”?
5. ¿Cómo prueba este caso que era únicamente Dios quien los hizo
ser diferentes?
6. ¿Qué texto de las Escrituras afirma que Dios tiene “el derecho” de
hacer esto?
7. ¿Qué se quiere decir al afirmar que la predestinación de Dios no es
“condicional”?
8. ¿Si el hombre pudiera llenar algún requisito sobre lo cual Dios lo
eligiera, qué enseñanzas de las Escrituras serían negadas?
9. ¿Por qué ha elegido Dios a los que ha elegido?
10. ¿Por qué ha elegido Dios a algunos y pasado por alto a otros?
Ver las respuestas a estas preguntas
6. Puesto que Dios ha designado a los elegidos para gloria, así también,
por el eterno y más libre propósito de su voluntad, ha ordenado todos los
medios para ello. Por lo tanto, los que son elegidos, estando caídos en
Adán, son redimidos por Cristo, son eficazmente llamados a la fe en
Cristo por su Espíritu que obra a su debido tiempo, son justificados,
adoptados, santificados y por su poder son guardados para salvación por
medio de la fe. No hay otros que sean redimidos por Cristo, eficazmente
llamados, justificados, adoptados, santificados y salvados sino solamente
los elegidos.
III, 6. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Dios “al determinar el fin que quiere lograr […] a la vez determina la
forma en que lo hará cumplir”,
(2) que Dios ha determinado que los elegidos sean salvos (normalmente) por
un “llamamiento eficaz, la justificación, la adopción, la santificación y la
perseverancia en gracia”, y
(3) que los que carecen de esta forma divinamente determinada, no están
dentro de los elegidos (tomando en cuenta las excepciones notadas en el
Capítulo X, la sección 3).
Dios nos da nuestro pan de cada día. Pero Él emplea formas y agencias
complejas para dárnoslo. Tiene que haber sol y lluvia, cosecha y distribución.
Sin estos elementos, no habría el mismo resultado. Así es también al efectuar
nuestra redención. Somos, como dice Pedro, “elegidos […] según la previsión de
Dios el Padre”, pero solo “mediante la obra santificadora del Espíritu, para
obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre” (1P 1:1,2). Y de nuevo nos
dice que debemos “esforzarnos” no porque no haya elección sino porque la hay.
Dice así: “Esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios”. Nuestra
diligencia probará ser la forma por la cual ese fin divinamente ordenado se
llevará a cabo (2P 1:10). Por esta razón, Pablo une a la predestinación divina (el
fin) con el llamado, la justificación y la glorificación (el camino hacia el fin, Ro
8:30). Él reconoció un enlace inseparable entre el fin decretado por Dios y los
pasos que conllevan al fin.
La enseñanza reformada es que todas las obras de Dios y de las tres Personas
de la Trinidad están en perfecta armonía. Dios nunca contradice su plan por las
obras mediante las cuales lleva a cabo su plan. De este modo, Dios el Padre
eligió a algunos a la vida eterna, y así decretó todos los pasos necesarios para la
realización de ese fin. Cristo fue dado como expiación de los pecados de los
escogidos, y el Espíritu Santo fue dado para aplicarle a los escogidos la
redención llevada a cabo por Cristo. El Padre planeó salvar a algunos, Cristo
murió para salvarlos y el Espíritu Santo se asegura de que realmente lleguen a
poseer la salvación. Pero algunos se han apartado de la verdad en este tema. Su
punto de vista se puede resumir de la siguiente forma: “En infinita piedad y
benevolencia, Dios determinó entregar a su Hijo a la muerte para la redención
(de la maldición de la ley) de toda la humanidad, arruinada por la caída; pero,
habiendo previsto que todo hombre, dejado sin intervención, necesariamente
rechazaría a Cristo y se perdería, Dios, para llevar a cabo y aplicar su plan de la
redención de la humanidad, y conmovido por su particular amor para algunas
personas, los escogió de entre las masas de la humanidad para ser receptores de
la gracia especial efectiva del Espíritu Santo y así a la salvación”. Tal enseñanza
puede parecer piadosa y muy atractiva al hombre pecaminoso. Siempre
reconforta creer que de alguna forma, la gracia salvadora de Dios es para todos
sin distinción. Pero, por muy reconfortante que pueda parecer, no puede ser
sostenido junto con un punto de vista consistente acerca de Dios (a no ser que
uno rechace la maldición por completo). Uno puede creer en forma consistente
que Dios otorga la gracia salvadora solo a algunos hombres y que solo ellos
serán salvos. Pero uno no puede ser consistente creyendo que Dios tiene gracia
salvadora universal que no salva universalmente. Y el intento invariablemente
resulta en una doctrina deficiente acerca de Dios. Sin embargo, tan grande es el
deseo del hombre pecaminoso de convertir la gracia de Dios en una gracia
salvadora universal, que ha habido un repetido error en la pureza de la
concepción con respecto a esta verdad.
Un ejemplo notable lo provee la revisión del credo que tuvo lugar en la
Iglesia Presbiteriana Unida de Norteamérica. Desde 1858 hasta 1925, la Iglesia
Presbiteriana Unida mantuvo esta doctrina (consistente con la Palabra de Dios):
Declaramos que Nuestro Señor Jesucristo, por designación del Padre y por su
propio acto voluntario lleno de gracia, se colocó en el lugar de un número
definido de los que fueron escogidos por Él antes de la fundación del mundo,
para ser su verdadera y apropiada garantía, y por lo tanto, en su lugar, satisfizo la
justicia de Dios, y respondió a todas las demandas que la ley tenía en su contra y
por consiguiente obtuvo para ellos infaliblemente su redención eterna.
Pero, en 1925, la Iglesia Presbiteriana Unida cambió su testimonio a lo
siguiente (lo cual no concuerda con la Palabra de Dios):
Creemos que nuestro Señor Jesucristo, por designación del Padre, y por su
propio acto voluntario lleno de gracia, se dio a sí mismo como garantía por
todos; es decir, que sustituyendo al hombre pecador, su muerte fue un sacrificio
propiciatorio de valor infinito, satisfaciendo a la justicia y a la santidad divina y
dando acceso libre a Dios para el perdón y la restauración; y que su expiación,
aunque diseñada para el pecado del mundo, se vuelve eficaz solo a los que,
guiados por el Espíritu Santo, creen en Cristo como su Salvador.
Las diferencias son evidentes:
(a) La primera declaración dice que Cristo fue el sustituto para algunos
hombres; la segunda, que Él fue el sustituto para todos los hombres.
(b) Una declaración dice que Él sufrió la pena de algunos hombres, y la otra,
que sufrió la pena de todos.
(c) Una declaración dice que por medio de su trabajo completado obtuvo
redención eterna para los que Él representaba, la otra que obtuvo
únicamente el acceso a Dios para la obtención de la redención, y esto
para todos. Ahora, si preguntáramos: “¿Por qué es que, al final, solo
algunos hombres y no todos realmente se salvan?” La respuesta sería
clara y consistente en el primer caso y completamente contradictoria en
el segundo. La doctrina de 1858 nos enseñaría que algunos hombres son
salvos porque Dios (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) actuó para
salvarlos. Pero si notamos la doctrina de 1925, ¡notamos que se añade
una declaración específica demostrando que solo algunos son realmente
salvos porque la obra del Espíritu Santo no está en armonía con la de
Dios el Hijo! Porque “aunque” el sacrificio de Cristo se “hizo para el
pecado del mundo” como “rescate para todos”, aun así solo se vuelve
eficaz “para los que son llevados por el Espíritu Santo a creer en Cristo”.
Esto es triste sobremanera, porque sacrificaría a Dios para poder dar
gracia salvadora (lo cual, sin embargo, no salva) a todos. Decimos
“sacrificar a Dios”, porque un Dios en el cual existen Personas en claro
desacuerdo sin duda no es el Dios vivo y verdadero de las Escrituras. No
es una exageración en absoluto decir que un Dios como este ni siquiera
existe. ¡Cuán asombrosa es la perversidad y la oscuridad del hombre que
sacrificaría a Dios por una gracia salvadora que (por su propia palabra) ni
siquiera funciona!
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Lea Hechos 27:14-44. ¿Qué fin divino fue prometido por Dios (v.
24)? ¿Qué medios necesitó el apóstol inspirado para lograr este fin
(v. 31)? ¿Se logró este fin? ¿Se utilizaron los medios en la forma
debida? ¿Cuál entonces fue ordenado (decretado o predeterminado)
por Dios: el fin o los medios?
2. ¿Cuál es el problema con el famoso refrán: “Si soy escogido,
entonces seré salvo haga lo que haga”?
3. ¿Qué cosa nunca contradice el plan de Dios?
4. ¿Por qué no podemos decir que la muerte de Cristo tenía como
propósito lograr la salvación de todos?
5. ¿Qué palabras son erróneas en la doctrina de la Iglesia
Presbiteriana Unida de 1925?
6. Diga precisamente lo que se supone que asegura la muerte de
Cristo bajo cada una de estas perspectivas.
7. ¿Por qué es que la doctrina de 1925, en efecto, elimina a Dios?
Ver las respuestas a estas preguntas
7. Al resto de la humanidad, agradó a Dios pasarla por alto y destinarla
para deshonra e ira por su pecado, según el inescrutable consejo de su
propia voluntad, por la cual extiende o retiene misericordia como a Él le
place para la gloria de su poder soberano sobre las criaturas, para la
alabanza de su gloriosa justicia.
8. La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con
especial prudencia y cuidado para que los seres humanos, al prestar
atención a la voluntad de Dios revelada en su Palabra, y al rendir
obediencia a ella, por la certeza de su vocación eficaz, estén seguros de su
elección eterna. Así que esta doctrina debe ser motivo de alabanza,
reverencia y admiración a Dios, y de humildad, diligencia y abundante
consuelo a todos los que sinceramente obedecen el Evangelio.
III, 7-8. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha determinado soberanamente no dar su gracia salvadora a
algunos hombres,
(2) que esta “retención” o “pasar por alto” es completamente un efecto de su
consejo inescrutable,
(3) que es para su propia gloria,
(4) que mientras su decreto es soberano con respecto a algunas personas, es
justo por motivo de sus pecados,
(5) que esta doctrina debe ser enseñada, y muy cuidadosamente, para que
pueda ser de bien para los creyentes y para la gloria de Dios, y
(6) que esta doctrina (a pesar del antagonismo que hace surgir en los nocreyentes) está llena de la bendición de Dios para los que la reciben
correctamente.
Debemos observar que el decreto de Dios, con respecto a los “reprobados”
(no-elegidos o incrédulos), consiste en dos aspectos distintos. Primeramente,
Dios ha determinado no escogerlos a ellos. Cuando preguntamos: “¿Por qué es
que Dios ha determinado no dar su gracia salvadora (pasar por alto) a este
individuo en particular (como en el caso de Esaú) en vez de a su hermano
(Jacob)?” Solo podemos responder: “Porque era su buen placer hacerlo así”.
“Dios tiene misericordia de quien Él quiere tenerla, y endurece a quien Él quiere
endurecer” (Ro 9:18). La razón por la cual Dios decide endurecer a un individuo
en particular no es la existencia de pecado en ese individuo. Si esa fuera la
razón, todo hombre sería reprobado. Nunca está demás insistir en que los
elegidos y los reprobados son considerados en sí mismos sin diferencia a este
respecto. Ambos son pecadores. Lo que conmueve a Dios a escoger a uno y no
el otro está, entonces, completamente dentro de Él. No podemos ir más allá de
esto— Dios elige o no según le plazca y porque a Él le place. Las razones que
pueda tener Dios para esta discriminación están completamente dentro de Él y
escondidas de nuestros ojos. Pero de alguna cosa podemos estar seguros: no hay
absolutamente nada en el hombre que le provea a Dios una razón para elegir a un
hombre y no al otro. En segundo lugar, Dios ha determinado tratar a los que no
elige con estricta justicia. Así vemos que, aunque el pecado no es la razón por la
cual no es escogido, es en su totalidad (y únicamente) la razón por la cual
reciben la condenación. Como ha dicho Pablo: “Que nadie los engañe con
argumentaciones vanas, porque por esto viene el castigo de Dios sobre los que
viven en la desobediencia” (Ef 5:6). Los pecados mencionados no son la razón
por la cual algunos son dejados en su pecado, pero el pecado en el cual son
dejados atrae la ira de Dios sobre ellos.
Nuevamente, debemos observar la perversidad de la naturaleza humana. Esta
se ve en el hecho de que esta doctrina, con mucha frecuencia, es abusada o
rechazada. Es abusada por los que dicen que:
(a) si Dios ha negado su gracia salvadora a algunos hombres, dejándolos a un
lado (lo cual es verdad), entonces
(b) el castigo tan horrible que ellos reciben, no es culpa de ellos sino de Dios
(lo cual no es verdad). Esto es diabólico por la simple razón de que, al
negarle Dios su gracia, no hace que el pecador sea culpable y merecedor
de castigo; solo lo deja en esa condición. “Permanecerá bajo el castigo de
Dios” (Jn 3:36). La razón por el castigo terrible no es que Dios lo ha
dejado de lado, sino su propia maldad y su pecado. Esta doctrina es
rehusada por los que dicen que un Dios que haga esto es arbitrario e
injusto. Sin duda esta doctrina es “una piedra de tropiezo y una roca que
hace caer. Tropiezan al desobedecer la Palabra, para lo cual estaban
destinados” (1P 2:7,8). Pero esto solo refuerza el punto. Dios es
arbitrario. Dios no es injusto. Ningún hombre merece nada más que la ira
y la maldición de Dios. Cuando Dios decide en forma arbitraria que
algunos reciban lo que no merecen, se le puede denominar “arbitrario”,
pero no sin equidad o injusto. “¿Quién eres tú para pedirle cuentas a
Dios?” (Ro 9:20ss.).
No cabe duda que esta doctrina hace surgir el antagonismo del hombre. No
podría evitarlo ya que esta doctrina niega resueltamente la suprema pretensión
del hombre—ser “como dios”, es decir, el árbitro supremo de su propio destino.
Por esta razón algunos han sugerido que sería mejor no mencionar esta doctrina
de la predestinación en absoluto. Esto no es más que abastecer pecaminosamente
los deseos de hombres pecaminosos e insultar a Dios. Creemos que esta doctrina,
de todos modos, debe ser enseñada. Debe ser enseñada porque es la Palabra de
Dios. Y debe ser enseñada con prudencia y cuidado especial—es decir, con un
trato especial y una exposición completa para explicar su significado de modo
completo y buscar cada rastro de vana objeción hecha por el hombre y
obliterarla. Y aun si esto no tuviera el resultado deseado con respecto a los que
(siendo reprobados) odian esta doctrina, aun será para la gloria de Dios que haya
sido expuesta y será también para el bien y el consuelo del verdadero creyente a
quien, por medio de esta doctrina, le han sido abiertos sus ojos para ver que su
salvación es completamente de Dios y que le debe a Él toda alabanza y honor
por haberlo tratado de forma tan misericordiosa simplemente por su propio
placer.
Por supuesto, estamos muy conscientes de que se considera que la doctrina de
la predestinación es mejor que ni se mencione por otra razón—es decir, porque
se dice que produce la indolencia y la presunción en los que la encuentran
ofensiva. Sin embargo, este no es el caso con los creyentes verdaderos. Sin duda
hay quienes abusan de esta doctrina, así como también hay quienes odian esta
doctrina. De todos modos, permanece el hecho de que los apóstoles enseñaban
esta doctrina para que los creyentes se esforzaran “más todavía por asegurarse
del llamado de Dios” (2P 1:10). La verdad es que cuando la doctrina no es
enseñada con cuidado y prudencia, el peligro de la presunción falsa se
incrementa. Pero, cuando la doctrina es enseñada sin reservas, el resultado que
Dios da es la diligencia y humildad deseada. Cabe poca duda que hoy en día,
cuando se menciona tan poco esta doctrina y casi nunca se trata con prudencia y
cuidado especial, el resultado es lamentable. Definitivamente, la evidencia no
demuestra que la negligencia de esta doctrina haya producido la humildad, la
diligencia y el consuelo abundante que caracterizan a la Iglesia en sus mejores
momentos—momentos cuando esta doctrina fue tratada con tal diligencia.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Precisamente, ¿qué ha determinado hacer Dios respecto a los
reprobados?
2. ¿Por qué ha pasado por alto Dios a estas personas?
3. ¿Por qué reciben la condenación?
4. ¿Cómo ha sido abusada esta doctrina?
5. ¿Por qué ha sido rechazada esta doctrina?
6. ¿Es Dios “arbitrario” en sus acciones?
7. ¿Está mal que Dios sea “arbitrario” en sus decisiones?
8. ¿Qué texto de las Escrituras demuestra que la reprobación (el que
Dios retenga su gracia y pase por alto) no hace que el pecador sea
culpable y merecedor del castigo?
9. ¿Se debe enseñar esta doctrina? ¿Por qué? ¿De qué forma?
Ver las respuestas a estas preguntas
4
De la Creación (IV)
1. Agradó al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, para la manifestación de
la gloria de su eterno poder, sabiduría y bondad, en el principio, crear o
hacer de la nada, el mundo, y todas las cosas que hay en él, ya sean
visibles o invisibles, en el periodo de seis días, y todas muy buenas.
IV, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que el mundo no es auto-existente ni eterno,
(2) que deriva su existencia del verdadero Dios,
(3) que él hizo todas las cosas de la nada,
(4) que por lo tanto formó el universo por medio de un proceso hasta que
“consideró que era muy bueno”, y
(5) que lo hizo todo para su propia gloria.
Las Escrituras comienzan afirmando: “Dios, en el principio, creó los cielos y
la tierra” (Gn 1:1). El mundo es creado y no auto-existente, y es Dios, el
verdadero Dios, quien lo hizo existir. El dogma “científico” moderno, sin
embargo, enseña:
(a) que el universo es auto-existente o eterno,
(b) que no tiene subsistencia derivada (es decir, que no fue creado de la
nada),
(c) que la forma presente del mundo es el resultado de un proceso controlado
de selección, no por Dios sino por el “principio” de la “selección
natural”, y
(d) que no hay una razón “fundamental” en todo esto.
Sin embargo, lo que se debe resaltar es que el proceso mencionado
anteriormente—“la evolución”—es, estrictamente hablando, solo una “teoría” y
un dogma. Aunque ha llegado a ser una “creencia” y a ser “aceptado” durante ya
más de un siglo, hoy no existe ni una sola pizca de “prueba” que esta sea la
verdad. Así se supone innecesariamente que puede haber o realmente hay un
conflicto entre la ciencia genuina y la Biblia. Si la “ciencia genuina” significara
“la verdad” extraída de la revelación natural, tal contradicción sería una
imposibilidad por la simple razón de que Dios es el autor del “libro de la
naturaleza” tanto como el “libro de la vida” (la Biblia). La verdad es
simplemente todo lo que realmente es. Solo hay una verdad, porque solo hay una
realidad. De modo que, si las Escrituras son la verdad, simplemente nos dicen lo
que realmente es (lo que era o será). Cuando por medio de la investigación el
hombre también descubre lo que realmente hay en el mundo de la naturaleza,
simplemente capta otro aspecto de la misma verdad total. De manera que no
puede haber ningún conflicto entre la Biblia y la ciencia. La única razón para el
conflicto es que el hombre ha errado o (a) en su investigación de los hechos, o
(b) en sus teorías acerca de los hechos, o (c) en ambos. Es un hecho de que
Cristo resucitó de la muerte (1Co 15). Por lo tanto, cuando un biólogo, al
examinar miles de “otros hechos”, teoriza acerca de la vida presuponiendo que
nadie nunca murió y luego resucitó, se equivoca de ambas formas. “La ciencia”
ha notado que varias formas de vida se “formaron” en un proceso. Pero cuando a
partir de esto teoriza que la vida comenzó por sí misma, y se dirigió de etapa en
etapa, esto no es ni científico ni es la verdad. Los evolucionistas han hecho
muchas observaciones válidas, pero no han podido comprobar que las cosas
causaron su existencia por sí mismas simplemente porque eso no es la verdad.
Tal vez el punto principal en el cual se tiende a pensar que la ciencia
“contradice” a las Escrituras es cuando la Biblia dice que el proceso de
formación de la materia original de la creación, en su estado final, tomó lugar en
seis días. Hechos innegables, tales como los fósiles, dicen “comprobar” que esto
no es “posible”. Pero en tal afirmación hay presuposiciones escondidas:
1. En primer lugar, está la presuposición de que la producción de fósiles es
muy lenta y toma mucho tiempo. Pero hay mucho que se puede decir a
favor del punto de vista contrario. Hay fósiles de hojas de helecho
bellamente preservadas aun con las partes más delicadas perfectamente
preservadas. Nos cuesta creer que algo tan frágil pudiera ser preservado,
salvo por algún proceso sumamente rápido, por lo que es tan altamente
“perecedero”. Tal vez, después de todo, la creencia de que los fósiles fueron
causados por un cataclismo como la inundación sea menos increíble que la
creencia de que fueron producidos lentamente a través de inmensos
periodos de tiempo primordial.
2. En segundo lugar, está la presuposición de que los tiempos increíblemente
largos que produjeron los fósiles no pudieron haber sucedido después de los
eventos relatados en los seis días de la creación bíblica. Es decir, que los
eventos descritos en el relato de la creación bíblica son precisamente esos
eventos que requieren grandes eones de tiempo. Podemos responder a esto
diciendo que la Biblia es tan indefinida acerca del paso del tiempo que
siguió a la creación como parece ser definitiva acerca del tiempo que tomó
la creación. No deberíamos suponer con tanta facilidad, entonces, que los
fósiles no han sido todos depositados desde los seis días de la creación.
3. En tercer lugar, está la presuposición de que los seis días de la creación (tal
como se relatan en la Biblia) nos presenta una creación que ocurrió en seis
días de veinticuatro horas. En respuesta podemos observar que mucho antes
que la “ciencia moderna” retara a los que creen la Biblia, muchos creyentes
de la Biblia sostuvieron, basándose en la Biblia, que la creación no sucedió
en seis periodos de veinticuatro horas. Era reconocido por ellos que el
término hebreo (yom) no se restringe a este sentido (vea Juan 8:56, Isaías
49:8, Oseas 2:15, Salmos 110:3 y Juan 15:23). Por ejemplo, San Agustín
reconoció que uno de los “días” de la creación afectaba las condiciones
necesarias para el tiempo solar. Otros creyentes en la Biblia han sugerido
que los seis días de la creación fueron seis días en los cuales Dios le reveló
a Moisés el relato de la creación. Solo Dios lo vio suceder. Moisés lo podía
“ver” solo por medio de visiones. Y estas visiones pueden haber tomado
seis días en desarrollarse.
4. Finalmente, está la presuposición de que el proceso que se relata en la
historia de la creación (y tal como se teoriza de aquello en la ciencia
moderna) no pudo haber ocurrido en seis días de veinticuatro horas. Otra
forma de decirlo sería que se supone que Dios no pudo haber (o no habrá)
producido rápidamente al mundo que tan evidentemente lleva la apariencia
de tanta edad. Pero si simplemente suponemos que Dios creó al hombre,
nos vemos confrontados inmediatamente con la necesidad de tal “apariencia
de gran edad”. Si Dios creó a Adán como una persona adulta, hubiera
tenido la apareciencia que un adulto tiene ahora, aunque realmente no
hubiera tenido un periodo largo anterior de desarrollo. La posición cristiana
es que Dios sí creó a Adán de esta forma. Y así, en esta instancia, está
obligado a suponer la misma dificultad supuesta del dogma científico. ¿Por
qué entonces intentar evadir esta dificultad con respecto al resto de la
creación? De nuestro lado, no vemos ninguna buena razón por la cual
debemos dudar que Dios creó al mundo en seis días de veinticuatro horas
con la apariencia de edad (es decir, con madurez) de las cosas creadas y que
los fósiles fueron causados por una gran catástrofe, probablemente el
diluvio, lo cual ocurrió, en su totalidad, después de la creación. (Vea The
Genesis Flood por Whitcomb y Morris).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Quién creó al mundo?
2. ¿Cuáles son los puntos básicos del dogma de la “ciencia moderna”?
3. ¿Existe alguna prueba de la teoría de la evolución? ¿Por qué?
4. ¿Qué es la verdad?
5. ¿Dónde se encuentra la verdad?
6. ¿Cuáles son unas falsas presuposiciones comunes de los que
aceptan el dogma de la ciencia moderna?
7. Dé su respuesta en forma concisa a cada una de estas falsas
presuposiciones.
8. ¿Cuál es su punto de vista de los “días” de Génesis 1?
9. ¿Siempre se utiliza el término hebreo “día” para describir un periodo
de veinticuatro horas?
10. ¿Existe alguna buena razón para no creer que Dios creó al mundo
en seis días de veinticuatro horas? Si lo hubiera, dé su razón.
Ver las respuestas a estas preguntas
2. Después que Dios hubo hecho todas las demás criaturas, creó al
hombre, varón y hembra, con alma racional e inmortal, dotado de
conocimiento, justicia y verdadera santidad, según su propia imagen;
teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones y el poder para
cumplirla; y, sin embargo, con la posibilidad de transgresión, siendo
dejados a la libertad de su propia voluntad, la cual estaba sujeta a
cambio. Además de esta ley escrita en sus corazones, ellos recibieron el
mandamiento de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y
mientras ellos guardaron este mandamiento eran felices en su comunión
con Dios, y tenían dominio sobre las criaturas.
IV, 2. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que el hombre fue la culminación de la obra creadora de Dios,
(2) que la entera raza humana descendió de una sola pareja humana,
(3) que el hombre fue hecho a imagen de Dios,
(4) que Dios lo proveyó a Adán con suficiente conocimiento de su voluntad
(la ley escrita en su corazón, más una directiva especial para probar su
obediencia), y
(5) que Adán era capaz de obedecer debidamente pero también de caer.
La Biblia y los evolucionistas concuerdan superficialmente en ver al hombre
como la mayor criatura sobre la tierra. Ambos reconocen que hay un avance de
formas más bajas a formas más altas. Pero, mientras los evolucionistas atribuyen
esto a fuerzas mecánicas ciegas, la Biblia lo atribuye inmediatamente a Dios. El
cristiano no tiene que dudar de que Dios haya empleado muchos de los diseños
estructurales básicos que utilizó de las formas de vida más bajas en la creación
del hombre. Pero hay un punto en el cual no puede ceder: el hombre no “surgió
lentamente” del fango, sino que fue creado por un acto divino inmediato en el
cual se fusionaron materia y espíritu para darles existencia como un alma
viviente. Puede que hayan existido criaturas aparte del mono con características
físicas similares a las del hombre. Sin embargo, nunca hubo una especie de
“hombre” antes que Dios hubiera soplado de sí mismo el aliento de vida en ese
polvo que Él había creado para recibirlo. Y aparte de la caída, no ha habido
ningún cambio en esa especie. No podemos aceptar que la especie humana
derive de ninguna especie anterior más baja. Por supuesto, la Escritura no nos
informa “cómo” fue que Dios formó el cuerpo del hombre, ni nos indica cuanto
“tiempo” puede haber tomado. Lo que sí nos cuenta es que en el momento en
que Dios sopló en esa forma (de polvo) el aliento de vida, un hombre llegó a ser.
Antes de eso, el hombre no existía. Desde entonces, el hombre ha permanecido
esencialmente igual, salvo en cuanto al pecado. “Y Dios creó al ser humano a su
imagen” (Gn 1:27). “Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y
sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn
2:7). Y lo que debemos recordar, en pleno contraste al dogma evolucionista, es
que hubo desde el mismo comienzo de la existencia del hombre una inteligencia
altamente desarrollada. La vida humana estaba muy lejos de la del supuesto
“hombre de las cavernas” en el principio. Su vida no existía meramente a un
nivel animal. Muy al contrario, el hombre originalmente tenía un conocimiento
mucho más perfecto y un carácter moral más alto de lo que ha tenido desde la
caída. “Dios hizo perfecto al género humano” (Ec 7:29). Comenzó con “la ley
escrita en [su] corazón” (Ro 2:15). Esto no niega algún avance en el
conocimiento humano, ni tampoco niega que Einstein haya sabido mucho más
que Adán. Sin embargo, sí afirma que el conocimiento de Adán hasta el punto
donde se extendía, era perfecto (lo cual ni Einstein podía afirmar), y que era
mucho más penetrante de lo que se supone comúnmente. Un hombre que mirara
por una ventana sucia durante muchos años podría aprender mucho más que otro
hombre que mirara por una ventana abierta durante un día. Pero no hay duda en
cuanto a quién puede ver mejor. Puede que el conocimiento de Adán sea más
“primitivo” en cuanto a que era menos técnico y compuesto. Sin embargo, no era
nada primitivo en el sentido en el que el dogma evolucionista dice que era.
Nuevamente, la ciencia moderna y la Biblia concuerdan superficialmente en
que la entera raza humana ha descendido de una sola pareja original. ¡Sería
demasiado para el científico creer que tal accidente tan increíble pueda haber
sucedido más de una vez en el mismo planeta aproximadamente al mismo
tiempo! De modo que, se ha vuelto un “pecado” contra la ciencia enseñar que
una raza sea “superior” a otra. Sin embargo, el cristiano cree que Dios “de una
sangre hizo todas las naciones del mundo para que moren sobre la faz de la
tierra” (Hch 17:26). Y resiste toda soberbia racista, no basado en el dogma
evolucionista de la grandeza del hombre, sino en las doctrinas bíblicas de la
creación y de la caída. No hay hombre que no deba ser altamente valorado
porque todo hombre retiene la marca de la imagen de Dios. Pero ningún hombre
debe ser exaltado demasiado porque todo hombre también retiene la terrible
mancha del pecado.
Pero ¿qué quiere decir “a imagen de Dios”? Algunos han argumentado que la
imagen de Dios se encuentra exclusivamente en el alma del hombre y no en su
cuerpo, así como Dios es espíritu puro. De estos algunos han dicho que el alma
en sí lleva la imagen de Dios, mientras que otros han dicho que contiene esa
imagen. Sin embargo, es una mera suposición decir que el cuerpo no puede ser
(en parte) la imagen de Dios.
Tal vez esta noción aún permanece como producto de alguna noción antigua
pagana que dice que el espíritu es bueno y el cuerpo (lo material) malo. De
cualquier forma, pareciera ser más fiel a las Escrituras simplemente afirmar que
el hombre (en la totalidad de su ser físico-espiritual) es (en vez de simplemente
contener) la imagen de Dios. Aun el alma (o la mente) pareciera ser la unión del
cuerpo y el espíritu, y no solo un espíritu contenido dentro del cuerpo. De todos
modos, la capacidad del hombre para ejercer su señorío sobre la tierra como el
portador de la imagen era tanto física como espiritual. Y creemos que el hombre
era originalmente la imagen del Dios Trino en cuanto era profeta, sacerdote y
rey. Así como hay tres personas en Dios en una esencia, así también en la
persona de Adán hay la capacidad dotada de conocimiento, santidad y rectitud.
Como profeta, el hombre fue dotado con los sentidos físicos y la habilidad
mental de aprender la verdad. Como sacerdote, poseía la sensibilidad y el deseo
de alabar a Dios en verdadera santidad. Y como rey, poseía el poder físico y
mental, y la habilidad de sujetar, en rectitud, todas las cosas según el propósito y
la voluntad de Dios. En la Deidad, es característicamente el Padre a quien se le
atribuye el conocimiento y el propósito, el Hijo quien dedica toda la alabanza y
el deleite del Padre y el Espíritu Santo quien lleva a cabo las determinaciones del
Ser divino. En la complejidad de la personalidad humana hay (y aun más, en el
hombre sin pecado había) un reflejo de esto.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿En qué están de acuerdo superficialmente los evolucionistas y los
cristianos?
2. ¿Por qué decimos que este acuerdo es superficial?
3. ¿Es “anti-cristiano” creer que Dios empleó muchas estructuras
básicas en las formas más bajas de vida y las usó más adelante al
crear al hombre?
4. ¿En qué punto exactamente nunca debería ceder el cristiano en
cuanto a la creación del hombre?
5. ¿Es posible que el hombre se haya desarrollado de formas más
bajas, “semihumanas”? ¿Por qué?
6. ¿Qué dice el dogma evolucionista acerca de la existencia humana
“primitiva”?
7. ¿Qué dice la Biblia acerca de la existencia humana “primitiva”?
8. ¿En qué sentido era primitivo el conocimiento de Adán?
9. ¿Por qué creen los científicos en la unidad de la raza humana?
10. ¿Por qué creen los cristianos en la unidad de la raza humana?
11. ¿Qué sería correcto decir: el alma es la imagen de Dios, el alma
contiene la imagen de Dios, el hombre tiene la imagen de Dios, o el
hombre es la imagen de Dios?
12. ¿Cuál podría ser la razón por la que tradicionalmente se ha
excluido el cuerpo de la imagen?
13. ¿Si Dios es Trino, y el hombre es la imagen de Dios, entonces qué
debemos ver en la unidad de la personalidad humana?
14. ¿Encontramos evidencia en la Escrituras que testifica de esta
diversidad?
Ver las respuestas a estas preguntas
5
De la Providencia (V)
1. Dios, el gran Creador de todas las cosas, sostiene, dirige, dispone y
gobierna todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta
la más pequeña, por medio de su más sabia y santa providencia, según su
infalible presciencia y el libre e inmutable consejo de su propia voluntad,
para la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia.
V, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Dios, quien creó todo lo que existe, también lo sostiene en su
existencia,
(2) que Él ejerce control absoluto sobre ello,
(3) que su control existe sobre toda criatura y sus acciones y también sobre
los eventos en este mundo natural,
(4) que su control absoluto afecta la ejecución del plan fijo de Dios, y
(5) que todo esto tiene como su fin la manifestación de la gloria de Dios.
Se excluyen dos errores con la formulación de esta sección de la Confesión.
El primer error enseña que las cosas suceden al azar. El segundo error enseña
que las cosas suceden por una necesidad ciega mecánica, es decir, por el destino.
La creencia de que los eventos simplemente “suceden” sin ninguna relación
segura y necesaria con Dios o con otras cosas bajo su control es esencialmente
pagana. Aun así, claramente, sin darse cuenta de lo mismo, hay muchos
protestantes que creen que las cosas más transcendentales suceden al azar. El
Arminianismo enseña que la voluntad del hombre actúa sin ninguna seguridad
predeterminada. No hay ninguna razón necesaria por la cual un individuo
particular rechace o acepte el evangelio. La voluntad del hombre de acuerdo con
este punto de vista está, por decir, balanceada sobre un filo entre dos
“posibilidades” iguales. Dios no hace ninguna determinación sino que deja a
criterio del individuo decidir por sí mismo si será salvo o no. De manera que, sin
ninguna razón predeterminada y necesaria, en algunos casos simplemente
“sucede” que Cristo es aceptado mientras que en otros casos simplemente
“sucede” que es rechazado. La Confesión Reformada enseña, muy por el
contrario, que nada simplemente sucede, ni siquiera en el caso de la ejecución de
la voluntad del hombre. “En las manos del Señor el corazón del rey es como un
río: sigue el curso que el Señor le ha trazado (Pr 21:1). Si esto es cierto, entonces
no puede suceder nada al azar. “El corazón humano genera muchos proyectos,
pero al final prevalecen los designios del Señor” (Pr 19:21). Por supuesto, no
podemos explicar cómo es que Dios ejerce este control absoluto sobre agentes
verdaderamente libres. Solo sabemos que así es. Sin embargo, aun aparte de este
misterio, podemos observar que incluso la voluntad de Dios no está libre para
operar de forma casual ni al azar. La voluntad de Dios está determinada por el
carácter de Dios. Dios no puede mentir (Heb 6:18). Similarmente, la voluntad
del hombre está determinada por su carácter. Mientras el carácter del hombre sea
pecaminoso y corrupto (ya que es recibido de Adán por generación normal), no
hay cómo pueda hacer lo que le complace a Dios. “¿Puede el etíope cambiar de
piel o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el
bien, acostumbrados como están a hacer el mal!” (Jer 13:23). Pero cuando Dios
regenera al hombre y este recibe un carácter nuevo y diferente no hay cómo no
comience a hacer el bien. “Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer
como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:13).
El error que enseña que las cosas suceden por un destino mecánico tiene algo
en común con la doctrina verdadera, es decir, que las cosas sí son
predeterminadas de forma absoluta. Pero la similitud es meramente formal.
Existe una diferencia enorme entre la inevitabilidad del destino mecánico y la
inevitabilidad del decreto divino. El destino mecánico es algo sin sentido, sin
piedad y sin esperanza. Pero la seguridad de una providencia divinamente
ordenada tiene sentido, piedad y esperanza. Pero ¿cómo puede Dios controlar
todo? Los caminos de Dios nos son un misterio, y sin duda fuera de nuestro
alcance. Sin embargo, nos es de gran ayuda recordar tales enseñanzas bíblicas
como: (1) Dios creó todo lo que existe. ¿Por qué nos maravillamos entonces de
que Él ejerza control absoluto sobre lo que Él ha creado? (2) La presciencia de
Dios es perfecta (Hch 15:18; 1P 1:12, etc.). ¡No es difícil ver cómo contribuye
este poder inmensurablemente en el control eficaz de todas las cosas! (3) Dios es
omnipotente. Él es capaz de hacer lo que Él quiera en cualquier lugar y en
cualquier momento. Tiene la libertad de “inyectar” al mundo poder sobrenatural
que “cambia” las condiciones existentes drásticamente. (¡He aquí sus milagros!).
(4) Dios es libre. Nada lo detiene de hacer toda su santa voluntad. Estas
consideraciones no nos dan conocimiento de cómo controla Dios todas las cosas,
pero si dan evidencia de que es capaz de hacerlo. Sobre todo, las Escrituras
infalibles afirman que Dios ejerce tal control absoluto sobre todas las cosas:
“Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la
tierra. No hay quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos”
(Dn 4:35). “El Señor hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos sus abismos” (Sal 135:6). Por mucho que no podamos ni
comprenderlo, aun así Dios hace todo conforme al designio de su propia
voluntad (Ef 1:11).
En resumen: Porque Dios controla el universo, nada sucede al azar, y porque
Dios es quien controla el universo, tampoco sucede nada según el destino.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. En esta sección de la Confesión se atacan dos errores: El primero
enseña que las cosas suceden al ___________________. El
segundo
enseña
que
las
cosas
suceden
según
el
________________
2. ¿Con cuál de estos dos errores están de acuerdo (tal vez
inconscientemente) los Arminianos?
3. Cite un texto de las Escrituras que demuestra que la voluntad del
hombre no es imprevisible.
4. ¿Cuál enseñanza de las Escrituras acerca de Dios nos ayuda a
entender por qué hay algunas cosas que el hombre no puede
hacer?
5. ¿Por qué no existe la posibilidad de que un hombre no converso
haga la voluntad de Dios o de que un hombre converso no comience
a hacer la voluntad de Dios?
6. ¿Cuál es la diferencia entre el destino y la soberanía divina?
7. ¿Cuáles enseñanzas de las Escrituras nos ayudan en creer que
Dios controla todo?
8. Cite un texto de las Escrituras que demuestra que Dios tiene el
control absoluto sobre todo.
Ver las respuestas a estas preguntas
2. Aunque todas las cosas acontecen inmutable e infaliblemente con
relación a la presciencia de Dios, quien es la causa primera; sin embargo,
por la misma providencia, Él las ha ordenado para que sucedan de
acuerdo con la naturaleza de las causas segundas ya sea necesaria, libre
o contingentemente.
3. En su ordinaria providencia, Dios hace uso de medios; sin embargo es
libre de obrar sin ellos, sobre ellos y contra ellos, según le plazca.
4. El poder todopoderoso, la inescrutable sabiduría y la infinita bondad
de Dios, se manifiestan de tal manera en su providencia, que se extiende
hasta la primera caída y a todos los otros pecados de ángeles y de los
seres humanos; y aquello no por un mero permiso sino que los ha unido
con un lazo sapientísimo y poderosísimo, ordenándolos y gobernándolos
de otras maneras en una dispensación multiforme para sus propios fines
santos; sin embargo, puesto que lo pecaminoso solo procede de la
criatura y no de Dios, quien es santísimo y justísimo, no es ni puede ser el
autor o aprobador del pecado.
5. El más sabio, justo y clemente Dios, muchas veces, por un tiempo, deja
a sus hijos en diversas tentaciones y en la corrupción de sus propios
corazones, para castigarlos por sus pecados anteriores o para que se den
cuenta de la fuerza oculta de la corrupción y de lo engañoso de sus
corazones a fin de que se humillen; y para elevarlos a una más íntima y
constante dependencia de la ayuda de Dios, y para hacerlos más
cuidadosos ante todas las ocasiones futuras de pecado, y para otros fines
santos y justos.
6. En cuanto a los seres humanos malvados e impíos, a quienes Dios,
como juez justo, los ha cegado y endurecido por sus pecados anteriores,
no solo les niega su gracia, por la cual podrían haber sido iluminados en
sus entendimientos y obrado en sus corazones, sino que también algunas
veces les retira los dones que ya tenían, y los expone a cosas tales que su
corrupción las hace ocasión de pecado; y a la vez los entrega a sus
propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de
Satanás; por lo cual sucede que se endurecen, inclusive bajo aquellos
medios que Dios usa para ablandar a otros.
V, 2-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la soberanía absoluta de Dios no destruye la integridad de la libertad
del hombre,
(2) ni tampoco niega la operación de causas secundarias,
(3) que, sin embargo, Dios tiene la libertad de pasar por encima de estas
“leyes” (y causas) cuando así lo desea,
(4) que Dios ordenó hasta la caída del hombre sin haber hecho por sí mismo
ningún mal, y
(5) que la soberanía de Dios se extiende a la operación interna del corazón
del hombre (tanto el hombre salvo como el no salvo) sin participar en el
pecado.
Cada vez que se enseña la doctrina de la soberanía divina, siempre surgen
ciertas objeciones muy espontáneamente del corazón humano pecaminoso.
Haremos una lista de varias, deseando demostrar la respuesta de las Escrituras a
cada una.
1. “Si Dios controla todo, entonces yo no soy responsable por lo que haga”.
Esta objeción realmente está basada en la suposición de que cuando Dios
controla las acciones humanas nos hace cumplir su voluntad a la fuerza
aunque no queramos. Si Dios me forzara a pecar contra mi voluntad,
entonces Él sería responsable por mi pecado y no yo. Pero las Escrituras se
esfuerzan mucho en enseñarnos que nosotros somos responsables
precisamente porque hacemos nuestra propia voluntad cuando pecamos.
Porque Dios es infinito, eterno e inmutable, Él es capaz de permitirnos
hacer lo que nos da la gana (dentro de las limitaciones de nuestras
oportunidades y habilidades) y aun así hacer inevitable que hagamos lo que
Él ha predestinado que hagamos. Esta es la lección de la relación entre José
y sus hermanos (Gn 37 – 50). José les dice a sus hermanos: “Es verdad que
ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para
lograr lo que hoy estamos viendo: Salvar la vida de mucha gente” (Gn
50:20). Hicieron el mal. Lo hicieron libremente. Sin embargo, también
hicieron la voluntad (el decreto) de Dios.
2. “Si Dios controla todo, entonces las cosas saldrán igual sin importar lo que
haga yo”. Esta objeción es falsa porque contiene una verdadera
contradicción. Por un lado, hay la suposición de que Dios controla todo.
Pero también, por el otro lado, hay la suposición extraña y contradictoria de
que ciertas acciones personales pueden suceder al azar o por casualidad.
Esta objeción, en efecto, dice que si todas las cosas han sido fijadas por
decreto divino, entonces no hace ninguna diferencia si suceden eventos a, b
y c: aun así llegaremos al evento d. Sin embargo, el hecho obvio es que a, b
y c son eventos tanto como lo es d, y la primera suposición es que Dios las
controla todas. Por consiguiente, si Dios controla todo, es obvio que
resultará solo si cada evento que lleva a ese fin se cumple según el plan. La
predestinación divina no hace que nuestros actos se vuelvan insignificantes
sino que los hace supremamente importantes. Así Pedro dice: “Esfuércense
más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió. Si
hacen estas cosas, no caerán jamás” (2P 1:10). Si Dios nos ha escogido,
entonces ¿cómo podemos decir que seremos salvos hagamos lo que
hagamos? Debemos saber que seremos salvos solo al hacer lo que Dios dice
que los escogidos harán, es decir, “esforzarnos”, etc.
3. “Dios controla todo, entonces Él debe ser el autor del pecado”. ¿Fue la
voluntad (o el plan) de Dios que Adán cayera? ¿Los hombres malvados solo
hacen lo que Dios ha determinado de antemano que hagan? (Hch 4:28). Las
Escrituras evitan aun la apariencia de evadir tal afirmación. “Yo formo la
luz y creo las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad; Yo el Señor, hago
todas estas cosas” (Is 45:7). Sin duda, no hay ni la más pequeña inclinación
en las Escrituras de negar la soberanía absoluta de Dios, aun a este extremo,
solo por consecuencias ofensivas que parecen brotar de ese punto. Sin
embargo, las Escrituras son igualmente insistentes en que Dios no es el
autor del pecado. “Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta
Él a nadie” (Stg 1:13). La aparente contradicción ha sido expresada de este
modo:
(a) Dios es el autor de todo lo que existe.
(b) El pecado existe.
(c) Sin embargo, Dios no es el autor del pecado. Pero la contradicción
solo parece existir porque Dios no es el autor de todo lo que existe,
aunque Él lo decretó todo. Satanás y sus seguidores (ángeles y
hombres) son los “autores” del pecado, aunque Dios los ha creado y
decretado, aun su pecado, sin ser Él mismo el autor del pecado.
(d) “Si Dios controla todo, entonces ¿cómo podemos explicar los
pecados de los justos, y la prosperidad de los malos?”
Puede que le parezca mejor al sabio humano que Dios controlara a los
hombres de tal forma que los escogidos (después de la regeneración) fueran
perfectos en santidad de inmediato. Igualmente puede parecer sabio permitir al
malo proceder a la maldad descontrolada. Pero tal no es el caso. “Sus caminos
no son los nuestros”. ¿Cómo podemos, entonces, entender los pecados de los
santos y la “bondad” de los reprobados? Las Escrituras dicen: “Ninguno que
haya nacido de Dios practica el pecado” (1Jn 3:9). Pero las Escrituras también
dicen: “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos
y no tenemos la verdad”. “Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar
por mentiroso y su palabra no habita en nosotros”. (1Jn 1:8,10).
Hay una contradicción entonces, pero la contradicción está dentro del hombre
regenerado y no en las Escrituras. El hombre regenerado peca pero no puede
practicar el pecado de forma voluntaria y continua. “Porque la semilla de Dios
permanece en Él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios”.
Pablo dice: “Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me
acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios;
pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la
ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo” (Ro
8:21ss). Esto no significa que Pablo no sea el culpable. Si así fuera, no se
llamaría a él mismo un “pobre miserable” (Ro 7:24). Tampoco quiere decir que
haya “dos Pablos”, como algunos han propuesto: “el hombre viejo” y “el hombre
nuevo”. Sin embargo, mientras que es solo el “hombre nuevo” el que es el
“verdadero” Pablo, los restos del “viejo Pablo” siguen presentes y capaces de
atacar con furia al “nuevo”. El “hombre nuevo” no puede perder la batalla. Pero
tampoco puede el “hombre nuevo” prevalecer sin mucho conflicto amargo.
Sobre todo, debemos entender que no habría conflicto alguno si Dios no hubiera
creado al hombre nuevo (Ef 2:20). Esta “nueva criatura” puede parecer
terriblemente débil (Heb 5:12-14) al comienzo; sin embargo, donde realmente
existe, prevalecerá. Pero de ninguna manera puede originar el “hombre nuevo”,
o sus actividades de los poderes que le pertenecen, al hombre “naturalmente”. A
veces nos olvidamos de esto. Nos olvidamos de que todo lo que somos por
nosotros mismos es pecado. De modo que, a veces, Dios nos deja “por un tiempo
a diversas tentaciones y corrupciones de nuestro corazones”. Cuando Dios nos
riñe de esta forma, los restos de nuestra naturaleza vieja expresan su carácter
natural, y aprendemos nuevamente que de nosotros mismos no podemos hacer
nada. De este modo se nos lleva a buscar la salvación completamente en, y por
medio de, la obra de Dios.
Por otro lado, la razón por la cual los malos (o reprobados) a menudo hacen
lo que es (exteriormente) “bueno” es porque ellos también tienen restos de su
naturaleza vieja. Pero en este caso, “la naturaleza vieja” encuentra sus raíces en
la naturaleza sin pecado que le pertenecía a Adán antes de la caída. La
conciencia aún retiene algún “recuerdo” de la ley de Dios que estaba escrita ahí
en el comienzo (Ro 2:14). Pero el “hombre nuevo” es pecaminoso, corrupto y
caído. La conciencia (o el álter ego) se rebela contra lo que quiere el ego. Los
dos están en lucha constante. Pero, como todos sabemos, la conciencia no reina
sobre nosotros tanto como testifica en nuestra contra. Sin embargo, a veces Dios
hace que la conciencia se sobreponga y se restrinja aun a los reprobados. Por
medio de la operación del Espíritu Santo y también tales agencias como la ley, el
gobierno civil, las costumbres sociales, la necesidad de aprobación y el temor del
castigo, puede que el reprobado realmente haga lo “bueno”. Podemos ilustrar los
dos casos de la siguiente forma:
Por medio de los instrumentos de la gracia común, Dios puede restringir a (b)
y dar considerable influencia a (a) en los reprobados. Por medio de los
instrumentos de gracia especial, Dios puede incrementar a (d) y disminuir a (c)
en los escogidos. (Este proceso no se termina hasta el fin de la vida.). Dios nunca
nutre a (b) o (c) pero puede retener tanto la gracia especial que (c) “brota” de
forma violenta (como en David) de tal forma que su pueblo reconoce que (d) es
totalmente de Él.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Nombre una o dos objeciones comunes a la doctrina de la
soberanía absoluta de Dios.
2. Refútelos.
3. ¿Por qué los escogidos a veces pecan de forma tan penosa?
4. ¿Por qué a veces los reprobados actúan mejor de lo que
esperábamos?
5. ¿Sería correcto hablar del cristiano como un hombre viejo y nuevo?
6. ¿Es “responsable” el cristiano por el pecado que comete bajo la
influencia de “los restos de su naturaleza vieja”?
7. ¿Implican de alguna forma los diagramas anteriores que algunos
actos que hacemos son completamente sin pecado y que otros son
totalmente pecaminosos (es decir, sin alivio)?
8. Explique y armonice las afirmaciones de Pablo en Romanos 7:20 y
7:24.
Ver las respuestas a estas preguntas
6
De la Caída del Hombre, del Pecado y de su Merecido
Castigo (VI)
1. Nuestros primeros padres, siendo seducidos por la sutileza y tentación
de Satanás, pecaron al comer del fruto prohibido. Dios, según su sabio y
santo consejo, quiso permitirles este pecado, habiéndose propuesto
ordenarlo para su propia gloria.
2. Por este pecado cayeron de su rectitud original y de su comunión con
Dios, y de esta manera quedaron muertos en el pecado, y totalmente
depravados en todas las partes y facultades del alma y del cuerpo.
VI, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la raza humana procede de dos (y solo dos) personas,
(2) que el récord de Génesis 3 es histórico (y no simbólico ni mitológico en
su carácter),
(3) que el primer pecado fue pre-ordenado y
(4) que por medio de este pecado nuestros primeros padres:
(a) perdieron la comunión con Dios,
(b) cayeron bajo su ira y maldición, y
(c) se volvieron completamente depravados.
“La caída del hombre requiere tanto énfasis como su creación” (Van Til). Esto
es aun más vigente hoy a causa del dominio creciente de la teología neoortodoxa. La neo-ortodoxia (que se supone significa “nueva ortodoxia”) surgió
hace varias décadas en Europa de las ruinas espirituales del más antiguo
“racionalismo”. Los “racionalistas” entronaron a la razón humana e hicieron que
la Biblia le fuera su sirviente. Cuando Karl Barth (el autor de la Neo-ortodoxia,
la cual también se le denomina “Bartianismo”) apareció al comienzo hablando
en contra del racionalismo con gran poder, muchos se impresionaron. Él incluso
resucitó la terminología de la fe cristiana histórica hablando de la “creación”, “la
caída”, y la “elección”. Muchos lo declararon el profeta que guiaría a la Iglesia
de regreso a la fe ortodoxa.
Sin embargo, la triste verdad es que Barth (y los demás que pronto lo
siguieron) no reemplazó la autoridad de la razón del hombre con la autoridad de
la Biblia. Simplemente estaba intercambiando la forma antigua de depender de la
superioridad de la razón del hombre con la nueva forma del mismo mal. Así la
Neo-ortodoxia afirmaba la doctrina de la caída, pero negaba que hubiera una
persona verdadera e histórica que en un momento especifico, en una ubicación
sobre la tierra, comió un verdadero fruto prohibido. Afirmaba que la doctrina de
la caída era “verdad”, pero con eso solo quería decir que hay un significado nohistórico (o simbólico, mítico) en ello. Es “verdad” tanto como las fábulas de
Esopo1 son “verdad”. “La creación y la caída”, dice Barth, “subyacen detrás de
lo histórico”.
¿Por qué toma una posición tan contradictoria la Neo-ortodoxia? ¿Por qué
intenta afirmar (que la Biblia enseña la verdad) y negar (que lo que dice es
realmente la verdad) a la vez? La respuesta es que estos modernistas actuales
(porque eso es lo que realmente es la Neo-ortodoxia; el Modernismo en su forma
más reciente) no se conforman con solo un trozo de la torta. Quieren ser
aceptados como cristianos y respetados por este mundo. Como los primeros
“racionalistas” crearon un clima de opinión que veía como pasado de moda la
idea de colocar a la Palabra de Dios por encima de la sabiduría humana y la
ciencia, los teólogos neo-ortodoxos no tenían esperanzas de poder ser aceptados
haciendo una cosa tan anticuada. La gente respetable había estado de acuerdo
hace mucho que la Biblia no podía ser considerada precisa ni confiable
científicamente. Pero los teólogos neo-ortodoxos se dieron cuenta que sin las
cosas de las cuales se habla en la Biblia no quedaba nada de “Cristianismo”.
Como no querían eso, estaban decididos a creer en ellas de todas formas—pero
no en una forma que ofendiera al “mundo moderno”. Esto los llevó a un
verdadero dilema. Les quedaban solo dos opciones:
1. o aceptar la autoridad de la Palabra de Dios y perder su respeto en este
mundo,
2. o retener la aprobación del mundo y rehusar la autoridad de la Biblia.
Pero el ingenio de los teólogos neo-ortodoxos estaba en camuflar la pérdida
de la autoridad bíblica. Hicieron esto separando la doctrina de la historia. Y
mientras no dijeran que estas doctrinas fueran realmente verdaderas (es decir,
que realmente sucedieron en la historia) eran libres para decir que eran
verdaderas simbólicamente (es decir, que estaban más allá de nuestro mundo).
De esta forma, tenían libertad para predicar de tales cosas como “la caída” sin
perder su posición y respeto en el mundo.
Todo esto no es más que el pecado original de Adán desarrollándose en sus
hijos. El primer pecado de Adán fue el de intentar separar la verdad del dominio
de la Palabra de Dios. El árbol en el jardín era “del conocimiento del bien y del
mal”. Aceptando sin reserva lo que Dios dijo acerca del árbol, Adán podía lograr
verdadero entendimiento de su significado y propósito. La interpretación de Dios
de las cosas era original y determinativa. La interpretación de Adán solo podía
ser correcta siendo no-original y determinada. Pero en el momento en que Adán
buscó conocer (interpretar) aparte de la sumisión a la Palabra de Dios (Gn 3:6),
estaba perdido y totalmente en error. Y en el momento en que rehusó la
autoridad de la Palabra de Dios (Gn 3:4) y la autoridad de la razón del hombre
fue entronada (Gn 3:5-6), se hizo necesario que Adán negara que la “caída” del
hombre había sucedido así como Dios lo dijo. Así notamos (Gn 3:12) que Adán
empieza a actuar como si el defecto original no fuera su acto, llevado a cabo en
la historia verdadera, sino más bien como algo inherente en la creación misma; y
de esta forma—en un sentido—antes de, o “detrás de” la historia. Adán busca
“explicar” la caída, no en términos de lo que realmente sucedió (lo que
realmente hizo) en lugares y momentos particulares, sino en términos de lo que
había detrás de la historia. ¿Y que hay detrás de la historia? Solo la obra creadora
de Dios. ¡Así el Adán del pasado (y la Neo-ortodoxia hoy), a fin de cuentas,
culparía a Dios mismo por la desdicha del hombre!
Esta condición diabólica del corazón del hombre la denominamos
“depravación total”. Decimos que como consecuencia de lo que Adán (el
verdadero hombre, el primer hombre) hizo (en un lugar y momento real), todo
hombre está, por naturaleza, “totalmente corrompido en todas las facultades y
partes de su cuerpo y alma”. Con esto:
(a) no queremos decir que el hombre caído sea “tonto” o de bajo nivel de
inteligencia, sabemos que Adán antes de la caída era “brillante”,
(b) tampoco queremos decir que Adán tuviera una naturaleza como la
nuestra con poderes añadidos (más allá de los poderes de la razón, la
emoción y la voluntad),
(c) tampoco queremos decir que con la caída se hayan destruido las
facultades metafísicas de la naturaleza humana, ni que se hayan borrado
de la existencia. Lo que queremos decir es que la naturaleza humana
entera fue pervertida éticamente y se volvió completamente contraria a
Dios. De manera que cada parte de lo que forma la naturaleza creada del
hombre fue contaminada y corrompida. Por consiguiente,
(d) cuando hablamos de “depravación total”, no queremos decir que la
naturaleza del hombre tenga un grado de pecado tan exagerado que no
permanezca nada “humano”, y que se haya vuelto un “puro” demonio en
vez de ser hombre. El “total” en la “depravación total” se refiere a la
medida del daño en vez de al grado. Ilustremos este punto. Coja un vaso
de agua. Añádale una cucharada de veneno mortal. Se malogra el vaso
entero de agua. Pero se podría “malograr aún más” añadiendo otra
cucharada de veneno y después otra y otra. Sin embargo, una cucharada
esparce el veneno completamente. Así también sucede con los efectos del
primer pecado de Adán: Ha envenenado la naturaleza del hombre por
completo. Pero esto no quiere decir que un hombre en particular sea tan
malvado como pudiera ser. Poquito a poco los no-conversos se volverán
totalmente malos en cierto grado, así como ahora son totalmente malos
en medida. Pero hay, por el momento, algunos instrumentos de Dios que
retrasan y refrenan de modo que la existencia en este mundo pueda ser
tolerable. (De esto hablaremos más adelante).
Un hombre totalmente depravado puede tener un nivel de inteligencia muy
alto. Puede que desarrolle sistemas complejos de pensamiento y que sondee
profundamente los misterios de la naturaleza. Su intelecto no ha sido arrasado
por el pecado, ni tampoco se vuelve inoperante. Pero invariablemente trabaja
erróneamente. Cada hombre (que no ha sido redimido) glorifica y sirve a la
criatura en vez del Creador (Ro 1:25). Deifica algo que no es Dios. Hace que él
mismo o algo en el mundo creado sea su punto máximo de referencia. Porque
todo pensamiento procede de un punto de partida que no se sujeta en humildad a
la Palabra de Dios, necesariamente sucede que “todos sus pensamientos
[tienden] siempre hacia el mal” (Gn 6:5). Nuevamente, ¡un hombre totalmente
depravado puede tener una fuerza de voluntad increíble! Cuando Cristo dijo:
“Nadie puede venir a Mí si no lo atrae el Padre” (Juan 6:44) no quería decir que
el hombre pecaminoso carezca de fuerza de voluntad. Lo que quería decir era
que puesto que la disposición del hombre pecaminoso es hacer su propia
voluntad en vez de la voluntad de Dios, es incapaz de someter su propia
voluntad a la de Dios. La única cosa que una “voluntad independiente” no puede
hacer es someterse de buena gana, y así dejar de ser “independiente”.
Finalmente, lo mismo se puede decir de los afectos humanos. Puede que sean, y
a menudo lo son, muy fuertes en un pecador. Pero también son invariablemente
pecaminosos. “No hay nadie […] que busque a Dios” (Ro 3:11). Los afectos
están fijados sobre las cosas de este mundo y no en el Creador. Y es así que,
puesto que el hombre es corrupto y está contaminado en cada parte de sí, peca
continuamente, “…todos sus pensamientos [tienden] siempre hacia el mal” (Gn
6:5). No puede hacer nada que no sea pecado desde el punto de vista de Dios.
Tampoco puede hacer nada para escaparse, porque no existe otra salida para tal
“ego” que no sea la muerte. Esto es lo que exige el Evangelio (Mt 16:24, etc.).
Sin embargo, ningún hombre puede aceptar eso (Jn 6:44). Pero gracias a Dios,
les es dado gratuitamente a quienes el Padre ha escogido en Jesucristo (vea el
Capítulo 10).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué necesita tanto énfasis la caída del hombre hoy en día?
2. ¿Qué significa Neo-ortodoxia (el término en sí)?
3. ¿De dónde surgió?
4. ¿Por qué sonó bien al comienzo?
5. ¿Cuál es su defecto trágico (que afecta a todos los demás defectos
que contiene)?
6. Cuando la Neo-ortodoxia dice que una doctrina es “verdad”, ¿qué
quiere decir?
7. ¿Por qué la Neo-ortodoxia toma esta posición?
8. ¿Qué opción se vieron forzados a tomar los teólogos Neoortodoxos?
9. ¿En qué forma fueron más ingeniosos los teólogos neo-ortodoxos (y
así más peligrosos) que los demás racionalistas y modernistas
anteriores?
10. ¿En qué son semejantes las actitudes de Adán y los neoortodoxos?
11. ¿A qué nos referimos con “depravación total”?:
a. que Adán tuvo una naturaleza como la nuestra con poderes
añadidos
b. que no permanece nada humano en el hombre pecador,
c. que cada facultad de la naturaleza del hombre es corrupta y
está contaminada,
d. que el hombre caído es tonto mientras que Adán era brillante,
e. que las facultades de la naturaleza humana fueron arrasadas
por la caída.
12. ¿Queremos decir con depravación total que la medida del daño o
el grado del daño es total en la naturaleza humana caída?
13. ¿El hombre caído (siendo totalmente depravado) hace algo que no
sea pecaminoso? ¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Siendo Adán y Eva la raíz de toda la raza humana, la culpa de este
pecado fue imputada, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza
depravada fue transmitida a toda la posteridad descendiente de ellos por
generación ordinaria.
4. De esta corrupción original (por la cual estamos totalmente impedidos,
inhabilitados y opuestos a todo bien, y completamente inclinados a todo
mal), proceden todas las transgresiones actuales.
VI, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) por qué somos totalmente depravados, y
(2) cómo es que las transgresiones en sí son el efecto de esta condición.
Los hechos acerca de nuestra condición perdida son pocos y simples de
relatar:
1. Adán pecó y cayó, volviéndose totalmente depravado.
2. En Adán, nosotros pecamos y caímos, volviéndonos totalmente depravados.
3. De manera que nacimos en pecado (Sal 51:5) y somos malos desde nuestra
juventud (Gn 8:21),
4. y entonces, la muerte reina sobre todos (Ro 5:12). Por otro lado, si
preguntamos por qué la muerte reina sobre todo hombre, escuchamos la
respuesta: “Porque todos han pecado, aun pequeños infantes que mueren al
nacer”. Si preguntamos entonces por qué todos pecaron, la respuesta tiene
que ser: “Por medio de un hombre”. El pecado de Adán es nuestro pecado.
Y por esto, entonces, compartimos su condena.
Estos son los hechos, y son fáciles de enumerar, pero no tan fáciles de
explicar ni entender. Porque desde el comienzo la pregunta ha sido: “¿Cómo me
puede condenar un Dios justo por lo que otro ha hecho?” O para decirlo de otra
manera: “¿Cómo es posible que yo pequé en Adán cuando ni aún existía?” La
respuesta es, en primer lugar, que Dios ha declarado que así sea, aunque no lo
podamos entender ahora. Y sabemos que es justo que Dios lo hiciera, porque Él
siempre hace lo correcto. Sin embargo, creemos que parte de la dificultad que
resulta de esta enseñanza se debe a la falta de reconocimiento del aspecto
corporativo de la existencia humana. La Biblia no ve a la raza humana como un
montón de individuos aislados, cada uno creado por separado por Dios (como
los ángeles), sino como una unidad orgánica creada en un hombre (un par),
teniendo el poder de engendrar a su propia semejanza e imagen. Adán y Eva
eran la “raíz de la humanidad”. Entonces, somos miembros el uno del otro. Dios
“de un solo hombre hizo todas las naciones” (Hch 17:26). Algunos limitan esta
unión “orgánica” de los seres humanos al cuerpo. Estos se llaman
“creacionistas” y creen que por medio de un proceso misterioso que el hombre
no puede entender, los padres son capaces de engendrar un nuevo cuerpo de sí
mismos y que Dios entonces (algunos dicen que en el momento de la
concepción, y otros dicen que en un momento después) crea un alma nueva y la
coloca dentro del cuerpo. Opinamos que este punto de vista es erróneo. Tanto el
alma como el cuerpo llevan la huella del pecado original. ¿Cómo podría Dios
crear un alma pecaminosa? Además, creemos que hay tanta evidencia de la
semejanza de la mente o el alma del niño a la de sus padres como hay de la
semejanza corporal. Y de nuevo, ¿cómo podemos decir que Adán haya
engendrado a su propia imagen y semejanza si no engendró el alma tanto como
el cuerpo de sus hijos? Los “Traducionistas” creen que los padres engendran
tanto el cuerpo como el alma de sus hijos por medio de un proceso misterioso
más allá del entendimiento del hombre. No creen (como a menudo se piensa)
que esto requiera la división de la sustancia del alma (así como requiere la
división de la sustancia del cuerpo). Las Escrituras mismas hablan en un
lenguaje que nos parece afirmar tal punto de vista (Heb 7:10, Gn 47:26, etc.).
Sin embargo, se debe reconocer (en cualquiera de los dos) que mientras los
descendientes de Adán derivan su naturaleza de Adán, realmente no se vuelven
seres vivientes hasta el momento decretado por Dios. Yo, por lo tanto, no puedo
decir que yo estuviera presente personalmente ni que yo actuara personalmente
cuando Adán pecó. ¿Entonces cómo puede ser mío este hecho? La respuesta es
que Dios ha organizado a la vida humana por medio del principio de la
representación. Por medio de este principio, lo cual opera en muchas esferas de
la vida, una persona puede actuar en el lugar de otra de tal forma que el acto de
una se considera como el acto de otra. Por ejemplo, el padre es la cabeza del
hogar, según el diseño divino. Si se mudara a otro país y allí estableciera su
ciudadanía legal, este también establece lo mismo para sus hijos que nacen allí.
Nuevamente, el gobernante civil (o rey, o presidente) representa a toda la nación.
Si el gobernante inicia una guerra, entonces la nación (y cada ciudadano de la
misma) está en guerra. También otra nación consideraría que se encuentran en
una guerra, no solo contra el gobernante de esa nación, sino contra la nación
entera. De forma semejante, el acto de Adán fue el acto de todo hombre porque
Él fue su representante. Por consiguiente, la culpa de su pecado se les fue
imputada (llegó a ser como si fuera de ellos) así como también se les fue
transmitida.
Solo el primer pecado de Adán fue realizado por todos. Este acto fue una
prueba en la cual Adán actuó como una persona representativa. Pero después de
cometer el acto, Adán ya no actuaba como un representante. De modo que el
resto de sus pecados no son cargados a la cuenta de los demás. Así como un
presidente termina su mandato, y entonces ya no actúa en el lugar de los demás,
así también Adán terminó sus acciones representativas con ese primer pecado.
Por medio de ese acto se volvió (él y nosotros también) corrupto y culpable.
Pero después de eso todos sus actos eran cargados a su propia cuenta así como
todos nuestros actos son cargados a nuestra cuenta. Sin embargo, el daño estaba
hecho. Él se volvió totalmente depravado así como nosotros también. Y porque
nuestra condición era “totalmente corrompida en todas las facultades y partes del
cuerpo y del alma”, se seguía que las transgresiones continuas proceden de esta
condición. Al decir “transgresiones actuales” la Confesión se refiere a cada
pecado cometido después del pecado original de Adán. Y nos enseña que todos
los demás pecados son la consecuencia natural de ese primer pecado. “Porque
del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la
inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias, etc.” (Mt
15:19).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Dé los hechos básicos acerca de nuestra condición perdida.
2. ¿Es fácil explicar o entender estos hechos?
3. ¿Cómo sabemos que era correcto que Dios nos condenara por el
pecado de Adán?
4. ¿Qué enseñanza de la Biblia es a menudo ignorada en este
asunto?
5. ¿Qué enseña el “creacionista” en cuanto a la derivación del alma?
6. ¿Qué enseña el “traducionista” en cuanto a la derivación del alma?
7. ¿Cuál de los dos le convence a usted y por qué?
8. En cualquiera de los casos, ¿Qué otro principio ayuda a explicar
nuestra culpa en el pecado de Adán?
9. ¿Por qué solamente el primer pecado de Adán fue responsabilidad
nuestra?
10. ¿Cómo se relacionan todos los demás pecados con este?
Ver las respuestas a estas preguntas
5. Esta corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en
aquellos que son regenerados; y aun cuando por medio de Cristo sea
perdonada y mortificada, sin embargo, tanto en sí misma como todos sus
efectos son verdadera y propiamente pecado.
6. Todo pecado, tanto original como actual, siendo una transgresión de la
justa ley de Dios, y contrario a ella, por su propia naturaleza trae la culpa
sobre el pecador; por lo cual este queda supeditado a la ira de Dios y a la
maldición de la ley, y de esta manera queda sujeto a la muerte, con todas
las miserias espirituales, temporales y eternas.
VI, 5-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la depravación permanece en los creyentes en esta vida,
(2) que es perdonada por medio de Cristo,
(3) que se destruye en ellos progresivamente,
(4) que ella, y también sus productos, son verdadero pecado en cada
creyente, y
(5) que esta corrupción tanto como lo que produce son pecado tan verdadero
que nos colocan bajo la ira y la maldición de Dios (a no ser que y hasta
que la gracia soberana de Dios asegure nuestra liberación).
Ya hemos propuesto, por medio del diagrama V, 2-6 (de la página 86), la
relación entre la naturaleza vieja y la nueva en el creyente Cristiano. No se debe
pensar que el creyente es una doble persona, el viejo hombre y el nuevo. Esto no
concuerda con las declaraciones claras de las Escrituras: “Por lo tanto, si alguno
está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo
nuevo!” (2Co 5:17). “Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con Él
en Su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre,
también nosotros llevemos una vida nueva […] Sabemos que nuestra vieja
naturaleza fue crucificada con Él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera
su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” (Ro
6:3,4,6). Tal vez se expresa mejor de la siguiente forma: “Dejen de mentirse
unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus
vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en
conocimiento a imagen de su Creador” (Col 3:9,10). Es por esta razón que Pablo
puede decir sin vacilación: “Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de
Dios” (Ro 7:22) y el Salmista puede afirmar: “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el
día medito en ella” (Sal 119:97).
Sin embargo debemos notar que un malentendido de esta gloriosa verdad ha
resultado en dos errores bastante serios: (1) El primero es el error del
perfeccionismo. El perfeccionismo enseña que el creyente es (o por lo menos
puede llegar a ser en esta vida) no solo una nueva criatura en Cristo, sino una
criatura en la cual todo pecado (o algunos dicen, todo pecado “conocido”)
desaparece. Las advertencias continuas y uniformes de las Escrituras contradicen
esta enseñanza. “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos y no tenemos la verdad” (1Jn 1:8). “Si afirmamos que no
hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en
nosotros” (1Jn 1:10). Santiago dice que, “en mucho ofendemos a todos”. Y la
sabiduría de Dios dice así: “No hay ningún hombre justo sobre la faz de la tierra,
que haga el bien y no peque”. Y el testimonio de los preceptos de Dios se
confirma por medio de la confesión de su pueblo. Aun los más eminentes
reconocían que su pecado estaba siempre con ellos (Ro 7:14-25, Sal 51, etc.). No
cabe duda de lo que la Confesión acierta cuando afirma que “la corrupción de la
naturaleza, durante esta vida, permanece en aquellos que son regenerados”,
aunque “es perdonada y mortificada a través de Cristo”. La evidencia de que uno
sea un ser regenerado no es la vana ilusión de que uno sea libre de toda
corrupción y todo pecado, sino más bien la existencia de un reconocimiento
adecuado del perdón de Cristo y de la obra del Espíritu capacitándolo para
procurar con todo fervor el morir hacia el pecado y vivir a la justicia. Los
creyentes fieles que llegamos a conocer en las Escrituras nunca afirman haber
logrado la perfección en esta vida, pero sí reconocen tener el perdón de sus
pecados por medio de la expiación de Cristo; a la vez manifestando una lucha
incesante contra el pecado. (2) El otro error es el de antinomianismo. La esencia
de este grave error es la noción que no importa cuánto me causa pecar mi vieja
naturaleza porque “no soy yo el que peca sino el viejo hombre o la naturaleza
dentro de mí”. El antinomiano no dice ser perfecto. Puede incluso que admita
tener una maldad escandalosa. Sin embargo se libra de toda responsabilidad.
Culpa a la “vieja” naturaleza con todo su pecado e insiste que él solo es
responsable por los actos de la “nueva” naturaleza. Ciertas expresiones del
apóstol Pablo se pueden citar en apoyo a este punto de vista: “…ya no soy yo
quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí” (Ro 7:17). “…pero me
doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley que es la ley del
pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo” (Ro 7:23).
Pero esta interpretación yerra porque pasa por alto la forma en que Pablo “se
responsabiliza” por esta situación. “Pero yo soy meramente humano” (Ro 7:14).
“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita” (Ro
7:18). Pablo no pretende colocar la culpa de sus pecados sobre “el viejo hombre”
como si no fueran suyos. Nos informa que sus pecados surgen de los
movimientos de su vieja naturaleza como sobreviven en él. Aun así, él indica
claramente que debe luchar contra estos pecados y continuar con esa lucha hasta
que sean totalmente destruidos. El antinomiano dice: “Yo no tengo pecado”. Y en
esto se engaña a sí mismo y la verdad no habita en él. Porque la corrupción
restante y todos sus movimientos son verdaderamente y propiamente pecado.
El verdadero estado del caso es este: En una persona que no ha sido
regenerada, la corrupción manda, pero en una persona regenerada el Espíritu de
Dios y la ley de Dios dominan (Ro 8:7-14). En el hombre no regenerado, el
pecado reina. En el hombre regenerado, el pecado no reina pero sí sobrevive.
Podríamos ilustrar este punto refiriéndonos a la Segunda Guerra Mundial. Antes
que las fuerzas Aliadas aterrizaran en Normandía, Las Potencias del Eje tenían el
control de Europa. Las incursiones tipo “atropello y fuga” de los comandos les
presentaba Las Potencias del Eje algo de problema pero no amenazaban su
control. La obra de la conciencia en el hombre no regenerado es como este
“problema”. Se resiste pero no puede amenazar el reino del pecado. Sin
embargo, cuando los Aliados aterrizaron con fuerza, ellos se apoderaron de la
situación y Las Potencias del Eje estaban en “fuga”. Las Potencias del Eje aún
podían causar bastante problema, pero no podían ganar. Así es con el creyente.
Cuando es regenerado, el Espíritu de Dios habita en él y de ese momento en
adelante se encuentra bajo el control soberano de Cristo, y no del pecado. Pablo
dice: “…el pecado no tendrá dominio sobre ustedes” (Ro 6:14). Sin embargo, las
fuerzas desalojadas del enemigo están lejos de haber sido totalmente destruidas
solo porque han sido desbandadas. Pueden llevar a cabo acciones prolongadas de
contraataque, causando todos los líos posibles y a menudo lo hacen. Pero aquí
falla la comparación, porque paradójicamente el creyente tiene que reconocer
dolorosamente que esta fuerza “ajena” de algún modo forma parte de sí. Y de
este modo, aunque sea una criatura nueva en Jesucristo, aun así (a causa de esta
contradicción) también es un hombre desdichado quien sirve a la ley del pecado
con una frecuencia angustiante (Ro 7:24,25).
Tal vez el pensamiento más malvado de todos es el que sugiere que el pecado,
de alguna forma, es menos atroz si es cometido por un cristiano. Más bien
deberíamos decir que el pecado es mucho más atroz si lo comete el cristiano
porque hay muchos puntos que agravan la situación. El cristiano tiene una fuerza
que el que no es cristiano no tiene; tiene entendimiento del cual carece el no
creyente; sobre todo, tiene el conocimiento de las terribles consecuencias del
pecado porque ha visto lo que le costó al Salvador borrarlos. Es bueno recordar,
entonces, no solo que “todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el
pecado es transgresión de la ley” (1Jn 3:4), sino también que “si después de
recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay
sacrificio por los pecados. Solo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego
ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios” (Heb 10:26,27). “Todo
pecado […] siendo una transgresión de la justa ley de Dios […] trae culpa sobre
el pecador”, pero el que peca con impunidad, no se podrá escapar de las
consecuencias de su pecado. “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el
pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros que hemos
muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? (Ro 6:1,2). Sí, el
pecado sigue “viviendo” (es decir, sobrevive) en el creyente, pero es una terrible
perversión de la verdad pensar que el creyente pueda vivir en pecado.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Es el creyente “el hombre viejo” y “el hombre nuevo” a la vez?
2. Compruebe su veracidad en las Escrituras.
3. ¿Qué enseña el “perfeccionismo”?
4. ¿Qué enseña el “antinomianismo”?
5. Cite una referencia de las Escrituras que refuta al “perfeccionismo”.
6. Cite una referencia de las Escrituras que refuta al “antinomianismo”.
7. ¿Cuál es la diferencia entre el estado del pecado que habita dentro
del hombre no regenerado y el que habita dentro del hombre
regenerado?
8. ¿Qué terrible error se sugiere (y es condenado) en Romanos 6: 1,
2?
9. ¿Por qué es más atroz el pecado en un creyente que en un
incrédulo?
10. ¿Qué es “pecar con impunidad”?
1 Nota del traductor: Esopo fue un famoso fabulista griego, probablemente alrededor del año 564 a.C. En el
mundo antiguo se le reconocía como el fabulista por excelencia, pues, él componía fábulas cortas en base a
la vida animal, y luego las utilizaba muy bien para ganar sus debates o para demostrar sus ideas. Se dice que
la antigua literatura de los sumerios, babilonios, asirios y los griegos (antes de él) también usaron este tipo
de arte literario (para mayores detalles véase Enciclopaedia Britannica 1967, vol. 1, p.220-221).
Ver las respuestas a estas preguntas
7
Del Pacto de Dios con el Hombre (VII)
1. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande, que aunque las
criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo,
nunca tendrían disfrute alguno de Él como bienaventuranza y galardón, a
no ser por una condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual le ha
agradado expresarla por medio del pacto.
VII, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) la distinción básica entre el Creador y la criatura,
(2) que la criatura (por ser criatura) le debe obediencia al Creador,
(3) que el Creador no le debe nada a la criatura, y
(4) que entonces toda bendición y/o recompensa de Dios solo puede venir
por medio de una “condescendencia” por el lado de Dios (es decir, por la
gracia) y así por medio de un pacto soberanamente establecido.
No es suficiente que el pecador niegue su pecado, es decir, niegue la verdad
acerca de su estado caído, sino que, peor aún, siendo malvado, el pecador ahora
realmente llega a negar su estado como criatura. La impiedad esencial o básica
del hombre consiste en que se considera independiente de Dios. Dios le dice al
hombre: “…separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn 15:5). A lo cual
el hombre responde (como el antiguo Nabucodonosor): “¡La he construido con
mi gran poder, para mi propia honra!” (Dn 4:30). La doctrina popular del “libre
albedrío” permanente, la cual enseña que el hombre determina su destino en vez
de Dios, es solo una instancia de esta impiedad básica.
Las iglesias Reformadas, mucho más que el resto, se han mantenido contra
esta impiedad, y aun así, aun entre ellas no siempre se ha expresado de forma
completa y apropiada que “la distancia entre Dios y la criatura es tan grande que
[…] nunca habrían tenido disfrute alguno de Él como bienaventuranza y
galardón, a no ser por una condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual
le ha agradado expresarla por medio del pacto”. A veces ha sido la costumbre,
aun en las iglesias Reformadas, describir “pacto” como un “acuerdo entre dos o
más personas”. Hay en ese lenguaje, por lo menos, el peligro de sugerir que Dios
y el hombre son de igual rango en cuanto a la disposición del pacto, ¡como si
cada uno estuviera de acuerdo con los términos soberanamente impuestos por el
otro! Sin embargo, la verdad es que “la distancia entre Dios y la criatura es tan
grande” que no sería correcto que consideremos tales pensamientos. Y esto es
verdad con respecto al “pacto de obras” tanto como en el “pacto de gracia”. De
hecho, el “pacto de obras” era esencialmente una cuestión de “gracia”. Adán no
tenía ningún derecho inalienable a la bendición y a la recompensa de Dios. A
menudo se supone subconscientemente que Adán, por ser justo, tenía algún
derecho ante Dios. Pero las Escrituras dicen: “Si actúas con justicia ¿qué puedes
darle? ¿Qué puede recibir de parte tuya?” (Job 35:7). ¡Aunque el hombre pudiera
decir que ha hecho toda la voluntad de Dios, aun así sería un siervo inútil,
habiendo hecho solo lo que era su responsabilidad hacer! (vea Lucas 17:10).
Sin embargo, este defecto común no recibe el respaldo de nuestra Confesión.
Más bien, existe un abismo inmensurable que separa a la criatura del Creador. Y
reconoce que todas las obras de Dios en su pacto con los hombres son a la vez
soberanas y llenas de gracia. Son impuestas por la voluntad de Dios y nunca por
la voluntad del hombre (Is 40:13-17). Y solo son de beneficio a la criatura y no
al Creador (Hch 17:25). Las únicas “condiciones” u “obligaciones” con las
cuales Dios se pone “de acuerdo” en tales pactos son impuestas por sus propias
promesas hechas por su propia gracia. Él no está sujeto por nada salvo su propia
santa Palabra. Si Adán hubiera obedecido, ciertamente Dios le hubiera dado una
gran recompensa, pero no porque Adán la reclamara. La hubiera dado solo
porque es su placer conferir a la criatura regalos que nadie nunca puede “ganar”,
ni siquiera con una obediencia sin pecado (que es, después de todo, la deuda que
ya debe).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué es lo que niega el pecador depravado aparte del hecho de ser
depravado?
2. ¿Han fallado los Cristianos Reformados en reconocer
coherentemente “la distancia entre Dios y la criatura”?
3. ¿Cómo han fallado en esto?
4. ¿Qué le hubiera debido Dios a un hombre perfecto sin pecado o
perfectamente obediente?
5. ¿En qué está Dios “obligado” en Su(s) pacto(s)?
6. ¿Quién es el que instituye el pacto?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras, en el cual
se le prometió la vida a Adán, y en él a su posteridad, bajo la condición de
obediencia personal y perfecta.
3. Por su caída, el hombre se hizo incapaz de la vida mediante aquel
pacto, por lo que agradó a Dios hacer un segundo pacto, comúnmente
llamado pacto de gracia, en el cual Dios, por medio de Jesucristo, ofrece
gratuitamente la vida y la salvación a los pecadores, requiriéndoles fe en
Él para que sean salvos, y prometiendo dar su Santo Espíritu a todos
aquellos que están ordenados para vida, a fin de hacerlos dispuestos y
capaces para creer.
VII, 2-3. Aquí consideramos los dos pactos revelados en las Escrituras. Note de
nuevo que ambos son pactos de gracia en cuanto ambos expresan la misericordia
de Dios sobre los que no tienen ningún reclamo ante Él.
El primer pacto fue un pacto de obras. La gracia de Dios fue vista, en este
pacto, cuando Adán recibió la promesa de vida (y prosperidad) bajo la condición
de su obediencia perfecta y perpetua (la cual le debía Adán muy aparte de tal
bendición ofrecida por la gracia de Dios). Sin embargo, la caída causó que el
hombre fuera completamente incapaz de cumplir las condiciones del pacto, y es
así que Dios en su misericordia establece un nuevo pacto llamado el pacto de la
gracia. Ambos pactos eran “de la gracia”, pero el segundo merece ser llamado
así porque Dios mismo provee lo requerido para llenar las condiciones del pacto
por el cual su pueblo recibe la salvación.
Los elementos que constituían el “pacto de obras” no se afirman formalmente
en las Escrituras. Sin embargo, están muy claramente implícitos. El árbol de vida
estaba en medio del jardín. Así también el árbol del conocimiento del bien y el
mal, del cual se le había prohibido comer a Adán so pena de muerte. Claramente
tuvo delante de él la alternativa de la obediencia y la vida, o de la desobediencia
y la muerte. Se puede inferir legítimamente de Génesis 2:17 que el Señor
requería “una obediencia perfecta y personal” cuando la infracción mas mínima
se veía amenazada con la pena de muerte. Como los elementos del pacto se
encuentran presentes de tal manera, el apóstol Pablo sugiere la situación
hipotética en la cual, si un hombre cumpliera todos los mandamientos de Dios,
recibiría la recompensa de la vida (Gá 3:12). Algunos se oponen cuando se habla
del “pacto de obras” diciendo:
(a) que tal pacto no es afirmado formalmente en las Escrituras, ni siquiera se
encuentra el término (pacto de obras) en las Escrituras, y
(b) que tal designación sugiere falsamente que las obras del hombre pudieran
haber ameritado las bendiciones de Dios. Estas objeciones no nos
convencen. La doctrina de la Trinidad tampoco se afirma formalmente en
las Escrituras pero se implica en todas partes. Lo mismo se podría decir
acerca del término “pacto de obras”.
La segunda objeción es más formidable. Y sin embargo, ningún tipo de
acusación de este tipo se puede sustentar en contra de nuestra Confesión, porque
aun al llamarlo “un pacto de obras”, la Confesión se cuida del mismo peligro acá
sugerido. Es más, la designación “pacto de obras” tiene el mérito de enfocarse
sobre el elemento preciso que distingue a un pacto del otro, es decir, el hecho de
que las obras obedientes del hombre eran la condición dada por el Señor en ese
pacto para otorgarle su regalo misericordioso. También destaca el asunto
específico en el cual se puede ver la deserción del pacto de gracia. Porque, como
dice Pablo, si somos salvos por gracia “ya no es por obras; porque en tal caso la
gracia ya no sería gracia” (Ro 11:6).
El pacto de gracia, tanto como el pacto de obras, fue impuesto soberanamente
por Dios. Dios no lo consultó al hombre para ver si le gustaba tal pacto y
entonces (parcialmente bajo los términos del hombre) lo instituyó. Dios no
consultó al hombre. Solo se consultó a sí mismo. El pacto de gracia era un
acuerdo no entre Dios y el hombre, sino entre las Personas de la Trinidad. Dios
el Padre aceptó dar a su Hijo (Jn 3:16, Mt 25:34, Ap 13:8, etc.). Cristo aceptó
dar su vida como rescate por muchos (Jn 10:17,18). Y el Espíritu Santo aceptó
hacer verdadera aplicación de esta redención a los que el Padre había escogido
(Ro 8;9, 14, 16, etc.).
El punto de vista arminiano es que Cristo murió por todos los hombres. Con
esto, dicen ellos, Él ha procurado sacarlos del pacto de obras e introducirlos a las
provisiones del pacto de gracia. Es allí que Él ofrece a todo hombre
individualmente la vida eterna bajo una norma nueva y más fácil que el pacto de
obras. Dios requería obediencia completa y perpetua a la ley entera en el caso de
Adán. Sin embargo, ahora solo requiere que los hombres llenen los requisitos
(mucho más fáciles) de la fe y el arrepentimiento y la obediencia evangélica.
Dios entonces otorga su recompensa cumpliendo los requisitos del pacto de
gracia de la misma forma que lo hacía antiguamente cumpliendo los requisitos
del pacto de obras. Es fácil ver que la terminología sola no puede encubrir el
hecho de que las “obras evangélicas” siguen siendo obras y que un pacto que
contiene condiciones que el hombre cumple por sus “obras” realmente no es un
pacto de gracia en absoluto.
El punto de vista reformado es que todas las condiciones del pacto de gracia
ya han sido cumplidas por la obra de Dios. Parte de esta obra es hecha para
nosotros por Cristo. Parte de ella es obrada dentro de nosotros por el Espíritu
Santo. Es verdad que una condición del pacto de gracia es la fe en Jesucristo.
Pero esta condición se cumple porque el Señor mismo da la fe a su pueblo (Ef
2:8, 1:17, etc.). La vida y la salvación ofrecidas en la versión arminiana del
evangelio son solo potenciales porque dependen de ciertas acciones y actitudes
que aún no existen y no existirán, a no ser que los hombres hagan las obras que
las producen. Pero la vida y la salvación ofrecidas a los pecadores en la versión
Reformada del evangelio son verdaderas porque dependen exclusivamente de
Dios, no solo para lograr este fin, sino también para la creación de esas actitudes
y acciones necesarias para recibir ese fin. Por supuesto, no recibimos posesión
de la salvación hasta que ciertas condiciones se hayan cumplido en nosotros.
Debemos arrepentimos y ejercer la fe en Cristo para poder poseer la salvación
que Él nos ha asegurado. Pero esto no se puede llamar “condicional” en el
sentido arminiano, que es precisamente el mismo carácter esencial que el del
pacto de obras. Es “condicional” solo en el sentido en que depende de la obra del
Espíritu Santo en los corazones de los escogidos. (De esto veremos mas en los
Capítulos X, XIII y XIV).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué está bien hablar del “pacto de obras” como una
enseñanza bíblica aunque no esté designada así técnicamente en
las Escrituras?
2. ¿Qué razones dan los que rehúsan hablar de un pacto de obras?
3. ¿Qué respuestas se pueden dar a estos argumentos?
4. ¿Qué mérito tiene la designación (el pacto de obras)?
5. ¿Qué quiere decir que el pacto haya sido soberanamente impuesto?
6. Exponga el concepto arminiano acerca de la condición del pacto de
gracia.
7. Exponga el concepto Reformado acerca de la condición del pacto
de gracia.
Ver las respuestas a estas preguntas
4. En la Biblia, este pacto de gracia frecuentemente se enuncia con el
nombre de Testamento, en referencia a la muerte de Cristo Jesús el
testador y a la herencia eterna, con todas las cosas pertenecientes a dicha
herencia y legadas en la misma.
5. Este pacto fue administrado en diferentes formas en el tiempo de la ley
y en el del Evangelio. Bajo la ley se administraba mediante promesas,
profecías, sacrificios, la circuncisión, el cordero pascual, y otros tipos y
ordenanzas entregados al pueblo judío, y todos señalaban de antemano al
Cristo que había de venir; las cuales, para aquel tiempo, a través de la
operación del Espíritu Santo, eran suficientes y eficaces para instruir y
edificar a los elegidos por la fe en el Mesías prometido, por quien tenían
la plena remisión de pecados y salvación eterna; este pacto se denomina
el Antiguo Testamento.
6. Bajo el Evangelio, cuando Cristo, la sustancia, fue manifestado, las
ordenanzas por las cuales este pacto se dispensa son: la predicación de la
Palabra y la administración de los sacramentos del Bautismo y la Cena
del Señor, en los cuales, aunque de número menor, y administrados con
más simplicidad y menos gloria externa, sin embargo, en estos
sacramentos se habla ampliamente, con más plenitud, evidencia y eficacia
espiritual a todas las naciones, tanto a judíos como gentiles, y se
denomina el Nuevo Testamento. Por lo tanto, no hay dos Pactos de Gracia
que difieren en sustancia, sino un solo Pacto bajo varias dispensaciones.
VII, 4-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la palabra “testamento” es un término bíblico para referirse al pacto
de gracia,
(2) que el pacto de gracia ha sido igual en su sustancia durante todas las
edades,
(3) que ha sido administrado de formas distintas (sin alterar su esencia) y,
(4) que solo hay dos pactos que han sido revelados en las Escrituras, el pacto
de obras y el pacto de gracia.
Un ejemplo notable del tipo de error contra el cual testifica esta sección de la
Confesión se encuentra en el dispensacionalismo moderno. El
dispensacionalismo se encuentra hoy en muchas denominaciones, aun en los que
técnicamente afirman adherirse al estándar de Westminster. A veces es difícil
atacar a los dispensacionalistas ya que normalmente se adhieren a muchos
fundamentos de la fe, tal como a la infalibilidad de las Escrituras, la doctrina de
la concepción virginal de Cristo, la resurrección del cuerpo, etc. La mayoría de
los dispensacionalistas, en este sentido, se adhieren a la fe cristiana histórica. Se
debe enfatizar, sin embargo, que los dispensacionalistas están en clara oposición
a la Confesión de Fe, en cuanto enseñan que Dios ha empleado, en distintos
periodos de la historia, principios completamente distintos (o aun contrarios) en
Su trato redentor con la humanidad. Por ejemplo, es una enseñanza común de los
dispensacionalistas que Dios tiene propósitos distintos y métodos distintos por
los cuales administra la salvación a los judíos y a los gentiles. Por lo tanto, los
dispensacionalistas hablan de varios pactos. La Biblia Anotada por Scofield
habla de los pactos de Edén, de Adán, de Noé, de Abraham, de Moisés, de
Palestina, de David y los pactos nuevos. Esto divide la historia en varias
dispensaciones—la Inocencia, la Conciencia, el Gobierno Humano, la Promesa,
la Ley, la Gracia y el Reino—y en cada uno el método por el cual Dios designa
los beneficios salvadores es esencialmente distinto. Y las diferencias son tales
que sugieren que la forma en que Dios salva en uno ni siquiera es igual en
esencia a como salva en el caso de otro. Contra esto y otros errores similares,
nuestra Confesión enseña la unidad absoluta del único pacto de gracia por el
cual, desde la caída, Dios ha tratado en forma única a los pecadores, aunque se
reconoce que ha habido una variación en la forma de administrar ese pacto.
Lo que podría llamarse “el elemento de verdad” en el punto de vista
dispensacional es el hecho de que ha habido un cambio en la administración del
pacto. Sin embargo, el cambio ha sido el de crecimiento y desarrollo en vez del
de cancelación e innovación. Ni siquiera está mal hablar de varias
“dispensaciones”, siempre y cuando no neguemos la unión del pacto en todo
momento. Por ejemplo:
1. Dios, inmediatamente después de la caída, le dio a la raza humana un
conocimiento rudimentario del plan de salvación por medio de un redentor
(Gn 3:15). En ese momento también reveló el hecho elemental que la
desnudez pecaminosa del hombre solo podía ser cubierta por el sacrificio de
la vida de un sustituto (Gn 3:2; 4:1-8).
2. Más tarde Dios le reveló a Noé con más amplitud el alcance y la grandeza
de su propósito redentor (Gn 9:8-17, 25-27). Pero no hubo cambio en la
aplicabilidad de lo que había sido revelado previamente (Gn 8:20-22).
3. En los días de Abraham (Gn 17:7ss., 22:18, etc.) se dio a conocer mucho
más. La promesa de un redentor fue más específica. La grandeza del
propósito de Dios fue dada a conocer aún más claramente. La Iglesia fue
organizada como una organización distintiva y visible, separada del mundo
por la señal de la circuncisión.
4. Y después, por medio de Moisés, el contenido del pacto de gracia fue
revelado aún con más detalle y amplitud. La simple idea central del
sacrificio de sangre (la cual era la esencia básica de la revelación divina
desde el comienzo) fue explicada detalladamente en los servicios del ritual
del tabernáculo y del templo. Y las provisiones éticas del pacto fueron
expuestas en la ley moral. Sin embargo, por medio de estas
“dispensaciones” Dios estaba siempre guiando a su pueblo para encontrar
su salvación únicamente en Cristo. Y nunca se imaginó que hubiera otra
forma de salvación que no fuera la del perdón por medio de la sangre
expiatoria. Más bien, podríamos decir que cuanta más revelación se daba,
con más claridad se entendía que había, que hay y que siempre habrá solo
una forma de ser salvo, es decir, la forma provista por Dios en Cristo el
Redentor.
Todo esto nos lleva a ciertas conclusiones importantes:
1. Sobre la base de este único pacto, hay una sola verdadera Iglesia que se
extiende a través de todas las edades (Hch 7:38, Ef 2:11-20, Ro 11, etc.). El
hecho de que las Escrituras hablen de la Iglesia como un organismo que
continúa a través de toda la historia es un corolario a la unidad del pacto.
2. Las ordenanzas del Antiguo Testamento anticipaban la redención por medio
de Cristo y, por lo tanto, son reemplazadas por las ordenanzas del Nuevo
Testamento que tienen esencialmente el mismo significado. En razón de la
unidad del pacto en todos los designios, el apóstol puede intercambiar la
terminología de las ordenanzas de los periodos del Antiguo y Nuevo
Testamento (1Co 5:7, Col 2:11-12, etc.). Como la circuncisión y el
bautismo, y también la Pascua y la Cena del Señor son signos y sellos del
mismo pacto, el apóstol puede llamar a lo uno por el nombre del otro. Esto
no sería posible si hubiera algún cambio en la esencia del pacto. Pero sería
posible si el cambio solo fuera en su administración. Entonces, la única
“diferencia” es la que viene con desarrollo hacia su culminación. El pacto
de gracia no ha cambiado, pero porque ahora ha sido completamente
revelado y totalmente cumplido, puede ser visto con mayor simplicidad,
claridad, abundancia y eficacia, de lo cual se podía en tiempos anteriores.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es el error básico del dispensacionalismo?
2. ¿Qué quiere decir el dispensacionalista al hablar de varias
dispensaciones?
3. ¿Es correcto hablar de varias dispensaciones?
4. ¿Qué quiere decir el Cristiano Reformado cuando usa el término
“dispensaciones”?
5. ¿Qué cambio reconoce el Cristiano Reformado entre las varias
“dispensaciones”?
6. ¿Cuáles son los corolarios importantes de la doctrina del pacto (es
decir, que hay un solo pacto de gracia en todas las
dispensaciones)?
