Subido por Alberto J. Palombo

Dia mundial del Agua 2008 - Palombo

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El Día Mundial del Agua de 2008
Escasez de sentido común y saneamiento
Alberto J. Palombo1
Alrededor de 4 niños mueren cada minuto en países en desarrollo de
enfermedades causadas por agua peligrosa y saneamiento inadecuado.
(PNUMA/PEM, 2004)
El tema del Día Mundial del Agua de 2007 tuvo como foco la escasez hídrica y este año
de 2008 la atención se vuelca hacia el saneamiento. Quizás, queriéndolo o no, esta
secuencia tiene un significado particular. Por ello, este artículo es también una invitación
a pensar que el tema de saneamiento tiene una causa primordial: la escasez de sentido
común, más allá de la escasez hídrica, a partir de la baja prioridad que el sector tiene en
la agenda política de la mayoría de los países, la fallida estructura de la administración
pública y los exiguos presupuestos de los países para hacer la gestión del agua. La
cruda realidad de esta mezcla afecta a una de cada seis personas que hoy no tienen
acceso a agua limpia y segura en el mundo, mientras que uno de cada tres no tiene
acceso a un excusado o letrina. En términos aritméticos, esta tragedia envuelve a no
menos de dos mil doscientas millones de personas en el planeta.
Entre los profesionales del agua, cada año tomamos turnos para recalcar la importancia que tiene la
gestión del agua y los ecosistemas, agua para la producción de alimentos, la escasez del agua, los
eventos extremos, ahora el saneamiento y así por delante. Lo preocupante es que la Década del Agua
para la Vida, que comenzó en 2005 y termina en el 2015, inevitablemente dejará fuera muchos temas
importantes dentro de la llamada gestión integrada de los recursos hídricos. Hay que reconocer que se
están haciendo esfuerzos para colocar las varias facetas del tema en la agenda política de los países
por parte de Naciones Unidas, el Sistema Interamericano, las redes de colaboración y otros esfuerzos
aislados e incluso personales. Sin embargo, habrá que analizar pragmáticamente porqué estos
esfuerzos han sido tan poco efectivos, si tomamos como indicador el crecimiento de las inversiones en
agua potable y saneamiento, que es quizás el sector más emblemático entre los usuarios del agua y el
más visible ante la sociedad.
Para resolver los desafíos del saneamiento habría que atacar la problemática en una forma integrada,
coordinada y frontal, con las consideraciones ambientales, sociales, energéticas, las necesidades
alimentarias, y por último y no menos importante, las consideraciones éticas y culturales. Esta
conclusión aparece en la mayoría de las declaraciones de innumerables reuniones sobre el tema, y
pocas de ellas han tratado de profundizar en saltar del discurso a la práctica. Las pocas veces que esto
se ha intentado, pareciera que los caminos que conducen a poner en práctica tal integración choca con
las agendas institucionales y los intereses creados a partir de la supuesta “responsabilidad” por el
tema, como si el agua fuese apenas un recurso a administrar por tal o cual agencia internacional, el
ministerio usuario tal dentro de un país, o la organización ambiental (pública o no gubernamental) que
se autodetermina como el guardián del agua. Tal dicotomía se presenta en los mismos ademanes de
sus voceros, y si esto le llama la atención, simplemente ponga atención en la próxima reunión del
agua que tenga en agenda. Como alguien apuntó en una reunión reciente, el principal problema en la
gestión del agua es que es un recurso natural que le pertenece a todos pero al mismo tiempo no es de
nadie, pues a la hora de resolver un desafío conectado con su gestión, la culpa siempre es de otro.
