¿La participación como medio o como fin? Nociones, herramientas de análisis, trayectos y tensiones Estadio Luna Park, 10 de abril de 1938. A este acto, uno de los pocos actos de gran magnitud para apoyar al régimen nazi que se hiciese fuera de Europa, asistieron alrededor de 15 mil argentinxs. Pintura de Jafeth Gómez, que retrata un festejo tras culminar una minga campesina. Lic. en Gestión y Desarrollo Cultural Formulación y Gestión de Proyectos para el Desarrollo Cultural Material de Cátedra Equipo docente: María Lidia Garrafa y Marcos Monsalvo Ricci 1 Presentación En este dossier abordaremos problemáticas inherentes al Eje Transversal “Orientación metodológica: sentipensar para la transformación; la participación como mirada y manera de construir con los otros”, que integra del programa anual de la asignatura Formulación y Gestión de Proyectos para el Desarrollo Cultural. Haremos foco en la noción de participación, sus trayectos, tensiones y los diferentes tipos y niveles que se pueden distinguir en su puesta en práctica. Asimismo, se compartirán una serie de herramientas y propuestas analíticas que nos permiten “mirar” de manera crítica, en clave de participación, distintas experiencias y proyectos Dos interrogantes problematizadores subyacen en este texto: ¿cuáles serían los factores que hacen que un ejercicio de la participación crítico y comprometido revista una especial importancia para el campo de la gestión cultural y afines? y ¿cuáles serían las posibles implicancias de no hacerlo? A modo de hoja de ruta, compartimos los momentos por los que irán transitando durante la lectura de este material: Parte I Reflexiones compartidas: se les invita a tener presente y como punto de partida la clase en la que a partir de imágenes fuimos construyendo de manera colectiva un acercamiento a lo que entendemos por participación, sus nociones, sentidos y prácticas. Parte II Genealogía del concepto de participación: discurso del desarrollo; crisis del desarrollo y apropiación de “lo participativo”; banalización de lo participativo y estandarización de prácticas territoriales; Participación vs Alienación: ¿para qué participamos? ¿qué mundo queremos/podemos construir con la participación? Una episteme solidaria, una episteme del nosotros. Parte III Diferentes conceptos de participación, diferentes autores/as. Motivaciones de la participación: ¿por qué participamos? Sus contrapartidas simétricas o pseudo participación (alienación). Tipos de participación, modos y niveles. Algunas herramientas analíticas. 2 II. Participación: Trayectos y tensiones En la construcción de una genealogía del concepto de participación se requiere considerar la existencia de una historia académica, una historia técnica y una historia política (Menéndez, 1995). Comprendiendo entonces la multiplicidad de historias que involucran a esta categoría, en esta conversación nos interesa poner énfasis en la relación particular que ha tenido este concepto con las políticas de cooperación internacional para el desarrollo, en sus implicancias en la formulación y gestión de proyectos y en una serie de dispositivos y herramientas metodológicas que, apropiándose de la noción de lo participativo y de experiencias previas relacionadas a la investigación acción participativa y la educación y a la comunicación popular, muchas veces tienen como consecuencia la estandarización de prácticas locales y maneras de hacer en los territorios. Es preciso entonces que nos refiramos brevemente al surgimiento del discurso del desarrollo y de toda la batería de programas e instituciones que se desplegaron en el mundo bajo sus lógicas. Si bien las raíces de la categoría desarrollo se encuentran en procesos históricos constitutivos de la modernidad y el capitalismo, el “desarrollo” visto propiamente como discurso histórico surgió a principios del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esta afirmación se valida si se presta atención a los textos y eventos históricos producidos durante el período 1945-1960, como por ejemplo el 3 surgimiento de instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización de las Naciones Unidas y otras agencias