Ver las respuestas a estas preguntas
8
De Cristo el Mediador (VIII)
1. Agradó a Dios en su eterno propósito escoger y ordenar al Señor Jesús,
su unigénito Hijo, para ser el Mediador entre Dios y el hombre, Profeta,
Sacerdote y Rey, Cabeza y Salvador de su Iglesia, el Heredero de todas las
cosas, y Juez del mundo; a quien desde la eternidad le dio un pueblo para
ser su simiente, y para ser redimido a su debido tiempo, llamado,
justificado, santificado y glorificado por Él.
VIII, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que desde la eternidad Dios ha escogido un número definitivo de la
posteridad de Adán para la salvación por medio de la obra redentora de
Cristo,
(2) que también, desde la eternidad, Él ha prometido darle a Cristo como
recompensa por su sufrimiento estos individuos escogidos,
(3) que Cristo se comprometió a cumplir y a sufrir todo lo necesario para ese
fin,
(4) que esta obra Mesiánica requería que Cristo fuera Profeta, Sacerdote y
Rey de su pueblo escogido, como Cabeza y Salvador de la Iglesia y,
(5) que también tiene que ser heredero y juez del mundo.
Cristo es llamado el segundo Adán, o para ser más precisos, “el último Adán”
(1Co 15:45). Esto se debe al hecho de que Adán fue el primer hombre y Cristo el
último hombre en la historia humana que era cabeza pactual o la persona
representativa. Él vino a deshacer, por muchos, lo que Adán hizo, y a hacer por
ellos lo que Adán no pudo hacer.
Cuando Adán aún no tenía pecado, poseía una mente clara, un corazón puro y
una voluntad correcta. En este sentido es correcto hablar de él como un profeta,
sacerdote y rey:
1. Como profeta, Adán podía “pensar los pensamientos de Dios”. Podía
interpretar las obras de Dios y hablar la verdad de Dios a toda la creación.
2. Como sacerdote, se dedicaba a Dios como un “sacrificio vivo”. Él mismo se
dedicaba, y todo lo que veía lo dedicaba, para la adoración a Dios.
3. Como rey, sometía todo y reinaba sobre todo de acuerdo con su
conocimiento correcto y su santa devoción. Sus actividades estaban en
conformidad con, y expresaban la voluntad de, Dios. Por supuesto, no
podemos decir que hubiera en Adán una conciencia de estos tres oficios, ni
tampoco queremos decir que él fuera llamado profeta, sacerdote y rey en un
sentido oficial. Lo que queremos decir es que las obras de profeta, sacerdote
y rey estaban implícitas en el liderazgo de Adán. Si no hubiera pecado, se
hubiera visto de forma más notoria. Pero la caída de Adán terminó con todo
esto.
Dios entonces empezó los preparativos para enviar al “último Adán”. Y es
muy significativo que la mayoría de la revelación del Antiguo Testamento en
preparación para su venida se centrara en los tres oficios “ungidos” (es decir,
mesiánicos) de profeta, sacerdote y rey. Creemos que fue por la depravación
pecaminosa del hombre que Dios creó tres oficios distintos y separados, llevados
por distintas líneas de individuos, de lo que había sido originalmente una parte
íntegra del hombre sin pecado. Habiendo instituido cada oficio como distinto a
los demás, Dios podía revelar la horrible imperfección de la naturaleza del
hombre y también demostrar la perfección requerida en su Hijo. Haremos un
breve resumen del desarrollo de la revelación para cada uno de estos oficios.
Profeta
El término “profeta” se usa por primera vez para Abraham (Gn 20:7). Pero
desde los primeros comienzos de la historia, ciertas personas servían como
voceros de la verdad de Dios. Esta labor la hicieron: Enoc (Jud 14, Gn 5:18),
Noé (2P 2:5; 1:20, 21), Isaac (Gn 27:28, 29, 40), y Jacob (Gn 49, especialmente
los versículos 8-11). Moisés fue el primero en ser designado como profeta con la
prominencia que normalmente asociamos con este término. Y en Deuteronomio
18:15-20, Dios prometió que le seguiría una sucesión de profetas, hasta que al
fin se levantaría el supremo profeta (similar a Moisés) cuyas palabras tendrían la
autoridad definitiva. Tal sucesión de profetas continuó a través del resto de la
historia del Antiguo Testamento. Pero es notorio que, desde la venida de
Jesucristo y la culminación de la Biblia, no ha surgido ningún profeta.
Sacerdote
La palabra “sacerdote” se menciona por primera vez con relación al
misterioso Melquisedec (Gn 14:18). Esto es importante porque no existe ningún
registro de su comienzo ni de su fin. Y la predicción del Salmo 110:4 era que
Jesús sería “sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Heb.
7:17). Esto indicaba que Él tendría un sacerdocio eterno e inmutable (Heb 7:24).
Pero aun antes de Melquisedec, el ofrecer los sacrificios de sangre era una
actividad “sacerdotal” (Gn 4:1-5, 8:20, 12:8, etc.). Así es que Abraham fue
sacerdote (Gn 13:4, 22:13), como también lo fueron Isaac (Gn 26:25) y Jacob
(Gn 33:20, 35:7). Sin embargo, no fue hasta el periodo de Moisés que se
instituyó como un oficio especial (o especialmente designado). Aarón fue el
primero en tener este oficio, lo cual, a diferencia del oficio profético, era
hereditario (Éx 29:29-31, Nm 25:12, 13). La inauguración de este oficio se hacía
por medio de “unción”. Y el que tenía este oficio debía ser consagrado (Éx
29:29-31), libre de defectos físicos (Lv 21:16-23) y vestido con vestiduras
simbólicas de santidad (Éx 29:29). Finalmente, también fue revelado con
respecto a este oficio que habría una sucesión de sacerdotes solo hasta la llegada
del Supremo Sacerdote, cuya obra permanecería para siempre (Vea 1 Samuel
3:35 ss.).
Rey
El primer rey en la historia de Israel fue Saúl. Es más, el deseo original del
pueblo de tener un rey humano visible fue condenado (1S 10:19). Aun así, desde
el comienzo de la historia, el oficio especial de reinar en obediencia a la
voluntad de Dios era un tema de revelación divina. Adán tenía que reinar (Gn
1:26), también Noé después de la caída (Gn 9:2).
Abraham era un rey en el sentido en que fue aceptado como semejante a otros
reyes (Gn 14:1, 2, 13, 17-24). Su esposa era una princesa (Gn 17:15) y se le
prometió una sucesión de reyes (Gn 17:16). Jacob profetizó que el cetro, el
símbolo de autoridad del rey, nunca saldría de la tribu de Judá hasta que hubiera
llegado el Rey Supremo (Gn 49:10). Así es que, a pesar de la desaprobación
divina de la razón por la cual los Israelitas querían un rey, la institución de la
monarquía estaba claramente de acuerdo con el plan eterno y la voluntad de Dios
(1S 8:20 cp. 8:22).
Pero después Dios prometió una línea de descendientes de David que
culminaría con el Rey Supremo que reinaría para siempre (2S 7:12-16, Sal 2, 45,
72 y 110). Este oficio también requería el acto de “unción” (del cual viene la
palabra “Mesías”) a quienes se les inauguraba.
Cuando Cristo vino, Él cumplió los requisitos que Dios había establecido
para cada uno de estos tres oficios. Durante los tiempos del Antiguo Testamento,
estos oficios habían sido realizados por profetas verdaderos y falsos, por
sacerdotes buenos y malos, y por reyes santos y malvados. De los buenos y
verdaderos se podía aprender algo acerca de la gloria del futuro Mesías. De los
malos y falsos se aprendió algo de la incapacidad del hombre y su necesidad de
la intervención divina. En Cristo se cumplió la promesa y se venció el fracaso:
1. Como nuestro profeta nos reveló la voluntad de Dios para nuestra
salvación. No solo lo hizo cuando estaba “en los días de su carne” (es decir,
sobre la tierra) sino que también lo hace hoy en día. Cristo ejerce el oficio
de profeta revelándonos, por medio de su palabra y Espíritu, la voluntad de
Dios para nuestra salvación.
2. Como nuestro sacerdote se ofreció como sacrificio para satisfacer la justicia
divina y reconciliarnos con Dios. Y Él sigue intercediendo por nosotros,
aplicando a nosotros los beneficios de su única y perfecta oblación.
3. Como nuestro rey, nos somete a Él mismo, reina sobre nosotros y nos
defiende, y continúa en esto haciendo que retroceda el reino de la oscuridad
y que avance el reino de gracia en la tierra.
Es Cristo, en la plenitud de sus tres oficios, quien es la cabeza y el salvador
de su Iglesia. Y es en términos de esta plenitud que Él debe ser alabado y
honrado. Donde no es reconocido de esta forma no es ni cabeza ni salvador y
aquella no puede ser su Iglesia:
1. Por ejemplo, los modernistas hacen hincapié en Cristo como Rey e ignoran
por completo sus demás oficios. Sin duda sinceramente desean que los
hombres y las naciones estén bajo principios cristianos. Pero Cristo no
puede ser rey donde primero no es reconocido como profeta y sacerdote.
Los que no aceptan la Biblia como la revelación infalible de su voluntad no
lo reconocen como profeta. Y los que evitan la expiación sustitutoria no lo
reconocen como sacerdote. Así es que sus esfuerzos en construir el reino
son en vano.
2. Nuevamente, los fundamentalistas reconocen a Cristo como profeta y
sacerdote. Aceptan a la Biblia como su palabra infalible y confían en su
expiación para el perdón de pecados. Pero no creen que Él es Rey; solo
creen que lo será en el futuro. Ellos entonces toman un punto de vista
totalmente pesimista del mundo, y consideran que es inútil buscar aplicar
los principios de la palabra de Cristo en la sociedad. Felizmente, muchos
fundamentalistas son inconsistentes y entonces no niegan en práctica
completamente lo que niegan en teoría. Aun así se debe decir que donde se
aplica esta teoría, se niega la honra de Dios y decae el carácter de la
verdadera Iglesia.
Ya hemos considerado la elección eterna de Dios (Cap. III, 3,4) y su pacto
(Cap. VII). Consideraremos después el designio de la expiación de Cristo bajo la
sección 5. Pero debemos considerar aquí brevemente el señorío universal de
Dios sobre su creación. El que es profeta, sacerdote y rey, la cabeza y el salvador
de la Iglesia, también es el heredero de todas las cosas y el juez del mundo. La
cabeza de la Iglesia es cabeza de la creación. Y Él reina tanto sobre la Iglesia
como sobre la creación de acuerdo con su propósito redentor (Ef 1:22, 4:15, Col
1:18, 2:19). Esta es una verdad comúnmente ignorada hoy en día. Es ignorada en
una gran multitud de observaciones religiosas públicas y ecuménicas. De esta
manera, la alabanza por el gobierno de la naturaleza y por las operaciones de la
providencia se atribuye a Dios pero no a Cristo. Se cree que cuando hablamos
del dominio sobre la creación, Cristo puede ser obviado y solo “el Padre”
necesita ser mencionado. La verdad es que Dios el Padre ha entregado todo en
manos del Dios-hombre, Jesucristo. Y nadie viene al Padre salvo por medio de
Él (Fil 2:6-11, Ef 1:22, 23, Mt 28:18, Hch 2:36, etc.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué se le llama a Cristo “el último Adán”?
2. ¿Cuáles son los “tres oficios” implícitos en la obra de Adán y
explícitos en la obra de Cristo?
3. ¿Por qué fueron separados estos oficios por institución de Dios en
el Antiguo Testamento?
4. Con respecto al oficio de profeta:
a. ¿Quién es el primero en ser nombrado como profeta en las
Escrituras?
b. ¿Con quién realmente comienza el oficio en sí?
c. ¿Qué hecho es especialmente notorio con respecto a este
oficio?
5. Con respecto al oficio de sacerdote:
a. ¿Quién es el primero en ser nombrado como sacerdote en las
Escrituras?
b. ¿Por qué es importante este hecho?
c. ¿Con quién comenzó la sucesión de sacerdotes?
6. Con respecto al oficio de rey:
a. ¿Quién fue el primer rey en Israel?
b. ¿Cuándo fue la primera vez que Dios le habló de reyes a su
pueblo?
c. ¿Era la voluntad de Dios que Israel tuviera un rey?
7. Brevemente defina cada uno de los tres oficios de Cristo. (Vea el
Catecismo Menor, preguntas 24-26).
8. ¿Qué oficios de Cristo niegan o ignoran los modernistas?
9. ¿Qué oficio de Cristo a veces ignoran los fundamentalistas?
10. ¿En qué forma deshonran a Cristo los que sí lo reconocen en sus
tres oficios?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. El Hijo de Dios, la segunda Persona de la Trinidad, siendo verdadero y
eterno Dios, de la misma sustancia, e igual con el Padre, cuando llegó la
plenitud del tiempo, tomó sobre sí la naturaleza humana, con todas las
propiedades esenciales y con sus flaquezas comunes pero sin pecado;
siendo concebido por el poder del Espíritu Santo, en el vientre de la
virgen María, de la sustancia de ella. De tal manera que dos enteras,
perfectas y distintas naturalezas, la divinidad y la humanidad, fueron
unidas inseparablemente en una Persona, sin conversión, composición o
confusión. Dicha Persona es verdadero Dios y verdadero hombre, sin
embargo, un solo Cristo, el único Mediador entre Dios y el hombre.
VIII, 2. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Cristo es Dios,
(2) que también es hombre, habiendo entrado en la naturaleza humana
sobrenaturalmente sin pecado, y
(3) que sin embargo, es una Persona, Cristo el mediador entre Dios y el
hombre.
Juan el apóstol dijo: “En esto pueden discernir quién tiene el Espíritu de Dios:
Todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano, es de
Dios; todo profeta que no reconoce a Jesús, no es de Dios sino del anticristo.
Ustedes han oído que este viene; en efecto, ya está en el mundo” (1Jn 4:2,3).
La seriedad de la herejía con respecto a la doctrina de Cristo es clara: “Todo
el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo no tiene a Dios; el
que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguien los visita y
no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa…” (2Jn 9,10). Con tales
advertencias como estas no nos debe sorprender que la historia de la Iglesia no
sea una de dulce paz. Cristo no vino para traer paz a la tierra sino espada. Esa
espada es su Palabra, y divide a los hombres adondequiera que vaya (Ap 1:16,
Heb 4:12, Mt 10:34). La Iglesia está en el mundo para enfrentarse al reino del
error, y desde el comienzo Satanás se ha opuesto con errores sutiles a la única
arma de defensa de la Iglesia: La Palabra de Dios.
Durante los dos primeros siglos después de la venida de Cristo al mundo, la
batalla entre la verdad y el error estaba generalizada doctrinalmente. Los
primeros cristianos fueron llamados a defender la fe Cristiana en su totalidad
contra una obvia oposición pagana. El Gnosticismo de aquellos días era la
falsificación de Satanás. Era una caricatura falsa del sistema completo del
Cristianismo, pero era atractivo. Muchos se descarrilaron de la fe Cristiana
histórica (es decir, la fe basada en eventos verdaderos que tuvieron lugar en la
historia) por esta fe supra-histórica (es decir, una fe basada en la vana
especulación de las cosas que supuestamente están detrás de la historia).
Durante los siglos tercero y cuarto, el ataque se volvió menos generalizado y
se concentró principalmente en la doctrina de la Trinidad. Durante este periodo,
la Iglesia se enfrentaba al Monarquismo (una herejía que hacía que Cristo y el
Espíritu Santo estuvieran sometidos al Padre, no solo en su obra redentora, sino
en su propia esencia). El Monarquismo Modalista (el cual enseñaba que Dios es
una persona que asume tres identidades—el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo—
pero solo uno a la vez), y Arrianismo (que enseñaba que Cristo y el Espíritu
Santo eran solo criaturas). Contra estos errores y otros similares, los Concilios de
Nicea (325 d.C.) y Constantinopla (381 d.C.) empezaron a forjar una declaración
de la fe de la Iglesia en los grandes documentos de los credos. La fe bíblica era
expresada, entonces, en una oposición consciente a las sutiles y aparentemente
inocentes (aunque realmente mortales) falacias de Satanás.
Sin embargo, ni bien había sobrevivido la Iglesia los ataques de Satanás sobre
la doctrina de la Trinidad cuando empezaron los ataques contra la doctrina de
Cristo. Aproximadamente entre los siglos quinto y séptimo, surgieron:
1. El Apolinarismo (el cual enseñaba que Cristo era Dios, pero que no poseía
verdadera—o total—humanidad). Apolinario ensenó que Cristo tenía un
cuerpo y un alma, pero que en vez del espíritu humano, Cristo tenía un
Logos (Palabra) divino.
2. El Nestorianismo (lo cual enseñaba que hay dos personas distintas, una
divina y otra humana, en vez de una sola persona con dos naturalezas en
Cristo).
3. El Eutiquianismo (también llamado Monofisismo, que enseñaba que en la
persona del Cristo encarnado había solamente una naturaleza, la cual era
divina). Había otros, pero estos eran los más prominentes y demuestran la
persistencia con la cual abundaban las falacias acerca de la persona de
Cristo.
Contra estas herejías, la Iglesia formuló la verdadera doctrina de la persona
de Cristo en el Concilio de Calcedonia en el año 451 d.C. Y en esta sección de la
Confesión de Fe de Westminster se recoge y afirma, aún más conscientemente,
la sustancia de este credo. Siglos de enfrentamientos mortales entre Satanás y la
Iglesia se ven cristalizadas en estas palabras: “que la totalidad de las naturalezas
perfectas y distintas, la Deidad y la humanidad, fueron inseparablemente unidas
juntamente en una sola persona, sin composición, ni conversión, ni confusión”.
Si es verdad que “el que se olvida del pasado se ve condenado a revivirlo”,
entonces es una tragedia, de la más enorme magnitud, que esta historia y sus
frutos hayan sido olvidados. El increíble crecimiento de muchas sectas modernas
que no hacen más que repetir las antiguas falacias parece confirmar la veracidad
de este proverbio. El testimonio de esta sección de la Confesión se confirma de
la siguiente manera:
Su naturaleza divina
• Eterna (Jn 17:5, 24)
• Omnipotente (Mt 8:27)
• Omnisciente (Lc 6:8)
• Su paternidad sobrenatural fue respetada en su concepción humana (Lc
1:35).
Su naturaleza humana
• Comenzó en el tiempo (Gá 4:4).
• Era de generación humana de la sustancia de María (Lc 1:35).
• Estaba sujeta a las limitaciones y los incidentes de la existencia humana (es
decir, crecimiento, hambre, sufrimiento, dolor, limitaciones de
conocimiento, etc; Heb 2:17, 4:15, etc.).
• Murió.
Su uni-personalidad
Aunque está claro en las Escrituras que la naturaleza humana de Cristo era
genuina y completa, así como también su naturaleza divina, y que siempre
permanecían distintas la una de la otra dentro de su persona (no hubo ninguna
mezcla, disolución, ni confusión entre las dos naturalezas); sin embargo, las
Escrituras también insisten en que Cristo era solo una persona. Ni Dios, ni
ningún hombre, jamás se dirigió a Él o lo trató como si fuera el uno o el otro, ni
tampoco actuó Él mismo en ningún momento como si fuera el uno o el otro. La
práctica moderna de hacer retratos de Cristo como si su naturaleza humana
aparte de la divina se pudiera comunicar apropiadamente no es solamente un
terrible error, sino que es imposible. Por esta razón el Catecismo Mayor de
Westminster declara de forma consistente que es una violación del segundo
mandamiento “el hacer alguna representación de Dios, de todas o de una de las
personas de la Trinidad, ya sea interiormente en nuestras mentes, o
exteriormente en cualquier clase de imagen o semejanza de criatura alguna” (P.
109). Porque así como Dios es un solo Dios, y aun así tres Personas eternamente
distintas, así también Cristo, en la unidad de su Persona, tiene dos naturalezas
completas que son distintas la una de la otra. Esto se puede comprobar en las
Escrituras en textos tales como Hechos 20:28. Allí leemos que “Dios […]
adquirió con su propia sangre” a la Iglesia. Pero las Escrituras dicen que Dios es
Espíritu (Jn 4:24). “El espíritu no tiene carne” y sangre. Tal afirmación es
imposible solo porque la persona que adquirió a la Iglesia es a la vez Dios y
hombre. Porque es una sola persona con dos naturalezas, podemos hablar de Él
como Dios y como quien derramó su sangre humana.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué no nos sorprende que la historia de la Iglesia ha sido una
historia de gran conflicto?
2. En esta guerra ¿cuál es la única arma ofensiva de la Iglesia?
3. En esta guerra ¿cuál es el arma de Satanás?
4. ¿En cuál esfera de la doctrina tuvo su primera batalla la Iglesia?
5. ¿En cuál esfera tuvo lugar la siguiente batalla?
6. ¿En cuáles dos primeros concilios, y en qué años, formuló la Iglesia
la doctrina de la Trinidad contra los errores que habían surgido?
7. ¿En qué concilio y en qué fecha defendió la Iglesia la verdadera
doctrina de la persona de Cristo?
8. ¿Cuántas naturalezas tiene Cristo?
9. ¿Cuántas personas hay en Cristo?
10. ¿Por qué está mal intentar hacer retratos que representen a
Cristo?
11. ¿Cómo confirma la doctrina de la Confesión el texto de Hechos
20:28?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, fue
sobremanera santificado y ungido con el Espíritu Santo, teniendo en Él
todos los tesoros de la sabiduría y conocimiento; pues agradó al Padre
que en Él morase toda plenitud, a fin de que, siendo inocente y sin
mancha, lleno de gracia y de verdad, Él estuviese completamente apto
para ejercer el oficio de Mediador y Fiador. Él no tomó este oficio por sí
mismo, sino que fue llamado por Dios para ello, quien puso todo poder y
juicio en Sus manos, y le dio el mandamiento de cumplirlo.
VIII, 3. En esta sección de la Confesión aprendemos:
(1) cómo fue equipada la naturaleza humana de Cristo para ejercer su obra de
mediador,
(2) por qué es necesario que también fuera Dios para cumplir su trabajo,
(3) cómo fue llamado divinamente a su oficio,
(4) que estaba envestido con la autoridad y habilidad requeridas, y
(5) que fue ordenado para ejercer esta obra.
Recordando que la naturaleza humana de Cristo en ninguna manera dejó de
ser humana (limitada, finita, etc.) al unirse con su naturaleza divina, podemos
entender la necesidad por la cual Dios le otorgó todo lo necesario para cumplir
su oficio. Él era, excepto en pecado, como nosotros. Y aun sin el pecado, no
estaba calificado ni autorizado para cumplir la obra mesiánica (Heb 2:11). Solo
la podía recibir por un llamado especial de Dios (Heb 5:4). Era necesario que se
le dieran órdenes divinas para cumplir esta obra (Heb 5:1, Lc 4:18). Las
personas ungidas de Dios para cumplir oficios mesiánicos de forma anticipatoria
en el Antiguo Testamento eran dotados en forma sobrenatural para su obra por
medio de una operación especial del Espíritu Santo distinta de las operaciones
que Él pudo haber ejercido sobre (o en) ellos personalmente. (Vea 1 Samuel
10:1,6 comparada con 1 Samuel 28:16 y Jueces 14:6, 16:20). Esta operación
especial del Espíritu se simbolizaba de forma externa por medio de la unción con
aceite. Cristo no fue ungido con aceite, pero sí fue ungido con el Espíritu Santo
sin medida, es decir, no en la forma limitada en la cual lo habían sido las
personas del Antiguo Testamento que lo tipificaban (Jn 3:34, Lc 4:18).
Obviamente, el Salvador no tenía necesidad del Espíritu Santo para su propia
salvación, pues Él no tenía pecado. Sin embargo, siendo humano sí necesitaba el
Espíritu Santo para capacitarlo a fin de cumplir la obra de la redención. Se puede
decir sin vacilación que Cristo en todo momento realizó su predicación, obró sus
milagros y rindió obediencia perfecta siempre en total dependencia del poder
sobrenatural del Espíritu Santo (Hch 10:38). Por eso dijo: “no hago nada por mi
propia cuenta” (Jn 8:28). Sus oraciones constantes son evidencia de su total
dependencia de Dios. Al final, su naturaleza humana se sumergió bajo la
aflicción total de la maldición de Dios; y la inhabilidad de su naturaleza humana
de soportar esta terrible condenación, por la cual murió (aunque por su propia
voluntad), nos demuestra que no había ningún poder inherente en su naturaleza
humana aparte del Espíritu de Dios.
Es de igual importancia e igualmente verdadero que Él poseía una naturaleza
divina. Así Él podía, de sí mismo, entregar su vida y retomarla (Jn 10:17). La
dotación del Espíritu Santo en cuanto a su naturaleza humana no le pudo haber
dado esta autoridad divina ni este poder. El que sería soberano sobre la muerte y
a la vez sujeto a la muerte tiene que ser Dios y no solo hombre. Se puede decir,
de cierto modo, que un hombre quizás podría entregar su vida, pero tendría que
ser más que hombre para poder retomarla. Es más, si Él no fuera Dios y por lo
tanto infinito en su capacidad de sufrimiento, ¿cómo pudo haber sufrido la ira sin
límites de Dios durante tres días? Por que Él era Dios podía ofrecer lo que era de
mayor valor de lo que se requería por los pecados de todo el mundo. Finalmente,
podemos hacer las siguientes preguntas: ¿Cómo pudo haber tenido acceso a Dios
en nuestro lugar con una eficacia garantizada? ¿Cómo pudo haber derrotado
totalmente a todos sus, y nuestros enemigos? ¿Cómo podía enviarnos su Espíritu
Santo? ¿Cómo podía hacer estas cosas si no fuera Dios y hombre a la vez?
Nuevamente, si no hubiera sido Dios y hombre en una sola persona, estos
diversos requisitos no se podrían haber cumplido en la única obra de redención.
Porque reunía en sí mismo las condiciones necesarias y poseía las calificaciones
necesarias, Él podía lograr nuestra redención como el único mediador entre Dios
y el hombre.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué fue necesario que a Cristo se le proveyera del poder del
Espíritu Santo?
2. ¿La presencia del Espíritu Santo en un profeta (sacerdote, o rey) del
Antiguo Testamento indicaba necesariamente que fuera una
persona regenerada?
3. ¿Cómo confirma esto la forma en que Cristo recibió el Espíritu
Santo?
4. ¿Cuáles son algunas de las cosas que hizo Cristo para las cuales
era necesario que Él fuera humano?
5. ¿Cuáles son algunas de las cosas que hizo Cristo para las cuales
era necesario que fuera divino?
6. ¿Por qué también era necesario que Él uniera las dos naturalezas
en una persona?
Ver las respuestas a estas preguntas
4. El Señor Jesús asumió este oficio de muy buena voluntad; y para
desempeñarlo quedó sujeto a la ley, y la cumplió perfectamente; padeció
inmediatamente los más crueles tormentos en su alma y los más dolorosos
sufrimientos en su cuerpo; fue crucificado y murió; fue sepultado y
permaneció bajo el poder de la muerte pero no vio corrupción. Al tercer
día se levantó de entre los muertos, con el mismo cuerpo en el que sufrió;
con el cual también ascendió al cielo, y allí está sentado a la diestra de su
Padre, haciendo intercesión; y al fin del mundo retornará para juzgar a
los seres humanos y a los ángeles.
VIII, 4. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Cristo tomó sobre sí mismo voluntariamente el oficio mediador
(2) con el estado de humillación que involucraba, tanto como el estado de
exaltación en el cual continúa ejerciendo su obra mediadora.
El carácter voluntario del ingreso de Dios el Hijo en la naturaleza humana y
los oficios mesiánicos se ve confirmado a lo largo de las Escrituras. Por ejemplo,
en Hebreos 2:12-17 leemos de Él: “Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en
medio de la congregación te alabaré”. Esto, una citación del Salmo 22:22, es el
Espíritu de Cristo hablando por medio de David con respecto a su ingreso al
cuerpo humano. Es voluntario. “Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, Él
también compartió esa naturaleza humana…” (Heb 2:14). Pero hubo una
diferencia. Él escogió ser hombre. “Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los
ángeles sino de los descendientes de Abraham” (Heb 2:16). Él ejercía su libre
voluntad. Impuso esta condición sobre sí mismo. Y lo mismo es cierto de su
muerte. De su propia vida Él dijo: “Nadie me la arrebata” (Jn 10:18). Pablo dice:
“[Cristo] dio su vida por mí” (Gá 2:20).
La asunción voluntaria de Cristo de los oficios mesiánicos involucraba el
estado de humillación requerido para cumplir su obra. Esto había quedado muy
claro antes de su venida:
1. Tenía que estar sujeto a la humillación al experimentar el nacimiento
humano (Is 7:14, 9:6 y Gn 3:15, 17:7, Sal 72, Heb 2:12-17),
2. tenía que nacer en una condición baja (Sal 22:9-12, Mi 5:2, Job 25:6 y Sal
22:6),
3. tenía que estar bajo la ley (Sal 40:6-8, Heb 10:4-10, Sal 45:6ss., 72:1),
4. tenía que rendir obediencia perfecta a la ley (Sal 45:7, Éx 28, Sal 40:8-10),
5. tenía que sufrir las miserias de esta vida, la ira de Dios y la maldición de
muerte sobre la cruz (Sal 22, Is 53, etc.), y
6. tenía que morir, ser enterrado y continuar bajo el poder de la muerte durante
cierto tiempo (Sal 35:11, 118:22, 16:9-11, Is 53, esp. v. 8).
También era necesario que después experimentara un estado glorioso de
exaltación. Porque las Escrituras requerían:
1. Su resurrección de la muerte al tercer día (Sal 16:10, 49:15, 68:18 y Ef 4:810),
2. su ascensión al cielo (Sal 47:5, 24:7-10),
3. tenía que sentarse a la diestra de Dios el Padre, para allí interceder por
nosotros, reinar sobre nosotros y gobernar todas las cosas (Sal 16:11, 90:1,
Dn 7:13, 14, Zac 6: 12, 13), y
4. tendrá que volver de nuevo en el último día para juzgar a los vivos y los
muertos (Sal 98:9, etc.; esto será tratado en el Capítulo XXXIII).
No es necesario hacer el esfuerzo aquí para demostrar que estas predicciones
(salvo la última) han sido satisfechas por Cristo según el testimonio del Nuevo
Testamento. Aunque el carácter voluntario de la obra de nuestro Señor se ve
claramente afirmado, asimismo se testifica que cada uno de estos pasos fue
divinamente prescrito y necesario para el cumplimiento exitoso de la redención
del pueblo del Señor (vea Lucas 2:49, 4:43, Mateo 16:21, Lucas 22:37, 24:44,
etc., compare también con el Catecismo Mayor, Preguntas 46-56).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Cite pruebas de las Escrituras que muestren que la humillación de
Cristo fue voluntaria.
2. ¿Cómo se puede describir a la obra mediadora de Cristo como
voluntaria y a la vez como una necesidad?
3. ¿Qué condiciones particulares pertenecientes a la humillación de
Cristo eran requeridas por la revelación del Antiguo Testamento?
4. ¿Qué condiciones particulares pertenecientes a la exaltación de
Cristo eran requeridas por la revelación del Antiguo Testamento?
5. ¿Existe alguna evidencia en el Nuevo Testamento de que Cristo
cumplió en forma absoluta estas condiciones?
6. ¿Cuál es la única obra requerida de Cristo en su estado de
exaltación que permanece aun completamente en el futuro?
Ver las respuestas a estas preguntas
5. El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y sacrificio de sí mismo, el
cual ofreció a Dios una sola vez por el Espíritu eterno, ha satisfecho
completamente la justicia de su Padre; y compró para todos los que el
Padre le había dado, no solo la reconciliación, sino también una herencia
eterna en el reino de los cielos.
VIII, 5. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Cristo hizo satisfacción ante Dios por los que Él representaba,
(2) que esta satisfacción fue lograda por una obediencia tanto pasiva como
activa, y
(3) que por medio de esta satisfacción Cristo ha asegurado una completa
redención para los que Él representaba.
Aquí consideramos la doctrina de “expiación definitiva” o “particular”. A
veces ha sido llamada la doctrina de la “expiación limitada” porque las
Confesiones Reformadas reconocían que Cristo fue un sustituto por algunos
hombres en vez de todos los hombres. Sin embargo, es muy desafortunado que
este término ha dado lugar al concepto erróneo de que las iglesias Reformadas
“limitan” la expiación, mientras que los grupos Arminianos no. La verdad es que
el sistema Arminiano “limita” la expiación mientras que el sistema Reformado
no. Para poder demostrarlo solo necesitamos considerar el siguiente hecho: el
Arminiano (y también el Luterano y el Católico Romano) se ve obligado (por la
clara enseñanza de las Escrituras) a admitir que solo ciertos hombres realmente
serán salvos. Solo niegan esto los que afirman la idea de la salvación universal,
que está totalmente en contra de las enseñanzas de las Escrituras. Todos los que
mantienen la fe cristiana histórica, aun en su forma más abierta, están de acuerdo
que solo algunos serán salvos. Por consiguiente, no están en desacuerdo en
cuanto a que la obra de Cristo finalmente termina en la salvación de solo una
porción limitada de la raza humana. Si todos los que aceptan el dictamen de las
Escrituras “limitan” de esta forma el número final de los que serán salvos a solo
una “parte” de la raza humana, ¿por qué se tiene por culpable solamente al
Cristiano Reformado por haber “limitado” la expiación?
La diferencia precisa entre las Confesiones Reformadas y la de los
Arminianos y otros no es el efecto final de la expiación, sino más bien su
designio original. La verdadera pregunta es: Cuando Cristo murió, ¿fue su plan o
designio (y el del Padre quien lo dio) salvar a todos los hombres o solo a
algunos? Las iglesias Reformadas siempre han respondido que las obras de Dios
nunca son inconsistentes, y que los que realmente son salvos son aquellos para
quienes siempre fue el designio de Dios el de salvarlos. Sin embargo, la iglesia
Arminiana (y la Luterana y la Católica Romana) siempre ha buscado una forma
de lograr que la obra de Cristo sea distribuida de forma igual para toda la
humanidad. Pero esto requiere una disminución dramática del concepto de lo que
es la expiación de Cristo. Puesto que desean decir que Cristo hizo lo mismo por
cualquier hombre particular que lo que hizo por cualquier otro hombre, a saber:
hizo posible la salvación, pero no se atreven a decir que Cristo hizo lo suficiente
para asegurar la salvación de cualquiera. Si así lo afirmaran, se verían obligados
a decir que todos van a ser salvos. Si la obra de Cristo es la misma para todo
hombre, entonces no puede hacer para alguno lo que no hace para todos. Si la
obra de Cristo no asegura la salvación para todos, entonces no puede asegurarla
para ninguno. Lo que asegura es solo la posibilidad, el chance o la oportunidad
de ser salvo, lo cual es, supuestamente, para todos.
En 1925 la Iglesia Unidad Presbiteriana de Norteamérica buscó acomodar la
Fe Reformada a tal perspectiva. Dejando de lado la Confesión de Fe de
Westminster en este punto vital, el Artículo XIV del nuevo credo afirmaba que
Cristo se había dado “en rescate por todos”. Sin duda los autores de este “nuevo
credo” detestaban al Arminianismo. Sin embargo, no podían evitar la lógica
inexorable de su propia presuposición Arminiana. Para poder decir que Cristo
murió igualmente por todos, no podían evitar decir que su expiación solo
aseguró “acceso libre a Dios para el perdón y la restauración”. En otras palabras,
asegura algo menos que la salvación completa; asegura solo el acceso a ella.
Esto es realmente expiación “limitada” en su sentido más reprensible, porque
esta es una limitación falsa impuesta por hombres. Y esto hiere al evangelio en
su mismo corazón. Porque es el testimonio de la Biblia (y nuestra Confesión
Reformada) que la obra de Cristo hizo mucho más por el pecador que
simplemente conseguirle “acceso a Dios para el perdón y la restauración”. Lo
que logró para el pecador era precisamente el perdón y la restauración. Cristo
realmente toma sobre sí el pecado y el castigo de su pueblo (Is 53, Ro 5:19, Heb
10:14, 3:25,26). A ellos por su parte les es imputada la justicia de Cristo (1Co
5:21, etc.), y eso es el perdón y la restauración. Son perdonados porque su
pecado es castigado en Cristo. Y son restaurados porque la justicia de Cristo
llega a ser de ellos. Así se vuelve dolorosamente claro que la única forma de
extender el designio de la expiación para poder incluir a todos igualmente dentro
de su provisión es desnaturalizarlo y eliminar su carácter sustitutorio. Si Cristo
realmente no tomó sobre sí mi pecado, mi culpa y mi castigo, ¿entonces qué
haré? Si solo abre el camino de acceso a Dios para que yo pueda entrar con mi
pecado y castigo, pobre de mí, estoy realmente deshecho. Sin embargo, ¿cuál es
el valor más alto que le podemos atribuir a la muerte de Cristo si intentamos
sostener que fue designada para el beneficio igual de todo hombre (es decir,
abriendo el cielo a todos para que cada uno pueda venir y pedir perdón, etc.).
Pero si sostenemos, junto con las Escrituras, que en esto, tanto como en las
demás obras redentoras de Dios, Él tenía en mente un pueblo especial, entonces
podemos magnificar su poder y nuestra fe descansa allí con seguridad.
¿Pero qué enseñan las Escrituras? Nos enseñan que Jesús fue llamado así
porque Él salvaría a Su pueblo de sus pecados (Mt 1:21). Él dio Su vida como
rescate por muchos (Mt 20:28). El prometió que realmente salvaría a todos los
que el Padre le había entregado (Jn 6:37,39). En Romanos 8:29, el apóstol afirma
el hecho de que solo los que habían sido predestinados por Dios para,
subsecuentemente, recibir la salvación, realmente la reciben. Cada beneficio
particular de la salvación les es revelado (Ro 8:30). Pero la base de todo, nos
dice, es que Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros” (Ro 8:32). Y también dice específicamente que al decir “todos
nosotros” está hablando exclusivamente de “los escogidos de Dios” (Ro 8:33).
Es porque son escogidos que son también los que reciben la expiación de Cristo,
y no nos debe sorprender que Dios, habiendo dado su propio Hijo para morir por
ellos, también les dará generosamente todas las cosas (Ro 8:32). Pero si esto no
fuera suficiente, también tenemos las palabras de Jesús mismo, en las que
claramente declara cuál era el designio o el propósito de su expiación: “Porque
he bajado del cielo no para hacer Mi voluntad sino la del que me envió. Y esta es
la voluntad del que me envió: Que Yo no pierda nada de lo que Él me ha dado,
sino que lo resucite en el día final” (Jn 6:38,39). “No ruego por el mundo”, dice,
“sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo que Yo tengo es tuyo,
y todo lo que Tú tienes es mío” (Jn 17: 9,10). “Doy mi vida por las ovejas” (Jn
10:15ss). Estas palabras no fueron dadas por alguien cuya intención era que su
muerte fuera de beneficio por igual para todo hombre. Y sin duda, no indican
simplemente una intención de hacer posible la salvación. Son las palabras de
alguien que se propuso deliberadamente salvar a Su pueblo de sus pecados.
Por cierto, es verdad que algunos textos de las Escrituras parecen aplicarse a
un designio universal de la expiación (Heb 2:9, 2Co 5:14,15, 1Jn 2:2, 1Ti 4:10,
etc.). Con respecto a estos textos se puede decir lo siguiente:
1. A menudo se ignora el contexto. Por ejemplo, en Hebreos 2, el autor está
hablando de los “muchos hijos” que Cristo llevará a la gloria, y no de todos
los hombres. Por consiguiente, cuando el autor habla en este contexto de
que Cristo padeció la muerte por todos, no existe razón legítima para
extender el ámbito de su comentario más allá de los límites de lo que está
hablando. ¿Por qué no debemos reconocer el derecho del autor de hablar de
que Cristo padeció la muerte por cada uno de los que está hablando?
2. Una segunda razón para mala interpretación es la falta de discernimiento
del significado apropiado de los términos de las Escrituras mediante una
comparación de las Escrituras con ellas mismas. Resulta que las Escrituras
emplean expresiones universales para describir fenómenos que son solo
generales y no absolutos. Por ejemplo, Mateo 3:5 dice que cuando Juan el
Bautista estaba predicando “acudía a él la gente de Jerusalén, de toda Judea
y de toda la región del Jordán. Cuando confesaban sus pecados él los
bautizaba en el río Jordán”. Pero toda tiene un sentido general, no un
sentido absoluto, ya que las Escrituras nos informan que los fariseos y los
jefes de los sacerdotes no aceptaban el bautismo de Juan (Lc 7:30). En 1
Juan 5:19 Juan dice que “el mundo entero está bajo el control del maligno”,
y a pesar de ello también dice que “somos de Dios”. ¿Por qué entonces no
puede ser Cristo el salvador de todos en un sentido general (es decir,
algunos de cada lengua y tribu y nación) mientras no lo es en un sentido
absoluto?
3. Finalmente, debemos recordar que, aparte de la salvación eterna, hay
ciertos beneficios misericordiosos de la expiación que corresponden a toda
la raza humana. Hay un sentido en el cual Cristo es “el salvador de todo
hombre”, así como hay otro sentido en el cual Él es “el Salvador de todos,
especialmente de los que creen” (1Ti 4:10). La muerte de Cristo ha
asegurado beneficios temporales para toda la raza humana y un retraso en la
ejecución de la sentencia de maldición. (Vea Génesis 8:20-9:17 para las
provisiones del pacto de la gracia que son aplicables a todo hombre).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. En la enseñanza Reformada, ¿qué significa la “expiación limitada”?
2. ¿Qué términos son más apropiados?
3. ¿En qué están de acuerdo la doctrina Reformada, Arminiana,
Luterana, y Católica Romana (es decir, con respecto al número de
los salvos)?
4. La diferencia precisa entre los Cristianos Reformados y otros no
está en el efecto final de la expiación sino… ¿en qué?
5. ¿Cómo limita la expiación el punto de vista de la oposición?
6. Cuando la Iglesia Unida Presbiteriana intentó universalizar el
designio de la expiación, ¿cuál fue el resultado inevitable?
7. ¿Qué tiene que asegurarle la expiación de Cristo para que pueda
serle de beneficio “salvador”?
8. Cite un texto que declare con claridad el designio de su muerte.
9. Cite un texto que parece aplicable, a primera vista, al punto de vista
contrario.
10. Exponga los principios que a menudo son obviados al interpretar
tales textos.
11. Exponga la interpretación correcta de 1 Timoteo 4:10.
Ver las respuestas a estas preguntas
6. Cristo aplica y comunica la redención, cierta y eficazmente, a todos
aquellos para quienes la ha comprado, intercediendo por ellos y
revelándoles los misterios de la salvación en y por la Palabra,
persuadiéndolos eficazmente por medio de su Espíritu para creer y
obedecer, y gobernando sus corazones por medio de su Palabra y de su
Espíritu, venciendo a todos sus enemigos por medio de su gran poder y
sabiduría, de tal manera y formas que concuerdan con su maravillosa e
inescrutable dispensación.
7. Aunque la obra de redención no fue realmente efectuada por Cristo sino
hasta después de su encarnación, sin embargo, la virtud, la eficacia y los
beneficios de ella fueron comunicados a los elegidos en todas las épocas
sucesivamente desde el comienzo del mundo, en y por las promesas, tipos,
y sacrificios en los cuales Cristo fue revelado y dado a entender como la
simiente de la mujer que había de machacar la cabeza de la serpiente; y
como el Cordero inmolado desde el principio del mundo, siendo el mismo
ayer, hoy y por siempre.
8. En la obra de mediación, Cristo actúa según ambas naturalezas,
haciendo por medio de cada naturaleza lo que es propio de cada una de
ellas; sin embargo, en razón de la unidad de la persona, aquello que es
propio de una naturaleza, algunas veces, en la Biblia se atribuye a la
Persona dominada por la otra naturaleza.
VIII, 6-8. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que los beneficios de la expiación de Cristo han sido aplicados a los
escogidos durante todos los siglos, aunque no fueron realmente aplicados
sino hasta la encarnación,
(2) que estos beneficios fueron aplicados antes de la encarnación por medio
de tipos y ordenanzas distintas a las de ahora,
(3) que la obra mediadora de Cristo involucra ambas naturalezas a la vez,
(4) que Cristo aplica la redención eficazmente a aquellos para quienes la
compró, y
(5) la manera en que Cristo aplica esa redención.
Hemos discutido anteriormente sobre la unidad del pacto (Cap. VII, 4-6). En
esa discusión intentamos demostrar que en todas las “dispensaciones” la
salvación era por fe en la expiación de Cristo, y que los cambios que eran
evidentes allí eran solo los necesarios para el progreso de la revelación divina.
Pero la salvación del pueblo de Dios, en todas las edades, fue únicamente por
medio de la cruz de Cristo. David reconoció que Dios no miraba los sacrificios
del Antiguo Testamento como eficaces en sí mismos (Sal 51:16). El propósito
mismo del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento era, en parte, demostrar
que estos “no tienen poder alguno para perfeccionar la conciencia de los que
celebran ese culto” (Heb 9:9) con el fin de que los creyentes pudieran mirar con
expectativa a esa única ofrenda por medio de la cual Cristo “ha hecho perfectos
para siempre a los que está santificando” (Heb 10:14). La ley era solo una
sombra (Heb 10:1), pero era una sombra “de cosas buenas por venir” y, por lo
tanto, un medio por el cual los creyentes recibían los beneficios de Cristo antes
que la obra realmente se hubiera realizado.
También hemos visto (Cap. VIII, 1-3) que la obra mediadora de Cristo
involucra ambas naturalezas a la vez. Continuaremos con nuestros comentarios
aquí, por lo tanto, con el tema de la aplicación actual de la redención a los
escogidos. El plan de la salvación es auto-consistente. Los escogidos del Padre
fueron comprados por Cristo. Y los que fueron comprados por Cristo son
llamados eficazmente a su reino. “Todos los que el Padre me da vendrán a mí”
(Jn 6:37). “También a ellas (las ovejas del otro rebaño) debo traerlas. Así ellas
escucharán mi voz” (Jn 10:16). La forma en la cual Cristo logra esto está
descrita brevemente en la sección 8 de este capítulo de la Confesión. Pero se
desarrolla y revela detalladamente en el Capítulo titulado “Del Llamamiento
Eficaz”. Aquí nos contentaremos con poner énfasis en el hecho de que Cristo
realmente aplica eficazmente la redención a aquellos por quienes murió. Y al
captar esta verdad será de ayuda recordar las siguientes verdades:
1. Cristo ofrece la salvación de forma libre y sincera a todos los que escuchan
el evangelio, sean escogidos o no. “Porque muchos son los invitados, pero
pocos los escogidos” (Mt 22:14). “Vengan a Mí todos ustedes que están
cansados y agobiados, y Yo les daré descanso”, exclamó (Mt 11:28).
“¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos”, dijo Cristo de Jerusalén, “pero no
quisiste!” (Mt. 23:37).
2. Cristo prometió que ninguno que aceptara lo que ofrecía sería rechazado.
“Todos los que el Padre me da vendrán a Mí; y al que a Mí viene, no lo
rechazo” (Jn 6:37). Al decir que Cristo aplica la redención eficaz a sus
escogidos debemos tener cuidado de no torcer o pervertir su significado y
decir que Él impide que otros acepten su gracia.
3. La dificultad con los que no son llamados eficazmente se encuentra
completamente dentro de ellos mismos. Están muertos en sus delitos y
pecados (Ef 2:1). No vendrán a Cristo (Mt 23:37). Consideran su evangelio
una locura (1Co 1:23, 2:14). No es por lo que hace Cristo, sino por el hecho
de quiénes son y lo que hacen, que “no pueden venir” a Cristo (Jn 6:44).
4. El hecho de que los escogidos sí vienen es solo porque Cristo los capacita
para poder hacerlo. Él crea un nuevo corazón dentro de ellos (Sal 51:10,
etc.), y así ellos querrán aceptar la salvación que Él da libremente a todos
aquellos que la reciban. “Nadie sabe […] quién es el Padre, sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo quiera revelárselo” (Lc 10:22). “Ahora bien, Dios nos
ha revelado esto por medio de su Espíritu […] Nosotros no hemos recibido
el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que
entendamos lo que por su gracia Él nos ha concedido” (1Co 2:10, 12).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Los creyentes del Antiguo Testamento consideraban que sus
sacrificios eran inherentemente eficaces? Compruébelo por las
Escrituras.
2. ¿Quién aplica la salvación eficazmente a los escogidos?
3. Aporte pruebas bíblicas de que Cristo aplica la redención a todos
aquellos por quienes él murió.
4. ¿ A quiénes ofrece Cristo la salvación? Compruébelo.
5. ¿Cuántos de los que aceptan este ofrecimiento serán salvos?
Compruebe su respuesta.
6. ¿Por qué es que todos, menos los escogidos, rechazan este
ofrecimiento?
7. ¿Por qué es que todos los escogidos, sin excepción, aceptan este
ofrecimiento?
Ver las respuestas a estas preguntas
9
Del Libre Albedrío (IX)
1. Dios ha dotado a la voluntad del ser humano con aquella libertad
natural que no es forzada ni determinada hacia el bien o hacia el mal por
alguna necesidad absoluta de la naturaleza.
2. El hombre, en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para
desear y para hacer lo que es bueno y agradable a Dios, pero esta
inocencia era mutable, de tal manera que el hombre podía caer de ella.
3. El hombre, mediante su caída en el estado de pecado, ha perdido
totalmente toda capacidad para querer algún bien espiritual que
acompañe a la salvación; de tal manera que, un hombre natural, siendo
completamente opuesto a aquel bien, y estando muerto en pecado, es
incapaz de convertirse, o prepararse para ello, por su propia fuerza.
4. Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia,
lo liberta de su esclavitud natural bajo el pecado, y solo por su gracia lo
capacita para desear y hacer libremente aquello que es espiritualmente
bueno; pero a pesar de aquello, debido a la corrupción que aún queda en
el pecador, este no obra perfectamente, ni desea solamente lo que es
bueno, sino que desea también lo que es malo.
5. Solamente en el estado de gloria, la voluntad del hombre es hecha
perfecta e inmutablemente libre para hacer únicamente lo que es bueno.
IX, 1-5. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que el hombre, por naturaleza, posee un libre albedrío,
(2) que esta libertad significa que el hombre no se ve forzado a desear lo que
está en contra de su naturaleza o deseo, y
(3) que el hombre disfruta la misma libertad en cuatro estados pero con
distintos grados de habilidad para hacer el bien o el mal.
Es demasiado común acusar ferozmente a la Fe Reformada de negar el “libre
albedrío”. Muchos rechazan por completo la Fe Reformada (o el Calvinismo)
porque suponen que la soberanía divina (de la cual la predestinación es solo un
aspecto) cancela toda verdadera libertad y responsabilidad humana. Sin
embargo, irónicamente, ningún otro sistema de enseñanza protege tanto a la
verdadera libertad y responsabilidad humanas como la Fe Reformada.
Pero para poder llegar a entender este hecho debemos notar cuidadosamente
lo que es, y lo que no es, el libre albedrío. Con libre albedrío queremos decir que
la voluntad del hombre no se ve coaccionada. Queremos decir que el hombre no
se ve forzado por algún poder externo más grande que él a hacer algo que no
quiere hacer. Es decir que el hombre está libre de hacer lo que él quiere dentro
de los límites de su habilidad. ¿Qué más puede ser la libertad que poder hacer lo
que nos dé la gana? Sin embargo, debemos notar cuidadosamente que la libertad
no es idéntica a la habilidad. La confusión de estas dos cosas distintas resulta en
muchos de los pensamientos erróneos en el tema del libre albedrío. Muchas
personas realmente quieren decir habilidad cuando hablan de libertad. Hablan
de un hombre con libertad de hacer el bien o el mal cuando lo que realmente
quieren decir es que el hombre es capaz de hacer el bien o el mal. En esto están
en un grave error. La Biblia nos enseña clara y consistentemente:
(a) que el hombre es libre de hacer el bien o el mal, pero no tiene la libertad
de hacer cualquiera, sino
(b) que solo puede hacer el mal por su condición caída (Dt 30:19, Jn 6:44,
etc.). La esencia de esta confusión común la encontramos en las
enseñanzas de Cristo en Mateo 12:33 donde dice: “Si tienen un buen
árbol, su fruto es bueno; si tienen un mal árbol, su fruto es malo. Al árbol
se le reconoce por su fruto”. La voluntad es una facultad del alma o la
personalidad del hombre. Por ende, la voluntad se ve determinada por el
alma (uno mismo, el ego, o la personalidad) del hombre. No puede
escapar del carácter moral del cual proviene. Si el alma está totalmente
corrompida de tal forma que sus conocimientos y deseos son defectuosos
o podridos, entonces siempre deseará hacer el mal. De manera que existe
la libertad absoluta aunque hay una total inhabilidad de hacer el bien.
El hombre tenía originalmente una personalidad sin pecado. Él deseaba hacer
solo lo que era bueno y le complacía a Dios. Era libre de hacer lo que él deseara.
Y porque su naturaleza era totalmente sin corrupción sus deseos eran únicamente
buenos. Tenía libertad absoluta y también la habilidad de hacer el mal. No tenía
más libertad de hacer el bien que el hombre caído, pero tenía la habilidad
completa que está ausente en el hombre caído. Con la llegada del pecado el
hombre perdió, no su libertad, sino su habilidad de hacer el bien. Esto tenía que
ver con el hecho de que un solo pecado, como Dios les había advertido, era
suficiente para destruir la naturaleza pura de la que únicamente podía proceder el
buen fruto de la acción correcta. Antes de la caída, el hombre era libre de hacer o
el bien o el mal y era capaz de hacer cualquiera de los dos. Después de la caída
permanecía libre de hacer el bien o el mal, pero solo era capaz de hacer el mal.
Ahora “la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y […] todos sus
pensamientos tendían siempre hacia el mal” (Gn 6:5, cp. 8:21, 1Co 2:14, Sal 14,
53). “¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas?
¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer
el mal!” (Jer 13:23). El hombre pecaminoso ni siquiera puede hacer el único bien
necesario para lograr su rescate. Ningún hombre es capaz de venir a Cristo (Jn
6:44). Pero esto es por su propia naturaleza; no es impedido de hacer ningún
bien por algún poder o alguna coacción externa. Es impedido por las “leyes” de
su propio carácter depravado. Así como un cadáver tiene brazos, piernas, etc.,
que reposan inútilmente porque el que los usaba esta muerto, pero que se
volverán a usar cuando Dios levante ese cuerpo en la resurrección, así también
es con la voluntad del hombre. El hombre está espiritualmente muerto. Solo es
capaz de hacer el bien cuando es regenerado para poder poseer de nuevo un buen
corazón que desee hacer lo que le complace a Dios (Ef 2:lss, Jn 3:3, Fil 2:13).
El hombre regenerado posee la misma libertad absoluta que Adán antes de la
caída y los pecadores después de la caída. La diferencia entre el hombre no
regenerado y el regenerado es de habilidad, y no de libertad. Ambos están libres
para hacer el bien pero solo uno es capaz de hacerlo. Y aquel es capaz porque
Dios el Espíritu Santo le ha dado un nuevo corazón (Ef 2:10, 1Jn 5:18, Ez
36:26). Es hecho una nueva criatura (Gá 6:15). Entonces, es capaz de desear y
hacer el bien. Aun así su habilidad no es idéntica a la que tenía Adán
originalmente. Adán podía en ese entonces hacer la voluntad de Dios
perfectamente. Esto no significa que no sea una verdadera criatura nueva. Lo es.
Realmente encuentra su deleite en hacer la voluntad de Dios. Persiste en el
camino de santidad (1Jn 3:9ss). El pecado no puede prevalecer en él como podía
antes (Ro 7:21). La razón de esto es que los que son nuevas criaturas en Cristo
están en el proceso de ser santificados. No son aún el “producto final” aunque
son totalmente cambiados en su esencia. Solo son lo que deberían ser “en
principio”. Algún día serán lo que deberían ser “en detalle”. Pero ahora la obra
de Dios se está llevando a cabo en ellos. Él obra en ellos para que deseen y
hagan, más y más, lo que a Él le complace.
Algún día Su obra en ellos se acabará (con la santificación). Pero aun
entonces el hombre poseerá esencialmente la misma libertad que tiene ahora.
Nuevamente, la diferencia estará en la medida de su habilidad y no de su libertad
de hacer el bien. Entonces será capaz de hacer solo el bien. Esto será porque su
naturaleza será confirmada en santidad y estará en oposición completa al mal. Ya
no será susceptible a la atracción del pecado. Ya no poseerá ni el más mínimo
deseo de hacer el mal. Que el Señor permita que tanto el autor como el lector
veamos ese día.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la falsa acusación que, a menudo, se hace contra la Fe
Reformada?
2. ¿Qué queremos decir con libre albedrío?
3. ¿Qué es lo que no estamos diciendo con “libre albedrío”?
4. ¿Cuáles son las dos cosas distintas que, a menudo, confunden a la
gente al hablar de este tema?
5. Cite los dos hechos enseñados en la Biblia con respecto a nuestra
libertad y a nuestra habilidad.
6. ¿Qué determina la voluntad?
7. ¿En cuáles estados tiene el hombre libertad (de hacer el bien o el
mal)?
8. ¿En cuáles estados es capaz el hombre de hacer el bien?
9. ¿En cuáles estados es capaz el hombre de hacer el mal?
10. Compruebe por las Escrituras que el hombre caído (no
regenerado) no puede hacer nada que sea espiritualmente bueno.
11. ¿Por qué no puede el hombre regenerado hacer ningún bien
perfectamente en esta vida?
Ver las respuestas a estas preguntas
10
Del Llamamiento Eficaz (X)
1. A todos aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, y solamente
a ellos, le agradó en su tiempo señalado y aceptado, llamarlos
eficazmente, por medio de su Palabra y Espíritu, de aquel estado de
pecado y muerte en el que están por naturaleza, al estado de gracia y
salvación por medio de Jesucristo; iluminando sus mentes espiritual y
salvíficamente para entender las cosas de Dios; quitándoles su corazón de
piedra y dándoles uno de carne; renovando sus voluntades y
determinándoles a hacer lo que es bueno por su poder todopoderoso y
acercándoles eficazmente hacia Jesucristo; pero de tal manera que vienen
muy libremente, pues, por su gracia Dios les da tal disposición.
2. Este llamamiento eficaz proviene únicamente de la libre y especial
gracia de Dios, no por cosa alguna previamente vista en el ser humano, el
cual es totalmente pasivo en ello, hasta que siendo vivificado y renovado
por el Espíritu Santo, la persona es por ese medio capacitada para
responder a este llamamiento y para adoptar la gracia ofrecida y
trasmitida en él.
X, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) quiénes son los que son llamados eficazmente
(2) cuándo son llamados
(3) los medios por cuales son llamados
(4) de qué condición moral y espiritual son llamados
(5) a qué condición moral y espiritual son llamados
(6) de qué forma son llamados eficazmente, y
(7) que este llamamiento es totalmente de Dios.
Aquí comenzamos un estudio del ordo salutis, es decir, del orden de la
aplicación de la redención a los escogidos. En este orden establecemos lo
siguiente:
1. El ofrecimiento libre de la salvación en el evangelio (el llamamiento
general de Dios)
2. La regeneración (la obra creadora de Dios en la cual hace que los escogidos
sean nuevas criaturas de corazón).
3. La conversión (el ejercitar de ese nuevo corazón al responder al evangelio
con arrepentimiento y fe)
4. La justificación (el acto judicial de Dios sobre el arrepentimiento y la fe por
medio del cual Él declara y constituye a sus escogidos como “justos” o
santos).
5. La adopción (el acto de Dios en el cual los admite a los derechos y
privilegios de los hijos de Dios)
6. La santificación (la obra del Espíritu de Dios por medio de la cual los
escogidos son hechos capaces de perseverar en la fe hacia una mayor
conformidad a la voluntad de Dios), y
7. La glorificación (por medio de la cual, en la resurrección del cuerpo, el
creyente por fin es para siempre hecho perfecto en Cristo tanto en el cuerpo
como en el alma).
La primera fase de la aplicación de la redención es, normalmente, el
llamamiento eficaz. Decimos “normalmente” porque existen ciertas excepciones.
La sección 3 de este capítulo nos habla de los que “son incapaces de ser
llamados de forma externa por el ministerio de la Palabra” como lo son los
infantes que mueren y las personas quienes sufren de enfermedades mentales
severas. Tales, por supuesto, no podrían recibir la gracia salvadora exactamente
de la misma manera que los demás. En su caso, la regeneración tomaría lugar
aparte del ministerio de la Palabra. Es importante detenernos un momento y
notar que es solo el supuesto Calvinismo severo que, basado en sus principios,
extiende una esperanza razonable en tales casos. Los que restringen al ámbito de
la soberanía divina para lograr suspender la obra de la gracia sobre los poderes
del hombre de forma lógica, tienen que pagar un precio muy alto justo en este
punto. ¡No pueden ofrecer ninguna esperanza a los que tienen que admitir que no
tienen ninguna habilidad ni ningún poder! Sin embargo, la soberanía absoluta de
Dios en la salvación del hombre no está en conflicto con el hecho de que en
todos los casos comunes Dios utiliza los medios que Él mismo ha ordenado. En
todos los casos, salvo los que hemos especificado, el llamamiento eficaz se lleva
a cabo por medio del instrumento de la predicación del evangelio. “Dios […]
tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen” (1Co
1:21).
Dios ha mandado que su Iglesia vaya por todo el mundo y predique el
evangelio a todos (Mt 24:14, 28:19, Hch 1:8, etc.). La razón es que “…la fe
viene como resultado de oír el mensaje” (Ro 10:17). Esto no significa que cada
persona, de todos los tiempos, escuchará el evangelio. Muchos no lo han
escuchado (Ef 2:11,12). Dios ha dispuesto que algunos permanezcan en la
oscuridad hasta llegar el momento de la liberación (Hch 17:26,27). Y así como
existieron naciones destinadas a la oscuridad antes de la llegada de Cristo, así
también Dios destinó que los Judíos (salvo un remanente muy pequeño)
permanecieran en la oscuridad hasta completarse con el añadido de los Gentiles
(Ro 15:25, etc.). Sin embargo, en la era del Antiguo Testamento algunos
Gentiles fueron llamados eficazmente de la misma manera en que se llama a
algunos judíos en el Nuevo Testamento. Y uno de los hechos fascinantes de la
historia de la redención es la forma en la cual Dios ha controlado todo aspecto de
tal manera que cuantos son escogidos (salvo los casos que hemos mencionado
anteriormente) escucharán al evangelio para poder ser salvos. Dios se encargó de
que Rahab y Rut escucharan al evangelio. Se encarga de que los Judíos
escogidos (y también otros) lo escuchen hoy en día. Así, pues, en la obra general
de expandir el testimonio de la Iglesia al mundo entero, se ejerce un control
divino para que los escogidos escuchen el llamamiento de Dios. Considere el
caso del segundo viaje misionero de Pablo. Tenía al mundo entero a su
disposición. ¿Adónde iría? Una elección parecería tan buena como cualquier
otra. Pero, cuando Pablo intentó ir a Bitinia, intervino el Espíritu de Dios (Hch
16:7), y en lugar de Bitinia fue dirigido a Macedonia. De este modo sucedió que
Lidia escuchó la Palabra de Dios y “el Señor le abrió el corazón para que
respondiera al mensaje de Pablo” (Hch 16:14). De esta manera también fue salvo
el carcelero de Filipos (Hch 16:30,31) y fue establecida la iglesia en Tesalónica.
De esta misma forma también unos pocos fueron salvos en Atenas y un gran
número en Corinto. En Corinto Dios reveló su control soberano sobre la
distribución de su evangelio al hombre. Dios le dijo a Pablo por qué lo había
traído a ese lugar, dándole instrucciones de que predicara el evangelio con
denuedo, diciendo: “No temas, sino habla y no calles. Porque yo estoy contigo.
Aunque te ataquen, no voy a dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha
gente en esta ciudad” (Hch 18:9-10). Dios se encarga de que los suyos escuchen
su voz. “Tengo otra ovejas”, dijo Cristo, “que no son de este redil, a aquellas
debo también traer, y oirán Mi voz, y habrá un rebaño y un pastor” (Jn 10:16).
Concluimos entonces que el evangelio llega a los escogidos. Pero también
llega a otros con quienes los elegidos están entremezclados. Viene con buenos
ofrecimientos de gracia y salvación para todos. No discrimina, y tampoco lo
deberían hacer los que lo predican. La pregunta es: ¿Por qué aceptan algunos y
los demás rechazan este ofrecimiento de salvación eterna? La respuesta es que el
aceptarlo es ajeno a la voluntad y al deseo del hombre hasta que, como en el
caso de algunos, sea cambiada su misma naturaleza. Este cambio es el resultado
de la creación instantánea, dentro de ellos, de un nuevo corazón por medio del
poder todopoderoso del Espíritu de Dios. “Les daré un nuevo corazón, y les
infundiré un espíritu nuevo” (Ez 36:26). Este es el “nuevo nacimiento” (Jn
3:3ss), la “nueva creación” (Ef 2:10), que es como el “resucitar de la muerte”.
Un estudio cuidadoso de Juan 3:1-8 demostrará que esta obra soberana del
Espíritu Santo es:
(a) Preveniente, porque precede a toda actividad espiritual del hombre
perteneciente a la salvación.
(b) Monergista, porque se cumple exclusivamente por medio del poder del
Espíritu Santo.
(c) Misteriosa, porque no puede ser observada ni descrita.
(d) Soberana, porque toma lugar cuando y donde Él quiere.
(e) Eficaz, porque invariablemente produce el resultado deseado: la persona
llega a tener habilidades espirituales que no existían antes—puede ver y
entrar en el Reino.
La regeneración es algo en lo cual el hombre no aporta nada en cuanto a
hacer algo. El hombre tiene un rol completamente pasivo, pues no ejecuta ni
opera en la regeneración. Al contrario, se opera sobre él, y como resultado de
dicha operación es que recibe otro corazón y otra mente o alma. Esta
regeneración está ligada muy cercanamente a la predicación del evangelio
(frecuentemente), aunque no es el evangelio el que regenera sino el Espíritu
Santo. Podemos considerar a la Palabra de Dios como el instrumento empleado
por Dios para efectuar esta regeneración, pero la regeneración se cumple, no por
medio del evangelio, sino solamente por el Espíritu Santo quien se complace en
obrar por ese medio. Esta regeneración efectúa un cambio esencial en toda el
alma—la razón, las emociones y la voluntad. El que es regenerado empieza
inmediatamente a pensar de una forma diferente, a sentirse distinto y a desear en
forma distinta. Y por esto, aceptará en forma agradecida el ofrecimiento libre del
evangelio. De esta forma se vuelve eficaz el llamamiento de Dios. Es eficaz en
cada caso como este. Cada persona escogida se arrepiente y cree. Y lo hace
porque empieza a actuar conforme a una nueva naturaleza creada o implantada
por la regeneración. “Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del
esfuerzo humano sino de la misericordia de Dios” (Ro 9:16). “Así que Dios tiene
misericordia de quien Él quiere tenerla y endurece a quien Él quiere endurecer”
(Ro 9:18).
En este punto, el Arminianismo evade el plan de las Escrituras, haciendo que
la obra de Dios dependa de la obra del hombre. Dice que Dios ve de antemano
quién aceptará el evangelio. Entonces, porque Dios puede ver que una persona
en particular aceptará el evangelio, Él la regenera en el momento indicado. Pero
esto hace de la regeneración un mérito conferido en vez de un regalo que
habilita. De acuerdo con este punto de vista Pablo hubiera dicho: “Por lo tanto,
la elección depende del deseo […] y no de la misericordia de Dios”. Y de
acuerdo con esto, Dios tendría “misericordia de quien tenga que tenerla, y no
endurecería a ninguno”.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Enumere los siete pasos del ordo salutis y defina cada uno de ellos.
2. ¿Cuántos de estos pasos respaldan el “llamamiento eficaz”?
3. ¿A quién se le debe predicar el evangelio?
4. ¿A quién, ciertamente, se le debe predicar el evangelio?
5. ¿Por qué Pablo fue dirigido a Macedonia en vez de a Bitinia?
6. ¿A cuál de dos clases de hombres llega el evangelio?
7. ¿Por qué reaccionan en forma distinta al ofrecimiento libre de la
salvación?
8. Según Juan 3 :1-8, describa la obra del Espíritu Santo en la
regeneración.
9. ¿Con qué comparan a la regeneración las Escrituras?
10. ¿Qué parte de la obra de la regeneración realiza el hombre?
11. ¿Qué es lo que cambia esencialmente en la regeneración?
12. ¿Qué hacen invariablemente las personas regeneradas con el
ofrecimiento del evangelio?
13. ¿Cómo ha negado el Arminianismo la verdad con respecto a la
obra del Espíritu?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Los niños elegidos que mueren en la infancia son regenerados y
salvados por Cristo mediante el Espíritu, quien obra cuando, donde y
como le agrade. De la misma manera, son regeneradas y salvadas todas
las otras personas elegidas que son incapaces de ser llamadas
externamente por el ministerio de la Palabra.
X, 3. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que hay algunos seres humanos “que son incapaces de ser llamados
externamente por el ministerio de la Palabra”.
(2) que tales pueden ser escogidos, y
(3) que en tales casos el Espíritu obra cuando, donde y como le complazca.
Salvo en casos como este, la regeneración toma lugar en conexión con el uso
de los medios de gracia que Dios mismo ha designado. Sin embargo, hay
algunos que son incapaces de entender la palabra del Espíritu, no solo por
razones de incapacidad espiritual sino también por la incapacidad de su
naturaleza. La razón es que al morir en la infancia o al tener alguna deficiencia
mental no podrían entender el evangelio aunque fueran regenerados. Se debe
admitir, por supuesto, que la información dada por las Escrituras con respecto a
la salvación en estos casos es mínima en comparación con la que se provee en
muchos otros temas. Cristo afirmó que niños pequeños e incluso los mismos
pequeños infantes son miembros del reino (Lc 18:15,16 y otros pasajes
paralelos). Y David parece expresar el punto de vista de que los infantes que
mueren en ese estado pueden ser salvos (2S 12:23). Pero más allá de estas pocas
afirmaciones, y de las buenas y necesarias inferencias que se pueden extraer de
las Escrituras, existe una limitación estricta sobre lo que podemos legítimamente
decir en este asunto. Es importante notar, entonces, que la formulación original
de la Confesión de Fe de Westminster sí cumple cuidadosamente esta limitación.
Solo dice: “los niños elegidos que mueren en la infancia”, sin intentar especular
acerca de cuán muchos o cuán pocos de estos infantes puedan haber. Y lo mismo
se puede decir de “todas las otras personas elegidas que son incapaces de ser
llamadas externamente por el ministerio de la Palabra”.
Es posible que estos sean un número muy pequeño o muy grande. Lo
importante es que, como las Escrituras no nos lo dicen, nosotros tampoco
podemos ni nos atrevemos a hacerlo. Por esta razón creemos que es indebida,
por decir lo menos, la supuesta “afirmación declarativa” anexada a la Confesión
de Fe por la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de Norte América y
mantenida hoy en día por la Iglesia Presbiteriana Unida.
Pero aquí encontramos algo extraño. El Calvinismo es a menudo juzgado
como severo y prohibitivo. Muchos se horrorizan ante la enseñanza de la
predestinación y la completa incapacidad del hombre. La salvación que es
posible para todos y que se convierte en realidad con algo que cada uno puede
suplir parece más atractiva que una salvación que solo es segura para algunos
porque ninguno puede hacer nada. La verdad es que el Calvinismo es
misericordioso y el punto de vista opuesto es cruel porque niega la salvación a
los débiles y desamparados, otorgándola solo a los fuertes y capaces
(supuestamente). ¿Cómo pueden “decidir” escoger a Cristo los infantes que
mueren en su infancia? ¿Cómo pueden escogerlo, por su propia voluntad, los que
tienen alguna deficiencia mental cuando ni siquiera pueden captar el significado
de las palabras más simples?
El Arminianismo parece muy reconfortante cuando el hombre se imagina que
tiene la habilidad de hacer, por su propia fuerza, lo necesario para ser salvo. Pero
no tiene ningún consuelo para el que no tiene ninguna fuerza en sí mismo, ya sea
que lo sepa o no. Solo si el Calvinismo es verdad, entonces existe una razón para
esperar la salvación de tales como estos. Nos regocijamos en esto y con alegría
afirmamos que, únicamente sobre la base de la pura doctrina Reformada, existe
alguna esperanza para el infante que muere en su infancia y otros de semejante
incapacidad. Pero consideramos que es perverso cuando esta esperanza se
convierte en una afirmación amplia (como en la afirmación declarativa arriba
mencionada). Se debe sospechar que la base de esta afirmación no surge tanto de
una concepción pura Reformada como de una noción de que Dios no podría
condenar justamente a tales criaturas desamparadas. Con esta opinión, la Biblia
y nuestra Confesión no tienen nada que ver. Todo hombre pecó en Adán y cayó
con Él en su primera transgresión (Ro 5:12). Está totalmente dentro de la justa
administración de Dios, entonces, el condenar a todos al castigo eterno. Si los
infantes que mueren en su infancia son humanos, también son de los que pecaron
en Adán, y por consiguiente culpables y responsables de condenación. Si van a
ser salvos nunca puede ser “porque sería injusto que Dios los condenara”, sino
porque Él los ha escogido para la vida eterna sin que sean merecedores de ella.
Podemos afirmar que hay infantes elegidos que mueren en su infancia.
También podemos afirmar que los creyentes tienen razón para esperar que sus
infantes que mueran en infancia sean elegidos (Lc 18:15,16, 2 S. 12:23, Hch
2:38, 39, Ez 16:20,21). No podemos ir más allá de esto. Es legítimo tener
esperanzas, pero no legítimo demandarlas.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Dé las excepciones a la enseñanza de que la salvación es por
medio del llamamiento eficaz.
2. ¿Provee esperanza la Fe Reformada (o el Calvinismo) a más o a
menos almas que el Arminianismo?
3. ¿Por qué?
4. ¿Qué texto de las Escrituras afirma que los infantes pueden ser
regenerados como infantes?
5. ¿Qué limitación cuidadosa de las Escrituras cumple la Confesión?
6. ¿Qué declaración indebida mantiene la Iglesia Presbiteriana Unida?
7. ¿Qué enseñanza importante de las Escrituras está subvirtiendo?
8. ¿Es escogido necesariamente todo infante de padres creyentes?
Ver las respuestas a estas preguntas
4. Los que no son elegidos, aunque sean llamados por el ministerio de la
Palabra, y tengan ciertas operaciones comunes del Espíritu, sin embargo,
nunca vienen verdaderamente a Cristo y, por lo tanto, no pueden ser
salvados. Mucho menos pueden, los seres humanos que no profesan la
religión cristiana, ser salvos de ninguna otra manera, aunque sean tan
diligentes como para moldear sus vidas de acuerdo con la luz de la
naturaleza, o a la ley de aquella religión que profesan. Y el afirmar y
mantener que ellos sí pueden salvarse es muy pernicioso y debe ser
detestado.
X, 4. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que los que no son elegidos no serán salvos
(2) porque no vendrán a Cristo
(3) aunque puedan escuchar la Palabra y estar poderosamente afectados por
poderes sobrenaturales, y
(4) que la luz de la naturaleza no provee ninguna base para la fe salvadora en
los que no han sido tocados por el evangelio, razón por la cual están sin
Dios y sin esperanza.
De entre todos los hombres, solo algunos escuchan el evangelio. De entre este
número solo algunos son afectados de forma salvadora por el evangelio. Solo los
elegidos responderán a ello, y esto lo hacen solo después de, y a causa de, que
Dios les da un nuevo corazón por medio del poder creador de su Espíritu Santo
en la regeneración. Esta habilidad interna se les es concedida únicamente a los
elegidos, por esto vienen a Cristo a ser salvos. El mérito es únicamente de Dios.
Pero ¿qué de los demás que escuchan? Primeramente, recordemos que
también son llamados por el ministerio de la Palabra. Y este llamamiento es
“genuino”. Es “sincero”. Dios les implora que vengan a Cristo. No tiene ningún
deleite en el hecho de que no escucharán (Ez 18:32, 2 P. 3:9, etc.). En segundo
lugar, debemos apreciar hasta qué punto aun estas personas pueden experimentar
el poder del evangelio. La parábola del sembrador y de las varias clases de
terrenos nos recuerda que es posible dar una total apariencia de posesión de fe y
obediencia durante un tiempo, y aun demostrar gran celo en las cosas de Cristo y
después perder todo interés o aun caer en hostilidad hacia el reino. Las Escrituras
hablan de los que “han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del
mundo venidero” (Heb 6:5,6). Pedro usa palabras chocantes para describir el
caso miserable de los que han experimentado estas cosas y simplemente caen de
nuevo en sus caminos de antes (2P 2:20-22). “Las Escrituras mismas, por ende,
nos llevan a concluir que es posible tener una experiencia muy edificadora,
ennoblecedora, reformadora y estimulante del poder y la verdad del evangelio;
estar tan cerca de estos poderes sobrenaturales que operan en el reino de gracia
de Dios produce efectos en nosotros que, a la observación humana, son
básicamente indistinguibles de los que son producidos por la gracia regeneradora
y santificadora de Dios, y aun así no tener parte en Cristo ni ser herederos de la
vida eterna” (John Murray, La redención consumada y aplicada). En tercer
lugar, debemos observar que el único defecto fatal es que “nunca realmente
vienen a Cristo”. Aparentan hacerlo, pero realmente no lo hacen. No hay
verdadero arrepentimiento y fe. Y por esta razón no pueden ser salvos. La culpa
completa está en ellos (así como, en el caso de los elegidos, el mérito completo
está en Dios). Estas palabras de Cristo son ciertas acerca de todos los que
escuchan al evangelio y mueren: “Sin embargo, ustedes no quieren venir a Mí
para tener esa vida” (Jn 5:40). Por supuesto, es verdad que no lo harán porque
son totalmente depravados por naturaleza. También es verdad que únicamente
Dios puede reemplazar el corazón completamente depravado con un nuevo
corazón que querrá venir a Cristo. Pero Dios no debe este regalo a nadie. Y los
que no lo reciben aun así no tienen a quién culpar salvo a ellos mismos por haber
rechazado el ofrecimiento de la gracia de Dios.
Si los que escuchan el evangelio y no lo aceptan no pueden ser salvos, ¿qué
de los que nunca son tocados por el evangelio? Si son “tan diligentes como para
moldear sus vidas de acuerdo con la luz de la naturaleza” o “a la ley de aquella
religión que profesan”, ¿no serán entonces aceptados por Dios? No sería una
exageración decir que ha sucedido una revolución en la actitud de los
protestantes con respecto a esta pregunta. Antes de la controversia de los
Modernistas-Fundamentalistas en las primeras décadas de este siglo, la mayoría
de las denominaciones protestantes de los Estados Unidos mantenían misiones
extranjeras porque se creía que los hombres morirían para toda la eternidad sin
un conocimiento de Cristo. Entonces llegó la asombrosa tesis expresada por la
revista “Layman’s Inquiry” en cuanto al fundamento de las misiones extranjeras
(titulada “Rethinking Missions”) que sugería que el programa de misiones
extranjeras debería ser uno de aprendizaje tanto como uno de enseñanza, y que el
misionero extranjero debería buscar una síntesis con otras religiones en vez de
solo buscar conversiones de ellas. Han pasado treinta años, y ahora los líderes
del Movimiento Ecuménico (como revelan las afirmaciones de la sección
misionera del Consejo Mundial de Iglesias) declaran abiertamente que los fieles
de religiones “paganas” pueden ser “salvos” sin jamás escuchar el evangelio de
Cristo. Y en más y más casos, las denominaciones protestantes más antiguas han
puesto mayor énfasis en las obras de socorro, medicina y educación, y otras
semejantes en vez de enfatizar la prédica del evangelio en sus ámbitos de
misiones en el extranjero. La verdad es que esto es una obra inútil en términos
eternos. Hay una relación entre estas bendiciones sociales y económicas y el
evangelio. Disfrutamos de estas bendiciones porque, hasta cierto punto, el
evangelio ha penetrado a nuestra sociedad. Y en el grado en que el verdadero
evangelio sea olvidado o rechazado, los beneficios que hemos disfrutado
desaparecerán. Es aún más evidente que la transformación de las supuestas
naciones “sub-desarrolladas” nunca será posible sin el cambio interno de
corazón que solo el evangelio puede lograr. ¿Qué harán millones de dólares o
incluso billones en un país donde se le ofrece culto a la vaca y se menosprecia la
vida humana? Pero, sobre todo, debemos enfrentar el hecho de que aparte del
alivio temporal de la miseria del hombre por medio de “ayuda” social y
económica de “afuera”, las almas de los hombres están condenadas sin el
evangelio de Cristo. Es esta convicción la que siempre ha provisto y siempre
proveerá la sensación de urgencia y la perspectiva que requiere la obra
misionera. “De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hch
4:12). “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no
tiene la vida” (1Jn 5:12).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Divida la raza humana en tres clases (con respecto al evangelio).
2. ¿Es “sincero” el llamamiento de Dios? Pruébelo bíblicamente.
3. ¿Hasta qué punto puede ser afectada una persona por el evangelio
sin una verdadera conversión?
4. ¿Por qué no vienen a Cristo estas personas?
5. ¿Es esto la culpa de Dios? Explíquese.
6. ¿Quién tiene la culpa por el fin que espera a cada incrédulo?
7. ¿Quién recibe todo el mérito por el fin que disfrutan los verdaderos
creyentes?
8. ¿Pueden los que no escuchan el evangelio ser salvos por medio de
su propia religión?
9. ¿Por qué no es finalmente provechoso intentar “ayudarlos” solo por
medio de ayuda social y económica?
10. ¿Cuál es la actitud actual entre los modernistas hacia las religiones
“paganas”?
11. Cite textos de las Escrituras que respaldan la posición protestante
original expresada en nuestra Confesión de Fe.
Ver las respuestas a estas preguntas
11
De la Fe Salvadora (XIV) y del Arrepentimiento para
Vida Eterna (XV)
1. La gracia de la fe, por medio de la cual los elegidos son capacitados
para creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de
Cristo en sus corazones; y es ordinariamente efectuada por el ministerio
de la Palabra. Así pues, por medio del ministerio de la Palabra, la
administración de los sacramentos y la oración, la gracia de la fe es
también incrementada y fortalecida.
2. Mediante esta fe el cristiano cree que es verdadero todo lo que es
revelado en la Palabra por la autoridad de Dios mismo que habla en ella,
y actúa en forma diferente según lo que contiene cada pasaje en
particular, produciendo obediencia a sus mandamientos, temblor ante sus
amenazas, aceptación de las promesas de Dios para esta vida y para la
venidera. Pero los principales actos de la fe salvadora son aceptar, recibir
y descansar solamente en Cristo para la justificación, santificación y vida
eterna, en virtud del pacto de gracia.
3. Esta fe es diferente en grados, es débil o fuerte; puede ser atacada y
debilitada con frecuencia y de muchas maneras, pero obtiene la victoria; y
en muchos crece hasta la obtención de una completa seguridad a través
de Cristo, quien es el autor y consumador de la fe.
CAPÍTULO XV
DEL ARREPENTIMIENTO PARA VIDA ETERNA
1. El arrepentimiento para vida es una gracia evangélica, cuya doctrina,
así como aquella de la fe en Cristo, debe ser predicada por todo ministro
del Evangelio.
2. Mediante este arrepentimiento un pecador, movido no solo por la visión
y sentimiento del peligro, sino también por la inmundicia y odiosidad de
sus pecados ya que son contrarios a la naturaleza santa y justa de la ley
de Dios, y al comprender la misericordia de Dios en Cristo para con los
arrepentidos, se entristece a causa de ellos y los aborrece de tal modo que
renuncia a todos ellos y se vuelve hacia Dios, proponiéndose y
procurando caminar con Él en todos los caminos de sus mandamientos.
3. Aunque no se debe confiar en el arrepentimiento como si fuese una
satisfacción por el pecado o una causa del perdón de este, pues el perdón
es un acto de la libre gracia de Dios en Cristo, el arrepentimiento es de tal
necesidad para todos los pecadores que nadie podrá obtener el perdón sin
el arrepentimiento.
4. Puesto que no hay pecado que sea tan pequeño que no merezca la
condenación, del mismo modo no hay pecado tan grande que pueda
acarrear condenación sobre aquellos que se arrepienten verdaderamente.
5. El ser humano no debe contentarse con un arrepentimiento general,
sino que es deber de toda persona procurar arrepentirse de sus pecados
específicos, en forma específica.
XIV, 1-3; XV, 1-5. Aquí nos salimos del orden de la Confesión de Fe para que
podamos hablar acerca de la conversión en su relación lógica al llamamiento
eficaz. El llamamiento se vuelve eficaz cuando es seguido por la conversión.
Solo al producirse la conversión se efectúa la justificación, adopción,
santificación y perseverancia. Esto no quiere decir que esté mal el orden en el
cual la Confesión de Fe trata estas doctrinas. Evidentemente, la razón en cuanto
al orden de la Confesión tiene que ver con el deseo de considerar primero los
actos de Dios, y después la respuesta del hombre (en arrepentimiento y fe). Esto
es perfectamente aceptable. Pero también es provechoso mirar en secuencia el
ordo salutis. Y para poder hacerlo debemos colocar la conversión (el
arrepentimiento y la fe) después del llamamiento eficaz.
Para comenzar, debemos observar que la regeneración es inseparable de sus
efectos. Uno de estos efectos es la fe. Otro es el arrepentimiento. La
regeneración es la renovación del corazón o la mente, y la personalidad renovada
tiene que actuar y actuará de acuerdo con su naturaleza. En la fe y el
arrepentimiento simplemente vemos a la nueva naturaleza empezando a
imponerse. De igual manera debemos resaltar que el arrepentimiento y la fe son
la actividad exclusivamente del pecador, así como la regeneración es el acto
exclusivamente de Dios. Es Dios quien regenera y es el pecador quien se
arrepiente y cree. Finalmente, debemos darnos cuenta de que el arrepentimiento
y la fe son inseparables. No puede existir uno sin el otro, ni uno aparte del otro.
Por tal razón, en este caso, consideraremos estos capítulos juntos. La conversión
sigue a la regeneración, pero el arrepentimiento y la fe se acompañan en vez de
ser uno después del otro. La verdadera conversión es un asunto muy complejo.
Involucra una total transformación del corazón, la mente o la personalidad del
hombre. Tal como una simple oruga, por medio de una metamorfosis, se
convierte en una bella mariposa, del mismo modo también el pecador se
convierte en un santo por la renovación de su mente (Ro 12:2). Puesto que el
hombre fue hecho a imagen de Dios, hay diversidad dentro de la unidad de su
personalidad. Tiene las facultades de la razón, el afecto, y la voluntad. Puede
pensar o razonar. Puede sentir deseos profundos. Y puede escoger entre varias
alternativas. Una conversión total involucra todas estas facultades en su unidad y
diversidad. Sin alguna de ellas, sin todas ellas, la personalidad total no
experimenta la verdadera conversión.
El arrepentimiento y la fe son dos aspectos de esta transformación total del
alma. El arrepentimiento demuestra ese aspecto del cambio por medio del cual el
alma le da la espalda al pecado y experimenta verdadero aborrecimiento de este.
La fe demuestra el aspecto del cambio por medio del cual el alma mira a Cristo y
experimenta una suprema unión con Él. Ambas fases de este cambio radical
involucran la personalidad completa—la razón, el afecto, y la voluntad.
Podemos diagramar esto de la siguiente manera:
Es importante enfatizar que cualquier cosa que sea menos que una conversión
total no sirve de nada. Citaremos ciertos ejemplos:
1. Muchas conversiones en las “Reuniones de Avivamiento” no son duraderas.
Esto es muy reconocido. Pero a menudo se ignora la razón. En tales casos
es obvio que los sentimientos, el afecto o las emociones están
profundamente involucradas. Así que, en respuesta a la súplica del
evangelista, es ejercitada la voluntad y el pecador “se pasa hacia delante”.
¿Qué falta entonces? Es el conocimiento que falta todavía. Y sin el
conocimiento que proveen las Escrituras acerca de la depravación del
pecador (por un lado) y de la obra redentora de Jesucristo (por el otro) no
puede haber verdadera conversión. Porque se ha ignorado un aspecto
importante del alma, sería una conversión defectuosa muy a pesar de las
apariencias contrarias.
2. Uno de los peligros en la iglesia ortodoxa es que el conocimiento y la
actividad sean aceptados como verdadera conversión. A los que
normalmente escuchan buena prédica doctrinal, y a los que tienen ciertas
actividades cristianas de grupo, se les debe recordar que no existe verdadera
conversión sin contrición y convicción de corazón. En este sentido existe
algo que se denomina “la ortodoxia muerta”. Es una religión sin
sentimientos. Esta tampoco tiene esperanzas.
3. Existe otra condición común donde los pecadores poseen un conocimiento
adecuado de la ley y del evangelio de Dios, junto con sentimientos
profundos de contrición y convicción, y aun así nunca dejan la muerte en el
pecado para la vida en Cristo. Esto lo podríamos denominar la “religión del
espectador”. Para ellos, el Cristianismo es como una buena obra dramática
—pueden conocerlo de memoria—y los mueve profundamente cada vez
que lo ven—pero nunca forman “parte del programa”. Esto no es la
conversión. Y solo lleva al sufrimiento y la muerte.
La Confesión dice que el arrepentimiento y la fe son “gracias”. Es decir, son
regalos divinos (Hch 11:18, Ef. 2:8). Cuando Dios regenera al alma, siembra la
semilla (o el comienzo) del arrepentimiento y la fe. Sería inapropiado pensar que
el arrepentimiento o la fe sean solo actos momentáneos del alma, son más bien
estados permanentes o condiciones que expresa el alma. Podemos hablar del acto
inicial del arrepentimiento y la fe. Pero con este acto inicial comienza una
actividad que nunca más cesará (Lc 22:32). Puesto que la fe y el arrepentimiento
son dados por Dios, estos nunca fallarán.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la razón probable por la cual la Confesión sigue su propio
orden en vez de la del ordo salutis?
2. ¿Qué lugar tiene la “conversión” en el ordo salutis?
3. ¿Cuál es la relación entre la regeneración y la conversión?
4. ¿Pueden existir la fe y el arrepentimiento de forma separada? ¿Por
qué?
5. ¿Por qué tenemos que admitir que la conversión es un asunto
complejo?
6. ¿Cuáles son las tres facultades del alma del hombre?
7. ¿Cuáles son las dos fases o partes de la conversión?
8. Describa los tres tipos de conversiones defectuosas.
9. ¿Por qué se les denomina gracias al arrepentimiento y a la fe?
10. ¿Son estos actos momentáneos o son más bien condiciones
constantes del alma?
Ver las respuestas a estas preguntas
XIV, 1-3; XV, 1-5 (Continuado). En esta sección consideraremos brevemente
ciertos errores clásicos en el ámbito del arrepentimiento y la fe.
Un error de este tipo es el dogma Católico-romano de la “penitencia”. Según
A.A. Hodge “los Romanistas caracterizan a la penitencia:1
(1) Como una virtud interna, que incluye tristeza por el pecado y el volverse
del pecado hacia Dios.
(2) Como un sacramento, que es una expresión externa del estado interno.
Este sacramento consiste en:
1. La contrición (es decir, tristeza por el pecado y el odio hacia los
pecados del pasado, con una intención de no volver a pecar).
2. La confesión (o auto-acusación ante un sacerdote que tenga
jurisdicción y el poder de las llaves).
3. La satisfacción (o algún esfuerzo doloroso, impuesto por el sacerdote y
llevado a cabo por el penitente, para satisfacer la justicia divina por los
pecados cometidos).
4. La absolución (pronunciada por el sacerdote judicialmente y no solo
declarativamente)”. Y tal como lo señala Hodge, de acuerdo con este
punto de vista, esta obra dolorosa “provee verdadera satisfacción por
el pecado” y es “absolutamente esencial: la única forma por la cual se
puede asegurar el perdón por los pecados cometidos después del
bautismo”.2
Hay, entonces, en el punto de vista Católico Romano acerca del
arrepentimiento, por lo menos un elemento principal: la noción de que el
pecador puede y tiene que pagar por sus propios pecados y así ganar el favor de
Dios. No es una exageración decir que el punto de vista bíblico del
arrepentimiento es precisamente opuesto al Católico-romano. El verdadero
arrepentimiento es un reconocimiento del hecho, una convicción del hecho y un
aceptar del hecho de que no existe ninguna manera posible en la cual el pecador
pueda satisfacer la justicia divina, salvo experimentar el castigo eterno. La
verdad es que es precisamente este reconocimiento, esta convicción y esta
aceptación las que también requieren que se confíe únicamente en la dolorosa
satisfacción de Cristo para la salvación. No podríamos malentender al
arrepentimiento más gravemente que considerarlo como una obra lograda. Más
bien, es el miserable reconocimiento de que el favor de Dios jamás puede ser
ganado. La doctrina Arminiana de “arrepentimiento evangélico” también se
encuentra en grave error. Esta doctrina enseña que el arrepentimiento precede a
la regeneración. Está basado en la suposición de que el hombre no regenerado no
está ni realmente ni totalmente muerto, ni desprovisto de todo poder de hacer
algún bien espiritual, sino que aún puede tener hambre y sed de hacer el bien y
ofrecer el sacrificio de un espíritu contrito y quebrantado que le complazca a
Dios (Los Cánones de Dort). Se mantiene que este estado de la mente o del
corazón es un acto de obediencia auto-generado, a cambio del cual Dios otorga
el regalo de la vida eterna. Esto no hace del arrepentimiento una obra tan
evidente como lo hace el punto de vista Católico-romano, pero esencialmente es
lo mismo. Porque de nuevo debemos insistir que el arrepentimiento, lejos de ser
un acto consciente de obediencia que le complace a Dios y trae a cambio su
bendición y recompensa, es, más bien, el ser consciente de la inhabilidad total de
un individuo para complacer a Dios o para poder hacer cosa alguna a fin de
asegurarse de su bendición y recompensa. Esta es, precisamente, la razón
psicológica y teológica por la cual no puede haber verdadero arrepentimiento sin
fe en Cristo. Cuando uno es consciente de su total inhabilidad de hacer cosa
alguna para evitar la ira y maldición de Dios y ganar su favor, se encuentra listo
para confiar en Jesucristo quien ha cargado esa ira y maldición y ha ganado su
favor en el lugar de su pueblo.
En el ámbito de la fe, tanto como del arrepentimiento, algunos han
introducido la doctrina de la habilidad humana y el mérito. Pero como ha dicho
John Murray: “La fe no es algo que merece el favor de Dios. Toda eficacia hacia
la salvación reside en el Salvador. Como alguien ha expresado el caso de forma
apta y verdadera, no es la fe la que salva sino la fe en Jesucristo; estrictamente
hablando, ni siquiera es la fe en Cristo la que salva sino que Cristo salva por
medio de la fe” (La redención consumada y aplicada). “El carácter específico de
la fe es que vuelve la mirada de sí mismo y encuentra su completo interés y
objeto en Cristo. Él es la preocupación absorbente de la fe”. Cualquier cosa que
no sea confianza en Cristo y dependencia absoluta de Cristo no es fe en su
sentido bíblico.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué elementos de la enseñanza Católico-romana con respecto a
la “penitencia” están de acuerdo con un enfoque en el
“arrepentimiento” (al ser vistos parte de sus errores)?
2. ¿Cuál es el elemento que está en completa oposición al
arrepentimiento bíblico?
3. ¿En qué pone hincapié el concepto bíblico contra esto?
4. ¿Qué suposición tiene como trasfondo el concepto Arminiano del
arrepentimiento?
5. ¿De qué forma es básicamente lo mismo que la doctrina Católico
Romana?
6. ¿En qué se debe poner hincapié en oposición al punto de vista
Arminiano?
7. ¿Qué se debe excluir rígidamente, cueste lo que cueste, del
verdadero entendimiento del arrepentimiento y la fe?
Ver las respuestas a estas preguntas
6. Así como todo ser humano está obligado a confesar sus pecados ante
Dios, en público o en privado, orando por el perdón de los mismos, pues
al hacer esto y al apartarse de ellos hallará misericordia, del mismo
modo, también, el que escandaliza a su hermano o a la iglesia de Cristo
debe estar dispuesto a declarar su arrepentimiento ante quienes ha
ofendido, en público o en privado, mediante confesión y muestra de dolor
por su pecado y, acto seguido, los ofendidos deben reconciliarse con él y
recibirlo con amor.
XV, 6. Esta sección de la Confesión nos enseña la doctrina Protestante de la
“confesión de pecados”, que es:
(1) que todo pecado debe ser confesado ante Dios, y
(2) que ciertos pecados se deben confesar a la persona contra quien han sido
cometidos.
Se acostumbra pensar que solo los Católico-romanos están bajo la obligación
de “confesar” sus pecados. La verdad es que la amplitud de esta obligación no se
reconoce tanto en ningún lugar como en las iglesias que son fieles a la Reforma.
La Fe Reformada reconoce, de una forma que el Catolicismo Romano no puede,
la verdadera magnitud de esta obligación. Su perspectiva es, entonces, más
profunda y más minuciosa.
1. Esto es cierto, en primer lugar, por el reconocimiento de que todo pecado
debe ser confesado ante Dios en vez de solo al hombre. “Si confesamos
nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará
de toda maldad” (1Jn 1:9). Es mucho más asombroso darle la cara a Dios
que a cualquier hombre. También es eficaz, ya que ningún hombre tiene el
poder de perdonar pecados. “Por eso los fieles te invocan en momentos de
angustia”, dice David (Sal 32:6).
2. Esto es cierto, en segundo lugar, por el reconocimiento de que la
pecaminosidad del corazón se debe confesar más aún que los pecados que
proceden de él (Sal 51, 38:3-10, etc.). Es mucho más fácil recitar una lista
de pecados que lamentar la contaminación del corazón.
3. En tercer lugar, es una obligación que requiere una mayor constancia que el
punto de vista Católico-romano. “Mañana, tarde y noche clamo angustiado,
y Él me escucha” (Sal 55:17).
Sin embargo, ¿cómo puede presentarse un pecador contaminado ante ese
Dios santo que es un fuego devorador? ¿Acaso no necesita de un sacerdote que
se coloque entre él y Dios? Sí, verdaderamente necesita un sacerdote que pueda
(a) quitar la ira de Dios, y (b) absolverlo de la culpa y quitar la contaminación.