En términos estrictos de la escasez, se trata de una situación más o menos trivial desde el punto de
vista del balance hídrico global, pues tenemos sobre la faz de la Tierra más o menos la misma
cantidad de agua que siempre hemos tenido. Sin embargo, ahora somos más gentes con mayores
necesidades de uso y desafíos para llegar al agua, y al mismo tiempo somos más utilizándola como
vehículo de evacuación de cuanta porquería producimos, y esto afecta principalmente las regiones de
mayor concentración demográfica y los ríos que atraviesan las ciudades y recogen sus drenajes. Esta
debacle también se extiende a las regiones rurales, donde las condiciones de saneamiento se hacen
más precarias, convirtiéndose en un factor adicional de migración hacia las ciudades, dejando a
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Ingeniero industrial y de sistemas; Fundador y miembro del directorio de la Red Interamericana de Recursos Hídricos
(RIRH). E-mail: apalombo@infohydro.com. Actualmente, asesor del Consejo Nacional de Recursos Hídricos del Ecuador.
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quienes permanecen allí viviendo lo hacen en condiciones insalubres, con terribles consecuencias para
la manutención de la calidad de vida y la integridad de los ecosistemas.
Otra trivialidad frecuentemente ignorada es que, al no tratar el agua adecuadamente después de usarla,
la escasez se traduce en la falta de calidad del agua disponible y accesible, lo que a su vez nos
enferma y nos hace aún más subdesarrollados, vulnerables y divididos social y económicamente. A
esto habrá que agregar las incertidumbres de la disponibilidad hídrica ante los efectos del cambio
climático, sobre el cual conoceremos un informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climático (IPCC) que está por salir a la luz pública, resaltando las cuestiones del cambio climático
sobre los recursos hídricos, y ciertamente, sobre temas conexos como el saneamiento y la salud
pública.
Puede parecer cínico, pero en este Día Mundial del Agua tenemos el mayor monumento que nos
recuerda su celebración en la mayoría de nuestras casas y lugares de trabajo: el excusado. En un
artículo reciente de Mario Vargas Llosa, el escritor y ensayista peruano expone elocuentemente sus
propiedades, como un dispositivo de “saneamiento ambiental” utilizado por dos terceras partes de la
humanidad, punto de partida de la gran debacle de la degradación ambiental, que se manifiesta en los
ríos, lagos y humedales, que reciben nuestras porquerías sin ningún tratamiento. El daño “colateral”
de las aguas inmundas sigue su camino más allá de estos cuerpos de agua, hasta alcanzar las vísceras
de los cuerpos de la otra tercera parte de la humanidad, la más vulnerable al mismo tiempo. Como
dice en su prosa, “uno de los aspectos más sombríos de este asunto es que, en gran parte debido al
asco y la repelencia que todo lo relacionado con la mierda despierta en los seres humanos, los
gobiernos y los organismos internacionales que promueven el desarrollo no suelen darle la prioridad
que debería tener; lo frecuente es que lo subestimen y dediquen presupuestos insignificantes a planes
de saneamiento.”
Quizás este rechazo se debe a que muchos de nuestros tomadores de decisiones probablemente jamás
han sufrido la humillación de hacer sus necesidades en medio de la pestilencia cotidiana que
experimenta aquel lejano tercio de la humanidad, pero que se encuentra bien cerca en la mayoría de
los países en desarrollo. Como dice Vargas Llosa, “hay que vivirlo”. El hecho es que, habiendo
celebrado cuatro Foros Mundiales del Agua, seis Diálogos Interamericanos sobre la Gestión del Agua
e incontables reuniones internacionales, las inversiones globales en el tema del agua han disminuido
notablemente desde 1999, y América Latina y el Caribe no es excepción. No ha sido entonces por
falta de ganas y esfuerzos de sensibilizar a los tomadores de decisiones para que pongan el agua en la
agenda política de los países, particularmente en la última década. Según cifras del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), hay buena disposición de los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para invertir, pero los montos comprometidos son
insuficientes, la participación del sector privado ha disminuido (aunque en el mejor escenario fue del
5% a 10%), por lo que la inversión pública (reflejada en el nivel de préstamos de los bancos
multilaterales) también han disminuido para el tema del agua. Y todo esto sucede en plena Década
Mundial del Agua.
