Índice «Buscad el Reino de Dios y su Justicia» Omraam Mikhaël Aïvanhov Primera Parte La oración dominical: «Padre nuestro que estás en los cielos» Segunda Parte «Así en la tierra como en el cielo» 1 «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» 2 «En el comienzo era el Verbo» 3 «Así en la tierra como en cielo» 4 Del sol a la tierra: cómo el pensamiento se realiza en la materia Tercera Parte «Sois el templo del Dios vivo» 1 El cuerpo, instrumento del espíritu. Cuadro sinóptico 2 La meditación 3 La oración 4 El arte y la vida 5 Respirar: armonizarse con los ritmos del universo 6 Los ejercicios de gimnasia y la Paneuritmia 7 «Sois el templo del Dios vivo» Cuarta Parte «Buscad el Reino de Dios y su Justicia» 1 El Reino de Dios y su Justicia 2 La política a la luz de la Ciencia iniciática 3 Aristocracia y democracia: la cabeza y el estómago 4 Volver a pensar la economía 5 La distribución de las riquezas Comunismo y capitalismo 6 En el origen del oro, la luz 7 «… y lo demás se os dará por añadidura» Quinta Parte «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» 1 ¿Qué significa «amar a su prójimo»? 2 «Amad a vuestros enemigos» Sexta Parte «En espíritu y en verdad» 1 Los principios y las formas 2 La verdadera enseñanza de Cristo 3 La magia divina 4 El sol, símbolo de la religión universal Séptima Parte «Mi padre trabaja y yo también trabajo con él» 1 Un nuevo sentido de la palabra «trabajo» 2 El equilibrio entre lo material y lo espiritual 3 Las leyes del trabajo espiritual 4 El hombre en el cuerpo cósmico 5 «Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» Octava Parte «Después vi un nuevo cielo y una nueva tierra…» 1 El nuevo cielo y la nueva tierra 2 Hacer descender divinidades a la tierra 3 La entrada en la familia universal 4 «Y me mostró la gran ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo» Omraam Mikhaël Aïvanhov «Buscad el Reino de Dios y su Justicia» Evangelio según San Mateo 6:33 © Copyright 1998 reservado a Ediciones Prosveta S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación, edición, copias individuales, audiovisuales, o de cualquier otro tipo, sin la autorización del autor y del editor. Ediciones Prosveta S.A. –B.P.12- 83601 Fréjus Cedex (Francia) ISBN Ebook 9782818401361 Siendo la enseñanza del Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov estrictamente oral, la presente obra constituye el segundo tomo de síntesis redactado a partir de conferencias improvisadas. El editor Omraam Mikhaël Aïvanhov Primera Parte La oración dominical: «Padre nuestro que estás en los cielos» «Al hacer oración, no repitáis palabras inútiles… Vuestro Padre ya sabe lo que necesitáis, antes de que se lo pidáis. Por eso, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación, líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén». Desde hace dos mil años, los cristianos, después de Jesús, repiten estas palabras, palabras muy simples, incluso demasiado simples para algunos. En realidad, en esta oración que llamamos el «Padre nuestro» o «La oración dominical», Jesús puso una ciencia muy antigua que existía mucho antes que él y que él había recibido de la Tradición; pero esta ciencia está allí tan condensada, tan resumida, que es difícil captar inmediatamente su profundidad. Un Iniciado procede como lo hace la naturaleza. Observen: un inmenso árbol con sus raíces, su tronco, sus ramas, sus hojas, sus flores y sus frutos, la naturaleza logra resumirlo magníficamente, magistralmente, en un pequeño núcleo, un pequeño grano, una semilla. Toda esta maravilla que constituye el árbol, con sus posibilidades de producir flores y frutos, de vivir mucho tiempo, y de resistir a la intemperie, todo eso está escondido en una semilla que se siembra bajo tierra. Pues bien, Jesús obró de la misma manera: toda la ciencia que él poseía quiso resumirla en el «Padre nuestro», con la esperanza de que aquellos después de él que la recitaran y que meditaran sobre ella, la sembraran en el fondo de su alma como un grano que regarían, protegerían, cultivarían, a fin de descubrir ese inmenso árbol de la Ciencia Iniciática que él nos dejó. Católicos, protestantes, ortodoxos, anglicanos… todos los cristianos repiten esta oración, pero sin haber profundizado muy bien en su sentido. Por eso, algunos no la encuentran ni muy rica, ni suficientemente elocuente, mientras que ellos, en cambio, han fabricado otras oraciones, impresionantes, poéticas, completas… ¡interminables!, de las que se sienten muy satisfechos. Pero, ¿qué contienen éstas realmente? No gran cosa, ciertamente. Tratemos, entonces, de ver cuál es el significado de esta oración que Jesús dirigía a su Padre celeste. No se puede decir todo, es de un alcance inmenso, realmente, pero trataré de conducirlos sobre la vía. «Padre nuestro», estas dos primeras palabras encierran ya un significado increíble, pues representan una revolución en la historia de los hombres. Por primera vez, alguien vino a decirles que Dios no es ese maestro lejano y terrible ante el cual debían temblar, sino que Él es su padre, es decir, un ser que los ama y que, a pesar de sus errores, está siempre dispuesto a acogerlos con bondad e indulgencia1. Y puesto que decimos «Padre nuestro», es porque todos los seres humanos son sus hijos y a cada uno, sin excepción, sin distinción, le debe ser reconocida la dignidad de hijo y de hija de Dios. De este Padre, Jesús dice que está «en los cielos». Esto quiere decir que existen muchas regiones en el espacio. Esas regiones celestes son las diez sefirot de la tradición judaica: Kether, Hochmah, Binah, Hesed, Geburah, Tipheret, Netzach, Hod, Iesod, Malkut2. Innumerables creaturas pueblan estas regiones, y son ellas las que menciona la tradición cristiana, heredera de la tradición judía, bajo el nombre de las jerarquías angélicas: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potencias, Principados, Arcángeles, Ángeles, Almas Glorificadas. Como pueden ver, tan solo estas pocas palabras nos descubren un horizonte infinito. «Padre nuestro que estás en los cielos»: si Él está en los cielos, significa que nosotros podemos también estar allí, pues allá donde está el padre, el hijo estará un día. Una inmensa esperanza se encuentra en estas palabras, la esperanza de un porvenir glorioso. Dios, el Maestro del cielo y de la tierra, es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos, sus herederos. Si somos conscientes de ello, y a medida que nos mostramos dignos, Él nos dará reinos, nos dará todo. «Santificado sea tu nombre». Dios tiene entonces un nombre, y dirigiéndose a él, Jesús comienza por mencionar dicho nombre, que está por encima de todo y de todos los nombres. De ese nombre, Jesús pide que sea santificado; pero para poder santificarlo, es preciso, al menos, conocerlo. A diferencia de los cristianos, que no nombran jamás a Dios, los judíos le han otorgado varios nombres. Y Jesús, heredero de una larga tradición, sabía que Dios tiene igualmente un nombre, misterioso y desconocido para los profanos3. Cuando una vez al año, el gran sacerdote pronunciaba ese nombre sagrado en el santuario del templo de Jerusalén, su voz debía ser cubierta por el ruido producido por toda clase de instrumentos: flautas, trompetas, tambores, platillos, con el fin de que el pueblo, reunido ante el templo, no pudiera escucharlo. En las traducciones del Antiguo Testamento, este nombre se escribe Yahvé o Jehová, pero, en realidad, no se trata más que de una aproximación. Solo se sabe que él está compuesto por cuatro letras, Iod, He, 4. Por ello, dicho nombre es llamado el Tetragrama (del Vav, He griego tetra: cuatro, y grama: letra). Los judíos lo escriben pero no lo pronuncian, y cuando aparece en el texto bíblico que deben leer en voz alta, dicen, en su lugar, «Adonaï»: el Señor. Ahora, ¿por qué el nombre de Dios tiene cuatro letras? En primer lugar, es necesario comprender que en el pensamiento de los antiguos sabios y místicos judíos y, luego, en el de los cabalistas, las letras del alfabeto no son simples signos arbitrarios, destinados a transcribir las palabras de una lengua. Ellas representan los elementos, las potencias, por medio de cuyas combinaciones, Dios creó el universo. Y, entre esas letras, escogieron cuatro que les parecieron traducían de mejor forma la esencia de Dios y de la creación: Iod es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, ligeramente más grande que un punto. En esta letra, que tiene la forma de un germen, de una chispa, los cabalistas vieron la expresión del principio masculino, emisivo, creador, el punto central, la fuente de toda manifestación. Es el Espíritu cósmico, el Padre celeste. He representa el principio femenino, receptivo, que atrae, absorbe, protege, y permite al principio creador trabajar en ella. Es el Alma universal, la Madre divina, la Materia primordial. De la unión del Padre celeste, el Espíritu, y de la Madre divina, la Materia, nacen hijos. Estos hijos están simbolizados por las letras Vav, el hijo, que es una prolongación del Padre, el Iod, como lo muestra la escritura misma de la letra, y por el segundo He, la hija, que es la repetición de la Madre. En las cuatro letras del nombre de Dios , los cabalistas han reunido los principios fundamentales que actúan sobre el universo y de los cuales el ser humano es, en sí mismo, repetición, pues en el ser humano hay también un padre: el espíritu; una madre: el alma; un hijo: el intelecto; y una hija: el corazón. Otras religiones han dado diferentes nombres a Dios, y los cabalistas mismos, Le han asignado otros nombres, pero el Tetragrama representa la síntesis más amplia, ya que contiene toda una enseñanza sobre el Creador, la creación y las creaturas. Por ello, los cabalistas presentan, algunas veces, el Tetragrama bajo esta forma: Por medio de este triángulo, en el que se inscriben las letras del nombre de Dios, los cabalistas quisieron mostrar que, en el origen, se encuentra el espíritu, el principio masculino. Para manifestarse, debe descender, y descender significa no permanecer encerrado en sí mismo, sino proyectarse hacia fuera. A la letra Iod corresponde la región que los cabalistas llaman Olam Atsilouth (mundo de las emanaciones). Esas emanaciones, que el espíritu ha proyectado fuera de sí mismo, constituyen el principio femenino, la materia sobre la cual debe crear. Y a las letras Iod He corresponde Olam Briah o mundo de la creación. Posteriormente, este descenso continúa con la letra Vav , ya que crear es un proceso espiritual y hace falta, aún, que la creación se diferencie y se materialice en formas. Iod He Vav corresponde a Olam Ietsirah (mundo de la formación). Finalmente, para que la encarnación, la realización material sea completa, hay que llegar hasta el plano de la acción, Olam Assiah, Iod, He, Vav, He . Cada letra que se suma a las anteriores significa que el espíritu desciende cada vez más en la materia hasta el plano físico, para animarlo y vivificarlo. De esta forma, el nombre de Dios nos enseña que no existe oposición, ni separación entre el espíritu y la materia. Cualquiera sea el número de letras que se suman a él para expresar el descenso hacia la materia, el Iod está siempre allí, el espíritu está siempre presente; y si la materia existe, es porque ella es una emanación, una concreción del espíritu. La tradición cabalística enseña también que el nombre de Dios está compuesto por 72 nombres o potencias que se derivan del valor numérico de cada letra del Tetragrama, porque, en hebreo, se utilizan también las letras del alfabeto para escribir los números. De este modo, Aleph = 1, Beth = 2, Ghimel = 3… Por consiguiente, Iod, la décima letra = 10; He, la quinta = 5, y Vav, la sexta = 6. El conjunto de esos 72 nombres de Dios es llamado el Schem Hameforash, es decir, «el nombre en detalle». Y cuando se adicionan todas las letras del nombre de Dios inscritas en el triángulo, se obtiene 72. En otra representación, el número 72 se obtiene de la siguiente manera: el Iod y el Vav están conformados por 3 nudos cada uno, y los dos He por 9 nudos cada uno, lo que da 24 nudos. De cada nudo salen 3 florones, lo que resulta en un total de 72, y son estos 72 florones los que representan los 72 nombres de Dios. Algunos dirán: «¡pero todo esto es demasiado complicado! Desde nuestra temprana infancia repetimos «Santificado sea tu nombre», y nunca nadie nos había hablado de esta manera del nombre de Dios». Lo sé muy bien, y es normal que les parezca difícil al comienzo, pero ¿no vale la pena hacer un esfuerzo? De lo contrario, ¿cuál es la utilidad de pronunciar palabras carentes de sentido? Sinceramente, pregúntense, cuando repiten «Santificado sea tu nombre», ¿realmente le dan un contenido a estas palabras?... No, ¿verdad? Entonces, es casi inútil pronunciarlas. Y santificar, ¿saben ustedes lo que significa el verbo «santificar»? No se asombren si, para esclarecer esta pregunta, comienzo por recurrir a los cuatro elementos que constituyen la materia de nuestro universo: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu están en contacto con las fuerzas y las cualidades de los cuatro elementos. Cada uno de estos elementos está presidido por un Ángel. Es por esto que los Iniciados enseñan que quien quiere progresar en la vía de la espiritualidad debe pedir al Ángel de la tierra absorber los desechos de su cuerpo físico; al Ángel del agua lavar su corazón; al Ángel del aire purificar su intelecto; y al Ángel del fuego santificar su alma y su espíritu5. La santificación está, por consiguiente, unida al mundo más elevado del alma y del espíritu, que es el mundo del fuego, de la luz. En general, de un santo solo se piensa en una cualidad: la pureza; nunca se piensa en la luz, cuando, en realidad, la santidad no es más que una cualidad de la luz, de la luz pura del espíritu. Cualquiera sean sus demás cualidades, si un ser no posee la luz, no se puede decir de él que es un santo. Esta relación entre la santidad y la luz aparece claramente en las lenguas eslavas. En búlgaro, santo se dice svétia, y santidad svétost. Estas palabras tienen la misma raíz de svétlina, la luz. El santo, svétia, es un ser que posee la luz, svétlina: todo es claro en él, brilla, resplandece. Y es por esto justamente, que los pintores tuvieron la intuición de representar a los santos con una aureola de luz alrededor de su cabeza. Solo lo que es puro puede purificar, solo lo que es santo puede santificar; y puesto que la luz es, ella misma, santidad, únicamente la luz tiene el poder de santificar. En consecuencia, es en la luz más resplandeciente de nuestro espíritu, que debemos santificar el nombre de Dios y, para ello, es preciso conocerlo. Quienes conocen el nombre de Dios tienen el poder de dirigir las fuerzas de la naturaleza, y las fuerzas de la naturaleza le obedecen. Fue este nombre el que pronunció Moisés para permitir a los hebreos el paso a través del Mar Rojo, o para hacer brotar el agua del peñón de Horeb. Y delante de los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, Elías pronunció, igualmente, este nombre para hacer descender el fuego del cielo, que consumió el toro ofrecido en holocausto. Un nombre representa, resume, contiene la entidad que lo lleva consigo, y aquel que medita acerca del nombre de Dios y lo pronuncia, impregnándose de la santidad de su luz, es capaz de atraerlo, hacerlo descender en cada cosa, a fin de santificar, a través de él, todas las criaturas, todos los objetos, todo lo que existe. Les he dicho que el Tetragrama no se pronuncia, pero cada una de las letras que lo componen, Iod, He, Vav, He, puede pronunciarse. En el árbol sefirótico, Dios posee, incluso, otros nombres que corresponden a atributos diferentes. Y si prefieren pronunciar los nombres que otras religiones han dado a Dios: Allah, Ahura-Mazda, Brahma, Indra, etc., ¡háganlo! Lo esencial, es que lleguen, realmente, a santificar ese nombre en ustedes mismos, a fin de vivir en la alegría extraordinaria de iluminar todo aquello que toquen. Sí, la alegría más grande que existe en el mundo consiste en llegar a comprender esta práctica cotidiana y, por doquier, no pensar sino en bendecir, iluminar, santificar. Con solo pronunciar el nombre de Dios, escribirlo, ustedes se unen a las fuerzas divinas, y esas fuerzas pueden hacerlas descender al plano físico. Pero este trabajo comienza en la cabeza. Santificar el nombre de Dios concierne al espíritu, al pensamiento. Durante nuestras reuniones, me ven, a veces, escribir algunas palabras en una hoja de papel. Se trata de una oración: «Señor, que Tu nombre sea bendecido y santificado por la eternidad», pero yo la escribo en búlgaro: «Da bãdé blagosloveno i svéto, iméto ti, v'véka, Gospodi». ¿Por qué hago esto? Por mí, ¡porque me hace bien!... Y ustedes, también, a lo largo de la jornada piensen en santificar el nombre de Dios, pronúncienlo, escríbanlo. Obvio, el nombre de Dios ya está santificado en lo alto por los Ángeles, no serán ustedes quienes van a agregar gran cosa a la santidad del nombre de Dios. Pero les hará bien a ustedes y a otros también, pues estas palabras sagradas purificarán la atmósfera a su alrededor. «Venga a nosotros tu reino…» Este reinado de Dios, es decir, su Reino, que supone leyes, toda una organización, no podemos siquiera imaginarlo. Y no nos ayudarán en esa tarea, los reinos o los gobiernos de la tierra, con sus desórdenes, sus enfrentamientos, sus locuras. Algunas veces, llegamos a tener una sensación fugaz al respecto, cuando vivimos estados de consciencia de una gran espiritualidad. Sí, solo en esos momentos, comenzamos a comprender lo que es el Reino de Dios; pero no podremos tener una idea de él, si no comenzamos por encontrarlo en nosotros mismos. Con esta segunda petición, «venga a nosotros tu reino», descendemos al mundo del corazón. El nombre de Dios debe ser santificado en nuestra inteligencia, pero es en nuestro corazón, donde su Reino debe venir a instalarse. Antes de que pueda concretarse en un lugar material, es necesario que este Reino se convierta en un estado interior, hecho de armonía, de bondad, de generosidad, de desprendimiento. Nuestro trabajo consiste, entonces, en comenzar por hacer de nuestro corazón el Reino de Dios. Para ello, debemos limpiarlo de todos los parásitos que dejamos introducir allí, a fin de acoger al Señor y de otorgarle el primer lugar. Del corazón nacen los impedimentos más grandes para la llegada del Reino de Dios, puesto que el corazón está lleno de codicia, de deseos y sentimientos burdos: la avidez, los celos, el odio, el desprecio…Y esta codicia, estos deseos, estos sentimientos, que no cesan de expresarse, hacen de la tierra un campo de batalla. El Reino de Dios vendrá solo cuando los seres humanos alimenten en su corazón sentimientos fraternales los unos para con los otros: la comprensión, la indulgencia, el amor. Ustedes dirán: «pero hace dos mil años que la cristiandad trabaja por el Reino de Dios, ¿por qué, entonces, está tan lejos? ¡Tantas guerras, tanta hambruna, tanta miseria y tantas desgracias!...». Pues bien, justamente, es porque los humanos no saben trabajar. Pasan su tiempo hablando o escribiendo para señalar tal defecto, tal laguna: la mala organización, la incompetencia de los responsables, el dinero mal utilizado… Y supuestamente para mejorar la situación, quieren obligar a unos a hacer esto, impedir a otros hacer aquello, despedir a alguien para reemplazarlo por otro, crear comités o comisiones, etc. No cuentan sino con soluciones materiales, y para aplicarlas, no paran de enfrentarse entre ellos. ¿Cómo puede el Reino de Dios realizarse en estas condiciones? No sirve para nada que ustedes reciten: «Venga a nosotros tu reino», si no trabajan, en primer lugar, para introducir en su corazón la paz, la generosidad, el amor. Pues, incluso si admitimos que han encontrado estas cualidades fuera de ustedes, solo serán capaces de apreciarlas, de conservarlas, una vez las hayan realizado en ustedes mismos. De este Reino, en otro pasaje de los Evangelios, Jesús dijo que estaba cerca. Esto es cierto para algunos, y para ellos ya llegó, pero para la mayoría de los seres humanos no ha llegado y no vendrá ni siquiera en veinte mil años, si se contentan con esperarlo sin hacer ningún trabajo interior, ningún trabajo espiritual. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Toda la Ciencia iniciática se encuentra resumida en estas pocas palabras. Hermes Trismegisto dice en la «Tabla de Esmeralda»: «Como abajo así es arriba», es decir, que todo lo que existe en la tierra tiene su correspondencia arriba, en el mundo de los arquetipos. Hermes Trismegisto no dice que el mundo de abajo es absolutamente idéntico al mundo de arriba, sino que es «como», lo que quiere decir que es una imagen, una imitación, como la sombra que se parece al árbol pero que no es el árbol mismo, o como el reflejo de un espejo que es la imagen del hombre pero que tampoco es el hombre mismo. Entre el cielo y la tierra hay claramente diferencias en la densidad de la materia, las proporciones, los colores, las formas, etc., pero existe una analogía en la estructura, en la organización. Aunque imperfecto, el mundo de abajo puede mostrarnos el camino por seguir, a fin de reencontrar la realidad de arriba. Y como Jesús conocía esta ley de la analogía, dijo: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Hacer la voluntad de Dios significa crear un vínculo, una circulación de energías entre el cielo y la tierra, hasta que la armonía, el orden, la belleza, la luz y el amor que reinan arriba se instalen abajo, en la tierra, es decir, en nosotros mismos, ya que Jesús no hablaba de una tierra externa al hombre. En el cielo, la voluntad de Dios se ejecuta siempre sin ninguna discusión: las creaturas de arriba actúan en perfecto acuerdo con ella. No es éste el caso de los seres humanos, quienes utilizan la libertad que el Creador les ha dado para oponerse de todas las formas posibles al orden y a la armonía celestes. «Hágase tu voluntad» quiere decir que debemos hacer concordar nuestra voluntad con la voluntad que reina en el Cielo, puesto que el Cielo está en el primer lugar y allí debe permanecer. Es una lástima que la estructura de la lengua francesa [también en castellano6] no respete ese orden, como en griego, por ejemplo, lengua en la que se escribieron los Evangelios, o en búlgaro. En griego se dice: y en búlgaro: kakto na nébéto, taka i na zémiata. Lo que significa, literalmente: como en el cielo, así en la tierra. Allí, la comparación es expresada perfectamente, pues la tierra viene siempre en segundo lugar y es ella la que debe acomodarse, adaptarse, ajustarse al cielo. Para expresar esta idea, se puede recurrir a toda clase de imágenes, tomemos simplemente aquella del aparato de radio. La radio es de cierta forma un aparato receptor que debe adaptarse a un principio emisor. Digamos, entonces, que debemos considerar el cielo como el principio emisor, y la tierra como el aparato receptor, el plano físico, los seres humanos que deben aprender a armonizarse con las corrientes del cielo, a moldearse según las formas, las virtudes y las cualidades del cielo, para poder realizar en la tierra todo el esplendor del cielo. Alguien dirá: «¿Yo, preocuparme por la tierra? Eso no me interesa, prefiero pensar en el cielo». Pues bien, esto refleja que no ha comprendido la enseñanza de Cristo. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» significa que es preciso hacer un trabajo sobre la tierra. En el cielo todo es perfecto; es aquí, abajo donde no es maravilloso. Por consiguiente, hay que bajar y bajar a la materia conscientemente, audazmente, para dominarla, vivificarla, espiritualizarla. Nos corresponde a nosotros, los obreros, los obreros de Cristo, consagrarnos a esta tarea. No basta con repetir la oración y, después, por la forma en que se vive, impedir la realización de lo que se pide. Actuamos, a menudo, como quien dice a un visitante: «¡Entre, entre!» y, al mismo tiempo, le cierra la puerta en sus narices. Farfullamos: «mmmmmm»… y, luego al final, le cerramos la puerta al cielo y seguimos realizando actividades que no tienen nada que ver con la oración. ¡Es increíble esta inconsciencia! ¿ Y luego, irán a jactarse de que son cristianos? «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»: toda la magia divina, la teúrgia se encuentra inscrita en esta frase. Si el discípulo comprende la importancia de esta petición de Jesús, si trabaja por realizarla, llegará a ser, un día, un transmisor del cielo, será una imagen del cielo. Está escrito y es lo que el Señor espera de nosotros. Se preguntarán, «¿pero cómo podemos lograrlo?». Simplemente desarrollando todas las cualidades, todas las facultades que el Señor nos ha dado, a fin de ponerlas a su servicio, puesto que un día, Él nos pedirá cuentas de los dones que hemos recibido. En una parábola del Evangelio, Jesús habla de unos servidores a quienes, antes de partir, su amo confió una suma de dinero. Al primero, le dio tres talentos; al segundo, uno; y al tercero, cinco. A su regreso, les pidió cuentas. Los que recibieron tres y cinco talentos cada uno, se dedicaron a hacerlos fructificar, mientras que quien recibió uno, se contentó con enterrarlo bajo tierra. El amo, dice la parábola, lo hizo encarcelar, mientras que a los otros dos los recompensó. Del mismo modo, un día, el Cielo nos preguntará qué hicimos con las cualidades, los dones, las virtudes que nos fueron entregados. Si los enterramos, si por negligencia no los acrecentamos, seremos puestos en prisión, esto es, seremos limitados en nuestro desarrollo y perderemos esos dones. Mientras que si los hicimos fructificar, no solo seremos recompensados, sino que recibiremos otros dones más preciosos todavía. Desafortunadamente, lo que se observa con más frecuencia son creaturas con dones, posibilidades, pero puestos al servicio de su naturaleza inferior: el vientre, el sexo, la vanidad, el deseo de dominar a los otros, y que, ¡incluso quieren someter al cielo entero para satisfacer sus caprichos7! Sí, ¡los ángeles, los arcángeles, el Señor mismo no están allí sino para eso! Aun si no lo quieren admitir porque no son conscientes de ello, esto es lo que los cristianos hacen permanentemente: tratar de someter al Señor, en lugar de hacer su voluntad. Ser inconscientes, no es una excusa. No hay que permanecer inconscientes, es preciso convertirse en buenos servidores, de los que habla Jesús en la parábola, servidores desinteresados, que ponen todo lo que poseen en forma de facultades, talentos, o ventajas materiales, al servicio del Señor, para llegar a ser instrumentos de su voluntad. ¿Y por qué creen ustedes que vamos a contemplar la salida del sol? Para llegar a parecernos a él, para que la tierra, nuestro cuerpo físico, adquiera las cualidades del cielo, representadas en la luz, en el calor y en la vida del sol. Observando al sol, amándolo, vibrando al unísono con él, cada quien trabaja para llegar a ser un sol, luminoso, caluroso, vivificante8. En consecuencia, se trata de un método para realizar la petición: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», pero, obviamente, hay muchos otros. Nada puede ser más importante para el hombre que esmerarse en cumplir la voluntad de Dios. Se trata de un acto mágico. A partir del momento en que el ser humano decide ajustar su voluntad a la voluntad del Señor, su ser se encuentra ocupado, reservado. Si entidades tenebrosas quieren servirse de él, no pueden hacerlo, porque está cerrado a su influencia y, de este modo, preserva su libertad y su poder. Quien no está ocupado por el Señor, puede estar seguro de que otros tomarán su lugar, y de que, por lo tanto, estará a merced de las voluntades más interesadas, más anárquicas, que le causarán su pérdida9. Las tres primeras peticiones del «Padre nuestro» corresponden, entonces, a los tres principios fundamentales que constituyen la psiquis humana: primero el pensamiento, el intelecto, que debe poseer la luz para aclararlo todo y santificarlo; segundo el sentimiento, el corazón, donde debe instalarse el Reino de Dios, que es un reino de paz y de amor; y, finalmente, la voluntad, a fin de expresar y de repetir en nuestros actos el orden que reina en el cielo. El discípulo que se propone realizar estas tres súplicas recibe todas las bendiciones: vive en la luz y en el amor, y posee la fuerza. En los tres primeros versos de la oración dominical, se encuentra, pues, una aplicación de todo lo que yo les explico desde hace años, respecto a las tres virtudes que son los tres pilares de nuestra vida psíquica: la sabiduría, el amor y la verdad. «Santificado sea tu nombre»: la santificación es un acto ligado a la luz y, por lo tanto, a la sabiduría. La sabiduría ilumina y santifica las obras de Dios. Por medio de una comprensión justa, «santificamos» todo a nuestro alrededor. Y si está dicho que debemos santificar el nombre de Dios, es porque el nombre, que sirve para designar a los seres y las cosas, es considerado una síntesis de todos los elementos que contiene10. El nombre de Dios, que contiene, comprende toda la existencia, nos esclarece la estructura del universo. «Venga a nosotros tu reino»: el reinado de Dios, su Reino, es el amor perfecto. No existe un reino verdadero por fuera del amor; es el que asegura la cohesión de todas las partes. Sin amor un reino se desmiembra. Pero por la palabra «amor» no hay que entender ese sentimiento, más o menos efímero, que se experimenta por esta o aquella creatura. El verdadero amor es un estado de consciencia que se vive cada vez que se está en armonía con todo este universo que Dios ha creado. «Hágase tu voluntad»: quien, gracias a la sabiduría, ha llegado a santificar el nombre de Dios en sí mismo, y gracias al amor, ha llegado a establecer su Reino, hará necesariamente su voluntad. Hacer la voluntad de Dios es estar en la verdad. Y para que lo que acabo de explicarles no se quede solamente en teoría, les daré un ejercicio. Siéntense y pongan sus manos sobre las rodillas, hagan silencio y entren en paz interior, luego inhalen en seis tiempos, mientras pronuncian internamente: «Dios mío, que tu nombre sea santificado en mí». Retengan el aire en seis tiempos y pronuncien: «Que tu Reino descienda en mí». Por último, exhalen en seis tiempos y digan: «Que tu voluntad se cumpla a través de mí». Repitan este ejercicio cuatro o cinco veces diarias y después de algún tiempo, constatarán que algo en ustedes se ha iluminado, se ha ensanchado, se ha apaciguado. Estudiemos, ahora, la continuación de la oración: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Aquí comienzan las peticiones concernientes al hombre mismo. Las tres primeras se referían al Señor, pues siempre se debe comenzar por el Señor: conocer y santificar su nombre, desear la llegada de su Reino, hacer su voluntad, y ahora el hombre pide algo para sí mismo. Lo primero que pide es el pan. ¿Por qué el pan? Porque es el símbolo del alimento indispensable para su subsistencia. Pero el pan del que Jesús habla no es solamente el pan físico; en los Evangelios las alusiones que él hace a los alimentos se refieren, con mayor frecuencia, al plano espiritual que al plano físico, por ejemplo, cuando Jesús responde al Diablo que le pide transformar las piedras en pan: «El hombre no se alimenta solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios». O bien, en el Sermón sobre la Montaña: «Bienaventurados quienes tiene hambre y sed de justicia, pues serán saciados». O, incluso: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo». Claro, Jesús multiplicó cinco panes y dos peces para alimentar a la muchedumbre, pero, enseguida, dijo a la misma muchedumbre: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que subsiste por la vida eterna». Y este significado espiritual del alimento es mucho más claro al momento de la Cena, cuando bendijo el pan y el vino y los ofreció a sus discípulos, diciendo: «Tomad y comed todos de él porque quien come mi carne y bebe mi sangre tendrá la vida eterna». La primera petición que el hombre hace para sí mismo concierne al pan cotidiano, sin el cual no puede vivir, pero esto es incluso más verdadero en el sentido espiritual: todos los días, el hombre debe buscar ante Dios ese pan, es decir, la luz y el amor que alimentarán su alma y su espíritu. «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En realidad, la traducción exacta del texto del Evangelio es la siguiente: «Salda nuestras deudas como nosotros las saldamos a nuestros deudores». En efecto, cualquier trasgresión es comparable a un acto deshonesto por el que se debe después pagar. Aquel que, por ejemplo, abusa de la confianza o del amor de un ser, actúa como un ladrón que deberá devolver un día, de una u otra forma, todo aquello de lo que se apoderó ilegítimamente. La noción del karma se basa en esta verdad, venimos a la tierra a pagar por las trasgresiones cometidas durante las encarnaciones anteriores11. Aquel que ha pagado todas sus deudas puede no volver a reencarnar. Ahora bien, que se traduzca la oración por: «Perdona nuestras ofensas» o «Salda nuestras deudas», el punto esencial es la idea del perdón. Por primera vez en la historia de la humanidad, apareció la idea de un Dios misericordioso, de un Dios que perdona. El Dios del Antiguo Testamento, que Moisés presentó, no hablaba sino de venganza y de exterminación: los culpables eran castigados despiadadamente. E, incluso, si algunos dioses de otras religiones eran de un carácter menos vindicativo, no se había insistido nunca antes en la misericordia divina, como lo hizo Jesús. Esta idea de un Dios que perdona se desprende, lógicamente, de las dos primeras palabras de la oración: «Padre nuestro…». Dios nos perdona, porque un verdadero padre, aunque deba corregir a sus hijos para educarlos, los comprende y les perdona sus errores. Pero Jesús precisa: «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si Dios nos perdona porque somos sus hijos, nosotros también debemos perdonar a los otros, porque son nuestros hermanos. Si queremos obtener el perdón del Señor, debemos, en primer lugar, perdonar a los seres humanos. Esta idea de perdonar las ofensas es fundamental en la religión cristiana, porque ella se deriva de la enseñanza del amor aportada por Jesús. Los otros fundadores de religiones pusieron el acento, principalmente, en la justicia, en la sabiduría, en el saber, en el poder. Claro, ustedes me dirán que Buda trajo la compasión. Sí, pero ninguno insistió, como lo hizo Jesús, en el amor y en el perdón, que son los únicos que les permiten a los seres humanos vivir juntos. Frecuentando a los seres más simples e incluso a las prostitutas y a los criminales, Jesús trastocó todas las reglas12. Nunca antes se había visto esto: personas que la ley ordenaba lapidar o matar, él comía con ellas, las visitaba, y aceptaba ser invitado a su mesa. Por ello, quienes velaban por que la jerarquía social fuese respetada, no pudieron aceptar esta conducta, y cuando vieron que Jesús osaba revelar las verdades más sagradas a la muchedumbre, decidieron mandarlo matar. Jesús fue crucificado, porque trayendo la religión del amor y del perdón, derribó barreras que algunos interesados en ello, se esforzaban en mantener. Y si él volviera, se vería obligado a constatar que muchos que se dicen cristianos están todavía muy lejos de comprender y sobre todo de practicar esta enseñanza del amor. «No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal…». Muchas veces se me ha formulado esta pregunta: ¿pedir que Dios no nos deje caer en tentación no nos lleva a pensar que es Él quien nos tienta, nos empuja al mal? Existen otras versiones del texto: «No nos sometas a la tentación», «No nos dejes entrar en tentación», «No nos dejes sucumbir a la tentación», que revelan que este versículo produjo muchas dificultades en su traducción. Pregunté lo que decía exactamente el texto griego, porque el Nuevo Testamento fue escrito en griego, y se me respondió que el sentido era bien ése: pedimos a Dios que no nos deje sucumbir a la tentación. Pero Jesús hablaba en arameo, un dialecto semítico cercano al hebreo. Por consiguiente, no se molesten, pero pienso que las palabras de Jesús ciertamente no fueron relatadas correctamente. Si es importante saber cuál es el sentido de este versículo, es porque plantea el problema de la verdadera naturaleza de Dios. Sobre este tema, dos concepciones principales se enfrentan. Una que hace de Dios la causa de todo: Él es quien actúa siempre, a través de las manifestaciones que denominamos con el nombre de bien y de mal. Por el contrario, otra concepción presenta a Dios en permanente lucha con un adversario irreductible, el Diablo. Se preguntarán: «¿cuál es la verdad?». Yo les he hablado a menudo de esta cuestión y les he explicado que, en realidad, Dios está más allá del bien y del mal13. Entonces, si Él está más allá del bien, no es posible identificarlo con el bien; en cuanto a pensar que Él tiene un enemigo que no ha podido vencer, se trata simplemente de una aberración. Dios es el Creador y el Maestro del universo, y tanto los espíritus del mal (que se llamen diablos o por cualquier otro nombre), como los espíritus del bien, los ángeles, son sus servidores. Por tanto, cuando somos tentados, no es Dios quien quiere hacernos caer en trampas, sino que Él deja hacer al Diablo, que es su servidor. Lean, en el Antiguo Testamento, el Libro de Job, allí está escrito: «Aconteció cierto día que vinieron los hijos de Dios para presentarse ante el Eterno, y entre ellos vino también Satanás. Y el Eterno preguntó a Satanás: ¿de dónde vienes? Satanás respondió al Eterno diciendo: de recorrer la tierra y de andar por ella. Y el Eterno preguntó a Satanás: ¿no te has fijado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra: un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Y Satanás respondió al Eterno diciendo: ¿acaso teme Job a Dios de balde? ¿Acaso no le has protegido a él, a su familia y a todo lo que tiene? El trabajo de sus manos has bendecido, y sus posesiones se han aumentado en la tierra. Pero extiende, por favor, tu mano y toca todo lo que tiene, ¡y verás si no te maldice en tu misma cara! Y el Eterno respondió a Satanás: he aquí, todo lo que él tiene está en tu poder. Solamente no extiendas tu mano contra él. Entonces Satanás salió de la presencia del Eterno». Observen que en este relato, Satanás ocupa un lugar entre los hijos de Dios que se presentan ante el Eterno14. Y cuando expresa su deseo de tentar a Job, imponiéndole pruebas que lo harán sublevarse, Dios acepta. Pero pone condiciones que Satanás respetará, y Job saldrá vencedor de la prueba. Y Jesús también fue tentado. Después de haber ayunado cuarenta días en el desierto, el Diablo se presentó ante él y le hizo tres propuestas: la primera, cambiar las piedras por pan, a lo que Jesús respondió: «El hombre no se alimenta solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios»; la segunda, lanzarse desde lo alto del Templo de Jerusalén, ya que el Señor enviaría a los ángeles para protegerlo, y Jesús contestó: «Está escrito: no tentarás al Señor tu Dios»; y finalmente, el Diablo le prometió todos los reinos de la tierra si se postraba ante él y Jesús dijo: «Retírate Satanás, pues está escrito: adorarás al Señor tu Dios y solo le servirás a él». Jesús rechazó estas peticiones con argumentos irrefutables. Muchas veces también, les he hablado de estas tres tentaciones y les he explicado que ellas pertenecen a los tres planos, físico, astral y mental, y que, igualmente, nosotros estamos expuestos diariamente a tentaciones de la misma naturaleza15. Como Jesús, debemos saber responder al tentador. Cuando él ve que el hombre no solamente se resiste, sino que sabe asimismo decir claramente el porqué se resiste, el Diablo entiende que no podrá seducirlo y se va. Es preciso que lo sepan: depende siempre de ustedes aceptar o rechazar una influencia. Ni siquiera los espíritus infernales pueden forzarlos. Obvio, si no tienen ni discernimiento ni convicción, caerán en sus trampas. El poder de las fuerzas del mal sobre el hombre viene de su habilidad para presentarle propuestas tentadoras: «haz esto y serás rico, tendrás la gloria, etc.… Haz aquello y serás feliz…» Si el hombre sucumbe, estas fuerzas pueden conducirlo, poco a poco, a la destrucción completa; pero si no cede, no podrán nada contra él. Para imponer su voluntad, para obtener lo que desea, el hombre está limitado, pues las posibilidades humanas son limitadas y se requiere mucho tiempo y trabajo para ello. Pero siempre puede negarse, decir que no. Cuando una tentación se presente, díganse: «es atractivo, claro está, me gustaría mucho, pero soy hijo de Dios, hija de Dios y con Su ayuda, no me dejaré llevar, seré más fuerte». Tampoco hay que considerar las tentaciones como obstáculos en el camino, sino tomarlas como estímulos, pues ellas son medios para conocerse mejor, para fortalecerse. Un sabio, un Iniciado no evita las tentaciones, las provoca incluso para aprender a dominarse. Ustedes, por supuesto, sean prudentes, conténtense de las que se les presentan en su camino. No hay que exponerse estúpidamente y, algunas veces, es más razonable huir de ellas. Sin embargo, huir siempre no es bueno tampoco. Quien huye siempre de las tentaciones termina, tarde o temprano, por sucumbir a ellas. No es huyendo que se resuelven los problemas, sino enfrentándolos progresivamente. Aun aceptando que sería preferible conocer realmente cuáles fueron las palabras de Jesús, no es, sin embargo, lo más importante. Tenemos que reconocer que somos tentados permanentemente, razón por la cual lo más importante es saber que la tentación es como un problema que debe resolverse, como un examen que debe pasarse: mostramos de qué somos capaces. Es preciso ser tentado, entonces, para conocer nuestras verdaderas posibilidades y llegar a ser más fuertes. En consecuencia, no pidamos al Señor que nos evite las tentaciones, solo pidámosle que nos ayude a no sucumbir a ellas. El mal existe, las fuerzas negativas existen, y es inútil suplicarle al Señor que los aniquile. En el Apocalipsis se dice que solamente al final de los tiempos, Satanás será lanzado a un lago de fuego y azufre. De aquí a allá, sin embargo, nos veremos confrontados al mal sin cesar; por consiguiente, la mejor actitud, la única, es aprender a saber cómo considerarlo y cómo actuar con él. Estudiemos, enseguida, el último versículo: «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos». Para entender esta frase, es necesario volver a las regiones del espacio espiritual de las que les hablé al comienzo, esas regiones que Jesús llamaba «los cielos» y que corresponden a lo que la cábala llama las sefirot o el Árbol de la Vida. Las sefirot son diez, cada una tiene un nombre que expresa una cualidad, un atributo de Dios: Kether, la Corona; Hochmah, la Sabiduría; Binah, la Inteligencia; Hesed, la Misericordia; Geburah, la Fuerza; Tipheret, la Belleza; Netzach, la Victoria; Hod, la Gloria; Iesod, el Fundamento; Malkut, el Reino. Malkut, el Reino, la décima sefirá, refleja y condensa a las demás sefirot. Jesús dijo: «El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza». El grano es siempre un comienzo, el punto de partida de una vida nueva. Pero si en el plano físico, el comienzo se encuentra abajo – se construye un edificio comenzando siempre por abajo –, en el plano espiritual, el curso de los procesos es inverso: el comienzo está arriba. Por eso, contrario a lo que pasa en el plano físico, en el plano espiritual, el crecimiento se hace de arriba hacia abajo. Así pues, el grano sembrado en la tierra, es la primera sefirá, Kether. Para desarrollarse, en primer lugar, éste se divide en dos; luego se transforma en tronco, ramas, hojas, brotes, flores y frutos; y el fruto, a su vez, contiene granos. El grano sembrado, Kether, se convierte en un árbol, pasando sucesivamente por todas las demás sefirot hasta llegar a Malkut. El fruto maduro, el fruto que da la vida, la carne que se come, es Iesod, y ella contiene la semilla. Entonces, ven, al final de su crecimiento, el grano plantado se transforma en la semilla del fruto, y Malkut, el grano de abajo, es idéntica a Kether, el grano de arriba, puesto que el comienzo y el final de las cosas son siempre idénticos. Cada punto de partida no es otra cosa que el término de un desarrollo anterior, y cada resultado es el punto de partida de otro desarrollo. Todo tiene un comienzo y un final, pero no existe un verdadero comienzo. Cada causa engendra consecuencias, y esas consecuencias son la causa de nuevas consecuencias… En la frase: «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria», el reino, el poder y la gloria corresponden a las tres últimas sefirot: Malkut, Iesod y Hod. El reinado es Malkut, el Reino de Dios, la realización, donde se encuentra nuestra tierra. El poder es Iesod, palabra que significa «fundamento», «base». Esta sefirá preside la pureza que es el fundamento verdadero de todas las cosas, y preside igualmente la fuerza sexual, porque el poder real está allí, en la fuerza sexual. Es la que crea la vida, y se encuentra al origen, en los planos superiores, de las realizaciones más grandes. La gloria es Hod, la luz que brilla del resplandor de todos los conocimientos, de todo el saber. «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria» significa, entonces, «porque Tuyas son las tres regiones, Hod, Iesod y Malkut, que representan el término del crecimiento de Kether, la madurez». El reino, el poder y la gloria forman una tríada que repite la tríada del comienzo: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». El nombre, el reino y la voluntad son las sefirot Kether, Hochmah y Binah. A la tríada de arriba, Kether, Hochmah, Binah, que representa la creación en el mundo invisible, espiritual, corresponde la tríada de abajo, Malkut, Iesod y Hod, que representa la concreción, la formación, la realización en el plano físico. «Por los siglos de los siglos», esta fórmula corresponde a la sefirá Netzach, cuyo nombre significa «eternidad». De esta forma, cuando se pronuncia la frase: «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos», se entra en relación con las cuatro últimas sefirot del Árbol de la Vida. Ustedes dirán: «¿y cómo clasificar las otras sefirot, Tipheret, Geburah y Hesed?». Podrían descubrirlo ustedes mismos estableciendo las correspondencias de acuerdo con los métodos y las explicaciones que les he dado. Pero retomemos la oración, en orden, a partir del cuarto versículo: «Danos hoy nuestro pan de cada día». El verdadero pan cotidiano, fuente inagotable de la vida, es la luz de Tipheret, sefirá donde reina el sol, puesto que es del sol que el hombre recibe su alimento físico y espiritual16. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Esta petición corresponde a la sefirá Hesed, que representa la generosidad, la indulgencia, el perdón. Para perdonar, hay que poseer ese estado de consciencia superior que nos brinda la certeza de que nadie podrá despojarnos de las verdaderas riquezas, las riquezas del alma y del espíritu. «No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal». Este versículo corresponde a la sefirá Geburah17. Los ángeles de Geburah son servidores de Dios que combaten el mal. Ellos expulsaron a Adán y a Eva del Paraíso cuando, bajo la influencia de la serpiente, cometieron el primer pecado. Uniéndose a Geburah, el hombre se refuerza y aprende a resistir el mal. ¿Comienzan a percibir, ahora, la inmensidad de esta oración, tan breve y tan simple en apariencia? El universo entero se encuentra contenido en ella. ¡Cuántos horizontes se abren delante de ustedes! Todo lo que les he dicho desde hace años se encuentra condensado en esta oración. Reflexionen, entonces, mediten en estas palabras y descubrirán maravillas. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación, líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén». Todas estas peticiones tienen un significado que solo puede descubrir quien posee una profunda comprensión de las cosas. Cuando los arqueólogos dirigen su atención hacia objetos o monumentos muy antiguos, tratan de descifrar, según las figuras representadas, según la localización y el estilo de las construcciones, entre otras, la mentalidad del pueblo y de la época de estos vestigios, y gracias a tales indicios, llegan a deducir la intención en ellos, a adivinar lo que quisieron decir. Del mismo modo, nosotros podemos considerar esta oración que Jesús nos dejó como una especie de monumento, de lugar arqueológico, acerca del cual debemos adelantar investigaciones y descubriremos allí todo un mundo escondido. Desde hace veinte siglos, miles de millones de cristianos han recitado el «Padre nuestro» e, incluso, si no eran muy capaces de captar la inmensa profundidad de esta oración, han hecho de ella, en el mundo invisible, una fórmula viva, una reserva de fuerzas acumuladas. Y ustedes, repitiéndola ahora conscientemente, se unirán a esta reserva y atraerán hacia ustedes todas estas energías benéficas para continuar en mejor forma su trabajo. 1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. II: «La verdadera religión de Cristo», cuarta parte. 2 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico». 3 Op. cit., cap. IV: «Los nombres de Dios». 4 El hebreo se lee de derecha a izquierda. 5 Cf. La nueva tierra, Obras Completas, t. 13, cap. VI: «Los métodos de purificación». 6 Nota del traductor. 7 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VII: «La personalidad quiere vivir su vida, la individualidad quiere realizar los proyectos del Señor»; cap. XIV: «Dad al César lo que es del César». 8 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. II: «Observando al sol, nuestra alma toma la forma del sol»; cap. IV: «El sol hace crecer las semillas depositadas en nosotros por el Creador»; «Cómo reencontrar la Santa Trinidad en el sol». 9 Cf. La libertad, victoria del espíritu, Col. Izvor No. 211, cap. VI: «La verdadera libertad es una consagración». 10 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VI: «La realidad del mundo invisible», tercera parte. 11 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. I: «Como habréis sembrado, cosecharéis». 12 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la cizaña y el trigo». 13 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. V: «Dios por encima del bien y del mal»; cap. VI: «La cabeza blanca y la cabeza negra». La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234, cap. XVII: «La verdad más allá del bien y del mal». 14 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. III: «El bien y el mal» y La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. VI: «Una nueva actitud ante el mal». 15 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VI: «Las tres grandes tentaciones». 16 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. II: «Cómo captar los elementos etéricos contenidos en el sol». 17 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. III: «Las jerarquías angelicales». Segunda Parte «Así en la tierra como en el cielo» 1 «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» I «Y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». ¡Cuántas preguntas y cuántos comentarios suscitaron estos dos primeros versículos del Génesis! Empezando por cómo interpretar las palabras «cielo» y «tierra». ¿El cielo es únicamente el espacio que percibimos encima de nuestras cabezas, y la tierra solo el planeta sobre el cual vivimos? No, esa respuesta brindaría una idea muy limitada de la creación. No podemos interpretar correctamente el primer versículo sino a la luz de lo indicado en el segundo: «y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Para aquel que posee la ciencia de los símbolos, es claro, el espíritu de Dios, en hebreo Rouah, representa el principio masculino, activo, emisivo; y las aguas, en hebreo Maïm, representan el principio femenino, pasivo, receptivo. Solo el 1, el espíritu, es masculino; todo lo que es plural es femenino. Por consiguiente, las aguas son aquella materia cósmica original que el espíritu de Dios, el fuego primordial, ha penetrado para fertilizarla. Contrario a lo que se cree en general, no es la tierra, en tanto elemento, que expresa y manifiesta en mejor medida las propiedades y las cualidades de la materia, sino el agua, y sus cualidades son la receptividad, la adaptabilidad, la maleabilidad. El agua es, por tanto, el símbolo de la materia desorganizada, «tohou vabouhou» (informe y vacía), conforme lo expresa el Génesis, y es esta materia la que recibió los gérmenes fertilizantes del espíritu. La vida nació del agua gracias al principio del fuego, del espíritu que puso esta materia en movimiento1. Ella misma, el agua, la materia, no posee la vida; es el fuego, el espíritu, que se la infunde. Comprenderán mejor esta idea si se las presento con la ayuda de un símbolo: el círculo con el punto en el centro . En un pasaje del libro de los Proverbios, Salomón da la palabra a la Sabiduría. «Cuando el Eterno trazaba el círculo sobre la faz del abismo; con él estaba yo ordenándolo todo». Por tanto, a la imagen usada por Moisés: el espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas, corresponde aquella dada por Salomón: el círculo que trazó el Eterno sobre la faz del abismo. Por ello, los pintores, inspirados en esta imagen, representaron a Dios ocupado trazando un círculo con un compás. ¿Qué representa este círculo? La idea según la cual, para crear el universo, Dios comenzó por establecer los límites. ¿Por qué los límites? Para que las energías y los materiales que deben entrar en su construcción no se escapen. La misma idea se encuentra en la imagen del huevo cósmico que es un símbolo universal. La cáscara del huevo es el límite que contiene la materia en un espacio bien definido. Los límites son siempre necesarios para estructurar, formar, dar contornos y cohesión a la materia. Si el universo no estuviera circunscrito en fronteras, sería inestable, y no podría subsistir. El universo no es infinito, tiene límites. Solo el Absoluto es ilimitado, y de este Absoluto no podemos conocer nada. Pero el universo tiene límites; desde el momento en que Dios se manifestó a través de la creación, Él se limitó, y el universo que creó es limitado en el tiempo y en el espacio. Incluso si existen muchos universos, cada uno está encerrado en límites determinados y es dentro de esos límites que se manifiesta la vida. Un universo que perdiera sus límites entraría de nuevo en el seno del Eterno, todo desaparecería2… Sin duda, han dibujado alguna vez círculos con un compás: para ello, sitúan una de las extremidades del compás en un punto determinado que será el centro y que permanecerá fijo, mientras que con el otro extremo describen la circunferencia. Sí, pero en la geometría divina sucede de otra forma; por ello, los filósofos, los teólogos han definido a Dios como «un círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna». Lo que no impide que esta imagen del círculo con el punto en el centro permanezca válida para expresar el proceso de la creación. El círculo representa la materia sobre la cual trabaja el punto central, el espíritu, el espíritu de Dios que está presente y actuando en todos lados en el universo. Así hay que interpretar la frase: «y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Esta idea se encuentra expresada, igualmente, en el nombre de Dios conforme lo escriben los cabalistas, el Tetragrama: . La primera letra, Iod, simboliza el Espíritu cósmico, y la segunda, He, la Naturaleza primordial. Para expresar el trabajo del Espíritu cósmico, el Padre celeste, sobre la materia del universo, la Madre divina, algunos cabalistas inscriben el Iod en el He: . Sin el espíritu que la anima, la materia permanece «tohou vabouhou»: informe y vacía3. Posee todas las riquezas, pero no puede manifestarlas si el espíritu no trabaja sobre ella, en ella. Cuando es rozada, fecundada por el espíritu, todas las posibilidades que contiene comienzan a aparecer: se transforma en un mundo organizado, poblado de soles, de constelaciones, de galaxias, de nebulosas. El símbolo del círculo con el punto en el centro refleja todo el proceso de la creación, geométricamente expresado. Todo lo que vemos en el universo es producido por el punto que se mueve en el círculo para animarlo. Se trata, también, de un principio de mecánica: el pistón debe entrar en movimiento en el cilindro para accionar el motor. Sin ese movimiento nada marcha. Y la rueda, ¿qué es la rueda? Un círculo que se mueve alrededor de un eje central, un punto. La rueda nos revela, asimismo, cómo el espíritu activa la materia. La décima carta del Tarot representa una rueda que gira. Y no es por azar, pues si se interpreta el número 10, se constata que el 0 corresponde al círculo, y el 1 al punto central4. Sí, el 1 es un punto, pues la proyección de una línea vertical sobre el plano horizontal da un punto. Entonces, tenemos el principio masculino, el 1, el punto central; y el 0 es el principio femenino, el círculo. Cuando el 1 y el 0 se encuentran, es la plenitud. Sin el 1, que es el principio masculino, el espíritu, el 0, la materia, no está organizada; posee todas las riquezas, pero es el 1 quien la organiza. El 0 no debe separarse jamás del 1, de lo contrario, permanecerá materia informe, un caos. «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Cuando nombra el cielo y la tierra, Moisés hace referencia, en realidad, a los dos principios de la creación: el espíritu y la materia. Y es preciso señalar que es al cielo, al espíritu, que Moisés menciona en primer lugar, lo que significa que antes y por encima de la materia, está el espíritu, y que el primer lugar debe ser otorgado al espíritu, sin perder de vista que el trabajo de la creación está repartido entre los dos principios y que no se puede privilegiar jamás uno en detrimento del otro. Para que haya creación, los dos son igualmente importantes, indispensables, pero en campos diferentes. El espíritu, el principio masculino, permanece impotente en ausencia de la materia, el principio femenino que recibe y responde; pues el espíritu es una energía que necesita estar contenida, fija, de lo contrario se pierde, y la materia tiene como función, justamente, fijar el espíritu. Todo lo que está vivo en el universo es el producto del trabajo de los dos principios. Incluso, allí donde no los vemos, los principios masculino y femenino trabajan juntos, y no podemos separar el uno del otro, ni considerar que uno debe aventajar al otro. Cuál es el primero y el más importante, no hay que plantear el problema de esa manera, ya que no se trata sino de una cuestión de perspectiva. En efecto, si se consideran las cosas desde lo alto, desde el punto de vista del espíritu, es el principio masculino que precede al principio femenino. Sí, porque solo el espíritu es creador. Pero cuando se miran las cosas desde abajo, desde el punto de vista de la materia, es a la inversa, puesto que si las cosas existen abajo, es porque el principio femenino retiene, abraza al principio masculino y, por tanto, él es el más importante. Ven, es claro, todo depende del punto a partir del cual se consideren las cosas. Algunos han presentado esta cuestión sirviéndose de la imagen del huevo y la gallina: ¿es el huevo que ha precedido a la gallina o, al contrario, es la gallina la que ha precedido al huevo? Y se ven en aprietos para decidir, porque si es el huevo que está en primer lugar, ¿cómo ha sido puesto sin una gallina? Y si es la gallina la que está de primeras, ¿cómo llegó sin un huevo? ¡No hay respuesta! Pues bien, les diré que si consideramos las cosas desde arriba, el huevo es primero y es él quien dio luz a la gallina. Pero visto desde este mundo donde estamos, es evidente que es la gallina la que pone el huevo. He aquí la respuesta: para poder resolver la cuestión, hay que cambiar de plano. Y así sucede con muchos problemas filosóficos, metafísicos: si no se cambia de plano, permanecen sin solución. La gallina representa a la materia, el huevo representa al espíritu. Desde el punto de vista de la tierra, evidentemente, así como es la gallina la que pone el huevo, es la materia la que parece estar en el primer lugar, la que causa las actividades del espíritu. Y un filósofo materialista les dirá que es el cerebro el que secreta el pensamiento como el hígado secreta la bilis. Desde el punto de vista de la tierra solamente, es cierto. Pero desde la perspectiva del Espíritu cósmico que ha creado todo, es un error. En realidad, la materia es una formación del espíritu, una emanación del espíritu. Es el espíritu el que engendra a la materia. En el relato de la creación, Moisés expresó esta idea con una imagen: Eva extraída por Dios de la costilla de Adán: «Entonces Jehovah Dios hizo que sobre el hombre cayera un sueño profundo; y mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehovah Dios tomó del hombre, hizo una mujer…» Dios extrajo el principio femenino del principio masculino, lo objetivó delante de Él. Desde el punto de vista de la tierra, de la materia, el hombre nace de la mujer; desde el punto de vista del cielo, del espíritu, la mujer nace del hombre. Porque en realidad, no se trata allí de seres humanos, hombres y mujeres que encontramos todos los días, se trata de principios: los principios masculino y femenino que están en acción en todas las regiones del universo. Es preciso comprender que Adán y Eva no son un hombre y una mujer determinados, unos individuos, sino figuras simbólicas. Adán representa al principio masculino, el espíritu, que produjo al principio femenino, la materia, Eva. Lo que significa que la materia es una producción, una condensación del espíritu. Adán, el principio masculino, salió de su estado de extrema sutileza para condensarse y, condensándose, hizo aparecer el otro principio, Eva, el principio femenino. Si está dicho que Adán fue creado antes que Eva, es porque Moisés, que era un Iniciado, sabía que el principio masculino, el espíritu, está siempre en lo alto y es el primero. Y es el primero porque es el principio activo, es él el origen del universo creado, es decir de la materia. La materia es una producción del espíritu, una condensación de las fuerzas del espíritu; por ello, simbólicamente, el principio femenino, receptivo, viene siempre después del principio masculino, activo, y los dos trabajan juntos para dar a luz hijos, es decir, todo lo que vemos en la naturaleza. Ninguna creación de ningún tipo es posible con un solo principio: es necesario que los dos estén juntos y unidos. Pero esta unión no es una simple yuxtaposición. La pareja que forman el espíritu y la materia no puede compararse a aquella compuesta por un hombre y una mujer que se van abrazados. El espíritu habita la materia, la penetra, la anima. Por ello, el símbolo más elocuente del trabajo del espíritu sobre la materia es el círculo con el punto central. Y el punto no debe pasearse por doquier dentro del círculo, debe estar en el centro, puesto que es a partir del centro que todo se organiza: dado que éste se encuentra a una distancia igual de todos los puntos de la periferia, mantiene el conjunto en equilibrio. ¡Cuántas cosas por descubrir en este símbolo del círculo con el punto central5! No es posible agotarlo, porque ha puesto su sello por todas partes en el universo. Desde el sistema solar hasta la célula, todo está construido sobre este modelo único. Tomemos una célula: en el centro está el núcleo, alrededor del núcleo, una materia llamada citoplasma y, finalmente, en la periferia, la membrana que cubre la célula. Se puede reencontrar esta división en el huevo, en los frutos, en las flores, en el tronco de los árboles, en el ojo de los animales y de los hombres y en la estructura del ser humano mismo: espíritu, alma y cuerpo físico. Sin el punto central alrededor del cual gravitan los átomos y los mundos, todo se disloca y retorna al caos. La existencia de un centro, ese punto alrededor del cual los elementos se organizan, es la condición de la vida. Esta ley se verifica así de bien tanto para el universo, el sistema solar, como para las naciones, las sociedades, las familias y el individuo mismo. Tienen ante ustedes un ser vivo que trabaja, come, habla, camina… pero un día, todo se detiene, no se mueve más, y se dice que está muerto. ¿Qué pasó? No le hace falta sin embargo nada, ni extremidades, ni órganos, de lo que tenía antes cuando se decía que estaba vivo. Pues estaba animado por algo invisible que comandaba todos sus actos: su espíritu. Y cuando el espíritu, el punto central se va, es el fin. Poco a poco, el cuerpo se disgrega, puesto que ha perdido el centro que mantenía el orden y la organización; y esos elementos que ya nada los retiene, se separan para volver a los depósitos cósmicos, de donde serán retomados algún día para entrar en la constitución de cuerpos nuevos. Y dado que todo lo que existe en el universo no puede funcionar correctamente sino gracias a un centro, por analogía el hombre también tiene necesidad, en su vida interior, de encontrar un centro, su espíritu. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es separarse del espíritu, del 1, pues será reducido al estado de 0, se convierte en un desierto, una tierra estéril. Para ser fértil, cada uno de nosotros debe unirse al 1. Evidentemente, somos siempre un 0, pero exactamente al igual que el universo entero, ese 0 cósmico que el espíritu, el 1, no cesa de animar. El 0 no tiene nada de malo, por el contrario, agregando un 0 a un número se multiplica por 10. El 0 es un factor de riqueza, con la condición de estar precedido del 1. El 0 colocado después del 1, aumenta 10 veces su potencia: el 1 se convierte en 10. Pero si lo hacemos a la inversa, 01, disminuye 10 veces su potencia. Traslademos este fenómeno a la vida interior: si ustedes ponen el 0, es decir, su pequeño yo en primer lugar y el 1, el principio divino, en segundo lugar, se empobrecen. Mientras que si se dicen: «pondré el espíritu en primer lugar, en el centro de mi vida», aumentarán sus cualidades y sus posibilidades de avanzar, pues todos los 0 que tengan se colocarán después del 1 y se convertirán en materiales de los que podrán disponer. Pero, ¿cuántas personas son capaces de comprender esta verdad? Las ideas que circulan actualmente las llevan, por el contrario, a ponerse delante del Creador e, incluso, en el lugar del Creador. Dicen: «¿Dios? No Lo necesitamos, somos inteligentes y el universo nos pertenece». De esta forma, se reducen poco a poco y se borran hasta desaparecer: acumularon muchos 0 delante del 1. Ahora, algunos dirán: «hemos comprendido: puesto que el 0 no es nada del otro mundo, vamos a deshacernos de él y a quedarnos solo con el 1». Pues no, ahí de nuevo, ¡mala comprensión! El 0 es necesario, no hay que suprimirlo; si no cuentan más con el 0, no tendrán materia sobre la cual trabajar y serán ineficaces. Traten solamente de poner el 1 antes del 0. La grandeza de esta creatura tan imperfecta que es el ser humano está en comprender que, a pesar de sus insuficiencias, puede hacer maravillas pero con la condición de poner al espíritu en el centro de su existencia y de sus preocupaciones. De este modo lo alimenta como se alimenta al fuego. En estos días que nos calentamos con gas, con electricidad, etc., se ha perdido la costumbre de encender un fuego, salvo en la chimenea algunas veces. Pero cuando encendemos una hoguera afuera, en la naturaleza, ¿qué se hace enseguida? Nos sentamos alrededor, reproduciendo así el símbolo del círculo alrededor del punto central. He aquí otra imagen llena de sentido. El espíritu, que es el fuego en nosotros, debe alimentarse, y lo alimentamos consagrándole cada día nuestra materia, es decir, nuestras actividades. Es precisamente también lo que hacemos cuando asistimos a la salida del sol en la mañana6. El sol, centro de nuestro sistema planetario, no cesa de hablarnos de este centro cósmico: el Espíritu creador, del cual nuestro espíritu es una chispa. Por el solo hecho de mirar el sol, nos acercamos al centro del sistema solar y en virtud de la ley de la analogía que gobierna el universo, el mismo fenómeno se produce en nosotros: nuestra consciencia se acerca a nuestro propio centro, nuestro espíritu, la Divinidad en nosotros, y encontramos la luz, la paz, la libertad, la fuerza. Pero, ¿cuántos entre los humanos han aprendido a entrar así en contacto con el sol? El sol está ahí, pero no hay ninguna relación entre ellos y él. Se contentan con mirarlo, con constatar que está un poco más brillante o un poco más tapado que el día anterior, eso es todo. No es de esa forma que se entra en relación con el sol. Para relacionarse con él, es preciso que se tejan verdaderos lazos vivos entre él y nosotros. Sea que pensemos en el fuego, que pensemos en el sol, en el punto central, se trata siempre del mismo proceso: somos el círculo que busca su centro; y el mismo fenómeno se produce en nosotros, en los innumerables pequeños círculos que son nuestras células: por medio del pensamiento, tocamos los núcleos de todas estas células. Debido a que estos núcleos están unidos a nosotros, reciben la influencia de nuestra luz y todo nuestro ser se armoniza, se ilumina, gracias a este centro, gracias a este punto: nuestro espíritu que es consciente. Los Iniciados han considerado siempre con respeto todo aquello que presenta afinidades con el sol, con el centro, porque esto les recuerda su origen. Por ello, ponen todo al servicio del espíritu, no se preocupan mucho del cuerpo, que es una envoltura pasajera, ni de sus posesiones materiales que deberán abandonar un día. La periferia es algo útil, pero puede ser siempre reemplazada, siempre renovada. Mientras que el centro es inmutable y eterno. Ustedes dirán que uno no puede pasar su tiempo con el pensamiento fijamente concentrado en el centro, en la vida uno está obligado a tener una cantidad de ocupaciones… Sí, pero ello no es incompatible con lo que les estoy explicando. Cuando ustedes ponen en el centro de su existencia un ideal al que permanecen unidos, pueden dedicarse a toda clase de actividades sin correr el riesgo de dispersarse, pues cada una de ellas se convierte en una forma particular que el espíritu toma para expresarse. El espíritu, la idea permanece allí, en el centro, y todo el resto encuentra su lugar respecto a ese centro. De esta manera, su vida se convierte en una unidad. Mientras no conciban las cosas así, estarán expuestos al desorden y a la dislocación. En la construcción anatómica del ser humano se puede observar que todas las funciones están gobernadas por el cerebro, gracias a un sistema de ramificaciones nerviosas extremadamente complejas que tocan los diferentes puntos del cuerpo. El espíritu se dispersa para animar la materia, mientras que la materia debe tender hacia la unidad7. La dispersión es el privilegio exclusivo del espíritu. El espíritu creó el universo, dispersándose, difundiéndose, es por ello que se ha dicho que «el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas», o bien que Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes. ¿Cómo se forma un niño en el seno de su madre? Por medio de la concentración de elementos alrededor de una imagen, de una idea, que es el esbozo, la estructura del niño. Y el niño nace. Luego, un día, años después, todos esos elementos se dispersan: el hombre ha muerto. Se puede entonces definir la vida como una concentración de fuerzas y de elementos hacia un objetivo, mientras que la muerte es una dispersión. El torrente desciende de la cima de la montaña y se divide en pequeños ríos para bañar la tierra por todos los lugares por donde pasa. Del mismo modo, de un centro único, el sol, salen los rayos que atraviesan el espacio para mantener la vida en el universo. Simbólicamente hablando, el cielo siempre desciende y la tierra siempre se eleva. Elevarse significa converger hacia el centro; y descender, dejar el centro para esparcirse hacia la periferia. Claro, algún día, nosotros tendremos también el derecho de dispersarnos como el sol, pero solamente cuando hayamos logrado identificarnos con el centro. Entonces, como el sol, podremos proyectar nuestro amor y nuestra luz sobre todas las creaturas. Este proceso está simbolizado, igualmente, en la figura de la pirámide8. Los Iniciados egipcios, que presidieron la construcción de las pirámides, pusieron en ellas toda una enseñanza sobre el uno y el múltiplo, sobre el espíritu que dispersa sus energías, y sobre la materia que debe unificarse. Podemos encontrar un gran número de prolongaciones de esta idea. Para estar vivos, ustedes deben tender sin cesar, con todo su ser, hacia un punto solamente, una meta sublime que le da sentido a todos los actos de su vida. Porque habrán ido al cielo, la tierra adquirirá su verdadero valor, y les dará las verdaderas riquezas. Porque habrán adquirido la verdadera comprensión: aquella del centro. Alguien me decía un día que lo que más le sorprendía es el hecho de que desde hace decenas de años que les hablo, no hay en mis conferencias una sola idea que esté en contradicción con otra. Todo se sostiene… Sí, porque en mi cabeza hay un punto en la cima, a partir del cual todo el resto se organiza9. Si ese punto no existiera, podría contarles quizás toda clase de cosas, pero todo sería completamente inconexo. En todos los aspectos de la vida, el hombre necesita un punto que le sirva de referencia para dirigirse. Quien quiere atravesar una selva o lanzarse al mar sin tener un referente, se perderá. Por ello se fabricaron las brújulas: para no perder la dirección. Intelectualmente también, los humanos requieren de una brújula para no perderse en la materia, y esta brújula es el espíritu. II «¡Qué la luz sea!» Dios se manifestó a Moisés por primera vez en el centro de una zarza ardiente, y en la mayor parte de las religiones, la Divinidad más poderosa y más honrada es la del fuego. Pero ese fuego celebrado en las religiones y en las cosmogonías no es el fuego físico que conocemos. Ese fuego que encendemos para alumbrarnos y calentarnos con su llama no es más que un aspecto del fuego universal. Existen numerosas clases de fuego: aquel que mantiene la vida en el hombre, el que dormita en la base de su columna vertebral, el del sol, el del infierno, aquel escondido en los minerales, los metales, la madera, el agua, el aire, etc. El fuego mismo no es ni luminoso ni cálido, pero puede serlo en ciertas condiciones. El fuego solo es visible a nuestros ojos si se acompaña de luz. ¿Por qué? En el relato del Génesis, hay un aspecto cuyo alcance no ha sido bien comprendido, y se refiere a que la luz fue la primera creatura de Dios. Moisés escribe: «y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Inmediatamente después: «dijo Dios: sea la luz, y fue la luz». Solo después de la creación de la luz, aparecen todas las demás creaturas. Esta luz que Dios creó el primer día no es aquella que conocemos, de lo contrario, ¿por qué está dicho que es al cuarto día cuando Él creo el sol, la luna y las estrellas? Si Dios, el Espíritu, el Fuego primordial creó en primer lugar la luz, fue para hacer de ella la materia de su creación. Igualmente, es inexacto pretender que Dios creó el mundo de la nada, puesto que nada puede ser creado de la nada. Así como el principio masculino engendra el principio femenino, el fuego engendra la luz. El fuego original, el fuego no manifestado no es luminoso. Solo cuando el fuego se manifiesta, aparece la luz; ella es, de cierta forma, el vestido del fuego. Lo que significa que la luz ya es materia. Es la materia a través de la cual el fuego se manifiesta. En cuanto a la materia misma, no es otra cosa que luz condensada. Cada vez que encienden un fuego, la historia de la creación del mundo se repite exactamente delante de ustedes. Por consiguiente, en el principio fue el fuego, y el fuego engendró la luz que es la materia de la creación. Dios, el principio activo, proyectó la luz, sobre esta luz, que ya es materia, trabajó para crear el universo. Así, desde el origen del universo se ven ya los dos principios en acción: Dios, el fuego, el principio masculino, que extrajo y proyectó de Él mismo el principio femenino, la luz, la materia en la que iba a crear. La luz es entonces el estado más sutil de la materia, y aquello que denominamos materia, no es más que una forma condensada de la luz. En todo el universo, no se trata sino de la misma materia… o de la misma luz… más o menos sutil, más o menos condensada10. Incluso el mundo físico tal como lo conocemos, es una condensación de la luz primordial, pero en un estado de extrema densidad. Si no les es dado a los humanos percibir la luz a través de la opacidad de la materia, es porque sus ojos físicos son limitados y porque no han desarrollado los órganos de la visión espiritual que les permitirían descubrir esta realidad de la luz. Sin embargo, esta experiencia la han podido realizar ciertas personas en circunstancias excepcionales. Jakob Bœhme, el gran místico alemán que era zapatero, contó que un día en su casa, tuvo súbitamente la impresión de que de todos los objetos que lo rodeaban salía luz, una luz tan intensa que no podía soportarla. Sin comprender lo que le sucedía, abandonó su casa y huyó al campo; pero allí, todo empeoró, ¡porque las piedras, los árboles, las flores, la hierba, no eran más que luz y todo hablaba a través de esta luz!... Yo también, cuando era un joven discípulo del Maestro Peter Deunov, en Bulgaria, tuve una experiencia idéntica. Fue en verano, en las montañas del Rila donde acampaba la Fraternidad. Había acompañado a una hermana mayor hasta un lugar más elevado que nuestro campamento. Reinaba un silencio sagrado, pareciera que ningún ser humano hubiera penetrado en este lugar. Meditamos, oramos, y hablamos de la Enseñanza del Maestro. Luego, me alejé para continuar meditando solo. ¿Qué pasó entonces? El lugar donde me senté era muy bonito, pero no más que los otros alrededores. Lo que vi me hizo creer primero que era una alucinación… Todo se tornó animado: las piedras, la hierba, los árboles se volvieron vivos, luminosos, como si estuvieran encantados. Maravillado, no podía dejar este espectáculo. El fenómeno duró mucho tiempo. Y, allí, comprendí que detrás de las apariencias materiales, se esconden realidades cuya existencia ni siquiera sospechamos. En los relatos de los místicos, la palabra que más se repite es la palabra «luz». Justamente, porque la experiencia mística es el descubrimiento de la verdadera realidad del mundo y esta verdadera realidad es la luz. Todos aquellos a quienes se les ha permitido esta experiencia dicen haber visto que todas las creaturas, todos los objetos, incluso las piedras se bañan en luz y emiten luz. Y es la verdad: todo lo que existe en el plano físico existe también en los otros planos bajo una forma más sutil, más pura, más luminosa. Por eso, el sentido del trabajo espiritual es llegar a descubrir, más allá de las apariencias, esta luz primordial y no tener más que deseos y actividades que permitan acercarse a ella. La verdadera espiritualidad es un trabajo sobre la luz, con la luz11. E incluso si la luz que vemos no es más que un aspecto material, grosero, de la luz divina, constituye un medio para ligarnos a ella. De todos los fenómenos que conocemos en el mundo físico, la luz es la más rápida: 300.000 kilómetros por segundo. ¿Por qué la Inteligencia cósmica le dio a luz la mayor rapidez? Excepto los Iniciados que, en su filosofía, le han otorgado a la luz el primer lugar, nadie ha pensado jamás plantearse tal pregunta a fin de extraer de allí consecuencias para la vida espiritual. Sí, puesto que nada puede igualar su velocidad, la luz posee una gran superioridad. Esta rapidez es un criterio de perfección. Porque no tiene nada malo en su cabeza, porque es desinteresada, desprendida, libre de toda codicia, la luz es siempre la primera. Están sorprendidos, nadie les había dicho que la luz tenía una cabeza, ¿verdad? Sí, la luz es rápida porque está desprovista de todo aquello que es inferior, animal o, incluso, puramente humano, no está cargada con peso alguno. ¿Han visto correr a un hombre llevando una carga? No puede hacerlo. Para correr, hay que liberarse, rechazar todo lo que pesa. Y la luz, que es muy inteligente, nunca quiso llenarse de cargas; por ello, corre, galopa, ¡es formidable! Y ustedes también, si se deciden a ser como la luz, se liberarán de todas las limitaciones, rechazarán todas las trabas que los retienen, y nada más podrá detenerlos: como ella, recorrerán el universo. ¿Prefieren, sin duda, que les presente la cuestión de una manera más científica? Entonces, les diré que lo que caracteriza a la luz es la frecuencia tan elevada de sus vibraciones, y esta frecuencia debemos tratar de introducirla en nuestra vida interior. Todos aquellos que no han comprendido esta necesidad viven frenados: el corazón, los pulmones, el hígado, el cerebro, el pensamiento, todo en ellos está estancado, lo cual es muy peligroso. El hombre que vive al ralentí es como una rueda que gira lentamente, todo el barro se le pega. Pero apenas la rueda comienza a girar más rápido, el barro es expulsado. Para aproximarse a las vibraciones de la luz, hay que aprender a vivir una vida intensa12. Solo que la vida intensa no es muy clara para muchos, porque no han comprendido el sentido de esta palabra. Las agitaciones, las pasiones, las ebulliciones, las efervescencias, todo esto es a lo que llaman vida intensa. Pero se equivocan. Todo los móviles que animan generalmente a los humanos: la ambición, los celos, el amor pasional, la búsqueda de distracciones y de placeres para llenar el vacío que sienten en ellos, los empujan a llevar una vida trepidante, sí, pero no intensa. ¡Toda esa gente que quiere tragarse al mundo entero, mírenla! Da órdenes, grita, se agita, recorre el mundo en todos los sentidos; no se puede negar que despliega una gran actividad, pero no se trata de una vida intensa. Entre más apegado se encuentre el hombre a la vida material, menos condiciones tiene para vivir esta vida intensa, menos llega a vibrar al unísono con la luz. La vida intensa se manifiesta, la mayoría del tiempo, de manera imperceptible, ella es intensa por el solo movimiento del espíritu. Quien vive una vida intensa puede perfectamente estar inmóvil y silencioso, pero encontrarse animado interiormente por vibraciones tan rápidas e incluso más rápidas que la luz. Porque, aunque es verdad que en el plano físico la luz es la más rápida, en los planos etérico, astral, mental y más allá, el hombre puede alcanzar velocidades más grandes aún: por medio del pensamiento, del espíritu, puede desplazarse a una velocidad de millones de kilómetros por segundo. La luz del sol toma ocho minutos para llegar a la tierra, mientras que el pensamiento puede alcanzar instantáneamente el punto más alejado del espacio. El movimiento del espíritu es mucho más rápido que el de la luz. Pero en el mundo físico, la luz sigue siendo la más rápida, y con ella debemos trabajar para intensificar las vibraciones de nuestra vida interior. Desde hace un siglo, los físicos que estudian la luz han hecho descubrimientos extraordinarios, como el láser, por ejemplo, y está muy bien, ello ha aportado y aportará aún innumerables progresos técnicos. Pero en lo que a mí respecta, lo que me interesa es cómo aplicar esos descubrimientos sobre la luz al campo espiritual13. Hace apenas unos decenios, los carros iban a 30 kilómetros por hora, mientras que ahora, los aviones rompen la barrera del sonido. En el plano físico, todos saben como aumentar la velocidad, pero en su vida interior se embrutecen. Embrutecerse significa vivir al ralentí. He aquí una definición que habría que incluir en el diccionario: «embrutecimiento: vida al ralentí». Y, ¡no hay que vivir al ralentí! Venimos a la tierra para sobrepasar el estado puramente humano, vivir una vida más intensa, siempre más intensa, y llegar a ser divinidades. Sí, la divinización para el hombre no es otra cosa que la intensificación de los movimientos de su vida interior. En consecuencia, tomen la luz como modelo, pues ella les da el ejemplo de la vida intensa. En adelante, midan todo en su vida según este criterio de intensidad. El origen de la luz que vemos es el sol. Pero, ¿qué es el sol? Sus rayos, que la ciencia presenta solo como un flujo de fotones, transportan por doquier en el espacio no solamente los elementos necesarios para la vida y para el crecimiento de los vegetales, de los animales y de los hombres, sino también elementos mucho más sutiles de los que nos podemos servir para nuestro desarrollo espiritual. A riesgo de escandalizarlos, les diré que los rayos del sol son comparables a pequeños vagones llenos de vituallas. Llegan a toda velocidad a la tierra, donde se desocupan y depositan sus tesoros, luego, por un camino invisible, regresan de nuevo al sol. Es toda una circulación extraordinaria. Y en esos vagoncitos no solamente hay víveres, sino también creaturas que vienen a la tierra para hacer un trabajo, luego parten hacia el sol para restablecerse, recargarse. Todo esto es nuevo, increíble para ustedes, ¿no es cierto? Posándose sobre un objeto o sobre un ser, cualquiera sea, cada rayo de sol le aporta alguna cosa. Incluso las piedras necesitan esta vida que reciben del sol. Pues las piedras, aunque sean inanimadas, están vivas. Esta vida es evidentemente más perceptible en las plantas, que crecen y se multiplican gracias a la luz del sol. En los animales, los rayos del sol se transforman no solamente en vitalidad, sino también en sensibilidad. Sí, gracias a los rayos del sol, los animales comienzan a experimentar sensaciones como el dolor, el bienestar, y también algo que se parece a la tristeza y a la alegría. Finalmente, en los humanos, los rayos del sol se transforman en inteligencia, en razón, puesto que es a partir del reino humano que la luz encuentra una recepción lo suficientemente completa para manifestarse como pensamiento. El espíritu que les habla por la boca de un hombre es, por tanto, una emanación de la luz solar. Es la luz quien piensa, habla, canta, crea. A medida que la luz se abre camino en el alma humana, se refleja en forma de inteligencia, de amor, de belleza, de nobleza, de fuerza. Solo los rayos del sol son capaces de mantener, de alimentar, de hacer crecer la vida en nosotros, pero con la condición de aprender a recibirlos, de abrirnos a ellos de todo nuestro corazón. Sé muy bien que es difícil hacer admitir a los humanos que la luz es más que una vibración física, que es un espíritu vivo. Pero justamente porque se cierran a esta idea, no pueden recibir del sol todas sus bendiciones. Traten, por lo tanto, de acomodar su existencia de tal forma que la luz ocupe en ella un lugar cada vez mayor. Pero, sobre todo, comiencen por tomar consciencia de su presencia en cada cosa para poder beneficiarse de ello. Si ustedes comen con la consciencia de que el alimento, los cereales, las frutas, las legumbres son una condensación de los rayos solares a los cuales estuvieron expuestos, crean las mejores condiciones fisiológicas para que esos rayos sean bien absorbidos y bien repartidos en su organismo14. Si respiran con la convicción de que, por medio de la respiración, pueden atraer la luz hacia ustedes, se ponen en estado de recibir la luz celeste, el espíritu de Dios, puesto que, evidentemente, como ya se los he dicho, esta luz que ven salir del sol no es sino la forma más material de la luz. Detrás de esta luz existen otras formas de luz más sutiles que, si saben entrar en relación con ellas, les aportarán la vida eterna. Cuando miren el sol salir en la mañana, piensen que esos rayos que vienen hasta ustedes son creaturas vivas que pueden ayudarles a resolver sus problemas del día… Pero solo los del día, no los de mañana. Al día siguiente, deberán consultarlas de nuevo, y solo por ese día. Ellas no les responderán jamás por adelantado para dos o tres días. Les dirán: «es inútil hacer provisiones para más de un día. Vengan mañana de nuevo y les responderemos». Diariamente, cuando ustedes comen, no hacen provisiones en su estómago para una semana, ¿no es cierto?, solo para el día. Comen para hoy, y mañana recomenzarán. Y bien, con la luz debe ser de la misma forma, puesto que la luz es un alimento que deben absorber y digerir cada día, a fin de que ella se convierta en ustedes en sentimientos, pensamientos, inspiraciones… ¿Por qué no guardan la misma lógica hacia la luz que hacia la nutrición? Dirán: «es cierto, he comido ayer, pero fue válido para ayer, hoy debo volver a comer». Respecto a la luz, diariamente necesitamos también este alimento. El primer día de la creación Dios dijo: «¡Qué la luz sea!» El Creador comenzó con la luz como si Él no pudiera hacer nada sin ella. Entonces, ¿creen ustedes que podrán triunfar en algo en la vida sin la luz? Vamos en la mañana a contemplar la salida del sol para recibir su luz como recibimos el alimento, el agua y el aire. Podemos, entonces, dirigirnos a él, diciendo: «oh rayos luminosos, penetren en nosotros, aparten de nosotros estas nubes sobre las cuales solo su luz puede actuar». Y la luz penetra en nosotros a través de canales minúsculos, y produce en todo nuestro ser vibraciones más intensas. Evidentemente, ella puede penetrarnos a pesar nuestro, pero si somos conscientes, si estamos atentos, si nos impregnamos de la luz y del calor del sol con la convicción de que algo crece y se desarrolla dentro de nosotros, nos sentiremos poco a poco animados por una vibración nueva. Se ha dicho que Zarathustra preguntó un día al dios Ahura Mazda cómo se alimentaba el primer hombre. Y Ahura Mazda respondió: «él comía fuego y bebía luz». ¿Por qué no aprender a comer fuego y a beber luz, para retornar a la perfección del primer hombre? 1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. I: «El agua y el fuego, principios de la creación». 2 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. VIII: «Cuando el Eterno trazó un círculo sobre la faz del abismo». 3 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y de lo femenino - I Adán y Eva: el espíritu y la materia». 4 Op. cit., cap. III: «El 1 y el 0». 5 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. III: «El círculo (el centro y la periferia)». 6 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. I: «El sol, centro del universo». 7 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. IX: «La verdad - II Unidad y multiplicidad». 8 Cf. El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor No. 218, cap. V: «La pirámide». 9 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. I: «La armazón del universo». 10 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. VI: «Materia y luz». 11 Cf. La luz, espíritu vivo, Col. Izvor No. 212, cap. V: «El trabajo con la luz». 12 Op. cit., cap. VIII: «Vivir la vida intensa de la luz»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VI: «La realidad del mundo invisible», 2ª parte. 13 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. X: «La luz todopoderosa». 