Sin embargo, ningún sacerdote de Roma podría hacer tal cosa por la simple
razón de que él también está contaminado. Es la gloria del evangelio de Cristo y
de la Confesión Reformada que nos informa de ese único salvador y sacerdote
que es capaz de hacer lo que requiere la situación. “Por eso era preciso que en
todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y
misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo” (Heb
2:17). Por medio del sacrificio de sí mismo, quitó la ira de Dios y nuestra
contaminación, y después ascendió a lo alto para interceder por nosotros. Por
esta razón se nos manda en la Palabra de Dios a que no reconozcamos a ningún
otro como nuestro sacerdote. No debemos imaginarnos que “no puede ser
tocado” por nuestras dolencias, sino que debemos ir a Él sin temor para recibir
misericordia y alivio (Heb 4:15). Así que ningún pecado puede ser quitado hasta
que sea confesado a Dios por medio de Él.
Nuestra primera obligación es considerar todo pecado como una ofensa
contra Dios. Y debemos confesar nuestros pecados a Él (Sal 51:4). Sin embargo,
las Escrituras también requieren que confesemos nuestros pecados hechos contra
otros a ellos mismos. “Confiésense unos a otros sus pecados” dice el apóstol (Stg
5:16). Esta obligación está implicada en “El Padre Nuestro” (Mt 6:12). Puesto
que debemos buscar el perdón confesando nuestros pecados a las personas
contra quienes hemos pecado, así también debemos estar listos a perdonar a los
que pecan contra nosotros (Lc 17:3,4). Solo la persona contra quien se ha pecado
puede “perdonar”. Aparte de esas ofensas contra individuos que debemos
confesarles individualmente, y ofensas contra grupos corporativos que debemos
confesar públicamente, toda confesión y todo perdón queda entre el pecador y su
Señor.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Requiere el Catolicismo Romano mayor confesión de pecado que
lo que requiere la Fe Reformada?
2. ¿De qué maneras reconoce la Fe Reformada la magnitud de este
deber, las cuales el Catolicismo Romano no lo hace?
3. ¿Necesitamos un sacerdote en la confesión del pecado? ¿Por qué?
4. ¿Por qué no puede un sacerdote Romano satisfacer nuestra
necesidad en la confesión del pecado?
5. ¿Por qué podemos tener confianza en que Cristo puede suplir esta
necesidad?
6. ¿Qué pecados deben ser confesados tanto a Dios como a los
hombres?
7. ¿Qué pecados no deben ser confesados a los hombres sino solo a
Dios?
1 Hodge, Archibald Alexander. 1957. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Trad. por Plutarco Arellano, segunda edición. México, D.F: Casa de Publicaciones el Faro, p.
196.
2 Hodge, Archibald Alexander. 1957. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Trad. por Plutarco Arellano, segunda edición. México, D.F: Casa de Publicaciones el Faro, p,
169.
Ver las respuestas a estas preguntas
12
De la Justificación (XI)
1. A quienes Dios llama eficazmente, también los justifica gratuitamente,
no mediante infusión de justicia en ellos, sino mediante el perdón de sus
pecados, y contando y aceptando sus personas como justas; no por algo
obrado en, o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo; no por
imputarles la fe misma, ni el acto de creer, o alguna otra obediencia
evangélica como su justicia, sino que imputándoles la obediencia y
satisfacción de Cristo. Ellos le reciben y descansan en Él y en su justicia
mediante la fe, la cual no la tienen de ellos mismos, pues es don de Dios.
2. La fe, que de este modo recibe a Cristo y descansa en su justicia, es el
único instrumento de justificación; sin embargo, no está sola en la
persona justificada, sino que siempre está acompañada de todas las otras
gracias salvadoras, y no es una fe muerta, sino que obra por amor.
XI, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que los que son eficazmente llamados (regenerados y convertidos)
también son justificados,
(2) que la justificación es judicial,
(3) que es efectuada por la imputación,
(4) que se ve condicionada por y aplicada instrumentalmente por medio de la
fe (que es un regalo de Dios), y
(5) que mientras la justificación es únicamente por medio de la fe,
invariablemente produce buenas obras.
Solo los que son eficazmente llamados por Dios también son justificados por
Él. Pablo expresa esto sucintamente cuando afirma que “…a los que predestinó,
también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó,
también los glorificó” (Ro 8:30). La justificación nunca se encuentra sola. Es un
eslabón en la cadena dorada de la obra redentora de Dios. La justificación es
efectuada por medio de la fe. Pero no puede haber fe excepto en uno que es
regenerado por el Espíritu de Dios. Y la regeneración se lleva a cabo en aquellos
que Dios ha escogido desde la fundación del mundo (Ef 1:4,5,11, 2:4-10).
Pero, ¿qué es la justificación? Es “un acto de la libre gracia de Dios mediante
el cual perdona todos nuestros pecados y nos acepta como justos ante sus ojos.
[La justificación] se recibe solamente por fe, y solo en virtud de la justicia de
Cristo que nos es imputada” (Catecismo Menor, P. 33). Es la respuesta de Dios
ante nuestra más desconcertante necesidad: ¿Cómo puede un hombre pecador ser
justo ante Dios? El hecho lamentable es que todos estamos mal con Dios. Hemos
pecado y estamos privados de su gloria (Ro 3:23). “Con mucha frecuencia
fallamos en no considerar la gravedad de este hecho. Por lo tanto, la realidad de
nuestro pecado y la realidad de la ira de Dios sobre nosotros por nuestros
pecados no están en nuestro cálculo”. Esta es la razón por la cual el grandioso
artículo de la justificación no hace sonar las campanas en lo más profundo de
nuestro espíritu (Murray, La redención consumada y aplicada). Solo cuando nos
damos cuenta, por medio de la gracia y la convicción que recibimos de Dios, de
la suma pecaminosidad y contaminación en lo más profundo de nuestra
naturaleza, podemos aprender lo que significa ser justificados.
Central a la comprensión correcta de este gran artículo de nuestra fe es el
hecho de que “…es Él [Dios] quien justifica” (Ro 8:33). La justificación es algo
que no efectuamos y no podemos efectuar por nosotros mismos. “No se trata de
ejecutar un ejercicio religioso por más noble y bueno que sea este ejercicio
religioso” (Ibíd.). Este hecho se ve resaltado por otro hecho: La justificación no
significa que uno debe ser, o que debe hacerse inherentemente bueno, o que
debe convertirse en alguien inherentemente bueno, santo y recto. Al contrario, es
el pecador quien es justificado, y en el mismo instante en que es declarado justo
por Dios sigue siendo inherentemente pecador e indigno. Esto no significa que
no haya provisión por la santidad interna en el plan de la salvación. Claro que la
hay. Los verdaderos creyentes son santificados con la misma seguridad con la
que son justificados. Se les requiere que se pongan manos a la obra para
“completar en el temor de Dios la obra de [su] santificación” (2Co 7:1). Y que
“busquen la paz para con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”
(Heb 12:14). Esta santidad personal, eterna e inherente debe ser y será llevada a
cabo por medio de un proceso que toma tiempo. Pero la justificación no toma
tiempo. Tampoco espera que se termine el proceso de la santificación. La
justificación no es un proceso. Es un acto instantáneo de Dios, aplicado sin
demora al pecador no santificado (aún) en el momento en que cree. Desde ese
momento en adelante, es considerado por Dios como si fuera perfectamente
justo. La justificación no es un término que significa hacer santa a la persona.
Es, más bien, una declaración legal de absolución. En este sentido se utiliza el
término justificación en las Escrituras: “Cuando dos hombres tengan un pleito,
se presentarán ante el tribunal y los jueces decidirán el caso, absolviendo al
inocente y condenando al culpable” (Dt 25:1). Este texto habla de jueces
humanos, y pone énfasis en la obligación de declarar inocente al inocente, y
culpable al culpable. ¡Imagínese qué farsa de justicia sería que los jueces
hicieran lo contrario! Sin embargo, si la palabra justificar significara “realmente
convertir a alguien en justo”, sería difícil que el Señor pudiera condenar a tal
persona. ¿No es cierto que a Dios le complace más que el malhechor deje su
maldad y sea santo? Luego entonces, si el juez humano no puede justificar al
malvado, tampoco el término justificar puede significar convertir en justo al
malvado. Significa declarar justa a una persona, en vez de convertirla en justa.
Cuando los publicanos justificaron a Dios (Lc 7:29), no lo convirtieron en justo;
solo declararon que Dios es justo. E inversamente, cuando el juez condena al
culpable (Dt 25:1), no lo hace culpable; solo lo declara culpable. Tanto la
justificación como la condenación son una declaración judicial. Y entonces, se
dice que la justificación es judicial. Tiene que ver con el juicio declarado. Por
ende, debemos distinguir cuidadosamente entre el acto de la regeneración (que
instituye un cambio de naturaleza) y la justificación (que declara un cambio de
condición). “La diferencia es la diferencia entre el acto de un juez y el acto de un
cirujano. Cuando el cirujano remueve un cáncer interno, él ha hecho algo en
nosotros. Pero un juez no hace algo en nosotros, solo da un veredicto con
respecto a nuestra condición judicial” (John Murray, Ibíd.).
Pero he aquí la maravilla de la justificación. Dios hace lo que un juez humano
no puede y no debe hacer. Dios declara justos a los que realmente son inmundos
(Ro 4:5, 3:19-24, etc.). Si el hombre hiciera lo mismo sería una abominación (Pr
17:15). Sin embargo, Dios lo hace y aun al hacerlo así no es injusto. La pregunta
es: ¿Cómo puede hacer esto? La respuesta es: Dios provee una base justa y legal
sobre la cual puede declarar al injusto como justo. Y lo hace por medio de la
imputación. Por medio de la imputación puede hacer que el pecador posea
legalmente la justicia (rectitud) y que sea liberado de su culpabilidad siendo aún
pecador. La imputación significa “suponer, pensar o contemplar”. Cuando se
supone o se piensa que un hombre es culpable, se queja de que le están
imputando falsamente la culpabilidad. Lo consideran algo que realmente no es.
Así es con nosotros. Dios (sin hacer mal) nos considera justos (rectos). La razón
por la cual Dios puede hacer tal cosa es que Cristo cumplió la ley perfectamente
y así obró una rectitud (justicia) perfecta la cual ofreció libremente al Padre en
representación para este propósito. Dios es capaz de aceptarnos como libres de
culpa. La razón es que Cristo se colocó en nuestro lugar y en vez de nosotros
para que Dios pudiera considerar que nuestra culpa le perteneciera a Cristo. Fue
condenado así como nosotros somos justificados. Hablamos de la “doble
imputación” por la obediencia activa y pasiva de Cristo. En su obediencia activa,
Cristo obedeció la perfecta la ley de Dios. En su obediencia pasiva, Cristo sufrió
completamente la pena de la ley contra el pecado. Dios consideró como si fuera
nuestra la justicia (rectitud) de Cristo, y consideró nuestra culpa como si fuera la
culpa de Cristo. Sin la imputación de ambas (nuestra culpa sobre Él y su justicia
en nosotros) no existiría una base para la justificación.
De esto surge claramente que el único fundamento para nuestra justificación
es la obediencia de Cristo. No puede ser, en ningún sentido, nuestra propia
justicia (rectitud). Pablo expresa este pensamiento de forma bella, cuando dice:
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y
lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi
propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que
es de Dios por la fe” (Fil 3:8-9). Puesto que no tenemos ninguna justicia propia,
y puesto que debemos tener justicia perfecta ante Dios para que nos pueda
declarar lo que somos, no puede haber ninguna mezcla de nuestra santidad con la
que Cristo nos ha imputado a nosotros. La fe salvadora es simplemente “el
recibir y descansar en Cristo y su justicia” y es por esta razón que es el “único
instrumento de santificación”. Dios no requiere nada de nosotros excepto una
dependencia absoluta en la justicia y la satisfacción de Cristo.
Esto significa que, en el instante en que comenzamos a confiar en Cristo,
somos en ese mismo momento declarados legalmente sin pecado, sin culpa, y sin
castigo futuro. Esta declaración no puede depender de nada que haga el pecador.
La fe que no es el “hacer” sino solamente la dependencia completa en lo que
Cristo ha efectuado resulta instantáneamente en la justificación completa y
eterna, siempre y cuando sea fe verdadera. Si es fe verdadera también producirá
buenas obras, que son una evidencia segura de la misma. De esto tendremos más
que decir en nuestra discusión del Capítulo XVI.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Con qué está siempre ligada la justificación?
2. ¿Cuál es la pregunta más perpleja del hombre?
3. ¿Qué es lo que necesitamos entender para poder responder de
forma correcta a la doctrina de la justificación?
4. ¿Quién es el que justifica?
5. ¿Qué es lo que no significa la justificación?
6. ¿Significa esto que los pecadores serán salvos sin santidad
personal?
7. ¿Cuánto tiempo toma la justificación?
8. ¿Qué significa “justificar”? Pruébelo con textos de las Escrituras.
9. ¿Por qué llamamos a la justificación un acto “judicial”?
10. ¿Está mal que el hombre justifique al injusto? ¿Por qué?
11. ¿Está mal que Dios justifique al injusto? ¿Por qué?
12. ¿Qué fundamento ha provisto Dios para poder justificar
justamente?
13. ¿Qué significa la “imputación”?
14. ¿Qué significa la “doble imputación”?
15. ¿Por qué debe ser la obediencia de Cristo el único fundamento de
nuestra justificación?
16. ¿Somos salvos “solo por la fe”?
17. ¿Somos salvos por la fe sola?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Cristo, por su obediencia y muerte, canceló completamente toda la
deuda de todos aquellos que son justificados de este modo e hizo una
adecuada, real y completa satisfacción a la justicia de su Padre, a favor
de ellos. Sin embargo, puesto que por ellos Cristo fue entregado por el
Padre, y puesto que su obediencia y satisfacción fue aceptada en vez de la
de ellos, y ambas gratuitamente, no por cosa alguna que haya en ellos,
entonces su justificación es solamente por pura gracia, para que tanto la
estricta justicia como la rica gracia de Dios sean glorificadas en la
justificación de los pecadores.
4. Dios, desde la eternidad, decretó justificar a todos los elegidos y, en la
plenitud del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos y resucitó para
su justificación. Sin embargo, los elegidos no son justificados hasta que
Cristo les es realmente aplicado, por el Espíritu Santo, a su debido
tiempo.
5. Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados;
y aunque nunca caigan del estado de justificación, sin embargo, por sus
pecados, pueden caer bajo el desagrado paternal de Dios, quien no les
restaura la luz de su rostro hasta que se humillen, confiesen sus pecados,
imploren su perdón y renueven su fe y arrepentimiento.
6. Bajo el Antiguo Testamento, la justificación de los creyentes era, en
todos sus aspectos, una y la misma que la justificación de los creyentes
bajo el Nuevo Testamento.
XI, 3-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Cristo ha provisto el fundamento de nuestra justificación,
(2) que la justificación es un acto de la libre gracia (ya que Cristo se puso en
nuestro lugar voluntariamente, así como también Dios lo aceptó
voluntariamente como si fuera nuestro sustituto),
(3) que la justificación de los elegidos fue decretada eternamente, lograda
por Cristo históricamente y aun así aplicada solo a su debido tiempo por
el Espíritu Santo,
(4) que Dios justifica a los pecadores aun con respecto a pecados cometidos
después que creen,
(5) que esto no significa que no puedan caer y que no caigan bajo el disgusto
y castigo de Dios, y
(6) que la justificación es esencialmente la misma para todos los creyentes de
todos los tiempos.
Ya hemos demostrado que Cristo proveyó el fundamento de nuestra
justificación por medio de su obediencia activa y pasiva (VIII, 5; XI, 1-2).
También hemos comprobado que esto fue totalmente voluntario de su parte,
como también fue voluntario el que Dios lo aceptara como nuestro sustituto (Jn
10:17,18, 1Ti 2:6, Ef 5:2). Los siguientes hechos indican que “la justificación es
únicamente por la libre gracia de Dios:
1. Fue un acto de libre gracia el que Dios permitiera que otro fuera nuestro
sustituto.
2. Fue un acto de libre gracia el que Dios diera su Hijo unigénito para ser
nuestro sustituto.
3. Fue un acto de libre gracia el que Dios escogiera a muchos de la raza
perdida para ser representados por Él.
4. Fue un acto de libre gracia el que Dios otorgara las recompensas que son la
herencia de los redimidos a causa de la obra cumplida por Cristo”.1
Algunos [teólogos] han sostenido que los elegidos son justificados desde la
eternidad. Estos están “…escritos en el libro de la vida, en el libro del Cordero
que fue sacrificado desde la creación del mundo” (Ap 13:8). El error de este
punto de vista está en que no distinguen entre el decreto (o plan) de Dios, y la
ejecución de ese decreto. Es verdad que Dios ha predeterminado la justificación
de los elegidos. Por eso Pablo puede decir: “En efecto, la Escritura, habiendo
previsto que Dios justificaría por la fe a los gentiles…” (Gá 3:8). Sin embargo no
dice que Dios ya los ha justificado. Como dijo Pedro, el sacrificio de Cristo (que
fue la base de la justificación), “a quien Dios escogió antes de la creación del
mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1P
1:20). Si decimos que son justificados desde la eternidad, también podríamos
decir que los elegidos ya son glorificados, aun levantados de la tumba. La
justificación es un evento que ocurre en el tiempo tanto como la glorificación
(Ro 8:30). De modo que debemos rechazar la noción de que los elegidos hayan
sido justificados desde la eternidad.
Pero otros han dicho que somos justificados desde el momento en que Jesús
concluyó con su obra mediadora. Los voceros de este punto de vista subrayan
que Cristo “…fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para
nuestra justificación” (Ro 4:25). Dios ya “lo trató como pecador, para que en Él
recibiéramos la justicia de Dios” (2Co 5:21). “Porque con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados” (Heb 10:14). Este punto de vista puede
parecer mucho más convincente que el punto de vista de “la justificación desde
la eternidad”. Sin embargo, debemos rechazarlo tan firmemente el uno como el
otro. El error de esta forma de pensar está en no distinguir entre la obra de
Cristo, la cual es la base de la justificación, y la obra del Espíritu Santo, por la
cual, en esa base, los pecadores realmente son puestos en posesión de la santidad
ante Dios. Como dice Pablo en Colosenses 1:21: “En otro tiempo ustedes, por su
actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero
ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de
Él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte”.
Durante cierto tiempo, aunque está concluida la obra de Cristo, permanecemos
enemigos de Dios. Entonces somos llamados eficazmente y habilitados para
poder arrepentirnos y creer. Ahora somos reconciliados con Dios y justificados
delante de Él. Por esta razón la Escritura dice: “…nosotros hemos puesto nuestra
fe en Cristo Jesús para ser justificados…” (Gá 2:16). La fe precede a la
justificación. La justificación sigue a la fe en su orden apropiado. La imputación,
que provee las condiciones requeridas en la declaración de Dios, es contingente
con la fe. “Dios tomará en cuenta nuestra fe como justicia, pues creemos en [Él]”
(Ro 4:24). Entonces, hay que decir que mientras que Dios proveyó la base para
la justificación en la obra completa de Cristo, aun así su aplicación al hombre es
algo distinto. Esto se puede ver en el hecho de que los hombres eran justificados
aun antes de que se completara la obra de Cristo (Sal 32:1,2). Esto se ve aún más
claramente en el hecho de que los hombres que viven desde el cumplimiento de
la obra de Cristo son justificados solo cuando creen, “todo el que cree es
justificado por medio de Jesús” (Hch 13:39).
Unos de los errores básicos del Catolicismo Romano es la confusión entre la
justificación y la santificación, es decir, entre la santidad legal y la santidad
inherente. Roma enseña que en ciertos momentos (como, por ejemplo,
inmediatamente después del bautismo, o la recepción de uno de los demás
sacramentos) una persona es “justa”. Lo que significa, sin embargo, es que la
persona es hecha realmente santa internamente y no solo santa legalmente ante
Dios. Esta santidad, según Roma, puede ser parcial o aun totalmente destruida
por el pecado venial o mortal. Una persona puede dejar de ser justa. Debe ser de
nuevo justificada por medio de la gracia de los sacramentos. Y así sigue el ciclo
constante. El pecado anula a la gracia sacramental y entonces la gracia
sacramental anula al pecado. Esta es una doctrina que no da paz (vea Romanos
5:1). Uno nunca puede estar seguro de su posición ante Dios. Pero aun más que
eso, no tiene ningún sentido. Porque si la gracia sacramental realmente produjera
santidad interna, entonces ¿por qué pecaría de nuevo ese individuo? Si la
justificación significara la santidad interna perfecta, entonces no podría haber
mas pecado, porque “el árbol perfecto producirá fruto perfecto”.
Esta dificultad desaparece cuando distinguimos entre la justificación y la
santificación. En la justificación, el pecador es declarado una vez por todas
justo, legalmente absuelto de toda culpa y de todo castigo por el pecado, sea
original, presente, pasado o futuro. En la santificación, el pecador es
gradualmente o progresivamente purgado de toda contaminación y comisión del
pecado, y así el pecado se vuelve siempre más y más débil (a largo plazo), y la
santidad inherente se vuelve más y más fuerte hasta que finalmente el individuo
se vuelve (en la muerte) realmente santo como lo ha sido durante mucho tiempo
legalmente. “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos y no tenemos la verdad” (1Jn 1:8-10).
Roma sí afirma lo siguiente: dice que la gracia sacramental puede volver al
pecador (por lo menos momentáneamente) perfecto (sin pecado) en esta vida. La
Fe Reformada, con una distinción apropiada entre la justificación y la
santificación, nunca dice: “No tenemos pecado”, pero sí afirma, con respecto a
los verdaderos creyentes: “Estamos sin culpa” (Ro 8:1, Heb 10:14, etc.). No
puede haber “ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús”. Siendo
justificados, nunca más podemos ser otra cosa que legalmente justos delante de
Dios.
¿Significa esto que Dios tomará a la ligera los verdaderos pecados de su
pueblo justificado? “¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia
abunde?” (Ro. 6:1). Algunos, reconociendo la provisión hecha por la
justificación (es decir, que los creyentes nunca pueden caer de ese estado) han
sugerido esto en forma absurda. Aquí tenemos dos razones de por qué rechazar
esta sugerencia malvada:
1. La primera razón para rechazar esta sugerencia malvada es el hecho de que
se imagina una condición que la Escritura declara ser un engaño. Es un
engaño imaginar que una persona justificada también pueda continuar
viviendo en el pecado. La gran verdad que es el antídoto contra este
pensamiento es que el individuo realmente justificado también poseerá las
demás gracias salvadoras que incluyen la resolución de procurar la santidad
de corazón y vida. Si la persona ha sido realmente justificada es porque
tiene verdadera fe. Pero si la persona tiene verdadera fe producirá buena
obras. “Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta” (Stg
2:17). Nada sería más absurdo que pretender tener la justificación sin
aborrecer al pecado.
2. Pero una segunda razón para rechazar esta sugerencia malvada es que las
Escrituras enseñan tan claramente el disgusto de Dios hacia los pecados de
su pueblo. Cuando verdaderos creyentes (como David, Moisés y Pedro) se
volvieron presuntuosos o descuidados, rápidamente descubrieron Su
disgusto paterno y aprendieron lo que era ser privados de la luz de su faz
(Sal 32, 51, etc.). Los castigos de Dios son tanto “penosos” (Heb 12:11)
como saludables para los hijos de Dios. Y no hay ni un hijo de Dios que
peque contra Dios y que no sienta en alguna medida Su disgusto, aun si
aquel descuidara la Palabra.
Solo queda mencionar una cosa: La doctrina de la justificación con relación
al pacto. En cuanto a esta doctrina, el dispensacionalismo, que hemos mirado
anteriormente, es particularmente peligroso, pues tiende a negar, o por lo menos
ocultar, el hecho de que “La justificación de los creyentes bajo el Antiguo
Testamento era (esencialmente) la misma que la justificación de los creyentes
bajo el Nuevo Testamento”. Por ejemplo, a veces se dice que en la dispensación
Mosaica los hombres tenían que ser justificados cumpliendo la ley. La verdad es
que la ley fue dada a Moisés para que los hombres fueran más conscientes de su
necesidad del tabernáculo y, por consiguiente, de Cristo (Gá 3:21-24). Existía la
“gracia” en la misma medida que la “ley” en la era Mosaica. La revelación de
Dios sobre las tablas de piedra fue acompañada por el patrón del tabernáculo
mostrado a Moisés en el monte.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cómo se puede demostrar que la “justificación” es solo la libre
gracia de Dios?
2. ¿Qué significa que “la justificación es desde la eternidad”?
3. ¿Cuál es la distinción que se debe hacer para evitar este error?
4. ¿Qué significa que “la justificación se da en el Calvario”?
5. ¿Qué distinción no hacen los que apoyan este punto de vista?
6. ¿Cuándo realmente sucede la justificación? Pruébelo bíblicamente.
7. ¿Qué confusión existe en el punto de vista Católico Romano acerca
de la justificación?
8. Si la justificación fuera lo que Roma dice que es, ¿por qué serán
distintos los resultados de la justificación a lo que Roma dice que
son?
9. ¿Qué distinción protege a la doctrina Reformada acerca de la
justificación?
10. ¿La justificación de la culpabilidad del pecado anima a que el
pecado se vuelva a cometer?
11. ¿Cuál es el error del dispensacionalismo con respecto a esta
doctrina?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Hodge, Archibald Alexander. 1957. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Trad. por Plutarco Arellano, segunda edición. México, D.F: Casa de Publicaciones el Faro, p,
169.
13
De la Adopción (XII)
1. Dios se digna en hacer partícipes de la gracia de la adopción a todos
aquellos que son justificados en y por su Hijo Unigénito. Mediante dicha
gracia, los justificados son recibidos en el número de los hijos de Dios y
gozan de sus libertades y privilegios, son marcados con el nombre de
Cristo y reciben el Espíritu de adopción, tienen libre acceso al trono de la
gracia y son capacitados para clamar Abba Padre, son dignos de
misericordia, protegidos, cuidados y castigados por Él como un Padre;
pero nunca son desechados, sino que son sellados para el día de la
redención, y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna.
XII, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que los que son eficazmente llamados (regenerados para poder responder
al evangelio) y justificados (declarados justos con Dios) también reciben
la gracia de la adopción,
(2) que la adopción está muy cercanamente relacionada con la regeneración
y justificación, pero es aun así distinta de ellos, y
(3) que por medio de esto son hechos hijos del Dios viviente.
Así como los demás aspectos de la aplicación de la redención, la adopción
está conectada inseparablemente con:
1. el decreto eterno de Dios, y
2. la obra mediadora de Cristo.
Nos “predestinó para ser adoptados como hijos suyos” (Ef 1:5). Porque “Dios
nos escogió en Él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin
mancha delante de Él” (Ef 1:4). Él ordenó, desde el comienzo, no solo el fin sino
también cada paso necesario para la obtención de ese fin. Un paso necesario para
la obtención de este fin es la adopción. Dios no solo escogió a sus elegidos para
ser regenerados, justificados, santificados y glorificados, sino también para ser
adoptados. Entonces, notamos que el Señor Jesucristo cumplió su obra para que
seamos adoptados tanto como llamados, justificados, santificados y glorificados.
“Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los
que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gá 4:4).
Recibir al Espíritu Santo es recibir al “Espíritu que los adopta como hijos” (Ro
8:15). Uno no puede recibir al Espíritu ni tampoco confiar en Cristo aparte de la
adopción. “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el
derecho de ser hijos de Dios” (Jn 1:12).
Pero ¿qué es la adopción? “La adopción, tal como lo implica el término, es un
acto de traslado desde el seno de una familia foránea hacia el seno de la familia
de Dios mismo” (La redención consumada y aplicada). Significa que los que
eran por naturaleza hijos de ira, hijos de las tinieblas, aun hijos de Satanás (Ef
2:3, Col 3:6, Jn 8:44), son constituidos hijos de la luz y de Dios. Al contrario de
la doctrina del Modernismo tan aceptada hoy en día, Dios no es el padre de todo
hombre. Hay, por supuesto, un sentido en el cual Dios sostiene una relación con
todo hombre. Él es el Creador de todos. Él hace bien a todos. En Él vivimos y
somos y nos movemos. Y la misericordia y compasión divinas que se extienden
a todo hombre no pueden ser negadas (1Ti 4:10, Ez 18:23). Si el concepto de
“paternidad” no significara más que esto, habría poca objeción en hablar de la
“paternidad de Dios” o “la hermandad del hombre”. Sin embargo, el concepto
bíblico de la relación que existe entre Dios y el hombre, y entre los hombres,
requiere que rechacemos estos términos.
A causa de la caída del hombre, la relación entre Dios y el hombre ya no
puede ser comparada a la del padre y el hijo. Más bien, esta relación existe entre
Satanás y el hombre. Somos, más bien, “hijos del diablo” (1Jn 3:10) en vez de
hijos de Dios. Tenemos que admitirlo porque “el que no practica la justicia no es
hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano”. Como los hombres
no honran ni obedecen a Dios, difícilmente pueden ser llamados sus hijos, y
difícilmente pueden ser llamados hermanos cuando no se aman los unos a los
otros. Los términos “padre”, “hijo” y “hermano” pertenecen a la esfera de una
relación familiar íntima y leal, y simplemente no se pueden aplicar a los que
están fuera de Cristo. Pero es, precisamente, esta relación la posesión de todos
los que tienen una unión salvadora con Cristo por medio del llamamiento eficaz,
la conversión y la justificación. Cuando uno se convierte en un creyente en
Cristo, entonces podemos decir con asombro y gratitud: “¡Fíjense qué gran amor
nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no
nos conoce, precisamente porque no lo conoció a Él. Queridos hermanos, ahora
somos hijos de Dios” (1Jn 3:1,2).
Es de igual importancia distinguir entre la condición de hijos que le pertenece
a los creyentes y la condición de hijo que le pertenece únicamente a Cristo.
Cristo es también el hijo de Dios y el hermano de todo creyente. Él no es el
único hijo, sin embargo, es el único hijo no adoptivo (Jn 1:14, 3:16, etc.).
Cuando el Modernismo se refiere a nuestra condición de hijos como si fuera
igual a la condición de Cristo, comete una grave injusticia contra su deidad.
Cristo es engendrado, no es adoptivo. Su condición de hijo es eterna. No tuvo
comienzo. Él es igual que el Padre en poder y gloria. Nuestra condición de hijos
tiene otra naturaleza. Nosotros somos hechos para ser hijos de Dios según su
plan. Nosotros somos hijos por un cambio en nuestra condición. Cristo es hijo
por la generación eterna del Padre.
Eso no altera el hecho de que “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”
sea también nuestro Dios y nuestro Padre (1 Pedro 1:3, 17, etc.). “Mi padre (es)
tu padre”, dijo Jesús, y “Mi Dios […] tu Dios” (Jn 20:17). La diferencia no es
que tengamos un diferente padre y Dios. La diferencia es que el Dios hecho
hombre es, según su divina naturaleza, una sola sustancia con el Padre, mientras
que nosotros somos meros hombres, hijos del Padre solo por adopción.
Pero no debemos dejar que la diferencia entre nuestra condición de hijos con
la de Cristo minimice de ninguna manera lo maravilloso de nuestra condición.
Lo maravilloso es que, a pesar de la diferencia infinita, nosotros somos (por
adopción) contados entre los hijos de Dios y podemos disfrutar de todas sus
libertades y privilegios. Nosotros somos coherederos con Cristo. Si Cristo es “el
heredero del mundo”, eso no es ninguna sorpresa si recordamos que Él es Dios,
y Dios eterno (Ro 4:13). Sin embargo, “El Espíritu mismo le asegura a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos
de Dios y coherederos con Cristo” (Ro 8:16,17). Y esto es aún más asombroso
precisamente porque somos meros hombres y no solo eso, sino también
pecadores indignos.
Uno de los mayores privilegios pertenecientes a los que reciben la gracia de
la adopción es la oración. Solo los que son adoptados pueden orar de forma
aceptable a Dios. Entonces, el Espíritu dado en el llamamiento eficaz es el
Espíritu de la adopción, por medio del cual los creyentes pueden orar (Ro
8:15ss.). El Espíritu nos hace capaces de entender que somos hijos y de ejercer el
privilegio de la oración como hijos. “El Espíritu mismo le asegura a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios” (Ro 8:16). “Así mismo, en nuestra debilidad el
Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Ro
8:26). Finalmente, notamos que Dios los trata como hijos. Reciben su piedad y
protección (Sal 103:13, Pr. 14:26). Están bajo su vigilante providencia (Mt 6:3032, 1P 5:7). También los hace pasar por la disciplina apropiada porque son sus
hijos (Heb 12:6s.). Pero sobre todo, los guarda seguros hasta el fin (Ro
8:23,28,38). De estas cosas tendremos más que considerar en las Secciones
respectivas de los capítulos XIII, XVII y XVIII.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Con qué está inseparablemente conectada la adopción?
2. Dé pruebas bíblicas de que la predestinación de Dios lleva a la
adopción si es para la vida eterna.
3. ¿Qué es la adopción?
4. ¿Es Dios el padre de todo hombre? Explíquese.
5. ¿Son todos los hombres “hermanos”? Explíquese.
6. En las Escrituras, los términos “padre”, “hijo” y “hermano” ¿le
pertenecen a qué tipo de relación?
7. ¿Cuál es la diferencia entre nuestra condición de hijos y la condición
de hijo de Cristo?
8. ¿Disminuye o incrementa con esta diferencia la maravilla de nuestra
condición de hijos? ¿Por qué?
9. ¿Pueden los que no han sido adoptados como hijos de Dios orar
aceptablemente? ¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
14
De la Santificación (XIII)
1. Los que son eficazmente llamados y regenerados, al tener un nuevo
corazón y un nuevo espíritu creado en ellos, son además santificados real
y personalmente, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, por su
Palabra y su Espíritu que mora en ellos. El dominio de todo el cuerpo de
pecado es destruido, y los diversos deseos de este son debilitados y
mortificados más y más; y los santificados son vivificados y fortalecidos
más y más en todas las gracias salvíficas, a la práctica de la verdadera
santidad, sin la cual nadie verá al Señor.
2. Esta santificación abarca cada parte del ser humano total; pero es
incompleta en esta vida, pues aún quedan algunos remanentes de
corrupción en cada una de sus partes; de donde surge una guerra
continua e irreconciliable: la carne deseando contra el Espíritu, y el
Espíritu contra la carne.
3. En dicha guerra, aunque los restos de la corrupción prevalezcan por
algún tiempo; sin embargo, la parte regenerada vence mediante el
continuo suministro de fuerza del Espíritu santificador de Cristo; así que
los santos crecen en gracia, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios.
XIII, 1-3. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que, por la Palabra y por el Espíritu de Dios, la naturaleza regenerada del
creyente es hecha capaz de desarrollarse,
(2) que en este desarrollo el creyente, más y más, somete el pecado a la
muerte y vive más y más hacia la santidad,
(3) que esta obra de santificación penetra al hombre completo,
(4) que el creyente nunca llega a la perfección en esta vida (es decir, la
victoria completa sobre el pecado no se obtiene en esta vida), aunque
(5) se logra un progreso genuino que se manifiesta en el hecho de que todo
verdadero creyente busca la perfección de la santidad bajo el temor de
Dios.
La santificación está asociada muy cercanamente con el llamamiento eficaz y
la regeneración. Al igual que en estos anteriores, es la obra de Dios en nosotros.
La santificación es la continuación de lo que ha comenzado en el llamamiento
eficaz y la regeneración. La regeneración es la renovación de nuestra naturaleza
entera. El llamamiento se vuelve eficaz cuando la naturaleza nueva responde al
evangelio en arrepentimiento y fe. La santificación simplemente continúa en la
nutrición y el desarrollo de esa naturaleza nueva que llega a existir por medio de
la regeneración y llega a operar por medio del llamamiento eficaz.
Sin embargo, ¿por qué es que el creyente invariablemente, más y más, somete
a muerte al pecado y vive más y más cercanamente a la santidad? La respuesta
es: Porque “Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la
semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido
de Dios. Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo…” (1Jn
3:9,10). Si una persona ha sido unida a Cristo y adoptada a su familia, entonces
el pecado está muerto en el sentido en que ya no tiene dominio sobre ella. La
disposición que gobierna en tal persona es la ley de Dios que está escrita en el
corazón (Ro 7:22). No quiere decir que no tengan pecado, sino más bien que ya
no se cede como siervo del pecado. De hecho, estará en plena batalla contra el
pecado aunque dicho pecado, a veces, manifieste su poder en él (Ro 7:14ss.).
Sobre todo, el redimido nunca va a abandonarse al pecado (1Jn 4:4, 3:9). Todo lo
que parece contradecir este hecho prueba, no que las personas regeneradas
puedan abandonarse al pecado, mas solo prueba que el hombre puede aparentar
ser regenerado sin realmente serlo (1Jn 2:19).
El perfeccionismo nos tiene tres grandes enseñanzas erróneas en cuanto a la
verdadera doctrina de la santificación:
1. Enseña que solo algunos (posiblemente solo unos pocos) creyentes logran
liberarse del dominio del pecado. La enseñanza bíblica contradice esto
cuando dice que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios” (Ro 8:14). Entonces, decir que uno es “nacido de Dios” es
decir que “no puede practicar el pecado” (1Jn 3:9). Decir que uno es
justificado por gracia es decir que el pecado dejará de tener dominio sobre
él (Ro 6:14).
2. También enseña que uno puede ser justificado pero, al mismo tiempo, no
tener la victoria sobre el dominio del pecado. Ya hemos respondido a este
error.
3. Finalmente enseña que la victoria que se puede lograr en esta vida es la
libertad de no pecar, o al menos de no pecar conscientemente. Las
advertencias de Pablo y de Juan lo contradicen (Ro 7:14ss., 1Jn 1:8, 10).
Aun si una persona no es “consciente de su pecado” debería ser consciente
que es un pecado decir que no tiene pecado.
La doctrina de la santificación no enseña que el pecado sea obliterado en cada
uno o en algún verdadero creyente en esta vida. Nos enseña, más bien, que hay
una brecha radical entre el poder y el amor hacia el pecado. Nos enseña que
dentro de nosotros se ha establecido un nuevo poder y amor que demanda una
lucha incansable contra el pecado. El dominio del pecado ha sido quebrado
aunque su presencia no esté completamente eliminada. Así como la penicilina
puede parar la fiebre y de este modo destruir el dominio de la enfermedad, pero
toma un tiempo antes que borre todo rastro de esa enfermedad, así mismo sucede
con el pecado. Así como las fuerzas Aliadas invadieron a Europa y destruyeron
la amenaza de la esperanza de Hitler de dominar al mundo, pero tomó tiempo
erradicar todo vestigio de ella, así mismo sucede también con el pecado. El
pecado ya no timonea el corazón. Las líneas de comunicación más grandes han
sido destruidas. El centro de control ahora está en manos de Dios. Sin embargo,
con toda destreza, astucia y desesperación de un enemigo vencido, las fuerzas
enemigas aún siguen sus acosos incansables de toda clase. Como Murray dijo
tan sabiamente: “Hay una diferencia total entre pecado que sobrevive y pecado
que reina”. Es imposible que un verdadero creyente descanse contento con su
pecado, consintiéndolo libremente, y convirtiendo la gracia de Dios en lascivia.
Solo “…si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo,
vivirán” (Ro 8:13). Y es un hecho notorio que con el mayor progreso que haga
uno en la santificación, vendrá también mayor angustia por el pecado que aún
permanece en él (Ro. 7:24).
Es muy necesario que quede claro que es el Espíritu Santo el que nos
santifica. Y puede que se pregunte: ¿Cómo puede ser esto si la obra tan difícil e
implacable (el conflicto con el pecado) es nuestra? ¿Cómo puede ser que un
enfrentamiento que involucra cada onza de mis fuerzas y mi voluntad sea la obra
del Espíritu Santo? La respuesta es que “Dios es quien produce en ustedes tanto
el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:13). Es
Dios quien crea esa nueva naturaleza utilizada en el conflicto contra el pecado. Y
es el mismo Dios quien nos da fuerzas, nos anima, nos advierte y nos capacita
para hacer lo que debemos hacer. Toda obra hecha por nosotros en la
santificación es el efecto de lo que ha hecho Dios y lo que está haciendo en
nosotros por medio de su Espíritu Santo. Su obra no hace innecesaria a la nuestra
sino que la hace segura. Cuando nos encontramos deseosos y capaces de luchar
contra el pecado, podemos saber que Dios obra en nosotros por medio de su
fuerza y poder. Por nosotros mismos no podemos hacer nada. Podemos hacerlo
todo por medio de Jesucristo quien nos da fortaleza. Y esto nos permite
mencionar los medios de la gracia. Le ha complacido a Dios fortalecernos en
esta guerra por medio de la Palabra, los sacramentos, la oración y la disciplina.
El Espíritu Santo hace que estos sean eficaces en la santificación de los
creyentes.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿De qué es la santificación una continuación?
2. ¿Por qué es que los verdaderos creyentes invariablemente
experimentan la santificación?
3. ¿Cuál es la condición del pecado en el creyente?
4. ¿Qué errores enseña el perfeccionismo con respecto a la
santificación?
5. ¿Cuál es la respuesta de las Escrituras a cada uno?
6. ¿Quién santifica al verdadero creyente?
7. ¿Hace esto que el esfuerzo por parte del creyente sea innecesario?
¿Por qué?
8. ¿Cuál es la relación entre la obra de Dios y la obra del hombre en la
santificación?
9. ¿Qué medios de gracia ha provisto Dios para nuestra santificación?
Ver las respuestas a estas preguntas
15
De las Buenas Obras (XVI)
1. Buenas obras son solo aquellas que el Señor ha mandado en su santa
Palabra y no aquellas que, sin la autoridad de la Palabra, son inventadas
por los seres humanos, debido a un ciego entusiasmo, o bajo cualquier
pretexto de buena intención.
2. Aquellas buenas obras realizadas en obediencia a los mandamientos de
Dios son los frutos y evidencias de una fe viva y verdadera. Mediante ellas
los creyentes manifiestan su gratitud, fortalecen su confianza, edifican a
sus hermanos, adornan la profesión del Evangelio, tapan la boca de sus
adversarios, y glorifican a Dios. Pues son hechura de Dios, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, para que llevando fruto para santidad,
tengan como fin la vida eterna.
XVI, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) la naturaleza de toda buena obra,
(2) la fuente de toda buena obra,
(3) que las verdaderas buenas obras lo son únicamente a causa de un decreto
divino,
(4) que las verdaderas buenas obras solo pueden surgir de la raíz interna del
verdadero arrepentimiento y fe,
(5) que los efectos y los usos de las buenas obras son:
a. la expresión de gratitud del creyente
b. la confirmación de su fe
c. la edificación de los demás
d. la manifestación de la fe ante los demás
e. el refutar los adversarios de Dios, y
f. la glorificación de Dios, y
(6) que las buenas obras son necesarias.
¿Qué son las “buenas obras”? ¿Cuenta como buena obra una donación a la
Cruz Roja o un trabajo a tiempo parcial con los Boy Scouts? Normalmente se
considera que cualquier obra de caridad o bondad califica como una “buena
obra”. Pero según las Escrituras no es así. La Escritura nos da dos requisitos para
que una obra pueda ser realmente “buena”.
(a) Debe estar en conformidad con la voluntad revelada de Dios. Debe ser lo
que Dios mismo ha mandado en su Santa Palabra. “Y si obedecemos
fielmente todos estos mandamientos ante el SEÑOR nuestro Dios, tal
como nos lo ha ordenado, entonces seremos justos” (Dt 6:25).
(b) Además, deben emanar de una “buena conciencia”. Tiene que ser hecha
con sinceridad de corazón como un acto de servicio a Dios, “…porque
estamos seguros de tener la conciencia tranquila y queremos portarnos
honradamente en todo” (Heb 13:18).
La imposibilidad de que un incrédulo haga buenas obras se debe a que su
corazón (o conciencia) y la ley de Dios no están de acuerdo el uno con el otro.
Por ejemplo, hay algunos que sinceramente piensan que están haciendo “buenas
obras” cuando se abstienen del matrimonio en respeto por alguna tradición o
mandato eclesiástico. Sin embargo, las Escrituras dicen que se debe al hecho de
que “tienen la conciencia encallecida” (1Ti 4:2). A pesar de la sinceridad que
puedan tener, sus “buenas obras” son realmente pecado porque están en contra
de la voluntad de Dios. Nuevamente, hay algunos que son muy sinceros en
pensar que la abstinencia total del uso de algunos objetos materiales es una
“buena obra”, mientras que en realidad solamente es pecado porque se “someten
a preceptos tales como: ‘No tomes en tus manos, no pruebes, no toques’. Estos
preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, no glorifican a Dios” (Col
2:20, 21). Es aún posible que los hombres cometan los crímenes más terribles
bajo la convicción que los hacen en servicio a Dios (Jn 16:2). Y la razón es que
la obediencia a la conciencia es obediencia al mal en el caso del hombre no
regenerado, “…tienen corrompidas la mente y la conciencia” (Tit 1:15).
Podríamos comparar su caso con el de un hombre que usa medidas y balanzas
defectuosas. Por muy “sincero” que sea en cuanto al peso y la medida de lo que
vende, siempre se equivocará porque su patrón no se conforma a las normas
establecidas por su país. Solo podrá dejar de equivocarse si descubre el fallo en
sus instrumentos. Lo mismo sucede con los que son regenerados por el Espíritu.
Alinean su conciencia con la ley de Dios. Y entonces pueden hacer “buenas
obras”.
Pero supongamos por un momento que el hombre no regenerado ve las obras
de un creyente y decide imitarlo. ¿No es posible que él pueda hacer algo de lo
mismo? Sin duda que es posible. La misma Confesión afirma en XIII, 7 que hay
“obras hechas por personas no regeneradas, que por su esencia son cosas que
Dios manda, y son de buen uso para ellos mismos y para otros”. Un incrédulo
puede colocar un billete de diez dólares en la ofrenda para el apoyo de la
predicación del verdadero evangelio de Cristo. Aun así tenemos que negar que
haya hecho una “buena obra”. Y tenemos que hacerlo, esta vez no porque no se
conforme externamente a la ley de Dios, pues lo está. Sin embargo, “…todo lo
que no se hace por convicción es pecado” (Ro 14:23). Un hombre no solo debe
hacer lo que Dios manda sino que lo debe hacer porque reconoce la voluntad de
Dios y busca obedecerla, “…sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb 11:6).
A causa de este doble principio, el incrédulo nunca puede hacer obras
realmente buenas. Es más, aun el verdadero creyente es a veces incapaz de hacer
obras realmente buenas, porque su conciencia se conforma imperfectamente a la
Palabra de Dios. Esto no es suficientemente reconocido. La verdad es un
requisito para la santificación y las buenas obras (Jn 17:17). Somos capaces de
hacer buenas obras solo hasta el punto en que sean iluminadas nuestras
conciencias por la verdad de Dios y no meramente por la sinceridad con la que
escuchamos la voz de nuestra conciencia. A menudo es el descuido de esta
verdad lo que ha llevado a una seria perversión de la Palabra de Dios. Este es el
caso cuando al hermano más débil se le considera el más piadoso y al más fuerte
como menos piadoso. Pablo dijo: “Reciban al que es débil en la fe, pero no para
entrar en discusiones” (Ro 14:1). ¿Y cuál es la debilidad de este hermano? Es
que se siente obligado, por su misma conciencia, a abstenerse de todo uso de
carne. (Podríamos sustituir carne por algunas otras sustancias hoy en día).
Ahora, ya queda claro que este hermano es débil no porque no tenga una
conciencia fuerte sino porque su conciencia lo guía mal. Es débil porque su
conciencia no está totalmente de acuerdo con la Palabra de Dios (1Ti 4:4). Y en
el área de su debilidad no podemos negar que nuestro hermano yerra—o al
comer carne e ir en contra de su conciencia, o en estar convencido que es pecado
hacer algo que realmente no es pecado. En cuanto a esto no puede escaparse del
error, a menos que y hasta que su debilidad sea vencida. Ahora, sin duda, esta
debilidad no será vencida con la falta de caridad. El hermano más fuerte no debe
buscar inducir a su hermano débil a violar su conciencia. Debería evitar toda
ocasión de presentarle la tentación a pecar y cada violación de la conciencia es
pecado. Sin embargo, debemos protestar ante la noción moderna que sostiene
que la debilidad de tal hermano deba convertirse en la regla de práctica para los
fuertes. Esto es multiplicar el pecado. Ser atado a la conciencia significa no
hacer algo aun sabiendo que es aceptable a Dios. Esta no es la respuesta. La
respuesta es buscar educar la conciencia del hermano más débil. Esto es muy
diferente a tentarlo para que actúe en contra de su conciencia. Y mientras tanto,
que el hombre fuerte diga: “¿Por qué es juzgada mi libertad por la conciencia de
otro?”.
No estamos sugiriendo que ningún cristiano esté inmediatamente o
perfectamente libre de esta dificultad. Todos tenemos la necesidad de ser
santificados por la verdad. Pero el verdadero creyente es, hasta cierto punto,
liberado de la ignorancia para que pueda servir a Dios con una conciencia clara,
y esta libertad se incrementa cuando, en su alma, es formada la verdad de Dios.
Dentro de tal hombre existe una medida de acuerdo genuino, entre la conciencia
o el corazón y la voluntad de Dios. “Porque somos hechura de Dios, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que
las pongamos en práctica” (Ef 2:10).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la noción comúnmente aceptada acerca de las “buenas
obras”?
2. ¿Cuáles son los dos elementos esenciales de obras
verdaderamente buenas?
3. ¿Por qué el incrédulo no puede, realmente, hacer buenas obras?
4. ¿Puede un incrédulo hacer “las mismas obras” que un creyente? Si
puede, ¿entonces por qué esa obra no constituye una buena obra?
5. ¿Por qué es que aún obras “sinceras” hechas bajo “convicción de
conciencia” son inmundicia en el caso de los incrédulos?
6. ¿Por qué, a veces, el creyente no puede hacer obras
verdaderamente buenas?
7. ¿Qué quiere decir “el hermano débil”?
8. ¿Deberíamos buscar presionarlo a hacer lo que creemos que es el
bien?
9. ¿Qué deberíamos hacer para vencer su debilidad?
10. ¿Por qué está mal que el hermano más débil determine nuestras
acciones?
11. ¿Algún Cristiano se encuentra totalmente libre de esta debilidad?
12. ¿Por qué es esencial el crecimiento en el conocimiento de la
verdad para forjar un carácter cristiano fuerte?
13. ¿Qué se encuentra invariablemente en el verdadero creyente?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. La capacidad de los creyentes para hacer buenas obras de ninguna
manera proviene de ellos mismos, sino totalmente del Espíritu de Cristo. Y
para que sean capacitados para buenas obras, además de las gracias que
ya han recibido, se requiere la influencia real del mismo Espíritu Santo,
que obra en ellos el querer y el hacer por su buena voluntad. Sin embargo,
no deben en seguida volverse negligentes, como si no estuvieran
obligados a cumplir con ningún deber, a menos que haya un impulso
especial del Espíritu; sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de
Dios que está en ellos.
4. Los que por su obediencia alcanzan la altura más grande que sea
posible en esta vida, están tan lejos de ser capaces de súpererogar y hacer
más de lo que Dios requiere, que no alcanzan a cumplir lo mucho de lo
que por deber están obligados a hacer.
5. Mediante nuestras mejores obras, no podemos merecer el perdón del
pecado o la vida eterna de parte de Dios, en razón de la gran
desproporción que hay entre estas y la gloria venidera; y en razón de la
infinita distancia que existe entre nosotros y Dios, a quien no podemos
beneficiar, ni satisfacer por la deuda de nuestros pecados anteriores, sino
que cuando hayamos hecho todo lo que podemos, no hemos hecho sino
aquello que es nuestro deber, y somos siervos inútiles; y son buenas
porque proceden de su Espíritu, y puesto que son hechas por nosotros,
están manchadas y mezcladas con tanta debilidad e imperfección, que no
pueden soportar la severidad del juicio de Dios.
6. A pesar de lo antes dicho, sin embargo, las personas de los creyentes al
ser aceptadas por medio de Cristo, sus buenas obras son también
aceptadas en Él. No como si sus buenas obras fuesen, en esta vida,
enteramente irreprochables e irreprensibles ante los ojos de Dios; sino
que Dios, mirándolas en su Hijo, se place en aceptar y recompensar
aquello que es sincero, aunque esté acompañado de muchas debilidades e
imperfecciones.
XVI, 3-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la habilidad del cristiano de hacer buenas obras no viene de sí mismo
sino del Espíritu Santo que mora en él,
(2) que el Espíritu Santo ejerce una influencia constante en el creyente,
(3) que esto no da lugar a la indolencia ni de ninguna manera niega la
obligación de practicar la diligencia,
(4) que las obras de supererogación no son posibles,
(5) que ningún creyente cumple su obligación perfectamente en esta vida,
(6) que nuestras mejores obras ni tienen mérito ni llegan a la perfección,
(7) que las buenas obras de los creyentes son aceptadas y premiadas a causa
de Cristo.
Es fundamental, a todo pensamiento correcto acerca de las buenas obras de
los Cristianos, entender que “todo es de Dios”, “…separados de mí no pueden
ustedes hacer nada” (Jn 15:5), dijo Jesús a sus propios discípulos. Dios no
regenera el alma para dejarla que efectúe lo que pueda bajo su propio poder. Más
bien, es su poder soberano que opera en completar y perfeccionar la obra
comenzada en la regeneración. “Así como ninguna rama puede dar fruto por sí
misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar
fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que
permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden
ustedes hacer nada” (Jn 15:4,5). Las buenas obras son producto y evidencia de la
obra de Dios en nosotros. Exactamente cómo logra esta obra el Espíritu es un
misterio. Sus formas están más allá de nuestro entendimiento. Se realiza a través
de la verdad y por medio de la verdad (Jn 17:17). Es allí donde somos sometidos
al control interno de los principios de la Palabra de Dios. Como resultado,
podemos conocer la buena voluntad de Dios que es buena, aceptable y perfecta
(Ro 12:1,2). No pretendemos entender cómo logra esta obra el Espíritu; solo
sabemos que la Palabra de Dios requiere que reconozcamos que él la hace, para
que alabemos al Espíritu por cada cosa buena que hagamos.
Sin embargo, al decir que la fuente generativa de nuestras obras buenas es
Dios, de ninguna manera se sugiere que la negligencia, la pereza o el descuido
sean aceptables, como si no estuviéramos bajo la obligación de hacer ningún
deber; a no ser que sintamos un movimiento especial del Espíritu Santo que nos
dirija a ello. Hay algunos que de esta forma eluden sus deberes. Pues, saben:
1. que Dios les manda a hacer el bien, y
2. que no tienen ninguna habilidad de hacer buenas obras salvo se las conceda
el Espíritu, y entonces,
3. se libran de sus deberes bajo el pretexto que no son capaces de hacerlos
porque el Espíritu no los ha movido. Pero esto es solo un pretexto. Fingen
que estarían encantados de hacer buenas obras si tan solo “pudieran”,
mientras que, en realidad, podrían hacerlas si tan solo lo “hicieran”, es
decir, si tuvieran la actitud correcta de la mente y del corazón. Sin embargo,
la falta de “actitud correcta de mente y corazón” no es una evidencia de que
el Espíritu que mora en ellos no haya dado alguna señal especial necesitada
en el momento. Más bien, es una evidencia que falta la conversión del
corazón, y que el Espíritu realmente no mora en ellos. Realmente no tienen
excusa (Ro 1:20, 2:1). No tienen excusa porque la condición de su corazón
es su propia responsabilidad. La causa de la depravación y la incapacidad
del hombre es el pecado. Y no hay ninguna excusa para el pecado. Un
verdadero creyente no se inventará excusas para pecar, ni esperará un
“movimiento especial del Espíritu” antes de intentar cumplir sus deberes.
Buscará cumplir su obligación porque, teniendo un corazón convertido en
el cual mora el Espíritu, deseará hacer el bien. Es más, el creyente aprende
de las Escrituras que el Espíritu no obra por “pequeños impulsos”. (Ro
8:14, “Porque todos los que son constantemente guiados por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios”, es el sentido del original). Tampoco se pueden
observar ni sentir los “movimientos” del Espíritu. Se pueden sentir los
efectos de su obra, sin embargo, la actividad en sí es espiritual (Jn 3). Es
más, si podemos hablar de “sentimientos” en este asunto, es el
“sentimiento” que tiene el creyente con respecto a las Escrituras como
resultado de la obra del Espíritu en él. El creyente siente el poder y la
autoridad de las advertencias y exhortaciones de las Escrituras que
requieren que cumpla sus obligaciones, “esfuércense”, dice Pedro (2P 1:10).
“No sean perezosos”, advierte la Epístola a los Hebreos (Heb 6:12). “Aviva
el don de Dios”, dice Pablo (2Ti 1:6). Y Judas incluso insiste que nos
“edifiquemos” y nos “mantengamos en el amor de Dios” (Jud 20,21). Y “Si
alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es
mandato del Señor” (1Co 14:37), dice Pablo. La evidencia de que uno
posea el Espíritu de Dios es que uno sienta o reconozca la autoridad de esa
Palabra que coloca la obligación sobre ese individuo. Él es “guiado” por el
Espíritu por medio de la Palabra. Los que esperan un “movimiento especial
del Espíritu” demuestran que posiblemente no son regenerados y que
definitivamente están equivocados acerca de la forma en la cual el Espíritu
obra la obediencia en los corazones de los suyos. Los que cumplen sus
deberes por reverencia humilde a la voluntad de Dios revelada en las
Escrituras, y solo ellos, son los que tienen razón para creer que son
verdaderos hijos de Dios (1Jn 2:4,5).
La Sección 4 de este Capitulo de la Confesión de fe se dirige a la doctrina
Católico-romana acerca de las obras. Aquella doctrina enseña que los hombres
pecaminosos, habiendo recibido la gracia divina, son capaces de hacer no solo
todo su deber, sino mucho más. El Catecismo de Baltimore (Art. 1125) habla de
la “satisfacción sobreabundante de la Santa Virgen María y de los santos”. Esta
“satisfacción sobreabundante” se define como “lo que ganaron en su vida sin
tener necesidad de ello, y que la Iglesia aplica a sus compañeros de la comunión
de santos”. Es esta sobreabundancia de obras de mérito que llena el “tesoro de
méritos” del cual se socorre a los menos afortunados. Ya hemos demostrado que
ningún creyente puede llegar a la perfección en esta vida (Cap. XIII), mucho
menos ser “más que perfecto”. Es más, sería difícil encontrar una doctrina que se
oponga más enérgicamente a la enseñanza de la Escritura. Pareciera que Dios, en
la Escritura, se esforzó para mostrarnos que aun los profetas y apóstoles más
eminentes eran hombres pecadores aun al final de sus vidas (Ro 7:14s.). Isaías
no dudó al decir, incluyéndose a sí mismo, que “…todos nuestros actos de
justicia son como trapos de inmundicia” (Is 64:6). Y el Salmista pregunta: “Si tú,
Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?”
(Sal 130:3). Y si es así, ¡cuánto más imposible es la increíble presunción de
Roma! (Vea Lucas 17:10, Job 22:2,3; 35:7).
La maravilla no es que las buenas obras de los creyentes sean tan
“excepcionales”, sino más bien que sean aceptadas y hasta recompensadas. Si
incluso “nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” y aun
nuestras mejores obras están “contaminadas y mezcladas con mucha debilidad e
imperfección”, ¿cómo es posible que aun así puedan ser denominadas buenas
obras? La respuesta es que los creyentes están unidos a Cristo. Y así como la
persona de los creyentes es aceptada por Dios por medio de su unión con él,
siendo aún pecadores e imperfectos, así es también con sus obras. Debemos
hacer “todo en el nombre del Señor Jesús”, es decir, en su mediación. Como lo
describe A.A. Hodge: “Es todo de la gracia—una gracia llamada recompensa
añadida a una gracia llamada ‘obra’. Es decir, ambas obras son de Dios. Dios
promete premiar al Cristiano tal como un padre promete premiar a su hijo por
cumplir con lo que es su deber, y con lo que lo beneficia a él mismo”1. “Al que
tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene, hasta lo poco que
tiene se le quitará” (Mt 13:12). Los que sobrepasan a los demás en obras así
tendrán mayor razón de reconocer con humildad que tienen una deuda de
gratitud a Dios aún mayor.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es el concepto básico que debemos entender acerca de las
“buenas obras”?
2. ¿Tiene una persona no regenerada el poder o la habilidad de hacer
buenas obras? Explíquese.
3. ¿Cómo habilita el Espíritu Santo a los creyentes para que hagan
buenas obras?
4. ¿Qué excusa dan algunos por no hacer lo que deben?
5. ¿Cuál es la verdadera fuente de su incapacidad?
6. ¿Cuándo impulsa el Espíritu Santo a que cumpla con su deber el
creyente?
7. ¿Qué “sentimiento” puede ser atribuido correctamente a, y ser
llamado una evidencia de, la obra del Espíritu en el verdadero
creyente?
8. ¿Cuál puede ser el problema con los que esperan “un movimiento
especial del Espíritu”?
9. ¿Cuál es la única forma segura de saber que el Espíritu mora en
nosotros?
10. ¿Qué quiere decir la Iglesia Romana con “las obras de
supererogación”?
11. ¿Cuál doctrina, que ya ha sido afirmada, refuta este error? Cite las
Escrituras.
12. Si aún nuestras mejores obras son imperfectas, ¿por qué las
acepta Dios y las recompensa?
13. ¿Quién tiene mayor razón para humillarse ante Dios—el de
grandes o pequeñas obras, logros y recompensas? ¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
7. Las obras hechas por personas no regeneradas, aunque por su esencia
sean cosas que Dios manda, y sean de buen uso para ellos mismos y para
otros; sin embargo, puesto que no proceden de un corazón purificado por
medio de la fe, no son hechas de manera correcta de acuerdo con la
Palabra ni para un fin correcto, el cual es la gloria de Dios. Por lo tanto
estas obras son pecaminosas y no pueden agradar a Dios ni hacen que
una persona sea apta para recibir la gracia de Dios. Y sin embargo, si
dichas personas no hacen buenas obras, son más pecaminosas y
desagradables delante de Dios.
XVI, 7. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que los hombres no regenerados pueden hacer (lo que denominaremos)
buenas obras formalmente,
(2) que aun así estas son inherentemente obras malvadas (ante los ojos de
Dios), y
(3) que sin embargo, el no hacer tales obras formalmente buenas es aún más
malvado.
Por “obras formalmente buenas” queremos denominar a las acciones que, en
cuanto a sí mismas, son las mismas que las buenas obras que hacen los
verdaderos creyentes. Ya hemos visto por qué los malvados no pueden hacer de
ninguna manera alguna obra buena (XVI, 1-2). Pero es importante insistir que
los malvados sí pueden practicar obras que son “formalmente buenas”. De no ser
así, no habría una sociedad humana en la cual puedan coexistir creyentes e
incrédulos. Comúnmente se ha observado que hay mucho de “bueno” en los
incrédulos. La única razón de esta “bondad”, sin embargo, es la influencia de la
gracia común de Dios (vea el Capítulo V, 2-6). No se le permite a la conciencia
del hombre extinguir completamente la memoria de los mandatos de la ley (Ro
2:14,15). La cultura, la tradición, y la autoridad civil, tanto como el poder
condenador del evangelio sobre el no converso, pueden estimular a la conciencia
para que ejerza un alto grado de restricción sobre el corazón malvado. Aun así,
al evaluarlo con relación a Dios, las mismas “buenas obras” del hombre malvado
(por las cuales el Cristiano agradece a Dios), pueden ser pecados excesivamente
atroces. Por ejemplo, un hombre adinerado ha hecho su fortuna por medios
deshonestos, luego su conciencia le advierte del juicio venidero. Entonces se le
ocurre hacer alguna gran obra humanitaria para “pagar por sus pecados” y
“apaciguar la ira de Dios”. Por consiguiente, construye un gran hospital para el
alivio del sufrimiento humano. Y de esta forma muchos creyentes humildes
reciben la misericordia de un cuidado médico adecuado. Definitivamente, tales
Cristianos darían gracias a Dios porque este hombre rico fuera impulsado a hacer
esa “buena obra”. Y así debe ser. Sin embargo, no es una exageración decir que
ante los ojos de Dios esta “buena obra” puede ser la blasfemia más grande, la
maldad suprema, de ese pecador, porque ¿qué podría ser más malvado que
buscar, por medios humanos, “pagar por el pecado”, y “apaciguar la ira de
Dios”, en vez de confiar en la obra de Jesucristo? San Agustín no exageraba al
llamar a tales “buenas obras” pecados espléndidos. Eso es justamente lo que son:
Espléndidas de alguna forma, aunque en otra, no son más que pecados. Todo lo
“espléndido” en ellas viene de “fuera del pecador” mientras que el “pecado” es
propio.
Sería un grave error, sin embargo, pensar que tales pecadores estuvieran
mejor sin esos pecados “espléndidos”. Si pudiéramos imaginar que nuestro
“hombre rico” no hubiera hecho nada, solo podríamos decir que es aún peor para
él. Porque en ese caso hubiera añadido este pecado a todos los anteriores: Que se
resistió por completo aun ante la convicción y la advertencia de Dios por medio
de su conciencia. La blasfemia total contra el Espíritu Santo es completamente
imperdonable. Una vez más, quizás podemos ilustrar esto mejor: John Dillinger
era un terrible criminal. Su vida entera era criminal, por lo que vivía fuera de la
ley y en contra de la ley. Aun así se sabe que mostraba cierta bondad y lealtad
hacia sus compañeros en el crimen y hasta a ciertas “buenas personas” que no
estaban conectadas de forma inmediata con sus crímenes. Había entonces, en
cierta forma, algo “bueno” en John Dillinger. Y hubiera sido aún peor si hubiera
traicionado a todos o atacado y matado a todos. Esto no quiere decir que parte de
su vida se viviera según las leyes. Simplemente reconoce que la ausencia de sus
“actividades mejores” en su vida criminal lo hubieran hecho aún peor.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué queremos decir con “obras formalmente buenas”?
2. ¿Es importante reconocerlas? ¿Por qué?
3. ¿Por qué los impíos hacen tales buenas obras?
4. ¿Por qué de todas formas se deben denominar a estas buenas
obras como pecados?
5. ¿Deberían los creyentes dar gracias a Dios por estos “pecados
espléndidos”? ¿Por qué?
6. Si estos actos “espléndidos” son simplemente “pecados”, ¿por qué
sería peor que el que los ha hecho no los hubiera hecho?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Hodge, Archibald Alexander. 1957. Comentario a la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Trad. Por Plutarco Arellano, segunda edición. México: Casa de Publicaciones el Faro., p. 209.
16
De la Perseverancia de los Santos (XVII)
1. Los que han sido aceptados por Dios en su Hijo Amado, eficazmente
llamados, y santificados por su Espíritu, no pueden caer totalmente ni
finalmente del estado de gracia; sino que ciertamente perseverarán en
ella hasta el final y serán salvos eternamente.
2. Esta perseverancia de los santos no depende de su propio libre
albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de la elección, que fluye del
amor gratuito e inmutable de Dios el Padre; de la eficacia del mérito e
intercesión de Cristo Jesús; de la permanencia del Espíritu, y de la
simiente de Dios dentro de ellos; y de la naturaleza del Pacto de Gracia;
de todo lo cual surge también la certeza e infalibilidad de la
perseverancia.
3. Sin embargo, mediante las tentaciones de Satanás y del mundo, el
predominio de la corrupción que aún queda en ellos y el olvido de los
medios de su preservación, puede ser que los santos caigan en pecados
graves y puede ser que por un tiempo continúen en ellos; por lo cual
incurren en el desagrado de Dios y contristan su Santo Espíritu; pueden
llegar a ser, en alguna medida, privados de sus gracias y privilegios, sus
corazones pueden endurecerse y sus conciencias pueden herirse, pueden
herir y escandalizar a otros, y traer juicios temporales sobre ellos mismos.
XVII, 1-3. Las tres secciones de este capítulo de la Confesión nos enseñan:
(1) que los verdaderos creyentes no pueden caer de la gracia (es decir, total
ni finalmente),
(2) que sin duda perseverarán,
(3) que esta certeza no es por nada que se origine en ellos sino solo en Dios
(el decreto de la elección, los méritos y la intercesión de Cristo, la
presencia del Espíritu Santo en ellos quienes los hace capaces de
perseverar, y las provisiones del pacto eterno), y
(4) que esta certeza de ninguna forma niega que los creyentes verdaderos
puedan caer en pecados penosos durante cierto tiempo,
(5) que las ocasiones de tales deslices pueden deberse a:
a. las tentaciones del mundo,
b. las seducciones de Satanás,
c. la corrupción restante de su propia naturaleza, y
d. el descuido de los medios de la gracia.
(6) que los efectos de tales lapsos pueden:
a. desagradar y afligir a Dios,
b. privarlos de alguna medida de la gracia y la consolación de Dios,
c. endurecer sus propios corazones,
d. lastimar a sus propias conciencias,
e. incurrir juicios temporales, y
f. causar que otros tropiecen.
Cuando una persona ha sido regenerada por el Espíritu Santo y realmente se
ha convertido a Cristo (por medio del arrepentimiento y la fe), ¿es posible que
nuevamente regrese a ser un hijo de ira y de la destrucción eterna? La respuesta
de la Escritura es clara y enfática: No, no es posible. “El que cree en el Hijo
tiene vida eterna” (Jn 3:36). “El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene
vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn
5:24). Aquí tenemos la Palabra de Dios garantizando que cuando un hombre ya
ha tenido fe en Jesucristo, no puede más estar bajo condenación. Ha pasado de
esa condenación para nunca regresar a ella. El Cristiano entonces debe estar
“convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá
perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6). No es en vano lo que Dios
ha prometido, “…pondré mi temor en sus corazones, y así no se apartarán de mí”
(Jer 32:40).
Debemos admitir que la experiencia a veces pareciera contradecir esta
enseñanza. ¿Quién no puede traer a la memoria a alguien que se hizo miembro
de la Iglesia, dando evidencia de un gran interés en las cosas divinas y
sosteniendo una asistencia fervorosa a los medios de gracia durante un tiempo
considerable y luego, a pesar de esto, cayó de su comunión con Cristo y cayó en
un total desacato, llegando aun al antagonismo? Tal persona realmente parece
haber “caído de la gracia”. Decimos parece porque el apóstol Juan nos dice lo
que realmente sucede en tales casos. “Aunque salieron de entre nosotros”, dice,
“en realidad no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se habrían quedado con
nosotros. Su salida sirvió para comprobar que ninguno de ellos era de los
nuestros” (1Jn 2:19). Tales casos comprueban, no que los creyentes puedan caer
de la gracia, mas solo prueban que podemos ser engañados por falsas apariencias
y profesiones. El apóstol Juan sintió la dificultad que representaban tales casos,
sin embargo, él insistía que los verdaderos creyentes no pueden caer de la gracia.
“Si lo hubieran sido,” dice Juan, “se habrían quedado con nosotros”. Él dijo esto
porque conocía, por la Palabra de Dios, aquello que no podría haber conocido
por las apariencias, es decir, que los creyentes no pueden caer de la gracia.
Sin embargo, si esto es verdad, ahora podemos preguntar: “¿Por qué es que
los verdaderos creyentes no pueden caer de la gracia? ¿Es por algo que existe en
el poder de los mismos creyentes? ¿O es el poder de Dios que lo evita?”. Una
vez más, la respuesta es inequívoca. Los verdaderos creyentes son protegidos
“…mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar…”, dice
Pedro (1P 1:5). Aquí vemos la increíble diferencia entre la Fe Reformada, por un
lado, y el Catolicismo romano y el Arminianismo por el otro. Pues los dos
últimos concuerdan en enseñar que lo que mantiene a los salvos de la perdición
es tanto el poder Dios como el del hombre; sí, incluso el poder del hombre es
algo más fuerte que el poder de Dios. Y esto es verdad no solo al comienzo del
proceso sino en todo el camino hasta el final. Para comenzar, se afirma que la
salvación es posible o asequible a todos. Sin embargo, el pecado en sí debe, por
su propio poder, hacer el acto necesario para convertir a esa “posibilidad” en una
“realidad”. Desde este punto de vista, Dios es como el dueño de un grifo: Tiene
un gran almacén de poder que solo espera ser “aprovechado”. Depende del
pecador acercarse manejando [su vehículo] y decir: “Llénelo”. Todo ese poder es
“inútil” hasta que el pecador se “movilice”. Naturalmente este punto de vista
atrae mucho al pecador, porque lo deja al mando incluso del poder de Dios. Aun
así, lo que suena atractivo al comienzo pierde su atracción cuando miramos el
fin. Porque ni siquiera hemos comenzado y ya el Católico-romano y el
Arminiano empiezan a contarnos las tristes noticias. Nos gustó cuando se nos
dijo que podríamos comenzar el viaje por nuestra propia voluntad libre y nuestro
propio poder. Sin embargo, ahora nos enteramos del hecho amargo de que
también nos podemos “quedar sin combustible” y “no llegar a nuestro destino”
por la misma libre voluntad y el mismo poder propio. El poder de Dios que es
inútil hasta que el pecador se movilice es igual de inútil en cualquier otro
momento en que el pecador pueda escoger por su voluntad que así lo sea. Si en
algún momento duda y escoge la incredulidad en vez de la fe, el pecado en vez
de la santidad, el alejarse en vez de perseverar, en ese momento pierde todo
poder salvador. Está de nuevo donde comenzó. Y no hay nada que el poder de
Dios pueda hacer al respecto.
¡Los Católico-romanos y los Arminianos son consistentes! Por lo menos
tienen la honestidad de admitir que gracia que no es soberana desde un comienzo
tampoco lo es al final. La salvación que depende del hombre no puede ser más
confiable que el hombre mismo.
Contrastando con esto, la Fe Reformada comienza con el franco
reconocimiento de que nadie sería salvo si Dios meramente hiciera “posible” la
salvación para el ser humano, dejándolo en la libertad de transformar o no esta
posibilidad en realidad, porque el ser humano es totalmente incapaz de hacerlo.
El ser humano ama demasiado el mal como para volverse al bien por su propia
cuenta. La Fe Reformada no solo se dirige a la necesidad del pecador
desamparado desde el comienzo, sino que también continúa haciéndolo hasta el
final porque explica que toda esperanza del pecador descansa en la elección del
Padre, en la propiciación del Hijo y en la regeneración del Espíritu Santo. La Fe
reformada prefiere “ofender” al pecador enojado para “darle” una salvación que
no puede fallar. Jamás puede fallar. Porque si solo Dios es el que salva, entonces
tenemos una salvación que no puede fallar. Una salvación que depende
totalmente de Dios es completamente confiable. Eso es lo que enseña esta
doctrina. El Señor que dice: “Yo les doy vida eterna”, también puede garantizar
que “nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatarlos de la mano” (Jn 10:28).
Sin embargo, habiendo dicho lo anterior, aún debemos defender el énfasis que
da la Confesión de Fe al denominar a este capítulo “De La Perseverancia de los
Santos”. Habiendo anunciado el hecho de que es únicamente el poder de Dios
que produce la seguridad de los santos, debemos enfatizar con aún mayor
urgencia la necesidad de la perseverancia de parte de los creyentes. Al decir que
la base suprema de la perseverancia es la operación del Espíritu Santo en los
creyentes, no queremos decir que sea el Espíritu Santo quien persevera. “La
doctrina correcta no afirma que la salvación es verdadera si es que alguna vez
hayamos creído, sino que la perseverancia en santidad es verdadera si es que
verdaderamente hemos creído”.1 La doctrina infalible de la salvación con
respecto a los verdaderos creyentes ni siquiera hace que su perseverancia sea
más fácil, como si el Cristiano estuviera jugando un deporte en vez de estar
luchando una dura batalla. Creemos que los que afirman que es simple
sobreponerse a los problemas y las pruebas de la vida porque han “tomado a
Cristo” se engañan a sí mismos tanto como a los demás. Más bien, la verdadera
descripción de la batalla de la perseverancia se encuentra en las exclamaciones
agonizantes del Salmista: “Ante ti, Señor, están todos mis deseos; no te son un
secreto mis anhelos. Late mi corazón con violencia, las fuerzas me abandonan,
hasta la luz de mis ojos se apaga […] Tienden sus trampas los que quieren
matarme; maquinan mi ruina los que buscan mi mal y todo el día urden engaños
[…] Tan solo pido que no se burlen de mí, que no se crean superiores si resbalo.
Estoy por desfallecer; el dolor no me deja un solo instante” (Sal 38:
9,10,12,16,17). Es una lucha constante a lo largo del camino. Y es una lucha que
involucra a todo nuestro ser. Sin embargo, es una lucha de la que un verdadero
creyente, a diferencia de un mero fingidor, nunca retrocederá hasta que haya
ganado la batalla y hasta que haya logrado la meta. “Pero el que se mantenga
firme hasta el fin será salvo” (Mt 24:13).
Es evidente en las Escrituras que mientras los verdaderos creyentes nunca
caen total ni finalmente de la gracia, sin embargo pueden tener y a veces tienen
momentos en los cuales caen o titubean. Esta es la doctrina bíblica de la
reincidencia, y se ve ilustrada hasta en las vidas de tales grandes hombres como
Noé, Moisés, David y Pedro. Todos cayeron en pecado lamentable durante un
tiempo después de haber sido convertidos en verdaderos creyentes. Alguien se
preguntará: ¿Cómo es que el pecado puede conquistar a los que tienen al Espíritu
morando en ellos? Existen varias razones, una o más de las cuales se verán en
cada caso:
1. La atracción del mundo (1Jn 2:15).
2. La tentación de Satanás (Mr 1:13, Mt 26:70,72,74).
3. La corrupción que resta en el corazón del creyente (Stg 1:13,14).
4. El descuido de los medios de la gracia (Heb 10:24,25).
A pesar de ser así, no debemos tener una estimación errónea a partir de los
momentos de debilidad de estos santos hombres de Dios. La Escritura relata
estos deslices no para animarnos a pecar, sino para advertirnos que no pequemos.
Al leer de estos deslices, leemos del disgusto de Dios (2S 11:27), su propia
pérdida de tranquilidad y seguridad (Sal 51:8,10,12), del daño hecho a sus
propios corazones y sus conciencias (Sal 32: 3,4), y de la deshonra que cae sobre
la causa de Dios y su verdad (2S 12:14). Nunca deberíamos tomar a la ligera
estas caídas trágicas. Solo las deberíamos contemplar con temor y temblor. Tales
cosas nos deberían recordar la advertencia de Pedro: “Si el justo a duras penas se
salva, ¿qué será del impío y del pecador?” (1P 4:18). No es que el verdadero
creyente no tenga que preocuparse de una caída, ni que pueda caer sin ningún
daño serio. No, la verdad es que aun el creyente es salvado con las justas. Aun él
apenas es salvado. El hecho es que es salvo. Y es salvo porque, aunque caiga
(como los grandes hombres de Dios lo hicieron), pronto retomará el conflicto
contra el pecado, y continuará hasta el fin (salvo en el caso de otras caídas
trágicas) en este conflicto. Si los Cristianos estudiaran la forma en la cual estos
hombres se levantaron de tales deslices para esforzarse nuevamente en Nombre
de Dios, no se verían tentados a una opinión ligera ni falsa de su seguridad sino
que mantendrían la única doctrina de la perseverancia.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Puede un verdadero creyente caer de la gracia? Cite pruebas
bíblicas.
2. ¿Qué experiencia común pareciera contradecir esta enseñanza de
las Escrituras?
3. ¿Según Juan, qué es lo que realmente comprueban estos casos?
4. ¿Por qué no pueden los verdaderos creyentes caer del todo de la
gracia?
5. ¿En qué forma el Catolicismo Romano y el Arminianismo buscan
hacer que el evangelio sea más atractivo para el pecador desde el
comienzo?
6. ¿Cuál es el precio que necesariamente pagan después?
7. ¿De qué gran beneficio goza el creyente Reformado cuando acepta
la enseñanza bíblica “ofensiva” que afirma que la salvación se debe
totalmente al poder de Dios?
8. ¿Enseña esta doctrina que la salvación es segura si alguna vez
hemos creído aunque nos esforcemos o no? (Conteste con una
proposición).
9. ¿Pueden caer los verdaderos creyentes? Cite pruebas bíblicas.
10. Dé un ejemplo de lo que puede ocasionar tal caída.
11. Dé un ejemplo de las consecuencias de tal caída.
12. Si el relato de los deslices de los santos hombres de Dios no es
para enseñarnos cómo caer, entonces ¿para qué nos sirven?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Hodge, Archibald Alexander. 1957. Comentario a la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Trad. por Plutarco Arellano, segunda edición. México: Casa de Publicaciones el Faro, p. 215.
17
De la Seguridad de la Gracia y la Salvación (XVIII)
1. Aunque los hipócritas y las personas no regeneradas vanamente se
engañen con falsas esperanzas y presunciones carnales de estar en el
favor de Dios y en el estado de salvación, la cual es una esperanza que
perecerá, sin embargo, quienes verdaderamente creen en el Señor Jesús y
le aman con sinceridad, procurando caminar en buena conciencia delante
de Él, pueden, en esta vida, estar ciertamente seguros que están en el
estado de gracia, y pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de
Dios, esperanza que nunca los hará avergonzar.
2. Esta certeza no es una simple persuasión conjetural y probable, basada
en una esperanza falible; sino una seguridad infalible de fe, fundada en la
verdad divina de las promesas de salvación, en la evidencia interna de
aquellas gracias a las cuales estas promesas se refieren, en el testimonio
del Espíritu de Adopción que testifica a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios: Espíritu que es la prenda de nuestra herencia y con el cual
somos sellados para el día de la redención.
XVIII, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que hay una certeza falsa con la cual se complacen algunos hombres no
regenerados, en la cual están engañados, y en la cual finalmente serán
descubiertos,
(2) que hay una verdadera certeza, en la cual los verdaderos creyentes no
están engañados, sino infaliblemente confirmados, y en la cual no serán
desconcertados, y
(3) que esta certeza infalible descansa en:
a. la Palabra infalible de Dios,
b. las gracias del corazón del creyente de las cuales habla la Palabra, y
c. el testimonio del espíritu que hace que el creyente sea capaz de
confirmar el uno por el otro.
Las Escrituras dicen que los hombres son propensos a engañarse tanto a sí
mismos como a los demás. “Nada hay tan engañoso como el corazón” (Jer 17:9).
“Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo”
(Gá 6:3). Así era el Fariseo descrito por nuestro Señor (Lc 18:10-14). Estaba
seguro de que todo andaba bien con su alma, pero solo se engañaba a sí mismo.
Un hombre “se cree bueno y piensa: ‘Todo me saldrá bien’, sin embargo, El
Señor no lo perdonará” (Dt 29:19,20). “Así termina la esperanza de los impíos”
(Job 8:13), no importa cuán seguro se sienta. Es más, puede que la fuerza de esa
certeza sea la medida de su iniquidad, así como en los días de Jeremías. Los que
afirmaron con fuerza: “¡Este es el templo del Señor, el templo del Señor, el
templo del Señor!” confiaban en “…palabras engañosas, que no tienen validez
alguna” (Jer 7:4,8). Puede que el gozo de aquellos sea grande, pero no será
duradero (Job 20:5).
Pero a pesar de ello, es muy cierto que puede existir la verdadera certeza de
una buena relación con Dios. “El Espíritu mismo asegura a nuestro espíritu que
somos hijos de Dios”, dice el apóstol (Ro 8:16). “¿Cómo sabemos si hemos
llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos”, dice Juan (1Jn
2:3). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida” (1Jn 3:14). Y
la Escritura no se contenta con decir que existe la verdadera certeza sino que nos
exhorta “a que cada uno […] siga mostrando ese mismo empeño hasta la
realización final y completa de su esperanza” (Heb 6:11). “Esfuércense más
todavía por asegurarse del llamado de Dios, [estando seguros de que] si hacen
estas cosas no caerán jamás” (2P 1:10). Si bien es cierto que un hombre puede
estar seguro de su salvación aunque en realidad no la tenga, también es cierto
que un hombre puede estar seguro de su salvación y realmente ser salvo. Y no
solo puede tener certeza de este hecho, sino que también puede saber que no está
engañado.
¿Cuál, entonces, es la diferencia entre la verdadera y la falsa seguridad?:
1. Existe una diferencia, en primer lugar, en las cualidades con las que se
manifiestan.
(a) La verdadera certeza da luz a una verdadera humildad, pero la certeza
falsa da luz a orgullo espiritual (1Co 5:10, Gá 6:14).
(b) La verdadera certeza lleva a una mayor diligencia en el ejercer la
santidad, pero la falsa lleva a la indolencia y a la autogratificación (Sal
51: 12, 13,19).
(c) La verdadera certeza lleva a una auto-examinación honesta y a un deseo
de ser escudriñado y corregido por Dios, pero la falsa lleva a la
disposición de estar satisfecho con las apariencias y evitar una correcta
investigación (Sal 139:23,24), y
(d) La verdadera lleva a constantes aspiraciones, a una comunión más
estrecha con Dios, la cual no desea la certeza falsa (1Jn 3:2,3). No es la
fuerza de la convicción del individuo lo que comprueba la validez de su
certeza sino el carácter de su convicción. Un hombre puede estar
fanáticamente seguro que es salvo, pero esto solo indica que está
“sinceramente equivocado”.
2. La segunda diferencia entre la certeza verdadera y la falsa es que su base es
distinta. La certeza verdadera descansa sobre tres cosas, todas las cuales
están ausentes en los que poseen la certeza falsa.
(a) La verdadera seguridad descansa sobre la infalible certeza de lo que Dios
dice. La certeza falsa descansa en lo que dice el hombre (Heb 6:17,18,
Sal 118:8, Pr 28:26).
(b) La certeza verdadera descansa en la evidencia presentada por la
verdadera posesión de las gracias que Dios promete otorgar. La certeza
falsa descansa en la mera semejanza de estas (2Co 1:12, 1Jn 2:3, 3:14, 2P
2:10, Lc 18:10-14, etc.).
(c) La verdadera certeza descansa en el testimonio del Espíritu Santo en
nuestros corazones (aplicando la Palabra de Dios), de tal modo que
sabemos que somos hijos de Dios. La certeza falsa descansa en el
testimonio del espíritu de error por medio de la supresión de la Palabra
de Dios (Ro 8:15,16, 2Ts 2:9-12). Sobre todo, esto significa que la
certeza verdadera e infalible descansa en el Espíritu y la Palabra de Dios.
Dios ha dicho ciertas cosas infalibles en su Palabra. Ha dicho que todo
aquel que crea en Cristo ya posee la vida eterna (Juan 3:36). También
declara infaliblemente que “sabemos que lo conocemos si cumplimos sus
mandamientos”. Además, el mismo Dios que declara estas cosas también
las produce en los elegidos. Nos hace capaces de creer en Cristo y
cumplir sus mandamientos. Por consiguiente, cuando creemos en Cristo
y cumplimos sus mandamientos, el Espíritu Santo nos hace capaces de
saber que así es. Y como sabemos que creemos en Él y cumplimos sus
mandamientos, entonces poseemos la certeza verdadera. Creemos que la
Palabra de Dios es infalible al hablar de nosotros. Es de suma
importancia insistir que esta certeza infalible nunca llega por medio de
alguna revelación privada del Espíritu. Afirmar que nuestra certeza
descansa en un testimonio del Espíritu aparte de, o añadido a la Biblia es
afirmar que tenemos una certeza falsa. La Palabra de Dios es suficiente.
Solo por medio de la Escritura está “enteramente capacitado” el siervo de
Dios (2Ti 3:16,17). Al efectuar la certeza infalible en los corazones de los
creyentes, el Espíritu Santo no comunica una nueva revelación. Aplica lo
que ya ha sido revelado, es decir, la verdad de las Escrituras, de que los
creyentes serán salvos. Al juntar la Palabra de Dios (con las promesas
infalibles que contiene) y las gracias que ya existen en el corazón (a las
cuales se dirigen estas promesas), el Espíritu hace que el creyente sea
capaz de decir con certeza: “Soy hijo de Dios y siempre lo seré”.
Algunos han afirmado que el Espíritu Santo comunica la certeza al alma del
creyente inmediatamente, es decir, sin el uso de las Escrituras. Utilizan a
Romanos 8:16 para apoyar sus afirmaciones. “El Espíritu mismo le asegura a
nuestro espíritu que somos hijos de Dios”. Es verdad que el Espíritu mismo nos
asegura. Pero el Espíritu se comunica con el espíritu del hombre inmediatamente
y no a ese espíritu inmediatamente. Es decir, Dios ejerce una influencia
inmediata en el espíritu del hombre, pero no se comunica directamente con el
espíritu del hombre aparte de las Escrituras. Más bien, la influencia inmediata es
tal que el hombre y Dios hablan juntos—el hombre diciendo, “soy salvo porque
soy un verdadero creyente”, y Dios diciendo “todo aquel que crea en el Hijo
tiene vida eterna” (Jn 3:36). Al conformarse nuestro espíritu al Espíritu de Dios,
lo que decimos estará de acuerdo con lo que Dios el Espíritu dice en la Escritura.
Así la certeza de que “somos hijos de Dios” viene no únicamente del Espíritu
Santo, sino de un testimonio unido efectuado por el Espíritu y al concordar
nuestra palabra con su Palabra. El aspecto especial o personal de esto consiste no
únicamente en lo que Dios dice, sino más bien en el hecho de que somos, por su
gracia, capaces de decir de nosotros mismos lo que Él dice de los verdaderos
creyentes en la Escritura. “La totalidad del Consejo de Dios concerniente a
todas las cosas necesarias para su propia gloria y para la fe, vida y salvación
del ser humano está expresamente expuesto en la Biblia, o por buena y
necesaria consecuencia puede deducirse de la Biblia, a la cual nada debe
añadirse en ningún tiempo ya sea por nuevas revelaciones del Espíritu o por las
tradiciones humanas… (I, 6).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Se le puede engañar al hombre fácilmente en asuntos religiosos?
Cite pruebas bíblicas.
2. ¿Por qué pensó el Fariseo que estaba “bien con Dios”?
3. ¿Afirman las Escrituras que existe una certeza válida?
4. ¿Es la responsabilidad del creyente el buscar poseer esta certeza?
Compruébelo bíblicamente.
5. ¿Cuáles son las dos formas importantes en que difiere la certeza
verdadera de la falsa?
6. Enumere por lo menos dos cualidades de la certeza verdadera.
7. Enumere por lo menos dos cualidades de la certeza falsa.
8. ¿Cuál es la base de la verdadera certeza?
9. ¿Cuál es la base de la certeza falsa?
10. ¿Cuál es más importante en la verdadera certeza—el Espíritu de
Dios o su Palabra?
11. ¿Cuál es la falsa interpretación de Romanos 8:16 que hacen los
que creen en un testimonio inmediato del Espíritu (aparte de las
Escrituras)?
12. Diga cuál es la verdadera relación entre el Espíritu y la Palabra de
Dios en este “testimonio” que le pertenece al creyente.
13. ¿Por qué deshonramos al Espíritu cuando buscamos “nuevas
revelaciones”?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe, pues puede
ser que un verdadero creyente tenga que esperar por mucho tiempo y
luchar con muchas dificultades antes de ser partícipe de esta seguridad.
Sin embargo, estando capacitado por el Espíritu Santo para conocer las
cosas que Dios le da gratuitamente, el creyente puede obtenerlas por el
uso correcto de los medios ordinarios, sin la revelación extraordinaria.
Por lo tanto es deber de cada uno poner toda diligencia para asegurar su
llamamiento y elección, para que así su corazón se ensanche de gozo y
paz en el Espíritu Santo, en amor y gratitud a Dios y en fortaleza y alegría
en los deberes de la obediencia, que son los frutos propios de esta
seguridad. Así que esta seguridad está muy lejos de inducir a los seres
humanos a la negligencia.
4. La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser
sacudida de diferentes maneras, disminuida e interrumpida debido a la
negligencia para preservarla, por caer en algún pecado específico que
hiere la conciencia y contrista al Espíritu; por una tentación repentina y
vehemente porque Dios les retira la luz de su rostro, permitiendo incluso
que los que le temen caminen en tinieblas y no tengan luz. Sin embargo,
los verdaderos creyentes nunca son totalmente destituidos de la simiente
de Dios y de la vida de la fe, de aquel amor de Cristo y de los hermanos,
de aquella sinceridad de corazón y conciencia del deber, de la cual, esta
seguridad puede ser revivida a su debido tiempo, por medio de la
operación del Espíritu, por quien mientras tanto los verdaderos creyentes
son sostenidos para no caer en total desesperación.
XVIII, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que un hombre puede ser un verdadero creyente aunque le falte la certeza
infalible de serlo,
(2) que debería, sin embargo, obtener esa certeza,
(3) que la posesión de la misma impulsa al hombre, no a tomar libertades,
sino a una mayor diligencia, etc.,
(4) que esta certeza puede ser sacudida, disminuida e incluso puede
desaparecer por ratos (por negligencia, pecado, tentación o prueba), y
(5) aunque el creyente tenga o no tenga certeza, aun así tiene seguridad a
causa de la semilla de Dios y sus operaciones en él, por las cuales puede
lograr, o volver a lograr, la certeza en su debido tiempo.
Existe una gran diferencia entre la fe en Jesucristo (sin la cual no podemos
ser salvos) y la fe que realmente tenemos en Jesucristo (sin la cual, por muy
importante que sea, aún podemos ser salvos). El hombre que exclamó: “¡Sí creo!
¡Ayúdame en mi poca fe!” (Mr 9:24), definitivamente tenía fe en Cristo pero no
estaba seguro de su fe. Del mismo modo que un hombre puede estar seguro de
que es salvo y no serlo, así también un hombre puede ser salvo (por medio de la
fe en Cristo) y no estar seguro de serlo. La certeza infalible no es la esencia de la
fe salvadora. Esto se puede comprobar en las siguientes consideraciones:
1. La Biblia no dice que tengamos que poseer la certeza infalible para ser
salvos, solo dice que tenemos que tener fe en Jesucristo (Mr 5:36, Jn
11:26). Deberíamos tener esa certeza. Absolutamente tenemos que tener fe.
2. La Escritura demuestra que los verdaderos creyentes han sufrido la falta de
tal certeza infalible (Mt 26:22, Sal 31:22, Sal 51:12). David pide la
restauración no de la salvación, sino del gozo de la salvación y,
probablemente, tal certeza era central en ese gozo.
3. Hay muchas exhortaciones en la Biblia incitando a los creyentes a que
busquen y logren esta certeza (Heb 10:22, 6:11, 2P 1:10). Sin embargo, si se
exigiera que todo verdadero creyente tuviera la completa certeza como
parte clave de la fe salvadora, no habría por qué exhortarlos, pues siendo
creyentes, bajo este punto de vista, ya la tendrían.
Pero tales exhortaciones también nos enseñan que los creyentes pueden y
deberían obtener la completa certeza aunque no sea clave para la fe. “Deseamos,
sin embargo, que cada uno de ustedes siga mostrando ese mismo empeño hasta
la realización final y completa de su esperanza” (Heb 6:11). Es más, por esta
misma razón “…Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas”
(2P l:4ss.). Muy contrario a la opinión popular, la completa certeza no está
diseñada para una “élite” espiritual y reducida; es algo que todo Cristiano
debería poseer. Y es algo que hasta el más humilde puede obtener por medio del
uso diligente de los medios de la gracia. Todo el que se “esfuerce” también se
“[asegurará] del llamado de Dios” (2P 1:10). Y por descuido de los medios de la
gracia, los más dotados pueden carecer de lo que poseen los más humildes.
A veces se reclama que tal certeza llevará a la negligencia y el descuido. Esto
sería cierto, quizás, si Dios diera certeza por una revelación directa al creyente
aparte de la de la Escritura. Pero sabemos que esto es erróneo, puesto que Dios
comunica su certeza de que somos hijos de Dios solo al llevar a nuestros
espíritus a un acuerdo con su Palabra. Claro que es por medio del esfuerzo la
forma precisa en la cual son hechos aptos nuestros espíritus para testificar junto
con el Espíritu de Dios. Cuando nosotros (por medio del poder y la gracia de
Dios) utilizamos con diligencia los medios de gracia indicados, buscando la
santidad en conformidad con los mandamientos de Dios, encontramos y
mantenemos nuestra certeza. Como esta certeza es el fruto del esfuerzo, no
puede llevar a la negligencia. El árbol determina la naturaleza del fruto y no
viceversa. La certeza es el fruto de la gracia. El árbol del cual viene es la obra
del Espíritu de Dios que hace que el creyente se esfuerce de corazón en los
mandamientos de Dios. La raíz es la gracia, el árbol es el esfuerzo y el fruto es la
certeza.
Como la certeza es el fruto y no la raíz, se sigue que a veces puede ser
sacudida, disminuida e incluso puede desaparecer por ratos. Tal fue el caso de
Job (Job 6:4, 23:3ss., 29:2-5). Tal, probablemente, fue el caso de Pedro (Mt
26:69ss., Lc 22:32). Las causas de la falta de certeza en los que en tiempos
pasados la han poseído varían. Pedro descuidó la oración (Lc 22:46). David fue
confrontado con la tentación repentina. Job fue sometido a graves aflicciones.