nacionales o regionales que fueron creadas en respuesta a este nuevo discurso universal, conformando en su articulación todo un aparataje institucional a través del cual se enunció y se impuso el discurso del desarrollo como solución indiscutible a su contrapartida dialéctica: el “subdesarrollo”, en el que se encontraría inmersa la mayor parte de la población mundial. En palabras de Harry Truman: Creo que deberíamos poner a disposición de los amantes de la paz los beneficios de nuestro acervo de conocimiento técnico para ayudarlos a lograr sus aspiraciones de una vida mejor… Lo que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del trato justo y 1 democrático… Producir más es la clave para la paz y la prosperidad . (En Escobar, 1996: 19) Cuatro años después de ordenar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, Harry Truman asumía por segunda vez la presidencia de Estados Unidos. El 20 de enero de 1949, en su discurso de posesión, expresó los componentes esenciales de su llamado a Estados Unidos y al mundo entero para resolver los problemas de las “áreas subdesarrolladas” del planeta 2. En ese momento, señala Gustavo Esteva (2009), dos mil millones de personas fueron convertidas en “subdesarrolladas”, y fue durante ese período histórico en que diversos programas, proyectos y “todo tipo de „expertos‟ del desarrollo empezó a aterrizar masivamente en Asia, África y Latinoamérica, dando realidad a la construcción del Tercer Mundo” (Escobar, 2005: 19). Ya para 1950 la idea de que el mundo se dividía en tres era indiscutida 3. Si la construcción del Tercer Mundo significó que la gran mayoría de los países quedáramos nuevamente al margen o en un estado anterior de la evolución de la humanidad, también significó que dentro de estos países se reprodujeran los 1 Discurso de Harry Truman en la asunción de su segunda presidencia de los Estados Unidos en 1949. El término “subdesarrollo” se le atribuye a Wilfred Benson, miembro del Secretariado de la Oficina Internacional del Trabajo, en un texto de 1942 que versaba sobre “las bases económicas de la paz” se refirió a las “áreas subdesarrolladas”. En 1944 Rosenstein-Rodan habló de “áreas económicamente atrasadas”. También, en ese mismo año, Arthur Lewis se refirió a la brecha entre las naciones ricas y las pobres. Durante esta década el término se mantuvo en uso académico, técnico, y dentro de instituciones internacionales como la recientemente creada Organización de las Naciones Unidas. Sin embargo, no fue hasta que el presidente Truman lo pusiera en circulación en este discurso, como emblema de su propia política, que la expresión adquirió relevancia y fue rápidamente aceptada a nivel mundial para identificar una tragedia específica que afecta a la mayor parte de los seres humanos y a la mayoría de los países fuera de Estados Unidos (Esteva, 1999: 53). 3 Primer Mundo: naciones industrializadas capitalistas; Segundo Mundo: naciones comunistas y socialistas industrializadas; y Tercer Mundo: naciones pobres no industrializadas (Escobar, 1996: 70). 2 4 mismos modelos. Esto es muy evidente en Latinoamérica que, según las estadísticas, es el continente con mayor desigualdad social. Hacia fines de la década de los sesenta, causada por múltiples factores entre los que se pueden contar la crisis del petróleo, comienza a visibilizarse lo que luego se denominará como “crisis del desarrollo”. Fernando Mires (1993), señala que, en general, los informes de las Naciones Unidas indican que los enormes recursos invertidos en numerosos programas de ayuda, en grandes proyectos industriales y en incontable institutos y oficinas para el desarrollo, destinados a sacar al Tercer Mundo de la miseria y del hambre, no han tenido el resultado esperado. Si observamos las estadísticas de la CEPAL, todo indica que las condiciones de vida han empeorado y que seguirán empeorando en los países “subdesarrollados”. De acuerdo con Majid Rahnema (1996), las grandes Agencias del Desarrollo se vieron obligadas a reconocer una crisis estructural: Los donantes y los gobiernos nacionales beneficiarios fueron testigos del hecho que los miles de millones gastados en proyectos de