Nada de esto es nuevo. Desde los días del Club de Roma, con su famosa proyección del crecimiento
demográfico en marzo de 1972, ya se apuntaban las tendencias y los problemas económicos que
amenazan a la sociedad de consumo global. Fue una verdadera lástima que los modelos World3 del
Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) bajo la tutela de Dennis Meadows, no incluyeran una
relación más conspicua sobre el uso del agua en el desarrollo, aunque pudiera hacerse la inferencia
que la crisis de suministro de agua apropiada para la agricultura y la salud – debido a la
contaminación – sería gran parte de la causa del agotamiento de los alimentos hacia 2100.
Si bien es cierto que los modelos de MIT se quedaron cortos en el cálculo de nuevas reservas de
petróleo – razón más citada por los escépticos para tildar “Los Límites del Crecimiento” como
imprecisos y alarmistas– la innovación y la necesidad de encontrar nuevas fuentes de hidrocarburos
indujo el desarrollo tecnológico que permitió identificar reservas que extienden el plazo medio a una
centuria, lo que haría más factible encontrar nuevas fuentes energéticas y usos más eficientes de los
combustibles fósiles. Otra lástima es que debido a la geopolítica actual del petróleo, los intereses
creados alrededor del lobby de los productores de petróleo, la miopía tecnológica de los fabricantes de
vehículos, y por otra parte, la ansiedad de los gobiernos en suplirse rápidamente a partir de fuentes no
sustentables, no se haya logrado transformar de forma más agresiva la matriz energética mundial, con
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otras fuentes de energía más sustentables y limpias, como la eólica, solar, aparte de las singulares
realidades de algunos de los grandes productores petroleros, donde persiste un ambiente político
inestable, incierto y que no vislumbra salidas en el corto plazo. Obviamente, la consideración de
nuevas represas y centrales hidroeléctricas deben formar parte de la matriz energética, siempre que las
consideraciones ambientales y sociales estén cubiertas y la sociedad asuma el costo de construirlas.
Esta evolución en fuentes energéticas alternas es trascendental para hacer más accesible el
saneamiento, dado que el componente energético para llevar el agua hasta el grifo de cada hogar y
después evacuarlos y tratarlos constituye entre el 20 y el 60% de su costo, dependiendo de la distancia
de las fuentes, la necesidad de bombeo, en caso de aquellas ciudades por encima de la altura de las
fuentes, y la tecnología de tratamiento escogida. Dicho en otros términos, la migración a los grandes
centros urbanos, donde ya existe una acentuada crisis de saneamiento, aumenta la presión sobre las
fuentes energéticas tradicionales y agrega sustancialmente a la problemática ambiental y económica
embutida en el esfuerzo a proveer a los ciudadanos de agua limpia y segura. Mientras, muchos
gobiernos optan por la solución simple de suplir sus necesidades energéticas inmediatas con plantas
termoeléctricas, dejando de lado los emprendimientos para proveer energía a partir de fuentes
alternas, con las debidas consideraciones ambientales en su lugar. El efecto geométrico de los costos
de la energía de origen fósil en las cadenas productivas y la prestación de servicios públicos se hace
sentir ante el auge de los precios del petróleo, y de esa forma la espiral de los costos de los servicios
de agua potable y saneamiento continuarán hundiendo el tema en las prioridades programáticas de los
gobiernos, ante la necesidad de suplir otras necesidades, que sin duda también son importantes, como
la salud y la educación.
Por otro lado, la relativa buena noticia para quienes aún apuestan a las fuentes fósiles es que los
nuevos modelos World3Plus (un esfuerzo renovado de MIT para actualizar las proyecciones del Club
de Roma) ya estiman que podemos “correr la arruga” un trío de generaciones adicionales en lo que
refiere a la disponibilidad de hidrocarburos. Aunque tal hallazgo no haya sido vaticinado por los
modelos de Meadows hace 36 años, tampoco fueron los efectos de los gases de efecto invernadero, el
cambio climático y sus efectos perversos sobre el agua, el medio ambiente global… y la dignidad
humana. El mismo Meadows apuntó hace un par de años que estamos llegando al cenit de la crisis
del agua. Cita que hasta 1997, China era autosuficiente en cuanto a la comida y ahora son el mayor
importador de cereales del mundo, y ahora está comprando granos donde mismo están comprando los
otros países para alimentar a una sexta parte del mundo, lo que significa presiones adicionales sobre el
agua para la agricultura en un mundo más interconectado y afectado por el cambio climático, y sujeto
a las presiones adicionales que trae la utilización de los granos para la producción de biocombustibles.