14 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. X: «El trabajo del espíritu sobre la materia»; Hrani yoga, Obras Completas, t. 16, cap. XIV. 2 «En el comienzo era el Verbo» I El alfabeto cósmico. Aleph Está escrito en el primer libro del Zohar: «Dos mil años antes de la creación del mundo, las letras estaban escondidas, y el Santo, bendito sea, las contemplaba y hacía de ellas sus delicias». Y cuando Él quiso crear el mundo, todas las letras, pero en orden inverso, vinieron a presentarse ante Él. De esta forma, Tav, Shin, Resch, Qof, Tsade, Pe, Ain, Samesch, Nun, Mem… se acercan una después de la otra delante del Creador y Le exponen las cualidades que las hacen dignas de ser los instrumentos de su creación. Pero Dios las despide. Lamed, Kad, Iod, Teth, Heth, Zain, Vav, He, Daleth, Ghimel, se presentan a su turno, y Dios las despide igualmente. Finalmente, se presenta la letra Beth, la segunda letra del alfabeto, y Dios le dice: «efectivamente, me serviré de ti para crear el mundo y serás, así, la base de la obra de la creación». Por ello, las dos primeras palabras del Génesis, en hebreo: «Berechit bara», comienzan por la letra Beth. Ustedes se preguntarán: «¿y la letra Aleph? ¿Por qué no se le menciona?» Ah, a la letra Aleph, Dios le dio un destino especial. «La letra Aleph, dice el Zohar, permanece en su lugar sin presentarse. El Santo, bendito sea, le dice: «Aleph, Aleph, ¿por qué no te has presentado delante de mí, a semejanza de todas las demás letras?» Ella respondió: «Maestro del Universo, viendo que todas las demás letras se presentaron delante de ti inútilmente, ¿para qué presentarme también? Luego, como vi que le acordaste a la letra Beth este don precioso, comprendí que no le es dado al Rey celeste retomar el don que le ha dado a uno de sus servidores, para entregarlo a otro». El Santo, bendito sea, le respondió: «Oh, Aleph, Aleph, aunque sea la letra Beth de la que me serviré para operar la creación del mundo, serás compensada, pues tú serás la primera de todas las letras, y no tendré unidad sino en ti; serás la base de todos los cálculos y de todos los actos hechos en el mundo, y no se podrá encontrar la unidad en ningún lado sino en la letra Aleph». La primera letra, Aleph, representa, entonces, al principio creador, la fuerza primordial, el número 1, y Beth representa a la materia, el número 2. Desde hace siglos, estas veintidós letras del alfabeto hebraico son para los cabalistas un tema inagotable de estudios y de reflexiones, porque no ven en ellas solamente simples letras, sino potencias, elementos por medio de cuyas combinaciones, Dios creó el universo. Porque la palabra es algo que les parece perfectamente natural, los humanos perdieron el sentido de su origen divino. Y, sin embargo, ¿cómo presenta Moisés la creación del mundo en el Génesis? Dios habla. El primer día, Él dice: «¡Qué la luz sea!»… Y llama a la luz «día» y a las tinieblas «noche»… El segundo día, Dios dice: «¡Qué haya un espacio entre las aguas!»… Y Él llama al espacio «cielo»… etc. Esta idea que Dios creó el mundo por la palabra se encuentra también al comienzo del Evangelio de san Juan: «En el comienzo era la Palabra». Otra traducción dice: «En el comienzo era el Verbo» y es esta última la que escogeremos, para marcar la diferencia entre el Verbo divino y la palabra humana que no es sino su pálido reflejo1. Desde que un niño va a la escuela, comienza a aprender gramática. Y una de las primeras reglas de esta gramática dice que son necesarias al menos tres palabras para formar una frase: el sujeto, el verbo y el complemento. Así es: el sujeto, el ser; enseguida el complemento, el objeto, lo que está por fuera del sujeto; y entre los dos, el verbo que es activo, poderoso, y que los une. Toda la gramática se basa en estas tres funciones, que podemos ver también en el símbolo del círculo. El sujeto, es el centro que actúa; el complemento es la periferia; y el verbo es aquello que llena todo, que está en todas partes como el citoplasma de la célula. Sí, el Verbo salió del centro, es decir del Padre, de la Causa primordial… Es el Cristo, el Hijo de Dios. Ven, todo es consistente. San Juan, que escribió su Evangelio en griego, emplea la palabra «logos», y «logos» no significa solamente verbo, palabra, sino también inteligencia, razón. Porque, ¿qué es la palabra cuando no es inteligente, la palabra que no está inspirada en la razón? Y «razón» no es sino un término filosófico más abstracto para designar a la luz. Por lo tanto, el Verbo proferido por Dios es esta luz que Él llamó en el comienzo para crear el mundo2. Por ello, san Juan dice: «Y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Estaba en el comienzo con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él y nada de lo que ha sido hecho lo fue sin él». Pero hay allí un punto que es necesario precisar aún. Les he explicado que Dios, el Fuego primordial, creó en primer lugar la luz, pues así como el fuego está en relación con el espíritu, la luz tiene relaciones con la materia, pero no con la materia física. El sonido es quien tiene una relación directa con la materia física y para poder tocarla, es preciso que la luz se transforme en sonido. Por esta razón se ha dicho que Dios «habló». Para resumir, se puede decir que en el comienzo era el fuego; el fuego se condensó para dar nacimiento a la luz y poder trabajar en ella; luego, a su turno, la luz se condensó para producir el sonido, que actuó sobre la materia física. Y si los humanos inventaron la escritura, fue para darle una forma más material al sonido, a la palabra. Así, las 22 letras del alfabeto hebraico no deben ser consideradas únicamente como simples caracteres que han permitido fijar la palabra. Cada letra está viva, representa una potencia, y la forma que le fue dada corresponde a una realidad en los planos sutiles, ya sea una fuerza, o una entidad3. Por ello, los cabalistas continúan estudiando estas letras: tratan de profundizar las correspondencias que existen entre sus formas y las potencias de arriba, y se esfuerzan por comprender su manejo, a fin de establecer un lazo entre la tierra y el cielo. Está escrito en el primer capítulo del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Señor Dios, El que es, El que fue y El que viene, el Todopoderoso». El Nuevo Testamento fue escrito en griego, y Alfa y Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego. En la lengua hebraica, que es aquella del Antiguo Testamento, la primera y la última letra del alfabeto son Aleph y Tav. Por tanto, «Yo soy el Alfa y el Omega» o «Yo soy el Aleph y el Tav», son dos frases que tienen el mismo sentido. Y si Dios se identifica con las letras, es porque esas letras representan muy bien los principios creadores. Alfa y Omega, o Aleph y Tav… En realidad estas dos letras no están separadas la una de la otra, ellas representan la totalidad del alfabeto, pues no se puede aislar el fin del comienzo. Cuando, hablando de un ser humano, se dice «la cabeza y los pies», el resto del cuerpo está implícito, incluso si no se le menciona. Y los pies están siempre ligados a la cabeza: cuando ven a alguien caminar, es porque tiene un proyecto en mente por realizar, no camina por nada, sin objeto, sin intención. Un alfabeto es un conjunto formado por una sucesión de elementos, las letras, y el orden en el que están situadas no es producto del azar, pues ellas son la representación analógica de las «letras» que componen la creación. Al servirse de las letras del alfabeto para pensar, hablar y escribir, el hombre actúa como Dios, y, en ese sentido, se puede decir que es un verdadero escriba, pues ha aprendido a combinar las letras para formar palabras, frases, poemas: aquellas palabras, aquellas frases, aquellos poemas que son la materia misma del universo. Sí, el escriba, en el sentido iniciático del término, es aquel que sabe trasladar los elementos de la lengua, las letras del alfabeto, a todos los aspectos de la vida y especialmente a él mismo, en donde se esfuerza por combinar estos elementos a fin de que resulte de ello una «palabra» bella, armoniosa y benéfica para todos los seres alrededor de él y para el universo entero. Detengámonos en la primera letra del alfabeto hebraico: Aleph . Se puede decir que, esquemáticamente, ella representa al hombre, un brazo elevado hacia el cielo, el otro tendido hacia la tierra. Marca entonces el comienzo de una actividad. Quien levanta un brazo anuncia su voluntad de actuar. Los brazos extendidos horizontalmente, formando una cruz con el resto del cuerpo, expresan el equilibrio, el reposo: en esta posición los pájaros vuelan. Pero si los brazos están inclinados oblicuamente, ello muestra que los platillos de la balanza están a niveles diferentes, el equilibrio se rompió, el hombre sale del estado de reposo y quiere actuar. Aleph es un ser pensante y actuante. El gesto de Aleph es el de un intermediario entre el cielo y la tierra, entre el mundo divino y el mundo humano: con su brazo levantado atrae la vida, la luz y las energías de lo alto, y con el otro, las vierte sobre los humanos; e inversamente, atrae todo lo que es terrestre, humano, y lo eleva hasta el cielo. Es el símbolo del Cristo, ese principio cósmico que constituye el lazo entre Dios y los hombres. Por esto, Jesús decía: «Nadie puede ir al Padre sino a través de mí». Esta idea se encuentra expresada también en la primera carta del Tarot, llamada el Mago: un hombre de pie delante de una mesa, un brazo levantado, el otro tendido; y sobre esta carta, justamente, está inscrita la letra Aleph. Por la posición de sus brazos, uno levantado y el otro tendido, él muestra que es un intermediario entre el cielo y la tierra. Ahora, si estudiamos más en detalle el grafismo de la letra Aleph , vemos que ella está formada por cuatro Iod. Iod es una letra que tiene la forma del pulgar , por lo que está ligada a la voluntad. Aleph es una letra poderosa, creadora, su grafismo revela que hay en ella una voluntad hecha de cuatro voluntades, de cuatro actividades, de cuatro direcciones reunidas en el centro. Aleph es la letra del espacio con sus cuatro direcciones: norte, sur, este, oeste; la letra de los cuatro elementos: fuego, aire, agua, tierra, los cuatro principios de la materia. Es, pues, el símbolo del Iniciado que ha llegado a dirigir las fuerzas de la naturaleza, los cuatro elementos. Y esta idea se encuentra reflejada, también, en la primera carta del Tarot: el Mago delante de una mesa que simboliza el elemento tierra; tiene delante de él una copa que simboliza el agua; y tiene un bastón dirigido hacia arriba, lo que significa que él pone en relación los elementos inferiores: la tierra y el agua, con los elementos superiores: el aire y el fuego. El bastón que sostiene el Mago no es otra cosa que la varita de un mago. ¿Y cuál es el papel de esta varita? Como es llamada «mágica», los ignorantes se imaginan que se trata de un objeto dotado de poderes sobrenaturales que basta con tomar en la mano, pronunciando algunas fórmulas misteriosas, para controlar los espíritus y realizar prodigios, como el aprendiz de brujo de los cuentos. No, la varita mágica, como la fórmula mágica, no es sino el signo exterior, material, del lazo interior, vivo, que el Mago debe establecer entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Es en él mismo, en primer lugar, que debe crear este vínculo entre la tierra y el cielo. Luego, que tenga concretamente o no una vara, es secundario para el ejercicio de su poder. Llegar a ser un Aleph, he ahí el verdadero trabajo. Mientras no se comprenda esto, no se ha entendido en nada las palabras del Cristo. Y comprender significa querer ser como él: servir de lazo entre la tierra y el cielo. II El poder del Verbo Una tradición cuenta que en el origen, antes de la caída, el hombre poseía el poder creador del Verbo. Dios había hecho de él, el rey de la creación, no tenía más que mandar y era obedecido, puesto que un rey tiene siempre servidores para ejecutar sus órdenes4. Pero cuando cometió el primer pecado que lo separó de Dios, el hombre se fue poco a poco hundiendo en la materia, perdiendo de esta forma su poder sobre ella. Y puesto que no podía dominar más la materia, para obtener de ésta lo que quería, tuvo que trabajar con sus manos. Por esta razón, actualmente la humanidad está obligada a luchar con la materia para moldearla y extraer de ella su subsistencia, como Dios se lo dijo a Adán: «Comerás tu pan con el sudor de tu frente». En realidad, el poder del Verbo el hombre no lo ha perdido totalmente, puede reencontrarlo, pero con la condición de emprender un trabajo de transformación interior. Este trabajo comienza con el control de sus pensamientos y de sus sentimientos, dado que se puede definir al Verbo como la síntesis de todas las expresiones de la vida interior, de todas las emanaciones producidas por los pensamientos, los sentimientos, los deseos5. El Verbo es un proyecto de manifestación, y la palabra, como el gesto y la mirada, no es sino una de sus posibles traducciones. Pero, por el momento, nos detendremos únicamente en la palabra. Los pensamientos, los sentimientos, los deseos crean las cosas en el mundo psíquico en primer lugar, luego la palabra las concreta según ciertas líneas de fuerza alrededor de las cuales, partículas de materia vienen a ordenarse. Así actúa la palabra; incluso si ella no es sino un pálido reflejo del Verbo divino que ha creado el mundo, la existencia entera está allí para revelarnos sus poderes. ¡En cuántas circunstancias se espera solamente una palabra para actuar! Y cuando esa palabra llega, algo se desencadena: se le corta a alguien la cabeza o se le otorga la gracia; se lanza una armada al asalto o se detienen las hostilidades; se otorga un puesto importante a un empleado o se le quita… Ustedes anuncian una mala noticia a alguien y lo matan. Y si un hombre o una mujer, que es muy importante para ustedes, les dice o les escribe un día estas simples palabras: «Te amo», ¡he ahí su vida iluminada de repente! Nada ha cambiado sin embargo, pero todo ha cambiado. Y vayamos más lejos aún. ¿Por qué piensan ustedes que la gente habla? Para ejercer su poder. Incluso cuando parece que se dan explicaciones, informaciones, a menudo no se trata realmente de explicar ni de informar; hablando o escribiendo, quieren producir ciertos efectos: suscitar la cólera, el odio, ganarse a alguien, adormecer su desconfianza, etc. Y ustedes, ¿no actúan así a veces también? Sí, les dejo reflexionar sobre todo esto. Para bien o para mal, la palabra es muy poderosa. Y para que comprendan dónde reside el secreto de su poder, les daré una imagen. La palabra puede compararse al cañón de un fusil, y el pensamiento o el deseo a la pólvora. Si ustedes no colocan pólvora en el cañón, pueden apuntar y apretar el gatillo cuantas veces quieran, no se producirá nada. Ahora bien, si el fusil no tiene cañón, no pueden dirigir la bala. El cañón da la dirección, y la pólvora el poder. Quien quiera convertirse en un verdadero mago blanco debe alimentar en él pensamientos y sentimientos impregnados de una gran luz, de un gran amor, y luego, por medio de la palabra darles una orientación divina. De este modo, esta palabra hace maravillas, sobre él mismo primero y sobre los otros y la naturaleza entera, después. Cuántos pasajes se pueden leer en los Evangelios donde hombres y mujeres le piden a Jesús pronunciar una palabra, una sola, con la esperanza de que esta palabra les devolverá la salud, los librará de malos espíritus, o hará volver a la vida a una hija, a un hermano. ¡Qué confianza en el poder de la palabra!... Y de cierta forma, esta confianza no se ha perdido jamás; por ello en nuestros días todavía la bendición ocupa un lugar muy importante en los ritos religiosos. Durante la misa, en numerosas oportunidades, el sacerdote bendice a los fieles… Y cuántas veces también han podido observar al papa, porque se ha retransmitido en televisión, bendecir no solamente a la muchedumbre que se reúne en la plaza de San Pedro en Roma o que se apura a su paso cuando él se desplaza, sino también dar su bendición «Urbi et orbi» en circunstancias particularmente solemnes, es decir, a la Ciudad (Roma) y al mundo. ¿Es eficaz una bendición? Eso depende de quien la da y de quien la recibe. La palabra bendecir significa literalmente decir buenas cosas, en el sentido de pronunciar palabras que aportan el bien. La verdadera bendición abre entonces un canal para hacer descender sobre la tierra las influencias del cielo. Es un acto de magia blanca. Pero este acto de magia blanca no tiene eficacia sino cuando el hombre que lo realiza es desinteresado, puro, dueño de sí mismo. Respecto a aquel que recibe esta bendición, debe ser al menos receptivo, estar deseoso de ser mejor y de trabajar por la luz. Si estas condiciones no se cumplen, evidentemente la bendición seguirá siendo un acto vacío de sentido. A pesar de ello, es siempre bueno conservar este rito, con la esperanza de que un día los humanos, tomando consciencia de lo que representa, harán de él una palabra y un gesto verdaderamente benéficos. Y ustedes también deben acostumbrarse a pronunciar bendiciones para unir la tierra con el cielo. Cuando toquen la cabeza de su hijo, por ejemplo, sus piecitos, sus manitas, o, incluso, cuando tengan en sus brazos al ser que aman, ¿por qué no decirle palabras de bien para establecer una comunicación entre este ser y el mundo de arriba, a fin de que las entidades celestes vengan a hacer en él su morada? Hay que bendecir todo, todo lo que toquen: los seres humanos, y también los animales, los pájaros, los árboles, las flores, las piedras… pues es una costumbre divina… Sí, hay siempre algo útil por hacer, ¡la vida es tan vasta y rica! Cuando hayan aprendido a dominar sus pensamientos y sus sentimientos; a introducir en ustedes un estado de armonía, de pureza, de luz, tendrán el poder de desencadenar las potencias de arriba. Quien sabe pronunciar las palabras que inspiran, que vivifican, posee una varita mágica en su boca, varita que une la tierra y el cielo. Y cuando Jesús dijo a unos discípulos: «Todo lo que atéis sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatéis sobre la tierra será desatado en el cielo», en pocas palabras resume exactamente lo que es la ciencia de la magia. Obvio, los cristianos se ofuscarán: ¿cómo que Jesús habla de magia? Y es lamentable que se ofusquen, pues eso los limita en su comprensión de los Evangelios; y lo mismo ocurre cuando no quieren admitir que los Evangelios contienen nociones de alquimia, de astrología, de Cábala, porque no saben lo que realmente son estas ciencias. Y por tanto, los principios esenciales de la magia están contenidos en estas palabras: «lo que atéis sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatéis sobre la tierra será desatado en el cielo». La magia es un arte que reposa sobre el conocimiento de los lazos que existen entre las diferentes regiones del universo y del hombre mismo6. Y puesto que hay lazos, pueden haber allí también influencias. Incluso si pueden ofrecerse muchas interpretaciones a este respecto, la idea esencial es la relación que hay entre lo de abajo y lo de arriba, entre la tierra y el mundo divino, y esta relación el hombre tiene el poder de crearla por medio de su palabra. Por ello, el ideal de un verdadero discípulo de Jesús es acercarse al Verbo de Dios, el Cristo. «En el comienzo era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios». Los humanos evitarían muchas dificultades, muchos sufrimientos, si supieran cómo aplicar esta frase en su vida. Dirán: «¿Pero cómo? Es tan abstracta, tan difícil de comprender, ¿cómo podemos aplicarla?». Y bien, justamente porque no buscan aplicarla, ella sigue siendo abstracta y difícil de comprender. «Pero, entonces, ¿qué debemos hacer?» Simplemente, aprender a acompañar los actos de su vida cotidiana con el Verbo». Ustedes miran el sol salir… En vez de dejar su pensamiento vagabundear, digan: «¡Así como el sol sale por encima del mundo, que el sol del amor salga en mi corazón, que el sol de la sabiduría salga en mi inteligencia, y que el sol de la verdad salga en mi alma y en mi espíritu!» Pueden, también, utilizar los períodos de la luna creciente y de la luna decreciente. Durante la fase creciente de la luna, digan: «¡Así como la luna se llena, que mi corazón se llene de amor, que mi intelecto se llene de luz, que mi voluntad se llene de fuerza, que mi cuerpo físico se llene de salud, de vigor!». Y durante la fase decreciente de la luna, hagan el ejercicio inverso, concéntrense en ciertas debilidades, en ciertos defectos de los que quieran desprenderse, y digan: «Así como la luna decrece, etc.…». Cuando el viento sopla, apartando las nubes y las impurezas de la atmósfera, pídanle al soplo del espíritu que expulse sus malos pensamientos y sus malos sentimientos, así como todos los miasmas que pesan sobre el mundo. En primavera, cuando aparezcan las primeras hojas y las primeras flores, inclínense sobre ellas y digan: «¡Así como toda la naturaleza se abre, que todo mi ser se abra y florezca, que toda la humanidad viva en la eterna primavera!». Ustedes pronuncian estas palabras y toda la naturaleza está allí para ayudarlos. De este modo, se convierten en un mago blanco, en un hijo de Dios, y sin cesar, por medio de la palabra creadora, la palabra que ha creado el mundo, crean, por todas partes, un mundo nuevo, su mundo. Tomemos algunos casos muy simples de la vida cotidiana. Cuando laven vidrios, por ejemplo, en vez de ejecutar esta tarea en forma distraída o rezongando porque les molesta hacerlo, sean conscientes de sus gestos y digan: «Así como lavo este vidrio, que mi corazón sea lavado y se vuelva transparente». Hagan lo mismo cuando barran, cuando laven los platos, cuando limpien el polvo… Y cuando dejen caer un objeto y se rompa, digan: «¡Que todos los obstáculos que surgen en el camino del Reino de Dios se rompan en mil pedazos!» Claro, no es preciso decir todo esto en voz alta, sobre todo si alguien puede oírlos. Lo importante es ser consciente, es decir, aplicar su pensamiento –y el pensamiento supone necesariamente palabras- a todo lo que hacen, a fin de volverse creadores. Así debe entender el espiritualista el significado de «En el comienzo era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios… Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho». Hay que poner siempre el Verbo al comienzo para darle una buena dirección a la actividad que emprenden. Si quieren actuar sabiamente, para el bien, deben siempre poner el comienzo en lo alto. Y en lo alto, está el Verbo. Pero se trata de una noción que incluso los creyentes no han comprendido bien. Dirán: «¡Pero si recitan muchas oraciones en el día!» Sí, y a menudo plegarias que leen o recitan de memoria, mecánicamente. Pues bien, son oraciones inútiles. Para los cristianos, el «Padre Nuestro» y dos o tres oraciones deberían ser suficientes, y luego, a cada quien corresponde encontrar las palabras que pronunciará interiormente a medida que se presentan nuevas oportunidades, nuevos sucesos en su vida. Ese lazo que establecen entre ustedes y el Verbo, el Cristo, los orientará e iluminará su camino. Puesto que en el comienzo era el Verbo, también ustedes deben, en todo lo que emprendan, comenzar por el Verbo, poner como punto de partida de sus actos las palabras más constructivas. Acostúmbrense, por ejemplo, a pronunciar las palabras «luz», «libertad», «belleza», «verdad», «fuerza», y repítanlas hasta que ellas vibren y canten en todas las células de su cuerpo. Trabajando sobre la palabra para hacerla poderosa, viva, armoniosa, entran en posesión de esta llave que abrirá todas las puertas y les permitirá hacer maravillas en ustedes mismos, primero, y en todos los demás y en la naturaleza entera, después. Semejante gloria, semejante devenir extraordinario le espera al ser humano: poder actuar sobre la materia por medio del Verbo. No es leyendo libros complicados o lanzándose en teorías abstractas que comprenderán lo que significa «En el comienzo era el Verbo», sino haciendo conscientemente estos ejercicios tan simples. Y, entonces, comprenderán también porque está dicho «En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra» y lo que hay detrás de estas palabras «cielo» y «tierra», las relaciones que existen entre los dos y cómo trabajar con ellos. El cielo y la tierra están dentro de nosotros, y cuando aprendamos a unirlos, a unir el cielo (nuestro pensamiento) con la tierra (nuestras actividades cotidianas), sabremos lo que es el Verbo, el Verbo vivo, y poseeremos los poderes verdaderos, pues los verdaderos poderes están siempre en el comienzo. Pero he aquí un tema sobre el cual los humanos no han reflexionado mucho. En el momento de emprender lo que sea, ¿se preocupan ellos por las fuerzas que van a poner en movimiento? Es siempre fácil desencadenar corrientes o eventos, pero, ¿se está seguro de saber orientarlos, dominarlos, una vez desencadenados? La expresión «aprendiz de brujo» designa, justamente, al hombre que por imprudencia provoca situaciones que luego es incapaz de dominar. Sea en el plano físico, en el plano astral, o en el plano mental, nuestro poder no está en el medio ni en el final, sino al comienzo. Imagínense sobre una montaña, al lado de un grueso bloque de roca, si lo mueven o lo hacen rodar, les obedecerá. Tienen la posibilidad de dejarlo en su lugar o de hacerlo precipitar pendiente abajo; si lo mueven, evidentemente, los seguirá, pero luego será el final, no podrán controlarlo más e irá, quizás, a causar estragos que no estarán en capacidad de evitar. Se trata de lo mismo con los pensamientos, los sentimientos, los estados de consciencia negativos que los atraviesan: al comienzo tienen un cierto poder sobre ellos, pero si los dejan instalarse, se vuelven imposibles de desarraigar. Por ello, es importante introducir, al comienzo, un pensamiento, una intención, una palabra luminosos. El Cristo, el Verbo divino dijo: «Soy Aleph y Tav». Tav depende de Aleph. El final depende del comienzo. El comienzo es el cielo, el mundo divino, y comenzando por el cielo debemos progresivamente descender a la tierra para trabajar en ella. 1 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. X: «El Verbo y la palabra». 2 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. I: «En el comienzo era el Verbo». 3 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo vivo- I El alfabeto y los veintidós elementos del Verbo». 4 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. X: «Cómo los dos principios se encuentran en la boca». 5 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo vivo- II El Verbo, lenguaje universal». 6 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. X: «La galvanoplastia espiritual». 3 «Así en la tierra como en cielo» «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Cuando en La oración dominical Jesús formula esta plegaria, crea un lazo de unión entre el cielo y la tierra, entre lo alto y lo bajo. Crear este vínculo es, simbólicamente, una de las funciones de la varita mágica. Y pidiéndonos que repitamos después de él esta oración, Jesús nos revela que nosotros tenemos, igualmente, un papel mágico que jugar: atraer de arriba la pureza, la luz, la armonía, a fin de que la tierra se convierta en un reflejo del cielo, un tabernáculo para la Divinidad. Y el único medio para realizar este ideal consiste en ligarse al cielo, mantener sin cesar, con todo su ser, el contacto con el cielo, a fin de desencadenar corrientes que actuarán benéficamente sobre la tierra. Y esto solo es posible si uno decide poner en primer lugar al cielo, pues el cielo está siempre de primeras, como lo revela Moisés al inicio del Génesis. Puesto que está escrito: «En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra», es porque el cielo va primero y enseguida la tierra; entonces debemos otorgar el primer lugar al cielo. Pero ¿cuántos lo han comprendido? Para la mayoría, la tierra viene primero que el cielo, y para otros el cielo ni siquiera existe, solo la tierra. En cuanto a aquellos que descuidan la tierra para refugiarse en el cielo, tampoco están en lo cierto, tampoco han comprendido los planes de Dios que creó los dos: el cielo y la tierra. La Ciencia iniciática tiene por tarea llevar a los humanos a tomar consciencia de estas dos realidades del cielo y de la tierra, del espíritu y de la materia. Pero no es suficiente con que tomen consciencia, deben aprender cómo trabajar con ellas, puesto que ésta es la única condición para que encuentren el equilibrio. Cuando algunas personas presentan signos de desequilibrio, se buscan las causas en el agotamiento, en la mala nutrición, en una vida difícil, en las tristezas, etc. No, en el origen de todos esos desequilibrios está el desequilibrio entre el espíritu y la materia, y ello conlleva luego, las otras formas de desequilibrio que puedan constatarse1. El espíritu y la materia son dos polos, dos principios con los cuales el ser humano debe saber actuar inteligentemente, prudentemente. Y si no se recomienda darle preponderancia a la comodidad y a los bienes materiales, vivir en las privaciones, bajo el pretexto del misticismo y de la espiritualidad, no es tampoco una solución. Para encontrar el equilibrio, hay que darles al espíritu y a la materia su lugar respectivo: no despreciar la materia, sino volverla sumisa y obediente al espíritu. Esto fue lo que Jesús quiso expresar cuando afirmó: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Mientras los humanos no tengan una idea clara de lo que significa su presencia en la tierra, de la misión que deben cumplir, no se decidirán nunca a hacer este trabajo. ¡Cuántos temen, incluso, que la vida espiritual vaya a debilitarlos! En realidad, este temor viene de una muy mala comprensión de lo que son el espíritu y la materia. Porque la materia se encuentra allí, delante de ellos, visible y tangible, les parece que es la única realidad fiable, y en ella buscan certidumbre, seguridad y abrigo. No se dan cuenta de que esta materia que les inspira tanta confianza se transforma poco a poco en cárcel; y entonces, no solo son presos, sino que se vuelven vulnerables, puesto que la seguridad que la materia representa no es más que una ilusión. Comprenderán mejor lo que quiero decirles si les doy algunos ejemplos tomados de los diferentes reinos de la naturaleza. En la naturaleza, la piedra presenta la mayor resistencia, pero esta resistencia es solo aparente. Si quieren romper un bloque de piedra es muy difícil quizás, pero la piedra no tiene defensa y, una vez rota, no tiene ninguna posibilidad de regenerarse. Las plantas son aparentemente más vulnerables que las piedras, pero la vida que hay en ellas se defiende: las raíces, las ramas de los árboles pueden esquivar o forzar los obstáculos, los tallos de ciertas flores se inclinan hacia la luz del sol que necesitan; y si se llega a destruir la vegetación, a menudo vuelve a crecer… Respecto a los animales, incluso si su constitución, su fisiología los hace más vulnerables que las plantas, tienen la posibilidad de desplazarse para buscar el alimento, y algunas veces hierba para curarse, escapar de las agresiones, encontrar en otra parte condiciones de vida más favorables. En cuanto a los hombres, se puede decir que no habrían podido mantenerse en la tierra si no hubieran contado con recursos mentales para enfrentar las fuerzas de la naturaleza, sus trampas y sus peligros. Para ser inalcanzables, invulnerables, los humanos deben, por consiguiente, afinarse cada vez más. Y afinarse no significa volverse débiles, frágiles, por el contrario, significa volverse más inteligentes, progresar en la luz, la pureza, estar animados por vibraciones siempre más intensas. Entre más se asciende en la escala de los seres, más se encuentran creaturas que han purificado tanto su cuerpo, que han intensificado tanto su vida que no es posible capturarlas ni limitarlas; y más allá de todas estas creaturas, se encuentra el Señor que es de una inmaterialidad tal que es absolutamente inalcanzable, tan inalcanzable que no es posible ni conocerlo ni concebirlo. La vida oscila entre estos dos polos: la materia que no se encuentra animada sino de una ínfima vibración, y el espíritu puro, el espíritu de Dios, una vibración tan viva, tan intensa que es imposible asirla. Por ello, los humanos deben acercarse cada vez más a este polo de sutileza, de intensidad, de luz, allí está su poder. De cierta manera, lo saben, pero lo olvidan, y buscan siempre en la materia sus razones para vivir y las soluciones a sus problemas; no hacen la diferencia entre trabajar con la materia, sobre la materia, y dejarse absorber por ella, pues desconocen su formidable poder de atracción. Para contrastarlo con el principio masculino, activo, el espíritu, al principio femenino, a la materia, se le define como pasivo2. Pero pasivo no significa inactivo; el principio femenino ejerce una acción y esta acción, que toma la forma de la pasividad, es extremadamente eficaz. En vez de proyectarse hacia adelante como el principio masculino, el principio femenino atrae, aspira. Esa es su actividad, y quien no se le resista realmente, es absorbido. La materia atrae a los humanos, los fascina, y como no saben resistirse a esta fascinación, poco a poco se dejan engullir y pronto se ignora incluso dónde desaparecieron; tienden una mano para pedir auxilio, pero se hundieron tan profundamente que no es posible sacarlos de allí. En apariencia, claro, han tenido éxito, han aumentado sus posesiones, sus poderes, y todo el mundo los felicita –los ciegos los felicitan- y no solo los felicitan sino que tratan de imitarlos y, a su turno, se entierran hasta no poder respirar. He ahí una muy mala forma de comprender el trabajo sobre la materia. Para dominar la materia, el ser humano debe apartarse de ella cada vez más e identificarse con el espíritu, pues no se domina la materia por medio de la materia, sino por medio del espíritu. ¿Por qué? Es una cuestión de polaridad. El espíritu está polarizado positivamente y la materia negativamente. Mientras ustedes permanezcan polarizados negativamente como ella, no podrán dominar la materia, puesto que negativo y negativo se repelen. Para dominarla y trabajar en ella, deben polarizarse positivamente, como el espíritu, es decir, identificarse con el espíritu. Identificándose con el espíritu, se alejan de la materia; y alejarse de la materia no significa dejarla sino tomar distancia. No la abandonan, por el contrario, permanece a su vista y cuando se han elevado lo más alto posible por el pensamiento, descienden para orientarla mejor y afinarla. De nuevo, se alejan… y de nuevo, de acercan… De este modo, llegarán a hacer que la tierra sea un día como el cielo. Hasta entonces, no podrán realizar nada verdaderamente grande y durable, contrario a lo que creen los materialistas. Los materialistas no saben trabajar con la materia; se engullen en ella, son enterrados por ella, sofocados, aplastados, pero no la dominan. Imaginen que se les entrega un terreno que no ha sido cultivado nunca: está cubierto de maleza, de hierba salvaje. Pueden dejarlo tal cual, pero pueden también limpiarlo, labrarlo, cultivarlo. Tiempo después, estará cubierto de cereales, de árboles frutales, de legumbres, de flores. Acercándose a ese terreno, se puede decir que lo han «espiritualizado», pero fue necesario primero alejarse para ir a buscar las herramientas, las semillas que les permitieron transformarlo. He aquí otro ejemplo. Ocurre que un padre de familia no encuentra trabajo en su país que le permita alimentar a su familia; entonces se va al extranjero. Allí trabaja algún tiempo, y cuando regresa, después de haber ganado mucho dinero, es feliz de poder asegurar el futuro de su mujer y de sus hijos. Pero fue preciso primero que los deje un tiempo para poder proveer a sus necesidades. Lo mismo sucede con el espiritualista que medita, que ora. Se va «al extranjero» para ganar dinero… digamos mejor para recoger luz. A su regreso, trae esta luz, gracias a la cual vivifica la materia, la purifica, la ilumina. Quienes no quieren ir al extranjero continuarán arrastrándose con dificultad, aplastados por el peso de la materia. Pero se los repito porque es preciso que este proceso de la vida interior sea muy claro para ustedes: alejándose de la materia para identificarse con el espíritu, en realidad no se desprenden de ustedes mismos, pues todo está dentro de ustedes. Es su consciencia la que se eleva para alcanzar grados superiores. Tienen la sensación de haber ido hasta el cielo, hasta el sol, hasta las estrellas, de haber entrado en la presencia del Señor, cuando en realidad es dentro de ustedes mismos que fueron más lejos, más alto… o más profundamente, como quieran, ya que es imposible traducir en palabras las realidades del mundo espiritual. No tenemos a nuestra disposición más que un lenguaje concreto, como si se tratara de un espacio exterior con un arriba, un abajo, con distancias, volúmenes, cuando en verdad todo ocurre en nosotros mismos. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Para realizar esta plegaria de Jesús, la tierra debe ajustarse al cielo: para tener las mismas formas, la misma belleza, el mismo esplendor, es preciso que ella se ajuste. Y este ajuste es una cuestión de intensidad de las vibraciones. El cielo vibra tan intensamente que para ajustarse a él, la tierra debe intensificar sus vibraciones. Volvemos entonces a la cuestión de la intensidad de las vibraciones del punto central. Mientras no vibremos a la misma longitud de onda que el punto central, éste nos es inaccesible, no sabremos lo que es, lo que nos dice, lo que contiene, lo que nos aporta. Puesto que la tierra de la que habló Jesús es también nosotros, los humanos, debemos hacer esfuerzos hasta que esa parte de la periferia que somos se ajuste y vibre al unísono con ese centro del círculo que es la Fuente primordial. Entonces, la circulación se reanuda, las corrientes pasan, nos atraviesan, y sabemos todo lo que ese punto sabe, sentimos lo que ese punto siente, hacemos todo lo que ese punto hace por todo el universo. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Como pueden observar, estas palabras nos muestran todo un camino por recorrer, un itinerario por seguir. Realizar el cielo en la tierra supone obligatoriamente que podamos, en primer lugar, evadirnos de la obscuridad, de la pesadez, de los desórdenes del mundo donde vivimos para ir a visitar las regiones celestes, y luego volver para ajustar y organizar nuestra existencia aquí según los modelos que hemos contemplado arriba. Este es el verdadero trabajo del espiritualista: por medio de la oración, la meditación, la contemplación, intentar asimilar, captar la perfección que existe arriba, y esforzarse luego, en reproducirla aquí, sobre la tierra. Generalmente, se divide a los humanos en dos categorías: los que tienden a menospreciar la materia, al punto incluso de evadirla, y los que, por el contrario, se aferran a ella, la explotan y se refugian en ella. A unos se les llama «espiritualistas» y a los otros «materialistas», y en el transcurso de los siglos, sus doctrinas, sus actitudes han dado lugar a sistemas filosóficos que no han dejado de enfrentarse. En realidad, habría muchas cosas por decir sobre esta distinción entre materialistas y espiritualistas, y sobre los términos mismos de «espiritualistas» y «materialistas», porque para ser un buen materialista o un buen espiritualista, hay que saber trabajar con los dos polos que son el espíritu y la materia. Puesto que el materialista no tiene en cuenta al espíritu, priva a la materia de la mayor parte de sus posibilidades; y si el espiritualista niega a la materia, le niega al espíritu las condiciones para manifestarse. Por esto mismo, es preciso no separar tanto las actividades espirituales de las actividades materiales. Se pueden emprender todas las actividades materiales de la vida cotidiana de una manera espiritual, y se puede también orar como un materialista… ¡desafortunadamente! Basta con observar el tipo de plegarias que les humanos dirigen al Señor. Entre aquellos que se dicen espiritualistas, ¡cuántos en realidad se dejan absorber por los asuntos materiales! Cuando se aburren, o cuando están en dificultades, se dirigen hacia el Señor, esperando que Él les resuelva sus problemas: ¡y a eso le llaman la espiritualidad! Durante siglos se les ha repetido a los cristianos que la tierra no es más que un valle de lágrimas, y que la vida allí es un exilio, un castigo. Entonces, ¿qué les queda por hacer? Dejarla o, por el contrario, aferrarse a ella y aprovechar hasta las más mínimas ocasiones para tratar de sacar todas las ventajas y los placeres posibles. Pero una y otra actitud revelan una incomprensión acerca de la sabiduría y del amor divinos. ¿Cuál puede ser la existencia de aquel que se siente expulsado del Paraíso y obligado a vivir en un cuerpo que lo encarcela, en una tierra que no cesa de presentarle obstáculos y de la que sueña escaparse? Y ¿cuál puede ser también la existencia de aquel que se deja caer en la trampa de la materia y se instala en su prisión, imaginando que allí encontrará la libertad y la felicidad? ¿Quién es ese Dios que no ha dado a los humanos más que la posibilidad de escoger entre el deseo de huir de la tierra o de dejarse enterrar en ella?... Todo lo que existe en el cielo tiene una correspondencia en la tierra, porque la tierra es un reflejo del cielo, pero no es la tierra quien nos revelará la verdad de nuestra existencia. La verdad se encuentra en los dos: el cielo y la tierra, el espíritu y la materia. El hombre es un espíritu que desciende del cielo, pero debe envolverse en un cuerpo, porque en el plano físico es necesario un cuerpo. El cuerpo físico es para el espíritu del hombre lo que el universo es para Dios. Sí, el universo, la naturaleza, son el cuerpo de Dios. Este cuerpo es de una riqueza extraordinaria, pero no subsiste sino porque Dios lo anima, lo vivifica con su espíritu. Si el espíritu de Dios se retira, el universo se disgrega, todo se vuelve polvo y regresa a la nada. Lo mismo le ocurre al hombre que es un reflejo de su Creador: su cuerpo lo pone en contacto con el mundo físico, y le es, por tanto, necesario, indispensable para la manifestación, pero nada más. Es en su espíritu donde se encuentran los tesoros más preciosos, y cuando el espíritu se va, se lleva consigo la consciencia, las energías, la vida… No quedan en el cuerpo sino los elementos físicos que terminan por disgregarse. Y si existen lenguas donde las palabras que designan al soplo vital y al espíritu son las mismas o tienen la misma etimología, es porque existe un vínculo muy estrecho entre la vida y el espíritu. El sentido, la razón de nuestra vida en la tierra, Jesús los resumió magistralmente en este simple frase: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». ¿Para qué? Para que la tierra llegue a ser como el cielo. Pero repetirle al Señor: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», no servirá de nada si no trabajamos por realizar ese programa. Que no se imaginen que es suficiente con pronunciar algunas palabras, soñando con las delicias del cielo, para persuadir al Señor de enviar a los ángeles y a los arcángeles que vendrán a transformarlo todo. Corresponde a los humanos consagrarse a este trabajo y no a otros. Son los esfuerzos de cada uno los que harán descender sobre la tierra el orden, la armonía, la luz, el amor del cielo. Hermes Trismegisto escribió en la Tabla de Esmeralda: «Todo lo que está abajo es como lo que está en lo alto, y todo lo que está en lo alto es como lo que está abajo». Esta ley es respetada en los tres mundos, mineral, vegetal, animal, porque los minerales, los vegetales y los animales son fieles a la naturaleza, obedecen exactamente sus leyes. ¿Y los humanos? La Ciencia iniciática enseña que el hombre, a quien ella llama el microcosmos, fue creado a la imagen del universo, que ella denomina el macrocosmos; es decir, que en su estructura y por los elementos que lo constituyen, el hombre es un reflejo del gran cuerpo cósmico. Pero a diferencia de las piedras, de las plantas y de los animales, posee una voluntad libre, y esta voluntad no se encuentra aún en armonía con el cielo, porque el hombre no trabaja para organizar su mundo psíquico según las leyes del cielo. En el plano psíquico, no es posible afirmar aún que este programa se haya realizado: lo que está abajo, la voluntad humana, no concuerda con lo que está en lo alto, la voluntad divina. Por ello, Jesús formuló este deseo: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». La Tabla de Esmeralda sigue siendo el monumento más completo que una inteligencia haya dejado en herencia a la humanidad. El único texto que puede comparársele y que incluso lo supera, es la oración de Jesús, el «Padre Nuestro». La diferencia entre Hermes Trismegisto y Jesús radica en que Hermes habla de un estado de cosas existente, mientras que Jesús formula un deseo para el futuro. Hermes constata una realidad, y Jesús la desea. Estas dos frases atañen, entonces, a dos regiones diferentes. Los humanos tienen una voluntad independiente que no poseen los animales, ni las plantas, ni los minerales, y para los humanos Jesús aportó un nuevo elemento destinado a crear su futuro. Hermes aportó una ciencia; Jesús un ideal. Y si los humanos se deciden a trabajar por este ideal, un día será la perfección del Reino de Dios. El mensaje de Jesús es la más alta espiritualidad orientada hacia un trabajo que el hombre debe realizar aquí sobre la tierra. Por ello, todos aquellos que, en el deseo de salvar su alma, se refugiaron en los desiertos o en los monasterios, no han comprendido realmente este mensaje. Quien está iluminado verdaderamente, siente que no hay ninguna ruptura, ninguna contradicción entre el cielo y la tierra; entre más unido esté al cielo, más trabaja sobre la tierra. De toda su alma, de todo su espíritu, está unido a la Fuente, y al mismo tiempo hace su trabajo en la tierra. Hay que tener los dos, el cielo y la tierra: los pies sobre la tierra y la cabeza en el cielo. Desafortunadamente, la mayoría de los humanos no llegan a realizar esta unidad en ellos mismos: o bien se sumergen en la materia, o bien la abandonan con el pretexto de abrazar la espiritualidad. Pero rechazar la materia no es espiritualidad, y ni aquellos que quieren aferrarse a la tierra, ni aquellos que quieren dejarla llegarán a realizaciones durables. No hay que huir, no hay que desertar, sino impregnarse de todo lo que hay en el cielo y hacerlo descender en la tierra, a fin de instalar allí el Reino de Dios. Las palabras «materialistas» y «espiritualistas» no significan entonces gran cosa, puesto que un verdadero espiritualista debe ocuparse de la materia. Pero ¿de qué materia y con qué objetivo? Esto es lo que hay que saber. Como el plano físico es una fuente inagotable de realizaciones, los materialistas pueden sentirse orgullosos de todo lo que llegan a producir3. Sin embargo, esto no es una razón para despreciar a los espiritualistas, con el pretexto de que ellos no tienen nada que mostrar. Los materialistas, ignorantes, no saben que los espiritualistas trabajan también en la materia, pero en un plano más sutil: la materia de los pensamientos y de los sentimientos, con el fin de que esos pensamientos y sentimientos les inspiren actos que transformarán la vida en la tierra. Por muchas que sean las realizaciones materiales, si no están orientadas por pensamientos y sentimientos generosos, desinteresados, no solamente no contribuyen a la felicidad de la humanidad, sino que le causan su pérdida. El progreso técnico es el ejemplo más impactante, ha aportado innumerables avances en el plano material, y sin embargo, ¿por qué los humanos no son realmente más felices que cuando no había nada de todo eso? Y no solo no son más felices, sino que están más angustiados por los peligros de toda clase que se ciernen sobre sus cabezas por efecto de tales progresos. Algo, por lo tanto, no anda del todo bien. Cuando el hombre se deja impregnar por las fuerzas de lo alto, se convierte en un verdadero creador, un foco de corrientes poderosas y benéficas. Pero así como debe escapar a la atracción de la materia, no debe abandonarse a la del espíritu: es preciso que trabaje en la materia con el espíritu, teniendo presente el equilibrio que debe reinar. Si rompe este equilibrio, llegará a vivir quizás en la inmensidad, en la luz, pero no cumplirá su misión que no es otra que trabajar en la tierra con los medios del cielo. Quienes lo enviaron no estarán contentos con él, y lo harán volver cuantas veces sea necesario hasta que comprenda las razones de su paso por la tierra y se ponga a trabajar. Es necesario que esta cuestión comience finalmente a ser clara para ustedes. ¡Cuántas personas se imaginan que basta con dejar la tierra para sentirse felices y libres! No, si han sido estúpidas y limitadas en la tierra, lo seguirán siendo en el otro mundo también. En el otro mundo uno no se transforma, no progresa; en el otro mundo solo se verifica4. Sí, se verifica, se constata, se toma consciencia de lo que se hizo bien o de lo que se hizo mal durante su existencia. Es sobre la tierra que se progresa. Y si no se ha hecho nada acá, no será del otro lado que se comenzará a trabajar, no hay condiciones para ello. Del otro lado, repito, se constata solamente, no se puede ni corregir, ni mejorar nada. Se observa, por ejemplo, que se ha sido celoso, orgulloso, colérico, miedoso, etc., y no se puede cambiar nada de esto. Para cambiar algo, hay que descender nuevamente, es decir tomar otro cuerpo y volver a la tierra a hacer esfuerzos por perfeccionarse y reparar los errores. Por consiguiente, ¡quien se sienta ahora limitado en sus manifestaciones, que no trate de consolarse, imaginando que se manifestará mejor en el otro mundo! Para mejorar las cosas, no hay sino un método: trabajar aquí en la tierra. Sí, no es porque el hombre deja su cuerpo que va a encontrarse inmediatamente transportado a la inmensidad de la sabiduría y del amor; pues no es su cuerpo el responsable de sus limitaciones, sino la mediocridad de su vida psíquica, y el único medio de escapar de esas limitaciones es un trabajo paciente, perseverante sobre sí mismo, sin preocuparse de las cuestiones metafísicas y abstractas que lo superan. Influenciados por la lectura de libros de filosofía oriental que han digerido más o menos bien, algunos terminan por dejarse llevar hasta perder el gusto de vivir. Puesto que todo no es más que «maya», ilusión, y debe volver a la nada un día, ¿de qué sirve trabajar, ganar dinero, establecer una familia? … El universo no es más que una ilusión, es verdad, como una burbuja de jabón que revolotea un instante y luego estalla. Incluso si, según los astrofísicos, el universo tiene más de cinco mil millones de años y sobrevivirá aún mucho tiempo, ¿qué son esos miles de millones de años frente a la eternidad? «Pregúntense, entonces ¿por qué Dios creó el mundo?». No se sabe nada al respecto y las explicaciones que se ofrecen se parecen mucho a aquellas que se dan a los niños: «¿mamá, de dónde viene mi hermanito?» y la madre responde que lo encontró en una col o que la cigüeña lo trajo. Para saber la verdad, habría que preguntársela a un Arcángel, a un Serafín, y no es siquiera seguro que estén al tanto. Ellos conocen todos los elementos de la Creación pero ¿saben exactamente acerca de los medios de Dios, de sus proyectos? Sí, que los Serafines me perdonen, pero me pregunto realmente si Dios les ha revelado todo. Si se encontraran frente a la verdad, los humanos serían fulminados; por ello solo es posible revelarles lo que son capaces de soportar, de lo contrario, lo abandonarían todo. Hay que dejarlos ocuparse de algo, transpirar un poco, imaginarse que hacen algo. Es como los niños en la playa cuando construyen castillitos de arena. Cuando los adultos ven el interés, la pasión que ponen en ello, son felices, y se dicen: «Ah, nuestros hijos sí que saben divertirse». Del mismo modo, los adultos de arriba, las entidades celestes que nos observan dicen: «Es maravilloso ver cómo se ocupan: plastilina, muñequitas, castillitos, soldaditos de plomo… ¡Qué dinamismo!» Y lo aceptan, que quieren, ¡es la edad! Los humanos son niños. Dirán: «Pero, entonces, ¿usted no nos cuenta sino mentiras?» Sí, mentiras, pero las mejores, las más convenientes, las más útiles para ustedes. Todo no es más que ilusiones, mentiras, pero entre esas mentiras, algunas son preferibles a otras, y ésas son las que escogí, puesto que esas mentiras son verdad, ¡la más bella de las verdades! La verdad tiene millares de grados, y el último grado es quizás el vacío, la nada, el abismo, pero no es sobre esa verdad que les aconsejo fundamentar su existencia. Estamos en la tierra y debemos desempeñar nuestro papel, no hay que querer escaparse, pero al mismo tiempo, no hay que olvidar que es teatro. Cuando dos países están en guerra, hay miles de muertos de los dos lados. Pero cuando se reencuentran en el otro mundo, ¡si pudieran oír lo que se dicen! «¡Ah, qué comedia hemos hecho! Vamos, brindemos ahora…» y se abrazan, mientras que aquí se masacraban. En realidad, no se detestan; eran papeles que debían desempeñar. Sí, la existencia está hecha de esa forma… hasta que los humanos aprendan que no han venido a la tierra para transformarla en un campo de batalla, sino para hacer descender en ella la armonía y el esplendor del cielo. Los humanos quieren saberlo todo, aunque no puedan comprender. ¡Tratar ahora de conocer los propósitos de Dios cuando creó el universo, para decidir si vale la pena vivir! No hay ni siquiera que hacerse esta pregunta, porque realmente nadie podrá responderla: Dios se reservó esta razón para Él. Contentémonos con saber que el universo existe, que en este universo se encuentra un lugar llamado la tierra y que allí vivimos y debemos trabajar por el momento. Lo esencial es entonces aprender a trabajar en la tierra según los principios de la sabiduría y del amor, sin preocuparse de cuestiones tan lejanas. Querer conocer los secretos de la Creación, cuando se lleva una existencia tan mediocre, ¡es risible! Hay que aprender primero a vivir la vida divina y esta vida, poco a poco, nos instruirá. Sí, cuando el hombre es capaz de purificar su vida, de hacerla más intensa, más luminosa, esta vida despierta en él otros centros, otras facultades que le dan acceso a regiones superiores desde donde recibe revelaciones5. Y cuando Jesús dijo: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», hablaba justamente de esta calidad de vida tan sutil, tan espiritual que permite ver, oír, sentir, degustar, tocar lo que no se puede alcanzar por medio de una vida física solamente o incluso intelectual. Únicamente la vida purificada, iluminada, divinizada permite comprender, respirar las regiones celestes. Como pueden ver, todo es coherente y hay mucho para hacer reflexionar a la cristiandad que, desde hace dos mil años, repite y comenta las palabras de Jesús. Sí, oh queridos cristianos, ¿cuándo comenzarán a comprender todas las maravillas contenidas en los Evangelios para utilizarlas? Un día, cuando finalmente sus ojos se abran, exclamarán: «¡Dios mío, todo lo que se nos ha dado y que no habíamos sabido utilizar!» Sí, si los cristianos hubieran comprendido la enseñanza de Cristo, no habrían hecho otra cosa que trabajar toda su vida para realizar solamente estas palabras: «En la tierra como en el cielo». 1 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. I: «Por qué escoger la vida espiritual», y cap. III: «El sentido de la vida, la evolución», tercera parte. 2 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y de lo femenino». 3 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. II: «Materialistas y espiritualistas». 4 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. X: «La muerte y la vida en el más allá». 5 Cf. Armonía y salud, Col. Izvor No. 225, cap. I: «Lo esencial, la vida». 4 Del sol a la tierra: cómo el pensamiento se realiza en la materia Cuando el espíritu del hombre abandonó el seno del Eterno, estaba en posesión de todos los saberes, de todos los poderes, y no los perdió, están profundamente escondidos, cubiertos por capas de materia opaca, pero están allí aún, en él. ¿Cómo encontrarlos entonces? Es simple: el trabajo y el tiempo… sí, el trabajo y el tiempo necesarios para la materialización, la concreción de los poderes del espíritu. Pero antes de todo, es preciso conocer las condiciones en las cuales este trabajo de materialización es posible. Esas condiciones, muchos seres, entre ellos algunos que han emprendido la vía espiritual, no las conocen. Con el pretexto de que han oído hablar del poder del pensamiento, muchos se lanzan a hacer ejercicios de concentración para producir ciertos fenómenos o realizar proyectos en el plano físico; y como no obtienen resultados, se decepcionan y dejan de ejercitarse, lo que es lamentable. O por el contrario, ocurre también que perseveran y estropean su sistema nervioso, lo que es aun más grave. La naturaleza ha dotado al hombre de diversos instrumentos para actuar sobre la materia, pero él debe saber cuándo y cómo utilizarlos. Si ustedes quieren por medio del pensamiento atraer hacia su boca un terrón de azúcar, a pesar de los muchos esfuerzos que hagan para concentrarse, es altamente probable que el terrón no se mueva. Tomen, en cambio, ese terrón de azúcar con la mano, llévenlo a la boca y ¡ya está! Para agarrar los objetos, la naturaleza nos ha dado una mano, y ello debe ser suficiente. Ustedes dirán: «¿Entonces, qué podemos hacer con el pensamiento?» ¡Ah!, con el pensamiento se pueden realizar cosas mucho más importantes; solo que es preciso conocer su naturaleza, cómo trabaja, y cuáles son las condiciones necesarias para que el pensamiento se realice en la materia. ¡Cuántos libros complicados han sido escritos sobre la materialización del pensamiento! En realidad, es muy simple, y lo más extraordinario es que tenemos ante nuestros ojos, continuamente, ejemplos de este proceso que no se han sabido observar para extraer de ellos conclusiones. Un día, un hombre se dice a sí mismo que sería muy agradable conseguir un poco de dinero sin fatigarse. En un primer momento, este hombre se contenta con imaginarlo, visualiza la escena, las circunstancias: la multitud en el metro, o en un supermercado y su mano que se desliza en un bolsillo o en una cartera para tomar una billetera… Está en su cabeza como una vaga idea aún. Pero puesto que este pensamiento se grabó, desencadena en él ciertos engranajes y, poco a poco, desciende al plano del sentimiento: comienza a desear ardientemente su realización. Las comunicaciones, las conexiones están en proceso de efectuarse y, un buen día, su mano se desliza en un bolso o se apropia de un objeto en un estante. Como pueden observar, mientras el pensamiento permaneció en lo alto, en el plano mental, era inoperante; pero descendió al plano astral, el plano del deseo, y de allí al plano físico. ¿Cómo afirmar entonces que el pensamiento no se realiza? Tomemos otro ejemplo. Un muchacho completamente pacífico, dulce, idealista, que no le haría daño ni a una mosca, entra a la universidad. Allí, empieza a leer libros de historia y de filosofía, donde descubre las ideas de ciertos pensadores políticos que revolucionaron sociedades y llevaron a los pueblos a vivir grandes aventuras. Se apasiona con ellos, se sumerge en sus obras y se alimenta cada vez de ideas más audaces. Finalmente, se inscribe en un partido con el deseo de desempeñar un papel él también y un día se convierte en la cabeza de una revolución en su país. Todo comenzó con ideas, teorías, una filosofía. ¿Cómo dudar entonces que el pensamiento es un poder formidable? ¡No se le ve, no mueve un terrón de azúcar, pero termina por hacer sublevar millones de hombres! El pensamiento es, por lo tanto, una fuerza, una energía, pero es igualmente materia de una extrema sutileza, que trabaja en regiones muy alejadas del plano físico. Atraviesa muros y objetos sin dejar huella y, para poder actuar sobre la materia, necesita que se le construyan puentes, es decir, todo una serie de intermediarios. Ofrézcanle esos intermediarios, y verán que es capaz de estremecer el universo. ¿Han visto cómo funcionan las máquinas en una fábrica? Todo está conectado, todo está listo, solo hay un simple botón que hay que oprimir; y puesto que este botón está unido a una cantidad de engranajes, a circuitos de transmisión, cuando se oprime, toda la maquinaria se pone en marcha, y pronto al final de la cadena, aparecerá un objeto completamente acabado. El pensamiento que el hombre proyecta actúa inmediatamente en su región, en lo alto, donde pone en marcha aparatos de una enorme sutileza. Pero mientras la comunicación no se establezca correctamente de un plano al otro, mientras los cables de transmisión no hayan sido instalados, no puede concretarse en actos en el plano físico: hay huecos, zonas muertas, la corriente no pasa. No es sino una cuestión de comunicación, de transmisión. Jamás el pensamiento ejerce directamente su poder en el plano físico, pues le son necesarios intermediarios. No se agarran brasas con la mano, sino con pinzas; y para servirse la sopa se toma un cucharón. Y el brazo, si se quiere comprender lo que es, pues bien, justamente, es un intermediario entre el pensamiento y el objeto. Cuando toman un terrón de azúcar, ¿quién actúa? Su pensamiento, pues es su pensamiento el que conduce el brazo. Pero no basta con el pensamiento, es preciso el sentimiento, ya que si no tienen ganas o no les gusta el azúcar, su brazo no lo tomará. Existe evidentemente un lazo entre el pensamiento y la acción, pero es más fuerte el lazo entre el sentimiento y la acción. ¿Por qué, cuando experimentan amor o rabia, ese sentimiento se abre camino inmediatamente hacia el plano físico? Quiéranlo o no, gesticulan de acuerdo a ellos. Aman a alguien e, instintivamente, quieren sonreírle, acariciarle, besarle, darle regalos. Si están enfadados con él, deben esforzarse para no fulminarlo con una mirada, o darle un par de cachetadas. Cada sentimiento se manifiesta a través de gestos bien determinados. Siempre es el pensamiento, sostenido por el sentimiento, el que hace correr a la gente o la hace parar, el que provoca guerras, devastación, o las empresas más nobles1… El pensamiento es pues realmente un poder, pero con la condición de que haya brazos para realizarlo. Y el hombre mismo es un ejecutante, un brazo. El brazo de un hombre es un símbolo del hombre mismo, que representa, a su turno, otro brazo. Sí, el brazo es un resumen del hombre: el hombre es un brazo para el pensamiento, y puede ser que el pensamiento sea también un brazo para otros pensamientos en regiones cada vez más elevadas… hasta la Divinidad que utiliza todos los brazos, es decir, a todas las creaturas. Si hay algo que no debe olvidarse jamás, es que todos los pensamientos que formamos, por pequeños o insignificantes que sean, son una realidad, pues todo pensamiento es un ente vivo2. No puede concluirse que el pensamiento no se realiza, solo porque no toque directamente la materia. Se realiza, pero en su región: el plano mental, solamente allí actúa, como puede observarse en la hipnosis. Supónganse que están dotados de una gran facultad de concentración mental: después de haber hipnotizado a alguien, le dan, por ejemplo, un pedazo de papel y le dicen: «Toma, es una rosa, huélela, ¿cómo es su perfume?» Y él les responde, maravillado del delicioso perfume de esta rosa. Ello se explica porque lo han puesto en un estado psíquico donde el pensamiento se realiza instantáneamente, no en el plano físico sino en el plano mental. Su pensamiento, con la ayuda de las palabras que pronunciaron, formó la rosa en el plano mental; y como la consciencia de esta persona no se encuentra ya en el plano físico, es capaz de percibir los perfumes en las regiones más sutiles del plano mental. Es allí donde captó algo, y cuando dice que sintió realmente el perfume de la rosa, no se equivoca. O bien, imagínense que le dan agua a alguien, diciéndole: «Toma, es coñac, vas a emborracharte». Bebe y verdaderamente se emborracha. ¿Qué pasó? En este caso también fue proyectado a una región donde esta agua no es ya agua sino alcohol. Lo anterior prueba que el poder del pensamiento es absoluto e inmediato, pero en el plano mental, pues está hecho de una materia tan sutil que solo puede actuar instantáneamente sobre una materia tan sutil como la suya. En su región, con los materiales sutiles de los que está hecho, el pensamiento es un ser actuante. Como no es posible verlo, ni escucharlo, ni tocarlo, objetivamente no puede probarse nada acerca de su existencia, por ello, los humanos se abandonan a pensamientos desordenados, criminales, sin sospechar que éstos ya están produciendo daños. Sí, cualesquiera sean nuestros pensamientos, buenos o malos, se realizan de una forma u otra, en algún lugar del mundo y en nosotros mismos. Cuando han comprendido esta realidad del pensamiento, saben que pueden construirlo todo, realizarlo todo de una sola vez, pero arriba, no en la materia. ¿Quieren palacios, parques con fuentes que brotan, pájaros que cantan?... Allí están inmediatamente. Si fueran algo clarividentes, los verían pues son una realidad. Pero incluso viéndolos, no podrían tocarlos, y para materializarlos se requerirían, sin duda, siglos. Ahora bien, ¿qué enseñanza podemos sacar del asunto de la hipnosis? Para hipnotizar a alguien, se actúa sobre su subconsciente: puesto en un estado de inconsciencia transitorio, ejecuta las órdenes que se le dan, lo que no hubiera hecho, quizás, si se le hubiera dicho lo mismo estando despierto y en estado de perfecta consciencia. De esta experiencia puede concluirse que, para acelerar la realización de un deseo, hay que descender al subconsciente y depositar allí la imagen de ese deseo3. Para obtener resultados en el campo espiritual en forma más rápida, he aquí un ejercicio fácil de hacer. Quieren, por ejemplo, desarrollar una cualidad, una virtud: comiencen por concentrarse en esta cualidad, mediten sobre la meta que quieren alcanzar gracias a ella, y luego duérmanse: durante el sueño, las fuerzas del subconsciente contribuirán a la materialización de ese deseo. Si en mis conferencias insisto tanto en la importancia del estado en el que uno se duerme cada noche, es porque el sueño favorece la cristalización de todos los estados interiores4. Es preciso, por lo tanto, aprender a dormirse con los mejores pensamientos, los mejores deseos, pues de ese modo, se ayuda a su realización. Dirán: «pero hemos oído hablar de ciertos fenómenos que se producen en las sesiones espiritistas: objetos que se mueven, golpes dados por quién sabe quién…» Sí, porque los espiritistas, que conocen las leyes de la materialización del pensamiento, pueden fabricar una mano de fluidos, y con ella, ya condensada pero invisible, pueden, efectivamente, mover objetos y golpear. El pensamiento es por lo tanto capaz de tocar la materia física, pero por intermedio de otro plano: es necesario envolverlo en una materia más densa, la materia etérica; y esta materia etérica, si bien invisible, tocará la materia física, pues pertenecen a la misma región del plano físico, aunque no posean el mismo grado de materialización. Hay que condesar el pensamiento para que pueda actuar sobre los objetos y los seres. Y es siempre posible: trabajando mucho tiempo en ciertas creaciones mentales, agregándoles ciertas partículas de su propia materia, el hombre termina por vestir sus formas-pensamientos de materia etérica. Algunos faquires pueden hacerlo rápidamente, porque conocen la técnica que permite materializar una forma-pensamiento a fin de que sea visible y tangible: aprendieron a trabajar con los intermediarios. Pero lo que se llega a obtener de esta manera, no es muy elevado. Hacer mover objetos, o materializar frutas y flores, es fantástico, claro, ¿pero de qué sirven semejantes proezas para la llegada del Reino de Dios? Ustedes deben saber que los Iniciados no se dedican a producir fenómenos de esta índole. Pueden hacerlo, pero les parece que es mucho gasto inútil de tiempo y de energía. Es mucho más razonable servirse de la mano cuando es posible hacerlo y solo utilizar el poder mental para la única cosa que vale verdaderamente la pena: producir transformaciones benéficas en sí mismo y en los otros. Para que sea más claro, les daré un ejemplo, tomado de la naturaleza. Me encuentro a alguien que acaba de dar un paseo al borde del mar y le pregunto lo que vio. «Oh, no mucho, caminé sobre las rocas, el sol calentaba fuertemente, había viento y el mar estaba agitado. –¿Y es todo?- Sí, es todo. ¿Había algo más para ver?- Pues toda la creación, todas las leyes de la naturaleza están inscritas allí». Me mira extrañado. «Sí, tenía delante suyo fenómenos formidables y no los vio, no los interpretó. Se encontraba en las rocas: ¿cómo eran esas rocas? Presentaban toda clase de huecos y de asperezas, podría decirse que fueron esculpidas. – Bueno, y ¿quién les dio esas formas? El agua seguramente al golpear contra ellas. –Sí, y ¿quién movió el agua? – Debió ser el viento.- ¿Pero cuál es el origen del viento? – Debe ser el sol.- Y entonces, ¿no vio que toda la naturaleza estaba allí, delante suyo, para hablarle, explicarle las leyes del trabajo espiritual?...» Sí, el sol corresponde al espíritu en nosotros, el aire al pensamiento, el agua al sentimiento, y la tierra al cuerpo físico. Cuando el espíritu actúa sobre el pensamiento, éste se lleva al sentimiento y el sentimiento se abalanza sobre el cuerpo físico para hacerlo correr, gesticular, hablar. El cuerpo físico se mueve, por lo tanto, bajo el efecto del sentimiento, el sentimiento se despierta gracias al pensamiento y el pensamiento nace bajo la influencia del espíritu. Si llegan a comprender este proceso y a trasladarlo a ustedes mismos, serán capaces de hacer maravillas. Toda la ciencia de la magia divina, de la teurgia está contenida en esta imagen de los cuatro elementos, el fuego (el sol), el aire, el agua, la tierra. Mediten frecuentemente en esta imagen. Solo las creaciones del espíritu son verdaderas creaciones. ¿No las ven? No importa, no se detengan en la cuestión de si ven o no. Basta con saber que son realidades, es todo, pues de esa forma ayudan a estas creaciones a descender y a encarnarse más rápidamente en la materia. Si hasta el momento su trabajo ha sido ineficaz, es porque no estaban listos, los intermediarios no estaban a punto todavía, no habían trabajado suficientemente sobre ellos, ni siquiera conocían su existencia; ¿cómo actuar sobre algo que no se conoce? Pero puesto que se les revela ahora su existencia y su importancia, con el poder de la fe, llegarán a trabajar sobre estos intermediarios y obtendrán resultados. Dicen tener ideas y son magníficas, incluso divinas, es claro, pero ¿han obtenido resultados?... ¿No?... Lo que prueba que no han entendido aún realmente la acción del sol sobre la tierra por intermedio del aire y del agua. Es bueno tener ideas, pero no se jacten de ello, pues los dejarán tan infelices y desprovistos como antes, mientras no sepan cómo concretarlas por medio de actos. No es suficiente tener ideas, así sean extraordinarias; mucha gente las tiene, pero vive de manera tal que no existe ninguna comunicación entre esas ideas y sus actos. ¿De qué sirve pensar como un ángel y actuar como un animal? Es preciso un intermediario, un puente; y ese intermediario es el sentimiento. A través del sentimiento, las ideas se hacen carne y hueso y tocan la materia. Ya algunos de ustedes han comenzado a hacer realidad sus creaciones, pero son aún híbridas, enclenques e inestables, porque no están ni muy convencidos, ni muy atentos y una parte de sus pensamientos se pasea por aquí, mientras que otra va por allá… Algunos días son más conscientes, están más en acuerdo con su ideal divino, más decididos a entrar en armonía con él; pero rápidamente lo abandonan. Entonces, que no se asombren si su pensamiento permanece inoperante. Para que actúe, es preciso llamar al amor, pues no se realiza realmente sino lo que se ama. Podría estudiarse este tema mucho más en detalle, pero, por hoy, les doy solamente ciertas líneas generales. A mí, la idea general es la que me interesa, la lección que puede extraerse de los cuatro elementos: el fuego, el aire, el agua y la tierra, y del paso del fuego (el sol) a la tierra por intermedio del aire y del agua, pues sobre esta ley está basado el trabajo de un Iniciado, de un Maestro espiritual. Un Iniciado, un Maestro espiritual sabe que los pensamientos que forma no tocan la materia densa, visible; éstos no le llegan ni hacen vibrar sino aquello que se acerca más a su naturaleza, es decir, los elementos más sutiles que existen en ellos y en los otros. De este modo, como el sol, el espíritu de un Maestro toca, a través del espacio, la mente de los humanos. Quienes están preparados captan sus mensajes, y todo un trabajo se hace en ellos para que estos pensamientos se encarnen un día en la tierra. Así operan los cambios de mentalidad en el mundo5. Hace más de un siglo, la ciencia descubrió la existencia de ondas que recorren el espacio, y este descubrimiento fue el origen de la radio, del teléfono, del radar, etc., cuando se llegó a poner en funcionamiento aparatos capaces de captar y de transmitir las ondas… ¿Por qué dejar a la ciencia o a la tecnología explotar solas este descubrimiento6? El espacio no está solamente atravesado por ondas que nos permiten hablar por teléfono o escuchar o ver un programa de radio o de televisión… Otras ondas, aun más sutiles, lo atraviesan y debemos aprender a captarlas, tenemos los medios para ello. La Inteligencia cósmica ha dispuesto en el hombre aparatos que le permiten recibir las ondas que envían los Iniciados, los Ángeles, los Arcángeles… Pero en vez de recibir estos mensajes, en vez de captar estas corrientes y de extraer de ellas todo lo que necesitan para su salud o su comprensión de las cosas, los humanos tienen la cabeza en otro lugar, están conectados a estaciones diferentes que no los dejan escuchar sino ruido de discusiones, revueltas. Y como no saben cambiar de emisora o apagar el aparato, están siempre inquietos, perturbados, infelices. El trabajo de los espiritualistas consiste entonces en despertar su consciencia a todas estas riquezas del universo que se encuentran a su disposición. Si no las aprovechan, es porque aún están ciegos, cerrados, dormidos: son como aquel que sumergido en el agua hasta el cuello, se queja que muere de sed. ¿De qué sirve proclamarse cristianos, creyentes, espiritualistas, si pasan su tiempo quejándose de que les hace falta esto o aquello? No, tienen todo a su disposición, pero en su consciencia les hace falta algo. Por ello, yo tengo un aparato emisor –se encuentra en las más altas cimas de las montañas7- y de vez en cuando voy allá con el pensamiento para decirle al mundo entero: «Despierten, despierten, está saliendo el sol en el mundo. Vinieron a la tierra para hacer un trabajo gigante, para preparar la llegada del Reino de Dios». Los cerebros de quienes estén preparados captan los pensamientos proyectados por un Iniciado, y esos pensamientos encuentran siempre el medio de llegar al sentimiento, luego del sentimiento a los actos, y de esta forma éstos se orientan en la buena dirección. Han comprendido, ahora, cómo debe utilizarse el poder del pensamiento. Pero, ¿de qué sirve concentrarse para mover, levantar o torcer los objetos? Seguro, dedicarse a esta clase de prácticas, puede dejar pasmados a algunos, claro, pero no se realiza nada en el alma, en el corazón, y en el intelecto de los humanos para hacerlos mejores, instruirlos, y conducirlos hacia Dios. Quien posee dones psíquicos excepcionales, una gran capacidad de concentración, un poder mental fuera de lo común, debe ponerlos al servicio de la búsqueda del Reino de Dios y no exhibirlos como en un circo. Si quieren experimentar entonces el poder del pensamiento, no les aconsejo que imiten a los faquires ni a los magos. Ese don del Cielo, si lo poseen, deben dedicarlo únicamente a un trabajo que valga la pena y que sea realmente de la mayor importancia para su futuro y el de la humanidad. El poder más grande que Dios pudo darle a una creatura es el pensamiento, el pensamiento que le dio como emanación del espíritu. En la medida en que cada pensamiento está impregnado de la omnipotencia del espíritu que lo formó, tiene la facultad de actuar para construir o para destruir. Sabiendo esto, ustedes pueden convertirse en bienhechores de la humanidad: a través del espacio, hasta las regiones más lejanas, envían mensajeros, creaturas luminosas con la misión de ayudar a los seres, consolarlos, aclararlos, sanarlos. Todo aquello en lo que yo creo, todo lo que hago, todo lo que espero, está basado en un saber, y ustedes también pueden entrar tranquilamente en este saber. Si no obtienen resultados aún, no hay que decir que la enseñanza de los Iniciados es engañosa, tienen que revisar solamente sus instalaciones, sus conexiones, y descubrirán que hay un defecto en algún lugar, como en un automóvil donde hay cortocircuitos, o en un reloj al que le ha entrado polvo. Por lo tanto, si a pesar de sus esfuerzos, no obtienen resultados, no es la Ciencia Iniciática la culpable: quizás son ustedes quienes no han comprendido ni aplicado correctamente los grandes principios. 1 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. I: «Dulzura y humildad». 2 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. VI: «Los pensamientos son entidades vivas». 3 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. V: «Sed perfectos como vuestro Padre celeste lo es», segunda parte. 4 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. XIV: «El sueño, imagen de la muerte», cap. XV: «Protegerse durante el sueño» y cap. XVI: «Los viajes del alma durante el sueño». 5 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. IX: «La dimensión universal de un Maestro» y cap. X: «La presencia mágica de un Maestro». 6 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. IV: «Hrani yoga y Surya yoga», tercera parte. 7 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. VII: «La montaña, madre del agua». Tercera Parte «Sois el templo del Dios vivo» 1 El cuerpo, instrumento del espíritu. Cuadro sinóptico El espíritu del hombre es omnisciente, todopoderoso, posee facultades infinitas. Los órganos del cuerpo son los que no están aún suficientemente desarrollados para convertirse en los instrumentos perfectos del espíritu. Es un asunto que no ha sido comprendido muy bien, aun por los espiritualistas. Cuántos creen que deben reforzar el espíritu y, por el contrario, descuidar el cuerpo físico, ¡menospreciarlo, incluso! Como el espíritu se manifiesta a través del cuerpo de manera imperfecta, piensan que el espíritu es imperfecto y que deben desarrollarlo. No, el espíritu es una chispa, una chispa pura emanada del seno del Eterno, no podemos aportarle nada que no posea ya. La diferencia que existe entre los humanos no reside en el hecho de que su espíritu se encuentre a niveles diferentes de evolución: todos los espíritus participan de la quintaesencia de Dios mismo. Es en su materia que los humanos son diferentes, y por materia, entiendo no solamente la del cuerpo físico, sino también la de sus cuerpos astral (el cuerpo de los sentimientos) y mental (el cuerpo de los pensamientos). Tomemos el caso de un discapacitado mental: su espíritu no está discapacitado; el órgano a través del cual el espíritu debe manifestarse, su cerebro, lo está, presenta algunas anomalías. Sucede exactamente lo mismo que con un virtuoso al que se le da un piano destemplado: haga lo que haga y así tenga buena voluntad, no producirá sino cacofonía. No es el virtuoso el culpable, el piano lo es. El cerebro mediante el cual el espíritu debe manifestarse es exactamente como el piano que el virtuoso debe tocar. Como ven, entonces, se debe trabajar el cuerpo, pues de lo contrario, incluso el espíritu más evolucionado no podrá transmitirle nada de su luz, ni de su fuerza. El espíritu es una chispa divina: todos los poderes, todo el saber del Señor están contenidos en su quintaesencia: solo hay que darle un instrumento adecuado, y el cuerpo es, justamente, el mejor instrumento que Dios le dio al hombre, instrumento de una riqueza extraordinaria, construido con una sabiduría inexpresable. Todos aquellos que despreciaron y rechazaron el cuerpo físico, con el pretexto de que es materia, para concentrarse solamente en el espíritu, cometieron un error. Si el cuerpo es tan despreciable, ¿por qué la Inteligencia cósmica envía a la tierra a los hombres a encarnarse? Deberían quedarse arriba, como espíritus puros… Ustedes dirán que, actualmente, los humanos han entendido muy bien la importancia del cuerpo físico. Sí, pero no en el sentido que se requiere: cuando se dedican a darle al cuerpo placeres, lujo y todos los medios para parecer seductor, atractivo, ¿tendrán por objetivo hacerlo un instrumento del espíritu capaz de transmitir la luz divina?... Está dicho en las Escrituras: «Sois el templo del Dios vivo». El templo es un edificio, una construcción. El espíritu, por consiguiente, no puede ser el templo de Dios, porque es inmaterial; el espíritu oficia en el templo, dirige la ceremonia. El templo es el cuerpo físico. Por lo tanto, ¡en el cuerpo físico está nuestro trabajo! Hay que purificarlo tanto, hacerlo tan invulnerable e inaccesible al mal y a las enfermedades, tan vivo y sutil que se vuelva el portavoz del espíritu, un medio de expresión del Cielo, a fin de que todas las maravillas del universo puedan manifestarse a través de él. Por ahora, desafortunadamente, el cuerpo físico no es un templo, sino más bien una taberna llena de ruido, donde todos los diablos son invitados a festejar… El espíritu del hombre tiene como primera misión trabajar en su cuerpo, y luego, gracias a ese cuerpo, trabajar la tierra, pues de alguna forma la tierra es una prolongación de su cuerpo. Se diría, sin embargo, que los humanos nunca se han preguntado realmente lo que vienen hacer a la tierra. En realidad, en lo más profundo de ellos mismos, saben que descendieron para hacer un trabajo, pero metidos en la pesadez de la materia, lo olvidan y regresan a lo alto, luego de haber desvalijado y ensuciado todo. Este asunto de las relaciones del espíritu y de la materia abarca todas las actividades del ser humano, todos los aspectos de su existencia. Con el fin de ofrecerles una visión clara al respecto, les presentaré un cuadro que no encontrarán en ningún otro lado. Ese cuadro lo he llamado «sinóptico», porque presenta una visión de conjunto de la estructura del ser humano y de las diversas actividades que corresponden a dicha estructura. Este cuadro está compuesto por cinco columnas verticales. La primera columna indica los elementos que constituyen la estructura del ser humano, es decir los principios que lo hacen un ser humano: el espíritu, el alma, el intelecto, el corazón, la voluntad, el cuerpo físico. Arriba de la segunda columna, verán escrita la palabra «Ideal», puesto que cada principio tiene una vocación, busca alcanzar un ideal que, obviamente, es diferente para cada uno. Para que cada principio pueda alcanzar su ideal, es necesario que sea alimentado, por eso la tercera columna lleva el nombre de «Alimento». La cuarta columna está dedicada al «Pago», es decir al precio que debe pagarse para obtener este alimento. PRINCIPIO Espíritu consciencia divina Alma superconsciencia Intelecto auto-consciencia Corazón consciencia Voluntad subconsciencia Cuerpo físico inconsciencia IDEAL Tiempo eternidad inmortalidad Espacio inmensidad infinito Conocimiento saber luz Dicha felicidad calor Dominación poder movimiento Vigor salud vida ALIMENTO Libertad PAGO Verdad Impersonalidad altruismo Pensamiento Fusión dilatación éxtasis Sabiduría Sentimiento Amor Fuerza Gesto aliento Alimento Dinero ACTIVIDAD Identificación unión creación Contemplación adoración oración Meditación estudio profundización Música canto, poesía armonía Respiración ejercicios, danza Paneuritmia Actividad dinamismo trabajo Cuadro sinóptico Finalmente, la quinta columna presenta la «Actividad», es decir el trabajo que cada principio debe hacer para recibir este pago. Como lo pueden observar, todas estas nociones están relacionadas entre ellas de una manera perfectamente clara y lógica. Para facilitar la comprensión, comenzaremos por la parte inferior del cuadro, esto es, por el cuerpo físico, porque se trata de un aspecto que todos conocen muy bien por su propia experiencia. El ideal del cuerpo físico es la salud. Para obtener la salud es necesario alimentarse. Para procurarse este alimento, hay que tener dinero. Y para obtener dinero, hay que trabajar. Es muy claro. Pues bien, tan claro como lo es para el cuerpo físico, lo es para la voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. Cada uno de estos principios busca un ideal; para alcanzarlo, debe alimentarse; para comprar este alimento hay que pagar; y el dinero no se gana sino trabajando. La voluntad tiene por ideal el movimiento, necesita avanzar, actuar para manifestar su poder1. Pensarán: «pero la voluntad puede pedir también el saber, el amor, la belleza…» No, no es lo suyo, otros principios lo piden. La voluntad puede ser movilizada para adquirir los conocimientos, hacer el bien, crear la belleza; sin embargo, lo que desea para ella misma, es la posibilidad de actuar sobre las cosas, los seres, las situaciones, con el propósito de moldearlos, transformarlos. Para llevar a cabo su actividad, requiere alimento y su alimento es la fuerza. La voluntad puede manifestarse, alimentada con la fuerza. Para comprar esta fuerza, necesita dinero, y ese dinero es el gesto, que la saca de la inmovilidad, de la inercia, y le permite desencadenar energías. Acostumbrándose a actuar, a moverse, la voluntad compra la fuerza y se vuelve poderosa. ¿Y saben cuál es el primero de todos los movimientos? El aliento. Cuando el niño nace, respira, y entonces todos los demás procesos se desencadenan. Por consiguiente, los ejercicios de respiración, así como los ejercicios de gimnasia y la Paneuritmia, preconizados por nuestra Enseñanza, les permitirán reforzar la voluntad. Por supuesto, pueden agregar otras actividades de la vida cotidiana que sería muy largo enumerar, hay muchas, yo hablo aquí solamente de los métodos que se refieren más específicamente a la vida espiritual. Ustedes dirán: «No pensábamos que los ejercicios de respiración, la gimnasia, la Paneuritmia podían desarrollar tanto la voluntad. Creíamos que eran para vitalizar el cuerpo físico, hacer feliz al corazón, etc.» Es cierto también, puesto que todo está relacionado. Por ahora, y para ser más claro, separo los planos y le atribuyo a cada uno lo que le corresponde, pero en realidad estos principios son inseparables. Cuando hacen los ejercicios de respiración o de gimnasia, se beneficia no solamente la voluntad sino también el cuerpo físico, y se sienten mejor dispuestos, sus ideas son más claras, es evidente. Nada se encuentra aislado, todo está relacionado. El ser humano posee la facultad de sentir y de emocionarse, denominada corazón2. No obstante, cuando se habla del «corazón», no se hace alusión al órgano físico que lleva ese nombre y que estudian la anatomía y la fisiología. El corazón de los anatomistas, principal órgano de la circulación de la sangre, es como una bomba hidráulica; pero el órgano de la sensibilidad es realmente el plexo solar. ¿Cuál es el ideal del corazón, entonces? ¿Buscará el saber, los conocimientos, los poderes? No, busca el calor, pues necesita dilatarse, alegrarse. El calor vivifica el corazón y el frío lo mata. Por dondequiera que vaya, el corazón busca el calor en las creaturas. Su alimento es el sentimiento, y la moneda de pago de este alimento es el amor. Cuando aman, este amor es el dinero que les permite comprar es decir experimentar sentimientos de una variedad y de una riqueza infinitas. El amor nos hace felices. Y, ¿cómo adquirir estas riquezas del amor? Poniéndose en armonía cada día con las creaturas del universo entero. El ideal del intelecto es la luz, el conocimiento. Para alcanzar este ideal, el intelecto necesita de un alimento, y este alimento es el pensamiento. Si no piensan, no podrán nunca ver claro. Alguna personas se dicen: «¿Para qué romperse la cabeza? No hay que pensar tanto, es peligroso». ¡Sí, es peligroso si se piensa mal! Sin embargo, el pensamiento es el mejor alimento para el intelecto. Para comprar los mejores pensamientos, el dinero es necesario, y este dinero es la sabiduría. Claro, la sabiduría no tiene nada que ver con la instrucción; es, más bien, una actitud, una orientación. ¡Cuántas personas son sabias sin ser instruidas! Y otras, en cambio, tuvieron educación pero no poseen ninguna sabiduría. La sabiduría es una actitud interior que nos permite escoger la mejor dirección, y la actividad que permite adquirirla es la meditación. El ideal del alma3 es la inmensidad, el espacio infinito. En general, nos imaginamos que el alma se encuentra completamente en el ser humano. No, ella es más vasta, exactamente como nuestro verdadero ser no es ese pequeño yo que conocemos, sino una entidad mucho más poderosa, nuestro Yo superior. Nuestra alma es una pequeña parcela del Alma universal, y se siente en nosotros tan limitada, tan asfixiada, que su único deseo es poder ensancharse en el espacio infinito, a fin de descubrir, visitar otros mundos más bellos, más luminosos, y encontrar las entidades que viven allí. Para alcanzar este ideal, el alma requiere igualmente ser estimulada con un alimento apropiado: todas las cualidades de la consciencia superior, la impersonalidad, la abnegación, el sacrificio… Para procurarse este alimento, necesita dinero, el éxtasis, el único medio que le permite ensancharse hasta el infinito, la fusión con el mundo divino. El trabajo con el que adquirirá este dinero comprende la oración, la adoración, la contemplación. Orar es buscar el esplendor divino, y cuando lo descubre, el hombre experimenta una dilatación de tal magnitud que se siente como si lo hubieran sacado de su cuerpo. Eso es el éxtasis. El ideal del espíritu4 es la eternidad. El espíritu cuya esencia es inmortal, trasciende el tiempo, quiere la eternidad. Así como el campo del alma es el espacio infinito, el espíritu tiene como campo lo que escapa al tiempo, la eternidad. Por ello, ni los físicos ni los filósofos podrán comprender nunca la naturaleza del tiempo y del espacio si no comprenden primero la naturaleza del alma y del espíritu. El tiempo y el espacio son nociones imposibles de abordar con el intelecto únicamente. Para obtener la eternidad, el espíritu requiere, igualmente, de alimento, y este alimento es la libertad. Si el alma necesita dilatarse, el espíritu necesita cortar todos los lazos que lo mantienen encadenado. La verdad es el dinero con el que el espíritu compra la libertad. Cada verdad que ustedes adquieren sobre este tema u otro les da la posibilidad de liberarse. Jesús dijo: «Conoced la verdad y ella os hará libres». Sí, la verdad los libera. El trabajo para obtener la libertad es identificarse con el Creador. En esta identificación, el hombre se acerca a Él, se fusiona con Él, llega a ser uno con Él y posee la verdad, es libre. Cuando Jesús dijo: «Mi Padre y yo somos uno», resumió este proceso de identificación. La meditación les brindará algunas luces, pero no serán libres. La contemplación los llevará hasta el éxtasis, pero tampoco serán libres. Solo por medio del trabajo de identificación con la Causa primera ustedes obtendrán este oro llamado verdad. Y esta verdad se refiere al hecho de que el hombre es una chispa emanada de Dios y que un día retornará a Dios. He ahí la verdad. El día que lo hayan comprendido, visto y sentido, serán libres, libres de pasiones, libres de ambiciones, libres de sufrimientos, y entrarán en la eternidad. Haciendo esfuerzos por practicar la identificación, la contemplación, la meditación… hasta el trabajo físico mismo, poco a poco ustedes sienten que logran alimentar y potenciar estos principios psíquicos, espirituales, alrededor de los cuales está organizada su vida interior. Por supuesto, estas pautas pueden desarrollarse hasta el infinito y establecerse relaciones de diversos tipos entre los diferentes elementos, y es lo que no he dejado de hacer en mis conferencias, desde hace tantos años que les hablo. En este cuadro he querido solamente ajustar todas las nociones de la vida física y de la vida psíquica, con el fin de mostrar la unidad que existe en el hombre y cómo esta unidad puede ser potenciada a través de diferentes actividades. El valor de una enseñanza iniciática reside en que nos enseña a transformar nuestras actividades cotidianas para que no atraigan hacia nosotros sino los elementos más puros. Cuando hayamos purificado nuestra materia física y psíquica, nuestro espíritu podrá comenzar a manifestarse verdaderamente, el cuerpo no será un obstáculo. Hay seres que han llegado a tal grado de pureza que, incluso cuando su cuerpo duerme, con su espíritu, en el otro mundo, siguen recibiendo instrucción, trabajando, ayudando a los humanos. He ahí algo en lo que seguro ustedes no han pensado. Quien no practica la vida espiritual no puede liberarse para hacer un trabajo en el mundo invisible; permanece encadenado a su cuerpo, alrededor del cual da vueltas toda la noche, y duerme un sueño pesado, atravesado en ocasiones por sueños penosos. Por el contrario, el Iniciado que logró hacer de su cuerpo el instrumento de su espíritu trabaja mientras duerme. Su cuerpo físico esta allí, acostado, inmóvil, pero su espíritu va por todos lados a ayudar y a aclarar a las creaturas; su espíritu nunca duerme, está siempre activo. Hay que entender que en la vida espiritual el cuerpo desempeña un papel muy importante: si no se ha educado, le impide al espíritu salir de viaje para hacer su trabajo5. Les he explicado a menudo que cada una de nuestras actividades viene acompañada de una combustión6. Sea física, afectiva o intelectual, la actividad supone la formación de desechos que hay que eliminar, pues su acumulación crea obstrucciones que impiden el buen funcionamiento del organismo. Quien desee encender el fuego en una estufa o en una chimenea, debe en primer lugar limpiar las cenizas y los escombros de la víspera. Pasa lo mismo con nuestro cuerpo físico, e incluso con nuestro intelecto y nuestro corazón. Por ello, cualesquiera sean nuestras actividades, debemos esforzarnos por reemplazar los materiales usados por otros mucho más sutiles, ligeros, luminosos, gracias a los cuales continuaremos alimentando nuestra fuego interior, a fin de seguir con nuestra tarea. Y solamente por medio de la meditación, la oración y todos los ejercicios espirituales, podemos atraer hacia nosotros estos nuevos materiales. 