desarrollo no habían producido los resultados esperados, a menudo incluso añadiendo nuevos problemas a los antiguos. Hasta McNamara, el entonces presidente del Banco Mundial, tuvo que admitir, en 1973, que “el crecimiento no [estaba] llegando equitativamente a los pobres”. En su opinión, el crecimiento había venido acompañado de “una mayor desigualdad del ingreso en muchos países en desarrollo”. (1996: 195) 5 Siguiendo las recomendaciones de muchos de sus propios expertos, algunas de las grandes organizaciones de la cooperación internacional estuvieron de acuerdo en que los proyectos de desarrollo habían fracasado, a menudo, debido a que la gente no fue consultada. El consenso así logrado entre los planificadores, las ONG y los trabajadores de campo trajo consigo un cambio importante en las relaciones existentes entre las distintas partes involucradas en actividades de desarrollo: Una palabra que antes había sido sistemáticamente descartada por economistas, planificadores y políticos de pronto perdió sus connotaciones subversivas iniciales. La misma Comunidad Económica Europea recomendó a sus estados miembros “adoptar la participación como una medida básica de política para las estrategias de desarrollo nacional”. (Rahnema, 1996: 196) En esta coyuntura, muchas agencias de cooperación internacional se apropiaron de la noción de “lo participativo” y pusieron como condición para otorgar financiamiento a proyectos locales el demostrar que los procesos en cuestión se desarrollaban de manera participativa. Esto llevó a que presenciemos recurrentes casos en los que las ONGs, los gobiernos locales y/o los mismos expertos encargados de formular e implementar estos proyectos se vuelven muy habilidosos en practicar un “como si” la participación se diera en tal o cual nivel. En este sentido, es pertinente señalar que la mera utilización de una técnica o una metodología participativa, no quiere decir que per sé estemos siendo participativos o que estemos apostando por una democracia participativa. 6 Por otra parte y como complemento de lo anterior, existe un peligro aún mayor en la utilización del concepto de participación y de la instrumentalización de metodologías y herramientas participativas, sin que una reflexión profunda ponga claridad sobre el marco epistemológico y los objetivos y posicionamientos políticos que subyacen a esa “participación”. En un ensayo muy ilustrativo, el antropólogo argentino Eduardo Menéndez (1995) expone cómo con la participación social también se pueden construir mundos terribles: Tendríamos pues un segundo aspecto a precisar: el tipo de sociedad que los procesos participativos contribuirían a organizar. Esto es sustantivo, dado que la participación social ha sido incluida como decisiva por tendencias políticas e ideológicas aparentemente contradictorias. Al respecto no debe olvidarse/negarse que los fascismos -en especial el italiano y el alemán- colocaban en la participación social, en la movilización, en el “movimiento” uno de los ejes políticos e ideológicos principales de su proyecto social. (Menéndez, 1995: 7) En relación a lo anterior, es pertinente traer a colación aquí los señalamientos del filósofo chileno Martín Hopenhayn (1988), quien propone diferenciar y oponer los conceptos de participación y alienación: Si la alienación ha sido definida por numerosos autores como la pérdida de control padecida por el individuo en relación al medio social en que define su existencia social, trátese del proceso productivo en que trabaja o el espacio en que habita, la participación, por el contrario, busca revertir este proceso. (1998: 2) La matriz contra-hegemónica de la participación pugna por hacer de sus mentores y gestores “más sujetos” y de revertir la alienación desde abajo hacia arriba, desde lo local a lo global, desde lo social a lo político. (1998: 11) Por estas razones, es de vital importancia que como investigadores, educadores, gestores culturales, promotores y animadores socioculturales, miembros de una comunidad, ciudadanos, transparentemos cuál es el tipo de organización social que pretendemos constituir o reconstituir. 