Nada de esto estaba en las predicciones de World3 en 1972, pues por la admisión del propio
Meadows, “el futuro siempre cambia”. Con el advenimiento de los biocombustibles, se robustece la
mezcla con combustibles fósiles para el transporte y la generación eléctrica, pero habría que analizar
el impacto sobre tal competencia entre las necesidades alimentarias y las energéticas, así como la
expansión de la frontera agrícola. Por sus características propias, la producción de biocombustibles
necesita de nuevas y mayores áreas de cultivo en escalas que hacen poco atractiva la participación de
pequeños productores, aparte de las consideraciones ambientales y sociales, que pueden acelerar aún
más las estadísticas de migración a los centros urbanos, y concentrando las necesidades de
saneamiento y haciéndolo más costoso. Según cifras de la OMS y el PNUMA, el costo de adecuación
del saneamiento en el ámbito urbano asciende a unos $800 por persona, mientras que en el medio
rural costaría unos $160.
Muchas de estas lecciones de los “Límites del Crecimiento”, por sus aciertos o vaticinios no
cumplidos, han alimentado el absurdo de los tomadores de decisiones quienes en nombre de miles de
millones de otros han relegado a un segundo o tercer plano las prioridades de inversiones necesarias
para la gestión e infraestructura apropiada que lleve agua segura y saludable a las 2.2 mil millones de
personas que carecen de ella, y prescindir de un tratamiento adecuado después de utilizarlas y
devolverlas al entorno, más allá de las consideraciones financieras y ambientales ya expuestas. Otro
absurdo se tropieza en comparar la importancia del petróleo con la del agua, al ignorar que el agua es
esencial para la vida, pues no tiene reemplazo, en contraste con el petróleo que sí tiene substitutos
como fuente energética, escenario no considerado por Meadows inicialmente, pero al fin y al cabo
innegable hoy día. Si bien pudiera argumentarse que la necesidad es la madre de la invención, que
nuestros investigadores encontrarán las tecnologías para desalar y potabilizar las aguas para llevarlas
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donde sean necesarias, aún queda por resolver el problema de depurar lo que lanzamos por el
excusado y en el tarro de la basura doméstica diariamente, antes que convirtamos al planeta en un
vertedero de magnitud global.
De una forma indirecta, esta realidad por acontecer fue abordada en los escenarios de la Visión
Mundial del Agua, un esfuerzo muy singular y significativo coordinado por Bill Cosgrove y Frank
Rijsberman, en el año 2000. Aparte de sintetizar los efectos de la crisis del agua, este ejercicio apuntó
hacia una característica común en todos los escenarios evaluados. La disponibilidad hídrica per
cápita disminuirá de 6600 metros cúbicos anuales a unos 4400. Eso significa que para el 2025, de
una forma u otra, tendremos que arreglárnoslas con un tercio menos de agua, mientras nuestras
tendencias en los últimos 100 años la población del mundo se ha triplicado, pero ¡el uso del agua para
fines humanos se ha sextuplicado!
Ante tal pronóstico, la mayoría de los escenarios trazados por diferentes esfuerzos de prospectiva
apuntan a la necesidad de encontrar nuevas formas de tratamiento que sean eficientes desde el punto
de vista energético, que utilicen el mínimo posible de aditivos químicos de difícil disposición en el
medio ambiente, y obviamente, a costos accesibles que permitan llevar este tratamiento a los sectores
más necesitados. En la Visión Mundial del Agua, también se apunta a que los países más pobres
serán más vulnerables al estrés hídrico, dado que ya estas regiones acceden anualmente apenas a
menos de 1700 metros cúbicos de agua per capita, condicionando sus posibilidades de desarrollo con
tecnologías actualmente accesibles. Entonces, ¿Qué futuro les aguarda en relación a otras regiones del
mundo, donde el consumo del agua también crecerá más rápido que su capacidad de tratarla
adecuadamente?