1 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. IX: «La voluntad». 2 Op. cit., cap. IV: «El corazón y el intelecto». 3 Ibídem. 4 Cf. La vida psíquica: elementos y estructura, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Cuerpo, alma y espíritu»; Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu». 5 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. IX: «Es bueno alabar al Eterno». 6 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. II: «Los secretos de la combustión». 2 La meditación I Cómo prepararse para la meditación Nada es más precioso para el hombre que la capacidad que posee de concentrarse en objetos divinos. Esta capacidad permanece, da resultados incluso después de su muerte, dado que no tiene su origen en el cerebro, sino en el espíritu que es inmortal, y le permitirá continuar tranquilamente su ruta por la eternidad. El espíritu tiene un poder formidable, pero aún no se cree mucho en este poder. Algunos, de vez en cuando, tratan de concentrarse durante unos pocos minutos, de meditar, pero pasados esos minutos como no ven cambios, dicen: «¿por qué perder el tiempo? El espíritu no puede hacer nada, el pensamiento es ineficaz». En realidad, no han comprendido nada. Si su pensamiento no puede hacer nada y su espíritu tampoco, es porque su materia psíquica se ha vuelto espesa, opaca. Para transformarla, para hacerla sensible y sutil, serán necesarios años y años, y ¡ni siquiera han comenzado aún ese trabajo! De vez en cuando, seguro, cuando están en dificultades, cuando tienen problemas por resolver, se vuelven pensativos, porque necesitan encontrar una solución. Pero no puede llamarse a eso, meditar; es solo una reacción instintiva, natural, frente al peligro, a la desdicha; cuando se dan cuenta de que nada de concreto o material puede ayudarlos ya, buscan interiormente un apoyo, un seguro, un abrigo. Está bien, solo que encontrarían más fácilmente este soporte si no hubiesen esperado condiciones excepcionales para entrar en ellos mismos y recurrir al poder del pensamiento, si hubiesen aprendido a hacer de la meditación una práctica cotidiana. La meditación puede compararse a la masticación de los alimentos. Cuando llevamos alimento a nuestra boca y lo masticamos, las glándulas salivales trabajan y absorbemos por medio de la lengua las energías más sutiles. La meditación es también una especie de masticación, una masticación de pensamientos, por medio de la cual absorbemos las quintaesencias del mundo espiritual para hacer de ellas nuestro alimento. A cada ser vivo que creó, el Señor le dio la posibilidad de encontrar el alimento que le conviene. Observen solamente a los animales: existen innumerables especies, insectos, aves, reptiles, peces, mamíferos… y para cada una de esas especies, existe un alimento diferente, especialmente adaptado, y todos saben muy bien encontrar lo que requieren. ¿Cómo es posible, entonces, que solo los humanos no encuentren lo que necesitan? Tratándose del alimento físico, se las arreglan muy bien. Pero si se trata del alimento psíquico, espiritual, no lo saben. Y por tanto, en este caso también todo se encuentra distribuido por doquier en el universo. Hay que conocer tan solo en qué región se encontrará lo que se busca. Si van a aventurarse en los pantanos, obviamente encontrarán mosquitos. Para encontrar águilas, deben ir a las montañas. Si ustedes necesitan contemplar la belleza, no se quedan en el altillo. Si quieren ser instruidos, van a la universidad o a las bibliotecas. Para cada una de sus necesidades, el hombre debe encontrar la región que le corresponde. Es verdad en el plano físico y también lo es en el plano espiritual. Por eso, los discípulos de una Escuela iniciática consagran cada día un tiempo para visitar las regiones del mundo invisible, donde saben que podrán extraer todos los elementos necesarios para su equilibrio y su progreso espiritual. Ustedes dirán: «Pero, ¿cómo descubrir esas regiones? ¿Quién podrá señalárnoslas? Para el caso del plano físico, hay al menos libros de geografía con mapas que nos ofrecen toda clase de información, hay atlas, enciclopedias… Pero, ¿cómo orientarse en el mundo invisible?» Ah, ¡he aquí justo algo que no saben! En el plano psíquico se produce un fenómeno análogo a aquel que le permite, por ejemplo, a un radiestesista encontrar a una persona, gracias a un «testigo»: un mechón de sus cabellos, un vestido que le pertenecía… La radiestesia se basa en la ley de afinidad. Aquí, lo que sirve de testigo es su pensamiento: él se va al espacio, donde encuentra por afinidad los elementos que le corresponden. El plano espiritual está organizado de tal forma que el solo hecho de pensar en una persona determinada, en una región determinada, o en un elemento particular permite tocar directamente a esa persona, esa región, ese elemento, donde sea que se encuentren. No es, por lo tanto, necesario conocer exactamente el lugar, como en el mundo físico donde se requieren planos o mapas con indicaciones precisas. En el mundo psíquico, basta con concentrar su pensamiento con fuerza, para que los conduzca exactamente a la región donde quieren ir: la salud, o la armonía, o el amor, o la luz… Alguien dirá: «Pero deseo la salud y estoy enfermo, deseo la armonía y estoy en la cacofonía, deseo el amor y no encuentro sino hostilidad, deseo la luz y me debato en las tinieblas». Y bien, amigo mío, si aterriza siempre allí donde no quiere ir, es porque su pensamiento, su deseo no son suficientemente fuertes, hay demasiadas cosas en usted que no vibran al unísono con esas regiones que quiere alcanzar. Siga trabajando… Cada vez más, es verdad, la meditación está de moda bajo la influencia de filosofías orientales, pero no es para nada alentador ver a todos estos desdichados embarcarse sin preparación previa en un dominio que no conocen. ¿Cómo podrán meditar antes de haber comprendido ciertas verdades, de haber vencido ciertas debilidades? No solamente no podrán hacerlo, sino que en esas condiciones es incluso peligroso para ellos intentarlo. Cierran los ojos, haciendo poses, pero interiormente ¿qué sucede? ¿Dónde están? Solo Dios lo sabe. Si entran en sus cabezas para observar, duermen, los pobres, o se abandonan a toda clase de elucubraciones. ¿Meditan?... Ah, sí, en el dinero, en el poder, en un hombre o en una mujer por seducir. No pueden meditar sobre temas celestes porque no tienen un alto ideal que los saque de la vida ordinaria, animal y los lleve hasta el cielo. No hay que hacerse ilusiones: la meditación es un ejercicio muy difícil. Mientras se permanezca comprometido en ocupaciones prosaicas o inmerso en las pasiones, no es posible meditar, pues la naturaleza de esas actividades no lo permite: éstas retienen el pensamiento en las regiones inferiores de los planos astral y mental. Para poder proyectar su pensamiento hacia las regiones espirituales, es preciso liberarse interiormente. He visto gente meditar durante años, pero perdían su tiempo o incluso se desquiciaban, porque no sabían o no querían saber que para meditar hay que cumplir ciertas condiciones. De hecho, muchos me lo han dicho: «Desde hace años trato de meditar, pero no puedo, es el vacío, mi cerebro se bloquea». ¿Por qué? Porque no han comprendido que ningún momento de nuestra vida existe aislado, cada instante está ligado a todos aquellos que lo han precedido y que llamamos el pasado. No han entendido que su pasado los vuelve pesados, los fastidia, y como quieren de todas formas meditar, fuerzan su cerebro que se bloquea, y nada que hacer… En adelante, estén atentos y díganse: «Quiero meditar, entonces debo preparar mi cerebro y todo mi organismo, debo alistarlo todo para tener la posibilidad de hacer el trabajo». Supongan que una noche tuvieron una disputa muy violenta con alguien. Al día siguiente en la mañana, al momento de meditar, los sucesos de la víspera vienen a su consciencia y no paran de pensar: «¡Ah!, ¡ah!, me dijo esto, me dijo aquello… ¡la próxima vez, va a ver, pasará un muy mal momento!». Sobre este tema rondará su «meditación». ¡Todo un alboroto, un desorden! En vez de elevarse hasta las regiones divinas, se agita todo lo vivido en el pasado, y éste desfila, desfila… todo un cortejo de rostros y acontecimientos viene a presentarse, no es posible salir de allí. Y como la historia se repite durante años, evidentemente no hay resultados. Ustedes todos podrán llegar a ser poderosos y libres, pero con la condición de saber ciertas cosas y, en particular, que cada momento de la existencia está ligado a los que lo precedieron. Fue lo que quiso decir Jesús cuando aconsejó: «No os preocupéis del futuro». Sí, porque si arreglan todo hoy correctamente, tendrán un buen comienzo mañana. Es cierto para cada aspecto de la existencia y es cierto también para la meditación. Si han solucionado interiormente sus problemas la víspera, serán libres el día siguiente para concentrar su pensamiento en el tema que deseen. Mientras que si no han resuelto nada hoy, mañana deberán correr a la derecha y a la izquierda para remediar todas las faltas o todos los errores del pasado, y no estarán disponibles para trabajar en el presente ni para crear el futuro. Habiendo comprendido esto, quien quiere meditar comienza por prepararse, se purifica y no se atiborra de toda clase de preocupaciones inútiles1. Cuando ha logrado escapar de esta prisión que es la vida cotidiana con todas sus obligaciones, cuando finalmente es libre, libre en su cuerpo, en sus pensamientos, en sus sentimientos, y cuando comienza a elevarse interiormente, la sensación intensa que existe una vida mucho más bella, más rica, más vasta lo proyecta hacia las regiones donde esta vida circula… regiones que están en realidad en él mismo, puesto que la vida divina fluye en cada ser humano. Es esta vida la que llegará a degustar por un momento, y una vez que ha tenido esta experiencia, no podrá olvidarla jamás: sabe, en adelante, que puede salir del engranaje de las fuerzas oscuras que lo limitaban, lo disgregaban, para entrar en las corrientes benéficas y liberadoras de la luz. La meditación es una operación psicológica, filosófica, un trabajo cósmico de suma importancia. Cuando ustedes han aprendido a disciplinarse, su pensamiento acepta someterse: quieren ponerlo en marcha, y se activa; lo quieren detener, se detiene, como si las células de su organismo entero hubieran decidido obedecerles. Pero mientras no hayan alcanzado este control, necesitan horas y horas para relajarse; sus células continúan agitándose, no los escuchan, y les dicen: «¡Si crees que vas a imponerte sobre nosotras tan fácilmente, nos burlamos de ti, no te respetamos porque nos has mostrado que eres demasiado ignorante, demasiado débil!» Y no hacen sino lo que les parece. Lo han experimentado, ¿verdad? La meditación es uno de los métodos más eficaces para liberarse de tormentos psíquicos. Pero quien decide practicar la meditación debe saber que esta decisión tendrá consecuencias, puesto que entra en un universo donde las leyes son tan estrictas e implacables como las del mundo físico. Atención, entonces, la decisión de meditar debe acompañarse de otras determinaciones y, en especial, de aquella de adoptar una cierta disciplina de vida. Es mejor no meditar si se tiene por meta de la existencia, el dinero, el poder, la gloria, los placeres, etc., pues es la forma más segura de romperse la cabeza. Esto bien comprendido, es necesario también para meditar conocer la naturaleza del trabajo psíquico. En primer lugar, no hay que preocuparse tanto por el tiempo. Cuántas personas que quieren meditar están, allí, apuradas, crispadas, obsesionadas con la idea de que hay que terminar rápido, porque muchas otras actividades las esperan. Y esto les impide concentrarse. Hay, en su subconsciente, alguna cosa que las bloquea y que deben considerar para analizarla. Me van a objetar que la vida es así, que tienen un trabajo, una familia, y toda clase de preocupaciones. Lo sé muy bien, pero si durante una media hora, una hora, se acostumbran a no sentir que tienen prisa, cuando retomen luego su trabajo, se darán cuenta que todo marcha diez veces, cien veces mejor. Cada cosa en su tiempo y en su lugar… A partir del momento que decidieron meditar, no piensen en nada distinto, tendrán tiempo suficiente después para ocuparse del resto. Esfuércense por estar en lo que se encuentran haciendo, pues hay tiempo para todo. De lo contrario no habrá tiempo para nada, porque nunca tendrán la cabeza donde debe estar: cuando es momento de meditar, se piensa en todas las preocupaciones cotidianas, y cuando se está hasta el cuello con todas estas obligaciones, ¡se dice que hay que meditar! Díganme, por favor, si es razonable… Supongamos que ustedes se encuentran ahora en un estado interior apropiado para meditar… Hay todavía una regla que deben conocer: no deben exigirle a su cerebro que se concentre bruscamente en un tema, puesto que así ustedes violentan sus células nerviosas que reaccionan bloqueándose y no llegarán a ninguna parte, salvo a un dolor de cabeza. Es preciso, entonces, comenzar por ponerse en una actitud receptiva, relajarse, calmarse, no pensar en nada, pero permanecer de todas formas vigilante. Claro, sin entrenamiento no será fácil, pero a la larga, requerirán solamente algunos segundos. Cuando sientan que su sistema nervioso está bien dispuesto, en una actitud receptiva que le permita recargarse, tomar fuerzas, podrán orientar su pensamiento hacia el tema escogido2. Para poder meditar cada día sin fatiga, para que su pensamiento esté cada día dispuesto, activo, dinámico, ustedes deben saber actuar con su cerebro, es muy importante. Si quieren continuar durante muchos años sus actividades espirituales, no se precipiten sobre un tema de sopetón, incluso si lo aman, si es entrañable para ustedes, porque se preparan una reacción violenta de los centros nerviosos. Comiencen lentamente, tranquilamente. Y en ello, la respiración es también muy importante. Respiren regularmente, sin pensar en nada, sientan simplemente que respiran. Sean conscientes solamente de la respiración, de la sensación que ella produce… Esta respiración introduce un ritmo armonioso en sus pensamientos, en sus sentimientos, en todo su organismo. Y cuando se sientan por fin recargados, adelante láncense a este trabajo en el que todo su ser participa. Pero, lo repito, sean prudentes: el organismo psíquico requiere que se le trate con tanta precaución como al organismo físico e incluso más, puesto que por medio de la meditación, ustedes lo ponen en contacto con corrientes de una gran intensidad. Así, deben comenzar por fortalecerse suficientemente para resistir a esas corrientes, y eso toma tiempo. ¿Han visto cómo se desarrolla una calabaza? Al comienzo, se encuentra colgada de un tallo frágil que se rompe fácilmente. Pero a medida que la calabaza crece, el tallito se fortalece al punto de resistir un peso de varios kilos. Y si les digo que el mismo fenómeno se produce en el ser humano, ¡no se molesten si los comparo con una calabaza! A medida que en sus meditaciones ustedes logren captar las energías cósmicas, algo trabaja en ustedes para permitirles resistir todas las tensiones. Sin embargo, es necesario que esto se produzca progresivamente; quienes quieren precipitar las cosas, se preparan desequilibrios muy graves. Se parecen a ese hombre a quien su médico le prescribió una medicina muy poderosa, y le precisó muy bien: «Debe tomarla durante un mes, pero no más de tres gotas por día. –Un mes, ¡pero es demasiado tiempo!», se dijo el enfermo. Absorbió todo el contenido del frasco de una sola vez… y cayó muerto. Para meditar es preciso igualmente tomarlo con paciencia, regularmente. De esta forma, el organismo logra fortalecerse y cada vez es más capaz de resistir las tensiones. Algunos se dirán: «para mí, la meditación es muy complicada. Haré sacrificios, seré caritativo, haré el bien a los demás, con eso bastará». No, no es suficiente con eso, ya que actuar, incluso con las mejores intenciones, no impide transgredir las leyes: se puede enredar todo, destruirlo, si no se comienza por meditar. ¿Por qué? Porque solo la meditación puede brindar una visión clara de las cosas: a quién ayudar, cómo, en qué campo… Y ahora, ¿sobre qué temas meditar? Evidentemente, es mejor comenzar por temas accesibles. El ser humano está creado de tal manera que no puede vivir naturalmente en un mundo abstracto. Debe, entonces, aferrarse primero a lo que es visible, tangible, cercano a él, a lo que ama, a lo que necesita. Es muy fácil concentrarse en el alimento cuando no se ha comido desde hace mucho tiempo. Sin quererlo, se actúa justamente como el gato que se concentra en el ratón. No vale la pena esforzarse, ¡simplemente funciona! Y observen también cómo el muchacho se concentra en la chica que ama; en este caso tampoco hay que esforzarse. ¡Qué meditación! No puede salir de allí… Entonces, comiencen meditando en lo que aman; luego lo dejarán de lado para concentrarse en temas más difíciles, más lejanos, pero comiencen primero por lo que les gusta, lo que los tienta… escogiendo obviamente un tema de naturaleza espiritual. Comenzando por temas que les gustan, están desarrollando en ustedes mismos un medio, un mecanismo de trabajo, y podrán enseguida abandonarlos para proyectarse hacia regiones más lejanas, más abstractas. Si comienzan por querer concentrarse en el espacio, el tiempo, la eternidad, el absoluto… no llegarán más que a enredar sus ideas. Más tarde podrán abordar todas estas cuestiones, e incluso meditar sobre el vacío, el abismo, la nada, pero comiencen por temas más accesibles y vayan progresivamente hacia temas difíciles que requieren mayores capacidades mentales y psíquicas. En la meditación, primero el intelecto escoge un tema acerca del cual va a concentrarse, esa elección es muy importante porque en realidad los procesos que se desencadenan van más allá del mismo intelecto. El ser humano es una unidad, e incluso si para comprender más fácilmente se establecen ciertas divisiones: corazón, intelecto, alma, espíritu3, en realidad todo está relacionado. Si les gusta un tema, un objeto, su intelecto se detendrá más fácilmente en él. Y luego, naturalmente, su alma se impregnará de las vibraciones, de las emanaciones de este objeto: va a contemplarlo. Y finalmente, el espíritu se identificará con él para llevar a cabo el trabajo mágico de creación. Sí, ¡este asunto va realmente muy lejos! Hay seres que parecen llevar consigo un mundo de fealdad y de tinieblas y crear la fealdad y las tinieblas por donde pasan. Y otros, por el contrario, parecen llevar consigo un mundo de belleza, de luz, y crear por doquier la belleza, la luz… ¿Por qué? Reflexionen… La verdadera meditación consiste, en primer lugar, en la escogencia que hace el intelecto de un tema elevado en el que ustedes se concentran. Pasado un cierto tiempo pueden abandonar esta concentración, para dejar a su alma contemplar la belleza que lograron alcanzar. Y por último, se identifican con esta belleza para poder llegar a ser su expresión viva4. La meditación, la contemplación no tienen otro objetivo que permitirle al hombre alcanzar un nivel superior de consciencia que influenciará después sus gustos, sus juicios, sus actitudes. He aquí los métodos más útiles; conociéndolos pueden obtener grandes resultados. No olviden nunca que por medio de la meditación, ustedes tienen todas las posibilidades de dar rienda suelta a su ser interior, ese ser sutil, misterioso, a fin de que pueda salir, desarrollarse, observar el espacio infinito para grabar todas las maravillas y realizarlas, luego, en el plano físico. Evidentemente, la mayor parte del tiempo lo que ve ese ser en ustedes, lo que contempla, no llega a su consciencia, pero repitiendo a menudo estos ejercicios, poco a poco los descubrimientos que hace se volverán conscientes. Y así un tesoro se instalará en ustedes y permanecerá por siempre en su posesión. Hay que tomarle gusto a la meditación, es preciso que ella entre en el pensamiento, en el corazón, en la voluntad, como una necesidad sin la cual la vida no tiene ningún sabor, ningún sentido. Ese momento en el que finalmente ustedes se sumergirán en la inmensidad y beberán el elixir de la vida inmortal, deben esperarlo con impaciencia y decir: «Finalmente, voy a abrazar el universo y por unos instantes al menos encontrarme frente a la eternidad». II Meditar en la luz Cada vez más, los países occidentales son invadidos por enseñanzas provenientes de oriente que aportan diferentes técnicas de meditación. No seré yo quien niegue el valor de esas enseñanzas y de esas disciplinas milenarias. Todas las grandes religiones y filosofías de la India, del Tíbet, de la China, de Japón han sido cumbres del pensamiento y de la espiritualidad. Pero lo que pongo en duda es la eficacia de esos «yogas» para los occidentales, teniendo en cuenta especialmente la manera en que los practican –incluso si son indios, tibetanos o japoneses los que vienen a enseñárselos. Veo que para la mayoría es algo exterior, superficial. ¿Cómo pueden imaginar, por ejemplo, que la práctica de algunos asanas (actos), mudras (gestos) y el recitar algunos mantras van a transformarlos? Algunos dirán que éstas son las posturas de Buda cuando meditaba bajo la higuera y recibió la iluminación. Es posible, de acuerdo, pero es preciso en primer lugar considerar qué ser era Buda. No son las posturas que adoptaba, ni los gestos que hacía los que lo convirtieron en Buda, son sus cualidades excepcionales, y éstas se hubieran manifestado fueren cuales fueren las posturas que hiciera y los mantras que pronunciara. No digo que ciertas posturas, ciertos movimientos no contribuyan a sensibilizar al hombre a corrientes particularmente poderosas o benéficas, pero eso no es lo esencial. Si el hombre no ha desarrollado un verdadero gusto y una verdadera disposición por la vida espiritual, ningún movimiento o postura podrá llenar este vacío. Cuando estuve en Japón, pasé algunos días en un monasterio budista Zen. Había allí una docena de monjes muy amables, muy simpáticos, que me hospedaron incluso en un pequeño templo, un poco aislado, para que no fuera molestado por el ruido. Cada mañana, yo participaba en sus ceremonias y en sus ejercicios de meditación Za-Zen. En una sala con los muros totalmente desnudos, cada uno se sentaba en un cojín en posición de loto, mirando hacia el muro. No les daré los detalles de esta postura (cómo mantener la cabeza, los hombros, las manos, etc.), no es útil. Lo que resultaba interesante era la presencia de un monje que, armado de un palo, se encargaba de golpear en la espalda a aquel que comenzara a dormitar o que no mantuviera la postura correcta. Lo anterior porque el hombre, al parecer, posee un centro nervioso en la espalda muy importante y el golpe del palo en ese lugar debe armonizar las energías, despertar a quien se duerme y relajar a quien está tenso. Para experimentar los efectos de este palo, pedí al monje que me pegara. Él no quería, pues decía que yo no lo necesitaba. Después de insistir, terminó por aceptar: no sentí nada extraordinario –quizás justamente porque no lo necesitaba- pero de todas formas, algo aportó. Lo que me asombró de los monjes de este monasterio, y por cierto de la mayoría de los monjes que practican el Za-Zen que conocí, es la inexpresividad de sus rostros después de la meditación: ninguna luz los aclara, ninguna vida los anima, e incluso en algunos los rasgos son de una gran dureza. Claro, no voy a pronunciarme acerca de una disciplina que no conozco bien; pero desde el punto de vista de la verdadera Ciencia iniciática, una meditación es un contacto con el mundo divino, y quien medita debe conservar en él las huellas de ese contacto: una mayor luz, un amor más grande. De lo contrario, ¿para qué meditar? Me dirán que el objetivo del Za-Zen es detener el pensamiento, hacer el vacío. Y bien, justamente encuentro que en ciertos casos ese vacío se siente mucho. No se puede tener por meta sentarse y hacer el vacío. Que algunas veces sea útil, no lo niego, e incluso habría muchas cosas aún por decir sobre la práctica del vacío. Realizar el vacío, ponerse en un estado de receptividad para atraer, absorber, convertirse en un recipiente donde el Cielo vendrá a depositar todos sus esplendores, es un buen principio. Pero hay un peligro, pues si interiormente el terreno no se ha preparado, si uno no se ha purificado previamente, realizando este estado de vacío, de pasividad, se atraerá lo que corresponde al estado interior: entidades tenebrosas, corrientes nocivas. No hay que hacerse ilusiones, el mundo invisible no está poblado solamente de ángeles y arcángeles portadores de bendiciones, está poblado también de creaturas monstruosas que a menudo son hostiles con los humanos y no piden sino encontrar presas5. Por ello, solo aquel que se ha purificado y fortalecido previamente puede ejercitarse en hacer el vacío en él sin peligro. Ciertos símbolos de la cristiandad, como la copa del Grial, nos enseñan que estas prácticas del vacío no pertenecen exclusivamente a las tradiciones orientales. La copa del Grial contiene toda una enseñanza6. La copa es un símbolo femenino que revela que el discípulo debe ponerse en un estado de receptividad a fin de atraer esta quintaesencia cósmica que es la sangre de Cristo, el espíritu de Cristo. Cuando el espíritu de Cristo desciende en el discípulo, él se convierte en el Santo Grial, todo su ser es una copa en la cual el Cristo viene a vivir. La tradición cuenta que la copa del Grial era una esmeralda. La esmeralda es una piedra preciosa de mucho valor, cuyo color verde es por excelencia aquel del principio femenino, Venus. Y la sangre de Cristo contenida en la copa es un símbolo del principio masculino, siendo rojo el color de Marte. El espíritu de Cristo no puede descender en cualquier copa sucia o tallada en una materia tosca; él viene a vivir solamente en una mujer celeste, lo que quiere decir en un cuerpo purificado de toda mancha. El rojo y el verde son dos colores complementarios: si fijan sus ojos en el verde durante un buen momento, verán aparecer el rojo y a la inversa, pues esos dos colores se atraen. Un verde sucio atraerá, por lo tanto, un rojo sucio… Y una copa sucia, es decir, un ser humano impuro atraerá entidades diabólicas. Como ven, la ciencia de los símbolos permite hacer descubrimientos sobre la vida interior muy interesantes. Por consiguiente, antes de hacer el vacío, deben preparar las condiciones, pues el vacío es por naturaleza aquello que está destinado a ser llenado, y será llenado por lo que ustedes hayan atraído. El Zen, el yoga son disciplinas muy antiguas, preparadas por seres de una elevación espiritual excepcional, pero yo pienso que ellas ya no se practican en el mismo espíritu que en el pasado, ni siquiera en sus países de origen. Y pienso también que la manera en que los occidentales se abalanzan sobre ellas es en ciertos casos muy inquietante. Pues es una ilusión creer que sin una ciencia precisa acerca de la estructura del hombre y sus relaciones con el universo, sin ciertas reglas de vida muy estrictas, sin un ideal elevado de amor y de fraternidad, algunas posturas permitirán obtener grandes resultados espirituales. Como es una ilusión también creer que yendo cada domingo a misa a arrodillarse, tomar agua bendita, hacer la señal de la cruz y recibir la comunión, un cristiano va a ser visitado por el Espíritu Santo. Por lo tanto, a todos aquellos que son adeptos a enseñanzas orientales, puedo decirles que todo lo que les enseñan como prácticas es magnífico, pero no es así como llegarán a convertirse en Buda o como recibirán la iluminación. Se puede recibir la iluminación sin practicar ninguna de estas disciplinas. Sí, quien está decidido a hacer un verdadero trabajo sobre él mismo, y lo aplica diariamente, recibirá la iluminación. Y para recibir la iluminación, no existe un mejor método que meditar en la luz, trabajar con la luz. Hace años, cuando era aún un muy joven discípulo del Maestro Peter Deunov, le pregunté: «¿Cuál es el medio más eficaz para desarrollar las facultades espirituales y encontrar a Dios?» Y él me respondió solamente esto: «Hay que pensar en la luz, concentrarse en la luz que penetra todo el universo». Yo trabajé mucho tiempo sobre esta imagen de la luz y aprendí mucho. Dios no es la luz, Él es infinitamente más que eso, no se Le puede conocer, ni incluso imaginársele. Pero como ella es la primera emanación divina, la luz contiene todas las cualidades, todas las virtudes de Dios. No se puede, entonces, conocer a Dios, ni unirse a Él, ni amarlo sino a través de la luz. Por consiguiente, cada día podemos hacer este trabajo con la luz, concentrarnos diariamente en la luz, beberla, comerla, descansar en ella, fundirnos en ella, impregnarnos de ella, sentir que el universo entero está lleno de luz. Puesto que la luz es la materia del universo, no se puede encontrar el sentido de la vida sino en la luz. Por ello, debe convertirse en su principal tema de meditación. Cada mañana, antes de preocuparse por cualquier otra cosa, dirijan su pensamiento hacia la luz como si todo dependiera de ella, como si su vida dependiera de ella. Háganlo como si su último instante hubiese llegado, imaginen que deben dejar la tierra y que solo la luz puede salvarlos. Concéntrense entonces en esta imagen de la luz que penetra el universo y aporta todas las bendiciones. Durante un momento nada distinto debe contar. Esta luz pueden imaginarla violeta, índigo, azul, verde, amarilla, naranja, o roja. Pero es preferible concentrarse en la luz blanca, pues es la síntesis de todas las demás, ella reúne las virtudes del violeta, del índigo, del azul, del verde, del amarillo, del naranja y del rojo7. Cuando hayan llegado a concentrarse en la luz, a sentirla como un océano que vibra, que palpita, que se estremece, donde todo es dicha y armonía, comenzarán a sentir también que esta luz es un perfume y una música, esta música cósmica que se denomina la música de las esferas, el canto de todo lo que existe en el universo. Si se acostumbran a consagrar cada día un momento prolongado a la luz, la atraerán, la introducirán en ustedes y así todas las viejas partículas de sus cuerpos físico, astral y mental serán reemplazadas poco a poco por partículas más puras, más luminosas. Y vivirán la experiencia: cuando hayan tenido realmente éxito con este ejercicio, sentirán durante algunos minutos al menos que se volvieron luminosos, como si lámparas se hubieran encendido en ustedes y los aclararan desde adentro. Sentirán incluso que esta luz sale de su rostro, de sus ojos, de sus manos y de todo su cuerpo. Pueden hacer este ejercicio con la luz vinculándolo con la respiración. Inhalan pensando que atraen la luz y exhalan pensando que la proyectan hacia ustedes mismos, sus órganos, sus células. De nuevo, inhalan… luego exhalan… Muy rápido podrán constatar cuan favorablemente este ejercicio actúa en ustedes; les aportará uno de los tesoros más preciosos: la paz interior. Y una vez que hayan atraído hacia ustedes la luz, podrán hacer un segundo ejercicio: inhalan la luz y cuando la exhalen, imagínense que la proyectan hacia el mundo entero. Evidentemente, no es posible hacer eficazmente este segundo ejercicio sino después de haber practicado durante largo tiempo el primero y luego de haber reemplazado en sí mismo muchas partículas opacas, enfermizas, por partículas de luz. Hay que esperar a sentir que el trabajo de transformación y de purificación ha tenido éxito para permitirse dar a los otros esta luz que se ha recibido. Este trabajo con la luz se simboliza también con la letra Aleph. Aleph es el Iniciado que toma la luz celeste, la vida divina, para darla a los humanos. Hace mucho tiempo, -yo debía tener unos veinte años- leí en el Zohar palabras que no pude olvidar jamás. Estaban en búlgaro, obviamente, pero se las traduciré al francés: «Siete luces hay en la altura sublime, y allí habita el Anciano de los Ancianos, el Escondido de los Escondidos, el Misterioso de los Misteriosos, Ain Soph». Cuando pronunciaba estas palabras, todo vibraba y se estremecía en mí. Estas siete luces, presididas por siete ángeles, son evidentemente los siete colores y a cada uno de ellos corresponde una virtud: al violeta el sacrificio, al índigo la fuerza, al azul la verdad, al verde la esperanza, al amarillo la sabiduría, al naranja la santidad, al rojo el amor. Obviamente, se pueden asociar a estos colores otras cualidades, pero no es necesario aquí entrar en detalles. Ahora, añadiré que para facilitar estos ejercicios de meditación en la luz, para que den realmente sus frutos, no deben limitarse solo a aquellos momentos cuando uno se sienta a meditar. Cuando tengan un momento libre, cierren los ojos y concéntrense en la luz. Háganlo discretamente, obviamente, no es necesario que se note; pueden tan solo dar la impresión de que están descansando. En todas las circunstancias de la vida, sea que cocinen, que escriban cartas, que se estén bañando, vistiendo o desvistiendo, etc., pueden durante algunos segundos imaginar esta luz en la cual se baña el universo entero. Si llegan a hacer de la luz su constante preocupación, ustedes llegarán a transformar su vida. Cuando sientan que su alma se oscurece por una tristeza, una dificultad, una duda, vayan hacia la luz y háblenle. Díganle: «Oh luz, tú que eres la más sabia, entra en mí, ven a iluminar mi corazón y mi cerebro». Y la luz viene y los ilumina. Si quieren ayudar a alguien que tiene una pena, envíenle con el pensamiento rayos luminosos, penétrenlo con esos rayos. ¿Van a visitar a sus padres o a amigos? No entren en su casa en cualquier estado de ánimo, con cualquier clase de pensamientos, con cualquier clase de sentimientos. Antes de entrar a una casa, recójanse algunos instantes, pensando que esta casa y sus habitantes están inmersos en la luz. ¿Cómo no se alegrarán ellos de acogerlos? Con el pretexto de que no tienen dones, ni cualidades, ni una situación extraordinaria, muchos se creen justificados para abandonarse a una vida mediocre. No, nadie puede justificarse así. Incluso el ser más desprovisto desde todos los puntos de vista puede hacer este trabajo con la luz, pues es simple, accesible a todos, y haciéndolo se realiza algo mucho más importante y más útil que todos los trabajos de gente mucho más capaz en otros aspectos. Sí, incluso el ser más desheredado tiene la posibilidad de adquirir este estado de consciencia superior: trabajar con la luz para ayudar, aclarar, sostener a toda la humanidad. Y no digan: «¡Pero no es posible, los humanos son tantos y yo soy tan pequeño!» Si razonan de esa forma, ustedes disminuyen el valor de lo que están haciendo. Seguro, no realizarán el Reino de Dios y su Justicia de la noche a la mañana, pero desde el instante en que lo desean, orientan sus fuerzas y energías en esa dirección. Este trabajo con la luz produce efectos en ustedes mismos primero: se elevan, se ennoblecen y como nada permanece sin consecuencias, de una manera u otra influencian favorablemente a los otros. He aquí cuál debe ser para ustedes el principal tema de meditación. Y puedo darles aún otro ejercicio. Están en la salida del sol y esperan el primer rayo. Están vigilantes, atentos, y cuando este primer rayo aparece, lo beben, sí, lo absorben… Así comienzan a beber el sol. En vez de mirarlo solamente, lo beben, se lo comen, pensando que esta luz que está viva se propaga en todas las células de sus órganos, que ella los refuerza, los vivifica, los purifica. Este ejercicio los ayuda a concentrarse, a permanecer vigilantes, pues la necesidad de seguir comiendo y bebiendo mantiene su consciencia en vigilia. 1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. III: «La selección»; cap. IV: «La pureza en los tres mundos». 2 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. X: «El poder de la concentración». 3 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Corazón, intelecto, alma y espíritu». 4 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. VI: «Concentración, meditación, contemplación, identificación». 5 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VII: «La cuestión de los indeseables». 6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XVII: «El vacío y lo lleno: la copa del Grial»; Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXIV: «La copa del Grial». 7 Cf. Hacia una civilización solar, Col. Izvor No. 201, cap. VII: «Los espíritus de las siete luces». 3 La oración I Orar es desplazarse Como la estructura del hombre, la estructura del universo obedece a la ley de la jerarquización: de la base a la cima, la materia es cada vez más sutil, pura, luminosa1. Para obtener las partículas más puras de esta materia debemos elevarnos. Así como el Creador nos ha dado los medios para desenvolvernos en las regiones densas de la materia, Él también nos ha dado interiormente los medios para tocar las regiones sutiles. Y la oración es justamente este acto por medio del cual nos proyectamos muy alto, hasta ese mundo luminoso donde el Señor ha puesto los más grandes tesoros, a fin de alimentarnos de ellos. Puede ser que el Señor mismo no esté al tanto de que necesitamos algo; pero ¿es preciso que Lo esté? Él distribuyó todo para que a ninguna creatura en el espacio le faltara algo. Todo está a nuestra disposición, pero nos corresponde a nosotros ir a buscar lo que necesitamos. La oración no es pues una ocupación para gente crédula a quien se le ha dicho que el Señor no tenía otra cosa que hacer que escucharlos mascullar sus deseos y sus quejas. La verdadera oración está basada en una ciencia acerca de la estructura del hombre y del universo y de los diferentes estados de la materia. Más allá de la tierra, del agua, del aire, del fuego y de sus habitantes, existen numerosas regiones cada vez más sutiles, habitadas por entidades espirituales. Y de la misma manera que la tierra, el agua, el aire y el fuego nos proporcionan todo lo que necesitamos en el plano físico, estas regiones superiores pueden proporcionarnos todo lo necesario para nuestra evolución, nuestro florecimiento, nuestra dicha. Pero nos corresponde a nosotros ir hasta allá. Imaginen que son perseguidos por enemigos. Ustedes corren, corren para escapárseles… Finalmente, empolvados, extenuados, llegan a un salón magníficamente iluminado, donde en medio de cantos, de danzas, de colores y de perfumes de flores, una asamblea de seres luminosos está comiendo, bebiendo, regocijándose. Ninguno de ellos les dice: «Eh, ¿qué viene hacer aquí? ¡Es un intruso, salga!» Al contrario, los acogen, les ofrecen algo para bañarse, vestirse, y los invitan al festín. Durante este tiempo, quienes los perseguían se quedan afuera, en la puerta y no pueden hacerles ningún mal… Y bien, eso es la oración: ustedes corren, corren, es decir, logran desprenderse de los obstáculos, las dificultades, los sufrimientos y llegan a un lugar donde el Señor está regocijándose en compañía de los Ángeles, de los Arcángeles y de todos sus amigos. El Señor no pide nada mejor que acogerlos entre ellos; pero les corresponde a ustedes esforzarse por llegar hasta allí y permanecer el mayor tiempo posible. Por consiguiente, en adelante, cuando se sientan pobres, infelices, angustiados, no se queden donde están, ¡sacúdanse, reaccionen, cambien de región! Desafortunadamente, lo sé muy bien, la gente prefiere ir a lloriquear, a quejarse aquí y allá, a tomar calmantes, en vez de recurrir a este medio mucho más sencillo y eficaz: la oración. Incluso la abandonan cada vez más… ¿Cómo, en pleno siglo veinte, un hombre inteligente va a servirse de medios que eran buenos en la edad media para un pueblo ignorante, crédulo, supersticioso? Ahora, la ciencia reemplazó la oración por las píldoras. O por el psicoanálisis, que mantiene a la gente en las capas inferiores del inconsciente… En realidad, la facultad de orar, de suplicar es el don más preciado que el Señor le ha otorgado al hombre; gracias a ella, él no ha desaparecido aún. Quien ora, quien actúa por medio de su alma y de su espíritu, transforma interiormente sus dificultades, sus sufrimientos. Incluso, si no puede hacer nada en contra de los acontecimientos externos, allí donde otros se desalientan, se hunden, él encuentra fuerzas, alimento, recibe aliento para continuar su trabajo. No hay que aguantar nunca, no hay que dejarse llevar nunca, sino tratar de remediar. Y para remediar, está la oración. Nos toca a nosotros desplazarnos, no hay que esperar a que en su clemencia, en su misericordia, el Señor venga a visitarnos. El Señor no descenderá. Ustedes dirán: «Pero hemos leído en las Escrituras que el día de Pentecostés, ¡el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego!2» En realidad, quien recibe el Espíritu Santo ya se ha elevado interiormente hasta las regiones celestes donde se fusiona con la Divinidad; e incluso si se dice entonces que el Señor «descendió» en él, no realmente, fue él quien subió hasta el Señor y el Señor lo llenó de su presencia. El Señor no desciende en nosotros sino en la medida en que somos capaces de subir. Pueden encontrar todo en ustedes mismos: la tierra, el cielo, e incluso el infierno; depende de ustedes saber hacia dónde quieren ir. Y si por imprudencia cayeron en el infierno, nada ni nadie los obliga a eternizarse allí: tienen la posibilidad de salir. Alguien se acerca a mí a lamentarse, pretendiendo que está condenado. No lo contradigo porque sé que es inútil, quiere sin falta estar condenado. Bueno, pero le explico que no es por la eternidad. Está condenado por un momento, de acuerdo, puesto que insiste pero eso no debe impedirle buscar su salvación. Le digo: «Usted se parece a alguien que ha caído en un pantano plagado de bichos que lo acosan, lo pican, lo muerden: grita, suplica al Señor, pero no hace nada más. Y es normal, el Señor no vendrá a sacarlo de allí: le corresponde a él transportarse a otro lado, a regiones más habitables, más tranquilas». En las peores situaciones, hay que pensar que nunca nada es definitivo. Y la única cosa por hacer es desplazarse. Mientras no se comprenda esto, es prácticamente inútil orar. Pero la gente es increíble: para ella, orar es pedirle al Señor que venga a buscarla al lugar donde se encuentra, es decir que sin cambiar nada en su comportamiento o en su manera de pensar, exige de Él que venga a sacarla del infierno para ponerla en el Cielo. ¡Pues no! Y cuando Jesús decía: «Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto», enseñaba también la necesidad de desplazarse: «Entra en tu habitación» significa: sal de un lugar para ir a otro. Entrar quiere decir desplazarse. Jesús lo expresa de forma diferente, pero es la misma idea. Supongamos que ustedes se encuentran en una gruta o en un subterráneo y allí, suplican al sol que venga a aclararlos. No serán escuchados nunca, el sol no se desplazará para entrar en la gruta. Son ustedes quienes deben salir para recibir su luz. ¿Qué representan las grutas, los subterráneos, las cuevas? La vida ordinaria. Y si no quieren renunciar a ella, si continúan viviendo como en el pasado, pidiéndole al Cielo que venga a inclinarse ante su caso, que los aclare, que los ayude, los sane, los enriquezca, es imposible, no lo hará. Tomemos ahora este ejercicio que hacemos todas las mañanas durante la primavera y el verano. ¿Por qué nos levantamos muy temprano para ir a ver la salida del sol? Pues justamente, es simbólico. Ya con el hecho de dejar la cama, nuestra habitación, nuestra «cueva», para asistir a la salida del sol, mostramos que somos conscientes de la necesidad de desplazarnos para ser iluminados, calentados, vivificados3. Mientras los humanos se nieguen a abandonar sus viejas maneras de vivir y oren al Señor como oran al sol para que venga a buscarlos en el fondo de una gruta, pierden su tiempo. Les toca a ellos desplazarse, es decir, cambiar su existencia para recibir la luz, el calor y la vida del sol. Y como el sol es simbólicamente el mejor representante de Dios, reciben las riquezas que Dios ha esparcido a través del espacio. Todo está allí, disperso profusamente, pero es preciso ir a tomarlo. ¡Qué orgullo imaginarse que todo debe venir hacia nosotros! Hay que ser más humildes4. Y la humildad es justamente aceptar que hay que desplazarse, ustedes dan el primer paso y entonces reciben. Quien quiere realmente que su oración sea atendida debe elevarse hacia las regiones del espíritu. De la misma manera que deja físicamente su cama y su casa para ir a ver el sol salir, debe interiormente desprenderse de la vida ordinaria; de lo contrario, incluso delante del sol no recibirá gran cosa: un poco de luz, de calor y de vida, es todo; las verdaderas riquezas se le escaparán. ¿Es claro? Debemos ir siempre más lejos, siempre más alto, subir hasta la Fuente de la que el mismo sol recibe la vida. No basta entonces con mirar el sol; puede mirársele durante años y seguir siendo el mismo, egoísta, injusto, cruel. Hay que abandonar las cuevas, los subterráneos interiores y subir más alto, siempre más alto5… Y cuando sientan que subieron hasta la cima de su ser, pueden entonces formular oraciones, pues la oración no está reservada para aquellos que sufren o que están en la miseria. Incluso si son felices, si no les falta nada, oren, pídanle al Señor que los ponga a su servicio a fin de contribuir a la llegada de su Reino en la tierra. Dado que son felices, piensen en la felicidad de los otros. Que sus oraciones sean las más nobles, las más desinteresadas. Sí, porque… ¡cuidado con lo que piden! Si sus deseos son muy bajos, muy personales, ¡no es seguro que su realización pueda satisfacerlos realmente! Mientras que si piden cosas tan grandiosas como la llegada del Reino de Dios, incluso si no se realiza, no serán decepcionados nunca, pues su alma se llenará de la inmensidad. II La habitación del silencio «Cuando ores, decía Jesús, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto». Esta habitación secreta no es, obviamente, un sitio físico con cuatro muros, sino un estado de consciencia. Cuando ustedes logran crear el silencio y la paz en ustedes mismos, cuando experimentan la necesidad de expresar su amor por el Señor, están ya en esa habitación secreta: por un momento al menos, pudieron alcanzar esas regiones del alma y del espíritu que llevan en ustedes desde la eternidad, pero a las que no tienen generalmente acceso en la vida corriente y cuya existencia la mayoría de los humanos ni siquiera conoce. Pues así como ignoran lo que pasa en su subconsciente, ignoran también lo que pasa arriba en el cielo, su cielo, su espíritu, su consciencia divina. La habitación secreta es pues un estado de gran concentración, de paz, de silencio, donde todo el resto se apaga, donde no existe otra cosa que su oración, su palabra interior que recorre el espacio. En ese instante, incluso si ustedes no son completamente conscientes, están realmente en su habitación secreta. Esta habitación secreta es un símbolo magnífico y de una gran profundidad, conocido ciertamente mucho antes de Jesús. Todos los Iniciados saben que para orar, hay que entrar profundamente en sí mismo, porque afuera, en el exterior, nuestra voz no tiene mucho alcance ni resonancia. Supongamos que ustedes se encuentran en la calle y allí, de repente, piensan que tienen algo que decirle a un amigo que está en otra ciudad. Es imposible hablarle, a menos que entren en una cabina telefónica: allí hay un teléfono para marcar un número y lograr la comunicación. Si permanecen en la calle, sin teléfono, pueden hablar, gritar, su amigo no los escuchará. De la misma manera, para ser escuchado por el Cielo, es preciso entrar en esta habitación secreta de la que Jesús habla, pues ella está, igualmente, bien dotada con «teléfonos» que permitirán la comunicación con los mundos superiores. Y observen cuánto esta imagen de la cabina telefónica es ilustrativa: cuando entran en ella, ustedes se aseguran de cerrar la puerta para poder hablar y escuchar sin ser molestados por los ruidos de la calle, pero también porque no es necesario que los demás escuchen lo que ustedes dicen. Es igual para el trabajo espiritual. No es en el ruido que pueden hacer este trabajo, sino en un lugar interior, secreto, a donde ustedes deben entrar y cerrar la puerta. Cerrar la puerta significa no dejar penetrar cualquier sentimiento o pensamiento, sino solamente aquellos sentimientos inspirados por el amor divino y aquellos pensamientos inspirados por la sabiduría divina; de lo contrario habrá interferencia en su comunicación con el Cielo, y no recibirán ninguna respuesta. Únicamente en la habitación secreta, el orar tiene realmente un sentido: ustedes hablan y escuchan, dirigen una petición al Cielo y reciben la respuesta. Y si no llegan a comprender bien lo que el Cielo les dice, es porque no supieron utilizar sus teléfonos o porque olvidaron cerrar la puerta. La habitación de la oración es entonces un lugar de silencio y secreto, pues los demás no deben darse cuenta de lo que ustedes dicen, cómo lo dicen y a quién lo dicen. Obviamente, algunas veces no podrán impedir que se den cuenta de que oran. Pero entre menos se den cuenta, tanto mejor. En los Evangelios Jesús también habla de ese fariseo que subió al Templo y que de pie ¡oraba con ostentación!... Pues bien, es todo lo contrario de la habitación secreta, que es la habitación del silencio, el silencio del corazón. Pero aquí el «corazón» no es ese principio psíquico que corresponde al plano astral, sede de los sentimientos y deseos inferiores. La habitación secreta es el corazón espiritual, es decir, el alma. ¡Hay tantas «habitaciones» en el hombre! Y entre todas esas habitaciones, muy poca gente ha encontrado justamente aquella que ama el silencio. La mayoría se extravió en otras habitaciones, y es allí donde ora; pero como no encuentra en ellas los teléfonos apropiados, el Cielo no escucha sus peticiones. Para escapar de las demandas y de las agresiones del mundo exterior, algunos seres se retiraron a los desiertos o a los bosques. Se trata de solitarios, ermitaños, anacoretas. Entre ellos, hay algunos que fueron mucho más allá y que quisieron romper prácticamente con toda relación con el mundo exterior, no utilizar más sus cinco sentidos, ponerlos fuera de servicio. Para ello, cavaron en la tierra huecos justo del tamaño para introducirse en ellos y allí se refugiaron. Gracias al adormecimiento de sus cinco sentidos, estos seres lograron crear en ellos el silencio absoluto; sin nada para ver, escuchar, sentir, probar o tocar, lograron perforar esta pared opaca que separa al hombre de la verdadera realidad6. Cuando estuve en la India, me encontré con algunos de esos escasos seres que han vivido experiencias semejantes. E incluso si sabía muchas cosas antes de encontrarlos, me enseñaron mucho sobre el poder del verdadero silencio, único capaz de hacer vibrar nuestros centros espirituales. El verdadero silencio no es solamente ausencia de ruido. El verdadero silencio es la fuente de todas las creaciones, es la expresión de Dios mismo. Hay que unirse a él a menudo, sumergirse en él, tratando incluso de detener el pensamiento, porque el pensamiento es movimiento y todo movimiento hace ruido, así éste sea pequeño, y perturba el silencio. En este silencio una extraordinaria paz se instala en nosotros y puede incluso entonces que Dios nos hable7. Entrar en el silencio es pues una actividad que se sitúa más allá de los cinco sentidos, más allá del sentimiento e incluso del pensamiento. Cuando se alcanza esa región del silencio, se nada en un océano de luz, se vive la verdadera vida, intensa, abundante. Esta experiencia del silencio, algunas personas la han vivido luego de grandes trastornos, de grandes sufrimientos, de crueles pérdidas. Como si el choque recibido las hubiera proyectado más allá de ellas mismas, allá donde vela esa entidad que la Ciencia iniciática ha llamado justamente «el Silencioso». Pero realmente aun si han conocido tales experiencias, la mayoría de los humanos vive la mayor parte del tiempo en la periferia de su ser8. Para ellos, la vida interior se limita a los campos del corazón y del intelecto, es decir, a los planos astral y mental. Y allí claro, ¡todo se agita!, los deseos, las sensaciones, las pasiones, las tristezas, los proyectos, los cálculos, hay mucho para ver, escuchar y ocuparse. Pero en lo profundo, toda esta ebullición no cambia nada, el hombre no se transforma. Para cambiar en profundidad, para encontrar algo que sea esencial, no debe permanecer allí, debe elevarse hasta los planos causal, búdico y átmico, la habitación del silencio. Algunos dirán: «Pero este silencio del que usted nos habla, esos mundos más allá de los pensamientos y de los sentimientos, es el vacío, nos pide lanzarnos al vacío… es espantoso!» De cierta manera, sí, se puede llamar a eso el vacío, pero no se asusten, no he dicho jamás que hay que lanzarse allí así, sin estar listos. ¿Por qué sería yo más insensato o más cruel que la madre pájaro? ¿Qué hace una madre pájaro? Ella conserva a sus crías en el nido todo el tiempo que sea necesario; luego, cuando siente que están listos, que sus alas están suficientemente desarrolladas, los empuja fuera del nido, pero no antes. Pues bien, yo tampoco los empujo hacia el vacío antes de que estén listos. Les presento solamente antes el trabajo por hacer y los medios para hacerlo, es todo. Por cierto, se los he dicho, el vacío no es un objetivo en sí mismo. Hacer el vacío, es únicamente aprender a desprenderse de todos los elementos extraños que nos impiden entrar en contacto con el mundo divino y recibir sus bendiciones. ¡Cuántas personas son como botellas llenas! No hay manera de verter alguna cosa en ellos, están llenos, llenos de deseos malsanos, de pensamientos erróneos, de decisiones tomadas. Hay que vaciarse de todo esto. Por lo tanto, es verdad, hacer el silencio es en cierta forma hacer el vacío en sí, y en ese vacío se recibe la plenitud9. Sí, pues en realidad el vacío no existe. Retiren el agua de un recipiente, entra el aire; retiren el aire, entra el éter… Cada vez que se intenta hacer el vacío, la materia es reemplazada por una materia más sutil. De la misma manera, cuando se logra rechazar los pensamientos, los sentimientos y los deseos inferiores, la luz del espíritu irrumpe: en ese momento, se ve, se sabe. El silencio es la región más elevada de nuestra alma, y cuando alcanzamos esta región, entramos en la luz cósmica. La luz es la quintaesencia del universo. Todo lo que vemos alrededor de nosotros e incluso lo que no vemos es atravesado e impregnado de luz. Y el objetivo del silencio es justamente la fusión con esta luz que está viva y que penetra toda la creación. Cuando ustedes llegan a fusionarse con la luz, poseen la quintaesencia con la que pueden llenar las palabras de su oración, y entonces su oración se vuelve realmente poderosa. ¡Hay todavía tantas incomprensiones en la cabeza de la gente acerca de la oración! Se imaginan que lo esencial está en las palabras que pronuncian. Pues no, a menudo las palabras caen a su lado sin efecto. La boca farfulle algo, pero en realidad el hombre no ora, porque no ha podido capturar esta quintaesencia que debe colmar las palabras que pronuncia para hacerlas vivas y actuantes. La palabra no es en cierta forma sino la firma que permite desencadenar las fuerzas de lo alto. Y sobre este tema, agregaré aún algo. Esta oración que hacen en el silencio produce en ustedes una acumulación de energías y es recomendable dar salida a esas energías10. No hacerlo puede causar trastornos: demasiadas fuerzas acumuladas, demasiadas tensiones, es como un barril de pólvora que puede explotar en cualquier momento. Dándoles a estas fuerzas la posibilidad de actuar, la palabra constituye justamente un medio para canalizarlas. Hay que encontrar siempre una forma de utilizar las energías acumuladas, y la palabra puede hacerlo. Por consiguiente, luego de un momento de gran fervor, de comunión intensa con el Cielo, pueden pronunciar algunas fórmulas en voz alta, como por ejemplo: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo», o «Que el Reino de Dios y su Justicia se realicen en la tierra». De esa forma, nada le hará falta a su oración. «Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto». Lo esencial es comprender, evidentemente, el significado espiritual de estas palabras, pero ello no impide destinar realmente en casa un lugar especial para recogerse11. Si pueden, traten de tener en su apartamento un lugar aparte, reservado al silencio. Incluso si no es más grande que una cabina telefónica, lo importante es que sea un lugar consagrado, cuyas vibraciones, fluidos sutiles que ustedes ya han dejado allí les permitan entrar más fácilmente en contacto con la Divinidad. Ese lugar habrá de ser pintado de bellos colores y decorado con algunos cuadros simbólicos o místicos. Conságrenlo al Padre celeste, a la Madre divina, al Espíritu Santo, a los ángeles y a los arcángeles, no dejen entrar allí a nadie y ustedes mismos no entren sino cuando sean capaces de hacer silencio a fin de escuchar la voz del Cielo. Vivimos en los dos mundos al mismo tiempo: visible e invisible, material y espiritual, por ello es bueno tener esta habitación del silencio en sí mismo y fuera de sí, y mantenerla bajo la protección de los espíritus luminosos. A medida que ustedes preparan esta habitación del silencio, sean conscientes de que la preparan también en ustedes, en su alma, en su corazón. Así, llegará un día en el que, sin importar donde se encuentren, incluso en medio de tumultos, podrán entrar en esa habitación interior para degustar la paz y la luz. 1 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. IX: «Jerarquía y libertad». 2 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XVIII: «El descenso del Espíritu Santo». 3 Cf. La nueva tierra, Obras Completas, t. 13, cap. IX: «El sol»; Folleto No. 323: Meditaciones en la salida del sol. 4 Cf. El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor No. 221, cap. XI: «Orgullo y humildad». 5 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. X: «¡Suban por encima de las nubes!». 6 Cf. La armonía, Obras Completas, t. 6, cap. IV: «El discípulo debe desarrollar el sentido del mundo espiritual». 7 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. XII: «Voz del silencio, voz de Dios». 8 Op. cit., cap. II: «La realización del silencio interior»; cap. III: «¡Dejen sus preocupaciones en la puerta!»; cap. VII: «La armonía, condición del silencio interior»; cap. VIII: «El silencio, condición del pensamiento». 9 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XV: «El vacío y lo lleno: Poros y Penia». 10 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. V: «El silencio, depósito de energías». 11 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXV: «La construcción del santuario interior». 4 El arte y la vida I La actividad creadora como medio de evolución Desde el comienzo de su evolución, el hombre ha deseado crear. Entre los instintos más fuertes, más tenaces que posee, se encuentra esta necesidad de ser un creador a fin de parecerse a su Padre celeste. Y el arte es una de las manifestaciones más impactantes de esta necesidad de creación. Se observa en los pueblos más primitivos, como lo revelan las pinturas que han sido encontradas en las paredes de numerosas grutas en todos los continentes. Y observen a los niños: desde su más tierna edad comienzan a hacer castillos de arena, dibujos, coloreados; a inventar historias, canciones, danzas, disfraces; a utilizar cualquier clase de objetos como instrumentos de música, etc. El arte nos revela que la necesidad que experimenta todo ser humano de convertirse en un creador no se limita a reproducirse para la conservación de la especie, instinto que poseen ya los animales; ella se manifiesta como un impulso de ir cada vez más lejos, de dar cada vez un paso más, de reemplazar una forma vieja por una nueva, más sutil, más armoniosa, más perfecta. El poder creador del hombre reside más arriba que su nivel de consciencia ordinario; se encuentra en una parte de su alma que se manifiesta como facultad de explorar, de contemplar realidades que lo superan y de captar sus elementos. Crear es sobrepasarse, superarse. Algunos hablan de imaginación… Si se quiere; pero entonces hay que saber que lo que se llama «imaginar» no significa inventar cosas que no existen1. Por el contrario, imaginar es captar realidades sutiles que existen ya y esforzarse por traducirlas en palabras, formas, colores, sonidos. Y si en el plano de la realización estamos limitados, pues para realizar es preciso poseer una habilidad, una técnica, que no le son otorgadas a todo el mundo, en el plano del pensamiento, del sentimiento, del deseo, nada nos limita. Así pues, este instinto de creación que cada ser posee en sí mismo lo obliga a sobrepasar sus posibilidades ordinarias y lo pone en contacto con otras regiones, otros mundos poblados de creaturas superiores. Gracias a esta parte de él mismo que logra desplazarse, ir más lejos, más alto, para captar ciertos elementos completamente nuevos, puede crear hijos que le son superiores, y también obras maestras que lo superan. Pues a menudo la creación es mucho más bella que su autor. Ustedes ven allí a un hombrecillo poco importante y, sin embargo, ese hombrecillo produjo una obra gigantesca, digna de un gigante, de un titán, y ante la cual el mundo entero se maravilla. Pero si todos los seres humanos tienen esa necesidad de crear, muy pocos son aquellos capaces de entrar en contacto con las regiones celestes y ser conscientes de que para producir creaciones dignas de ese nombre, hay que conocer ciertas leyes, pero también ejercitarse. ¿Ejercitarse en qué forma? Ya lo comprenderán. ¿Qué hace que la tierra, apagada, incultivada y estéril del invierno, se cubra en primavera y en verano de una vegetación tan bella y colorida: hierbas, flores, hojas, frutos? Es porque en este período, se encuentra en una posición en relación con el sol que le permite recibir mejor su luz y su calor y captar así ciertos elementos que ella misma es incapaz de producir. Una vez en posesión de esos elementos, se pone a trabajar y da obras maestras coloridas, perfumadas, dulces, nutritivas que ofrece a todas las creaturas. Del mismo modo, si el hombre quiere crear y producir obras excepcionales, debe aprender a exponerse al sol espiritual y hacer intercambios con él. Ustedes comprenden mejor ahora porque vamos en la mañana a contemplar la salida del sol: para aprender a crear obras que se le parezcan, obras vivificantes, límpidas, llenas de luz y de calor. El sol con su luz, su calor y su vida es un medio de acercarnos a Dios, de unirnos a Él, porque es en estos intercambios con el Señor que nos volvemos creadores como Él. Ésta es la razón de ser de la oración, de la meditación, de la contemplación: salirse de su estado de consciencia ordinario, elevarse por encima de sí mismo, desplazarse, sobrepasarse. Para producir obras maestras inolvidables, eternas, un creador no debe permanecer únicamente al nivel de los cinco sentidos, sino esforzarse, gracias a sus cuerpos sutiles, por entrar en relación con el mundo divino. ¿Qué es la inspiración? La entrada de una entidad espiritual en un ser humano. Esta entidad que logró atraer toma posesión de él, a fin de ejecutar a través suyo lo que él mismo no sería capaz de realizar. Por sí mismo, en su estado ordinario de consciencia, el ser humano no es tan capaz de producir creaciones geniales, divinas, pero sabiendo cómo atraerlas, puede ser visitado por entidades muy evolucionadas que vienen a inspirarlo. Si los artistas del pasado: arquitectos, escultores, pintores, músicos, poetas, filósofos… han legado a la humanidad obras maestras, es porque conocían ciertas leyes de la vida espiritual. Antes de comenzar a trabajar, se recogían, meditaban y pedían la bendición del Cielo. Recibían así la revelación de la verdadera belleza y la posibilidad de expresarla y de transmitirla. Observen solamente ¡cuántos poemas de la antigüedad comienzan por una invocación a los dioses o a las musas! Era una manera de mostrar que antes de crear, el artista debe dirigirse a seres superiores para pedirles participar en su trabajo. Pero ahora, ¿dónde encontrarán ustedes artistas que vayan a orar y a meditar antes de crear? ¡No necesitan la ayuda del Cielo! La mayoría de los artistas contemporáneos ha olvidado desafortunadamente estas prácticas tan saludables que son la meditación, la contemplación, la oración; permanece en la prosa, en el ruido, el humo, se imagina que viviendo una vida desordenada, pasional, creará obras sublimes. Pues no, la mayoría no le propone al público sino mediocridades, espantajos, monstruosidades, «garabatos» que revelan exactamente su grado de evolución. Porque ellos perdieron el secreto de la verdadera creación. Se justifican diciendo que pintan la «realidad». Pero ¿qué es la realidad? Hay toda clase de realidades. Lo que llamamos la «realidad» depende de nuestra manera de ver. Y hoy día está de moda en el arte detenerse en las «realidades» más prosaicas, groseras, sórdidas incluso. Por ello las creaciones contemporáneas no solamente no contienen ya este elemento de eternidad que le da semejante precio a las obras del pasado, sino que ellas arruinan algo en el ser humano. Y pasa lo mismo con los filósofos, los novelistas, los poetas que nunca han hecho el esfuerzo de elevarse hasta las regiones superiores del espíritu: sus obras arruinan a aquellos que las leen, inspirándoles la duda, la revuelta, la anarquía, el desespero. Entonces, estudien bien los estados que esas obras provocan en ustedes. Frecuentar obras literarias y artísticas no deja jamás de tener consecuencias para nadie. Mirándolas, escuchándolas, entramos en relación con sus creadores, comenzamos a sentir, a vivir lo que ellos han vivido, pues inconscientemente recorremos el camino que ellos recorrieron antes de nosotros: nos llevan a las regiones que ellos visitaron. Y he allí verdaderamente la utilidad del arte, el lado educativo del arte. Cuando los artistas han sabido elevarse hasta el mundo divino, hasta la cima de su ser, han traído de estas ascensiones espirituales elementos que no solamente continúan trabajando en ellos, sino que aportan transformaciones benéficas en el mundo entero. He ahí el ideal de un verdadero artista, el ideal de un Iniciado. En resumen, los Iniciados, los místicos y los artistas coinciden en el hecho de que ellos arrastran a la humanidad hacia lo alto: los artistas por medio de sus obras maestras, los místicos por medio de sus virtudes y sus emociones espirituales, y los Iniciados, los grandes Maestros (que yo pongo por encima porque están más cerca del mundo divino) por su capacidad de hacer brillar la luz del espíritu. Los artistas se esfuerzan por presentar formas que se aproximan lo más posible a la belleza ideal; los místicos, los religiosos se consagran al mejoramiento del campo psíquico, moral, es decir, del contenido; y los Iniciados, los grandes Maestros trabajan en el campo del sentido, es decir, de las ideas, de los principios. Estas tres categorías de seres coinciden en su deseo de hacer evolucionar a la humanidad. Solo difiere el campo en el cual ejercen su actividad. Estas tres categorías de seres corresponden a los tres principios esenciales de los que está constituido el hombre: el espíritu, el alma y el cuerpo2; el intelecto, el corazón y la voluntad; el pensamiento, el sentimiento y la acción. Por medio de estos tres principios el hombre debe acercarse al Cielo. En realidad, los tres son necesarios, pero en el primer lugar debe ponerse la inteligencia, el sentido; enseguida la moral, las aspiraciones místicas, un corazón vasto y sensible; y finalmente la acción, el trabajo, la realización. Quien quiera llegar a la perfección debe ser capaz de abarcar estos tres mundos: la filosofía, la religión (que comprende la moral también) y el arte. Los humanos esperan siempre algo nuevo, pensando que será mejor, y es eso nuevo lo que van a buscar en las exposiciones, los museos, el teatro, el cine, los conciertos, los musicales… Son empujados por este instinto de encontrar algo mejor, sin saber, los pobres, que en vez de correr detrás de eso mejor en los lugares materiales, es en ellos mismos que deberían buscarlo, en las alturas del alma y del espíritu3. Puesto que incluso los artistas más grandes están limitados en sus medios de expresión, ellos no tienen la posibilidad de expresar exactamente todo lo que ven, escuchan o sienten en sus momentos de inspiración. Inclusive creadores como Mozart, Beethoven, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Rembrandt no lograron retranscribir todo lo que veían o escuchaban. No hay que creer entonces que yendo a museos o a conciertos se ha encontrado el mejor medio de evolucionar. Evidentemente, está bien, es útil, yo también he ido por el mundo entero a visitar museos, escuchar conciertos, ver piezas de teatro. Pero es muy poco comparado con todas las visitas que he tratado de hacer a otras regiones, y estas regiones me han revelado esplendores ante los cuales todas las obras maestras del mundo palidecen. Es por esto que ante ciertas creaciones, no soy siempre ni respetuoso ni lleno de admiración. No es mi culpa, ¡me han mostrado realidades mucho más bellas, más perfectas! La Inteligencia cósmica ha depositado en nosotros este instinto que nos empuja a ir siempre más lejos, a fin de que haya evolución, progreso en la especie humana. Observen las plantas, los animales: después de muchos milenios, son más o menos los mismos, pues progresan muy lentamente. Los humanos tienen la posibilidad de evolucionar mucho más rápido, pero con la condición de esforzarse por desarrollar ciertas facultades, de lo contrario no crean, se contentan con reproducir. Exactamente como los padres y las madres que no han hecho ningún trabajo interior antes de la concepción de sus hijos: reproducen en ellos sus propias debilidades, sus propias enfermedades. Ellos creen que crean cuando lo que hacen es reproducir. Solo es creador quien se esfuerza por sobrepasarse, superarse para atraer de las regiones celestes elementos que luego comunicará a su creación, y es así como sus hijos o sus obras lo superarán por su belleza y su inteligencia. La creación no es una simple reproducción, una copia, sino un paso adelante, una evolución. Es porque está habitado por este instinto de creación que cada ser evoluciona, que todo el cosmos evoluciona4. Pues, con excepción de Dios, todo debe evolucionar. He aquí para ustedes todas estas magníficas perspectivas, estos nuevos horizontes: saber hacer intercambios con los mundos superiores, saber que la oración, la meditación, la contemplación son medios de creación. No les será suficiente una existencia entera para explorar todas estas posibilidades, tan vastas son. Y pueden objetarme todo lo que quieran: que los artistas deben buscar nuevas formas, que deben traducir las realidades de su tiempo, etc., les responderé que ellos son libres, en efecto, de crear como a bien tengan. Pero ellos deben comprender que la verdadera misión del arte es la de poder dar a los humanos un anticipo, un presentimiento del Cielo. Reflexionen bien. Hasta ahora ustedes han podido verificar que todos los consejos y los métodos que les he dado eran sensatos, benéficos; entonces, les pido tomar en consideración este consejo que les doy aún hoy: superarse, sobrepasarse a sí mismos para poder llegar a ser verdaderos creadores. II Vivir en la poesía La poesía parece generalmente como un mundo de impresiones borrosas, deshilvanadas, una sucesión de imágenes que son quizás muy bellas pero incoherentes, porque no se sabe a qué corresponden. Los responsables de esta concepción errónea de la poesía son los mismos poetas que se refugian en las regiones inferiores del plano astral donde se dejan seducir por las entidades que viven allí. En cuanto al público, que no posee criterios y que tiende igualmente a vivir en estas regiones brumosas de la consciencia, se maravilla y se hunde a su turno en esas regiones. Demasiado a menudo, la primera preocupación de los poetas es verter en sus obras sus sentimientos más negativos, sus tristezas, sus angustias, sus rebeldías, sus desesperaciones… Pero ¿por qué un poeta debe dar semejante alimento al público? Es como si él le presentara –excúsenme- excrementos para comer. Y la gente, que no es muy iluminada, lo acepta: se diría incluso que necesita día y noche regocijarse con desperdicios, con inmundicias. Sí, lo sé, mis palabras les molestan porque ustedes están aún muy lejos de comprender lo que les quiero decir; pero poco a poco tendrán mejores criterios y dejarán de admirar ciertas obras, ciertos estilos, que sin darse cuenta no les provocan sino cólicos, migrañas y comezón en el plano psíquico. Demasiadas obras son la proyección de estados del alma desordenados y enfermizos. Entonces, ¿qué es la verdadera poesía?... La verdadera poesía es el Verbo, el Verbo divino, con todos sus elementos maravillosamente entrelazados por medio de correspondencias secretas. La verdadera poesía despierta en el hombre el recuerdo de su patria celeste, ella hace vibrar en él las cuerdas más espirituales, le da un impulso para crear la nueva vida. Es por esto que si un poema no hace nacer en ustedes esta clase de emociones, si él les procura solamente algunas pequeñas sensaciones vagas, pueden estar seguros de que no es la verdadera poesía. Yo también cuando era joven, amaba mucho la poesía y escribía incluso versos y relatos místicos que contenían verdades espirituales, visiones, profecías… Pero me detuve muy rápido cuando me di cuenta de que esta poesía me debilitaba: ella me volvía hipersensible y vulnerable, me mantenía en el mundo astral, lunar. Abandoné esta región y me fui a buscar la verdadera poesía en el sol. Y ahora si algunos perciben que hay poesía en las explicaciones que les doy, es porque he trasladado esta poesía del sol al campo de la ciencia y de la filosofía5. La verdadera poesía tiene su origen en la naturaleza, pues todo en ella es a la vez bello y científico. Se ha tomado por costumbre separar la ciencia de la poesía y es un error: en la naturaleza ellas no son sino una. La poesía debe estar fundada en un saber superior, en un conocimiento divino, sino es inútil e incluso nociva. Por esto, Platón, que poseía el verdadero saber iniciático, no quería poetas en su Ciudad ideal, mientras que los filósofos y los sabios eran bienvenidos. ¿Por qué? Porque la poesía, tal y como es comprendida normalmente, es un mundo de ilusiones y de mentiras, un pálido reflejo de la verdadera poesía que es la expresión del mundo del alma y del espíritu. Yo amo la poesía, y la sitúo incluso por encima de la música, de la pintura, de la escultura y de otras artes, porque la poesía es el Verbo, y el Verbo es a la vez música, color, forma, perfume… Claro, la música es muy poderosa, produce un efecto inmediato sobre los oyentes, pero su lenguaje no es tan claro y educativo como el de la poesía. La claridad del Verbo viene de la presencia de las palabras: a través de las palabras no solamente se ven formas, colores, dimensiones, sino que se escucha también una melodía, un ritmo, una entonación. Y sobre todo, y esto es lo esencial, se percibe un sentido. La música despierta el sentimiento, estimula la voluntad, pero no ofrece una clara orientación. Ustedes puedes escuchar música durante años y años y seguir tan ignorantes e indeterminados como antes. Mientras que escuchando la verdadera poesía, no solamente experimentan sensaciones, sino que también gracias a las palabras pueden reflexionar y encontrarle una dirección a su vida. Y luego hay también una música, colores, formas, una arquitectura… Todas las artes están contenidas en la poesía. Para muchos, la música supera todas las artes, y es justo, si se considera que es un lenguaje universal y con qué intensidad actúa: uno se siente invadido, conmovido, cautivado. Con la poesía se escucha, se comprende; por supuesto, como ocurre con la música, al mismo tiempo uno se siente cautivado, pero ella recurre más al pensamiento. En realidad, la verdadera poesía no se limita a la literatura, ella está ligada a la vida. El verdadero poeta es aquel que es capaz de vivir la belleza que expresa en sus versos, que es capaz de vivir una vida poética en sus pensamientos, sus sentimientos, sus actos. Es demasiado fácil escribir poemas, y vivir paralelamente una vida totalmente antipoética. ¡Cuántos poetas no pueden escribir sin beber, fumar, drogarse y multiplicar las aventuras amorosas! Al parecer, para encontrar la inspiración necesitan experiencias, sensaciones, a fin de «no dejar agotar la fuente». ¡Pero su fuente se agotó desde hace mucho tiempo! Ahí tienen a los poetas: expuestos a todos los vientos, enfermizos, débiles, sin voluntad. Después de haber vivido en las pasiones, los excesos, las angustias, ¡cuántos terminan en la locura o en la decadencia! He conocido muchos poetas en mi vida, y he podido estudiarlos. No niego que tengan a menudo dones, mucha sensibilidad e incluso genialidad, pero eso no es suficiente. Para crear hay que también desarrollar una fuerza interior, y no como muchos lo imaginan, dejarse llevar por todas las corrientes que pasan. ¡He aquí un hallazgo! Seguro, si no se vive, si no se tienen experiencias, no se puede crear; pero ¿por qué buscar siempre los materiales abajo, en el subconsciente, en las regiones inferiores de la vida? Hay que vivir experiencias pero experiencias celestes, las mismas que vivieron los grandes genios del pasado. Es por esto que ellos crearon obras maestras. En el futuro nuevamente, los poetas cantarán el amor y la sabiduría de Dios, la belleza del universo y el futuro luminoso hacia el cual avanza cada creatura. Ellos alimentarán a los humanos con el rocío del cielo, la ambrosía, y todos vivirán en la poesía, pues lo esencial es esto: vivir en la poesía. Por el momento, cuando se observa a los humanos, incluso a los más cultos, a los más letrados, se ve a menudo que siguen sumergidos en la prosa: son opacos, fríos, tiesos, crispados, no se siente ningún calor, ninguna luz, ningún destello en ellos. Dejan la poesía a los poetas que la escriben y leen de ella de vez en cuando algunos versos, pero la vida que llevan no es poética; por ello les gusta tan poco encontrarse entre ellos. Es preciso que entiendan que el arte nuevo, el arte del futuro es convertir la existencia en poesía, volviéndose caluroso, luminoso, expresivo, vivo. Entonces, ¡qué alegría sentirán cuando se encuentren! Los humanos son extraordinarios: buscan en la compañía de los otros consuelo, amistad, amor, luz, pero siguen siendo amorfos, cerrados, opacos… en otras palabras, ¡prosaicos! No saben cómo vivir esta vida poética gracias a la cual serán amados. En consecuencia, ustedes, esfuércense cada día en dar su luz y su calor. Sí, es un ejercicio que hay que hacer para salir un poco de sí mismo, de ese estado de estancamiento tan prosaico. ¡Es tan agradable encontrar un poeta, una creatura en la que se sienta que todo está vivo, animado, iluminado! Cuando diviso una creatura así, todo mi ser se dilata, no puedo esconder mi alegría, es tan contagioso ver un rostro que les hace, así, toda clase de señales luminosas. Pero ¿qué hacer con toda esa gente que ha acumulado tantos elementos oscuros, pesados, que se encuentra paralizada? Incluso si hacen un esfuerzo por mostrar un rostro abierto, sonriente, no lo logran, todo permanece tieso. Es imposible hacerles mover los músculos de su rostro, animar sus rasgos, y si tratan de sonreír, les sale una mueca. Porque no se puede estar abierto y sonriente por pedido, solo puede uno abrirse cuando se está acostumbrado interiormente a dar desde hace mucho tiempo6. Ustedes dirán: «¿Cómo? ¿dar?... ¿Y dar qué?» Los tesoros de su alma y de su espíritu. Pero evidentemente, para comprender esto y sobre todo para realizarlo, hay que saber lo que es la vida del alma y del espíritu, esta vida que brilla, que brota, y que lleva sus bendiciones a todos los seres que ustedes encuentran. En ese momento descubren que esta abundancia que dan a los demás los dilata, los embellece, los hace felices. Por causa de su actitud cerrada, porque tienen siempre miedo de perder algo, los humanos se empobrecen. Para enriquecerse hay que dar. Sí, porque se desencadenan en uno mismo fuerzas desconocidas que estaban inutilizadas en alguna parte en las profundidades. Desde el momento en que uno decide proyectarlas gracias a todo un trabajo interior, comienzan a circular, a brotar, y uno se siente entonces ¡realmente rico, realmente colmado! En adelante, piensen en concentrarse en ocupaciones que pueden aportarles la vida: la meditación, la contemplación, la oración, únicas capaces de volver su existencia poética. Seguro, no hay que rechazar la prosa, ella es indispensable. Existen muchas cosas prosaicas en la vida que uno no puede dejar de hacer –inútil enumerarlas. Pero uno no debe limitarse a eso, de lo contrario uno se entumece, se empobrece; hay que tratar siempre de encontrar este elemento poético que nos une al Cielo. Aunque solo sea para nuestra salud, este elemento es necesario. Quítenle la vida poética a un ser, y no le quedará más que una vida vegetativa: comerá, dormirá, trabajará, claro, pero será privado de esta vibración intensa por dentro que estimula, que maravilla; y poco a poco, las funciones físicas van a trabajar también lentamente, porque los desechos se acumulan. Por lo tanto, incluso para la salud, semejante vida ralentizada no es aconsejable. ¿Hasta cuándo la gente va a preferir esta actitud que califica de «razonable» y a despreciar la vida poética hecha de maravillas7? Muchos adolescentes que acostumbraban a mostrarse siempre naturales, espontáneos, abiertos, soportaron tantas burlas y críticas de su entorno, que poco a poco se acomodaron a los demás y se volvieron prosaicos… He ahí cómo se llega a aniquilar las mejores inclinaciones, las mejores tendencias en la juventud, sin saber que perjudicando esta vida que estimula, que sana, esta fuerza del espíritu que penetra las células, que las purifica, las hace vibrar, la muerte se instala en ellos. Está dicho en los Evangelios: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios»8. Sí, porque los niños son la expresión de la vida, sonríen, ríen, tienen un rostro abierto, alegre, radiante. Entonces, ¡cuidado con su rostro! Si ustedes se presentan en la puerta del Paraíso con una cara opaca, alargada, se les dirá: «No, no, no se entra aquí haciendo esa cara. Aquí, no se aceptan sino rostros de niños». Pues sí, hay delante de las puertas del Paraíso entidades que miran el rostro de quienes se presentan, y si no leen en él la vida, la luz, la alegría, el amor, ellas les dicen: «Vayan, dense vuelta. Aquí se vive en la poesía, no se quiere su apariencia adusta». ¿No me creen? Y bien, ¡vayan a verificar! III La música La voz Un pasaje muy conocido del Antiguo Testamento cuenta la toma de Jericó cuyas murallas se derrumbaron al sonido de las trompetas. Ustedes conocen también el mito de Orfeo quien cantaba acompañándose de una lira, ofrecida por Apolo, y que encantaba por sus cantos no solamente a los humanos sino también a las fieras, las rocas, al oleaje enfurecido, e incluso al perro de los Infiernos, Cerbero. Estos relatos prueban que desde la antigüedad, los Iniciados conocían la influencia mágica de los sonidos en la materia y en los seres. Es toda una ciencia aún poco explorada que no solo los músicos sino también los pedagogos, los médicos, deberían profundizar; ¡he aquí un campo inmenso abierto para sus investigaciones! Es interesante conocer qué centros del organismo son activados por la audición de sonidos. A mí lo que me interesa sobre todo, es la influencia que pueden tener los sonidos –el canto y la música instrumental- en la vida espiritual. Durante años cuando iba a conciertos o escuchaba discos, estudiaba en qué centros en mí actuaban las sonoridades de los instrumentos y las voces de los cantantes, cómo sus vibraciones se propagaban para despertar tal o tal facultad. Comencemos por la voz. Es fácil constatar que ciertas voces son tranquilizadoras y otras suscitan la violencia. Algunas, claras y cristalinas, son como un baño de pureza y de luz, mientras que otras despiertan la sensualidad. Algunas incitan a la reflexión y otras alteran el espíritu. Algunas despiertan el amor, otras el odio. Algunas impulsan a la acción, y otras la paralizan, etc. Los ejemplos son innumerables, pero para resumir, se puede clasificar la voz en tres grandes categorías: aquellas que estimulan o adormecen la voluntad; aquellas que aclaran u obscurecen la inteligencia; aquellas que despiertan sentimientos elevados o desencadenan pasiones vulgares. Hasta ahora los músicos se han interesado más en los instrumentos que en la voz, la cual sigue siendo un campo poco explorado. Se tiende a creer que la voz es menos expresiva que un instrumento, lo que es inexacto. Si la voz no ha dado todavía toda su riqueza y manifestado todos sus poderes, es porque los cantantes no tienen una disciplina de vida suficiente. Las cuerdas vocales no son un instrumento exterior a nosotros como todos los demás instrumentos de música; por consiguiente, todo lo que vivimos, todos los sentimientos, todos los pensamientos que alimentamos en nuestro corazón y en nuestra cabeza actúan en ella. Si un cantante, una cantante se deja llevar por ciertas debilidades, por ciertos desórdenes, a pesar de la calidad de su técnica, estas debilidades y estos desórdenes se transparentan en su voz. Un cantante que quiere realmente cultivar su voz y conservarla el mayor tiempo posible debe no solamente tomar muchas precauciones para su salud, sino sobre todo vigilar las sensaciones, las emociones que lo atraviesan. En vez de servir solamente a sus pasiones, sus caprichos, de satisfacer su vanidad, de buscar los placeres o las ventajas financieras, debe alimentar un ideal superior. Así, se liga a entidades espirituales perfectas que vendrán a ayudarlo y lo guiarán por un camino donde encontrará cada vez más posibilidades de trabajar y enriquecer su voz. Evidentemente, no es un camino fácil, exige sacrificios, renuncias, pero vale la pena. Hay demasiados y demasiadas cantantes que a través de su voz proyectan hacia el público ondas no armoniosas o malsanas que lo hacen retroceder a estados caóticos, oscuros o pasionales. ¿Dónde están aquellos que mediante su voz se esfuerzan por inspirar en su auditorio, el deseo de abandonar una vida opaca y mediocre para abrazar una nueva vida, consagrada a la belleza y a la luz? Un verdadero cantante, en el sentido espiritual del término, es un mago capaz de transformar a los seres con su voz. Pero solo aquel que ha trabajado durante años para aumentar la extensión, la intensidad y la pureza de su aura puede producir un efecto semejante en las almas9. El aura crea las condiciones para que el artista pueda actuar mágicamente sobre su auditorio. Todos aquellos a quienes el Cielo les ha dado una bella voz deben ser conscientes de haber recibido un gran tesoro, gracias al cual podrán hacer maravillas. Que dejen de comportarse como niños consentidos que no conocen el valor de lo que poseen, y sobre todo que no han reflexionado sobre el mejor uso que pueden darle. Ellos deben servir el ideal más alto: conducir los seres de nuevo a la Fuente divina. Entonces, su nombre será inscrito en el Libro de la Vida: será anotado que sacaron almas de las tribulaciones y de la muerte. Y cuando oyentes o críticos vendrán a preguntarles: «¿Cómo lograron cantar de esa forma? ¿Qué formación recibieron? ¿Qué disciplina siguieron?» en vez de decir banalidades o de explicar las etapas de sus carreras, estos artistas darán respuestas apropiadas para aclarar a los humanos, para reforzar su deseo de transformarse. Ellos explicarán que el alma humana es hija de Dios y que para conocerla en todo su esplendor, hay que vivir una vida divina. El artista no puede verdaderamente tocar el alma de su público sino después de haber trabajado él mismo en desarrollar todas las riquezas que el Creador depositó en su propia alma. No se puede tocar el alma de los seres, haciendo hablar en sí mismo lo que es mediocre e imperfecto. Y para transformarse, para llegar a hacer hablar su alma, hay que aceptar la enseñanza de una Escuela iniciática que nos ofrece una luz sobre todos los campos de la existencia: nutrición, respiración, gestos, sentimientos, pensamientos… Los cantantes deben consagrar sus dones a fin de despertar las almas a la luz. Lo que les voy a decir les parecerá quizás de otra época, pero no importa, igual se los voy a decir. En vez de aceptar cantar ante los poderosos y los ricos de este mundo que pagan sus entradas muy caro, pero que no son necesariamente las almas más bellas, ¿por qué los artistas no cantan gratis delante de las almas listas a recibir un impulso divino y a trabajar por la nueva vida?10 ¿Por qué no reúnen a todos los seres que necesitan recibir un alimento celeste, con el fin de cantar para ellos? Ganarán quizás menos dinero, pero ¿es esto tan importante? Toda creación que nace de una idea desinteresada, que es puesta al servicio de una causa impersonal, posee el germen de la inmortalidad. Quien es consciente de esta ley adquiere las verdaderas riquezas, porque conquistar un alma para la luz es superior a todo. Si el Cielo les ha donado una bella voz, ¿creen ustedes que ese don es exclusivamente para ustedes? No, debe servir para cumplir un trabajo en los otros. El Cielo les pedirá cuentas tarde o temprano de lo que ustedes han hecho con ese don. Todos los cantantes conscientes de tener un papel que desempeñar para despertar las almas deben aprender a trabajar con el pensamiento en las cuerdas vocales. Para ello, puedo darles un ejercicio. Imagínense que cantan en un escenario, rodeados de una luz radiante, y una multitud inmensa, miles de personas están allí y los escuchan… A través de su voz salen energías puras, poderosas, que penetran en ellas y, entonces, abren su corazón, aclaran su inteligencia, y ellas deciden poner su existencia en adelante al servicio de un ideal de luz y de bondad… Ejercítense de esta manera durante meses, años, y un día vendrá en el que su voz no despertará en los seres sino su naturaleza superior, su Yo divino. El canto coral La tendencia natural de los humanos es a individualizarse, a aislarse, e incluso a ser hostiles los unos con los otros. Sin embargo, hay al menos tres momentos en los que aceptan más fácilmente estar juntos: para comer, para orar y para cantar. Por esto el canto coral es una actividad muy benéfica: requiere de esfuerzos para ponerse de acuerdo, armonizarse, vibrar al unísono, y estos esfuerzos influencian favorablemente las relaciones que los humanos sostienen luego los unos con los otros. Cantar juntos en coral a cuatro voces (bajo, tenor, alto, soprano) es entonces un acto de un gran significado. Es, en primer lugar, un reflejo, una expresión en el plano físico del ejercicio que debemos hacer cada día, muchas veces por día, para hacer concordar a la vez nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro intelecto, nuestro corazón11. Se pueden comparar las cuatro voces a las cuatro cuerdas del violín, en el cual se puede ver también la imagen del hombre: el sol representa el corazón, el re el intelecto, el la el alma y el mi el espíritu. La madera del violín representa el cuerpo físico, y el arco es la voluntad que actúa en los cuatro principios del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu. La fusión armoniosa de las cuatro voces, o el juego sobre las cuatro cuerdas, nos enseña que los cuatro principios del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu deben vivir en armonía en el hombre. ¿Por qué creen ustedes que el violinista debe siempre afinar su violín? Para decirnos que el hombre no puede hacer ningún trabajo interior verdadero si su ser entero no está en armonía. Entonces, antes de cualquier cosa, hay que echarse un vistazo y no emprender nada antes que «las cuerdas del violín» estén afinadas. En segundo término, el canto coral es un símbolo del trabajo que debemos hacer para afinarnos entre nosotros. Una vez cada cual haya introducido la armonía en sí mismo, entonces y solo entonces puede comenzar a armonizarse con los otros, a fin de que esta fusión de voces por encima de nuestras cabezas sea también una fusión de nuestros corazones, de nuestros intelectos, de nuestras almas y de nuestros espíritus. Finalmente, por medio del canto coral expresamos nuestro deseo de abrazar al universo, de estar en armonía con el Todo. Es por esto, lo repito, que antes de cantar, es importante echar un vistazo en sí mismo para relajarse, para alejarse de las preocupaciones cotidianas y armonizarse con todas las creaturas del cosmos, con el propósito de vibrar al unísono con ellas. Cantar es muy importante. Seguro, uno puede contentarse con ir a conciertos o escuchar discos. Y por tanto, entre cantar y escuchar cantar, la diferencia es enorme. Exactamente como comer uno mismo y mirar a alguien comer. Si ustedes se contentan con mirarlo, será él quien tomará fuerzas y ustedes nada; y cuando él se levantará, se sentirá dinámico, listo para trabajar, mientras que ustedes, apenas podrán moverse. He ahí la diferencia. Sí, quienes cantan se alimentan de sonidos, mientras que los otros se debilitan interiormente porque no se alimentan. La música, el canto son un alimento que permite hacer un trabajo espiritual. Ustedes dirán: «¡Ah! ¿Se puede hacer un trabajo cuando se canta?» Pero claro, y es un repertorio muy rico el que ustedes tienen en la Fraternidad con los cantos del Maestro Peter Deunov12, y cantándolos contribuyen a conservar y a reforzar la luz en el mundo, pero ante todo, trabajan en ustedes mismos. Cuando se sientan confundidos, desorientados, canten «Misli pravo misli: Piensa justo», y verán ya mucho mejor el camino… Cuando crean que nadie más los ama, canten: «Bog é lubov: Dios es amor» y entonces ¿que más quieren puesto que Dios no los abandonará jamás?... Y si están algo cansados, enfermos, canten «Sila zdravé é bogatstvo: Fuerza y salud son riquezas», entonces todo vibra en ustedes y se levantan… Si la vida les parece monótona, que no les brinda ninguna alegría, canten «Krassiv é jivota: La vida es bella…» Y cuando estén contentos, canten «Blagoslaviaï douché moïa, Gospoda: Mi alma bendice al Señor». ¡Tienen allí todo un arsenal mágico! Cada uno de estos cantos actúa favorablemente en ustedes, pero incluso cuando ustedes no los cantan, el solo hecho de tenerlos en la mente les hace bien, pues esos cantos continúan vibrando en ustedes. Solamente, para poder hacer este trabajo, hay que dejar de considerar el canto únicamente como un pasatiempo agradable, sino como una actividad que toca todas las regiones del ser y del universo. En el Árbol sefirótico, la música pertenece a la sefirá Hochmah donde reinan los Querubines13. Los Querubines son pura música, es por esto que viven en armonía perfecta. Hochmah es la región del Verbo, que ha creado todo, y el Verbo no es otra cosa que la música, los sonidos armoniosos que han moldeado la materia. Pues el sonido toca la materia y le da formas. Así, por medio del Verbo, Dios moldeó la materia informe, «tohou vabouhu» como está dicho en el Génesis. Dios habló sobre este polvo cósmico y las formas aparecieron. Bajo la acción del Verbo, los Querubines recibieron una vibración divina y esta vibración se comunicó a todas las demás creaturas de las regiones situadas debajo de la sefirá Hochmah, hasta Malhout, la Tierra. Los Querubines no saben sino cantar juntos en armonía14; he ahí porque, cuando los humanos ensayan también cantar en coro, comienzan a unirse a esta orden angelical de los Querubines que es la orden de la música y de la armonía celestes. Sí, sin darse cuenta, cuando ustedes cantan se unen a los Querubines y esta armonía de sonidos trabaja en ustedes, ella hace vibrar las partículas de su materia. De este modo, ella la modela hasta el día en que, gracias a estas sonoridades, su mismo cuerpo tomará formas de una armonía y de una belleza perfectas. Si ustedes comprenden la importancia del canto para su desarrollo espiritual, poco a poco se despertarán en su alma centros sutiles capaces de captar las fuerzas cósmicas que vienen de la sefirá Hochmah: recibirán la inspiración, escucharán la armonía de las esferas, cantarán con los Ángeles y la sabiduría vendrá a instalarse en ustedes. Pues la música es una expresión de la sabiduría (Hochmah, en hebreo, significa sabiduría). Hochmah es una región que se sitúa más allá de los planetas de nuestro sistema solar, ella abarca el zodiaco. El zodiaco es un símbolo de la inmensidad, del cosmos, del infinito, y es por esto que la música nos eleva hasta fundirnos en la inmensidad. Pero para comprender estas verdades, no hay que quedarse en el simple placer de encontrarse para ejecutar una bella partición. Los beneficios del canto van hasta las regiones más sublimes. El día en que sean conscientes de ello, consagrarán mucho más tiempo a cantar juntos, porque sentirán ustedes mismos los efectos benéficos. Están permanentemente sumergidos en ocupaciones importantes en apariencia, pero que no los hacen más felices, ni más nobles, ni más luminosos, ni más saludables. Ellas les aportan quizás más facilidades, más comodidades, pero esto no agrega nada a su transformación. Mientras que cantando juntos con el deseo de tocar las regiones del alma y del espíritu, ustedes transforman su existencia. E incluso cuando están solos en su casa, escojan un canto, pónganse en contacto con la región de los Querubines e imaginen que cantan con todos sus hermanos y hermanas del mundo entero. Como ustedes no son todavía conscientes de todos los medios y materiales que poseen, no se sirven de ellos. Y eso es lo peor de todo: ¡poseer riquezas y ser aún tan infelices porque se ignora la existencia de esas riquezas! Entonces, si consagran más tiempo al canto, si todos ustedes sin excepción aprenden a cantar juntos en armonía, esto dará grandes resultados. Primero, como acabo de decirles, es un trabajo en ustedes mismos, y luego en el mundo entero. He ahí cómo se trabaja por el bien de la humanidad. Todo lo que se hace en la vida es mágico15. Pero este aspecto es ignorado, menospreciado, ya que la magia es un campo que muy pocos son capaces de comprender verdaderamente. ¡Toda obra de arte: música, pintura, escultura, arquitectura, danza… e incluso la belleza de las creaturas, todo es magia! «Magia» significa influencia, acción de una cosa sobre otra. Entonces, si un objeto o un ser ejerce alrededor de él una acción favorable, si aporta paz, luz, armonía, se dice que es magia blanca, divina; y si por el contrario, aporta confusión, oscuridad, desorden, se dice que es magia negra. Es necesario comprender esto y llegar cada vez más a pensar, sentir, actuar y comportarse de una manera constructiva, armoniosa, pues entonces uno se convierte en un mago blanco. Cuando ustedes están reunidos para cantar, poseen pues un poder mágico formidable, benéfico, pero con la condición de no perder nunca de vista esta verdad que el poder está cimentado en la unidad, en la armonía. Piensen en esta familia que deben formar. Sus diferencias de carácter, de tendencias, de grado de evolución, de medio social, de profesión… dejen todo a un lado, eso no tiene ninguna importancia, eso no desempeña ningún papel en la vida espiritual. Refuercen en sus corazones la idea de que, a pesar de sus diferencias, ustedes pertenecen todos a la inmensa familia universal, que ustedes son los miembros de esta familia y que cantan juntos con el fin de despertar las consciencias en la tierra entera. Créanme, es esta unidad la que forma su poder, la unidad que ustedes pueden realizar cantando. Por consiguiente, que los demás no les gusten, que tengan diferencias con ellos, no importa, reúnanse igual para cantar y harán milagros. Ustedes están allí, pensando: «¡Ah! Si me encuentro a tal persona, ¡le torceré el cuello!» Bien, si así lo quieren, pero primero, ¡a cantar! Después, ya verán. ¡Canten primero, y puede pasar que después ya no tengan más ganas de torcerle el cuello a quien sea! No comprenderán incluso de dónde les viene esta súbita indulgencia. Pues bien, es el canto el que los ha suavizado, los ha serenado. Por consiguiente, que ustedes se amen, que se detesten, que tengan diferentes opiniones, eso no cuenta: lo importante es realizar esta unidad. ¿Creen ustedes que los soldados que se van a la guerra en un mismo regimiento se entienden bien entre ellos? A menudo, son vecinos que se detestan. Pero una vez unidos por la misma causa, ¡miren lo que son capaces de hacer para vencer al enemigo y salvar al país! Se apoyan, se ayudan mutuamente, se salvan incluso la vida. Una vez terminada la guerra, comienzan de nuevo sus querellas, pero durante algún tiempo al menos, estuvieron de acuerdo. ¿Por qué no hacer lo mismo? E incluso, estoy seguro de que mientras ustedes cantan, oran juntos, sus malentendidos desaparecen y terminan por no poder pelearse más. He ahí el poder del canto coral. En adelante, ustedes deben hacer todo para adquirir esta nueva consciencia, e inclusive ir más allá para comprender que el canto coral representa el grado más espiritual de la fusión entre los dos principios masculino y femenino, cuyos representantes son los hombres y las mujeres16. La fusión es una ley universal: por doquier, los dos principios masculino y femenino deben fusionarse a fin de crear la vida. Para aquellos que sean conscientes de ello y estén preparados, esta fusión por medio de las voces se hace muy alto, en el mundo del alma y del espíritu, abarcando al ser completo y dando nacimiento a creaturas celestes que, semejantes a las flamas, a los destellos, a los juegos pirotécnicos, se van a esparcir sus bendiciones en el espacio. La voz no es sino vibración, y esta vibración llevada a un cierto grado de intensidad se convierte en luz. Dios puso un inmenso poder en la voz humana, y si ustedes pueden verdaderamente tomar consciencia de ello, es un trabajo de la más alta magia blanca el que llegarán a realizar para el mundo entero. Cómo escuchar música En el universo todo vibra, todo canta, pues cada ser creado, desde las piedras hasta las estrellas, emite vibraciones que se propagan en ondas sonoras. Cuando la consciencia superior se despierte en el hombre, cuando él desarrolle en él mismo posibilidades de percepción más sutiles, comenzará a escuchar esta sinfonía grandiosa que resuena a través de los espacios y comprenderá entonces el sentido de la vida. Todo es música en la naturaleza: los arroyos que fluyen, las fuentes que brotan, la lluvia que cae, el rugido de los torrentes, el movimiento ininterrumpido de los océanos y de los mares, el soplo del viento, el murmullo del follaje, el grito de los insectos, el canto de los pájaros… Esta música de la naturaleza, desde el origen, despertó y ha mantenido el sentimiento musical en el hombre, el cual lo ha incitado a expresarse él mismo por medio de un instrumento o del canto. En efecto, es por medio de la música que el hombre transmite espontáneamente sus sentimientos y sus sensaciones: por medio de ella traduce sus dolores, sus alegrías, su amor y todas sus experiencias más profundas, y también por medio de ella expresa sus aspiraciones místicas y canta alabanzas al Creador. Cuando escuchamos ciertos tipos de música, sentimos que ellos despiertan en nuestra alma el recuerdo de una patria celeste, la nostalgia de un paraíso perdido. El efecto es inmediato, instantáneo. De un solo golpe nos acordamos que venimos del Cielo y que es al Cielo a donde retornaremos un día. Que hay tipos de música que, por el contrario, estimulan en el hombre bajos instintos: la sensualidad, la violencia, etc., es cierto, pero no es la verdadera predestinación de la música. Todo el mundo escucha música, pero como un pasatiempo, una distracción, un placer… En una Escuela iniciática uno no se contenta con escuchar la música, se aprende a utilizarla para poner en marcha centros espirituales, para proyectarse en el espacio, elevarse, ennoblecerse, purificarse, y encontrar la solución a ciertos problemas interiores. Cada día, después de las comidas, acostumbro a hacerlos escuchar música, porque quiero justamente enseñarles a utilizarla como un instrumento de creación, para que ustedes puedan emprender gracias a ella un trabajo espiritual formidable: proyectar ideas, imágenes sublimes que se realizarán un día. El espiritualista busca utilizar todo lo que está a su disposición, a fin de realizar cada vez algo mejor. Él es como ese servidor del Evangelio a quien su maestro, antes de salir de viaje, confió varios talentos y que decidió hacerlos fructificar, a diferencia del mal servidor que enterró los suyos en algún lugar donde permanecieron improductivos. El espiritualista es un servidor inteligente que quiere utilizar todo lo que el Cielo le ha dado para hacer un trabajo divino. Trátese del aire, el agua, el alimento, trátese del pensamiento, el sentimiento, trátese de su cuerpo, sus ojos, sus orejas, todo lo que existe en la naturaleza, él sabe cómo utilizarlo. Ha aprendido a poner todas las cosas a trabajar y se enriquece cada día sin cesar, mientras que los otros desperdician su tiempo, dispersan sus fuerzas y se empobrecen porque no tienen ningún método, ninguna disciplina interior. En consecuencia, escuchando música, sepan utilizarla para hacer un trabajo, para formar con el pensamiento todo lo que deseen. ¡Ustedes desean tantas cosas! Pero ¿qué hacen para obtenerlas?... Pues bien, sepan que la música les da todas las condiciones para realizar sus mejores deseos, pues ella crea una atmósfera favorable para la actividad mental. Es como el soplo del viento que despliega la vela de su barca. Esta barca se aleja de la ribera y navega hacia un mundo nuevo, hacia el mundo divino. La música es una poderosa ayuda para la realización. Evidentemente, para unirse al mundo divino, no puede escucharse cualquier cosa. Y las disonancias de ciertos tipos de música contemporánea no son propicias para el trabajo espiritual, pues producen en el alma formas caóticas17. Sí, la materia psíquica toma formas que obedecen a leyes idénticas a las leyes físicas. Ya les he hablado de los experimentos del físico alemán Chladni. Se esparce arena fina sobre una placa que se hace vibrar luego con el arco de un violín. Las ondas vibratorias crean así líneas de fuerza que atraen las partículas de los puntos en vibración (que se pueden denominar los «puntos vivos»), para relanzarlas hacia los puntos que no vibran, los «puntos muertos»; y son los puntos muertos los que determinan el trazado de figuras geométricas. Yo hice también este experimento. Y constaté también que exactamente lo mismo ocurre en el hombre: los sonidos que escuchamos producen en nosotros figuras geométricas; incluso si no las vemos, bajo el efecto del sonido, bajo el poder de las vibraciones, partículas infinitesimales en nosotros se organizan para formar figuras. Por esto, no aconsejo la audición de cierta clase de música contemporánea tan disonante, porque ella destruye esta armoniosa estructura que está en nosotros, este orden preexistente establecido por el Creador. Y sobre todo, cuando se oye la música que interpretan y escuchan los jóvenes actualmente, ¡uno se espanta! No saben que todos esos ritmos bruscos y esos sonidos estridentes destruyen su sistema nervioso. ¿De qué sirve que durante siglos compositores hubieran procurado descubrir sonoridades y ritmos capaces de despertar en los humanos las sensaciones más sutiles, más elevadas, sí, sensaciones divinas, si ahora a cualquier alboroto embrutecedor puede llamársele música? ¿Cómo no prever los efectos nocivos que toda esta cacofonía va a producir en la sensibilidad de tantos adolescentes, y a los actos insensatos a los que ella puede a la larga llevarlos? No quiero decir con esto que no hay que escuchar sino música religiosa: misas, oratorios, réquiems… No, ¡hay tantos otros tipos de música gracias a los cuales el hombre puede desarrollarse y hacer un trabajo benéfico! Ya que, lo repito, la música es una poderosa ayuda para la realización. Por ello, cuando vayan a un concierto, cuando escuchen un disco, en vez de dejar errar su pensamiento a diestra y siniestra, concéntrense en aquellas realizaciones que realmente desean de todo corazón18. Tienen que encontrarse con una persona, tienen que hacer un trabajo: ustedes pueden desde ya preparar conscientemente este encuentro o este trabajo escuchando música. Creen que les hace falta sabiduría, discernimiento, utilicen la música para imaginarse que la luz los penetra, que ella invade su cabeza y todo su cuerpo, e incluso que la propagan y la dan a los demás. Si desean el amor, la belleza, la fuerza, la voluntad o la estabilidad, etc., hagan con el pensamiento el mismo trabajo. Un día sentirán que, gracias a la música, grandes y muy benéficas transformaciones se produjeron en ustedes. 1 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. II: «Tomar el toro por los cuernos»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. III: «La imaginación formadora». 2 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Cuerpo, alma, espíritu». 3 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. III: «El trabajo de la imaginación». 4 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. II: «El sentido de la vida, la evolución». 5 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. I: «Arte, ciencia y religión». 6 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. V: «El sol, símbolo de la naturaleza divina». 7 Cf. La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234, cap. XV: «Ver todo por primera vez» y cap. XVI: «Sueño y realidad». 8 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. II: «Si no sois como niños». 9 Cf. Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219, cap. II: «El aura». 10 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. I: «La nueva vida». 11 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. IV: «Corazón, intelecto, alma y espíritu». 12 Cf. Libro de cantos de la Fraternidad Blanca Universal – Melodía principal y armonización a cuatro voces. Coral de la Fraternidad Blanca Universal – Cantos místicos en lengua búlgara: 3 casetes de audio y registro en disco compacto de un concierto ofrecido en Sofía (Bulgaria). 13 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico» y cap. III: «Las jerarquías angelicales». 14 Cf. Armonía y salud, Col. Izvor No. 225, cap. II: «El mundo de la armonía». 15 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. X: «Todos nosotros hacemos magia». 16 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. I: «Los dos principios masculino y femenino…». 17 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. V: «La verdadera dicha está en la individualidad», 2ª parte; La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la maleza y el trigo». 18 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. X: «El poder de la concentración». 5 Respirar: armonizarse con los ritmos del universo Está escrito en el Génesis: «Entonces el Eterno Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». La vida del hombre comenzó entonces por un aliento, el aliento dado por Dios. Para todo ser humano, la vida comienza con el aliento. El nacimiento es ese momento en el que el infante inhala por primera vez. Él abre su pequeña boca, grita, y todos se alegran pensando: «¡Bendito sea Dios, está vivo!» Gracias al primer aliento los pulmones se llenan de aire y se ponen en movimiento. Luego, años y años más tarde, cuando se dice de alguien que exhaló su último suspiro, o que expiró, todo el mundo entiende que murió. El aliento es el comienzo y el fin. La vida comienza con una aspiración y termina con una expiración. Todo el misterio de la vida está contenido en la respiración. Pero la vida no está en el aire mismo, ni en el hecho de respirar. Ella proviene de un elemento superior al aire y para el cual el aire es un alimento: el fuego. Sí, la vida se encuentra en el fuego, y el aire tiene como función mantener el fuego. La vida se encuentra en el corazón, es como un fuego contenido en el corazón, y los pulmones son como un fuelle que alimenta continuamente el fuego. El origen, la causa primera de la vida es entonces el fuego; y el aire, que es su hermano, lo mantiene y lo vivifica. Con el último aliento el fuego se apaga, el último suspiro apaga el fuego. Ahora bien, para comprender mejor el fenómeno de la respiración y sus leyes, se le puede comparar con lo que ocurre con la nutrición. ¿Qué ocurre cuando se come? Antes de descender al estómago, el alimento es masticado. La boca es como una pequeña cocina donde se preparan un poco los alimentos: se cortan, se les cocina, se les sazona con un poco de aceite, es decir, de saliva, y ciertas glándulas se ocupan de este trabajo. Es por esto que se aconseja masticar largo tiempo el alimento hasta que se vuelva casi líquido. Si él llega al estómago masticado en forma insuficiente, el organismo está obligado a gastar más energía para asimilarlo, y causa mucha fatiga1. Las mismas leyes actúan en la respiración. Hay que respirar lentamente, profundamente, para que el aire tenga el tiempo suficiente para descender a los pulmones, llenarlos, dilatarlos, e incluso, de vez en cuando, retenerlo algunos segundos antes de soltarlo. ¿Por qué? Para «masticarlo». Sí, los pulmones saben masticar el aire como la boca sabe masticar los alimentos. El aire que respiramos es como un «bocado», un bocado lleno de fuerzas increíbles. Cuando se le expulsa muy rápido, los pulmones no pueden «cocinarlo», «digerirlo», asimilarlo suficientemente para que el organismo se beneficie de las energías que contiene. Si tanta gente se siente fatigada, nerviosa, irritable, es porque no sabe alimentarse del aire correctamente, no lo «mastica», lo expulsa inmediatamente. Respira solamente con la parte superior de los pulmones y el resultado es que el aire viciado no puede ser eliminado y remplazado por el aire puro. La respiración profunda es un ejercicio muy sano que es preciso pensar en practicarlo pues renueva las energías. Se puede hacer aún una comparación. Ustedes tienen un automóvil, le dan un alimento líquido: la gasolina. Cuando la chispa del motor enciende la gasolina, ésta se transforma en gas (es decir en aire). Se libera entonces una energía y gracias a esta transformación generadora de energía, el motor de su vehículo puede funcionar. El mismo fenómeno se produce cuando comemos: a medida que los alimentos se desintegran en nuestra boca, luego en nuestro estómago, etc., pasan sucesivamente por numerosas etapas, lo que libera a cada paso energía. Y lo mismo ocurre cuando respiramos. Para sacar del aire sus mayores virtudes, hay que comprimirlo, retenerlo en los pulmones. Durante esta compresión el organismo trabaja: provoca el equivalente de las fases de encendido y explosión en un motor. Si se expulsa el aire inmediatamente, toda la energía que contiene se pierde. Pero si se le retiene, esta energía sigue todos los pequeños canales que la naturaleza le ha acondicionado; ella le dice: «¡Ven por acá! ¡Pasa por allí!...» ya que en el recorrido de esta energía, ella dispuso ciertos engranajes que deben ser tocados para entrar en movimiento. Saber extraer las energías… ¡he allí el secreto! Ustedes asisten a la salida del sol: si no piensan en retener sus rayos, si los dejan pasar sin hacer nada, permanecerán inutilizados e ineficaces. Pero si los captan conscientemente para acumularlos y comprimirlos en ustedes, les abren una salida en su espíritu, y esta fuerza que circula va a desencadenar centros poderosos, hasta el día en el que sentirán alzarse en ustedes algo así como torbellinos de flamas. Como pueden ver, el secreto está en hacer pasar los elementos por estados cada vez más sutiles: volver líquidos los elementos sólidos; tornar gaseosos los elementos líquidos; volver etéricos los elementos gaseosos. Quien es capaz de esto tiene el poder de extraer eternamente energías de la Fuente. Claro, todos los seres más o menos lo hacen, y es la razón por la que están vivos; pero lo hacen inconscientemente, automáticamente, sin pensarlo. Por tanto, el proceso no se realiza de la misma manera según se sea o no consciente. Para hacernos captar mejor la importancia de la respiración, el Maestro Peter Deunov nos recordó un día el episodio bíblico de la lucha de Jacob con Dios. «Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: no te dejaré, si no me bendices». Y el Maestro explicó: «Ustedes deben hacer lo mismo con el aire: recíbanlo, llenen con él sus pulmones y no lo expulsen antes de que les haya dado todas las bendiciones que contiene»… ¿Piensan ustedes que fue violento de parte de Jacob? No, fue celo, ardor espiritual, y nosotros debemos hacer lo mismo. Mientras no hayamos retirado del aire todo aquello que nos puede dar, no hay que expulsarlo. Es el secreto de la plenitud. La respiración puede revelar grandes misterios a aquel que sabe acompañarla de un trabajo con el pensamiento. Ustedes pueden hacer este ejercicio: aspirando el aire, imagínense que todas las corrientes del espacio convergen hacia ustedes, hacia su ego que es como un punto imperceptible, el centro de un círculo infinito… Luego, exhalando, imagínense que llegan a ensancharse hasta tocar los confines del universo… Nuevamente se dilatan, y de nuevo se contraen… descubrirán así este movimiento de flujo y reflujo que es la clave de los ritmos del universo. Tratando de volver consciente este movimiento en ustedes mismos, entran en la armonía cósmica y se produce un intercambio entre el universo y ustedes, puesto que aspirando reciben elementos del espacio, y exhalando proyectan en retorno algo de su corazón y de su alma. La naturaleza ha puesto por doquier medios para descubrir sus misterios. Es claro que si los filósofos practicaran una respiración consciente, encontrarían la solución a los problemas que aún son enigmas para ellos y sobre los cuales, por el momento, continúan hablando y escribiendo ¡sin comprender gran cosa! Descubrirían también que la capacidad de pensar está ligada a la respiración. Incluso si los pulmones no tienen una acción directa sobre el cerebro, constituyen un factor muy importante para la purificación de la sangre. Y cuando la sangre es pura, irriga el cerebro depositando en él elementos que facilitan el trabajo espiritual, y también la meditación. Quien ha comprendido el significado profundo de la respiración siente poco a poco su propia respiración fundirse en la respiración de Dios, pues Dios también respira: Él exhala y un mundo aparece, Él inspira y un mundo desaparece… Evidentemente, las inspiraciones y las exhalaciones de Dios se desarrollan en miles de millones de años. Es lo que dicen los libros sagrados de la India: un día Dios inspirará, y nuestro universo se esfumará y retornará a la nada… Luego de nuevo, Dios exhalará, y una nueva creación aparecerá para durar miles de millones de años nuevamente. A través del hombre, las respiraciones divinas son muy cortas, pero en el cosmos ellas son inmensamente largas. Por consiguiente, entre más larga sea nuestra respiración, más nos aproximamos a la respiración de Dios. Desde hace milenios, la ciencia de la respiración se desarrolló particularmente en la India donde ella dio nacimiento a técnicas a menudo muy complejas. Esta ciencia es tan vasta que serían necesarios años para estudiarla. Los yoguis indios han comprendido la importancia de la respiración para la vitalidad, pero también para el funcionamiento de la vida psíquica. Ellos han ido muy lejos en sus investigaciones: no solamente han podido entender que todos los ritmos del organismo humano están basados en ritmos cósmicos, sino que también, estudiando la respiración y sus lazos con los ritmos del universo, han descubierto que para poder entrar en relación con tal entidad o tal región del mundo espiritual, hay que encontrar un cierto ritmo respiratorio, apropiarse de ese ritmo como una llave, como se hace cuando se busca una determinada longitud de onda para captar una emisión de radio. Y bien, pasa lo mismo con la respiración: hay que saber a qué ritmo respirar para entrar en contacto con tal entidad o tal región del universo. Pero ahora yo no les aconsejo, obviamente, aventurarse en ejercicios de respiración complicados: ustedes no son yoguis indios, y si no son prudentes y razonables, corren el riesgo de desequilibrarse y de estropear su salud como les ha pasado ya a muchas personas. Los ejercicios de respiración que nosotros practicamos en nuestra Escuela son muy simples. Helos aquí: 1. Tapar el orificio izquierdo de la nariz con el dedo del corazón de la mano derecha y aspirar el aire profundamente por el orificio derecho de la nariz contando cuatro tiempos. 2. Retener el aire durante dieciséis tiempos. 3. Tapar el orificio derecho de la nariz con el pulgar de la mano derecha y exhalar el aire por el orifico izquierdo contando ocho tiempos. Comenzar de nuevo el ejercicio en sentido inverso: 1. Mantener el pulgar de la mano derecha sobre el orificio derecho de la nariz y aspirar el aire por el orificio izquierdo de la nariz contando cuatro tiempos. 2. Retener el aire contando dieciséis tiempos. 3. Tapar el orificio izquierdo de la nariz con el dedo del corazón de la mano derecha y exhalar el aire por el orifico derecho contando ocho tiempos. Repetir seis veces el ejercicio por cada orificio de la nariz2. Cuando hayan llegado a hacer este ejercicio fácilmente, podrán duplicar el tiempo, es decir, ocho, treinta y dos, dieciséis. Pero les aconsejo no ir más lejos, y sobre todo nunca forzarlo. Los ejercicios de respiración deben ser ejecutados con dulzura. Respirando, vigilen también la posición de la columna vertebral, a fin de mantenerla lo más recta posible. La posición de la columna vertebral es muy importante para la circulación de las corrientes3. En la vida de un espiritualista, la respiración juega un papel central, es por esto que él debe organizar el empleo del tiempo de manera que pueda hacer los ejercicios cada mañana en ayunas. Después del desayuno, no es lo mismo, los pulmones se ven afectados en sus movimientos y esto puede incluso ser nocivo. Hay que hacer siempre los ejercicios de respiración en ayunas o bien, cuatro o cinco horas después de haber comido. Pero el momento más favorable es el de la salida del sol, pues por medio de la respiración, se puede captar en el aire una quintaesencia muy preciosa que los yoguis indios llaman prana. El prana está en la base de todas las energías del cosmos, y es en la mañana a la salida del sol cuando es más abundante. Se les dan ejercicios, practíquenlos, ellos los reforzarán y les permitirán afrontar mejor las dificultades. Lo que importa es la capacidad de atención y de concentración que ustedes pongan en ellos, ¡yo lo he verificado tantas veces! «Cuando ores, decía el Maestro Peter Deunov, concentra exclusivamente el pensamiento en el objeto de tu demanda y haz una larga y profunda respiración». Una oración acompañada de una respiración apacible y rítmica es más eficaz. A través de los soplos de aire, Dios nos dice: «Respira, escucha, y oirás mi palabra». Hagan este ejercicio: respirando profundamente, reciten una oración de manera que dure todo el tiempo que vayan a aspirar el aire, retenerlo y luego exhalarlo. Tomen, por ejemplo, el «Padre Nuestro» y repitan las tres primeras demandas así: «Santificado sea tu nombre», aspirando el aire; «Venga a nosotros tu reino», reteniendo el aire; «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», exhalando. A algunos les parecerá molesto tener que repetir siempre los mismos ejercicios… Pero, entonces, ¿por qué no encuentran molesto comer pan tres veces al día? Uno come todos los días los mismos alimentos para ser capaz de aprender, de trabajar o de vivir, así de simple. Pues bien, con los alimentos espirituales pasa lo mismo que con los alimentos físicos. Es preciso tomar todos los días estos mismos alimentos espirituales para volverse capaz de vivir la nueva vida. Los hijos de Dios que son capaces de comer cotidianamente el pan celeste, la luz, sienten que se alimentan de él y que pueden después brindar a sus amigos algunos pedazos de este pan. Por esto, les indicaré una manera más de hacer los ejercicios de respiración. Aspirando, imaginen que ustedes atraen la luz cósmica, esta luz infinitamente más sutil que la luz del sol, esta quintaesencia impalpable, invisible, que penetra todo. Introduzcan esta luz en ustedes para que ella circule a través de todas las células de sus órganos… Enseguida, exhalando, proyéctenla para que ella sostenga e ilumine al mundo entero. Este ejercicio es también una aplicación de la letra Aleph , haciéndolo se convierten en Aleph, el ser que recibe la luz celeste para distribuirla a los humanos. Quien aprende a respirar conscientemente, aclara su intelecto, calienta su corazón, fortifica su voluntad, y prepara también mejores condiciones para sus futuras reencarnaciones. Porque respirando con una consciencia despierta, él entra en armonía con entidades muy evolucionadas, las atrae, crea lazos con ellas. Entonces, estas inteligencias luminosas aceptan venir a trabajar en él, y un día, cuando abandone la tierra, encontrará en los otros mundos estos amigos con los cuales ya habrá aprendido a trabajar. 1 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. I: «Alimentarse, un acto que concierne a la totalidad del ser»; cap. II: «Hrani-yoga». 2 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, III Parte: «Cómo trabajar con los Ángeles de los cuatro elementos durante los ejercicios de respiración». 3 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. III: «El Árbol de la Vida: estructura y símbolos». 6 Los ejercicios de gimnasia y la Paneuritmia El Maestro Peter Deunov1 daba siempre métodos muy sencillos. Él hizo estudios de medicina en los Estados Unidos, pero no por ello empleaba términos científicos impresionantes o prescribía remedios complicados. No confiaba sino en lo que es simple y natural. Y aconsejaba por ejemplo beber cada mañana agua caliente hervida. Esta sencilla agua caliente, purificando el organismo, lo mantiene al abrigo de ciertas enfermedades y lo cura de molestias que no son de mucha gravedad pero que envenenan la vida cotidiana, tales como los dolores de cabeza o las crisis del hígado. El Maestro indicó igualmente ejercicios de gimnasia para hacer cada mañana después de la salida del sol, sea colectivamente, sea individualmente en casa. Estos movimientos son muy simples y fáciles de hacer por cualquier persona. Ellos mantienen la flexibilidad del cuerpo físico, armonizan las células y refuerzan el organismo. «¿Por qué no hacen ustedes los ejercicios de gimnasia?» preguntaba el Maestro a algunos hermanos y hermanas. «Tenemos reumatismo, decían ellos, y hacer esos ejercicios nos hace sufrir, no podemos. –Sí, decía el Maestro, traten, háganlos, pronto se sentirán mejor, lo verán». Y era lo que ocurría. El Maestro conocía los buenos efectos de estos ejercicios que nos señaló, de manera que ustedes también tómenlos seriamente. Dirán que los hacen desde hace años y que no ha cambiado nada en ustedes. En apariencia es quizás verdad, pero ¡cuántos males han evitado gracias a ellos! Comen, beben, caminan, duermen, respiran y no tienen la impresión de que ello produzca grandes efectos en su vida. Pero no coman, no beban, no caminen, no duerman, no respiren y ¡vendrán a contarme las novedades al respecto! Por consiguiente, si ustedes logran hacer los ejercicios de gimnasia más conscientemente, comprendiendo la importancia de todos estos gestos para su salud, para su equilibrio, se sentirán más capaces de afrontar ciertas condiciones difíciles de la vida. El Maestro decía que no hay que aceptar jamás la inercia2. Incluso con discapacidad, enfermo, cada quien debe tratar de hacer al menos un gesto, un paso. Y si le es imposible momentáneamente hacer el menor movimiento físico, tiene aún la posibilidad de servirse de su pensamiento para imaginar que se desplaza y actúa exactamente como antes. Este trabajo del pensamiento despeja el recorrido, labra el camino, creando así las condiciones favorables para el regreso de la actividad normal. Pero estos ejercicios de gimnasia no deben ser considerados únicamente como ejercicios físicos, puesto que cada gesto que hacemos tiene repercusiones en los planos sutiles. Entonces, ejecutándolos se puede acompañar cada ejercicio de una fórmula apropiada que se recita mentalmente. He aquí, entonces, estos ejercicios3, cada uno se hace seis veces, acompañado cada vez de la fórmula. Primer ejercicio: elevan los brazos por encima de su cabeza, luego, flexionando levemente las rodillas, los bajan a lo largo del cuerpo hasta los pies, diciendo: «¡Que todas las bendiciones del Cielo se viertan sobre mí y el mundo entero por la gloria de Dios!» No llaman las bendiciones divinas solamente para ustedes, sino también para todos los seres humanos, y así los ayudan. Si no hacen las cosas sino para ustedes mismos es pequeño, limitado. ¿Por qué siempre solamente uno mismo? ¿Por qué ser tan avaro y nunca saber pronunciar palabras benéficas por los otros? Mientras no se sepa trabajar con las fuerzas divinas, uno se tropezará eternamente con las mismas dificultades. Segundo ejercicio: suben las manos desde los pies hasta la cabeza, pronunciando: «¡Que todas mis células sean magnetizadas, vivificadas, resucitadas por la gloria de Dios!» De este modo toda una corriente de nueva vida atraviesa sus células. Tercer ejercicio: proyectan hacia delante un brazo, luego el otro como si nadaran, diciendo: «¡Que pueda nadar en el océano de la luz cósmica por la Gloria de Dios!» Sí, siempre por la gloria de Dios, por nada distinto. Cuarto ejercicio: colocan sus dos brazos horizontalmente, luego los proyectan de un lado y del otro, como si segaran algo, diciendo: «¡Que todos los lazos maléficos sean cortados, rotos, por la gloria de Dios!» Los humanos no son conscientes de las relaciones que mantienen con las regiones inferiores. Están allí, comen, beben, se divierten tranquilamente, pero la realidad es que se encuentran atados, ¡arrastran cordeles, ovillos enteros! Deben cortar estos lazos, deben liberarse por la gloria de Dios. Quinto ejercicio: «¡Que el equilibrio perfecto se instale en mí por la gloria de Dios!». Este ejercicio se hace alternando la pierna izquierda y la pierna derecha. Y ustedes deben concentrarse bien en cada movimiento, ya que si piensan en otra cosa, arriesgan a perder el equilibrio. Para mantener el equilibrio, hay que estar completamente concentrado en un punto, que nada venga a distraerlos. El centro del equilibrio se encuentra en la orejas que son el símbolo de la sabiduría. Conservar el equilibrio requiere ser sensato, razonable. Quien no vive razonablemente, hace siempre volcar algo4. Sexto ejercicio: ponen una rodilla en el suelo, llevan las manos hacia el rostro, luego las apartan, repitiendo las palabras: «¡Que todos los enemigos de la Fraternidad Blanca Universal sean rechazados, expulsados, por la gloria de Dios!» No se trata de ese puñado de seres que hacen parte de la asociación que lleva este nombre, sino de la Gran Fraternidad Blanca Universal en lo alto que está formada por todos los santos, los profetas, los Iniciados, los grandes Maestros, las jerarquías angelicales. Y los enemigos de la Fraternidad Blanca Universal no son hombres y mujeres, son espíritus tenebrosos que entran en ellos para manifestarse y destruir el trabajo divino. Se tiene entonces el derecho a expulsarlos, pues no es a los hombres a quienes declaramos la guerra, sino a las espíritus del mal que actúan a través de los hombres. Como lo dijo san Pablo: «No tenemos que luchar contra la carne y la sangre… sino contra los malos espíritus en los lugares celestes». Séptimo ejercicio: lanzan la parte superior de su cuerpo y los brazos hacia delante, luego hacia atrás, diciendo: «¡Que la flexibilidad se instale en mis órganos y mis células por la gloria de Dios!» Deben tratar de inclinarse lo más posible hacia atrás, pero cuidando de no caerse. Sí, hay que ejercitarse. Finalmente, octavo ejercicio: llevan los brazos arriba de la cabeza, luego los hacen descender de cada lado del cuerpo, diciendo: «¡Que todas las bendiciones del Cielo se viertan sobre mí y el mundo entero por la gloria de Dios!» Durante estos ejercicios esfuércense por armonizar la respiración con los movimientos ejecutados: inhalen cuando levanten sus brazos, retengan el aire un instante, y no exhalen sino hasta cuando se agachen. Entonces, inhalar cuando el cuerpo se estira y exhalar cuando se pliega. Relacionando correctamente los gestos y la respiración, encontrarán de mejor forma su sentido y obtendrán mejores resultados. En apariencia son ejercicios insignificantes porque son fáciles de hacer. Y, en efecto, se pueden repetir durante años sin obtener más resultados que mantener cierta flexibilidad en el cuerpo físico. Está muy bien, pero no es suficiente. En la Ciencia Iniciática está dicho que todo lo que hacemos debe involucrar los tres planos, físico, astral y mental, es decir, el cuerpo, el corazón (el sentimiento) y el intelecto (el pensamiento). Así, acompañando cada uno de estos movimientos de un sentimiento caluroso y de un pensamiento luminoso, hacemos de él un gesto de magia blanca que nos permite entrar en armonía con las fuerzas beneficiosas de la naturaleza: abre en nosotros canales espirituales por medio de los cuales se establecen intercambios entre las fuerzas de adentro y las fuerzas de afuera5. Y estos intercambios tienen consecuencias benéficas no solamente en nuestra salud y en nuestro desarrollo espiritual, sino que también actúan para bien de nuestros amigos y del mundo entero. Más allá de los ejercicios de gimnasia, el Maestro Peter Deunov creó una especie de danza armónica: la Paneuritmia, cuya música6 él compuso y cuyos movimientos nos señaló. La Paneuritmia se danza al aire libre, en la mañana en primavera y en verano. Todos los movimientos, muy simples también, son de una gran belleza plástica; reposan sobre una ciencia que concierne las relaciones que existen entre la estructura psíquica de los seres y las leyes acústicas. Vale la pena conocer el significado de estos movimientos, comprender cómo nos ponen en contacto con las fuerzas y las corrientes armoniosas de la naturaleza7. Pero incluso si no se conoce su sentido, se siente su acción benéfica, uno se calma, se fortalece. La Paneuritmia es una evocación de la naturaleza que se despierta en primavera. Por medio de la música, la danza, participamos en esta renovación, y es como si bebiéramos el elixir de la vida inmortal. El gesto, asociado a la música, es de un gran poder. Todo es ritmo en el universo y el ser humano mismo pertenece al gran ritmo cósmico. De manera perceptible o no, todas sus funciones biológicas o psíquicas obedecen a las leyes del ritmo. Según su manera de vivir, según sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos, entra más o menos en armonía con el ritmo universal. La música, la danza no son sino intentos por entrar de nuevo en este ritmo o por mantenerse en él. Por esto, cada cultura atribuye a la música y a la danza un origen divino. Creando la Paneuritmia, el Maestro Peter Deunov nos dio de nuevo medios para entrar en armonía con los ritmos más benéficos del universo. Solo un verdadero Iniciado podía descubrir los movimientos y las sonoridades que corresponden a estos ritmos. Si danzando la Paneuritmia ustedes profundizan en la relación entre estos movimientos y la música, descubrirán allí principios, reglas, que tienen sus correspondencias en su vida psíquica. Deben considerar pues la Paneuritmia como un método pedagógico: danzar la Paneuritmia es aprender a adaptar sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos a los ritmos más benéficos de la naturaleza, puesto que lo esencial no es hacer gestos armoniosos, sino lograr que esta armonía corresponda a un estado interior, de lo contrario no se producirán grandes resultados. La verdad, por tanto, es que ningún gesto puede quedar totalmente sin efecto, porque por naturaleza todo gesto es mágico: es una fuerza que actúa en los diferentes mundos; corresponde a corrientes, colores, vibraciones y va a tocar seres en el espacio. Cada uno de ellos nos abre o nos cierra ciertas puertas y nos relaciona con poderes nocivos o benéficos. Es por esto que cuando veo todas esas gesticulaciones histéricas que se presentan ahora bajo el nombre de danzas, ¡me quedo estupefacto! Cómo hacerle comprender a todos estos ignorantes que cada movimiento es como una piedra que se arroja en el océano de las energías: produce ondas que, un día u otro, regresan obligatoriamente a su punto de partida8. Quien recibe choques no debe extrañarse: son la consecuencia de los gestos inarmónicos, violentos, que ha hecho hace años y que vuelven ahora hacia él. Se pueden también comparar nuestros gestos con cartas que escribimos constantemente a los mundos visibles e invisibles. Son signos secretos con cuya ayuda entramos en contacto con todos los seres razonables o irrazonables de la naturaleza. Son expresiones de nuestro intelecto y de nuestro corazón, por medio de ellos tenemos la posibilidad de crear o de destruir nuestro futuro. Los humanos necesitan entonces métodos para aprender cómo, por medio de movimientos acompañados de música, pueden renovarse, renacer físicamente y psíquicamente, y la Paneuritmia es uno de esos métodos. 1 Cf. Homenaje al Maestro Peter Deunov, Col. Izvor No. 200. 2 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. III: «El verdadero significado de la palabra trabajo», segunda y tercera parte. 3 Los ejercicios son descritos aquí en forma muy suscinta. Para explicaciones más detalladas, ver tomo 13, capítulo XVII. 4 Acerca de este quinto ejercicio, ver también tomo 11, capítulo XIII. 5 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. VIII: «La magia del gesto». 6 Cf. Peter Deunov: Paneuritmia (palabras y música). Paneuritmia: registro orquestado de la Paneuritmia de Peter Deunov, casete audio. 7 Muriel Urech: La Peneuritmia de Peter Deunov a la luz de la enseñanza de Omraam Mikhaël Aïvanhov. 8 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas, I. La ley de la grabación, II. La ley de la afinidad, III. La ley del choque de regreso». 7 «Sois el templo del Dios vivo» Cuando, gracias a su trabajo paciente, asiduo, gracias a una atención constante, un ser humano ha llegado a reforzar su voluntad, a purificar su corazón, a aclarar su intelecto, a ensanchar su alma y a santificar su espíritu, se convierte en «el templo del Dios vivo» como dice san Pablo. Su mismo cuerpo físico es un templo, y puede llamar al Señor para que venga a habitar en él. Ninguna construcción, ningún edificio sagrado puede compararse a un cuerpo que ha sido purificado, iluminado, santificado. Pero, ¿cuánto tiempo será aún necesario para que los humanos acepten al menos la idea de que su cuerpo físico está predestinado a convertirse en el templo de Dios? Poniéndolo continuamente al servicio de su codicia, hacen de él una caballeriza, un corral lleno de inmundicias. Como el Templo de Jerusalén donde los mercaderes habían llevado toda clase de bestias y aves que vendían. Nadie se indignaba, todo el mundo lo encontraba normal. Pero Jesús tomó unas cuerdas e hizo de ellas un látigo y los espantó a todos, diciendo: «Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado»1. No se conduzcan, por tanto, como los mercaderes del Templo, no hagan de su cuerpo una guarida de animales, pues no será evidentemente el Señor quien vendrá a habitarla, sino entidades inferiores, indeseables que gustan mucho de esta compañía. Este templo de Dios, cuya construcción ustedes emprenden, permanecerá invisible mucho tiempo, ya que es el resultado de un trabajo interior de larga duración. Pero un día, la luz que se desprenderá de su rostro y de todo su cuerpo revelará que el Señor ha hecho de ustedes su estancia. Solamente, lo repito, sean pacientes pues es muy largo. Uno encuentra algunas veces en la vida seres de una belleza, de un encanto extraordinarios, pero cuando se ve su conducta deplorable, uno se dice que si hubiera una justicia absoluta, ellos deberían tener una apariencia externa repulsiva. Esta falta de correspondencia entre el interior y el exterior viene del hecho de que los estados de consciencia se modifican mucho más rápidamente que la forma exterior. Se trata entonces de una ausencia de correspondencia entre el pasado y el presente. En un solo día, el ser humano puede cambiar completamente de filosofía, de concepción del mundo, mientras que su apariencia física se transforma muy lentamente, dado que ella está modelada en una materia mucho más resistente que el pensamiento. Imaginen un hombre de una gran fealdad, pero que abraza una filosofía divina: poco a poco esta filosofía desciende en él y anima la materia de su cuerpo físico, al punto que un día ésta se convierte en el reflejo exacto de su vida interior, de su alma, de su espíritu: es bella, resplandeciente, divina. Y lo inverso se puede verificar igualmente. Es muy difícil entonces pronunciarse sobre la realidad profunda de los seres. A menudo, uno se detiene en una forma que habla aún del pasado, y uno se equivoca. No es sino una cuestión de tiempo: tarde o temprano la forma termina por reflejar la vida interior2. Así, todo el mundo posee un rostro interior diferente de aquel que presenta cada día a las vista de todos. Es el rostro de su alma. No tiene los rasgos definidos e inmutables de su rostro físico, se modifica continuamente, ya que depende estrechamente de su vida psíquica, de sus sentimientos, de sus pensamientos; según los momentos aparece luminoso o tenebroso, armonioso o gesticulante, expresivo o tieso. Este rostro interior cada uno debe modelarlo día a día, esculpirlo, pintarlo, aclararlo, para que impregne un día su rostro físico. El rostro que ustedes tienen hoy día ha sido en otra vida el rostro de su alma. Es la suma de las virtudes o de los vicios que ustedes alimentaron, y si no están contentos con él, no pueden hacer por el momento gran cosa. Por consiguiente, no se ocupen de él, sino ocúpense del otro rostro que es el modelo interior a imagen del cual su rostro físico se formó. A partir del momento en que ustedes le aportan conscientemente una mejoría, tal vez la gente alrededor suyo no se dará cuenta, pero los ángeles lo verán y ustedes recibirán sus bendiciones. El rostro físico comienza por resistirse a las modificaciones, pero pasado un cierto tiempo su resistencia cede al ascenso del otro rostro, el rostro del alma que es poderoso y que impone sus rasgos al rostro físico. Ya en ocasiones, deja entrever un poco su belleza; pues suele pasar que el alma irradia tanta luz, tanta bondad, tanta nobleza, que este resplandor atraviesa el rostro físico, entonces se percibe furtivamente el rostro espiritual, el rostro de arriba. Continúen pacientemente su trabajo y un día sus dos rostros llegarán a no ser sino uno solo. Pero cualquiera sea la apariencia física de un ser, hay de todas maneras algo que no engaña nunca y que revela exactamente su naturaleza profunda, son sus emanaciones, sus fluidos. Si ustedes son capaces de percibirlos, que este ser sea bello o feo, ustedes no se equivocarán; sus emanaciones expresan absolutamente su estado interior, y si ellas son opacas, si son disonantes, si son malsanas, ellas expresan exactamente sus pensamientos, sus deseos. No se puede ver realmente el alma de un ser, pero se pueden sentir sus emanaciones, y si esas emanaciones son puras, luminosas, uno no se equivoca al decir que se trata de una alma bella. Algunas veces incluso, estas emanaciones son tan poderosas que, a pesar de su sutileza, se vuelven visibles. Existen, por ejemplo, personas extremadamente feas, deformes inclusive, pero he aquí que por un momento se metamorfosean. Son sus emanaciones que por un instante se revelaron más poderosas que su apariencia física, y si perseveran en el mismo camino, este cambio será un día definitivo. La belleza debe estar apoyada en una vida espiritual intensa, puesto que una bella forma no puede subsistir sino es animada, vivificada por el espíritu. Por cierto, la verdadera belleza no se encuentra en las formas, la verdadera belleza no tiene ni siquiera forma, está más allá de las formas, en un mundo que no está hecho sino de corrientes, fuerzas, radiaciones. Cuando se llega a contemplarla, uno se siente tan maravillado que quisiera casi morir. Por lo tanto, la verdadera belleza no se encuentra realmente en el cuerpo o en el rostro de los hombres y las mujeres; pero en la medida en que el hombre y la mujer están unidos al mundo divino, pueden transmitir de él algunos rayos, y a esta actividad deben consagrar todos sus esfuerzos, puesto que allí reside el grado superior del arte. Me gustan los artistas: el arte es una puerta abierta al Cielo, un camino hacia la Divinidad; pero a pesar de ello, encuentro que existen grados superiores del arte. Los artistas crean la belleza, pero ella sigue estando fuera de ellos, no es aún en su propia materia que trabajan para reflejar, expresar la belleza del mundo divino. Ahora bien, el pintor que nunca trabaja en los colores de su aura no es un pintor. El pintor, el músico, el poeta, que no ha pensado nunca en armonizar su intelecto, su corazón y su voluntad, no posee aún la ciencia de los colores, de los sonidos, del Verbo. Es preciso comprender que el arte verdadero consiste en crearse a sí mismo por medio de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus gestos, de sus palabras, de sus miradas… Y cada día, hay una exposición que se presenta delante de los ángeles… Entonces, ¿por qué tantos artistas arruinan su salud por querer subir al escenario, fanfarronear y hacerse aplaudir de la multitud, cuando todos los días, cada cual tiene allí, en el mundo invisible, todo un público angelical que espera poder admirar sus obras? Quien trabaja en su fuero interno, con exactitud y claridad, para crear los más bellos colores, las más bellas formas, las más bellas armonías, no se quejará nunca de no ser apreciado y reconocido por los humanos: sabe, siente que su trabajo está allí en él, no puede desanimarse, no puede dudar. «Sí, pero no se ve ninguna de sus obras», dirán ustedes. Por el momento quizás, sí, pero se los he dicho, hay en el mundo invisible otras creaturas que vienen a contemplar sus exposiciones, a escuchar sus conciertos, a leer sus poemas. El mundo está lleno de obras de arte admirables. Pero lo que el Cielo espera de los humanos es que cada uno viva una vida poética, que cada uno exprese la música a través de sus gestos, de sus pensamientos, de sus sentimientos, que cada uno dibuje su propio rostro y trabaje para esculpirse a la imagen de Dios. Y estas creaciones le pertenecerán por la eternidad. Las creaciones que el hombre produce por fuera de él no le pertenecen verdaderamente. Puesto que ellas le son externas y materiales, desaparecerán un día, y él mismo, cuando venga de nuevo a la tierra, deberá recomenzar su obra. Mientras que un verdadero pintor, un verdadero escultor, un verdadero poeta que trabaja en sí mismo, no se separará jamás de sus obras, las llevará consigo al otro mundo, y las traerá cuando venga en su próxima vida. Ya que el trabajo que se hace en uno mismo permanece por la eternidad. No se puede negar que los artistas han dejado obras maestras inmortales que inspiran y hacen evolucionar a la humanidad entera, pero no hay que quedarse allí. El grado superior del arte es ser uno mismo los cuadros, las estatuas, los monumentos, la poesía, la música, la danza… Dirán: «¡Pero nadie lo aprovechará!» Se equivocan. Los verdaderos instructores de la humanidad que se crearon a sí mismos, que se escribieron ellos mismos, conmocionaron a toda la tierra con su sola presencia, porque se veían y se oían a través de ellos todos los colores, todas las formas, todos los poemas y toda la música del mundo. Un ser que emprende en él mismo semejante trabajo de creación hace mucho más por la humanidad que todas las bibliotecas, todos los museos, y todas las obras maestras de arte, porque éstos están muertos mientras que él estará vivo eternamente. Por consiguiente, el artista por excelencia es aquel que, consciente del trabajo espiritual por realizar, ha tomado como materia para esculpir su propia carne, como lienzo para pintar su rostro y su cuerpo, como tierra para modelar su pensamiento y sus sentimientos, puesto que quiere que la belleza y la armonía de la creación pasen a través de él. Se convierte verdaderamente en el templo del Dios vivo, y es entonces cuando Dios escucha sus oraciones. Ya que el poder de una oración no depende del lugar donde se pronuncia. Ustedes pueden ir a todos los lugares santos del mundo a orar a Dios, si su propio santuario no está purificado, Dios no los escuchará. Pero si ustedes han purificado, iluminado su santuario interior3, donde quiera que estén, su oración se alzará hasta Él. Y así como no debe necesariamente haber un lugar, tampoco debe necesariamente haber un tiempo para orar a Dios. ¿Por qué cada religión tiene un día particular reservado al culto? Para los musulmanes es el viernes, para los judíos el sábado, para los cristianos el domingo… No hay en realidad ninguna diferencia entre estos días. A los ojos de Dios, todos los días son igualmente sagrados, benditos. ¡Pasar seis días olvidándose de Dios en preocupaciones y actividades materiales, y el séptimo finalmente volver su mirada hacia Él, no tiene sentido! ¿En qué estado llegan ante Él cuando han vivido seis días de cualquier forma? ¿Creen ustedes que Él apreciará esta hipocresía? Lo que ustedes viven el séptimo día depende de la manera en que han vivido los otros seis. Por tanto, en la verdadera religión de Cristo, es por doquier y todos los días que el hombre se siente en el templo de Dios para celebrarlo y alabarlo, porque él mismo se convirtió en un templo. Tenemos todos el deber de volver sagrado nuestro cuerpo, a fin de que el Señor venga a habitarlo. Y como el Señor no viene nunca solo, Él será seguido por todos los espíritus luminosos. Entonces, nada nos faltará, tendremos el saber, los poderes, viviremos maravillados, porque este templo de nuestro cuerpo tan perfecto vibrará al unísono con el templo inmenso de la Naturaleza. El Señor está en todos lados. El universo es su estancia y su templo. Y nosotros, trabajando en la construcción de nuestro propio templo, comulgamos con todos los otros templos que son innumerables en el universo4, y así comenzamos a vivir en la consciencia cósmica, a compartir la vida del Creador. 1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. II: «La verdadera religión de Cristo», tercera parte. 2 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. I: «La belleza». 3 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. XII: «La construcción del templo». 4 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. I: «El libro de la naturaleza». Cuarta Parte «Buscad el Reino de Dios y su Justicia» 1 El Reino de Dios y su Justicia En todas nuestras actividades lo que más cuenta es el motivo que nos hace actuar, el objetivo que queremos alcanzar. La actividad misma no importa tanto; si ella atrae a nosotros la consideración, si nos aporta dinero, no hay que preocuparse por ello. Mientras no se entienda esto, uno se dejará influenciar por gente que, inmersa en el mundo material, extrae de allí su filosofía, y uno se apega a valores que están fatalmente destinados a desaparecer. Para culminar una obra durable, hay que echar raíces en lo que es inmortal, infinito, eterno. Por esto, si ustedes quieren encontrar una actividad que le dará verdaderamente un sentido a su vida, deben poner en el centro de sus preocupaciones estas palabras de Jesús: «Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura». La actividad más importante, la más gloriosa para los hijos y las hijas de Dios que ustedes son, es hacer converger todos los poderes de su intelecto, de su corazón y de su voluntad hacia la realización del Reino de Dios en la tierra, porque esta realización abarca todas las otras; no es necesario luego pedir en detalle esto o aquello, y por cierto, una vida entera no basta para obtener una sola cosa. Entonces, pidan el Reino de Dios y tendrán todo, porque él contiene todo. «Buscad el Reino de Dios y su Justicia…» Pero ¿por qué se precisa «y su Justicia» si el Reino de Dios representa la plenitud de las cualidades y las virtudes? Evidentemente, el Reino de Dios en lo alto no tiene nada que hacer con la justicia, pues de lo contrario no sería el reino de Dios donde solo reina la ley del amor. Pero la tierra, antes de poder convertirse en el reino del amor, debe comenzar por ser un reino de justicia, puesto que el verdadero amor no puede manifestarse si no se arregla primero la cuestión de la justicia. Ustedes dirán: «pero usted nos explicó un día que el amor es una especie de injusticia». Sí, pero para elevarse hasta la injusticia del amor, hay que comenzar por comprender y aplicar la justicia, lo que es muy difícil. Porque han leído las visiones de san Juan en el Apocalipsis u otras predicciones, muchos se imaginan que luego de grandes conmociones, el Reino de Dios va a instalarse en la tierra de la noche a la mañana. Pueden presentarse en efecto muchas conmociones que harán reflexionar a los humanos y que los obligarán a escoger nuevas vías. Pero imaginarse por ello que van a encontrarse súbitamente en un estado de iluminación que permite recibir la ley del amor, no. Para creer semejantes cosas se necesita no conocer nada de la naturaleza humana y del desarrollo de la historia. Semejantes transformaciones requieren mucho tiempo. Como siempre en la historia de los hombres, los cambios benéficos, las verdaderas transformaciones serán aportadas por una minoría de seres muy evolucionados, una élite moral que habrá comprendido la orientación que debe tomar en adelante la humanidad: la fraternidad universal, el Reino de Dios. A esta élite corresponderá convencer a todos los otros acerca de la necesidad de estos cambios, proponiendo una nueva organización social, política, tan equitativa que no podrán hacer nada distinto a estar de acuerdo y aceptarla. El Reino de Dios no puede venir a la tierra si no se comienza por hacer reinar la justicia, no la justicia humana, no la justicia de esa gente ignorante que hace estas leyes a menudo inútiles e incluso dañinas, sino otra justicia inspirada en la sabiduría divina. Desde hace milenios que los humanos tratan de vivir en sociedad, han hecho toda clase de experiencias felices o infelices que les han enseñado que la existencia en común no es posible sino con la condición de estar fundada en la ley del intercambio: tomar y dar. Esta ley del intercambio la llamaron «justicia»; si se toma algo, se debe dar el equivalente a cambio para restablecer el equilibrio. Entonces, luego de milenios de experiencias, los humanos comprendieron que para poder vivir juntos, debían respetar esta gran ley del equilibrio. Han reclamado la justicia, se han peleado por la justicia, algunas veces incluso han muerto por ella, y seguro, ha habido algunos progresos, ¡pero tan pocos! Esta noción del equilibrio es esencial y se la encuentra en toda clase de otros campos: la salud física y psíquica (se dice de alguien que es equilibrado o desequilibrado), la economía, las finanzas, la política… Generalmente cuando se habla de justicia, se tiene consciencia de mencionar el ejercicio de una virtud extremamente benéfica. Y en efecto, los intentos de los humanos para poner remedio a los desórdenes, a los crímenes que engendra la injusticia pueden ser considerados como un gran progreso. Pero en realidad la justicia que reina en la tierra es por naturaleza muy imperfecta1, y ella no puede ser sino imperfecta porque es una justicia materialista. Lo sé, por el momento claramente no puede ser de otra forma, pero les daré algunos ejemplos que los harán reflexionar. Alguien va a presentar una queja ante un tribunal: un vecino ha invadido algunos metros de su terreno, o bien en el transcurso de una discusión, le propinó algunos golpes cuyas marcas muestra. Y puesto que puede presentar pruebas materiales para apoyar su queja, el tribunal va evidentemente a darle la razón. Pero tomemos el caso de un hombre que le dio conscientemente malos consejos a otro; con mucha habilidad, por medio de palabras insidiosas, lo ha llevado insensiblemente a la ruina, al desespero… Materialmente, objetivamente, no es posible reprocharle algo, y si la víctima va donde el juez diciéndole: «Mire en qué estado lamentable este individuo me ha puesto», el juez le responderá que su caso no está previsto en el código, que no puede hacer nada por ella. ¡Cuántas personas, a sabiendas de que no hay ningún tribunal humano para sancionar los malos pensamientos, los malos sentimientos, las malas intenciones y las palabras embusteras, son lo suficientemente astutas como para ser impecables en el campo de los actos y no ser atrapadas! E incluso ciertas personas son verdaderos ases en el arte de sembrar la duda en la cabeza de otros. Un hombre, por ejemplo, decide deshacerse de un colega cuyo puesto él quisiera ocupar: sabe que está celoso de su mujer y que estos celos podrían hacerle perder la cabeza… Entonces, una mañana, así sin más, le dice: «Ayer, pasando por la calle X, vi a tu mujer», porque está seguro que la mención de esta calle va a despertar sospechas en el marido… Al regresar, en la noche, evidentemente el marido le hace una escena espantosa a su mujer. La pobre trata de justificarse, pero él no quiere escuchar nada. Finalmente, después de toda clase de peripecias, ella logra probarle que a la hora en la que el colega pretende haberla visto, ella estaba en un lugar muy apartado de la calle en cuestión, y la verdad es restablecida. Pero incluso si luego el otro se hace hipócritamente el avergonzado: «¡Oh, excúsame, mi viejo, me equivoqué, he debido confundirme…», el mal está hecho, logró sembrar la duda en el marido: todos los actos de su mujer comienzan a parecerle sospechosos. Hasta el día en el que en medio de una escena más violenta, la mata. Entonces, ¡helo en prisión y el puesto está libre! ¿Qué tribunal puede condenar semejante conducta? No hay ninguna prueba material. Existen miles de maneras de hacer el mal sin caer en las garras de las leyes humanas. Mientras los humanos no tengan la posibilidad de investigar en los planos sutiles, no pueden administrar justicia correctamente. Sería necesario que fueran clarividentes, ¡pero los verdaderos clarividentes son aun más difíciles de encontrar que los buenos jueces! Quizás en el futuro se podrán poner a funcionar aparatos parecidos a los que se utilizan en los aeropuertos: antes de dejar montar a los pasajeros a un avión, se les hace pasar por un lugar donde se encuentra un aparato que debe detectar si portan armas, explosivos, etc. Cuando el aparato detecta algo sospechoso, suena un timbre y se registra a la persona. He aquí la clase de aparato que se podrá poner a funcionar en el futuro, un aparato ultra sensible capaz de descubrir si alguien ha cometido una falta; cuando éste sea el caso, emitirá una señal y, sin ser maltratado, el culpable será obligado entonces a confesar. Pero esto, por el momento, ¡es ciencia ficción! Se escucha por todos lados a la gente discutir acerca de los castigos que es preciso infligir a los culpables de robos, secuestros, homicidios… Y en realidad los más grandes criminales se pasean libremente. Cuando los hombres políticos toman a la ligera la decisión de desencadenar una guerra que conlleva la masacre de miles de inocentes, o cuando los economistas dan consejos que reducirán a la hambruna a pueblos enteros, ¿hay un tribunal para condenarlos? O si algunos se las arreglan para pasar en el momento propicio algunos artículos en los periódicos que van a conmocionar la vida de un hombre, o de una mujer, y de su familia, en la mayoría de los casos no se les sanciona por ese crimen. E incluso, la mayor parte del tiempo, ¡a eso se le llama información! Ustedes han roto un vidrio en casa de su vecino o han robado su bicicleta, inmediatamente la justicia actúa, pero si por sus escritos, sus palabras o su ejemplo, le han hecho perder a alguien la fe, la esperanza, el amor, si lo han arrastrado al libertinaje, a la revuelta, al desespero, no solamente la justicia los deja tranquilos, sino que si son filósofos o escritores, ¡se les conceden premios! El lado divino, eso no tiene importancia, se le puede ensuciar, destruir, pero el lado material, algunos centavos o algunos vestidos, allí sí, ¡eso cuenta! He ahí cómo los humanos comprenden la justicia: se sanciona a las personas que osan tocar las posesiones materiales, pero a aquellos que destruyen lo mejor, lo más precioso que hay en los otros, eso no importa nada, se les deja tranquilos. ¡El alma no cuenta, el espíritu no cuenta, es el plano físico lo que cuenta, es la billetera! Y ¿qué justicia hay en este estado de cosas que se evidencia por todos lados en el mundo, donde tantas personas incapaces, egoístas, malévolas, poseen el dinero, el poder y todas las facilidades materiales, mientras que seres dotados de las más bellas cualidades son privados de ellos? Cuando venga el Reino de Dios y «su Justicia», será de otra forma, puesto que existe una ley establecida desde la eternidad por la Inteligencia cósmica según la cual, lo que es abajo, es o debe ser como lo que es arriba. A esta ley los Iniciados la llamaron la ley de las correspondencias y ella rige el universo. Así como el Señor que posee todas las cualidades y las virtudes, posee también todas las riquezas, así, en los humanos, la riqueza interior debe acompañarse de las correspondientes ventajas materiales. Incluso si uno se ve obligado a constatar que este orden ya no existe, como la ley es absoluta, será restablecido un día: cada uno será situado allí donde lo merece y se beneficiará de las ventajas materiales que correspondan a sus cualidades. Mientras tanto, acepten la situación, sin preocuparse por saber si en la sociedad a la que pertenecen, ustedes son considerados y situados según sus méritos. Sepan que, en la organización cósmica, ningún ser puede tomar el lugar de otro. Cada uno tiene un lugar en el universo porque Dios hizo de él un ser único, dotado de una vibración determinada. Si en el plano físico uno no cesa de ver personas que logran excluir a otras, mejores y más capaces que ellas, en el plano espiritual eso es imposible. El lugar que Dios da a cada uno de nosotros es absolutamente aquel que se merece. En este campo, hay una justicia absoluta. Ninguna creatura tiene la posibilidad de tomar el lugar de otra, pero cada una debe desarrollarse hasta alcanzar la perfección que Dios ha previsto para ella. Incluso si otros la superan en importancia, allí donde se encuentra es ella quien reina, porque es Dios quien le ha dado ese lugar. Por su vida cada creatura secreta una quintaesencia de ella misma, y esta quintaesencia le es específica. Ninguna otra creatura puede substituirla, ella permanece única e irremplazable por la eternidad. ¿No será que este pensamiento puede aportarles definitivamente la paz y la alegría? Para saber cómo deben considerarse los unos a los otros, los humanos se detienen en la fortuna, el rango social, los diplomas… Evidentemente, esta actitud no es aconsejable, pues es claro que todas esas ventajas materiales rara vez corresponden a cualidades morales. Sin embargo, ella refleja una realidad del mundo espiritual: en el mundo espiritual, quien es más rico, más bello, más fuerte que los otros merece la estima y el amor del Cielo; hay siempre una relación entre lo que uno es y la manera en que uno es considerado. Pero los humanos han olvidado esta noción de nobleza espiritual, no poseen sino criterios materiales, no sienten que las manifestaciones del mundo físico no hacen más que reflejar un mundo más elevado, y que la riqueza, la belleza, la grandeza, el poder materiales no son más que huellas lejanas del mundo divino. Solo las formas llaman su atención, no tienen consciencia de que más allá de esas formas, su respeto y su consideración deberían dirigirse hacia los tesoros de la vida espiritual, del alma, del espíritu. Porque descendieron demasiado en la materia, los humanos perdieron la intuición de lo que debían buscar en los seres. Para ellos todo no es más que convencionalismos y se inclinarán delante de un criminal simplemente porque es influyente o de una familia rica. Y por «criminal» no entiendo solamente un ladrón o un asesino, sino también un hombre que transgrede las leyes de la sabiduría, de la bondad, de la pureza, etc. Ahora bien, quienes transgreden más estas leyes son a menudo aquellos que tienen más posibilidades materiales, puesto que ellas les brindan todas las condiciones favorables para satisfacer sus caprichos, su codicia, sus ambiciones. Por tanto, no hay que condenar demasiado a los humanos si admiran a los ricos y a los poderosos: no hacen sino reproducir una actitud que es observada en el mundo divino, donde nadie puede hacer más que saludar y respetar a los ricos y a los poderosos, pues las ventajas que éstos poseen corresponden a verdaderos conocimientos, a verdaderas virtudes. Sin embargo, los humanos deberían ser un poco más clarividentes y darse cuenta de que cuando se inclinan delante de un poderoso de este mundo, en realidad no están tratando más que con una especie de vagabundo, sin ciencia, sin amor, sin pureza, sin control. Sí, un pobre vagabundo. Puesto que su riqueza material no le sirve sino para satisfacer todas sus inclinaciones inferiores, interiormente no es más que un vagabundo. Una riqueza que no descansa sobre ninguna base sólida en el mundo espiritual es, en realidad, peor que la pobreza. Si ustedes quieren contribuir al advenimiento del Reino de Dios y su Justicia, deben comenzar por aprender a distinguir entre las riquezas exteriores y las riquezas interiores, y luego, en lugar de dejarse hipnotizar por el éxito material, trabajar para desarrollar en ustedes los dones del espíritu. ¿Díganme qué sentido puede tener sublevarse contra la injusticia del orden social y, al mismo tiempo, alimentarla con su actitud?... Pues sí, mientras uno se deje deslumbrar por las apariencias del éxito y busque imitar a quienes lo han logrado luchando con los dientes y las uñas, uno contribuye a reforzar la injusticia. Todas las creaturas del mundo divino no aman, no respetan y no ayudan sino a aquellos que son ricos. A los pobres, no solamente no les dan nada, sino que ellas toman incluso lo que tienen. Pues sí, se da a quien ya tiene, y a quien no, se le arrebata incluso lo poco que tiene. Encuentran que es cruel e injusto: ¿por qué llenar los cofres del rico y tomar al pobre lo poco que le queda? Pues no, es justo, pero es preciso comprender que no se trata allí del plano material. De hecho, ni siquiera es necesario venir a arrebatarle cualquier cosa al «pobre»: es él quien por su actitud pierde poco a poco todos los tesoros que el Cielo le ha dado. Tomemos, por ejemplo, el caso de un artista: si él no alimenta sus dones por medio de la práctica de ciertas cualidades morales, esos dones terminan por dejarlo. ¡Cuántas veces se ha visto! Y esto se verifica para todo ser humano: su riqueza interior hace fructificar sus dones, y su pobreza interior lo vuelve poco a poco estéril. Si ustedes quieren que el Cielo los ayude, deben volverse ricos. Dirán: «¿Pero cómo volverse ricos?» Trabajando para ganar oro. El oro, simbólicamente, es la sabiduría, el discernimiento: con este oro se compran cualidades y virtudes que se manifiestan por medio de proyecciones de luz y de colores que las entidades celestes perciben de lejos. Los humanos, si no los ven llegar en un carro suntuoso, cubiertos de adornos o de joyas, no se darán cuenta nunca de su valor, porque son ciegos. Pero los espíritus de arriba sienten inmediatamente la luz que emana de ustedes, ella los atrae, y cuando se aproximan, exclaman: «¡Oh, qué magnífico abrigo, qué corona resplandeciente!» Se maravillan, se reúnen y es toda una fiesta porque percibieron un ser vestido magníficamente y engalanado con joyas: collares, brazaletes, anillos, cinturones adornados de piedras preciosas. ¿Están asombrados, no habían pensado que en el mundo divino también se podían llevar adornos? Pero entonces los pintores antiguos que representaban a Dios, al Cristo, a los ángeles, a la Virgen en trajes suntuosos, ¿qué querían expresar de distinto a esta realidad de la riqueza del mundo divino? Y si según la costumbre, los reyes y los príncipes de la tierra son también engalanados magníficamente, ello viene del hecho de que se les consideraba representantes de Dios en la tierra y que estos ornamentos y estas piedras preciosas corresponden a las cualidades y virtudes que debían poseer para gobernar sabiamente su reino2. ¿Cuántos de ellos comprendieron que antes de llevarlos físicamente, es espiritualmente que debían adornarse con esas piedras preciosas? Eso, solo Dios lo sabe. Pero les hablo aquí de símbolos. E incluso el lugar de esas piedras preciosas es simbólico: en la cabeza, en las orejas, alrededor del cuello, en la cintura, en los dedos, en los puños, en los tobillos, cada lugar tiene un significado preciso. Y además, se dice que todas las piedras preciosas poseen grandes poderes curativos… La verdadera realeza es la realeza espiritual y, al paso de aquel que ha llegado a elevarse hasta allí, los ángeles, los espíritus de la naturaleza se inclinan y susurran entre ellos: «He aquí un rey que se aproxima», y le hacen honores, se apresuran alrededor de él, felices, puesto que de él emana un fluido de una gran pureza, dotado de una influencia calmante, vivificante, como una fuente divina que brota y regenera a todos los seres a su paso. Por consiguiente, si quieren llamar la atención de todas las creaturas angelicales para que se ocupen de ustedes, deben ser ricos. Ricos y bien vestidos. Una vez que ustedes han obtenido su amistad y su protección, ellas les brindan ciertas posibilidades. Y un buen día, los humanos, a su turno, se ven obligados a reconocerlos; sienten que interiormente ustedes llevan trajes magníficos3, que están engalanados con oro y pedrería, es decir, que poseen esta quintaesencia preciosa que hace que, en cualquier circunstancia, puedan pensar, sentir y actuar como un rey, y les otorgan el lugar que merecen. Mientras los humanos no trabajen para adquirir las virtudes divinas, no poseen la verdadera realeza. Entonces, que no se extrañen si algunos, más clarividentes que otros, no son tan considerados con ellos. Creen que deben ser respetados con el pretexto de que ocupan un puesto elevado en la jerarquía social que les da la posibilidad de dar puñetazos sobre la mesa. Pues no, no es por los signos externos que uno puede hacerse respetar, sino por el poder del espíritu. Quien quiera hacerse respetar debe saber que en el campo espiritual es donde se encuentra la verdadera jerarquía, y hasta allá debe subir. A medida que se elevará en esta escalera espiritual, sin quererlo incluso, los demás lo reconocerán un día. Quizás tomará tiempo, pero lo reconocerán. Sin embargo cuidado, no digo que deba ocurrir como en ciertos movimientos espirituales donde, a la imagen de lo que pasa en la sociedad, aquellos que han obtenido un grado superior (¡y solo Dios sabe cómo!) ponen a los otros en la posición de servirles. No, no se ocupen siquiera de saber si los demás reconocen su valor: suban, suban cada vez más alto, nadie puede impedírselos, es el único derecho que Dios le dio a todas las creaturas, y de esta forma responderán al mandato de Jesús: «Buscad el Reino de Dios y su Justicia». Si Jesús hablaba del Reino de Dios y su Justicia, es porque precisamente lo que distingue el reinado de Dios del reinado de los hombres, es que la justicia se ejerce allí de forma completamente diferente. Sí, el punto de vista del Cielo no es el punto de vista de la tierra. Por ello, yo me levanto ante los políticos, los economistas, todos aquellos que pretenden ocuparse de los grandes asuntos del mundo, del bienestar de los humanos, y les digo: «No resolverán los problemas mientras no hayan cambiado completamente de punto de vista». Sí, no basta con cambiar los métodos, es preciso cambiar primero de punto de vista. 1 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. IV: «Justicia humana y Justicia divina», primera parte. 2 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. XI: «La triada Kether-Hesed-Geburah- I. El cetro y el globo». 3 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. VIII: «El traje de luz». 2 La política a la luz de la Ciencia iniciática Cuando se me escucha hablar y se está al corriente de todos los sucesos que ocurren en el mundo, se encuentra seguramente que los temas que trato no tienen ninguna relación con la actualidad1. Dicen: «¡Pero de qué habla! ¡Si solamente él supiera lo que ocurre en España, en Portugal, en Irlanda, en Polonia, en el Líbano, o incluso en Francia, no nos conversaría sobre cosas tan secundarias!» Y he ahí que no se ha comprendido, puesto que lo que yo les explico es lo esencial, la base; son claves para resolver todos los problemas: aquellos de la vida personal en primer lugar, y aquellos de la vida nacional e internacional en segundo término, pues todo está ligado. Si debo ahora hablarles de los acontecimientos políticos o económicos, ¿de qué serviría? ¡Hay tanta gente que habla al respecto sin aportar soluciones! No son más que constataciones, informes, estadísticas, y ¡solo Dios sabe si son exactas! Dejo, por lo tanto, todos esos problemas a los otros, y yo me ocupo de lo esencial, de lo que permanecerá válido por la eternidad. Y lo esencial, es el conocimiento del ser humano. El ser humano tiene un cuerpo físico, una voluntad, un corazón, un intelecto, un alma, un espíritu, y la cuestión está allí entonces: cómo trabajar con estos principios que estarán siempre ahí presentes en él y continuarán inspirándole su conducta2. Sí, durante miles y miles de años aún, cualquiera sean los sucesos o las condiciones, el ser humano será puesto frente a los mismos problemas: cómo pensar, sentir, actuar, amar, crear… Siendo así, no quiero perder mi tiempo ni mis energías en historias que todo el mundo olvida muy poco tiempo después. Un nuevo gobierno, por ejemplo, he ahí de lo que la gente se ocupa con pasión. ¿Pero cuánto tiempo va a durar ese gobierno? Algunos meses después será cambiado y será necesario ocuparse de otro. Y los partidos políticos… Algunos aparecen, otros desaparecen o cambian de nombre, y si ustedes no conocen estos nombres y los de los hombres y mujeres que están a la cabeza, son muy mal vistos. ¡Que no conozcan nada del mundo espiritual, no tiene ninguna importancia, pero no conocer los debates y los enfrentamientos del mundo político, eso sí que es grave!... Pero es miserable, lamentable, ¿qué pueden realmente aportarles esas historias a los humanos para su verdadero futuro? Ustedes dirán: «¡Pero queremos ayudar a nuestro país!» No puede ayudársele de esa manera, nunca se ha podido ayudar a los humanos de esa manera. Uno se imagina que los ayuda… No, no son estas discusiones y estos debates políticos los que pueden ayudarlos. ¿Qué ha mejorado efectivamente la política? Los hospitales están llenos de enfermos, los tribunales llenos de procesos, y se necesitará pronto un policía por habitante. Cada uno acusa a los otros de trabajar por la ruina del país y el malestar de los ciudadanos, mientras que él no piensa sino en la patria, en el bienestar del pueblo, y una vez que sea elegido, ¡se verá lo que se verá!... Lamentablemente, no se verá sino lo que ya se ha visto. Porque nadie se pone de acuerdo sobre este «interés del país», hay tantos partidos, y cada vez más. Pero, ¿de qué sirven todas estas divisiones? Hay que ver el conjunto, un fin único por alcanzar, un fin definitivo, y no detenerse en un punto particular y disputarse por objetivos insignificantes que pronto serán reemplazados por otros. No digo que todos se equivocan, no, cada uno tiene razón desde su punto de vista. Pero frente al conjunto, todos cometen errores. El egoísta que arregla las cosas para satisfacer sus deseos y su codicia, atrae para sí fatalmente los reproches de los demás, y no lo entiende, porque para él todo es lógico, todo está en regla. Es lo que pasa también con los políticos. Todo lo que dicen es absolutamente cierto, lógico y convincente, pero según su punto de vista. ¡Cuántas veces se ha experimentado esto! Un político expone sus puntos de vista, y por la forma en que los presenta, uno se dice: «Pues sí, tiene razón…» Pero he ahí que su adversario le responde con argumentos totalmente opuestos, pero que son también tan convincentes que uno se dice nuevamente: «Tiene razón». Y luego llega un tercero, un cuarto, cuyas opiniones parecen tan justificadas como las precedentes. Entonces, ¿qué ocurre? Los que los escuchan se pronuncian en función de sus intereses particulares, es normal. No reflexionan que desde la perspectiva de la totalidad, desde el punto de vista universal, sus elecciones no son absolutamente válidas. Cuando un niño quiere algo, está convencido de que tiene razón y se asombra de que sus padres puedan oponerse a sus deseos. Según el nivel de comprensión que ha alcanzado el niño, lo que desea es absolutamente legítimo. Y por tanto, constata que otros, malos, incomprensivos, le ponen obstáculos, y se rebela. Es exactamente lo que ocurre con el mundo entero, porque la mayoría de los humanos son todavía niños egoístas. Cada uno tira para su lado: «En mi criterio es de tal forma, en mi sentir es de tal otra»... Sí, ¡pero ese «en mi criterio» es tan limitado! Hay que adquirir ahora una consciencia más amplia, para ser capaz de pronunciarse no solamente según el propio criterio, según el punto de vista y los deseos individuales, sino también de entrar en la situación de los demás para modificar o completar ese punto de vista3. ¿Han ustedes oído cómo el público comenta los debates políticos televisados? Se diría que acaba de asistir a una pelea de boxeo: «¡Vieron cómo X le respondió a Y! ¡Vaya lo que le dijo!... ¡Ah, qué golpe! ¡Cómo lo tumbó!»