Puede haber otras causas. Puede haber una combinación de causas. Sin embargo,
el hecho importante es que aun los verdaderos creyentes que han conocido la
certeza completa pueden perderla durante un tiempo o en alguna medida. Y
pueden exclamar con el Salmista: “¿Por qué me rechazas, Señor? ¿Por qué
escondes de mí Tu rostro?” (Sal 88:14; lea todo el Salmo). Sin embargo, aun
hundido en la desesperanza, el creyente desalentado levanta la mirada y la fija en
Dios. Aun en medio de la duda y de la aflicción, exclama: “Señor, Dios de mi
salvación, día y noche clamo en presencia tuya. Que llegue ante Ti mi oración;
dígnate a escuchar mi súplica”. He aquí la diferencia. “Porque todo aquel que es
nacido de Dios […] Su simiente permanece en él”. Aun en medio de la aflicción
y la duda, implora la ayuda de su Padre celestial continuamente hasta conocer
nuevamente la luz de su faz. “A Dios elevo mi voz suplicante; a Dios elevo mi
voz para que me escuche” (Sal 77:1). “Por eso los fieles te invocan en momentos
de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los
alcanzarán” (Sal 32:6). Puede que el verdadero creyente no esté seguro de sí
mismo. Pero aun en su terrible angustia, levanta su voz ante Dios porque es un
verdadero creyente. Así es que la raíz de la certeza no puede ser destruida. Así
que “por medio de la operación del Espíritu puede ser reavivada a su debido
tiempo”. Y de todos modos, los creyentes “son sostenidos para no caer en la total
desesperación”. “Para mí es como en los días de Noé—dice el Señor—cuando
juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra. Así he jurado no
enojarme más contigo, ni volver a reprenderte. Aunque cambien de lugar las
montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará Mi fiel amor por ti ni vacilará
Mi pacto de paz, dice el Señor, que de ti se compadece” (Is 54:9,10).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Cite pruebas bíblicas a favor de la declaración de que la certeza no
es necesaria para la salvación.
2. En la “fe” un Cristiano confía en…
3. En la “certeza” un Cristiano confía en…
4. ¿Quién debería tener certeza total? Cite pruebas bíblicas.
5. ¿Quién puede tener certeza total?
6. ¿Por qué no puede producir certeza la negligencia y el descuido?
7. ¿Por qué la verdadera certeza puede ser sacudida, disminuida e
incluso desaparecer por ratos?
8. Cite un ejemplo bíblico de esto.
9. ¿Qué hace todo verdadero creyente aun cuando carece de esta
certeza?
10. ¿Por qué lo hace?
11. ¿Por qué nunca es “imposible” “resucitar” a la certeza que se ha
perdido?
Ver las respuestas a estas preguntas
18
De la Ley de Dios (XIX)
1. Dios le dio a Adán una ley, como un pacto de obras, y lo dotó del poder
y la capacidad para guardarla. Por la cual Lo comprometió a él, y a toda
su posteridad, a una obediencia personal, completa, exacta y perpetua; Le
prometió la vida si es que cumplía la ley, y Le amenazó con la muerte si es
que la quebrantaba.
2. Después de la caída de Adán, esta ley continuó siendo la regla perfecta
de rectitud y, como tal, fue dada por Dios en el Monte Sinaí en Diez
Mandamientos y escrita en dos tablas. Los primeros cuatro mandamientos
contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis contienen
nuestros deberes para con el ser humano.
XIX, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la ley de Dios era la norma para la obediencia perfecta que Dios le
impuso a Adán en la creación,
(2) que sus demandas eran absolutas, y
(3) que esta ley, cuyas demandas nunca han dejado de regir para ningún
hombre en ningún sitio, fue revelada resumidamente (en principios
generales) en el Monte Sinaí sobre dos tablas de piedra.
La ley de Dios es central al mensaje de la Biblia. Solo Jesucristo eclipsa a la
ley en importancia. Y Él no vino “para anular sino a darle cumplimiento” a la ley
(Mt 5:17). Sería difícil cometer un error más grave que pensar en la ley de Dios
como algo simplemente transitorio o mutable porque la ley (es decir, la ley
moral) simplemente declara lo que Dios requiere del hombre. Mientras Dios sea
Dios y el hombre sea hombre, la ley no podrá ser revocada. “La suma de tus
palabras es la verdad; tus rectos juicios permanecen para siempre” (Sal 119:160).
“Tú estableciste [Tus estatutos] para siempre” (v. 152). Porque Él es el Dios
sempiterno y santo, y nosotros somos sus criaturas, la ley tiene relevancia
incesante.
Esto no significa que Dios se la haya dado a Adán de una forma revelada y
codificada externamente “…pues la ley fue dada por medio de Moisés” (Jn
1:17). Pablo nos enseña que la ley fue transcrita originalmente en la conciencia
humana (Ro 2:14,15). Fue “inscrita en el corazón” del hombre. Sin embargo,
esto no significa que Adán era consciente de los Diez Mandamientos de la
misma forma que nosotros. Para nosotros la ley es un poder negativo que incita
nuestra enemistad. En él era un poder positivo que incitaba el amor a Dios y al
bien. La diferencia yacía en la relación de Adán con la ley, y no en la ley en sí.
Lo que era correcto para Adán y lo que era malo para Adán es precisamente lo
mismo que se nos manda y se nos prohíbe a nosotros en los Diez Mandamientos.
Adán quebrantó la ley. Sin embargo, él y sus hijos no dejaron de ser hombres. El
único cambio fue en su relación con la ley. La ley había sido para ellos el camino
a la vida. Ahora llevaba a la muerte. Dejaron de vivir por ella y comenzaron a
vivir en su contra. Consciente e inconscientemente el hombre pecador ahora
busca “con su maldad obstruir la verdad” (Ro 1:18). Y sin embargo, en por lo
menos dos formas importantes, los hombres testifican que están bajo obligación
de cumplir la ley de Dios:
1. Todo hombre utiliza un juicio moral. A pesar de lo pecaminoso que pueda
ser, aún ejerce su juicio moral contra los pecados de los demás. “Por tanto,
no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues
al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas”
(Ro 2:1). Aun cuando el hombre es mentiroso, condena la mentira, etc.
2. Todos los hombres por igual poseen conciencia. Los seres humanos
“muestran las obras de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su
conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Ro 2:15).
Su sentido inherente acerca del bien y el mal se debe al hecho de que no
puede escaparse de los derechos de la ley de Dios.
Entre los que niegan la relevancia permanente de la ley, ninguno debe ser tan
gravemente condenado como los Cristianos. Y existen Cristianos que dicen que
Cristo los ha rescatado de la obligación de cumplir la ley. “Ya no estamos bajo la
ley sino bajo la gracia”, exclaman (Ro 6:14). De esto diremos más en la
siguiente sección. Será suficiente decir que la verdad se encuentra en la
dirección contraria: El Cristiano, más que ningún otro, se ve obligado a cumplir
la ley. “Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que
sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el
reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en
el reino de los cielos” (Mt 5:19). Negar que los Cristianos estén obligados a
cumplir la ley de Dios es negar que deban amar a Dios y a su prójimo porque
sobre estas dos cosas descansa toda la ley de Dios (Mt 22:37-40).
Del resumen que hace Cristo—que debemos amar a Dios con todo nuestro
corazón, toda nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas, y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos—podemos inferir correctamente las dos
divisiones de la ley de Dios. No debemos pensar que las dos divisiones hicieron
necesarias las dos tablas que Dios le dio a Moisés. Es más probable que la ley
entera fue escrita en cada una como era costumbre en la ratificación de un pacto.
De todos modos creemos que la división se sostiene en la declaración de nuestro
Señor, y que la interpretación del Catecismo Mayor y Menor de Westminster es
la correcta. Por consiguiente, concluimos esta sección con un breve resumen de
los Diez Mandamientos.
EL AMOR A DIOS
EL DEBER DEL HOMBRE ANTE DIOS
1. El Primer Mandamiento nos enseña a quién debemos adorar. Solo debemos
adorar al verdadero Dios. De ninguna forma podemos dar a otro la
adoración que le pertenece a Él, ni podemos reconocer a ningún otro dios
como objeto legítimo de adoración. (Este mandamiento es violado con
frecuencia cuando los Cristianos actúan como si los Judíos o Unitarios
practicaran una adoración legítima, o aún peor, cuando se unen a ellos en
adoración a “un dios que no tiene hijo” (2Jn 9, 1Jn 5:12, etc.).
2. El Segundo Mandamiento nos enseña cómo debemos adorar. Debemos
adorar a Dios únicamente como él nos ha mandado. Cualquier cosa
diseñada, inventada o imaginada por el hombre corrompe la verdadera
reverencia a, y adoración de, Dios. (Este mandamiento es violado con
frecuencia cuando los Cristianos tienen “retratos” de Jesús. Cuando se
insiste que son legítimos porque no son utilizados en el culto, respondemos
que no son legítimos porque uno no puede tener ni pensamiento ni
sentimiento apropiado con respecto a Cristo aparte de la reverencia y la
adoración. Estudie cuidadosamente la respuesta a la P. 109 del Catecismo
Mayor).
3. El Tercer Mandamiento nos enseña acerca de quiénes deben adorar a Dios.
Deben adorar aquellos que profesan Su nombre (toman Su nombre) con
verdadera sinceridad de corazón. Es tan inútil adorar al verdadero Dios (aun
en la forma correcta) con falta de sinceridad como lo es adorar a un dios
falso o adorar al verdadero Dios en forma inaceptable. (Este mandamiento
es violado a menudo, por lo menos en parte, aun por verdaderos Cristianos
cuando no se concentran completamente en la Palabra de Dios al reunirse
en el servicio de adoración (vea Lucas 8:18, Proverbios 8:34).
4. El Cuarto Mandamiento nos enseña cuándo debemos adorar y servir a Dios.
Debemos emplear un día entero en adoración y seis días en el servicio a
Dios. El día que le pertenece a Dios es un día de descanso, es decir, un
cesar de nuestras labores y las diversiones de los demás días (salvo en obras
de necesidad, piedad y misericordia). Este mandamiento es violado a
menudo. Es violado en dos formas. Es violado cuando se profana el día del
Señor. También es violado cuando se designa un día de los otros seis como
día santo basado en alguna autoridad humana, como en el caso de Navidad
o “Viernes Santo” (vea Gálatas 4:9-11; Colosenses 2:16-17).
EL AMOR DE DIOS HACIA EL HOMBRE
LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE HACIA EL HOMBRE
5. El Quinto Mandamiento nos enseña el deber de respetar y obedecer a las
autoridades establecidas por Dios. Toda autoridad viene de Dios. La
autoridad que les pertenece a los padres, los empleadores, los líderes de la
iglesia y las autoridades civiles proviene de Dios (Ex 20:12, Ef 6:5, Hch
20:18ss., Ro 13). También les enseña a los que administran tal autoridad
que deben requerir la debida obediencia. Este mandamiento es violado con
frecuencia hoy en día por los padres que no requieren obediencia de sus
hijos. Esta es una profanación de la autoridad divina. Y seguramente traerá
malas consecuencias para los hijos (Pro 29:15).
6. El Sexto Mandamiento nos enseña a reverenciar la vida humana porque el
hombre ha sido creado a imagen de Dios. Es importante notar que este
mandamiento prohíbe el homicidio pero no toda forma de matar. Es
legítimo matar a los animales para comer (Gn 9:3). Es un requisito divino
ejecutar al homicida (Gn 9:6). También está sancionada por Dios la defensa
propia, ya sea personal o nacional (Nm 35:31, Ex 22:2, Ro 13:lss). Este
mandamiento es violado con frecuencia por la falta de moderación. Dios no
prohíbe el uso moderado de las cosas materiales. Sin embargo, la falta de
moderación es condenada porque es una violación del Sexto Mandamiento.
(Vea la respuesta a la P. 136 del Catecismo Mayor).
7. El Séptimo Mandamiento nos enseña que debemos guardar la santidad del
sexo y del matrimonio. Este mandamiento prohíbe todo aquello que
destruya, subvierta o tienda a subvertir la unión absoluta del esposo con la
esposa según la institución divina original. En ese sentido prohíbe no solo
el adulterio, la fornicación y el divorcio, sino aun la más mínima
inclinación a la lascivia de la cual proceden tales terribles pecados. Este
mandamiento es violado frecuentemente por la atención deliberada a
literatura, películas y programas de televisión que excitan pensamientos y
deseos lujuriosos. (Vea la respuesta a la P. 139 del Catecismo Mayor).
8. El Octavo Mandamiento nos enseña la sanción divina de la propiedad
privada. Este mandamiento se opone a toda forma de esfuerzo, ya sea
privado o público, para lograr obtener alguna propiedad aparte de la
herencia, o a cambio de dinero o trabajo. Las Escrituras no apoyan la
doctrina que enseña que la riqueza es necesariamente mala. Muchos
esquemas utópicos, de los cuales el Marxismo es un ejemplo, enseñan que
la propiedad privada es la raíz de todo mal y que los males humanos pueden
ser aliviados al eliminar la propiedad privada, o a la fuerza, por violencia, o
por medio de impuestos confiscatorios.
9. El Noveno Mandamiento nos enseña la santidad de la verdad. El Reino de
Satanás es un reino de falsedad, mentira y engaño. El Reino de Cristo es un
reino de verdad, honestidad e integridad. Al hablar, deberíamos asegurarnos
de dos cosas:
(a) que realmente queremos decir lo que decimos, y que decimos lo que
queremos decir, y
(b) que lo que digamos esté de acuerdo, no solo con nuestra intención,
sino también con los hechos. El chisme es una forma de mentir, aun si
realmente creemos lo que estamos contando. El repetir “lo que me han
contado” es evidenciar una falta de amor a la verdad. Es tanto una
violación de este mandamiento cuando “sinceramente” relatamos lo
que no es verdad como cuando relatamos la verdad sin “sinceridad”.
(Vea la respuesta a la P. 145 del Catecismo Mayor).
10. El Décimo Mandamiento nos enseña que: “Nada hay tan engañoso como
el corazón. No tiene remedio”(Jer 17:9). El requisito es que aprendamos a
contentarnos con lo que el Señor nuestro Dios nos ha dado. Toda forma de
descontento, envidia y codicia es, en su esencia, una queja ante el obrar de
Dios en nosotros. Es idolatría porque desafía su autoridad divina. Esta es la
raíz de muchas otras formas de pecado. (Vea la respuesta a la P. 147-148 del
Catecismo Mayor).
Con la mayor meditación en la ley perfecta de Dios, como se resume en estos
diez principios, viene el mayor aprecio y asombro. No existe ningún deber
indicado en las Escrituras que no esté implícito aquí. No hay ningún deber que
se le pueda imponer legítimamente al creyente que no haya sido impuesto ya
aquí. “Dios es el único Señor de la conciencia, por lo tanto, en materia de fe y
adoración, la ha dejado libre de doctrinas y mandamientos humanos que sean
contrarios a la Palabra de Dios o añadidos a ella” (vea el Capítulo XX, 2), y la
razón es que todo deber del hombre ya se encuentra en los Diez Mandamientos.
Dejar que la conciencia sea llevada por cualquier deber que no se encuentre en
estas leyes es volverse siervo de hombres en vez de ser siervo de Dios.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Pruebe bíblicamente que la ley de Dios siempre es obligatoria para
el hombre.
2. ¿Tuvo Adán la ley? ¿En qué forma?
3. ¿Fue alterada la ley por la caída del hombre? Si no fue así, ¿qué
cambió?
4. ¿Cuáles son las dos cosas importantes que demuestran que todo
hombre está “bajo la ley”?
5. ¿Tiene el Cristiano menos deber de cumplir la ley que el no
creyente? Pruébelo bíblicamente.
6. ¿Cuáles son los dos principios positivos que cumple la ley?
7. Enumere los principios contenidos en los primeros cuatro
mandamientos.
8. Proporcione un ejemplo de una violación (de hoy en día) de cada
uno de estos mandamientos.
9. ¿Es Correcto aceptar otras leyes aparte de los Diez Mandamientos?
¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar
al pueblo de Israel, como una iglesia de menor edad, leyes ceremoniales,
que contenían varias ordenanzas típicas, en parte de adoración,
prefigurando a Cristo, sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios; y
en parte expresando ampliamente diversas instrucciones sobre deberes
morales. En la actualidad, bajo el Nuevo Testamento, todas estas leyes
ceremoniales están abrogadas.
4. A los Israelitas, en tanto entidad política, Dios les dio también
diferentes leyes judiciales, las cuales expiraron junto con el estado de
aquel pueblo; no obligando ahora a ningún otro pueblo más de lo que la
equidad general de ellas lo requiera.
5. La ley moral obliga por siempre a todos a que se la obedezca, tanto a
los justificados como a los que no lo son; y esto no solo con respecto al
contenido de la ley, sino también con respecto a la autoridad de Dios el
Creador quien la dio. En el evangelio, Cristo en ninguna manera disolvió
esta ley, sino que más bien reforzó la obligación de cumplirla.
XIX, 3-5. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios le dio a la nación de Israel la ley ceremonial (en adición a, y
distintamente de, la ley moral), que consistía en tipos y símbolos de
a. Cristo y su obra redentora, y del
b. Espíritu Santo y su obra en la aplicación de la redención,
(2) que esta ley ha sido abrogada,
(3) que también le dio a esa nación ciertas leyes civiles que cesaron después
de la teocracia, pero que
(4) la ley moral sigue vigente y que bajo la economía del Antiguo
Testamento se entendió que así iba a ser.
En los capítulos 7 al 10 de la epístola a los Hebreos existe una extensa
discusión en cuanto a las instituciones del Antiguo Testamento. Citaremos unas
cuantas para ilustrar la enseñanza de la Confesión. Por ejemplo, en Hebreos 8:4,
5 se hace un contraste entre Cristo y el cielo, y los sacerdotes que llevaban a
cabo los mandatos ceremoniales del Antiguo Testamento. Se indica que servían
como “copia y sombra de [lo] que está en el cielo”. Se nos recuerda el
“tabernáculo” que contenía “el candelabro, la mesa y los panes consagrados […]
el altar de oro […] el maná, la vara de Aarón que había retoñado [… y] los
sacerdotes [que] entran continuamente en la primera parte del tabernáculo para
celebrar el servicio de adoración. Pero en la segunda parte entra únicamente el
sumo sacerdote, y solo una vez al año, provisto siempre de sangre que ofrece por
sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el pueblo”. Y de estas
ceremonias la Escritura declara que “el Espíritu Santo da a entender que,
mientras siga en pie el primer tabernáculo, aún no se habrá revelado el camino
que conduce al Lugar Santísimo”. Esto nos ilustra, hoy en día, que las ofrendas
y los sacrificios que allí se ofrecen no tienen poder alguno para perfeccionar la
conciencia de los que celebran ese servicio de adoración. No se trata más que de
reglas externas relacionadas con alimentos, bebidas y diversas ceremonias de
purificación, válidas solo “hasta el tiempo señalado para reformarlo todo” (Heb
9:1-9). Estas cosas fueron “solo una sombra de los bienes venideros” (10:1).
Sobresalen dos hechos pertinentes: (1) fue declarado que todo esto testificaba de
la obra aún futura de Jesucristo, y (2) que con el cumplimiento de la obra de
Jesucristo caducaría su utilidad.
Por medio de estas ceremonias, los creyentes del Antiguo Testamento podían
ver la obra del Salvador como un reflejo oscuro. Pero con la venida de Cristo
mismo estas cosas se volvieron tan innecesarias como en otros tiempos habían
sido esenciales. Así se afirma claramente la abrogación de la ley ceremonial.
Cristo “anuló esa deuda”, afirma Pablo, “clavándola en la cruz” (Col 2:14).
“Cristo […] derribó mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos
separaba, pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos” (Ef 2:14,15).
Los Judíos se rehusaban a aprender esto. Aun a Pedro le costó aceptarlo (Hch
10:14). Sin embargo, fue al Espíritu Santo mismo a quien le complació guiar al
Sínodo de Jerusalén a una posición inequívoca contra la continuación de las
obligaciones ceremoniales del Antiguo Testamento (Hch 15:5,10).
Las leyes políticas o civiles de Israel eran de un similar carácter temporáneo.
Esto es evidente ya que, por ejemplo, ¿qué obligación permanente podría haber
en la asignación de las tribus a regiones particulares de Canaán, o para los varios
grupos que sirvieron bajo el reino de David (1Cr 25ss.)?
Esto es suficientemente claro para nosotros. Pero a veces se piensa que no
estuvo nada claro para los que vivían bajo las leyes ceremoniales o civiles del
Antiguo Testamento. Sin duda, el grado al cual los creyentes del Antiguo
Testamento reconocían la naturaleza transitoria de las leyes ceremoniales y
civiles de Israel variaba de persona en persona y de edad en edad. Sin embargo,
existen buenas razones para afirmar que los verdaderos creyentes desde el
comienzo poseían algún reconocimiento de esto.
(a) Lo decimos, en primer lugar, por la diferencia dramática entre la forma en
la cual Dios reveló la ley moral (los Diez Mandamientos) y las leyes
ceremoniales y civiles. Dios reveló las leyes ceremoniales y civiles por
medio de Moisés, quien las escribió sobre vitela o pergamino. Pero Dios
mismo escribió los Diez Mandamientos, y no los escribió sobre pieles
perecibles, sino sobre tabletas de piedra—símbolo de la permanencia que
les pertenecía.
(b) Lo decimos, en segundo lugar, en razón de las afirmaciones de los
creyentes del Antiguo Testamento, quienes indicaron una distinción
consciente hecha por ellos entre la ley moral y las ordenanzas civiles y
ceremoniales. David contrasta la observación de las leyes ceremoniales y
morales como sigue: “Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen
los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te
agrada es un espíritu quebrantado; Tú, oh Dios, no desprecias al corazón
quebrantado y arrepentido” (Sal 51: 16,17). “A ti no te complacen
sacrificios ni ofrendas, pero me has hecho obediente; tú no has pedido
holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: ‘Aquí me tienes—
como el libro dice de mí. Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley
la llevo dentro de mí’” (Sal 40:6-8). Estas afirmaciones no quieren decir
que David no sintiera ninguna obligación de observar las ordenanzas
ceremoniales. El no tenía perdón aparte de ellas porque eran los medios
por los cuales la gracia de Cristo le era administrada. Pero mostraba que
era muy consciente de la diferencia entre la legislación ceremonial y la
moral. Sus palabras anticipan la abolición de una y la continuación de la
otra. Así el profeta dice: “En verdad, cuando yo saqué de Egipto a sus
antepasados, no les dije nada ni les ordené nada acerca de holocaustos y
sacrificios. Lo que sí les ordené fue lo siguiente: ‘Obedézcanme […]
Condúzcanse conforme a todo lo que yo les ordene, a fin de que les vaya
bien’” (Jer 7:22,23). Y Samuel dijo: “¿Qué le agrada más al Señor: que
se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice?
El obedecer vale más que el sacrificio…” (1S 15:22).
La ley ceremonial dio evidencia de su carácter temporáneo en que no podía
“…hacer perfectos a los que adoran…” (Heb 10:1). Como “…nunca pueden
quitar los pecados…” verdaderamente (10:11), el Espíritu Santo mismo
testificaba de algo mejor que suplantaría las ordenanzas ceremoniales, es decir,
la oblación de Jesús (Heb 10:16,17, Jer 31:33ss.). Tal vez la demostración más
conclusiva de la conciencia del carácter temporáneo de las leyes ceremoniales y
civiles, en la mente de los creyentes del Antiguo Testamento, es el hecho de que
las predicciones del sufrimiento venidero de Cristo son hechas en términos
ceremoniales (Is 53:7, 11, Dn 9:25-27, Sof 1:7,8, etc.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Aparte de la ley moral, Dios también dio dos tipos de leyes
adicionales. ¿Cuáles fueron?
2. ¿Cuál fue el propósito de la ley ceremonial?
3. Pruebe bíblicamente que ha sido abolida.
4. ¿Cuál fue el propósito de las leyes civiles?
5. ¿Reconocieron los creyentes mismos del Antiguo Testamento
alguna distinción entre los Diez Mandamientos y las ordenanzas
ceremoniales y civiles? Proporcione dos ejemplos.
6. ¿Qué defecto en la ley ceremonial misma indicaba la necesidad de
algo mejor?
Ver las respuestas a estas preguntas
6. Aun cuando los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto
de obras, para ser justificados o condenados por ella; sin embargo, es de
gran utilidad para ellos como también para otros. Pues la ley como regla
de fe les informa acerca de la voluntad y de su deber, y les dirige y les
obliga a caminar de acuerdo con ella; les muestra también las
contaminaciones pecaminosas de su naturaleza, de sus corazones y de sus
vidas; de manera que examinándose mediante la ley lleguen a una más
completa convicción de humillación por su pecado, y al aborrecimiento
del mismo; junto con una visión más clara de la necesidad que tienen de
Cristo y de la perfección de su obediencia. La ley moral es igualmente de
utilidad a los regenerados para restringir sus corrupciones, ya que
prohíbe el pecado; y sus amenazas sirven para mostrarles lo que aún
merecen sus pecados, y qué aflicciones les esperan en esta vida, a pesar
de que están libres de la maldición con que amenaza la ley. De la misma
manera, para con los regenerados, las promesas de la ley les muestran la
aprobación de la obediencia y qué bendiciones pueden esperar cuando la
cumplen; pero no como debido a ellos por la ley como pacto de obras. De
manera que si una persona hace lo bueno y deja de hacer lo malo porque
la ley lo alienta a lo uno y lo desalienta de lo otro, ello no es evidencia de
que está bajo la ley y no bajo la gracia.
7. Los usos de la ley mencionados anteriormente no son contrarios a la
gracia del evangelio, sino que dulcemente concuerdan con él; pues el
Espíritu de Cristo subyuga y capacita la voluntad del ser humano para
hacer libre y voluntariamente lo que la voluntad de Dios revelada en la
ley requiere que se haga.
XIX, 6-7. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que los verdaderos creyentes no están “bajo la ley” como un pacto de
salvación, al contrario,
(2) que están “bajo la ley” como
a. una regla de práctica,
b. por medio del conocimiento de su pecado y su consiguiente necesidad
de Cristo, y
c. una revelación de la perfección de Cristo,
(3) que también opera sobre los incrédulos
a. para restringirlos,
b. para advertirlos, y
c. para revelarles a Dios,
(4) que “si una persona hace lo bueno y deja de hacer lo malo porque la ley
lo alienta a lo uno y lo desalienta a lo otro, ello no es evidencia de que
está bajo la ley y no bajo la gracia”, y
(5) aun estos usos de la ley no están de ninguna forma en contra del
evangelio de la gracia sino que, más bien, son esenciales al evangelio.
Hemos mencionado a los que dicen, basándose en Romanos 6:14, que no
“están bajo la ley sino bajo gracia”, con lo cual quieren decir que creen estar
libres de toda obligación de cumplir los Diez Mandamientos porque son
creyentes. Se supone que la gracia nos rescata de toda culpabilidad y todo
castigo del pecado sin preocuparse en librarnos de la práctica del pecado. Aun
así este mismo texto aparece en medio de un pasaje que trata de la liberación de
la práctica del pecado (Ro 6:1-23). Y la gran afirmación de Pablo es que el
pecado no puede dominar en la vida del creyente (6:2, 7, 14, 22). La razón por la
cual el pecado no puede dominar a un creyente es precisamente porque él “no
está bajo la ley sino bajo gracia”. Si él aún estuviera bajo la ley, aún seguiría
dominado por el pecado. Puesto que está bajo la gracia ya no es dominado por el
pecado. Muchos hoy en día dirían: “Sí, yo puedo violar el Día de Reposo,
porque no estoy bajo la ley sino bajo gracia”. Pero Pablo está diciendo, en efecto
y en principio: “No, no puedo ignorar al Día de Reposo, porque estoy bajo
gracia, no bajo ley, y el pecado no puede dominarme”. Así la solución yace en
un entendimiento correcto de lo que significa estar “bajo la ley” y “bajo la
gracia”. Estar “bajo” significa “vivir bajo los términos o las condiciones de” o el
pacto que se le denomina ley, o el pacto que se le denomina gracia. Sin embargo,
no significa que no puede haber ningún aspecto de la ley en el pacto de la gracia
ni viceversa. Por generación hemos nacido de Adán bajo la obligación de
cumplir perfectamente la ley de Dios como condición de vida.
Estar bajo la ley significa, o tener la obligación de cumplir los mandamientos
perfectamente y perpetuamente, o morir. Y a causa de la caída de Adán, y
nuestra caída en él, este es un pacto “sin esperanza”.
Estar bajo la gracia es estar bajo los términos o las condiciones de un pacto
que otorga la vida al hombre sin que él mismo haya tenido una previa obediencia
perfecta y perpetua a la ley. Su propia obediencia a la ley no es el modo por
medio del cual es salvo, sino más bien la gracia. Sin embargo, note dos aspectos
importantes del pacto de gracia que involucran a la ley. En primer lugar, la gracia
que es dada al pecador tiene un fundamento legal. Jesucristo rindió una
obediencia perfecta y perpetua a la ley y recibió la pena que el pecador merecía.
No existe gracia sin el cumplimiento de la ley. Y en segundo lugar, se llega a la
mayor santidad por la gracia que es dada, no sin ella. Puesto que la gracia es una
obra renovadora de Dios en el corazón del pecador, que trae un nuevo poder y
deseo de santidad, el resultado es cumplimiento de la ley en un grado mayor que
los inconversos (Ro 6:22, Gá 5:22-25, Ef 5:9, etc.). Así queda claro que el estar
bajo la gracia, en vez de estar bajo la ley, no se trata de “estar libre de la ley de
Dios sino comprometido con la ley de Cristo” (1Co 9:21).
La ley es de gran importancia para el creyente porque:
1. Como resumen de la voluntad completa de Dios, es el único reglamento
infalible de práctica. Los apóstoles citaban con frecuencia estos
mandamientos como el reglamento para los creyentes (Ro 13:9, Ef 6:2, etc.)
Se nos advierte contra el menosprecio de ley (Mt 5:19) y se nos enseña que
sus demandas tienen que ver con cada pensamiento interno (Mt 5:21-48).
Es la “mentalidad pecaminosa” la que “no se somete a la ley de Dios” (Ro
8:7), pero para el creyente que se deleita en la ley (7:22), esta es llamada “la
ley perfecta que da libertad” (Stg 1:25).
2. La ley también tiene valor para revelar a los creyentes su pecado y su
necesidad de Cristo. Pablo dijo: “…si no fuera por la ley, no me habría dado
cuenta de lo que es el pecado” (Ro 7:7). La ley los instruye (Gá 3:19ss.).
Les enseña a los hombres que están perdidos para que busquen a Cristo.
“De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la
justicia” (Ro 10:4). Y esto no solo tiene que ver con el momento de la
conversión. Rige de allí en adelante. La ley le enseña al creyente su deber
de arrepentimiento y fe perpetuos.
3. Finalmente, la ley revela la gloria de Cristo. Nos muestra lo santo que es él
(Mt 5:17, Ro 5:18,19). Y nos muestra la severidad de la ley y el castigo que
le exigió a Cristo.
Con respecto al incrédulo, nada se compara con el hecho de que la ley ejecuta
la sentencia del juicio contra él porque “…sabemos que todo lo que dice la ley,
lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y
quede convicto delante de Dios” (Ro 3:19). Sin embargo, aún en su caso, la ley
logra el bien. Aunque incita a la enemistad y al pecado (a causa de su
depravación) también restringe la expresión externa de ello (Ro 2:14,15). Aun en
las naciones donde el evangelio no ha tenido mucho avance, existe algún
conocimiento de la ley moral, y tiene algún efecto en restringir el progreso del
pecado. Sin embargo, obviamente de ninguna forma lo puede remediar.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál texto se cita equivocadamente con respecto a la relación
entre el creyente y la ley?
2. ¿Qué error afirman los que abusan de este texto?
3. ¿Cuál es el verdadero significado de “estar bajo” en este texto?
4. ¿Qué significa estar “bajo la ley”?
5. ¿Qué significa estar “bajo la gracia”?
6. ¿De qué forma es importante la ley al pacto de gracia?
7. ¿Qué utilidad tiene la ley para los creyentes?
8. ¿Qué bien cumple la ley en el caso de los incrédulos?
Ver las respuestas a estas preguntas
19
De la Libertad Cristiana y la Libertad de Conciencia
(XX)
1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes que están bajo
el evangelio consiste en su libertad de la culpa del pecado, de la ira
condenatoria de Dios, de la maldición de la ley moral; y en ser libertados
de la maldad del presente mundo, de la esclavitud a Satanás y del dominio
del pecado; del mal de las aflicciones, del aguijón de la muerte, de la
victoria del sepulcro y de la condenación eterna; como también en su libre
acceso a Dios y en rendirle obediencia, no por temor servil sino por amor
filial y mente voluntaria. Todas estas libertades fueron también comunes a
los creyentes que estaban bajo la ley. Pero bajo el Nuevo Testamento, la
libertad de los cristianos se ha ampliado mucho más, pues están libres del
yugo de la ley ceremonial, a la cual fue sujetada la iglesia judaica; y en
mayor confianza para acceder al trono de la gracia, y en participaciones
más plenas del libre Espíritu de Dios, que aquellas de las cuales
ordinariamente participaron los creyentes bajo la ley.
XX, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Cristo ha pagado el precio de la libertad de los creyentes,
(2) que esta libertad consiste en libertad de la culpa, de la ira y maldición de
Dios, del amor al mundo, de la esclavitud a Satanás, del dominio del
pecado, del mal de las aflicciones, del aguijón de la muerte, de la victoria
del sepulcro y del castigo eterno; y libertad para obtener acceso a Dios,
para obedecerlo a él, y para amarlo a él, y
(3) que la diferencia entre la libertad de la que gozaban los creyentes del
Nuevo Testamento y la de los del Antiguo Testamento es una diferencia
de grado y no de forma.
El Capítulo IX de la Confesión nos habla de “esa libertad natural” con la cual
Dios ha “dotado al ser humano con aquella conciencia natural, que no es forzada
ni determinada hacia el bien o hacia el mal, por alguna necesidad absoluta de la
naturaleza”. Y hemos demostrado que el hombre mantiene esta libertad en cada
uno de los cuatro estados. Sin embargo, el hombre, en su estado caído, tiene
libertad sin la habilidad de hacer el bien a causa de su depravación total. Tiene la
libertad de hacer lo que le complazca, pero no le complace en absoluto hacer el
bien.
La libertad que aquí consideramos es la libertad que ha sido comprada por
Cristo para los creyentes y que ha sido otorgada por el Espíritu Santo. Y es una
libertad que, a causa de una nueva habilidad, es verdadera. “Así que si el Hijo
los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Jn 8:36). Esta es “la gloriosa
libertad de los hijos de Dios” (Ro 8:21). Consiste en más que una mera ausencia
de una restricción externa (de la cual goza todo hombre). Consiste también en
una restauración de la habilidad interna de desear y hacer lo que le complace a
Dios y ser libre de las discapacidades que el pecado impone sobre el pecador. El
hombre no convertido tiene libertad; sin embargo, su obligación es tal que bien
podría exclamar con Caín: “este castigo es más de lo que puedo soportar […]
Andaré por el mundo como un fugitivo” (Gn 4:13,14). Tiene libertad de
voluntad pero no está libre de la ley, ni del pecado, ni de la muerte. Pero la
libertad de los hijos de Dios consiste en ser liberados de estos.
1. Hay, entonces, libertad de la ley. El creyente no está bajo la ley sino bajo la
gracia. Es tan importante hacer hincapié en el verdadero significado de
estas palabras como lo es refutar la interpretación falsa. Puesto que Cristo
cumplió la ley, el creyente recibe la salvación solo por medio de la
obediencia de Cristo y es liberado de la obligación de cumplir la ley de
Dios perfectamente como el medio por el cual recibe la vida.
2. Esta libertad también consiste en ser rescatado del dominio del pecado, y
“…el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder
en los que viven en la desobediencia” (Ef 2:2-3) ahora ha sido suplantado
en su dominio del corazón del creyente por el Espíritu Santo. Es hecho
“libre del pecado” para ser convertido en un siervo de Dios (Ro 6:22). Esto
quiere decir que el reino o dominio completo del pecado ya no es su
habitación. Es liberado de “este mundo malvado” (Gá 1:4), no
geográficamente, sino en el sentido de que ahora es un extraño en él; es
inmune a su forma de pensar y vivir (1Jn 2:15-17, Ro 12:2). Satanás ya no
ejerce señorío sobre él (Hch 26:18). Aun a esas cosas que por lo pronto son
(es decir, la adversidad, la aflicción, etc.) y las cosas que serán (es decir, la
muerte y el sepulcro) los efectos o las consecuencias del pecado se les
niega, inmediata o eventualmente, en parte o completamente, poder sobre
él. La adversidad y la aflicción pueden ser, o a menudo son, completamente
para el beneficio del creyente y para la gloria de Dios. Aun cuando hay
castigo por el pecado, es finalmente para bien (Ro 8:28, Job, Sal 119:71,
etc.). Y mientras que el mal de la muerte no será completamente abolido
hasta la resurrección (por la cual el cuerpo es devuelto a la vida, así como el
alma ya ha sido devuelta a la vida por la regeneración), aún así el aguijón, o
aspecto penal de la muerte, es quitado, y la “victoria del sepulcro” es solo
temporal (1Co 15:54-57).
3. Así, pues, el creyente es liberado de la muerte misma, lo cual es el fin del
pecado. Y aun en la muerte el creyente no muere “la muerte”, sino que
“descansa” en Jesús (Gn 2:17, Mr 7:10, Ro 6:9, 1Ts 4:14).
Esta libertad no se debe confundir con el libertinaje. Algunos han utilizado la
libertad para “disimular la maldad” (1R 2:16), para “dar rienda suelta a sus
pasiones” (Gá 5:13). Eso no es libertad, sino una esclavitud disfrazada de
libertad. La verdadera libertad es ser liberado del pecado para volverse siervo de
Dios. Implica una habilidad restaurada tanto como la libertad de ser hijos de
Dios. El libertinaje es aquella cosa vana y engañosa que Satanás ha ofrecido
como sustituto. Es la sugerencia de que el hombre pecaminoso no tiene
restricciones en escoger sus propias leyes morales y hacer su propia voluntad.
“No se engañen”, dice el apóstol, “Dios no puede ser burlado. Cada uno cosecha
lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa
misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu,
del Espíritu cosechará vida eterna” (Gá 6:7,8). La verdadera libertad es el deseo
y una habilidad interna de buscar cumplir la ley de Dios. Y el deseo y la
voluntad de hacer lo que nos complace, muy aparte de lo que diga la ley, es
libertinaje y es pecado.
La diferencia entre el creyente del Antiguo Testamento y el del Nuevo
Testamento, a veces, se describe como si el creyente del Antiguo Testamento no
tuviera tal libertad como aquella que le pertenece al creyente bajo el evangelio.
Este error es el reverso del que enseña que el Cristiano disfruta del libertinaje (es
decir, completa libertad del deber de cumplir la ley). Enseña que el creyente del
Antiguo Testamento no disfrutó de ninguna parte de la libertad de los hijos de
Dios. Esta idea es refutada por la enseñanza Bíblica que dice que “la bendición
de Abraham” ha “llegado a los Gentiles a través de Jesucristo” (Gá 3:14). Al
igual que otros errores, este también es una exageración de una verdad
importante, es decir, que hay un grado de libertad incrementado para los
creyentes del Nuevo Testamento. Pero este grado de libertad incrementado se
debe a la revocación de la ley ceremonial (que nació para el creyente del
Antiguo Testamento y no para el creyente del Nuevo) y no por una diferencia
esencial en su liberación de la ley moral, del pecado o de la muerte. Tenemos un
mayor grado o una mayor medida de libertad porque lo que fue administrado a
través de ordenanzas es ahora administrado en su completa totalidad a través de
Cristo por la intervención del Espíritu Santo.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué significa “la libertad natural”?
2. ¿Qué diferencia hay entre la libertad que les pertenece a los
creyentes y esta libertad natural?
3. ¿De qué es liberado el creyente?
4. ¿Cómo es liberado el creyente de este mundo malvado?
5. Siendo que los creyentes mueren, ¿cómo se puede decir que son
liberados de la muerte?
6. ¿Cuál es la diferencia entre la libertad y el libertinaje?
7. ¿En qué formas era el creyente del Antiguo Testamento tan libre
como nosotros?
8. ¿En qué forma el creyente del Antiguo Testamento no era tan libre
como nosotros?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. Dios es único Señor de la conciencia, por tanto, en materia de fe y
adoración, la ha dejado libre de doctrinas y mandamientos humanos que
sean contrarios a su Palabra o añadidos a ella. De manera que creer u
obedecer de conciencia tales doctrinas o mandamientos es traicionar la
verdadera libertad de conciencia; y el requerimiento de una fe implícita y
de una obediencia absoluta y ciega es destruir la libertad de conciencia y
también la razón.
3. Aquellos que bajo el pretexto de la libertad cristiana, cometen y
practican algún pecado, o abrigan algún deseo impuro, destruyen de este
modo el propósito de la libertad cristiana, el cual consiste en que, siendo
librados de las manos de nuestros enemigos, sirvamos al Señor sin miedo,
en santidad y rectitud delante de Él, todos los días de nuestra vida.
XX, 2-3. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que solo Dios tiene la autoridad legítima sobre la conciencia,
(2) que solo su Palabra rige sobre ella,
(3) que toda doctrina o mandamiento del hombre que sea contraria o
adicional a la Palabra de Dios no tiene ninguna autoridad para atar la
conciencia,
(4) que permitir que la conciencia sea atada por tal doctrina es pecado, una
traición a la verdadera libertad de conciencia, y es negar que solo Dios es
el Señor de la vida de uno y que la libertad Cristiana debe ser distinguida
del antinomianismo (que significa “libertad para pecar”).
Aquí vemos uno de los gloriosos beneficios de la Reforma por la cual
nuestros padres dieron todo de sí. Era esta verdad, tan claramente enseñada en la
Escritura, que había sido completamente eclipsada por la apostasía de la Iglesia
Romana. Solo fue recuperada a costo de la sangre de muchos mártires. La fuerte
resolución de los “Presbiterianos Pactantes” en Escocia que no entregarían a
ningún hombre los derechos reales de Jesucristo debe ser recordada con
reverencia. Volvieron a capturar el espíritu de la Iglesia Apostólica al refutar a
los que intentaban obligarlos a creer o hacer lo que fuera contrario a la Palabra
de Dios: “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!” (Hch 5:29).
Nunca debemos olvidar que la Reforma fue mucho más que una separación de la
autoridad del Papa y los errores de Roma. No fue, al final, tanto una lucha contra
algo como fue un testimonio glorioso de Cristo. Fue un testimonio hecho en
todas las esferas de la vida. Por ejemplo, hubo reyes sobre la tierra que no
estuvieron totalmente contentos al ver que la estructura del poder Católico
Romano se debilitara a causa del levantamiento del Cristianismo Reformado.
Aun así, a veces estos reyes resolvieron “encargarse” de la Iglesia ellos mismos.
Cuando se dieron cuenta que los Cristianos Reformados no pensaban reconocer
como “Rey y cabeza de la Iglesia” a ningún otro que no fuera Cristo, fueron
capaces de una terrible persecución. Mucho del sufrimiento que padecieron los
autores de nuestra Confesión vino de la mano de tales reyes. Pero, gracias a
Dios, defendieron con firmeza las grandes verdades de las Escrituras, y fue por
medio de esos mismos principios potentes que tales tiranos fueron derrotados.
Solo Dios es Señor de la Iglesia y de la conciencia. Fuimos “comprados por
precio” y no debemos ser “esclavos de nadie” (1Co 7:23).
Hoy en día casi menospreciamos la preciosa herencia que ha crecido de este
principio. La separación de la Iglesia y el Estado, con la cual nos referimos a la
libertad de creer y practicar la fe propia sin ser forzado a algo por los hombres,
es un ejemplo. No queremos decir que este principio siempre se respete en una
nación como la nuestra. Es más, creemos que el control de la educación por el
Estado amenaza más y más este mismo principio. Una filosofía anticristiana y
falsa, en declaraciones prácticas (si no, teóricas), está siendo impuesta sobre los
que enseñan en el sistema de colegios públicos en esta nación. Y puede que
llegue el día cuando los que enseñan tendrán que sufrir por hablar y actuar como
si Dios fuera soberano en todo.
Pero consideremos en forma más detallada una violación muy común de este
principio bajo estudio y que se encuentra en muchas iglesias Protestantes, ¡y aun
en las que afirman esta Confesión! En tales iglesias es costumbre formular
algunas reglas específicas que se les imponen a los miembros de la iglesia como
parte de su deber y, de esa forma, atan sus conciencias. Estas reglas son de dos
tipos:
1. Algunas son contrarias a la Palabra de Dios. Ejemplos de reglas que son
contrarias a la Palabra de Dios son las prohibiciones que requieren
abstinencia total del uso de ciertas cosas materiales. La religión Mormona
prohíbe el uso del café. Otras sectas prohíben el uso de la carne. Y,
francamente, nos faltaría tiempo si intentáramos mencionar todas las cosas
prohibidas porque el número es astronómico. Sin embargo, ni en un solo
caso sería posible demostrar que tal abstinencia ha sido requerida por Dios.
Es imposible porque “…no hay nada impuro en sí mismo” (Ro 14:14).
“Todo alimento es puro…” (Ro 14:20). Si no hay nada inmundo, entonces
ninguna regla que prohíba el uso de algo puede ser legítima. Si toda cosa
realmente es pura, entonces toda cosa puede ser usada por el hombre sin
temor de conciencia. Por cierto, es verdad que si una persona ha permitido
que su conciencia sea atada por tal regla (falsa), no puede tomar de lo
prohibido sin pecar (Cap. XVI). “Si algo es impuro, lo es solamente para el
que así lo considera […] Pero el que tiene dudas en cuanto a lo que come se
condena; porque no lo hace por convicción. Y todo lo que no se hace por
convicción es pecado” (Ro 14:14, 23). Nunca está bien que hagamos lo que
creemos que está mal, aun cuando creamos que esté mal sin buen motivo.
Sin embargo, aun si una persona obedece a su conciencia fielmente y
observa escrupulosamente una regla que prohíbe el uso de una cosa
material, aún es culpable de pecar. Es culpable del pecado de permitir que
otro aparte de Dios imponga una regla sobre su conciencia. A esto se objeta
diciendo que la falta de tales reglas (prohibiendo o por lo menos
restringiendo el uso libre de las cosas materiales) solo llevaría a la
“intemperancia absoluta”. O hay una abstinencia total o terminamos
inevitablemente en un abuso terrible. Ya hemos demostrado la diferencia
entre la verdadera libertad y el libertinaje pecaminoso (Cap. XX, 1). Hemos
demostrado que este es una falsa esperanza. Aquí solo diremos que es una
terrible deshonra al Espíritu de Dios mantener tal objeción, porque esta
objeción es igual que decir que una regla hecha por el hombre puede
proteger del pecado al Cristiano mejor de lo que lo puede hacer el Espíritu
Santo que mora en él. Decir que el Espíritu Santo no puede guiar al
Cristiano en el uso libre de las cosas materiales que Él no ha prohibido es
acusar a Dios irresponsablemente.
2. La segunda clase de reglas son aquellas que, si no son contrarias, entonces
son por lo menos adicionales a la Palabra de Dios. Como ejemplo
podríamos mencionar muchas de las reglas impuestas sobre los miembros
de la Iglesia Católico Romana. Sin duda muchas de estas reglas son
contrarias a la Palabra de Dios, pero aun las que no lo son a menudo son
añadidas a la Biblia. “Los mandamientos o las leyes principales de la
Iglesia”, leemos en el Catecismo Romano, “son estos seis:
(a) asistir a la Misa todos los domingos y días santos de obligación,
(b) ayunar y abstenerse en los días indicados,
(c) confesar nuestros pecados por lo menos una vez al año,
(d) recibir la Santa Comunión durante la Pascua,
(e) contribuir al apoyo de la Iglesia, y
(f) observar las leyes de la Iglesia con respecto al matrimonio”.
Creemos que no se podría probar que ayunar en los días que resultan ser los
indicados por la Iglesia Romana sea contrario a la Biblia. Ciertamente el
Cristiano debería confesar sus pecados (a Dios por medio de Cristo únicamente).
Y sería perfectamente apropiado recibir la Santa Comunión (siempre que fuera
administrada correctamente) el día del Señor que Roma presume llamar “La
Pascua”. Pero aunque no estaría mal hacer estas cosas voluntariamente, de una
forma apropiada, sí está mal permitir que la conciencia sea atada a ellas en la
forma y el momento designado por Roma. Citemos otro ejemplo: Las iglesias
Bautistas insisten en la inmersión como forma de bautismo. No es contrario a la
Palabra de Dios bautizar por inmersión. Pero es un añadido a la Palabra de Dios
requerir que el bautismo sea únicamente por inmersión. Y permitir que la
conciencia sea atada por tal regla está mal aunque la inmersión en sí no lo esté.
Se ha dicho que hay “un Papa en el corazón de todo hombre”. Todos sentimos
la tentación de pensar que podríamos mejorar a nuestros hermanos Cristianos si
estuviéramos a cargo de sus conciencias. Igualmente todos tendemos a
imaginarnos que empleamos nuestra preciosa libertad de una forma muy
superior a la de los demás. Restringiríamos a los demás y relajaríamos las
restricciones sobre nosotros. Sin embargo, las Escrituras requieren lo opuesto: la
caridad hacia los demás y un uso cuidadoso de nuestra propia libertad.
Deberíamos siempre pensar lo mejor de nuestro hermano. Deberíamos
considerar a los demás como superiores a nosotros. Mientras tanto, deberíamos
cuidarnos del abuso de nuestra libertad, estando atentos a que no lo hagamos
para consentir a nuestra carne, y siendo muy cuidadosos en no hacer que nuestro
hermano más débil se tropiece por ejercer nuestra libertad.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál fue el gran principio por el cual nuestros padres lucharon con
valentía?
2. ¿Fue esto simplemente una lucha contra la autoridad del Papa?
Explíquese.
3. ¿Qué principio de nuestra vida nacional es el fruto de este
enfrentamiento?
4. ¿Existe alguna amenaza a este principio en nuestra nación hoy en
día?
5. ¿Cuáles son las dos formas que niegan este principio hoy en día en
algunas iglesias Protestantes y aun Reformadas?
6. Cite un ejemplo de cada una.
7. ¿Por qué estaría mal someter la conciencia a una regla que
requiera abstinencia total del uso de algún objeto material en
particular?
8. ¿Por qué estaría mal someter la conciencia a una regla que
requiera la inmersión?
9. ¿Por qué se ha dicho que hay “un Papa en el corazón de todo
hombre”?
10. ¿Qué requiere de nosotros la libertad con respecto a los demás?
11. ¿Qué requiere de nosotros la libertad con respecto a nosotros
mismos?
Ver las respuestas a estas preguntas
XX, 3 (Continuado).
Se argumenta que la doctrina de libertad, tal como ha sido presentada líneas
arriba, llevará al pecado. Esto ya lo hemos refutado en nuestra discusión acerca
del libertinaje. Sin embargo, aquí deseamos enfatizar el hecho de que, muy
contrario a la impresión común, es esta doctrina (entendida correctamente) la
que realmente muestra la totalidad del ámbito de las leyes de Dios en la vida del
hombre. El que la Fe Reformada se rehúse a toda regla contraria o adicional a la
Palabra de Dios no es porque esté interesada en eliminar la santidad y el deber.
Es, más bien, precisamente porque reconoce que es el deber del cristiano—o
comiendo, o bebiendo, o en cualquier cosa que haga—hacerlo todo para la gloria
de Dios. Cuando se reduce el deber del hombre de principios divinos a leyes
humanas, ha sido falsificado porque ha sido reducido. Los Fariseos de la
antigüedad multiplicaban las leyes esforzándose para cubrir la totalidad de la
vida, pero ni se acercaban a la santidad de Cristo, quien rechazó sus leyes a favor
de la ley de Dios (Mr 7:1-13). Algunos no se pueden imaginar que los Diez
Mandamientos puedan cubrir todo y que lo hagan sin error ni defecto, sin
embargo, así es.
Pablo dice que cuando la mente es transformada y renovada (por la obra
interna de la ley aplicada por el Espíritu Santo), cada creyente podrá probar cuál
es la voluntad de Dios (Ro 12:2). Dice que sabrá (sin leyes hechas por hombres)
lo “bueno, agradable y perfecto”. Creemos que una exégesis cuidadosa de este
texto demostrará que el significado es el siguiente:
1. Por medio del conocimiento de los Diez Mandamientos, el creyente sabrá
qué es lo bueno. Por ejemplo, sabrá que el tocar el piano es bueno por la
simple razón de que lo que no está prohibido por ninguno de los Diez
Mandamientos es bueno. “Sabemos que la ley es buena” (1Ti 1:8); por lo
tanto, lo que está en concordancia o que no es contrario a uno de los Diez
Mandamientos es bueno. Entonces, el hecho de tocar el piano, considerado
en sí mismo, es bueno.
2. El Cristiano también debe considerar las circunstancias particulares bajo las
cuales se hace algo. Algo bueno no es siempre aceptable bajo todas las
circunstancias. Es bueno invocar el nombre del Señor. Pero debe ser hecho
en un momento aceptable (2Co 6:2). Los que invoquen al Señor solo
cuando ya es muy tarde no serán escuchados. Así también, por ejemplo, el
tocar el piano puede ser o no ser lo aceptable según circunstancias tales
como el momento y el lugar. Estaría mal tocar el piano cuando el papá lo ha
prohibido. Estaría mal tocar el piano en un burdel.
3. Finalmente, es necesario que el acto sea hecho con la intención o el motivo
correcto. Es a esto a lo que se refiere el apóstol con la voluntad perfecta de
Dios. De nuevo tomaremos como ejemplo el acto de tocar el piano. Es
posible que alguien haga esta cosa buena bajo las circunstancias apropiadas
y que aun así viole uno de los Diez Mandamientos. Supongamos que el
propósito fuera conseguir fama personal y fortuna en vez de querer servir a
Dios. Supongamos que uno tocara el piano solo para hacerse rico y no por
servir a Dios. Entonces estaría mal, no porque fuera un pecado tocar el
piano, sino porque es un pecado que alguien lo haga el fin principal de su
vida, o aun que solo lo quiera hacer para ganar plata sin buscar glorificar a
Dios.
Lo cierto es que, cuando el creyente observa la ley de Dios correctamente,
demuestra ser mucho más exigente y mucho más riguroso que las reglas del
hombre. Sobre todo, tal hombre será preservado de la antigua ruina de los
fariseos que se creían los guardianes de la ley cuando realmente solo estaban
cumpliendo unas pocas reglas fáciles. Cuando el hombre crea reglas, engaña al
hombre porque reduce lo ancho y lo profundo del deber del Cristiano hacia Dios.
Aunque sea simplemente por esta razón deberíamos rehusarlas firmemente.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué acusación falsa se hace contra la doctrina de la libertad
Cristiana?
2. ¿Cuál es la verdadera razón por la cual la Fe Reformada rechaza
tales reglas humanas?
3. ¿Qué quiere decir Pablo con los tres términos que utiliza en
Romanos 12:2?
4. ¿Puede algo ser bueno sin ser aceptable y perfecto?
5. ¿Puede ser prohibido algo que Dios declara ser bueno? ¿Por qué?
6. Tome algo material como ejemplo de algo “prohibido” por leyes
humanas y demuestre por qué realmente es bueno, cuándo puede
ser aceptable y cómo puede ser perfecto.
7. ¿Por qué es más exigente la posición Reformada que la posición de
la oposición?
Ver las respuestas a estas preguntas
4. Aquellos que bajo el pretexto de la libertad cristiana se opongan a
cualquier poder legítimo, o al legítimo ejercicio del mismo, ya sea civil o
eclesiástico, resisten a la ordenanza de Dios, porque los poderes que Dios
ha establecido y la libertad que Cristo ha comprado no han sido
destinados por Dios para destruirse sino para sostenerse y preservarse
mutuamente uno al otro. Además, los que publican tales opiniones o
mantienen tales prácticas, puesto que son contrarias a la luz de la
naturaleza, o a los principios conocidos del cristianismo, ya sean tocantes
a la fe, a la adoración o a la conducta, o al poder de la piedad, o a tales
prácticas u opiniones erróneas, ya sea según su propia naturaleza, o en la
manera de publicarlas o mantenerlas, son destructores de la paz externa y
del orden que Cristo ha establecido en la iglesia, los tales pueden ser
legítimamente llamados a dar cuentas, y procederse contra ellos mediante
la censura de la iglesia, y mediante el poder del magistrado civil.
XX, 4. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Dios ha establecido la autoridad de la Iglesia y la del Estado (cuando
operan en sus ámbitos apropiados) y que deben ser obedecidos como
parte de nuestro deber ante Dios, y
(2) que a cada una de estas autoridades le corresponde imponer tal autoridad
dentro de su propio ámbito.
El Cristiano nunca tiene la libertad de oponerse a lo que ha sido ordenado por
Dios. Como dijo el apóstol: “Todos deben someterse a las autoridades públicas,
pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron
establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela
contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo” (Ro
13:1-2). Dios le ha dado al Estado (o los líderes civiles) el poder de la espada
para poder castigar el crimen (Ro 13:3-6). Y le ha dado a la Iglesia el poder de
las llaves para poder echar fuera a los que persisten en la herejía y la inmoralidad
(Mt 16:19, 18:15-18). Resulta un daño muy grave cuando se confunden estos
ámbitos o cuando la Iglesia o el Estado usurpa la autoridad del otro. Por ejemplo,
en los países donde el Papa de Roma puede determinar las leyes civiles, ha
habido una supresión del testimonio Protestante, una oposición a la distribución
de la Biblia y aun una violenta persecución. La autoridad civil se vuelve tirana
cuando se convierte en un instrumento de coerción religiosa. Por otro lado,
cuando el Estado ha impuesto sobre sus ciudadanos la religión que quiere que
tengan, o hace de la “Iglesia” un mero instrumento del Estado, el resultado es
igualmente malo. Por ejemplo, en países comunistas el Estado controla a la
Iglesia. Por consiguiente el error y la inmoralidad no son suprimidos sino, más
bien, solo los “enemigos del Estado”.
Cuando las autoridades civiles y eclesiásticas se contentan con el ámbito que
les ha sido dado divinamente, y ejercen esa autoridad de forma legítima dentro
de ese ámbito, resultan grandes bendiciones. Una gran parte de la fuerza de
nuestra nación y de nuestras iglesias se debe a este principio. Sin embargo,
creemos que ha surgido una grave amenaza a este principio en los últimos
movimientos tanto en la Iglesia como en el Estado.
1. Creemos que está surgiendo una amenaza a este principio en el hecho de
que las iglesias liberales y los concilios de la iglesia han buscado más y más
ejercer su fuerza o influencia directamente dentro del ámbito civil. La
posición bíblica más antigua era que la Iglesia ejercería su influencia sobre
el poder del Estado buscando llevar al individuo bajo la autoridad de Cristo.
Pero no “deben entrometerse en asuntos civiles que conciernen al Estado, a
no ser por medio de humilde petición en casos extraordinarios, o por medio
de consejo para la satisfacción de la conciencia, si les es solicitado por el
magistrado civil” (Cap. XXXI, 5). Si el Estado actuara en forma perjudicial
a la libertad espiritual de la Iglesia, obviamente haría una humilde petición.
Y si, en un caso extraordinario, las autoridades civiles buscaran consejo,
sería apropiado que la Iglesia hablara en forma directa acerca de los asuntos
civiles. Sin embargo, y de lo contrario, la Iglesia tiene que “tratar o concluir
solo en materia eclesiástica”. Esto no significa que la Iglesia no se preocupe
con los asuntos civiles. Tampoco significa que la Iglesia esté callada acerca
de los deberes del ciudadano Cristiano. Lo que significa es que la Iglesia
debe enseñar los principios revelados en la Palabra de Dios con respecto a
los deberes civiles, y que no intente formular política, lo cual es el deber
apropiado de la autoridad civil. Sin embargo, en muchos casos hoy en día
sucede precisamente lo opuesto. Por ejemplo: La Iglesia debería enseñar
que es el deber de los magistrados civiles utilizar el poder de la espada “…
para impartir justicia y castigar al malhechor” (Ro 13:4). La Iglesia debería
enseñar los principios de la Escritura que sancionan y requieren la pena de
muerte, el mantenimiento del Ejército y La Marina, y el deber de La
Autodefensa. Aun así, hoy en día una organización tal como el Concilio
Nacional de las Iglesias no solo ignora tales principios bíblicos en su
enseñanza, sino también ha buscado promover políticas contrarias a estos
principios e influenciar a las autoridades civiles directamente para que
adopten estos principios erróneos. Se han abogado tales políticas como el
desarme unilateral, el pacifismo, la abolición de la pena de muerte y el
abandono de la soberanía nacional a cambio de un gobierno mundial. Y el
mal no solo es que la Iglesia ha invadido directamente los asuntos del
Estado, debilitándolo, sino que también está descuidando su trabajo
divinamente dado de suprimir la herejía y la inmoralidad a través de medios
espirituales dentro de la Iglesia y de promover el avance del evangelio en
todo el mundo. Al buscar lograr por lo menos una medida de control sobre
la espada del Estado, descuida las llaves del Reino de Dios. En tales iglesias
actualmente es el caso común que el error y la herejía andan desenfrenadas.
2. También surge otra amenaza a la fe Cristiana en nuestra nación hoy en día.
Es una amenaza indirecta en cuanto no proviene de una interferencia directa
en la obra de la Iglesia. Viene más bien de la creciente tendencia del control
estatal en la educación. La familia es una institución divina tanto como la
Iglesia y el Estado. Y Dios ha dado la autoridad y la responsabilidad de la
educación de los niños a los padres, y no a la Iglesia ni al Estado. Esto no
significa que la Iglesia y el Estado no tengan ninguna autoridad al respecto.
La Iglesia tiene la autoridad y el deber de asegurar que los padres entrenen
a sus hijos en el temor y la amonestación de Dios. El Estado también tiene
el derecho de requerir que tal educación sea suficiente para que los
ciudadanos conozcan y hagan su deber y obedezcan las leyes del país. Pero
el Estado no tiene ni el derecho ni la autoridad de excluir a Dios del proceso
educativo como vemos que está sucediendo hoy en día. El control sobre la
forma de pensar normalmente está asociado a las naciones que están bajo
dictadores y en las cuales manda el ateísmo. Y aun así, la educación estatal
en nuestra nación es cada vez más rígidamente no teísta, porque Dios, el
verdadero Dios Jesucristo, y su Santa Palabra, la Biblia, están excluidas del
proceso educativo. Y porque esto invade los derechos inherentes del
Cristiano, que es miembro del cuerpo de Cristo, quien le requiere
asegurarse de que sus hijos sean condicionados siempre y en todo por Dios
y su Palabra, es una violación del principio que estamos estudiando aquí. Es
trágico que esta violación del principio bíblico ha sido lograda bajo el
disfraz de devoción a este principio. No queremos decir que el Estado
debería poner su imprimátur sobre las doctrinas de ninguna secta. (Esto es
exactamente lo que se está haciendo. La “secta” es el “humanismo ateo”).
Más bien, los padres deberían decidir qué posición religiosa se le debería
enseñar a sus hijos. Cada uno tiene una posición religiosa. Así es que
creemos que la respuesta correcta y bíblica son las escuelas controladas por
padres para los Cristianos y no colegios no-cristianos para todos
controlados por el Estado.
Hablaremos más del principio de la separación apropiada del Estado y la
Iglesia bajo los Capítulos XXIII, XXV y XXX. Aquí debemos notar que la
versión original de la Confesión de Westminster concluye con la afirmación que
los que “son destructores de la paz externa y del orden que Cristo ha establecido
en la iglesia, los tales pueden ser legítimamente llamados a dar cuentas, y
procederse contra ellos mediante la censura de la iglesia, y mediante el poder del
magistrado civil” (Cap. XX, 4). Las palabras en itálicas son borradas por muchas
revisiones Americanas de la Confesión. Sin duda, la razón de esto ha sido un
deseo de deshacerse de cualquier peligro de animar al Estado a interferir en
asuntos puramente eclesiásticos. La historia indica que el temor al abuso civil en
castigos de esta forma no deja de tener fundamento. Sin embargo, nosotros
defenderíamos la formulación original, porque la Confesión limita
cuidadosamente al magistrado civil a los casos que involucran lo que es
“destructor del orden y de la paz externa” de la Iglesia. En otras palabras, no es
en las opiniones ilegales sino solo en las acciones destructivas que afecten la paz
y el orden externo en las cuales la autoridad civil puede actuar correctamente.
Por ejemplo, si alguien anduviera detestando las estatuas de la Virgen María,
testificando a los hombres en su contra y convirtiéndolos a su propio punto de
vista, el Estado no podría actuar justamente en su contra. Sin embargo, si
invadiera la propiedad de una Iglesia Católica Romana e interrumpiera su culto o
destruyera sus estatuas, podría y debería ser arrestado y castigado bajo la ley, no
porque tuviera una opinión equivocada acerca de las estatuas, sino porque ha
cometido un acto ilegal, es decir, ha destruido la propiedad ajena.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué otra autoridad existe para el Cristiano aparte de las
Escrituras?
2. ¿Cuál es el ámbito apropiado de cada una?
3. ¿Qué sucede cuando las dos son confundidas o violadas?
4. Dé un ejemplo actual de la invasión de la Iglesia en el ámbito del
Estado.
5. Dé un ejemplo actual de la invasión del Estado en el ámbito de la
Iglesia.
6. ¿Cuáles son los dos males que resultan?
7. ¿Debería el Estado determinar el aspecto religioso de la educación?
¿Puede existir la educación sin su aspecto religioso? Explíquese.
8. ¿Permitía o animaba la conclusión original de esta sección de la
Confesión a los gobernadores civiles a que castigaran a individuos
por sus convicciones? Explíquese.
Ver las respuestas a estas preguntas
20
De la Adoración Religiosa y el Día de Reposo (XXI)
1. La luz de la naturaleza demuestra que hay un Dios, que tiene señorío y
soberanía sobre todo, que es bueno y que hace bien a todos; y que, por lo
tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado, creído, servido y en
quien se debe confiar, con todo el corazón, con toda el alma y con todas
las fuerzas. Pero la forma aceptable de adoración al Dios verdadero está
instituida por Él mismo, y está de tal manera limitada por su propia
voluntad revelada que no debe ser adorado según las imaginaciones e
invenciones de los seres humanos, o las sugerencias de Satanás, bajo
ninguna representación visible, o en alguna otra forma que no esté
prescrita en la Biblia.
2. La adoración religiosa debe ser dada a Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo; y solamente a Él; no a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna
otra criatura; y desde la caída, no sin Mediador, pero no por la mediación
de ningún otro, sino solamente por la mediación de Cristo.
XXI, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la revelación natural es suficiente para informar al hombre que tiene
una obligación de rendir culto al verdadero Dios, pero
(2) que no basta para que el hombre sepa cómo adorar a Dios, así que
(3) “La forma aceptable de adoración al Dios verdadero está instituida por Él
mismo, y está de tal manera limitada por su propia voluntad revelada que
no debe ser adorado según las imaginaciones e invenciones de los seres
humanos, o las sugerencias de Satanás, bajo ninguna representación
visible, o en alguna otra forma que no esté prescrita en la Biblia”,
(4) que solo Dios puede ser el objeto de la verdadera adoración, y
(5) que la adoración solo le es aceptable por medio de la mediación de
Cristo.
Ya hemos demostrado (Cap. I) que la revelación natural revela el verdadero
Dios hacia los hombres, de forma que tienen que saber que le deben adoración y
obediencia. Pero mientras la adoración en el paraíso por parte del hombre sin
pecado era inmediata (es decir, sin un mediador o salvador), el pecado hizo al
hombre incapaz de tal adoración. El pecado afectó la relación del hombre con
Dios de dos formas. Fue retirada la presencia de Dios (Gn 3:22-24) y el corazón
del hombre fue oscurecido. Por eso, para que su adoración fuera aceptable a
Dios, tenía que ser tratada su alienación de Dios. Sin embargo, no había ninguna
forma en la cual el hombre pecaminoso pudiera hacer algo acerca de la
comunión perdida con Dios y del oscurecimiento de su propio corazón. De esta
forma, por la propia naturaleza del caso, la verdadera adoración no podía existir
salvo por medio de la provisión divina. Y esto es igual que decir que tal
adoración fue instituida por Dios, limitada por Dios, y prescrita por Dios.
1. Por adoración instituida, la Confesión se refiere a la adoración que ha sido
autorizada, mandada y requerida por Dios. La adoración de Caín, por
ejemplo, fue diferente que la de Abel. Dios no se inclinó a Caín ni a su
ofrenda. Sin embargo, la alabanza de Abel fue aprobada por Dios. Cuando
Caín se rehusó a cambiar su adoración según lo que Dios había aprobado o
sancionado, fue porque no aceptó el principio de que la verdadera alabanza
requiere aprobación o sanción divina explícita. Cuando el hombre adora a
Dios de alguna forma no designada o mandada por Él, su alabanza es en
vano (Mr 7:7). El pecado de Israel al “construir los lugares altos” y ofrecer
holocausto a Baal, fue que hicieron “cosa que yo jamás les ordené ni
mencioné, ni jamás me pasó por la mente” (Jer 19:5). Nadab y Abiú fueron
consumidos por el fuego del Señor porque “le ofrecieron sacrificios con
fuego profano” (Nm 3:4). La verdadera adoración es la que ha sido
instituida (mandada) por Dios. Lo que no ha sido instituido por Dios es por
esa misma razón falsa adoración.
2. Este principio (que la verdadera adoración fue instituida por Dios)
necesariamente involucra el hecho de que ha sido limitada por su voluntad
revelada. Es limitada porque Dios ha mandado solo ciertas cosas en la
adoración. Las Secciones 3-5 de este Capítulo nos muestran que Dios ha
instituido o prescrito:
(a) la oración,
(b) la lectura y predicación de la Palabra,
(c) la entonación de salmos,
(d) la administración de los sacramentos, y
(e) los juramentos, votos solemnes y ayunos en ocasiones especiales.
La prueba de la institución divina de estos elementos de la adoración se citan
en la Escritura. Dios nos ha dicho que observemos estas cosas en su adoración.
Pero también ha revelado su aborrecimiento de todo lo que el hombre ha
presumido inventar o imaginar sin tal mandamiento divino. De modo que no
podemos decir que la verdadera alabanza es instituida (o prescrita) sin decir que
es también limitada.
Esta posición es simple de declarar. Sin embargo, no ha sido nada fácil de
practicar. Y esto tiene que ver con la pecaminosidad del corazón humano que
siempre tiende a pensar como los antiguos Israelitas perversos que decían:
“‘Vamos a seguir nuestros propios planes’, y cada uno cometerá la maldad que le
dicte su obstinado corazón” (Jer 18:12). De esta forma, un principio rival ha
ganado mucha popularidad, no solo entre los Católico Romanos y entre los
Luteranos, sino aun entre los que afirman ser de la Fe Reformada. Esta posición
es que la verdadera adoración no tiene que ser solo lo que Dios ha mandado, sino
que también puede ser lo que él no ha mandado, siempre que no esté
expresamente prohibida en la Palabra. Lo que sigue es un diagrama de las dos
posiciones:
El Diagrama A ha sido explicado en los párrafos anteriores. La Figura B,
como podemos notar, considera que las cosas que Dios ha mandado forman solo
una parte (a menudo una parte pequeña) de la adoración legítima. Así, por
ejemplo, en la adoración Católico-Romana hay una gran cantidad de ceremonias,
símbolos y actividades que son permitidas y estas pueden variar o tener añadidos
basándose en este principio espurio. Tal adoración es vana (Mt 15:9). Es falsa
adoración porque no está respaldada por ninguna sanción divina sino por la
voluntad del hombre. Estas “Tienen sin duda apariencia de sabiduría […] pero
de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Col 2:23).
Adorar de la forma que deseemos, sin prueba de que sea la voluntad de Dios, es
adorar a nuestra propia voluntad en vez de adorar a Dios. Y lo que tenemos que
subrayar rigurosamente es que no hay ningún otro guardián de la pureza de la
verdadera adoración cuando se abandona este principio, como ha sido, y está
siendo abandonado aun por muchos que proclaman esta Confesión. (Por
ejemplo, ¿qué mandamiento requiere el servicio de las velas tan común hoy en
día? Pero si una “ceremonia” tal como está inventada por los Protestantes no es
rechazada, entonces ¿cómo pueden ser condenadas las ceremonias inventadas
por Roma?). Dios no será adorado sino de la manera en que él quiera. Y por
consiguiente, la verdadera adoración ha sido de tal manera instituida (prescrita)
como limitada. Existen dos categorías: Lo que Dios ha mandado es legítimo, y lo
que Dios no ha mandado queda excluido.
¿Significa esto que no hay nada que puede hacerse en una Iglesia Reformada
sino solo lo que manda la Biblia? No exactamente. Hay “algunas circunstancias
concernientes a la adoración a Dios y al gobierno de la Iglesia, comunes a todas
las acciones y sociedades humanas, que deben ordenarse conforme a la luz de la
naturaleza y de la prudencia cristiana, según las reglas generales de la Biblia, las
cuales siempre han de ser obedecidas” (Cap. I, 6). Estas “circunstancias” son
tales que son “comunes a las acciones y sociedades humanas”. Pero debemos
tener cuidado en distinguir entre las circunstancias de la adoración y la adoración
en sí. Por ejemplo: La Escritura no prescribe la hora del día en la cual debe
reunirse la congregación para llevar a cabo la adoración pública a Dios.
Tampoco ha prescrito Dios la forma, el estilo, o el tamaño del local. Dada la
naturaleza del caso, tales circunstancias variarán de país en país, de temporada
en temporada y de lugar en lugar. Existe una regla general, sin embargo, que
requiere que las congregaciones se reúnan en algún lugar en el día del Señor. La
regla general controla la situación particular de acuerdo con las circunstancias.
Sin embargo, cuando la congregación se ha reunido en el lugar designado, la
adoración debe ser solo la que Dios ha mandado.
La verdadera adoración se dirige a Dios, y Dios existe en tres Personas—el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto es consecuencia de lo que se ha visto en
el Capítulo II, 3, en nuestra discusión de la doctrina de Dios. Pero aquí debemos
notar que la verdadera adoración también debe ser rendida por medio de la
mediación de Cristo. Como señala A.A. Hodge, la iglesia de Roma niega esto
tanto en la teoría como en la práctica. Roma enseña:
1. que a la Virgen María y a los demás santos y ángeles se les rinde cierto tipo
o grado de adoración religiosa,
2. que debe invocarse su ayuda en momentos de necesidad,
3. que ellos pueden interceder por nosotros ante Dios o ante Cristo,
4. que se le puede pedir a Dios que nos salve y ayude (por lo menos en parte)
basándonos en los méritos de los santos, y
5. que los retratos, las imágenes y las reliquias de los santos y de los mártires
deben ser retenidos en las iglesias y alabados. (Vea las doctrinas del
Concilio de Trento). “Los romanistas, para evitar el cargo de idolatría que
se les hace, distinguen entre (a) latría, o sea la adoración religiosa más
elevada que se debe a Dios solamente, y (b) doulia, o aquella adoración
religiosa inferior a la primera y que se debe ofrecer en varios grados a los
ángeles y santos según el rango de ellos. (Algunos también usan el término
Hiperdulia para la adoración que se debe únicamente a María). También
distinguen entre (a) adoración directa, la cual debe ofrecerse a Dios, a la
Virgen y a los santos, y (b) adoración indirecta, ofrecida a las pinturas o
imágenes que representan para el adorador el objeto de su adoración”.1
En respuesta a la enseñanza Católico-Romana, se pueden dar muchos
argumentos sólidos:
(a) Jesús dijo: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás” (Mt 4:10, Dt
6:13). Las razones por las cuales adoramos a Dios argumentan en contra
de la adoración de cualquier otro ser. Dios nos ha mandado glorificarlo
únicamente a él.
(b) Sin embargo, la Escritura también prohíbe explícitamente la adoración a
los hombres y a los ángeles (Hch 14:14-15, Col 2:18, Hch 10:25-26,
etc.).
(c) El Segundo Mandamiento prohíbe expresamente el uso de retratos o
imágenes para representar a Cristo o para asistirnos en nuestra reverencia
a él. (Vea Catecismo Mayor, P. 109).
(d) Los santos no son sobrehumanos simplemente porque están en el cielo.
No han sido receptores de los atributos divinos requeridos para poder
recibir la alabanza y cumplir la mediación entre Dios y el hombre.
(e) Y las Escrituras afirman que existe “…un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre” (1Ti 2:5). Aun el contemplar a otros
mediadores es despectivo a la honra exclusiva que le pertenece.
Volvamos a poner hincapié en este punto: Si en algún momento
admitimos que la adoración verdadera no sea limitada por la voluntad
revelada de Dios—si permitimos que el hombre añada aunque sea un
elemento a la adoración divina—se vuelve excesivamente difícil refutar
los argumentos descarriados y las distinciones entre la latría y la doulia y
la alabanza “directa” e “indirecta”. Una razón por la cual el
Protestantismo está experimentando un regreso gradual a los retratos, las
ceremonias y cosas semejantes es que ha perdido (a menudo sin darse
cuenta) su dominio del principio regulativo de la verdadera adoración.
No hay ninguna protección de la pureza de la adoración salvo la
adherencia consciente y persistente a este principio: lo que ha sido
mandado es lo correcto, y lo que no, es erróneo.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué se debe tomar en cuenta en la verdadera alabanza desde la
caída?
2. ¿Qué significa decir que la verdadera adoración ha sido “instituida”?
3. ¿Qué significa decir que la verdadera adoración ha sido “limitada”?
4. ¿Por qué fueron consumidos por fuego de Dios Nadab y Abiú?
(Lv 10:1-2).
5. Según la posición Reformada, ¿cuántas formas de adoración
existen?
6. Según la posición no-Reformada, ¿cuántas formas de adoración
existen?
7. ¿Qué es “adoración de la voluntad”?
8. ¿Qué significa la frase “algunas circunstancias con respecto a la
alabanza de Dios”?
9. Dé una regla general que controla una acción afectada por las
circunstancias.
10. ¿Quién puede recibir nuestra adoración según Roma?
11. ¿Cuáles son las formas de adoración aceptables según Roma?
12. Dé dos o tres argumentos contra tal adoración.
13. ¿Por qué hoy en día los Protestantes, a veces, son débiles en sus
argumentos contra Roma?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Siendo la oración, con acción de gracias, una parte especial de la
adoración religiosa, Dios la requiere de todos los seres humanos; y para
que sea aceptada debe hacerse en el nombre del Hijo, con la ayuda de su
Espíritu, conforme a su voluntad, con entendimiento, reverencia,
humildad, fervor, fe, amor y perseverancia; y si se hace en forma oral
debe ser en un idioma conocido.
4. La oración debe hacerse por cosas lícitas, y por toda clase de personas
que están con vida y por quienes vivirán más adelante, pero no por los
muertos, ni por aquellos de quienes se sepa que han cometido el pecado
de muerte.
XXI, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la oración y el agradecimiento son prescritos como parte de la
verdadera adoración (es decir, mandadas o instituidas por Dios),
(2) que estas deberán ser ofrecidas solo por medio del mediador, Jesucristo,
(3) que la ayuda del Espíritu Santo y la norma de las Escrituras son
requeridas para que estas sean aceptables,
(4) que deben ser ofrecidas en una lengua común.
Decir que la oración debe ser según el regir de la Escritura significa que debe
ser:
1. para lo que está de acuerdo con la ley (es decir, la voluntad de Dios),
2. por hombres vivientes,
3. por los que aún faltan por nacer, pero
4. no por los muertos, ni
5. por los que se pueda saber que hayan cometido el pecado imperdonable.
Que la oración es un elemento prescrito de la verdadera adoración es evidente
a través de la Escritura. Desde los tiempos de los patriarcas, la verdadera
adoración fue ofrecida con oración y agradecimiento a Dios. (Gn 20:7, 17, etc.).
“Moisés intercedió por el pueblo” (Nm 21:7). El libro de himnos y cánticos
inspirados contiene muchas referencias a la costumbre constante de la oración en
los tiempos del Antiguo Testamento (Sal 4:1,6:9,17:1, etc.). En la ceremonia de
la dedicación del Templo “…Salomón se puso delante del altar del Señor y en
presencia de toda la asamblea de Israel…” ofreció una gran oración (1R 8:2253). En el Nuevo Testamento este aspecto o elemento de la verdadera adoración
continuó. Cristo fue fiel en la oración privada (Mt 14:23), pero también oró en la
asamblea de la Iglesia (Jn 17). La oración era un elemento constante en la
adoración pública de la Iglesia Apostólica (Hch 1:14, 2:42, etc.). Y los apóstoles
mandaron que la oración se hiciera en las iglesias en todo lugar (1Ti 2:8, lTs
5:17, Ef 6:18).
Con la venida de Cristo para cumplir con la obra de redención, los oficios
mediadores del Antiguo Testamento se volvieron exclusivamente suyos. Solo él
es nuestro Sumo Sacerdote, Profeta y Rey. Por esta razón toda mediación es en
él. “Nadie llega al Padre sino por mí”, dijo (Juan 14:6). “Por medio de él
tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu” (Ef 2:18). Por consiguiente, es
solo “…en el nombre del Señor Jesús…” que debemos “…[dar] gracias a Dios el
Padre…” (Col 3:17). La expiación de Cristo y su intercesión por nosotros son la
base de toda verdadera oración.
Tomando en cuenta el principio regulativo de la verdadera adoración (lo
mandado es bueno y lo no mandado es malo), se podría pensar que la verdadera
oración consistiría únicamente de la repetición de las oraciones escritas en las
Escrituras. No es así, como podemos probarlo del mandamiento del apóstol: “así
que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y
acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las
autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa
y digna” (1Ti 2:1-2). Puesto que es evidente que muchos reyes y otras
autoridades no son mencionados en las oraciones escritas en la Biblia, entonces
es también evidente que Dios no quiere que simplemente recitemos las oraciones
de la Escritura. Pero esto no significa que queda en nosotros orar según nuestra
voluntad. (Esto, nuevamente, sería adoración falsa). Entonces, ¿cómo podemos
orar desde nuestros propios corazones sin ser culpables de falsa adoración? La
respuesta es que Dios da una asistencia especial por medio de su Espíritu Santo
para que podamos orar como él quiere. “Así mismo, en nuestra debilidad el
Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y
Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el
Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios” (Ro
8:26,27). Si se requiriera que la forma de nuestras oraciones fueran exactamente
como las que se encuentran en la Escritura, nuestras necesidades y nuestros
deseos particulares no serían reconocidos. Pero si nuestras oraciones no fueran
formadas por la ayuda especial del Espíritu Santo, de acuerdo con la Palabra de
Dios (o la voluntad de Dios), serían inútiles. Por lo tanto, decir que la oración es
“libre” no es decir que no esté prescrita. Está prescrita. Pero Dios ha prescrito
que oremos con la ayuda del Espíritu según la voluntad de Dios. Y esto significa
que el modelo o los deseos básicos que encontramos en la expresión de la
verdadera oración siempre serán según la estructura del Padre Nuestro (Estudie
las preguntas 186 y 196 del Catecismo Mayor). Toda verdadera oración se
conformará a esta estructura. Sin embargo, las oraciones litúrgicas (o de formato
establecido) yerran porque Dios ha mandado que oremos por personas y
necesidades específicas, por medio de la ayuda inmediata del Espíritu Santo,
según los principios de la Palabra de Dios.
La oración debe ser según la norma de la Escritura. “Y cuando piden, no
reciben”, dice Santiago, “porque piden con malas intenciones…” (Stg 4:3). Pero
“si pedimos algo según su voluntad, él nos escucha”. A causa de esta afirmación
de las Escrituras, existen los que nunca piden nada sin a la vez decir “si es tu
voluntad”. Aquí yerran porque confunden lo que se sabe que es la voluntad de
Dios con lo que es la voluntad o el decreto secreto de Dios. Cuando una oración
se trata de algo que Dios no ha revelado, como por ejemplo lo que sucederá en el
futuro, es apropiado decir: “si es tu voluntad”. Aun Cristo oró así (Mr 14:35).
Pero cuando oramos con respecto a lo que las Escrituras han revelado ser la
voluntad de Dios, no deberíamos decir: “si es tu voluntad”. Por ejemplo, si
contemplamos a pecadores que nunca se arrepienten, entonces no podemos pedir
la bendición de Dios y decir: “si es tu voluntad”. Sin duda, esto es una forma
crasa de decirlo, pero ¡existe una instancia muy común de este mal! Hay algunos
que oran para que Dios sea misericordioso con sus familiares y aun los salve de
la condenación eterna aunque no se arrepientan y crean en el evangelio. Piden:
“Señor, sé misericordioso aunque continúe en su maldad, si es tu voluntad”. No
estaría mal pedir que Dios los convirtiera, si fuera su voluntad, porque no
sabemos si es o no es su voluntad. Pero estaría mal orar que Dios los salvara de
la condenación eterna aunque no se arrepientan y crean, porque sabemos que
esto no es la voluntad de Dios.
Cristo nos proveyó un ejemplo de cómo orar por los que aún no habían
nacido. Oró no solo por los discípulos que estaban con él, sino también por
quienes creerían en él por medio de la palabra de ellos (Jn 17:20). En vista de la
promesa de Dios a los creyentes y a sus hijos (Hch 2:39), hay una buena razón
para orar por nuestra posteridad, así como a menudo lo hizo Jonathan Edwards,
el gran Puritano de la Nueva Inglaterra. Pero no hay ninguna razón para orar por
los muertos. Si son creyentes, no hay nada que podamos pedir por ellos que no
lo hayan ya recibido. Si no lo son, no hay nada que podamos conseguir por ellos
porque hay “…un gran abismo entre nosotros y [ellos]…” (Lc 16:26). Mientras
vivía su pequeño bebé, David oró por él. Pero cuando murió el niño, dejó de orar
y ayunar (2S 12). Dijo: “Es verdad que cuando el niño estaba vivo yo ayunaba y
lloraba, pues pensaba: ‘¿Quién sabe? Tal vez el Señor tenga compasión de mí y
permita que el niño viva’. Pero ahora que ha muerto, ¿qué razón tengo para
ayunar?” (2S 12:22-23). Antes que el niño muriera, podía decir: “Permite que el
niño viva, si es tu voluntad, Señor”. Pero cuando el niño ya había muerto, supo
que no era la voluntad de Dios permitir que el niño viviera, y que con la muerte
su hijo había sido consignado a un lugar y a una condición irrevocable y, por lo
tanto, más allá del ámbito apropiado de la oración.
Existe una verdadera dificultad en la última frase de la sección 4 que dice que
la oración no debe hacerse “por aquellos de quienes se sepa que han cometido el
pecado de muerte”. Si esto significa simplemente que la persona ha persistido en
el pecado y la incredulidad hasta su muerte, entonces la afirmación simplemente
estaría repitiendo la prohibición de orar por los muertos. Pero si significa otra
cosa, debemos preguntar (a) ¿cuál es este pecado?, y (b) ¿cómo podemos saber
cuándo alguien ha cometido “el pecado de muerte”? Si existe tal pecado,
distintamente de la incredulidad persistente, debe ser el pecado de la blasfemia
contra el Espíritu Santo (Mt 12:31-32). Esto es rechazar el perdón, obstinada y
maliciosamente, bajo las condiciones que da el evangelio (Heb 10:29, 6:6). Es
pecar intencionalmente contra el conocimiento de la verdad (Heb 10:26) y sufrir
el castigo de endurecimiento divino que es tanto final como incurable (2Ts 2:11,
12). Pablo dice de tales personas que “…todo el mundo se dará cuenta de su
insensatez…” (2Ti 3:9). Creemos que hay un pecado que se puede designar
apropiadamente como “pecado de muerte”. Creemos que se manifiesta ante
todos. Cuando alguien que ha conocido la verdad (como Judas), ha profesado fe
en Cristo y ha andado en la compañía del pueblo del Señor ejerce una apostasía
deliberada y abierta de Cristo, ante los ojos de todos, es correcto orar en contra
en lugar de a favor de tal persona (Sal 69:22-28). Por supuesto, es importante
orar por todos los demás (1Jn 5:16). Pero existe un “pecado de muerte”, dice
Juan, y el Señor no dice que debamos orar por los tales que son culpables de
ello.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Cite pruebas del Antiguo y el Nuevo Testamento que la oración y el
agradecimiento son prescritas por Dios como parte de la verdadera
adoración.
2. ¿Por qué solo se puede verdaderamente orar “en el nombre de
Cristo”?
3. Cite un texto Bíblico que compruebe esto.
4. Si la verdadera adoración es solo lo que ha sido prescrito, ¿por qué
no debemos usar solamente las oraciones escritas en la Biblia?
5. Cite pruebas bíblicas de esto.
6. ¿Significa esto que se nos deja con la libertad de orar según
nuestra propia voluntad?
7. ¿Prescribe la Escritura la estructura básica o el patrón de la
oración? ¿Dónde?
8. ¿Deben todas las oraciones (o peticiones) incluir la frase “si es tu
voluntad”? ¿Por qué?
9. ¿Por quiénes debemos orar? Cite pruebas.
10. ¿Por quiénes no debemos orar? Cite pruebas.
11. ¿Cuál es “el pecado de muerte”?
12. ¿Podemos saber que una persona en particular es culpable de
este pecado? Cite pruebas.
Ver las respuestas a estas preguntas
5. La lectura de la Biblia con temor piadoso, la sana predicación y el
escuchar la Palabra conscientemente, en obediencia a Dios, con
entendimiento, fe y reverencia; cantando los salmos con gracia en el
corazón; así como también la debida administración y digna recepción de
los sacramentos instituidos por Cristo son todos parte de la normal
adoración religiosa a Dios. Además deben usarse de una manera santa y
religiosa, en sus diferentes tiempos y oportunidades: los juramentos
religiosos, los votos, los ayunos solemnes y acciones de gracias en
ocasiones especiales.
6. Actualmente, bajo el Evangelio, ni la oración, ni ninguna otra parte de
la adoración religiosa están atadas a algún lugar, ni son más aceptables
según el lugar donde se realizan, o hacia el cual se dirigen. Pues, Dios
debe ser adorado en todo lugar, en espíritu y en verdad, diariamente;
tanto privadamente en las familias, y en lo secreto cada uno por sí mismo;
así también mucho más solemnemente en las reuniones públicas, las
cuales no deben abandonarse u olvidarse voluntariamente o por descuido,
pues Dios por medio de su Palabra o providencia nos llama a ellas.
XXI, 5-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que los elementos divinamente prescritos de la verdadera adoración (en
adición a la oración) son (a) ordinarios (la prédica de la Palabra, el cantar
los salmos, la administración de los sacramentos) y (b) ocasionales
(juramentos, votos, ayunos, agradecimiento en momentos especiales),
(2) que la verdadera adoración no está ligada a algún sitio especial como si
fuera más santo que los demás sitios,
(3) que la verdadera adoración es espiritual, siendo la verdad su esencia, y
(4) que Dios requiere la adoración personal, familiar y pública, y que no se
debe descuidar ni dejar ninguna de ellas.
Ya hemos demostrado que hay dos posiciones acerca de lo que forma la
adoración aceptable a Dios. Según una posición, solamente lo que Dios ha
mandado es lo legítimo. Según la otra, pueden añadirse algunos elementos a la
adoración mandados por Dios, sin el mandamiento divino, y estos juntos forman
lo que se considera lo legítimo. La Confesión se adhiere a la posición anterior y
por lo tanto limita la verdadera adoración a lo que mediante la Biblia se puede
probar que es la voluntad de Dios. ¿Cuáles, entonces, son los elementos de la
verdadera adoración?
Los elementos de la verdadera adoración reconocidos por la Confesión (y
suplidos por el Catecismo Mayor, Pregunta 108) son:
1. la oración,
2. la lectura de la Escritura,
3. la predicación de la Palabra,
4. la administración de los sacramentos,
5. la disciplina eclesiástica,
6. el canto de los salmos,
7. el recibir de las ofrendas para el mantenimiento del ministerio.
Estos son los elementos comunes de la adoración a Dios. También hay
elementos más ocasionales, que son:
1. los juramentos y votos religiosos,
2. el agradecimiento en ocasiones especiales, y
3. el ayuno religioso.
La oración ha sido explicada en la sección anterior. Pero en primer lugar de
importancia para la verdadera adoración sin duda están la lectura de, la
predicación y el escuchar la Palabra de Dios. En la iglesia apostólica el
ministerio de la Palabra de Dios tenía el lugar de preeminencia. Pablo dice:
“Pues Cristo no me envió para bautizar sino a predicar el evangelio […] El
mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que
se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios” (1Co 1:1718). Por esta razón el Catecismo Mayor de Westminster menciona
“especialmente la Palabra” y “especialmente la predicación de la Palabra” como
el medio por el cual Cristo nos comunica los beneficios de su mediación. La
verdadera adoración a Dios depende de este elemento por encima de todos los
demás. A pesar de los demás defectos e impurezas, creemos que la verdadera
adoración no puede desaparecer por completo de aquel lugar en el que aún existe
una fiel predicación de la Palabra.
La administración correcta y la recepción adecuada de los sacramentos son
también parte de la adoración bíblica. Esto lo sabemos porque los sacramentos
fueron instituidos por Cristo. Él mandó que los que recibieran el evangelio
también fueran bautizados (Mt 28:19). Y de la Cena del Señor, mandó: “Hagan
esto en memoria de mí” (1Co 11:24). Los sacramentos no son un medio de
conversión a Cristo para el pecador, como sí podemos decir de la Palabra de
Dios. Sin embargo, son—junto con la Palabra—un medio para fortalecer y
confirmar la fe en los corazones de los creyentes. Puesto que han sido instituidos
por Cristo con el requisito que se continúen en su Iglesia hasta que él venga, no
puede haber adoración pura donde estos elementos se hayan eliminado o
alterado.
Otro elemento de la verdadera adoración es “el canto de los salmos con gracia
en el corazón”. Se observará que la Confesión no reconoce la legitimidad del uso
de los himnos modernos en la adoración a Dios, sino solamente los salmos del
Antiguo Testamento. Pocos hoy en día se dan cuenta que las Iglesias Reformadas
y Presbiterianas originalmente usaban solamente los salmos, himnos y cánticos
inspirados del Salterio Bíblico en la adoración divina, sin embargo, eso es cierto.
La Asamblea de Westminster no solamente expresó la convicción que solo los
salmos deberían ser cantados en la adoración divina, sino que lo implementó
preparando una versión métrica del Salterio para su uso en las Iglesias. Este no
es el lugar para intentar una consideración de este tema. Pero debemos registrar
nuestra propia convicción de que la Confesión tiene razón en este punto.
Creemos que tiene razón porque nunca se ha comprobado que Dios haya
mandado que su Iglesia, en la adoración a Dios, cantara las composiciones no
inspiradas del hombre en vez de o junto con los coros, himnos, y salmos
inspirados del Salterio.
Puede que exista duda en cuanto a por qué la disciplina de la iglesia se debe
considerar como un elemento de la adoración. La Confesión no lo describe como
un elemento distintivo. Sin embargo, se hace un requisito, por lo menos
indirectamente. ¿De qué otra forma podría existir una garantía que asegure que
haya una sana predicación de la Palabra y una administración apropiada de los
sacramentos? Y puesto que la censura de la Iglesia se debe administrar “en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, cuando estén unidos” y “con el poder de
nuestro Señor Jesucristo”, es indudablemente, en tales ocasiones, un elemento de
la adoración solemne que Dios requiere de Su pueblo.
En contraste con estos elementos de la verdadera adoración divinamente
ordenados, no es difícil ver en qué medida se han apartado muchas iglesias
modernas del principio de la pureza de la adoración delineada en la Confesión.
En muchas iglesias hoy en día, la predicación de la Palabra de Dios ha perdido
su lugar central. El púlpito a menudo se desplaza hacia un lado. El formalismo,
la liturgia elaborada y las ceremonias inventadas incrementan mientras que la
predicación de la Palabra disminuye. Aun en las iglesias que afirman la Fe
Cristiana fundamental, el sermón se deja bastante de lado a cambio de una
película o un drama religioso. Sin duda, Cristianos sinceros que estuvieran
acostumbrados a tales cosas estarían escandalizados con la sugerencia que estas
cosas son las mismas, en principio, que los elementos falsos de la adoración
sancionados por la Iglesia de Roma. Sin embargo, así es. Es de nuestra
convicción que la totalidad de la superstición y el error en la adoración Romana
se puede ligar a la misma desviación de la simple regla: Lo que Dios no ha
mandado está prohibido.
La belleza de la verdadera adoración es la belleza de la santidad y la verdad.
Lo que origina de fuente humana contradice la gloria de esta adoración
espiritual. Es por esta razón que la Confesión no da lugar para el arte y la
imaginación humana en su concepto de la adoración. “Por tanto, siendo
descendientes de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea como el oro, la
plata o la piedra: escultura hecha como resultado del ingenio y la destreza del ser
humano” (Hch 17:29). Es verdad que el Tabernáculo y el Templo estuvieron
llenos de “decoraciones” simbólicas (Ex 31:1), pero hay dos buenas razones por
las cuales esto no se debe considerar como una sanción para las representaciones
de Cristo en cuadros en murales, vidrios con dibujos coloreados, y cosas
semejantes.
En primer lugar, todo el sistema ceremonial de lo visible ha sido abrogado. Y
en segundo lugar, el sistema ceremonial no fue creado por sabiduría humana sino
por inspiración divina (vea Éxodo 25:40, 28:3, 31:6, 35:30-35 y 1 Crónicas
28:11,12,19). Aun si insistiéramos en que el sistema ceremonial existiera hoy en
día, solo habría razón de usar exactamente los símbolos que fueron dados
originalmente por inspiración divina. Solamente lo que el hombre recibe de Dios
puede ser ofrecido a Dios en verdadera adoración.
La verdadera adoración no está ligada a algún sitio en particular bajo el
Nuevo Testamento como lo estaba bajo el Antiguo (Jn 4:21, 23, Dn 6:10, etc.).
Dios no ha mandado que su pueblo se reúna en ningún sitio específico ni en
ninguna hora específica en el día del Señor. Por consiguiente, hay ciertas cosas
pertenecientes a la verdadera adoración las cuales sí se dejan al criterio humano.
Mucho del argumento falso contra el principio de la adoración pura delineada en
la Confesión ha surgido de este hecho tan obvio. Se debe a una falta de
distinción entre los elementos de la adoración y las circunstancias de la
adoración. Como la Confesión en sí dice (Cap. I, 6) “que hay algunas
circunstancias concernientes a la adoración a Dios y al gobierno de la Iglesia,
comunes a todas las acciones y sociedades humanas, que deben ordenarse
conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, según las reglas
generales de la Biblia, las cuales siempre han de ser obedecidas”. Las
circunstancias de la adoración son las siguientes: la hora, el lugar, la duración del
servicio y la frecuencia. Estas cosas no han sido reguladas por Dios en un
mandamiento específico, sino que ha dejado que la Iglesia las determine. Sin
embargo, los elementos de la adoración, y esas cosas precisas que la constituyen,
él las ha regulado por medio de su expreso mandato. No hay por qué confundir
estos asuntos distintos.