Habría que pensar si el tema de la semana del agua de este año está dirigido a la audiencia más
apropiada, sin desestimar las buenas intenciones de nuestros colegas en Naciones Unidas en pasar un
sentido de urgencia a la sociedad, aunque tal urgencia es parte del día a día de los cientos o miles de
millones de personas que viven en la sequía crónica de zonas desérticas, desertificadas o en el tandeo
de los centros urbanos con su crisis de infraestructura de suministro del agua y saneamiento. A ellos
poco habría que sensibilizarles sobre la importancia del agua limpia, pues además de no tener acceso
seguro a ella, conocen íntimamente la vulnerabilidad de convivir con su propia porquería, ante la falta
de suficientes colectores (si es que tienen los excusados) o letrinas secas que arrastren sus
evacuaciones bien lejos, donde no se puedan oler, pisar o ingerir de nuevo. Y quien sabe que pasa al
final del colector, pues una cosa es llevarse la porquería lejos, y otra es disponer de ella en algún lugar
donde afecte la salud de otros o incluso altere el medio ambiente. O sea, sin soluciones integrales de
tratamiento, lo que se hace frecuentemente es cambiar la porquería de lugar, y tales soluciones
terminan costándonos más caro a todos por igual.
Lo más lógico es que apuntemos a pasar el mensaje a quienes controlan los presupuestos y las
prioridades nacionales, quienes aún piensan que el agua es un insumo a contabilizar, a otorgarle un
valor económico (y no es que no lo tenga, pero tiene otra valorización que no puede ser ignorada, en
términos sociales y culturales, por ejemplo). Si ese es el lenguaje que entienden y que puede ayudar a
resolver el problema, pues que así sea. Si ya existen cuentas nacionales para la agricultura, la energía
y la salud, tres sectores que encabezan la lista de los usuarios del agua, habrá que bajar un peldaño en
las cuentas nacionales para incluir el agua como recurso, y comenzar a contabilizar cuanto se gasta en
“no manejarla” adecuadamente, en “no invertir” en el desarrollo de tecnologías de tratamiento, y
cuanto representa la ausencia de esos procesos de tratamiento en términos de seguridad alimentaria,
energética y salubridad, respectivamente. Tomando el caso del brote del cólera en el Perú de 1991, se
estima que la epidemia mató a 3 mil personas en 15 meses y le costó más de 770 millones de dólares
al país, un monto que sobrepasó al total de inversiones en saneamiento en los 10 años anteriores al
brote. Entre un brote epidémico y otro, la triste realidad es que alrededor de 4 niños mueren cada
minuto en países en desarrollo de enfermedades causadas por agua peligrosa y saneamiento
inadecuado en todo el planeta.
Hay que recalcar que la solución a tal problemática no es apenas la falta de dinero, o simplemente
reorientar prioridades programáticas en los presupuestos. De hecho, en los altos y bajos de las
inversiones en obra pública, el saneamiento tuvo períodos de suficiencia presupuestaria, que no fue
acompañada de un marco institucional y técnico adecuado. Muchas obras de infraestructura de agua
potable y saneamiento fueron instaladas y luego abandonadas debido la falta de operación y
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mantenimiento. Para poder revertir esta situación, los países necesitan modernizar sus políticas
públicas para la gestión del agua y estructurarlas en forma sistémica, en los que se otorguen
atribuciones claramente definidas y diferenciadas a las instituciones encargadas de la rectoría de las
políticas hídricas y por otro lado, a las instituciones encargadas de la implementación de dichas
políticas. Igualmente importante, la ejecución de las políticas está distribuida en forma transversal
pero con criterios integrados, respetando los enfoques sectoriales, y entre ellos, el sector de agua
potable y saneamiento se destaca por su contacto cotidiano e intenso con la ciudadanía, situado lo más
cerca posible, o sea, en la esfera local.