… Verdaderamente, ¿qué puede salir de bueno de todos esos enfrentamientos? Mientras el hombre no posea una consciencia suficientemente vasta e impersonal, no ve las cosas sino desde su punto de vista, y «su» verdad, que no es más que un pedazo de la verdad, va a combatir la verdad de todos los demás. Por eso la tierra no es sino un campo de batalla. Se los he dicho, he escogido el tema más importante: el ser humano, porque todo está allí. No soy hostil con los políticos, ¿por qué lo sería? No son más malos que los demás, muchos quieren sinceramente el bien de sus conciudadanos y trabajan con igual sinceridad en resolver los problemas que se presentan a escala internacional. Si llegan a cometer tantos errores, es porque se lanzan a la política sin ser conscientes de que han escogido una «profesión» particularmente difícil, para la que no están realmente preparados. Pues no basta con estudiar; las ciencias políticas, la economía, las finanzas, el derecho, la diplomacia, etc., eso está muy bien, pero es insuficiente. Hacer política es confrontarse con la naturaleza humana, ¡tan complicada, tan imprevisible4! Y quienes se lanzan a esta aventura están expuestos a todas las tentaciones que presenta el poder, pero también a las presiones de su entorno; y si no están vigilantes, si no poseen una gran fuerza de carácter, pueden dejarse llevar, algunas veces incluso involuntariamente, a cometer actos reprensibles, o incluso pueden ser demolidos por la dureza de los enfrentamientos. Miro la televisión, y con frecuencia me impresiona constatar los cambios que se observan en los rostros de ciertos hombres políticos. Algún tiempo atrás, se les sentía llenos de impulso, entusiasmo, certeza, animados sinceramente por un ideal, y luego, poco a poco, uno ve sus rostros cerrarse, sus rasgos, su mirada y el tono de su voz endurecerse, y se entiende que recibieron golpes que no esperaban. Cuando veo esto, me pongo triste, me digo: «Los pobres, es lamentable, pero ¿cómo ayudarlos?» Porque los hombres políticos pueden hacer mucho por su país y por el mundo entero, pero con la condición de comprender que la única política válida es una política inspirada en la Ciencia iniciática que presenta la naturaleza humana, sus fuerzas, sus debilidades, sus necesidades, y las condiciones morales, afectivas, espirituales en las cuales ella puede realizarse. Mientras no se posean estos conocimientos, la política no puede conducir sino a callejones sin salida o a enfrentamientos sangrientos. A lo largo de los siglos, filósofos, pensadores se han preguntado cómo restablecer la paz y la prosperidad en las sociedades humanas y para ello han imaginado formas ideales de gobierno y de organización política. Así, Platón escribió «La República», Tomás Moro «La Utopía», Francis Bacon «La Nueva Atlántida», Campanella «La Ciudad del sol», etc. Y en todas las tradiciones religiosas o populares de la humanidad, se encuentran alusiones a tierras lejanas y misteriosas donde dioses, héroes fundaron un reino: allí, al abrigo de la necesidad y de las enfermedades, los humanos viven felices y en la armonía. Las tradiciones de la India, del Tíbet y de la China reportan la existencia de un reino subterráneo, un reino de paz y de justicia denominado la Agartha5 que es mencionado por Saint Yves de Alveydre en «La misión de la India» y por F. Ossendowski en «Bestias, hombres y dioses- El enigma del Rey del mundo». Lo que escribe Saint Yves de Alveydre acerca de la forma de gobierno que existe en Agartha, llamada sinarquía, es muy interesante. A la cabeza se encuentran tres personajes que representan la Autoridad. Ellos dan sus directrices a siete personas que representan el Poder y que tienen ellas mismas bajo sus órdenes a otras doce personas encargadas de la Economía, es decir de la producción y de la repartición de las riquezas. Ustedes dirán: «Entonces, ¿esta organización con tres personas a la cabeza, luego siete, luego doce, puede asegurar el buen funcionamiento de un país?» En realidad, no, no es porque haya tres personas, enseguida siete, luego doce a la cabeza de un país o de una colectividad que los asuntos marcharán mejor, porque estos tres, siete y doce pueden ser unos ambiciosos, deshonestos, insensatos o incompetentes que llevarán al país, tanto como los demás, a la catástrofe. No son los números los que arreglan los asuntos, sino los humanos, lo que ellos son en profundidad, las cualidades que poseen. Por consiguiente, antes de establecer la sinarquía en el plano físico como forma de gobierno, es esencial que cada uno trabaje para instalarla primero en sí mismo. Porque el mismo ser humano, tal y como fue concebido por la Inteligencia cósmica, es ya una sinarquía. Comencemos con el número 3. Todo ser humano posee un intelecto, un corazón y una voluntad. Por medio de su intelecto piensa; por medio de su corazón experimenta sentimientos; y por medio de su voluntad actúa6. A través de estos tres factores, se manifiesta en el mundo. Entonces, si logra instalar la sabiduría en su intelecto, el amor en su corazón y la fuerza en su voluntad, realiza en sí mismo esta trinidad, y se asemeja a la Trinidad divina de la luz, el calor y la vida que corresponde en el Árbol sefirótico a las tres sefirot superiores: Kether, Hochmah y Binah7. De esta forma, es la Autoridad, él reina en su propia existencia. Enseguida, él gobierna manifestando las virtudes de los siete planetas, es decir de las siguientes siete sefirot: Hesed (Júpiter), Geburah (Marte), Tipheret (el Sol), Netzach (Venus), Hod (Mercurio), Iesod (la Luna) y Malkut (la Tierra)8. Estas siete cualidades representan el Poder. Él es la Autoridad y por medio de sus cualidades y virtudes ejerce su poder. Puesto que sus cualidades y virtudes son sus mejores sirvientes. Sí, nuestros verdaderos servidores, nuestros verdaderos sirvientes no son las personas que tomamos a nuestro servicio para satisfacer nuestros deseos, nuestras necesidades, o para facilitarnos la vida, sino las virtudes en nosotros que obedecen a la verdadera autoridad de Kether, Hochmah y Binah. Y estas virtudes son la capacidad de realizar de Malkut, la pureza de Iesod, la inteligencia de Hod, la dulzura de Netzach, la belleza de Tipheret, la audacia de Geburah, la generosidad de Hesed. Estos siete servidores transmiten las órdenes de la Autoridad a los doce que están a cargo de la Economía. Y ¿qué es la Economía en nosotros? Está representada por las doce partes del cuerpo físico a las cuales están unidas los doce signos del zodiaco: la cabeza (Aries), el cuello (Tauro), los brazos y los pulmones (Géminis), el estómago (Cáncer), el corazón (Leo), el plexo solar (Virgo), los riñones (Libra), los órganos genitales (Escorpión), los muslos (Sagitario), las rodillas (Capricornio), las pantorrillas (Acuario), y los pies (Piscis)9. Así, las siete virtudes actúan sobre las diferentes partes del cuerpo para despertarlas, vivificarlas y hacer que la actividad de miles de millones de células que las constituyen contribuyan a la armonía del conjunto. He aquí la verdadera sinarquía de la cual es preciso ocuparse: la sinarquía interior. En cuanto a la sinarquía como forma de gobierno de los humanos, eso puede esperar. Pues, ¿se está realmente seguro de que se encontraría en cada país a esas tres personas tan evolucionadas como para ponerlas a la cabeza? ¿E igualmente aquellos siete que serán realmente capaces no solo de comprender las directrices dadas por los tres primeros, sino también de hacerlas ejecutar correctamente? E incluso, si se encontraran estas personas, ¿serían aceptadas actualmente?... Para establecer la paz y la armonía en el mundo, hay que comenzar por el comienzo, y el comienzo es el hombre mismo. La verdadera sinarquía se establecerá el día en que cada uno se convierta en el rey de su propio reino, y primero de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus deseos. Sí, y sobre todo de sus deseos. Puesto que mientras que los humanos no tengan verdaderos criterios para analizar el origen de sus exigencias y de sus reivindicaciones, la escena política seguirá siendo un lugar de enfrentamientos. ¡Cuántas veces a lo largo de la historia ellos han experimentado cambios de régimen y revoluciones! Sin embargo, la situación no ha mejorado realmente. Y ¿por qué no ha mejorado? Porque estos cambios no han sido decididos por personas que tenían la voluntad de desprenderse de sus instintos, de su codicia. Mientras no haya evolución en las consciencias, en las mentalidades, cualesquiera sean las reformas que se proyecten, no podrá haber allí ningún progreso real. Solamente cuando los humanos salgan del círculo estrecho de sus apetitos egoístas, los cambios que proponen serán verdaderas mejoras. Hasta entonces, incluso si la palabra «cambio» es aquella que se escucha pronunciar con mayor frecuencia en política, se continuarán observando los mismos esfuerzos obstinados de una cantidad de ambiciosos y codiciosos por arrebatarse los puestos que les darán más poder y más dinero. No se preparan para asumir la tarea grandiosa que les corresponde, no trabajan por ser más desinteresados, más nobles, más dueños de sí mismos… modelos. Eso no les interesa. ¿De qué les serviría ser mejores? No es eso de lo que tienen necesidad. Buscan el poder para saciar sus pasiones, sus deseos de conquistas, de dominación, de venganza. Y quienes los eligen lo hacen con la esperanza de servirse de ellos para satisfacer, a su turno, esta misma codicia. Luego, ¡todos en el mismo saco! La sabiduría de los pueblos se ha expresado a menudo por medio de cuentos. Entonces, había una vez un reino donde no se producían sino motines, epidemias, hambrunas. El rey, sin saber qué hacer, hizo venir a un sabio para interrogarlo. Y el sabio le respondió: «Majestad, eres tú la causa de todos estos males. Vives en el libertinaje, eres egoísta, injusto, cruel, y he ahí porque las catástrofes no cesan de caer sobre tu pueblo». Inmediatamente después, el sabio se presentó ante el pueblo y le dijo: «Si ustedes sufren, es porque se lo han merecido: con sus desórdenes, su pereza, atrajeron un monarca que se les parece y que es su desgracia». He ahí cómo los sabios explican las cosas. Cuando los ciudadanos de un país deciden vivir en la luz del espíritu, atraen gobernantes nobles y honestos que no aportan sino bendiciones. Pero si una nación tiene dirigentes que dan rienda suelta a sus peores caprichos en detrimento del pueblo, pues bien, es preciso que el pueblo se diga que él también lleva una parte de responsabilidad en ello. En realidad, es la sociedad entera la que estimula las tendencias inferiores de sus miembros. Incluso los padres son tan ignorantes, que se imaginan que educan a sus hijos empujándolos a conseguir favores y privilegios con métodos más o menos lícitos. Esto es para ellos la educación. En vez de decirle a un niño: «Prepárate; si un día tienes responsabilidades importantes, deberás mostrarte a la altura de tu tarea, no comprometerte jamás»; lo empujan a «arreglárselas» por todos los medios y se alegran de sus éxitos, incluso si no los merece. Siempre se busca el éxito en el plano material, y para lograrlo no se duda en emplear los cálculos, el engaño, la violencia. No es que el éxito material sea en sí mismo condenable, no, pero no se justifica sino en la medida en que es la concreción de un trabajo realizado en el plano espiritual. Ustedes dirán: «Sí, pero si uno debe conducirse según sus consejos, si uno debe prepararse tanto, las condiciones en el mundo son tales que uno permanecerá en algún lugar, desconocido, oscuro, privado de todo medio de acción». Pues bien, sepan que para sacar semejantes conclusiones, es que ustedes no conocen nada de las leyes divinas. Cuando sean realmente capaces, cuando se conviertan en un modelo, incluso si no lo quieren, incluso si lo rechazan, los demás vendrán a tomarlos por la fuerza y los pondrán en la cima para que los aconsejen, los guíen. Si esto no ha pasado es porque aún no lo merecen: no están aún listos, por lo tanto, no tienen por qué protestar. Por esencia los seres humanos no son unos buenos y otros malos. Todos están hechos de dos naturalezas, inferior y superior, por consiguiente, todos tienen aspiraciones hacia el mundo divino, hacia la luz, el amor, la pureza. Sin embargo, se trata de aspiraciones que han más o menos desarrollado y que son más o menos favorecidas por el medio ambiente. Por esto, cada quien debe tener como primera preocupación desarrollar sus aspiraciones espirituales y dar a los demás las posibilidades de desarrollarlas también. ¡Se necesita tanta fuerza de carácter para resistir a las presiones del entorno! Cuando se ven rodeados de sinvergüenzas y de codiciosos, muchos se desaniman y comienzan a imitarlos, adoptando esta filosofía tan difundida: «El hombre es un lobo para el hombre»… «Hagan el bien y recibirán el mal»… «Sean honestos y se morirán de hambre»… De esta forma, poco a poco, cada uno se nivela, se adapta a las creaturas más inferiores. Es importante reflexionar sobre estos asuntos, y con mayor razón cuando ellos atañen la educación de la juventud10. Los niños y los adolescentes de hoy son los futuros ciudadanos. Muchos desean trabajar por un ideal de generosidad, de fraternidad, pero luego de algún tiempo, al contacto con la realidad, bajo la presión de su entorno que les aconseja ser «razonables», «realistas», renuncian a él. Y es normal: a esa edad necesitan ser apoyados en sus buenos deseos, en sus buenos impulsos. Y si no tienen instructores, modelos para aconsejarles e impedir que retrocedan, luego de algunas burlas, algunos obstáculos y algunas desilusiones, terminan por volverse como los demás. Si hubiera más creaturas que trabajan con desinterés y abnegación por el bien de todos, la faz del mundo cambiaría. Claro, tales seres han existido siempre, la historia nos ha conservado su recuerdo, y es gracias a ellos que la humanidad, a pesar de todo, ha podido sobrevivir y progresar. Existen algunos todavía en nuestros días, pero ¡son tan poco numerosos en comparación con todas las fieras que pueblan la tierra y dan libre curso a sus instintos! Y cuando desafortunadamente estas fieras tienen responsabilidades políticas en un país, no pueden producir sino víctimas. Si el Reino de Dios no ha llegado aún a la tierra, es porque la mayoría de personas trabaja por una política inspirada en la naturaleza inferior. Y esto es verdad tanto para aquellos que gobiernan como para aquellos que son gobernados. Sí, cuando yo analizo los fines de la política, veo que son siempre mediocres. ¡Ah!, evidentemente son presentados un poco embellecidos y adornados, pero en realidad muy a menudo para los hombres políticos no se trata más que de obtener el poder, prometiéndoles a los que los van a elegir que se esforzarán por satisfacer sus deseos y sus necesidades, incluso si esos deseos y esas necesidades no tienen en cuenta el bien de todos. Y la muchedumbre que se abalanza para escucharlos aplaude sin discernimiento. De este modo, ciegos son guiados por otros ciegos. Pero ustedes conocen la parábola evangélica: «Ciegos conducidos por otros ciegos, todos caerán en el precipicio». Desafortunadamente, siempre es demasiado tarde cuando uno se da cuenta de esta ceguera: las catástrofes ya están allí. Observen a Hitler, observen a Stalin, y tantos otros: ¡qué verdugos, qué monstruos! ¡Y multitudes enteras los seguían y los aclamaban!... Yo también trabajo por una «política», pero por una política inspirada en la naturaleza superior y que tiene en cuenta necesidades esenciales del ser humano, necesidades del alma y del espíritu. Incluso Karl Marx que es tan glorioso, tan preconizado, tan seguido, y bien, él también va a fracasar de aquí a algún tiempo, con toda su compañía. Sí, porque no se resuelven todos los problemas de los hombres con la lucha de clases, la colectivización de los medios de producción, etc. Que Karl Marx haya sido un genio, eso es seguro, nadie puede negarlo, pero que él no haya previsto todo porque su punto de vista es limitado igualmente, es claro también. Reconozco que se necesitan personas cualificadas en cada campo de la vida política, económica y social, pero esas personas cualificadas requieren ser orientadas por otras que no tienen quizás ninguna de esas cualificaciones, pero que conocen lo esencial. ¿Están asombrados? Pues tomen mi caso, por ejemplo. No existe un hombre en la tierra que sea tan ignorante como yo en los campos político, económico, financiero. Sé solamente una cosa, una sola, pero esencial: cómo hacer brotar el agua, es todo. Y el agua encontrará luego su camino. Entonces, toda una cultura va a aparecer y a organizarse: las plantas, los animales, los hombres… Hay que hacer brotar el agua sin ocuparse del resto. Es lo que yo hago aquí con ustedes en nuestra Fraternidad: me ocupo de hacer brotar el agua11 y ustedes, sí ustedes, encuentran su lugar. No me corresponde a mí encontrarles un lugar, no debo ocuparme de eso. Por ello, no he pretendido organizar nada. No me ocupo sino del agua, ya que si hay agua, las cosas terminan por organizarse ellas mismas. Y esta agua, ¡es el amor, es la vida!… Mientras los políticos crean que para mejorar la situación basta con establecer nuevas instituciones, crear nuevas estructuras o nuevos ministerios, no llegarán a nada, puesto que ¡han olvidado el agua! Todo lo que podrán organizar exteriormente se mostrará ineficaz mientras no se ocupen de hacer brotar el agua. Cualquiera sea la organización, es preciso que haya en la cima un ser que posea esta agua, este amor, para que todos los demás sigan el ejemplo de este amor, se inspiren en este amor. Entonces, todas las ramas de todas las actividades se distribuirán naturalmente para contribuir al éxito de la empresa. De otro modo, por supuesto, no soy un bebé como para no comprender cuán compleja debe ser la organización de todo un país. Sí, pero para que este conjunto funcione, es necesario el amor, y cuando hablo de amor, quiero decir ese estado de consciencia que permite envolver a todos los seres en la misma benevolencia y comprender sus necesidades12. Observen lo que ocurre en una reunión donde personas se encuentran para decidir acerca de un proyecto. Si están en buena disposición las unas con las otras, se comprenderán y al final de la reunión, todo estará a punto y el proyecto se realizará. Pero si llegan con el único deseo de hacer triunfar su punto de vista, porque cada una cree que es la única en estar en lo correcto, no llegarán nunca a una solución. Y esto es lo que pasa a menudo: las personas se reúnen una vez, dos veces, tres veces… diez veces, y no sale nada de esas reuniones, excepto malentendidos y peleas. Y entonces, ¿a qué vienen todas esas comedias? Pues se diría que los humanos necesitan aún sufrir. Sí, no hay otra explicación: los humanos aún necesitan sufrir. ¿Creen que soy cruel? No, soy realista, saco conclusiones de lo que observo; me siento infeliz de constatarlo, pero los humanos todavía necesitan sufrir para comprender. Hasta el día en que, a causa de estos sufrimientos, gracias a estos sufrimientos, encontrarán el camino. Los anales de la Ciencia iniciática cuentan que muchas humanidades han desaparecido ya. Algunas de ellas poseían técnicas mucho más avanzadas que las nuestras; desaparecieron porque utilizaron esas técnicas para dominar con la violencia, y ellas mismas se destruyeron. Y lo que constituye un muy mal presagio para el futuro de la humanidad es que se observa cada vez más que el progreso técnico proporciona mecanismos de destrucción. Por lo tanto hay que reflexionar. Para la Inteligencia cósmica, que vive en la eternidad, una humanidad de más o de menos da igual. Tantas otras han desaparecido que si ésta desaparece también por su propia culpa, eso no la inquietará mucho: con los pocos individuos que quedarán, preparará una nueva. Nos corresponde a nosotros no destruirnos. Si nos obstinamos en hacer todo para ser destruidos, la Inteligencia cósmica permanecerá imperturbable, no intervendrá, nos dejará hacer. 1 Las conferencias a partir de las cuales este capítulo y los siguientes han sido redactados datan del período 1968-1978 (Nota del editor). 2 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222. 3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VII: «La consciencia». 4 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. I: «¿Naturaleza humana… o naturaleza animal?»; cap. II: «La naturaleza inferior, reflejo invertido de la naturaleza superior». 5 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. VIII: «La política a la luz de la Ciencia iniciática», quinta parte; Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. IX: «Jerarquía y libertad», tercera parte. 6 Cf. La luz, espíritu vivo, Col. Izvor No. 212, cap. VI: «El prisma, imagen del hombre». 7 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico». 8 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico». 9 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. II: «La formación del hombre y el zodiaco». 10 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. I: «La juventud una tierra en formación». 11 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. IV: «El saber vivo- I. Dejen fluir la fuente». 12 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. VIII: «El amor, estado de consciencia». 3 Aristocracia y democracia: la cabeza y el estómago Ningún régimen político se ha mostrado hasta ahora realmente eficaz para aportar a los pueblos la prosperidad y la paz. Sea la monarquía, la oligarquía, la república, sea la democracia o la dictadura, ninguno ha contribuido con soluciones definitivas. ¿Por qué? Simplemente porque el sistema de gobierno no es el factor esencial. Mientras que los individuos a los cuales se pretende imponer dicho gobierno no tengan consciencia de sus deberes los unos hacia los otros, cualquiera sea el régimen se observarán los mismos desórdenes, los mismos disturbios, en definitiva las mismas desgracias. E inversamente, si en tanto miembros de una sociedad los individuos estuvieran a la altura de su tarea, no sería necesario reflexionar tanto sobre la forma de gobierno. En nuestros días, la democracia es considerada como el régimen susceptible de responder mejor a las aspiraciones de los individuos, y la cual se intenta instaurar por doquier en el mundo. ¿Qué es la democracia? Etimológicamente significa: gobierno (cracia) del pueblo (demos). Y como en nuestras sociedades se acostumbra oponer la democracia a la aristocracia, término que significa el gobierno de «los mejores» (aristos), vamos a estudiar estos dos términos desde el punto de vista de la Ciencia iniciática. Creando al hombre, la Inteligencia cósmica reveló por medio de la estructura de su cuerpo cómo toda la vida social debe ser organizada. Arriba, puso la cabeza con un cerebro para pensar, ojos y orejas para observar, informarse, y una boca para expresarse; y más abajo, puso el estómago que gracias a su actividad mantiene con vida el conjunto del organismo. El estómago es insaciable, todos los días no cesa de reclamar, y corresponde a la cabeza saber lo que debe darle, y cuándo y cómo… Si trasladamos esta organización a la sociedad, puede decirse que simbólicamente el pueblo, el demos, representa al estómago: como el estómago, la actividad del pueblo es indispensable para la supervivencia del país, pero el pueblo tampoco se muestra muy iluminado, es empujado por toda clase de necesidades, de deseos, cuya satisfacción reclama. Y en nuestra época que se le han dado todas las posibilidades de reclamar, ¿qué pide? ¿El Reino de Dios y su Justicia? ¿Más luz, más amor?... No, el estómago no pide sino «comer» cada vez más, y a menudo luego ensucia y causa daños por todos lados. El pueblo, el estómago simbólicamente, no tiene aún un ideal superior porque requiere de una cabeza clara, luminosa, desinteresada, y esta cabeza hace falta. En cuanto a aquel que se encuentra solo en la cima, si tiene los mismos instintos que la multitud que reclama abajo, o se deja arrastrar por debilidad, hundir por ella, evidentemente ¡es aún peor! «Buscad el Reino de Dios y su Justicia», dijo Jesús. Y como el Reino de Dios es una monarquía, puede decirse que idealmente todos los países del mundo deberían estar organizados a imagen del universo cuyo rey es Dios. Pero no pretendo que actualmente la monarquía sea preferible a la república, no, yo me atengo únicamente al plano de los principios. Puesto que el estómago es ciego, no se le debe dar el poder; pero si la cabeza es innoble, tampoco debe dársele a ella. Por consiguiente, compréndanme bien, yo razono sobre los principios. Que el pueblo gobierne, de acuerdo, ¡pero con la condición de que sea iluminado! Si no lo es, no debe gobernar. Del mismo modo, si la cabeza es oscura, ignorante, cruel, no debe gobernar. De hecho, la cabeza causa a menudo los daños más grandes, no el estómago. Ser un verdadero aristócrata no es solamente poseer un nombre, un árbol genealógico, títulos de nobleza, tierras, sino dar prueba de honestidad, de generosidad, de fuerza de carácter. Si el gobierno democrático es considerado ahora como el más deseable para el bien de los pueblos, es porque la aristocracia se ha visto comprometida. Pero desafortunadamente, no es la supresión de reyes, emperadores, zares lo que ha hecho automáticamente más felices a los pueblos. Ya que muchos de los que se han tomado el poder, incluso en los países comunistas, repiten los mismos crímenes de los antiguos señores. Entonces, nuevamente habrá revueltas y serán barridos, porque no están a la altura: olvidaron que tumbaron la monarquía y suprimieron los privilegios para hacer reinar un ideal de fraternidad y de justicia. Mientras no se tiene el poder, es fácil creerse impulsado por un ideal extraordinario, pero ¿después? Hablar de justicia y de bienestar para el pueblo no es suficiente. Todo el mundo es capaz de hablar bien, pero ¿cuántos hay que, una vez instalados en la cabeza del Estado, se preocupan lo suficiente por realizar sus promesas? ¡Hay que ser capaz de tanta paciencia, resistencia y abnegación para gobernar! Puesto que tener el poder es una cosa y gobernar otra muy distinta. En la Roma antigua el pueblo reclamaba pan y juegos circenses, y se cita este detalle tan célebre de la historia romana como si ningún otro pueblo jamás hubiera hecho esta clase de reclamos. En realidad, los humanos hacen todavía los mismos reclamos, pero bajo otra forma. Los han actualizado, «modernizado», es todo, pero son los mismos: comer y divertirse. Actualmente, los «juegos circenses» son los espectáculos y todas las fiestas que se organizan, el cine, y sobre todo la televisión; ¡las distracciones no hacen falta! Se trata siempre de contentar la misma naturaleza inferior que necesita diversiones más o menos groseras, violentas o escabrosas, y para la cual no se deja de encontrar nuevos alimentos. Una vez más se los pregunto, ¿cuántas personas reclaman el Reino de Dios y su Justicia? ¿Cuántas reclaman la luz, la pureza, la verdad, la bondad? Todo gira entorno al dinero, a la comida y a los placeres. Entre los reclamos de los humanos, la libertad es uno de los pocos que es de naturaleza espiritual. Pero tal y como la entienden, termina siempre significando tener más posibilidades de perder su tiempo, divertirse, hacer locuras y por consiguiente perjudicar más a sí mismo y a los demás1. ¿Quién piensa en ser libre para consagrar su tiempo a trabajos sublimes? «¿Cómo? dirán ustedes, ¿ser libres para trabajar?» ¡Pues claro! Y todos aquellos que se imaginan que ser libre significa solamente no depender de nada ni de nadie corren grandes peligros. Como no llenan su alma y su espíritu con la idea de un trabajo divino, hay por doquier espacios vacíos en ellos, y por allí se mete todo lo que es caótico, tenebroso. Desean ser libres, pero en condiciones tales que pronto son invadidos por fuerzas hostiles que desconocen. A todos aquellos que no tienen una meta divina, un ideal sublime, el Diablo les encontrará ocupaciones: locuras, pasiones, aventuras insensatas… Sí, porque ¡son libres! Para ser verdaderamente libre y estar al mismo tiempo al abrigo, hay que estar comprometido, colmado, ocupado por el Cielo. El vacío no existe, por esto es preciso apurarse para no ser libre, ponerse a disposición de las fuerzas celestes que trabajan por el advenimiento del Reino de Dios, y trabajar con ellas. Para muchos, la libertad es un bien tan preciado que están dispuestos a dar su vida por ella. Desafortunadamente, esta libertad a la que tanto se aferran no la han comprendido aún. Rechazan el sometimiento a una potencia extranjera, bueno eso se entiende. Pero supongan que esta potencia sea el Cielo, el mundo divino… ¿no es acaso mejor ser invadido, gobernado, dirigido por un «país» tan iluminado y lleno de amor? Pues sí, es mucho mejor, de lo contrario se sale de una servidumbre para caer en otra. Observen: una nación logra liberarse de la dominación de un vecino, pero inmediatamente después son los ciudadanos de esta nación, finalmente liberados, los que tratan de imponerse unos sobre otros, esclavizarse mutuamente, ¡y se masacran! Es bueno adquirir y proteger su independencia, pero la libertad física no debe jamás anteponerse a la libertad interior, porque es justamente la libertad física la que da las posibilidades de caer en las trampas. ¡Cuántas veces se ha visto esto! Muchos se creen libres porque no están en prisión o no son esclavos en algún lugar; sí, pero interiormente están obligados a servir tiranos. Si fueran capaces de analizarse, constatarían que todas las decisiones que creen haber tomado libremente son en realidad dictaminadas por ciertos deseos, ciertas pasiones que los dominan y a las cuales no pueden resistirse. Es entonces una libertad engañosa. ¡Cuántas luchas han liderado los humanos en el campo social o político! Es una lástima que no hayan hecho los mismos esfuerzos, que no hayan emprendido los mismos combates para ser libres espiritualmente. El grado de libertad de los seres se mide por las elecciones, los deseos que son capaces de expresar. Y si reclaman un alimento malsano para satisfacer sus apetitos groseros, el día en que se enfermen no tendrán más que quejarse ante sí mismos. Inútil acusar a los hombres políticos, a los economistas, a los científicos, a los escritores, a los artistas, etc., ¡ellos solo les dieron lo que buscaban con tanta avidez! Por supuesto, sería en todo caso deseable que todos aquellos que tienen una función importante en la sociedad fueran más conscientes de sus responsabilidades: sentirían que no deben jamás descender para satisfacer en el pueblo los apetitos de la naturaleza inferior; permanecerían en la cima y lo empujarían a subir hasta donde ellos para descubrir nuevos horizontes, más vastos, más luminosos. Pues ese es el papel de una verdadera aristocracia, de una verdadera élite. Y de ese modo, la sociedad evoluciona. Pregúntenle al Señor cómo Él considera las cosas, Él les dirá: «Y ustedes, ¿cómo equipan un barco? Para hacerlo andar son necesarias máquinas, y ¿estas máquinas con sus carburantes son inteligentes? No, ellas propulsan el barco, es todo. Son ciegas, pueden precipitarlo hacia las rocas, hacia un iceberg o hacia otros barcos. –Sí, pero hay un capitán que vigila, que es inteligente, que dirige-. Pues bien, justamente, cuando fabriqué al hombre, yo también le di máquinas que lo propulsan, que arrojan fuego, pero le di también un capitán. Solamente, he ahí que si el capitán se ha dormido en alguna parte, si se ha emborrachado y ha abandonado todo, ¡el barco partirá a la deriva!» Pasa lo mismo en la sociedad: no le es dado al pueblo ver claro para dirigir las operaciones, no puede, es el papel de la élite. Pero sin él, sin su trabajo, todo el país va a morir de hambre, incluso la élite va a morir. Por tanto no hay que subestimarlo. El pueblo está allí para sembrar y cosechar, y sin él llega la hambruna. Pero darle las funciones que son las del capitán, no: su punto de vista es demasiado limitado, es incapaz de elegir inteligentemente y de orientar los acontecimientos en la buena dirección. Excúsenme, pero así es. No le es dado a las células del estómago instruir a las otras y dirigirlas. Cuando el estómago, el vientre, el sexo reclaman, el cerebro no debe obedecerles ni satisfacerlos sistemáticamente sin reflexionar. Por supuesto, desde hace milenios que los hombres tratan de vivir en sociedad, han logrado por tanteo realizar un poco algo que se aproxima a este modelo deseado por el Creador. Hay siempre los que gobiernan y los que son gobernados, pero rara vez están en el lugar que deberían estar. Lo que hace falta es el verdadero respeto por el orden cósmico en el hombre mismo y en la sociedad, y este orden no puede ser realizado en la sociedad si cada individuo no lo realiza en sí mismo. Yo no menosprecio «al pueblo» en mí, lo alimento, lo cuido, lo limpio. Sí, claro, en mí el pueblo está muy bien cuidado, pero hay una «aristocracia» a la cual debe obedecer. No le permito cantar como en 1789: «Ah, así será, así será, a los aristócratas se les colgará». Mi pueblo no canta semejantes cantos contra lo que representa en mí la aristocracia; al contrario, la respeta, la escucha, la obedece, porque ella está a la altura2. Dirán: «¡Pero es peligroso lo que usted nos cuenta! Si ahora predica la aristocracia y condena la democracia, es peligroso». Lo que es peligroso, sobre todo, es que ustedes no sepan interpretar los símbolos que yo les presento. Cuando digo que es deseable restablecer una aristocracia iluminada en vez de conducirse según los criterios y los gustos de una multitud ignorante, no hablo de clases sociales. Sé muy bien que en el pueblo hay verdaderos aristócratas, seres que poseen el ideal y las aspiraciones más elevadas. Me los he encontrado, obreros, campesinos y otros que no tenían ni títulos, ni genealogía gloriosa, ni diplomas, nada, pero por su manera de ser y de expresarse tan digna, generosa, desinteresada, eran aristócratas magníficos. ¿Comienzan a comprenderme? En realidad, no estoy ni por la aristocracia ni por la democracia, sino por este orden que existe en el universo y del cual la estructura de nuestro cuerpo físico es la expresión. No vale la pena ir a buscar teorías complicadas. Si la Inteligencia cósmica no ha colocado el estómago sobre los hombros ni la cabeza en los pies, es porque hay una razón. Por lo tanto, si los humanos siguen actuando como si el estómago estuviera en la cima y la cabeza quién sabe dónde, se constatarán los mismos desórdenes. Sí, ya que existe un orden universal y los asuntos del mundo no se arreglarán mientras este orden no sea instalado. Algunos cambios en los campos económico, financiero o político no bastarán jamás para resolver los problemas; será siempre la misma historia, siempre el mismo lodo. Se verán suceder repúblicas, monarquías, democracias, dictaduras con sus guerras y sus revoluciones… hasta el día en que se comprenda finalmente lo que hay que cambiar. 1 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. IX: «Jerarquía y libertad». 2 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XX: «El sol es el mejor pedagogo: da ejemplo»; Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. XIX: «La mejor pedagogía: el ejemplo»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. III: «El poder del ejemplo». 4 Volver a pensar la economía La economía ocupa hoy día cada vez una mayor importancia en la vida nacional e internacional, y es normal. Dado que la población no deja de crecer, es muy importante asegurar lo mejor posible la producción y la distribución de las riquezas. Pero el error de los humanos reside en no ver que la economía depende de factores situados en un plano mucho más elevado, o en no tener esto en cuenta; se dejan obnubilar por esta masa de productos, como si fueran ellos los que debieran dictaminarles la conducta por seguir. En realidad, todos estos bienes materiales corresponden al lado inerte de la naturaleza: por ellos mismos no pueden ni desplazarse, ni actuar, ni expresarse. Otros factores son los que deciden producirlos o desplazarlos de aquí para allá: voluntades, deseos, pensamientos. Por consiguiente, dependiendo de si esos factores están bien o mal inspirados, los resultados son completamente diferentes. Si la cabeza que debe decidir es ignorante, limitada, egoísta, criminal, al final la economía misma es derrumbada con todas las consecuencias catastróficas que se siguen: hambrunas, huelgas, desempleo, revueltas, guerras… A medida que los humanos han descubierto las inmensas posibilidades de la materia, se han dejado absorber por ella al punto de creer que es el factor determinante. Pues no, ella no es más que una consecuencia: ella misma depende de factores situados más arriba y que actúan sobre ella. ¡Es tan fácil de entender! Tomemos el ejemplo de un país muy rico y bien armado, más rico y mejor armado que sus vecinos: si aquellos que lo gobiernan no son capaces de tomar decisiones sabias, un país vecino y materialmente menos bien equipado puede aniquilarlo porque dispone de un elemento superior a todo lo que el otro posee: la inteligencia. Sí, la inteligencia triunfa a menudo sobre todos los medios materiales. Cada acontecimiento que se produce en el plano material depende de fenómenos que se producen mucho más arriba en el plano psíquico, y más alto incluso en el plano espiritual. Y mientras no se tengan en cuenta factores invisibles que actúan en la materia para influenciarla en el buen o en el mal sentido, no se tendrá más que una visión errónea de las cosas. La realidad es que no hay nada económico, técnico, industrial que pueda funcionar solo. Pero en esto incluso, para ser más claro debo hablarles de nuevo del ser humano y de su estructura. Cuando se quiere representar la anatomía del ser humano, uno se sirve de gráficas que representan los diferentes sistemas de los que está constituido: sistemas óseo, circulatorio, muscular, nervioso. Ninguna de esas gráficas representa la totalidad del organismo, sino solamente un aspecto. Y lo que se desconoce es que más allá del sistema nervioso existen otros sistemas más sutiles que corresponden a las facultades espirituales. Nadie menciona el sistema áurico, por ejemplo, con sus corrientes de luz y de colores, y sin embargo es el que dirige el sistema nervioso, exactamente como el sistema nervioso dirige los sistemas muscular, circulatorio1… Dándole la preponderancia al aspecto económico (las materias primas, los capitales, el mercado, las importaciones, las exportaciones, y así sucesivamente…) los humanos muestran que se han limitado a los sistemas óseo, muscular, circulatorio. No han ido hasta el sistema nervioso y con mayor razón hasta el sistema áurico, lo que explica que dejen de lado ciertas reglas, ciertas leyes, ciertas virtudes que corresponden a esos sistemas. De este modo, los dirigentes que ponen el acento principalmente en la economía están en el proceso de provocar la decadencia de la humanidad. Para ser siempre más fuerte y más rico que el vecino, se deben cometer actos contrarios a los principios más elementales de la justicia. Entonces, mientras que la opulencia aumenta de un lado, del otro lado el respeto por las leyes divinas disminuye, y eso va a producir las peores catástrofes. Pero no se quiere verlo. No se quiere ver que para conseguir todos estos éxitos económicos, uno está obligado a cometer deshonestidades y crímenes sin cesar. Es como en la política o en el espionaje: todo está permitido. Se pretende que se trabaja por su país. Sí, pero… ¿y los otros países?... Cuando se le da la prioridad a los intereses económicos, todas las buenas cualidades son borradas y reemplazadas por el egoísmo, la violencia, el engaño, la falta de escrúpulos. La vida económica debe ser dominada para que obedezca a otras necesidades, a otras potencias que le son superiores. De otro modo, las mejores aspiraciones son burladas para que algunos egoístas puedan enriquecerse… Hay que comenzar a comprender que todas las actividades de los humanos en la sociedad deben reflejar esta jerarquía que la Inteligencia cósmica ha establecido en el hombre: arriba el espíritu y abajo la materia, y la materia puesta al servicio del espíritu. En la realidad, es exactamente lo contrario lo que se produce: todos las facultades, todos los dones más maravillosos que el Cielo les ha dado, los humanos los ponen al servicio de los objetivos más prosaicos. Para satisfacer sus apetitos más inferiores, sacrificarán lo mejor que existe en ellos. Y ni siquiera se dan cuenta de esta situación. No se detendrán nunca un minuto para revisar su vida y preguntarse: «¿Qué busco? ¿Adónde voy?» Continúan corriendo tranquilamente hacia los precipicios. Claro, no puede negarse que el progreso material aporta algo. Cuando se entra ahora a una casa uno se maravilla de todo lo que ve allí: la calefacción, la televisión, el teléfono, la aspiradora, la lavadora, el lavavajillas… Puesto que tienen todo, ¿por qué los humanos se sienten aún tan insatisfechos, sublevados y enfermos?... Pero incluso ante este fracaso evidente siguen buscando en la misma dirección. No quieren comprender que para ser verdaderamente felices, hay que buscar por otro lado, y disminuir un poco la certeza de que la abundancia material les brindará todo lo que necesitan. El egoísmo, la pereza, la debilidad, sí, he ahí lo que ella aporta. Entiéndanme bien: yo no les aconsejo abandonar las facilidades materiales, sino llevarlos a tomar consciencia de los peligros que corremos si no estamos vigilantes. Los humanos no se dan cuenta de que se están convirtiendo progresivamente en prisioneros de un sistema que no busca sino debilitarlos y volverlos esclavos. Poniendo tales posibilidades a su disposición, el progreso de la ciencia y la tecnología los lleva a acostumbrarse poco a poco a esperar todo de afuera y a mostrarse despreocupados, irreflexivos, ligeros: cualquiera sean sus imprudencias, sus torpezas o sus errores, se les proporcionará lo que sea para remediarlos. Pueden ser negligentes con su salud: hay farmacias, médicos, cirujanos, dentistas, etc. Pueden malgastar el agua, el papel, la comida, dañar los aparatos, romper los objetos, manchar y romper la ropa: los almacenes están llenos para reparar esto o reemplazar aquello. Pueden botar un cigarrillo encendido en el bosque: si provoca un incendio, no importa, los bomberos vendrán a extinguirlo. Pueden salir imprudentemente al mar o a la montaña: si están en peligro, se enviará socorro por barco o helicóptero para rescatarlos. Y finalmente existen los seguros: contra robo, incendio, accidentes, etc.… De esta forma, la atención, la vigilancia, el discernimiento se embotan cada vez más. ¿Para qué desarrollarlos cuando la sociedad ofrece tantos medios para minimizar las consecuencias de las tonterías que se hacen? Todos están allí, los investigadores, los técnicos, para ayudar a los humanos. En realidad no los ayudan. Ayudan ciertamente a los fabricantes, a los industriales que se alegran de tener nuevos productos para la venta; pero a los humanos los debilitan, los vuelven cada vez más dependientes. Sé muy bien que este punto de vista no es el de los economistas. Ellos nunca han considerado el problema de esta manera, y tienen incluso una filosofía completamente opuesta: hay que producir cada vez más, y para que esta producción se agote es preciso que las personas consuman lo más posible. En consecuencia, no solamente se les empuja al consumo, sino también al desperdicio, y ahora que tienen lo necesario, hay que persuadirlas de que requieren lo superfluo. Por ello, se intenta crear en ellas nuevas necesidades sin cesar, presentándoles productos que nunca se hubieran imaginado. ¡Y hay que ver qué productos! No aquellos que podrían alimentar su alma y su espíritu2, sino aquellos que por el contrario despiertan sus instintos más groseros. Sí, pues ¿cómo se razona al momento de lanzar un nuevo producto? Que se trate de un alimento, un medicamento, un aparato, un libro, un espectáculo, etc., lo primero que se pregunta es cuánto dinero producirá. Si le hará bien a la gente, es secundario. Entonces por supuesto, de esta manera los negocios de ciertas personas y de algunos países van a prosperar, pero para el conjunto de la humanidad, para su equilibrio, su salud, su felicidad, esta concepción de la economía es la ruina y la catástrofe. Para limitar sus efectos nocivos, el progreso material debe acompañarse de un progreso al menos igual en el campo psíquico, moral. Más aún cuando pueden producirse acontecimientos que privarán momentáneamente a la humanidad de todas estas comodidades a las cuales está acostumbrada. Y entonces, ¡qué pánico, qué confusión! Basta con observar lo que ocurre con el petróleo: se extraía, se extraía, se desperdiciaba la energía sin contar porque se creía que el petróleo estaría allí siempre, fácilmente a disposición y a buen precio. Y ahora, observen ¡cuántos problemas han surgido por causa del petróleo! Se convirtió en una arma terrible en las manos de aquellos que lo poseen, y es por el petróleo ahora que la paz del mundo se va a ver amenazada constantemente. Es magnífica la economía, pero con la condición de que no sea ella la que regule la vida de los humanos. De lo contrario, miren lo que va a ocurrir: no solo los humanos van a periclitar psíquica y físicamente, sino que también la economía se derrumbará. Para practicar la verdadera economía, hay que ser consciente, estar atento, ser previsivo, de lo contrario de cualquier forma se corre hacia la ruina. De la naturaleza tomamos todo lo que necesitamos para nuestra existencia, e incluso si somos nosotros los que fabricamos los objetos, los productos, debemos de una u otra forma utilizar para ello materiales que se encuentran en la naturaleza. Pero la naturaleza no está ahí para satisfacer los caprichos y las debilidades de los humanos. Si siguen explotándola sin escatimar, polucionándola, saqueándola, se destruirán ellos primero, y la naturaleza, una vez que se haya deshecho de los humanos, tomará las riendas de nuevo. La naturaleza tiene recursos, no se deja vencer tan fácilmente. Si el hombre no hace lo que es necesario para vivir y trabajar en armonía con ella, se defenderá. Incluso un niño puede comprender esto. ¿Por qué entonces los grandes especialistas no lo entienden? Porque no tienen en la cabeza sino explotación y ganancia. Cuando una sociedad pone en primer plano sus intereses económicos, incluso si comienza por tener éxito, siempre viene el momento en el que encontrará dificultades que no tuvo la sabiduría de prever. Un ejemplo: para un país que fabrica armas, nada es más ventajoso obviamente que exportarlas. Así, llega a venderse todo un material cada vez más mortífero a pueblos que por sus continuas luchas corren el riesgo de comprometer la paz y la seguridad de todo el planeta. Algunos de esos pueblos apenas saben leer y escribir, pero eso no importa, se les libra las armas más perfeccionadas y se les envían expertos para mostrarles cómo servirse de ellas. Por un lado se gana mucho dinero, es verdad, pero por el otro se pagarán muy caro estos beneficios, ya que a renglón seguido, ¡cuántos gastos, cuántas dificultades para poner fin a esos conflictos que estallan en todos los rincones del mundo! Finalmente, uno se encuentra ante problemas inextricables porque no se ha reflexionado, no se ha sido previsivo, no se ha considerado sino las ventajas materiales. La economía es también la ciencia de la previsión. Sí, ser un buen economista no es contentarse con soluciones que son quizá buenas por el momento, ¿pero después?... Y el día en que uno se percata que entró en una vía que se hace peligrosa, es muy difícil echar para atrás. ¡Tenemos tantos ejemplos de ello! Ustedes dirán: «¿Pero cómo hacer? La mayoría de nosotros no tiene los medios para intervenir en los asuntos del país». No digo que deban intervenir directamente, sino comprender que la economía no es únicamente un asunto de los economistas, es también nuestro asunto. En tanto ser humano, en tanto célula de un organismo vivo, podemos actuar pero para ello debemos desarrollar nuestra consciencia, nuestro sentido de la responsabilidad. Si esta toma de consciencia no se hace, lo repito, la economía en vez de traer prosperidad, acarreará la ruina de numerosos países. Para comprender la economía, hay que escuchar también las lecciones de la naturaleza. Dirán: «Pero la naturaleza no nos da ninguna lección de economía. Toda esta vegetación, todos estos animales, todos esos humanos que no cesan de nacer y de morir desde hace miles de millones de años, ¡qué desperdicio! ¿De qué sirvieron todas esas vidas?» De nada, claro, en el sentido de ganancia inmediata que ustedes le dan a la palabra «servir». Pero todas esas vidas son útiles en la economía cósmica, ellas pertenecieron al ciclo de la vida. No olviden que para la naturaleza la muerte hace parte de la vida y todo lo que muere entra en la creación de otras existencias. La naturaleza no ha estado jamás sobrecargada con los miles y miles de millones de cadáveres de seres humanos, animales y plantas: ellos regresan a la tierra para dar a luz a otros seres vivos. ¡Mientras que observen las dificultades que encuentran los humanos solamente para deshacerse de sus residuos! Ustedes dirán: «Pero cada vez estudian más los medios de reciclarlos». Lo sé, pero han fabricado tantos productos que una vez utilizados no se descomponen naturalmente, o que polucionan la tierra, el aire, el agua, etc. ¡Y todos esos residuos de materiales radioactivos o de sustancias extremadamente tóxicas que no se sabe qué hacer con ellos! Se ven obligados a depositarlos en galerías subterráneas y hacen correr terribles peligros a la humanidad. Dirán: «Pero los materiales plásticos, las pilas eléctricas, la gasolina, la energía nuclear, etc., representan un gran progreso». Claro, no digo lo contrario. Pero al mismo tiempo que se realizaban estos progresos, era preciso reflexionar también acerca de los inconvenientes que iban a provocar. Sin embargo, no se hizo: ¡había que apresurarse a vender! Los humanos pusieron el progreso tecnológico al servicio de su avidez, a riesgo de destruir las bases mismas de su existencia en la tierra. Es por esto que el progreso tecnológico no es verdaderamente progreso. ¿Acaso el verdadero progreso consiste en enviar cohetes a otros planetas? ¿Y para hacer qué finalmente? ¿Para explotar los recursos que allí se encuentran e introducir en ellos el mismo desastre que en la tierra? ¿Para pelearse en el espacio? ¿Para ir a sembrar el desorden en todo el universo? Obvio, no hay nada de malo en sí mismo en querer explorar el cosmos, pero no antes de haber encontrado primero la buena actitud. Los humanos no respetan nada, se creen los dueños del universo, están listos a trastocarlo todo para satisfacer su curiosidad o su codicia, pero un día deberán pagar muy caro este irrespeto y esta violencia. En realidad, la verdadera economía no se encuentra allí donde se le busca. Les diré incluso que la verdadera economía consiste primero en no malgastar las fuerzas, las cualidades, las energías que el Cielo nos ha dado3. Comienza por lo tanto con la sabiduría, la mesura, la atención4. Un ser que desperdicia y que dispersa todas sus energías psíquicas por cuenta de sus pasiones, de sus deseos, de sus pensamientos y sentimientos desordenados, ¿qué comprensión puede tener de la economía? Se me dirá que no se ve la relación. Porque se es ciego simplemente; no se ve que esos dos aspectos no están separados. He ahí porqué aquellos que están a la cabeza de un país y que se pronuncian sobre las cuestiones económicas deberían primero aprender ciertas verdades que no están en los libros de economía: cómo el hombre fue concebido en los talleres cósmicos, cómo está unido a todo el universo, cómo este universo está jerarquizado, y cómo todas las empresas humanas deben estar sometidas a la autoridad del espíritu, porque la materia debe obedecer al espíritu, sea en nosotros o fuera de nosotros. La economía es una de las cuestiones más importantes que hay, estoy de acuerdo. Solo que no es abajo donde hay que estudiar el problema para resolverlo, sino arriba, para que la tierra en su organización se convierta en el reflejo de este orden que reina en lo alto. Por consiguiente, le corresponde a cada quien ser consciente y comprender cómo debe arreglar esta cuestión de la economía, para él mismo primero, en su propia existencia material, psíquica y espiritual. No es tan fácil poner orden en la sociedad y algunos individuos, a pesar de su buena voluntad, no pueden cambiar las tendencias perniciosas de la economía mundial. Pero si hay cada vez más personas capaces de reflexionar acerca de su vida y de sus actividades para ponerlas en armonía con el orden cósmico, llegarán un día a hacer prevalecer su punto de vista. 1 Cf. Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219. 2 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VI: «Los alimentos del alma y del espíritu». 3 Cf. El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor No. 221, cap. VII: «La utilización de las energías». 4 Cf. La verdadera enseñanza del Cristo, Col. Izvor No. 215, cap. IX: «Velad y orad». 5 La distribución de las riquezas Comunismo y capitalismo Se me ha preguntado a menudo sobre el problema de la distribución de las riquezas: ¿por qué esta desigualdad? Es una cuestión que preocupa a mucha gente, pues ven allí una de las más grandes injusticias. Desde la Revolución de 1789, la República francesa tiene como divisa: «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Pero en realidad la igualdad no existe en el universo, por doquier la desigualdad reina. No hay igualdad en la tierra, en ningún plano. Ustedes dirán: «¡Pero hemos hecho de la igualdad una ley!». Sí, pero la ley no es más que un principio abstracto, un texto colgado en un muro, no es una realidad concreta. En la realidad la igualdad no existe en ninguna parte: la naturaleza ha querido la diversidad, y esta diversidad engendra la desigualdad. Si algunos parecen más aventajados que otros, es porque los humanos tienen capacidades diferentes. ¿Es normal? Completamente normal. Sin importar cuan lejos se remonte en la historia de los hombres, se han podido hacer estas constataciones. Quien era más hábil o más vigoroso era por ejemplo mejor cazador, traía más caza y acumulaba de esta forma más provisiones que los demás. A la naturaleza no le gusta la igualdad, la uniformidad, la nivelación. En la naturaleza reina entonces la desigualdad: la miseria en unos, la abundancia en otros. ¿Por qué se imaginan las personas que deben ser iguales? Sería el estancamiento, no habría más movimiento, más evolución, porque no habría más competencia. Sea por la riqueza, por el poder, por el saber, no se pueden impedir las competiciones. Y es inútil tratar de oponerse a ello, jamás se logrará, jamás, ¡pues es la naturaleza la que sostiene la desigualdad! Posean lo que posean las personas, es normal, es justo. Si algunos se escandalizan y se rebelan tanto, es porque han rechazado la creencia en la reencarnación que explica y justifica cada estado, cada situación1. ¿Por qué algunos son afortunados en esta encarnación? Porque en sus encarnaciones precedentes trabajaron de una u otra forma para serlo. Está dicho en la Ciencia iniciática que el hombre siempre termina por obtener lo que busca. Ello toma más o menos tiempo, pero si persevera en sus esfuerzos, lo obtiene. Es una ley cósmica. Si algunos son ricos, es porque han desarrollado cualidades determinadas y han trabajado para obtener estas riquezas. Ustedes dirán: «Sí, pero emplearon la astucia, la violencia, la deshonestidad, las mentiras». Es posible, pero incluso utilizando estos métodos, la ley cósmica permite que las obtengan, porque las deseaban e hicieron todo para obtenerlas. Ahora, por supuesto, la cuestión es saber si serán mucho más felices con todas estas posesiones, o incluso si las conservarán mucho tiempo. Puesto que ningún acto queda sin consecuencias, y ya sea en esta vida o en la próxima, quien ha actuado mal termina por ser castigado de una u otra forma2. Así, muchos desafortunados, desheredados, mendigos que uno encuentra en las calles, son personas que en una existencia anterior se enriquecieron causando la pérdida de otros, o que utilizaron el poder que les daba el dinero para hacer el mal. Por supuesto, no es este siempre el caso, así como no todos los ricos se enriquecieron por medio del engaño y la deshonestidad; algunos lo lograron por su trabajo denodado, o por herencia, o por suerte, o gracias a un descubrimiento. No puedo detenerme en cada caso particular, hablo en general. Algunos filósofos o moralistas quisieran corregir en los humanos el deseo de poseer siempre más. Esto también es imposible, jamás lo lograrán, pues la naturaleza misma ha puesto en el hombre ese sentimiento de insatisfacción que lo empuja a querer siempre algo más o diferente, sea en el plano físico, en el plano afectivo o en el plano intelectual. En cualquier campo, todos somos impulsados a enriquecernos de una u otra manera. Querer adquirir siempre más es completamente normal. Lo que no es normal, es querer conservar todo para sí. Para aclarar esta cuestión es preciso estudiar la lección del organismo. El estómago tiene hambre, reclama alimento; y cuando lo recibe, lo transforma en energías tomando lo que le es necesario; y el resto lo envía a otros órganos y partes del cuerpo, no guarda todo para sí. Así es, está claro, lo que el estómago recibe no lo utiliza solamente para él mismo, lo transforma, lo elabora y lo distribuye a los demás. Luego de algunas horas, cuando siente que algo le hace falta, pide alimento nuevamente, y todo vuelve a comenzar. Gracias a esta distribución, a este desinterés, el hombre está en buena salud y trabaja, habla, camina, canta… Supongamos ahora que el estómago diga: «¡En adelante guardaré todo para mí! ¿Qué representan todos esos idiotas para que yo continúe dándoles algo? ¿Y si hubiera una hambruna? No se sabe nunca lo que depara el futuro. Tengo toda una muchachada que alimentar, es necesario que me aprovisione…» Comenzaría entonces a acumular para él en detrimento de los demás órganos a los que privaría de su sustento; y él mismo terminaría por morir de indigestión. Se puede hacer el mismo razonamiento con los pulmones, el corazón, el cerebro… Pero los humanos no estudian la lección de entreayuda y fraternidad que les da su organismo tan sabiamente concebido por la Inteligencia cósmica. Por esto la sociedad es un organismo enfermo, y doblemente enfermo, pues mientras que unos acumulan hasta la saturación, otros están cada vez más despojados; exactamente a la imagen de lo que pasa en el campo de la alimentación, donde mientras unos se atiborran de comida, otros mueren de hambre3. Por ello una reflexión sobre la distribución de las riquezas debe comenzar por una reflexión sobre la distribución del alimento. Acumulando más de lo necesario, se toma lo que estaba destinado a otros, y si muchos hacen lo mismo, algunos poseyendo demasiado y otros no lo suficiente, resulta un desequilibrio en el mundo. La mayor parte de los conflictos tienen por origen la codicia, la avidez, la falta de medida de aquellos que acumulan riquezas: alimento, pero también terrenos, objetos de los cuales otros son privados. Es tiempo de que la consciencia colectiva se despierte para comprender y prever las consecuencias lejanas, las perturbaciones que estas tendencias pueden provocar. Esta necesidad de tomar, de absorber más de lo que realmente se necesita, lleva a los seres a esclavizar a otros e incluso a suprimirlos a la menor resistencia u oposición. Aunque minúsculo, allí está el punto de partida de grandes catástrofes. Muy temprano entonces hay que controlar este instinto, esforzándose por regular primero la cuestión del alimento: no acumular, dar lo que se tenga de más y comer con moderación. Cuando uno no sabe detenerse, cuando uno se deja llevar por la glotonería, la voracidad, alimenta en sí mismo deseos que no son naturales y se vuelve como esos ricachones que necesitan acapararlo todo de forma enfermiza. Viven en la opulencia, pero sus ambiciones y su codicia son tan grandes que buscan engullir al mundo entero. Pues sí, cuando coman hay que aprender a moderarse, porque este es un asunto que va mucho más lejos de la mera cuestión de la nutrición. Para que una sociedad se desarrolle armoniosamente, cada ciudadano debe encontrar un equilibrio entre tomar y dar. Por ello, cuando oigo hablar de escoger entre sociedad comunista o sociedad capitalista, pienso que hay una mala comprensión. No hay que separar el comunismo del capitalismo e inversamente. ¿Por qué? Porque el uno no puede realmente existir sin el otro, son manifestaciones complementarias. Pero es preciso que les explique el sentido que le doy a estas dos palabras. Aquí también, la Inteligencia de la naturaleza nos instruye. ¿Qué es un niño? Un capitalista; grita, reclama, se impone: quiere acapararlo todo y quedarse con todo solo para él… Pero años después, cuando decide formar un hogar, tener hijos, se ve obligado a volverse comunista, es decir, a aprender a pensar en los demás, a ser capaz de dar. Los humanos nacen todos capitalistas, el comunismo viene más tarde. Cuando un muchacho encuentra una chica para formar un hogar, he ahí ya una comuna. Pues sí, ¡es allí que esto comienza! Por consiguiente, es la naturaleza misma la que lleva a todo ser humano a manifestarse como capitalista y comunista, pero en épocas diferentes, claro. Es capitalista primero, pues debe volverse rico. Quien es pobre, ¿qué podrá compartir? Nada. Ni siquiera podrá satisfacer sus necesidades, y menos aún aquellas de su mujer y de sus hijos. Para poder ayudar a los otros hay que ser rico. Pero el capitalismo debe ser solamente un medio. El error de los capitalistas es haber hecho de éste una meta. No han comprendido nada. Y los comunistas tampoco, por cierto. ¿Creen ustedes que los comunistas son verdaderamente comunistas? Eso, ¡solo Dios lo sabe! Si critican tanto a los capitalistas, si los combaten, a menudo es porque los envidian. Quien se siente pobre, privado, desheredado, predica el comunismo. Pero si llega a enriquecerse, ¡ténganse!, hasta allí llegó, no más comunismo, ya nada de compartir con los demás. Pero yo creo en el comunismo, ¿Por qué? Porque Jesús era comunista, pero comunista blanco, no comunista rojo. Observen lo que le dice al joven rico: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que poseas, da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo». En realidad ni el comunismo ni el capitalismo pueden aportar verdaderas soluciones. Y además, se ve: tanto un régimen como el otro no cesan de producir víctimas. La solución está en que se acerquen y se comprendan para participar juntos en el bienestar de la humanidad. Puesto que estas dos corrientes del capitalismo y del comunismo trabajan simultáneamente en el universo, puesto que el equilibrio cósmico reposa sobre estas dos corrientes: tomar y dar, amasar y distribuir, ¿por qué los humanos hacen de ellos un factor de divisiones? Para desarrollarse, cada quien debe convertirse en un verdadero capitalista y al mismo tiempo en un verdadero comunista. ¡Cuántos se volvieron comunistas porque se les obligó a ello? Les arrebataron sus tierras, sus casas… No fueron ellos los que propusieron darlas. Entonces, ¡menudo comunismo cuando se obliga a la gente a dar aquello que le pertenece! ¿Despojar, oprimir, aplastar a los demás, es eso el comunismo? No, el comunismo, como yo lo comprendo, es enseñar a los demás a distribuir, a dar, conservando su capital; pues sin capital, ¿qué puede hacerse? Si ustedes no tienen ni un centavo, incluso con las mejores ideas del mundo, no podrán realizar nada en la materia. Mientras que con un capital, montan una empresa, ganan enormemente y luego pueden distribuir los beneficios: ¡se convierten en comunistas! Pero para llegar a ser comunista, hay que ser primero capitalista. He ahí lo que es preciso comprender. Todos los poseedores de capitales que no han comprendido la razón de ser del capital son muy malos capitalistas y los comunistas tienen razón en atacarlos. Pero no tienen razón en atacar a los verdaderos capitalistas, porque solo los verdaderos capitalistas son los verdaderos comunistas. Ustedes dirán: «¡Dios mío! ¡Qué enredo, ya no comprendo nada!» Sí, y será enredado mientras no hayan aprendido a descifrar las verdades que la Inteligencia cósmica ha inscrito en su gran Libro. En las escuelas humanas donde ustedes fueron a instruirse, se les inculcaron ideas muy limitadas. Mientras que yo fui a la escuela de la Inteligencia cósmica, donde se me presentó esto: si usted no es capitalista, no puede volverse comunista. Por consiguiente, hay que ampliar su comprensión, volverse un capitalista y servirse de todas sus riquezas para hacer el bien. ¡He ahí el comunismo ideal! Quien se declara comunista cuando no posee nada, no puede hacer ningún bien. Y si toma aquello que no le pertenece, es un ladrón. Combatir a los ricos para tomar lo que poseen y vivir como ellos, no es así como debe comprenderse la palabra «revolución». Es cuando se es rico que se debe combatir a los ricos distribuyendo a los pobres. Pero combatir a los ricos cuando se está en la miseria, ¡es demasiado fácil! Y la prueba de que los comunistas no habían comprendido nada de lo que debe ser el verdadero comunismo, es que terminaron oprimiendo al pueblo en forma aún más cruel que sus predecesores. Entonces, ¿cómo se van a justificar los comunistas ante la historia?... ¡Pues todo está registrado! Y la historia juzgará. Ella los juzgará a todos, a los capitalistas y a los comunistas, todos entrarán en el mismo saco. Ella no justificará sino a aquellos que trabajaron para hacer beneficiar a otros de sus riquezas y realizar así grandes cosas por la felicidad de la humanidad. Por cierto, esta verdad debe ser comprendida y aplicada en todos los campos. En todos los campos se encuentran las mismas tendencias eternas a volverse capitalista, es decir, a apropiarse, a poseer para dominar. Solo que ello toma formas diferentes: para unos el dinero, para otros el poder, para otros el conocimiento… El conocimiento pertenece ciertamente a un ámbito superior, pero conocer no es en el fondo más que una expresión de la misma tendencia: enriquecerse para imponerse. Sí, ¡cuántas personas instruidas se comportan exactamente como capitalistas! Son lejanas, despectivas. ¿Es así como hay que comportarse? Todos aquellos que son ricos, sea cual sea el ámbito, no deben comportarse como pontífices orgullosos, sino descender un poco al nivel de los demás, ser fraternales, distribuir sus riquezas: entonces ahí, serán comunistas, de los verdaderos4. El saber, el poder, deben buscarse como medios para ayudar a la humanidad, y no para arreglar sus propios asuntos. Observen las personas que hablan por televisión: sean comunistas o capitalistas, la mayoría tiene una actitud «capitalista»; se sienten bien armadas en el ámbito de los conocimientos, de los argumentos, y ahí son agresivas, arrogantes, despectivas, sin amor, sin benevolencia. Pues sí, todas las actitudes pueden clasificarse. Ustedes dirán: «Pero cómo puede usted clasificar estas actitudes en las categorías «capitalista» y «comunista»?» Oh, es porque actualmente se emplean sin cesar estas dos desafortunadas palabras. Puedo buscar otras, pero mientras tanto utilizo éstas que son muy cómodas. Deben adquirir conocimientos, obtener títulos y diplomas, sí, pero no solamente para ustedes, para satisfacer su naturaleza inferior. Todos los talentos que desarrollen para llegar a ser un erudito, un artista, un político, un financista, no deben servir sino para hacer el bien. Entonces, eso se vuelve divino, porque los dos se reúnen: ustedes son al mismo tiempo capitalistas y comunistas. He reflexionado mucho sobre esta cuestión desde hace años, y para mí ahora está claro: el capitalismo y el comunismo son necesarios los dos, indispensables, la misma naturaleza ha ratificado estas dos tendencias. El niño que toma, que acumula, es un capitalista, y el viejo que distribuye todo antes de morir es un verdadero comunista: no guarda nada para sí. Entre los dos se encuentra toda clase de personas que no pertenecen verdaderamente a ninguna de las dos categorías: hay capitalistas que no lo son y comunistas que tampoco lo son… El ideal es ser a la vez el uno y el otro: capitalista para enriquecerse y comunista para distribuir. Si ustedes son solamente comunistas o solamente capitalistas, están perdidos de todas las formas. El que quiere poseer alguna cosa tiene razón. Sí, la naturaleza le ha otorgado este derecho. Miren el árbol: es capitalista, conserva sus raíces, su tronco, sus ramas, pero es comunista cuando distribuye sus frutos. Es así como la naturaleza ha concebido las cosas. Un Iniciado que ha comprendido la lección de la naturaleza hace exactamente lo mismo que el árbol: conserva sus raíces, su tronco, sus ramas pero distribuye sus frutos, es decir, sus pensamientos, sus sentimientos, sus palabras, su luz, su fuerza e ¡incluso su dinero si lo tiene! Solo el Iniciado es un verdadero capitalista y un verdadero comunista. Los demás no son más que niños que se pelean y nunca llegarán a resolver los problemas. Por tanto, lo ven, el verdadero capitalista es el Iniciado; él se enriquece, se enriquece… y también es el verdadero comunista, pues día y noche distribuye sus riquezas. La solución de los problemas del capitalismo y del comunismo reside en que los capitalistas y los comunistas se decidan a ampliar sus concepciones, considerando las cosas desde muy alto. Que comprendan que no son tanto la riqueza y los éxitos materiales los que deben buscar. Puesto que para tener éxito en el plano físico se tiene siempre más o menos que eliminar al vecino, o incluso cometer algunas deshonestidades. La tierra es pequeña, el espacio es limitado, entonces es siempre un poco a costa de los demás que uno se gana un lugar. Pero si ese deseo de adquisición tiene por objeto los valores celestes que son tan vastos, inmensos, infinitos, lo que sea que ustedes tomen no disminuirá en nada esta inmensidad, este océano inagotable, no perjudicarán los intereses de nadie5. Reflexionen: ¿qué tanto se puede realizar en la tierra? No se encuentran allí más que obstáculos y limitaciones. Mientras que si ustedes suben al éter, incluso si se desplazan a la velocidad de la luz, nada los detendrá. Es entonces allá arriba, a esta altura, que deben estar los capitalistas en ustedes, los que habitan su alma y su espíritu, y ellos no encontrarán ningún obstáculo en sus empresas… Mientras que los demás, los pobres, los capitalistas de la tierra, aunque hagan todo por extenderse por el mundo entero, están limitados. ¿Qué quieren? En la materia es así. La Inteligencia cósmica ha construido al ser humano de forma tal que no puede alcanzar su pleno desarrollo sino manteniendo el vínculo con un mundo superior de donde recibe la luz y la fuerza. Sí, y la vida eterna es recibir del Cielo, luego distribuir lo que se ha recibido, y que todo retorne enseguida al Cielo para ser allí purificado nuevamente. He ahí aún una aplicación del simbolismo de la letra Aleph : tomar, recibir para poder distribuir. Es verdaderamente la ley del intercambio, y ella posee múltiples aplicaciones. ¡Cuántas personas, por ejemplo, se niegan a vincularse con otros so pretexto de que ellos son inferiores! No saben, estos ignorantes, que transgreden de esta forma la ley del intercambio y que en consecuencia el mundo divino se negará también a hacer intercambios con ellos. Le corresponde a cada quien descubrir cómo debe establecer verdaderos contactos entre él y los demás. ¡Que el erudito dé sus conocimientos, que el sabio dé su luz y que aquellos que los reciben se alegren de haber sido aclarados! ¡Que el fuerte sea feliz de apoyar al débil, y el rico de ayudar al pobre y que el débil y el pobre sean agradecidos de sentirse socorridos! Son estos intercambios sinceros, fraternales, los que producen la verdadera felicidad. Todos aquellos que, en cualquier ámbito, se nieguen a hacer circular sus riquezas, no son más que pantanos, aguas estancadas: no descubrirán jamás el sentido de la vida, pues ignoran esta poderosa ley del intercambio. Y cuando ustedes se sienten maravillados, felices, plenos, ¿piensan en distribuir esta dicha a todos aquellos que sufren y se sienten desolados6? No se guarden todo para sí mismos. Hay que saber dar a los demás un poco de esta abundancia, de esta dicha desbordante, y decir: «¡Queridos hermanos y hermanas del mundo entero, lo que poseo es tan magnífico que voy a compartirlo con ustedes. Tomen de esta dicha, tomen de esta luz!» Si tienen la consciencia lo suficientemente desarrollada como para hacer esto, serán inscritos en los registros del Cielo como verdaderos hijos e hijas de Dios. Lo que habrán así distribuido se abonará a su cuenta en los bancos celestes, donde podrán retirar más tarde cuando lo necesiten; y al mismo tiempo su dicha permanecerá en ustedes, intacta, nadie podrá tomarla puesto que la habrán puesto en un lugar seguro. Por cierto, si supieran observarse, se darían cuenta de que cada vez que guardan una dicha sin querer compartirla con otros, se produce algo que hace que la pierdan. Es como si seres del mundo invisible los acecharan y debieran castigarlos por su egoísmo. Incluso cuando son los más felices, pasa algún imprevisto que viene a destruir su dicha porque no pensaron en compartirla. Entonces, he aquí un método más. Cada vez que les pase algo bueno, diríjanse al Señor, a la Madre divina, diciéndoles: «¡Yo no sé cómo dar esta dicha, soy tan ignorante! Entonces, ella es Tuya, Señor, Tuya, Madre divina; se las confío para que ustedes la distribuyan a los demás». Y el Señor y la Madre divina distribuyen su dicha, mientras que una parte es depositada en las reservas del Cielo. Acepten esta verdad y aprovéchenla para su bien y el del mundo entero. 1 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VIII: «La reencarnación». 2 Op. cit., cap. I: «La ley de las causas y las consecuencias». 3 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. VI: «La moral y la nutrición». 4 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la maleza y el trigo». 5 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. IV: «Amasad tesoros…». 6 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XVI: «Den sin esperar nada»; En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVI: «La verdad del sol: dar». 6 En el origen del oro, la luz El dinero no es la causa de todos los crímenes, como a menudo se cree. El dinero no es más que un medio, un instrumento. Son los humanos quienes tratan de satisfacer su codicia a través de él. Retiren el dinero y pongan cualquier moneda de intercambio en su lugar: mientras ellos no hayan aprendido a dominar su naturaleza inferior, se encontrarán frente a los mismos problemas. Por consiguiente, no es el dinero el culpable, es el hombre que no tiene claridad y que no sabe cómo considerarlo, cómo servirse de él, por cuál razón y con qué objetivo. El dinero no es ni bueno ni malo, es neutro. Si posee tal poder, es porque le ha sido dado. Si un día se decidiera quitarle todo valor para dárselo a cualquier otra cosa, comenzaría la misma historia: ¡las mismas seducciones, las mismas tragedias, las mismas caídas! Mientras sea al dinero al que los humanos le han dado valor y que este valor permita la satisfacción de cantidad de apetitos, todos se concentran en este medio para obtener aquello que necesitan o desean, es normal, es natural. Pero se pueden encontrar otras monedas de intercambio. Quizás en el futuro se podrá suprimir el dinero y reemplazarlo por el amor… Sí, pues el amor es una moneda superior al oro. Pero es muy pronto aún para que la humanidad llegue a estas concepciones, y puesto que el dinero estará aquí aún durante algún tiempo, es preciso aprender a pensar correctamente a este respecto para evitar caer en trampas. No hay nada de malo en tener dinero. Si ustedes quieren ayudar a alguien que está en la miseria, ¿cómo lo harán si no tienen dinero? Tienen amor en su corazón, muy bien, ¡pero si no tienen sino su amor!... Pero, ¡heme aquí hablándoles como si tuviera que persuadirlos! ¡Vaya, vaya! Al respecto, sé que no debo preocuparme por ustedes: todos están de acuerdo en que es necesario tener dinero. Sí, pero la cuestión está en saber cómo comportarse con él. Si lo ponen en su cabeza como ideal para alcanzar, les dará malos consejos y estarán perdidos. Entonces, pónganlo en un bolsillo, en un cajón, en una caja fuerte, donde quieran, menos en su cabeza. Pues una vez en su cabeza, el dinero se convierte en su amo, y ustedes en su esclavo; los lleva a querer ser los primeros en todas partes para comprar todo, dirigir todo, dominarlo todo, y serán forzados a transgredir las leyes de la moral divina, e incluso aquellas de la moral humana: obnubilados por él no ven más las buenas cualidades de los demás y se vuelven groseros, crueles, implacables. Pero si saben cómo considerarlo, se convierten en su amo, él les obedece, y ustedes hacen mucho bien. Apenas posee cierto dinero, quien no es dueño de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus deseos, comienza a usarlo y a abusar de él hasta desplomarse. La culpa no es del dinero, el dinero da al hombre únicamente la posibilidad de satisfacer sus deseos buenos o malos; no es el dinero el que hace que estos deseos sean buenos o malos. Por cierto, tomen cualquier otra cosa: el petróleo, el gas, la electricidad, etc., es igual, ustedes pueden disponer de ellos para iluminar y calentar, o para destruirlo todo. Y si hacen un mal uso de éstos, no son ellos los culpables, sino ustedes que no tienen buenas intenciones en su cabeza y en su corazón. La conclusión que debe extraerse es que cada uno debe transformarse a sí mismo primero para poder servirse del dinero y de todo el resto únicamente para su elevación y el bien de la humanidad. Entonces, incluso si se le da miles de millones no sucumbirá: se consagrará solamente a las obras sublimes a las que aspiran su espíritu y su alma para la realización del Reino de Dios. Dejen al dinero desempeñar tranquilamente el papel que le corresponde, y ustedes, trabajen simplemente en ser mejores. ¿Cuántas veces he escuchado a personas quejándose: «¡Ah, es el dinero el que crea todas las injusticias!» ¡Hablan de esa forma mientras no lo poseen! En cuanto lo tienen, es diferente. Por tanto, en primer lugar, son estúpidas al no ver la verdadera causa de las injusticias, y en segundo término, son deshonestas. ¡Dos grandes defectos! Es muy fácil acusar al dinero. Hay que decir solamente: «¡Ah, el dinero es útil, necesario, siempre que yo no me convierta en su esclavo!» Pues quien se apega demasiado al dinero va a sacrificar lo más precioso que posee: la facultad de disfrutar de las dichas y los placeres que este dinero podría procurarle; no siente nada más. He ahí el peligro: ha obtenido todo lo que quería, pero es desdichado, porque ha aniquilado en él este elemento misterioso que da a todo lo que degusta los sabores más exquisitos. Claro, es terrible estar en la indigencia. Pero si debiera dárseles a escoger entre las dos situaciones: poseer todo habiendo perdido la capacidad de apreciar las cosas, o al contrario no tener nada y conservar el gusto, la segunda sería preferible. Pues mientras posean el gusto, ¡la menor cosa que entra en su boca los hará gritar de dicha! Sí, poder conservar el gusto es esencial1. Y este gusto por las cosas solo la luz puede dárselos. Cuando ustedes encuentran la luz, hagan lo que hagan: comer, trabajar, pasearse, sienten que todo toma un sabor delicioso. Todo está en la luz. Y si hay un campo que profundizar es la luz: lo que es, cómo trabaja y cómo, nosotros también, podemos trabajar con ella. Puesto que he aquí lo que nos revela la Ciencia iniciática: el oro no es nada distinto a la condensación de la luz solar. Sí, el oro es la luz del sol condensada en las entrañas de la tierra desde hace miles de millones de años. Y si los humanos se sienten tan atraídos por el oro, es porque tienen interiormente la intuición oscura que es luz solar, y que esta luz contiene la vida, contiene el amor… ¡Quienes buscan oro están entonces, de alguna manera, completamente justificados! Pero los que lo buscan a través de la luz que el sol les ofrece de beber cada día, están aún más justificados, porque toman la vía directa para encontrar lo que los demás tratan de alcanzar por caminos desviados y a menudo peligrosos. Si los humanos se sienten tan atraídos por el oro, es porque sienten instintivamente que contiene un elemento divino, una quintaesencia escondida: la luz. Pero ese instinto debe ser ahora educado, a fin de comenzar a buscar el oro allí donde se encuentra realmente: en la luz. La luz es un espíritu, un espíritu que viene del sol… Cada rayo es una fuerza formidable que va por doquier a penetrar la materia y a trabajar en ella. El que abandona la luz para ocuparse solamente del dinero, de los negocios, no está por el buen camino, y no encontrará más que decepciones. Pues ¿qué va a pasar? Es exactamente como si invitado a un magnífico castillo, él descuidara a la dueña de dicho castillo para ir a hacerle proposiciones a la mucama. Y la dueña que se da cuenta, le cierra la puerta y dice: «Es a mí a quien debes rendir homenaje primero, a mí a quien debías dar tu amor… Pero me has ignorado y vas a abrazar a la sirviente allá abajo… Muy bien, las puertas te serán cerradas, las puertas de la vida verdadera te serán cerradas». Entonces, quien haya comprendido irá a rendir tributo y amor a la señora del castillo, y a partir de ese momento todos los demás estarán a su servicio. La señora dirá a sus servidores: «Vayan, tráiganle de comer, de beber, denle ropa, una habitación… ¡Que músicos, cantantes, bailarines vengan a interpretar, a cantar y a danzar para él!» Y cuando salga con ella, todos los demás lo escoltarán también. Un verdadero Iniciado no busca oro, busca la luz, ya que sabe que cuando posea la luz, ella va a condensarse en él y se convertirá en oro. Es mucho mejor que tener oro en sus bolsillos y en sus cofres. Ustedes dirán: «Jamás he visto que un Iniciado sea de oro». Sí, su oro está adentro, es su luz, incluso si no la ven. «¿Y qué puede hacer con este oro?» ¡Por Dios que son ignorantes! No saben que existen en lo alto almacenes donde con este oro, él va a comprar la sabiduría, el amor, la verdad, la dicha, la paz, y se siente tan rico que no piensa sino en distribuir luego sus riquezas a los demás. Mientras que frecuentemente, los ricos, incluso con sus lingotes de oro, se pudren, se enmohecen, están agobiados, son infelices, solitarios. Entonces es que ese oro no es suficiente para brindarles la felicidad. ¿Me comprenden o no?... Éstas son realidades que deben llegar a conocer para su evolución, y no solamente conocer, sino vivir para poder recibir un día los verdaderos tesoros. Está bien buscar la riqueza, pero con la condición de buscarla allí donde se encuentra realmente, en su quintaesencia, y no allá donde está cristalizada, es pesada y prácticamente inoperante porque no puede darles lo esencial. Si un día deben transportar cajas fuertes llenas de oro a través de un desierto, transcurrido cierto tiempo dirán: «¡Ah, Señor Dios, si alguien pudiera venir a traerme un vaso de agua, le daría todas estas cajas fuertes!» Pero nadie viene y ustedes se mueren de sed con su oro. Mientras que si poseen el otro oro, en las condiciones que sean, beberán de la fuente de luz y serán saciados. Claro, es una imagen que significa que el dinero no puede abrirles sino las puertas del mundo físico; pero las otras puertas, las puertas espirituales, permanecen cerradas. ¿De qué puede servir tener todas las demás puertas abiertas cuando las puertas del santuario, las puertas espirituales les están cerradas? Por lo tanto, ¡busquen la luz, y ella les traerá todo… incluso el dinero! Sí, el dinero vendrá solo, así sin más, sin que tengan que ir a buscarlo; él vendrá a buscarlos porque encontrará que ustedes son exactamente las personas que necesita. Ya que el dinero busca también la paz y la armonía, está cansado de ser jalonado en todos los sentidos, y cuando vea que en todas las demás partes no puede estar tranquilo, vendrá hacia ustedes. ¡Cuántas personas existen que él ha abandonado, porque estaba cansado de ver sus maquinaciones, sus agitaciones, su violencia!... Ustedes pensarán: «¿Pero de qué habla? ¡Ha perdido la cabeza!» Piensen lo que quieran, y verán… Si no poseen la luz, habrá siempre otros, más inteligentes que ustedes, que vendrán a despojarlos. Yo no les predico la pobreza. Dios es rico y Él no quiere que sus hijos sean pobres. Por consiguiente, está permitido buscar la riqueza, pero hay que tomar precauciones para no sucumbir a estados negativos que son los fieles seguidores de todos aquellos que han emprendido imprudentemente este camino. Y estas precauciones son simples: no herir a los demás, y sobre todo asegurarse de hacer circular estas riquezas, tomarle gusto a compartirlas con otras personas. Puesto que dar es una forma de progresar. Pero aún son muy pocos aquellos que lo han comprendido. ¡Cuántos tienen inmensas fortunas que guardan para sí! Y el colmo es que son infelices2. Uno se asusta a veces ante este instinto que lleva a los humanos a querer acapararlo todo, cuando tantas experiencias les prueban que no es acumulando bienes materiales que serán más felices. Por doquier, e incluso en las familias aparentemente más unidas, ¡cuántas tragedias de un momento a otro por cuestiones de herencia! Siempre domina la rapacidad, y he ahí porque el mundo no puede salir de sus desgracias. Todas las guerras tienen por origen este deseo de poseer siempre más, incluso a costa de quienes no tienen casi nada. Cualesquiera sean los motivos que se arguyan, motivos a menudo muy nobles incluso, el móvil real es siempre ir a tomar algo del vecino: el dinero, las casas, o las tierras… Como si no hubiera en la vida más que el dinero, las casas y las tierras para sentirse rico y feliz3. Dios le ha dado al hombre todas las riquezas del universo. Entonces, ¿por qué sentirse todavía pobre y miserable? ¿Por qué necesita poseer cantidades de objetos insólitos para sentirse colmado? Lo que siempre me asombra es ver cómo los humanos se limitan ellos mismos. Dios es justo y grande, Él jamás ha dicho que sus riquezas deben ser para unos y no para otros. Todo está a su disposición, no hay prohibición4. Las prohibiciones están en ustedes, porque son ciegos, débiles, perezosos. Todo aquello que necesitan está allí a su alrededor: el agua, el aire, el espacio, el sol, las estrellas, pero ustedes no saben utilizarlos, y entonces se conforman con un número limitado de objetos. Cuando hay tantas riquezas en ustedes y fuera de ustedes para colmarlos, ¿por qué apegarse a algunos objetos, a algunos aparatos? ¡Es pobre todo esto, tan pobre! 1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. I: «Iesod refleja las virtudes de las demás sefirot»; Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XII: «El prisma, imagen del hombre». 2 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XV: «No hay felicidad para los egoístas». 3 Op. cit., cap. XII: «Buscar la felicidad en lo alto». 4 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VI: «La realidad del mundo invisible», tercera parte. 7 «… y lo demás se os dará por añadidura» Todo ser humano busca consciente o inconscientemente darle un sentido a su vida. Necesita algo que justifique su existencia en la tierra y diariamente trata de encontrarlo a través de todo lo que se le presenta: los seres, las cosas, los acontecimientos, las actividades. Pero en realidad, nada de eso puede darle el sentido de la vida, ya que justamente se trata de un «sentido», y el sentido no es material, no puede encontrársele sino muy arriba, en el plano mental. Más abajo no se encuentran sino formas. La forma, claro, se la puede llenar con un contenido que puede ser dado por el sentimiento, la sensación que se experimenta cuando se ama verdaderamente un objeto, a un ser o una actividad. Pero el sentimiento es pasajero, y un día u otro, se siente un vacío y se sufre. Es preciso entonces ir a buscar otra cosa más allá del contenido: el sentido. Cuando se llega al sentido, se posee la plenitud. Un ejemplo muy simple les hará comprender mejor lo que quiero explicarles. Prepararon ayer una excelente comida, pero esta comida era solo para ayer; hoy necesitan comer nuevamente: el recuerdo de la comida de ayer no sacia su estómago. Pero si, leyendo un libro, contemplando un cuadro, escuchando música, sienten de pronto que tocan una verdad que transforma su visión de las cosas, esta revelación durará todavía mañana, pasado mañana, y mucho tiempo más… Porque por medio del libro, del cuadro o de la música, su espíritu se elevó muy alto y captó un sentido. Es como un elemento eterno que entra en ustedes y no los abandona nunca más. Cuando han encontrado el sentido de las cosas, lo poseen para siempre. Pero para encontrarlo, deben elevarse para alimentarse, pensar, amar y actuar en los planos superiores. Es claro que no es suficiente con tener de vez en cuando un momento de inspiración, de luz, para darle un sentido a su vida; hay que aprender a hacer durar ese momento para que se convierta en un estado de consciencia permanente que purifica, ordena y restablece todo en ustedes. Dirán: «Pero usted nos está pidiendo algo imposible. En la vida no se pueden mantener estados divinos continuamente». Sí, aparentemente tienen razón, lo sé; vivo en el mismo mundo que ustedes y sé lo que ocurre. Pero también sé que pase lo que pase, a pesar del cansancio, los obstáculos, las tristezas, el discípulo de la luz no capitula nunca, pues se aferra a lo que ha vivido de grande, de bello, a estas experiencias que le han dado en ciertos momentos privilegiados el verdadero sentido de la vida. Entonces, incluso si en la existencia es imposible escapar de los tormentos, deben conservar en ustedes este sentido; y no solamente conservarlo, sino también utilizar las dificultades de la vida cotidiana para reforzarlo, amplificarlo. Los verdaderos espiritualistas trabajan de este modo. Pase lo que pase, nunca interrumpen el trabajo divino que han emprendido en sí mismos1. En medio de las peores pruebas, se dicen: «He aquí otra buena oportunidad para movilizar y poner todas las fuerzas hostiles al servicio de mi trabajo». Mientras que la mayoría de los humanos, incluso si no les pasa nada malo, se las arreglarán para demoler con su despreocupación, su inconsciencia, todo lo que pudieron ganar de bueno. Crean, destruyen, crean, destruyen… y por esto no obtienen resultados duraderos. Para lograr resultados duraderos, es preciso mantener el trabajo espiritual que se ha emprendido, es decir poner todo al servicio de este trabajo: lo bueno, lo malo, las alegrías, las penas, las esperanzas, los desalientos, sí, todo al servicio del trabajo. He ahí lo que se denomina verdaderamente construir, pues se acumulan diariamente nuevos materiales. Encontrar el sentido de la vida es encontrar un elemento que solo el mundo divino puede darnos; pero él no lo da sino a quien ha hecho esfuerzos durante largos años para caminar hacia él. Cuando ha llegado a un cierto estado de consciencia, recibe del Cielo algo así como un electrón, una gota de luz que irradia toda la materia de su ser. A partir de ese momento, su vida toma una dimensión y una intensidad nuevas, y los acontecimientos se le presentan bajo una nueva claridad, como si le hubiera sido dado el conocimiento acerca de la razón de todas las cosas. E incluso la muerte no lo asusta más, porque justamente este átomo, este electrón, le descubre la inmensidad de un mundo eterno donde no hay más peligros ni tinieblas, y siente que camina ya por el mundo ilimitado de la luz. Encontrar el sentido de la vida es alcanzar un estado de consciencia tan elevado que abarca el universo entero; todas las pequeñas cosas de la existencia se pierden y se disuelven allí; viven en la inmensidad, en la eternidad, participan en la vida cósmica. Quizás piensen ustedes que todo lo que les digo es difícil de entender. En realidad, solo necesitan retener esto: no se encuentra el sentido de la vida sino poniéndose al servicio de una idea sublime, pues solo las ideas pueden dar un sentido. Pero, ¿saben los humanos lo que es realmente una idea? Una idea es un ser vivo que habita en las regiones superiores, y este ser vivo trabaja en nosotros. Siempre y cuando la conservemos, la alimentemos, esta idea nos da forma, nos moldea al punto que un día, en nuestra manera de pensar y de actuar, logramos reflejar este mundo de ideas que es el mundo de los arquetipos, el mundo divino. He ahí porqué hay que trabajar por una idea: para establecer un lazo con el Cielo, para llegar a ser ciudadano de este mundo celeste donde viven creaturas que se llaman las Ideas. Sé que esta manera de concebir las ideas no les es familiar, pero traten de hacer un esfuerzo por comprender. Una idea es por tanto un ser vivo, y este ser vivo está dotado de cualidades bien determinadas. En el momento en que trabajan por tal o cual idea, ya ella actúa en ustedes y les aporta todo lo que posee. Por consiguiente: si tienen solamente una idea, una sola, a pesar de todas sus imperfecciones, sus debilidades y su ignorancia, esta idea que vive en el mundo de la luz, arriba, los pone en comunicación con todos sus amigos, los hace conocer otras creaturas, otras regiones; y así, tiempo después, esta sola idea les ha traído todo el Cielo. Hay que comprender el lado mágico de este asunto de la Idea. Y evidentemente, lo que es verdad respecto al poder de las ideas animadas por el bien, lo es también respecto al poder de las ideas animadas por el mal. Por ello, ¡hay que estar tan vigilantes! Sin la vigilancia, sin la consciencia, se corre siempre el riesgo de ser arrastrado hacia donde no se quería ir. He aquí una de las verdades más importantes de la Ciencia iniciática: una idea, que por sí misma parece limitada en la medida que no concierne sino un cierto ámbito, puede aportarnos otras riquezas que ella misma no posee. Sí, porque nos relaciona con todas las otras ideas que están en armonía con ella; poco a poco todas esas otras ideas vienen a conocernos, y como cada una posee un terreno aquí, una residencia allá (simbólicamente hablando), nos beneficiamos también. Pues en lo alto todo está unido, no hay separación, y cuando una sola idea es puesta en movimiento, todas las demás lo son igualmente. Desde el momento en que ustedes tienen una buena relación con una idea divina, que la aman, que la alimentan, que quieren atraerla, ella los pone en comunicación con todas las demás ideas, que les envían lo que poseen. Por ello, debemos concentrarnos en la idea más sublime: la idea del Reino de Dios, a sabiendas de que esta idea nos va a ligar con todas las otras ideas que vibran en armonía con ella y cada una nos aportará sus tesoros. «Buscad el Reino de Dios y Su Justicia… y todo lo demás se os dará por añadidura». Entre el comienzo y el final de esta frase hay todo un espacio vacío que vengo a llenar para ustedes, explicándoles lo que no está escrito. Esta promesa del Evangelio: «…y todo lo demás se os dará por añadidura», es posible gracias a la afinidad especial, magnética, mágica, que une una idea sublime con todas las otras ideas que se le parecen. Pero también porque una idea siempre tiene representantes aquí en la tierra y ellos están todos alertados. He ahí porque ustedes obtendrán «todo lo demás». Esta promesa es tan inmensa que parece a primera vista irrealizable. Pero ahora comprenden mejor: entre más vasta y sublime sea una idea, más tiene relaciones con las otras ideas de su misma naturaleza en el universo. Por consiguiente, incluso si saben que el Reino de Dios no puede realizarse tan rápido a causa de toda la gente ignorante, egoísta y malvada que puebla la tierra, no dejen de desearlo y de trabajar por él. Por supuesto, habrá siempre personas muy inteligentes, muy instruidas que les dirán: «¿Pero para qué? ¡Es muy tonto hacer un trabajo del cual se sabe desde el comienzo que no dará tantos resultados!» Es claro, y dará aún menos si no se hace nada. Siempre me sorprendo cuando veo la consciencia tranquila de personas que no hacen nada pero se esfuerzan por desalentar a quienes hacen algo: «¿Van a alimentar o a cuidar pobres desdichados en la necesidad? … Pero de millones y millones que sufren, ¿a cuántos llegarán a salvar? ¿Valdrá la pena?» Sí, siempre vale la pena hacer algo… Sí, ¡vale la pena buscar el Reino de Dios! Aun si es un ideal tan difícil de realizar, no hay nada más importante que consagrarse a ello, de lo contrario, se puede estar seguro, no se realizará jamás. Dirán: «¡Pero alimentar un ideal tan inaccesible es desalentador!» Sí, quizás, pues no son un buen psicólogo. Obsérvense: ¿cómo se sienten luego de haber obtenido lo que deseaban? Por un momento se sienten satisfechos y felices, pero como ya no tienen una meta, pierden su impulso, su entusiasmo. Mientras que otros, que jamás han logrado conseguir lo que desean, están siempre felices a causa de estos deseos que no han podido realizar2. ¿Cómo explicarlo? Porque en realidad en su pensamiento y en sus deseos el ser humano tiene posibilidades infinitas. En el mundo del alma y del espíritu no hay límites para él. Si siente límites, es porque él mismo se limitó. Desafortunadamente, muy pocas personas son capaces de alimentar conscientemente sueños irrealizables: no logran sentir que gracias a su vida interior, sus deseos y sus pensamientos pueden volverse tan puros y luminosos que subirán muy arriba en el espacio donde tocarán seres, elementos que corresponden exactamente a su naturaleza y que atraerán de esa forma hacia sí3. Se detienen en lo que tienen allí ante sus ojos y que frecuentemente, es cierto, no es nada del otro mundo. Quienes afirman que la tierra se parece a una jungla no se equivocan del todo. Y cuando uno se aventura en la jungla, se topa fatalmente con fieras, reptiles, insectos venenosos. Todas estas creaturas están bien adaptadas a este medio y se sienten allí como en su casa. Si ustedes quieren instalarse allí e imponer su ley, ellas se defienden: «¿Con qué derecho vienen a nuestro hogar? ¡Este territorio nos pertenece!» Y los pican, los muerden y los golpean. Pues bien, así mismo, la tierra pertenece a seres que están allí sólidamente instalados para traficar y se disputan por acapararlo todo. Pero esto no durará eternamente, pues la tierra está predestinada a volverse como el Cielo, el habitáculo de los hijos y de las hijas de Dios. Jesús dijo: «Bienaventurados los dulces (otros traductores los llaman los bonachones) pues ellos heredarán la tierra». Observen, no está dicho que la tierra pertenece a los dulces4 o a los bonachones, sino que ella les pertenecerá, la heredarán; es una promesa para el futuro. En cuanto a los demás, los violentos, que no piensan sino en aumentar sus posesiones y defenderlas con dientes y uñas, su empresa está desde ya abocada al fracaso; pero entretanto, allí están, bien aferrados. Cuántas personas se preguntan: ¿Pero por qué el Cielo mismo no decide intervenir para cambiar el mundo? Por supuesto, podría hacerlo, pero sin el consentimiento y la buena voluntad de los humanos, sería inútil: no comprenderían, no apreciarían, y muy rápido volverían a los mismos desórdenes, a los mismos enfrentamientos. El Reino de Dios no puede ser una realización material sin antes ser una realización espiritual. No son sino materialistas los que se imaginan que el Reino de Dios se va a decretar una bella mañana, que los humanos al despertarse van a descubrir la paz, la armonía, la abundancia instaladas por siempre. El Reino de Dios es en primer lugar un estado de consciencia, y les corresponde entonces a los humanos cambiar su estado de consciencia mediante un saber apropiado. El Cielo no puede imponérselos, es preciso que la voluntad de cambio venga de ellos. Entonces, si a causa de lo que han sufrido, de las lecciones que han recibido, quieren realmente mejorar las condiciones de vida en la tierra, lo demás se hará automáticamente: el Cielo responderá a sus deseos, desencadenando otras fuerzas, otras corrientes. Pero esto debe venir de ellos: juntos y conscientemente deben obtener la intervención del mundo divino. Si no insisten, no conseguirán nada. De más de seis mil millones de individuos que están en la tierra, ¿cuántos hay, creen ustedes, que desean verdaderamente la paz y la felicidad de la humanidad? Sus voces son asfixiadas por las voces de quienes, consciente o inconscientemente, no buscan más que dominar a los demás y enriquecerse a su costa. Por esto, cuando las entidades celestes de arriba miran «las papeletas de votación», se ven en la obligación de dejar sufrir aún a la humanidad. Sin darse cuenta, los humanos participan, para bien o para mal, en una empresa colectiva. Si las voces benéficas, las voces luminosas son más numerosas, o incluso si no lo son pero son más poderosas, más convincentes, la decisión será tomada a favor del Reino de Dios. Pero es preciso que los mismos humanos hagan inclinar la balanza en ese sentido, pues arriba, los espíritus luminosos no intervendrán: ¡se contentan con contar los votos! Dios ha querido que la creatura humana sea libre de escoger su destino, y ni los Ángeles ni los Arcángeles tienen derecho a infringir esta ley; si los humanos deciden romperse la cabeza, deben dejarlos hacer. Saben que tienen la eternidad ante ellos para aprender, sufrir y sentar cabeza, no tienen prisa. La prueba, miren: millones de años han pasado desde que la humanidad existe y no intervienen en sus asuntos, son pacientes, esperan. Nos corresponde a nosotros ser activos, y apresurarnos por mejorarlo todo. Por consiguiente, que quede claro, nunca las Inteligencias sublimes decidirán inmiscuirse en los asuntos humanos para manifestar su voluntad o su poder. Les toca a los humanos pedírselo5. Ustedes dirán: «Pero muchos piden. Se les ve en las iglesias, los templos, las mezquitas, las sinagogas…» Sí, pero lo hacen ¡en forma tan débil, tan distraída e incluso tan egoísta! No es realmente el Reino de Dios lo que piden, es decir condiciones para que los hombres y las mujeres del mundo entero puedan liberarse, desarrollarse. Oran para que su religión, su país, o su partido, es decir sus intereses triunfen sobre los de los demás, oran para que sus asuntos se resuelvan; y evidentemente, todos estos deseos y estos pensamientos discordantes no pueden formar una potencia suficiente para desencadenar las corrientes benéficas que traerán el Reino de Dios. ¿Cómo vendrá el Reino de Dios cuando el corazón y el intelecto de los hombres están llenos de desorden y de egoísmo? Las verdaderas transformaciones exteriores no pueden hacerse sino después de las transformaciones interiores, porque el mundo exterior es un reflejo, una concreción, una materialización del mundo psíquico. Nada puede venir exteriormente que no haya venido ya interiormente. ¿Cómo un hombre estúpido hará algo inteligente si interiormente le falta la inteligencia? «Buscad el Reino de Dios y Su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura». Sí, todos los que buscan el Reino de Dios sienten que realmente todo lo demás les es dado. E incluso, encuentro que todo lo demás no vale la pena: ¿qué es «todo lo demás» para quien ya posee el Reino de Dios en él6? Por cierto, no está dicho: cuando tengan el Reino de Dios, todo lo demás les será dado, no, sino cuando lo busquen. Es decir, que incluso antes de que se haya realizado, solamente buscándolo, concentrándose en él, anhelándolo, deseándolo con todas sus fuerzas, sin nada más al lado que los tiente o los aleje, todo lo demás les será dado. Entonces, «todo lo demás», lo que no es el Reino de Dios, ¿qué es? Pues bien, son las buenas condiciones, el tiempo, la salud, los amigos, la libertad… He ahí lo que es «todo lo demás»: las condiciones para realizarlo. Ya que el Reino de Dios abarca todas las dichas posibles, todas las bendiciones. ¿Qué más queda entonces por desear? Nada. El destino del hombre es sentirse insatisfecho y tener siempre algo que buscar, que exigir. Por tanto, que quienes estén hambrientos y sedientos de justicia verdadera no busquen sino el Reino de Dios, a sabiendas de que allí encontrarán el sentido de la vida. Pase lo que pase, ellos saben que son obreros en el campo del Señor y se sienten plenos, felices, apoyados, porque participan en un gran trabajo. No están solos, no están abandonados. En consecuencia, desde hoy, en vez de trabajar para sí mismos, para sus necesidades, su satisfacción, que todos digan: «En adelante, quiero trabajar por el Reino de Dios y su Justicia». E incluso si son desconocidos en la tierra, su nombre se escribe en el Libro de la Vida y son colmados de bendiciones del Cielo. Nada es más glorioso que comprometerse con este trabajo. Sí, hay que ir siempre más lejos, tener aspiraciones cada vez más amplias, más vastas; esto es lo que le da verdaderamente un sentido a la vida. ¿Qué perderán si cambian el objetivo de su existencia? Aun si son débiles, aun sin no están instruidos ni preparados, no importa en absoluto: todos son aceptados en este trabajo por el Reino de Dios. La prueba, cuando Jesús pronunció esta frase, no se dirigió a una élite sino a la multitud que lo había seguido a la montaña. Aunque no sea sino para aportar una piedra, ustedes participan, y reciben el mismo salario que los que llegaron primero. Está dicho en los Evangelios: los obreros de última hora recibieron el mismo salario que aquellos que llegaron primero. Puede ser que ustedes hayan estado entre los primeros obreros; sí, pero si han trabajado lentamente, sin amor, sin convicción, no serán tan recompensados. Porque en este trabajo, la participación es la que cuenta, la calidad de su participación, y no el número de horas que han trabajado. Algunos llegan un poco más tarde, ¡pero se ponen a trabajar con tal ardor! Y este ardor es lo más importante en el mundo divino. El hombre es recompensado según la intensidad de su pensamiento y de su amor. 1 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. VIII: «Dominar los éxitos como los fracasos»; cap. XIV: «La voluntad apoyada por el amor»; cap. XV: «Nunca declararse vencido». 