La Confesión también menciona lo que se podría denominar como los
elementos ocasionales de la verdadera adoración. Tales elementos como
“juramentos y votos religiosos, ayunos solemnes, y el agradecimiento en
momentos especiales” sí encuentran respaldo en la Palabra de Dios. ¿Por qué,
entonces, no se encuentran entre los elementos ordinarios de la adoración? Es
porque son apropiados solo en ciertas ocasiones. Considere el ayuno como
ejemplo. En el Catolicismo Romano (y en muchas otras Iglesias Protestantes que
siguen el ejemplo de la Iglesia Romana) se designan ciertos días y estaciones
para ayunar. Esto es contrario a las Escrituras que enseñan que el ayunar no es
aceptable a Dios cuando surge de tal regulación mecánica (vea Marcos 2:18-20,
Mateo 6:16-18). Por esta razón Cristo condenó el ayunar de los Fariseos.
También declaró que sus discípulos no podían ayunar mientras que el novio
estuviera con ellos. Cuando el ayuno nace de un deseo interno espiritual (es
decir, por arrepentimiento de pecado, un deseo franco de buscar el favor divino,
una crisis urgente personal o algo así) entonces forma parte de la verdadera
adoración. La duración del tiempo involucrado varía (vea 1 Samuel 7:6ss.,
31:13, 2 Samuel 12:2lss., 2 Crónicas 20:3, Nehemías l:4ss., Mateo 4:2ss.,
Hechos 10:30, 13:2ss., 14:23, etc.). Observe una vez más la consistencia
admirable de la Confesión. El ayuno es un elemento de la verdadera adoración
solamente si permanece como algo espontáneo u ocasional, en vez de ser una
parte fija del servicio a Dios que se acostumbra. (Para una explicación de los
juramentos y los votos, vea el Capítulo XXII).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles son los elementos ordinarios de la adoración a Dios?
2. ¿Cuáles son los elementos de la adoración que son ocasionales?
3. ¿Cuál elemento del culto es especialmente importante?
4. ¿Cómo podemos estar seguros que los sacramentos forman parte
de la verdadera adoración?
5. ¿Qué permite la Confesión que se cante en la adoración a Dios?
6. ¿Fue siempre tan “rara” esta costumbre como parece ser hoy en
día?
7. ¿Por qué no aprobó la Asamblea de Westminster el uso de las
composiciones humanas no inspiradas en la adoración a Dios?
8. ¿Por qué es esencial la disciplina de la iglesia en la adoración
verdadera?
9. ¿Cuándo realmente llega a ser un elemento de la verdadera
adoración la disciplina eclesiástica?
10. ¿Qué tendencias modernas demuestran que muchas iglesias se
han apartado del principio de la adoración que afirma la Confesión?
11. ¿Cuál garantía existe contra los errores y los añadidos del culto
Romano?
12. ¿El simbolismo artístico del Tabernáculo y el Templo justifican el
esfuerzo moderno de convertir la adoración en algo de belleza
artística? ¿Por qué?
13. ¿Ha dejado Dios algunas cosas respecto a la adoración para la
determinación humana? ¿Si así fuera, cuáles son?
14. ¿Qué se quiere decir con los elementos “ocasionales” de la
adoración?
15. ¿Por qué deja de ser una parte de la verdadera adoración el ayuno
cuando se fija y se convierte en una parte común de la adoración?
Ver las respuestas a estas preguntas
7. Así como es ley de la naturaleza que, en general, una debida
proporción de tiempo sea separada para la adoración a Dios; así también
en su Palabra, mediante un mandamiento positivo, moral y perpetuo, que
obliga a todo ser humano, en todos los tiempos, Dios ha establecido
específicamente un día de cada siete para reposo, para ser guardado
santo para Él. Desde el principio del mundo hasta la resurrección de
Cristo, este día era el último de la semana, pero desde la resurrección de
Cristo, fue cambiado al primer día de la semana, el mismo que en la
Biblia se llama Día del Señor, el cual debe continuar hasta el fin del
mundo como el Sábado cristiano.
8. El Sábado cristiano es, pues, guardado santo para el Señor, cuando los
seres humanos, después de una debida preparación de sus corazones y
arreglando con anticipación sus asuntos comunes, no solamente observan
todo el día santo reposo de sus propias labores, palabras y pensamientos
acerca de sus empleos y recreaciones seculares, sino que también se
ocupan, todo el tiempo, en el ejercicio de la adoración pública y privada,
y en los deberes de necesidad y misericordia.
XXI, 7-8. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha sujetado (por medio de revelación natural y especial) a todo
hombre a la observación del Día de Reposo,
(2) que el día de Reposo semanal era el séptimo día en el orden de sucesión
desde la creación hasta la resurrección de Cristo,
(3) que fue el primer día a partir de la resurrección,
(4) que Dios requiere que este día sea mantenido como un día santo por
medio de: (a) la preparación correcta, (b) el Reposo de los empleos y los
recreos mundanos (y todo aquello a lo que eso se refiera), (c) el ejercicio
de la adoración a Dios tanto privada como pública, y (d) las obras de
piedad, necesidad y misericordia.
Algunos han intentado, en vano, eliminar el Cuarto Mandamiento del ámbito
de la obligación cristiana mientras que retienen los otros nueve mandamientos.
El fundamento de este impulso normalmente es la contención de que el Día de
Reposo era “Judío” y que “desapareció” junto con las leyes ceremoniales del
Antiguo Testamento. La verdad es que el Día de Reposo fue instituido mucho
antes de cualquier legislación ceremonial (Gn 2:2-3). Pertenece al orden que
Dios estableció para el hombre desde el comienzo. Aun el hombre sin pecado
tenía la obligación de observar el Día de Reposo. Fue creado a imagen de Dios.
Su obligación fue definida por ejemplo divino. “La secuencia dada al hombre de
seis días de trabajo y uno de Reposo sigue el patrón de la secuencia que Dios
siguió en el gran esquema de Su obra creativa” (John Murray). Es inconcebible
que algo pudiera hacer irrelevante el ejemplo de Dios para la obligación del
hombre. Pero aunque esto no lo mencionáramos, aun permanecería claro que el
Cuarto Mandamiento es moral y no ceremonial. Dios es un Dios de orden, no de
confusión. Y él mismo inscribió la ley moral en las tabletas de piedra, antes que
revelara la ley ceremonial por medio de su sirviente Moisés. Puesto que Dios
(quien no puede errar) dio este mandamiento junto con los demás mandamientos,
que son sin duda morales, es necesario considerarlo también como otra ley
moral. Dios no se equivocó en el carácter de su mandamiento, y lo colocó entre
otras leyes morales para que nosotros tampoco nos equivocáramos acerca de su
carácter.
El argumento más plausible contra la autoridad vigente del Cuarto
Mandamiento es el que busca demostrar que Cristo lo ignoró. Es verdad que
Cristo ignoró ciertas restricciones falsas que los fariseos creían vigentes. Pero
cuando los fariseos acusaron a Jesús y a sus discípulos de quebrantar el Cuarto
Mandamiento, su respuesta no fue que el Cuarto Mandamiento había sido
abrogado, sino que los fariseos se equivocaban en su interpretación de ello. Y
procedió a demostrar mediante las Escrituras del Antiguo Testamento que
realmente estaban equivocados (Mt 12:1-13, cp. Lv 14:4-9, 1S 21:6). Cristo
demostró que el sacerdote le dio a David el pan consagrado para preservar su
vida, aunque era una violación técnica de la ley. Similarmente, Cristo demostró
de la Escritura que ciertos tipos de trabajo específicos eran legítimos en el Día de
Reposo. Estas obras son las obras de piedad (es decir, trabajo que se tiene que
hacer para que Dios pueda recibir adoración, como el trabajo del pastor al
predicar el evangelio el día del Señor), obras de necesidad (es decir, trabajo que
no puede atrasarse sin daño a la vida o la propiedad, tal como el rescatar a un
buey que se cae en el arroyo, o ayudando a apagar un incendio), y las obras de
misericordia (como el acto de bondad a algún enfermo o alguien en apuros).
Jesús dijo: “Si ustedes supieran lo que significa: ‘Lo que pido de ustedes es
misericordia y no sacrificios’, no condenarían a los que no son culpables. Sepan
que el Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mt 12:7,8). Los fariseos colocaron
la obligación al Día de Reposo por encima de la obligación al Señor, y en esto
pervirtieron el Día de Reposo. Cristo no eliminó el Día de Reposo, sino que lo
colocó donde pertenecía, es decir, en subordinación a su Señorío. Los discípulos
observaban el Día de Reposo, de forma distinta a los fariseos, porque ellos
servían a Cristo. Si no hubiera existido el pecado y la miseria en el mundo, no
habría que hacer obras de necesidad y misericordia en el Día de Reposo. El Día
de Reposo de Dios comenzó cuando la creación terminó. Pero el pecado y la
miseria del hombre requerían que este Día de Reposo fuera “quebrado” en cierto
modo para poder redimir al hombre. Esto tomó lugar cuando Cristo hizo la
“obra” de la redención, “…porque el que entra en el reposo de Dios descansa
también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas” (Heb 4:10). La
razón del día “nuevo” de Reposo es que Cristo hizo su obra de necesidad y
misericordia en el anterior Sábado de Dios. Si esto no fuera así, “…Dios no
habría hablado posteriormente de otro día” (Heb 4:8). Sin embargo, la obra de
Jesucristo no eliminó el Día de Reposo, sino que, más bien, lo aseguró. “Por
consiguiente, queda todavía un reposo especial para el pueblo de Dios” (Heb
4:9). Pero el ejemplo de Cristo nos demostró que el Día de Reposo permite, o
más bien requiere, obras de piedad, necesidad y misericordia. Y debemos
observar cuidadosamente que Cristo nunca dejó de justificar sus acciones con la
Escritura (Jn 7:22,23).
A veces se ha dicho que la abrogación de la pena de muerte por la violación
del Día de Reposo demuestra que el Cuarto Mandamiento ya no obliga a todos
los creyentes. Esto es confundir la ley civil (que requería tales sanciones por
infracciones de la ley moral) y la ley moral. El error aquí es fácil de demostrar.
Las leyes civiles de Israel requerían la pena de muerte por la violación del
Quinto Mandamiento (Ex 21:17, Dt 21:18ss.), el Séptimo Mandamiento (Dt
22:22), el Segundo Mandamiento (Dt 13:10) y otros (Lv 24:10-24). Sin
embargo, nadie se imagina que los Cristianos estemos libres de violar estas leyes
morales simplemente porque las penas civiles requeridas bajo el Antiguo
Testamento no sean aplicables a “las naciones”. ¿Por qué entonces debería ser
tratado el Cuarto Mandamiento de otra forma?
Pero ¿qué con respecto a los que niegan que el Día de Reposo ha sido
cambiado del séptimo día al primer día de la semana? Los Adventistas del
Séptimo Día, entre otros, insisten que el Cuarto Mandamiento obliga
perpetuamente la observación del séptimo día de la semana como el día del
Señor. Creemos que esta posición es refutada por dos consideraciones.
En primer lugar, el Cuarto Mandamiento no dice: “Acuérdate del séptimo
día”, sino “Acuérdate del Sábado”. Existe una diferencia. La diferencia es la
distinción entre la proporción y el orden. Cuando el mandamiento especifica que
seis de nuestros días son para una obligación y lo que resta de la semana, un
séptimo para ser exactos, para otra obligación, evita precisamente lo que
requiere la posición del Adventista del Séptimo Día. Evita mandar que nos
acordemos del séptimo día en el orden de tiempo, para poder mandar que
observemos el séptimo día en la proporción del tiempo. Puesto que el Cuarto
Mandamiento nos dirige a observar la séptima parte de nuestro tiempo como un
Día de Reposo, no hay nada en este mandamiento que no sea aplicable con toda
su fuerza al primer día de la semana (en cuanto al orden de los días), porque el
primer día de la semana es aun el séptimo en cuanto a la proporción del tiempo.
En segundo lugar, simplemente observamos que la Iglesia Apostólica
observaba “el primer día de la semana” (en cuanto al orden de los días) como la
séptima parte, o el Día de Reposo (Vea Mateo 28:1, Marcos 16:2, Lucas 24:1,
Juan 20:1, 19; Hechos 20:7, 1 Corintios 16:2, Marcos 16:9, Apocalipsis 1:10). A
veces se argumenta que, de todos modos, nosotros no podemos estar seguros que
nuestro Día de Reposo sea el mismo que observó la Iglesia Apostólica. Se dice
que el ciclo puede haberse roto en algún momento a lo largo de los siglos que
nos separan del tiempo de los apóstoles. A esto respondemos que Jesús es Señor
tanto de su Iglesia como de su día. Y él declara que el Día de Reposo es una
señal perpetua del pueblo de Dios (Ex 31:13-16, Ez 22:16, etc.). Cristo prometió
que habría una continuación sin interrupción de su verdadera Iglesia hasta el fin
del mundo, y esto garantiza que el hombre no ha perdido y no perderá el día del
Señor.
Una observación apropiada del día del Señor requiere “un santo descanso
durante todo este día, aun de aquellos trabajos y recreaciones mundanales que
son lícitos en los demás días” (Catecismo Menor, pregunta 60). Para un análisis
más extensivo de la observación apropiada del Cuarto Mandamiento no existe un
estudio más provechoso que el que nos ofrece el Catecismo Mayor en sus
preguntas 115 a 120. Aquí nos contentaremos con una breve declaración de
principios:
1. El significado básico de la palabra Shabbat es cesación. El descansar, en
términos del significado de este mandamiento, no significa dormir. No
significa cesar de hacer trabajo y seguir nuestros pasatiempos favoritos. Lo
que significa es cesar de la muchedumbre de cosas que nos absorben
durante los demás días de la semana, ya sea empleo o entretenimiento. Esto
significa, no que somos libres de hacer cosas pecaminosas los demás días y
no en el día del Señor, sino más bien que aun las cosas buenas que llaman
nuestra atención los demás días, se deben dejar de lado en este día. Por
ejemplo, ver televisión, leer periódicos y revistas y hacer deporte es
aceptable en la vida Cristiana. Pero no son apropiados para el día del Señor,
porque “Shabbat” significa cesar de estas cosas para dedicar un día
exclusivamente a la adoración y a la lectura de la Palabra de Dios, etc.
2. El significado de necesidad es, a menudo, malinterpretado con respecto a
este mandamiento. Las obras de necesidad no son las cosas que necesitamos
solamente para nuestra conveniencia. Por ejemplo, ¿qué debería hacer un
Cristiano si su jefe requiere que trabaje en el día del Señor? Algunos dirían:
“Tendré que trabajar, si no me bajarán de posición y de sueldo”. Sin
embargo, tal razón no hace que ese trabajo se convierta en un trabajo de
necesidad. Solo lo convierte en un trabajo de conveniencia. Si un médico
dice: “Debo operar a este hombre hoy día o se morirá”, está hablando de
una obra de necesidad. Pero si un carpintero dice: “Debo reportarme a este
trabajo de construcción porque de lo contrario arriesgaré mi trabajo”, habla
solo de su propia conveniencia. La obra en sí no es necesaria. Sería casi
igual argumentar que está justificado el robo (“Tengo que robar porque mi
familia necesita más dinero”) como argumentar que una obra sea necesaria
en el día del Señor simplemente porque implicaría inconveniencia o
dificultad personal.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Sobre la base de qué cancelan o relajan la obligación de observar
el Cuarto Mandamiento Iglesias tales como la Luterana?
2. ¿En qué forma se puede comprobar que el Cuarto Mandamiento no
es ceremonial?
3. ¿Dejó Cristo de lado las leyes del día del Señor en su época?
Explíquese.
4. ¿Cómo justificó Cristo sus acciones?
5. ¿Cuáles son los tres tipos de “obras” aceptables para Cristo en el
día del Señor?
6. ¿A qué servían los fariseos en su observación del día del Señor?
7. ¿A quién servían los discípulos en su observación del día del
Señor?
8. ¿Qué mantienen los Adventistas del Séptimo Día (en cuanto al día
del Señor)?
9. ¿Qué evidencia refuta esta posición?
10. ¿Qué significa la palabra “Shabbat”?
11. ¿De qué debemos “descansar”?
12. ¿Cuál es la diferencia entre la necesidad y la conveniencia?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Vea íbid, p. 253.
21
De los Juramentos y Votos Lícitos (XXII)
1. Un juramento lícito es parte de la adoración religiosa, por medio del
cual una persona, en una ocasión justa, al jurar solemnemente, invoca a
Dios como testigo de lo que afirma o promete; y para que le juzgue según
la verdad o falsedad de lo que jura.
2. Las personas deben jurar únicamente por el nombre de Dios, el cual
debe ser usado con toda reverencia y santo temor. Por lo tanto, jurar en
vano o precipitadamente por este nombre glorioso y terrible, o jurar en
alguna manera por cualquier otra cosa, es pecaminoso y debe ser
detestado. Además, así como en asuntos de peso y de importancia, un
juramento está autorizado por la Palabra de Dios, tanto bajo el Nuevo
Testamento como bajo el Antiguo, del mismo modo, cuando una autoridad
legítima demanda un juramento lícito para tales asuntos, dicho juramento
deberá hacerse.
3. Cualquiera que hace un juramento debe considerar debidamente la
importancia de tan solemne acto y, por lo tanto, no deberá afirmar nada
más que aquello de lo cual está plenamente seguro que es la verdad.
Tampoco debe persona alguna obligarse mediante juramento a cosa
alguna, sino solamente a lo que es bueno y justo, y a lo que cree que lo es,
y a lo que es capaz y está decidido a cumplir. Además, es pecado rehusar
un juramento tocante a algo bueno y justo cuando es requerido por una
autoridad legítima.
4. Un juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras,
sin ambigüedad o reservas mentales. Dicho juramento no puede obligar a
pecar; pero en todo lo que no sea pecaminoso, habiéndolo hecho, su
cumplimiento es obligatorio; aun cuando sea en perjuicio propio,
tampoco debe violarse aunque se haya hecho a herejes o infieles.
XXII, 1-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan acerca de:
(1) la naturaleza del juramento lícito,
(2) el único nombre por el cual es lícito juramentar,
(3) la conveniencia y el deber del juramento en situaciones apropiadas,
(4) el sentido en el cual debe ser interpretado el juramento, y
(5) el fundamento de los juramentos y hasta qué punto son una obligación
que debe cumplirse.
Algunos han dudado que debamos juramentar en lo absoluto. Jesús dijo:
“También han oído que se dijo a sus antepasados: ‘No faltes a tu juramento, sino
cumple con tus promesas al Señor’. Pero yo les digo: No juren de ningún modo:
ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de
sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por
tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva
blanco o negro. Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea realmente ‘sí’; y cuando
digan ‘no’, que sea ‘no’. Cualquier cosa de más, proviene del maligno” (Mt
5:33-37). Es fácil ver cómo se pueden basar en este texto los que se oponen a
todo tipo de juramento. Sin embargo, una lectura cuidadosa de este texto a la luz
del contexto no apoyará tal punto de vista. Aquí Cristo no está destruyendo la
ley (Mt 5:17-18) sino que la está librando de las falsas interpretaciones. Una de
estas falsas interpretaciones de los Judíos era que solamente algunos juramentos
eran de carácter obligatorio, dependiendo del nombre en el cual juraban los
hombres. Cristo dijo que, muy por el contrario, tales distinciones eran vanas y
malvadas, y que todo juramento era obligatorio. Y más allá de eso, dijo que la
palabra del hombre debería ser verdadera y debe cumplirse aun sin juramentos.
Si los hombres fueran sinceros y simplemente hablaran la verdad, no sentirían la
necesidad de juramentar a cada rato. Los juramentos han entrado en uso porque
los hombres son mentirosos. Sin embargo, es un grave error suponer que una
mentira no sea malvada porque no se juramentó. Aun así, los judíos llegaron más
allá de esto, declarando que el perjurio no estaba mal salvo que se haya
juramentado de cierta forma (Mt 23:16-22). Ahora observen: Cristo no dijo que
todo lo que fuera más fuerte que “sí, sí” es pecaminoso, solo dijo que procedía
del mal, en cuanto se había hecho necesario por la prevaleciente falta a la
verdad. En la plenitud del Reino de Dios por venir no habrá juramentos, porque
todos dirán la verdad en toda su pureza (Ap 21:8,27). Mientras tanto, en el
mundo pecaminoso en el que actualmente vivimos, la mentira sigue siendo tan
común que es posible que ciertos momentos especialmente solemnes requieran
el juramento, y que bajo ciertas circunstancias es lícito juramentar (Lc 1:73, Mt
26:63, Hch 2:30, Heb 3:11, 18; 4:3; 6:11-18). Jesús mismo juramentó en esta
forma. Y con frecuencia, hizo un prólogo utilizando lenguaje con carácter de
juramento. “De verdad, de verdad te aseguro…”. Se puede notar que los
juramentos que Cristo condena evitan el uso del nombre de Dios. Estos se
consideraban violables por los judíos. Esto es lo que Cristo condenaba
absolutamente. El que sostiene que no tiene que hablar la verdad, a menos que
confirme su palabra mediante juramento en cierta forma, no puede ser admitido
en el Reino, en el cual reina la verdad. Sin embargo, esto de ninguna forma
contradice el hecho de que los que son de la verdad puedan hacer juramentos
solemnes a Dios. “Teme al Señor tu Dios y sírvele. Aférrate a él y jura solo por
su nombre” (Dt 10:20).
Las ocasiones apropiadas para tomar juramentos son las que involucran
intereses serios y lícitos, y en los cuales es necesaria una apelación a Dios como
testigo para asegurar la confianza y terminar con la contienda, y también cuando
el juramento es impuesto por una autoridad competente sobre sus súbditos. En el
último caso, especialmente, el juramentar es un deber y el rehusarse a hacerlo es
un pecado.
El perjurio es el acto mediante el cual intencionalmente se jura falsamente. Es
un crimen serio. La Biblia lo asocia con el jurar por dioses falsos (Sal 24:4). El
juramentar con la intención oculta de un doble sentido, no evidente a los demás,
o con cierta reserva mental, por medio del cual la mente vocaliza
silenciosamente su disconformidad con parte o todo de lo que se está
juramentando, es un enorme pecado. Y a pesar de ello, ¡este pecado es común
hoy en día aun en iglesias que oficialmente se aferran a esta Confesión de Fe!
Cuando se ordena e instala a un pastor Presbiteriano, se requiere que haga ciertos
juramentos. Se requiere, en este juramento de oficio, que afirme que la Biblia es
la única regla infalible de fe y práctica. Después se requiere que juramente
solemnemente que él personalmente recibe y adopta la Confesión de Fe y los
Catecismos como documentos que concuerdan con y están basados en la Palabra
de Dios, y que él personalmente acepta el sistema de doctrina que ellas
contienen. Tomar tal juramento de oficio y a la vez no creer que la Biblia sea
infalible, o no estar de acuerdo con las doctrinas de la Confesión de Fe (tales
como, por ejemplo, la concepción virginal de Cristo y su resurrección corporal, o
la doctrina de la elección) es ser culpable de perjurio. No nos debe sorprender la
baja condición espiritual de las iglesias ya que se ha hecho una costumbre
aceptable juramentar falsamente, y eso de parte de los pastores de Israel.
Un juramento está de acuerdo con la Palabra de Dios solo si existe verdadera
sinceridad en el que juramenta. No debe “afirmar nada más que aquello de lo
cual está plenamente seguro que es la verdad”. Sin embargo, a veces, sucede que
uno juramenta llevar a cabo un deber que después llega a percibir que está en
contra de la Palabra de Dios. Un ejemplo de esto sería el que solemnemente, y
en el momento sinceramente, jura educar a sus hijos en el falso sistema del
Catolicismo Romano. A veces se argumenta que tal juramento es obligatorio
porque fue hecho con sinceridad, porque, en el momento, el que lo juró creía que
era correcto hacerlo (o por lo menos, que no estaba mal) y que había resuelto
cumplir con su juramento. Sin embargo, un juramento rige solamente si lo
prometido es bueno y justo, es decir, de acuerdo con la Palabra de Dios. La razón
de esto es evidente: Lo que es contrario a la Palabra de Dios es pecado, y es el
deber del hombre no pecar; por lo tanto, el jurar que uno va a pecar no puede
obligar a pecar ni justificar el pecado. De modo que cuando uno descubre que ha
prometido pecar bajo un solemne juramento, su único recurso es pedir perdón
por haber hecho tal promesa desde el comienzo y renunciar a dicho juramento
(Mt 14:2-12). Estaba mal desde el comienzo el haber jurado así. Sería un doble
mal cumplirlo después de descubrir que es pecaminoso. Sin embargo, debemos
tener cuidado de no confundir lo que está mal con lo que es meramente doloroso.
“En todo aquello que no sea pecaminoso” el cumplimiento de un juramento
tomado “es obligatorio, aun cuando sea en perjuicio propio”. Dios honra al
hombre “…que cumple lo prometido aunque salga perjudicado…” (Sal 15:4). Es
imperativo que los Cristianos consideren cuidadosamente el significado de un
acto tan solemne estando seguros de que no juren hacer algo más allá de sus
habilidades y de su resolución. Aun así, al descubrir que implica mucha más
dificultad y aflicción de lo que originalmente habían anticipado, no pueden negar
lo que no sea contrario a la Palabra de Dios sin ser culpables de pecado (Ez
17:19, Jos 9:19).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la interpretación que a veces se le da a Mateo 5:33-37?
2. ¿Cuál es la interpretación correcta de este pasaje?
3. ¿Dijo Jesús que todo juramento era malo? Si eso no fue lo que dijo,
¿qué fue lo que dijo, exactamente?
4. ¿Cuál era el error común de los judíos con respecto a los
juramentos?
5. ¿Qué pruebas se podrían dar para demostrar que los juramentos
son legítimos?
6. ¿Qué es el perjurio?
7. ¿Qué doctrinas jura mantener y defender un pastor Presbiteriano?
(Dé algunos ejemplos).
8. ¿De qué son culpables los pastores Presbiterianos cuando no creen
las doctrinas contenidas en la Confesión de Fe?
9. ¿Debe uno cumplir su juramento si más tarde descubre que lo que
ha jurado está en contra de la Palabra de Dios? ¿Por qué?
10. ¿Debe uno cumplir su juramento si más tarde descubre que le será
inconveniente?
Ver las respuestas a estas preguntas
5. El voto es de naturaleza semejante a la del juramento promisorio, y
debe hacerse con el mismo cuidado religioso y cumplirse con la misma
fidelidad.
6. El voto no debe hacerse a criatura alguna sino únicamente a Dios y,
para que sea acepto, debe hacerse voluntariamente, con fe y conciencia
del deber, de manera grata por la misericordia recibida, o para la
obtención de lo que queremos. Por medio de aquel voto nos obligamos
más estrictamente a cumplir los deberes necesarios u otras cosas en tanto
y cuanto nos conduzcan al adecuado cumplimiento de ellas.
7. Nadie deberá hacer un voto para realizar cosa alguna prohibida por la
Palabra de Dios, o que impida algún deber mandado en ella, o a lo que
no está en su capacidad, y para cuyo cumplimiento no tenga promesa
alguna o talento departe de Dios. En este sentido, los votos monásticos
papistas referentes a la perpetua vida célibe, de pobreza profesa y de
obediencia regular están tan lejos de ser grados de perfección superior, y
son más bien lazos supersticiosos y pecaminosos en los cuales ningún
cristiano debe enredarse.
XXII, 5-7. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que un voto es similar a un juramento,
(2) que un voto se toma únicamente ante Dios,
(3) que debe ser hecho voluntariamente, en fe, consciente de lo debido, como
motivo de agradecimiento por alguna misericordia recibida, o por haber
recibido algo deseado,
(4) que nos ata al deber,
(5) es decir, que se debe tomar solo según los principios de la Palabra de
Dios, y
(6) que los votos Católico Romanos del celibato, la pobreza y la obediencia
debida, están en contra de la Palabra de Dios.
Un juramento tiene que ver con el deber del hombre hacia el hombre. Un voto
trata del deber del hombre hacia Dios. En un juramento, el hombre pide que Dios
sea testigo y juez de lo que él dice o promete al hombre. En un voto el hombre
hace una promesa solemne a Dios. En ambos casos, los hacemos y los
cumplimos por reverencia y obligación a Dios. Y existe la sanción bíblica para
los votos tanto como para los juramentos. “¿Cómo puedo pagarle al Señor por
tanta bondad que me ha mostrado?”, pregunta el Salmista. “¡Tan solo brindando
con la copa de salvación e invocando el nombre del Señor! ¡Tan solo cumpliendo
mis promesas al Señor en presencia de todo su pueblo!” (Sal 116:12-14). Como
en el caso de los juramentos, se debe tener mucho cuidado al tomar los votos.
“Cuando vayas a la casa de Dios, cuida tus pasos y acércate a escuchar en vez de
ofrecer sacrificio de necios, que ni conciencia tienen de que hacen mal. No te
apresures, ni con la boca ni con la mente a proferir ante Dios palabra alguna; él
está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras […] quien mucho
habla dice tonterías. Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo,
porque a Dios no le agradan los necios. Cumple tus votos: vale más no hacer
votos que hacerlos y no cumplirlos” (Ec 5:1-5).
El hombre que nunca hace un voto prospera más que el que no cumple el voto
que ha hecho. Sin embargo, esto no significa que sea mejor para el hombre que
nunca haga votos. Muchos, tal vez la mayoría de los votos o las promesas que
los hombres hacen a Dios nunca se cumplen y, por lo tanto, sería mejor no
haberlos hecho. Pero cada verdadero creyente debe tomar y cumplir por lo
menos un voto, es decir, el abrazar a Jesucristo de la forma que es ofrecido
libremente en el evangelio y caminar con él con una vida nueva. Entonces, por lo
menos en esta instancia, la Biblia dice: “Hagan votos al SEÑOR su Dios, y
cúmplanlos…” (Sal 76:11). Entonces vemos que es perfectamente consistente
con las Escrituras requerir que los hombres confiesen públicamente a Cristo y
tomen votos de fe y obediencia (Mt 10:32).
Los votos de membresía son hechos en la presencia del hombre, pero se
dirigen al Señor. En la mayoría de las iglesias Reformadas, estos votos son, en su
sustancia, como sigue:
1. el voto de creer, aceptar permanentemente y obedecer la Biblia como la
única regla infalible de fe y práctica,
2. hacer el voto de, o prometer, considerarse a uno mismo como pecaminoso y
corrupto, y renunciar a sí mismo para recibir la salvación que es únicamente
en Cristo,
3. hacer el voto de, o prometer, reconocer a Jesucristo como su propio Rey y
depender de él para caminar en una vida nueva; y
4. hacer el voto de, o prometer, prestar atención a la lícita disciplina de Cristo
administrada por su Iglesia según la Palabra de Dios. Es verdad que un
hombre que haga tales votos y después no los cumpla está en peores
condiciones que el que nunca hace voto alguno. Pero también es verdad que
ningún hombre que no haga ni cumpla estos votos prosperará.
Debemos tener cuidado con no hacer un voto que esté en contra de las
Escrituras (Hch 23:12, Jue 11:30ss.). Ejemplos de este tipo de votos se pueden
encontrar hoy en día en el Catolicismo Romano, el Protestantismo liberal y aun
entre los Fundamentalistas. La Iglesia Romana requiere un voto de celibato de
todos sus sacerdotes. Pero Cristo dijo que “no todos pueden comprender este
asunto” (Mt 19:11). Y enseñó que tal estado debe ser estrictamente voluntario
cuando dijo: “El que pueda aceptar esto, que lo acepte” (v. 12). Y en todo caso
las Escrituras prohíben que cualquier clase de hombre, incluso los oficiales de la
Iglesia, esté bajo tal reglamento. “Pero en vista de tanta inmoralidad, cada
hombre debe tener su propia esposa…”, dice el apóstol (1Co 7:2). Si uno no
puede sobrellevar la carga del celibato, la regla es: “…que se casen…” (1Co
7:9). Y es más bien la regla y no la excepción que “el obispo” sea “…esposo de
una sola mujer…” (1Ti 3:2). Y la “prohibición del matrimonio” es llamada una
“doctrina diabólica” por el mismo apóstol, quien, aparentemente, era célibe
voluntariamente (1Ti 4:1,3). Un voto de pobreza obliga la renuncia de toda
propiedad privada. Esto contradice la enseñanza de Pedro (Hch 5:4). Un voto de
obediencia es una violación directa del mandato específico de Dios que dice: “…
no se vuelvan esclavos de nadie” (1Co 7:23). “¡Es necesario obedecer a Dios
antes que a los hombres!” (Hch 5:29). Solo Dios es Señor del creyente. Es un
pecado hacer un voto de, o prometer, cualquier cosa a Dios que no sea requerida
o aprobada por Dios. Aun así, aun entre los Protestantes una forma muy seria de
este pecado se ha vuelto común. Esto es, la costumbre de animar a la gente, a
menudo por medio de influencia psicológica emocional, en el afán del momento,
de firmar tarjetas de promesa de fe. Y lo más preocupante de todo es que, a
menudo, las víctimas son los niños. Y les decimos víctimas sin importar cuál sea
el voto—aunque el voto sea inocente en sí. La razón es que tanto un voto como
un juramento solo puede hacerse si existe:
(a) verdadera consideración y conocimiento de la importancia de un acto tan
solemne,
(b) una persuasión de la conciencia que tal voto sea bíblico, y
(c) una convicción de que uno es capaz de y que ha resuelto cumplir el voto.
Cuando un niño firma una tarjeta de promesa de fe, o hace un voto, es muy
poco probable que se puedan cumplir estas condiciones. Es, por lo tanto, pecado,
mayormente por parte de los adultos que pecan y hacen pecar, pero también es
pecado por parte de los niños: “…todo lo que no se hace por convicción es
pecado” (Ro 14:23). Esto no es lo mismo que decir que los niños no estén
sujetos a los votos del pacto de sus padres. Al contrario, creemos que los hijos de
los creyentes son niños del pacto. Están sujetos a los mismos votos que sus
padres, en todo aquello que mande Dios. Un padre no puede colocar a un niño
bajo una obligación perpetua a absolutamente nada que no sea un mandato de
Dios (Mt 4:10). Sin embargo, esto es muy distinto a inducir a los niños que
hagan votos que aún no sean capaces de hacer por sí mismos.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la diferencia entre un juramento y un voto?
2. ¿En qué forma son similares?
3. Pruebe bíblicamente que los votos no son contrarios a la voluntad
de Dios.
4. ¿Qué voto es requerido de un Cristiano? ¿Qué se promete en este
voto?
5. Dé un ejemplo de un voto no bíblico que es común en el Catolicismo
Romano.
6. Dé un ejemplo de un voto no bíblico que es común en el
Protestantismo.
7. ¿Por qué está mal inducir a los niños a hacer votos?
8. ¿Hay instancias donde los niños están sujetos a los votos de sus
padres?
Ver las respuestas a estas preguntas
22
Del Matrimonio y el Divorcio (XXIV)
1. El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer. No le es lícito a
ningún hombre tener más de una esposa, ni a una mujer tener más de un
esposo, al mismo tiempo.
2. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda entre el esposo y la
esposa, para la multiplicación de la raza humana por generación
legítima, y de la iglesia con una simiente santa, y para la prevención de la
impureza.
3. A toda clase de personas les es lícito casarse con quien está en la
capacidad de dar su consentimiento con juicio. Sin embargo, es deber de
los cristianos casarse solamente en el Señor; por lo tanto, los que
profesan la verdadera religión reformada no deben casarse con infieles,
Católico Romanos u otros idólatras; ni deben, los que son piadosos,
unirse en yugos desiguales, casándose con quienes sean notoriamente
malvados en su vida, o sostengan herejías detestables.
XXIV, 1-3. Postergaremos la discusión del Capítulo XXIII de la Confesión hasta
llegar al Capítulo 29 de esta obra para poder estudiar juntos los capítulos y
secciones XXIII, 3 y XXXI, 1-2 (secciones que tratan del poder del Magistrado
Civil con respecto a temas eclesiásticos).
Las secciones 1 al 3 del Capítulo XXIV de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha mandado el matrimonio monógamo,
(2) que este sirve sus propósitos variados,
(3) que el celibato no se debe considerar como un estado más santo que el
matrimonio, y
(4) que los Cristianos Reformados no deben casarse con inconversos ni
tampoco con los que suscriben errores peligrosos.
Que el matrimonio es una institución divina se nos enseña claramente en la
Escritura (Gn 2:18-25). El matrimonio es una provisión divina. En cuanto Dios
hizo solo una mujer, es evidente que el matrimonio era únicamente entre un solo
hombre y una sola mujer. Esto fue reconocido en la profecía de Adán que habló
en singular al referirse a la esposa por la cual un hombre dejaría a su padre y a su
madre. El comentario de Cristo se ve en forma implícita en el relato de Génesis:
“…y los dos llegarán a ser un solo cuerpo” (Mt 19:5). Y la partida de esta
monogamia original se ve en la historia de los que se desviaron de Dios (Gn
4:16, 19). Está claro que la poligamia era el resultado y la evidencia de la
depravación del hombre y una contradicción de la institución divina (Gn 6:5).
Lo que escuchamos con frecuencia con respecto a este asunto es el hecho
conocido de que muchos creyentes del Antiguo Testamento tenían más de una
mujer a la vez. Incluso existe una provisión (en Deuteronomio 24:1-4) para el
divorcio en casos que no involucraban adulterio. Es obvio que esto presenta
cierta dificultad, y algunos han intentado argumentar contra la doctrina de la
Confesión basándose en ello. Pero en Mateo 19:3-9, Jesús reconoce y responde a
esta dificultad. En respuesta a los fariseos, Jesús insiste que el relato de Génesis
queda claro: Desde el comienzo eran un hombre y una mujer, los dos formando
un solo cuerpo, y que lo que Dios había unido no debía ser separado por ningún
hombre. Esta era la norma divina. Y cada desviación de ella era pecado. “Moisés
les permitió divorciarse de sus esposas por lo obstinados que son […] Pero no
fue así desde el principio. Les digo que, excepto en caso de infidelidad conyugal,
el que se divorcia de su esposa, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19:89). Como dice John Murray (Principies of Conduct): “Esto solo es afirmar que se
toleraba cierta libertad en el asunto del divorcio. En este sentido se nota una
diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Esta libertad concedida o
sufrida bajo el Antiguo Testamento ha sido eliminada en el Nuevo. Sin embargo,
es muy necesario distinguir, por un lado entre este sufrir la tolerancia, y por el
otro, la aprobación. Se había otorgado licencia, tolerancia; se había soportado
este hecho. Pero en esta misma noción subyace la idea de que estaba mal. Por
eso no afirmamos que licencia o tolerancia concedida tenga conexión con lo que
es correcto y deseable”. A causa de la dureza de sus corazones, Moisés tenía que
soportar una práctica que comenzó aun con Abraham. Sin embargo, el conceder
que el corazón sea tan duro no implica ninguna aprobación del pecado que se
haya tolerado. Por eso Jesús dice: “Pero no fue así desde el principio”.
El matrimonio cumple diversos propósitos. Uno de ellos es la satisfacción del
deseo sexual (Gn 2:20). La Escritura dice que para evitar la satisfacción
pecaminosa e inapropiada del deseo sexual, cada ser humano debe tener el
derecho del matrimonio (1Co 7:2). Y dentro del matrimonio no debe haber una
falta de parte de cualquiera de los dos de suplir esta necesidad y este deseo. “El
hombre debe cumplir su deber conyugal con su esposa, e igualmente la mujer
con su esposo. La mujer ya no tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su
esposo. Tampoco el hombre tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su
esposa” (1Co 7:3-4). Ni a los intereses de la piedad se les permite interferir con
esta obligación (v. 5). Y si hubiera consentimiento mutuo para la abstinencia
temporánea de la relación sexual, aun así debe ser de duración limitada para que
el deseo sexual no se vuelva el instrumento de la tentación de Satanás. Y en
cualquier caso, la negación unilateral de la relación sexual es tanto pecaminosa
como peligrosa.
En el testimonio de la Escritura sobre este aspecto del matrimonio creemos
que se deben evitar dos errores:
1. Hay el error que ha sido denominado “Puritano” o “Victoriano” (tal vez con
alguna justificación) y que tiende a ver el sexo como algo intrínsecamente
malo precisamente porque involucra un deseo intenso y el placer. Sin
embargo, el pecado yace en la perversión de estos, y no en ellos en sí. El
poder de este error ha sido tan fuerte que aun ha llevado a una
interpretación muy imaginativa y trabajosa de los Cantares en la Biblia que
tan francamente reconocen la legitimidad de la satisfacción apropiada del
deseo sexual.
2. El otro error es el que restringe la expresión legítima del deseo sexual a la
procreación de niños. Esta es la posición que dice que la satisfacción del
deseo sexual es apropiada solo cuando su propósito es de engendrar hijos.
Creemos que esta posición es imposible de apoyar a luz de 1 Corintios 7:35. El deber mandado aquí permanecería aun sin la habilidad de engendrar
hijos. Por esta razón no creemos que la Escritura pueda soportar el
argumento de que es necesaria, inevitable, e invariablemente pecaminoso
buscar la satisfacción del deseo sexual aparte del propósito de la
procreación. Por consiguiente, creemos que la iglesia yerra cuando hace una
prohibición general del uso de los medios por los cuales, en ciertas
circunstancias, se pueda cumplir uno de los propósitos del matrimonio sin
el otro.
Sin embargo, para los Cristianos Reformados el peligro parece venir de otro
lado. Decir que la Escritura no manda que la satisfacción del deseo sexual
siempre tenga que incluir el propósito procreativo no es lo mismo que decir que
se pueda descuidar el propósito procreativo. Dios ha mandado el matrimonio no
solo para la satisfacción apropiada del deseo sexual, sino también “para la
multiplicación de la raza humana por generación legítima, y de la iglesia con una
simiente santa”. Este es el mandato divino (Gn 1:28). La finalidad de la
existencia del hombre es glorificar a Dios en cada ámbito de la vida. Cuando el
deseo sexual no está gobernado por este propósito, sin duda ha sido rebajado.
Cuando se ve gobernado por el deseo de glorificar a Dios, se convierte en el
instrumento de Dios para el crecimiento de su Iglesia con la semilla prometida
(Mal 2.15, Hch 2:39, etc.) El evitar engendrar hijos por razones egoístas es lo
opuesto al cumplimiento apropiado del propósito divino del matrimonio.
Debemos darnos cuenta completamente del abuso actual del conocimiento
moderno de los métodos convenientes de evitar engendrar hijos. Y este abuso
debe ser condenado. Sin embargo, el abuso de algo no justifica su absoluta
condenación.
La Sección 3 afirma que “a toda clase de personas les es lícito casarse con
quien está en la capacidad de dar su consentimiento con juicio”. Es ilícito que
los hombres sean pecadores y que no crean en el evangelio. Pero existen buenas
razones por las cuales los Cristianos deberían apoyar las leyes civiles que
requieren que los no creyentes observen la orden del matrimonio monógamo en
lo posible. Prohibir el matrimonio de los no creyentes sería por lo menos tan
necio como prohibir que los creyentes se casen. Por consiguiente, creemos que
donde la ley civil reconoce al pastor de la Iglesia como el agente de la sociedad
con la autoridad civil de sancionar el matrimonio de los inconversos, puede que
en algunas situaciones sea su deber tomar esa acción para evitar un mal mayor.
Sin embargo, sería el deber del pastor, en tal caso, indagar en cuanto a la
profesión religiosa de ambas personas, y proceder solo si ninguno de los dos
hiciera una profesión de la verdadera religión. No obstante, si uno, y solo uno,
afirmara la verdadera religión, estaría en contra de la Palabra de Dios sancionar
tal matrimonio porque la Escritura afirma claramente que un creyente solo debe
casarse “en el Señor” (1Co 7:39, vea también 2 Corintios 6:14-18, Génesis 6:13, Éxodo 34:16, Deuteronomio 7:3,4, etc.). Es verdad que cuando un matrimonio
así ya ha sido contratado y consumado, ya forma una obligación y un
compromiso (1Co 7:12-14). Que el creyente iniciara una disolución del lazo
matrimonial en un caso así sería pecado (v. 15). Pero es probable que los casos
que se estaba imaginando el apóstol se debían, más bien, a la conversión de uno
de la pareja antes del matrimonio. De todos modos, un creyente no puede casarse
con un inconverso sin pecar. Y la disciplina de la iglesia es requerida en tal caso.
Constituye una dificultad añadida el discernir entre la muchedumbre de
denominaciones que dicen ser cristianas y las que se adhieren a la verdad de
Dios a un suficiente grado que uno pueda tener confianza que un miembro de esa
denominación pueda conocer y afirmar la verdadera religión. La Confesión dice
que “quienes profesan la verdadera religión no se deben casar” con adherentes
de la fe Católica Romana, ni con ninguno que “mantenga herejías condenables”.
Se podría argumentar que una persona podría, posiblemente, ser un verdadero
creyente y aun así ser un adherente de una religión falsa. En nuestra opinión,
esto es una idea falsa. La fe de una persona no puede ser juzgada aparte de su
profesión y su vida, y en este caso, la profesión y la vida estarían en oposición a
la conclusión de que fuera un creyente. No podemos separar la responsabilidad
personal y la corporativa.
Finalmente, debemos admitir que el problema puede ser muy difícil en
algunos casos. Existen errores que son de distintos grados de seriedad. De todos
modos, creemos que el creyente que conoce la verdadera fe Reformada está bajo
obligación de casarse solo si ese matrimonio no requiriera el comprometer la
verdad de Dios.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Pruebe por medio de la Escritura que Dios instituyó el matrimonio.
2. Pruebe que el matrimonio bíblico es monógamo.
3. ¿Justifica la poligamia el hecho de que los creyentes del Antiguo
Testamento la practicaran? ¿Por qué?
4. ¿Cuál es el significado del término “permitió” en Mateo 19:8?
5. ¿Con qué se confunde a veces este permiso o licencia?
6. ¿Cuáles son los propósitos del matrimonio?
7. ¿Cuáles han sido y son las dos actitudes falsas muy comunes hacia
el sexo?
8. ¿Qué peligro parece asediar al Cristiano Reformado que ignora los
dos errores arriba mencionados?
9. ¿A quiénes puede unir bíblicamente en matrimonio un pastor
Reformado?
10. ¿Es válido y comprometedor el matrimonio entre un inconverso y
un creyente?
11. Compruebe por medio de la Escritura que un Cristiano solamente
puede casarse con otro Cristiano.
12. ¿Estaría bien casarse siendo ambos Cristianos, en cada situación?
¿Por qué?
Ver las respuestas a estas preguntas
4. El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de
consanguinidad o afinidad prohibidos en la Palabra de Dios. Ni pueden
tales matrimonios incestuosos legitimarse jamás por ninguna ley humana,
o por el consentimiento de las partes, para que tales personas vivan juntas
como esposo y esposa. El hombre no debe casarse con ningún familiar de
su esposa que sea la más cercana en sangre, ni de los suyos propios. La
mujer tampoco puede casarse con ningún familiar de su esposo que sea el
más cercano en sangre, ni de los suyos propios.
5. El adulterio y la fornicación cometidos después del compromiso, si son
descubiertos antes del matrimonio, dan ocasión justa a la parte inocente
para disolver el compromiso. En el caso de adulterio después del
matrimonio, es lícito para la parte inocente presentar demanda de
divorcio, y después del divorcio casarse con otra persona como si la parte
ofensora estuviese muerta.
6. Aunque la corrupción del ser humano sea tal que le dé aptitud para
estudiar argumentos para separar indebidamente a aquellos que Dios ha
unido en matrimonio; sin embargo, nada excepto el adulterio o la
deserción obstinada que no pueda ser remediada por la iglesia o el
magistrado civil es causa suficiente de disolución del lazo matrimonial. Si
este fuese el caso, debe observarse un procedimiento público y ordenado,
y las personas involucradas en éste no deben ser dejadas a su propia
voluntad y discreción en su respectivo caso.
XXIV, 4-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que existen ciertas restricciones divinas en cuanto a con quién puede
casarse un cristiano, debido a relaciones ya existentes,
(2) que existen dos razones posibles para el divorcio legítimo: (a) el adulterio
o la fornicación, y (b) el abandono de un Cristiano por un inconverso, y
(3) que aunque la maldad del hombre sea tal que siempre busque desechar el
mandato divino, aun así es el deber, tanto de la Iglesia como del Estado,
hacer cumplir tal mandato divino.
En Levítico 18:6-23 y 20:10-21 hay una lista extensa de los tipos de
relaciones que se consideran incestuosas. Por supuesto, ni el Antiguo ni el
Nuevo Testamento trata de cada tipo posible de relación incestuosa. Más bien lo
que se da es un ejemplo representativo de los varios tipos.
Un análisis del código Levítico demuestra que se prohíbe el acto sexual
dentro de un círculo específico de familiares, y el ámbito de esa relación, según
la sección XXIV, 4 de la Confesión, incluye los que son familiares tanto por
medio del matrimonio como los de sangre. Es decir, cuando ya nos hemos
casado, estamos sujetos, de allí en adelante, tanto a las mismas limitaciones con
respecto a los que se han convertido en nuestros familiares por medio del esposo
o la esposa como a las que ya teníamos con respecto a nuestros familiares de la
misma sangre. Esta sección de la Confesión ha sido frecuentemente, y durante
muchos años, la causa de mucha contienda. Muchas, tal vez incluso una gran
mayoría de las denominaciones Presbiterianas alrededor del mundo no han
adoptado esta sección en su versión de la Confesión de Fe de Westminster en su
Iglesia. No queremos sugerir que dudamos de la fe de todos los que no estén de
acuerdo con nosotros en este punto. Muchos de los que han creído sinceramente
el sistema de doctrina enseñado en esta Confesión, han sido incapaces de aceptar
esta sección en particular. Sin duda la falta de unanimidad sobre este punto
explica el hecho de que algunas Iglesias Presbiterianas realmente Ortodoxas han
borrado esta sección. Sin embargo, la Palabra de Dios es la prueba final de toda
doctrina, incluso la de la Confesión. Y es por esta razón que no encubrimos el
hecho de que:
1. esta doctrina es enseñada en la versión original de la Confesión, y
2. que creemos que esta doctrina es enseñada por la Biblia. Para los que
tengan interés en una consideración mayor de este tema, sugerimos que, en
defensa de la Confesión, consulten los Principios de Conducta del Profesor
John Murray (Eerdman’s, Grand Rapids, 1957), pp. 49-55, y el Apéndice B,
p. 250ss. Para otra perspectiva, vea “El Matrimonio”, The New Bible
Dictionary (Eerdman’s, Grand Rapids, 1962), p. 789, y la bibliografía allí
incluida.
Es una observación de ya muchos años que los primeros matrimonios no
pudieron cumplir con las limitaciones delineadas en el libro de Levítico. Esto no
puede ser negado. Los hijos de Adán tuvieron que haberse casado entre ellos.
¿Cómo podemos explicar esta aparente discrepancia? Creemos que la
explicación está en que el deber del hombre está condicionado por la provisión
divina. Era la obligación de Adán unirse a su esposa, pero no hasta el momento
que Dios le haya hecho una mujer a la cual se pudiera unir. Era la obligación de
los seres humanos casarse fuera de su grado consanguíneo y su afinidad, pero no
antes que hubiera un desarrollo suficientemente amplio de la raza humana como
para permitir el cumplimiento de este deber. Cuando se redujo de nuevo la raza
humana a una sola familia (es decir, por el diluvio universal) de nuevo era
imposible cumplir este deber. Pero tan pronto como la familia de Noé había
incrementado más allá de estos grados de relación, era su obligación casarse
fuera de ellos.
No requiere mucho esfuerzo comprobar que el divorcio sea lícito en el caso
del adulterio. Como el adulterio es la única excepción explícitamente permitida
por Cristo, mientras que en los demás casos es pecado separarse de la esposa, sin
duda no se puede argumentar que tal excepción no exista (Mt 5:31, 32; 19:9). La
Iglesia Romana dice: “El matrimonio de dos personas bautizadas quienes
después han cohabitado como esposo y esposa nunca podrá ser disuelta salvo
con la muerte de una de las personas” (La Confesión de Baltimore, Pregunta
1194). Pero Pablo dice “¿No saben que el que se une a una prostituta se hace un
solo cuerpo con ella? Pues la Escritura dice: ‘Los dos llegarán a ser un solo
cuerpo’” (1Co 6:16). Si un hombre se hace un solo cuerpo con una prostituta, es
difícil ver cómo puede aún ser un solo cuerpo con su esposa. A no ser que se
arrepienta el hombre y que haya perdón, no vemos cómo pueda negarse que el
adulterio haga necesaria la disolución del matrimonio. Y si el adulterio resulta en
el matrimonio de los adúlteros, el divorcio de la pareja anterior se vuelve un
hecho cumplido. En tal instancia, el regreso a la pareja anterior simplemente
sería otro acto de adulterio (vea Deuteronomio 24:1-4).
En 1Co 7:10-15 Pablo habla del caso de los que, siendo ya casados, se
convierten en Cristianos y después encuentran dificultad matrimonial. Bajo tales
circunstancias el matrimonio es obligatorio. Y de ningún modo debe el Cristiano
evadir el cumplimiento de su obligación matrimonial. Aun si en violación a la
ley de Dios ha tomado lugar la separación matrimonial (ya sea por pecado o por
necesidad), aún se requiere que el Cristiano considere que el lazo matrimonial
sigue vigente. Los cónyuges separados deben reconciliarse o unirse de nuevo, o
quedarse como están sin pensar en casarse de nuevo, en cuanto al caso de la
persona Cristiana. ¿Pero qué si la otra persona (el inconverso) decide romper el
lazo matrimonial? ¿Qué si es su decisión abandonar al matrimonio, buscar el
divorcio y ser libre (aun sin pensar inmediatamente en casarse de nuevo)? Pablo
dice: “…si el cónyuge no creyente decide separarse, no se lo impidan. En tales
circunstancias, el cónyuge creyente queda sin obligación…” (v. 15). Puesto que
en el contexto, la “obligación” implica el lazo que une a una persona a la
institución del matrimonio, quedar “sin obligación” implicaría ser liberado de la
misma institución. Así que no vemos otra alternativa que creer que el abandono
deliberado de un creyente por un inconverso que no tiene remedio es causa justa
de divorcio. Y un Cristiano que ha conseguido un divorcio bajo tales
circunstancias, o que se haya divorciado por esa misma razón, está libre para
casarse de nuevo.
Nuestro estudio de la depravación del hombre apoya completamente a la
Confesión cuando afirma que los pecadores tienden a buscar maneras de salirse
de las limitaciones de las leyes de Dios. Aun los Cristianos, a causa de las
propensiones pecaminosas que moran en ellos, tienden a inventar argumentos
para justificar el divorcio más allá de estas dos únicas razones. Por ejemplo,
cuando la fidelidad a las demandas matrimoniales requiere dolor y sufrimiento,
muchos Cristianos han intentado justificar la separación y el divorcio bajo
excusas tales como “abuso extremo”, “sufrimiento mental” e “incompatibilidad”.
Otros han logrado divorciarse de sus parejas que están encarceladas u
hospitalizadas. Sin embargo, tal como es el caso con las demás leyes de Dios, así
también en esta, el camino de la obediencia es a menudo un camino de
abnegación, de soportar reproche y sufrimiento para la gloria de Dios. Y ningún
divorcio legítimo se podrá lograr bajo otra justificación que estas dos: (1) el
adulterio, y (2) el abandono voluntario e irremediable del creyente por el
incrédulo.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿En qué parte de la Biblia encontramos la legislación con respecto a
las restricciones de con quién nos podemos unir en matrimonio?
2. ¿Por qué no regía esta ley en los primeros matrimonios?
3. Según la Iglesia Romana, ¿cuál es la única cosa que puede poner
fin a un matrimonio?
4. Según Cristo, ¿por qué razón puede ser disuelto un matrimonio?
5. ¿Existe algún otro fundamento lícito para el divorcio? ¿Cuál es?
6. ¿Sería este fundamento aplicable a todo matrimonio? ¿Por qué?
7. ¿Bajo qué otros fundamentos justifica el divorcio el hombre
pecaminoso? ¿Estaría bien esto bajo alguna condición?
Ver las respuestas a estas preguntas
23
De la Iglesia (XXV)
1. La iglesia católica o universal, la cual es invisible, consiste en el
número total de los elegidos que han sido, son y serán reunidos en uno
bajo Cristo, su cabeza; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de Aquel que
lo llena todo en todo.
2. La iglesia visible, bajo el evangelio, también es católica o universal (no
está confinada a un país, como lo estaba bajo la ley), consiste de todos
aquellos, en todo el mundo, que profesan la verdadera religión,
juntamente con sus hijos; y es el reino del Señor Jesucristo, la casa y
familia de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de
salvación.
XXV, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan acerca de:
(1) la naturaleza de la Iglesia desde el punto de vista divino, y
(2) la naturaleza de la Iglesia desde el punto de vista humano, sin embargo,
no es como si existieran dos Iglesias distintas, la visible y la invisible.
En Hebreos 12:23 leemos de “…la iglesia de los primogénitos inscritos en el
cielo”. Este es el cuerpo del cual Cristo es la cabeza (Ef 1:22,23, 5:23,27, etc.) y
del cual todos los elegidos de todas las edades son destinados a ser miembros.
Tales fueron “…predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas
conforme al designio de su voluntad…” (Ef. 1:11) según “…nos escogió en él
antes de la creación del mundo…” (1:4). Este es el cuerpo de creyentes por el
cual Cristo oró (Jn. 17:9). Nos es invisible a nosotros porque se extiende tanto
en el tiempo como en el espacio. Su alcance es desde un lado del mundo al otro,
y desde el comienzo hasta el fin del mundo. Sin embargo, solo nos es invisible a
nosotros. No es “invisible” para Dios. El que discierne infaliblemente el corazón
del hombre conoce a los que son suyos; “…el fundamento de Dios es sólido y se
mantiene firme, pues está sellado con esta inscripción: ‘El Señor conoce a los
suyos’…” (2Ti 2:19).
Sin embargo, es esta Iglesia, y no otra, que se vuelve visible a los hombres en
el mundo. Esta es una verdadera Iglesia visible. En otras palabras, la verdadera
Iglesia sí se manifiesta en el mundo. Y cuando lo hace y en el lugar en que lo
hace, es esa misma Iglesia que es en su sentido absoluto invisible a nosotros,
pero que se vuelve visible a nosotros en ese momento y en ese lugar. La
verdadera Iglesia de Dios se manifiesta por medio de los que viven en el mundo
en un momento y un lugar particular. Consiste de todos los que viven a través del
mundo y que, actualmente, son miembros del cuerpo de Cristo. Pero existen dos
cosas que ocultan la visibilidad de esta verdadera Iglesia:
1. una es la imperfección, en este mundo, de cada miembro en particular que
le pertenece a Cristo,
2. la otra es la hipocresía de incrédulos que, a menudo, imitan la apariencia de
los miembros del cuerpo de Cristo. Como aún existe el mal en los
verdaderos creyentes mientras habitan esta tierra y porque hay la apariencia
de fe y santidad en los incrédulos, la manifestación visible de la Iglesia
nunca la llegamos a discernir perfectamente. O, para decirlo de otra forma,
la Iglesia de Cristo nunca se manifiesta perfectamente en ninguna
denominación ni organización como para que esa denominación u
organización posea las mismas líneas de demarcación que las que le
pertenecen a la Iglesia (invisible) de Dios. Cada intento de lograr la Iglesia
perfecta (es decir, en la cual todos son creyentes y nada más que verdaderos
creyentes) está condenado al fracaso, porque la Iglesia es invisible para
nosotros en el sentido exacto en el cual tendría que ser visible para nosotros
para lograr esta meta.
Cuando hablamos de la Iglesia verdadera visible, entonces, no estamos
afirmando que tenga la misma línea de demarcación que la que pertenece al
propio cuerpo de Cristo. No es la voluntad de Dios que la verdadera Iglesia
visible posea este atributo. Más bien, una verdadera Iglesia visible es tal, no
porque su membresía sea idéntica a la de los elegidos, sino porque profesa la
verdadera religión, mantiene la enseñanza de la verdadera doctrina y los
sacramentos de la Escritura, y mantiene la disciplina requerida por la ley del
Señor. Donde existe la fidelidad en la Palabra, los sacramentos y la disciplina,
existe la verdadera Iglesia visible. Y lo importante que debemos resaltar es que
esta Iglesia verdadera y visible es el mismo cuerpo de Cristo manifestándose en
la tierra. Si se preguntara: “¿No podría ser que solo parezca ser la Iglesia? ¿No
podría ser esto toda una congregación de hipócritas que se han congregado para
mantener la verdadera prédica de la Palabra de Dios, los sacramentos y la
disciplina, mientras que ni uno de ellos realmente es miembro del cuerpo de
Cristo? ¿No sería esto concebible? La respuesta es: “No, no es concebible”.
Puede que los hipócritas se unan a un cuerpo de verdaderos creyentes. A menudo
lo hacen. Pero la obra de Satanás es únicamente destructora e imitadora. No
puede utilizar un cuerpo entero de hipócritas para manifestar las marcas de la
verdadera Iglesia de Dios. En el Nuevo Testamento Pablo habla de “…la iglesia
de Dios que está en Corinto…” (1Co 1:2; cp. 2Co 1:1, 1Ts 1:1, Ro 16:4,16, Gá
1:2,22, Ap 1:4,11,10, etc.). Ya sea que los apóstoles hablaran de “la iglesia” en
un sitio en particular o de “las iglesias” de una cierta región, siempre hablan de
iglesias particulares visibles así porque ahí se manifiesta la única Iglesia de Dios
que es el cuerpo de Cristo. Donde sea que veían una congregación en la cual se
profesaba la verdadera religión y había predicación de la Palabra, se
administraban los sacramentos y se mantenía la disciplina, no dudaban en
absoluto que estaban frente a una verdadera manifestación (aunque estuviera
oculta por problemas y pecado) de la Iglesia universal de Cristo.
La Confesión afirma que “La iglesia visible consiste de todos aquellos, en
todo el mundo, que profesan la verdadera religión, juntamente con sus hijos”. Si
esto es verdad, no se puede negar que los incrédulos puedan ser, y realmente son,
miembros de la verdadera Iglesia visible. Creemos que sin duda es así. Puede
que nos deje perplejos el hecho de que Dios haya determinado que su verdadera
Iglesia visible incluya a los que no son y nunca serán miembros del cuerpo de
Cristo. Sin embargo, nuestra perplejidad no es el criterio de la verdad. Dios
mandó que Jacob y Esaú fueran circuncidados, y que de esa forma fueran
identificados visiblemente como miembros de la Iglesia. Sin embargo, ya se
había revelado que Esaú no tomaría parte en la Iglesia invisible. ¿No habla
también la Escritura de “…el servicio apostólico que Judas dejó…”? (Hch 1:25).
Esto solo puede significar un lugar en la Iglesia visible que realmente era suyo, y
no un lugar en el cuerpo de Cristo que nunca fue suyo. Así podemos decir que la
verdadera Iglesia se vuelve visible, no por medio de una identificación de
personas sino por una identificación de presencia. La verdadera Iglesia de Cristo
(su cuerpo de individuos elegidos) se manifestará, no revelando que ciertas
personas en particular sean elegidas, sino por una revelación de ciertas cosas que
los verdaderos creyentes harán (aunque estén mezclados con ellos los
hipócritas). Profesarán la verdadera religión y mantendrán fidelidad a la Palabra,
los sacramentos y la disciplina que se requieren de una Iglesia verdadera visible.
Es la presencia de estas actividades de las personas elegidas lo que hace que el
cuerpo de Cristo sea evidentemente visible.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué es la Iglesia invisible?
2. ¿Qué es la Iglesia visible?
3. ¿Son estas dos Iglesias diferentes? ¿Por qué?
4. ¿Cuál es la diferencia entre lo visible y lo invisible con respecto a la
Iglesia?
5. ¿Por qué se oculta la visibilidad de la Iglesia?
6. ¿Por qué no puede la Iglesia visible tener las mismas
demarcaciones que la Iglesia invisible?
7. ¿Cómo se puede identificar visiblemente la verdadera Iglesia?
8. ¿Cuál es la diferencia entre la identificación de personas y la
identificación de presencia?
9. ¿Cuáles de ellas identifican una verdadera Iglesia visible?
10. ¿Requiere Dios que algunos que no son elegidos sean admitidos
como miembros de la verdadera Iglesia visible? Pruébelo por medio
de las Escrituras.
Ver las respuestas a estas preguntas
3. A esta iglesia universal visible, Cristo le ha dado el ministerio, los
oráculos y las ordenanzas de Dios, para la reunión y perfección de los
santos en esta vida hasta el fin del mundo; y por su presencia y Espíritu,
según su promesa, la hace eficaz para ello.
4. La iglesia universal ha sido algunas veces más y otras veces menos
visible. Las iglesias locales son parte de la iglesia universal, son más
puras o menos puras, según como sea enseñada y abrazada la doctrina
del Evangelio, se administren los sacramentos y se celebre en ellos con
mayor o menor pureza la adoración pública.
5. Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas tanto al error como a
la impureza, y algunas se han degenerado tanto que han llegado a ser, no
iglesias de Cristo, sino sinagogas de Satanás. Sin embargo, siempre habrá
una iglesia en la tierra para adorar a Dios conforme a su voluntad.
6. No hay otra cabeza de la iglesia excepto el Señor Jesucristo; ni puede
el Papa de Roma, en ningún sentido, ser cabeza de la iglesia, sino que es
aquel anticristo, aquel hombre de pecado, e hijo de perdición, que se
exalta a sí mismo en la iglesia contra Cristo, y contra todo lo que es Dios.
XXV, 3-6. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que el grado en el cual se hace visible la Iglesia varía,
(2) que debemos juzgar a cada iglesia en particular por su (a) doctrina, (b)
adoración y (c) disciplina,
(3) que ninguna iglesia es completamente pura,
(4) que algunas iglesias se vuelven apóstatas,
(5) que siempre habrá alguna manifestación visible de la verdadera Iglesia,
pero
(6) que esta no puede ser la Iglesia Romana porque el papado es
anticristiano.
Los que hablan que la Iglesia alguna vez fue perfecta como si la Iglesia
visible alguna vez haya sido absolutamente pura y unida se están engañando. Es
verdad que en el mismo comienzo “todos los creyentes estaban juntos y tenían
todo en común […] No dejaban de reunirse…”. Pero no tardó mucho para que
“…se quejaran los judíos de habla griega contra los de habla hebrea, de que sus
viudas eran desatendidas…” (Hch 2:44-45, 6:1). Juntamente con la grandeza de
la verdadera Iglesia, también vemos sus visibles imperfecciones. El mismo
apóstol que les suplicó a los Cristianos que “…vivieran en armonía y que no
[hubieran] divisiones entre [ellos]…” y que “…se mantuvieran unidos en un
mismo pensar y en un mismo propósito” (1Co 1:10,11), inmediatamente después
reconoció que existían “rivalidades” entre ellos. Y hasta reconoció que tales
divisiones eran una necesidad, “…oigo decir que cuando se reúnen como iglesia
hay divisiones entre ustedes […] Sin duda, tiene que haber grupos sectarios entre
ustedes para que se demuestre quiénes cuentan con la aprobación de Dios” (1Co
11:18,19). Cuando la herejía disminuye, la Iglesia única universal se manifiesta
en su cumbre. Cuando la herejía está en su cumbre, esa misma Iglesia se
manifiesta con mayor dificultad. Al estudiar los textos de los apóstoles, podemos
ser testigos de la dificultad con la cual la Iglesia buscó manifestar la unión y la
pureza. Hombres malvados se infiltraron a escondidas (Jud 4). Trajeron consigo
herejías condenables (2P 2:1). Algunas iglesias apostólicas pronto se apartaron
de las doctrinas de Cristo (Gá 1:6, Ap 2, 3). Algunas lucharon contra estos males
con más valentía que otras. Algunas se volvieron indiferentes o negligentes, y
entonces fueron invadidas y derrotadas. En el momento en que Juan escribía
desde Patmos (Ap 2, 3) existían grandes diferencias entre las siete iglesias de
Asia. Por lo menos algunas estaban peligrosamente cerca de la apostasía total.
La pregunta es: ¿Cómo sabemos cuando una iglesia llega al “punto del cual
no hay regreso”? ¿Cuándo debe salir de ella el creyente, separarse y declararla
apóstata? Esta es una pregunta solemne y que debe ser respondida
cuidadosamente. La Confesión de Fe Belga (Art. XXIX) puede ser de alguna
ayuda.
“Las marcas por las cuales se conoce a la iglesia visible son estas: Si en ella
se predica la doctrina pura del evangelio, si mantiene pura la administración de
los sacramentos tal como han sido instituidos por Cristo, si se ejercita la
disciplina eclesiástica castigando el pecado; en resumen, si todas las cosas se
administran de acuerdo con la pura Palabra de Dios, si se rechazan todas las
cosas contrarias a esto, y si Cristo Jesús es reconocido como Cabeza Única de la
Iglesia. De esta manera se puede conocer a la verdadera Iglesia, de la cual nadie
tiene el derecho de separarse”.
El artículo también afirma que “la falsa iglesia […] otorga más poder y
autoridad a sí misma y a sus ordenanzas que a la Palabra de Dios, y que no se
somete al yugo de Cristo”. Claramente, existen iglesias que manifiestan, tan
evidentemente, la fidelidad requerida a la Palabra de Dios que no cabe duda, y
otras obviamente no lo hacen, y de estas tampoco cabe duda. Ninguna iglesia es
perfectamente pura. Pero algunas tienen suficiente pureza de la Palabra, los
sacramentos y la disciplina que no puede haber una legítima interrogante de que
realmente sean verdaderas iglesias visibles. De nuevo, probablemente no existe
la iglesia en la cual no haya quedado algún vago elemento de estas cosas, pero
aun así la falta de fidelidad a la Biblia es tan obvia que no puede haber ninguna
duda razonable de que estas no sean verdaderas iglesias visibles. Sin embargo,
ninguna iglesia está libre de imperfecciones y toda iglesia (humanamente
hablando) es susceptible a la apostasía. Si el creyente se separara de una iglesia a
causa de cualquier y cada imperfección, no podría ser miembro de ninguna
iglesia visible en absoluto. Pero puede que llegue el momento cuando la iglesia
visible se haya apartado de la verdad a tal punto que se justifica o se exige la
separación. Y creemos que el “punto del cual no hay regreso” precisamente
ocurre cuando tal iglesia impone sobre sus miembros la necesidad inevitable de
participar en el pecado. Cuando se llega a este punto, la Escritura es muy clara:
“Salgan de ella, pueblo mío, para que no sean cómplices de sus pecados, ni los
alcance ninguna de sus plagas…” (Ap. 18:4).
A veces se insiste en que uno jamás debería abandonar a una denominación
en particular (o iglesia visible) siempre y cuando sea posible permanecer en ella.
Nosotros, más bien, diríamos que uno jamás debería abandonar a una
denominación mientras sea posible permanecer sin comprometer nuestra
obediencia a Cristo. Las condiciones necesarias para tal obediencia sin
compromisos son las siguientes:
1. la denominación en su totalidad debe aún profesar la verdadera religión en
su integridad esencial,
2. debe existir un derecho sin restricciones de contender por la verdad contra
los errores que puedan estar presentes,
3. debe existir un compromiso activo de defender la verdad y buscar la pureza
de la Iglesia. Algunos han permanecido en iglesias falsas explicando que
están en una congregación o un presbiterio “conservador”, mientras que
admiten que la denominación en sí está en la apostasía. Esto es una
violación de la doctrina bíblica de la unión de las iglesias y el concepto
bíblico de la responsabilidad corporativa (1Co 11:14-27). Otros han
permanecido en iglesias falsas explicando que “aún tienen el derecho de
predicar lo esencial de la fe”. Admiten que ya no se les permite predicar el
consejo completo de Dios, especialmente no la condenación de errores
particulares que prevalecen en su iglesia. Esto es una contradicción del
deber bíblico de predicar el consejo completo de Dios y el deber especial de
desenmascarar al error, y por lo tanto es pecaminoso (2Ti 2:25, 26; 4:2-5,
etc.). Finalmente, existen algunos que permanecen en iglesias falsas porque
esperan algún día reformarlas. Pero realmente nunca hacen nada porque se
dan cuenta de que tales esfuerzos no son y tampoco serán tolerados. Esto es
lo menos perdonable de todos. En conclusión, creemos que en el caso de
una diagnosis incierta, donde existe la oportunidad de convertirse en
miembro de una iglesia de la cual no existe ninguna duda de que sea una
verdadera iglesia, un creyente debe apartarse con una declaración clara de
las razones por las cuales ha entrado en duda de que la iglesia que está
dejando sea una verdadera iglesia. Incluso, creemos que es apropiado dejar
a una verdadera iglesia que es mucho menos pura para unirse a una
verdadera iglesia que es mucho más pura, siempre y cuando el motivo sea
el de glorificar a Dios, velar por el bienestar de la vida espiritual de uno
mismo (y la de sus hijos), y un testimonio contra el error.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿En qué momento de la historia era completamente pura la Iglesia
visible?
2. ¿Cuándo alcanza su unidad máxima la Iglesia visible?
3. ¿Cuál es la causa de la desunión?
4. ¿Cuáles son las señales de una verdadera iglesia visible (según la
Confesión de Fe Belga)?
5. ¿Eran las iglesias de origen apostólico inmunes a la apostasía?
Pruébelo bíblicamente.
6. ¿Cuándo es una exigencia la separación de una iglesia en
particular?
7. ¿Cuánto tiempo debe uno permanecer en una iglesia que se está
volviendo bastante corrupta?
8. ¿Cuáles son algunos de los argumentos dados para justificar la
permanencia en una iglesia falsa?
9. Responda a estos argumentos.
10. ¿Debería uno permanecer como miembro de una iglesia de la cual
tiene duda de que sea una iglesia verdadera cuando tiene la
oportunidad de pertenecer a una iglesia de la cual no tiene dudas de
que sea una iglesia verdadera? ¿Por qué?
11. Al dejar una iglesia dudosa o falsa, ¿qué obligación tienen el
individuo?
Ver las respuestas a estas preguntas
XXV, 6 (Continuada). Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que Cristo es el único Rey y la Única Cabeza de la Iglesia,
(2) que el Papa no es la cabeza de la Iglesia en ningún sentido en absoluto, y
(3) que el Papado es el agente del diablo predicho, subversivo para con la
verdadera Iglesia de Cristo.
Que el Señor Jesucristo es el único Rey y la Cabeza Única de la Iglesia es
afirmado por la Escritura (Col 1:18, Ef 1:20-23, etc.). Y esta verdad es
completamente reconocida por la mayoría de los Reformadores. Sin embargo,
algunos (junto con los Católicos Romanos) han mantenido que la Iglesia visible
en la tierra debe tener una cabeza visible, con autoridad delegada por Cristo. El
Erastianismo es la doctrina que afirman algunos Protestantes, y recibe su nombre
de Thomas Erastus (1524-1583), un teólogo alemán. Esta doctrina mantiene la
supremacía del Estado sobre la Iglesia tanto en asuntos eclesiásticos como
civiles. Y en varias formas o grados esta teoría del gobierno eclesiástico ha
tenido manifestación histórica en las iglesias estatales de Escandinavia,
Alemania e Inglaterra. Por ejemplo, el Rey Enrique VIII fue reconocido como
“cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra”. Y fue decretado “que el rey, sus
herederos, etc., serán tomados, aceptados y elevados como la única cabeza
suprema sobre la tierra de la Iglesia de Inglaterra”. Esta doctrina fue, incluso,
incorporada al Artículo 37 de la Iglesia de Inglaterra, la cual dice: “Su majestad,
la Reina, tiene el poder supremo en el reino de Inglaterra, y en sus otros
dominios; y a ella en todo caso le pertenece el gobierno supremo de todas las
propiedades de este reino, ya sean eclesiásticas o civiles”.
Al ser escrita la Confesión de Fe de Westminster el conflicto se centraba en la
pretensión del papado por las prerrogativas de la corona del Señor Jesucristo.
Puesto que la Asamblea de Westminster había sido convocada por el Parlamento
con el propósito expreso de establecer la verdadera religión Reformada como la
forma de religión de la Iglesia de Inglaterra, no parecía haber ningún peligro que
un rey o una reina fuera designada como cabeza suprema de la Iglesia. Los
eventos que siguieron demostraron, sin embargo, que el Papa no es el único
anticristo (es decir, uno que busca ponerse en el lugar de Cristo). Y por lo tanto,
consideramos que la revisión de esta sección de la Confesión, como lo mantiene
la Iglesia Ortodoxa Presbiteriana, tiene una ventaja sobre la formulación
original. Preserva la posición de la Asamblea de Westminster que el Papa de
Roma no es la cabeza de la Iglesia de Cristo en ningún sentido, pero también
expresa e igualmente denuncia a todos los demás que pretendieran hacer tal
afirmación de ellos mismos. La revisión nuestra dice:
El Señor Jesucristo es la única cabeza de la Iglesia, y la afirmación de
cualquier hombre por la cual se haga el vicario de Cristo y la cabeza de la
Iglesia, es antibíblico, sin fundamento en los hechos, y es una usurpación que
deshonra al Señor Jesucristo.
Es una cuestión de mayor dificultad la identificación del Papa con el
“anticristo” o el “hombre de pecado” del que hablan las Escrituras. La Asamblea
de Westminster consideraba que el Papado era la personificación del reino y la
obra de Satanás predichos en estos hechos históricos. ¿Qué debemos decir de
esta identificación?
1. La palabra “anticristo” ocurre en 1 Juan 2:18,22, 4:3 y en 2 Juan 7. Allí
leemos: “…así como ustedes oyeron que el anticristo vendría, muchos son
los anticristos que han surgido ya. Por eso nos damos cuenta de que esta es
la hora final”. Esto demuestra que el anticristo no era algo completamente
futuro y que se manifestaba en muchas personas en vez de una persona. De
nuevo leemos: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el
Cristo? Es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. Cristo es el profeta,
sacerdote y rey ungido. El anticristo niega que Jesús sea el ungido. Cada
espíritu se manifiesta por medio de algún falso profeta o alguno que enseña
lo erróneo (1Jn 4:1). Y el error es la falta de reconocer a Cristo. “Ustedes
han oído que este viene; en efecto, ya está en el mundo”. Esto parece
permitir una pluralidad, multiformidad, y variedad de agentes con un
principio que los unifica: el ataque contra la posición mediadora única de
Jesucristo. Todos aquellos en quienes obra el espíritu del anticristo se unen
en su oposición a este aspecto.
2. El “hombre de pecado” (o de rebelión) se describe únicamente en 2
Tesalonicenses 2:3ss. Allí se le describe como uno que “surge” de un gran
“alejamiento” que precede al regreso visible de Cristo. Cristo no aparecerá
hasta que primero haya un alejamiento y tiene que “…manifestarse el
hombre de pecado, el destructor por naturaleza. Este se opone y se levanta
contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, hasta
el punto de adueñarse del templo de Dios y pretender ser Dios”. La frase “el
hombre de maldad” se aplica en otras partes de la Escritura únicamente a un
individuo: Judas el traidor. Pareciera no caber duda, entonces, que “el
hombre de pecado” se trataba de un individuo, una persona en particular,
quien básicamente asumiría el lugar de Dios en una rama apóstata de la
Iglesia Cristiana. Y algunos han argumentado que existe una distinción
clara entre uno que se opone a Cristo y uno que asume el lugar de Dios.
Sin embargo, hay mucho que se puede decir en apoyo a la posición de la
Asamblea de Westminster. Juan no solo habló de anticristos, sino también del
Anticristo por excelencia: muchos individuos en quienes el espíritu de oposición
a Cristo se manifestara, y uno en quien se manifestara en su máxima expresión.
Y Pablo no solo habló del “hombre de pecado”, sino también del “misterio de
iniquidad” que “ya obraba” aparentemente en individuos. Es más, el término
griego “anti” a menudo tiene el significado de “en lugar de”, lo cual haría muy
legítimo ver que el “anticristo” sea uno que asume el lugar de Dios, ya que
Cristo es Dios. De cualquier modo los conceptos de “anticristo” y el “hombre de
pecado” parecen requerir su cumplimiento en un sistema que se desarrolla en la
historia, el cual progresa a una presunción final por parte del hombre.
Evidentemente, la Asamblea de Westminster veía en el sistema del papado las
fuerzas de maldad obrando para tal cumplimiento de la iniquidad. Para ellos, el
sistema del papado marcaba el abandono de la Cristiandad apostólica prevista y
prescrita en la Escritura. Como cada Papa representaba este sistema anticristiano,
era por ende personalmente un anticristo. Y el Papado como institución surgió
como el marco histórico del cual el último “hombre de pecado” surgiría,
tomando el paso final prácticamente de su auto-deificación.
Hubo un tiempo en el cual, a causa del poder menguante del papado, esto
puede haber parecido poco probable. Pero hoy, que toman lugar conferencias
serias acerca de la unión de Roma con las denominaciones Ortodoxas del Este y
de muchas denominaciones Protestantes (¿?), la formulación de esta sección de
nuestra Confesión no parece ser tan imposible. El dogma de la infalibilidad del
papado (que enseña que un hombre habla con la voz de Dios) fue proclamado
mucho después de que nuestra Confesión fuera escrita. Y cada declaración de
Roma que ha seguido en cuanto a su dogma (como las doctrinas acerca de la
Virgen María) es más anticristiano y más ilícito (anti-bíblico) que la anterior.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Pruebe por medio de la Escritura que Cristo es el único Rey y
Cabeza de la Iglesia.
2. ¿Qué enseña el Erastianismo?
3. ¿Qué ventaja tiene la versión revisada de esta sección de la
Confesión?
4. ¿Qué apóstol habla del “anticristo” en sus epístolas?
5. ¿Qué apóstol habla del “hombre de pecado” en su epístola?
6. ¿Qué significa, a menudo, el término griego “anti” en la Escritura?
7. ¿Por qué requieren un desarrollo histórico los conceptos del
“anticristo” y el “hombre de pecado”?
8. ¿Cómo fue reivindicada la historia desde la Asamblea de
Westminster, por lo menos hasta cierto punto, con respecto a la
formulación original de esta sección de la Confesión?
Ver las respuestas a estas preguntas
24
De la Comunión de los Santos (XXVI)
1. Todos los santos que están unidos a Jesucristo, su Cabeza, por medio
del Espíritu, y por medio de la fe, tienen comunión con Él en su gracia,
sufrimiento, muerte, resurrección y gloria. Y estando unidos unos con
otros en amor, tienen comunión unos con otros, en los dones y gracia, y
están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, que
conducen a su bien mutuo, tanto en el hombre interior como en el exterior.
2. Los santos, por su profesión, están obligados a sostener un
compañerismo santo y comunión en la adoración a Dios, y a cumplir los
otros servicios espirituales que ayuden a su mutua edificación; como
también a socorrerse unos a otros en las cosas externas, de acuerdo con
sus capacidades y necesidades. Esta comunión debe extenderse, según se
ofrezca la oportunidad, a todos aquellos que, en todo lugar, invocan el
nombre de Señor Jesús.
3. Esta comunión que los santos tienen con Cristo de ninguna manera los
hace partícipes de la sustancia de su divinidad, ni los hace iguales a
Cristo en modo alguno, y el afirmar cualquiera de estas dos cosas es
impío y blasfemo. Tampoco su comunión mutua, como santos, quita o
infringe el título o propiedad que cada uno tiene sobre sus bienes y
propiedades.
XXVI, 1-3. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que los creyentes tienen una unión vital con Cristo en su obra de
mediación,
(2) que como consecuencia también tienen comunión, el uno con el otro, en
los dones y la gracia de sus hermanos,
(3) que esta comunión comprende ciertos deberes mutuos y ciertas
responsabilidades mutuas entre creyentes, y
(4) que la unión y la comunión con Cristo de la cual disfrutan los creyentes
no implica que se vuelvan divinos o iguales con Cristo, ni tampoco la
comunión entre creyentes destruye el derecho de la propiedad privada.
Los verdaderos creyentes están unidos a Jesucristo. Y esta unión se describe
de varias formas en la Escritura. Por ejemplo:
1. Es una unión representativa. Así como Adán representaba a todo hombre
bajo el pacto de “obras”, así Cristo representó a su pueblo elegido en el
pacto de gracia. Previamente hemos visto este aspecto de la unión con
Cristo (Cap. VII). Sin embargo, aquí queremos poner hincapié en el hecho
de
2. Que esta unión es también vital. La Escritura compara nuestra unión con
Cristo a la unión de la vid con las ramas, las partes distintas del cuerpo con
la cabeza, y la unión del esposo con su esposa (Jn 15:lss., 1Co 12:13ss., y
Ef 5:23ss.). Existe en cada una de estas comparaciones el concepto de que
la vida que se encuentra en uno se encuentra en el otro también. De modo
que lo que experimenta Cristo lo experimentamos también nosotros. Lo que
él posee nosotros también lo poseemos. Lo que él hace nosotros también
hacemos. De hecho, hay un sentido en el cual no podemos decir que sus
sufrimientos, muerte y resurrección sean nuestros. No experimentamos
físicamente lo que él experimentó. Pero la experiencia verdadera no es
únicamente física. También es espiritual. Dios no sufrió ni murió
físicamente. Pero Dios, en la naturaleza divina de Cristo, fue unido al
hombre, en la naturaleza humana de Cristo, de tal forma que el que sufrió y
murió fue el hombre-Dios. Dios y el hombre en una persona
experimentaron una vida (1 Jn 1:1,2; Jn 1:4). Si Dios y el hombre pueden
ser una persona y tener una sola vida, entonces, ¿por qué no puede el
hombre tener una existencia viviente tan ciertamente como la vid y la rama,
o los miembros de un cuerpo físico? No lo explicamos. Lo afirmamos.
Cristo y su pueblo creyente tienen una sola vida, y comparten juntos el
sufrimiento, la muerte, la resurrección y la gloria.
3. Pero esto también indica que esta unión es espiritual. Es el Espíritu Santo
(a) quien comparte una sola sustancia con Cristo en cuanto a su deidad, (b)
quien mora en él sin medida en cuanto a su humanidad, y (c) quien mora en
los creyentes, y de esa forma crea, sostiene y determina en ellos la vida que
es la vida de Cristo. De hecho, la Escritura afirma no solo que los creyentes
tienen esta vida “…por medio del Espíritu […] en lo íntimo de su ser…”
(Ef 3:16), sino que también de este modo “…por fe Cristo habita en sus
corazones” (Ef 3:17).
Ahora bien, los teólogos tienen buen fundamento para llamar esta unión una
unión mística porque realmente es algo que podemos conocer solo por ser
revelado por Dios. No lo podríamos conocer por medio de autoexamen, ni por
medio de alguna penetración en nuestra propia experiencia. Y esto es porque
transciende grandemente todas las demás uniones y comuniones que conocemos.
¿Cómo se puede decir que “…nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él…”
(Ro 6:6)? Y ¿cómo podemos explicar de qué manera “…Dios nos resucitó y nos
hizo sentar con él en las regiones celestiales…” (Ef 2:6)? ¿Cómo puede el
salmista (Salmo 22) describir sus propias experiencias en las mismas palabras
que Cristo utilizó para describir su sufrimiento sobre la cruz del Calvario?
Francamente confesamos que este es un gran misterio (Ef 5:32). Pero creemos
que es así porque la Palabra de Dios nos lo dice. De algún modo misterioso que
no podemos ni describir ni comprender, tenemos verdadera participación con
Cristo en estas cosas que él ha hecho para nuestra salvación. Sin embargo, esto
no significa que estemos fusionados con él ni que la obra fuera hecha por
nosotros. Solamente él es el hombre-Dios. Y solamente él logró la obra de la
redención que compartimos.
Sobre la base de esta unión que tienen los creyentes con Cristo, hay un
corolario necesario que es la unión y la comunión que los creyentes tienen el uno
con el otro. La unión y la comunión que los creyentes tienen el uno con el otro se
explica por, y nace de, su unión con Cristo. Y lejos de disolver sus
personalidades y diferencias individuales, es por medio de ellas que se
manifiesta. Así pues, cuando un miembro de la Iglesia recibe de Cristo un don
especial, es dado para el beneficio de la Iglesia entera y no solo el del individuo
(1Co 12:18ss.). Aun esos miembros de la Iglesia Cristiana que carecen de
habilidad, conocimiento o utilidad sirven para un propósito que involucra a todo
creyente: “…los miembros del cuerpo que parecen más débiles son
indispensables, y a los que nos parecen menos honrosos los tratamos con honra
especial […] dando mayor honra a los que menos tienen, a fin de que no haya
división en el cuerpo, sino que sus miembros se preocupen por igual unos por
otros” (1Co 12:22-24). Cada miembro de Cristo está, por consiguiente, por la
naturaleza del caso, bajo obligación de ejercer ciertos deberes que conduzcan al
bien de todos los miembros del cuerpo.
La Confesión mantiene que el deber de la “fraternidad y la comunión en la
adoración a Cristo” es por lo menos en parte el fruto de esta unión. Por ejemplo,
la Escritura enseña que debemos adorar a Dios en el Día del Señor. Este es el
Cuarto Mandamiento. Pero algunos han argumentado que pueden adorar a Dios
estando solos, o por lo menos sin el compromiso de la membresía en la Iglesia
visible. Otros no parecen sentir ninguna obligación de asistir leal y fielmente a
los servicios de adoración de una congregación en particular en sus tiempos
públicos de adoración en el Día del Señor. No estamos diciendo aquí que no
existan otros fundamentos bajo los cuales se pueda enfatizar esta obligación. Sin
embargo, vemos que esta sección de la Confesión condenaría tal actitud aun
aparte de cualquier otro fundamento. La membresía en la Iglesia de Cristo es
inseparable de la unión con Cristo. El que está unido a Cristo está unido a los
demás creyentes. Y el estar unido a los demás creyentes necesariamente implica
solemnes obligaciones hacia ellos. Así pues, en el tema de la adoración, no solo
debemos considerar el Cuarto Mandamiento (que requiere la adoración
individual a Dios en el Día del Señor), sino también “[preocuparnos] los unos
por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de
congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos…” (Heb 10:24-25). La
reunión fiel con otros verdaderos creyentes es una consideración distinta y
convincente. Cuando residimos en un lugar en particular, tenemos una
obligación especialmente hacia los creyentes con los cuales necesariamente nos
relacionamos por medio de nuestra unión con Cristo, aunque, por supuesto, esta
unión y comunión se debe extender en su expresión, en lo posible, “hacia todos
aquellos que en todo lugar invocan el nombre del Señor Jesús”. Porque hay un
solo Cristo y un solo cuerpo de creyentes que están unidos a él. Donde está el
Espíritu, allí está el cuerpo de Cristo. Y el fruto del Espíritu es “…amor, alegría,
paz, paciencia…”, etc. (Gá 5:22-23). Donde se genera tal fruto, habrá una
manifestación de la comunión de los santos.
Decir que los santos tienen unión con Cristo y comunión el uno con el otro no
quiere decir, sin embargo, que tengan todo en común. Los creyentes están unidos
con Cristo, pero no participan en su deidad. No se vuelven de una misma
sustancia con Dios. Cristo es el “…único inmortal, que vive en luz inaccesible, a
quien nadie ha visto ni puede ver…” (1Ti 6:16). La comunión entre creyentes
tampoco borra las diferencias entre ellos. En la historia ha habido muchos
intentos de parte de los Cristianos de crear una sociedad en la cual todas las
cosas fueran comunes, incluso la posesión de bienes y de la propiedad. La base
bíblica para tal acción es el pasaje muy conocido de Hechos que dice que “todos
los creyentes estaban unidos y tenían todo en común”. Con respecto a esto se
pueden hacer tres comentarios. En primer lugar, no existe ninguna indicación
que esta práctica fuera mandada por Dios como una norma para los creyentes.
En segundo lugar, existe evidencia de que el derecho de la propiedad privada fue
reconocido por los apóstoles (Hch 5:4). Y finalmente, este intento de tener
propiedad comunal tampoco resultó satisfactorio en la iglesia apostólica (Hch
6:1ss.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué queremos decir al afirmar que nuestra unión con Cristo es
vital?
2. ¿Qué queremos decir al afirmar que nuestra unión con Cristo es
espiritual?
3. ¿Qué queremos decir al afirmar que nuestra unión con Cristo es
mística?
4. ¿Por medio de qué figuras se explica esta unión en la Escritura?
5. Dado que los creyentes tienen unión con Cristo, ¿qué otra cosa
necesariamente poseen?
6. ¿Para el beneficio de quién otorga Cristo un don en particular a un
miembro en particular de su Iglesia?
7. ¿Por qué es el deber del creyente asistir fielmente a los servicios de
adoración de una congregación en particular (cuando y donde sea
posible)?
8. ¿Es el deber de todo creyente dar dinero para el apoyo de la obra
de la Iglesia? ¿Por qué?
9. ¿Significa la unión con Cristo que los creyentes tienen todo en
común con Cristo?
10. ¿Obliga la unión con Cristo a los creyentes a que tengan todo en
común?
11. ¿Qué texto es utilizado por algunos para afirmar que los creyentes
deben tener todo en común? Dé por lo menos un argumento en
contra de esta posición.
Ver las respuestas a estas preguntas
25
De los Sacramentos (XXVII)
1. Los sacramentos son signos y sellos santos del pacto de gracia,
directamente instituidos por Dios, para representar a Cristo y sus
beneficios, y para confirmar nuestra participación en Él, como también
para establecer una diferencia visible entre los que pertenecen a la iglesia
y el resto del mundo; y para comprometerlos solemnemente en el servicio
a Dios en Cristo, de conformidad con su Palabra.
XXVII, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) lo que son esencialmente los sacramentos,
(2) por quién fueron instituidos, y
(3) para qué fin fueron establecidos.
La doctrina de la Trinidad se enseña en la Biblia aunque el término en sí no
se encuentra en ella. Del mismo modo, la doctrina de los sacramentos se enseña
en la Biblia, aunque el término es una creación de la teología Cristiana. A
algunos no les gusta el término. Pero igual se podrían oponer a tales términos
como “la Trinidad”, “la encarnación”, o aun “la teología”. Lo importante es la
doctrina. Y si la doctrina se enseña en la Biblia, el crear un término para
describirla es solo economizar palabras. Juan Calvino dijo muy sabiamente que
no debemos estar atados a “una confesión tejida (contexto) y cocida (consuta)
supersticiosamente con palabras bíblicas”. Solo es necesario tener “palabras que
realmente estén en conformidad con la verdad bíblica y ofrecer la menor
cantidad posible de esas asperezas que pueden ofender a los oídos piadosos”.
Siempre y cuando el significado del término esté claro y sea bíblico, no se
requiere nada más.
Los sacramentos son, por consiguiente, “señales (es decir, signos) y sellos
santos del pacto de gracia”. Como dice la Escritura, “la señal de la circuncisión”
era “sello de la justicia que se le había tomado en cuenta por la fe” (Ro 4:11).
1. Una señal es algo por medio de la cual otra cosa es revelada. La vara de
Moisés, que cuando la tiró al suelo se volvió una serpiente, dio a conocer
que Dios se le había aparecido (Éx 4: 1-5). La destrucción de Jerusalén era
una señal de que había comenzado la mediación y el reino celestial de
Cristo (Mt 24:29, 30, 34). La circuncisión de Abraham dio a conocer “la
justicia que se le había tomado en cuenta por la fe […] aunque no haya sido
circuncidado…” (Ro 4:11). Decir que un sacramento es una señal es decir
que declara algo. No declara algo acerca de sí mismo. Si así fuera entonces
no sería una señal de otra cosa. Un sacramento es una señal porque da a
conocer o declara la gracia salvadora de Cristo. Pero por esta razón la
gracia salvadora se debe distinguir del sacramento que la declara. (Cuando
la Iglesia Romana dice que el bautismo regenera, confunde la señal con lo
que esta representa).
2. Un sello es algo que autentica o confirma la cosa a la cual está anexado o
adjuntado. En Ester 3:12 leemos de un documento oficial: “Todo se escribió
en nombre del rey Asuero y se selló con el anillo real”. Cuando un
universitario se gradúa recibe un diploma que lleva un sello oficial. El sello
le es útil a quien lo recibe, no a quien lo otorga. El sello no hace del
receptor una persona educada; simplemente declara oficialmente que las
autoridades así lo consideran. El mensaje de Asuero era auténtico sin el
sello; realmente era el decreto del rey. El sello fue añadido para convencer a
los súbditos del rey que el mensaje realmente era suyo. Así es también con
los sacramentos. Los sacramentos no causan la gracia. Tampoco la gracia
depende de los sacramentos. El sacramento es de beneficio solamente a
aquel hombre que es el receptor de la gracia. Es de beneficio porque da a
conocer, o declara, la salvación que el creyente recibe aparte del
sacramento. Es un testimonio que le confirma al creyente lo que ha
recibido.
Los sacramentos se llaman tales, apropiadamente, y solo en virtud del hecho
de que son instituidos por Dios. El Catolicismo Romano aboga por la
observación de siete sacramentos. Estos son: el Bautismo, la Cena del Señor, la
Confirmación, la Penitencia, la Extrema Unción, la Orden Sacerdotal, y el
Matrimonio. No existe, en nuestra opinión, ningún argumento convincente o
conclusivo contra algunos o incluso todos estos, salvo lo que ya ha sido afirmado
en nuestra discusión del Capítulo XXI, 1: “La manera aceptable de adorar al
Dios verdadero está instituida por él mismo, y está de tal manera limitada por su
voluntad revelada que no debe ser adorado según las imaginaciones e
invenciones de los seres humanos, o las sugerencias de Satanás, bajo ninguna
representación visible, o en alguna forma que no esté prescrita en la Biblia”. Si
Dios puede ser adorado de cualquier forma en absoluto, aparte del fundamento
bíblico específico, entonces no pareciera existir ninguna buena razón por la cual
tales “sacramentos” no puedan ser añadidos. Sin embargo, si Dios debe ser
adorado dentro de los límites precisos del mandamiento divino, entonces la
posición de Roma es desechada y la Confesión permanece intacta cuando afirma
que existen solo dos sacramentos. Se puede mostrar fácilmente que Cristo
mandó el bautismo y la Cena del Señor (Mt 28:19, 1Co 11:23). Y es imposible
probar que él haya mandado cualquier otro sacramento.