7 El educador popular e investigador colombo-argentino Alfredo Ghiso (2017)4 propone pensar la participación como la condición para la apropiación de los legados culturales y sociales, ligada a procesos de autonomía. Ghiso nos propone sentipensar la participación como solidaridad con el otro, el desafío de construir una episteme solidaria que construye conocimiento con el otro, que decide junto a otros, no solamente hacia dónde ir, sino también las maneras de transitar ese camino. Una episteme del nosotros, nos seguirá diciendo Ghiso, es solidaria y decolonial, se levanta contra quienes nos interpretan, nos explican, nos deciden, nos actúan es un ejercicio emancipatorio, dialógico, colectivo. Argumenta que, concebido de esta manera, todo proceso participativo es formativo, puesto que a la vez que nos posibilita asumirnos como sujetos de derecho, de conocimiento, de poder, necesariamente también reconoce la otredad, la diferencia y la desigualdad. 4 Charla en el marco de las “Jornadas de Patrimonio y Participación: Encuentro convivencial de experiencias colombianas y argentinas”, realizadas en Medellín, Colombia, del 7 al 9 de junio de 2017. Alfredo Ghiso se exilió en Colombia durante la última dictadura militar argentina. 8 III. Participación: Conceptos, motivaciones, tipos y niveles Jordi Borja, 1987, pp. 195. La frase que da inicio a este apartado pone sobre relieve la relación que generalmente se establece entre participación y acceso al poder de decisión. Siguiendo a Hopenhayn (1988), vemos que en la literatura de las Naciones Unidas participación significa “influencia sobre el proceso de toma de decisiones a todos los niveles de la participación social y las instituciones sociales”. Pearse y Stiefel, por su parte, definen el concepto como “los esfuerzos organizados para incrementar el control sobre los recursos y la instituciones reguladoras en situaciones sociales dadas, por parte de grupos y movimientos de los hasta entonces excluidos de tal control”. Vemos que en la definición de estos autores se incorpora una mención a las personas y sectores excluidos del control de recursos y cuestiones inherentes a sus propios intereses. Por último, Hopenhayn nos comparte la definición propuesta por Flisfisch, quien enfatiza en la dimensión colectiva del concepto: “la participación está referida a acciones colectivas provistas de un grado relativamente importante de organización y que adquieren sentido a partir del hecho de que se orientan por una decisión colectiva”. (Hopenhayn, 1988: 1). Arqueros y Manzanal (2004),en su artículo “Formas institucionales y dinámicas territoriales alternativas: pequeñas experiencias participativas en el noroeste argentino” ofrecen un minucioso panorama sobre los debates en torno al concepto de participación y una propuesta de herramientas analíticas para analizar casos concretos 9 en territorio. Una de las definiciones que toman las autoras es la de Brett, quien sugiere que la participación implica un proceso de educación y capacitación en el cual las personas, asociadas y organizadas entre sí y con otros actores, identifican problemas y necesidades, movilizan recursos, y asumen responsabilidades para planificar, administrar, controlar y evaluar las acciones individuales y colectivas sobre las cuales ellos deciden. (Brett E. A. (1999: 4) En Arqueros y Manzanal (2004: 6) Por otra parte, también se posicionan desde los señalamientos de Sánchez Vidal, para quien la participación es, a la vez, un valor, un proceso una técnica y una actividad, algo tan enfatizado y zarandeado verbalmente, como poco practicado en la realidad, salvo honrosas excepciones... En principio y como acción, participar significa tomar parte en alguna actividad o proceso. El significado y alcance último de la participación dependerá de la relevancia de la actividad o proceso en el sistema social y la vida comunitaria. El objetivo -e indicador- último de la participación debería ser el grado en el que -a través de ella- se tiene acceso al poder, se comparte ese poder en un grupo social. (Sánchez Vidal, A. (1991: 273) En Arqueros y Manzanal (2004: 6) Es pertinente retomar aquí a Alfredo Ghiso (2017), quien nos propone considerar el origen etimológico de la palabra participación: proviene del latín participare, que a su vez se compone por dos vocablos pars (parte) y capere (tomar, agarrar). Por lo tanto, en su acepción primigenia la palabra participación hace referencia a “la acción o el hecho de tomar parte, de tener parte en, o de formar parte de 5”, en un sentido más político, se podría decir que esta acción implica la “apropiación de”. 