2 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XIV: «Búsqueda de la felicidad, búsqueda de Dios». 3 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas - II. La ley de la afinidad». 4 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. I: «Dulzura y humildad». 5 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. VII: «La oración», segunda parte. 6 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVII: «El Reino de Dios está en nosotros». Quinta Parte «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» 1 ¿Qué significa «amar a su prójimo»? I El primero y el segundo mandamientos A un escriba que le preguntó cuál es el primer mandamiento que guardar, Jesús respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Es el primero y el más grande mandamiento. Y el segundo que se le parece: amarás a tu prójimo como a ti mismo…» Desde hace dos mil años estas palabras han sido repetidas tan a menudo que ya no se entienden. Pasa exactamente lo mismo que cuando se escucha llover: uno termina por no oír nada y quedarse dormido. Sin embargo, ¡cuántas cosas por comprender en esas líneas1! Pidiéndonos amar a Dios y luego a nuestro prójimo como a nosotros mismos, Jesús nos señala una jerarquía que respetar: Dios, el prójimo y nosotros. Aunque Jesús no haya dicho que debemos amarnos a nosotros mismos, se sobreentiende; si debemos amar al prójimo «como a nosotros mismos», es porque nos amamos. Se puede incluso afirmar que la mayor parte del tiempo, invirtiendo el orden indicado por Jesús, los humanos se aman primero a ellos mismos, su tendencia más natural, más arraigada, más tenaz, es comenzar por satisfacer sus propias necesidades, sus propios deseos. Luego, si algo queda, aceptan darlo a los demás. En cuanto al Señor, dos o tres veces al año van a la iglesia a prender una vela musitando algunas oraciones. Nadie ha dicho jamás: «Te amarás a ti mismo» y, sin embargo, es lo que hacen noche y día, para los otros dos mandamientos no tienen tiempo. Y luego ¡Dios y el prójimo les parecen tan lejanos! He ahí porque, en verdad, no pueden amarse a sí mismos. Para aplicar el mandamiento de Jesús: : «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», los humanos deberían primero preguntarse cómo se aman a sí mismos. Ustedes dirán: «¡Pero no hay nada que preguntarse!» Ah, ¿así lo creen? Pues bien, yo les aseguro que si se pretende amar a los demás como uno se ama a sí mismo, ¡qué lástima para ellos! ¿Qué podrán hacer en la vida, apoyados en un amor como ése?... Por su forma de vivir, por sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, los humanos pasan la mayor parte de su tiempo destruyéndose. No se aman, o mejor se aman mal. Y si se aman mal, ¿cómo pueden amar correctamente a los demás? Preguntarán: «Entonces, qué hay que hacer para amarse?» La respuesta está en el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios…» Ya que uno no puede amarse verdaderamente a sí mismo sino sabiendo primero amar al Señor2. Porque amando a Dios, se ama ya a sí mismo, pero a su Sí superior, ese Sí que es una parcela de la Divinidad. Amar a Dios, no es amar a un ser exterior a nosotros, sino a un ser que vive en nosotros, que es nuestro Yo sublime3. Si no lo amamos, si no amamos a Dios en nosotros, lo que amamos es a nuestro yo inferior, a él le servimos , a él consagramos nuestro tiempo y nuestras energías; y entonces no hacemos más que mutilarnos, empobrecernos, pues el yo inferior es un abismo que se traga todo. El verdadero amor propio pasa necesariamente por el amor de Dios. «Amarás al Señor tu Dios…» ¡Cuántas personas no ven en esas palabras más que un precepto vacío de sentido! No es ni siquiera seguro, piensan, que Dios existe, por tanto, ¿qué razón habría para amarlo? Una muy buena razón. Es porque este amor por Dios es en realidad un amor por su Yo divino y este amor, circulando a través de ellos, les trae todas las bendiciones. Se nos ha pedido amar a Dios por nosotros, ¡no por Él! Amando a Dios, nos amamos a nosotros mismos, a nuestra parte divina. Gracias a este amor nos elevamos hasta el mundo de la belleza, de la luz, de la libertad. Y entonces, el segundo mandamiento enunciado por Jesús toma todo su sentido. Cuando uno ha aprendido a amarse, es decir cuando se ha aprendido a amar a Dios en uno mismo, se puede considerar amar al prójimo como a sí mismo. Mientras tanto, ¡es casi ridículo e incluso peligroso para el prójimo, el pobre! Hoy día se insiste, antes que cualquier otra cosa, en el respeto por la persona humana. Está muy bien. Pero en realidad, les diré que no pueden respetar verdaderamente a los humanos si dentro de ustedes no muestran consideración por algo superior que habita en ellos. Sí, terminarán a pesar de todo por saquearlos porque habrá móviles en ustedes que suprimirán el respeto. Solamente cuando tengan un sentimiento por algo más grande, más profundo, más lejano que «la persona humana», ustedes también van a respetar a los humanos. Jamás me convencerán de que hay que amar primero a su prójimo y luego al Señor. No, mientras uno no ame al Señor, no puede amar a su prójimo. Si suprimen el amor hacia lo esencial, hacia el Creador del universo, el Principio que anima todo y que está presente en todas las creaturas, ¿cómo quieren amar a creaturas imperfectas que Le son tan inferiores? ¡No pueden! O bien su amor será tan poco iluminado que les harán mal, o bien ustedes serán infelices. Lean nuevamente el pasaje del Evangelio de san Mateo. El escriba le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más grande, y luego de haber respondido dicha pregunta, Jesús continúa respondiendo un interrogante que el escriba no le ha formulado: «Y el segundo que se le parece». Si el segundo mandamiento es parecido al primero, es porque hay por supuesto un vínculo muy estrecho entre amar a Dios, amar a su prójimo y amarse a sí mismo. Pero he ahí que es muy difícil que uno establezca este vínculo. Algunos piensan que pueden amar a su prójimo sin amar a Dios, cuya existencia niegan… Otros, con el pretexto de que aman a Dios, se arrogan la misión de perseguir a su prójimo… Y hay incluso ¡quienes pretenden que no se aman a sí mismos! Pero, ¿a qué llaman «sí mismos»? A su yo inferior. Pues si fuera su Yo superior que es una parte de la Divinidad, no podrían hacer otra cosa más que amarse pues amarían a Dios en ellos. Ven, estos versículos que se repiten desde hace siglos aún no se han comprendido, ya que no se ha entendido este lazo que existe entre Dios, el prójimo y uno mismo… o entre uno mismo, Dios y el prójimo, ¡cómo quieran! Y puesto que es a la Divinidad a quien el hombre debe amar en sí mismo, es también a la Divinidad a la que debe amar en su prójimo. ¿Qué quiere decir esto? Que cada ser humano, siendo por naturaleza el receptáculo de la Divinidad, ninguno puede ser considerado inferior a otro. Pero no es todo; de la misma forma que debemos llegar a distinguir en nosotros mismos el Yo superior del yo inferior y no privilegiar sino las manifestaciones del Yo superior, es importante tener la misma actitud respecto de los demás, esforzándonos por entrar en relación con su naturaleza divina para darle las posibilidades de manifestarse. Pues sí, no se trata solamente de decir que se va a amar al prójimo, la cuestión está en saber qué se va a amar y alimentar en él. Si los humanos pudieran ver las malas tendencias que, con el pretexto de complacerlos, de responder a sus deseos y exigencias, no cesan de alimentar en los miembros de su familia, y también en sus amigos y en todas las personas que frecuentan, se espantarían. Pues en realidad, alimentan su naturaleza inferior. Y la naturaleza inferior, cuántas veces se los he explicado, se caracteriza por su avidez, su egocentrismo y su ingratitud. Entonces, toda esa pobre gente que, después de haberse esmerado por satisfacer la naturaleza inferior en los demás, se imagina que va a conseguir de su parte amor y reconocimiento, se expone en realidad a las peores decepciones. En recompensa por sus servicios, no recibe sino indiferencia, desprecio o incluso odio. Y luego se queja: «¡Después de todo lo que hice por él… o por ella!» Pues que no se queje, no tiene derecho: antes de sacrificarse por los demás, debió primero preguntarse lo que servía en ellos: la naturaleza superior o la naturaleza inferior4. Observen solamente cómo los padres educan a sus hijos… A menudo favorecen en ellos la necesidad de buscar el placer, el dinero, la comodidad, el éxito, aun si deben lograrlo por medios ilícitos, excluyendo a los demás, agraviándolos, haciéndolos sufrir. Y cuando ya grandes estos niños actúan de la misma forma con sus propios padres, obviamente éstos se lamentan sin recordar que fueron ellos mismos quienes los empujaron por esta vía. El verdadero amor al prójimo, aquel que enseñó Jesús y que enseñan todos los verdaderos Iniciados, consiste en alimentar en los seres únicamente su naturaleza superior, a fin de restituirlos a la realeza de su espíritu. Ustedes dirán: «Pero es muy difícil, ¿cómo lograrlo?» Les daré un ejercicio. Esfuércense por proyectarse muy alto por medio del pensamiento para alcanzar al Ser que abarca todo, que lleva en Él todas las creaturas y las alimenta de su substancia. Pregúntense cómo Él considera el futuro de la humanidad, cuáles son sus proyectos para ella, para su evolución. De esta forma, poco a poco, comienzan a producirse transformaciones en su superconsciencia, en su consciencia y en su subconsciencia. Deben hacer este ejercicio hasta sentir que se funden en un océano de luz pura, pues allí y solo allí llegarán a ese nivel de consciencia que hará de ustedes un ser universal. Cuando este ejercicio se haya convertido en un hábito, cuando logren entrar en comunión con esta Entidad que existe en las regiones más elevadas de su ser y del universo, y que se denomina Dios, pueden entonces descender al alma de los seres, intuyen la naturaleza profunda de cada uno y comprenden cómo deben conducirse con ellos. Estoy esperando a que la ciencia se ocupe finalmente del amor, del verdadero amor, que estudie todas sus manifestaciones y descubra los efectos benéficos que produce en el ser humano mismo y en aquellos que ama. El amor crea una ósmosis entre los seres. Cuando aman a alguien realmente, poco a poco comienzan a parecérsele, primero psíquicamente, y algunas veces incluso físicamente. Amando a Dios ustedes hacen intercambios entre Él y ustedes, su amor ya trabaja para impregnarlos de su quintaesencia, y eso les permite luego amar a los seres humanos sin perder su paz, su fuerza, su luz. Pues no hay que llamarse a engaños, en este caso tampoco es suficiente con decir que se va a amar a su prójimo para lograrlo fácilmente y sin estragos. Ello requiere que se conozca justamente esta ley de la ósmosis. Un ser puro, noble, íntegro, que da su amor a seres menos evolucionados que él, puede ayudarlos mucho, pero ha de saber que si no está atento, corre el riesgo de perder en estos intercambios algo de su fuerza, de su paz y de su luz. Por ello, debe unirse primero al Señor que es el infinito, la eternidad, como a una fuente inagotable de luz y de vida: se produce entonces un intercambio entre el Señor y él, se alimenta, se sacia, se refuerza, se ilumina. Y solamente después puede dar su amor a los humanos, no se debilitará, no se oscurecerá, no se empobrecerá. Ustedes pueden, deben amar a los humanos, a todos los humanos; pero para que ellos no los hagan descender a su nivel, para que no los agobien con sus problemas, sus sufrimientos, sus cargas, deben primero amar al Señor. Desde el instante en que aman al Señor, puedan dar su amor a los seres más venidos a menos, no habrá ya peligro para ustedes; estarán siempre por encima de las tinieblas, no correrán el riesgo de ser devorados, serán siempre los más fuertes. Cuando un salvavidas debe lanzarse al agua para rescatar a un hombre que se está ahogando, le ofrece a éste sus pies para que se agarre; no deja que le tome sus brazos en absoluto, pues no podría nadar, y se ahogarían juntos. Por lo tanto, mediten en este ejemplo y comprenderán que deben conservar sus brazos para Dios y no abandonar sino sus pies a los humanos. Sí, no den todo su amor a los humanos, sino se perderán con ellos. El amor es una ciencia pero muy pocos se preocupan por estudiarla. Por ello, tanta gente que se va llena de buenas intenciones a entregarse a los demás, únicamente con la palabra amor en sus labios, se encuentra algún tiempo después, decepcionada, amargada. Era inevitable: su amor no iluminado la puso en situaciones deplorables, y hela ahora quejándose de que el amor es la causa de todos los males. No, es la ignorancia sobre el amor la que trae las desgracias, no el amor mismo, ya que el verdadero amor es Dios. He ahí porque hay que amar primero a Dios e impregnarse de sus vibraciones; a renglón seguido, se puede amar a los humanos sin peligro y ayudarlos5. Si estamos unidos a la Fuente, podemos dar sin debilitarnos, pues el agua en nosotros –es decir nuestras fuerzas, nuestras energías- se renueva sin cesar; pero si cortamos el lazo, los demás nos agotarán muy rápido, dado que nuestras reservas no son ilimitadas. Y aquí nos encontramos también con el simbolismo de la letra hebrea Aleph . Aleph es el ser que toma de arriba para darlo abajo, aquel que puede ayudar a los humanos porque está unido a Dios de quien no deja de recibir la luz, el amor. Y es lo que hace también el sol. Un día le hice la siguiente pregunta al sol: «Desde hace miles de millones de años das tu calor y tu luz, ¿cómo haces para no estar agotado?» Y él me respondió: «Mi secreto es saber inhalar y exhalar al mismo tiempo. Yo inhalo la luz y la fuerza de las Jerarquías divinas que están por encima de mí y al mismo tiempo exhalo para aquellos que están por debajo de mí; por ello puedo dar eternamente». Y en efecto, en el Árbol sefirótico, el Árbol de la Vida, el sol que pertenece a la sefirá Tipheret está en el centro; arriba de él se encuentran las sefirot Kether, Hochmah, Binah, Hesed, Geburah. El sol recibe entonces las fuerzas de estas sefirot superiores y las proyecta a las sefirot que están debajo de él: Netzach, Hod, Iesod, Malkut. Se acordarán quizás de una vez que hice esta experimento delante de ustedes: prendí una vela y con un soplete les mostré cómo se podía inhalar y exhalar a la vez. A través del soplete yo soplaba la llama que permanecía un poco inclinada, y al mismo tiempo inhalaba el aire para poder seguir soplando. Era también en el pasado la técnica de los sopladores de vidrio. Y es exactamente lo que hace el sol: no para nunca de dar porque al mismo tiempo recibe. He ahí, entonces, el secreto. Y si ustedes quieren también poder dar su amor a las creaturas sin fatigarse nunca, sin peligro para ellas ni para ustedes, deben unirse a Dios, amarlo, fundirse en Él, aprender a mirar el mundo y a los seres a través de Él. Claro, al comienzo este ejercicio puede parecer desalentador. Quieren amar a Dios, pero no sienten nada, se aburren y dejan vagabundear sus pensamientos… Pero continúen, díganse que toda su vida depende de este vínculo que están creando con el Señor. Poco a poco, sentirán que se vuelven tan ricos, tan poderosos que pueden realmente ayudar con el pensamiento a miles de millones de seres, puesto que no hay fronteras para las ondas. Las ondas armoniosas que ustedes propagan se van a la atmósfera a influenciar a todas las creaturas que encuentran. Ustedes se dirán: «Pero los humanos son tan numerosos, ¿cómo podemos hacer algo por cada uno?» Seguro, si presentan el problema de esta manera, es imposible hacer cualquier cosa. Pero si conocen ciertos métodos, esto se vuelve posible. Traten por ejemplo de imaginar que toda la humanidad está condensada en un solo ser. Sí, imaginen el mundo entero como un ser que está allí, al lado suyo, y que ustedes le toman la mano dándole mucho amor… En ese momento, pequeñas partículas de su alma parten en todas las direcciones del espacio, y lo que hacen por este ser se transmite a todos los seres en el mundo. II De la oruga a la mariposa Los humanos comprenderían mejor las leyes que deben regir sus relaciones mutuas si hubieran reflexionado acerca de las leyes que regulan la nutrición. ¿Ustedes dirán que no ven la relación? … Se las voy a mostrar entonces. En todo lo que comemos: frutas, legumbres, quesos, pescados, etc., hay frecuentemente algo que debe quitarse: una pepa, una cáscara, una corteza, espinas… Y si no hay algo que quitar, hay que al menos lavar o limpiar los alimentos. Por tanto, antes de comer, se deben tomar algunas precauciones a fin de no herir el paladar, romperse un diente o estropear el estómago. Pues bien, de esos hechos hay que extraer una lección. ¿Cuál? Antes de unirse a alguien, antes de aceptarlo en su corazón, en su alma, no hay que pensar que ya está completamente listo para ser absorbido, digerido6. ¿Qué hace el sabio? Cuando una persona se presenta ante él, la considera como lo haría con un fruto suculento, claro, pero un fruto que es preciso lavar o pelar antes de comerlo. El sabio es prudente, sabe que para cada creatura hay que hacer una selección entre las manifestaciones de su naturaleza inferior y aquellas de su naturaleza superior. Dirán: «¿Qué? ¿Seleccionar? ¡Pero si se ama a alguien no se selecciona, se le toma entero!» Pues bien, como quieran, pero pagarán caro esta ceguera. Con el pretexto de que sienten simpatía, amistad, amor por alguien, los humanos se niegan a reflexionar, a observar, se precipitan para «tragárselo», exactamente como los gatos se tragan a los ratones: ¡con la piel, y los intestinos! Y luego, se quejan de sentirse decepcionados, traicionados, abandonados. ¿Pero por qué tienen la mentalidad del gato? ¿Por qué se apresuraron a «comerse» a tal mujer o a tal hombre, es decir, ¿por qué los han aceptado en su corazón sin seleccionar, sin preguntarse con qué parte de este ser entraban en relación? Y una vez que han tenido una experiencia infeliz, no se les ocurre pensar que han sido también responsables porque les ha faltado discernimiento; no, no, siempre son los demás los culpables. Y con esta actitud evidentemente se exponen a nuevas decepciones. Por lo tanto, ahora hay que analizarse. Cuando deben relacionarse con alguien, si son honestos, constatarán que tienden a tomar como criterio estos sentimientos superficiales que son la simpatía y la antipatía. Apenas se sienten atraídos o repelidos por alguien, creen que esta sensación es absolutamente infalible y que hay que seguirla. La atracción y la repulsión son reacciones instintivas completamente naturales, pero ¿qué las inspira? He ahí en lo que se debe reflexionar. No es la intuición o la clarividencia respecto de los seres las que producen en ustedes los movimientos de simpatía y de antipatía, no, éstas son atracciones o repulsiones que tienen un origen físico, biológico y no espiritual en absoluto. Una persona tiene en la estructura de su cuerpo físico, de su rostro, elementos que son afines o por el contrario opuestos a ciertos elementos de su propia estructura y por esto se sienten atraídos o repelidos. Si se esforzaran en reflexionar y estudiar la cuestión, puede que lleguen a encontrarles graves defectos a quienes les son tan simpáticos, y por el contrario, cualidades y virtudes a otros que les son antipáticos. No critico el hecho de tener simpatías y antipatías, es normal. Diariamente por donde vayan, cruzan hombres y mujeres pasando y aunque no los conozcan, sus rostros, su silueta, su andar les inspiran toda clase de impresiones y sensaciones. Es tan cierto que Baudelaire, mencionando algunos de esos breves encuentros imprevistos y algunas veces conmovedores que pueden tener lugar en una gran ciudad, hablaba de «orgía santa». La simpatía y la antipatía son impulsos completamente naturales, pero no son criterios infalibles puesto que tienen un origen biológico. Ustedes no saben lo que les atrae o les causa aversión en los seres, tampoco saben lo que en ustedes atrae o causa aversión. ¿Es su Yo divino el que se encuentra con el Yo divino en los demás, o es su yo inferior el que lo hace con el yo inferior en los demás?... Pues bien, he ahí un tema de reflexión muy amplio. Cuando entran en relación con una persona, deben preguntarse cuál es la naturaleza de los móviles que los mueven. Si la buscan para que les procure placer, ventajas materiales, para que satisfaga sus caprichos, los apoyen en sus proyectos pocos «santos», sepan que la naturaleza egocéntrica de esos móviles no tocará la mejor parte de esa persona. Y si ella satisface sus deseos, si gracias a ella tienen éxito en sus empresas, como ustedes fueron quienes la llevaron a manifestarse en los planos inferiores, esta relación terminará por envenenar su vida psíquica. En las relaciones que busquen entablar con los seres, el primer punto por considerar son ustedes, sus intenciones, sus deseos, la actitud que van a adoptar. Antes de preocuparse por saber si ellos responderán a sus deseos, pregúntense acerca de la naturaleza de las peticiones que les van a presentar. Imagínense que conocen a alguien maravilloso… Eso no es suficiente: si no están vigilantes, si no son escrupulosos, ¿qué van a aportarle frecuentándolo? ¿Y qué van a atraer ustedes mismos? Puesto que toda creatura humana, sea quien sea, está hecha de dos naturalezas, inferior y superior, y si por su codicia se dirigen a su naturaleza inferior, le hacen mal a esta creatura; entonces no se quejen después si su naturaleza inferior les responde. Si querían respuestas benéficas, era necesario que sus deseos fueran afines a su naturaleza superior. Pues sí, esto es verdaderamente amar a su prójimo. Y amándolo de esta forma se aman a ustedes mismos también. ¿Pero creen ustedes que los humanos lo han comprendido? En su deseo de atraer el amor, la amistad o la simpatía de los demás, tratan de gustarles dándoles regalos, cediendo a sus caprichos. El hombre ofrece joyas o un automóvil a una mujer para satisfacer su vanidad, la mujer se dedica a satisfacer la glotonería y los apetitos sexuales del hombre, y mientras tanto sus almas y sus espíritus están muriendo de inanición. ¿Pero qué importa? Al parecer, ¡se aman! Sí, pero la cuestión es saber cuánto durará este amor y sobre todo qué les va a aportar. Debemos entonces meditar acerca de la lección que nos da la naturaleza por medio de la nutrición. No hay nada más maravilloso que una fruta, y sin embargo, qué frutas se pueden comer sin que tenga que quitárseles algo? Ninguna. Pues bien, pasa lo mismo con los seres. Cuando tienen relaciones con ellos, cuando los miran, les hablan, los escuchan, es como si los saborearan, los respiraran7. Y por tanto, ¿qué hacen ustedes la mayor parte del tiempo? Sea en las relaciones de pareja, con amigos o incluso con la familia, se tragan todo, no seleccionan nada para sentir la vida sutil que se encuentra allí escondida, la vida de su alma, de su espíritu, y para respetarla. ¿No creen que es tiempo de dejar estas actitudes prehistóricas? Sé que no es común ver en las relaciones humanas procesos idénticos a los de la nutrición; sin embargo la realidad se encuentra allí, e interpretaré para ustedes otra página del gran libro de la naturaleza. Las mariposas que acostumbramos a ver volar en los jardines y campos, yendo de flor en flor, no han sido siempre estas creaturas ligeras, aéreas… La mariposa es una oruga primero, y la oruga es un bicho feo y sobre todo dañino, pues se come las flores y las hojas de las plantas y de los árboles. Ahora bien, las hojas son absolutamente indispensables para el árbol: por medio de ellas transforma la luz del sol. En cuanto a las flores, ellas darán los frutos. Comiéndose las hojas y las flores, la oruga perjudica gravemente al árbol, por lo que los hombres las persiguen en los campos y jardines. He ahí la vida de la oruga… Pero un buen día, no se sabe porqué, la oruga comienza a darse cuenta de que su vida no es gran cosa. Ve pasar por el cielo a las mariposas tan bonitas, coloridas, ligeras, y comparándose con ellas se siente pesada e hinchada. Comprende que hace daño y que por eso los jardineros la quieren destruir. Entonces, decide convertirse en algo mejor y esto comienza con la necesidad de meditar. Y como para meditar es preciso estar tranquilo, se prepara un capullo: secreta un líquido que solidificándose, se vuelve un hilo resistente. ¡Y ese hilo va a convertirse en la seda! La seda es una producción de la oruga, y si es tan preciada, es ciertamente porque ha sido preparada en un estado meditativo y espiritual, ¡comprenden! Entonces la oruga entra en profunda meditación: se adormece. Pero en su subconsciente –¿por qué la oruga no tendría también un subconsciente?todas las fuerzas y las energías en ella comienzan a hacer un trabajo con esta imagen que tanto la ha impresionado: la imagen de la mariposa. Ya que las verdaderas transformaciones no se realizan jamás en el pensamiento sino en el subconsciente. Y he ahí que luego de un tiempo, del capullo donde la oruga se encerró, sale una mariposa que se alimenta del polen y del néctar de las flores. Nos corresponde ahora a nosotros descifrar este fenómeno para comprender lo que nos enseña la Inteligencia Cósmica con esta metamorfosis de la oruga en mariposa. Hasta un cierto período de su evolución, y esto puede durar millones de años, millares de reencarnaciones, el ser humano es como la oruga que necesita comerse las hojas y las flores, satisface sus apetitos a costa de los demás. ¡Y existen tantas formas de devorar a los demás! Pero el día en que, hastiado de sí mismo, decide cambiar, deja poco a poco de comerse a los seres –como la oruga deja de comerse las hojas –y aprende a alimentarse de néctar y de polen, es decir de sus emanaciones sutiles. Para quienes saben leer, esta evolución está grabada en una página del gran libro de la naturaleza viva: la metamorfosis de la oruga en mariposa. Por cierto, no está grabada allí solamente. Estudien las abejas también. Mucho se ha escrito sobre las abejas, su inteligencia, sus costumbres, pero sobre lo que representan desde el punto de vista simbólico no es mucho lo que se conoce. Las abejas recogen el néctar y el polen de las flores, con los que fabrican después un alimento delicioso, la miel. Simbólicamente, este trabajo no es otro que el trabajo del Iniciado. Sin estropearlos, el Iniciado toma en los seres que encuentra los elementos más puros, más sutiles, y gracias a sus conocimientos alquímicos, prepara en su corazón, en su alma, un alimento, un perfume delicioso. En todas las creaturas humanas, incluso en las que más cayeron, se encuentra siempre algún elemento divino, y con estas quintaesencias produce la miel, es decir radiaciones que proyecta en el espacio para deleite de todas las creaturas: solo los seres capaces de realizar esta alquimia en ellos mismos saben manifestar el verdadero amor. Ustedes dicen: «Necesito amor, necesito belleza…» No lo encontrarán sino cuando se hayan acostumbrado a buscar a los hombres y a las mujeres en el mundo de los fluidos, de las emanaciones, de las radiaciones, de las vibraciones. Se encuentran con un ser magnífico que desean conocer mejor: pues bien, en vez de tratar a como de lugar de acercársele en el plano físico, aprendan a escuchar las vibraciones de su voz, a captar la luz de su mirada, a alegrarse con la armonía de sus gestos. Así, poco a poco, lograrán entrar en relación con lo más sutil, lo más divino en él, y saborearán sensaciones desconocidas, inexpresables. Entonces descubrirán también que hombres y mujeres que tendían a menospreciar o a dejar de lado, son en realidad seres excepcionales que, gracias a lo que emana de ellos, los enriquecerán mucho más de lo que podrían hacerlo otras personas aparentemente más interesantes o seductoras. He ahí otro campo de estudios muy vasto. Vayan, ensayen y analícense. Puesto que conocen ahora estas verdades, no las dejen de lado para seguir con sus experiencias desafortunadas. ¡Ya que serán desafortunadas, dejen de hacerse ilusiones! Se aventuraron en relaciones que no les traen sino tristezas, decepciones y piensan: «Es una casualidad, hubiera podido ser feliz». No, nunca en la vida, la felicidad, la desdicha no son nunca cuestión de azar, de suerte o de mala suerte. Dependen de nosotros. Somos nosotros quienes con nuestra actitud, nuestra comprensión de las cosas, sembramos las semillas que nos permitirán cosechar una u otra. III Amen como el sol La moral y la religión predican que pensemos en los demás y no en nosotros mismos. Sí, claro, es bello, ¿pero es esto verdaderamente realizable? No lo creo. «¿Cómo? dirán ustedes, usted no cesa de repetirnos que es preciso olvidarse de uno mismo y pensar en los demás». Es cierto, de una conferencia a la otra les digo muchas cosas y algunas pueden parecer contradictorias pero no lo son. Van a comprender… En realidad, hágase lo que se haga es imposible no pensar en sí: la Inteligencia Cósmica misma le ha dado al hombre esta tendencia a traer todo hacia sí, a fin de que pueda alimentarse, protegerse, crecer, progresar; él no puede hacer otra cosa que ocuparse siempre de sí mismo. La cuestión está simplemente en cambiar la naturaleza, el contenido, la orientación de esta actividad. ¿Cómo? Tomando al sol como modelo. El sol que no cesa de verter en el universo su luz y su calor es la imagen de la generosidad, del altruismo. Un día le pregunté: «¡Oh, amado sol, explícame… Tú, que a imagen de Dios, aclaras a todas las creaturas, las calientas, las vivificas8, ¿no piensas realmente sino en los demás? – ¡Pero claro que no, respondió el sol, no pienso sino en mí! Si me ocupo de los demás es por mí que lo hago. No voy a preguntarme sin cesar si se merecen mi calor y mi luz, si mejoran, ni siquiera si reconocen mis favores, me da igual, los dejo tranquilos y libres, pero yo sigo aclarándolos, calentándolos, porque me agrada hacerlo». Entonces, incluso el sol está de acuerdo con que la necesidad de ocuparse de sí mismo no desaparece nunca, pero toma diferentes formas según el grado de evolución de las creaturas. Cuando comprendí esto, decidí imitarlo. Y si se me pregunta a mí también: «¿Por qué consagras tanto tiempo a los demás, a hablarles, a aconsejarlos, a ponerlos por el buen camino?»... Pues bien, ¡porque me complace hacerlo! Nadie me obliga a ello, soy yo quien lo deseo por mi propia dicha. Ahora bien, ¿lo merecerán los demás? ¿Ganan algo de ello? ¿Se transforman? No estoy seguro, pero de lo que sí estoy seguro es que yo soy feliz. Algunos necesitan crear el desorden y la destrucción; otros propagar la armonía, el amor, la luz, lo hacen por ellos mismos, no pueden evitarlo. Frecuentemente siento que algunos de ustedes se dicen: «¿Es este tipo verdaderamente un Maestro? ¿No ve el estado en el que me encuentro, de dónde salgo, en dónde me atasqué? ¡Cómo me recibe, cómo me saluda! No, no, no es clarividente, porque sigue siendo el mismo: gentil, amable». Veo este pensamiento en sus miradas. Pero si debiera dejar de amar a los humanos porque no están listos, porque no lo merecen, soy yo quien se derrumbaría. Y si ganan un poco gracias a mi actitud, ¡tanto mejor para ellos! Que se me comprenda, que no se me comprenda, sigo, porque soy yo quien amaso tesoros que luego puedo distribuir. Por lo tanto, ustedes también traten de sacarle el gusto a ayudar a los demás. Si no quieren hacerlo por ellos, háganlo al menos por ustedes. Entiendan que pensando en ustedes de esa forma, avanzan, se refuerzan. Mientras que si piensan en ustedes sin buscar ayudar a los demás, se van a debilitar, van a ser infelices, a enfermarse e incluso a volverse detestables. Hay que ocuparse de los demás, pero por su propio placer y progreso. Uno no puede olvidarse, renunciar a sí, es imposible; entonces lo que se requiere es pensar en uno de una nueva manera, hasta que este pensamiento tome una forma tan maravillosa, tan extraordinaria como el amor del sol. Ningún ser humano puede hacer abstracción de sí mismo. Es entonces peligroso predicar la abnegación sin explicar que no se trata de olvidarse de sí completamente, pues no es posible: semejante actitud no puede sino provocar un sentimiento de vacío, de angustia y abrir la puerta a todos los desórdenes psíquicos. La única cuestión es amarse a uno mismo amando a los demás divinamente, de una manera que nos refuerce y nos libere. Sí, sobre todo que nos libere… Es esto lo esencial y lo más difícil de realizar. ¿Qué humano no está convencido de que el amor es la cosa más bella del mundo, la más necesaria? Y sin embargo, ¿qué conoce de él? Las penas, las desdichas, la servidumbre, porque para la mayoría de ellos la felicidad consiste en ser amado. Claro, a pesar de todo están de acuerdo en amar ellos un poco también, pero creen que lo más importante es ser amado. La prueba: ¿por qué amar no les es suficiente? ¿Por qué sufren tanto cuando sienten que aquellos a quienes aman no les corresponden su amor, o no tanto como lo desearían? Sea a sus amigos, a sus allegados, a sus padres, a sus hijos, a sus mujeres, maridos, amantes, no les basta con amarlos, quieren ser amados tanto e incluso más de lo que ellos mismos aman. Para ser felices, esperan que el amor venga del exterior. Si no viene, o si les es retirado, se sienten privados. No creen en su propio poder, en su propia fuerza de amar, necesitan que el amor les sea dado por alguien exterior a ellos. Y he ahí cómo pierden su libertad. Se hicieron amigos de una persona, pero un día, ella atraviesa un período difícil, tiene menos tiempo para encontrarse con ustedes, para escribirles, llamarlos por teléfono, por lo que se sienten abandonados, descontentos, infelices y la cansan con sus reproches: «¿Por qué no has venido a verme? ¿Por qué no me has llamado?...» Bueno, claro, es un tanto normal que tengan la impresión de haber perdido algo, pero si no se deciden a cambiar de actitud, no dejarán de sufrir, se sentirán amarrados. No hay peor esclavitud que esperar de alguien lo que no les da. Para reencontrar su paz, su dicha, su libertad, deben contar únicamente con su amor, y no esperar que el amor les venga de los demás. Mientras esperen ser amados, dependerán de los demás y, si ellos no los aman o los aman menos -¡que es su derecho!- se van a hacer daño y a hacerles daño a ellos también. La vida está construida de tal forma que no se puede estar seguro nunca de nada, ni de los sucesos, ni de la gente: algunas veces pensará en ustedes, y con más frecuencia, los olvidará. Entonces, si no instalan en ustedes algo estable, serán sacudidos, desorientados sin cesar. Sí, es tiempo de comenzar a conocer la naturaleza de las cosas y comprender lo que debe hacerse para desarrollarse armoniosamente. Puesto que necesitan amor, puesto que en el amor sienten que florecen, que tienen revelaciones, puesto que tienen interés en que su amor continúe eternamente, pues bien, amen, no esperen más a ser amados. Si los seres que aman responden a su amor, tanto mejor, pero no cuenten con ello. ¡Cuántas personas escucha uno quejarse: se sienten solas, no pueden contar con nadie! Sí, se imaginan que los demás van a estar siempre disponibles, y que los reencontrarán en cualquier momento en el mismo estado de ánimo que cuando los dejaron. Pero he ahí que los seres se mueven, cambian, se transforman, nunca se puede contar con ellos absolutamente. «Entonces, dirán ustedes, qué hacer?» Encuéntrense con ellos, mantengan con ellos relaciones de amistad, de trabajo, etc., pero no se apoyen en su estabilidad porque allí viven en ilusiones, y un día u otro se verán obligados a constatar que las cosas no se desenvuelven completamente como lo habían creído y esperado. Incluso sus hijos, hay que saber con antelación que no serán siempre tal y como son por el momento y que un día incluso los dejarán. Evidentemente, no es agradable escuchar semejantes verdades. Pero desafortunadamente, es así, y para no conocer tribulaciones inútiles, es preciso saber que uno no debe apoyarse en la estabilidad de cualquier cosa que sea exterior, ni en los negocios, ni en las posesiones, ni en la fidelidad y el reconocimiento de nuestros allegados, ya que nunca se está seguro de conocerlos bien. Si Dios pone a nuestro lado algunas personas fieles y agradecidas, es maravilloso, agradezcámosle. Pero no esperemos nada. ¿Ustedes les hicieron bien a los demás, los ayudaron, los apoyaron? Claro, les parece normal esperar un poco de gratitud de su parte, o al menos una aprobación. Pues bien, allí tampoco esperen nada. Cuando se espera la aprobación o el reconocimiento, se entra en el mundo de las insatisfacciones, de los reproches, de los rencores y de los tormentos. Dirán: «Pero entonces ¿el bien que hacemos no será nunca reconocido?» Sí, pero no hay que esperar que lo sea. Y, en el inmediato, debemos encontrar en nosotros mismos nuestra recompensa. Pues sí, esta dilatación y este calor interiores que nos invaden cuando amamos, es ésta una gran recompensa, no existe otra más grande en la vida. De lo único que tienen que preocuparse es de mejorar las manifestaciones de su amor, volverlas más desinteresadas, más puras, más vastas. Este amor debe aún crecer en luz, en comprensión. El amor como sentimiento no es todavía el grado superior del amor. El sentimiento es demasiado personal. Para vivir la plenitud del amor, la comprensión también es necesaria. Miren el sol: ama al mundo entero sin esperar a cambio ni amor ni reconocimiento9. Por ello es tan radiante: porque no espera nada, es libre. Y ustedes también, cuando se hayan decidido a amar sin esperar nada a cambio, serán libres. Y en ese momento serán realmente amados. ¿Por qué?... Si junto a ustedes la gente se siente aclarada, entra en calor, pero al mismo tiempo se siente libre también porque ustedes no exigen nada de ella, ¿cómo no encontrarlos simpáticos y agradables? Desde el momento en que renuncian a ser amados, el amor comienza a perseguirlos, ¡los importuna incluso! Lo expulsan por la puerta y vuelve por la chimenea. Pero entre más busquen ser amados, más el amor se aleja. Es como si persiguieran su sombra: huye delante de ustedes, jamás podrán atraparla. Sí, buscar el amor de los demás, es como correr detrás de su sombra. Pero no lo busquen y el amor estará allí todo el tiempo, sonriéndoles, mirándolos gentilmente. Cuando buscan el amor de los demás, se concentran en algo exterior a ustedes y pierden la fuente del amor. Es así. Por lo tanto, en vez de buscarlo, denlo, háganlo salir de ustedes: estará presente siempre en ustedes y serán dueños de todas las situaciones. Ahora, si no quieren creerme, no les queda más que preparar pañuelos. E incluso, los pañuelos, es algo inocente, inofensivo. Muchas personas no se contentan con pañuelos, recurren a los golpes, al puñal, al revólver, al veneno. ¡Tantos dramas son provocados por el amor, el amor mal comprendido, el amor que espera siempre algo! Mientras que el amor del que les hablo es un amor que rejuvenece, que fortifica, que vuelve infatigable, luminoso y bello, un amor que aporta la vida eterna, que resucita, que inmortaliza, el amor del sol. Sí, contemplando el sol, esfuércense por aprender su lección. Está dicho que Dios es amor. Pero cuando se ven las tragedias que el amor provoca en los humanos, se mide todo el trabajo que aún les queda por hacer, todo el camino que les queda por recorrer para elevarse hasta este amor divino. Pero bien vale la pena, pues el verdadero mago, el mago todopoderoso, es el amor. Deben invitarlo para que se instale en ustedes, y entonces, como la llama radiante a través del vidrio de una lámpara, por doquiera que vayan su amor resplandecerá y brotará alrededor de ustedes. Es por él mismo que el sol brota, es resplandeciente, caluroso, y toda la naturaleza se beneficia. Y la rosa, ¿creen que es porque piensa en los demás que esparce su perfume? Por supuesto que no, es porque le gusta, porque se siente dilatada. Dirán: «Entonces, ¿si se es generoso, desinteresado, resplandeciente y luminoso por su propio gusto, el mundo entero puede aprovecharlo y ser feliz?» Sí, claro. Es una nueva forma de amarse a sí mismo, de pensar en uno mismo. Si se piensa en uno de forma egoísta, se vuelve una pelea y todo el mundo sufre; y si se quiere renunciar a sí como lo enseñan ciertas morales, es peligroso, ya que se va en contra de la naturaleza, y allí de nuevo se hará sufrir a los demás persiguiéndolos con un supuesto amor desinteresado, pero que en realidad es amor malsano. Todas las mañanas el sol me dice: «No pienso en nadie, no me ocupo de nadie, soy feliz resplandeciendo, brillando, le he tomado gusto; y que los demás lo aprovechen o no, ¡me da igual!» Y es verdad, miren, ¿acaso se oscurece viendo que los humanos no lo valoran en su justa medida10? Si se ocupara de ellos, viéndolos tal y como son, se indignaría, se asquearía, cesaría inmediatamente de brillar y dejaría todo morir. Pero como no se preocupa por los humanos, sigue brillando para él mismo: su luz y su calor no son sino las manifestaciones de su amor incandescente por él mismo. Amar como el sol. Solo esta actividad aporta la verdadera dicha. Dándoles hoy esta verdad, les doy uno de mis tesoros más preciados. Si quieren imitarme, tanto mejor para ustedes, experimentarán el Reino de Dios. Pues el Reino de Dios es eso: amar. ¡He encontrado tanta gente para quien el éxito era sinónimo de poder y de saber! No pensaban en el amor, lo consideraban como la cosa más insignificante, la más inútil, la más ineficaz. He sopesado los tres: el saber, el poder y el amor. Desde luego, no digo que haya que menospreciar el saber y el poder, pero le he dado el primer lugar al amor, porque el amor es el centro, el corazón de todo. Para obtener el saber, es preciso un cerebro especialmente preparado y organizado; para obtener los poderes, es necesaria mucha voluntad, tenacidad, estabilidad. Estas cualidades no le han sido dadas a todo el mundo. En cambio, todo el mundo es capaz de amar, incluso un iletrado, incluso un niño, pues es la cosa más fácil, la más natural. Y en realidad, el amor atañe a las otras dos facultades: aporta el poder y el saber. Cuando están desmotivados, sin fuerza, llamen al amor e inmediatamente se recuperan y dicen: «Marchará, lo lograré». Pues bien, los poderes están ya ahí, quizás no para resucitar a los muertos, pero sí para resucitarse ustedes mismos primero. Luego, más tarde, irán a resucitar a los demás. Y el amor les ayuda también a comprender mejor, ya que una parte del calor y del fuego de este amor se transforma en luz y les da una visión clara de las cosas11. Sí, por medio del amor pueden obtener el poder y el saber. Pero si dejan el amor a un lado para solo ocuparse de los otros dos, entonces ahí, si los obtienen, será peligroso. El saber sin amor los volverá despectivos, altaneros, orgullosos. Y los poderes sin amor los volverán duros, crueles, implacables. Por consiguiente, ¿de qué les servirán los poderes si se convirtieron en un monstruo?... ¿De qué les servirá el saber si se volvieron fríos e inaccesibles?... En cambio, con el amor, su saber esclarecerá a los humanos y dedicarán su poder a sanarlos, a salvarlos. El amor es capaz de reconciliar todo, de armonizar todo, por ello no dejo de trabajar con él. IV Reconocer en cada ser la imagen de Dios Diariamente deben frecuentar personas de muy diversa índole. Entonces, al abordarlas no olviden nunca que ellas poseen como ustedes una doble naturaleza, superior e inferior12. Y «no olvidar» significa tomar precauciones para evitar el encuentro de su naturaleza inferior con la naturaleza inferior de los demás. Dirán que no es posible: puesto que la naturaleza inferior existe en todos los humanos, este encuentro es inevitable. Es claro, pero traten al menos de que sea breve. Se encuentran frente a una casa: abajo está el sótano con moho, ratones, arañas, etc.… ¿Allá irán a acomodarse? No, subirán a vivir en los pisos superiores. Pues bien, hagan lo mismo con los seres humanos, eviten descender muy seguido a sus sótanos y permanecer allí; en este caso también, suban a los pisos superiores, traten de encontrarse en las alturas del alma y del espíritu. Dios creó al hombre a su imagen y cada vez que entren en relación con los seres, piensen en reconocer en ellos esta imagen de Dios. Alimentando pensamientos sagrados los unos hacia los otros, los humanos contribuyen a su evolución. Claro, esta idea entra en contradicción con el hábito que la mayoría de las personas ha adoptado de no ver sino los defectos de los demás e incluso reunirse para hablar de ellos. Ver las lagunas o las debilidades de los demás es considerado como una prueba de lucidez, de inteligencia. Pero como existe una ley según la cual lo que uno se obstina en ver en los demás es muy frecuentemente el reflejo de lo que uno lleva en sí, quien cultiva semejante actitud crítica revela en realidad sus propias lagunas. Pero dejemos este asunto a un lado y detengámonos en las consecuencias de la otra actitud, la que les aconsejo: hacer esfuerzos por reconocer en los seres la imagen de Dios. Por supuesto, muchos dirán que con este punto de vista se arriesga a caer en trampas y a pagarlo muy caro, puesto que el fondo de la naturaleza humana es malo, incluso la religión lo dice, ¿para qué engañarse? Bien, les diré que ustedes no han estudiado bien. No es porque la imagen de Dios esté escondida bajo capas de polvo y de barro que no existe. Existe y puede siempre aparecer y expresarse si se le preparan las condiciones. No crean que un sabio no ve el lado malo de los humanos, lo ve, tiene incluso los ojos muy desarrollados para ello: ¿cómo podría ayudarlos siendo ingenuo y engañándose acerca de ellos? Conozco algunas personas así que no quieren ver nunca el mal en los demás, y se imaginan de ese modo ser muy evolucionadas y llenas de amor. Pues no, no es amor, sino falta de discernimiento, y la falta de discernimiento es peligrosa. Si se confunde todo: el bien y el mal, las cualidades y los defectos, ¿qué trabajo constructivo puede hacerse? Hay que ver esto claramente, de lo contrario uno se equivoca siempre en sus juicios: se le da la razón a quien se equivoca y se le quita la razón a quien la tiene, y por consiguiente uno es doblemente culpable. Cuando los Iniciados enseñan el amor, no enseñan un amor ciego, sino un amor clarividente. Por consiguiente, un Iniciado ve muy bien las debilidades y las lagunas de los humanos, las ve incluso mejor que cualquier otro13. Solo que, y es lo que lo hace un ser tan diferente, tan excepcional, viéndolas no se detiene en ellas, porque ha comprendido que no se puede ayudar a alguien reparando solamente en sus defectos, en sus vicios; con esta actitud, los agrava además. El Iniciado, que sabe que los hombres y las mujeres son hijos e hijas de Dios, se detiene en este pensamiento y aborda a todos los seres con este pensamiento. Hace así un trabajo creador, pues desarrolla el lado divino en todos aquellos con los que se encuentra, y él mismo se siente feliz. Créanme, es la mejor manera de actuar con los demás: tratar de descubrir sus cualidades, sus virtudes, sus riquezas, y concentrarse en ellas. Ya que algunas veces estos aspectos están tan camuflados que la persona misma ni siquiera sospecha que existen. Hay que acostumbrarse a echar un vistazo en las profundidades de los seres y detenerse un poco menos en sus manifestaciones superficiales que pueden hacernos equivocar enormemente. Los defectos son muy fáciles de encontrar. Pero para encontrar ciertas virtudes que aún no se han manifestado, es preciso poseer toda una ciencia. Cada uno de ustedes tiene cualidades divinas que esperan oportunidades favorables para aparecer, y yo precisamente me ocupo de ello, busco en ustedes todas esas cualidades que no han aparecido aún. Así trabajo en ustedes y en mí, y de esta manera deben ustedes trabajar también. He ahí porque deben aprender a alimentar pensamientos sagrados los unos para con los otros. Alimentando estos pensamientos sagrados, dejan de reparar en detalles que no son tan gloriosos, y concentran su pensamiento en el principio divino en los seres. Sí, ¿por qué no tener pensamientos sagrados por todo lo que es divino, inmortal, eterno en el hombre? De este modo hacen un buen trabajo en ustedes mismos y ayudan también a los demás. Mientras que ocupándose de sus defectos, se hacen daño, pues se alimentan de suciedades y les impiden también a los demás evolucionar. ¡Qué ignorancia entonces! Uno cree que va a ayudar a los demás a corregirse señalándoles sus defectos, pero en realidad es todo lo contrario lo que se produce. Los humanos son malos, crueles y todo lo que quieran, es cierto, pero no es una razón para pasar su vida no viendo sino eso y hablando solo de ello. Deben abrir los ojos, por supuesto, pero no es más que la mitad de su tarea. Si disminuyen siempre a alguien mostrándole la mala opinión que tienen de él, no solamente dejará de manifestar hacia ustedes el lado bueno que posee de todas formas, sino que además va a ceñirse a la opinión que ustedes tienen de él con todas las consecuencias negativas que esto conlleva para ustedes. Mientras que si muestran que creen en él, tratará de no decepcionarlos y de este modo lograrán ayudarlo a ser mejor14. Sí, he ahí la verdadera pedagogía. No esperen poder ayudar a los seres a ser mejores señalando sin cesar sus imperfecciones y tratándolos de imbéciles, de incapaces, pues entonces ni siquiera se esforzarán más. Puesto que su opinión acerca de ellos ya es definitiva, ¿para qué harían esfuerzos? Desafortunadamente, es la actitud que asumen muchos padres creyendo que de esa forma van a obligar a sus hijos a ser mejores. Pues no, y es preciso que sepan que es el peor método. Al final, los niños se vuelven verdaderamente incapaces, porque es una especie de magia que los padres han ejercido sobre ellos, y están hipnotizados, subyugados, paralizados. Para obtener algo de un niño, hay que motivarlo siempre; e incluso sin decírselo, claro, pensar en todas las cualidades y las virtudes que están escondidas en su alma y en su espíritu. En vez de lamentarse de sus defectos y de darle algunas palmadas o algunas nalgadas para enseñarle a no hacer ciertas tonterías, deben concentrarse en la chispa divina que habita en su hijo; y de esta forma, porque los padres supieron alimentar esta chispa, el niño hará maravillas más adelante. Incluso cuando esté dormido, pueden hacerse junto a su cama, y acariciándolo suavemente, sin despertarlo, hablarle muy quedo acerca de las buenas cualidades que quisieran verlo manifestar más tarde. Así depositan en su subconsciente preciosos elementos que, cuando los descubra años después, lo protegerán de muchos errores y peligros. Este trabajo es el que un verdadero Maestro hace en sus discípulos y de este modo acelera su evolución. Y ustedes también, conságrense a este trabajo, es el momento de despertarse a estas actividades, a sabiendas de cuáles serán los resultados benéficos. Pero para ello, es preciso no vivir exclusivamente en los sentimientos y en las emociones, ya que son los que impiden razonar y encontrar la buena actitud. Apenas ven o escuchan en los unos o en los otros algo que les disgusta, les molesta o los hiere, inmediatamente reaccionan negativamente. Sin embargo, sinceramente díganme si sus reacciones pudieron contribuir a mejorar un poco su conducta… No, e incluso con esta actitud descienden a su nivel, vibran a su diapasón, atraen sus defectos, hasta el día en que terminarán por ir más lejos que ellos en injusticia, deshonestidad o vicio. Sé que todo lo que les estoy diciendo no puede aún ser completamente aceptado. Pero en el futuro todos aprenderán a hacer este trabajo: por medio del pensamiento proyectarán a sus padres, a sus amigos, a todos los seres que encontrarán hacia las regiones de la luz. No volverán a experimentar dicha alguna rebajándolos, ensuciándolos, por el contrario, encontrarán su dicha reparando solo en su naturaleza superior, su naturaleza divina. Por cierto, cuando hablan de las cualidades de alguien, incluso si al parecer exageran un poco, no exageran, eso depende únicamente de la parte de él a la que hacen alusión. A menudo, cuando hablan de alguien no es de él que hablan realmente, ¡sino de sus intestinos, de su sexo, de su vientre o de sus pies que no están lavados! Él en realidad es una divinidad. Está dicho en los Salmos: «Sois dioses», y Jesús en el Evangelio de san Juan cita ese versículo. ¿Por qué esos dioses no se manifiestan? Están enterrados en algún lugar, sepultados bajo capas de impurezas; no pueden descubrirlos pero allí están y a estos dioses hay que hacer aparecer. Detengámonos ahora en la manera en que los hombres y las mujeres acostumbran a considerarse mutuamente. Yo, desde mi juventud, tomé el hábito de considerar a la mujer como una expresión de la Madre divina. En realidad, sé muy bien a que atenerme, ¿por qué habría de engañarme? Sin embargo, quiero ver a la mujer bella, delicada, llena de amor, fiel y estable (¡lo que no es siempre el caso, pero en fin!), pues de esa forma todas las mujeres con las que me encuentro son una fuente de bendiciones, de inspiraciones y de descubrimientos para mí. No soy ni pintor, ni escultor, ni poeta, ni músico, pero vivo en la belleza de los colores, las formas, los sonidos y me lleno de admiración. Y si se me dice: «¡Pero si no hay nada realmente de qué maravillarse! ¡Si tan solo conociera los vicios de estas creaturas que le causan tanta dicha!», respondo que no quiero saberlo. Si tienen vicios, pues bien, son para ellas, ¡mientras que la dicha es para mí! Piensan que soy ingenuo, que me equivoco… ¡Pues claro que sé que me equivoco! Solo equivocándome encuentro la verdad, la verdadera verdad. Porque en realidad, así es la mujer en lo alto: un esplendor. Y el hombre también. Pero abajo, qué quieren… En una ciudad, por ejemplo, ¡hay tantas cosas bellas que ver! Pero también hay alcantarillas. Y ¿para qué querer visitar las alcantarillas? Visiten los jardines, los palacios y las catedrales, suban a la Torre Eiffel – ¡simbólicamente hablando!- Desde allá arriba, al menos, verán un panorama magnífico. La desgracia está en que los humanos necesitan conocerse en las alcantarillas. ¡Pero que aprendan un poco a conocerse en las cimas! Allá es diferente. Desafortunadamente, no se quiere comprender y aceptar mi forma de ver, entonces, se vuelven prosaicos, pierden su inspiración. «Hay que ser realista», dice la gente, «es una idiotez idealizar a los hombres y a las mujeres». Sí, quizás, es idiota. ¡Es idiota pero bello! Mientras que su realidad es fea, y en esta realidad sin darse cuenta destruyen su alma, su espíritu, destrozan las raíces de su existencia. Alguien me objetará: «Pero el hombre que idealiza a la mujer y la mujer que idealiza al hombre ¿qué van a hacer cuando vean –pues un día u otro serán obligados a ver –que ninguno corresponde exactamente a lo que se imaginan? Se van a decepcionar tanto!» Sí, se decepcionarán; si no saben para qué y cómo emprender este trabajo de idealización, se decepcionarán, van a caer de muy arriba. En realidad, la idealización es un trabajo mágico de creación, pero esto no impide permanecer lúcido y saber a qué atenerse respecto de los seres que se idealizan de esta forma. Si la tendencia a la idealización produce en algunos malos resultados, es porque no supieron mantenerse a esta altura: ¡la abandonaron para descender muy abajo en… la realización! Si no hubieran descendido, si no hubieran querido acercarse demasiado al ser que idealizaban, esta dicha, esta inspiración habrían podido mantenerse en ellos. He ahí cómo, en las manos de un ignorante, la idealización es un verdadero peligro, los precipicios lo esperan; mientras que en las manos de un Iniciado, es la fuente más grande de bendiciones. La idealización es un trabajo mágico15, es la mejor forma de evolucionar, pero lo repito, con la condición de avanzar siempre en ese sentido, de no querer un día conocer demasiado cerca, tocar, saborear, etc. De lo contrario, serán como los niños que desarman un despertador para ver lo que hay adentro: el despertador no vuelve a funcionar. Desafortunadamente, es lo que la mayoría sigue haciendo con todas las creaturas del Señor: quiere ver lo que hay adentro; ahora bien, adentro están los intestinos, las vísceras y evidentemente se asquea. ¿Por qué era absolutamente necesario ver esto? Se pueden idealizar a todas las mujeres, a todos los hombres, pero para estar al abrigo no se debe salir de esta idealización. Si descienden de esa cima, se acabó, todas las decepciones están allí. Luego, los demás les dirán: «Ven, se les había advertido!» y deberán reconocer que tenían razón. En realidad, no tienen razón. La tienen solamente porque ustedes son débiles e ignorantes. Si son fuertes y sabios, son ustedes quienes tendrán razón eternamente. 1 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. II: «Los dos primeros mandamientos». 2 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXV: «Amen a Dios para amar a su prójimo». 3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VIII: «El Yo superior». 4 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. III: «En la búsqueda de su verdadera identidad». 5 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVI: «La cuestión de los lazos». 6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XI: «Aprender a comer para aprender a amar». 7 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XIX: «El jardín de las almas y de los espíritus». 8 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XV: «El sol es la imagen y semejanza de Dios». 9 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVI: «La verdad del sol: dar». 10 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. VIII: «Amen como el sol». 11 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. IX: «No se detengan en la mitad del camino»; El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. IV: «La meta del amor: la luz». 12 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213. 13 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. VI: «El Maestro, espejo de verdad». 14 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XIV: «El poder mágico de la confianza». 15 Op. cit., cap. XIII: «La mirada». 2 «Amad a vuestros enemigos» I «Por tus palabras serás justificado» Porque han sido decepcionados por un amigo, un allegado, cuántas personas se creen autorizadas a contar por doquier que se les ha engañado, traicionado. Admitamos que sea verdad –¡lo que no es ni siquiera seguro!¿es una razón para ir a destruir a esta persona ante los demás? ¡Ah!, pero claro, están convencidos de que deben hablar a fin de restablecer la justicia. Pero ¿qué clase de justicia es ésta? ¡Hay que dejar tranquila a esa justicia! «Y entonces, ¿qué debemos hacer?» Recurrir a un principio que está por encima de la justicia, un principio de amor, de bondad, de generosidad. Le hicieron bien a alguien: lo ayudaron, por ejemplo, dándole dinero. Luego, un día, se dan cuenta de que esta persona no merecía su ayuda y van a contarle al mundo entero lo que hicieron por ella manifestándole que no estuvo a la altura de su bondad. ¿Para qué contar todo eso? Si hicieron el bien y van a contarlo a todo el mundo arrepintiéndose de su gesto, destruyen ese bien. Estaba inscrito en lo alto que debían ser recompensados y ahora, actuando como lo han hecho, borran su buena acción. Incluso si alguien los ha engañado, los ha herido, no importa, no vayan a contarlo. Al contrario, con su actitud, deben mostrarle a esta persona que valen más que ella; un día se avergonzará y tratará de reparar el mal que les ha hecho. ¿Cuándo van a decidir mostrarse grandes y nobles? Hay que cerrar un poco los ojos y perdonar, es de ese modo que uno crece, que uno se vuelve excepcional. Y hasta lo que han perdido les será devuelto centuplicado más tarde. De otra manera, ¿qué esperan ganar manteniendo intenciones negativas respecto de alguien? ¿Acaso eso los recompensará por el bien que le han hecho y que según ustedes, no merecía? ¿Y están seguros de que con sus palabras no le causarán un perjuicio más grande que el que ustedes dicen haber sufrido? Entonces, ¿dónde está la justicia? Se habla, se habla, sin ser consciente de que la palabra es un arma terrible y que se es responsable del uso que se hace de ella. Aparentemente una palabra no es más que un soplo de aire que no acarrea consecuencias. Pues bien, no. «La boca habla de la abundancia del corazón», decía Jesús. «El hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado». En el plano de los actos se está limitado: no es tan fácil arruinar a alguien, destruir su carrera, eliminar o destruir a su familia; y admitiendo incluso que sea realizable, uno se expone a ser detenido y condenado. Pero se pueden pronunciar fácilmente palabras aquí y allá, y estas palabras, como fósforos prendidos, provocan incendios por doquier, en las familias, en el entorno, en el lugar de trabajo, en la sociedad e incluso en el mundo entero. ¡Cuántas rupturas, tragedias, tienen por origen unas palabras, pronunciadas o escritas, y lanzadas conscientemente en un momento donde se sabe que producirán los mayores estragos! Y en nuestros días con el teléfono, la prensa, la radio, la televisión, etc., ¡los humanos tienen tantas posibilidades de actuar con la palabra! Por ello deben estar cada vez más vigilantes. Si la gente habla sin darse muy bien cuenta de lo que dice y porqué lo dice, es porque no controla ni sus pensamientos, ni sus sentimientos1, pero cree que no es grave. Habla de todo y de todo el mundo sin conocer el trayecto que siguen sus palabras y los daños que pueden producir. Una palabra es comparable a un cohete que recorre el espacio, donde desencadena fuerzas, excita entidades y provoca efectos irreversibles. Hay siempre en la naturaleza uno de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire o el fuego que está allí atento, esperando el momento de participar en la realización de todo lo que el hombre expresa con sus palabras. Puede que esta realización se produzca muy lejos de quien dio los gérmenes para ello y él no puede en consecuencia verla. Pero se produce. Como el viento se lleva las semillas y las siembra a lo lejos, asimismo las palabras levantan vuelo y van a producir en el espacio resultados magníficos o desastrosos, y no es posible recuperarlas. Se cuenta que un hombre vino un día junto a Mahoma y le dijo: «Me he portado mal con uno de mis amigos. Lo he acusado injustamente y ahora no sé cómo enmendar. ¿Qué me aconsejas?» Mahoma lo escucha atentamente y le responde: «Ve a la calle donde habita tu amigo, coloca una pluma frente a cada casa, y ven a verme mañana». El hombre se va, hace lo que Mahoma le dijo y al día siguiente regresa a verlo. «Muy bien, dice Mahoma, ve ahora a buscar las plumas y tráelas aquí». Unas horas más tarde, el hombre regresa muy apenado: no había encontrado ni una sola pluma. Entonces, Mahoma le dice: «Pasa lo mismo con las palabras: una vez proferidas, no puedes recuperarlas más, emprendieron vuelo». Y el hombre se fue muy infeliz. Ahora, yo quisiera prolongar esta conversación. Supongamos que alguien viene a verme para preguntarme cómo enmendar palabras que lamenta. Le contaré la misma historia, pero agregaré algo muy importante. Le diré: «Es preciso que hables de nuevo de esta persona, pero insistiendo en sus cualidades. Como hay siempre algo bueno en cada creatura, buscarás y encontrarás. -¿Y de esta manera enmendaré mi error?- No, no es posible, porque las palabras pronunciadas se han grabado y ya han provocado estragos en las regiones invisibles, e incluso visibles algunas veces2. Pero de ese modo crearás algo diferente que borrará un poco tus palabras pasadas. Y apresúrate, pues entre más tiempo pase, más estas palabras producirán estragos. – Entonces, ¿con esas buenas palabras no habré reparado aún?- No es seguro, ya que he aquí lo que no sabes: las buenas palabras que has pronunciado no neutralizan las malas, pues se grabaron en una capa diferente de la atmósfera, y las capas se sobreponen. Uno no puede recuperar las palabras que ha lanzado: ya se encuentran escondidas bajo otras capas físicas o psíquicas. El tiempo es entonces un factor muy importante». Supongan que dieron la orden de cortarle la cabeza a alguien, y quienes deben ejecutar su orden ya partieron… ¿Qué podrán hacer ustedes para reparar una vez que la cabeza haya caído? ¿La pegarán de nuevo? Cuando se ha dado una orden, ¿qué puede hacerse? Dar una contraorden, es decir enviar otros mensajes, otros servidores más rápidos, a fin de que prohíban la ejecución. Pero si pasó demasiado tiempo, no hay nada más que hacer. Si es posible, no hay que demorarse para enmendar palabras negativas, ni siquiera hay que esperar a la mañana siguiente, porque la palabra emprende vuelo rápido: es una fuerza, un poder que recorre el espacio y que actúa. Deben sin embargo saber que existe un poder más efectivo que la palabra, el pensamiento3; y si se ponen inmediatamente a trabajar, pueden recuperar algunas palabras desafortunadas por medio del pensamiento. Es muy difícil, claro, porque el pensamiento y la palabra pertenecen a dos planos diferentes. La palabra pertenece al plano físico, es una vibración, una onda que se desplaza por el aire; mientras que el pensamiento pertenece ya al mundo etérico. Si quieren enmendar las malas consecuencias de sus palabras, pueden concentrarse y pedir a servidores del mundo invisible que impidan que el mal se produzca. En aquel momento, no reparan completamente, pero evitan lo peor. Pero deben ser muy rápidos y su pensamiento debe ser muy intenso, de lo contrario la orden de ejecución será dada y ustedes serán declarados responsables de todos los daños que sus palabras habrán causado. Dirán: «¿Y si voy a excusarme ante la persona a la cual mis palabras perjudicaron?» Pues bien, eso no basta, hay que reparar los estragos. Decir: «lo siento mucho, perdóneme…» está bien, pero es insuficiente. Cuando les han ofrecido un regalo, dicen «gracias», pero la palabra «gracias» no es equivalente a lo que recibieron. Del mismo modo, la palabra «perdón» no puede enmendar el mal que han hecho. Si son responsables de quemar la casa de alguien, no basta con ir a pedir excusas, deben construirle una nueva casa, solo entonces serán perdonados. Dirán: «¿Pero si la persona que he lesionado me perdona?...» No, el asunto no se arregla tan fácilmente, pues la ley y la persona no son la misma cosa. Perdonándolos, la persona muestra generosidad, nobleza y se libera. Pero la ley no perdona, los perseguirá hasta que hayan reparado. Mientras no hayan reparado, las palabras negativas que han pronunciado contra alguien siguen produciendo serpientes, tigres, lobos –simbólicamente hablando- que vienen a masacrar y a devorar sus ovejas. Esto quiere decir que las malas consecuencias de sus palabras causan daño a los padres, a los hijos o a los amigos de la víctima. Por consiguiente, nada está arreglado. Deben buscar ahora otras palabras, otros pensamientos, otras fuerzas que repararán los estragos. Entonces sí, serán perdonados por la persona a quien hirieron, y también por la ley que había registrado estos estragos. En consecuencia, no se imaginen que pueden arreglarlo todo fácilmente con excusas; está arreglado para la persona generosa que, perdonándolos, se libera. Pero no está solucionado desde el punto de vista de la justicia cósmica. ¡Cuántas personas, insatisfechas con sus condiciones de vida, culpan al mundo entero porque la existencia es difícil para ellas! Y las palabras que lanzan en ese momento contra aquellos que son más privilegiados o que ellas creen responsables de su situación son verdaderamente demoledoras: están llenas de una fuerza que quizás no se conoce, pero que causa estragos en los demás. No está permitido hacer esto, deben saberlo. Si sienten la necesidad de humillar a los demás o de causarles daño por medio de sus palabras, porque se sienten desfavorecidos, frustrados, quéjense y lloren si eso les hace bien. Pero a ellos, ¡déjenlos tranquilos, no los ataquen! Es preciso que cada quien se vigile y comprenda que, si tiende a pronunciar palabras negativas, esto es una debilidad y no una fuerza de la que pueda sentirse orgulloso. Por tanto, que tome precauciones y trate de dominar sus impulsos negativos, un día, tarde o temprano, ganará. Pero para llegar a este resultado hay que ser muy consciente de que ninguna palabra pronunciada permanece sin consecuencias. Entonces, si dejaron escapar algunas palabras injustas o malvadas contra alguien, traten, apenas tomen consciencia, de concentrarse para enviarle mucho amor, mucha luz. Empero, incluso en este caso, algunos daños ya se produjeron y se requiere tiempo para que él sienta los efectos de sus buenos pensamientos. La respuesta de Mahoma es por consiguiente muy profunda y llena de sentido: las plumas emprendieron vuelo, no es posible recuperarlas. Quienes han comprendido el poder que representa la palabra están muy atentos, se esfuerzan por no decir palabras negativas, porque saben que los espíritus malignos pueden apropiarse de ellas para realizarlas. La palabra es como un soporte material que les es proporcionado, y se sirven de ella para la ejecución de sus malos propósitos. Entonces, cuidado, incluso si ustedes no piensan verdaderamente las palabras que pronuncian, entidades maléficas pueden servirse de la materia de estas palabras para realizarlas, y no podrán reprochárselo: les correspondía a ustedes no proporcionarles las oportunidades de hacer el mal. Por consiguiente, en adelante cuando hablen de alguien, eviten criticarlo, sobre todo si no están completamente seguros de los hechos que cuentan. E incluso, si ocurre que se ven en la obligación de describir el comportamiento de alguien que ha actuado mal, no olviden, como medida pedagógica, terminar su conversación mencionando una de sus cualidades… ¡Debe por lo menos tener una! Recalcar los defectos de la gente nunca ha servido para corregirlos. Comprendan entonces que con críticas no se hace más que añadir mal al mal. Sí, si quieren actuar como seres conscientes, cuando se hayan visto obligados a decir palabras negativas, traten al menos de terminar con algo positivo. Y cuando se encuentren entre ustedes, esfuércense por no hablar sino de temas constructivos, a fin de que regresando a casa, cada uno pueda agradecer al Cielo diciendo: «¡Que estos hermanos y hermanas sean bendecidos por todas sus buenas palabras que me motivaron y me dieron una mejor visión de las cosas, que me inspiraron el deseo de permanecer siempre en el camino de la luz!» Sé que lo que les pido es muy difícil, ya que para dominar las palabras, hay que comenzar por dominar sus pensamientos y sus sentimientos, lo que es más difícil aún. Pero por qué no experimentar y decirse: «En adelante, me vigilaré… Allí, no volveré a criticar sistemáticamente a tal o pascual, sino que trataré de ver su lado bueno… Allí, en vez de mostrarme negligente, seré más cuidadoso, a fin de que mis palabras sean utilizadas para el bien… En lugar de pasar por allí indiferente, pensaré en detenerme para decir algunas palabras de simpatía, de aliento, etc.» Sí, son ejercicios para hacer conscientemente. Tomemos un ejemplo. Para ir a su trabajo o a hacer compras en ciertos almacenes, deben pasar frente a la casa de alguien que no quieren mucho. ¿Se han dado cuenta de que pasando por esta casa, automáticamente se produce un cambio en ustedes? Quizás no envían realmente malos pensamientos y malos sentimientos a esta persona, pero algo se oscurece en su alma por cuenta de la antipatía que les inspira. Pues bien, en adelante, cuando se aproximen a la casa de esta persona, decídanse a enviarle conscientemente buenos pensamientos, deséenle la claridad, la dicha… Son decenas de ejercicios que pueden hacerse así todos los días, y si se deciden a hacerlos, terminarán por constatar que mejorando sus pensamientos y sus sentimientos, dominan mejor sus palabras, no se vuelven a dejar llevar por las críticas contra los demás a diestra y siniestra. Hablar es un arte que es bueno cultivar pacientemente, pues la palabra que le ha sido dada al hombre es una energía divina que él debe esforzarse por no utilizar sino para un propósito divino. Este dominio de la palabra, que es el resultado del dominio de sus pensamientos y de sus sentimientos, se refleja también en su voz, y esta voz rendirá testimonio de él un día. Cuando luego de su muerte el hombre deba presentarse ante los Jueces de las almas, ellos le dicen: «¡Habla!» Él avanza y responde: «Formas de eternidad, heme aquí». Y esto basta. No tiene que rebuscar palabras, ni dar vueltas con frases elocuentes. Los Jueces escuchan solamente el timbre, las vibraciones de su voz, pues allí está la verdad de su ser. La autenticidad de su voz debe juzgarlo. II «Si alguien te golpea en una mejilla…» Tener amigos es considerado como una de las dichas más grandes de la existencia, y es verdad, nada es tan preciado como verdaderos amigos. Solo que he ahí que lo más frecuente es que no se busquen verdaderos amigos sino aliados, para ser aprobados y apoyados en cualquier cosa que se haga. ¿Conocen acaso muchas personas que aceptan que sus amigos sean completamente sinceros con ellos y no les aprueben todos sus actos y sus palabras? A la más ínfima crítica, se sienten traicionados y se molestan. Si se quiere ganar los favores de alguien, hay que aprobarlo, hacerle cumplidos, halagarlo. Por esto, unos negándose a escuchar la verdad, y otros habiendo comprendido que no hay ningún interés en decirla, se ve una cantidad de gente que gasta su tiempo engañando y engañándose. Quien quiere verdaderamente evolucionar no engaña a los demás para engatusarlos; y sobre todo, acepta las observaciones y las críticas. E incluso, si es realmente sabio, entenderá que es útil tener enemigos. ¿Por qué? Para poder progresar. Dirán: «¡Pero enemigos es lo que uno tiene y a veces incluso muchos!» Sí, se tienen algunos pero no se aprovecha en nada esto, ya que aún no se ha comprendido que son ellos los verdaderos amigos. ¿Por qué? Porque son despiadados, no les perdonarán nada, señalarán todo lo que no marcha. Ustedes dirán: «¡Pero a menudo exageran!». Sí, es cierto, pero eso no importa, les sirven de microscopio, y los microscopios a veces son muy útiles; ¡los científicos se sirven de ellos todos los días! Éstos permiten ver detalles que en su ausencia pasarían desapercibidos. Por consiguiente, si quieren avanzar verdaderamente, deben aceptar la idea que para ello sus enemigos son frecuentemente más útiles que sus amigos. Ellos los obligan a trabajar, a corregirse, a encontrar soluciones a los problemas que les plantean y así, gracias a ellos, se vuelven más fuertes, más inteligentes. Hay que entender bien el papel de los enemigos. Si no se le comprende, uno los detesta, sufre, trata de vengarse, de quitárselos de encima y entonces, ¡cuánto tiempo y cuántas energías perdidas! Y sin embargo, incluso entre las personas más inteligentes, se constata que muy pocas saben aceptar a sus enemigos para volverse más fuertes, la mayoría se atasca en la debilidad; no se dan cuenta que con el apoyo de sus amigos, se vuelven cada vez más frágiles y vulnerables. Pues bien, yo les diré que si he aprendido algo importante en mi vida, es a apreciar a los enemigos. Sí, encuentro que me han prestado servicios formidables. Ah, los enemigos, ¡no son cualquier cosa! Desafortunadamente, no se les aprecia nunca en su justo valor. Se construyen estatuas a aquellos a quienes se les considera benefactores: porque salvaron la patria, han hecho descubrimientos en el campo científico, médico, porque fueron grandes poetas, grandes filósofos, etc., se les pone en un pedestal. Y es razonable, claro. Sin embargo, creo que es a nuestros enemigos a quienes deberíamos construir las estatuas más bellas, pues ellos son nuestros verdaderos benefactores: nos obligan a progresar. ¿Les parece que no hablo en serio? Pues bien, piensen lo que quieran, pero de todas formas traten de reflexionar un poco sobre lo que les digo: no huir de los enemigos, tampoco detestarlos, sino preguntarse cómo poder utilizarlos para llegar a ser más vigilantes, más inteligentes, más pacientes y más fuertes. ¿Por qué dijo Jesús: «Si alguien te golpea en una mejilla, preséntale también la otra?» Desde hace siglos, muchos han interpretado estas palabras como un apoyo a la resignación, a la pasividad, por lo tanto a la debilidad, y han concluido que el cristianismo era una religión para las mujeres y los esclavos; otros han encontrado en ellas una exhortación al martirio. Pues bien, en los dos casos, son interpretaciones erróneas. Las palabras de Jesús no significan que uno deba siempre permanecer pasivo ante los insultos y maltratos, aceptar siempre, someterse, soportar hasta el infinito para desaparecer… Ser pasivo, sumiso, dejarse masacrar, claro, cuando no se tiene la luz, es todo lo que queda por hacer. Pero no está escrito en ninguna parte que los sabios, los Iniciados, los hijos de Dios deban depender de la buena voluntad de los imbéciles, de los deshonestos y de los malos. Esta moral de la gente ignorante y débil no es la verdadera moral de Cristo. La moral de Cristo es la de la fuerza, pero la fuerza del espíritu. Por eso Jesús dijo también: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente». Esto significa que si pierden «la sal», la fuerza del espíritu, serán pisoteados por los acontecimientos y los humanos hasta que la vuelvan a encontrar. No ha sido decretado que uno deba siempre ser pisoteado, pero cuando uno pierde su fuerza espiritual, está fatalmente a la merced de cualquiera y de cualquier cosa. Cuando Moisés enseñó la ley de la justicia: «Ojo por ojo y diente por diente», fue ya un progreso, puesto que incluso si es imperfecta, la justicia representa siempre un progreso respecto a la injusticia, y ¡cuántos son todavía incapaces de respetar las reglas más elementales! Luego vino Jesús para insistir en cualidades y virtudes que habían sido descuidadas hasta entonces: la indulgencia, la clemencia, la misericordia… y en estas virtudes hay que concentrarse ahora. La nueva moral que aportó Jesús debía alentar a los humanos a desarrollar las cualidades del corazón. Pero desarrollar las cualidades del corazón no significa necesariamente descuidar las de la inteligencia. Y ser inteligente no significa rechazar el amor. Al contrario, es necesario que el amor y la inteligencia se asocien para encontrar las mejores soluciones, abandonando, dejando un poco de lado las ideas tradicionales de justicia. Dirán: «Sí, ¡aunque también es necesario hacer aplicar la justicia! – Bueno, admitamos, alguien les ha hecho mal, pero ¿pueden saber exactamente según la justicia qué sanción se merece? – Claro, me dio una cachetada y se la voy a devolver. – De acuerdo, pero ¿sabrán devolverle exactamente la misma? No». Y para todas las otras formas de perjuicios, ofensas y agresiones, no sabrán devolver exactamente el mal que recibieron, y ningún tribunal tampoco. Entonces, no se entrometan en devolver el mal, dejen este asunto al Cielo que sabe dar a cada quien lo que merece; de lo contrario, en su ignorancia, van a cometer errores que deberán enmendar un día. Esto significa que se encontrarán de nuevo con su enemigo en su camino y que tendrán aún problemas con él. Nada es más difícil que administrar justicia. En el «Mercader de Venecia», Shakespeare desarrolla esta idea de una manera muy original. El usurero Shylock le prestó al mercader Antonio la suma de tres mil ducados precisando en el contrato que si en la fecha fijada, él no podía devolverle esta suma, él, Shylock, estaría autorizado para extraer una libra de carne del cuerpo de Antonio. Llegado el día, Antonio, cuyas naves naufragaron con todos sus bienes, no puede devolverle la suma a Shylock que lo lleva ante el tribunal reclamando la libra de carne que se le debe. Ninguna súplica puede apiadar a Shylock y el tribunal va a verse obligado a ejecutar la sentencia. Pero he ahí que un juez (que es en realidad una mujer disfrazada) interviene: pide una balanza, solicita a Antonio descubrir su pecho, y a Shylock extraerle la libra de carne; pero precisa que sin derramar una gota de sangre porque el contrato no menciona sino la carne: si hace verter una sola gota de sangre, su fortuna será confiscada. Obvio, Shylock tiene miedo y quiere retirar su denuncia. Pero el juez insiste, agregando aún: «Si disminuyes o aumentas así no sea sino el valor de un cabello el peso de carne convenido, morirás». Evidentemente, Shylock tiene más miedo todavía… Y finalmente todo se arregla gracias a la sabiduría de esta mujer que había comprendido cuan imperfecta es la justicia humana. E incluso admitiendo que se lograra dosificar las cosas exactamente, sería necesario, para ser absolutamente justo, que las condiciones también fueran las mismas. ¿Imponer una multa de mil francos a un hombre que no tiene más que ese dinero para vivir representa realmente la misma sanción que imponer mil francos de multa a un millonario? No. Entonces, ven, es casi imposible administrar justicia. Y además, ¿qué saben ustedes acerca de las razones por las cuales tienen encuentros desagradables en su camino4? Quizás la persona de la cual creen poder quejarse ha sido conducida justamente por el Cielo para darles lecciones, hacerles comprender ciertas verdades y obligarlos a progresar… Por consiguiente, en lugar de rumiar ideas de venganza, de sublevarse contra el Cielo porque no ha exterminado aún a su «enemigo», o de terminar por tomársela contra inocentes, como pasa a menudo en la vida, esfuércense por utilizar estas circunstancias para llegar a ser mejores. Y ¿quién les dice además que estas personas que les son hostiles, no las han encontrado ya en anteriores encarnaciones, y que si se las encuentran en ésta es porque no han sabido arreglar correctamente sus relaciones con ellas? Entonces, es quizás el momento de poner punto final a estas hostilidades encontrando la mejor actitud. Y para encontrar la mejor actitud, hay que comenzar por entender el precepto de Jesús: «Si alguien te golpea en una mejilla, preséntale también la otra». Cuando han sufrido una injusticia deben responder, pero ¡con tal luz, tal amor que su enemigo será fulminado… es decir, transformado! No aniquilado, no masacrado, no: ¡regenerado! En vez de molerlo a palos o de eliminarlo, lo vivifican, es decir, lo conducen a él también hacia el amor y la luz. Así se convierten en un verdadero héroe, un verdadero hijo de Dios. Sea cual sea el mal que les hagan los humanos a ustedes, no hay que pensar en venganza5, pero tampoco hay que asumir la situación del vencido, hay que aprender a defenderse volviéndose como el sol: proyectar tal luz que sean deslumbrados, enceguecidos. Sí, enceguecerlos y luego abrirles los ojos como Jesús lo hizo con Saúl en el camino de Damasco cuando iba a masacrar a los cristianos: ¡una proyección de luz que le hizo perder la vista, pero para darle una mejor visión! La enseñanza de Cristo es la enseñanza del amor, pero no este amor estúpido que los mantiene en la debilidad, a la merced de gente violenta y cruel. El verdadero amor es fuerte porque está sostenido en la luz. ¡Cuántos cristianos han acogido el partido de la debilidad con el pretexto de que Jesús pidió tender la otra mejilla! Pues bien, pueden presentar todas las mejillas que quieran, eso no les servirá de nada, sus enemigos seguirán dándoles cachetadas, y al final los masacrarán. Entonces, ¿es ésa la meta de la vida espiritual: ser masacrado? Es tiempo de progresar algo en la comprensión de los Evangelios. La otra mejilla es algo simbólico. Jesús no dijo que debemos presentar la otra mejilla para estimular a nuestro adversario a darnos bofetadas. Tender la otra mejilla significa mostrar el otro lado de nosotros mismos, manifestar el poder del espíritu, de la luz. Recibir es un acto pasivo, por lo tanto, quien recibe la cachetada manifiesta el principio pasivo; pero tender la otra mejilla es poner a trabajar el principio activo, emisivo. ¿Comprenden ahora? Presentar la otra mejilla es responder con la intención de dar algo, pero ¿qué?... Es lo que hay que encontrar. Si alguien viene a atacarlos, ¿está prohibido ser más fuerte que él? Lo agarran alrededor del cuerpo, lo levantan y le dicen: «Entonces, ¿quieres que te tire al suelo?» Pero no lo hacen, lo vuelven a poner suavemente en el suelo; ¿no es esto mejor? Evidentemente, es una imagen que significa que no hay que quedarse sin reaccionar, sin replicar, pero la respuesta no debe hacerse en el plano físico, debe manifestar el poder y el dominio del espíritu. El cristianismo mal comprendido no aporta nada. El verdadero cristianismo es armarse, pero armarse de otras armas distintas a la violencia, es resistir a las ofensas y a los ataques, presentando la otra mejilla, es decir sabiendo manifestar el otro lado, que no es un lado enclenque, impotente, sino un lado fuerte, poderoso, armado de amor y luz. Jesús no dijo que habría siempre que dejarse masacrar. No, hay que aprender a ser más fuerte que su enemigo. Si con un gesto, con una mirada, con una vibración divina, le hacen sentir la superioridad del espíritu, ¿no es eso mejor? Claro, es mucho mejor, pero los humanos no lo han ambicionado nunca hasta ahora. Y en cuanto a mí, quiero ofrecerles justamente esta ambición. ¿Cuándo llegarán a realizarla? Eso es otro asunto. Pero al menos, que tengan este deseo, pues no harán nada realmente benéfico en el mundo permaneciendo siempre pasivos, conciliadores. Dirán: «Y sin embargo, ¿no es éste el método de la no violencia usado por Gandhi?» En realidad, se trata allí de otra cuestión muy distinta. La no violencia, tal y como la enseñó Gandhi, permitió a la India liberarse de los ingleses pues había entonces condiciones para que este método triunfará. Pero de manera general, la no violencia es peligrosa para un país. Si es el único que la practica, se arriesga a ser destruido. ¿Qué hubiera pasado si durante la segunda guerra mundial Francia no hubiera resistido? La no violencia no es verdaderamente una solución sino a condición de que la humanidad entera se resuelva a abrazar esta filosofía, de lo contrario habrá siempre algunos vecinos ambiciosos y crueles que se apresurarán a destruir a los pobres infelices que decidieron no defenderse. La no violencia es una filosofía que es buena para aquel que quiere domar su naturaleza inferior, sacrificarse y evolucionar así más rápidamente; pero a nivel de un país entero es peligrosa, y en todo caso no resolverá el problema de la guerra en el mundo. Un pueblo atacado con armas y que decide no defenderse con armas será destruido rápidamente, económica y físicamente. Para ser realmente eficaz, es preciso que la filosofía de la no violencia se vuelva colectiva, mundial, universal, que se expanda por la humanidad entera, que no permanezca solamente en la cabeza de ciertos idealistas. En el futuro, no habrá más mártires. Los mártires dieron lo que debían dar, cumplieron su misión. Aceptando su suplicio, mostraron ejemplo de coraje, de abnegación, y con su sacrificio pagaron sus deudas, sus trasgresiones del pasado. Pero una vez liberados, ¿deben seguir siendo siempre mártires? No, el martirio no es una meta en sí mismo. Viene el tiempo de contemplar otras soluciones. Si consideran que lo que les digo los supera, pues bien, quédense allí donde están, será para otros, más valientes, más heroicos. Si se dejan masacrar con el pretexto de que se someten a la voluntad de Dios, serán las tinieblas las que se regocijarán. Ellas dicen: «¡Oh, estos cristianos, tan apetitosos y tiernos para degustar! ¡Con ellos hay mucho para deleitarse!» Pero cuando las tinieblas se acercan, un verdadero cristiano se defiende: proyecta la luz. ¡He ahí un verdadero cristiano! El hombre posee en él mismo una fortaleza con cañones, con metralletas que escupen fuego: es el ámbito de la luz. Por consiguiente, cuando enemigos los ataquen, ¿quién les impide apuntar todos esos aparatos hacia ellos y proyectar la luz? No los matan, no les hacen mal, los transforman, expulsando los elementos nocivos de su cabeza, de su corazón. Se les ha enseñado durante siglos a no responder a las ofensas. Sí, no responder de la misma manera, pero hay que responder… responder de otra forma. Eso significa «presentar la otra mejilla». La cristiandad seguirá eternamente atascada mientras no haya comprendido cómo trabajar con los medios divinos. Y además, puesto que no ha entendido aún el lugar del sol en la vida espiritual, esto prueba que no ha encontrado todavía medios suficientes para vencer el mal. Les daré un ejemplo. No solo pide Jesús tender la otra mejilla, sino que dijo también «Amad a vuestros enemigos». No es incluso seguro que uno ame siempre a sus amigos, entonces ¿cómo se va a amar a los enemigos? ¿De dónde pudo Jesús sacar esta ley moral?... Del sol que envía su luz y su calor a todas las creaturas sin excepción. Incluso a los malos, incluso a los criminales, los aclara, los calienta, los vivifica. Si buscan en los humanos un modelo de este amor ilimitado, no encontrarán a nadie quizás, incluso entre los seres más evolucionados. Para dar discursos, eso sí, el mundo está lleno de gente capaz de hacer buenos sermones, pero ¿cuántos logran realizar lo que dicen? El sol, en cambio, no dice nada, actúa. No dice: «Los amo. Amo a mis enemigos…» No dice nada, pero sigue amando al mundo entero. Solamente, compréndanme bien: si no paro de tomar al sol como ejemplo, es porque tenemos en nosotros un principio divino que puede compararse al sol. Por tanto, pensando en el sol, concentrándonos en él, lograremos despertar en nosotros esa fuerza de luz y de calor que nos permitirá conseguir todas las victorias. El Señor pide a sus servidores la fuerza, la inteligencia, la luz. Entonces, si quieren vencer las dificultades, los obstáculos, los enemigos, ejercítense, no se escondan más detrás de la debilidad. La debilidad no salvará nunca a nadie, ni la necedad, ni la pereza. Deben meditar, buscar, ejercitarse, hasta el día en que logren desarrollar en ustedes un principio de la misma quintaesencia de la luz y del calor del sol, y entonces, ¿quién podrá venir a atacar a ese sol sin quemarse? Ante el poder espiritual6, siempre se debe capitular. Por ahora, están asombrados, claro, pero más tarde deberán aceptar esta nueva concepción, y aprenderán a volverse más fuertes, siempre más fuertes, pero sin hacerle nunca daño a los demás. Esta fuerza no la obtendrán sino sabiendo conjugar el amor y la inteligencia: el calor y la luz del sol. En este sentido los verdaderos cristianos son caballeros, combatientes: es «el ejército de Cristo». Deben estar bien armados, sí, pero únicamente con las armas del amor y de la luz. Cuando Jesús dijo: «No he venido a traer la paz sino la espada», reconocía la necesidad de utilizar la fuerza. Sí, pero ¿cuál fuerza? No la violencia. Esto hay que comprenderlo. Él le declaró la guerra a las tinieblas, a todo lo que es oscuro y malo, con la formidable fuerza que constituyen la luz y el amor reunidos. ¿Y qué hace justamente el sol? Sin pedirles su opinión, proyecta su amor (su calor) y su luz, y ustedes tienen que quitarse sus vestidos, ponerse un sombrero y gafas negras; con su luz, con su calor, él también obliga a las semillas a crecer en toda la tierra. Ven, el sol es el ser más fuerte y combativo cuando se trata de expulsar las tinieblas y el frío y de hacer nacer la nueva vida. ¿Por qué no imitarlo? Si me han comprendido, comenzarán a considerar a sus enemigos como amigos escondidos, pues ellos los obligarán a ejercitarse. Son como una tentación que el mundo invisible les presenta; ya que, sea con palabras o con actos, uno tiene ganas de responderles para demostrarles que es capaz de aplastarlos. Se presentan entonces como una tentación, pero pueden convertirse en una bendición. Si aprenden a no servirse de los mismos medios que ellos, sino a trabajar con las fuerzas superiores del amor y de la luz, siempre saldrán victoriosos. III «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» Uno de los símbolos de la justicia es la balanza. Estudien entonces cómo la gente se sirve de la balanza, y comprenderán muchas cosas. Ustedes van al mercado y se detienen ante un puesto para pedir un kilo de cereza; el vendedor las pesa: hay dos o tres cerezas de más, y las retira… porque es justo, y no tienen nada que reprocharle. Vuelven al mercado con un segundo vendedor. Pero él falseó su balanza y por un kilo, les da algunas cerezas menos; se dan cuenta de ello porque las pesaron de nuevo cuando llegaron a su casa, y se sienten muy descontentos con esta injusticia. Finalmente, van donde un tercer vendedor y, como es un hombre generoso, pesa el kilo de cerezas y además agrega un puñado. Entonces, este último, ¿es justo o injusto? Es injusto, pero ¡esta injusticia les gusta mucho! ¿Qué ocurre esta vez para que aprecien tanto a gente injusta? Existen por consiguiente una justicia y dos injusticias. La injusticia puede ser benéfica o nefasta, mientras que la justicia no es ni lo uno ni lo otro… ¡Es justa! Y he ahí que yo predico la injusticia. Sí, predico esta injusticia que se llama amor. Pues el amor es la más grande injusticia: dar, ayudar, reconfortar a alguien, cuando no hay ninguna razón para hacerlo o incluso cuando no lo merece, es injusto, pero esta injusticia es completamente recomendable. Por esto predico la injusticia, ya que solo ella podrá salvar al mundo. Mientras se actúe según la justicia, ningún problema esencial será resuelto. ¡Hay que dejar de ser justo!... Quiero decir: hay que parar de recurrir tanto a las leyes para hacer valer sus quejas o su buen derecho. Los escribas y los fariseos eran ardientes defensores de la Ley de Moisés, y en nombre de esta Ley no dejaron de atacar a Jesús. Le reprochaban no imponer a sus discípulos la observancia de ritos relacionados con el ayuno y los alimentos llamados «impuros», pero también veían con muy malos ojos que frecuentara gente humilde; que acogiera junto a él pecadores, prostitutas; que curara enfermos el día del sabbat, etc. Pero Jesús vino a enseñar que ninguna ley puede prohibirnos manifestar la bondad, el amor, la indulgencia, la compasión, el perdón. Uno de los pasajes más conocidos del Evangelio de san Juan es aquel donde Jesús le arrebata la mujer adúltera a la justicia de los escribas y fariseos que iban a lapidarla. «Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen a Jesús: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices? Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra». ¿Qué escribía Jesús? Aún no se ha revelado. Trazaba en el piso figuras y signos sagrados de la tradición judía; por medio de estos signos cuyo significado ellos conocían, Jesús les recordaba a los escribas que si no eran irreprochables, el castigo que le infligirían a esta mujer caería también sobre ellos. Y como todos habían de algún modo caído en asuntos turbios, tuvieron miedo: uno tras otro se fueron dejando a Jesús con la mujer. Relata el Evangelio: «Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». Habría, por supuesto, muchos comentarios que hacer sobre este pasaje. Primero, que en un caso de adulterio, no era al hombre sino solo a la mujer a quien debía condenarse, ¿por qué?... En segundo término, que el adulterio era considerado como un pecado capital ya que ameritaba la muerte. Y allí también, ¿por qué?... Pero dejemos esto de lado para detenernos solamente en la actitud de Jesús. Él no responde directamente a los escribas y a los fariseos, se contenta con decirles: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». Entonces, para Jesús el adulterio no era un pecado más grande que los demás; todos los pecados son impurezas7 y los escribas y fariseos, que eran también pecadores, no tenían ningún derecho a agobiar a esta mujer. «Pero, ¿por qué, dirán ustedes, Jesús que era puro, no la condenó?» Porque la pureza no se ocupa de condenar la impureza. Quienes son puros no se ocupan de la impureza de los demás, están por encima de eso. Por medio de su resplandor, de su luz, tratan solamente de purificar y de aclarar a los demás, mientras que quienes son impuros no hacen sino ensuciarlos. ¡Si se supiera solamente lo que lleva a ciertos seres a erigirse como moralistas y justicieros! Persiguen en los demás lo que no quieren ver en ellos. ¿Para qué ocuparse siempre de lo que hacen los demás? Hay que dejar a los humanos a la justicia de Dios. Si se comportan mal, el Cielo los privará de sus bendiciones; no nos corresponde a nosotros perseguirlos para juzgarlos. Ahora bien, no me malentiendan. No quiero decir que deben suprimirse los jueces, los tribunales y las cárceles, y dejar a los malhechores tranquilos esperando a que la Justicia divina se ocupe de ellos un día. No, que los jueces y los tribunales hagan su trabajo… y que se esfuercen por hacerlo lo mejor posible, pues es un trabajo muy difícil8. No es para nada mi deseo revolucionar la sociedad. Sin embargo, mi tarea es la de instructor y, por lo tanto, de subrayar algunas verdades de la vida espiritual para que cada quien se ejercite aplicándolas en su existencia. Puesto que cada día nos encontramos ante esta cuestión de la justicia, ya que cada día debemos relacionarnos con seres humanos, y no hay nada más difícil que mantener relaciones correctas con ellos. Entonces, pase lo que pase, deben encontrar la actitud interior que les permitirá actuar correctamente con los demás. Para ello, en primer lugar, eviten pasar su tiempo arreglando mentalmente sus cuentas con la gente. A menudo les digo a algunos: «Observen su falta de sabiduría. Sin parar, piensan en tal persona para criticarla, denunciar por doquier sus defectos. ¿No ven cuán peligroso es ocuparse de ella sin cesar, llevarla constantemente en su cabeza como un ícono? Dado que les parece tan espantosa, ¿por qué permanecer eternamente con ella? La arrastran para todos lados, la presentan en todos lados para que todo el mundo opine mal de ella, sin ver que con este lazo que mantienen sin cesar con ella hacen un muy mal trabajo también en ustedes mismos. Mientras se envenenan rumiando deseos de venganza, sus enemigos están tranquilos: comen, beben, duermen, se pasean, y ustedes mismos terminan la empresa de destrucción que ellos comenzaron en ustedes. ¡Díganme por favor si es inteligente!» Uno quiere librarse de un enemigo, pero en realidad hace todo por atarse a él. Ya que cuando se detesta a alguien, es exactamente como si se le amara. El odio nos vincula a los seres tan poderosamente como el amor. Si uno quiere liberarse de alguien, no hay que detestarlo. Si se le detesta, uno se ata a él con cadenas que nadie podrá desatar. ¿Pueden comprender esto? Se imaginan que el odio corta los lazos. Al contrario, el odio es una fuerza que los une a la persona que odian. Como el amor. Pero el lazo es obviamente diferente: el amor les aportará ciertas cosas y el odio les aportará otras, pero tan seguro y tan poderosamente como el amor. No se puede vencer a los malos con la maldad, a los calumniadores con la calumnia, a los celosos con los celos o a los coléricos con la cólera, pues esto significa identificarse con ellos, nivelarse con ellos, clasificarse en la misma categoría, y en definitiva ellos serán los vencedores. Por consiguiente, dejen de pasear por todos lados la imagen de sus enemigos. Escojan por el contrario una imagen de una gran belleza y concéntrense en ella. Esta imagen hará un trabajo mágico a sus espaldas y vencerá la imagen nociva. Ante las amenazas, las hostilidades, la única solución está en lo alto. Por ello, apenas se sientan en peligro, suban a las regiones celestes, allá donde brilla la luz, y sus enemigos no podrán ya alcanzarlos pues sus vibraciones serán diferentes de las suyas9. Ustedes están protegidos porque se rodearon de barricadas de luz, amor, fuerzas celestes. No es tan fácil alcanzar o vencer a alguien que está verdaderamente unido al Cielo. Entonces, digan lo que digan contra ustedes y hagan lo que hagan, hay que sintonizarse de otra forma, subir a otra región donde serán defendidos, estarán a salvo. Diariamente, en su trabajo espiritual, imprégnense cada vez más del poder de la luz, envíen rayos luminosos a todas las creaturas, incluso a aquellas que quieren su mal. He ahí el único método para ponerse al abrigo. Se cuenta que tres yoguis fueron a meditar en el bosque: querían llegar a ser perfectos. Un hombre pasa, se encuentra al primero en su camino y le da un golpe. El yogui se levanta y le devuelve dos. Como ven, la perfección estaba aún lejos, y la historia no dice que haya retomado su meditación… Continuando su ruta, el hombre se encuentra al segundo yogui y le da también un golpe. Éste se endereza para devolvérselo, pero recobra el dominio de sí y se vuelve a sentar. Había aprendido ya al menos el control. En cuanto al tercer yogui, cuando recibió el golpe, ni siquiera se dio cuenta y siguió meditando tranquilamente. La lección es fácil de sacar: el primer yogui pertenecía aún a la categoría más difundida de humanos: replican invocando la justicia, pero sin saberlo se dejen llevar por la injusticia. El segundo es de aquellos que han aprendido a controlarse porque han reflexionado sobre las consecuencias de sus actos; se dice: «No vale la pena, voy a enredar aún más las cosas». Respecto al tercer yogui, es ya tan evolucionado que ni siquiera sintió el injurio. Sí pero hasta allá, ¡qué camino por recorrer! Desde hace dos mil años, la cristiandad cita las palabras que Jesús pronunció en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», y todos los que las comentan repiten que hay que perdonar como Jesús ha perdonado. En cuanto a aquellos que escuchan sus consejos, tratan de perdonar a quienes les han hecho mal pero en vano, no lo logran. ¿Por qué? Porque Jesús conocía una verdad y mientras no se conozca dicha verdad, aun si se quiere tomar a Jesús como modelo, es imposible. No es suficiente con querer tomar a Jesús como modelo: mientras uno sea incapaz de establecer un contacto con él para llegar al conocimiento y a la comprensión de lo que él mismo conocía, permanece lejano, inaccesible10. Y cuántos piensan también: «Puesto que Jesús era el hijo de Dios, puesto que era el Cristo, tenía el poder de perdonarlo todo, le era fácil, mientras que nosotros, ¡pobres humanos, no podemos!» Pues no, se equivocan. Jesús tuvo que hacer todo un trabajo para elevarse hasta allá, y nosotros podemos también comenzar a hacer este trabajo. Detengámonos ahora en la frase de Jesús: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». ¿Por qué no se ha analizado mejor esta frase?... «Padre, perdónalos porque…» Jesús es quien pide, quien explica al Señor que hay que perdonar y porqué: no saben lo que hacen. ¿Cómo entender esto? ¿Es posible enseñarle algo a Dios que Él ignora? ¿Por qué es necesario decirle: «porque no saben lo que hacen»? ¿No estaba al tanto? ¿No sabe Él acaso que los hombres son inconscientes, ignorantes, limitados? ¿Era preciso verdaderamente que Jesús Le aclarara al Padre celeste? ¿Y por qué, en vez de decir: «Yo los perdono», Jesús dijo: «Padre, perdónalos»? ¿Por qué debía Dios perdonar? Dios no tenía nada que ver en el asunto, no era Él quien estaba sufriendo en la cruz. En realidad, todo el secreto del perdón está en esta fórmula. Diciendo: «Padre, perdónalos…», Jesús se elevó hasta Dios, se unió a Él y con esa unión, se puso muy por encima de sus verdugos. Por ello no podía sino compadecerlos: su conducta probaba que no tenían la luz, y por tanto, que eran pobres y miserables. Sí, pues estar privado de luz es realmente estar privado de todo. A esta altura donde Jesús se colocó, sus enemigos le parecían tan lamentables que no podía ni siquiera odiarlos por los sufrimientos que le hacían soportar. Esta fórmula es un método que Jesús utilizó para que actuara interiormente en él mismo. Ustedes dirán: «Claro que no, Jesús sabía que Dios es terrible e implacable, que castigaría a sus enemigos, por eso Le suplicó que no los masacrara». En absoluto, Jesús enseñaba que Dios es amor: ¿por qué iba a pensar de un momento a otro que debía proteger a los humanos de su cólera? Si hubiera pensado eso, significaría que se ponía por encima del Señor, que se creía más grande, más generoso, más misericordioso que Él, y eso no es posible. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» es una fórmula que Jesús utilizó para poder vencer y transformar la última gota de rencor que podía quedar en él. Ya que Jesús no fue siempre tan indulgente y dulce. Han leído cómo se dirigía a los fariseos y a los saduceos: los trataba de ciegos, hipócritas, insensatos, sepulcros envejecidos, serpientes, ralea de víboras, hijos del Diablo… Había entonces algo en él que podía no perdonar. Pero él quería perdonar. Puesto que había dicho: «Amad a vuestros enemigos», no quería guardar en lo que a ellos respecta un átomo de hostilidad, y esta oración: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» le dio el poder de elevarse por encima de todo rencor. Jesús empleó allí una fórmula puramente psicológica, una fórmula mágica. Por medio de esta fórmula se colocó muy arriba, muy arriba y puso a sus enemigos muy abajo, a fin de suscitar en su corazón una inmensa piedad por ellos. Cuando se ve cuán pobres y miserables pueden ser los humanos, no se tienen ningunas de ganas de ir además a pisotearlos. Y eso es la nobleza: cuando uno es grande no ataca a un pequeño; cuando uno es fuerte, no se abalanza sobre un débil, sino que se dice: «Hay que perdonarlo, el pobre, ¡está tan privado de todas las cualidades que constituyen la riqueza de la vida interior! Y no sabe tampoco en qué condiciones se está poniendo para el futuro, pues las leyes de la Justicia divina son implacables: ¡cuánto sufrirá para reparar el mal que ha hecho! Mientras que yo, aunque por ahora soy una víctima, soy de todas formas privilegiado al poder trabajar por el bien, por el Reino de Dios, por la luz». Oponen así todo el esplendor en el que viven habiendo escogido el camino del bien, a la miseria de quienes son injustos y malos. De esta forma, un sentimiento de piedad se apodera de ustedes y logran lo que no habrían podido obtener con ningún otro método. Algunos dirán: «Pero esta actitud se parece mucho a la del fariseo del Evangelio que oraba, de pie en el templo, vanagloriándose de sus méritos y agradeciendo a Dios por no parecerse al resto de hombres ni al publicano arrodillado a poca distancia de él. ¡Eso es desprecio, orgullo!». En lo absoluto. El fariseo se vanagloria de ayunar dos veces por semana, de dar el diezmo de todos sus bienes, lo que no prueba ninguna elevación espiritual. Y ¿por qué se juzga mejor que el publicano? Porque los publicanos –que eran recaudadores de impuestos- pertenecían a una clase social inferior y no eran versados en las Escrituras como los fariseos. Esta actitud de menosprecio no puede ser la de Jesús, quien alababa al publicano por su sinceridad, su humildad, y quien a su turno frecuentaba a los pobres, a los ignorantes y a los pecadores. Si interpreto como lo hago las palabras que Jesús pronunció en la cruz, es para explicarles que, cuando sean víctimas de injusticias, existe un método muy eficaz para escapar de los tormentos interiores: reconociendo todos los esplendores que Dios les ha dado y de las que su enemigo está privado por su ignorancia o su maldad, se ven obligados a concluir que en realidad son privilegiados. Por el momento, su enemigo triunfa, es claro, logró hacerles mal, pero sin embargo es a él a quien hay que compadecer, porque siempre es de compadecer quien hace el mal, y porque un día la Justicia divina lo castigará de una u otra forma. Ven, es completamente distinto al desprecio. Está muy bien leer los Evangelios, pero también hay que profundizar en ellos, meditar en ellos mucho tiempo para comprender lo que Jesús tenía en su cabeza y en su corazón cuando pronunció ciertas frases. Cuando dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», se unió a su Padre celeste para poder perdonar a sus enemigos. Jesús, que era completamente íntegro y honesto, no podía más que atraer la enemistad de los fariseos y los saduceos, pues los criticaba y fustigaba sin parar. Evidentemente, podría decirse que no era ni muy diplomático ni psicólogo, que debía saber de entrada que atacando a gente tan inteligente, instruida y poderosa, corría graves peligros. Los desenmascaraba siempre; e incluso en público, ante la muchedumbre, les reprochaba el buscar los mejores lugares en los festines y en las sinagogas, el hurtar los bienes de las viudas, etc., y les decía: «Más ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando». Si Jesús hubiera sido más prudente con los fariseos, los saduceos y los escribas, sin duda no le habrían hecho tanto mal. Pero él los provocaba. En esto, realmente, hay que reconocerlo: los provocaba sin cesar. Por consiguiente, ¿cómo iban ellos a aceptar semejante situación? Claro, se merecían todos esos reproches, pero Jesús hubiera podido moderarlos más. «Entonces, dirán ustedes, ¿por qué hizo esto?» Para que las Escrituras se realicen, para que su misión se realice: estaba escrito. Si no hubiera actuado así, nunca hubiera sido crucificado y la historia habría tomado otro rumbo; nada de lo que se produjo luego hubiera tenido lugar… He ahí entonces el trabajo que al morir Jesús tuvo que hacer en él mismo para superar todo, y dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», a fin de poder perdonar él mismo a sus enemigos. Es imposible encontrar en la tierra a alguien que no experimente hostilidad alguna o antipatía alguna por otra persona. Incluso los seres más elevados no pueden escapar de algunos pensamientos o de algunos sentimientos negativos. Pero esos seres poseen una ciencia y conocen métodos que les permiten transformar sus estados interiores11. De ese modo llegan a vencer sus debilidades, y allí está su mérito. No crean que ellos nacen absolutamente llenos de amor, de inteligencia, de sabiduría y dotados de todas las virtudes; no, deben adquirirlas. Claro, cada quien viene a la tierra con ciertas cualidades que adquirió ya en otras encarnaciones, y Jesús vino con riquezas e inmensas virtudes, pero sin duda tenía aún algunas pequeñas debilidades que vencer. Los cristianos nunca aceptarán algo parecido, lo sé, porque piensan que eso disminuiría el valor de Jesús. En lo absoluto, al contrario, Jesús se vuelve más grande para mí cuando comprendo cómo triunfó al vencerlo todo. Incluso el miedo que se apoderó de él en el jardín de Getsemaní, lo venció, lo derrotó. ¡Y qué guerra, qué lucha! Este miedo, eran fuerzas milenarias que habitan en el cuerpo humano. Un sudor de sangre corría por su rostro y oró a su Padre: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz…» Sin embargo, inmediatamente después, agregó: «Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya». Y cuando fue crucificado, gritó: «Elohi, Elohi, ¿lama sabachthani?», lo que significa, «Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?» En realidad, Dios no lo había abandonado, aunque esta sensación de abandono puede ser experimentada incluso por los más grandes Iniciados. Pero, a renglón seguido, Jesús recobró la plenitud y la luz, y murió diciendo: «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu». Desde hace siglos, se conmemora el sacrificio de Jesús contando que, en el jardín de Getsemaní, él comenzó a sentir las angustias de la muerte y que luego, en la cruz, dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», pero no se ve qué verdades iniciáticas están contenidas en estos diferentes momentos de la vida de Jesús, no se ve que se trata de procesos psíquicos, de fuerzas en presencia, ni cómo ellas se enfrentan, ni cuál fue la participación de Jesús mismo, de su espíritu, en esta lucha. ¡Si se imaginan que era tan fácil perdonar a las personas que lo habían ridiculizado, golpeado, coronado de espinas y crucificado!... Pero Jesús se unió a su Padre celeste y a través de Él, a través de la inmensidad del amor y de la luz de Dios, perdonó a sus enemigos y a sus verdugos. Créanme, solo quien ha trabajado toda su vida para unirse a la Divinidad, para introducirla en sí mismo y que está en adelante habitado por la Divinidad, puede verdaderamente perdonar como Jesús perdonó. Alguien dirá: «Pero lo que se me ha hecho soportar a mí era muy injusto, muy cruel. Durante años, fui perseguido, humillado, maltratado, se exterminó a mi familia. No puedo, no quiero perdonar y reclamo venganza». Sí, entiendo, hay hombres y mujeres que han tenido que soportar sufrimientos horribles de parte de gente a quien no le hicieron ningún mal. Sin embargo, ¿qué tribunal en la tierra inflingirá a sus perseguidores, a sus verdugos, penas equivalentes a aquellas que aguantaron? Incluso si son años de cárcel, incluso si es la pena de muerte, ¿esto podrá realmente calmar los tormentos de sus almas? El trabajo de sosiego debe hacerse primero en el hombre mismo, en su corazón y en su alma. Por lo tanto, si tuvieron que soportar injusticias que ninguna palabra podría realmente describir, pongan todo en manos del Cielo. Diríjanse a él diciendo: «He ahí que estas personas me han hecho mal y les pido que intervengan para que el mal sea enmendado». Presentan así una denuncia ante el Cielo como se hace en la vida corriente ante los tribunales, y el Cielo verá cómo debe actuar. Pero ustedes no hagan nada. Está escrito: «Mía es la venganza, mía la retribución, dijo el Señor». Por consiguiente, no debemos buscar vengarnos por el mal que se nos ha hecho, porque no sabemos todo. Hay que dejar esto al Señor, Él sabe cuál es el castigo que debe caer sobre aquellos que transgredieron las leyes, y Él sabe también en qué momento y cómo ustedes deberán ser recompensados. Están en una Escuela iniciática y deben considerarse muy privilegiados al conocer todas estas verdades: ellas les permitirán avanzar más rápidamente en el camino de la evolución. 1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. III: «La selección». 2 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas – I. La ley del registro». 3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. III: «Las leyes de la naturaleza y las leyes morales». 4 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. VII: «Leyes de la naturaleza y leyes morales». 5 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVI: «No busquen nunca vengarse». 6 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu». 7 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. XVIII: «La fusión con el Alma universal y el Espíritu cósmico». 8 Sobre la pena de muerte, Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la maleza y el trigo»; El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos»; Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. V: «El Reino de Dios y su Justicia», quinta parte. 9 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. V: «El cuerpo causal». 10 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. XI: «El trabajo de identificación», segunda parte. 11 Op. cit., cap. I: «Cómo reconocer a un verdadero Maestro espiritual». Sexta Parte «En espíritu y en verdad» 1 Los principios y las formas Pasa con las culturas y los pueblos como con los seres humanos: nacen, crecen, envejecen y mueren para dejar el lugar a otros. Siguen la misma curva: dan lo que deben dar y luego se extinguen. Se diría que descansan para poder un día despertarse y producir nuevas riquezas. Esto se ha observado en todas las civilizaciones, y es igualmente el destino de las religiones: cada una levanta el vuelo, llega a una gran elevación, una gran extensión, un punto culminante, luego se cristaliza y pierde las claves de la vida. Observen, incluso los Misterios del antiguo Egipto, estos templos cuyas claves del conocimiento y del poder poseían los grandes sacerdotes, ¿qué queda de todo esto ahora? Todos estos hierofantes, ¿dónde están? Todas estas ciencias, ¿dónde están?... Todos han padecido las leyes inmutables de la vida: cada cosa o cada ser que nace debe morir y dejar su lugar1. Solo lo que no tiene comienzo no tiene fin; y solo los principios no tienen comienzo ni fin. Los principios que rigen el universo son comparables a los números de 0 a 9 a partir de los cuales se hacen todas las combinaciones numéricas. Los principios, como los diez primeros números, están dados una vez por todas, pero nadie es capaz de prever todas las múltiples combinaciones que pueden producir, pues estas combinaciones se extienden hasta el infinito. Entonces, he ahí lo que la humanidad debe aprender en el transcurso de los siglos: las nuevas combinaciones, las nuevas formas engendradas por los principios que a su vez son eternos. En todos los campos, el movimiento es la ley de la vida. La vida es una perpetua emanación que necesita nuevas formas para expresarse. Luego de cierto tiempo, ella misma rompe las formas, pues requiere nuevos conductores para revelar nuevas riquezas, nuevas luces, nuevos esplendores. Por ello, luego de cierto tiempo, las formas deben desaparecer para permitir otros matices, otras manifestaciones más sutiles. Observen al ser humano: cuando es joven, la materia de su cuerpo es extremamente flexible, maleable, viva; y en esta materia, a través del intelecto, del corazón y de la voluntad, el espíritu consigue expresarse cada vez mejor. Pero llega siempre un momento en que la materia se endurece, se cristaliza, y el espíritu, que no tiene ya la posibilidad de manifestarse a través de esta vieja forma marchita, debe partir para volver bajo una nueva forma. Hay que observar la naturaleza para sacar conclusiones válidas en todos los campos. Para durar hay que renovarse. Es también un gran error por parte de las religiones querer eternizar las formas. Solo los principios son eternos, las formas se gastan y deben ser cambiadas. Si el cristianismo pierde cada vez más su influencia, es porque se ha aferrado a viejas formas, creencias, ritos que han perdido hoy su sentido y que hay que reemplazar2. Claro, no hablo de reemplazar los principios sobre los cuales está fundado, no pueden existir mejores principios que los que enseñó Jesús en los Evangelios. Pero ¿por qué seguir arrastrando viejas prácticas que no dan ya resultados? El mundo cristiano necesita grandes transformaciones, pues las tradiciones sobre las cuales vive ya no están adaptadas a nuestra época; si lo estuvieran, la humanidad se encontraría en un mejor estado. Se terminó por reducir la religión a formas ineficaces, y no hay entonces que extrañarse si cada vez menos personas la toman en serio. En el pasado, las personas aceptaban todo lo que uno quería hacerles creer: había una autoridad, la Iglesia, que pensaba y decidía por ellas, mientras que ahora no quieren que otros piensen en su lugar, y se alejan de ella. Éste es un indicio de que la Iglesia debe buscar y aceptar las nuevas formas que el Cielo le presenta… Hasta el día en que estas nuevas formas, a su turno, hayan envejecido y deban ser reemplazadas. Solo los principios duran, nunca las formas. El papel de la forma consiste en conservar el contenido intacto; ésta se presenta entonces como un recipiente, como un límite. Pero pasado un tiempo termina por convertirse en una cárcel. Para que el contenido no permanezca inmovilizado, encarcelado en una forma, hay que abandonarla y verter este contenido en una nueva forma, más sutil, más flexible, más transparente. He ahí porqué nada de lo que ha sido construido en el plano físico es eterno. El tiempo no puede afectar los principios, pero afecta las formas. Cuando se dice que el tiempo destruye todo, esto concierne únicamente las formas. Y los cristianos no han comprendido aún que las formas en las cuales su religión les fue dada, hace siglos, han perdido su eficacia y deben ser cambiadas a efectos de que el contenido, el espíritu, pueda expresarse mejor. Lo repito, no son los principios los que hay que cambiar, sino las formas, puesto que éstas están sometidas al tiempo; la eternidad es solamente para los principios. Entonces, les corresponde ahora a ustedes ampliar su campo de visión, y sobre todo tener siempre el deseo de evolucionar. ¿Qué es la evolución? Un cambio de forma. Para manifestarse, el espíritu necesita siempre nuevas formas, puesto que la forma no evoluciona. Las formas están allí, tal cual fueron creadas en el origen; incluso las nuevas formas que aún no conocemos existen ya en el plano de los arquetipos. Y a los humanos también les esperan nuevas formas: a medida que evolucionan, deben apropiarse de nuevas formas, ya que hay siempre una forma antigua que dejar y una nueva que tomar, más pura, más elaborada. He aquí lo que los cristianos deben comprender: quieren eternizar la forma, pero en la tierra es imposible, es una actitud que va en contra de los decretos de la Inteligencia cósmica. Toda forma está ya eternizada en los talleres en lo alto. Sí, en lo alto las formas existen desde la eternidad para servir a los proyectos de la Inteligencia cósmica. Pero si el hombre se obstina en aferrarse a tales o tales formas, entonces provoca a las fuerzas cósmicas que vienen a romper estas formas para liberarse. Como él no entiende, se queja de la crueldad de su destino… Pero ¿cómo podría liberarse si permanecía atrapado en las mismas formas? Esta voluntad del mundo invisible de romper las viejas formas no ha sido comprendida aún por la Iglesia: ella se asombra de verse empujada de esta manera. Pero lo comprenda o no, y haga lo que haga, las viejas formas serán derribadas. ¿Qué es un materialista? Un hombre que se detuvo en las formas materiales y, en este sentido, puede decirse que la Iglesia es materialista. Pues sí… Y por ello sus formas serán derribadas a fin de que pueda retomar el camino del espíritu. No piensen que estoy en contra de todas las formas, no, las formas son útiles, necesarias; pero pasado cierto tiempo deben abandonarse para acoger nuevas formas. La Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal que les traigo es una nueva forma de la religión de Cristo. Esta nueva forma se mantendrá durante algún tiempo, pero un día será también reemplazada. No quiero engañarlos diciéndoles que la forma aportada por nuestra Enseñanza será eterna; habrá siempre nuevas expresiones, expresiones cada vez más luminosas. Pero mientras tanto, cuando alguien me dice que es católico para explicarme que no puede aceptar las verdades de nuestra Enseñanza, no pierdo mi tiempo contradiciéndolo. Si está contento, que se quede donde está. Se imagina que la forma lo salvará y duerme tranquilamente protegido por la forma (sí, porque en la forma, uno se duerme…), ¡hasta el día en que será despertado sobresaltado! No seré yo quien lo despertará, la vida se encargará de ello. Yo me contento con decirles que si ustedes quieren evolucionar rápidamente, no deben contar tanto con las formas, sino trabajar con los principios. Está dicho en las Escrituras: «La letra mata pero el espíritu vivifica». Es exactamente lo que estoy tratando de explicarles. Sí, sin cesar los llevo hacia el espíritu que vivifica. El Cielo tiene un programa, quiere hacer pasar la humanidad por ciertos caminos, hacerla atravesar por ciertas etapas, pero «pasar» solamente, «atravesar», no instalarse por la eternidad. Los proyectos del Cielo no son los que los humanos se imaginan. En el transcurso de la historia, Iniciados, grandes Maestros, profetas han sido enviados por el Cielo para cumplir una determinada misión, y la cumplieron. Pero cada vez fue válido solo para una época, a fin de llevar a los humanos a adquirir nuevas nociones, a desarrollar nuevas facultades que no poseían aún. Una vez estas nociones y estas facultades adquiridas, hay todavía un programa nuevo por realizar. Y en eso la Iglesia comete errores, pues no se preocupa por los proyectos del Señor, se aferra a lo que otros han preconizado hace siglos, y que ahora está superado. Dios se manifestó a través de Jesús, pero también se manifestó a través de Moisés. Si Moisés pudo realizar tantas cosas maravillosas, es porque Dios estaba con él. Pero si Jesús vino, es porque pasado un cierto período, la enseñanza de Moisés no correspondía ya a los proyectos que la Inteligencia Cósmica tenía para los humanos. Y ahora la religión cristiana debe evolucionar. No puede haber ninguna religión superior a aquella que Jesús trajo, es imposible, Jesús es realmente una cima, no hay nada por encima de esta ley del amor y del sacrificio que vino a enseñar a los hombres; sin embargo, en los métodos, en la aplicación, en las interpretaciones, podemos, debemos ir más lejos. Y esto que digo para las religiones judía y cristiana es igualmente verdadero para las otras religiones. Al final de su Evangelio san Juan escribe: «Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran». Por lo tanto, no todo está dicho en los Evangelios, y ¡hay tantos puntos aún oscuros e inexplicados! Pues bien, estas aclaraciones, la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal las aporta. Y cuando menciono la Fraternidad Blanca Universal, no quiero hablar de nuestra asociación aquí en la tierra, sino de la gran Fraternidad Blanca Universal en lo alto que abarca todas las creaturas más luminosas en el universo, y de la que quien lleva su nombre aquí no es más que un pálido reflejo3. Nuestro trabajo aquí consiste en brindar a todos esos seres perfectos posibilidades de actuar a fin de que el Reino de Dios descienda a la tierra. He aquí en qué sentido hay que entender que la Fraternidad Blanca Universal es una nueva forma de la religión de Cristo. Quien quiere trabajar con los principios de Cristo que son eternos, inmutables, pertenece a la Fraternidad Blanca Universal. Puede que incluso no nos conozca, pero eso no importa para nada, es un miembro de la gran Fraternidad Blanca Universal en lo alto. Todo lo que existe no es más que el producto de las relaciones que tejen entre ellos estos dos polos opuestos: el espíritu y la materia, los principios y las formas. Y como los humanos no están preparados para vivir únicamente con los principios, les son necesarias formas en las cuales apoyarse: el espíritu se encarna en forma de un cuerpo para poder manifestarse aquí en el plano físico. Cuando retorne a la región que le es propia, ya no requiere de estas formas; pero aquí en la tierra las necesita. Hay que saber solamente que la forma no dura mucho tiempo, y por ello, periódicamente el Cielo envía Iniciados, grandes Maestros para cambiar las formas, pero únicamente las formas, nunca los principios. 1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XI: «El ciclo del agua: la reencarnación». 2 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. I: «No se pone el vino nuevo en odres viejos». 3 Cf. Una filosofía de lo universal, Col. Izvor No. 206, cap. VI: «La Gran Fraternidad Blanca Universal». 2 La verdadera enseñanza de Cristo I «En espíritu y en verdad» Asombra siempre constatar que tan pocas personas hayan entendido que la vida espiritual es la vida del espíritu. Se atiborran de toda clase de elementos materiales que las limitan y limitan el espíritu. ¿Por qué dar tanta importancia a ciertos ritos o ceremonias, a ciertas posturas, gestos o palabras? El espíritu está por encima de las formas; puesto que él las ha creado, no depende de las formas, y para entrar en contacto con él no se requiere de formas. La vida espiritual es el campo de lo ilimitado y mientras se esté atado a ciertas formas, uno se limita. ¡Pueden producirse tantos acontecimientos en la existencia que vuelven imposibles las prácticas espirituales a las cuales uno está acostumbrado! ¿Es esto una razón para dejar de establecer contactos con el espíritu? Cuando la Samaritana le pregunta a Jesús acerca del lugar donde es conveniente rendir culto a Dios, la montaña de Samaria o el templo de Jerusalén, Jesús le responde: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Pero llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorar en espíritu y verdad». Jesús no menciona entonces ningún lugar de culto, sino que pronuncia dos palabras abstractas entre las más inconcebibles para el hombre: espíritu y verdad. El espíritu se opone a la materia, y la verdad a la mentira, al error, a la apariencia, a la ilusión. Por consiguiente, adorar a Dios «en espíritu», es abandonar las formas materiales que nos encarcelan y nos impiden movernos libremente; y «en verdad», es sustraerse de las ilusiones. Algunos dirán que «en espíritu y en verdad» caracterizaba la religión que Jesús aportaba, la religión cristiana, que oponía a la religión de Moisés y a las religiones paganas que abundaban entonces en Palestina. No, no lo creo, y por lo demás, el cristianismo conservó en sus creencias, sus ritos, sus monumentos, mucho de las huellas de la religión judía especialmente, e incluso del paganismo. Además, con el tiempo, todas las religiones tienden a materializarse, a aferrarse a objetos, a prácticas exteriores. Entonces, este ideal anunciado por Jesús: «en espíritu y en verdad» concierne a todas las religiones. Si él volviera hoy día, pronunciaría ciertamente más o menos las mismas palabras. Diría: «Llega la hora en que no será ni en Jerusalén ni en Roma, ni en la Meca, ni en Benarés, etc., que adorarán a Dios, sino en espíritu y en verdad». Jesús tenía concepciones revolucionarias, pero eso no le impedía respetar algunos aspectos del antiguo orden y los preceptos dados por Moisés. Él decía: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido». Pero al mismo tiempo, quería conducir a los humanos más lejos en la vía de la verdadera religión. Un Maestro espiritual tiene exactamente las mismas preocupaciones que cualquier otro instructor, debe hacer progresar a los humanos como un profesor hace progresar a sus alumnos. Sabe que muchos no podrán seguirlo en sus ideas y en sus proyectos, ¿pero hay que dejar estancar por ello al pequeño grupo de aquellos que desean ir más allá y que son capaces? ¿Por qué nivelarse con los más débiles, los más limitados? Hay que impulsar siempre a los humanos a ir más adelante, pero paralelamente mostrarse comprensivo e indulgente con aquellos que todavía no pueden progresar tanto. Jesús se preguntaba cómo instruir a la multitud, a la gente simple que se le acercaba, al mismo tiempo que a los espíritus más avanzados. Por ello, se servía de parábolas. Y un día que sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué les hablas por parábolas?» Respondió: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del Reino de los Cielos; mas a ellos no les es dado». Para la multitud Jesús entregó entonces imágenes y relatos. A sus discípulos explicó la correspondencia de estas imágenes y de estos relatos en el campo de las virtudes. Y entre sus discípulos, él escogió además a uno, a san Juan, a quien reveló el sentido profundo. Se puede entonces decir que dio la forma a la multitud, el contenido a sus discípulos, y a san Juan le reveló el sentido1. Y esto es así desde hace siglos: la multitud se detiene en la forma, los discípulos trabajan en el contenido, y los Iniciados encuentran el sentido cuya esencia está resumida en la fórmula: «en espíritu y en verdad». Estas dos palabras revelan que para Jesús existía también un lado esotérico de la religión. Afortunadamente ellas fueron conservadas, pues no es posible leer nada parecido en otro lugar en los Evangelios. Uno se pregunta incluso qué milagro hizo que se encuentren allí todavía: ¡tantos otros pasajes fueron suprimidos o transformados! Para comenzar el aprendizaje de la vida, un niño necesita que se le cuenten historias, que se le muestren imágenes, objetos concretos. En el campo de la religión, la mayoría de los humanos permanece aún en el estadio de la infancia: requieren cosas exteriores, concretas, tangibles, a las cuales aferrarse. Imaginen que un día se le anuncia a los creyentes del mundo entero: «En adelante, no habrá más lugares de culto, ni más ceremonias, ni clérigo, ni estatuas, ni imágenes santas, nada que sea ya material ni externo: van a adorar a Dios en espíritu y en verdad». Sería el vacío para ellos, se sentirían perdidos. Solo un ser excepcionalmente evolucionado puede encontrar en su espíritu, en su alma, el santuario donde entrará para dirigirse al Señor, para tocar, saborear y respirar los esplendores del Cielo. Evidentemente, semejante ampliación de la consciencia es deseable. Para quienes son capaces de llegar hasta allá, ya no hay límites, pues el mundo del alma y del espíritu es el más bello, el más vasto; pueden trabajar hasta el infinito para construir su futuro de hijos y de hijas de Dios. Entretanto, como estamos en la tierra, estamos obligados a dar a nuestras creencias formas materiales: lugares y objetos de culto, fiestas religiosas en ciertos períodos del año que son la expresión de esas creencias. Pero justamente, hay que comprender que ellas no son más que una expresión de tales creencias, no son la religión misma. No se puede hacer entrar a la Divinidad en una iglesia, un templo, una mezquita o una sinagoga, ni en un objeto, ni siquiera en una hostia. Pretender lo contrario es rebajar la Divinidad. Sí, no quiero ofender a los cristianos, pero pretender que basta con engullir una hostia para comulgar con Cristo, es, lo reconozco, una invención magnífica, pero es una invención. ¿Cómo puede uno creer que el Cristo, el Hijo de Dios, se deja encarcelar en una hostia por sacerdotes más o menos dignos? ¿Pero por quién se le toma? Y a eso se le llama el misterio de la Eucaristía. No, no hay allí ningún misterio, sino solamente realidades espirituales que obedecen a leyes: es verdad que en un objeto se pueden hacer entrar fluidos, influencias… ¡pero no al Cristo, no a Dios! Para vivir una religión en espíritu y en verdad, no hay que permanecer aferrado a lo que está allí, muy cerca, al alcance de la mano o de la boca. Hay que desplazarse, ya que el Cristo está muy arriba, muy arriba. Quien quiera beber del agua pura debe subir a la montaña para saciarse en la fuente, mientras que quien no quiera elevarse permanece abajo, donde el agua está polucionada, y contrae microbios. La cuestión no es pertenecer a una religión mejor que a otra, practicar tal rito en vez de tal otro: un rito es solamente una forma, y una forma no es útil si no se es capaz de animarla, de introducirle un contenido. En mi juventud, en Bulgaria, oí contar esta historia. En tiempos antiguos un obispo viajaba por los caminos con su séquito. Una mañana, muy temprano, tomó una barca para atravesar un lago; sin embargo, rápidamente el tiempo comenzó a empeorar, la tempestad se desencadenó y lo expulsó a la orilla en un lugar deshabitado. Mientras que agradecía al Cielo con su gente por haber escapado a un gran peligro, vio llegar a un joven que guiaba cabras. Le preguntó: «¿Qué es este lugar? Y ¿quién eres tú?...» La respuesta del joven pastor, el sonido de su voz, la pureza de su rostro impactaron al obispo que le preguntó: «¿Oras a Dios, hijo mío? –Sí. -Y ¿qué plegarias rezas? – No rezo ninguna oración. –Pero dices que rezas, ¿cómo lo haces?» El joven tomó entonces su bastón de pastor, lo colocó horizontalmente sobre dos piedras y se puso a saltar de un lado al otro. El obispo y su séquito abrían los ojos de par en par de asombro, mientras que él, muy feliz de mostrar a tan grandes personalidades cómo oraba, saltaba, saltaba… Cuando hubo terminado, un poco agitado, tanta luz se esparció en su rostro que el obispo se quedó pensativo un momento. Luego le dijo: «Muy bien, pero existe una mejor oración, ¿quieres conocerla? – ¡Oh, sí! respondió el pastor feliz de aprender a orarle mejor a Dios. – Entonces, ponte de rodillas, junta tus manos y repite después de mí: Padre nuestro que estás en los cielos… Santificado sea tu nombre…» El joven repitió muchas veces con aplicación y gran respeto. La tempestad se calmó, los viajeros se prepararon para partir de nuevo. Antes de subir a la barca, el obispo bendijo al chico recomendándole rezar bien cada día la oración que le había enseñado. La barca estaba ya a una buena distancia de la orilla cuando de repente el obispo vio venir, caminando sobre las aguas, al joven pastor con su bastón quien lo llamaba: «Señor Obispo, Señor Obispo, ¡hay palabras que ya no recuerdo! – ¡Oh hijo mío, exclamó el obispo estupefacto ante este prodigio, no tiene ninguna importancia, ora como quieras, el Señor siempre ha escuchado tu plegaria!» ¿Es verídica esta anécdota?... En todo caso, incluso si no lo es, quien la inventó había comprendido que lo esencial no está en la forma, las palabras de la oración y la postura para rezar, sino en la intensidad de la vida interior. Claro, no es inútil pronunciar algunas palabras, hacer algunos gestos, pero con la condición de comprender lo que significan, de darles un contenido. ¿Por qué, por ejemplo, los Iniciados enseñaron este gesto de juntar las manos para orar? Es un símbolo. Porque la verdadera oración es juntar en sí mismo los dos principios del corazón y del intelecto. Por supuesto, orar es expresar un deseo, y el deseo pertenece al campo del corazón, del sentimiento. Pero si el intelecto, el pensamiento no está allí para estudiar la naturaleza de este deseo y orientarlo hacia la buena dirección, ¿qué clase de oración van a hacer? ¿Qué van a reclamar? Si el pensamiento no participa, no se asombren si son pocas veces escuchados. Para que su oración sea recibida, son necesarios el corazón y el intelecto, es decir, los dos principios masculino y femenino. ¡En cuántos cuadros se ha representado a personas en oración, incluso niños, con las manos juntas! Pero no se ha comprendido nunca la profundidad de ese gesto. Esto no quiere decir que para orar haya que juntar obligatoriamente las manos físicamente, no, pues no es el lado físico el que cuenta, sino el lado interior. Hay que juntar el corazón y el intelecto, el alma y el espíritu, puesto que es su unión la que le da poder a la oración2. Lo esencial entonces no es hacer gestos, sino comprender su sentido, y pasa lo mismo con todos los aspectos materiales que necesariamente abarca una religión. Ha habido en la historia personas que sin duda habían meditado tan bien en las palabras de Jesús «en espíritu y en verdad», que quisieron hacer prohibir todas las estatuas, todas las imágenes santas, lo que dio lugar a sangrientas luchas; porque los demás que obviamente se aferraban a ellas, replicaban violentamente… Pues bien, esto también era una actitud errónea. ¿Para qué querer suprimir las imágenes? La cuestión no es tener o no imágenes santas, la cuestión es saber cómo considerarlas. Los Iniciados tienen a este respecto una actitud muy sabia: no necesitan lugares de culto, iglesias o templos, no requieren de estatuas o íconos, pero cuando entran en un santuario, cualquiera que sea, se inclinan ante las imágenes porque saben que detrás de estas prácticas, se esconde toda una ciencia y una pedagogía. Una imagen, una estatua no son un fin en sí mismo, sino un instrumento solamente, un soporte para el pensamiento, para la oración. Y este principio no es válido únicamente para las imágenes santas, sino para todo lo que existe. Un ejemplo les hará comprender lo que quiero explicar: el teléfono. Sí, el teléfono. Imaginen a una persona que no supiera lo que es el teléfono y los viera tomar un objeto, llevarlo a la oreja, presionar con su dedo los números, luego oírlos exclamar: «Y entonces, pedazo de imbécil, pedazo de idiota, ¿por qué hiciste esto? Ya lo verás, ya lo verás…» O también: «Buenos días querida, ¿cómo vas? ¡No sabes lo contento que estoy de oír tu voz! Te amo, sabes, te mando un beso». Esta persona diría: «¡Pero ése está loco: le habla a un objeto, lo insulta, le dice palabras dulces! Hay que internarlo». Ven, no habían reflexionado acerca de la lección que puede extraerse del teléfono, se sirven de él, es todo. Ahora bien, justamente, ¿qué hay que comprender? Que el teléfono no es más que un instrumento, un intermediario. Se sirven de él para hablar, no es a él a quien le hablan, sino a otra persona, en otro lugar, a veces incluso muy lejos, al otro lado del mundo; y que escucha y responde. El teléfono es un medio de comunicación solamente, y reconocen que si ustedes se dirigieran al objeto mismo, diciéndole: «Te necesito, te lo suplico, ayúdame», estarían haciendo el ridículo. Pues bien, es lo que muchos hacen en el campo de la religión: se detienen en los objetos, en los seres, sin ver que ellos están allí únicamente para ponerlos en relación con otras realidades más sutiles, más elevadas. No está mal atarse a ciertos objetos, puede incluso ser útil, pero no hay que quedarse allí. Hay que tomar un objeto material, un crucifijo, una estatua, un ícono, una medalla, como punto de partida y, por medio de la meditación, ponerse en estado de entrar en relación a través de este objeto con entidades espirituales. No es el crucifijo, la estatua o la medalla los que van a ayudarlos, a protegerlos, sino que los pondrán en comunicación con la Divinidad. Las formas son útiles, incluso necesarias, solo que no hay que quedarse en ellas; hay que considerarlas siempre como el punto de partida para la búsqueda de un principio que está más allá, y unirse a este principio para adquirir todas las cualidades que representa. Por consiguiente, «en espíritu y en verdad» no significa que uno no deba apoyarse en nada material, ni seres, ni ritos, ni objetos, sino justamente que se trata solo de puntos de apoyo. Además, se ha visto, el hecho de detenerse en formas materiales ha terminado por conducir a verdaderas aberraciones. Las reliquias de los santos, por ejemplo, tomaron tal importancia en la cristiandad que poco a poco cada santuario quiso poseer una. Y entonces, se volvió un verdadero mercado al que se dedicaron toda clase de personas interesadas y codiciosas. Porque era muy ventajoso: ¡en las ciudades donde los santuarios pasaban por poseer reliquias, multitudes venían en peregrinaje y los negocios marchaban muy bien! Por ello, muchos llegaron hasta fabricar reliquias de todas las piezas. Se cuenta incluso que un zar de Rusia, habiendo escuchado decir que un monasterio, no se sabía cuál, poseía la cabeza de san Juan Bautista, hizo saber por todo el país que deseaba poseer esta reliquia para su capilla. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver llegar una tras otra, una decena de cabezas de las cuales se aseguraba que cada una era la de san Juan Bautista!... Y los pedazos de la cruz de Jesús: desde hace dos mil años no paran de venderse, ¡todo un bosque debió ser derribado! Entonces, pobres humanos, abandonan al espíritu que está vivo para aferrarse a vestigios que están muertos. Todo esto para dicha de algunas personas tramposas que encontraron la manera de ganar dinero. Ante el espectáculo que ofrecen algunas ciudades de peregrinaje como Lourdes, realmente uno se pregunta… E incluso, vayan a Lisieux, verán almacenes y almacenes… ¡Qué comercio se hace con esta pobre santa Teresita! Sí, porque en vez de enseñar a los cristianos donde conviene buscarla verdaderamente, se prefiere explotar su ingenuidad, su credulidad para hacer negocios. Yo quiero mucho a santa Teresita, y justamente porque la quería, no me contenté con ir a visitar la catedral de Lisieux o con tener su foto. Hice de modo que me encontrara con ella. Sí, varias veces vino a verme y me dijo muchas cosas. Entiendan esto como quieran… Y cuando un día alguien me dio uno de sus cabellos, claro, no lo rechacé. Pero ¿era este cabello realmente de ella? Allí también, ¡cuántas pelucas podrían hacerse con todos los cabellos de los santos que se han distribuido así! Y del Maestro Peter Deunov, también, los hermanos y hermanas de Bulgaria recogían sus cabellos cuando por azar los encontraban. ¿Pero qué se cree poseer guardando los cabellos de un santo o de un Iniciado? Es su ejemplo, su enseñanza los que hay que conservar, los que hay que seguir»3, y dejar tranquilos los cabellos y todo lo demás. Para hacer que sus oraciones sean escuchadas, traten de no dirigirse solamente a la imagen de un santo, de un Iniciado, de un gran Maestro, sino servirse de ella como una escalera para elevarse hasta su espíritu. Así, poco a poco, aprenderán a adorar a Dios en espíritu y en verdad… Desafortunadamente, esta concepción enunciada por Jesús va en contra de los intereses materiales de muchos, por eso la dejan a un lado. Pero Jesús está allí trabajando, y un día los obligará a cambiar, quiéranlo o no. Un día, Jesús mismo vendrá a sacudirlos diciendo: «¿Qué son esas supersticiones? No han buscado mi espíritu, se durmieron al lado de fruslerías y antiguallas, y ahora están escleróticos, muertos». Sí, él vendrá a sacudirlos a todos. La religión tal y como algunos la practican no es en realidad sino materialismo. Se los aseguro, no se es espiritualista porque se practique una religión, ni materialista porque uno se interese en la materia. Es la manera de interesarse en el espíritu y en la materia lo que hace a un espiritualista o a un materialista. Por ello, en vez de criticar a los materialistas, muchos deberían mejor volver sobre ellos mismos para preguntarse si no son también materialistas, ya que se están deteniendo exclusivamente en la forma y pierden así el contenido y el sentido. ¿Quieren ser verdaderamente espiritualistas? Vayan hacia el espíritu que vivifica y hacia la verdad que libera. Los Iniciados no rechazan el mundo material. Los Iniciados se alegran con todo, se maravillan con todo, se sirven de todo pero no se engañan, no confunden los fines con los medios4. Saben que lo esencial se encuentra en el hombre mismo y que el mundo exterior debe ser puesto al servicio del mundo interior. La luz está en nosotros, la verdad está en nosotros, la paz está en nosotros, el Reino de Dios está en nosotros: es allí donde debemos buscarlos. Todos los objetos que son exteriores a nosotros son como la corteza de la realidad, la sombra de la realidad. En ciertas condiciones pueden ser útiles, eficaces, pero no son absolutamente reales, pueden desmoronarse, pueden desaparecer, son imágenes. Y quien se agarra a ellos no encuentra el espíritu sino la materia, no encuentra la verdad sino ilusiones. En cualquier campo, traten de nunca detenerse en la forma, de lo contrario sus necesidades espirituales jamás serán satisfechas y serán infelices. Mientras que si se acostumbran a ver las afinidades infinitas que existen entre cada forma y el mundo divino, irán muy lejos. Solo hay que aprender a leer este mundo de las formas que está delante de ustedes, para acceder un día al mundo de los principios. II «El bautismo: los poderes del agua» Cuando nace un niño, sus padres, si son cristianos, se preocupan por bautizarlo lo más rápido posible. En efecto, la Iglesia enseña que el bautismo es una purificación por medio del agua, destinada a lavar el pecado original y a hacerlo admitir en la comunidad cristiana; es la condición de su salvación en este mundo y en el otro. Esta creencia en el poder del bautismo está tan afianzada que, según la teología cristiana, los niños muertos antes de ser bautizados no son admitidos en el paraíso sino que se quedan en un lugar indeterminado llamado limbo. No hay nada que decir en contra del sacramento del bautismo, pero con la condición de comprender verdaderamente el sentido. Bautizar a un niño o a un adulto hace de él un cristiano, es claro. Pero quien no ha recibido el bautismo no es por ello un alma pérdida, y quien lo ha recibido no debe imaginarse que eso es suficiente para su salvación. ¿Cómo creer que los espíritus del mal serán mantenidos a distancia porque se ha sumergido a alguien en el agua y se le ha ungido con aceite en la frente cuando era pequeño? Le corresponde a cada quien trabajar luego toda su vida para conservar, amplificar los efectos del bautismo; si no lo hace, pronto no quedará nada de ello, y la puerta estará abierta a todos los diablos. Sí, ellos no tienen miedo, no se impresionan con el bautismo. Se les bautiza, se les ha lavado del pecado original –admitámoslo- está muy bien, pero toda la vida deben seguir manteniendo lo que el sacerdote depositó en ustedes el día del bautismo. ¡No hay de qué sentirse tan orgullosos al haber sido bautizados! Si cada día, conscientemente, con todo su corazón, con toda su alma, no trabajan por lavarse, por purificarse, no sirve de mucho. Ustedes deben cada día contribuir a su salvación. Si quiere comprenderse el significado del bautismo, hay que estudiar el agua, su naturaleza, sus poderes. El agua es, de todos los elementos, el que posee las mayores cualidades plásticas y absorbentes. Ella misma no tiene forma, ni color, sino que toma aquellos de los recipientes en los cuales es colocada, de los lugares que atraviesa. Ella absorbe todo, tanto lo bueno como lo malo. Y como está en permanente circulación en la naturaleza, transporta todos los elementos sutiles que ha absorbido a su paso. Dirán que la tierra también tiene un gran poder de absorción. Es cierto, pero la tierra no tiene esa fluidez, ni esa penetrabilidad del agua. En cuanto al aire, es demasiado móvil para conservar mucho tiempo lo que ha recibido. Justamente por estos poderes de absorción y de transmisión, el agua ha sido desde siempre utilizada para las operaciones mágicas. Numerosas obras reportan los casos de brujos transformando un ser humano en animal: pájaro, caballo, etc., luego de haber pronunciado palabras mágicas encima de un recipiente de agua, que luego rociaban sobre su víctima. Pero estas propiedades del agua pueden ser usadas también benéficamente. Por ello, los sacerdotes utilizan el agua para bendecir a los feligreses: esta agua que tiene el poder de retener las corrientes y las influencias que uno le introduce, se convierte así en el soporte de las palabras de bendición que pronuncian. La eficacia de la bendición depende por lo tanto de la elevación espiritual de quien la da. Si se comporta como un funcionario porque, cansado de repetir los mismos rituales, se contenta con ejecutar los gestos que se esperan de él pensando en otra cosa, esta bendición no tiene ningún sentido. Y lo mismo vale para el sacerdote que oficia el bautismo. Pero no vayan a inquietarse ahora por el estado en el que se encontraba el sacerdote que los bautizó, hace años de años, cuando no tenían sino algunos días de nacidos. Y no se preocupen tampoco si sus padres no los hicieron bautizar. Ya que todos los días se puede recibir el bautismo, todos los días se puede hacer este trabajo de purificación, conociendo los poderes del agua. Sea las manos, el rostro o el cuerpo entero, la mayoría de la gente se lava cada día, y lavarse hace parte con toda razón del comportamiento de los seres civilizados. Pero, ¿cómo se lavan? Ése es otro asunto. Se les enseña a los niños que hay que lavarse como medida higiénica, para estar limpios y para no arrastrar malos olores que incomodan a los vecinos, es todo. Pues bien, es insuficiente, pues se puede estar lavado y limpio físicamente, pero interiormente tan sucio como si nunca se hubiera tomado un solo baño en la vida5. El hombre no posee solamente un cuerpo físico, sino también cuerpos sutiles (etérico, astral, mental) que debe igualmente velar por liberar de todas las suciedades que ha acumulado, las impurezas producidas por las sensaciones, los deseos, los sentimientos, los pensamientos de naturaleza inferior que acoge y alimenta cotidianamente en él. Si el agua nos lava en el plano físico, es porque tiene la propiedad de llevarse y absorber las impurezas. En el plano espiritual ella posee exactamente las mismas propiedades. Todas las religiones han recomendado la purificación con el agua: las abluciones, los baños rituales6… Estas prácticas están fundadas en un saber milenario acerca de los poderes del agua. Ustedes dirán que las condiciones de la vida actual no se prestan tanto para esa clase de práctica. Pero claro, al contrario, ya que desde la mañana al levantarse hasta la noche cuando se preparan para acostarse, tienen varias oportunidades de utilizar el agua para lavarse y pueden aprovechar estas oportunidades para hacer un trabajo psíquico y espiritual. El agua que conocemos y de la cual nos servimos todos los días no es más que la materialización de este fluido cósmico que llena el espacio, y por medio del pensamiento podemos entrar en contacto con este fluido, pues en él se bañan todas las creaturas7. La primera condición para este trabajo de purificación es entonces lavarse con la consciencia de que a través del agua uno toca un elemento de naturaleza espiritual. Esta consciencia comenzará por modificar nuestros gestos. ¡Cuántas personas tienen la costumbre de lavarse en la mañana con gestos bruscos y desordenados, porque creen que esto va a ayudarlas a despertarse, a estar en forma y de buen humor! Las despertará, claro, pero estos movimientos precipitados tienen un efecto nocivo, sobre todo en el rostro, cuya armonía responde a una organización muy sutil de las partículas siguiendo líneas de fuerza determinadas. El rostro del hombre es un reflejo del rostro de Dios, y quien lava su rostro con brusquedad y sin ningún cuidado, enturbia en él los rasgos de la imagen divina. Por tanto, lávense con gestos mesurados, armoniosos, para que el pensamiento pueda también despejarse y hacer su trabajo. Concéntrense en el agua, en su frescura, su claridad, su pureza, y pronto sentirán que irá a tocar en ustedes regiones desconocidas para producir allí transformaciones. No solamente serán aliviados, purificados, sino que también su corazón, su intelecto serán alimentados con elementos nuevos, más sutiles y vivificantes. Ya que el agua de abajo, el agua física, contiene todos los elementos y las fuerzas del agua de arriba, el agua espiritual; solo hay que aprender a despertarlos y a recibirlos. Los Iniciados tienen métodos para exaltar las virtudes del agua: le agregan un puñado de sal, encienden una vela e incienso y recitan algunas fórmulas. Pero lo más importante es primero ser consciente de que el agua está viva y habitada por entidades muy puras. Por ello, sea en su baño o en la naturaleza, antes de entrar en contacto con el agua, deben saludarla con mucho respeto, amor, y pedirle al ángel del agua que los ayude en su trabajo. Para purificarse, no es necesario hacer ceremonias largas y complicadas. Cada día ustedes tienen muchas oportunidades de servirse del agua. Entonces háganlo, no olvidando nunca que el agua física es un medio para entrar en contacto con el agua espiritual que es la verdadera agua. Claro, lavarse hace parte de los actos más ordinarios de la vida cotidiana, pero no hay que subestimarlo. Como respirar, alimentarse, dormir, lavarse debe ser considerado un acto sagrado que puede liberar el alma. No basta con que el cuerpo físico esté algo limpio, mientras que los cuerpos sutiles siguen asfixiándose bajo espesas capas de impurezas: no, hay que aprender a abrir también los poros de nuestra alma para beneficiarse con todas las riquezas que ofrece el agua. Pero vayamos más lejos. ¿Qué son todos estos estados negativos por los cuales los humanos pasan cada día: la pereza, el desaliento, la cólera, la envidia, el deseo de venganza, etc.? Impurezas que dejaron penetrar en ellos y que perturban su organismo psíquico, igual a un veneno u otros elementos tóxicos que trastornan el organismo físico. Gracias al agua, uno puede remediar estos estados. Observen el agua correr, escúchenla: sea una fuente, un arroyo, una cascada, el agua que corre libera el plexo solar llevándose los elementos oscuros que entrababan sus funciones. Puesto que el agua que corre es la imagen de la renovación perpetua de la vida, y observándola uno es influenciado. Evidentemente, en la ciudad, en la existencia cotidiana, no es fácil encontrar fuentes y cascadas, pero entonces ¡dejen correr el agua de la llave durante un momento! Es menos poético, pero puede ser igualmente eficaz. Lo esencial es concentrarse en el agua que corre. Pueden también sumergir sus manos en el agua. Todas las influencias entran y salen por las manos, tanto las buenas como las malas, porque las manos, y particularmente las extremidades de los dedos, son como antenas que captan las ondas y las reenvían. Entonces, remojen sus manos en un recipiente de agua, o bien colóquenlas algunos minutos bajo el agua de la llave, pensando que ella los atraviesa con su pureza, su frescura, y se lleva todos sus estados negativos. Y como lo más importante es la actividad del pensamiento, pueden también hacer este ejercicio, incluso si no tienen agua. Cualquiera sean las circunstancias de la vida, hay algo por hacer; lo esencial es no quedarse inactivo, no aguantar. Y si algunas veces se sienten asaltados por impulsos negativos de los que quisieran liberarse y no tienen la posibilidad de tocar o de ver el agua, cierren los ojos y hagan trabajar su imaginación. En ese momento son libres de tomar una ducha, un baño, o de zambullirse en un río, un lago o un océano. Imaginen que millones de gotas de agua corren por ustedes… Nadan, se dejan llevar por la corriente o mecer por las olas… Se sumergen para perderse en la inmensidad… Permanezcan allí en estas imágenes maravillosas el mayor tiempo posible: poco a poco sentirán una transparencia, una ligereza, como si verdaderamente hubieran sido atravesados por un oleaje purificador y vivificante. Los ejercicios, los métodos que les doy, deben llevarlos a descubrir el agua en ustedes. Pues se los he dicho y se los repito: el agua física no es sino un reflejo gracias al cual podemos unirnos a la verdadera agua. Y esta verdadera agua, hay que buscarla en nosotros, hay que descubrir las aguas vivas que corren en las profundidades de nuestro ser. Es largo, difícil, claro, pero perseveren y comprenderán un día que Jesús hablaba de esta agua cuando decía: «De su seno brotarán fuentes de agua viva…» Entonces, es claro ahora. Quien quiera manifestarse como un discípulo de Cristo no debe contentarse con haber sido bautizado una vez, ¡hace tanto tiempo! Ni siquiera se le pidió su opinión y no era consciente de nada; por tanto, ¿de qué vale este bautismo si no lo mantiene con todo su corazón, con toda su alma, durante el resto de su vida? El bautismo, el verdadero bautismo es un trabajo de cada día. Cada día debemos pensar en purificarnos. Y no digan que ya lo hicieron ayer o antes de ayer. Ayer fue válido para ayer, y hoy hay que volver a comenzar. Cada día debemos pensar en la purificación, en la santificación; sí, cada día, hasta que nuestro ser sea completamente renovado. III «Quien coma mi carne y beba mi sangre tiene vida eterna» El rito de la comunión tal y como es practicado en la cristiandad tiene su origen en la última cena (la Cena) de Jesús con sus discípulos. Era la noche de la Pascua judía. Jesús llegó a una casa con sus discípulos que prepararon la comida. «Mientras comían, dice el Evangelio, Jesús tomó pan y dando gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Comed todos de él porque este es mi cuerpo. Tomó enseguida una copa y dando gracias se las dio diciendo: Bebed todos de ella porque esta es mi sangre…» Y en el relato que hace san Juan de este episodio, Jesús dice también: «Yo soy el pan de la vida que ha bajado del Cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo… En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna…» El simbolismo del pan y del vino era ya bien conocido antes de Jesús, puesto que está dicho en el libro del Génesis que Melquisedec, sacrificador del Altísimo, vino al encuentro de Abraham trayéndole el pan y el vino8. «Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino: él era el sacrificador del Dios Altísimo, Señor del cielo y de la tierra; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abraham los diezmos de todo». El nombre de Melquisedec significa «rey de justicia», del hebreo «mélek»: rey, y «tsédek»: justicia. En cuanto al nombre de la ciudad de la que era rey, Salem, tiene la misma raíz que la palabra «schalom»: paz. Melquisedec es el rey de la justicia y de la paz; es un personaje muy misterioso, del que no se sabe sino muy poco. San Pablo lo menciona en la «Epístola a los Hebreos». «Él es, dice san Pablo, sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacrificador para siempre». Y más adelante, agrega que Jesús es «sacrificador para siempre según el orden de Melquisedec». Antes de morir, Jesús quiso entonces repetir el legado del pan y del vino de Melquisedec a Abraham. «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Hay que ir muy lejos para llegar a comprender estas palabras9. Comer y beber son dos actos complementarios de la vida cotidiana gracias a los cuales el hombre se alimenta. El pan que uno come y el vino que uno bebe son en sí mismos poca cosa, pero a través de ellos Melquisedec, sacrificador del Altísimo, aportaba a Abraham el saber iniciático respecto de los dos grandes principios masculino y femenino sobre los cuales descansa toda la creación. Y Jesús transmitió y completó este saber diciendo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Como es difícil para los humanos acceder a los grandes misterios cósmicos, los Iniciados han tenido que extraer estos misterios del mundo sublime que es el suyo, y presentarlos bajo la forma concreta de imágenes, de objetos simbólicos, como el pan y el vino. Pero ha llegado el tiempo de ponerle un contenido a estas formas. Esta «carne» y esta «sangre» de Cristo representadas en el pan y el vino, ¿a qué realidades espirituales corresponden para que puedan dar la vida eterna? La carne de Cristo, es la sabiduría, el principio masculino. La sangre de Cristo, es el amor, el principio femenino. Y cuando aprendamos a alimentar nuestro intelecto de sabiduría y nuestro corazón de amor, saborearemos la vida eterna. Este simbolismo se vuelve más claro aún si se cotejan las palabras pronunciadas por Jesús durante la última cena con sus discípulos, con la respuesta que dio a Nicodemo. Nicodemo era doctor de Israel, y una noche vino a encontrarse con Jesús para conversar con él. Nicodemo le dijo: «Rabí, sabemos que eres un doctor venido de Dios, porque nadie puede hacer los milagros que tú haces si Dios no está con él». A esto, Jesús no responde directamente, pero dice: «Si un hombre no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios». Y un poco más adelante, precisa: «Si un hombre no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios». Ahora bien, ¿qué es el agua, sino el principio femenino, el amor? Y ¿qué es el espíritu, sino el principio masculino, la sabiduría? Por consiguiente, comer la carne de Cristo y beber su sangre significa lo mismo que nacer de agua y de espíritu: por medio de la sabiduría y del amor el hombre entra en la vida eterna, el Reino de Dios. Ven, es claro: el pan y el vino representan los dos principios eternos, masculino y femenino, que trabajan en el universo. Pero entonces, ¿por qué en la religión católica los feligreses no comulgan sino con el pan, la hostia, la carne de Cristo, que representa el principio masculino? El vino, la sangre de Cristo, el principio femenino es reservado para los sacerdotes únicamente. Los feligreses no son alimentados sino con un solo principio, el principio masculino; el principio femenino falta. ¿Por qué?... Todo es sagrado para mí y no quiero inmiscuirme en los asuntos de la Iglesia católica; pero quizás un día se dará cuenta de que hay algo que no está completo. Desconozco las razones por las cuales ella lo decidió así; quizás estas razones son válidas, lo ignoro, no es mi asunto. Pero la verdadera comunión supone los dos principios, y el hecho de suprimir uno de ellos produce un desequilibrio. Dirán que no es tan importante: puesto que la comunión es un acto simbólico, la hostia que el sacerdote pone en este copón puede representar muy bien el cuerpo y la sangre de Cristo a la vez. Pues no, al contrario, en un acto simbólico se deben considerar todos los aspectos, a fin de profundizar en el sentido. Lo importante no es que los feligreses se traguen una hostia o coman un pedazo de pan, y beban un trago de vino, no serán ni más ni menos saludables. Lo importante es que entiendan el símbolo, y si en su representación el símbolo es mutilado, su comprensión será mutilada también. La ausencia del principio femenino en la comunión comporta graves consecuencias. La Iglesia católica le amputó a la religión algo esencial para la comprensión de los grandes misterios de la vida. La vida no puede nacer de un solo principio, ella nace de la fusión de los dos principios masculino y femenino. ¿Puede alguien imaginarse una boda donde solo el marido estuviera presente? Y la persona que viniera a explicar: «La novia se quedó en la casa, pero no es grave, igual se va a celebrar la ceremonia», sería más bien mal recibida. No se ha visto esto nunca en ninguna parte; incluso en los países donde se acostumbra a mantener a las mujeres encerradas lejos de las miradas, la novia está presente en el matrimonio. Puede estar con velo, pero allí está. En la ceremonia el hombre está presente y la mujer está presente, porque representan los dos principios gracias a los cuales la vida va a seguir perpetuándose. Y justamente, esta comparación de la Eucaristía con el matrimonio indica que uno y otro son dos sacramentos que celebran la unión de los dos principios masculino y femenino, estos dos principios que crean la vida de arriba abajo en la creación. La diferencia radica en que el matrimonio incumbe más al plano físico, a la vida social, mientras que la comunión corresponde al plano espiritual y a la vida interior10. Pero el símbolo es el mismo, y es aquel que se encuentra al comienzo y al final de la misión de Jesús. Según el Evangelio de san Juan, fue en Caná en Galilea, donde Jesús fue invitado a las bodas, que Jesús hizo el primer milagro cambiando el agua por vino. Para asistir a las bodas y hacer allí su primer milagro, era preciso que Jesús viera en esta ceremonia algo muy distinto a lo que la gente ve allí ordinariamente. Y la institución de la Eucaristía fue el último acto que cumplió antes de su muerte. ¿Cómo no ser consciente de que toda la Enseñanza de Jesús descansa en el conocimiento de los dos principios? Comulgando con las dos especies del pan y del vino, los cristianos se alimentan de la carne y de la sangre de Cristo: la sabiduría y el amor. Pero estas realidades les serían más accesibles, si fueran capaces de reconocerlas en la luz y el calor del sol. Por su luz el sol representa la sabiduría y por su calor representa el amor. Entonces, cuando hayan aprendido a comulgar con esta luz y este calor del sol, los cristianos comprenderán lo que significa verdaderamente comer la carne de Cristo y beber su sangre. Los buenos cristianos van a molestarse sin duda con esta analogía entre el sol y Cristo. Y sin embargo, ¿en la forma redondeada de la hostia que el sacerdote les da a los feligreses, no hay algo que recuerda al sol? Sin duda los que hace mucho tiempo decidieron que el cuerpo de Cristo sería representado por esta fina rodaja de pan, poseían conocimientos que ahora se perdieron o que no se estima necesario enseñar a la multitud. Y el gesto del sacerdote que eleva la hostia por encima del altar, ¿no recuerda esto al sol que se levanta sobre el mundo?... Esta verdad de la luz y del calor considerados como un alimento se encuentra en otras tradiciones, la de los Persas por ejemplo. Está dicho en el Zend-Avesta que Zoroastro preguntó un día al dios Ahura Mazda cómo se alimentaba el primer hombre, y el dios le respondió: «Comía fuego y bebía luz». ¿Dónde encontrar este fuego que debemos comer y esta luz que debemos beber? En el sol. Por ello vamos a contemplarlo en las mañanas a su salida, para alimentarnos de él, para comerlo, para beberlo. Entonces, esta luz y este calor que están vivos se propagan en todas las células de nuestros órganos, y los aclaran, los refuerzan, los purifican, los vivifican. Diariamente ustedes están ante el sol que envía por doquier al espacio partículas luminosas de una gran pureza. ¿Qué les impide concentrarse pensando que expulsan de su organismo las viejas partículas opacas y usadas para reemplazarlas por estas partículas nuevas que vienen del sol11? ¡He ahí un ejercicio tan útil! Con todo su corazón, con toda su alma, traten de tomar estas partículas divinas y de ponerlas en ustedes; de este modo poco a poco renovarán completamente la materia de su ser, pensarán, actuarán como un hijo de Dios, una hija de Dios, gracias al sol. He ahí lo que significa la comunión, he ahí lo que significa comer la carne y beber la sangre de Cristo. Pero entiéndanme bien, mi intención no es apartar a los cristianos de la comunión. Les digo simplemente que la verdadera comunión no debe limitarse a tomar de vez en cuando una hostia y un sorbo de vino bendecidos por un sacerdote. En realidad, cada uno de nosotros debe convertirse en un sacerdote, un sacrificador, es una vocación que tiene interiormente ante el Eterno; diariamente debe presentarse para oficiar ante sus células y darles el pan y el vino12. Si son conscientes de ese papel, sus células recibirán de ustedes la verdadera comunión, es decir un elemento sagrado que las ayudará en su trabajo, y esta dicha que ellas experimentarán por haber trabajado bien, ustedes la sentirán también. Ya que el pan y el vino representan de una manera más general todos los alimentos que necesitamos para mantener la vida en nosotros. El pan puede ser preparado con harina de trigo pero también con muchos otros cereales. Y el vino, que está hecho generalmente a partir de uvas, puede hacerse también con otros vegetales. Por lo tanto, ¿no es posible pensar que todo alimento, toda vianda, toda bebida es un medio para comulgar con la Divinidad? Y les diré que para profundizar aún más en el misterio de la Santa Cena, hay que tomar la nutrición como punto de partida. Claro, la respiración, y sobre todo los ejercicios espirituales como la oración, la meditación, la contemplación, la identificación son también formas de comunión. Pero no todo el mundo puede tener tanto tiempo, condiciones o incluso dones para ello. Mientras que todos comen, y diariamente. Se debe entonces comenzar por comprender la comunión en el plano físico con la nutrición. Comulgar es hacer un intercambio: ustedes dan una cosa y reciben otra. Dirán que comiendo no hacen sino tomar el alimento. Es un error, ustedes le dan también algo… Si no lo hacen, no es una verdadera comunión. La verdadera comunión es un intercambio divino. La hostia les da sus bendiciones, y si la toman sin darle el amor y el respeto necesarios, no es una comunión sino un acto deshonesto. Cuando uno toma, debe dar. A la hostia deben darle su respeto, su amor, su fe, y ella, a cambio, les da los elementos divinos que posee. El objeto mismo no actúa en nosotros, sino la confianza, el amor que le damos por lo que representa. Y esta misma actitud debe tenerse con los alimentos. Ya, al preparar su comida, piensen en tocar los alimentos impregnándolos de su amor. Háblenles, digan: «Ustedes que llevan la vida de Dios, los amo, los aprecio, sé la riqueza que poseen. Tengo toda una familia que alimentar, millares de habitantes en mí; entonces, sean amables, denles esta vida». Si se acostumbran a hablarles de este modo a los alimentos, se transformarán en ustedes no solo en energía físicas, sino también en energías psíquicas, espirituales, pues habrán sabido comulgar con la naturaleza misma que es la obra de Dios. Cuando son conscientes de que Dios ha puesto su vida en los alimentos, al comer son como el sacerdote que bendice el pan y el vino, y diariamente, en cada comida, reciben la vida divina. Por cierto, ¿no es dar prueba de mucha estrechez de espíritu, el esperar a ir a la iglesia o al templo para comulgar? No minimizo el hecho de ir a recogerse y a orar en un santuario, pero porque comprendo y respeto las cosas sagradas más que muchos hombres de la Iglesia, los invito a practicarlas diariamente. Pues sé que viene una época en la que cada quien se convertirá en un sacerdote ante el Eterno. Es sacerdote quien comprende la creación de Dios, quien la ama, quien la respeta. Que haya sido o no ordenado sacerdote, es un sacerdote, Dios mismo lo consagró. Porque es inexacto afirmar que el sacerdote hace entrar al Cristo en una hostia y en el vino. No se ayuda a los humanos a tener una mejor comprensión de la vida espiritual haciéndoles creer que el pan y el vino de la comunión se transforman realmente en cuerpo y sangre de Cristo. ¿Por qué querer reducir al Señor encerrándolo en algo material? Él no está a disposición de nadie, no puede tomársele por la fuerza para encerrarlo en una hostia y distribuirlo como se quiera. Además, ¿para qué violentarlo cuando desde el comienzo Él mismo entró voluntariamente en los alimentos? A Él no le gusta esta violencia; y a menudo, cuando se quiere que esté allí, Él no lo está. Exagerando tanto la importancia de la hostia, se menospreció completamente el asunto del alimento y se olvidó que él puede también unirnos a Dios. Es tiempo de que abran los ojos y que comprendan que el alimento es tan sagrado como la hostia, porque es toda la naturaleza, porque Dios mismo lo preparó con su propia quintaesencia. La Iglesia ha deformado tanto a los humanos que ya ahora no hay manera de hacerles comprender las maravillas que Dios ha creado. Lo que ella ha inventado, fabricado, sí, pero lo que Dios ha creado, no es interesante, ¡ella está por encima! Claro, si se lo preguntan a los sacerdotes, no les dirán que se consideran superiores a Dios, pero en la práctica es exactamente como si se pusieran por encima de Él. En vez de decir: «Respeten la vida, hijos míos, pues todo es sagrado, cada cosa en la naturaleza es un talismán que Dios preparó para nosotros», pues no, solo cuenta su negocio: las hostias, los rosarios, las medallas, las estatuas, las reliquias, los rituales, los dogmas… Lo que Dios ha creado viene después muy lejos. No quiero despreciar el papel de los sacerdotes, no quiero despreciar el valor de la comunión, sino abrir nuevos horizontes para que se vea que la comunión es un acto no solamente importante sino indispensable, y que necesitamos comulgar diariamente, varias veces por día. Y puesto que comemos varias veces por día, tenemos allí numerosas oportunidades para comulgar, pero con la condición de saber cómo considerar el alimento y de aprender a comer. Como acabo de decírselos, este ejercicio debe comenzar ya a la hora de preparar las comidas. Luego, al sentarse a la mesa, las oraciones, las bendiciones antes de la comida sirven para influenciar benéficamente el alimento, a fin de favorecer su asimilación por el organismo. Estas oraciones no pueden agregarle la menor parcela de vida, pues Dios ya puso la vida en el alimento por medio de sus servidores: el sol, las estrellas, el aire, el agua, la tierra. Si fuera posible introducir la vida divina con una simple bendición humana, ¿por qué no bendecir pedazos de madera, de piedra, de metal para comerlos? Bendiciendo una piedra, un pedazo de madera o de metal, se introduce en ellos una especie de vida, claro, pero esta vida no puede alimentar a los humanos; puede tener otra utilidad, pero no puede servir para alimentarlos. «Entonces, dirán ustedes, ¡bendecir la comida no sirve para nada!» Sí, las palabras y los gestos de bendición la envuelven con emanaciones y fluidos que la preparan para entrar en armonía con aquellos que deben consumirla; así, se crea en sus cuerpos sutiles una adaptación que les permite recibir mejor la riqueza contenida en los alimentos. Pero este asunto de la bendición del alimento no es clara para muchos. Quienes en el pasado instauraron estas prácticas eran conscientes de su significado, pero ahora este significado se perdió. La bendición tiene como función principal domesticar la comida, ya que es necesario comprender que los alimentos poseen su propia vida y que sus vibraciones no siempre están acordes con las nuestras. También debemos magnetizarlos, darles algo de nuestra propia vida para cambiar el movimiento de las partículas