La Confesión establece cuatro fines por los cuales fueron dados los
sacramentos. Los mencionaremos brevemente:
1. Cristo y sus beneficios son representados. Esto es otra forma de decir que el
sacramento sirve como una señal. Una señal representa algo.
2. Se confirma que el creyente es partícipe de Cristo. En otras palabras, el
sacramento sirve como sello. Un sello afirma o confirma. Observe que la
mayor importancia de los sacramentos es el beneficio del creyente. La
Palabra es el gran medio para declarar a Cristo a los incrédulos. Dios ha
escogido la locura de la predicación, y no los sacramentos, como el medio
para la conversión (1Co 1:17). También es el mayor medio para confirmar a
los creyentes en la fe y en la santidad. Pero los sacramentos son dados para
hacer una declaración adicional y para atestiguar de la gracia que reciben
por medio del evangelio. Aun cuando la Confesión dice:
3. Que los sacramentos hacen una diferencia visible entre los que pertenecen a
la Iglesia y el resto del mundo, es evidente que el beneficio es del creyente.
El Bautismo y la Cena del Señor no marcan visiblemente a los que
participan de ellos, ante los ojos de los que no son testigos de estos. Es la
Iglesia la que hace la distinción, y es en la Iglesia donde se reconoce la
distinción.
4. La afirmación final: que los sacramentos comprometen solemnemente a los
creyentes en el servicio de Cristo, de nuevo indica que los sacramentos son
un medio de gracia exclusivo para el creyente.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué es que a algunos no les gusta el término “sacramento”?
2. ¿Qué otros términos podrían rechazarse también bajo este
pretexto?
3. ¿Qué otros requisitos son necesarios para que una palabra creada
sea aceptable?
4. ¿Qué es una señal?
5. ¿Qué es un sello?
6. Dé un ejemplo de una señal (aparte de los sacramentos).
7. Dé un ejemplo de un sello (aparte de los sacramentos).
8. Si el bautismo en sí limpiara el alma, ¿qué no podría ser el
bautismo?
9. Dé el principio que debilitaría o destruiría todo argumento contra los
siete sacramentos de Roma.
10. Dé el principio bíblico que prueba que existen solo dos
sacramentos.
11. Recite las palabras de la Confesión que afirman lo que es una
señal.
12. Recite las palabras de la Confesión que afirman lo que es un sello.
13. ¿Para quiénes son los sacramentos un medio de gracia?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. En cada sacramento hay una relación espiritual, o unión sacramental,
entre el signo y las cosas significadas; de donde llega a suceder que los
nombres y los efectos del uno se atribuyen al otro.
3. La gracia que se manifiesta en, y por medio de, los sacramentos
correctamente usados no se confiere por algún poder que haya en ellos;
tampoco la eficacia del sacramento depende de la piedad o la intención
del que lo administra, sino de la obra del Espíritu y de la palabra de la
institución, la cual contiene, junto con un precepto que autoriza el uso del
sacramento, una promesa de beneficio a los que lo reciben dignamente.
4. En el evangelio hay solo dos sacramentos instituidos por Cristo nuestro
Señor, es decir, el Bautismo y la Cena del Señor. Ninguno de ellos debe ser
administrado por alguien que no sea un ministro de la Palabra
legítimamente ordenado.
5. Los sacramentos del Antiguo Testamento, en lo que se refiere a las
cosas espirituales significadas y manifestadas, eran, en esencia, los
mismos que los del Nuevo Testamento.
XXVII, 2-5. Estas secciones de la Confesión están diseñadas para refutar ciertos
errores del sistema sacerdotal. Enumeraremos estos errores y después daremos
una defensa de la Confesión. (Las siguientes citaciones son de la edición del
Catecismo de Baltimore #3 de 1941, de la Iglesia Católica Romana):
(1) Error 1 – “Los sacramentos dan gracia por medio del poder que poseen
para santificar las almas de los hombres como instrumentos de Dios”.
(2) Error 2 – “El que administra el sacramento debe tener la intención de
hacer lo que hace la Iglesia al dar el sacramento”.
(3) Error 3 – “Existen siete sacramentos: el Bautismo, la Confirmación, la
Santa Cena, la Penitencia, la Extrema Unción, las Santas Órdenes y el
Matrimonio”.
Los escritores Católico Romanos (y otros sacerdotes), a menudo, acuden a
textos tales como el de Hechos 22:16 y 1 Pedro 3:21: “…bautízate y lávate de
tus pecados…” “…el bautismo que ahora los salva también a ustedes”. Sin duda,
en textos tales como estos, los apóstoles utilizan una expresión que atribuye un
efecto espiritual a una seña material. Pero el argumento de la Confesión es que la
relación entre lo invisible y lo visible (lo señalado y la señal) es tal que “los
nombres y efectos de uno son atribuidos al otro”. Una citación completa de 1
Pedro 3:21 apoya ampliamente esta explicación. Pedro dice: “…la cual
simboliza el bautismo que ahora los salva también a ustedes. El bautismo no
consiste en la limpieza del cuerpo, sino en el compromiso de tener una buena
conciencia delante de Dios. Esta salvación es posible por la resurrección de
Jesucristo…” ¿Por qué diría Pedro que es simbolismo si es que la intención era
tomarlo literalmente? Y ¿por qué se preocuparía en negar que el bautismo nos
salvara por medio de la limpieza del cuerpo, a no ser que estuviera consciente de
que su expresión había llevado a algunos a suponer que la seña externa en sí
podía salvar? La verdadera limpieza lograda por la obra de gracia es “…el
lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo…” (Tit
3:5). Se habla así acerca del bautismo simplemente porque es una figura de “lo
verdadero”. Esta “unión sacramental” se puede comparar con (aunque no es lo
mismo que) la unión que existe entre las dos naturalezas de Cristo. Como las
naturalezas divinas y humanas están unidas en su persona, sucede que “los
nombres y efectos de una (naturaleza) se atribuyen a la otra”. En Hechos 20:28
leemos de “…la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre”. La
naturaleza divina es de carne y hueso. Aun así Cristo, quien tuvo carne y hueso,
es Dios. Es, entonces, apropiado hablar de la “persona divina-humana” según la
terminología y la descripción aplicable a cualquiera de las dos naturalezas. Y
existe una razón similar para hablar de la seña y la gracia indicadas juntamente
utilizando la terminología derivada de cualquiera de las dos. Esto es justamente
lo que hace Pedro.
El punto central entre los Sacerdotalistas y la Confesión “es simplemente si
es el Señor nuestro Dios el que nos salva, o si es que tenemos que buscar la
salvación en los hombres que actúan en nombre de, e investidos con, los poderes
de Dios. Este es el tema que divide al sacerdotalismo de la religión evangélica”
(Ver B. B. Warfield, El Plan de Salvación, pág. 56). El punto de vista sacerdotal
es que la gracia salvadora de Dios está contenida en los sacramentos y otorgada
por medio de su administración. El punto de vista Reformado es que Dios el
Espíritu Santo obra cuando, donde y como él quiera otorgando la gracia
salvadora, y que los sacramentos dependen de, y están en subordinación a, su
soberano actuar. Los sacramentos se hacen eficaces porque Dios se complace en
utilizarlos para exhibir y conferir la gracia.
A primera vista puede parecer que el Católico Romano, con su punto de vista,
estaría más seguro de recibir la gracia divina por medio de los sacramentos de lo
que lo estaría un Cristiano Reformado con su completa dependencia en Dios.
Pero resulta que este no es el caso, y la razón es que bajo el punto de vista
Romano:
1. los sacramentos deben ser administrados por alguien que tenga “la
intención de hacer lo que hace la Iglesia en administrar el sacramento”, y
2. los sacramentos deben ser recibidos con “la disposición correcta” o “la
motivación correcta”. Así, la gracia divina está condicionada y controlada
por los estados inciertos del hombre. Aunque pudiera uno convencerse de
que poseyera la disposición y el motivo correcto, nunca sería posible estar
seguro de que uno no había recibido los sacramentos de la mano de un
Judas sin la intención correcta (Jn 4:2).
La Fe Reformada hace que los sacramentos estén subordinados a la gracia, y
de esta forma hace que la validez y eficacia de los sacramentos sea
independiente del hombre. El sacramento es válido y eficaz porque es mandado
por Cristo. Se vuelve eficaz cuando y donde le complace otorgar la gracia
salvadora por medio de su Espíritu Santo. “Todos fuimos bautizados por un solo
Espíritu para constituir un solo cuerpo […] y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu” (1Co 12:13).
Roma se encuentra impulsada por la lógica (¿?) de su posición a aceptar que
todos los miembros de la Iglesia son sacerdotes. A ningún Católico Romano,
aparte del sacerdote, le estaría permitido administrar el sacramento de la Cena
del Señor (o la Misa). Pero como la gracia salvadora está contenida en, y
comunicada por, los sacramentos únicamente, “si alguno está en peligro de morir
fuera del Bautismo, cualquier otro puede y debería bautizar” (La Confesión de
Baltimore, pág. 824). Solo los sacerdotes de Roma realmente pueden administrar
los sacramentos—a pesar de ello, cualquiera puede administrar el sacramento del
Bautismo. Tal es la inconsistencia necesaria para poder mantener un sistema
falso.
La posición Reformada es que ninguno de los dos sacramentos puede ser
administrado excepto por un ministro de la Palabra legalmente ordenado. No se
mantiene esto bajo el interés de algún punto de vista sacerdotal o supersticioso
del ministerio. Aunque parezca raro, ese punto de vista guía a la conclusión
opuesta, como hemos demostrado. Más bien, la Confesión mantiene este punto
de vista porque:
1. La Escritura dice que “los ministros de Cristo” son los “…encargados de
administrar los misterios de Dios” (1Co 4:1). Y “nadie ocupa ese cargo por
iniciativa propia…” (Heb 5:4). No existe ninguna evidencia en la Escritura
que demuestre que alguien que no fuera un oficial de la iglesia haya
administrado los sacramentos en la iglesia apostólica.
2. El hecho de que los sacramentos no contengan ni sean portadores de gracia
automática, ni sean instrumentos de la conversión, provee aun más apoyo a
esta posición. Dios ha llamado a todo creyente a ser testigo porque ninguno
puede ser convertido sin el evangelio. Si los sacramentos poseyeran, como
afirma la Iglesia Católica Romana, un poder intrínseco para quitar el pecado
original y darle a nuestras almas nueva vida, entonces se esperaría que todo
creyente los administrara en cada oportunidad que se le presentara. La
posición de la Confesión protege la verdad, es decir, que los sacramentos
son solo señales y sellos de la gracia de Dios que él otorga sin ninguna
dependencia en ellos. No es como si la salvación fuera absolutamente
imposible aparte de los sacramentos.
Finalmente, la Confesión enseña que ha habido solo dos sacramentos
esenciales a lo largo de la historia de la Iglesia, tanto bajo el Nuevo como bajo el
Antiguo Testamento. Es decir, la circuncisión y el bautismo son sustancialmente
lo mismo. Significan lo mismo espiritualmente. Y lo mismo es cierto de la
Pascua y de la Cena del Señor. Las ordenanzas del Antiguo Testamento tal como
la circuncisión y la pascua se han convertido, bajo el Nuevo Testamento, en el
bautismo y la Cena del Señor. Lo nuevo está encubierto en lo antiguo, y lo
antiguo está revelado en lo nuevo. Las señales sangrientas fueron reemplazadas
por señales no sangrientas. Pero el significado no varía, como lo demuestra la
siguiente tabla:
La Circuncisión – El Bautismo
1. Administrado una sola vez a cada uno.
2. Administrado al creyente y a sus hijos.
3. La imagen del inicio de la unión con Dios (el lavamiento, la justificación, etc.).
4. El receptor es completamente pasivo (es circuncidado-bautizado: recibe lo que
otro ejecuta).
La Pascua – La Cena del Señor
1. Administrada repetidamente a cada uno.
2. Administrada únicamente al creyente.
3. La imagen de seguir en comunión con Dios (la nutrición, el crecimiento, la
santificación, etc.).
4. El receptor es activo (toma parte por medio de su propio acto).
Los argumentos en apoyo a esta identificación (entre las ordenanzas del
Antiguo y el Nuevo Testamento) serán provistos a lo largo de nuestra discusión
acerca de los sacramentos. Pero aquí llamamos la atención a un aspecto de los
hechos de la Escritura que es a menudo ignorado. El apóstol Pablo a veces
utiliza el nombre de un sacramento del Antiguo Testamento cuando habla de los
que literalmente recibieron solo el sacramento del Nuevo Testamento y
viceversa. Dice que los Israelitas fueron bautizados (1Co 10:1), mientras que,
por supuesto, realmente fueron circuncidados. También habla de los Colosenses
como circuncidados (Col 2:11), aunque realmente fueron bautizados. Habla de la
pascua como algo perteneciente a los Corintios (1Co 5:7), aunque sabemos que
era la Cena del Señor y no la pascua la que fue observada entre ellos. La pascua
se convirtió en la Cena del Señor para siempre la noche en que fue traicionado
nuestro Señor (Mt 26:17ss., Lc 22:15ss.). Y la pregunta es: ¿Cómo podemos
explicar este intercambio de terminología sacramental en el Nuevo Testamento?
Es por:
1. “La relación espiritual […] entre la seña y el significado: donde sucede que
los nombres y efectos del uno son atribuidos al otro”. Esto significa que
existe tal relación entre el sacramento y la gracia que podemos hablar del
sacramento como si fuera la gracia, y viceversa.
2. “Los sacramentos del Antiguo Testamento, en lo que se refiere a las cosas
espirituales significadas y manifestadas, eran, en esencia, los mismos que
los del Nuevo”. El significado es que la circuncisión y el bautismo están
unidos porque ambos sostienen la misma relación espiritual a la misma
gracia. Y puesto que la gracia puede ser denominada por el nombre del
sacramento relacionado a ella, se sigue que el nombre de un sacramento
puede ser aplicado al otro sacramento. Si la misma gracia puede ser llamada
circuncisión y también bautismo, entonces no existe razón alguna para que
el apóstol no pueda hablar del bautismo como si fuera la circuncisión. Esto
es lo que hace (vea Colosenses 2:11,12). Y que así lo haga, argumenta en
forma efectiva a favor de la enseñanza de esta sección de la Confesión.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es el primer error del sacerdotalismo?
2. ¿Qué texto bíblico, por ejemplo, parecería apoyar a esta posición?
3. ¿Qué textos pueden ser utilizados para refutar esta interpretación?
4. ¿Cuál es la razón por la que tales expresiones bíblicas son mal
interpretadas?
5. ¿Con qué podríamos comparar a la “unión sacramental”?
6. ¿Cuál es el debate central entre la religión Romana y la
Reformada?
7. ¿Por qué, a primera vista, parece ofrecer seguridad el sistema
Romano?
8. ¿Por qué no provee esa seguridad realmente?
9. ¿Por qué es que el sistema Reformado realmente ofrece garantía y
seguridad?
10. ¿Por qué básicamente se ve obligada Roma a negar su propia
enseñanza con respecto al poder exclusivo del sacerdocio?
11. ¿Por qué es que la Iglesia Reformada solo permite que los
ministros ordenados administren los sacramentos?
12. ¿En qué formas son iguales el bautismo y la circuncisión?
13. ¿En qué formas son iguales la Cena del Señor y la Pascua?
14. ¿Qué fenómeno, en el lenguaje del apóstol Pablo, apoya a la
posición de que las ordenanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento
sean esencialmente las mismas?
Ver las respuestas a estas preguntas
26
Del Bautismo (XXVIII)
1. El Bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por
Jesucristo, no solo para admitir solemnemente, en la iglesia visible, a la
persona bautizada; sino también para que sea para ella un signo y un
sello del Pacto de Gracia, de haber sido injertado en Cristo, de la
regeneración, de la remisión de pecados, y de su entrega a Dios mediante
Cristo Jesús para andar en vida nueva. Este sacramento, por institución
del propio Jesucristo, debe continuar en su iglesia hasta el fin del mundo.
2. El elemento externo que debe usarse en el Bautismo es el agua, con la
cual la persona debe ser bautizada, en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo, por un ministro del Evangelio legítimamente llamado
para ello.
XXVIII, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que el bautismo es un sacramento (según la definición hecha en el
capítulo anterior),
(2) lo que significa el bautismo,
(3) cómo debe ser administrado, y
(4) cuánto tiempo debe continuar este sacramento en la Iglesia de Dios.
Ya hemos demostrado que los sacramentos “son signos y sellos santos del
pacto de gracia” instituidos por Dios. Esto establece que el bautismo es un
sacramento. No nos salva, pero es una “figura” de lo que sí nos salva (1P 3:21).
Está registrado en el Evangelio (Mt 28:19) que Cristo instituyó, o mandó, el
bautismo. De estas dos enseñanzas de la Palabra de Dios tenemos la prueba de
que el bautismo es un sacramento.
Pero ¿cuál es el significado del bautismo? La Confesión indica que el
significado del bautismo no se puede encontrar en un solo aspecto de la doctrina
enseñada en la Escritura, sino más bien en un concepto complejo y diverso. El
bautismo significa:
1. la admisión a la Iglesia visible,
2. la gracia del pacto,
3. la regeneración,
4. la remisión del pecado, y
5. el deber de una obediencia nueva.
En otras palabras, el significado del bautismo es muy rico. Es una señal (o
signo) y un sello, no de esta u otra parte de cierta gran obra de gracia divina, sino
de toda la compleja maravilla de ella. El bautismo es, por decir, una gran
“película en acción” que demuestra la gran obra de Dios por medio de la cual los
pecadores muertos son traídos a una unión viva con Cristo y con Él. Y el
concepto central expresado por el bautismo es esta unión en sí. La fórmula para
el bautismo grabada en Mateo 28:19 lo demuestra muy claramente. Los
creyentes y sus hijos deben ser bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo. Cuando Pablo dice que los hijos de Israel “fueron bautizados
en Moisés” quiere decir que dejaron Egipto, y todas las relaciones que tenían con
ello, para entrar en una nueva relación con Moisés, el hombre de Dios. Y así es
con los que son bautizados en la relación con el Dios trino. “¿Fueron ustedes
bautizados en el nombre de Pablo?”, pregunta el apóstol, refutando la idea de
que algunos Cristianos tengan una unión especial con él que no tengan con
Pedro o con Apolos. Su argumento no tendría ninguna relevancia si la unión (o
la relación íntima y especial) no fuera el aspecto central del bautismo.
Aun así, la unión con Dios por medio de Jesucristo es una relación que
involucra todo un complejo de temas integrales. Uno no puede tener unión con
Dios a menos que primero haya habido una eliminación de la culpabilidad y de
la contaminación del pecado. No puede existir una relación de acuerdo íntimo
con Dios de parte de alguien que aún está bajo el dominio del pecado. Así es que
la Escritura ahora se enfoca sobre varios aspectos secundarios de esta unión.
Pedro habla del bautismo refiriéndose especialmente a “…el perdón de sus
pecados…” y “…el don del Espíritu Santo…” (Hch 2:38). Pablo pone énfasis en
“…el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo…”
(Tit 3:5). Y de nuevo especifica el deber de caminar en la nueva vida que
pertenece a los que son bautizados (Ro 4:12). Sin embargo, el tema
predominante de las referencias bíblicas al bautismo es la unión con Cristo y el
Dios trino, la cual abarca y trasciende todos los demás aspectos secundarios del
significado de este sacramento (Mt 28:19, 1Co 12:13, Gá 3:27, Ro 6:3, etc.).
El Bautismo (y la Cena del Señor) simplemente expresa el contenido verbal
del evangelio en una forma no verbal. El Bautismo expresa y representa ese
aspecto del evangelio y su recepción salvadora que vemos expresada
verbalmente en las doctrinas de la gracia, de las cuales habla la Confesión bajo
los siguientes títulos:
1. el llamamiento eficaz,
2. la regeneración,
3. la conversión (el arrepentimiento y la fe),
4. la justificación, y
5. la adopción.
Esto explicará por qué el bautismo se administra una sola vez al individuo.
También explicará por qué el sacramento del bautismo, a diferencia del
sacramento de la Cena del Señor, es recibido en forma pasiva y no activa. Esto
concuerda con esa obra de Dios de la cual el bautismo es una representación o
una “imagen” visible. La regeneración es el acto únicamente de Dios. El pecador
está muerto. La regeneración es lo que le da la vida. No podemos decir que el
pecador sea activo en su regeneración. Es completamente pasivo. Pero tan
pronto como es regenerado, está vivo. Y esto significa que está unido a Cristo.
Porque en Cristo está la vida. Es verdad que ahora podrá arrepentirse y creer. Y
será activo en el arrepentimiento y en la fe. Pero es así solo porque las semillas
del arrepentimiento y de la fe ya estaban presentes en él como resultado de la
regeneración y de la unión con Cristo. De modo que el bautismo representa algo
en lo cual el hombre es realmente pasivo y los apóstoles característicamente lo
denominan así: “Estamos enterrados”, no nos enterramos a nosotros mismos;
“hemos sido sembrados”, no nos sembramos a nosotros mismos; “nuestro viejo
hombre está crucificado”, no se crucificó a sí mismo. Cuando el bautismo es
descrito como si fuera un símbolo de una actividad llevada a cabo por el hombre
(en vez de una unión creada por Dios), hay una contradicción en cuanto a su
verdadero significado. Esta es la mayor objeción del punto de vista Bautista en
cuanto a esta ordenanza. Los bautistas dicen:
1. que el bautismo solo debe ser administrado a adultos, porque solo un adulto
es capaz de llevar a cabo la actividad representada por el bautismo y
2. que el bautismo implica la actividad por medio de la cual el hombre se une
a Cristo. El teólogo Bautista A. H. Strong dice: “Su esencia es nuestra
unión a otro ante el mundo” (Systematic Theology, p. 943). Las respuestas a
este punto de vista son:
(a) que el bautismo debe ser administrado tanto a los hijos de creyentes como
a los creyentes porque Dios es capaz de crear esa unión con los niños de
la cual el bautismo es señal y sello, y
(b) que el bautismo significa esa unión creada entre Dios y los pecadores
únicamente por medio de su poder. No es ni la actividad de Dios (que
crea esta unión) ni la actividad del hombre (que resulta de esta unión) la
cual representa el bautismo. Es la unión en sí, que es el resultado
únicamente de la obra de Dios, la cual afecta la totalidad de la actividad
de la gracia del hombre. Y porque tal unión es creada solo una vez, solo
puede haber un bautismo. El bautismo repetido no representaría la gracia
de Dios con la eficacia que le pertenece.
No existe ninguna discusión entre los Cristianos de básicamente toda
denominación en cuanto a que “el elemento exterior utilizado en este sacramento
debe ser el agua”, ni en cuanto a que el que va a ser bautizado sea bautizado en
el nombre del Dios Trino. Como la razón es evidente, no tomaremos más tiempo
en este punto. También hemos demostrado por qué los ministros del evangelio
pueden administrar lícitamente este sacramento. Concluimos, entonces, con la
afirmación de que el bautismo debe ser administrado hasta el fin del mundo,
porque Jesucristo dijo: “…vayan […] bautizando […] Y les aseguro que estaré
con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28:19, 20). Puesto que la esfera
de esta gran comisión abarca todo el mundo y todos los tiempos, y puesto que la
promesa del Salvador es que sostendrá a su iglesia en el cumplimiento de su
deber hasta el fin del mundo, se sigue que este sacramento debe ser continuado
hasta que haya llegado el fin.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿En razón de cuáles dos pruebas estamos seguros de que el
bautismo es un sacramento?
2. ¿Cuál es el significado del bautismo?
3. ¿Cuál es el significado central del bautismo?
4. ¿Cuáles son algunos aspectos secundarios del bautismo?
5. Si el bautismo tiene un significado central, ¿por qué a veces se
mencionan estos aspectos secundarios en las Escrituras aparte de
su significado central?
6. ¿Cuál es la relación entre los sacramentos y el evangelio?
7. ¿Por qué es que el bautismo no requiere ninguna actividad de parte
del hombre?
8. ¿Por qué dicen los Bautistas que los infantes no deben ser
bautizados?
9. ¿Cuál es la mayor objeción al punto de vista Bautista?
10. ¿Es el bautismo una representación de la actividad de Dios?
Explíquese.
11. Pruebe que este sacramento debe ser administrado hasta el fin del
mundo.
Ver las respuestas a estas preguntas
3. La inmersión de la persona en el agua no es necesaria, pues el
bautismo es correctamente administrado mediante la aspersión o efusión
del agua sobre la persona.
4. No solo deben ser bautizados los que realmente profesan fe en, y
obediencia a, Cristo, sino también los infantes de uno o ambos padres
creyentes.
XXVIII, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que la inmersión no es indispensable al bautismo,
(2) que ningún modo en particular del bautismo es mandado en las
Escrituras, y
(3) que quienes deben recibir el bautismo son los creyentes profesantes y sus
hijos.
Algunas denominaciones Cristianas requieren la inmersión porque creen que
no existe el bautismo sin la inmersión. Insisten que la palabra griega del Nuevo
Testamento (baptizo) significa “sumergir”. El hecho es que la palabra (baptizo)
no significa sumergir. Aunque eso no quiere decir que el término no se pueda
aplicar legítimamente a una acción que involucre la inmersión, solo significa que
el término no tiene ese significado precisamente. Esto se demuestra fácilmente
de la misma Escritura.
1. En 1 Corintios 10:2 leemos de los Israelitas, cuando partieron de Egipto,
que “todos ellos fueron bautizados en la nube y en el mar para unirse a
Moisés”. Puesto que la Escritura registra infaliblemente el hecho de que no
fueron sumergidos sino que pasaron por medio del mar sobre tierra seca, es
obvio en esta instancia que el término (baptizo) no puede significar
inmersión (Éx 14:22, etc.).
2. Una vez más, en Hebreos 9:10, leemos que bajo la ley ceremonial del
Antiguo Testamento existían “diversas ceremonias”. Sin embargo, el libro
de Hebreos nos hace recordar que esto consistía en rociar la sangre de
machos cabríos y de toros (9:13), en rociar del libro y a todo el pueblo
(9:19), y en rociar el tabernáculo y los objetos que se usaban en el culto
(9:21). Es decir, se nos relata que varios actos de purificación ceremoniales
del Antiguo Testamento no fueron llevados a cabo por medio de la
inmersión, pero eran “bautismos”. ¿Cómo, entonces, el término (baptizo)
podría significar inmersión?
3. En Hechos 1:5 leemos la promesa de Cristo a sus discípulos: “…dentro de
pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”. Nuevamente, en
Hechos 2, encontramos el cumplimiento de esa promesa. El Espíritu Santo
vino sobre ellos. “Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego
que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2:3). Cuando los
demás pensaron que estaban ebrios, Pedro dijo: “En realidad lo que pasa es
lo que anunció el profeta Joel: ‘Sucederá que en los últimos días—dice
Dios—…derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano […] en esos
días derramaré mi Espíritu…’” (2:16-18). Ser bautizado con el Espíritu
significaba que el Espíritu se derramaba sobre ellos, y no que fueran
sumergidos en el Espíritu Santo. Entonces el bautismo no significa
inmersión. Esto no prueba que el bautismo nunca fue administrado por
medio de la inmersión (aunque no se puede probar que la inmersión haya
sido el modo siquiera en una sola instancia en la Escritura). Lo que sí
prueba es que el término (baptizo) no significa inmersión. No significa
inmersión como tampoco significa rociar o derramar. Lo que significa es
(como hemos demostrado) la unión con Cristo y el Dios trino por medio del
lavamiento del pecado, ya sea por medio de la inmersión, el rociado o el
derramamiento.
Ya hemos demostrado que el bautismo es una señal y un sello de la unión con
Cristo y con Dios, y que esta unión es la creación absoluta de Dios y es otorgada
por él a quien le complazca. Los niños no son más capaces de efectuar su propia
unión con Cristo de lo que lo son los adultos. Todos son totalmente depravados e
incapaces de hacer algo en absoluto para efectuar su unión con Dios. Pero Dios
es omnipotente, y él puede efectuar esta unión con su propio poder, y es él quien
lo hace. Y Jesucristo dijo que esta obra salvadora se encuentra en niños y aun en
infantes pequeños (Lc 18:15). “El reino de los cielos es de quienes son como
ellos”, dijo (Mt 19:14). Si los niños, y aun los infantes pequeños, son miembros
del reino de Dios (Lc 18:16), entonces realmente no se puede decir que no
experimentan lo que significa y sella el bautismo. ¿Qué es la membresía en el
reino de Dios si no es la unión con Cristo? Es interesante observar que los
Bautistas en sí no son consistentes en cuanto a sus propios argumentos. Por lo
menos la mayoría de los Bautistas aceptan que los infantes de los creyentes que
mueren en infancia pueden ser salvos. Y esto es igual que decir que pueden tener
eso que señala y sella el bautismo.
En cuanto al segundo argumento, estamos de acuerdo, por supuesto, que el
Nuevo Testamento no contiene un mandamiento específico de administrar el
sacramento de la Cena del Señor a las mujeres. Pero esto no es igual que decir
que la Biblia no contiene tales mandatos. El Nuevo Testamento no siempre repite
mandatos específicos que ya están registrados en la Escritura del Antiguo
Testamento. En otras palabras, los apóstoles no actúan como si los
mandamientos de Dios no tuvieran ninguna validez si es que no fueran repetidos
en sus Escrituras. Los apóstoles en ningún lado repiten expresamente las
palabras del Segundo Mandamiento. Sin embargo, no cabe duda de que
continuaban considerando el Segundo Mandamiento como algo vigente (Ro
1:23). Así que no podemos decir que Dios no ha mandado el bautismo de niños.
Dios, al comienzo de la historia patriarcal, mandó que la señal y el sello del
pacto de gracia fuera dada a los niños de los creyentes (Gn 17:1-14). Es más, se
afirmaba explícitamente que esto era un requisito que duraría para siempre. No
es verdad, entonces, que Dios no haya dado ningún mandamiento con respecto al
bautismo de niños. El argumento Bautista es que con la venida de Cristo la
circuncisión fue abrogada, así que este mandamiento ya no existe. Pero el
apóstol deja en claro que la circuncisión continúa, con este cambio, que ahora se
llama bautismo—“…en él fueron circuncidados, no por mano humana, sino […]
en el bautismo…” (Col 2:11,12). El argumento Bautista es que los niños no
pueden ser bautizados sin el mandamiento del Nuevo Testamento. Sin embargo,
lo que se necesita es que los Bautistas produzcan el mandamiento del “Nuevo
Testamento” que prohíba lo que Dios ha mandado para todos los tiempos. Los
discípulos creían que los niñitos no deberían ser traídos al Señor. Pero él les dijo:
“…no se lo impidan…” (Mt 19:5). Nuestro argumento es este:
1. Dios mandó que los creyentes dieran la señal y el sello del pacto a sus hijos,
2. el bautismo es la señal y el sello del pacto acerca del cual Dios dio este
mandato (Gá 3:16,17),
3. Dios cambió la forma de la señal y el sello, pero no el mandato que era
siempre; no ha revocado su mandato de dar esta señal y este sello a los hijos
de los creyentes, y
4. la evidencia del Nuevo Testamento confirma esta posición.
Aunque el Nuevo Testamento no contenga una repetición verbal del mandato
original de Dios de dar una señal o un sello del pacto a los hijos de los creyentes,
si contiene la información y la evidencia que no concuerda con ninguna otra
posición salvo la que supone la fuerza continua de ese pacto. Citaremos algunos
ejemplos.
(a) En Hechos 2:38, 39, Pedro animó a los judíos a que recibieran el
bautismo en el nombre de Jesucristo, y dio la razón de que “…la promesa
es para ustedes [y] para sus hijos…”. Esta forma de expresión concuerda
absolutamente con el concepto del Antiguo Testamento de los “niños del
pacto” que se incluían en la promesa a los creyentes y por lo tanto eran
circuncidados. Y el hecho de que Pedro apoya al bautismo precisamente
basado en este fundamento es una presunción fuerte a favor de la
continuación de ese concepto en la época del Nuevo Testamento.
(b) En Hechos 17:11 se nos informa que los judíos de la sinagoga Berea, a
diferencia de la mayoría de las congregaciones judías a lo largo del
Imperio Romano, “…recibieron el mensaje con toda avidez…”. Ellos
incluso “…examinaban las Escrituras…” todos los días para ver si era
verdad lo que Pablo les enseñaba y para asegurarse de que concordara
con ellas. Ponían a prueba la doctrina de Pablo a la luz de la palabra de
Dios del Antiguo Testamento. ¿Y cómo pudieron haber aceptado la
doctrina del bautismo de Pablo si es que no estuviera de acuerdo con el
concepto de los hijos del pacto del Antiguo Testamento?
(c) En 1 Corintios 1:14, Pablo reconforta y da esperanza e instrucción a los
Cristianos que se encuentran bajo la carga de ser casados con un
incrédulo. Al parecer, habían algunos en Corintio que, a causa de esta
“carga”, se sentían en gran desventaja en comparación con los demás y
esto a causa de una presunta diferencia en el estatus de sus hijos. La
posición Bautista es que todo niño esta fuera de la gracia y el pacto de
Dios, y por lo tanto no debe ser bautizado. No reconocen ninguna
distinción entre los hijos de los creyentes y los hijos de los incrédulos.
Pero el apóstol dijo: “…el esposo no creyente ha sido santificado por la
unión con su esposa, y la esposa no creyente ha sido santificada por la
unión con su esposo creyente. Si así no fuera, sus hijos serían impuros,
mientras que, de hecho, son santos”. Es decir, el apóstol sí hacía una
distinción entre los hijos de los creyentes y los hijos de los no creyentes.
Y podía tranquilizar a los creyentes de matrimonios mixtos de que en su
caso también, el que obraba en ellos eran más grande que el que obraba
en el mundo. Por lo tanto, sus hijos, así como los de los padres creyentes,
eran santos. Es interesante observar el silencio absoluto de los Bautistas
con respecto a este texto. Y si se objetara que el término “santo” no
significa que estos niños solamente tienen derecho a la seña y el sello del
pacto, sino que implica mucho más, respondemos: “Está bien, pero de
todas formas significa algo, y es algo completamente distinto a la
posición Bautista”.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué los Bautistas insisten en la inmersión?
2. ¿En qué forma, a veces, dan mayor fundamento (aunque
innecesariamente) los Cristianos Reformados a esta posición?
3. ¿Cómo podemos probar que la palabra baptizo no significa
inmersión?
4. ¿Prueba esto que este término nunca se utiliza para describir una
instancia en la cual la inmersión pueda estar involucrada?
5. ¿Cuáles son los dos argumentos principales contra el bautismo de
infantes por parte de los Bautistas?
6. ¿Qué pruebas se pueden presentar para refutar cada uno de estos
argumentos?
7. Dé un ejemplo de la evidencia que se puede encontrar en el Nuevo
Testamento que no concuerda con la posición Bautista, y que apoya
la posición Reformada.
Ver las respuestas a estas preguntas
5. Aunque el menosprecio o descuido de este sacramento sea un gran
pecado, sin embargo, la gracia y la salvación no están tan
inseparablemente unidas al Bautismo, como para que ninguna persona
sea regenerada o salvada sin el bautismo, o como para que todos los que
son bautizados sean indudablemente regenerados.
6. La eficacia del Bautismo no está ligada al momento preciso en que se
administra; no obstante, mediante el uso correcto de esta ordenanza, la
gracia prometida no solo es ofrecida, sino que realmente es manifestada y
conferida por el Espíritu Santo a aquellos (ya sean adultos o infantes) a
quienes pertenece aquella gracia, según el consejo de la propia voluntad
de Dios, en el tiempo establecido por Él.
7. El sacramento del Bautismo se administra por una sola vez a cada
persona.
XXVIII, 5-7. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que es un error dejar de lado el mandato del bautismo,
(2) que la salvación es absolutamente inseparable de él,
(3) que la salvación no se garantiza por medio de ello,
(4) que la eficacia del bautismo no está atada al momento de la
administración del mismo, y
(5) que es un medio de gracia cuando se administra correctamente (una sola
vez, y de acuerdo con la Palabra de Dios).
Si el bautismo es “un sacramento del Nuevo Testamento, mandado por
Jesucristo” que debe ser “continuado en su Iglesia hasta el fin del mundo”,
entonces se sigue que es un gran error despreciarlo o dejarlo de lado. Si la
negligencia de Moisés en cuanto a la circuncisión despertó la ira y el disgusto de
Dios contra él (Éx 4:24-26), y si el rechazo del bautismo de Juan por parte de los
fariseos y los expertos en la ley también es condenado (Lc 7:30), entonces
¡cuánto más debemos considerar la gravedad de una similar actitud ante lo que
nuestro Señor ha mandado! Y es importante recordar que se despertó la ira de
Dios contra Moisés no porque había descuidado el mandato en cuanto a él
mismo, sino porque había descuidado la circuncisión de sus hijos. El bautismo es
un deber moral. Y la persona que pudiendo ser bautizada (o pudiendo presentar a
sus hijos para ser bautizados) no lo hace, está en una posición muy distinta a la
de una persona que quisiera ser bautizada y no puede. Hay muchas instancias en
las cuales es físicamente imposible que el creyente reciba este sacramento (Mt
27:38). Ya que tal individuo ni menosprecia ni descuida este mandato, no
podemos decir que yerra solo porque la providencia divina previene su bautismo.
Sin embargo, si una persona no es bautizada porque condena o descuida este
mandato, es culpable del pecado. En efecto, solo estamos diciendo que todo
error es pecaminoso. Debemos recordar que cada uno, incluso los Presbiterianos
y los Bautistas, son pecadores y por lo tanto no están libres del error en distintos
grados en todo ámbito. Se debe notar, en cuanto a esto, que el pecado es menos
ofensivo ante los ojos de Dios cuando no es causado por desobediencia
consciente o por descuido. El que conoce la verdad y luego desobedece tiene una
mayor culpabilidad que el que obedece a una conciencia mal informada. “Si
después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no
hay sacrificio por los pecados” (Heb 10:26).
Al decir que el bautismo es un requisito de la ley de Dios (para los creyentes
y sus hijos) no se implica que el bautismo sea un requisito de la salvación
misma. Lo que el hombre deber cumplir como su deber moral no se debe
confundir con lo que Dios pueda hacer. La Escritura nos demuestra que es
posible tener todo lo que significa y sella el bautismo sin tener el bautismo en sí.
Todos sabemos que el ladrón en la cruz fue salvo. Y fue salvo en ese mismo
tiempo en el cual Juan el Bautista y Jesús mismo requerían que los hombres
fueran bautizados para la remisión de sus pecados. Sin embargo, no le fue
posible ser bautizado a causa de circunstancias providenciales sobre las cuales él
no tenía ningún control. Dios no cambió las circunstancias que prevenían su
bautismo sino que lo salvó sin el bautismo. Esto nos demuestra que existen
circunstancias en las cuales los hombres pueden tener los efectos salvadores de
la gracia de Dios sin el sello y la señal de designio divino, y que esto es según la
voluntad de Dios. Por otro lado, la Escritura también demuestra que los hombres
pueden ser bautizados con un bautismo correctamente administrado sin
realmente experimentar la gracia salvadora de la cual es un sello y señal. Simón
(Hch 8:13ss.) fue legítimamente bautizado por el apóstol. Aun así, él mismo
siguió “…camino a la amargura y a la esclavitud del pecado” (v. 23). Sin
embargo, el que realmente está unido a Cristo no puede permanecer en la
esclavitud del pecado (Ro 6:10,14, etc.). Él no pudo haber sido bautizado
legítimamente y aun permanecer en la esclavitud del pecado a no ser que el
bautismo sea separable de la gracia de la cual es una señal y un sello. El caso de
Esaú también da ejemplo de este punto. Fue circuncidado por mandato divino.
Sin embargo, fue revelado antes de su nacimiento que jamás tendría unión con
Cristo (Ro 9:11-13). En esta instancia no se puede argumentar que Esaú recibió
una circuncisión ilegítima. Tampoco se puede argumentar que Esaú fue
circuncidado porque se suponía que tenía o que tendría unión con Cristo. Solo se
puede argumentar que Dios mandó que los creyentes dieran la señal y el sello del
pacto a sus hijos aun si no se podía suponer que tenían o que tendrían unión con
Cristo. La Biblia no enseña que la administración legítima del sacramento del
bautismo requiere que los que lo reciban realmente estén unidos a Cristo. Existe,
en otras palabras, una verdadera discrepancia entre la administración apropiada
del bautismo y la obra de gracia salvadora. Dios ha dado órdenes que no proveen
para el bautismo de todo verdadero creyente (Lc 23:33,43) pero que sí proveen
para el bautismo de algunos que no están destinados a la vida eterna.
No debemos limitar la eficacia del bautismo al momento de su
administración. Por ejemplo, no debemos pensar que cuando un niño es
bautizado, el efecto de su bautismo termina allí mismo. De nuevo citamos el
caso de Jacob y Esaú. (1) Ambos recibieron el sacramento por medio de un
mandato divino. (2) Esaú nunca recibió la gracia de la cual poseía el sello y la
señal. Y (3) Jacob no experimentó la eficacia del sacramento sino hasta su
conversión muchos años después (Gn 25-32, esp. 32:24-28). Los que se oponen
al bautismo de infantes a menudo resaltan que en muchos casos no existe
evidencia de la obra de la gracia de Dios en los que han sido bautizados como
infantes. Afirman correctamente el hecho de que el bautismo no tiene ningún
efecto salvador en tales infantes en el momento en el cual son bautizados. Sin
embargo, no debemos dejar que esta verdad nos confunda; decir que el bautismo
no tiene ningún efecto en el momento no es lo mismo que decir que no tiene
ningún efecto en absoluto. El bautismo jamás causa la unión con Cristo. Nunca
tiene ese efecto. Ese no es el propósito del bautismo. El propósito del bautismo
no es causar una unión con Cristo sino confirmar y testificar de lo mismo. Y es
precisamente por eso que el bautismo tiene mayor eficacia al no estar atado
únicamente al momento de su administración. De este modo, el bautismo
testifica que Dios da unión con Cristo a quien a él le complazca, como le
complazca y cuando le complazca. El efecto del bautismo no es que cause unión
con Cristo, sino que testifica de esta unión. Puede que el bautismo, así como la
circuncisión, no tenga ningún efecto en algunos. Pero el bautismo de infantes,
así como la circuncisión de infantes, tiene un efecto profundo en algunos que son
convertidos mucho después de ser bautizados. El orden entonces puede ser (1)
bautismo, y luego el llamamiento eficaz para unión con Cristo, y luego la
eficacia del bautismo o (2) el llamamiento eficaz, luego el bautismo, y luego la
eficacia del bautismo. No puede haber ningún otro orden porque uno no puede
experimentar la eficacia del bautismo antes del bautismo, ni puede experimentar
la eficacia del bautismo antes del llamamiento eficaz.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Por qué es pecaminoso menospreciar o descuidar el bautismo?
2. ¿Qué pasajes de la Escritura se pueden citar para probar lo
anterior?
3. ¿El Bautista que sinceramente cree que sería un error bautizar a
sus hijos peca al no bautizarlos? ¿Por qué?
4. ¿En qué sentido no es necesario el bautismo?
5. ¿Qué es el pecado deliberado?
6. ¿Qué evidencia bíblica prueba que uno puede ser salvo sin ser
bautizado?
7. ¿Qué evidencia bíblica prueba que uno puede ser bautizado sin ser
salvo?
8. ¿Qué caso bíblico prueba que el bautismo no es dado a los infantes
en base a nuestra creencia de que son elegidos?
9. ¿Por qué entonces fue bautizado?
10. ¿Qué caso bíblico prueba que la eficacia del bautismo no está
atada al momento de su administración?
11. ¿Cuáles son las dos cosas que (en cualquier orden) debe poseer
el individuo para que el bautismo pueda ser eficaz para él?
Ver las respuestas a estas preguntas
27
De la Cena del Señor (XXIX)
1. Nuestro Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, instituyó el
sacramento de su cuerpo y de su sangre, llamado la Cena del Señor, que
debe ser observado en su iglesia hasta el fin del mundo, para la perpetua
conmemoración del sacrifico de sí mismo en su muerte, para sellar en los
verdaderos creyentes todos los beneficios de la misma, para su nutrición
espiritual y crecimiento en Él, para mayor compromiso en y hacia todas
las obligaciones a Él debidas, y para ser un lazo, y una garantía, de su
comunión con Él y de los unos con los otros como miembros de su cuerpo
místico.
XXIX, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que la Cena del Señor es un sacramento instituido por Cristo,
(2) que fue instituida en la noche en la cual fue traicionado,
(3) que debe ser observada por su Iglesia hasta el fin del mundo
(4) que es dada como:
a. un recordatorio perpetuo de su sacrificio,
b. el sello de todos los beneficios de aquello para los verdaderos
creyentes, y para:
c. su alimento espiritual y crecimiento en él,
d. su mayor compromiso en y con los deberes que le deben a él, y
e. como un pacto y una promesa de su comunión con él y del uno con el
otro como miembros de su cuerpo.
La institución de la Cena del Señor se encuentra en tres Evangelios y en una
de las epístolas de Pablo. “Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a
ustedes…” (1Co 11:23-26ss. Mt 26:26-29, Mr 14:22-25 y Lc 22:17- 20). En este
relato cuadruplicado se nos dice repetidamente que Jesús mandó que “hagan
esto”. Y el momento de esta institución se revela claramente como el deber en sí.
Fue en la noche en que fue traicionado. Fue al comer la pascua. Y mientras que
la frecuencia con la cual debe ser observada no se especificó de una forma
particular, él mandó que debería ser frecuente. El término que utiliza es “cada
vez que”, implicando que era un acto que debe hacerse con frecuencia. Calvino
dio fuerte apoyo a la celebración semanal de este sacramento. Esto en sí no sería
una violación de la institución de Cristo. Pero la Escritura solo requiere la
administración frecuente del sacramento y no justifica una regla rígida que
requiera tal frecuencia absoluta. Finalmente, notamos que en las palabras de
Cristo en su institución, como también en el bautismo, existe buen fundamento
para continuar este sacramento hasta el fin del mundo, porque él dijo: “Porque
cada vez que coman este pan y beban de esta copa, proclaman la muerte del
Señor hasta que él venga”. Si este sacramento se observa hasta que él venga,
será observado hasta el fin del mundo, porque es ahí cuando él vendrá.
La Cena del Señor “es un sermón visible, en el cual se nos presenta a Cristo
sacrificado” (Thomas Watson, The Ten Commandments, pág. 165) . El
sacramento de la Cena del Señor representa y exhibe la salvación a través del
sacrifico único y perfecto de Cristo. Entonces el énfasis central de la ordenanza
es el “recuerdo” de “la muerte del Señor”. Los elementos recuerdan el cuerpo y
la sangre ofrecidos a Dios en el sacrificio de sí mismo. Las palabras ponen en
nosotros el recuerdo de aquel que ofreció su cuerpo y sangre, y el maravilloso
hecho de que se ofreció a sí mismo por nosotros. “Esto es mi cuerpo, que por
ustedes es entregado”. Además, las acciones nos hacen pensar en el sufrimiento
y el dolor que padeció el Salvador al rendirle a Dios esta gran oblación. “Este
[…] es mi cuerpo, entregado por ustedes…”. Cuando Cristo distribuyó los
elementos de este sacramento a sus discípulos, no fue por medio de este acto
sacramental que realmente les haya dado la salvación. En el caso de todos, salvo
uno, ya eran salvos. En el caso de uno, nunca sería salvo. ¿Qué, entonces, hizo
por ellos este sacramento? Significaba y sellaba los beneficios de su sacrificio.
Los representaba. Proveía una viva imagen. Les demostraba lo que poseían. Y
les testificaba que sí lo poseían. Les aseguraba de esta gran salvación que era
suya en Cristo. Y eso no es todo. La Cena del Señor, a diferencia del bautismo,
no solo representa algo que ya ha sido completado. No solo significa un punto de
existencia completado (la unión con Cristo que no vuelve a cambiar jamás en su
esencia). No representa el interés salvífico del Cristiano en esa obra de Dios que
se representa como si ya hubiera sido recibida. La Cena del Señor debe ser
observada con frecuencia porque representa una obra de Dios que continúa a lo
largo de la vida del creyente. El creyente debe, una y otra vez, comer, beber y
recordar, porque la Cena del Señor es una señal y un sello de esa obra de la
gracia de Dios por medio de la cual el creyente recibe continuamente el alimento
y aliento espiritual, el perdón, la purificación y la santificación, por medio de los
beneficios de este único sacrificio de Cristo y de su actual mediación de esos
beneficios a favor de los creyentes. Obviamente, el creyente no deriva este
beneficio del sacramento en sí, sino de Cristo mismo y de su sacrificio. Lo que
recibe el creyente en, y por medio de, el sacramento en sí no es lo mismo que
recibe en Cristo y su sacrificio. Precisamente lo que recibe de, y por medio de, el
sacramento es un testimonio de, y una confirmación (dando testimonio de su
validez) de, la gracia salvadora que recibe por medio del Espíritu Santo. La
gracia salvadora (que nutre, sostiene y santifica al creyente) opera en el creyente
en virtud de una unión vital con Cristo. Sin embargo, esta gracia salvadora es
fortalecida por medio del testimonio y la atestiguación otorgados por el
sacramento.
Como este sacramento es una señal y un sello de la unión y la comunión con
Cristo, también es un medio por el cual el creyente recuerda el hecho de que él
debe ser, y es fortalecido en su deseo de ser, fiel y obediente a Cristo. Se le
recuerda que ha sido “…comprado por precio”. Por tanto, sabe que debe “honrar
con su cuerpo a Dios” (1Co 6:20). En esta misma epístola Pablo dice: “No
pueden beber de la copa del Señor y también de la copa de los demonios; no
pueden participar de la mesa del Señor y también de la mesa de los demonios”
(10:21). No es simplemente que el creyente no debería beber de ambas copas
sino que no puede. Por supuesto, el apóstol sabía que había un sentido en el cual
tal cosa se podría hacer: Una persona puede tomar de los elementos del
sacramento de la Cena del Señor y también tomar parte en las ceremonias de una
religión falsa. Pero, en tal caso, el sacramento del Señor no tiene ninguna
eficacia para esa persona. Solo tiene eficacia como una señal y un sello de la
verdadera unión con Cristo. Y el que tiene verdadera unión con Cristo no puede
estar unido a Satanás. La Cena del Señor no es un medio de gracia para los que
no tienen gracia (1Co 11:27-29). La predicación de la Palabra de Dios sí es un
medio de gracia para los que están sin gracia. A ninguno se le pide reconocer el
cuerpo del Señor antes de escuchar al evangelio. Sin embargo, este requisito
prueba que la Cena del Señor no es una ordenanza que convierte. No es una
forma de efectuar la unión con Cristo. Más bien es un medio de fortalecer y
asegurar a los que ya están unidos a Cristo.
La Cena del Señor también es “una fianza y una promesa” de la unión y la
comunión compartidas por los verdaderos creyentes con Cristo (la cabeza) y el
uno con el otro (los miembros de su cuerpo). El pan fue distribuido. Pero fue un
solo pan que se distribuyó. “Hay un solo pan del cual todos participamos; por
eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo” (1Co 10:17). Una vez
más leemos que “luego tomó la copa, dio gracias y dijo: ‘Tomen esto y
repártanlo entre ustedes’” (Lc 22:17). Los muchos son uno solo. Tienen mucho
más en común de lo que tiene Adán y su posteridad. Por lo tanto, por medio de
este sacramento recibimos el testimonio y la certeza del hecho de que somos
miembros de un nuevo pueblo en Cristo. Somos fortalecidos en nuestro
entendimiento y seguridad de esta bendita comunión con Cristo y con su pueblo,
la cual es nuestra en virtud de nuestra unión a él.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Dónde encontramos la institución de la Cena del Señor?
2. ¿Cuándo fue instituida la Cena del Señor?
3. ¿Con qué frecuencia requiere Cristo la celebración de esta Cena?
4. ¿Hasta cuándo debe ser observado este sacramento? Pruébelo
bíblicamente.
5. ¿Cuál es el énfasis central de este sacramento?
6. ¿De cuáles tres formas se demuestra esto?
7. ¿Otorga la gracia salvadora el sacramento de la Cena del Señor? Si
la respuesta es no, entonces ¿qué otorga?
8. ¿De qué verdad testifica la celebración frecuente de este
sacramento?
9. ¿Qué se requiere de los que reciben este sacramento que no se les
requiere a los que escuchan el evangelio?
10. ¿Qué aspecto de este sacramento representa la unión de muchos
creyentes con Cristo y de la comunión del uno con el otro?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. En este sacramento Cristo no es ofrecido a su Padre, ni se hace un
sacrificio real por la remisión de pecados de los vivos o muertos, sino
solamente una conmemoración de aquel único ofrecimiento de sí mismo y
por sí mismo en la cruz, una sola vez para siempre; y una ofrenda
espiritual a Dios de la mayor alabanza posible por tal sacrificio. De
manera que el sacrificio papal de la misa (como ellos la llaman), es la
injuria más abominable al único sacrificio de Cristo que es la única
propiciación por todos los pecados de sus elegidos.
XXIX, 2. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que el sacramento de la Cena del Señor no es un sacrificio sino una
conmemoración de ese único y suficiente sacrificio de Cristo, y
(2) que la doctrina Romana de la Misa no es más que un ataque contra la
gloria y la eficacia del único verdadero sacrificio de Cristo.
En el Catecismo de Baltimore de la Iglesia Católico Romana leemos lo
siguiente: “La Misa es el sacrificio de la Nueva Ley en la cual Cristo, por medio
del ministerio del sacerdote, se ofrece a Dios en una forma no sangrienta bajo la
presencia del pan y el vino” (#925). “En la Nueva Ley no hay ningún otro
sacrificio aceptable a Dios salvo el sacrificio de la Misa” (#929). “La Misa es el
mismo sacrificio que el sacrificio de la cruz, porque en la Misa la víctima es la
misma, y el sacerdote principal es el mismo, Jesucristo” (#931). Por medio de
esta, la enseñanza oficial de Roma, debemos creer que alguien es salvo, no
porque Cristo murió por él, sino porque Cristo muere por él. Tantas veces como
peque el pecador, con esa frecuencia debe también morir Cristo. Según el dogma
Romano, esta es la obra de Cristo. No pareciera ser esto lo que está haciendo.
Pero esto es solo porque se presenta a sí mismo bajo la presencia del pan y el
vino. El es pan y vino en su apariencia. Pero está verdadera y físicamente
presente en carne y hueso humano para poder sufrir y morir una vez más. Y, dice
Roma, no hay salvación excepto por medio de este sacrificio que se repite
continuamente.
Sería difícil inventar una doctrina que sea más dañina a la verdadera gloria de
la obra de Jesucristo. Las Escrituras dicen que “…con un solo sacrificio ha
hecho perfectos para siempre a los que está santificando” (Heb 10:14). Al morir
exclamó: “Todo se ha cumplido” (Jn 19:30). Y, a diferencia de los sacerdotes del
Antiguo Testamento, Cristo “…no tiene que ofrecer sacrificios día tras día…”
(Heb 7:27). Si el perdón diario de los pecados requiriera el sacrificio diario de
Cristo, “…habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo”
(Heb 9:26). El hecho de que el perdón haya sido dado antes del sacrificio de
Cristo establece el hecho de que el perdón puede ser dado después de haberse
completado ese sacrificio. Así “…ahora, al final de los tiempos, se ha presentado
una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio
de sí mismo”. “…Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los
pecados de muchos…” (Heb 9:26, 28). De la supuesta presencia física de Cristo
en la Misa, podríamos decir lo mismo que el ángel alguna vez dijo a los
discípulos: “No está aquí; ¡ha resucitado!” (Lc 24:6). “Es necesario que él
permanezca en el cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas las
cosas” (Hch 3:21).
A causa del infinito valor y la absoluta perfección del único sacrificio de
Cristo, la Escritura nos enseña que lo recordemos en ello y que hagamos
descansar nuestra esperanza de la salvación y la vida eterna en ello. Así, pues, se
utiliza el tiempo pasado: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados […] El
precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas […] sino con la preciosa
sangre de Cristo…”. “Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del
mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1P
1:18-20). “…Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio
fragante para Dios” (Ef 5:2). “Porque Cristo murió por los pecados una vez por
todas, el justo por los injustos…” (1P 3:18). Si el único sacrificio de Cristo no
fuera suficiente, la Escritura no podría hablar de esta forma. Habla así porque el
único sacrificio de Cristo fue suficiente para pagar por todos los pecados de su
pueblo escogido, ya sea pecados pasados, presentes o futuros. La Misa Romana,
al negar esto, socava la integridad de la obra de Cristo y lleva al pecador a
confiar en el sacerdote, la Misa y en la Iglesia, en vez de confiar en el único
sacrificio que les puede rescatar de sus pecados. Hasta donde Roma persuade al
hombre a creer su doctrina, también lo persuade a abandonar toda esperanza
legítima.
Si la única muerte del hombre-Dios no es suficiente para toda necesidad
humana, entonces ¿cómo podrían ser suficientes muchas semejantes muertes?
Por supuesto, Roma enseña que la muerte que Cristo muere en la Misa no es otra
sino de alguna forma la misma muerte que murió en la cruz. Pero si así fuera,
¿cómo lo podemos ver como una verdadera muerte? Si la muerte que Cristo
murió en la cruz no es más “auténtica” que la que se supone que muere en la
Misa, entonces no tiene mucho valor. Y en realidad, uno no muere
verdaderamente una muerte varias veces. Sin embargo, aun si intentamos seguir
la increíble lógica del dogma Romano, tendríamos que decir que la muerte de
Cristo no tiene ningún valor, porque (bajo su propio testimonio) no ha dejado de
morir. Un sacrificio no tiene ningún valor hasta que se haya cumplido la muerte.
Pero si Cristo no ha dejado de morir después de dos mil años, ¿cómo podemos
estar seguros de que algún día dejará de morir? Entonces qué de nuestra
esperanza de la resurrección; es más, cómo puede haber una resurrección de una
muerte perpetua? Para resumir: La doctrina Romana es tanto absurda como antibíblica y dañina.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Según Roma, ¿cuál es el único sacrificio aceptable a Dios?
2. Según Roma, ¿qué sacrificio es idéntico al sacrificio de la cruz?
3. Según Roma, ¿por qué se le designa a la Cena del Señor como un
verdadero sacrificio?
4. Según Roma, ¿con qué frecuencia debe morir Cristo?
5. Según la Escritura, ¿con qué frecuencia debe morir Cristo?
Pruébelo con textos.
6. ¿Por qué no puede estar Cristo presente físicamente en la Misa?
7. ¿Qué forma de expresión característica demuestra que el sacrificio
de Cristo ya se completó?
8. ¿De qué desvía la confianza del hombre esta doctrina Romana?
9. ¿A dónde lleva la doctrina Romana a la confianza del hombre?
10. ¿En qué forma están “desesperanzados” los Católico-Romanos?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. En este sacramento, el Señor Jesucristo ha ordenado a sus ministros
que declaren al pueblo su Palabra de institución, que oren, que bendigan
los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para
un uso santo; que tomen y partan el pan, que tomen la copa y que
(participando ellos mismos) ambos sean dados a los participantes, pero a
ninguno que no esté presente en ese momento en la congregación.
4. Las misas privadas, o el recibir a solas este sacramento, de un
sacerdote o por cualquier otro, como también la negación de la copa al
pueblo, la adoración de los elementos, el elevarlos, o el llevarlos de un
lugar a otro para adoración, y el reservarlos para cualquier pretendido
uso religioso es contrario a la naturaleza de este sacramento y a la
institución de Cristo.
XXIX, 3-4. En esta sección de la Confesión aprendemos:
(1) que Cristo ha designado que sus ministros administren los sacramentos
de la palabra de institución, la oración, y la bendición,
(2) que los elementos que se usarán son el pan y el vino,
(3) que tanto los ministros como los miembros de la Iglesia deben recibir
ambos elementos, y
(4) que estos no deben ser administrados a alguien que no haya estado
presente en la congregación en el momento de la administración del
sacramento.
Ya hemos demostrado (XXVII, 4,) que los sacramentos deben ser
administrados por los ministros de la Palabra que hayan sido ordenados
lícitamente. Por lo tanto, nos concentraremos en las demás verdades contenidas
en esta sección de la Confesión.
Según la Confesión de Fe, los elementos que se deben utilizar en la Cena del
Señor son el pan y el vino. Es nuestra convicción que cuando el Señor instituyó
el sacramento, utilizó pan sin levadura y vino fermentado. La Escritura indica
claramente que la Cena fue instituida durante la observación de la Pascua (Mr
14:12-16), y según la ley de Moisés no se permitía que hubiera ningún pan con
levadura alrededor en esta ocasión (Éx 12:15-20). “La costumbre moderna en
Palestina, entre los que son tradicionalmente conservadores en cuanto a las
fiestas religiosas, también sugiere que el vino utilizado era fermentado” (The
New Bible Dictionary, Eerdmans, Grand Rapids, 1962, pág. 1331). Edersheim
dice que “la contención de que haya sido vino sin fermentar no merece una
discusión seria” (Life and Times of Jesus the Messiah, Vol. II, pág. 485). Debe
haber sido vino fermentado para que se pudieran haber dado los casos de
ebriedad en conexión con el sacramento en Corinto (1Co 11:21). Y la práctica
conocida de la Iglesia antigua de utilizar pan sin levadura y vino fermentado
concuerda con esta evidencia.
Sin embargo, no insistiríamos en que el sacramento no puede tener validez
sin pan sin levadura ni vino fermentado. Es fácil imaginar circunstancias bajo las
cuales pueda ser necesario utilizar pan con levadura o jugo de uva o incluso
ambos. Aunque sería técnicamente irregular, no podríamos mantener que el
sacramento no se pueda observar bajo tales condiciones. Tampoco
condenaremos a los que normalmente utilizan pan con levadura y jugo de uva
por pura conveniencia. Pero si la decisión de utilizar el jugo de uva en vez del
vino se basa en la influencia del “Movimiento de Abstinencia”, debemos insistir
que esto es muy antibíblico. Es una doctrina falsa, una herencia de los Gnósticos
del pasado que veían el pecado o el mal en algo material. Cristo localizó la causa
del pecado de la ebriedad en el corazón depravado del hombre (Mr 7:14-23) y no
en el vino. Los que han caído en este error han tenido que concluir a la fuerza
que, o (1) Cristo debe haber utilizado jugo de uva sin fermentar en la Cena del
Señor, o (2) que debe haber desconocido el carácter malo del vino. Con
frecuencia los Modernistas han escogido la última alternativa porque, según su
posición, Cristo era capaz de pecar y de caer en el error. Los Evangélicos muy
frecuentemente han adoptado la primera alternativa a causa del concepto erróneo
de que ciertas cosas materiales son malas en sí. Esto inevitablemente lleva a un
descuido de ciertas porciones de la Escritura que claramente enseñan que el vino
(es decir, el vino fermentado) ni es malo en sí, ni está prohibido para el pueblo
de Dios (Jn 2:1-11, Sal 104:15, 1Ti 5:23, etc.). No es Bíblico buscar el mal en la
obra de Dios en vez de en el corazón del hombre. Tampoco se puede administrar
el sacramento de la Cena del Señor basado en tal error.
Es muy claro, según la Escritura, que es esencial para la observación correcta
de la Cena del Señor que ambos elementos sean recibidos por todos los
creyentes (tanto los ministros como los miembros de la iglesia). Jesús dijo de la
copa: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes” (Lc 22:17). “…y todos bebieron
de ella” (Mr 14:23). “Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa,
proclaman la muerte del Señor hasta que él venga” (1Co 11:26). ¿Cómo,
entonces, podemos proclamar la muerte de Cristo si solo comemos y no
bebemos? No existe ninguna justificación para negarles la copa a los laicos, ni
tampoco hay fundamento para poder decir que si han recibido un solo elemento
han recibido el sacramento entero. El ejemplo de Cristo es decisivo y normativo
en este aspecto.
Existe un problema más difícil en cuanto a la pregunta: “¿Quién debe
participar en la Cena del Señor? Vamos a discutir más acerca de este aspecto en
la sección 8 de este capítulo, pero mencionaremos ahora un aspecto de este
problema. No es correcto admitir a la Cena del Señor a aquellos que no la
reciben dentro de una congregación de creyentes. En otras palabras la
administración privada del sacramento es contraria a la ordenanza de Cristo. Este
error estuvo asociado solamente, o al menos primordialmente, con Roma. Pero
hoy en día algunos ministros Protestantes tienen “santas cenas privadas”, e
incluso se dice que algunos ministros invitan su audiencia de la radio a tomar la
Cena del Señor en la privacidad de su propia casa ¡con aquella voz radial
invisible! Damos las siguientes razones por las cuales se deben rechazar esas
prácticas. Primero, el ejemplo de Cristo no es consistente con esas prácticas. Él
instituyó el Sacramento en una reunión de creyentes. Ellos recibieron el mandato
de compartir una copa y un pan común. Por consiguiente este ejemplo no puede
ser seguido cuando no hay una asamblea de creyentes. Segundo, toda referencia
del Nuevo Testamento a la observación de este sacramento nos muestra que era
una ordenanza de la Iglesia visible, administrada cuando y donde había una
reunión de sus miembros (Hch 4:42, 1Co 11:18-20, etc.). Tercero, la Cena del
Señor es una expresión o representación de la comunión entre creyentes. Pero
esto no puede darse a menos que haya “dos o tres […] reunidos” en su nombre.
Finalmente, los sacramentos no se deben separar de la predicación de la Palabra
ni de la disciplina de la Iglesia. Cristo es nuestro profeta y rey como también
nuestro sacerdote. Como nuestro profeta él nos muestra la voluntad de Dios por
su palabra y Espíritu. Como rey él nos gobierna por su espíritu y su palabra.
Como Sacerdote él se ofreció a sí mismo como sacrificio para satisfacer la
divina justicia y reconciliarnos con Dios. La administración privada del
sacramento oscurece e incluso niega que estas estén necesariamente
interrelacionadas y sean interdependientes. Esto no significa que los sacramentos
deben ser administrados en el edificio de una Iglesia. Ciertamente, en la Iglesia
apostólica la administración de los sacramentos no está ceñida a este lugar (Hch
2:46,5:42, Ro 16:5). El sacramento de la Cena del Señor puede ser administrado
en hogares privados, siempre y cuando haya una asamblea de creyentes reunida
allí, y que haya una predicación fiel de la Palabra de Dios así como de la
administración de la disciplina eclesiástica.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles son los elementos adecuados para ser usados en la Cena
del Señor?
2. ¿Permite la Escritura el uso de sustitutos de los elementos?
3. ¿Por qué muchas Iglesias Protestantes en la actualidad no usan
vino?
4. ¿Cuáles son las convicciones a las que este principio ha llevado?
5. ¿Por qué los Cristianos Reformados deben mantener el uso del
vino?
6. Pruebe usando las Escrituras que todos los miembros de la Iglesia
(no solo los ministros) deben recibir ambos elementos.
7. ¿Por qué es inadecuado administrar este sacramento en forma
privada?
8. ¿Por qué no es necesario administrar este sacramento en el edificio
de una iglesia?
9. ¿Puede este sacramento ser administrado de manera adecuada en
el hogar de un enfermo?
Ver las respuestas a estas preguntas
5. En este sacramento, los elementos externos, debidamente separados
para los usos instituidos por Cristo, tienen tal relación con Cristo
crucificado, como si verdaderamente, aunque solo sacramentalmente,
estos elementos se llaman a veces por el nombre de lo que representan, a
saber: el cuerpo y la sangre de Cristo; no obstante, en sustancia y
naturaleza, estos elementos siguen siendo, verdadera y solamente, pan y
vino, tal como eran antes.
6. La doctrina llamada comúnmente transubstanciación, la cual sostiene
que la sustancia del pan y del vino se convierte en la sustancia del cuerpo
y de la sangre de Cristo por la consagración del sacerdote o por algún
otro modo es repugnante, no solo a la Biblia, sino también al sentido
común y a la razón, y desvirtúa la naturaleza del sacramento, y ha sido, y
es, la causa de muchísimas supersticiones, y hasta de crasas idolatrías.
7. Los receptores dignos, al participar externamente de los elementos
visibles de este sacramento, en ese momento también, participan
interiormente por la fe, real y verdaderamente, aunque no carnal y
corporalmente, sino espiritualmente; y reciben y se alimentan del Cristo
crucificado y todos los beneficios de su muerte. Por lo tanto, el cuerpo y
la sangre de Cristo no están carnal y corporalmente en, con o bajo el pan
y el vino; sin embargo, están real pero espiritualmente presentes en
aquella ordenanza para la fe de los creyentes, tal como los elementos lo
están para sus sentidos externos.
XXIX, 5-7. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) la naturaleza de la representación sacramental de Cristo crucificado en
los elementos de la Cena del Señor,
(2) que la doctrina de la transubstanciación es un grave error y es causa de
mucha superstición e incluso idolatría, y
(3) que la manera en la cual creyentes verdaderos toman de los beneficios de
Cristo debe ser diferenciada del error Luterano de la consubstanciación.
“En cada sacramento hay una relación espiritual o unión sacramental entre el
signo y la cosa significada, de donde llega a suceder que los nombres y efectos
del uno se atribuyen al otro” (XXVII, 2). Esta “relación espiritual, o unión
sacramental” existe por determinación divina. Dios ha determinado el pan para
representar el cuerpo de Cristo y el vino para representar su sangre. Cuando el
pan y el vino son “correctamente consagrados” por las palabras de la institución
(esto es, por el ministro que lee las palabras que Cristo pronunció en la última
cena) y la oración, ellas tienen entonces “aquella relación a Cristo crucificado,
como para que verdaderamente, aunque solo en forma sacramental, sean
llamadas algunas veces con el nombre de las cosas que representan”. Pero en
cuanto a su sustancia material y naturaleza, ellas permanecen como lo que
siempre fueron: pan y vino, y solamente esto. Cuando Cristo dijo “este es mi
cuerpo” y “esta es mi sangre”, él habló en forma verdadera aunque no
literalmente. Esta unión sacramental, como hemos indicado, es análoga a las dos
naturalezas de Cristo. Cuando Cristo se convirtió en hombre no dejó de ser Dios.
Su naturaleza humana no se mezcló ni se confundió con su naturaleza divina.
Tampoco su naturaleza humana cambió a naturaleza divina. Esto hubiera sido
“transubstanciación”. Sin embargo, “por razones de la unidad de la persona, lo
que es propio a una naturaleza es, algunas veces, atribuido en la Escritura a la
persona denominada por la otra naturaleza” (IX, 7). Es similar con la unión
sacramental: La Escritura puede hablar como si Cristo fuera la cosa que lo
representa, sin embargo, la razón no es que haya ocurrido transubstanciación
sino que existe una unión sacramental. La doctrina de la transubstanciación
enseña “que la entera sustancia del pan es transformada literalmente en el
cuerpo, y que la entera sustancia del vino es transformada literalmente en la
sangre de Cristo; de tal modo que solo la apariencia o propiedades sensibles del
pan y el vino permanecen, y las únicas substancias presentes son el verdadero
cuerpo y sangre, alma y divinidad, de nuestro Señor”.1 De acuerdo con esta
doctrina, un caníbal no come la carne de un hombre en forma más literal que un
Católico Romano come el cuerpo y la sangre de Cristo. Y porque la carne y la
sangre de Cristo están físicamente “allí”, cada receptor, creyente o no, que recibe
los elementos de la Misa come y bebe la verdadera sustancia material de Cristo.
Si un pedazo del cuerpo (bajo la apariencia de pan) fuera derramado
accidentalmente en el suelo y un ratón lo comiera, ¡sería necesario decir que
aquel ratón ha comido el mismo cuerpo de Cristo!
Como la Confesión claramente declara, esta doctrina no es solamente no
bíblica sino además carece de sentido. Decir que se tiene un pedazo de carne o
un vaso de sangre en la mano, aunque no se parezca a, ni se sienta como, ni que
tenga sabor o huela a carne y sangre, no tiene ningún sentido. La Iglesia
Católico-Romana dice que ocurre un milagro en la Misa, denominémoslo el
milagro de convertir el pan en la carne y el vino en la sangre de Cristo. Pero esto
es un “milagro” excesivamente pobre. Si el verdadero milagro se redujera a esta
triste condición, el testimonio de la Escritura debería ser “reescrito”. Juan nos
habla de un ejemplo real de “transubstanciación” (Jn 2:1-11). Jesús convirtió el
agua en vino. Pero este cambio de sustancia fue claro para todos, creyentes y no
creyentes, por igual. Ellos sabían que el vino ya no era agua precisamente
porque se veía, sentía y tenía sabor y olía como vino—y como el mejor vino que
habían probado. Ese milagro fue hecho como signo de la gloria de Dios y de su
obra mesiánica. Pero fue un signo de estas cosas invisibles porque fue visible.
¿De qué otro modo pudo haber sido un signo o milagro? Fue un signo o milagro
porque fue auténtico en sí mismo. Un milagro que no se puede probar por sí
mismo no es un milagro en absoluto. Es una de las “falsas señales y maravillas”
prometidas por el apóstol Pablo. La doctrina de la transubstanciación es una
mentira y puede ser creída solamente por aquellos que no han recibido el amor a
la verdad. Y es una mentira de tal consecuencia, que debe decirse de quienes la
creen y practican que son culpables de idolatría. La idolatría es la adoración de
algo que no es Dios como si fuese Dios. Adorar cualquier cosa creada como si
fuera Dios es adorar a un dios falso. No está mal adorar a Cristo porque él es
Dios y hombre a la vez. Pero está mal adorar al pan o al vino como si fuera él,
porque no lo es. Solo lo representan. La Misa es el corazón del Romanismo. La
idolatría es el corazón de la Misa. Por lo tanto, la Confesión solo dice la verdad
cuando habla del Romanismo como idolatría (XXIV, 3).
La doctrina Luterana de la consubstanciación difiere de la doctrina CatólicoRomana de la transubstanciación en que aquella no enseña que la sustancia del
pan y el vino sean milagrosamente cambiadas a la sustancia de la carne y la
sangre. Por esta razón no se puede llamar un error tan grave y supersticioso. Pero
es de todos modos un error serio. La doctrina luterana enseña que la sustancia
física o material del cuerpo y de la sangre de Cristo están literalmente presentes
en, con y bajo el pan y el vino. Esto es de manera similar a como el agua puede
llenar una esponja. A la sustancia de la esponja le es añadida la sustancia agua.
Uno todavía ve solo la esponja, pero la sustancia agua está presente en todos
lados.
Sin embargo, debe entenderse que ese punto de vista destruye virtualmente la
naturaleza humana de Cristo. ¿Cómo puede tener Cristo una verdadera
naturaleza humana que es literalmente capaz de estar en varios lugares al mismo
tiempo? Los Luteranos dicen que su naturaleza humana era “ubicua”. Esto
significa que Cristo puede ser omnipresente en su naturaleza humana. La
naturaleza humana, desde este punto de vista, deja de tener propiedades de
naturaleza humana. La Iglesia Romana enseña una doctrina que dice que el pan y
el vino son transformados en el cuerpo y la sangre pero que no parecen, ni se
sienten, ni saben o huelen a carne ni a sangre. Los Luteranos por otro lado, dicen
que la naturaleza humana de Cristo no es de cierto tamaño y forma, localizada en
cierto lugar, como la verdadera naturaleza humana lo es siempre. Incluso Jesús
dijo: “Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago,
el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a
ustedes”. “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y
vuelvo al Padre” (Jn 16:7,28). Estas palabras enseñan la ausencia física de la
naturaleza humana literal de Cristo de este planeta. Cuando Cristo ascendió a los
cielos un cierto número de kilos de carne humana real (aunque con nuevas
cualidades) se levantó de la tierra, como lo afirman los que lo vieron. No es
exagerar decir que el punto de vista Luterano de la presencia física de Cristo en
el sacramento es una negación virtual de su verdadera naturaleza humana.
El punto de vista reformado enseña lo que concuerda con la Escritura, y esto
es un punto de vista que no requiere una directa contradicción del testimonio de
nuestros sentidos. La Escritura enseña lo que los sentidos confirman, que Cristo
no está de ninguna manera físicamente presente en el sacramento de la Cena del
Señor. Él está presente solo espiritualmente. Y a través de la presencia inmediata
y personal de Dios el Espíritu Santo, los verdaderos creyentes, y solo ellos,
reciben y se alimentan de Cristo y tienen unión y comunión con él, no solo con
su naturaleza divina sino también con su naturaleza humana. Esta unión y
comunión con Cristo no es esencialmente diferente a aquella disfrutada por
aquellos creyentes la noche en que nuestro Señor fue traicionado. Es cierto,
Cristo estuvo físicamente presente con ellos al momento de la cena. Pero no
estuvo físicamente presente en los elementos del sacramento. En los elementos
del sacramento sus creyentes discípulos recibieron un beneficio espiritual
comunicado. Así, pues, en cuanto a los elementos del sacramento se refiere, no
hay ninguna diferencia entre la manera en que nosotros comemos y bebemos a
Cristo en este sacramento ahora y la manera en que ellos lo hicieron.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Entre qué dos cosas existe una unión sacramental?
2. ¿Con qué podría esto ser comparado?
3. ¿Por esta unión sacramental nosotros podemos hablar de Cristo
como si él fuera qué? ¿Por esta unión sacramental nosotros
podemos hablar de qué como si fuera Cristo?
4. ¿ A qué se refiere el término transubstanciación?
5. ¿Qué ejemplo de transubstanciación se da en las Escrituras?
6. ¿Cómo es que la transubstanciación causa idolatría?
7. ¿Qué significa el término consubstanciación?
8. ¿Qué significa el término ubicuo?
9. Cite un texto que nos enseñe la ausencia física de Jesucristo de
este mundo.
10. ¿Qué daño causa la doctrina Luterana de la consubstanciación?
11. ¿Cómo es que Cristo está realmente presente en la Cena del
Señor?
12. ¿Qué diferencia hay entre la manera como Cristo fue recibido en
este sacramento en la noche en que fue traicionado y la forma en
que se observa el sacramento actualmente?
Ver las respuestas a estas preguntas
8. Aunque los ignorantes y los malvados reciban los elementos externos de
este sacramento, sin embargo no reciben la cosa significada por medio de
estos, sino que al participar de ellos indignamente son culpables del
cuerpo y de la sangre del Señor para su propia condenación. Por esta
razón, todas las personas ignorantes e impías, puesto que no son aptas
para gozar de la comunión con Él, son también indignas de la mesa del
Señor y, mientras permanezcan en tal condición, no pueden, sin cometer
un grande pecado contra Cristo, participar de estos santos misterios, ni
ser admitidos a ellos.
XXIX, 8. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que los inconversos que toman parte en este sacramento reciben la señal
pero no lo que señala,
(2) que asumen culpabilidad por esta acción, y
(3) que por consiguiente es necesario que la Iglesia no permita la
participación de ninguno excepto de los que hagan una confesión creíble
de fe en Cristo.
Alguien ha dicho que Judas tomó pan con el Señor, sin embargo, no se
alimentó del Señor con el pan. Esto debe ser cierto porque Jesús dijo: “El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día
final […] el que come de mí, vivirá por mí […] el que come de este pan vivirá
para siempre” (Jn 6:54, 57, 58). Puesto que, sin duda, existen los que toman los
elementos del sacramento, de quienes esto no es verdad, es evidente que
“hombres ignorantes y necios” pueden “recibir los elementos externos” y aun así
“no recibir lo que estos señalan”. Aun así, la Biblia tampoco deja ninguna duda
de que ninguno puede recibir las señales y los sellos externos sin consecuencias
importantes. “Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su
propia condena” (1Co 11:29). La condición interna del corazón del hombre
determina lo que él recibe con los elementos. Sin embargo, él no determina lo
que es el sacramento. Y el sacramento es una señal y un sello del pacto
divinamente instituido. Representa a Cristo a causa de la institución divina. Y lo
hace aun cuando se trata de juicio contra el pecador en lugar de ser recibido por
este.
De estos hechos bastante obvios, algunos han llegado a una conclusión
indebida y peligrosa. Dicen que, ya que la Escritura no se imagina una situación
en la cual solo los verdaderos creyentes recibirían el sacramento, no hay ninguna
razón para ejercer alguna restricción con respecto a los que lo recibirían bajo su
propia responsabilidad. Esta es la base de la práctica común de “la comunión
abierta”. La comunión abierta significa que la mesa del Señor está disponible
para todos los que, bajo su propio juicio, pueden acercarse a ella. Por las
siguientes razones creemos que esta posición no tiene ningún fundamento
bíblico:
1. Cristo predicó el evangelio a todos sin distinción. Podríamos decir que
existía una proclamación “abierta”. Pero no ofreció los sacramentos a todos.
Muchos que lo escucharon predicar rehusaron los términos bajo los cuales
fue dado el bautismo (Lc 7:30). Y cuando él repartió este sacramento (es
decir, la Cena del Señor), no lo repartió en un lugar público sino en uno
privado, únicamente a sus discípulos. Ninguno fue admitido excepto los que
poseían un conocimiento adecuado de la verdad, quienes profesaban ser sus
discípulos y quienes aparentaban serlo. Hasta esa misma noche los demás
discípulos no sabían que Judas no era el creyente que fingía y aparentaba
ser. “¿Señor, soy yo?”, dijo cada uno.
2. Además, en la iglesia apostólica ninguno era admitido a este sacramento sin
primero ser instruido y después bautizado, dando evidencia de fidelidad en
cuanto a las cosas del Señor (Hch 2:41,42). Y cuando después se descubría
un falso impostor, el mandamiento de los apóstoles era: “Expulsen al
malvado de entre ustedes” (1Co 5:13). Y no solo eso. Aun hubo instancias
en las cuales se debía impedir la participación de los creyentes en la
comunión de los santos. “Les ordenamos que se aparten de todo hermano
que esté viviendo como un vago y no según las enseñanzas recibidas de
nosotros”, dijo el apóstol (2Ts 3:6). Incluso los Cristianos deben ser
apartados de las ordenanzas de la Iglesia cuando violan su confesión hasta
que cambien de actitud.
Sin duda, el sacramento de la Cena del Señor fue administrado en la iglesia
apostólica según la práctica que ha sido denominada “la comunión cerrada”.
Bajo esta posición el sacramento debe ser administrado únicamente a los que son
bautizados y miembros confesantes de la iglesia que administra el sacramento.
Cuando existía un cierto grado de pureza en la Iglesia visible, tal costumbre era
tanto práctica como apropiada. Bajo tales circunstancias hubiera sido la única
alternativa a la comunión abierta que es inapropiada. Si hoy en día existieran
condiciones en las cuales toda iglesia fuera una verdadera iglesia visible, sería la
responsabilidad de cada iglesia recibir a todo miembro de las demás iglesias de
quien se pudiera certificar la buena conducta y permitir que se acercara a la mesa
del Señor. Sin embargo, la comunión cerrada no es bíblica hoy en día por la
simple razón de que algunas denominaciones (y congregaciones) han dejado de
ser verdaderas iglesias por un lado y, por otro lado, porque ninguna
denominación sola es “la verdadera Iglesia”. La comunión abierta yerra porque
admite a miembros de iglesias falsas sin la evidencia de que sean Cristianos, y la
comunión cerrada yerra porque excluye a miembros de verdaderas iglesias sin
evidencia de que no sean Cristianos.
La administración apropiada del sacramento es por lo tanto “comunión
restringida”. Esto simplemente significa que una iglesia verdadera en particular
no admite en forma indiscriminada a miembros de otras iglesias a la Cena del
Señor. Si una persona proviene de otra denominación y desea tomar de la Cena
del Señor, es necesario:
1. determinar si esa persona tiene suficiente entendimiento de lo que significa
ser un creyente y
2. saber si esa persona profesa o no fe en Cristo y da evidencia de caminar en
obediencia a sus mandamientos. Si la persona en cuestión viene de otra
congregación de la misma denominación (eso es de una iglesia verdadera),
ella puede ser admitida basado en esa evidencia. Pero si esa persona viene
de otra denominación, la integridad de esa denominación debe ser
verificada. A menos que esa denominación sea de la misma pureza en
doctrina y disciplina, la falta de certeza que surge debe ser resuelta en
forma de una evaluación personal de la fe y vida del individuo. Entonces en
cada caso debe haber administración de la Cena del Señor solamente en la
base de una confesión de fe creíble o una confesión de fe que es
considerada creíble por la Iglesia que administra el sacramento. Como la
Confesión dice: “Todas las personas ignorantes e impías, puesto que no son
aptas para gozar de la comunión con Él, son también indignas de la mesa
del Señor, y mientras permanezcan en tal condición, no pueden, sin cometer
un grande pecado contra Cristo, participar de estos santos misterios, ni ser
admitidos a ellos”. Renunciar a esta responsabilidad es invitar a que los
pecadores se dañen a sí mismos. Y por este daño la Iglesia es tal vez más
culpable que el ignorante o incrédulo, que es empujado innecesariamente a
comer y beber para su propia condenación. Una restricción adecuada no va
a restringir a ningún creyente a venir a la Cena del Señor y va a advertir al
creyente secreto que él y solo él va a llevar la culpa si come y bebe
indignamente (es decir, sin ser realmente un creyente tal como lo profesa y
lo aparenta).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. Pruebe por medio de la Escritura que se puede recibir el
sacramento y no recibir a Cristo.
2. Pruebe por medio de la Escritura que un hombre no puede recibir el
sacramento sin recibir o un beneficio o un mal.
3. ¿Qué quiere decir “comunión abierta”?
4. ¿Por qué es esto antibíblico?
5. ¿Qué quiere decir “comunión cerrada”?
6. ¿Por qué es esto inapropiado?
7. ¿Qué quiere decir “comunión restringida”?
8. ¿Qué falla de cada una de estas posiciones erróneas se evita con la
comunión restringida?
9. ¿Qué beneficio hay en la comunión restringida para las personas
ignorantes y alejadas de Dios?
10. ¿Cómo beneficia a la Iglesia?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Alexander Archibald Hodge, Ibíd., p., 332.
28
De las Censuras Eclesiásticas (XXX)
1. El Señor Jesús, como Rey y Cabeza de su iglesia, ha designado en ella
un gobierno en manos de los oficiales eclesiásticos, distintos del
magistrado civil.
2. A estos oficiales han sido encargadas las llaves del Reino de los Cielos,
en virtud de lo cual tienen poder, respectivamente, para retener y remitir
los pecados, para cerrar aquel Reino a los que no se arrepienten, tanto
por la Palabra como por las censuras; y para abrirlo a los pecadores
arrepentidos, por medio del ministerio del evangelio, y mediante la
absolución de las censuras, según lo requieran las circunstancias.
XXX, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Cristo es Rey y Cabeza de su Iglesia,
(2) que le ha designado (bajo su liderazgo) un gobierno,
(3) que su gobierno está en manos de los oficiales de la Iglesia,
(4) que este gobierno es distinto al del Estado,
(5) que el verdadero poder administrativo pertenece a los oficiales de la
Iglesia, y
(6) que este poder (llamado el poder de las llaves) consiste en abrir y cerrar
el Reino de Dios a los hombres por medio de la Palabra y la disciplina (o
las censuras).
Hemos demostrado (XXV, 6) que Cristo es el único rey y la única cabeza de
su Iglesia. Aquí demostraremos que Cristo, como Rey y Cabeza de la Iglesia, ha
“designado un gobierno” para ella, y que este gobierno es apostólico en su
autoridad y presbiteriano en su forma. El hecho de que Cristo ha instituido el
gobierno de su Iglesia se declara claramente en las Escrituras. “En la iglesia Dios
ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar,
maestros; luego los que hacen milagros; después los que tienen dones para sanar
enfermos, los que ayudan a otros, los que administran y los que hablan en
diversas lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos
maestros?” (1Co 12: 28,29). Cuando Cristo ascendió al cielo, “Él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros,
pastores-maestros…” (Ef 4:11) (Vea también Mateo 18:17, Juan 20:23). Este es
el gobierno predicho por el profeta Isaías (Is 9:6). Y es tanto apostólico como
presbiteriano.
Es apostólico porque la autoridad de Jesucristo en la Iglesia está incorporada
constitucionalmente en y por medio del oficio de los apóstoles. La Iglesia está
“edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas…” (Ef 2:20).
Entre los que han sido designados por Dios en la Iglesia, los apóstoles son los
primeros. Durante la edad apostólica esta autoridad, la cual era suma en la
Iglesia, estaba incorporada personalmente en los apóstoles. Así Pablo podía
decir: “Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo
es mandato del Señor” (1Co 14:37). Nadie, ni siquiera otro apóstol, podía poner
en duda las declaraciones oficiales de un apóstol (2P 3:17). Aun el testimonio de
los profetas del Antiguo Testamento era autoritativo solo en combinación con el
testimonio de los apóstoles (Heb 1:1,2, Lc 24:27, y especialmente 1P 1:10-12).
Con la desaparición de los apóstoles, esta autoridad permanecía en el depósito de
la verdad apostólica inspirada por el Espíritu Santo y grabada en el Nuevo
Testamento. La autoridad de los apóstoles no fue delegada a ningún sucesor de
ellos (como enseña el Catolicismo Romano), sino que, más bien, fue transferida
de sus personas a la palabra escrita de Dios en el Nuevo Testamento. Porque el
Nuevo Testamento es apostólico, y porque únicamente el Nuevo Testamento (y
no la tradición ni otras “revelaciones”) es apostólico, es la constitución (la
declaración final aquí en la tierra) de la Iglesia Cristiana, junto con el Antiguo
Testamento del cual es el cumplimento. Esta constitución (la Biblia) es la única
suprema y permanente autoridad en la Iglesia porque le agradó a Jesucristo
establecer su autoridad por medio de los apóstoles.
Sin embargo, la administración de esta autoridad es por medio de las manos
de los oficiales de la iglesia, quienes en la escritura son llamados “presbíteroi”
(ancianos) o “episcópoi” (obispos). Esto regía aun en los días de los apóstoles
(Hch 15). Como dijo Pablo: “Los ancianos que dirigen bien los asuntos de la
iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus esfuerzos a
la predicación y a la enseñanza” (1Ti 5:17). Estos son “…los ancianos de la
iglesia [… a quienes] el Espíritu Santo […] ha puesto como obispos” (Hch 20:
17,28). Siendo que las únicas personas mencionadas en las Escrituras que tienen
autoridad legal de liderazgo en la Iglesia son los ancianos u obispos, y puesto
que los ancianos son obispos (y viceversa), está claro que la forma bíblica de
gobierno es la presbiteriana (es decir, el gobierno por medio de la administración
de los ancianos). Se podrá objetar que en la era apostólica, los apóstoles también
gobernaban. Esto es cierto. Pero también es cierto que los apóstoles se veían
como ancianos en cuanto a la administración del gobierno. “A los ancianos que
están entre ustedes, yo, que soy anciano como ellos…”, dice Pedro: “…cuiden
como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo…” (1P 5:1-2). En cuanto a
escribir las mismas Escrituras (la constitución apostólica), Pedro dice: “les
exhorto”. Pero en cuanto a la administración de esa constitución para el cuidado
de la iglesia, Pedro se considera uno de los ancianos. Por lo tanto, la estructura
del gobierno instituida divinamente es la siguiente:
1. Cristo es la única Cabeza de la Iglesia,
2. bajo Cristo se incorporaban los apóstoles quienes luego grabaron en la
Escritura, por medio de la inspiración divina, la constitución regulativa de
la Iglesia, y
3. bajo Cristo los ancianos u obispos administran la autoridad de Cristo de
acuerdo con esta constitución.
Hablando históricamente, han existido tres tipos básicos de gobierno en la
iglesia visible:
1. La forma jerárquica del gobierno de la iglesia es el tipo de gobierno
eclesiástico que tiene una visible gradación de los oficiales de la iglesia con
una autoridad centralizada en las manos de los de mayor rango. Vemos un
ejemplo de este tipo de gobierno eclesiástico en la Iglesia de Roma en su
forma más desarrollada, pero también se encuentra en las iglesias tales
como la Metodista, la Ortodoxa Oriental y la Iglesia Anglicana. (También
se encuentra en el tipo erastiano de gobierno eclesiástico que otorga la
autoridad suprema eclesiástica al líder civil).
2. La forma congregacional de gobierno eclesiástico es la de un gobierno
autónomo en cada congregación particular de Cristo. A menudo, pero no
siempre, hay un solo anciano dirigente en la congregación. Sin embargo, en
este tipo de gobierno eclesiástico se afirma que ninguno, fuera de una
congregación particular, tiene autoridad administrativa sobre ella.
3. La forma presbiteriana de gobierno eclesiástico es la que reconoce el
gobierno de toda la iglesia entera por parte del cuerpo de los ancianos u
obispos. Esta forma de gobierno eclesiástico está basada en la Escritura, y
evita los elementos falsos de las otras dos formas de gobierno. Estas se
pueden apreciar mejor al mirar los principios esenciales del gobierno
eclesiástico, según la revelación de las Escrituras, comparando los tres tipos
de gobierno a la vez.
Los Principios Bíblicos
Jerár. Cong. Presb.
1. Únicamente Cristo es la Cabeza de la Iglesia (Ef 5:23, Col
1:18, etc.).
No
Sí
Sí
2. Los ancianos son escogidos por las personas sobre quienes
gobernarán (Hch 1:15-26, 6:1-6).
No
Sí
Sí
3. Todos los oficiales gobernantes (ancianos-obispos) son
iguales en autoridad (Hch 20:17, 28, Tit 1:5, 7).
No
Sí
Sí
4. Cada iglesia particular debe tener más de un anciano (u
obispo) (Hch 14:23).
No
No
Sí
5. Los oficiales de la iglesia (ancianos/obispos) son
ordenados por el presbiterio (es decir, un gran número de
ancianos reunidos de iglesias en comunión la una con la
otra) (1Ti 4:14).
No
¿?
Sí
6. El derecho de apelación de la congregación ante la
asamblea mayor de ancianos (Hch 15:1-31).
No
No
Sí
Como la forma presbiteriana de gobierno eclesiástico es la única que
concuerda con estos principios bíblicos, la verdad requiere que testifiquemos que
únicamente esta es sancionada por Cristo, y que las demás formas no tienen
fundamento en la Palabra de Dios. Esto no implica que las iglesias que no tienen
un gobierno presbiteriano deberían ser declaradas iglesias falsas (ni que todas las
iglesias que practican el estilo de gobierno presbiteriano deban ser declaradas
iglesias verdaderas). Sino que, con respecto a su gobierno, ninguna iglesia es
pura a no ser que sea presbiteriana.
Hemos demostrado anteriormente que la iglesia es independiente del
gobierno del Estado (XXV, 6). Por consiguiente, pasaremos a considerar “el
poder de las llaves del reino”. Estas son las palabras controversiales: “Yo te digo
que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino
de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los
cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 16: 18,19). No hace falta
comentar que estas palabras han sido interpretadas de muchas formas. Y no
podremos tratar aquí cada variante de diferencia entre estas interpretaciones.
Basta decir que los dos extremos deben ser cuidadosamente evitados: primero, la
posición que afirma que Pedro recibió autoridad absoluta y, en segundo lugar, la
posición que afirma que Pedro recibió o muy poca o ninguna autoridad en
absoluto. La posición de la iglesia Católica Romana, por supuesto, es que aquí
Cristo otorgó autoridad suprema en su iglesia en la tierra a Pedro y sus
sucesores. Sin embargo, no existe ninguna mención de sucesores por parte de
Cristo, el suponerlo es puramente gratuito. Es más, la autoridad dada por Cristo
sin duda residía con Pedro, sin embargo residía en las llaves. El poder o la
autoridad estaba, indudablemente, en la mano de Pedro, pero era el poder de las
llaves. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que Cristo le dio a Pedro la
administración de las llaves. Jesús dijo: “…tengo las llaves…” (Ap 1:18). Y en
Mateo 18:17-18 y Juan 20:21 se afirma claramente que otros pueden administrar
las mismas llaves con los mismos resultados que Pedro. La esencia del error
Romano es la transferencia gratuita del poder de las llaves únicamente a la
persona de Pedro, y después a sus sucesores. La verdad es que el poder para
abrir y cerrar el reino del cielo es inherente únicamente en Cristo, y es
administrado por todos los oficiales (ancianos u obispos) de la iglesia. Sin
embargo, muchos Protestantes yerran en la otra dirección. No creen que los
hombres en la tierra puedan ser los administradores de tal poder como el abrir y
cerrar del reino del cielo hacia otros hombres. Pero Cristo dijo: “Les aseguro que
todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desaten en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18:18). Por lo tanto, para
evitar el error de transferir el poder de las llaves a Pedro mismo, transfieren toda
la administración de ese poder de nuevo a Cristo en el cielo. Aun así, Cristo ha
hecho poderosa la administración de esas llaves. Y las llaves son la Palabra de
Dios y la disciplina de la iglesia:
1. La prédica de la Palabra de Dios es “…poder de Dios para la salvación de
todos los que creen…” (Ro 1:16). Es así, no porque los hombres lo hayan
escogido, sino porque Dios lo ha mandado (1 Co. 1:18). “El mensaje de la
cruz es […] para los que se salvan […] el poder de Dios”. Cuando la
Palabra de Dios se predica con autoridad, esta administra el poder de Dios
con pureza abriendo el reino a los pecadores. Es así porque es una de las
llaves dadas por Cristo a su iglesia para ese propósito.
2. La administración de la disciplina de la iglesia es la otra llave. Por medio de
ella, el que cause “…divisiones…” debe ser “…amonestado dos veces, y
después evitado” (Tit 3:10). Cuando un pecador se rehúsa a “escuchar a la
iglesia” es autoritativamente declarado “un incrédulo o un renegado” (Mt
18:17). Y cuando se administra esta disciplina según la Palabra de Cristo no
es ni mera forma, ni débil pretensión. Es la verdadera administración del
poder de Cristo por el cual es realmente cerrado el reino del cielo hacia
dicha persona a no ser que, y hasta que, se arrepienta. Esto no quiere decir
que únicamente la llave de la fiel prédica abre el reino y solo la llave de la
disciplina fiel cierra el reino. Cuando el evangelio no es predicado
fielmente también cierra el reino a los que lo ignoran y lo menosprecian, y
cuando se administra la disciplina eclesiástica fielmente también abre el
reino al pecador arrepentido (2Co 2:6-8). Sin embargo, el punto principal es
que es tan grave el error de imaginarse que estas llaves no tengan ningún
poder como el imaginarse que un mero humano pueda abrir y cerrar el reino
del cielo voluntariamente.