5 Según el Oxford English Dictionary (en Rahnema, Majid, 1996: 196) 10 Pero Ghiso va más allá de la definición del diccionario y, en un juego de imaginación propositiva, nos señala que pars también es la raíz etimológica de la palabra partir, en su doble sentido de “separar” y de “transitar”. En este sentido, participación implica tránsito, movimiento, nos exige salirnos de nuestra zona de confort por lo que provoca incertidumbre y, ante ella, el autor propone “leer el aquí y el ahora, esforzarse por desarrollar un pensamiento más estratégico que pragmático”. Además, pars también es la raíz etimológica de “repartir”, “compartir”, “distribuir”, palabras todas que implican actos de solidaridad. Este planteamiento es origen y sustento de su desarrollo teórico y propositivo que sintetiza en la necesidad de crear alternativas de sociabilidad enmarcadas en una episteme del nosotros, una episteme solidaria, en la cual la participación, desde su perspectiva más insurgente, tiene un rol protagónico. Hopenhayn (1988) señala que las conceptualizaciones en torno a la participación sólo cobran sentido si realizamos el ejercicio de identificar y analizar qué está en juego toda vez que se busca el acceso a decisiones. Asegura que para comprender los procesos de participación es necesario considerar la voluntad que opera en los sujetos cuando se deciden a invertir esfuerzos para aumentar su grado de participación. Propone a continuación una serie de “motivaciones” que, aunque reconoce lo arbitrario y reducido de la lista, considera que son lo suficientemente comprensivas como para poder remitir a ellas un espacio muy amplio de motivaciones concretas: 1) ganar control sobre la propia situación y el propio proyecto de vida mediante la intervención en decisiones que afectan el entorno vital en que dicha situación y proyecto se desenvuelven; 2) Acceder a mayores y mejores bienes y/o servicios que la sociedad está en condiciones de suministrar, pero que por algún mecanismo institucional o estructural no 11 suministra; 3) integrarse a procesos de desarrollo en los cuales los sectores excluidos se constituyen el chivo expiatorio de sistemas que muchas veces producen más marginalidad de la que disuelven; y 4) aumentar el grado de autoestima “gregaria” mediante un mayor reconocimiento por parte de los demás de los derechos, las necesidades y las capacidades propias. (Hopenhayn, 1988: 12) El autor aclara que ninguna de las motivaciones señaladas excluye a las restantes. Sin embargo, todas se remiten a una motivación última que compromete a la existencia humana como tal: “la voluntad de cada cual de ser menos objeto y más sujeto” (1988:2). Es importante tener presente que cada una de las motivaciones expuestas con anterioridad tiene una “contrapartida simétrica” que es preciso diferenciar: La motivación por mayor control sobre la propia vida tiene, como reverso, la búsqueda de mayor control sobre la vida de los demás. La búsqueda de mayor acceso a bienes y/o servicios socialmente producidos se opone al deseo de concentrar recursos y privar, con ello, de recursos a otros en situaciones más precarias. La contrapartida de la integración a procesos ya ha sido señalada como pérdida de identidad personal. Por último, la búsqueda de autoestima tiene su reverso en el narcisismo egocéntrico. De este modo podemos identificar cuatro modos de participación negativa, a saber: la que promueve mayor control a poder sobre los otros (sobre todo poder coercitivo), la que alienta la concentración desigual de recursos, la que integra a procesos excluyentes y disolventes, y la que estimula el egocentrismo. (Hopenhayn, 1988: 4). Por su parte, Arqueros y Manzanal (2004) desarrollan un amplio tratamiento sobre la problemática que