A esto hay que agregarle que muchos recursos para el saneamiento se cuelan entre las grietas de los
costos de transacción, en la burocracia de controlar soluciones a distancia, cuando la mayoría de las
experiencias más o menos exitosas tienen como denominador común la aplicación de esfuerzos y
recursos locales. Muchos países aún insisten en centralizar las inversiones en saneamiento, y esto no
se limita apenas a la construcción de grandes obras de infraestructura sino a la construcción de
capacidades técnicas e institucionales para lidiar con el problema desde la menor distancia posible y
con la mayor y más rápida capacidad de respuesta. Desde los programas de salud pública hasta la
administración de los sistemas de agua potable y saneamiento, el mayor impedimento continúa siendo
la inmensa burocracia impuesta por las políticas gubernamentales con las correspondientes cuotas de
poder en el control presupuestario, muchas veces insensibles a la tragedia que viven los ciudadanos en
convivencia con sus desechos.
Todos estos ejemplos apuntan a lo siguiente: La escasez del agua y del saneamiento adecuado se
deben principalmente a la escasez de sensibilidad y sentido común de nuestros tomadores de
decisiones en los altos escalones de gobiernos, particularmente en los despachos de planificación,
hacienda y finanzas, pues ellos son los controladores de las decisiones en los bancos multilaterales y
la adjudicación de los presupuestos nacionales, a pesar del clamor de los Foros, Diálogos del Agua, y
compromisos adquiridos en cumbres regionales realizados hasta hoy. Pareciera que algunos de estos
conciudadanos nunca han conocido de cerca la carestía crónica del agua, ni mucho menos conocen a
alguien cercano que haya pasado por la humillante situación de hacer sus necesidades a la intemperie,
en medio de moscas y expuestos a posibles “enfermedades hídricas”, incluso en las grandes ciudades.
A forma de mea culpa, a quienes trabajamos en el tema del agua también nos ha faltado contundencia
y la articulación del verbo, para comunicar de la forma más fehaciente, directa y simple que significa
la gestión del agua para la vida, para la economía, y para todos los procesos de transformación y
producción, y cuanto cuesta “no” tenerla y “no” manejarla, incluso para mantenernos limpios y sanos.
Nos envolvemos en interminables tertulias de aguas de todos los colores de arco iris (verde, azul,
marrón, blanca, negra, gris), y al final quien es daltónico a todo este lenguaje de convolución se aparta
del entendimiento de conceptos tan simples como “agua limpia”, “agua sucia”, que agua está en el río,
y cual está en las plantas.
Sin embargo, más y mayores reuniones para elevar el tema de la importancia del agua para el
desarrollo sostenible se siguen realizando, con léxicos nuevos y complicados para el ciudadano
común, y el blanco de los remedios apuntan hacia los mismos de siempre, hacia los “gobiernos”, hacia
“las instituciones”, y se olvidan que la misma lógica que se utilizó para llegar a la situación actual es
la que misma se pretende utilizar para corregir rumbos y encontrar soluciones, quizás con un cambio
de nombre, o una “nueva forma de pensar” que falla de nuevo, pues al no profundizar sobre lo básico
y ético no pasa de ser más que un eufemismo.
De allí se explica gran parte de la escasez de recursos financieros para la gestión del agua como un
todo, y específicamente del saneamiento, se derivan de la escasez de incentivos para encontrar las
políticas y tecnologías que nos permitirían tratar nuestras heces apropiadamente, usar el agua eficiente
y sustentablemente y así ofrecer la oportunidad a cada ser humano de alcanzar una longevidad digna y
apartada de su propia inmundicia y más cerca de la felicidad a la que tiene derecho, tal como dicen las
constituciones y el sentido común, el menos común de los sentidos, que se entupe por no querer
enfrentar con el olfato lo que sufren un tercio de nuestros prójimos.
Quito, Ecuador, 10 de marzo de 2008
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