3. Se debe notar que los sacramentos no son las llaves del reino. Ni le abren ni
le cierran el reino al hombre. Son signos y sellos de aquello a lo que (o de
lo que) las llaves admiten o excluyen a los hombres. También quisiéramos
resaltar el hecho de que Cristo ha unido dos llaves del reino. Cuando los
hombres no ejercitan ni administran estas llaves, Cristo se las otorga a otros
(Ap 1:18, 2:5, 3:7-8). Y esto sucede al no usarse fielmente cualquiera de las
dos llaves. Cuando la iglesia, por ejemplo, no disciplina, no se debe esperar
que pueda retener el poder de abrir y cerrar el reino de Dios a los hombres
por medio de la prédica. Y aunque una iglesia sea sumamente diligente en
mantener una rígida disciplina, no tendrá ningún poder sin la fiel prédica
del evangelio. Una pérdida de la fiel prédica o de la disciplina es una
pérdida de lo que se requiere en las manos de los oficiales de la iglesia para
abrir y cerrar el reino del cielo.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Qué significa decir que Cristo ha “designado un gobierno” en su
Iglesia?
2. ¿Qué significa decir que este gobierno es apostólico en su
autoridad?
3. ¿Cómo fue constitucionalizada esta autoridad?
4. ¿Por quién es administrada esta autoridad constitucional?
5. ¿Cuáles son los tres tipos de gobierno eclesiástico que se han
utilizado a lo largo de la historia?
6. ¿Cuáles son los seis principios del gobierno eclesiástico revelados
en la Escritura?
7. ¿Cuántos de estos se encuentran en cada uno de los tipos
históricos de gobierno eclesiástico?
8. ¿Qué error comete el Catolicismo Romano al interpretar el poder de
las llaves?
9. ¿Qué error cometen muchos Protestantes con respecto a este
poder?
10. ¿Cuáles son las llaves del reino?
11. Pruebe por medio de las Escrituras que las llaves realmente abren
y cierran el reino del cielo por medio de su administración aquí en la
tierra.
12. ¿Qué sucede cuando los hombres intentan separar las dos llaves?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Las censuras eclesiásticas son necesarias para rescatar y ganar a los
hermanos ofensores, para disuadir a otros de ofensas similares, para
purificar de aquella levadura que puede infectar a toda la masa, para
vindicar el honor de Cristo y la santa profesión del Evangelio y para
prevenir la ira de Dios, que con justicia podría caer sobre la iglesia, si
esta consintiera que el Pacto del Señor y sus sellos sean profanados por
ofensores notorios y obstinados.
4. Para el mejor logro de estos fines, los oficiales de la iglesia deben
proceder mediante la amonestación, suspensión del sacramento de la
Cena del Señor por un tiempo, y mediante la excomunión de la iglesia,
según sea la naturaleza del crimen y el desmerecimiento de la persona.
XXX, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) por qué es necesaria la disciplina en la iglesia, y
(2) cómo se debe llevar a cabo esa disciplina.
Vivimos en una época en la cual la disciplina eclesiástica prácticamente no
existe en mucho de la iglesia visible. Aun las iglesias que buscan preservar la
fiel prédica de la Palabra de Dios a menudo fallan en esta área. Y esta falla aun
se defiende diciendo que la disciplina eclesiástica es dañina al pecador errante y
que “juzga” innecesariamente el alma de un hermano ante Dios.
Antes de responder a estos argumentos contra la disciplina que parecieran ser
buenos, daremos los requisitos bíblicos para ello. El supremo argumento a favor
de la disciplina eclesiástica es que Jesús la ordenó. En Mateo 18:12-20 tenemos
este mandamiento y el plan para la disciplina eclesiástica. Y no puede existir
ninguna razón mayor para un decreto de la iglesia de Cristo que esta: Es un
mandato de Cristo. En efecto, sin esta razón las demás razones serían
insuficientes. Cristo es el Rey y la Cabeza de su Iglesia y no puede existir
ninguna otra ley aparte de la que él manda. Pero a la luz de este claro
mandamiento, la validez de los argumentos contra la disciplina eclesiástica es
anulada, no obstante lo atrayentes o posibles que puedan sonar. ¿Y cuáles son
estos argumentos contra la disciplina eclesiástica? Creemos que se pueden
reducir a los siguientes tipos:
1. El argumento más común contra la disciplina eclesiástica es el argumento
de que puede ofender a alguien. Se dice que la disciplina eclesiástica
ofenderá y alejará no solo al hermano errante a quien se disciplina, sino
también a otros en la congregación. Normalmente se propone que, en vez
de la disciplina eclesiástica, la iglesia se contentará con rogar que el
Espíritu Santo trastorne la conciencia del hermano errante y así restaurarlo
al camino correcto y a la comunión con Cristo. Se supone que este método
demuestra amor (hacia el hermano errante) y humildad (hacia sí mismo) en
contraste con un espíritu que juzga severamente y demuestra orgullo. Este
punto de vista puede sonar muy piadoso. Pero no es ninguna exageración
decir que es el alma de la hipocresía. ¿Cómo puede la obediencia a un
mandamiento de Cristo ser severa, no amorosa u orgullosa? Acusar de esa
forma a la disciplina eclesiástica fiel es acusar a Cristo mismo quien la
instituyó. La verdad es que es un pecado orar por un hermano errante en la
forma que se ha sugerido aquí. Es pecado pedir que el Espíritu Santo
restaure un hermano errante cuando a la vez nos rehusamos (pretendiendo
ser piadosos) a utilizar el mandato divino (la disciplina eclesiástica) dado
para lograr ese mismo fin. Y el hecho irónico es que la disciplina
eclesiástica realmente es exactamente lo opuesto a lo que comúnmente se
dice que es: el mismo vehículo por el cual se “restaura y gana al hermano
ofensor” de quien se dice que se aleja. La Escritura lo prueba. El vil
practicante de fornicación en la iglesia de Corinto fue “expulsado” por
medio de una disciplina fiel (1Co 5:13). Y este castigo “que le impuso la
mayoría” (2Co 2:6) fue el vehículo utilizado para traerlo al arrepentimiento
(v. 7) y su eventual restauración (v. 8), no obstante los argumentos humanos
en su contra. La disciplina eclesiástica es una preocupación amorosa en
acción y su bendito resultado a menudo será que “has ganado a tu hermano”
(Mt 18:15). El no disciplinar bíblicamente se debe considerar como lo que
realmente es—no una preocupación amorosa como se afirma
hipócritamente sino una indiferencia hacia el honor de Cristo y el bienestar
de su rebaño. No solo se le hace daño al mismo hermano errante al no
disciplinarlo, sino que otros también son afectados adversamente. “¿No se
dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?
Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva” (1Co 5:6,7).
Cuando el error y el pecado son ignorados, estos se esparcen. Los hombres
son pecadores. Nada les es más natural que el pecado. Un ejemplo
pecaminoso que se acepta abiertamente se convierte en una abierta
invitación a imitarlo por parte de los demás. Por eso la Escritura manda: “A
los que pecan, repréndelos en público para que sirva de escarmiento” (1Ti
5:20).
2. Otro obstáculo común en la disciplina eclesiástica es el negarse
piadosamente a juzgar al prójimo. ¿No es la Escritura misma que dice: “No
juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes”? (Mt 7:1). A veces
sucede que aun los oficiales de la iglesia se rehúsan a administrar la
disciplina eclesiástica, basados en que ellos también son pecadores y que,
por lo tanto, no tienen derecho de juzgar a los demás. Este argumento
también puede sonar muy atractivo y posible. Sin embargo, es totalmente
falso. Debe quedar claro que esto es así al recordar que Cristo mandó que
los pecadores administraran la disciplina eclesiástica. La falacia es muy
obvia. El ejercer la disciplina eclesiástica no es un intento de juzgar el alma
del prójimo ante Dios, así como tampoco lo es el admitirlo a la iglesia
visible. Lo mínimo que se puede decir de este argumento es que los que no
están dispuestos a utilizar las llaves del reino para excluir a los hombres del
reino también deberían renunciar al derecho de utilizar las llaves para
recibir a los hombres al reino. Pero la Escritura deja muy claro que la
disciplina eclesiástica se debe ejercer en algunos casos aun cuando el
ofensor no es considerado un inconverso. “Les ordenamos que se aparten de
todo hermano que esté viviendo como un vago y no según las enseñanzas
recibidas de nosotros”, dice el apóstol (2Ts 3:6). Aun si el pecado no es de
tal carácter que debamos dudar de su profesión de fe, aun debemos ejercer
la disciplina mientras no viva según las enseñanzas recibidas. El propósito
de la disciplina eclesiástica es, más bien, recuperar al hermano y no juzgar
su alma. Y aun cuando se requiere la excomunión, es, más bien, una
declaración de lo que la persona ha mostrado ser inequívocamente y no un
intento de conocer el corazón. Cuando los pecadores son admitidos a la
iglesia es porque dan evidencia de alguna forma externa que debe ser
juzgada sin presumir de juzgar al corazón. Igualmente con la censura
extrema de la disciplina eclesiástica por la cual los hombres son excluidos
de la Iglesia visible. Es juzgada una evidencia externa. Cuando una persona
no da ninguna evidencia de ser un verdadero creyente, la Iglesia declara ese
hecho al excomulgarlo. Sin embargo, en todo caso, el juicio del alma es
exclusivamente de Dios.
Pero por encima de todos estos argumentos, de nuevo ponemos hincapié en el
hecho de que la disciplina eclesiástica es necesaria porque es un mandato de
Cristo. Por encima del bienestar de cualquier individuo (que desde un principio
merece la ira y maldición de Dios), y por encima de los sentimientos y las
actitudes de cualquier número de individuos (quienes son nada ante Dios) está el
honor de Cristo y la causa de su verdad. Mejor sería mantener el honor de Cristo
en vez de mantener a miles de pecadores en la lista de membresía de la iglesia
visible para deshonra de Cristo. Mejor fuera que la verdad de Cristo se
mantuviera a que se complaciera a los hombres. Para Dios es más importante
que Cristo sea honrado y obedecido a que los pecadores sean consentidos.
Debemos escoger entre los dos: o debemos mantener el honor de Cristo a toda
costa o sacrificar el honor de Cristo para satisfacer los deseos del hombre. Si
fuera el último, la iglesia “ya no sirve para nada, sino para que la gente la
deseche y la pisotee” (Mt 5:13). Cuando se elude la disciplina eclesiástica, el
precio es grande. El supuesto mal que se teme y se evita no es nada comparado
al mal que seguramente seguirá. Cristo no se preocupa por la reputación de una
iglesia cuando está muerta espiritualmente. La disciplina eclesiástica puede
resultar en una iglesia más pequeña, pero será una verdadera iglesia. “Tienes
fama de estar viva”, dijo Cristo de una iglesia: “Pero en realidad estás muerta”
(Ap 3:1). Pero animó a los pocos “que no se han manchado la ropa. Ellos, por
ser dignos, andarán conmigo vestidos de blanco” (v. 4). Los que apreciaron la
pureza no fueron reconocidos por los hombres, pero fueron reconocidos por el
Señor solo por haber mantenido Su honor por encima del de ellos mismos.
La disciplina eclesiástica también es atacada por los que dicen lo siguiente:
“Simplemente no veo la necesidad de botar a la gente de la iglesia por cada
pecadito”. Para algunos, esto lo determina todo. Pero esto no es más que derribar
un espantapájaros, porque la disciplina eclesiástica bíblica no es:
(a) simplemente botar la gente de la iglesia, ni
(b) es por “pecaditos”.
El propósito de la disciplina eclesiástica es extraer el pecado del pecador, no
el botar a los pecadores de la iglesia. Es por eso que la excomunión es solo
permisible como la última posibilidad y por lo consiguiente solo para pecado
extremo. Antes de la excomunión, como enseñó Cristo (Mt 18:15-18), deben
haber sinceros y tiernos intentos de convencer al hermano errante a que deje su
pecado. Y que este proceso no es un mero asunto de botar la gente de la iglesia
es evidente en los siguientes principios enseñados en Mateo 18:15-18:
1. Cada miembro de la iglesia tiene el derecho y la responsabilidad de buscar
recuperar a un hermano errante. Pero, obviamente, un miembro individual
de la iglesia, que va en privado a un hermano, no busca la excomunión de
su hermano sino solo su reforma.
2. Si fuera posible, el conocimiento público del pecado cometido debe ser
evitado. Aunque fallara el acercamiento inicial privado, aun así no se
debería hacer público el asunto. Dos o tres más (se supone que serán
ancianos de la iglesia) y ningún otro debe ser informado de la dificultad.
3. Debe haber instrucción de la Palabra de Dios para que el hermano errante
pueda saber lo que requiere la ley de Dios, con la esperanza de que
entonces sea persuadido de abandonar su pecado.
4. Sobre todo, está claro que la excomunión final del hermano será la última
opción. Esto sigue después de todo esfuerzo razonable de recuperar al
hermano errante. Y por lo tanto se puede decir que la excomunión requiere
dos condiciones específicas:
Debe haber una violación innegable de uno de los Diez Mandamientos. El
pecado es el no conformarse a, o la trasgresión de, la ley de Dios. Meramente
rehusarse a conformidad con respecto a costumbres, tradiciones, etc., no merece
el castigo de la disciplina eclesiástica.
Que el pecado sea persistente sin arrepentimiento. A veces se cree que la
excomunión es justificable solo cuando algún pecado notorio como un homicidio
o el adulterio ha sido cometido. La verdad es que la excomunión no está
relacionada con la notoriedad del pecado sino con la persistencia del pecador en
cualquier pecado. Que sea el pecado el ser un chismoso, difamador, o el
descuidar la alabanza divina, ninguno de los cuales son pocos comunes o
“notorios”, si el pecador endurece su corazón y persiste en tales pecados sin
evidenciar arrepentimiento, existe fundamento para la excomunión. Cuando un
miembro errante de la iglesia ha sido confrontado con su error, cuando se le ha
mostrado con la Palabra de Dios cuál es su pecado y cuál es su responsabilidad
al respecto, y si “se niega a escuchar a la iglesia” (es decir, no presta atención,
sino que persiste en su error con dureza y terquedad), la responsabilidad de la
iglesia es clara: “Trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado”. Esto es
correcto y bueno porque Jesús dijo que lo hiciéramos.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es la razón mayor para practicar la disciplina eclesiástica?
2. ¿Cuál es el primer tipo de argumento que se usa en contra de la
disciplina eclesiástica?
3. ¿Por qué es pecado orar por la recuperación de un hermano errante
cuando al mismo tiempo no se está ejerciendo la disciplina
eclesiástica?
4. ¿Cuál es el verdadero efecto de la disciplina eclesiástica en los
errantes? Pruébelo bíblicamente.
5. ¿A quién le hace daño cuando no se ejerce la disciplina
eclesiástica? Pruébelo bíblicamente.
6. ¿Cuál es el segundo tipo de argumento que se usa en contra de la
disciplina eclesiástica?
7. ¿Cuál es la falacia de este argumento?
8. ¿Qué otra actividad presume no menor autoridad que la disciplina?
9. ¿Por qué es importante mantener la disciplina eclesiástica?
10. ¿Qué pasa con la iglesia que deja de lado la disciplina?
11. ¿Cuál es el propósito de la disciplina eclesiástica si no es botar a la
gente de la iglesia?
12. ¿Qué debe hacerse antes de la excomunión?
13. ¿Quién tiene el derecho y la responsabilidad de iniciar el proceso
de la disciplina eclesiástica?
14. ¿Cuáles dos condiciones deben existir antes de que se requiera la
excomunión?
Ver las respuestas a estas preguntas
29
Del Magistrado Civil (XXIII)
Aquí dejamos una vez más el orden de la Confesión de Fe para considerar juntas
ciertas secciones de la Confesión que son difíciles al considerarlas en relación
una con la otra. Estos Capítulos y estas secciones son: El capítulo XXIII, 3, y el
capítulo XXXI, 1-2. La dificultad consiste en el poder del magistrado civil con
respecto a los asuntos eclesiásticos. A partir de este punto procederemos,
primero, discutiendo las secciones del Capítulo XXIII que no es problemático;
segundo, las secciones de Capítulos XXIII y XXXI que presentan el problema; y
tercero, las porciones que quedan del Capítulo XXXI, es decir, las secciones 3, 4,
y 5.
1. Dios, el supremo Señor y Rey de todo el mundo, ha instituido a los
magistrados civiles para estar bajo Él y sobre el pueblo, para su propia
gloria y para el bien público; para cuyo fin los ha armado con el poder de
la espada para la defensa y estímulo de los que son buenos y para castigo
de los malhechores.
2. Es lícito que los cristianos acepten y desempeñen el oficio de
magistrado cuando son llamados para ello. En la administración de este
oficio los cristianos deberán mantener, especialmente, la piedad, la
justicia y la paz de acuerdo con las leyes sanas de cada Estado. Para tal
fin, pueden legalmente ahora bajo el Nuevo Testamento hacer guerra en
ocasiones justas y necesarias.
4. El pueblo tiene el deber de orar por los magistrados, honrar a sus
personas, pagarles tributos y otros derechos, obedecer sus mandatos
legítimos y estar sujetos a su autoridad por causa de la conciencia. La
infidelidad o la diferencia de religión no invalida la justa y legítima
autoridad del magistrado, ni exime al pueblo de debida obediencia a él,
de la cual las personas eclesiásticas no están exceptuadas, y mucho menos
tiene el Papa poder o jurisdicción alguno sobre los magistrados, sobre sus
dominios, o sobre alguno de los de su pueblo; y aún menos para privarlos
de sus dominios o sus vidas, ya sea porque los juzgue que son herejes, o
por cualquier otro pretexto.
XXIII, 1-2, 4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha establecido el gobierno civil en la tierra,
(2) que su propósito es su gloria y nuestro bien,
(3) que les ha dado a los oficiales civiles el poder de la espada,
(4) que los Cristianos pueden lícitamente tener un cargo civil y ejercer el
poder de la espada en ocasiones necesarias y justas,
(5) que Dios requiere que los Cristianos honren su mandato y oren por, y se
sometan a, los que lícitamente utilizan su cargo en el gobierno civil,
(6) que esta responsabilidad no deja de existir a causa de las diferencias
religiosas, y
(7) que el Papa de Roma no tiene ningún derecho al poder civil.
El pasaje clásico de la Escritura que trata el establecimiento del gobierno civil
es Romanos 13:1-7. En este pasaje se establece la mayoría de la enseñanza de
estas secciones de la Confesión. “Todos deben someterse a las autoridades
públicas”, dice el apóstol. Sin duda se requiere del Cristiano someterse a los que
están en autoridad por voluntad de Dios. “Pues no hay autoridad que Dios no
haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. Por lo tanto,
todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido”.
A.A. Hodge bien ha dicho: “Algunos se han imaginado que el derecho o la
autoridad legítima del gobierno humano tiene su fundamento finalmente en ‘la
aprobación de los gobernados’, ‘la voluntad de la mayoría’, o en algún ‘pacto
social’ imaginario hecho por los antepasados de la raza al origen de la vida
social”.1 Pero la Escritura nos enseña que el gobierno civil viene de Dios, y que
tiene su autoridad por la voluntad de Dios con, o sin, la aprobación de los
gobernados. Esto implica claramente que el Cristiano debe considerar al
gobierno de facto de cualquier país particular en cual pueda residir como de jure.
Ninguna forma particular de gobierno civil ha sido designada en la Escritura. Y
el Cristiano no tiene la libertad de obedecer o no dependiendo del tipo de
gobierno que exista. “Los poderes que existen han sido establecidos por Dios”,
dijo Pablo. Y se refería al gobierno totalitario del Imperio Romano. Si Pablo, y
aun Jesús, enseñó que deberíamos someternos al César, es difícil pensar en algún
tipo de gobierno civil que no debería ser obedecido por el Cristiano en asuntos
civiles. A la luz del contexto de la edad apostólica (cuando el gobierno civil era
totalitario), no creemos que los Cristianos tengan el derecho de apoyar, o
participar en, la derrota violenta de una autoridad civil, ya sea una monarquía o
una democracia (Ro 13:2, 1P 2:13,14, Tit 3:1, etc.). Si todo gobierno de facto es
establecido por Dios, y la resistencia es una resistencia ante el mandato de Dios,
entonces no existe ninguna otra conclusión.
Sin embargo, afirmar que la autoridad civil es, de origen, divina no es decir
que dicha autoridad no tenga límites. Toda autoridad divinamente establecida, en
los asuntos humanos está limitada por el decreto divino. El magistrado civil es
establecido por Dios como “ministro” o sirviente de Dios “para bien”. Su
responsabilidad es “llevar la espada” del poder físico como “un terror” contra las
obras del mal. Su responsabilidad es como “vengador que demuestra la ira de
Dios sobre el que hace el mal”. Mientras el gobierno civil se contente con
restringir y castigar el crimen y la violencia, proteger el bien y castigar el mal, el
Cristiano debe apoyar, orar por y honrar ese gobierno. Pero cuando ese gobierno
castiga a los rectos y premia al malhechor, volviéndose militarista y agresivo, es
responsabilidad del Cristiano resistir ese poder porque subvierte el mandato de
Dios. En muchos casos es, sin duda, difícil determinar precisamente cuándo y
hasta qué punto un Cristiano debe resistir a un gobierno civil en particular. No es
nuestra intención hacer que esta decisión parezca fácil. Pero ciertos principios
son muy claros y, si se aplican correctamente, harán posible que el individuo
tome la decisión correcta en su caso particular.
1. Debemos siempre obedecer los “mandatos legítimos” de nuestro gobierno.
En todas y cada una de las instancias debemos estar “listos a hacer toda
buena obra” (Tit 3:1).
2. Siempre debemos obedecer a Dios antes que al hombre cuando existe un
conflicto entre los dos. “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres!” (Hch 5:29).
3. Podemos resistir tanto activa como pasivamente, si fuera necesario, para
obedecer a Dios. Cuando una autoridad civil se vuelve un terror contra las
buenas obras y no contra el mal, creemos que los Cristianos tienen el
derecho de defenderse activamente (defender su vida o su propiedad) bajo
la sanción de la ley (Sal 82:4, Pr 24:11,12, etc.). Así “el fin inmediato para
el que Dios ha instituido a los magistrados es el bien público y el fin último:
el fomento de Su propia gloria”.2
Consideremos más detenidamente ciertos errores modernos que han logrado
un amplio apoyo y que confunden la mente de muchos Cristianos:
El primero que consideraremos es el intento modernista de descontinuar la
práctica de la pena de muerte. En nuestra nación hoy en día existe una corriente
cada vez más fuerte a favor de abolir la pena de muerte. Y muchos grupos
Protestantes liberales han sancionado este cambio diciendo que no beneficia a la
sociedad, no reforma al criminal ni refleja las enseñanzas humanitarias del
Nuevo Testamento. Es decir, por varias razones, es muy popular hoy en día
negarle al gobierno civil el poder de la espada para castigar el mal. Tal posición
en cuanto a la autoridad civil está, por lo menos, completamente en contra de la
enseñanza bíblica. No pensamos que se pueda probar que la pena de muerte no
sea de beneficio para la sociedad. Creemos que lo es, aun si la única razón sea
que la Escritura dice que el cumplimiento fiel de la justicia es un terror para la
maldad y un aliento para el bien. Puede que sea posible que la pena de muerte no
reforme al criminal. Pero también es posible que la falta de terror contra la
maldad tampoco reforme al criminal. Es más, estamos seguros de que fomenta la
maldad. Pero sobre todo, nos oponemos a la idea de que el poder y la autoridad
civil deban reflejar las ideas modernistas de las enseñanzas “humanitarias” del
Nuevo Testamento. La justicia no es más “humanitaria” en el Nuevo que en el
Antiguo Testamento. Y la institución del gobierno civil no ha sido establecida
para enseñar el Nuevo Testamento; es para castigar el crimen y proteger a los
que hacen el bien. Sin embargo, dudamos que el esquema de los liberales que
promueven la abolición de la pena de muerte sea “humanitaria”. Creemos que
mucho del crimen de la actualidad se debe al hecho de que existe demasiada
preocupación no bíblica por el malhechor y muy poca preocupación bíblica por
los justos.
Otro ataque moderno contra la institución del gobierno civil se puede
observar en los que promueven la corriente pacifista. Los concilios de la iglesia
modernista han abogado por tales cosas como las siguientes:
(a) el completo desarme de nuestra nación,
(b) el desarme unilateral,
(c) negociaciones en vez de la defensa armada al ser confrontados con la
agresión, y
(d) el reconocimiento de los que son agresores sin ningún tipo de castigo
justo.
La Confesión insiste en que los magistrados civiles (aun si fueran personas
Cristianas) “pueden legítimamente, bajo el Nuevo Testamento, hacer
actualmente la guerra en ocasiones justas y necesarias”. Los que apoyan la
política que básicamente exige que nuestro gobierno nacional renuncie al poder
de la espada y que renuncie a sus esfuerzos para ser un terror contra el
malhechor, y que renuncie a la ejecución de venganza sobre ellos, piden nada
menos que la destrucción del mandato de Dios (Ro 13:1-5). Y precisamente
porque “se oponen a la autoridad”, entonces “se rebelan contra lo que Dios ha
instituido” (v. 2). Este pecado debe ser denunciado como lo que realmente es. Es
un pecado contra Dios, y es un pecado contra nuestro gobierno.
La última parte de la sección 4 de este Capítulo trata a los dos males
históricos asociados con la iglesia Católica Romana.
El primero de estos males es el que otorga un estatus privilegiado a los
oficiales de la iglesia en asuntos civiles. Existen aún algunos países que son
dominados por la iglesia Romana en los cuales los sacerdotes no pueden ser
juzgados en las cortes civiles por sus crímenes. Hay tal vez un poco de humor en
los relatos tradicionales que narran acerca de la vergüenza del policía irlandés
cuando se da cuenta que ha detenido a un sacerdote por exceso de velocidad.
Pero las Escrituras enseñan que los Cristianos, ya sean oficiales de la iglesia o
no, no deben considerarse por encima del poder civil. Y creemos que la
Confesión concuerda con la Escritura cuando dice que “las personas eclesiásticas
no están exceptuadas” de esta autoridad. Y la “infidelidad o diferencia de
religión” entre el ciudadano Cristiano y el gobernante civil “no invalida la justa
y legítima autoridad del magistrado”.
El otro mal es el que le otorga autoridad civil al Papa de Roma. Este ha sido y
sigue siendo un reclamo del Pontífice Romano. Él insiste que ejerce tanto la
espada espiritual como la temporal del poder y la autoridad. “Según la posición
ultramontana estrictamente lógica, siendo toda la nación, con todos sus
miembros, una porción de la iglesia universal, la organización civil está
comprendida dentro de la iglesia para ciertos fines subordinados al gran fin para
el cual existe la iglesia y es, por lo tanto, finalmente responsable ante ella para la
ejecución de la autoridad delegada. Por lo tanto, cuando el Papa ha estado en la
condición de vindicar su autoridad, ha puesto reinos bajo interdicto, ha liberado
a los súbditos de su voto de fidelidad (civil), y ha destronado a los soberanos,
basado en la supuesta herejía o la insubordinación de los líderes civiles del país”
(A.A. Hodge, Ibíd., p. 276). La Escritura predijo lo que la historia ha
demostrado, es decir, que tal usurpación resulta en la persecución de los
verdaderos creyentes (Ap 13, 18:24, etc.).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuál es el fundamento de la autoridad del gobierno civil? Pruébelo
bíblicamente
2. ¿Qué tipo de gobierno viene de la autoridad divina?
3. ¿Debe un Cristiano promover la derrota violenta de un gobierno
civil?
4. ¿Debe un Cristiano resistir lícitamente a su gobierno?
5. ¿Cuándo deben obedecer los Cristianos a su gobierno?
6. ¿Cuándo deben desobedecer los Cristianos a su gobierno?
7. Enumere dos errores modernos promovidos por los “Cristianos”
liberales que están en contra de la institución divina del gobierno
civil.
8. ¿Por qué están estas en contra de la institución divina del gobierno
civil?
9. ¿Cuáles son los dos errores refutados en la Sección 4?
Ver las respuestas a estas preguntas
1 Ver Archibald Alexander Hodge. 1957. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster de la Iglesia
Presbiteriana. Traducido por el Rev. Plutarco Arellano. Segunda edición. México: Casa de Publicaciones
“El Faro,” p. 272.
2 Ibíd., p. 274.
30
De los Sínodos y Concilios (XXXI)
3. El magistrado civil no debe arrogarse la administración de la Palabra
ni de los sacramentos, o el poder de las llaves del Reino de los Cielos; y
sin embargo, tiene la autoridad, y es su deber, velar para que la unidad y
la paz sean preservadas en la iglesia, para que la verdad de Dios se
conserve completa y pura, para que todas las herejías y blasfemias sean
suprimidas, todas las corrupciones y abusos en la adoración y disciplina
se eviten o se reformen, y todas las ordenanzas de Dios sean debidamente
establecidas, administradas y cumplidas. Para el mejor cumplimiento de
todo lo anterior, el magistrado civil tiene el poder de convocar Sínodos, y
estar presente en ellos, y asegurar que todo lo que en estos se acuerde esté
conforme con la mente de Dios (XXIII, 3).
CAPÍTULO XXXI
DE LOS SÍNODOS Y LOS CONCILIOS
1. Para el mejor gobierno, y para la mayor edificación de la iglesia,
deben haber asambleas tales como las que son comúnmente llamadas
Sínodos o concilios.
2. Así como los magistrados pueden legítimamente convocar a un Sínodo
de ministros y otras personas idóneas, para consultar y recibir consejo
sobre asuntos religiosos; de la misma manera, cuando los magistrados
son enemigos declarados de la iglesia, los ministros de Cristo, por sí
mismos, en virtud de su oficio, pueden reunirse en asambleas con otras
personas idóneas delegadas por sus iglesias.
XXIII, 3; XXXI, 1-2. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que el magistrado civil no puede asumir la administración de la Palabra,
los sacramentos ni la disciplina,
(2) que sí tiene la autoridad de velar por la unión y la paz dentro de la Iglesia
y que el error y los abusos en la alabanza y la disciplina sean prevenidos
o reformados,
(3) que tiene el poder de convocar los sínodos, y de estar presente en ellos
para asegurar que lo que se acuerde sea según la mente de Dios,
(4) que deberían haber sínodos o concilios para el ejercicio de gobierno la
Iglesia,
(5) que mientras un magistrado civil puede convocar lícitamente a un sínodo,
los ministros de la Iglesia tienen el poder de convocar tales sínodos ellos
mismos si el magistrado civil resulta ser un enemigo obvio de la Iglesia.
En esta parte de la Confesión de Fe llegamos a lo que únicamente se puede
denominar como una dificultad aguda. Por un lado, leemos que “el magistrado
civil no debe arrogarse la administración de la Palabra y de los sacramentos, o el
poder de las llaves del Reino de los Cielos” y, por el otro lado, leemos que “tiene
la autoridad, y es su deber, velar para que la unidad y la paz sean preservadas en
la iglesia, para que la verdad de Dios se conserve completa y pura, para que
todas las herejías y blasfemias sean suprimidas, todas las corrupciones y abusos
en la adoración y disciplina se eviten o se reformen, y todas las ordenanzas de
Dios sean debidamente establecidas, administradas y cumplidas” y que, para
lograr lo anterior, “el magistrado civil tiene el poder de convocar Sínodos, estar
presente en ellos y asegurar que todo lo que en estos se acuerde esté conforme
con la mente de Dios”. En el Capítulo XXX, 1 leemos de Jesucristo: “El Señor
Jesús, como Rey y Cabeza de su iglesia, ha designado en ella un gobierno en
manos de los oficiales eclesiásticos, distintos del magistrado civil”. Sin embargo,
aquí leemos que la acción independiente solo se imagina si “los magistrados son
enemigos declarados de la iglesia” en cuyo caso “los ministros de Cristo, por sí
mismos, en virtud de su oficio, pueden reunirse en asambleas con otras personas
idóneas delegadas por sus iglesias” ¿Qué es esto si no una directa contradicción?
Esta dificultad no se encuentra únicamente en la Confesión de Fe de
Westminster. Por ejemplo, en la Confesión Belga, según su revisión en el sínodo
de Dordt, se encuentran estas palabras en el Artículo XXXVI: De los
Magistrados: “Y su oficio debe no solo estar relacionado a, y velar por, el
bienestar del estado civil, sino también que protejan su sagrado ministerio y que,
por lo tanto, puedan extraer y prevenir toda idolatría y falsa adoración”. Y
encontramos que prácticamente cada iglesia Presbiteriana y Reformada ha
tratado, en una u otra forma, esta dificultad presentada por dicha contradicción.
Algunas iglesias como, por ejemplo, la Iglesia Presbiteriana Reformada de
Norteamérica no han cambiado el texto original de la Confesión, pero han hecho
una declaración especial en cuanto al tema. La Declaración y el Testimonio
Presbiteriano Reformado dice: “Ninguna autoridad eclesiástica yace en las
manos de Cristianos individuales ni de los Magistrados civiles; los oficiales de la
iglesia se someten únicamente a Jesucristo. Ellos fijan, por derecho exclusivo,
sus propios horarios y lugares para comenzar y finalizar sus reuniones…”
(XXIII, 4). Es difícil ver cómo se puede reconciliar esta declaración con la
Confesión. Entendemos la reticencia que existe para considerar cambiar el texto
de la Confesión de Fe de Westminster. Pero cuando se puede demostrar que la
Confesión de Fe es incorrecta o imperfecta, creemos que debe ser cambiada,
porque, como la Confesión misma nos enseña cuidadosamente, “El Espíritu
Santo, que habla en la Biblia, y de cuya sentencia debemos depender, es el único
Juez Supremo por quien deben definirse todas las controversias religiosas, y por
quien deben examinarse todos los decretos de los concilios, las opiniones de los
antiguos escritores, las doctrinas humanas y las opiniones individuales” (I, 10).
Por nuestro lado creemos que la única solución apropiada a la dificultad que
trae esta porción de la Confesión es la que han adoptado la mayoría de cuerpos
Presbiterianos y Reformados, es decir, una revisión de estas porciones de la
Confesión de Fe. En tal revisión como la de la Iglesia Ortodoxa Presbiteriana,
por ejemplo, toda ambigüedad y error han sido extirpados, y se afirman
claramente los siguientes principios:
1. que el gobierno de la iglesia es distinto y separado del gobierno del Estado,
2. que los magistrados civiles no pueden interferir en los asuntos de cualquier
iglesia siempre y cuando no sean subversivas al orden civil, aun en
controversias de doctrina o disciplina, y
3. que únicamente los oficiales de la iglesia tienen la autoridad de fijar sínodos
o concilios, con los cuales no puede interferir el gobierno civil.
Creemos que esta es una mejor forma. La Confesión de Fe debe ser
reverenciada, pero no simplemente por ser antigua. Debe ser reverenciada
porque es la verdad, y solo cuando sea la verdad. No creemos que esta Confesión
requiera mayor corrección en ningún detalle, salvo alguno muy mínimo. Sin
embargo, no baja nuestra estima de la maravillosa integridad de este documento
el saber que lleva un error en cierta sección. El mismo examen meticuloso de
este Credo a la luz de la Escritura que demostrará el error de esta porción,
demostrará la veracidad del resto. Cuando esta Confesión fue adoptada
originalmente por varios cuerpos Presbiterianos, fue sinceramente afirmada.
Donde se encontró que erraba bíblicamente, fue enmendada. Y el verdadero
Presbiteriano siempre ha afirmado que la Confesión puede y debe ser
enmendada cuando se puede demostrar que yerra. Sin embargo, esto está lejos de
la actitud de hoy día hacia la Confesión que se demuestra en muchos lugares
donde los ministros subscriben este Credo—aun en su revisión correcta y
bíblicamente correcta—pero no creen en las doctrinas bíblicas que enseña. Si los
modernistas fueran honestos, o (a) no se subscribirían a este credo, o (b) lo
cambiarían para que expresara lo que realmente quieren creer. En cualquier caso,
no tendrían ninguna asociación con los que afirman esta Confesión y que—en
cuatro siglos—no han encontrado más que este único error para corregir en lo
que, de otra manera, es una declaración de fe veraz.
El famoso Concilio de Nicea (325 D.C.) fue el primero en ser convocado por
un líder civil. Constantino buscó de esta forma reconciliar los partidos opuestos
en la controversia Arriana. El Emperador mismo lo presidió. Pero no solo no
pudo apreciar la importancia del tema en juego, sino que también sentó un
precedente para la intervención de la autoridad civil en el ámbito del gobierno de
la iglesia. Sin duda es posible comprender que nuestros Padres de la Reforma
hayan tenido las tendencias que tenían. Por un lado, el Catolicismo Romano
afirmaba su supremo poder tanto en asuntos civiles como eclesiásticos. Por otro
lado, existía el hecho de que ciertas autoridades civiles benévolas habían, en
varios casos, protegido y nutrido las afligidas Iglesias Reformadas. Sin embargo,
no debemos olvidar que después de la Asamblea de Westminster, los Pactistas
Escoceses tuvieron que dar sus vidas bajo la opresión civil. A estos vigorosos
Presbiterianos, quienes más que otros se subscribían al testimonio de la
Confesión, les debemos mucho, porque dieron sus vidas para afirmar la
independencia absoluta espiritual de la Iglesia de Jesucristo de la autoridad civil.
Los que más amaron el testimonio de la Confesión sufrieron más que todos por
el principio al que—después de todo—en la formulación original de estas
secciones se llegó por mutuas concesiones o arreglos.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles son los dos principios irreconciliables afirmados en estas
secciones de la Confesión?
2. ¿Se manifiesta esta dificultad únicamente en la Confesión de Fe de
Westminster?
3. ¿Cuáles son los dos métodos que se han utilizado para resolver
esta dificultad?
4. ¿Cuál de estos dos es preferible? ¿Por qué?
5. ¿Qué principios son claramente afirmados en una revisión tal y
como la de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa?
6. ¿Una revisión le quita mérito a un Credo venerable como la
Confesión de Fe de Westminster?
7. ¿Por qué es muy importante que un credo sea revisado en cualquier
punto que yerre?
8. Si el tiempo ha demostrado que la Confesión yerra en este punto,
¿qué más ha demostrado?
9. ¿En qué momento de la historia comenzó la intervención de los
gobernantes civiles en los asuntos eclesiásticos?
10. ¿A quiénes les estamos muy endeudados por afirmar la
independencia espiritual de la Iglesia Cristiana del gobierno civil?
Ver las respuestas a estas preguntas
3. Corresponde a los Sínodos y Concilios resolver ministerialmente las
controversias sobre fe y casos de conciencia, establecer reglas e
instrucciones para el mejor orden de la adoración pública y gobierno de
su iglesia, recibir reclamos en casos de mala administración y resolverlos
autoritativamente. Estos decretos y determinaciones, si están de acuerdo
con la Palabra, deben ser recibidos con reverencia y sumisión, no solo por
estar de acuerdo con la Palabra, sino también por el poder con el cual
son hechos, como ordenanza de Dios instituida en su Palabra para este
fin.
4. Todos los Sínodos y Concilios desde el tiempo de los apóstoles, ya sean
generales o particulares, pueden errar; y muchos han errado. Por lo
tanto, no debe hacerse de ellos la regla de fe, o de práctica, sino que
deben usarse como una ayuda para ambas.
XXXI, 3-4. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) el ámbito de autoridad perteneciente a los sínodos y concilios,
(2) el grado o la medida de autoridad que les pertenece, y
(3) la limitación de su poder dentro del área de la administración falible.
El gobierno de la Iglesia es completamente espiritual y ministerial. Es decir:
1. tiene que ver con asuntos de doctrina, adoración, y disciplina espiritual,
2. tiene poder solo para administrar la voluntad de Dios con respecto a estos
asuntos según se revelan en la Escritura. Cuando existe una controversia
respecto a dos puntos de vista opuestos en la que ambos manifiestan estar
en la verdad de Dios, entonces es correcto que se convoque a un sínodo o
un concilio para determinar cuál punto de vista (si lo estuviera) se conforma
con la Palabra de Dios. Esto es lo que sucedió en el Sínodo de Jerusalén
(Hch 15). En aquel Sínodo se determinó cuál punto de vista era correcto y
cuál era incorrecto según la norma de la Palabra de Dios. Siempre y cuando
se conforme a la Escritura, tal Sínodo también tendría el derecho de
formular reglas e instrucciones para el mejor manejo de la adoración
pública de Dios y el gobierno de la Iglesia. En el Sínodo de Jerusalén se
“tomaron acuerdos” con respecto a ciertos asuntos referidos a la práctica de
los Cristianos, y estos fueron “entregados” para que “los pusieran en
práctica” (Hch 16:4). Es importante aquí resaltar el hecho de que el poder
evidenciado es estrictamente limitado. Es limitado a la declaración de
aquello que Dios ha dicho en su Palabra y el orden apropiado en el cual se
observarán los mandamientos de Dios. Por ejemplo, sería apropiado que un
Sínodo formulara reglas con respecto al orden del servicio que debería
observarse en una iglesia donde haya dificultad con ese tema. Pero no
estaría permitido formular nuevas leyes adicionales a la Biblia con respecto
a los elementos apropiados de la adoración divina. Ningún Sínodo podría
legislar lícitamente el contenido de la adoración verdadera. Solo puede
decretar con respecto al orden del Servicio de Adoración.
Si los decretos y las determinaciones de las asambleas eclesiásticas
“concuerdan con la Palabra de Dios” deben ser “recibidas con reverencia y
sumisión”. Y esto es verdad no solo porque estos decretos son bíblicos (aunque
esto es de principal importancia), sino también porque estos decretos fueron
hechos por medio de la ordenanza divina del gobierno eclesiástico. Existe
autoridad no solo en la Escritura, la cual es declarada, sino también en el Sínodo
que declara. Por ejemplo, si un Sínodo decreta que la Cena del Señor debe ser
observada por lo menos 4 veces al año, esto se debe cumplir no solo porque
Cristo ha mandado una celebración frecuente de este sacramento en la Biblia,
sino también porque la asamblea de la Iglesia de Cristo ha decretado un orden
particular, lícitamente, en su Iglesia. Ignorar una orden en particular que
concuerda con la Palabra de Dios es pecaminoso no solo a razón del mandato
general que la implementa, sino también a causa del mandato específico por el
cual es implementada. Ignorar un decreto específico que implementa una orden
general de Cristo es pecaminoso porque Cristo ha autorizado que las cortes de la
iglesia formulen tales decretos.
Sin embargo, como la Confesión nos hace recordar: “Todos los Sínodos y
Concilios desde el tiempo de los apóstoles, ya sean generales o particulares,
pueden errar; y muchos han errado. Por lo tanto, no debe hacerse de ellos la
regla de fe o de práctica, sino que deben usarse como una ayuda para ambas”.
Cuando una asamblea eclesiástica publica un decreto o una orden, o toma una
determinación con respecto a una controversia que está en conflicto con la
Palabra de Dios, debe ser desobedecida. Por ejemplo, cuando la Asamblea
General de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos mandó que todos los
miembros de la Iglesia apoyaran a ciertas agencias y juntas de la Iglesia aunque
empleaban a modernistas, era completamente bíblico y correcto que los
creyentes se rehusaran a obedecer. Sin embargo, tal desobediencia sería
completamente reprensible en un caso donde la Asamblea General requiriera lo
que concordase con la Palabra de Dios. Es decir, la autoridad que les pertenece a
los concilios de la iglesia tiene límites. Está limitada a la declaración y a la
implementación de las doctrinas y los mandatos de Cristo contenidos en la
Escritura. Y significa que los sínodos y concilios nunca pueden dar un decreto o
una determinación que sea inherentemente infalible aun a causa de la autoridad
del sínodo mismo.
Las limitaciones de la autoridad y el poder de los sínodos y los concilios
reconocida por los Reformadores no son, en la actualidad, tan popularmente
reconocidas ni estrictamente observadas. En el movimiento ecuménico moderno,
por ejemplo, a menudo ha existido una tendencia a subordinar la autoridad de la
Biblia a la de los concilios. La verdad, en tales circunstancias, no se busca
únicamente en la Escritura sino en un consenso de varias tradiciones y
opiniones. Como lo ha expresado un escritor de nuestros tiempos: “El que siente
que ya ‘posee’ la verdad no entra del todo en el discurso” (Floyd H. Ross, The
Theology of the Christian Mission). Sin embargo, no es una exageración decir
que la valiente oposición de Lutero en la Dieta de Worms fue una precisa
contradicción a este punto de vista que ha sido resucitado en el movimiento
ecuménico moderno, que afirma que la Iglesia completa, hablando mediante un
sínodo o concilio, es la voz de la verdad. Se debe mencionar, sin embargo, que
aun en iglesias Reformadas ortodoxas ha existido a veces una tendencia a elevar
gradualmente los decretos de los sínodos o de las asambleas a un lugar de
superioridad como regla de fe y práctica. Existen iglesias Reformadas ortodoxas
en las cuales los miembros creen ciertas cosas y se adhieren a ciertas prácticas,
no porque las declaraciones del Sínodo o la Asamblea General les hayan
persuadido de que tal sea la enseñanza de la Escritura, sino simplemente porque
se ha hecho una regla. Creemos que esto es algo peligroso y dañino, aun cuando
la regla en particular concuerda con la Escritura. Puede existir una apariencia
temporánea de obediencia estricta y piedad. Pero pronto decaerá y se mostrará
impotente para restringir el pecado. La forma más difícil es la correcta. Cuando
los sínodos y concilios se esfuerzan en probar sus declaraciones con la Escritura,
y en administrarlas tanto por medio de la persuasión como mediante la
disciplina, la autoridad suprema de la Biblia será resguardada y expresada. Y en
tal proceso la Iglesia no se hará sorda ante los que disientan bajo una convicción
basada en la Escritura.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿A qué nos referimos al decir que el gobierno de la Iglesia es
espiritual?
2. ¿A qué nos referimos al decir que el gobierno de la Iglesia es
ministerial?
3. ¿Qué asuntos son determinados apropiadamente por los sínodos y
concilios?
4. Dé un ejemplo de algo que no pueda decretar un sínodo o un
concilio.
5. ¿Cuándo tienen autoridad los sínodos o concilios?
6. ¿Por qué tienen autoridad los decretos de los sínodos o concilios en
tales casos?
7. Cuando un concilio eclesiástico formula un decreto o toma una
determinación que no concuerda con la Palabra de Dios, ¿qué debe
hacer el Cristiano individual? ¿Por qué?
8. ¿Qué tendencia se puede observar en mucho del movimiento
ecuménico moderno?
9. ¿Tienden los cuerpos ortodoxos Reformados a ignorar las
limitaciones de la autoridad de los sínodos o concilios? ¿De qué
manera?
10. ¿Qué es necesario para prevenir esta tendencia?
Ver las respuestas a estas preguntas
5. Los Sínodos y Concilios deben tratar, y decidir, solamente asuntos
eclesiásticos; no deben entrometerse en asuntos civiles que conciernen al
Estado, a no ser por medio de humilde petición, en casos extraordinarios
o por medio de consejo para la satisfacción de la conciencia, si les es
solicitado por el magistrado civil.
XXXI, 5. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que los sínodos y los concilios deben ocuparse de los asuntos de la Iglesia
(2) que no deben entrometerse en asuntos del Estado,
(3) que pueden, sin embargo, en casos extraordinarios, manifestarse en temas
civiles que tengan que ver con asuntos cruciales para la iglesia,
(4) que también pueden aconsejar al magistrado civil cuando se les pide.
Durante la semana del 18 al 21 de noviembre de 1958 se reunió la
Conferencia del Estudio del Orden Mundial (World Order Study Conference) en
Cleveland, Ohio. Esta conferencia había sido convocada por el Presidente del
Concilio Nacional de las Iglesias de Cristo en los EEUU, y fue convocada por la
División de Vida y Trabajo del Departamento de Asuntos Internacionales. De
esta conferencia surgió el “Mensaje a las Iglesias” en el cual se trataron los
siguientes asuntos puramente políticos o civiles, y donde se apoyaron ciertas
posiciones. El mensaje pedía:
1. el reconocimiento diplomático de la China “Roja” por los Estados Unidos,
2. la admisión de la China “Roja” a la Organización de las Naciones Unidas,
3. evitar la postura de hostilidad general hacia las naciones comunistas,
4. que el internacionalismo sobrepase el patriotismo nacional,
5. la búsqueda de la meta del desarme universal,
6. el uso de fuerza militar solo cuando era sancionada por y estaba bajo el
control de las Naciones Unidas,
7. la creación de un cuerpo policial permanente de las Naciones Unidas,
8. la abolición del sistema de reclutamiento militar, y
9. el apoyo a un intercambio sin restricciones entre los Estados Unidos y las
naciones comunistas.
Tal vez este sea un caso extremo, pero provee un ejemplo perfecto de lo que
rechaza nuestra Confesión. Es un claro ejemplo de lo que la Escritura no
considera como asuntos apropiados para la Iglesia. Es nuestra convicción que el
Concilio Nacional de Iglesias ha apoyado a menudo causas civiles, programas
civiles y esquemas sociales que simplemente eran malvados. Ningún Cristiano
que se preocupa por mantener el honor de Cristo debería formar parte de tal
organización. Pero hacemos hincapié aquí en el hecho de que aun si la posición
particular del Concilio Nacional de Iglesias fuera correcta en cada uno de estos
asuntos (y otros similares), a pesar de ello tendríamos que rechazar a esta
organización porque no es bíblico que los sínodos y concilios se entrometan en
asuntos civiles de esta forma. Aun si decidieran lo correcto en asuntos en
particular, errarían en asumir el derecho de entrometerse en asuntos civiles.
Creemos que los siguientes argumentos forman una prueba adecuada de la
enseñanza de la Confesión:
1. Cristo dijo: “Mi reino no es de este mundo…” (Jn 18:36). Cristo no se
esforzó de ninguna manera para obtener poder político ni intentó influenciar
directamente los acontecimientos políticos dando su opinión acerca de
asuntos civiles, y no solo eso, sino que cuando sus seguidores intentaron
colocarlo como líder político, él frustró sus intentos. En vez de ello, predicó
el evangelio del Reino de Dios. Enseñó que los hombres deben cambiar y
que al cambiar deberían actuar como levadura en el orden político y social
(Mt 13:33, etc.).
2. No existe ninguna evidencia de que los apóstoles, o que la iglesia apostólica
se haya entrometido en asuntos civiles. Aun el Sínodo de Jerusalén se
pronunció únicamente sobre temas eclesiásticos.
3. No existe ninguna enseñanza bíblica que dé lugar a tal interferencia en los
asuntos del Estado por parte de la Iglesia.
El concepto Reformado del “ámbito de la soberanía” es la enseñanza bíblica
y realmente reconoce que Dios es supremo en todo ámbito o área de la vida.
Enseña que el Cristiano individual debe glorificar a Dios en todo lo que hace. Y
la ley de Dios tiene mucha relevancia en el ámbito político tanto como en
cualquier otro. Sin embargo, es la función de la Iglesia enseñar todo el consejo
de Dios, aun en cuanto a los asuntos políticos. Pero existe un mundo de
diferencia entre la enseñanza de los principios de la Palabra de Dios a los
miembros de la Iglesia y el entrometerse en los asuntos del Estado. La tarea de la
Iglesia es proveer la instrucción que guiará a los miembros de la iglesia en
cuanto a asuntos políticos. Pero es la obra del Cristiano como ciudadano efectuar
lo que está de acuerdo con el evangelio. La Iglesia es una fuerza potente en
asuntos del Estado. Pero lo es indirectamente. Es el individuo Cristiano—y no la
Iglesia en sí—el que debe influenciar la política con principios Cristianos.
Existen, sin embargo, dos instancias en las cuales la Iglesia puede
involucrarse directamente en asuntos civiles:
1. Cuando el Estado presenta una amenaza directa a los asuntos espirituales de
la Iglesia, la Iglesia tiene el derecho de declararse como organización. Por
ejemplo, si el Estado amenazara con negarle a la Iglesia el derecho de
proclamar el evangelio libremente por medio de la radio o la televisión,
sería el derecho de la Iglesia confrontar al Estado con respecto a su derecho
de completa libertad de expresión.
2. Cuando la autoridades civiles piden que la Iglesia se declare en asuntos
morales, sería correcto y, tal vez aun obligatorio, obedecer. Sin embargo, se
debe evitar cuidadosamente la confusión entre la declaración de principios
de la Palabra de Dios y la declaración de política administrativa que es la
responsabilidad de los magistrados civiles y no de la Iglesia.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles son los asuntos apropiados de los cuales se deben ocupar
los sínodos?
2. ¿Qué Concilio moderno viola abiertamente este principio?
3. ¿Por qué yerra tal actividad aunque sea correcto lo que proclame?
4. Dé tres argumentos en contra de esta intromisión.
5. ¿Significa este principio de la Confesión que el evangelio no regule
los asuntos políticos para el creyente?
6. ¿Cómo influencia correctamente la Iglesia en los asuntos políticos?
7. ¿Cuándo puede actuar la Iglesia directamente, como cuerpo
organizado, en asuntos políticos?
Ver las respuestas a estas preguntas
31
Del Estado del Hombre después de la Muerte y de la
Resurrección de los Muertos (XXXII)
1. Después de la muerte, los cuerpos de los seres humanos vuelven al
polvo y experimentan putrefacción; pero sus almas (que no mueren ni
duermen), al tener una subsistencia inmortal, inmediatamente vuelven a
Dios quien las dio. Las almas de los justos, siendo entonces hechas
perfectas en santidad, son recibidas en los más altos cielos, donde
contemplan el rostro de Dios, en luz y gloria, esperando la plena
redención de sus cuerpos. Las almas de los malvados son arrojadas al
infierno, donde permanecen en tormentos y en tenebrosidad total,
reservadas para el juicio del gran día. Aparte de estos dos lugares para
las almas separadas de sus cuerpos, la Biblia no reconoce ningún otro.
XXXII, 1. Esta sección de la Confesión nos enseña:
(1) que en la muerte, el cuerpo físico de todo hombre regresa al polvo y se
corrompe,
(2) que el alma de todo hombre entra en el estado intermedio,
(3) que el estado intermedio es diferente con respecto a los justos y los
necios, y
(4) que el purgatorio es una obra de la imaginación.
Es un hecho apoyado por la experiencia común, como lo es también la
enseñanza infalible de la Escritura, que “después de la muerte, los cuerpos de los
seres humanos vuelven al polvo y experimentan putrefacción”, como le dijo
Dios al hombre caído: “…polvo eres, y al polvo volverás” (Gn 3:19). Ni la
Escritura ni nuestra propia experiencia nos demuestra diferencia alguna entre los
justos y los necios en cuanto a la muerte del cuerpo físico. “David, después de
haber servido a su propia generación según la voluntad de Dios, falleció y fue
sepultado con sus padres, y su cuerpo se corrompió” a pesar que era un hombre
según el corazón de Dios. En cuanto al cuerpo, tanto el creyente como el
incrédulo estarán sujetos a las consecuencias del pecado de Adán por el
momento. La muerte es el efecto del pecado. La paga del pecado es muerte, y
por lo tanto la muerte pasó a todo hombre porque todos han pecado. Nos
preguntamos ¿por qué no existe ninguna diferencia entre los creyentes y los
incrédulos con respecto a la muerte física? La respuesta es que le agradó a Dios
postergar los beneficios de la obra redentora de Cristo hasta el fin del mundo.
“El último enemigo que será destruido es la muerte” (1Co 15:26). En la
resurrección, al final de los tiempos, el aspecto físico del hombre será
reconstituido y los justos tendrán un cuerpo transformado en la semejanza
gloriosa del cuerpo resucitado de Cristo (Fil 3:21). Los malvados también serán
resucitados, pero serán resucitados para deshonra y vileza, para recibir el justo
castigo del pecado tanto corporal como espiritualmente (2Co 5:10). Y mientras
no podemos, y no necesitamos, explicar la forma en la cual Dios obra, podemos
sugerir por lo menos algunas razones obvias de este aplazamiento de la
redención del cuerpo:
1. Puesto que los beneficios físicos de la redención son aplazados, ninguno
está tentado a ser Cristiano meramente por liberarse de la enfermedad, el
sufrimiento o la muerte. Los milagros de Cristo nos dan un pequeño
adelanto de lo que será la victoria final sobre la enfermedad y la muerte; y a
causa de los milagros hubo muchos que lo siguieron. Pero estos buscaban
no ser liberados del pecado sino de los efectos del pecado.
2. La muerte, como la enfermedad, la adversidad y la debilidad corporal, es un
medio de santificación. Nos hace recordar lo que realmente somos. Somos
polvo. Nos ayuda a arrancarnos el orgullo de la vida y el amor por este
mundo. Nos anima a postrarnos más y más a los pies de Dios y a rogar su
liberación.
3. La muerte también es un medio de conseguir algo mejor, lo cual de otra
forma no se conseguiría. El cuerpo resucitado de Lázaro no era como el
cuerpo glorioso que tendrá él y tendremos nosotros en el día de la
resurrección si creemos en Jesús. “¡Que tontería! Lo que siembras no cobra
vida a menos que muera. No plantas el cuerpo que luego ha de nacer…”
(1Co 15:36-37). La muerte del cuerpo es un requisito para el cuerpo
resucitado con nuevas y gloriosas cualidades. Hay una continuidad de
sustancia pero una transformación de calidad. De manera muy similar, el
“viejo hombre” (que es nuestro ser pecaminoso, nuestra naturaleza caída
egoísta) tiene que morir, siendo crucificado con Cristo, para que el “nuevo
hombre” (que es nuestro ser regenerado, desinteresado y centrado en
Cristo) pueda ser creado (vea las secciones V, 2-6).
4. Finalmente, si no hubiera muerte para los justos no habría ninguna historia
del mundo. O los justos saldrían del mundo (como lo hizo Jesús en su
cuerpo resucitado) o tendrían que vivir una existencia completamente
aparte en una sociedad segregada. No existiría un orden en el cual ambos
pudieran coexistir. Y los justos no podrían engendrar hijos. No habría
ninguna semilla del pacto (Mt 22:30).
Mientras que el destino temporal de los cuerpos físicos de los creyentes y los
incrédulos sea el mismo hasta que Cristo regrese, sus almas en la muerte entran
en dos estados completamente distintos. Las almas de los creyentes
inmediatamente se tornan perfectas y quedan libres de pecado, y entran en el
gozo de la presencia inmediata de Dios. Como dijo Pablo: “ausentarnos de este
cuerpo” es “vivir junto al Señor” (2Co 5:8). “Partir […] es estar con Cristo” dice
él, y esto (en comparación con nuestro estado actual) “es muchísimo mejor” (Fil
1:23). Pero tenemos que entender que este estado intermedio es simplemente un
desarrollo más perfecto, una fase más avanzada, de esa nueva vida que tiene sus
comienzos en el alma del creyente en la regeneración. Cuando somos vivificados
por el Espíritu Santo de Dios, ya hemos pasado de la muerte a la vida en cuanto
al alma (Jn 5:24). Ya hemos comenzado a morar en lugares celestiales con
Jesucristo (Ef 2:5,6). Y desde el momento de la regeneración el alma no puede
ser tocada por la muerte. La muerte, en su ámbito completo, como castigo por el
pecado, cobra el pago de la muerte, y este es su aguijón. Este escozor es abolido
desde el momento de la regeneración, y así en la muerte física, no hay nada que
pueda tocar el alma, ni siquiera algún temor insuperable, y menos aún el aguijón
de la ley. La muerte simplemente delinea un avance en el progreso del alma en
esa vida eterna que comenzó con la regeneración. Y el avance es tanto de
santidad interna como de comunión inmediata con Dios. Cuando Pablo exclamó:
“¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” (Ro 7:24),
asociaba la muerte con su cuerpo físico y la vida con su alma regenerada. En la
muerte, el alma es completamente libre de ese cuerpo que está aún bajo el poder
del pecado y de la muerte. En la resurrección, también el cuerpo será finalmente
liberado para ser reunido con el alma, y tanto el cuerpo como el alma serán
espirituales. Esto no significa que el cuerpo no será físico; solo significa que
tanto el cuerpo como el alma serán perfectamente santos y estarán bajo el mando
del Espíritu Santo de Dios.
Pero tanto las almas como los cuerpos de los malhechores están ya muertas
en esta vida. El alma está muerta desde el comienzo de su existencia natural
porque se deriva de Adán. Por naturaleza todos los hombres están “muertos en
sus delitos y pecados” (Ef 2:1). Pero el incrédulo sigue muerto. Y su muerte
física simplemente marca un acercamiento a la muerte como una experiencia
más completa. Los incrédulos ya están sin Dios y sin esperanza en el mundo, y
aun así—en el mundo—disfrutan algo de las bendiciones comunes de Dios. Pero
ya no hay más bendiciones de ninguna forma para aliviar el tormento y la
oscuridad de su condición. Tampoco existe ya una libre invitación de Dios
extendiendo gracia para la salvación por medio de Jesucristo. Se abandona toda
la esperanza. El alma desciende al infierno. Aun así, la condición y el lugar de
las almas malvadas de los incrédulos después de la muerte física, y
anteriormente a su resurrección, no es una condición completamente nueva. Es,
más bien, la manifestación completa y el desarrollo pleno de la condición del
alma que comenzó con el nacimiento natural en una condición perdida y
pecaminosa. La ira de Dios permanece sobre ellos. Pero ahora llega a su
expresión completa. Pero aun este estado intermedio, en el cual solo el alma
llega a un desarrollo completo en el pecado y experimenta todas las
consecuencias del pecado sin alivio, no es la manifestación completa de la
condenación de los malhechores. Esta debe esperar hasta la resurrección del
cuerpo. Entonces, y solo entonces, el hombre reconstituido puede experimentar
el tormento físico y espiritual que Dios ha reservado para los que no son suyos.
Así, paradójicamente, la muerte física tiene el efecto de postergar no solo la
perfección y el gozo pleno de los justos, sino también la miseria y el sufrimiento
pleno de los malhechores.
“Aparte de estos dos lugares (es decir, cielo e infierno) para las almas
separadas del cuerpo, la Biblia no reconoce ningún otro”. La teología Católica
Romana enseña que la mayoría de los hombres al morir no van ni al cielo ni al
infierno, sino más bien a un lugar que llaman purgatorio. El purgatorio, según la
enseñanza Romana, es un lugar donde van aquellos “quienes mueren en el
estado de gracia pero son culpables de pecado venial, o quienes no han
satisfecho completamente el castigo temporal que merecen a causa de sus
pecados” para recibir el castigo y satisfacer los requisitos. Esto no solamente
está en contra de la enseñanza de la Escritura porque la Escritura enseña la
partida inmediata del alma al cielo o al infierno, sino que también se opone a la
enseñanza de la Escritura porque socava la suficiencia de la obra de Jesucristo
como satisfacción completa por todos los pecados de su pueblo, “porque con un
solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando” (Heb
10:14).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Existe alguna diferencia entre la muerte física de los creyentes y la
de los incrédulos (es decir, en aspectos puramente físicos)?
2. ¿Qué causa la muerte? Pruébelo.
3. ¿Por qué, entonces, no son liberados los justos de la muerte física
ahora en vez de más tarde?
4. ¿Cuándo comienzan las almas de los hombres a experimentar
condiciones esencialmente diferentes?
5. ¿Cuándo comienzan las almas de los hombres a experimentar
estados completamente diferentes?
6. ¿De qué es el estado intermedio un mayor desarrollo?
7. ¿Cómo avanza en su condición el alma del creyente por medio de la
muerte física?
8. ¿Cómo avanza en su condición el alma del incrédulo por medio de
la muerte física?
9. Según Roma, ¿cuál es el propósito del purgatorio?
10. ¿Qué enseñanza bíblica contradice esto?
Ver las respuestas a estas preguntas
2. Los que aún vivan en el día final no morirán, sino que serán
transformados, y todos los muertos resucitarán con sus mismos cuerpos, y
no con otros, pero con diferentes cualidades, y estos cuerpos serán unidos
otra vez con sus almas para siempre.
3. Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados
para deshonra; los cuerpos de los justos, por el Espíritu de Cristo, serán
resucitados para honra; y serán hechos semejantes a su propio cuerpo
glorioso.
XXXII, 2-3. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que habrá una resurrección general en el último día,
(2) que los que viven hasta ese día serán transformados sin el proceso normal
(de largo plazo) de descomposición física,
(3) que será una resurrección del mismo cuerpo (idéntico en su esencia y
sustancia, pero distinto en sus cualidades) que murió,
(4) que este cuerpo nuevamente se unirá con el alma, donde permanecerá
para siempre, y
(5) que esta resurrección será diferente para los justos y para los malvados.
El Catecismo Mayor de Westminster (Pregunta 84) dice que “siendo la
muerte la paga del pecado, está establecido que todos los hombres mueran una
sola vez, puesto que todos han pecado”. Pero la Confesión dice que “los que aún
vivan en el día final, no morirán, sino que serán transformados”.
Superficialmente, por lo menos, esto pareciera ser una contradicción. O uno o el
otro no puede ser una afirmación absoluta. Sin embargo, no objetamos esta
faceta de la Confesión de Fe de Westminster y del Catecismo Mayor, sino que
vemos en ella un deseo de ser controlada por la Escritura. No es más difícil
reconciliar estas dos afirmaciones que reconciliar varias afirmaciones de la
Escritura. La Escritura también afirma claramente la universalidad de la muerte:
“…la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron”, dice Pablo (Ro
5:12). “Los seres humanos mueren una sola vez…” (Heb 9:27). Esta es la
afirmación de lo que podemos observar como el hecho universal de nuestra
existencia. No existe ninguna clase ni raza de hombre que se libra de este
destino. Cada generación se ve enfrentada con el mismo fin. Pero obviamente,
habrá una generación que no dejará de existir en este ámbito terrenal como todas
las demás por la simple razón de que Cristo regresará mientras aún viven.
“Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que aún estemos
vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera nos
adelantaremos a los que hayan muerto” (1Ts 4:15). Algunos vivirán aún cuando
Cristo regrese. ¿Cómo entonces podrían ellos participar en la muerte como los
que se fueron antes? En su caso, el cuerpo y el alma no serán separados, ni
tampoco descansará el cuerpo un período para descomponerse. Esta diferencia es
evidente. Pero no hay razón para imaginar, como lo han hecho muchos, que los
que aun estén vivos y permanezcan vayan a tener una ventaja sobre los demás.
Pablo rechaza esta misma noción en 1 Tesalonicenses 4:15. Dice que los que
estén vivos y permanezcan no se “adelantarán a” los que hayan estado dormidos.
Creemos que esto significa que no tendrán ninguna ventaja sobre ellos. Y
creemos que es así por las siguientes razones:
1. La segunda venida de Cristo será por lo menos una experiencia tan temible
como lo podría ser la muerte. “Esto sucederá cuando el Señor Jesús se
manifieste desde el cielo entre llamas de fuego, con sus poderosos ángeles,
para castigar a los que no conocen a Dios ni obedecen el evangelio de
nuestro Señor Jesús” (2Ts 1:7,8).
2. El cambio que sucederá entonces en el creyente que esté vivo y
permanezca, no será una crisis menos asombrosa que la muerte misma ni la
resurrección de la muerte. Lo que se lleva a cabo por medio de la muerte, el
estado intermedio, y la resurrección en el día final (en el caso de la mayoría
de los creyentes), también se llevará a cabo de modo repentino y drástico en
el caso de los que aún viven y permanecen hasta que él venga. Ninguno
tendrá ninguna ventaja ya que ambos pasarán por el mismo cambio.
3. Adicionalmente, aunque nos resistimos completamente a la noción de que
los creyentes no estén conscientes durante el estado intermedio (como
enseñan algunas sectas falsas), sin embargo, no estamos seguros de que
sean igualmente conscientes del tiempo como lo son en la tierra. Es posible
que, en la muerte, el creyente empiece a ser consciente del tiempo de una
forma que ya no esté circunscrita por nuestras barreras actuales.
4. De cualquier modo, puesto que la muerte ya no tiene aguijón ni victoria
(1Co 15:55), y puesto que se nos asegura que es mucho mejor ausentarnos
del cuerpo y estar presentes con Cristo (2Co 5:8), entonces no puede haber
ninguna desventaja para los que duermen en Cristo. Por lo tanto, hay un
sentido correcto en el cual las dos declaraciones son completamente
veraces, en razón de que el cambio que experimentarán los creyentes que
aún estén vivos y permanezcan en el día final tiene el mismo fin que el
cambio que experimentarán otros creyentes en la muerte, en el estado
intermedio y en la resurrección en el día final. Pero ¿cuál será la naturaleza
de la resurrección? Este es un gran misterio, y no podemos hacer más que
poner hincapié en ciertas enseñanzas de la Escritura que nos protegen del
error en este asunto:
(a) Habrá una resurrección física. Es decir, involucrará verdadera materia
terrenal. Habrá algún tipo de continuidad entre la identidad del cuerpo
que es sepultado para descomponerse y la identidad del cuerpo que
será levantado en el día final. “Y cuando mi piel haya sido destruida,
todavía veré a Dios con mis propios ojos” (Job 19:26). Habrá una
identidad tan tangible en nuestro caso como la hubo en el caso de
Jesús mismo. Era el mismo cuerpo, aunque el cuerpo no era igual (en
sus cualidades). Así como existe una continuidad entre el feto en el
vientre y el humano adulto, así también habrá continuidad entre el
cuerpo que muere y el que vuelve a vivir,
(b) El cuerpo resucitado (por lo menos en el caso de los justos) será
radicalmente distinto a lo que era antes. Ya no estará sujeto a la
corrupción (1Co 15:42) y será glorioso (v. 43). Tendrá gran poder (v.
43). Y será completa y perfectamente sujeto al mando del Espíritu de
Dios (v. 44). Su cambio será mucho más radical de lo que nos
podemos imaginar. Pero no será un “cuerpo nuevo” creado de la nada
como habitación para el alma. Será el “viejo cuerpo” recreado en un
“nuevo cuerpo”. No tendrá menos continuidad con el viejo de lo que
tiene el alma del creyente con el alma que tenía antes de la
regeneración. De la misma forma en que uno puede tomar unos restos
de metal y fundirlos para producir un objeto nuevo, así también el
cuerpo “se siembra en corrupción, resucita en incorrupción”. Lo nuevo
es formado de lo viejo. “Se siembra un cuerpo natural, resucita un
cuerpo espiritual” (1Co 15:44). Si “el cuerpo mortal no puede heredar
el reino de Dios…” (v. 50), lo que se necesita no es una destrucción
total del viejo cuerpo sino más bien un cambio radical en ello. Y eso es
lo que ha de ser, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos “…los
muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos
transformados” (v. 52).
La Escritura no nos dice mucho con respecto a la resurrección de los
incrédulos. Sabemos lo siguiente:
(a) que la resurrección de los creyentes será al mismo tiempo. “Viene la hora
en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán de allí.
Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han
practicado el mal resucitarán para ser juzgados” (Jn 5:28,29).
(b) En su caso, será también una resurrección del mismo cuerpo que fue
sepultado. “Y del polvo de la tierra se levantarán […] algunos de ellos
para vivir por siempre, pero otros para quedar en la vergüenza y en la
confusión perpetuas” (Dn 12:2). Pero,
(c) mientras que pueden haber cambios radicales en el cuerpo de los
incrédulos, no serán como los que habrá en el cuerpo de los salvos.
Cualesquiera que sean los cambios que hayan, serán solo los que sean
apropiados para la vergüenza, el desprecio, el deshonor y el sufrimiento
eterno de dolor y pérdida. “Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el
libro de la vida era arrojado al lago de fuego” (Ap 20:14-15).
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles son las dos declaraciones que parecen contradecirse en
las afirmaciones de Westminster con respecto a la muerte?
2. Dé citas bíblicas que apoyen cada una de estas declaraciones.
3. ¿Puede dar dos razones para demostrar que los que están vivos y
permanecen hasta el regreso de Cristo no tendrán ninguna ventaja
sobre los que murieron en Cristo anteriormente?
4. ¿A qué se refiere la Confesión cuando dice que la resurrección será
“con sus mismos cuerpos”?
5. ¿A qué se refiere la Confesión cuando habla de “diferentes
cualidades”?
6. ¿Cuándo serán levantados los incrédulos?
7. ¿En qué sentido serán iguales sus cuerpos?
8. ¿Cuál es la segunda muerte?
Ver las respuestas a estas preguntas
32
Del Juicio Final (XXXIII)
1. Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por
medio de Jesucristo, a quien todo poder y juicio es dado por el Padre. En
aquel día no solamente los ángeles apóstatas serán juzgados, sino que de
igual manera todas las personas que han vivido sobre la tierra se
presentarán ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus
pensamientos, palabras y obras, y para recibir conforme a lo que hayan
hecho mientras estaban en el cuerpo, sea bueno o malo.
2. El propósito por el cual Dios ha establecido este día es para la
manifestación de la gloria de su misericordia, en la eterna salvación de
los elegidos; y la de su justicia, en la condenación de los reprobados que
son malvados y desobedientes. En aquel entonces los justos entrarán en la
vida eterna y recibirán aquella plenitud de gozo y refrigerio, que procede
de la presencia del Señor; pero los malvados que no conocen a Dios ni
obedecen el Evangelio de Jesucristo serán arrojados de la presencia de la
gloria del Señor, y de la gloria de su poder, al tormento eterno, y serán
castigados con perdición eterna.
3. Así como Cristo quiso que estuviésemos ciertamente persuadidos de
que habrá un día de juicio, tanto para disuadir de pecar a todo ser
humano como para el mayor consuelo de los piadosos en tiempos de
adversidad, del mismo modo ha querido mantener ese día desconocido
para que los seres humanos dejen toda seguridad carnal y estén siempre
vigilantes, porque no saben a qué hora vendrá el Señor, y para que estén
siempre listos para decir: Ven, Señor Jesús, ven pronto. Amén.
XXXIII, 1-3. Estas secciones de la Confesión nos enseñan:
(1) que Dios ha determinado un día de juicio general,
(2) que Cristo será el juez,
(3) que todo ángel y hombre se presentará ante él,
(4) que serán juzgados por cada pensamiento, palabra y acto,
(5) que el propósito de Dios en fijar este día es la manifestación de su justicia
y gracia gloriosa,
(6) que los justos y los malvados entrarán, entonces, en su recompensa
eterna, y
(7) que el gran día no puede ser predicho ni conocido antes de que llegue.
Como dice el Catecismo Mayor: “debemos creer que, en el día final, habrá
una resurrección general de los muertos, tanto de justos como de injustos” y que
“inmediatamente después de la resurrección seguirá el juicio general y final de
los ángeles y de los hombres” (Catecismo Mayor, P. 87, 88). Según enseñan los
documentos de Westminster, habrá una resurrección general de todo hombre y
después, sin demora, un juicio general: “…porque viene la hora en que todos los
que están en los sepulcros […] saldrán de allí […] etc.” (Jn 5:28). Juan describe
la escena: “Vi también a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del
trono. Se abrieron unos libros, y luego otro, que es el libro de la vida. Los
muertos fueron juzgados según lo que habían hecho, conforme a lo que estaba
escrito en los libros. El mar devolvió sus muertos; la muerte y el infierno
devolvieron los suyos; y cada uno fue juzgado según lo que había hecho” (Ap
20:12-13). Observe: Dos tipos de libros fueron abiertos, y todos los presentes
fueron juzgados por uno o por otro tipo de libro, y todo hombre está incluido.
Entonces tenemos que callar ante el hecho de que él ha fijado un día en que
juzgará al mundo con justicia, por medio del Hombre que ha designado (Hch
17:31). Esta enseñanza de la Escritura es tan clara que puede parecer innecesario
tomar tanto tiempo con ella. Sin embargo, hay una aceptación hoy en día de un
tipo de doctrina que es distinta a la enseñanza de la Escritura con respecto a la
resurrección general y el juicio general. Es la doctrina del Premilenarismo. Para
poder entender esta doctrina y también presentar las otras dos posiciones
clásicas, presentaremos aquí una breve discusión de las posiciones milenaristas.
I. POSICIONES MILENARISTAS
La palabra “milenio” viene de las palabras en latín que significan “mil años”. Ha
llegado a tener un significado especial en el ámbito de la doctrina. Hay algunos
que asocian el regreso de Cristo con la idea de un período alargado (es decir, un
milenio) de prosperidad y bendición sin par en la tierra durante el cual la
Cristiandad básicamente reinará suprema:
1. Algunos creen que Cristo regresará antes que comience este período. Se
llaman pre-milenaristas.
2. Otros mantienen que un período de prosperidad y bendición sin par (es
decir, el milenio) vendrá antes del regreso de Cristo. Estos se llaman posmilenaristas.
3. Y hay algunos que no creen que la Biblia nos dé esperanzas de ningún
periodo extendido de triunfo de la Cristiandad antes del fin del mundo.
Tradicionalmente estos se han denominados a-milenaristas porque no creen
que haya un milenio. (Estas personas sí creen que existe una interpretación
correcta que se le puede dar a Apocalipsis 20:1-10, así que no es correcto
asociar el término “a-milenarista” con “incredulidad hacia (por “de”) las
Escrituras”). En los siguientes párrafos intentaremos describir brevemente
ciertos ejemplos característicos de estas tres posiciones.
II. EL PREMILENARISMO
A. El Premilenarismo Clásico
Esta fue la posición, en tiempos antiguos, de Ireneo y de otros. El esquema
general es el siguiente:
1. La historia del mundo se extenderá 6000 años, mil años por cada uno de los
días de la creación (cp. 2P 3:8).
2. Hacia el final de este período (el sexto día, que comenzó con la primera
venida de Cristo) el sufrimiento y la persecución de los creyentes se
incrementará hasta su culminación en la aparición del Anticristo (cp. 1Ts
2:3-10, 1Jn 2:18).
3. En el punto más alto del poder del Anticristo, Cristo aparecerá en su gloria
celestial para triunfar sobre todos sus enemigos, resucitando a sus santos y
estableciendo su Reino, que durará mil años (el séptimo día, el día del
Descanso o el milenio). (Durante este período Jerusalén será reconstruida,
la tierra prosperará, y habrá paz universal).
4. Al final de esto, los malvados serán resucitados para el juicio final.
5. Finalmente, aparecerá la nueva creación (cp. 2P 3, Ap 22).
Este esquema básico ha tenido voceros a lo largo de la historia de la Iglesia,
aunque debe ser denominada como una posición “minoritaria”. En el siglo XIX
esta posición se ha hecho mucho más popular y fue tomada (con algunas
variaciones) por Bengel, Godet, Van Oosterzee, Moorehead, y otros. Después,
hacia el fin de ese siglo y a lo largo del presente con aún más vigor, ha surgido
una doctrina premilenarista nueva y radicalmente diferente. A esta nos dirigimos
ahora.
B. El Preminelarismo Dispensacional Moderno
Esta posición solo se puede denominar como una innovación reciente. Es, más
bien, el producto del sistema dispensacional (del cual forma parte) antes de la
enseñanza antigua de la Iglesia Cristiana. El esquema dispensacional
premilenarista es como sigue:
1. Existen siete dispensaciones: La Inocencia (la creación a la caída), la
Conciencia (de la caída al diluvio), el Gobierno Humano (del diluvio a la
torre de Babel), la Promesa (de los patriarcas hasta Moisés), la Ley (de
Moisés a Cristo), la Gracia (desde Cristo hasta el Milenio) y el Reino (el
período del milenio).
2. La nación (o el reino) de Israel ocupa un lugar especial en esta economía
divina. Era la forma provisional del Reino de Dios, pero debido a la
apostasía fue descartada. Sin embrago, los profetas predijeron su
restablecimiento. El Mesías vino y ofreció establecer este reino. Los judíos
lo rechazaron. Cristo se vio forzado, por lo tanto, a postergar el
establecimiento del reino. Se retiró (yéndose a un lugar lejano, Mateo
21:33) pero regresará para completar lo que no se le permitió hacer.
3. La Iglesia se ve como un simple paréntesis en la historia del reino. No tiene
ninguna conexión con el reino y fue desconocida por los profetas. Es un
tipo de “rotura” que resultó en la inesperada bendición del evangelio de
gracia para las naciones. La mayoría de los dispensacionalistas no esperan
resultados mayores de la prédica del evangelio. La verdadera esperanza
yace únicamente en el regreso de Cristo. La obra de grandeza asombrosa
entonces seguirá en el período del milenio.
4. El regreso de Cristo es inminente. Puede venir en cualquier momento. No
hay eventos predichos que tengan que suceder anteriormente.
5. La segunda venida de Cristo consistirá en dos eventos (venidas) los cuales
están separados por 7 años. La primera será cuando venga por sus santos
(cf. Mt 24:40-41; 1Ts 4:17). La segunda seguirá después del período de
siete años durante el cual el evangelio del reino se predicará nuevamente
(por judíos creyentes), se efectuarán muchas conversiones (aunque no serán
universales), Israel será reconstituido (algunos, sin embargo, colocan este
evento más tarde), y en la parte posterior de este período el Anticristo será
revelado y la ira de Dios será derramada sobre la raza humana (2Ts 2; Ap
16:ls.; Mt 24:14-22). Después de este período Cristo vendrá con sus santos.
Las naciones que permanezcan para ese entonces serán juzgadas, los santos
que murieron durante la gran tribulación serán resucitados, el Anticristo
será destruido y Satanás será atado (Ap 20:1-2).
6. El Reino milenial será entonces establecido. Será un reino terrenal visible
en el cual solo los judíos serán ciudadanos naturales; los gentiles solo serán
ciudadanos adoptivos. Cristo será entronado en Jerusalén. El templo será
reconstruido, y se volverán a hacer sacrificios (Ez 40 – 48). La paz y la
prosperidad universal prevalecerán (Is 11:8, etc.). Durante este período el
mundo será convertido, algunos dicen que por medio del evangelio, con
fuerza y con poder.
7. Al fin del milenio, Satanás será soltado por un tiempo. Gog y Magog se
levantarán contra la ciudad santa (Ap 20:7-8). Pero Dios intervendrá con
fuego del cielo. Satanás será echado en el abismo, y los muertos que aún no
hayan sido resucitados (es decir, los malvados) serán levantados para
presentarse ante el trono de juicio de Dios.
8. Entonces seguirá el reino eterno del cielo.
III. POST-MILENARISMO
El Post-milenarismo ha presentado una posición estable a lo largo de la historia
de la Iglesia. Sin embargo, últimamente el modernismo ha adoptado una
variación de esta posición a su propia reconstrucción naturalista del
Cristianismo. Desdichadamente, muchos que conocen el post-milenarismo
suponen que está inequívocamente asociado con posiciones modernistas.
Realmente no es correcto denominar post-milenaristas a los modernistas porque
estos no creen que Cristo regresará en una forma visible en ningún momento.
Por lo tanto, en nuestra discusión no vamos a considerar la posición modernista.
Aquí presentaremos únicamente las posiciones de los que se les pueden
denominar Cristianos.
La mayoría de los post-milenaristas creen lo siguiente:
1. Que el Espíritu Santo gradualmente traerá un período de cierto triunfo de la
verdadera cristiandad antes que Cristo regrese.
2. Algunos creen que una gran apostasía precederá la “época dorada”, otros
(tal vez la mayoría) creen que esta vendrá luego. (Algunos creen que el
Papado en su mayor poder fue la gran apostasía, y que la Reforma comenzó
el curso de eventos que traerá la época dorada).
3. Cristo regresará después que el mundo haya sido evangelizado; los judíos,
convertidos (en masa); y la Iglesia, establecida en gran pureza y unión.
4. La resurrección será general (todo hombre a la vez).
5. Luego vendrá el juicio general.
6. Después de esto comenzará el reino eterno.
Los post-milenaristas creen que el Reino de Dios es una realidad presente,
que es espiritual en su carácter, y que la Iglesia es la divina institución que
efectúa esta venida de Cristo en el poder de su reino (Jn 18:36, Lc 17:20, Mt
16:19, Col 1:13, Dn 2:44, etc.). Resaltan pasajes como los siguientes para probar
que el reino de Cristo existe y que es un cumplimiento de las profecías del
Antiguo Testamento: Hechos 15:14- 18, Hebreos 12:22-23, etc. (Cp. Hch 2:3436, Sal 110:1, Ef 1:20, Col 3:1, Heb 1:3, 13; 8:1).
IV. AMILENARISMO
Los amilenaristas no creen que la Escritura prediga la existencia de una época
dorada en la historia del mundo antes de la venida de Cristo, ni tampoco creen
que predice tal época en la historia después del regreso de Cristo antes del juicio
final. Ellos creen lo siguiente:
1. Que habrá una maduración progresiva de las fuerzas del bien y el mal (Mt
13:24-30, 37-43, 47-50).
2. Algunos creen que habrá una tribulación y mucha (o gran) apostasía a lo
largo de esta era, mientras que otros creen que la apostasía (2Ts 2) vendrá
como un evento concentrado en el tiempo inmediatamente antes del regreso
de Cristo.
3. Algunos creen que no habrá ninguna señal del regreso de Cristo, mientras
que otros creen que habrá (1) gran (concentrada en el tiempo) apostasía, (2)
conversión de los Judíos (en masa), (3) un estado en el cual se puede decir
que el evangelio ha sido predicado a todas las naciones.
4. Cristo regresará y resucitará a todo hombre a la vez.
5. Luego seguirá el juicio general.
6. El nuevo cielo y la nueva tierra aparecerán para permanecer por siempre.
Las varias posiciones milenaristas (sin dar atención a las variaciones
particulares) se pueden representar de la siguiente forma:
Una cosa debe resultar obvia: ¡No es una tarea fácil trazar el futuro! Sin
embargo, nos podemos preocupar provechosamente con dos preguntas: (1) ¿Qué
debemos pensar de los que sostienen estas posiciones diferentes?, y (2) ¿Cómo
determinaremos cuál (si hay alguna) debemos preferir?
En respuesta a la primera pregunta creemos que todos los que creen en (1) el
regreso visible corporal de Jesucristo, (2) la resurrección general de todo hombre
y (3) el juicio general de todo hombre, deben ser considerados poseedores de la
Fe Cristiana. Y creemos que los que se aferran a estos tres principios firmemente
se pueden suscribir a esta porción de la Confesión de Fe.
Con respecto a la segunda pregunta ofrecemos las siguientes sugerencias, con
la convicción de que si nos aferramos a estas verdades evitaremos todo error
grave.
En primer lugar, la Escritura nos advierte que ningún hombre “conoce la hora
ni el momento determinados” (Hch 1:7, Mt 24:36f., 1Ts 5:1). Ningún hombre
conoce ni puede conocer la cronología del futuro (este es el significado de la
palabra griega chronos) ni los eventos precisos (ni el compás de los eventos) que
marcarán el desarrollo del plan de Dios. Por lo tanto, cualquier esquema (como
el de los dispensacionalistas) que dice tener tal conocimiento no puede ser
aceptado por los que creen y conocen la verdad.
En segundo lugar, la Escritura enseña claramente que el reino de Cristo: (a)
ya existe (Mt 4:17, 5:3, 16:19, Mr 9:1), (b) que es espiritual e invisible, no
terrenal y material (Lc 17:20, Jn 3:3s., 18:36, 1Ts 2:12, Col 1:13), (c) eterno, no
simplemente milenial (Dn 2:44, 2P 1:11), (d) que no es posesión de Israel, de lo
cual fue tomado y dado a las naciones (Lc 12:32, Ap 11:15), (e) hasta el final,
con respecto a la administración mediadora presente, cuando “él entregue el
reino a Dios el Padre, luego de destruir todo dominio, autoridad y poder. Porque
es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus
pies […] Y cuando todo le sea sometido, entonces el Hijo mismo se someterá a
aquel que le sometió todo…” (1Co 15:24-28). Entonces aparecerá el Reino en su
forma final (2Ti 4:1, Mt 26:29), pero será una continuación del mismo Reino que
ahora es.
En tercer lugar, la Biblia declara que el regreso de Cristo: (a) será sin
advertencia (es decir, sin señales) (Mt 24:36-39, 42-44). Se compara con los días
de Noé cuando la vida siguió en forma “normal” hasta que, sin señales de
advertencia, llegó el diluvio. La prédica de Noé fue la única advertencia pero
esta no fue diferente a la de hoy en día, que solo es una advertencia de la venida
de Cristo. Cristo también ilustró esta verdad con el relato del ladrón que viene
sin señales de advertencia, y el relámpago que brilla sin advertencia de Este a
Oeste. (b) Llamará a todo hombre de su tumba cuando venga (Jn 5:28,29, Hch
24:15). (c) En ese día los cielos y la tierra como los conocemos desaparecerán
porque los “elementos serán destruidos por el fuego” (2P 3:10s.).
En cuarto lugar, la Biblia dice que estos son los últimos días (Heb 1:2, Jn
6:39, 11:24, 12:48, Hch 2:17, 2Ti 3:1, 2P 3:3, 1Jn 2:18). Como dijo Juan: “Esta
es la hora final, y así como ustedes oyeron que el anticristo vendría, muchos son
los anticristos que han surgido ya. Por eso nos damos cuenta de que esta es la
hora final”. Como un apóstol dice que vivimos en los días finales y otro dice que
al fin de estos días la tierra como la conocemos dejará de ser, no podemos
afirmar que existirá otro período de la historia en el mundo después de estos días
y el regreso de Cristo.
En quinto lugar, la gran apostasía no puede ser completamente futura pues, tal
como Pablo dijo, el “misterio de la maldad” que causa esta apostasía de hecho ya
estaba en su día (2Ts 2:7s., 1Jn 2:18, 22, 4:3).
En sexto lugar, ninguna posición puede ser correcta si se concibe un período
de “bien sin mal”, o de la separación entre justos y malvados antes del fin de esta
época, porque Jesús dijo: “…al fin del mundo […] el Hijo del hombre enviará a
sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar…” (Mt
13:40-41; cp. Mt 13:49).
Finalmente, ninguna posición puede ser correcta si se imagina que se llegaría
a acabar el reino actual de Cristo antes que haya puesto a “todos sus enemigos
debajo de sus pies”. Como dice el apóstol: “Es necesario que Cristo reine hasta
poner a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1Co 15:24) y “el último
enemigo que será destruido es la muerte…” (v. 26). Sigue lógicamente que toda
la victoria debe coincidir con la derrota de la muerte por la resurrección general.
No puede haber ningún triunfo total del reino de Cristo hasta que la historia del
mundo llegue a su fin.
PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO
1. ¿Cuáles verdades básicas deben ser sostenidas por los que
correctamente afirman esta Confesión?
2. Cite pruebas Bíblicas para cada una de estas verdades.
3. ¿Qué significa “el milenio”?
4. ¿Cuáles son las tres posiciones milenaristas? (Dé el título y una
breve definición de cada una).
5. ¿Qué errores encuentra (si es así) en el cuadro que representa el
premilenarismo clásico?
6. ¿Qué errores encuentra (si es así) en el cuadro que representa el
premilenarismo dispensacional?
7. ¿Qué errores encuentra en el cuadro que representa el postmilenarismo?
8. ¿Cuáles errores encuentra en el cuadro que representa el
amilenarismo?
9. ¿Qué, bajo cualquier posición, debe ser afirmado por ellos a
quienes se les puede decir adherentes a la Fe Cristiana histórica?
10. Siete principios de la Escritura nos pueden guiar en discernir
errores milenaristas. Nombre todos los que pueda.
Ver las respuestas a estas preguntas
Armonía temática de la Confesión de Fe de
Westminster y las tres confesiones reformadas
La Confesión de Fe de Westminster (1647)
La Confesión Belga
(1561)
El Catecismo de Heildelberg (1563)
Los Cánones
de Dordt
(1618-19)
La Escritura y la Revelación
Cap. I
Arts. 2-7, 25, 32
PP. 19, 21, 22, 98, 117, 122
Cap. III/IV, arts. 6, 17; Cap. V, art. 14
La Doctrina de Dios y la Trinidad
Cap. II
Arts. 1, 2, 8-11
PP. 24-26, 33, 53, 94, 95
Cap. II, art. 4
La Soberanía Divina: Los Decretos de Dios
Cap. III
Arts. 13, 16
PP. 26, 54
Cap. I, arts. 6-18, RE 1-9; Cap. II, art. 9; Conclusión
La Creación
Cap. IV
Arts. 10, 12, 14
PP. 6, 26
Cap. III/IV, art. 1
La Providencia
Cap. V
Art. 13
PP. 26-28, 50
La Caída del Hombre en el Pecado y su Castigo
Cap. VI
Arts. 14, 15
PP. 5, 7, 8-14, 60
Cap. I, art. 1;
Cap. II, art. 1,
RE 5; Cap. III/IV, art. 1-4, RE 1-5
El Pacto
Cap. VII
Arts. 18, 34
PP. 74, 77, 82
Cap. I, art. 17;
Cap. II, art. 8;
RE 2, 4, 5
Cristo el Mediador
Cap. VIII
Arts. 17-21, 25, 26
PP. 12, 14-18, 29-52, 60, 61
Cap. I, arts. 2-7;
Cap. II, arts. 1-9, RE 1-7
El Libre Albedrío
Cap. IX
Art. 14
PP. 5, 8, 114, 124
Cap. III/IV, arts. 3-5, 16, RE 3-5
El Llamamiento Eficaz
Cap. X
Art. 24
P. 65
Cap. I, arts. 6, 7;
Cap. II, arts. 8, 9;
Cap III/IV, arts. 8-17, RE 6-9
La Justificación
Cap. XI
Arts. 20, 22, 23
PP. 1, 20-22, 36-40, 44, 45, 52, 56, 59-65, 84, 115, 126
Cap. II, RE 4
La Adopción
Cap. XII
Art. 18
PP. 33, 120
Cap. V, art. 6, RE 6
La Santificación
Cap.
XIII
Art.
24
PP. 32, 34, 42, 43, 45, 49, 58, 70, 76, 8690, 115
Cap. I, arts. 12, 13, 16; Cap. III/IV, arts. 11, 16,
RE 6-9;
Cap. V, arts. 1-4, 14
La Fe Salvadora
Cap.
XIV
Arts. 2224
PP. 20-23, 6061
Cap. I, arts. 2-6;
RE 3, 5; Cap. II, arts. 5, 7, 8, RE 4; Cap. III/IV, art. 14; Cap. V, art. 8,
RE 5-7
El Arrepentimiento
Cap.
XV
Arts. 22,
29
PP. 81, 83-85, 88-90, 115,
126
Cap. I, art. 3; Cap. II, art. 5; Cap. III/IV, art. 11; Cap. V, art. 8,
RE 3, 7
Las Buenas Obras
Cap. XVI
Art. 24
PP. 32, 55, 62-64, 70, 86, 91, 114
Cap. V, arts. 10, 12, 13
La Perseverancia de los Santos
Cap. XVII
Arts. 13, 16
PP. 1, 52-54, 127
Cap. II, art. 8; Cap. V, arts. 1-15, RE 1-9
La Seguridad de la Gracia y Salvación
Cap.
XVIII
Arts. 23, 24,
29
PP. 1, 19, 21, 56-59, 65, 69, 73,
75, 116
Cap. I, arts. 12, 13, 16, RE 7; Cap. V, arts. 5, 913, RE 5-6
La Ley de Dios
Cap. XIX
Art. 25
PP. 3, 4, 9, 10,
12-14, 92-115
Cap. III/IV, art. 5, RE 6
La Libertad Cristiana y la Libertad de Conciencia
Cap. XX
Art. 32
La Adoración Religiosa y el Día de Reposo
Cap. XXI
Arts. 7, 25, 29, 32
PP. 92, 94-98, 103, 116-129
Los Juramentos y los Votos Lícitos
Cap. XXII
PP. 99, 101, 102
El Magistrado Civil
Cap. XXIII
Art. 36
PP. 101, 104, 105
El Matrimonio y el Divorcio
Cap. XXIV
PP. 108, 109
La Iglesia
Cap. XXV
Arts. 27-32
PP. 54, 83-85, 103
La Comunión de los Santos
Cap. XXVI
Arts. 27, 28
P. 55
Los Sacramentos
Cap. XXVII
Art. 33
PP. 65-68
Cap. III/IV, art. 17; Cap. V, art. 14
El Bautismo
Cap. XXVIII
Art. 34
PP. 69-74
Cap. I, art. 17
La Cena del Señor
Cap. XXIX
Art. 35
PP. 75-82
Las Censuras Eclesiásticas
Cap. XXX
Art. 32
PP. 82-85
Los Sínodos y Concilios
Cap. XXXI
Arts. 30-32
El Estado de los Hombres después de la Muerte y la Resurrección de los Muertos
Cap. XXXII
Art. 37
PP. 42, 45, 52, 57, 58
El Juicio Final
Cap. XXXIII
Art. 37
PP. 52, 123
© 2002, William B. Evans
rev. 12/19/2002
Respuestas
a las preguntas
CAPÍTULO 1
I, 1
1. Hay dos. La revelación natural (también denominada revelación general dada a todo hombre) y la
revelación verbal (también denominada la revelación especial dada únicamente en la Escritura).
2. Salmo 19:1-3, Romanos 1:20.
3. Sí. En todo y en todos lados. (No existe nada que no testifique de Él).
4. Presuponen una deficiencia en la revelación natural. (Dicen que la revelación natural prueba que un dios
posiblemente exista; en realidad la revelación natural demuestra que el verdadero Dios ciertamente
existe).
5. Su ser y su voluntad. (El ser del hombre, como el de Dios, no es cuestión de elección. Pero la intención
del hombre, como la de Dios, es voluntaria).
6. Su semejanza voluntaria (o intencional) a Dios.
7. Ser a imagen (involuntariamente) de Dios.
8. El propósito del hombre.
9. No; porque no contenía ninguna directiva para comprobar la obediencia voluntaria del hombre.
10. La ira de Dios (Ro 1:18).
11. Sí. Perder la imagen de Dios sería dejar de ser hombre.
12. Los hombres suprimen la verdad por medio de un esfuerzo pecaminoso de mente y corazón.
13. Porque la revelación natural no divulga el remedio de Dios para la culpabilidad y la depravación del
hombre (es decir, la expiación y la conversión del corazón).
I, 2-5
1. La prueba es la evidencia. Esta evidencia se contiene en parte (y principalmente) dentro de la Biblia
misma, y en parte (y extraordinariamente) fuera de la Biblia.