permite comprender las distintas tipologías que describen a la participación y a los procesos participativos. Siguiendo a Sánchez Vidal distinguen dos tipos de participación, según su origen sea “desde arriba o desde abajo”. Es “desde arriba” cuando viene impulsada de las estructuras institucionalmente establecidas, en este sentido, el contexto institucional facilita o inhibe la participación. La participación es “desde abajo” siempre que exprese una necesidad y un deseo social duradero y no a algo coyuntural. Este tipo de participación se ve altamente facilitada por los canales institucionales corriendo el riesgo, si estos no existen o se instauran, de terminar por cansancio o cuando cesa el empuje del liderazgo que la originó... La participación desde arriba será, por otro lado, un mero artefacto legislativo o normativo si no conecta con una población (o un grupo gestor inicial) concientizada y deseosa de participar en una cuestión relevante que pueda ser canalizada por medio de esa participación (…) La participación desde arriba y desde abajo son complementarias y se necesitan mutuamente. (Sánchez Vidal, A., 1991: 278-279 en Arqueros y Manzanal, 2004: 6). Sánchez Vidal también menciona que la participación social puede ser “espontánea” u “organizada”, señalando que “la participación es organizada cuando se da en alguno 12 de los siguientes sentidos: a) se realiza a través de organizaciones sociales b) existen canales establecidos y diferenciados, institucionalizados o no, c) existen unas finalidades u objetivos que estructuran u organizan la participación.” (En Arqueros y Manzanal, 2004: 7). Arqueros y Manzanal (2004) advierten sobre la necesidad de realizar una indagación profunda para identificar y excluir aquellas formas pseudo participativas que, como señalamos al inicio de esta conversación, están presentes en todos los ámbitos de promoción y desarrollo social y económico: son una consecuencia del acento y del condicionamiento impuesto por los organismos de financiamiento internacional y nacional para que la participación esté presente en “todo” proyecto de desarrollo social que se geste. De este modo, es común que tanto los gobiernos como los programas y las ONG -organizaciones no gubernamentales hagan de la “participación” una meta guiada a alcanzar sus propios intereses más que los intereses “reales” de la organización o del grupo de actores denominados comúnmente “beneficiarios”. (2004: 10) Además, las autoras señalan que en los modelos de políticas clientelística se promueve este tipo de (pseudo) participación porque se alimenta de los sectores postergados “otorgándoles” lo que la población más pobre supuestamente solicita, en general a través de proyectos diseñados “en forma participativa”. De este modo, la población permanece “atada” a “pedir participativamente” lo que los programas, los organismos o los estados están dispuestos a otorgar. Y esto se hace bajo la falacia que lo que se pide es lo que los grupos de beneficiarios decidieron por sí mismos, luego de analizar supuestamente en forma autónoma, “participativamente”, necesidades y posibilidades. (Arqueros y Manzanal, 2004: 10) 13 Arqueros y Manzanal elaboran una matriz de análisis de la participación para aplicar en los casos con los que trabajan, basada en la clasificación de Sánchez Vidal (“desde arriba” y “desde abajo”) y en las propuestas de Cardarell y Rosenfeld que proponen las siguientes “modelos direccionales de participación para la operación de un proyecto” caracterizando estilos diferentes a la hora de intervenir en procesos participativos: a) Participación restringida: ésta se focaliza en la mejora en el acceso de las poblaciones objetivo a ciertos servicios, con énfasis en la búsqueda de una resolución instrumental, combinado con la participación en la etapa de ejecución de las decisiones tomadas en otras esferas. b) Participación ampliada: aquí el enfoque conceptual equilibra la opción expresivo-simbólica y la instrumental, orientando la acción a la mejora en el acceso de oportunidades sociales y promoviendo la participación en todas las etapas del proceso decisorio de una gama más incluyente de actores, con preeminencia en la fase de adopción de decisiones (selección de alternativas). c) Participación “creadora de sentido”: este estilo combina un énfasis conceptual en la dimensión simbólica y expresiva con la intención de modificar la estructura de oportunidades vigente, apelando a la planificación como espacio de concertación multiactoral. (Cardarelli, G y Rosenfeld, M. 1998: 120-123. En Arqueros y Manzanal, 2004: 11) Explican las autoras: La variable “implementación de actividades comunitarias (en el ámbito de la programación local)” identifica situaciones donde la participación surge de la misma población que decide participar o no. La variable “instancias de participación institucionalizadas” identifica si existen mecanismos de participación instrumentados desde las organizaciones públicas en general. A partir de esto proponemos las mismas categorías que Cardarelli y Ronsenfeld pero estableciendo nuestra propia caracterización que califica al proceso de 14 participación dentro de un gradiente que va desde formas de “nula” participación (“A”) hasta la forma “ideal” (“D”). (Arqueros y Manzanal, 2004: 12). Otra una matriz para analizar la participación muy conocida y de fácil implementación es “La escalera de la Participación” propuesta por Frans Geilfus (2002). En relación a esta herramienta, recomendamos realizar esfuerzos en no hacer un uso simplista ni reduccionista de la misma, que se utilice en combinación y como complemento de las otras perspectivas analíticas ofrecidas en esta material. Recapitulando y de acuerdo con Hopenhayn, diremos entonces que la participación “es medio y fin al mismo tiempo”: por un lado constituye un instrumento que me permite ser “más sujeto”. Pero al mismo tiempo el ser “más sujeto” apunta, entre otras cosas, a mejorar mi potencial de participación. Cierto es que la participación es un medio que, de ser eficiente, debiera actuar positiva y simultáneamente sobre mi necesidad (¿deseo, motivación?) de mayor autonomía, mayor acceso, mayor integración, mayor autoestima; pero a su vez, la autonomía, el acceso, la integración y la autoestima son condiciones que permiten extender los espacios de participación disponibles. Dicho de otro modo: a mayor participación, mejores posibilidades de participación ulterior. (Hopenhayn, 1988: 4) A partir de los diferentes planteamientos expuestos en este material, podemos afirmar que la participación nos obliga a reconocernos en la otredad, que implica convivencia, que es un proceso dialógico y de negociación entre sujetos de poder capaces de 15 acordar con otros y otras las estrategias de acción para transformar realidades, muchas veces inadmisibles, en otras realidades más justas y equitativas, deseadas en colectivo6. Bibliografía Arqueros, María Ximena y Mabel Manzanal (2004): “Formas institucionales y dinámicas territoriales alternativas: pequeñas experiencias participativas en el noroeste argentino”. Ponencia presentada en III Congreso Argentino y Latinoamericano de Antropología Rural. Tilcara, Jujuy, 3, 4 y 5 de marzo. Borja, Jordi; Valdés, Teresa; Pozo, Hernán y Morales, Eduardo (1987). Descentralización del Estado. Movimiento social y gestión local, ICI-FLACSOCLACSO, Santiago de Chile. 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Audio disponible en: https://archive.org/details/jpp2017/BbAlfredoManuelGhiso.mp3 Recuperado: 20/04/2021 Hopenhayn, Martín (1988). “La Participación y sus Motivos” en Acción Crítica, Lima, CELATS. Menéndez, Eduardo L. (1995), “Participación social en salud como realidad técnica y como imaginario social” en Dimensión Antropológica, vol. 5, septiembrediciembre, 1995. Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1499 Mires, Fernando (1993), El discurso de la miseria o la crisis de la sociología en América Latina, Caracas, Nueva Sociedad. Rahnema, Majid (1996) [1992], “Participación”, en: Sachs, Wolfgang (ed.), Diccionario del desarrollo: Una Guía del Conocimiento como Poder, Chile, PRATEC, pp. 194-215 6 Tomado de Participación, Cultura y Educación en Latinoamérica: Encuentros, sentidos, experiencias, actores y problemáticas. Monsalvo, Isler y Bina (Compiladores). En Prensa. 16