2. De la siguiente manera:
a. El Antiguo Testamento (por medio del testimonio de sus escritores inspirados) dice ser la Palabra de
Dios.
b. El Nuevo Testamento (por medio del testimonio de sus escritores inspirados) reconoce al Antiguo
Testamento como Palabra de Dios.
c. Cristo les prometió a sus apóstoles que tendrían inspiración divina.
d. Los apóstoles afirmaron tener la inspiración divina prometida por Cristo.
e. Los apóstoles reconocieron mutuamente la inspiración de sus escritos.
3. La autoridad no puede descansar sobre algo que es subordinado a sí mismo. (En otras palabras, la
autoridad solo puede descansar sobre algo mayor que sí. La autoridad de la Palabra de Dios solo puede
depender de Dios mismo).
4. La autoridad de la Biblia depende de la autoridad de la Iglesia. (Es decir, la autoridad de lo que Dios dice
depende de la autoridad de lo que los hombres dicen).
5. Cuando fundamentan la prueba de la autoridad de la Biblia sobre el razonamiento humano, la arqueología
o algo semejante.
6. Principal y conclusivamente en la Biblia misma.
7. Porque los hombres son incapaces de recibir la evidencia correctamente (a causa de su depravación total).
8. No. Significa que el Espíritu Santo capacita a los hombres para percibir la Biblia como lo que realmente
es—la Palabra inspirada de Dios.
I, 6
1. Juan 14:6, Hebreos 1:1, 2, Juan 15:15, 2 Timoteo 3:15-17, Apocalipsis 22:1 8,29.
2. Hechos 20:20, 27, Judas 3, 2 Timoteo 3:16, 17.
3. Las dos razones son:
a. La Biblia sería sumamente voluminosa si llegara a contener reglas para cada instancia particular de la
necesidad humana individual.
b. No habría ningún proceso de razonamiento en el hombre que correspondiera con su creador (como
imagen de Dios).
4. Por medio de principios universales que se aplican a todo hombre en todo momento y en todo lugar.
5. La siguiente tabla presenta los ejemplos:
Categorías
Circunstancias
No Circunstancias
La Adoración
La hora exacta del servicio
El día del servicio
El orden exacto del servicio
Los elementos del verdadero servicio de adoración
El lugar de las reuniones
Los términos de fraternidad
El número de ancianos en una iglesia en particular
Que haya 2 o más ancianos en cada
iglesia
El sistema preciso de delegación al presbiterio y a la
asamblea
Que haya presbiterios y asambleas
generales
El
Gobierno
6. El Cuarto Mandamiento controla todas las circunstancias relacionadas a la adoración a Dios, y no se
puede permitir que las circunstancias cambien el día del servicio de adoración o las responsabilidades
del servicio requeridas por este mandamiento.
I, 7
1. Que la Escritura es clara en su significado. No es recóndita. Lo que dice lo dice con perfecta precisión.
La dificultad en entender las Escrituras se debe a una condición en nosotros y no a una deficiencia en
las Escrituras.
2. Que el significado de la Escritura no es claro en sí mismo, pero que puede ser entendido por medio de la
interpretación de la Iglesia Católica Romana.
3. El punto de vista Reformado es que los credos (lo que la Iglesia dice que la Biblia dice) son menos que
una expresión perfectamente clara de la verdad, y por lo tanto se subordinan a la Escritura. El punto de
vista Romano es que la verdad se vuelve clara y final solo por medio del testimonio de la Iglesia.
4. No. Hay cosas que se enseñan en la Escritura que son difíciles de entender, pero esto no se debe a
ninguna falta de claridad en la enseñanza de estas cosas (doctrinas), sino más bien al carácter de las
doctrinas mismas. (Por ejemplo, la predestinación divina y la responsabilidad humana son enseñadas
claramente en la Escritura, pero son difíciles de entender).
5. Estudiarlas con diligencia y con persistencia. Los que se quejan de que la Escritura es difícil de entender
generalmente (o quizás siempre) no pueden decir que han hecho un verdadero esfuerzo en entenderla y
estudiarla.
6. De la siguiente manera:
a. Es un requisito que todo Cristiano escudriñe las Escrituras.
b. Las Escrituras se dirigen a Cristianos comunes, no solo a los eruditos.
c. Las Escrituras, por su propio testimonio, son claras.
d. Las Escrituras requieren la obediencia porque son claras en lo que enseñan.
7. La Biblia debe ser estudiada en una traducción que uno pueda entender. Debe ser estudiada
sistemáticamente. Debe ser estudiada con la ayuda de otros creyentes (y por lo tanto de los credos
históricos, etc.).
I, 8
1. Solo existe una Biblia en el sentido absoluto: La Palabra completamente perfecta, infalible e inerrante de
Dios.
2. Es el texto original (las letras, palabras, frases, etc. exactas) escrito por hombres bajo inspiración divina.
3. No poseemos actualmente los manuscritos originales sobre los cuales este texto fue escrito.
4. El Modernista dice que es inútil creer en un texto así cuando no lo tenemos en nuestra posesión. (No
puede distinguir entre el manuscrito original, lo cual se ha perdido, y el texto original, que no ha sido
destruido.)
5. Sí. Si el texto de una copia fuera idéntico al texto de un original, sería exactamente tan infalible como el
original. (Una copia fotostática no varía en cuanto al texto).
6. No. Fueron copiadas a mano por hombres que cometían errores.
7. Los siguientes:
a. Cada copista cometía sus propios errores. De modo que las copias hechas por otros eran distintas a las
suyas en este punto. Es decir, cada copia concuerda en atestiguar los errores de las demás copias,
b. La Iglesia de habla griega, por medio de una gran familiaridad, resguardó el texto correcto de la
corrupción.
8. Creemos que la primera razón pesa más, pero también creemos que la segunda razón es válida y es, a
menudo, dejada de lado al considerar la preservación del verdadero texto de la Biblia.
9. Porque ya poseemos el medio mecánico para reproducir al texto y para preservarlo sin más corrupción.
10. Que en realidad poseemos las mismas palabras que Dios depositó en el texto de la Biblia por medio de
la inspiración divina. (No decimos que toda dificultad ha desaparecido. Sí afirmamos que casi todas las
mismas palabras que Dios inspiró nos son conocidas sin ninguna duda. No existe algo de duda acerca
de casi todas las palabras. Más bien, no existe duda acerca de casi todas las palabras).
I, 9
1. Que se auto-interpreta.
2. No, en ningún sentido práctico.
3. La verdadera predicación de la Palabra de Dios es la interpretación de las Escrituras por medio de las
Escrituras. El pastor prueba el significado de un texto por medio de una referencia constante al resto de
la Escritura.
4. No; algunas porciones de la Escritura son más difíciles de entender que otras. No; las Escrituras aún se
autointerpretan. Debemos explicar las porciones más difíciles de la Escritura comparándolas con lo que
ya se entiende claramente.
5. Niega, en efecto, que la Escritura haya sido clara para otros antes de nosotros.
6. Porque expresan la enseñanza de la Escritura en forma precisa.
I, 10
1. En el Catolicismo Romano las decisiones de la iglesia son finales. No existe ningún derecho a apelación
ante ellas. En la Iglesia Reformada solo la Biblia tiene la autoridad suprema y cualquiera tiene el
derecho de apelar a la Palabra de Dios ante las decisiones de la Iglesia.
2. No. Solo Dios puede hablar en forma infalible. La Iglesia habla con autoridad y valor cuando declara la
Palabra de Dios.
3. No. Pedro no tenía más autoridad que los demás apóstoles y ancianos. Los apóstoles y ancianos tomaron
la decisión. La decisión fue basada en la Escritura del Antiguo Testamento y la revelación dada a, y por
medio de, los apóstoles.
4. (a) 1 Corintios 11:23-26. (b) 2 Corintios 6:14-18, 2 Tesalonicenses 3:14.
CAPÍTULO 2
II, 1-2
1. En todo lugar.
2. Que Dios no tiene cuerpo como el hombre. ( No está integrado por materia creada).
3. La Escritura habla de Dios por medio de expresiones humanas. El ser del hombre es análogo al ser de
Dios; por lo tanto, Dios puede hablar de sí mismo con analogías.
4. Todo lo que no puede ser comunicado a (y compartido por) la criatura.
5. Esas cualidades o propiedades que atribuimos a Dios (o al hombre, en este caso).
6. Dios es eterno, infinito e incambiable. Él es omnipotente, omnisciente y omnipresente.
7. Todo lo que puede ser comunicado a (y compartido por) la criatura.
8. El ser, la sabiduría, el poder, la santidad, la justicia, la bondad y la verdad.
9. No. Dios sabe todo con un conocimiento exhaustivamente completo y absolutamente perfecto. (No puede
ser mejorado con mayor estudio, por ejemplo).
10. Nada. El es absolutamente autosuficiente.
11. Que Dios es absolutamente independiente y que, en comparación con él, todas las cosas son nada,
incluso el hombre.
II, 3
1. La doctrina de la Trinidad es revelada por medio de los eventos que tomaron lugar después que el
Antiguo Testamento fuera escrito y antes que el Nuevo fuera escrito. Sin embargo, como el Nuevo
Testamento registra estos eventos y el Antiguo hizo los preparativos para estos eventos, la doctrina de la
Trinidad se revela a nosotros en toda la Biblia.
2. El Antiguo Testamento es una revelación parcial del verdadero Dios que es trino. Esto se puede probar
utilizando datos de la Escritura que son inexplicables con cualquier otra interpretación que no sea la
interpretación trinitaria.
3. Génesis 1:26 (Gn 32:24f„ Éx 23:20-25).
4. Éxodo 23:20, 21.
5. Isaías 9:6 (o 7:14).
6. Porque cada una de estas tres Personas se manifestó a los apóstoles como personalmente distinta, y sin
embargo, como esencialmente Dios.
7. Que estas tres personas tienen un solo ser. Que este único ser existe en tres Personas.
8. La prueba (desde textos bíblicos) es como sigue:
Dios el padre
Dios el Hijo
Dios el Espíritu Santo
Nombres
Juan 20:17
Juan 20:28
Hechos 5:3, 4
Atributos
Mateo 6:8
Juan 2:24, 25
1 Corintios 2:10, 11
Obras
Proverbios 16:4
Juan 1:1-3
1 Corintios 12:4f.
Alabanza
Apocalipsis 22:9
Hebreos 1:6
Apocalipsis 2:7, etc.
CAPÍTULO 3
III, 1-2
1. Una persona actúa de acuerdo con un propósito.
2. Un plan eterno e incambiable.
3. Efesios 1:11.
4. Mateo 10:29, 1 Reyes 22:1-40.
5. 1 Reyes 22:1-40.
6. Hechos 2:23 (y Hechos 4:27, 28).
7. Mateo 18:7 (también Hechos 2:23, 4:27, 28).
8. Filipenses 2:13.
9. Que no se ve forzado a actuar en contra de su propia voluntad.
10. Son malvados. Todas sus acciones son determinadas por su naturaleza malvada. Únicamente desean
hacer el mal porque son malvados.
11. Dios les ha dado una nueva naturaleza que está dispuesta a hacer el bien.
12. No; Dios no puede prever que algo realmente suceda hasta que él haya determinado que así sea. Nada
puede existir a no ser que Dios determine que exista. (Decir que Dios prevé lo que él no ha determinado
es afirmar que él no es el único ser autoexistente).
III, 3-5
1. A causa de la perversidad humana. (A los hombres pecaminosos no les gusta lo que enseña la Escritura).
2. El hombre no merece nada más que la condenación.
3. El ejemplo de Jacob y Esaú.
4. Todo. Nada.
5. El que Dios haya escogido a Jacob y rechazado a Esaú, aunque no eran diferentes, y antes de que hayan
hecho el bien o el mal, prueba que todo el fundamento de la discriminación de Dios entre ellos estaba
en él mismo y no en ellos.
6. Romanos 9:21.
7. Dios no decide a quien escogerá o rechazará basado en algo dentro de ellos.
8. Las siguientes:
a. Que la salvación es únicamente por la gracia y no por las obras.
b. Que el arrepentimiento y la fe son dadas a los pecadores por Dios.
c. Que los hombres están muertos en sus pecados y delitos.
d. Que la elección está condicionada sobre el buen placer de Dios.
9. Porque así le agradó.
10. Para manifestar su gloria al demostrar su gracia a algunos y su justicia a otros.
III, 6
1. Dios prometió que todos los que estaban abordo del barco se salvarían del naufragio y la destrucción. El
apóstol inspirado dijo que todos debían permanecer a bordo para ser salvados de la destrucción. Todos
fueron salvados de la destrucción. La forma en la cual fueron salvados de la destrucción fue su
obediencia a la advertencia del apóstol. Dios decretó que todos serían salvados y por lo tanto también
decretó lo necesario para lograr este fin (es decir, la obediencia a la advertencia de Pablo).
2. Niega que Dios predetermine todas las cosas. (Niega que Dios predetermina lo que yo debo hacer ahora,
aunque admite que Dios predestina lo que me sucederá en el futuro).
3. La obra de Dios (lo que Dios hace) nunca contradice el plan de Dios.
4. Porque (a) la Escritura no dice que la muerte de Cristo fuera para la salvación de todo hombre, y (b)
porque la Escritura dice que Dios realmente no salvará a todos los hombres.
5. En el contexto estas palabras son incorrectas: “se dio a sí mismo como garantía por todos”, “acceso libre
a Dios para”, y “aunque diseñado para el pecado del mundo”.
6. Respecto a las perspectivas, se afirma que:
a. Bajo una consideración correcta, la muerte de Cristo solo asegura la redención eterna.
b. Bajo una consideración incorrecta, la muerte de Cristo solo asegura “acceso a Dios para el perdón y la
restauración”. En otras palabras, hace que tales se vuelvan “posibles”.
7. La enseñanza de la Declaración Confesional de 1925 , en efecto, “elimina” a Dios porque enseña que la
obra del Espíritu Santo no concuerda con la de Cristo. (Cristo obra para salvar a todos; y el Espíritu
Santo obra para salvar a algunos).
III, 7-8
1. Dios ha determinado pasarlos por alto (es decir, no darles el regalo de la gracia salvadora).
2. Porque así le agradó.
3. Porque han pecado y por lo tanto merecen la condenación.
4. Ha sido abusada por los que afirman que tanto la culpa como la determinación de castigar al reprobado
está en Dios. (Tanto la condición del hombre como su disposición son atribuidas a Dios).
5. Porque muchos no están dispuestos a aceptar a Dios como él se ha revelado, es decir, como
absolutamente soberano.
6. Sí.
7. No. Él tiene el derecho absoluto de hacer como le complazca con las criaturas que ha hecho,
especialmente tomando en cuenta el pecado de estas criaturas.
8. Juan 3:36. La discriminación soberana de Dios tiene que ver con los que no serán dejados en esa
condición.
9. Sí; porque se enseña en la Escritura. Se debe enseñar con cuidado especial y prudencia, es decir, con
precisión, de forma completa y con una preocupación a refutar las impresiones erróneas.
CAPÍTULO 4
IV, 1
1. El Dios trino.
2. Son:
a. Que el universo es autoexistente.
b. Que no fue creado de la nada.
c. Que la forma actual de las cosas es el resultado de un principio evolucionista.
d. Que no existe ninguna razón definitiva para las cosas más allá de sí mismas.
3. No; porque no es la verdad.
4. La verdad es lo que realmente es (o fue, o será).
5. En la naturaleza y en la Escritura.
6. Algunas de ellas son:
a. Que los fósiles fueron producidos lentamente.
b. Que la Biblia no permite el tiempo necesario después del relato de la creación para hacer posible la
existencia de esto fósiles.
c. Que la Biblia necesariamente enseña que los días de la creación fueron días normales (de 24 horas).
d. Que Dios no creó (en seis días de 24 horas) con la apariencia de edad.
7. La respuesta es como sigue:
a. Los fósiles pueden haber sido producidos repentinamente (como a causa del diluvio).
b. La Biblia no dice cuanto tiempo transcurrió entre la creación y los eventos posteriores de los cuales sí
conocemos su fecha con relación al presente.
c. Los eruditos ortodoxos han demostrado que la palabra hebrea que se usa para “día” no siempre se
refiere a un período de 24 horas.
d. Dios pudo haber creado al mundo entero repentinamente y con la apariencia de antigüedad. Dios sí
creó de esa forma a Adán.
8. Creemos que se refiere a días similares a los nuestros (y no a períodos vastos de tiempo).
9. El término hebreo “día” a veces indica un período de tiempo indefinido.
10. Creemos que el primer capítulo de Génesis fue escrito para dar la impresión natural de que la creación
tomó lugar de forma sobrenatural en vez de un proceso natural de muy largo tiempo.
IV, 2
1. La Biblia y los evolucionistas concuerdan superficialmente en enseñar (a) que el hombre es la criatura de
más alto nivel (conocida), (b) que las formas más altas de vida vinieron después de las más bajas, y (c)
que toda la raza humana ha provenido de una sola pareja.
2. Porque estos puntos se afirman por razones completamente opuestas.
3. No. Como todas las obras de Dios son la expresión de sabiduría perfecta esperaríamos una forma similar
en todas las cosas que Dios ha creado.
4. El Cristiano no puede afirmar que la especie humana es derivada o que evolucionó de alguna especie
anterior mas baja.
5. No; porque la Escritura afirma claramente que el espíritu del nombre vino directamente de Dios, y la
fusión de este espíritu con la materia hizo del hombre un alma viviente.
6. Que fue a nivel animal (al hombre cavernícola se le muestra como muy parecido a los animales).
7. Que fue exaltada. Era más alta que cualquier condición posterior conocida por el hombre pecaminoso en
este mundo actual.
8. En que no fue técnico ni compuesto. No fue acumulativo ni altamente desarrollado.
9. Porque no pueden creer que la naturaleza pudiera producir “accidentes” idénticos simultáneamente.
10. A causa de la enseñanza bíblica de que Dios creó solo un hombre y una mujer.
11. El hombre es la imagen de Dios. (También tal vez: el alma es la imagen de Dios, si el alma implica la
naturaleza psicoespiritual del hombre. El hombre se convirtió en un alma viviente).
12. A causa de la influencia del antiguo error que enseña que el espíritu es bueno y lo material es malo.
13. La diversidad. (El hombre tiene una personalidad pero varias facultades—su mente, su corazón y su
voluntad).
14. Sí; la Escritura enseña que el hombre es una personalidad capaz de racionamiento, emoción, y volición.
(Is 1:18, Hch 24:25, Col 3:1,2, Ro 12:10, Mt 26:39, Jn 1:13).
CAPÍTULO 5
V, 1
1. Azar. Destino.
2. Los Arminianos también creen que las cosas suceden al azar, es decir, sin ninguna razón necesaria.
3. Proverbios 19:21; 21:1.
4. No existe ninguna “posibilidad” de que Dios haga el mal. No lo puede hacer porque va en contra de su
naturaleza.
5. Porque las acciones de los hombres se determinan por su carácter.
6. El destino es mecánico (las cosas tienen que suceder de cierta forma, pero sin ninguna razón) sin
embargo, la soberanía divina tiene propósito.
7. Las siguientes:
a. Que Dios creó todo lo que existe.
b. Que Dios tiene un conocimiento previo de las cosas que es perfecto.
c. Que Dios es todopoderoso (omnipotente).
d. Que Dios tiene la libertad de hacer todo lo que él quiera.
8. Daniel 4:35, Salmo 135:6, Efesios 1:11.
V, 2-6
1. Las objeciones son:
a. Si Dios controla todo, entonces no soy responsable por lo que hago.
b. Si Dios controla todo, entonces todo saldrá igual sin importar lo que haga.
c. Si Dios controla todo, entonces él debe ser el autor del pecado.
d. Si Dios controla todo, entonces no hay ninguna explicación de por qué existe el mal en hombres
buenos y el bien en hombres malos.
2. De la siguiente manera:
a. Dios es capaz de controlar todo, incluso nuestros actos libres, sin destruir nuestra libertad genuina.
b. Dios controla todo, por lo tanto, todo debe salir según su plan, y esto incluye lo que yo hago.
c. Dios es capaz de controlar a los autores del pecado sin que él mismo sea el autor del pecado.
d. Es porque Dios controla todo que podemos explicar el mal en los hombres buenos (lo cual Dios
permite por buenas razones), y el bien en los hombres malos (lo cual Dios causa por buenas razones).
3. Porque a veces Dios permite que vuelva a surgir el pecado que mora en su interior para servir de castigo
y de advertencia.
4. Porque a veces Dios permite que la conciencia del inconverso lo domine.
5. No. El Cristiano era el viejo hombre y es el hombre nuevo. Sin embargo, permanecen los efectos
pecaminosos del viejo hombre en el nuevo hombre.
6. Sí; es el (nuevo) hombre que peca, aunque la fuente de ese pecado no es el nuevo hombre.
7. No. Los diagramas solo intentan indicar el carácter básico de todo hombre. (Todas las acciones del
hombre regenerado, por ejemplo, son afectadas por la imperfección que permanece).
8. Romanos 7:20 traza la fuente del pecado a lo que queda aún de la naturaleza anterior de Pablo. Romanos
7:24 culpa a Pablo mismo por la ejecución del acto pecaminoso.
CAPÍTULO 6
VI, 1-2
1. A causa de la amplia aceptación de una teología que niega el fundamento histórico de la Fe Cristiana, es
decir, la Neo-ortodoxia.
2. La nueva ortodoxia.
3. Del “Modernismo” más antiguo: el racionalismo.
4. Porque atacaba el antiguo Modernismo y utilizaba una terminología que aparentaba ser ortodoxa.
5. Separa a la doctrina de los hechos históricos. Niega que lo que la Biblia afirma que realmente sucedió en
este mundo haya sucedido en este mundo.
6. Significa que simboliza algo. (No es literalmente la verdad sino que es una señal de lo verdadero).
7. Porque desea:
a. aparentar ser la Cristiandad histórica, y
b. aparentar tener credibilidad científica.
8. Entre dos opciones:
a. Tenían que aceptar la Biblia y perder su posición en este mundo moderno o
b. mantener un punto de vista de la Biblia que tuviera credibilidad científica aunque sacrificaran su
confiabilidad histórica.
9. Lograron adoptar la segunda alternativa y aún así aparentar haber aceptado la primera.
10. Niega que la caída del hombre se haya debido al acto de un verdadero individuo. Busca colocar a la
caída “detrás” de la historia como hizo Adán.
11. A que cada facultad de la naturaleza del hombre es corrupta y está contaminada.
12. La medida del daño es absoluta en la naturaleza humana caída, pero no el grado del daño. (Se está
volviendo peor y peor en el reprobado y finalmente será absoluto).
13. No. Todo lo que hace proviene de lo que ha sido corrompido por el pecado.
VI, 3-4
1. Son los siguientes:
a. Adán pecó y cayó, volviéndose totalmente depravado.
b. En Adán todos pecamos, caímos y nos volvimos totalmente depravados.
c. Nacemos, por lo tanto, en el pecado.
d. El pecado, por lo tanto, reina sobre nosotros.
2. Es difícil entender cómo nos podemos volver culpables y depravados por medio del acto de otro.
3. La Escritura dice que Dios solo hace lo correcto y que Dios nos ha condenado por el pecado de Adán.
4. La Escritura enseña que no somos meramente individuos, sino también miembros de un organismo o
cuerpo corporativo—la raza humana.
5. Que proviene directamente de Dios (en el momento de la concepción o después).
6. Que proviene indirectamente de Dios en la misma cadena reproductiva que la del cuerpo. (Los padres
engendran a su hijo tanto en cuerpo como en alma).
7. La posición Traduciana parece preferible porque (a) está escrito que Adán engendró a su propia imagen y
semejanza (Gn 5:3), (b) que las almas de los hijos estaban en sus padres (Heb 7:10), y (c) parecen haber
características tanto de la mente como del cuerpo que se heredan, y entre ellas está la inclinación
pecaminosa.
8. El principio representativo.
9. Porque Adán solo actuó oficialmente (como representante) en su primer pecado.
10. Todos son efectos de su primer pecado.
VI, 5-6
1. No. El creyente es únicamente un nuevo hombre.
2. 2 Corintios 5:17. (“…si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya
lo nuevo!”).
3. El Perfeccionismo enseña que el creyente puede ser perfectamente libre de todo pecado (o por lo menos
el pecado consciente) en su vida.
4. El Antinomianismo enseña que el creyente no necesita esforzarse por ser perfecto porque los pecados que
comete son la responsabilidad de su “vieja naturaleza”.
5. 1 Juan 1:8, 10, Santiago 3:2 (“Todos fallamos mucho”).
6. Romanos 7:14, 1 Juan 3:4, 1 Juan 1:8,10. (“Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos y no tenemos la verdad”).
7. El pecado que mora dentro del hombre no regenerado lo domina; mientras que el que habita en el hombre
regenerado no puede dominarlo.
8. El Antinomianismo.
9. Porque existe una mayor razón para que el creyente venza al pecado.
10. La práctica Antinomiana (pecando porque no nos preocupa vencer al pecado) es pecado voluntario.
CAPÍTULO 7
VII, 1
1. Que es una mera criatura.
2. Aun los Cristianos Reformados han hablado de tal forma que dan la impresión que el hombre tiene
ciertos derechos inalienables sobre Dios.
3. A veces han descrito los pactos entre Dios y el hombre como acuerdos mutuos en vez de decretos
soberanos hechos únicamente por Dios.
4. Nada.
5. Dios tiene obligación únicamente a sus promesas hechas en sus pactos con el hombre.
6. Dios instituye sus pactos de forma unilateral.
VII, 2-3
1. Porque los elementos de tal pacto son revelados claramente en la Escritura.
2. Las siguientes:
a. Tal pacto no se afirma formalmente en la Escritura (ni tampoco se utiliza el término preciso en sí).
b. La designación “pacto de obras” da a entender que las obras del hombre podrían ameritar algo de Dios
y por lo tanto ponerlo bajo una obligación.
3. Las siguientes:
a. Algo no necesita ser formalmente declarado, ni necesita que se le ponga un término en la Escritura
para tener validez. (La doctrina de la Trinidad es un ejemplo de este hecho.)
b. Cuando se explica el pacto de obras cuidadosamente, no habrá peligro de esta interferencia
indeseable.
4. Pone hincapié en el hecho de que las obras del hombre eran el medio para, y la condición de, el
cumplimiento de las provisiones de gracia del primer pacto.
5. Dios no le pidió permiso al hombre antes de instituir el pacto. Fue determinado por la voluntad de Dios y
no por medio de un acuerdo mutuo.
6. El concepto Arminiano de la condición del pacto de gracia es que ciertas obras del hombre son el medio
para, y la condición de, su cumplimiento.
7. El concepto Reformado de la condición del pacto de gracia es que la obra de Dios (labrada para nosotros
y en nosotros) es lo que asegura su cumplimiento.
VII, 4-6
1. El error básico del dispensacionalismo es su tendencia de enseñar un camino a la salvación esencialmente
distinto en distintos períodos de la historia.
2. Periodos de historia bíblica en los que se evidenciaban formas particulares de tratar al hombre.
3. No, si es que con dispensaciones nos referimos a períodos en los cuales el único camino de la salvación
fue administrado con las limitaciones impuestas por el desarrollo del progreso de la redención.
4. El Cristiano Reformado se refiere a un período en el cual el único camino de la salvación fue
administrado de cierta forma.
5. Un cambio en la administración de la gracia (los medios por los cuales fue administrada la gracia).
6. Son los siguientes:
a. Existe únicamente una Iglesia que se extiende a lo largo de las edades.
b. Las ordenanzas del Antiguo Testamento (la circuncisión y la pascua) administraban la misma gracia
que las ordenanzas del Nuevo Testamento (el Bautismo y la Cena del Señor).
CAPÍTULO 8
VIII, 1
1. Cristo es la última persona en la historia en actuar como cabeza del pacto o representante, así como Adán
fue el primero.
2. Los oficios de profeta, sacerdote, y rey.
3. A causa de la depravación del hombre y su inhabilidad. (Los hombres ya no son capaces de rendir a Dios
personalmente lo que cada uno de estos oficios ejemplificaba).
4. Como sigue:
a. Abraham.
b. Con Moisés.
c. No ha habido ningún profeta desde la venida de Cristo y desde que se completaron las Sagradas
Escrituras.
5. Como sigue:
a. Melquisedec
b. No existe ningún récord de su comienzo ni de su fin.
c. Con Aarón.
6. Como sigue:
a. Saúl.
b. Génesis 17:6 —a Sara.
c. Fue la voluntad (el decreto o el propósito secreto) de Dios que Israel tuviera reyes, pero muy contrario
a la voluntad de Dios (revelada en los mandamientos) que Israel los deseara y los buscara de la forma
en que lo hizo.
7. De la siguiente manera:
a. Como profeta, él nos enseña la voluntad (o el buen placer revelado) de Dios.
b. Como sacerdote, él se dio en expiación por nuestros pecados e intercede por nosotros.
c. Como rey, él reina sobre nosotros y sobre todas las cosas por nosotros y para su propia gloria.
8. Los oficios proféticos y sacerdotales de Cristo. (No aceptan su Palabra como infalible ni creen en su
expiación sustitutoria).
9. El oficio de Cristo como rey. (Creer que Cristo todavía no reina sobre todo).
10. Actuando como si uno pudiera honrar a Dios sin la mediación de Cristo.
VIII, 2
1. Cristo prometió que habría conflicto y aseguró que es causado por su verdad.
2. La Palabra de Dios.
3. El engaño y la decepción, por los cuales el error aparenta ser la verdad.
4. El conflicto no se centraba en ningún aspecto en particular de la verdad, sino que era general, tocando
toda la Fe Cristiana en su totalidad.
5. En la doctrina de la Trinidad.
6. En el Concilio de Nicea, en el año 325; y en el Concilio de Constantinopla, en el año 381.
7. En el Concilio de Calcedonia, en el año 451 .
8. Dos, la divina y la humana.
9. Una.
10. Porque el Segundo Mandamiento lo prohíbe. Los que argumentan que está bien porque Cristo tiene una
naturaleza humana básicamente repiten el error Nestoriano, que enseña que hay dos Cristos: Un Cristo
divino que no puede ser retratado y uno humano que sí puede serlo.
11. Tales textos como Hechos 20:28 demuestran que los apóstoles se aferraban a la unión de la persona de
Cristo. (Creían que el Cristo humano era divino y que el Cristo divino era humano).
VIII, 3
1. Porque tenía una verdadera naturaleza humana.
2. No; porque existían operaciones del Espíritu que les permitía llevar a cabo su oficio aparte de las
operaciones que tuvieran que ver con su salvación personal.
3. Él era sin pecado y no pudo haber necesitado ni recibido al Espíritu Santo para su salvación personal del
pecado. Recibió al Espíritu Santo para que estuviera equipado para su obra oficial.
4. Oró , sufrió, fue tentado, murió, etc.
5. Sufriendo una pena infinita, resucitando de entre los muertos, venciendo a todos sus enemigos y a los
nuestros, enviando al Espíritu Santo, etc.
6. Los requisitos diversos tienen que ser cumplidos por una persona representativa.
VIII, 4
1. Hebreos 2:12-17.
2. Dios puede predestinar incluso lo que los hombres pecaminosos hacen voluntariamente; cuánto más
entonces lo que Cristo hizo siendo sin pecado (cuya voluntad nunca estuvo en conflicto con la voluntad
de Dios).
3. Su nacimiento, pobreza, sujeción a la ley (tanto ceremonial como moral), la miseria, la maldición y la
muerte.
4. Su resurrección, ascenso, reinado mediador, su segunda venida en el día final, y el juicio del mundo.
5. Sí, en cada detalle.
6. Su venida para juzgar al mundo.
VIII, 5
1. Que el designio, la determinación y la intención de la muerte de Cristo fue el fijar la salvación de un
número definitivo (o limitado) de hombres.
2. La expiación definitiva o particular.
3. Que algunos y no todos realmente serán salvos.
4. De su diseño (del propósito de Dios de proveer y lograr por su medio).
5. La posición opuesta limita la expiación en cuanto a lo que está diseñada para efectuar y lo que realmente
efectúa.
6. Para poder extender la expiación a un mayor número se vio forzado a reducir o debilitar el verdadero
efecto de la expiación.
7. La salvación (es decir el perdón, la restauración y la justicia).
8. Juan 6:37, 39, Romanos 8:29, 30.
9. Hebreos 2:9, 1 Timoteo 4:10, etc.
10. Los siguientes:
a. Prestar atención al contexto.
b. Distinguir entre las afirmaciones absolutas y las generales.
c. Distinguir entre la gracia común y la especial.
11. El sacrificio de Cristo asegura ciertos beneficios temporales limitados para todo hombre, y ciertos
beneficios eternos y sin límites para algunos hombres.
VIII, 6-8
1. No. Salmo 51:16, Hebreos 9:9.
2. Cristo, por medio de su Espíritu Santo.
3. Juan 10:16.
4. A todo hombre que oye la Palabra. Mateo 11:28; 20:16.
5. Todos aquellos que acepte el ofrecimiento de la salvación serán salvos. Juan 6:37.
6. Porque son depravados y no quieren aceptarlo.
7. Porque Dios los hace capaces de aceptarlo. (Les da un nuevo corazón que tiende a desear la salvación
bajo los términos de Dios).
CAPÍTULO 9
IX, 1-5
1. Que niega el libre albedrío.
2. La libertad (es decir, que se nos permita hacer lo que nos dé la gana).
3. La habilidad de hacer el bien o el mal sin importar cuál sea nuestra naturaleza.
4. La libertad y la habilidad.
5. Tenemos libertad completa y una inhabilidad total.
6. El carácter (la condición moral de nuestro ser).
7. En cada estado el hombre está libre de hacer el bien o el mal.
8. En el estado en el cual fue creado (es decir, antes de la caída) y en el estado de la glorificación.
9. En el estado caído actual del hombre, y en el estado final al que llegarán los impíos.
10. Génesis 6:5, Jeremías 13:23, Juan 6:44, etc.
11. Dios aún no ha completado su obra en el hombre regenerado en esta vida.
CAPÍTULO 10
X, 1-2
1. Los siete pasos, con sus definiciones, son:
a. El Llamamiento—el libre ofrecimiento de gracia (dado por Dios) para todos en el evangelio.
b. La Regeneración—la creación de un nuevo corazón en los escogidos que los habilita para recibir el
evangelio.
c. La Conversión—el ejercitar del corazón nuevamente regenerado al responder al evangelio por medio
del arrepentimiento y la fe.
d. La Justificación—el acto de Dios donde los declara justos ante él.
e. La Adopción—el acto de Dios por el cual les otorga el estatus de hijos.
f. La Santificación—la obra de Dios el Espíritu que les habilita a perseverar más y más en fe y buenas
obras a la santidad.
g. La Glorificación—el acto de Dios por el cual, al fin, el creyente es hecho perfecto en cuerpo y alma.
2. Los primeros dos. (La Conversión es la respuesta que demuestra que el llamamiento es eficaz.)
3. A todo hombre.
4. A todos los que han sido escogidos por Dios para escuchar el evangelio.
5. Porque Dios había determinado que su pueblo, allí, escuchara el evangelio.
6. A los elegidos y a los que no son elegidos, es decir, los reprobados.
7. A causa de su condición espiritual.
8. La obra del Espíritu es:
a. Preveniente.
b. Monergista.
c. Misteriosa.
d. Soberana.
e. Eficaz.
9. Con el nacimiento, la creación y la resurrección
10. Ninguna.
11. La naturaleza moral y espiritual del hombre.
12. Lo aceptan o lo reciben.
13. Hace que las actividades del hombre natural sean decisivas en la salvación, convirtiendo a la
regeneración en un efecto de la actividad humana en vez de la causa de toda actividad salvadora del
hombre. (Dice que la conversión precede a la regeneración cuando en realidad es del modo inverso).
X, 3
1. Los infantes elegidos que mueran en infancia, y otras personas elegidas que sean incapaces de ser
llamados exteriormente.
2. A más almas.
3. Porque no hace que la regeneración dependa de la habilidad del hombre.
4. Lucas 18:15, 16.
5. No presume declarar que todo infante que muera en infancia sea elegido.
6. Que todos los infantes que mueren en infancia son elegidos.
7. La culpabilidad de todos, y la justa obligación de todos ante la condenación eterna.
8. No. Ninguno merece serlo.
X, 4
1. De la siguiente manera:
a. Los que no obedecen al evangelio.
b. Los que obedecen al evangelio pero no lo aceptan.
c. Los que escuchan el evangelio y lo aceptan.
2. Sí. 2 Pedro 3:9, Ezequiel 18:32.
3. Pueden haber sido iluminados y haber experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo
venidero (Heb 6:5, 6).
4. Porque no lo harán.
5. No. La depravación del hombre y su inhabilidad son los resultados de su propio pecado.
6. Solo el hombre.
7. Solo Dios.
8. No.
9. Porque esas bendiciones son resultado del efecto del evangelio.
10. Que estas pueden “salvar” al hombre tanto como el Cristianismo “salva”.
11. Hechos 4:12, 1 Juan 5:12.
CAPÍTULO 11
XIV, 1-3; XV, 1-5
1. La Confesión trata primero lo que Dios hace y luego lo que el hombre hace como respuesta.
2. Después del llamamiento eficaz (el llamamiento y la regeneración) y antes de la justificación.
3. La regeneración es la fuente de la conversión (el arrepentimiento-la fe); la conversión es el efecto de la
regeneración y el llamamiento.
4. No. Porque son dos aspectos de un gran cambio (o transformación) del corazón, la mente o el alma.
5. Porque involucra todas la facultades del alma (la razón, las emociones, la voluntad) y es tanto el darle la
espalda al pecado como fijar la mirada en Cristo.
6. La razón, el afecto, la voluntad.
7. El arrepentimiento y la fe.
8. Los tres tipos son:
a. Una conversión en una reunión de avivamiento/conocimiento insuficiente.
b. La conversión a la ortodoxia muerta—ningún sentimiento.
c. La religión del espectador—ningún cambio en la voluntad.
9. Porque la habilidad y la inclinación que se manifiestan en el arrepentimiento y la fe son creadas e
iniciadas en la regeneración.
10. Son condiciones constantes del alma.
XIV, 1-3; XV, 1-5 (CONTINUADO)
1. Lamento interno por el pecado, dejar el pecado y volverse a Dios.
2. La satisfacción—o algún esfuerzo doloroso impuesto por el sacerdote y llevado a cabo por el penitente
para satisfacer la justicia divina por los pecados cometidos.
3. El reconocimiento, la convicción y el aceptar el hecho de que no existe ninguna forma en la cual el
pecador pueda satisfacer la justicia divina (salvo por medio de la condenación eterna).
4. Que el hombre natural no es totalmente depravado ni incapaz de hacer el bien.
5. Ve el arrepentimiento como una obra meritoria.
6. Que el arrepentimiento es precisamente lo opuesto a un acto de obediencia que agrada a Dios. Es más
bien un reconocimiento consciente de la inhabilidad de agradar a Dios, etc.
7. La habilidad y el mérito humano.
XV, 6
1. No. Realmente reduce considerablemente el ámbito de este deber.
2. Las siguentes:
a. En su reconocimiento que todo pecado debe ser confesado a Dios.
b. En su preocupación con el pecado (la corrupción, la depravación) más que con los pecados.
c. En requerir que la pecaminosidad y los pecados deben causar un continuo pesar.
3. Sí. Para quitar la ira de Dios y nuestra pecaminosidad y culpabilidad.
4. A causa de su propia corrupción y culpabilidad.
5. Porque no pecó, aunque era humano y a causa de su poder infinito como Dios.
6. Esos pecados que son cometidos contra los hombres. (Pero siguen siendo pecados contra Dios).
7. Esos pecados que son cometidos únicamente contra Dios y nosotros mismos.
CAPÍTULO 12
XI, 1-2
1. Todos los beneficios de la redención le pertenecen a los escogidos.
2. Cómo un hombre pecador puede ser justo ante Dios.
3. El ámbito y la magnitud de nuestra culpabilidad y depravación.
4. Dios.
5. Ser o volverse, personalmente e inherentemente, bueno, santo o libre de pecado.
6. No. Serán hechos así por medio de la santificación (que se completará en la muerte).
7. Es instantáneo.
8. Declarar justo al hombre. Deuteronomio 25:1, Lucas 7:29.
9. Porque tiene que ver con el juicio declarado.
10. Sí; porque no pueden proveer una base justa y legal para tal declaración.
11. No; porque Dios puede proveer una base justa y legal para tal declaración, y lo hace.
12. La doble imputación.
13. Considerar, ver como si fuera, pensar en como si fuera.
14. Significa:
a. Que nuestro pecado y nuestra culpabilidad se considera perteneciente a Cristo,
b. Que la santidad de Cristo se considera perteneciente a nosotros.
15. Porque no tenemos ninguna santidad propia aceptable a Dios.
16. Sí; porque el confiar en Cristo y en su santidad es todo lo que Dios requiere de los que él justifica (no
dejando de lado al arrepentimiento, por supuesto).
17. No. Porque los que tienen verdadera fe también tienen la gracia que produce las buenas obras.
XI, 3-6
1. De la siguiente manera:
a. Dios permitió que un sustituto tomara nuestro lugar.
b. Dios dio a su hijo unigénito para que tomara nuestro lugar.
c. Dios escogió a muchos para que fueran representados por Cristo.
d. A estos Dios les otorga los beneficios de Cristo.
2. La posición errónea que enseña que los escogidos nunca han sido injustos ante él.
3. La distinción entre el plan eterno de Dios y la ejecución de ese plan en el tiempo.
4. La posición errónea que enseña que los escogidos han sido todos justos ante Dios desde el momento en
que Cristo murió.
5. La distinción entre la obra de Cristo a nuestro favor y la aplicación de los beneficios de esa obra a
nosotros.
6. Cuando creemos. Gálatas 2:16, Romanos 4:24.
7. Confunde a la justificación con la santificación.
8. Porque una persona que ha sido hecha santa no tendría la inclinación a volver a pecar.
9. La distinción entre la justificación y la santificación.
10. No; porque:
a. una persona justificada considera a la justificación junto con los demás beneficios y efectos de la
gracia, y
b. una persona justificada considera bien las advertencias y las enseñanzas de las Escrituras con respecto
a la forma en que Dios obra en su pueblo (castigo, etc.).
11. Enseña falsamente que los creyentes del Antiguo Testamento eran justificados por sus obras (o que esto
se esperaba de ellos).
CAPÍTULO 13
XII, 1
1. Con el decreto de Dios y todos los beneficios de la obra redentora de Cristo.
2. Efesios 1:5.
3. El acto de Dios por medio del cual los creyentes son hechos miembros de la familia de Dios.
4. No. La relación entre Dios y los incrédulos es, más bien, una de enemistad y enajenación. (La relación de
Satanás con los incrédulos se puede describir correctamente como una de padre e hijos).
5. No. La relación entre los incrédulos ya no es una relación de confianza, de amor y de afecto mutuo.
6. La relación de amor íntimo, de lealtad y de estimación.
7. El estatus de Cristo de ser hijo es eterno, generado por el Padre, de tal forma que lo constituye como
igual con el Padre en poder y gloria. Nuestro estatus de hijos comienza en el tiempo, por adopción, de
tal forma que no disminuye la distinción infinita entre nosotros y Dios.
8. Esta diferencia hace que nos maravillemos más de la adopción, porque somos co-herederos con Cristo a
pesar de la infinita diferencia que existe entre nosotros y Cristo.
9. No. Porque la oración es la actividad y la expresión de los hijos de Dios.
CAPÍTULO 14
XIII, 1-3
1. La santificación es la continuación de (es decir, el nutrir y desarrollar de) la nueva creación efectuada por
la regeneración.
2. Porque la regeneración del creyente ya no está bajo el dominio del pecado.
3. El poder del pecado ha sido roto y el dominio de la ley ha sido establecido.
4. Los siguientes:
a. Que (solo) algunos creyentes consiguen la libertad del dominio del pecado en esta vida.
b. Que uno puede ser justificado sin que, a la vez, el dominio del pecado en su vida haya sido roto.
c. Que la victoria absoluta sobre el pecado (o el pecado consciente) se puede conseguir en esta vida.
5. La siguiente:
a. Cada creyente es libre del dominio del pecado (Ro 6:14, 22).
b. Todos los que son justificados son libres del dominio del pecado (Ro 5:1, 6:1ss.).
c. Nadie consigue la victoria absoluta sobre el pecado en esta vida (1Jn 1:8, 10).
6. El Espíritu Santo.
7. No. Porque el Espíritu Santo obra en nosotros para que tengamos la voluntad y el deseo de llevar a cabo
su salvación con temor y temblor.
8. La relación es la de causa y efecto: La obra del Espíritu Santo es la causa final y nuestra obra es
realmente el efecto de la obra del Espíritu Santo puesto que es el medio por el cual él nos santifica.
9. El uso diligente de la Palabra de Dios (el leer y el escuchar), los sacramentos, la oración y la disciplina
eclesiástica.
CAPÍTULO 15
XVI, 1-2
1. Cualquier obra de “caridad” o “amabilidad”.
2. Los siguientes:
a. La obra debe ser definida como una buena obra por la Palabra de Dios, y
b. debe ser hecha con sinceridad de conciencia y con propósito correcto.
3. Porque la conciencia del inconverso no está bajo el control de la Palabra de Dios, y porque él, con
frecuencia, va en contra de su propia conciencia.
4. Sí. Porque la obra no es hecha en obediencia consciente y sincera a la Palabra de Dios.
5. Porque la convicción de la conciencia no está bajo el control de la Palabra de Dios y no busca
sinceramente agradar a Dios.
6. A causa de una conformidad imperfecta de la conciencia ante la Palabra de Dios.
7. Uno que sinceramente cree que algo es incorrecto aunque Dios no ha declarado expresamente que así sea.
8. No deberíamos intentar convencer a un hermano más débil a que haga algo en contra de su propia
conciencia.
9. Deberíamos buscar convencerlo de su error y así educar su conciencia por medio de la Palabra de Dios.
10. Porque solo Dios es el Señor de la conciencia. (La abstinencia voluntaria del uso de algo material para
evitar tentar a un hermano más débil a usarlo contra su conciencia es apropiado. Pero es un error
convertir la convicción errónea del hermano débil en una regla que ata las conciencias de los demás).
11. No en esta vida.
12. La santificación es por medio de la verdad. (Somos fuertes a la medida que nos adherimos
escrupulosamente a la verdad como es enseñada en la Palabra de Dios. Somos débiles cuando somos
escrupulosos en lo que no se enseña en la Palabra de Dios sino que es enseñado solo por nuestros
escrúpulos falsos, etc.).
13. Todo verdadero creyente tiene un verdadero deseo de obedecer al Señor y estar sujeto únicamente a su
autoridad.
XVI, 3-6
1. Que todo es de Dios. Que no podemos hacer nada bajo nuestras propias fuerzas.
2. Sí. Pero es una habilidad y un poder derivado de Dios. No se origina dentro del creyente ni viene de su
propia naturaleza.
3. Por medio de la operación misteriosa por la cual la verdad es aplicada con efecto a las actividades del
alma.
4. La inhabilidad.
5. La razón de la inhabilidad del hombre es que él pecó en Adán y cayó con él en la primera transgresión.
6. Continuamente.
7. El reverenciar y sentir una obligación de tomar en cuenta los mandamientos de Dios.
8. Puede que sean:
a. inconversos o
b. que se hayan equivocado en cuanto a sus nociones de cómo guía el Espíritu a los creyentes.
9. Por medio de realmente cumplir los deberes que Dios manda.
10. Las buenas obras que van más allá de lo que Dios requiere.
11. Que ninguno siquiera se ha acercado al cumplimiento de todo lo que Dios requiere (Sal 130:3, etc.).
12. Porque tenemos unión con Cristo.
13. Los que tienen mayores dones y logros. Porque han recibido de Dios la habilidad de hacer todo lo que
han hecho, y porque también recibirán un mayor premio. “Al que tiene, se le dará más, y tendrá en
abundancia” (Mt 13:12).
XVI, 7
1. Los actos o las obras llevadas a cabo por los incrédulos que son, en cuanto a los actos o las obras en sí,
iguales a las de los creyentes. (Son exteriormente completamente iguales; e interiormente
completamente distintas).
2. Sí. Porque son causadas por Dios para buenos fines.
3. Porque Dios los hace caer bajo ciertas influencias que los inducen a que hagan estas cosas. (Estos
instrumentos y su operación se denominan adecuadamente “gracia común”).
4. Porque todo lo que fluye del incrédulo en estas obras es malvado.
5. Sí. Porque las actividades y el propósito de Dios en efectuar estas obras son completamente buenos.
6. Porque el grado de su pecaminosidad hubiera tenido que ser aún mayor sin sus respuestas a estas
influencias.
CAPÍTULO 16
XVII, 1-3
1. No. Juan 5:24, Jeremías 32:40, etc.
2. Existen algunos que aparentan ser verdaderos creyentes que se apartan.
3. Tales casos realmente prueban que los hombres pueden aparentar ser creyentes cuando no lo son.
4. Porque su salvación es completamente de Dios.
5. Colocando al efecto salvador de la gracia divina bajo el poder de la voluntad humana.
6. La gracia divina que es hecha efectiva por medio de la voluntad del hombre también en cualquier
momento se puede cancelar por voluntad humana.
7. Él sabe que posee una salvación que no puede perder.
8. No. Esta doctrina enseña que continuaremos si realmente hemos creído.
9. No. Salmo 38:9-17.
10. Creyentes tales como David y Pedro cayeron (en penoso pecado).
11. La atracción del mundo. La tentación de Satanás. La corrupción que resta en el corazón del creyente. El
descuido de los medios de la gracia. El disgusto divino, la pérdida de la paz y la certeza, la deshonra a
Dios y su verdad, el alentar a los enemigos de Dios, y la tentación a los demás.
12. La historia de las caídas de los verdaderos creyentes es para enseñarnos:
a. la seriedad del pecado,
b. el peligro del pecado,
c. las consecuencias del pecado, y
d. la forma en que los verdaderos creyentes se levantarán de ello y continuarán en su lucha contra el
pecado hasta la muerte.
CAPÍTULO 17
XVIII, 1-2
1. Sí. Jeremías 17:9, Gálatas 6:3.
2. Porque él creyó que era mejor que los demás.
3. La Escritura sí afirma que existe la verdadera certeza.
4. Sí. Hebreos 6:11, 2 Pedro 1:10.
5. Las cualidades y las bases son distintas.
6. Las siguientes:
a. La verdadera humildad (teniendo una baja opinión de sí mismo).
b. La diligencia en los asuntos de Dios.
c. El auto-examen y el deseo de ser examinado y corregido por Dios.
d. El sincero deseo de mayor gracia, etc.
7. Las siguientes:
a. El orgullo espiritual.
b. La pereza, el descuido, la indiferencia ante su deber.
c. La auto-satisfacción.
d. La falta de deseo de mayores logros en la gracia.
8. La siguiente:
a. La infalible certeza de la Palabra de Dios.
b. La evidencia de la posesión de la verdadera gracia en los creyentes.
c. El testimonio tanto del espíritu del creyente como del Espíritu Santo.
9. La siguiente:
a. El testimonio no confiable del hombre.
b. El mero aparentar de gracia.
c. El testimonio del corazón de uno mismo sin la del Espíritu Santo.
10. Ambos son indispensables.
11. Algunos creen erróneamente que el Espíritu Santo inmediatamente le revela a nuestro espíritu que
somos salvos. (Creemos que este testimonio es por medio de la Palabra).
12. El Espíritu Santo testifica que somos hijos de Dios haciéndonos capaces de saber (a) que su Palabra es
verdadera y (b) que su Palabra se aplica a nosotros porque vemos evidencia innegable de verdadera
gracia en nosotros mismos.
13. Porque negamos la suficiencia de la Palabra que él ha inspirado.
XVIII, 3-4
1. Las siguientes:
a. La Biblia no afirma que uno tenga que tener certeza de su salvación para ser salvo.
b. La Biblia demuestra que los verdaderos creyentes a veces no la han tenido.
c. La Biblia contiene exhortaciones a los verdaderos creyentes a que la busquen.
2. …Jesucristo, tal como es libremente ofrecido en el evangelio
3. …su fe y otras gracias.
4. Todo creyente. Hebreos 6:1
5. Todo creyente que busque poseerla con diligencia.
6. Porque es parte del producto de la diligencia y el cuidado.
7. Porque los creyentes pueden descuidarla durante un tiempo, etc.
8. Salmo 88:14.
9. Él continúa fijando su confianza y esperanza únicamente en Dios (y en Cristo).
10. Porque la verdadera fe no puede fallar.
11. Porque la gracia (de la cual proviene, y de la cual es un efecto) no puede dejar de existir en el verdadero
creyente.
CAPÍTULO 18
XIX, 1-2
1. Salmo 19:7, 119:160, Proverbios 6:23, etc. La ley es perfecta porque es la revelación de Dios y del deber
que tiene el hombre como hombre. La ley dejaría de ser obligatoria únicamente si Dios dejara de ser
Dios o si el hombre dejara de ser hombre.
2. Adán tenía la ley grabada en su corazón. Él conocía la ley como un deseo o una inclinación positiva
santa.
3. No. La relación del hombre a la ley cambió con la caída.
4. Las siguientes:
a. Todo hombre puede condenar a los demás por hacer el mal.
b. Todo hombre posee el testimonio interno de la conciencia.
5. El Cristiano, sobre todo, es obligado a cumplir los mandamientos (no para obtener la santidad ante Dios,
sino para expresar su gratitud por haber recibido la santidad de Cristo). Mateo 5: 17-19 , 1 Juan 2:4, etc.
6. Ame a Dios sobre todo. Ame a su prójimo como a sí mismo.
7. Los siguientes:
a. Solo el verdadero Dios debe ser reconocido, reverenciado y adorado.
b. Él debe ser adorado solo como él manda en su Palabra.
c. Él debe ser adorado con sinceridad.
d. Él debe ser adorado un día completo de cada siete que pasen (salvo en las obras de piedad, necesidad
y misericordia).
8. Son varios los ejemplos:
a. Los servicios de adoración en unión con los que no reconocen a Jesucristo como el único Dios vivo y
verdadero.
b. El uso de ceremonias (como los cultos donde se prenden velas) no autorizadas por Dios.
c. Adorar a Dios en una forma apropiada pero sin sincera concentración.
d. El observar “días santos” y la observación del “Día del Padre” etc., (es decir, hacer “santo” otro día
que no sea el Día del Señor, y hacer que el Día de Descanso no sea el Día del Señor).
9. No; porque solo Dios es el Señor de la conciencia y él ha dado solo diez mandamientos. Él ha declarado
que estos son suficientes (Sal 19:7, 119:96, etc.).
XIX, 3-5
1. La ceremonial y la civil.
2. Representar (por medio de la anticipación) la obra mediadora de Cristo y la obra del Espíritu Santo en
aplicar los beneficios de Cristo a los creyentes.
3. Colosenses 2:14, Efesios 2:13, Hechos 15:5, 10, etc.
4. Regular la nación de Israel durante la era en la cual fue un instrumento de preparación Mesiánica.
(Después que Cristo vino, la Iglesia ya no se limitó a una nación).
5. Sí. (a) Por la forma en la cual fue dada la ley moral y (b) de acuerdo con las afirmaciones de los creyentes
del Antiguo Testamento (Sal 40:6-8).
6. No hacía perfectos a los que la observaban. Tenía que ser repetida vez tras vez (los sacrificios simbólicos,
etc.) porque era solo simbólico.
XIX, 6-7
1. Romanos 6:14.
2. Que son libres de toda obligación de cumplir los Diez Mandamientos porque no “están bajo la ley”.
3. Se refiere a estar bajo los términos o las condiciones del pacto de las obras o el pacto de gracia, según el
caso.
4. Significa estar bajo la obligación de rendir obediencia perfecta y perpetua a Dios según los Diez
Mandamientos como el medio para obtener la vida.
5. Significa ser otorgada la vida eterna como un regalo gratuito bajo la condición que confiemos en Cristo
para llenar los requisitos positivos y negativos de la ley por él.
6. La gracia gratuita dada al indigno pecador tiene una base legal. Cristo cumplió en su totalidad los
requisitos de la ley por medio de su obediencia para que podamos tener la vida eterna sin tener que
llenar los requisitos de la ley (lo cual nos lo hubiera hecho imposible).
7. La ley es útil para los creyentes:
a. como una norma de vida,
b. como un recuerdo constante de su pecado e indignidad, siempre incrementando su arrepentimiento
hacia el pecado y su fe en Cristo,
c. como una revelación de la excelencia y la gloria de Cristo y de su obra.
8. La ley hace bien con respecto a los incrédulos porque:
a. los condena justamente,
b. les advierte,
c. los restringe.
CAPÍTULO 19
XX, 1
1. Que el hombre (cualquiera que sea su condición moral y espiritual) es libre de hacer lo que quiera.
2. El hombre regenerado tiene libertad de hacer lo que quiera y también es capaz de querer y hacer la
voluntad de Dios.
3. El creyente es libre:
a. de la obligación de cumplir la ley de Dios perfectamente para lograr la vida,
b. del dominio del pecado, y
c. de las horribles consecuencias del pecado.
4. Dios le da al creyente un corazón que está alejado del mundo.
5. El creyente es libre de la muerte:
a. en que no recibe las consecuencias penales del pecado en la muerte, y
b. porque será levantado de la tumba como Cristo.
6. La libertad significa ser libre del pecado. El libertinaje significa ser libre para pecar.
7. El creyente del Antiguo Testamento, como el creyente del Nuevo, era libre:
a. de la obligación de cumplir la ley de Dios perfectamente para obtener la vida eterna,
b. del dominio del pecado, y
c. de las horribles consecuencias del pecado.
8. El creyente del Antiguo Testamento no era libre, como nosotros, de la ley ceremonial. No poseía la gracia
en la misma medida que nosotros con la finalización de la obra redentora de Cristo y el derramamiento
del Espíritu Santo.
XX, 2-3
1. Que solo Dios es el Señor de la conciencia.
2. No. Muchos reyes buscaron imponer su propia voluntad sobre las iglesias.
3. La separación de la Iglesia y el Estado.
4. Sí. La medida en la cual sigue incrementando el control federal de la educación y la insistencia que la
interpretación cristiana de la vida se excluya de la educación, lo cual es una amenaza.
5. Las siguientes:
a. Haciendo reglas que están en contra de la Biblia.
b. Haciendo reglas adicionales a las que contiene la Biblia.
6. Algunos ejemplos son:
a. Reglas que prohíben que los miembros de la iglesia usen ciertas cosas (es decir, el café, etc.).
b. La regla que requiere el bautismo por inmersión.
7. Porque Dios ha declarado puras a todas las cosas (es decir, el uso de cualquier cosa material es legítimo).
Vea Romanos 14:14, 20.
8. Porque no es el requisito de Dios. La inmersión no es un pecado, pero el requerir la inmersión sí lo es.
9. Porque existe la tendencia dentro de cada uno de nosotros de desear gobernar sobre las conciencias de los
demás.
10. Practicaríamos la caridad. Deberíamos dar la mejor interpretación posible de las acciones de nuestro
hermano.
11. Deberíamos ejercer mucho cuidado en el uso de nuestra propia libertad, siendo cuidadosos de evitar
toda falta de moderación y la ofensa hacia nuestro hermano débil.
XX, 3 (CONTINUADO)
1. Que llevará al pecado.
2. Porque está en oposición a reducir el deber del hombre de los requisitos perfectos que Dios ha dado en
los Diez Mandamientos.
3. Lo siguiente:
a. Lo que los Diez Mandamientos prohíben es malvado; lo que no prohíben es bueno.
b. Una cosa buena es aceptable cuando es llevada a cabo bajo las circunstancias que no son contrarias a
los Diez Mandamientos.
c. Una cosa buena y aceptable es perfecta cuando se hace con un motivo o una motivación que no está
en contra de los Diez Mandamientos.
4. Sí. (Dependiendo de las circunstancias y la motivación con la cual el acto se llevó a cabo.)
5. No. Porque Dios no lo declararía bueno si no hubiera circunstancias en las cuales los que tuvieran la
motivación correcta pudieran usar tal cosa. (Dios declara malvado, y prohíbe absolutamente, solo lo que
nunca es bueno).
6. El café es bueno porque Dios ha declarado que todas las cosas sean puras (Ro 14:14, 20). Puede ser
aceptable al ser usado en moderación. Será perfecto si es recibido con agradecimiento (1Ti 4:3, etc.).
7. Porque las reglas de los hombres solo cubren unas pocas cosas, mientras que las reglas (leyes) de Dios
rigen en todo, en toda circunstancia y en cada motivación del corazón.
XX, 4
1. La autoridad de la Iglesia y del Estado (y obviamente la autoridad de los padres).
2. El Estado tiene el poder y la autoridad de mantener la ley y el orden. Se ocupa de la conducta externa de
los ciudadanos y las naciones. La Iglesia tiene el poder y la autoridad de mantener la verdad, de excluir
el error, promover la santidad y de disciplinar a los pecadores. Se preocupa con lo que creen los
hombres y con su obediencia a los mandamientos de Dios.
3. Hay una persecución de los verdaderos creyentes.
4. El control Católico Romano en la política civil que oprime a los Protestantes en países tales como España
y Colombia.
5. El uso Comunista de las iglesias ortodoxas como instrumentos del Estado.
6. Tanto la Iglesia como el Estado es pervertido y/o debilitado por la intromisión de uno o de cada uno en el
ámbito del otro.
7. No, no debe. No. Toda educación tiene que tener una posición religiosa, aun cuando en la educación se
considera de poca importancia al verdadero Dios.
8. No. Solo habla de actos que destruyan la paz y el orden externo.
CAPÍTULO 20
XXI, 1-2
1. La enemistad contra Dios y la alineación entre Dios y el hombre.
2. La alabanza instituida es la alabanza que Dios ha mandado.
3. Significa que la verdadera alabanza consiste únicamente en lo que Dios ha mandado o instituido.
4. Porque presumieron ofrecer lo que Dios no les había mandado ofrecer.
5. Dos. La legítima (mandada) y la prohibida (no mandada).
6. Tres. Dos tipos de adoración legítima (lo que Dios ha mandado y lo que Dios no ha prohibido
expresamente), y un tipo de adoración ilegítima (lo que Dios ha prohibido específicamente).
7. La adoración que es ofrecida solo porque es la voluntad del hombre ofrecerla y no porque sea la voluntad
de Dios (mandato).
8. Las cosas que no siempre pueden ser iguales a causa de la situación natural, como el tiempo y el lugar
donde adorar a Dios en el Día del Señor.
9. Debemos adorar a Dios en el Día del Señor como él nos lo ha mandado. Debemos hacer todo
decentemente y con orden.
10. Dios y ciertas criaturas.
11. Sumamente alta e inferior; directa e indirecta.
12. Algunos ejemplos son:
a. Dios nos ha mandado adorar únicamente a él (en tres personas),
b. La Escritura prohibe la adoración de cualquier criatura.
c. El Segundo Mandamiento prohibe el uso de cuadros e imágenes.
d. Los santos son incapaces de mediación.
e. Cristo es el único mediador.
13. Porque ellos mismos a menudo (y tal vez sin darse cuenta) no toman en cuenta el principio regulador de
la verdadera adoración.
XXI, 3-4
1. Génesis 20:7, 12, Números 21:7, Salmo 4:1; 6:9; 17:1, Hechos 1:14; 2:42, 1 Timoteo 2:8; 1
Tesalonicenses 5:17 y Efesios 6:18.
2. Porque él es el único mediador y ninguna oración es aceptable salvo por medio de su mediación.
3. Juan 14:6, Efesios 2:18, Colosenses 3:17.
4. Porque Dios no ha prescrito el uso de las oraciones escritas en la Escritura.
5. Romanos 8:26-27. (Estos versículos demuestran que Dios ha prescrito las oraciones que son formuladas
bajo el impulso y la dirección del Espíritu Santo).
6. No. Significa que somos guiados a orar según la voluntad de Dios.
7. Sí. En el “Padre Nuestro”.
8. No. Porque algunas peticiones tienen que ver con la voluntad de Dios que nos ha sido revelada a nosotros
en la Escritura. Es correcto decir “si es tu voluntad” solo cuando la petición tiene que ver con el
propósito desconocido o secreto de Dios.
9. Por todos los hombres salvo los que están muertos o por quienes se conoce que han cometido el pecado
de muerte (1Ti 2:1ss.).
10. Por los muertos y por los que se sabe que han cometido el pecado de muerte (2S 12:22-23, Lc 16:26,
1Jn 5:16).
11. La blasfemia deliberada y voluntaria contra el Espíritu Santo. La apostasía deliberada e innegable contra
Cristo y la verdad.
12. Evidentemente. Juan parece indicar que se puede saber (1Jn 5:16).
XXI, 5-6
1. La oración, la lectura de las Escrituras, la prédica, la administración de los sacramentos, la disciplina
eclesiástica, el cantar salmos, y el recibir las ofrendas.
2. Los juramentos y los votos religiosos, la acción de gracias y el ayuno.
3. La predicación de la Palabra.
4. La Escritura nos dice que Cristo mandó que se observaran hasta su regreso.
5. Solo los Salmos (es decir, los salmos, los himnos, y los cánticos del Salterio del Antiguo Testamento).
6. No. En Cierto momento era la práctica de casi todas la Iglesias Presbiterianas y Reformadas.
7. Porque no tenía ninguna prueba que Dios haya mandado que se cantara otra cosa en la adoración divina.
(Ninguno hasta el momento ha probado que Dios ha mandado a cantar, en la adoración a Dios, otra cosa
que no sean los Salmos).
8. Porque resguarda la pureza necesaria.
9. Cuando, como parte de la alabanza, se aplica la censura. También, cuando la mesa del Señor se abre
únicamente a los que hacen una creíble profesión de fe.
10. El formalismo, la liturgia elaborada, las ceremonias inventadas, películas, etc.
11. No hay ninguna otra forma de resguardarse contra estos errores, salvo el principio de la Confesión: lo
que Dios no ha mandado está prohibido.
12. No. Porque (1) los símbolos ceremoniales han sido abrogados con el sistema ceremonial, y (2) los
símbolos ceremoniales fueron dados por inspiración divina y entonces no pueden sancionar a los
símbolos que son únicamente de origen humano.
13. Sí. Solo las circunstancias (es decir, el tiempo, el lugar, la duración del culto, etc.).
14. Los elementos de la alabanza que son apropiados solo en ciertas ocasiones impuestas por la providencia
de Dios.
15. Porque la motivación del verdadero ayuno viene del corazón y por circunstancias divinamente
impuestas.
XXI, 7-8
1. Que el Cuarto Mandamiento es judío o meramente ceremonial.
2. De la siguiente manera:
a. Era el deber del hombre mucho antes que la ley ceremonial o la nación judía hayan sido instituidas.
Fue impuesta sobre el hombre en la creación.
b. Dios escribió este mandamiento junto con las otras leyes morales sobre tablas de piedra.
c. Cristo observó este mandamiento.
d. La iglesia apostólica observó este mandamiento.
3. No. El solamente desechó las reglas falsas de los Fariseos con respecto a este día.
4. Probando por medio de las Escrituras que eran correctas.
5. La obras de piedad, necesidad y misericordia.
6. Los Fariseos servían a un sistema legal.
7. Los discípulos servían al Señor.
8. El Cuarto Mandamiento requiere la observación perpetua del séptimo día, en el orden de días, como el
Día del Señor.
9. La siguiente:
a. El Cuarto Mandamiento no dice, “Observa el día séptimo” sino “Observa el día Sábado” y requiere
solo que una séptima porción de nuestro tiempo sea observado como el Día del Señor (Sábado),
b. El ejemplo de la Iglesia Apostólica.
10. Cesar de hacer o descansar.
11. Los empleos y recreos que son lícitos en los demás días.
12. En una, el trabajo en sí es una necesidad; en la otra, no lo es.
CAPÍTULO 21
XXII, 1-4
1. Que todo juramento es prohibido por la Palabra de Dios.
2. En realidad, Cristo estaba enseñando que los judíos se equivocaban cuando enseñaban que solo cuando
los hombres hacían ciertos juramentos tenían la obligación de cumplirlos.
3. No. Dijo que todos los juramentos eran (de una u otra forma) el resultado de la falsedad que predomina.
Surgen del mal.
4. Que solo algunos juramentos eran válidos.
5. Cristo mismo juramentó.
6. Engaño deliberado al tomar un juramento.
7. El sistema de doctrina contenido en esta Confesión.
8. De perjurio.
9. No; porque nunca está bien hacer el mal aunque hayamos jurado hacer el mal.
10. Sí. Salmo 15:4.
XXII, 5-7
1. Un juramento es lo que les decimos o prometemos a los hombres. Un voto es lo que le prometemos a
Dios.
2. Ambos son hechos en reverencia y obligación a Dios.
3. Salmo 116:12-14.
4. El voto de fe en obediencia a Cristo. En este voto se declara o implica lo siguiente:
a. Reconocimiento de la autoridad de la Palabra infalible de Dios.
b. La Confesión de pecado, culpabilidad, e indignidad, con fe en Cristo.
c. La promesa de obediencia a Cristo.
d. La promesa de la debida sumisión a la disciplina eclesiástica bíblica.
5. El voto de la castidad, la pobreza y la obediencia a un superior eclesiástico.
6. El voto de total abstinencia del uso de alguna cosa material.
7. Porque son incapaces de hacer tales votos de la forma correcta; es decir, con (a) la debida consideración y
un reconocimiento de la importancia de un acto tan solemne, (b) una persuasión de que tal voto está de
acuerdo con la voluntad de Dios, y (c) la convicción que uno es capaz de, y está resuelto a, cumplir el
voto.
8. Sí. Los padres pueden atar a sus hijos en votos del pacto que están de acuerdo con la Palabra de Dios. Por
ejemplo, los hijos están bajo las obligaciones del pacto del bautismo.
CAPÍTULO 22
XXIV, 1-3
1. Génesis 2:18-25, Mateo 19:3-9.
2. Mateo 19:5.
3. No. Porque Cristo lo condena y también señala que, aunque fue permitido por Moisés, era una indicación
de severo disgusto.
4. Que ha sido tolerado, permitido como un mal inevitable.
5. Con la aprobación.
6. Los siguientes:
a. Satisfacción de deseo sexual.
b. Evitar lo inmundo.
c. Engendrar descendencia dedicada a Dios.
7. Las siguientes:
a. Que el sexo es intrínsicamente malo.
b. Que la satisfacción de deseo sexual es correcto solo cuando su propósito es engendrar niños.
8. El descuido pecaminoso de la responsabilidad de engendrar hijos.
9. A dos creyentes o a dos incrédulos (bajo circunstancias apropiadas).
10. Un matrimonio entre un creyente y un incrédulo es válido una vez que ha sido contraído o consumado.
11. 1 Corintios 7:39, 2 Corintios 6:14-18
12. No; porque pueden existir errores graves en la profesión y la vida de un Cristiano que requerirían que el
Cristiano Reformado conceda si contrajera matrimonio. (Por ejemplo, si una mujer Cristiana
Reformada se casara con un Bautista, podría verse forzada a negarles el bautismo a sus hijos, y esto
sería un pecado).
XXIV, 4-6
1. Levítico 18:6-23, y 20:10-21.
2. Porque las condiciones previstas por esta legislación aun no existían.
3. La muerte.
4. Por el adulterio.
5. Sí. El abandono voluntario de un creyente por un inconverso que no tiene arreglo.
6. No; porque es concebible que un creyente pueda abandonar a un creyente, y la Escritura no dice que un
hermano o una hermana no siga atado/a en tales circunstancias.
7. Crueldad mental, incompatibilidad, abuso extremo, etc. El Cristiano nunca puede conseguir un divorcio
lícitamente bajo tales circunstancias.
CAPÍTULO 23
XXV, 1-2
1. Todo el cuerpo del pueblo escogido de Dios.
2. Los que afirman la verdadera religión junto con sus hijos.
3. No. Son aspectos distintos de la misma Iglesia.
4. La Iglesia es “invisible” a nosotros porque no podemos (y Dios sí) ver quiénes son los elegidos. La
Iglesia es “visible” a nosotros en que podemos discernir los que profesan la verdadera religión, y
quiénes mantienen la fiel prédica de la Palabra, la administración de los sacramentos y la disciplina.
5. A causa del pecado en los creyentes y la hipocresía en los inconversos.
6. Dios no ha mandado que así sucederá.
7. De la siguiente manera:
a. por la fiel predicación de la Palabra de Dios,
b. por la correcta administración de los sacramentos, y
c. por la fiel ejecución de la disciplina eclesiástica.
8. No podemos, en forma infalible, determinar quién es elegido. Pero podemos estar seguros que donde se
manifiestan los tres elementos de la respuesta siete, existe una verdadera Iglesia visible.
9. Identificamos la presencia en vez de la persona de los verdaderos creyentes.
10. Sí. Dios ha mandado que todos los hijos de los creyentes sean incluidos como miembros de la Iglesia
visible, aunque algunos (Esaú) no sean elegidos.
XXV, 3-6
1. Nunca.
2. Cuando la verdad florece y el error es mínimo.
3. El error y el pecado.
4. Tres señales:
a. La verdadera predicación,
b. la correcta administración de los sacramentos, y
c. la fiel ejecución de la disciplina eclesiástica,
5. No. Algunas se han vuelto apóstatas (vea Apocalipsis 1 – 3).
6. Cuando el permanecer en esa Iglesia hace imposible obedecer a Cristo.
7. Mientras uno pueda hacerlo sin concesiones, y con esperanzas razonables de efectuar una reforma. Las
siguientes condiciones son esenciales hacia este fin:
a. La denominación en su totalidad debe aún poseer las marcas de ser una verdadera iglesia,
b. Debe aun existir la libertad de velar por la verdad.
c. Deben estar activamente velando por la verdad.
8. Los siguientes:
a. Aún es posible predicar los fundamentos de la fe (es decir, parte de la fe).
b. Mi iglesia o presbiterio en particular es aún saludable.
c. Hay esperanzas que algún día las cosas puedan mejorar.
9. De la siguiente manera:
a. La Biblia requiere la predicación de todo el consejo de Dios.
b. Si toda la Iglesia no es sana, entonces la Iglesia en particular no es sana a no ser que salga de la
denominación.
c. No existe ninguna esperanza de mejora aparte de la separación donde el error manda.
10. No. Porque es nuestra responsabilidad pertenecer a una verdadera iglesia visible. No es nuestra
obligación pertenecer a una iglesia sea esta o no una verdadera iglesia visible.
11. Uno debería testificar contra el error y buscar despertar a los demás en su conocimiento de la verdad.
XXV, 6 (CONTINUADO)
1. Colosenses 1:18, Efesios 1:20-23.
2. La supremacía del Estado sobre la Iglesia en asuntos eclesiásticos.
3. Es más inclusivo (es decir, condena no solo la usurpación de parte del Pontífice Romano, sino que
también condena a cualquier otro que diga ser la cabeza de la Iglesia).
4. Juan (en su primera y segunda epístola).
5. Pablo (en 2 Tesalonicenses).
6. “En lugar de” o “en vez de”.
7. Porque existen tanto anticristos como el Anticristo y “misterio de la iniquidad que ya está en acción” (2Ts
2:7) tanto como “el hombre de pecado” (2Ts 2:4).
8. Las afirmaciones del Papado post-Reforma son básicamente las que fueron predichas en 2 Tesalonicenses
2:4: “Este se opone y se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración,
hasta el punto de adueñarse del templo de Dios y pretender ser Dios”.
CAPÍTULO 24
XXVI, 1-3
1. La vida que se encuentra en Cristo la comparte el creyente.
2. Esta vida es nutrida y sostenida por el Espíritu Santo.
3. Es conocida por revelación divina. No la podemos imaginar ni explicar.
4. La unión entre la vid y sus ramas, la cabeza y los miembros del cuerpo, el esposo y la esposa.
5. La comunión (y unión) el uno con el otro.
6. Para el beneficio de todo el cuerpo de creyentes.
7. Porque tienen obligaciones no solo con Cristo sino también con los miembros de su cuerpo.
8. Sí; porque la obra de la Iglesia, el crecimiento del cuerpo, el cuidado de los pobres, etc., es la
responsabilidad de cada miembro (1Co 12:25).
9. Los creyentes no comparten la deidad de Cristo.
10. Un Cristiano debería usar todo lo que tiene para la gloria de Dios y el avance de su reino, pero esto no
implica que deba renunciar lo que Dios le ha dado.
11. Hechos 2:44. Los argumentos en contra de esta posición son:
a. Dios no ha mandado la práctica de la “comunidad de bienes”.
b. Los apóstoles reconocían el derecho de la propiedad privada.
c. Parece que el intento en la iglesia apostólica no tuvo un éxito prolongado.
CAPÍTULO 25
XXVII, 1
1. Porque el término en sí no se encuentra en la Biblia.
2. La Trinidad. La Encarnación. La Teología.
3. Es aceptable si el significado de este término es claro y concuerda con la enseñanza de la Escritura.
4. Alguna cosa por medio de la cual otra se llega a conocer.
5. Algo por medio del cual otra cosa se confirma o declara auténtica.
6. La vara de Moisés. La destrucción de Jerusalén. El arco iris.
7. El sello del rey en un documento oficial. El sello en un diploma.
8. Una señal o signo y un sello.
9. El principio que mantiene que la verdadera adoración no consiste solamente de lo que Dios ha mandado
sino también de lo que Dios no ha prohibido (y que es instituido por el hombre).
10. La verdadera adoración consiste únicamente de lo que Dios ha mandado.
11. “Para representar a Cristo y sus beneficios”. (Una señal (signo) es algo representativo).
12. “Para confirmar nuestro interés en él”. (Un sello es algo que confirma).
13. Únicamente para los creyentes.
XXVII, 2-5
1. Que los sacramentos contienen gracia y operan la gracia automáticamente.
2. 1 Pedro 3:21, Hechos 22:16.
3. 1 Pedro 3:21 (al ser analizado cuidadosamente), Tito 3:5, etc.
4. Por la unión sacramental (entre la señal y lo que señala).
5. Con la unión entre las dos naturalezas de Cristo.
6. Si Dios mismo salva a los hombres o si son los hombres, actuando en su nombre y vestidos con su poder,
los que lo hacen.
7. Porque se supone que la gracia es otorgada automáticamente por los sacramentos.
8. Porque se supone que esta operación depende de: (a) la intención del que administra el sacramento, y (b)
la disposición o motivación del que recibe el sacramento. (Cualquiera de los dos puede anular la
operación de la gracia).
9. Porque reconoce la gracia soberana e inmediata de Dios. Es decir, únicamente la voluntad de Cristo es
determinante, y los sacramentos se subordinan a su gracia.
10. Porque de otro modo muchos no tendrían ninguna “oportunidad” de recibir la gracia.
11. Porque (a) la Escritura no da lugar a ninguna otra posición, y (b) porque la salvación no depende de los
sacramentos.
12. En las siguientes:
a. Cada uno era (es) administrado solo una vez.
b. Cada uno era (es) administrado a los infantes de los creyentes y también a los creyentes.
c. Cada uno significa unión con Cristo, limpieza del pecado y justificación.
d. Cada uno era (es) recibido de forma pasiva.
13. En las siguientes:
a. Cada uno era (es) administrado a menudo (repetidamente).
b. Cada uno era (es) administrado únicamente a los adultos (creyentes, no a sus hijos).
c. Cada uno significaba unión con Cristo, alimento y crecimiento en él.
d. Cada uno era (es) recibido activamente.
14. Llama a las ordenanzas del Antiguo Testamento por sus nombres en el Nuevo y viceversa.
CAPÍTULO 26
XXVIII, 1-2
1. En las siguientes:
a. La Escritura denomina al bautismo como una figura de lo que nos salva,
b. La Escritura registra el mandato divino de administrar el bautismo.
2. La unión con Dios por medio de Jesucristo, y todo lo que tiene que ver con ello.
3. La unión con Cristo (y con Dios por medio de él).
4. La regeneración, la remisión de los pecados, la nueva vida, la justificación, el deber de la nueva
obediencia, etc.
5. Porque no puede existir ninguna unión con Cristo aparte de cualquiera de estos.
6. El bautismo y la Cena del Señor representan en una forma no verbal, la misma gracia salvadora que se
afirma verbalmente en la Escritura y en la fiel predicación.
7. Porque la unión con Cristo y con las demás Personas de la Trinidad no es el resultado de actividad
humana.
8. Porque creen que solo los adultos son capaces de llevar a cabo la actividad que creen que el bautismo
simboliza.
9. La mayor objeción a la posición Bautista es que el bautismo no es un símbolo de lo que los creyentes
hacen, sino de lo que Dios ha hecho que ellos lleguen a ser.
10. No. Es una representación de esa unión viviente efectuada por esta actividad.
11. Mateo 28:19-20.
XXVIII, 3-4
1. Porque creen que la palabra “bautizar” (baptizo) significa “inmersión”.
2. Hablando del bautismo como si no fuera verdadero bautismo sino solo una “dedicación”.
3. Usando pasajes de la Escritura en el cual se usa el término y de los cuales se conoce que no hubo
inmersión (1Co 10:2, Heb 9:10, etc.).
4. No.
5. Los siguientes:
a. Los niños no son capaces de experimentar o hacer aquello que señala el bautismo.
b. Que la Biblia no muestra que se deba bautizar a los infantes.
6. Las siguientes:
a. El bautismo no es una señal o signo de lo que hace el creyente, sino de lo que Dios ha hecho que
llegue a ser. La Escritura dice que los niños (aun pequeños infantes) son miembros del reino, por lo
tanto, tienen aquello que señala el bautismo.
b. La Biblia sí muestra que los infantes deben ser bautizados.
7. Algunos ejemplos son:
a. La exhortación de Pedro a los Judíos (Hch 2:38-39).
b. Los Bereanos probaron la enseñanza de Pablo con el Antiguo Testamento (Hch 17:11).
c. El apóstol Pablo declara santos a los niños de los creyentes (aun en los matrimonios mixtos).
XXVIII, 5-7
1. Porque es una ordenanza de Cristo.
2. Éxodo 4:24-26, Lucas 7:30.
3. Sí. Porque el pecado es una transgresión de la ley (el mandato divino) y no solo una transgresión de la
conciencia.
4. Una persona puede ser salva sin saberlo.
5. Saber lo que Dios manda y escoger desobedecer voluntariamente.
6. Mateo 27:38.
7. Esaú. Simón el mago (Hch 8:13ss.).
8. Esaú.
9. Porque Dios mandó que la señal sea dada a los hijos de los creyentes.
10. Jacob.
11. El llamamiento eficaz y el bautismo.
CAPÍTULO 27
XXIX, 1
1. En tres Evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) y en 1 Corintios.
2. En la noche en que Cristo fue traicionado. Cuando se celebraba la Pascua.
3. A menudo.
4. Hasta que él venga. 1 Corintios 11:26.
5. Recordar el único suficiente sacrificio de Cristo.
6. En los elementos, las palabras de institución y las acciones sacramentales.
7. No. No conlleva la certeza de esa gracia.
8. Que la obra de gracia en un creyente es continua.
9. Que deben discernir el cuerpo del Señor.
10. La distribución de uno (el pan y la copa) a muchos (los creyentes).
XXIX, 2
1. El sacrificio de la Misa.
2. El sacrificio de la Misa.
3. Porque la víctima es la misma y el sacerdote principal es el mismo.
4. A menudo.
5. Una vez. Hebreos 9:26, 28, etc.
6. Porque él está físicamente ausente del mundo y lo estará hasta que regrese al cabo de un tiempo.
7. El uso del tiempo pasado cuando los apóstoles se refieren a su sacrificio.
8. La obra consumada de Cristo.
9. A la Iglesia, al sacerdote y al sacramento.
10. En la medida en la cual confían en las doctrinas de Roma en vez de en Cristo.
XXIX, 3-4
1. El pan sin levadura y el vino fermentado.
2. La Biblia guarda silencio con respecto a este punto; tal vez otros tipos de pan y vino se puedan utilizar al
ser necesario.
3. Porque están convencidos erróneamente que el vino es malo en sí.
4. Las siguientes:
a. O que Cristo utilizó jugo de uva fermentada, o
b. que Cristo erró en ignorancia.
5. Porque esto fue lo que Cristo utilizó y porque es el deber de la Iglesia testificar contra la convicción
errónea de que el vino es malo en sí.
6. Lucas 22:17, Marcos 14:23.
7. Porque:
a. Cristo instituyó el sacramento en una reunión de creyentes,
b. la iglesia apostólica administraba el sacramento en reunión con tales creyentes,
c. la Cena del Señor es una expresión de la comunión de los santos, y
d. los sacramentos no se deben separar de la predicación de la Palabra ni de la administración de la
disciplina eclesiástica.
8. Porque el edificio de la iglesia no es “la Iglesia”—lo son, más bien, los creyentes.
9. Sí, siempre y cuando estén congregados allí otros creyentes, y siempre y cuando se haya predicado la
Palabra y que se mantenga la disciplina.
XXIX, 5-7
1. La señal y lo que señala.
2. Con la unión de las dos naturalezas de Cristo.
3. El pan y el vino. Del pan y del vino.
4. El cambio de una sustancia a otra.
5. El cambiar del agua a vino.
6. El pan y el vino son adorados como el mismo cuerpo y la sangre de Cristo, quien es divino.
7. Que una sustancia es añadida al elemento de la Cena, o que el cuerpo y la sangre de Cristo están
presentes literalmente en, con y bajo los elementos.
8. Que la naturaleza humana de Cristo está (o puede estar) en todas partes.
9. Juan 16:7, 28.
10. Tiene el efecto de negar la verdadera naturaleza humana de Cristo.
11. Espiritualmente.
12. No existe ninguna diferencia.
XXIX, 8
1. Es posible que Judas haya recibido la Cena del Señor, lo cual, si así fuera, lo probaría. Sin embargo, la
advertencia de Pablo (1Co 11:29) no nos da lugar a dudas.
2. 1 Corintios 11:27-29.
3. A cualquiera que, en su propia estimación es capaz de hacerlo, le es permitido venir a la mesa del Señor.
4. Porque:
a. Cristo no administró el sacramento a ninguno, salvo los que habían profesado verdadera religión y
quienes parecían caminar con él.
b. La iglesia apostólica, la instrucción, el bautismo, y una confesión de fe creíble eran requisitos para los
que recibían este sacramento.
c. La Biblia nos instruye que debemos apartar a los incrédulos y a los creyentes alborotadores.
5. Nadie puede venir a la mesa del Señor, salvo los miembros de la iglesia (o denominación) que administra
el sacramento.
6. Porque ninguna denominación sola es la única verdadera Iglesia.
7. La comunión que se administra a todos los que presentan una evidencia creíble de fe y vida Cristiana y
solo a estos.
8. Las siguientes:
a. No se permite que ningún incrédulo conocido como tal se acerque a la mesa,
b. A ningún creyente conocido como tal se le prohíbe acercarse.
9. No los anima a comer y tomar una condenación para sí mismos.
10. Quita toda culpabilidad por el juicio que pueda caer sobre incrédulos o hipócritas engañosos.
CAPÍTULO 28
XXX, 1-2
1. Que existe un tipo de gobierno, en particular, mandado por Cristo, o revelado en la Escritura como su
deseo para la Iglesia.
2. Los apóstoles fueron los instrumentos por medio de los cuales la autoridad de Cristo fue manifestada a la
Iglesia.
3. Las revelaciones escritas de Cristo por medio de ellos eran infalibles, y poseían autoridad inherente y
final.
4. Por los ancianos (u obispos).
5. El Jerárquico. El Congregacionalista. El Presbiteriano.
6. Los siguientes:
a. Cristo Cabeza Única de la Iglesia.
b. Los presbíteros (ancianos) son escogidos por aquellos sobre quienes gobiernan.
c. Todos los presbíteros (u obispos) tienen la misma autoridad.
d. Cada iglesia en particular debe tener dos o más presbíteros (ancianos).
e. Los presbíteros (ancianos) deben ser ordenados por el presbiterio (los presbíteros de iglesias que
tienen comunión la una con la otra).
f. Debe existir el derecho de apelación de una asamblea menor a una mayor.
7. Así:
a. Jerárquico-ninguno.
b. Congregacionalista—los primeros tres.
c. Presbiteriano—todos.
8. Coloca la autoridad suprema en Pedro en vez de con él y otros presbíteros (es decir, con las llaves que
ellos administran).
9. Niegan la existencia de un verdadero poder administrativo en las llaves.
10. La fiel predicación de la Palabra y el fiel ejercicio de la disciplina.
11. Mateo 18:18; 16:18-19, Juan 20:21, Romanos 1:16, 1 Corintios 1:21, Tito 3:10.
12. Pierden el poder de abrir y cerrar el reino.
XXX, 3-4
1. Porque Cristo lo mandó.
2. Se dice que la gente se podrá ofender.
3. Porque nunca podemos invocar la bendición de Dios habiendo descuidado los medios que él ha ordenado
para conseguir esa bendición.
4. A menudo resulta en restauración. Así lo fue en Corinto.
5. Al pecador errante y a los otros miembros de la iglesia. Antes que se aplicara la disciplina eclesiástica, el
pecador errante en Corinto no fue restaurado sino que empeoró en su pecado. 1 Corintios 5:6-7 también
demuestra que el tal tuvo un efecto maligno sobre los demás.
6. El hecho de que no debemos juzgar a los demás.
7. Confunde el juicio del alma (que es prerrogativa única de Dios) con el juicio de lo que uno profesa (que
es el deber de la Iglesia).
8. Predicar el evangelio y admitir a los creyentes profesantes a la membresía eclesiástica.
9. Porque Cristo lo mandó, y porque no puede ser descuidado sin la deshonra de Cristo y el perjuicio de la
verdad.
10. Se vuelve corrupta y espiritualmente muerta.
11. La restauración del pecador.
12. Esfuerzos repetidos, sinceros y amorosos de persuadir al hermano errante a arrepentirse.
13. Cualquier miembro de la iglesia.
14. Las siguientes:
a. El pecado tiene que ser verdadero (es decir, una verdadera violación de uno de los Diez
Mandamientos).
b. Tiene que haber persistencia en este mismo pecado (es decir, una resistencia al arrepentimiento).
CAPÍTULO 29
XXIII, 1-2, 4
1. El gobierno civil ha sido establecido por institución divina. Romanos 13:1ss.
2. Cualquier gobierno de facto.
3. No.
4. Sí. Cuando es necesario obedecer a Dios en vez del hombre.
5. Cuando quiera y en cualquier aspecto en el que sus demandas no estén en conflicto con la Escritura.
6. Cuando quiera y en cualquier aspecto en el que sus demandas estén en conflicto con la Escritura.
7. Los siguientes:
a. Promover la abolición de la pena de muerte.
b. Promover la abolición del pacifismo.
8. Porque la ordenanza divina requiere el uso de la espada para castigar el crimen.
9. Los siguientes:
a. El error que enseña que las personas eclesiásticas no están bajo la autoridad civil.
b. El error que enseña que es correcto que el Papa de Roma tenga autoridad civil.
CAPÍTULO 30
XXIII, 3; XXXI, 1-2
1. Los siguientes;
a. Que “el magistrado civil no debe tomar para sí […] el poder de las llaves” (es decir, el poder de
gobierno) y que “Cristo ha establecido un gobierno en manos de los oficiales de la iglesia, distinto
del magistrado civil”.
b. Que “él [el magistrado civil] tiene autoridad […] para poner orden y para que la unidad y la paz sean
preservadas […] para que la verdad de Dios se mantenga pura y completa. Para que las blasfemias y
las herejías sean suprimidas…”.
2. No. También hay dificultad con credos tales como la Confesión de Fe Belga.
3. Los siguientes:
a. Una declaración repudiando la enseñanza de estas frases.
b. Una revisión de estas secciones de la Confesión.
4. El segundo, porque parece reconocer con mayor honestidad el error hecho en la formulación original.
También quita toda incertidumbre al suscribir la Confesión.
5. Los siguientes:
a. Que los gobiernos de la Iglesia y el Estado son separados y distintos.
b. Que los magistrados civiles no pueden interferir en los asuntos de la Iglesia en cualquier cosa que no
sea subversiva al orden civil.
c. Que únicamente los oficiales de la iglesia tienen autoridad para convocar sínodos.
6. No. La misma prueba cuidadosa del tiempo y de la comparación con la Escritura que ha revelado el error
de esta sección ha vindicado el resto de la Confesión.
7. Es el deber de la Iglesia testificar únicamente la verdad en su Confesión.
8. La verdad del resto.
9. En la lucha en Escocia (como un ejemplo perfecto).
10. A los Presbiterianos pactistas.
XXXI, 3-4
1. Tiene que ver con asuntos de doctrina, adoración, y disciplina. No puede hacer cumplir sus decretos y
declaraciones por castigo corporal como la autoridad civil.
2. Tiene el poder únicamente de llevar a cabo las enseñanzas de la Escritura. No puede crear nuevas leyes.
3. Dos de ellos:
a. Pueden declarar las enseñanzas de la Biblia con autoridad.
b. Pueden decretar con autoridad cómo se deben cumplir los mandamientos de Dios.
4. Un sínodo no podría decretar la observación de un nuevo sacramento con autoridad divina.
5. Cuando están de acuerdo con la Escritura.
6. Porque:
a. están de acuerdo con la Escritura;
b. son hechos por medio de una autoridad divina.
7. Desobedecer; porque la autoridad de los sínodos está limitada a lo que concuerda con la Palabra de Dios.
8. La tendencia de hacer que la autoridad del concilio sea superior a la de la Biblia.
9. Sí. Considerando al producto de los sínodos como una autoridad en sí mismo, sin insistir que los sínodos
prueben que sea bíblico y que persuadan a los miembros de la Iglesia de que así sea.
10. El esfuerzo de probar y persuadir que todas las decisiones tienen un fundamento bíblico.
XXXI, 5
1. De los asuntos eclesiásticos. (Deben esforzarse en animar a los hombres a creer y a obedecer las
Escrituras, y en administrar disciplina a los miembros de la Iglesia según su necesidad).
2. El Concilio Nacional de las Iglesias de Cristo.
3. Porque este Concilio interfiere en asuntos civiles.
4. Los siguientes:
a. El ejemplo de Cristo y su enseñanza.
b. El ejemplo de la iglesia apostólica.
c. La total ausencia de cualquier enseñanza bíblica que justificara tal interferencia por parte de la Iglesia
en los asuntos del Estado.
5. No. El evangelio regula todo lo que hace el creyente.
6. Enseñándoles a los miembros de la Iglesia los principios de la Palabra de Dios que tengan que ver con
cuestiones políticas.
7. Puede actuar:
a. Cuando el Estado interfiere con, o amenaza a, la Iglesia.
b. Cuando el Estado pide el consejo o la opinión de la Iglesia.
CAPÍTULO 31
XXXII, 1
1. No, todos los hombres volverán al polvo y verán corrupción.
2. El pecado. Romanos 5:12; 6:23.
3. Por lo siguiente:
a. Para que no haya ningún incentivo carnal de arrepentirse y creer.
b. Para promover la santificación.
c. Para proveer algo mejor para el creyente.
d. Para que los creyentes y los incrédulos puedan vivir juntos en el mundo mientras se cumple el plan de
Dios.
4. Cuando son regenerados.
5. Al morir.
6. Lo que comienza con la regeneración (en el caso de los elegidos) o con el nacimiento (o la concepción,
en el caso de los reprobados).
7. Su alma es perfeccionada en la santidad.
8. Su alma es completamente (en grado) malvada.
9. Hacer posible que los que mueren en un estado de gracia, pero con la culpabilidad de un pecado venial,
hagan restitución por medio del sufrimiento.
10. Que Cristo ha sufrido toda la pena por todos los pecados de su pueblo.
XXXII, 2-3
1. Las siguientes:
a. Que todo hombre morirá una vez.
b. Que algunos no morirán.
2. Las siguientes:
a. Romanos 5:12, Hebreos 9:27.
b. 1 Tesalonicenses 4:15
3. Las razones son:
a. Lo temible que será ese día.
b. El cambio en el cuerpo y el alma que se llevará a cabo.
c. El hecho de que la muerte no tiene aguijón ni victoria, y que es mucho mejor estar ausente del cuerpo
y presente con el Señor.
4. El cuerpo que va a ser resucitado será el cuerpo que fue sepultado. Será una resurrección física (lo cual
niega la posición de que solo el alma sobrevivirá la muerte).
5. El cuerpo que tenemos ahora va a ser levantado y cambiado de tal manera que cualquier imperfección,
debilidad, deformidad, etc. no existirá más.
6. En el último día, cuando Cristo vuelva.
7. En el mismo sentido en que el alma de un creyente es la misma que el alma que en un tiempo estaba
muerta en el pecado.
8. La horrible experiencia de sufrimiento tanto del cuerpo como del alma que los incrédulos tendrán que
soportar eternamente.
CAPÍTULO 32
XXXIII, 1-3
1. Las siguientes:
a. La resurrección general cuando Cristo vuelva (es decir, que todos los seres humanos a la vez serán
resucitados físicamente de la tumba).
b. El juicio general de todos los seres humanos en la misma ocasión.
2. Las siguientes:
a. Juan 5:28.
b. Apocalipsis 20:12-13, Hechos 17:3.
3. “Mil años”.
4. Premilenarismo. Post-milenarismo. Amilenarismo.
5. La separación del tiempo de la resurrección de los salvos del tiempo de la resurrección de los incrédulos.
El juicio no es general.
6. Hay múltiples futuras venidas de Cristo. No hay resurrección general. No hay un juicio general. Hay un
supuesto conocimiento de la cronología de los eventos futuros.
7. Ninguno. (No estamos necesariamente de acuerdo con esta posición, pero no podemos probar el error).
8. Ninguno.
9. Lo siguiente:
a. El regreso corporal visible de Cristo.
b. La resurrección general.
c. El juicio general.
10. Los siete principios son:
a. Nadie conoce la cronología ni el orden preciso de los eventos del futuro.
b. El reino de Cristo existe, es espiritual, no tendrá fin, no es judío y continuará hasta el fin de los
tiempos.
c. El regreso de Cristo será sin señales de advertencia, señalará la resurrección general y dará fin al
mundo tal como lo conocemos ahora.
d. El período actual es el último de la historia.
e. La gran apostasía no es totalmente futura.
f. El bien no triunfará completamente hasta el fin del mundo.
g. Cristo tendrá la victoria completa cuando ocurra la resurrección.
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