de las que están compuestos y volverlos amigos. En ese momento, van a abrirse y a verter en nosotros las riquezas que poseen. Cuando dos personas se encuentran, sus vibraciones son tan diferentes que no les es siempre fácil armonizarse para comprenderse. Pero el tiempo pasa, se hacen intercambios entre ellas, una especie de ósmosis, y comienzan a vibrar al unísono. Pasa lo mismo con la comida; si la comen sin prepararla psíquicamente, permanecerá como una materia extraña y no actuará de la misma manera que si ustedes hubieran tratado previamente de entrar en relación con ella. Antes de comer una fruta, me han visto a menudo sostenerla en mis manos un momento: es para actuar en el cuerpo etérico de la fruta pidiéndole que se abra a mí. E incluso uno puede sonreírle a los alimentos como a una creatura, a un animal que se quiere domesticar. Pues claro, todo lo que está vivo en la naturaleza, las piedras, las plantas, los animales, los humanos necesitan sentir el amor para crear vínculos. Y sucede lo mismo con la comida… e incluso con los medicamentos. Para que un remedio sea aceptado realmente por su organismo y actúe eficazmente en él, deben trabajar en su materia etérica. Esta ley se encuentra en todos los campos de la existencia. Miren solamente cuando deben ponerse zapatos por primera vez: se sienten apretados, molestos, los encuentran tiesos, duros, luego, poco a poco, éstos se vuelven más flexibles, se acostumbran a ustedes, por así decir. Y cuando se instalan en una habitación nueva o en una casa nueva, al comienzo se sienten desorientados, el lugar les parece extraño. Pero después de algún tiempo, se sienten en su casa y son felices de encontrarse allí porque este lugar vibra en armonía con la vida que llevan. Es curioso, nadie piensa que hay algo que hacer por la comida. Sin embargo, antes de llegar a su mesa, pasó por toda clase de lugares, ha sido manipulada, empacada, transportada, no tiene por lo tanto ningún vínculo con ustedes, les es extraña. Pero tomen una fruta, sosténganla con respeto, mírenla con amor: se vuelve su amiga, vibra de otra forma. Es como una flor que se abre y les da su perfume. El secreto para que la comida se abra está en calentarla; y el calor es el amor. Por ello, si no les gusta tal o cual alimento, no lo coman, pues se convierte entonces en un enemigo en su organismo. ¡No coman nunca lo que no les gusta! En adelante traten de hacer este ejercicio: antes de comer una fruta, ténganla en la mano, háblenle amablemente, mentalmente al menos. De este modo, algo de esta fruta va a transformarse, estará en mejor disposición hacia ustedes: cuando la coman, comenzará a trabajar por ustedes. Y luego, agradezcan al Cielo. Todos los ritos que han sido instituidos por la Iglesia no deben ocultar la verdadera religión. Con frecuencia, uno se pone las gafitas de una religión, de una filosofía, de una capilla, y todo lo demás lo deja a la sombra. ¿De qué sirve pertenecer a una religión, si ella debe ocultarle a los creyentes el esplendor de lo que Dios ha creado y quitarles las verdaderas posibilidades de regresar hacia Él? Si les pregunto ahora a los cristianos: «Respecto de todos estos millares de hombres que desde hace siglos nunca han oído hablar de la misa, ni de la comunión, sinceramente, ¿qué piensan de su destino? ¿Serán todos rechazados por Dios?...» ¿Qué responderán? ¡Cuántos no hay en la tierra que no conocen la comunión de los cristianos! ¿Significa esto que no pueden comulgar con la Divinidad tan bien como los cristianos? ¿Por qué limitarse de ese modo y querer limitar a los demás? Los humanos han sentido siempre la necesidad de imponerse sobre los demás, de ejercer control sobre ellos. Y esto ha ido muy lejos… hasta deformar, mutilar voluntariamente su cuerpo físico. Todas estas costumbres de vendar los pies, deformar los cráneos, etc., que se observan en algunas culturas… Sí, en todos los campos, ha habido gente para querer humillar a los demás física o psíquicamente. Incluso las religiones se han comportado de ese modo, y en especial las religiones, manteniendo al pueblo muy abajo, muy lejos de la comprensión de las verdades espirituales. Jesús decía a los escribas y a los fariseos: «Más ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando». Entonces, hay que entender ahora la comunión en un sentido más amplio, más vasto. La comunión es la condición misma de la vida. ¿Cómo debemos comulgar? De todas las formas. Comenzando con la comida que preparamos diariamente, pues aunque ésta sea material, está impregnada de la vida del Creador y por medio de un trabajo con el pensamiento, con la consciencia, se puede aprender a extraer de ella los elementos más sutiles, a fin de alimentar nuestra alma y nuestro espíritu. Y cuando respiramos, cuando dormimos, cuando contemplamos la naturaleza, las montañas, el mar, el sol, las estrellas… podemos también vivir estados de consciencia magníficos que son una comunión, la única verdadera comunión que le da un sentido a la comunión de los cristianos. Tomar la hostia y el vino no sirve para nada si no se ha aprendido a comulgar con el Creador de una manera más vasta, más profunda, a través de los actos más simples de la vida cotidiana: comer, beber, caminar, respirar, mirar, escuchar, dormir, amar, trabajar. Ahora, si ustedes prefieren quedarse en las concepciones pobres y limitadas de la comunión, son libres. Pero un día se verán obligados a abandonarlas. Si no es hoy, será más tarde, pues el Cielo enviará a otros seres que les repetirán la misma cosa. La profecía de Jesús debe cumplirse: un día los humanos adorarán a Dios «en espíritu y en verdad». IV La cruz La cruz cósmica Los cristianos hicieron de la cruz el símbolo de su religión. Cuando se ve a alguien llevando en el cuello una cadenita de oro o de plata con una cruz, uno sabe inmediatamente que se trata de un cristiano. Llevando esta cruz, piensa en reafirmar su fe y en asegurarse la protección del Cielo puesto que Jesús murió en la cruz por la salvación de los hombres. Desafortunadamente no, no basta con una cruz para preservar a los humanos de la debilidad y del pecado. La cruz de Jesús no puede hacer nada por aquel que no ha tomado ya la decisión de seguir el camino que él trazó, y que no ha aprendido a llevar la cruz practicando las virtudes cristianas. Se cuentan toda clase de historias a propósito de la cruz, que habría hecho huir a los diablos. ¡Imagínense! Solo en las leyendas la cruz espanta a los demonios. Al diablo no le incomoda ni siquiera entrar en las iglesias, sí, incluso en aquellas donde se presentan a la vista de todos las más bellas cruces de oro y de piedras preciosas; no son las cruces las que lo van a detener. Y en el transcurso de la historia, ¡cuántos curas, obispos, cardenales e incluso papas que paseaban cruces ante los feligreses, brindaban en realidad con todos los diablos! En el espíritu de los cristianos, la cruz está tan ligada a su religión y sobre todo a la muerte de Jesús, que terminaron por olvidar la extensión y la universalidad de este símbolo. Por ejemplo, cuando estuve en Quebec, me contaron que la cruz era, mucho antes de la implantación del cristianismo, un símbolo muy expandido entre los Indígenas. Cuando los misioneros llegaron, no aceptaron que pueblos que consideraban paganos, o incluso salvajes, veneraran una cruz que evidentemente no tenía el mismo significado que en el cristianismo, y persiguieron a estos desafortunados Indígenas hasta que renunciaran a su cruz. ¡Qué ignorancia, qué estrechez de visión! Esquemáticamente, la cruz representa entonces dos fuerzas, dos direcciones opuestas que se encuentran para producir la unión de los dos principios masculino (línea vertical) y femenino (línea horizontal). Antes de cualquier otra cosa la cruz es un símbolo de la unión de los dos principios, y por ello es un símbolo universal que se encuentra en las civilizaciones y religiones más antiguas: en Mesopotamia, en Egipto, en China, en India, etc. ¿Dónde nació este símbolo? ¿Quién lo inventó? Nadie lo inventó, existe ya en la naturaleza. Miren solamente los movimientos del agua y del fuego: el agua que corre se desliza y se expande siguiendo el plano horizontal; mientras que el fuego se eleva y toma la dirección vertical. El fuego, la línea vertical, y el agua, la línea horizontal, son una expresión de los dos principios masculino y femenino, positivo y negativo13. Y entender la cruz, es por tanto saber poner en acción lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo. Ustedes dirán: «Pero ¿cómo ponerlos en acción? Y ¿es tan importante?» Tan importante como saber cómo utilizar el agua y el fuego. Reflexionen sobre todo lo que se puede hacer sabiendo utilizar el agua y el fuego. Imaginen que no lo supieran: ¡de cuántas posibilidades se habrían privado! Ni siquiera podrían hacer su café en la mañana… La cruz representa entonces los dos principios masculino y femenino que se encuentran para trabajar juntos en el universo, pero también en el hombre mismo. El trabajo se hace a partir de un centro: el punto de intersección de las dos líneas de la cruz. Este centro reúne las fuerzas, las mantiene unidas; sin él todo se dispersaría apenas la cruz comenzara a girar. Pues la cruz gira; girando, sus líneas dibujan un círculo, y el círculo simbólicamente representa al sol. Entre más intenso sea el movimiento, más luminoso se vuelve el sol. El sol reúne a los dos principios, es la cruz en movimiento. La unión de los principios crea el movimiento. Y justamente, ¿qué es una rueda? Una cruz en movimiento. La cruz formada por una vertical y una horizontal es estática, y aquella formada por dos oblicuas es una cruz en movimiento. La primera letra del alfabeto hebraico Aleph es entonces una representación de la cruz en actividad: las líneas inclinadas indican que el equilibrio está roto para permitir la acción. Aleph, el «primer nacido de Dios», es el Cristo que está sin cesar en actividad en el universo. Y la cruz, que también es Aleph, está ella misma por lo tanto asociada a la idea de esta actividad. Por ello, cuando Jesús decía: «Mi Padre trabaja y yo también trabajo con él», quería subrayar que su actividad, como la actividad del Creador, nunca se detiene. Tenemos la costumbre de definir el espacio con los cuatro puntos cardinales. Ahora bien, ¿qué son los cuatro puntos cardinales sino una cruz? Cuando un Iniciado debe comenzar un trabajo, gira sucesivamente hacia cada una de las cuatro direcciones del espacio: dibuja así una cruz para señalar que su espíritu va a entrar en actividad. Cada uno de los puntos cardinales está presidido por un arcángel: al este Miguel, al oeste Gabriel, al norte Uriel y al sur Rafael. Porque el Iniciado entiende la cruz viva, todas las entidades luminosas responden a su llamado y vienen a participar en su trabajo14. Este rito de girar hacia los cuatro puntos cardinales se perpetúa en la religión cristiana bajo la forma de la «señal de la cruz». Cuando el cristiano, llevando su mano derecha sucesivamente a la frente, al plexo solar, al hombro izquierdo y al hombro derecho (o inversamente: al hombro derecho y luego al hombro izquierdo), pronuncia: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén», entra en contacto con las cuatro direcciones del espacio. El espacio es la materia en la cual debe trabajar con su pensamiento, con su amor. Pues ¿qué es la materia sino los cuatro elementos (la tierra, el agua, el aire y el fuego) en los cuales nuestro espíritu debe ejercer su actividad? Si se estudia el Zodiaco, que es una representación del espacio, uno constata que las 12 constelaciones se reparten en tres cruces. Son los ejes de Aries-Libra y Cáncer-Capricornio; Leo-Acuario y Escorpión-Tauro; Sagitario-Géminis y Piscis-Virgo15. Y en cada una de estas cruces se vuelven a encontrar los cuatro elementos. Tomemos la primera de estas cruces: Aries-Libra y Cáncer-Capricornio. El eje Aries (signo de fuego) – Libra (signo de aire) representa el principio masculino, mientras que el eje Cáncer (signo de agua) – Capricornio (signo de tierra) representa el principio femenino. Y es igual para las dos otras cruces formadas por los ejes de Leo (fuego) – Acuario (aire) y Escorpión (agua) – Tauro (tierra); Sagitario (fuego) – Géminis (aire) y Piscis (agua) Virgo (tierra). En cuanto al Árbol sefirótico, el Árbol de la Vida, que es otra representación del universo, su estructura puede ser asimilada también a la de una cruz. El universo entero, el macrocosmos, es una cruz. Y el hombre, cuando extiende sus brazos, es también una cruz, pues representa el microcosmos en el macrocosmos. La cruz cósmica esta formada por dos líneas iguales, pero se encuentran muchas variantes. La línea vertical puede ser más larga, lo que significa que el elemento masculino está más desarrollado que el elemento femenino. Respecto a la línea horizontal, puede ser también doble o triple. Pero es interesante notar que no se encuentra nunca una línea vertical doble, porque solo la materia, el principio femenino, es múltiple; el espíritu, el principio masculino, simbolizado por la verticalidad, es siempre uno. En algunas representaciones de la cruz aparece un cordero en el centro, o bien, inversamente, un cordero lleva una cruz. Esto significa que en el origen, el Cristo, el Cordero divino se ofreció en sacrificio a fin de que el universo, una vez creado, pudiera perpetuarse. Ya que solo el sacrificio produce una fuerza capaz de unir a todas las partículas del universo entre ellas. Esta fuerza es el amor. El Cristo es el espíritu cósmico del amor que atrae, acerca, sostiene. Es él quien fue puesto como base de la creación, y la sangre del cordero inmolado es el símbolo de este fluido que debe impregnar la materia. Es el lazo, el cimiento que impide que el universo se disloque. En todas partes, en las piedras, en las estrellas, este amor sostiene la estructura. Si el amor desaparece, nuestro cuerpo mismo comenzará a desagregarse. Pues la fuerza del amor une todas las células. El Cristo, el Hijo de Dios, es entonces el Cordero que debió ser sacrificado antes de la creación del mundo. Pero esta idea tampoco es propia del cristianismo únicamente. En el pasado, y aún en nuestros días en ciertos países, cuando se quiere construir una casa, un puente, un monumento, se acostumbra a rociar las bases con la sangre de un cordero. Esta tradición debe hacerles recordar a todos que al comienzo fue necesario el sacrificio de un ser vivo para que el universo se edificara sobre bases sólidas16. Y ¿por qué creen ustedes que las iglesias cristianas están edificadas sobre una base en forma de cruz?... En realidad esta idea del sacrificio sobrepasa el campo de la religión, pues es gracias a esta fuerza de cohesión también que las familias, las sociedades, las naciones, todas las colectividades pueden subsistir. Sin los sacrificios que los humanos hacen los unos por los otros, sin los renunciamientos consentidos por todos, ninguna vida colectiva sería ya posible. Si quieren que una creación sea duradera, pongan en la base el amor, el sacrificio, el Cristo. Evidentemente, la idea de un dios que se sacrifica es difícil de comprender para muchos, no es la que generalmente se hacen de la Divinidad. Para ellos, un dios debe ser fuerte, poderoso, cruel incluso, y exigir para alimentarse carne y sangre de otras creaturas. Semejantes ejemplos se encuentran en la religión de los Cartaginenses con el dios Moloch, en la de los Aztecas, etc. Y ¡cuántos, incluso actualmente, negando su compasión y su amor a los seres más débiles y desheredados, repiten en cierta forma los actos de las religiones bárbaras! ¿Pero qué significa este culto a la fuerza? No es fuerza verdadera sino aquella del espíritu, y esta fuerza del espíritu le da a los seres la capacidad de sacrificarse17. No encontrarán en ninguna parte en el universo un acto que supere al sacrificio. Es el Omega, la última letra, no hay ninguna otra. Muriendo en la cruz, Jesús vino para pronunciar esta última letra. Otros vendrán después de él para continuar su obra, pero no agregarán nada que pueda superar al sacrificio; el sacrificio seguirá siendo el acto más sublime por la eternidad. Por ello, no debe asociarse el sacrificio con la idea de muerte sino con aquella de vida, la vida del espíritu. Esta idea del sacrificio, que engendra y mantiene la vida, se le encuentra expresada también en el símbolo de la fraternidad espiritual de los Rosacruces: una rosa roja en el centro de una cruz. Esta rosa representa el corazón, el chacra del corazón perfectamente desarrollado en el hombre y considerado como la cruz sublimada. Pues así como la cruz tiene cuatro líneas, el corazón tiene cuatro cavidades y se pueden establecer relaciones entre el corazón y la cruz. Dirán que nuestro corazón no está en el centro del cuerpo… Es verdad, pero los símbolos no se ocupan de estos detalles. Físicamente, el corazón no está en el centro, pero por su importancia, porque representa al sol en nosotros, ocupa un lugar central. Por medio del amor desinteresado, el amor espiritual, el hombre desarrolla el chacra del corazón cuyo color y perfume son los de la rosa. La rosacruz es entonces el símbolo del Iniciado que, gracias al trabajo que ha realizado en él mismo, logró desarrollar en él el amor del Cristo, el amor divino, el amor que vivifica y transforma la materia. Ser un adepto de la rosacruz significa que uno estudia todos los secretos vinculados a la cruz, e igualmente aquellos de la rosa abierta en el centro de la cruz. La rosa en la cruz es el ser perfecto que posee el conocimiento de todos los elementos de los que está constituido y de sus relaciones con el universo, y que es capaz también de hacer brotar y fluir el amor de Cristo. Quien avanza por este camino crístico se convierte en un Rosacruz, aun si no está inscrito en los registros de esta sociedad. Se puede también relacionar el símbolo de la rosacruz con el de la copa del Grial, el vaso de esmeralda que contiene la sangre de Cristo18. Sí, la copa que debe ser llenada con esta quintaesencia divina, la sangre de Cristo, no es otra que el ser humano. Gracias a su trabajo de purificación, permite que la sangre de Cristo se vierta en él. Y él es también la cruz, porque la cruz como la copa, es siempre el hombre, y en esta cruz debe abrirse la rosa: la vida y el amor del Cristo. La cruz del destino «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame», decía Jesús. Y desde hace dos mil años que estas palabras se comentan, ¿cuántos han sabido interpretarlas? ¿De qué cruz hablaba Jesús? ¿Se trata de llevar una cruz por las calles de la ciudad el Viernes santo, como en ciertos países?... En realidad, cada ser, desde su nacimiento, lleva una cruz, la cruz de su destino. De alguien que tiene que sufrir grandes pruebas, se dice que lleva su cruz; pero en realidad todo hombre tiene su destino inscrito en una cruz. Como ya se los he dicho (ver gráfica), en el Zodiaco se perciben tres cruces, cada una formada por el cruce de dos ejes perpendiculares: los ejes Aries-Libra y Cáncer-Capricornio; los ejes Tauro-Escorpión y Leo-Acuario; los ejes Géminis-Sagitario y Virgo-Piscis. Y cada ser que viene a la tierra tiene en su tema de nacimiento una cruz especial formada por los cuatro puntos cardinales que determinan su destino: el Ascendente y el Descendente de una parte, la Mitad del Cielo y el Fondo del Cielo de la otra. Según los signos del zodiaco donde se ubican las líneas de esta cruz, se enfrentará a tal o cual problema por resolver. Cuando Jesús hablaba de llevar su cruz, no quería hablar de una cruz exterior, material, sino de una cruz que nos fabricamos nosotros mismos. ¿Por qué? Porque nuestro horóscopo no es más que una indicación de obstáculos, de dificultades que tendremos que superar, de sufrimientos que tendremos que padecer. Y debemos aceptarlos, ya que nos fueron dados por Seres superiores que actuaron con justicia. Ésa es nuestra cruz. Hay que aceptar el juicio de estos Seres superiores y en vez de quejarnos y de rebelarnos, diariamente debemos decirnos: «Si tengo ahora tal problema por resolver, es porque en una encarnación pasada, no supe encontrar la solución, o bien fui perezoso y lo dejé a un lado. Pero el Cielo, que quiere que yo evolucione, me presenta nuevamente este problema para que aprenda bien la lección. En adelante, tomaré voluntariamente mi cruz, y seguiré a Jesús, mi Maestro». No sirve de nada sublevarse o querer escapar. Cuando un prisionero se rebela lanzando injurias o cometiendo actos violentos, se le castiga. Si se evade de la cárcel, se le captura de nuevo y se le coloca en un sitio donde será todavía mejor vigilado. No se trata de decir si está bien o mal, es así, y quiero simplemente mostrar con ello que lo que ocurre en la tierra no es más que un reflejo de lo que pasa en el mundo invisible. Si nos rebelamos y nos negamos a aceptar el destino que nos fue dado según las leyes de la justicia divina, sufriremos más: la justicia vendrá y nos obligará a tomar nuevamente la cruz, como el prisionero a quien se le encarcela de nuevo entre las cuatro paredes de su celda. Ustedes dirán: «¿Pero hasta cuándo tendremos que permanecer en esta cárcel?» En otro pasaje de los Evangelios, donde Jesús anuncia las tribulaciones que vendrían, dice: «El que esté en el techo no baje a recoger las cosas de su casa». ¿Qué quiere decir esta frase? ¿Por qué no hay que bajar del techo? ¿Se está tan seguro en el techo? No, ciertamente no, pero el techo de la casa es aquí también un símbolo, y vamos a ver de qué forma podemos interpretarlo. En líneas generales este esquema representa una casa. Esta casa está compuesta por un cuadrado y por un triángulo reunidos. En el lenguaje de los símbolos, el triángulo representa al espíritu, y el cuadrado a la materia. Ya que el 3 es el número de los principios: luz, calor y vida que expresan la Trinidad divina; y el 4 es el número de los elementos que constituyen la materia: tierra, agua, aire y fuego. Entonces, cuando Jesús dice: «Que el que esté en el techo no baje», quiere decir que para escapar a las adversidades, a los sufrimientos, no hay que bajar a la materia, sino subir hasta el mundo del espíritu y quedarse allí. Observemos ahora este esquema de la casa en el espacio de tres dimensiones. Luego desarrollemos los volúmenes, el cuerpo de la casa de una parte, y el techo de la otra. Notarán que los dos volúmenes desarrollados dan lugar a dos cruces diferentes: la primera se llama cruz latina, y la segunda cruz de Malta. Estos dos volúmenes y por tanto estas dos cruces se encuentran también en la arquitectura de las pirámides de Egipto. Una pirámide es un monumento de base cuadrangular sobre la que reposan cuatro caras triangulares. Se puede entonces afirmar que una de las cruces está bajo tierra y la otra por encima del piso. No es por azar que los Iniciados egipcios escogieron dar esta forma a la pirámide. El cubo – que está compuesto por seis cuadrados- representa la cruz de la materia que encarcela, y los cuatro triángulos la cruz del espíritu que libera. La primera cruz es la expresión de la justicia, y la segunda la expresión de la gracia. Volvamos ahora al ejemplo del prisionero. El que no solamente no se rebela y no trata de huir, sino que manifiesta la paciencia, la bondad, el deseo de ser mejor, atrae la atención de sus guardias que dicen: «Pero este hombre, su conducta es ejemplar, ejerce una buena influencia en los demás detenidos, rebajémosle su pena». Le rebajan entonces la sanción, y algunas veces incluso lo liberan completamente, otorgándole la gracia. Esto puede también ocurrir en la vida de cada uno de nosotros. Incluso si está predestinado a sufrir, el que trabaja según las leyes del espíritu atrae la atención de los Jueces celestes que le rebajan la pena19. En ese sentido, cada uno es maestro de su destino. Lleva siempre su cruz, pero en vez de ser aplastado por ella, sabiendo soportar las dificultades hace de ellas un medio de liberación y de salvación. ¿Han notado que muchas cruces que les son otorgadas a algunas personas para recompensarlas por sus méritos tienen justamente la forma de una cruz de Malta? Pues sí, ven, inconscientemente los humanos trabajan según las leyes de la Naturaleza. Cada símbolo utilizado en una sociedad, cada forma arquitectónica corresponde a una cierta evolución de la filosofía, de los conocimientos y de las mentalidades. Si se sabe interpretar estas diferentes formas, se descubrirán las tendencias que se esconden detrás. Cuando Jesús hablaba de la cruz, no pensaba en cualquier cruz de madera o de metal, sino en la cruz del destino que está inscrita en el cielo de nacimiento de todos los seres. Esta cruz, no hay que dejarse aplastar por ella, ni intentar deshacerse de ella, sino llevarla conscientemente. Y por ello, Jesús dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…» ¿Qué es este «a sí mismo?» Es su yo inferior, que no para de aconsejarle que busque las facilidades, los placeres, que huya de sus responsabilidades, en resumen, que lo lleva a hundirse en la materia. Ahora bien, quien busca escaparse del esfuerzo demuestra que no conoce las severas leyes que rigen el destino y se encontrará siempre con mayores dificultades y tendrá que redoblar la pena para liberarse. La Justicia celeste le dirá: «No has querido aprender la lección, no has querido resolver tus problemas cuando tenías buenas condiciones. Pues bien, ahora he aquí nuevamente los mismos problemas. ¡No tienes tan buenas condiciones para resolverlos, tanto peor para ti! Trata ahora de ser razonable, sino será peor aún…» No huyan de las dificultades, busquen por el contrario si han comprendido bien su sentido y hagan lo que sea necesario para superarlas. Cuando hayan triunfado, podrán ir donde sea con plena tranquilidad, incluso al Infierno, como Jesús después de su muerte… Pues los ángeles preparan el camino para quienes han cumplido los deberes que les imponía la cruz de su destino. Lo más frecuente es que lo que parece fácil a primera vista sea en realidad extremamente difícil y a la inversa. Por consiguiente, escojan el camino más difícil, acepten llevar su cruz y no se lamenten más diariamente ante los demás. Por el contrario, digan: «Es nuestra tarea, es el problema por resolver, es una ciencia por conocer. Resolveremos este asunto con la sabiduría, el amor y la pureza». Y el Señor enviará a sus ángeles para aligerar sus pruebas. Pero si escogen la ruta fácil, tendrán también por compañía ángeles, ciertamente, pero de otra naturaleza, pues entre los ángeles hay también ¡agentes de policía, alguaciles, guardias de prisión! «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame». El discípulo se servirá de la cruz para construir la base de su casa, sin satisfacer las exigencias de su yo inferior. Y su Yo superior, su verdadero Yo irá a vivir «en el techo» de la casa, que también es una cruz, pero la cruz del mérito, de la gracia. Desde allá arriba, verá la salida del sol, contemplará los astros, leerá las leyes y las prescripciones de la Inteligencia cósmica. El símbolo de la cruz representa la síntesis de todas las experiencias felices o infelices que el discípulo tiene que vivir para sacar lecciones y progresar. Si la cruz no fuera necesaria en la vida del discípulo, Jesús habría dicho simplemente: «Vamos, dejen su cruz y síganme, pues el camino es largo, y para poder caminar mucho tiempo, tienen que estar liberados de toda carga». Pero Jesús dijo: «Toma tu cruz, y sígueme», pues es tomando su cruz que el hombre se libera20. Entonces, ven, los cristianos que hicieron de la cruz el símbolo de su religión y que la llevan como una joya alrededor del cuello están lejos aún de imaginarse la riqueza, la profundidad y el sentido iniciático de la verdadera cruz. «Veuzkresvané»: salir de la cruz Haciendo de la cruz el símbolo de su religión los cristianos pusieron el acento particularmente en la crucifixión de Jesús. Claro, es sano identificarse con la pasión y la muerte de Jesús para comprender la grandeza de su sacrificio. Algunos místicos sintieron tan intensamente el horror de su suplicio que aparecieron estigmas en su cuerpo: eran seres excepcionales, capaces de una abnegación tal e impulsados por un amor tal por Jesús que pudieron revivir sus sufrimientos tal y como están registrados en los archivos del universo. Pues existe una biblioteca cósmica, los registros Akáshicos, donde los acontecimientos de la vida de los grandes Maestros son inscritos y permanecen a disposición de aquellos que quieren conocerlos y que son dignos de llegar hasta allá. Todo lo dramático o también lo feliz, luminoso, inspirador que los grandes Maestros, los mensajeros del Cielo, han vivido, pertenece a todas las almas humanas que sienten amor por ellos. Algunos desean revivir los acontecimientos oscuros y dolorosos de su vida; que lo hagan, es una actitud generosa, se identifican con su sacrificio por la salvación del género humano. Pero quienes ya han atravesado muchas veces por estos sufrimientos no experimentan más la necesidad de revivir la crucifixión de Jesús. La verdad es que el símbolo de la cruz expandido a través de la cristiandad no ha sido aún completamente entendido: no se ve en él sino a un Jesús débil, moribundo, víctima ridiculizada por los hombres. En todas las iglesias, los feligreses contemplan el crucifijo, pero no deben olvidar unirse al otro aspecto de este símbolo, que es más poderoso, más saludable: la gloria del Cristo resucitado, el Cristo saliendo de la cruz, victorioso de la cruz. Jesús murió por el viejo mundo, por todos aquellos que tienen deudas que pagar, errores que enmendar. Desafortunadamente, hay que reconocer que esto ya no impresiona tanto a la gente. ¡Cuántas personas sin luz, sin consciencia, no se sienten concernidas con el hecho de que Jesús se haya sacrificado por ellas, hace dos mil años, muriendo en la cruz! Esta muerte no representa algo sino para quienes, siendo conscientes de sus imperfecciones, han sufrido mucho ya y sufren todavía. Pero aquéllos deben concentrarse en la resurrección; deben procurar resucitar y no sufrir más. El sufrimiento no es un fin en sí mismo. Jesús sufrió, es claro, pero después resucitó. Y ¿qué significa resucitar? En ruso, resurrección se dice «voskressénié», y en búlgaro «veuzkressénié», lo cual significa: salir de la cruz. ¿Cómo explicar esta etimología? La cruz es el crisol de los alquimistas, como lo revela la etimología: la palabra «crisol» viene de la palabra cruz. La alquimia es un trabajo de transformación de la materia21. En el crisol, el alquimista coloca la materia prima que comienza por morir y podrirse; esta operación corresponde al color negro. Luego, la materia de disuelve y se purifica: se vuelve blanca. A renglón seguido, se produce la destilación y la conjunción, y la materia pasa al rojo. Finalmente, opera la sublimación, el color dorado. Estas operaciones deben ser interpretadas como diferentes etapas de la vida interior, pues el trabajo que realiza el alquimista en la materia en el crisol es realmente el equivalente del trabajo espiritual que el discípulo debe realizar en su propia materia, en ese crisol que es su cuerpo. Cada vez que el espíritu desciende a encarnarse en un cuerpo humano, el misterio de la muerte de Cristo en la cruz se repite. La materia, síntesis de los cuatro elementos, es la cruz en la cual el espíritu del Cristo no cesa de sacrificarse. Cuando la materia alquímica «resucitada» sale del crisol, se ha transformado en oro. Y del mismo modo sale el hombre resucitado de la cruz, esta cruz que corresponde en el plano psíquico a los cuatro elementos tierra, agua, aire y fuego, que debe aprender a controlar, purificar y transformar en él22. Y esta transformación no puede hacerse sino pasando por la muerte, no la muerte física sino aquella de la que Jesús hablaba cuando decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Esta frase puede ser considerada como un resumen del trabajo alquímico23. En la nueva vida que Cristo nos propone, no se recomienda demorarse en el suplicio de la cruz, pues el Cristo se manifiesta también como belleza, grandeza, dicha. Estén tranquilos, Jesús no se ofenderá por que no se queden amarrados a su suplicio. Él quiere hombres nuevos que se concentren en la luz, en la gloria de Cristo. ¡Qué bella era esta luz, cuando Jesús se transfiguró sobre el monte Tabor ante sus discípulos! Su rostro resplandecía como el sol. Un nubarrón luminoso los cubría a todos y una voz se hizo escuchar a través del nubarrón con estas palabras: «¡Este es mi hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias: escúchenlo!» En la nueva cultura, este pensamiento acerca de la gloria del Cristo alimentará nuestra vida interior. Dios se alegrará viendo que dejamos de preferir el sufrimiento y la muerte, de abrazar la polvareda y de arrodillarnos ante las tumbas, pues Él nos tiene previsto un destino más grandioso. Y si existen muertos de los que hay que ocuparse, no son los que están en el cementerio, sino aquellos que están enterrados en nuestra materia psíquica: nuestros instintos primitivos, nuestras concepciones erróneas. ¡Éstos son los muertos que hay que buscar para acabar con ellos! Pero transportémonos un instante con el pensamiento a la época de la pasión de Jesús, a estos acontecimientos formidables en el transcurso de los cuales una chispa descendió a la materia para darle un nuevo impulso. Jesús no encontró en su tiempo condiciones favorables para manifestar plenamente su saber y su poder. Es lo que el Maestro Peter Deunov expresó un día diciendo: «En el pasado Cristo era pequeño, por eso se le crucificó. Pero ahora, cuando venga, no podrá ya ser crucificado, puesto que no habrá árbol lo suficientemente grande para levantarle una cruz. Alegrémonos entonces porque el Cristo se haya vuelto tan grande, tan poderoso, pues ya no habrá cruz para él». ¿Se molestarán quizás con esta idea que Jesús fue crucificado porque era pequeño? El que dijo: «Yo soy la luz del mundo… Yo soy la resurrección y la vida… Mi Padre trabaja y yo también trabajo con Él…» no podía ser pequeño. Es cierto, pero se los voy a explicar. Pensemos en un niño que acaba de nacer. El espíritu que se encarnó en él ¿es pequeño? No, es grande, poderoso, pero el cuerpo en el cual se introdujo es el de un bebé, tanto que le es difícil penetrarlo, instalarse allí para manifestar todas sus posibilidades. Del mismo modo, cuando el espíritu de Cristo descendió en la tierra, era grande, tan grande como siempre lo ha sido. Su cuerpo era el pequeño, es decir, quienes lo rodeaban no pudieron dejarse penetrar por él con la suficiente profundidad. A causa de esta insuficiencia, de esta debilidad de los miembros del cuerpo de Cristo, incapaces de recibir y de realizar su grandeza, su poder, su inmensidad, Jesús pudo ser crucificado. Claro, la multitud gritaba: «¡Hosanna!» cuando entró en Jerusalén, pero cuando fue capturado, en el jardín de Getsemaní, incluso sus discípulos lo abandonaron. Es pues en sus discípulos que Jesús no pudo tener poder, en ellos era pequeño y no podía por tanto enfrentar a los demás, mucho más numerosos, decididos a destruirlo. Ahora, a través de los siglos, el espíritu del Cristo se ha extendido poco a poco en el mundo entero. Ya no puede crucificársele porque está encarnado en un cuerpo inmenso, abrigado en los corazones y las inteligencias de millones de seres. No se le puede crucificar en todos. Sí, es ello una forma de encarnación que es preciso comprender. Para trabajar en la humanidad un gran Maestro necesita un cuerpo colectivo. Algunos de sus discípulos son los ojos, las orejas o la boca de este organismo, algunos otros el cerebro, el corazón, el estómago, los pulmones, los brazos, las piernas… Mientras no pueda animar este cuerpo colectivo, el Maestro es pequeño. A través de un cuerpo estropeado, animal, grosero, el espíritu experimenta grandes dificultades para expresarse como amor, sabiduría y belleza. El espíritu de un Maestro hace pues esfuerzos para encarnarse no solamente en su propio cuerpo físico, sino también en el cuerpo colectivo de una comunidad espiritual, a fin de que ella no cese de desarrollarse en la luz. Pero este cuerpo colectivo debe a cambio hacer los mismos esfuerzos para ayudar al espíritu del Maestro a encarnarse y manifestarse en él. Por ello, en vez de permanecer fijado en el cuerpo de Jesús clavado en una cruz, un cristiano debe tener como única preocupación prepararse para convertirse en una parcela purificada y luminosa de este cuerpo colectivo que el espíritu del Cristo trabaja en animar. Hace dos mil años Jesús murió crucificado, es un hecho, no hay nada que hacer al respecto; pero nos corresponde ahora a nosotros reforzar el cuerpo del Cristo para que su espíritu siga trabajando poderosamente en el mundo. 1 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XII: «La Iglesia esotérica de san Juan». 2 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. X: «La galvanoplastia espiritual». 3 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIV: «Solo se encuentra a los seres en el espíritu». 4 Cf. Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227, «armonizar los fines y los medios». 5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, primera parte: «La pureza en los tres mundos». 6 Op. cit., tercera parte: «Cómo lavarse». 7 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XV: «El agua, médium universal». 8 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. III: «Melquisedec y la enseñanza de los dos principios». 9 Cf. El segundo nacimiento, Obras Completas, t. 1, cap. V: «El amor escondido en la boca». 10 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. IV: «El matrimonio, símbolo universal». 11 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. IX: «Fórmulas para pronunciar a la salida del sol»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. X: «El modelo solar». 12 Cf. Hrani yoga, Obras Completas, t. 16, cap. XVIII. 13 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. I: «El agua y el fuego, principios de la creación». 14 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XVII: «La fiestas cardinales». 15 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. V: «Los ejes Aries-Libra y Tauro-Escorpión»; cap. VI: «El eje Virgo-Piscis»; cap. VII: «El eje Leo-Acuario». 16 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. IX: «El sacrificio». 17 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu». 18 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXIV: «La copa del Grial». 19 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XII: «El espíritu está por encima de las leyes del destino». 20 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VIII: «La reencarnación», segunda parte. 21 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. IX: «El rojo y el blanco». 22 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. V: «La resurrección y el juicio final»; cap. VI: «El cuerpo de la resurrección». 23 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. II: «Si no morís no viviréis». 3 La magia divina I La difusión de las ciencias ocultas y sus peligros La Iniciación es un trabajo en uno mismo, un trabajo sin interrupción de organización interior, de purificación, de autocontrol. Ahora bien, lo que ocurre actualmente, este interés que se observa cada vez más en las obras de las ciencias llamadas esotéricas u ocultas es más bien inquietante. Ya que no refleja la necesidad de una verdadera espiritualidad, sino el deseo de sumergirse en un campo desconocido, misterioso y de obtener por este medio todas las ventajas materiales que generalmente uno no debe adquirir sino gracias a sus cualidades, sus facultades, su trabajo. De hecho, se ven los resultados: estos libros no hacen a las personas más sabias, ni más equilibradas, ni siquiera más felices; al contrario, liberan en ellas fuerzas oscuras, embrollan sus ideas y las llevan a librarse a prácticas que las hacen víctimas de entidades inferiores. Durante siglos la Iglesia ha combatido, y sin razón, la tradición iniciática. Pero lo que se está produciendo ahora es aún peor. Si los Iniciados del pasado tenían por precepto: «callarse», es porque sabían que los secretos de la Ciencia iniciática podían convertirse en armas muy peligrosas en las manos de gente que no estaba preparada para recibirlos. Los humanos están hechos así: sea lo que sea que se les revele, incluso las verdades más sagradas, tratarán de ponerlas al servicio de sus intereses más egoístas; todo lo que se les da por su bien, por su salvación, lo corrompen y lo utilizan en realidad para su ruina y la de los demás. Lo más frecuente es que la naturaleza inferior se manifieste en los humanos y los empuje a sacarle provecho a todos los medios que les caen en sus manos. ¿Estos medios les han sido dados por la ciencia y la técnica? Muy bien, los utilizan. Y si les son proporcionados por el ocultismo, ¡está muy bien también! Algunos son materialistas convencidos, pero apenas descubren en el ocultismo o en las ciencias llamadas «parapsíquicas» un medio para alcanzar sus fines, se dicen: «Ensayemos, ya veremos», y no dudan en intentar todas las experiencias. Los humanos tienen deseos, necesidades… ¡eso sí, los deseos y las necesidades no faltan! Lo que les falta es inteligencia, paciencia, perseverancia, para conseguir lo que desean. Procuran llegar siempre más rápido empleando los medios más fáciles. Y si creen que con la magia lo lograrán, ¿por qué no? Algunos están listos a ensayar lo que sea, nada los detiene. A esto se agrega que para los editores es igualmente ¡una oportunidad de hacer buenos negocios! Desde hace algunos años, se han puesto de nuevo a publicar obras sobre el ocultismo, y ¿qué contienen estas obras? Fórmulas para imponerse, para enriquecerse, para derrotar a los competidores, para obtener el amor de los hombres o de las mujeres contra su voluntad, para provocar la ruina, la enfermedad o la muerte de quienes se consideran como rivales, etc. Y algunas de estas fórmulas son realmente repugnantes. Sin hablar de las invocaciones a las fuerzas infernales. Pero no quiero hablar de esto. Lo que es muy grave, es que cada vez más personas se interesan por estas prácticas, y desgraciadamente para ellas, ¡a menudo tienen éxito! ¿Por qué? Porque sus pasiones, su codicia y la obstinación que ponen para satisfacerlas sirven de cebo a los espíritus infernales; logran de ese modo atraerlos y utilizarlos para sus empresas criminales. Uno no se percata suficientemente del peligro que estas prácticas representan. ¡Qué responsabilidad para los autores y los editores de estos libros! No piensan sino en ganar dinero, y se abstienen de explicarles en detalle a los lectores los riesgos que corren aplicando sus fórmulas. ¡Les da lo mismo que los demás se pierdan por su culpa! Ponen los medios para satisfacer toda su codicia al alcance de gente que nunca aprendió a dominar sus instintos, ¿cómo esperar que ésta sabrá resistir? ¡Es tan tentador ver todos sus deseos satisfechos! Se sabe que los humanos son débiles, y es criminal querer aprovecharse de sus debilidades. Se observa ya lo que ocurre con el tabaco, el alcohol, la droga: ¡cuántas personas son completamente conscientes de los peligros que estos productos representan para su salud física y psíquica, y sin embargo, no pueden vencer esta necesidad de beber, de fumar o de drogarse! Ocurre lo mismo con las prácticas mágicas: se le proporciona a gente débil los medios que, bajo la influencia de un deseo, de una pasión descontrolada, empleará para la perdición de los demás y la suya propia. E incluso si no tienen éxito, ¡qué estragos va a producir todo esto en su vida psíquica! Los autores y los editores de libros de magia deben saber que tienen una pesada responsabilidad y que un día la Justicia divina les pedirá cuentas. No se tiene el derecho de arrastrar a los humanos hacia las regiones infernales, no se tiene sino el derecho de llevarlas hacia el Cielo. Ustedes dirán: «¿Pero todas las prácticas mágicas nos arrastran necesariamente hacia el infierno?» No, claro que no, pero con la condición de estar instruido acerca de lo que realmente es la magia y de las precauciones que hay que tomar para convertirse únicamente en el instrumento de entidades luminosas. Durante siglos, la Iglesia ha combatido entonces la Ciencia iniciática y las prácticas mágicas también. Pues bien, en vez de poner tanto empeño en combatirlas, habría valido más la pena que esclareciera a los humanos, enseñándoles a diferenciar la magia blanca de la magia negra. Ya que ella misma practica la magia. Pues claro, ¡cuántos ritos, incluso en la religión cristiana, no son en realidad más que ritos mágicos! ¿Qué es la misa? Una ceremonia mágica en el transcurso de la cual el pan y el vino son transformados simbólicamente en cuerpo y sangre del Cristo. Y la mejor prueba del carácter mágico de la misa es que desde hace siglos los adeptos de los cultos satánicos celebran «misas negras», invirtiendo el simbolismo de esta ceremonia. ¿Cómo es que el mal se muestra tan a menudo más inteligente que el bien? Pues sí, mientras que tantos «buenos cristianos» asisten inconscientemente a la misa y se enfadarían incluso si se les dijera que participan en un rito mágico, magos negros que conocen su poder se inspiran en este ritual para hacer el mal. Entonces, se trata ahora de despertarse y de comprender. Si la Iglesia se ha mantenido hasta hoy, es gracias a esta ceremonia mágica que es la misa. Lo lamentable es que muchos sacerdotes no estaban verdaderamente preparados para esta celebración, y los feligreses tampoco. Si hubieran estado bien preparados, la misa habría sido aún más poderosa. Y ¿por qué se encienden cirios o lamparillas1?... ¿Por qué se quema incienso2? ¿Por qué el sacerdote bendice a la multitud, o incluso las cosechas, el ganado, los barcos?... ¿Por qué se arrodilla uno ante estatuas dirigiéndoles oraciones?... ¿Por qué se pone uno medallas o cruces?... Todos estos actos tienen una función mágica. Se trata de trabajar con fuerzas invisibles para obtener resultados, sean materiales o espirituales. He ahí lo que la Iglesia debería haber revelado a los feligreses. Sin embargo, ella no ha explicado nada de nada. Se contentó con darles prescripciones (asistir a ceremonias, repetir oraciones, adoptar posturas, hacer gestos), enseñarles dogmas y hablarles de misterios: misterios de la Santa Trinidad, de la Eucaristía, de la Encarnación, de la Redención… La mejor manera de educar y de proteger a los seres es explicarles el sentido y la importancia de lo que se les pide hacer y creer. Había que mostrarles a los cristianos que las prácticas religiosas son en realidad prácticas mágicas, y conducirlos así, poco a poco, por el camino de la magia divina. Pues he aquí la situación a la que se ha llegado: ahora que la Iglesia perdió esta autoridad que le daba la posibilidad de prohibir las ciencias ocultas y de combatir a aquellos que se dedican a ellas, no es posible saber hasta dónde este interés por las prácticas mágicas terminará por llevar a los humanos. No solamente se encuentran ahora en el mercado libros de magia negra, sino también varitas mágicas, talismanes, pentáculos, ungüentos y perfumes destinados a hechizos… Pero, ¿qué va a pasar con todas estas personas que juegan a aprendices de mago, si no se les muestran los peligros que las acechan? Porque no hay que creer que todos los que terminaron por hundirse en la magia negra lo hicieron conscientemente, a sabiendas. Esto puede pasar, claro, pero hay muy pocas personas que piensan un día en que quieren volverse magos negros y que harán todo por lograrlo. Muchas entre ellas quizás no tienen al comienzo ninguna mala intención; pero son ignorantes, curiosas, imprudentes, presumen de sus fuerzas y de su capacidad de control, y se dejan llevar… Cuando los humanos comienzan a presentir la realidad de un mundo invisible poblado de seres con los cuales pueden entrar en comunicación, y se les revela la existencia en ellos de facultades psíquicas que les dan la posibilidad de actuar en este mundo, se ven tentados a ensayar. Solo que es peligroso tener semejantes ambiciones, especialmente si uno se deja embarcar en prácticas cuyas consecuencias se desconocen. ¡Cuántos «clarividentes», «médiums» he encontrado, hombres y mujeres que estaban en un estado lamentable porque no tenían ya ningún medio para defenderse de las entidades y de las corrientes del mundo astral donde fueron a aventurarse! Está bien poseer algunas facultades psíquicas, pero si no se ha aprendido el discernimiento, si uno no ha ejercitado su voluntad para resistir a las fuerzas astrales, se está perdido3. No hay que imaginarse por ejemplo que para hacer predicciones basta con entregarse a los espíritus. Pues espíritus, ustedes lo saben, hay de muchas clases. Algunos, viendo a los humanos sin defensa, se aprovechan para servirse de ellos, para engañarlos, para tomar sus fuerzas. Y algunos años después, estas pobres personas están completamente desequilibradas; sea en un campo o en el otro, fracasan: o comienzan a beber, o se abandonan al libertinaje, o tienen alucinaciones, o pierden su salud. Mientras no estén suficientemente desarrollados para ser capaces de elevarse muy alto hasta la contemplación de cosas celestes4, los humanos no serán más que víctimas desdichadas. ¿Cómo hacerles comprender esto? ¡Actúan como si «ver» fuera la cima de la vida espiritual! Ver de antemano las ganancias en dinero, las bancarrotas, los matrimonios futuros, los divorcios, los enemigos, los amigos, las enfermedades, etc., pero ¿cuál es el interés de permanecer siempre inmersos en los mismos miserables asuntos humanos? ¿No ve uno acaso suficientes cosas de este tipo únicamente con sus ojos físicos? ¡Cuántas veces uno se ha sentido cansado, hastiado de todo lo que ve! Entonces, ¿por qué querer ver aún más para terminar aplastado, enfermo? ¿Es esto inteligente? Ver… ver… pero ¿ver qué? Ésta es la pregunta. Que todos estos candidatos a la clarividencia piensen bien que esta facultad les impedirá evolucionar si buscan desarrollarla antes de haber desarrollado las cualidades que les permitirán hacer algo útil con lo que ven. No basta con ver, hay que ser capaces de captar y de comprender lo que se descubre en los planos sutiles, pero también de enfrentar y de soportar las visiones del Infierno. Por tanto, lo primero es fortalecerse, purificarse uniéndose a la luz del sol. Solo con esta condición uno puede desarrollar la clarividencia sin correr riesgos, pues a partir de ese momento uno posee incluso poderes sobre los malos espíritus. Sé que muchos se preguntan porqué yo no insisto más en la práctica de las ciencias ocultas: quisieran que les enseñe cómo volverse clarividentes, alquimistas, cabalistas, magos, etc. No se dan cuenta de que desean cosas que no presentan ninguna utilidad verdadera y que pueden incluso ser nocivas para ellos. Los humanos son como niños, siempre atraídos por lo que los va a herir o a enfermar. Bajo la influencia de un libro que les cayó en las manos, se aventuran en toda clase de experiencias. Pero es peligroso, ¡el campo de las ciencias ocultas es muy peligroso! Para protegerse de los peligros, hay que estar guiado por entidades muy elevadas, y estas entidades no aceptan guiarlos sino a partir del momento en que ven que ustedes han hecho un trabajo interior de purificación, de abnegación. Ellas no van a ocuparse del primer pretencioso o codicioso advenedizo que quiere acceder al mundo invisible para satisfacer sus ambiciones o su vanidad. Es una muy mala propensión en los discípulos de una Enseñanza iniciática la de querer comenzar por lo que debe venir de último: la adquisición de poderes ocultos. No tienen ningún conocimiento de los mundos psíquico y espiritual, no se han purificado, pero están ávidos de recibir los más grandes secretos de la Iniciación. Estos grandes secretos van a aplastarlos, no podrán soportarlos; pero esto ellos no lo ven, y no quieren verlo. ¡A cuántas personas traté de esclarecer, diciéndoles que se exponían a accidentes debido a las grandes lagunas que aún había en ellas! Pero muy pocas aceptaron mis consejos. Purificarse, dominarse, hacer sacrificios, ¡qué aburrimiento! Necesitan inmediatamente los medios para procurarse todo lo que desean. ¿Por qué este deseo de tenerlo todo antes de prepararse? La preparación es lo más largo, puede durar una vida entera, incluso varias existencias, pero cuando se está verdaderamente listo, uno puede obtenerlo todo en pocos minutos. No basta con sentirse atraído, así simplemente, por algunos aspectos de las ciencias ocultas. Todos los verdaderos Maestros se los dirán. Pero el día en que ven que ustedes están listos, ellos mismos harán caer el velo, y todo lo que querían conocer está allí, accesible. Entonces, ustedes, si me creen, dejarán de lado todas estas prácticas ocultas que permiten realizar ambiciones personales… ¡pero a qué precio! Por cierto, el ocultismo no es la verdadera ciencia espiritual, y no me gusta esta palabra: «oculto», pues las ciencias ocultan son el bien y el mal mezclados, y hay demasiados ocultistas que se han sumergido en las regiones tenebrosas de estas ciencias. El saber que yo les transmito no los conducirá nunca hacia estas prácticas5. ¿De qué les servirá obtener riquezas, poderes, placeres, y encontrarse luego amarrados, perseguidos, poseídos? Para no caer en estas trampas, yo les aconsejo comenzar por trabajar en la generosidad, la bondad, la paciencia, el discernimiento, ya que éstas son las virtudes que preservan de todos los peligros y que aportan todas las bendiciones. Y si esto no les gusta, tanto peor, son libres de experimentar. Pero en todo caso, se los advierto: no esperen verme insistir en otra cosa más que en estas virtudes. Incluso si no son consideradas como ventajosas, no importa, les hablaré aún por años sobre estas virtudes inútiles y poco interesantes, dejando de lado sin explorar todas estas cosas bellas de la ciencia oculta. ¡Pero un día se verá quién tenía razón! II Círculo, varita y palabra mágicas La representación tradicional del mago es la de un augusto anciano llevando en su mano un bastón con el cual dibuja un círculo alrededor suyo; una vez este círculo ha sido dibujado, pronuncia fórmulas describiendo con su bastón figuras en el espacio. De este modo, convoca espíritus a los cuales da órdenes para cumplir determinadas misiones. Lo importante no es saber si esta representación corresponde a una realidad concreta. Lo importante es que, simbólicamente, es perfectamente exacta: la varita mágica, el círculo mágico, las fórmulas mágicas son realidades del mundo espiritual. Ser un mago es crear. Y para entender en qué consiste el trabajo de un mago, hay que referirse entonces al texto del Génesis, donde Moisés describe la creación del mundo. El primer día, Dios crea la luz. Él dice: «¡Qué la luz sea!» La luz es por tanto esa materia primordial que Dios proyectó fuera de Él mismo para crear el universo. Y para que este universo fuera estable, era necesario que tuviera límites. Por ello está dicho en el libro de los Proverbios que Dios «dibujó un círculo en la superficie del abismo». En el origen de la creación, hay entonces esta luz emanada de Dios como una esfera alrededor Suyo. Y en este espacio de luz, Él proyectó imágenes que se condensaron, se materializaron para convertirse en el cosmos con las galaxias y sus habitantes… y entre ellas nuestra tierra con las piedras, las plantas, los animales, los hombres… Este proceso de la creación divina podemos encontrarlo de nuevo en el verdadero mago. Él también está rodeado de un círculo de luz: su aura, este halo de luz invisible que emana de él y que formó gracias a su trabajo espiritual y a la práctica de las virtudes. Para crear, el mago utiliza los mismos medios que Dios mismo: él proyecta una imagen o pronuncia una palabra que atraviesa su aura, y el aura le proporciona la materia para la manifestación6. La imagen proyectada, la palabra pronunciada se impregnan de la materia del aura y producen efectos tanto más grandes cuanto más impregnados estén de este elemento creador: la luz. Ciertamente, han podido observarlo en ustedes mismos: algunos días, lo que dicen no produce ningún efecto en las personas a quienes se dirigen, mientras que otras veces, al contrario, con una palabra muy simple les llegan. Es porque esta palabra está viva, las palabras que emplearon fueron sumergidas previamente en la materia sutil de su aura, allí se vivificaron, se reforzaron, y revestidas así de fuerza, pudieron penetrar hasta sus almas y hacerlas vibrar. Comprenden ahora el origen del círculo que el mago debe dibujar a su alrededor: esta práctica proviene de un saber muy antiguo sobre el aura humana. Cuando se dice que el mago debe mantenerse en el centro del círculo que dibujó, esto significa no solamente que él debe dibujar materialmente un círculo alrededor suyo, sino también que debe crear en él este círculo vivo del aura y colocarse en su centro, es decir, que su espíritu debe ser activo, vigilante, para vivificar las palabras que pronuncia. Quien se contenta con dibujar un círculo material sin haber trabajado previamente en su aura para volverla pura, luminosa, poderosa, no obtendrá resultados. Y si termina por obtener algo a fuerza de voluntad y de obstinación, entonces, ¡ay de él! En el momento en que salga del círculo, las entidades que obligó a obedecerle cuando estaba en el interior lo perseguirán y lo atormentarán para vengarse por haber sido sometidas. Estas desventuras les ocurren a todos los hechiceros que ignoran o descuidan las leyes del trabajo espiritual. Los espíritus invisibles terminan por vengarse por haber tenido que someterse a gente que no poseía ninguna autoridad verdadera. Antes de lanzarse a la realización de vastas empresas espirituales, el hombre debe entonces formarse un aura, un verdadero círculo mágico de luz. Y este círculo no se dibuja con tiza o con cualquier otro medio, se prepara con el amor, la pureza, la abnegación, el sacrificio. Para que los deseos que formulemos puedan dar resultados, es preciso que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras palabras estén impregnados de la materia de nuestra aura. Ninguna creación espiritual verdadera es posible sin la materia pura, la luz pura del aura. El círculo del aura es el espacio en el cual, como el mago, podemos crear, y es también la mejor de las protecciones. Un aura pura, luminosa, poderosa forma una barrera infranqueable, obstaculiza todas las corrientes nocivas que recorren el mundo visible e invisible. Quien ha trabajo en su aura está como en una fortaleza: cuando a su alrededor no hay sino disturbios, desórdenes, agitaciones, permanece apacible, estable, lleno de amor y de valentía, pues se siente habitado por una luz interior. Claro, mientras uno esté en la tierra, nunca está verdaderamente protegido de asaltos y de batallas. Incluso los Iniciados se ven obligados a protegerse. Sí, incluso los más fuertes, los más poderosos de ellos deben pensar sin cesar en defenderse contra las fuerzas oscuras de destrucción por medio de barreras de luz, de círculos de flamas. Entonces, ¿cómo los demás, mucho más débiles y vulnerables, pueden imaginarse que no necesitan protección alguna? Algunos dirán: «¡Pero sabemos que necesitamos protección! Por ello recurrimos a prácticas mágicas». Y van a contarme cómo fabricaron una varita y cómo la utilizan pronunciando un verdadero galimatías que consideran como fórmulas poderosas. ¿Cómo hacerles entender a los humanos que una práctica religiosa, espiritual, mágica no tiene sentido sino cuando está sustentada en un trabajo interior? Un círculo, una varita, palabras mágicas, pero esto es grotesco e ineficaz si no corresponde a algo profundo en el hombre mismo. Una varita mágica generalmente está hecha con una rama de almendro o de avellano de un dedo de espesor y de un codo de largo (del codo a la extremidad de los dedos). Después de haberse preparado, el mago la corta en la mañana antes de la salida del sol pronunciando algunas fórmulas; le quita la corteza y acomoda en las dos extremidades dos capuchones (uno en oro, ligado al sol, principio masculino, el otro en plata, ligado a la luna, principio femenino), sobre los cuales están grabados ciertas palabras y símbolos. Y finalmente, consagra esta varita al Cielo. Pero no basta con tener una varita en la mano para ser mago y comandar a los espíritus. No se comanda tan fácilmente a los espíritus, incluso si se conoce su nombre y se le pronuncia con convicción. En cambio, y por eso hay que ser prudentes, ustedes corren el riesgo de tocar algunos espíritus inferiores, y entonces ahí, ¡no se los deseo!... En cuanto a los espíritus superiores, los dejarán chapotear y no obtendrán nada de ellos. O quizás incluso atraerán algunas palmadas de su parte. Sí, y les dirán: «¿A qué juegas así, con esta varita? ¿Y qué son esas palabras que pronuncias? ¡Nos molestas!» Para comandar a los espíritus celestes, hay que alcanzar primero cierta estatura en el mundo espiritual. Pero hay que oír las reflexiones de algunos, es evidente que confunden al mago en el sentido iniciático del término con el hechicero, o incluso con el prestidigitador que hace aparecer pájaros o conejos golpeando con su varita el borde de un sombrero. Están muy lejos de comprender que el verdadero mago, el teúrgo, es aquel que ha aprendido cómo realizar la varita mágica en sí mismo, a fin de unir el mundo de abajo, representado por el capuchón de plata, con el mundo de arriba, representado por el capuchón de oro, es decir, el principio femenino con el principio masculino también, la tierra con el Cielo7. El papel de la varita es el de permitir una conexión para que las energías o las entidades llamadas por el mago circulen entre los dos mundos. Puede compararse el Cielo con una central eléctrica que proporciona la corriente, pero para que abajo las bombillas se enciendan es preciso hacer una conexión, introducir la toma. Y la varita mágica es justamente la toma que el mago en primer lugar debe conectar al Cielo. Y si se quiere ir aún más lejos para profundizar esta cuestión, se descubrirá que el ser humano posee en realidad varias varitas. Sí, una en cada plano: en el plano átmico, para unir su espíritu con el Espíritu de Dios; en el plano búdico, para unir su alma con el Alma universal; en el plano mental, para unir su intelecto con la Inteligencia cósmica; en el plan astral, para unir su corazón con el Corazón del Cristo; y finalmente, en el plano físico, hay este bastoncito llamado varita mágica. Pero también está la mano. La mano es una especie de varita mágica, y puede incluso decirse que la varita no es más que la prolongación de la mano. No todos los magos utilizan una varita. Si son puros, desinteresados, si están en armonía con el Cielo, les basta con levantar el brazo para dar órdenes a las entidades del mundo invisible, y estas entidades las comprenden, las escuchan, las cumplen. Cuando Moisés levantaba su mano durante las batallas, los Hebreos conseguían la victoria, pues proyectaba fuerzas para ayudar a sus guerreros; y cuando la batalla se prolongaba, hombres debían sostener su brazo. Si puede utilizarse la fuerza de la mano para las hostilidades, ¿por qué no podríamos utilizarla nosotros también para crear el amor y la armonía? Cuando algunos estén masacrándose, quien ha aprendido los verdaderos secretos de la magia levantará la mano, y ellos tirarán sus armas para abrazarse. Ya no querrán pelearse, pues recibirán las ondas benéficas que este ser de luz les está enviando. Entonces, aprendan a pensar en sus manos como antenas que tienen la posibilidad de atraer y de recibir las corrientes del Cielo. Si ustedes captan estas corrientes con escasa frecuencia, es porque su consciencia está en otra parte o porque está dormida. Por consiguiente, en adelante, antes de recurrir a una varita mágica, aprendan lo que son sus manos y cómo utilizarlas para recibir las energías celestes, y luego proyectarlas, orientarlas. ¿Por qué solo recurrir a lo que es exterior?... Ningún círculo mágico, ninguna palabra mágica, ninguna varita mágica les proporcionará lo que sea, mientras ustedes no hayan comprendido que todo está primero en ustedes. En la Oración dominical, cuando Jesús pedía al Padre celeste: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», creaba esta unión entre lo alto y lo bajo, este vínculo que está simbolizado por la varita mágica. Quería decir que todos los seres humanos tienen un papel mágico que desempeñar: atraer de arriba la pureza, la luz, la armonía, a fin de que la tierra se convierta en un reflejo del cielo. Por eso, puede afirmarse que la verdadera varita mágica es el ser humano mismo: él es el intermediario entre la tierra y el cielo, y debe ponerse siempre en contacto con el cielo para actuar benéficamente en la tierra. El verdadero Iniciado no se sirve de una varita mágica, él mismo es la varita mágica. En adelante, cuando oigan hablar de magia, sepan diferenciar. Sí, porque hay magia de magias. La verdadera magia, la magia divina consiste en saber utilizar todo, absolutamente todo, para la realización del Reino de Dios. A la inversa, toda práctica que pone las más elevadas adquisiciones espirituales al servicio de la codicia humana es brujería. Desafortunadamente, muy pocos magos llegan a este grado superior donde ya ni siquiera se tiene interés en la magia misma, donde uno ya no se propone hacer operaciones mágicas, donde se deja de querer comandar los espíritus, los elementales, los genios, para realizar ambiciones personales. Muy pocos, solamente los más grandes de ellos, piensan solo en emplear todas sus fuerzas, sus energías, sus conocimientos en la realización del Reino de Dios. Son los teúrgos, es decir seres que practican la magia sublime: su trabajo es absolutamente desinteresado, no buscan ni el poder, ni la gloria, desean solamente transformar la tierra para que Dios venga a habitar en ella. La grandeza de un ser humano, su fuerza, la verdadera, está en nunca poner los poderes que posee al servicio de sus intereses. Es tener por ideal único trabajar en la luz y por la luz, a fin de convertirse en un verdadero hijo, en una verdadera hija de Dios para la felicidad de la humanidad. III Los talismanes En la casa en que ustedes viven, todos los objetos que tocan, así como los asientos, los muebles, los muros están impregnados de sus emanaciones. Es el lado mágico de la presencia: depositan en todo lo que les rodea partículas etéricas que son buenas o malas conductoras de las influencias celestes. Y si alimentan pensamientos y sentimientos armoniosos, si pronuncian palabras vivificantes de sabiduría y de amor, depositan buenos fluidos en los objetos que se convierten en conductores de la luz, de la dicha, de la salud. Por ello, acostúmbrense a hacer este ejercicio: en todas las habitaciones de su casa, aprendan a tocar los objetos con amor, a bendecirlos, pidiéndole al Espíritu divino que los visite. Digan: «Espíritu de la luz, de la pureza, de la verdad, te consagro estos objetos, que se conviertan para ti en un receptáculo, en un vehículo. Y su casa será habitada por el Espíritu divino8». Un objeto por sí mismo es neutro, pero depende de los humanos que adquiera ciertas propiedades. Pues por medio de sus pensamientos y de sus sentimientos, tienen la facultad de actuar en los objetos para el bien, como para el mal también desafortunadamente. Un mago, sea blanco o negro, es justamente un ser capaz de comunicarle a un objeto propiedades que no poseía antes, introduciendo en él elementos de su propia quintaesencia; y a este objeto, ahora vivo, actuante, se le llama un talismán. La palabra talismán viene del griego «télesma»9. Telesma es el término empleado por Hermes Trismegisto en la Tabla de Esmeralda cuando habla de «La fuerza fuerte de todas las fuerzas», de la que dice: «El sol es su padre, la luna su madre, el viento la llevó a su vientre y la tierra es su nodriza». Un talismán es entonces un objeto portador de una fuerza de la que ha sido impregnado por un ser psíquicamente muy poderoso. Ahora que las prácticas mágicas están de moda, se comienzan a encontrar talismanes de toda clase en las tiendas, e incluso en los mercados, en las ferias. Y hay gente que vende también por correo baratijas de diferentes colores con los signos del zodiaco o algunos jeroglíficos, asegurándoles que son talismanes únicos que podrán protegerlos, traerles éxito y ponerlos en contacto con las fuerzas cósmicas. ¡Qué burla! ¿Cómo pueden existir semejantes charlatanes y cómo pueden existir también personas tan ingenuas que les creen? Es posible, claro, preparar talismanes, pero para ello se deben conocer las leyes de las correspondencias entre los objetos físicos y los astros, las fuerzas cósmicas, las entidades del mundo invisible. Pues gracias a los metales de los que está compuesto, a los signos y a los caracteres que lleva, un objeto puede absorber o retener fuerzas y entidades determinadas. Pero el conocimiento no basta: para preparar un talismán hay que poseer también grandes poderes psíquicos, a fin de vincular el objeto con las presencias, las influencias que harán de él un objeto mágico. Existen objetos cargados de fuerzas maléficas, objetos preparados por magos negros, y que se envían a ciertas personas para perjudicarlas, hacer que se enfermen, provocar accidentes o rupturas con su entorno. Pero aquí no hablaremos sino de talismanes benéficos que el mago blanco prepara únicamente para producir las mejores influencias. El trabajo del mago es de alguna manera idéntico al de la naturaleza. La naturaleza llena a todos los seres vivos, piedras, plantas, animales, hombres, de una esencia particular que es posible luego extraer de ellos. Y el mago hace lo mismo, pues sabe utilizar la presencia de energías naturales en todas las cosas. Ustedes comprenderán porqué no cualquiera es capaz de preparar talismanes, ya que para lograrlo hay que cumplir con al menos tres condiciones: poseer una gran ciencia, tener un pensamiento muy poderoso, y finalmente ser puro, es decir desinteresado, pues solo la pureza permite actuar benéficamente en los objetos y en los seres10. Pero hay aún un asunto de capital importancia que deben conocer quienes emprendan la preparación de un talismán: invocan entidades que vinculan al objeto para hacerlo cumplir tal o cual misión, pero luego estos seres invisibles reclaman un pago. Aceptan servir pero quieren ser remunerados. Se les convoca, es perfecto, se convierten en servidores, pero necesitan ser alimentados. ¿Y entonces? ¿Se tiene suficiente alimento para satisfacerlos?... Estudiemos ahora las razones por las cuales algunas personas quieren talismanes. La mayor parte del tiempo es para conseguir éxitos, adquirir poderes. Pues bien, ¿saben a quién se parecen? A un rey que mantiene un ejército de mercenarios. Imaginen a un rey ambicioso, belicoso, que decide organizar un ejército para ir lejos a conquistar territorios: arrienda para ello el servicio de mercenarios. Pero estos mercenarios son extranjeros que no están vinculados a él sino por interés: sienten que el dinero que reciben los obliga a permanecer sometidos a un ser sin virtud y, por esta causa, experimentan resentimiento. Pues bien, cuando el rey emprende una expedición contra un lejano país, pasado cierto tiempo, los mercenarios, cansados de soportar largas penas por un soberano que no aman, lo abandonan, lo dejan solo y sin protección. Si este rey no hubiera tenido un ejército de mercenarios, sino sujetos vinculados a su persona por amor y respeto, habría sido apoyado con un ardor y una fidelidad extraordinarios. Pasa lo mismo con todos aquellos que quieren contratar los servicios de entidades invisibles con un talismán como intermediario. Pues detrás de este deseo de poseer un talismán, lo más frecuente es que haya ambición y pereza. Uno quiere triunfar o protegerse, y piensa: «Cuando tenga un talismán podré dormir tranquilo, otros velarán y trabajarán en mi lugar». De este modo, se intenta satisfacer sus deseos sin hacer esfuerzos. Se deja de trabajar, de estudiar, de reflexionar, de meditar, de orar, contando completamente con el poder del talismán. Naturalmente, hay excepciones, pero en general las personas que utilizan talismanes buscan la protección de algo exterior: arriendan mercenarios sin desarrollar en ellas las virtudes que son nuestros verdaderos protectores. Por ello, incluso si poseen un talismán, éste pierde poco a poco su poder. Tomemos el ejemplo de alguien a quien un mago hubiera preparado un talismán para que fuese apoyado en una empresa honesta, espiritual. Constata que este talismán le aporta buenas inspiraciones, aumenta su fe, su esperanza, su ardor. Mientras siga viviendo con las mismas preocupaciones relacionadas con la bondad, la pureza y la espiritualidad, esparce a su alrededor una esencia sutil, un manjar capaz de alimentar a todos esos seres invisibles que fueron atraídos, llamados y comprometidos en la construcción del talismán. Mientras sean alimentados, estos seres están satisfechos y siguen sirviendo a su propietario. Pero si éste, olvidando sus buenos proyectos, orienta en forma diferente sus pensamientos y sus sentimientos, deja de alimentar a los seres invisibles que le servían, y ellos se alejan. Constata entonces que este talismán que actuaba antes tan bien, es ineficaz ahora. La razón reside en que él ya no alimenta con pensamientos puros y elevados a los seres espirituales que estaban ligados al talismán. Cuando estos seres lo dejan, el talismán muere. Ustedes no pueden contar con el poder de un talismán sino con la condición de trabajar psíquica y físicamente en armonía con lo que él representa, con las fuerzas y virtudes que contiene, es decir con la condición de respaldarlo constantemente con su propia vida. Si está impregnado de pureza, deben vivir una vida pura; si está impregnado de luz, deben mantener la luz; si está impregnado de fuerza, deben ejercitarse para que la fuerza sea alimentada, etc. De lo contrario, lo que se ha hecho de un lado, lo destrozan por el otro. Como en estos cuentos de hadas donde espíritus malignos destruyen durante la noche el trabajo que el valeroso príncipe o la bella princesa había logrado durante el día. En la vida espiritual ningún medio externo puede actuar en forma durable si el hombre no lleva una vida pura y sensata. Pero como no se les ha explicado esto a los humanos, se hacen ilusiones. Los cristianos llevan consigo una cruz creyendo que, puesto que Jesús los salvó muriendo en la cruz, estarán protegidos. Desafortunadamente, no. Ni las cruces, ni las medallas, aun si han sido bendecidas, los protegerán mientras no las lleven interiormente en forma de cualidades y de virtudes divinas. Y ocurre lo mismo con los sitios sagrados11. Existen en la tierra lugares que se han convertido en verdaderos talismanes, porque santos, Iniciados, grandes Maestros, que vivieron y trabajaron en ellos, depositaron allí huellas puras y luminosas. Gracias a estas huellas, pueden incluso producirse milagros en ellos: algunas personas son sanadas, otras reciben revelaciones que transforman su vida… Pero para que conserven sus poderes mágicos, estos lugares deben ser puestos preciosamente al abrigo de todo lo que pueda enturbiar la atmósfera. Puesto que, por santo que sea un lugar y puras y luminosas las huellas que han sido depositadas allí por doquier, en los muros, en los objetos, todo desaparece si este lugar está expuesto a los ires y venires de personas que, debido a la naturaleza de sus pensamientos y de sus sentimientos, transportan con ellas miasmas y entidades tenebrosas. Por ello, hay que estar vigilante: si a causa de sus pensamientos y sus sentimientos los humanos no son capaces de respetar estos lugares que han sido santificados por el paso de un ser luminoso, los habitantes invisibles que estaban allí para ayudarlos se irán a otro lado, a lugares más propicios para su manifestación. «Pero, dirán ustedes, en Tierra Santa, donde Jesús nació, vivió, caminó, ¿aún pueden encontrarse sus rastros?» No se decepcionen si les digo que estos rastros han desaparecido casi completamente. Durante siglos los cristianos vinieron en peregrinaje a su sepulcro y se pelearon entre sí para conservar este sepulcro. No escarbemos demasiado para saber si solo querían defender el sepulcro de Jesús, o si el cuerpo de Jesús fue depositado allí realmente. Pero admitamos… Desde hace dos mil años demasiados acontecimientos han ocurrido en esta tierra, que no eran precisamente santos, y borraron en parte las huellas dejadas por Jesús. Es una ley: lo que es puro no puede sobrevivir eternamente a la acumulación de impurezas. No sobrará nunca repetirles que no obtendrán nada duradero si ustedes mismos no hacen el trabajo. Está dicho que Dios creó al hombre a su imagen. Pero el hombre puede también crear a Dios en él mismo. Cuando él se acerca a Dios y trabaja para formar en su alma una imagen fiel y verídica de Él, esta imagen actúa interiormente como un receptor y un condensador de fuerzas divinas. Entonces, si se esfuerza diariamente por alimentarla, vivificarla con su pensamiento, su amor, su voluntad, esta imagen actuará poco a poco en todos sus cuerpos sutiles y podrá incluso transformar las vibraciones de sus células. ¿De qué sirve creer en Dios si nuestra fe no produce ningún efecto, si no nos transforma? Alguien dice: «soy creyente, creo en Dios», y no se ve ningún efecto positivo de esta creencia. ¿Cómo se explica que el Señor sea tan débil, inútil, ineficaz en este ser? Si Él le aporta tan poca cosa, ¡no vale la pena creer en Él! De cierta forma los ateos tienen razón en no creer en Dios: cuando ven los pocos resultados que produce la fe en los creyentes, piensan que resulta igual de bien arreglárselas sin Dios. Creer en Dios no es por tanto suficiente. Debemos vivificar su imagen en nosotros, detenernos a menudo en ella para contemplarla, adorarla, enviándole lo mejor de nosotros mismos. Esta imagen actúa entonces mágicamente, como un talismán: nos guía, nos protege, nos ilumina. Y si estamos a punto de cometer un error o de perdernos, esta imagen viene a salvarnos. La magia, ya se los he dicho, es otra forma de la física. Si para protegerse, un mago se sirve de un talismán, es simplemente porque conoce las leyes de la naturaleza. Durante la guerra, la gente se habituó a pegar cintas de papel en los vidrios de las ventanas de sus apartamentos para protegerse del estrépito de las explosiones. Esto impedía que los vidrios explotarán en mil pedazos: estas pequeñas cintas de papel neutralizaban las vibraciones. ¡Quien ignorara que se trataba de la aplicación de una ley física hubiera podido pensar que era magia! Entonces, transpongamos este fenómeno. Si son atacados por malos pensamientos o sentimientos, son como bombardeos, y sus «vidrios» van a romperse. Pero si tratan de pegar allí cintas de papel, es decir, si se concentran en la imagen de Jesús, de un santo o de un profeta, porque lo veneran, porque lo aman, esta imagen, por sus vibraciones, repele las vibraciones que le son contrarias; y, simultáneamente, por la ley de la simpatía, atrae las vibraciones benéficas que le corresponden. Es simple, pero las personas no están tan preparadas para admitir que se trata de las mismas leyes que dirigen todos estos fenómenos. En la cristiandad, el rostro de Jesús ha representado para muchos místicos un verdadero talismán que los iluminaba y los protegía de todo mal. Los rostros de grandes santos son también talismanes eficaces. Los creyentes los utilizan aún, y les aseguró que es mejor contemplar el rostro de Jesús y de los santos que utilizar estos supuestos talismanes comprados en almacenes especializados. Si quieren realmente poseer un talismán, escojan el rostro de un ser poderoso, puro, justo, sabio, un verdadero hijo de Dios, una verdadera hija de Dios y contémplenlo con el deseo sincero de impregnarse de sus virtudes: así sí, se ponen bajo la protección del Cielo. En el Tíbet, se les enseña a los adeptos cómo trabajar con la estatuilla de una divinidad. Por medio de la concentración, la recitación de fórmulas mágicas, aprenden a impregnar esta estatuilla de su vitalidad hasta el día en que la divinidad debe realmente venir a habitar en la estatuilla, y el adepto entra entonces en contacto con ella para recibir su ayuda y sus consejos. Quise verificar la eficacia de este método y es cierto que es eficaz. Pero yo encontré un mejor método. Encontré que en vez de gastar sus energías impregnando una estatuilla, concentrándose en ella, era preferible concentrarse en el sol, por ejemplo. ¿No está el sol más vivo que una estatuilla?… Y si durante años le dirigen sus miradas, sus pensamientos, su amor, no serán ciertamente ustedes los que lo vivificarán, no lo necesita, pero él los vivificará a ustedes. ¿No es esto mejor? Es deseable introducir buenas vibraciones en los objetos, pero todo el trabajo espiritual está lejos de consistir únicamente en esto. Incluso si este objeto es benéfico para ustedes, les sigue siendo exterior, y toda la vitalidad que le dan los abandona, ya no les pertenece. Desde ese momento, este objeto, esta estatua vive su propia vida y extrae de ustedes los elementos para alimentarse. Alimentan allí algo distinto, al lado suyo, y que corren el riesgo de perder. ¿No es mejor que sean ustedes mismos quienes se dejen animar y vivificar por el sol, imagen del Cristo? De esta manera, todas sus fuerzas son suyas, se quedarán en ustedes y el sol las alimentará siempre. Todo es posible en la vida con la magia blanca. Entonces, en vez de contentarse con vivificar los objetos, vivifíquense ustedes mismos. Pues el «objeto» más importante son ustedes… ¡sí, ustedes! Y a partir de ese momento se convertirán en un talismán. «Pero, cómo, dirán ustedes, ¡los talismanes son objetos!» Es claro, pero miren. Alguien es contratado en un almacén como empleado, y desde ese instante los negocios comienzan a decaer, los clientes disminuyen, etc. Este empleado es por tanto como un «talismán» maléfico. Por doquier, en las familias, las empresas, las instituciones o los gobiernos pueden existir así «talismanes» que tienen una influencia destructiva. Y a la inversa, existe gente que cuando llega a alguna parte aporta la prosperidad, el éxito. Como en todos los demás campos, hay entre los humanos talismanes que traen desgracia y otros que traen felicidad. Por consiguiente, les corresponde ahora a ustedes utilizar los métodos que les doy para purificar, animar y vivificar todo su ser. De ese modo, se convertirán en un magnífico talismán capaz de repeler desde muy lejos todo lo que es negativo y de atraer a los espíritus y las corrientes luminosas para proteger a los seres a su alrededor. 1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XIII: «La llama y la vela». 2 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. IX: «Las flores, los perfumes». 3 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. III: «El acceso al mundo invisible: de Iesod a Tipheret», cap. IV: «La clarividencia: actividad y receptividad». 4 Op. cit., cap. IX: «Los grados superiores de la clarividencia». 5 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. V: «El Espíritu de la Enseñanza». 6 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. I: «En el comienzo era el Verbo»; Cf. Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219, cap. II: «El aura». 7 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXIV: «Lo que unen en la tierra será unido en el cielo». 8 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVIII: «Protejan su morada». 9 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XIV: «La fuerza Telesma». 10 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVII: «Exorcizar y consagrar los objetos». 11 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIII: «El espíritu no está en los vestigios». 4 El sol, símbolo de la religión universal Jesús decía: «Nadie va al Padre, sino por mí». ¿Qué significan estas palabras? ¿Cuál es esta entidad espiritual lo suficientemente vasta como para que todos los seres humanos deban pasar por ella a fin de llegar hasta su Padre celeste? Esta entidad cósmica, los cristianos la llaman el Cristo, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, esta emanación del Padre que está trabajando en el universo. Y diciendo: «Nadie va al Padre, sino por mí», Jesús se identificaba con este principio universal que no tiene ni comienzo ni fin. Jesús es un hombre que nació y vivió en Palestina hace dos mil años, y que llegó a tal grado de pureza, de santidad que recibió el Espíritu del Cristo. Por ello ha sido llamado Jesucristo. Pero el Cristo en tanto principio divino puede nacer en el corazón y en el alma de todo ser humano que ha llegado al mismo grado de evolución que Jesús. Es el mismo principio del Cristo que se manifestó a través de Orfeo, Moisés, Zoroastro, Buda y todos los grandes Maestros de la humanidad. Existió un solo Jesús, pero ha habido, hay, pueden haber numerosos Cristos. Jesús sigue siendo un personaje único que está a la cabeza de la religión cristiana, como Moisés está a la cabeza de la religión judía, como Buda está a la cabeza de los budistas, o Mahoma a la cabeza de los musulmanes… El Cristo no es el jefe o fundador de una religión, sino de todas las religiones, él las ha inspirado a lo largo de la historia. Cuando el príncipe Gautama alcanzó la iluminación, fue llamado Buda, es decir el Despierto, y todos aquellos que lleguen a ese estado «búdico», podríamos decir también «crístico», son llamados allá budas. Gautama no ha sido el único, hay muchos otros. Buda o Cristo no es el nombre de un individuo particular sino el de un principio cósmico, de un estado de consciencia divino. Es tiempo de que los cristianos abandonen esta creencia errónea según la cual solo Jesús es el Cristo, el Hijo único de Dios, sacrificado por su Padre para salvar a los humanos; pues ella conlleva como consecuencia lógica que todos los que no son cristianos o que no aceptan esta creencia, son rechazados por Dios. Entonces, ¿pueden ustedes calcular el número de aquellos que serán rechazados?... Alguien dirá: «Pero como yo soy cristiano, creo en lo que enseña la doctrina cristiana». Lo sé, pero las Iglesias cristianas se equivocan y deberán revisar también esta doctrina insensata. En cuanto a la Iglesia que se dice «católica», es decir «universal», en realidad no está fundada únicamente en principios universales. Y así ocurre igualmente con todas las religiones: no solamente cada una tiene sus creencias particulares, sino que en ellas caben aún consideraciones limitadas sobre razas, naciones, castas. Todas las religiones tienden a insistir en ciertas verdades que son esenciales, claro, pero en detrimento de otras verdades que son sin embargo igual de esenciales. Es exactamente como si durante su vida ustedes no comieran diariamente sino dos o tres alimentos. Admitiendo incluso que estos alimentos sean de la mejor calidad, su organismo sufrirá toda clase de carencias. Del mismo modo, algunas verdades enseñadas por una religión no pueden responder a todas las necesidades del alma y del espíritu. Una religión solo es universal si presenta todas las verdades que le permiten a cada ser humano realizar el trabajo espiritual que corresponde a las necesidades del alma y del espíritu. Si hay tantas religiones en el mundo y que no han dejado de enfrentarse, es porque cada una está adaptada a tal o cual mentalidad en particular o, peor aún, porque es utilizada para servir intereses particulares. Por ello se ven ahora cristianos que se vuelven budistas o musulmanes, judíos o musulmanes que se vuelven cristianos, etc. Van a buscar en otra parte lo que no encuentran en la religión en la que fueron criados. Cuando venga la religión universal, nadie tendrá ganas de ir a buscar en otra parte, ni de combatir o subestimar a quienes no tienen la misma religión: todos estarán en la única religión que responderá a las necesidades de cada uno. Es tiempo de terminar con el lado racial y sectario de las religiones. Incluso el cristianismo es todavía una religión sectaria. O, más exactamente, son los cristianos que elaborando tantos dogmas e instituciones han hecho de ella una religión sectaria, traicionando así el pensamiento de Jesús, quien había respondido a la Samaritana: «Llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren». El día en que todos los hombres en la tierra sean capaces de adorar a Dios en espíritu y en verdad, en ese momento sí, podrá hablarse de una religión universal, y el símbolo de esta religión será el sol. Porque detrás del sol se encuentra el Dios de todos los hombres. Los cristianos no necesitan a los dioses de los hinduistas, ni los hinduistas al Dios de los cristianos, ni los musulmanes al Dios de los judíos… y todas estas divisiones no sirven sino para alimentar hostilidades; pero todos necesitan comprender y amar esta fuerza que les aporta la luz, el calor y la vida. La religión cristiana no ilumina ni calienta sino a algunos millones de personas en el mundo –y además la historia no dice qué luz y qué calor les da. ¡Cuántos hay en el mundo que nunca han oído hablar del cristianismo! Y desafortunadamente para el cristianismo, se sienten bastante mejor así. La religión que Jesús aportó era perfecta, no lo niego. Pero desde hace siglos se la ha deformado tanto con añadidos o supresiones que terminó por convertirse en un caldo de cultivo donde proliferan los gérmenes de toda clase de fermentaciones nocivas. Por ello, es tiempo de que también los cristianos vuelvan a este principio vivo que está en el origen de todas las religiones, y descifrar este símbolo de la religión universal: el sol. La religión solar es dar y unir, pues el sol ilumina, calienta y vivifica a todas las creaturas. Antes incluso que la primera religión apareciera, el sol estaba allí y les decía a los humanos: «Hagan como yo, iluminen, calienten, vivifiquen, libérense de sus concepciones limitadas, abracen al mundo entero con su inteligencia y su amor». Pero en vez de comprender, siguen enfrentándose para imponer sus concepciones de un Dios que ninguno de ellos ha visto jamás. El lenguaje del sol es el lenguaje universal, es accesible a todos porque es el lenguaje de la luz, del calor y de la vida. Los hombres, los animales, las plantas, todas las creaturas entienden este lenguaje, mientras que los demás lenguajes nunca es seguro que se les entienda. ¡Si creen que algunas tribus de África o de Oceanía entendieron el lenguaje cristiano, a pesar de que se les enviaron misioneros! Y los antropófagos que se quejaban al parecer por no tener ya misioneros que comer, ¿qué entendieron del lenguaje cristiano? Solo el sol es accesible a todos, incluso si evidentemente cada uno lo entiende según su grado de evolución. ¿Cómo pensar que fue necesario esperar millones de años después de la aparición del hombre en la tierra para que Dios se revelara al mundo una sola vez a través de su hijo Jesús1? Y además, no llegó a influir así sino a una ínfima minoría de seres humanos… ¡Qué injusticia, qué crueldad! En realidad, todas las mañanas en este templo de la naturaleza creada por Dios, el sol que sale prodiga sus bendiciones: la vida, la luz y el calor que son las manifestaciones de la Trinidad divina. Él no hace ninguna distinción de religión o raza: distribuye a todos: negros, amarillos, blancos, judíos, budistas, cristianos, musulmanes, ateos. Por lo tanto, hay que dejar de imaginarse que una religión puede pretender ser la única verídica e imponerse al mundo entero. Les corresponde a todos los hombres en la tierra caminar juntos hacia el sol, pues el Padre celeste es como el sol: las religiones, las razas, todo eso Le da igual, no es lo que Él mira. Que se Le adore en un templo, una catedral, una sinagoga, una mezquita o en una montaña, Él no da ni dos centavos por esto. Él no mira sino las cualidades y las virtudes de sus hijos, que se digan o no creyentes. E incluso si ustedes se presentan ante Él diciendo dignamente: «Yo pertenezco a la gran Fraternidad Blanca Universal», quizás Él les responderá solamente: «Pero mi pobre viejo, mira cómo eres: engañas a los demás, los calumnias, te peleas con ellos. Entonces ese título no vale nada, no estás aún en la verdadera Fraternidad Banca Universal. Ve a mejorar, y luego veremos». He ahí cómo el Señor considera las cosas. Y es igualmente inútil mostrarle su cruz, su certificado de bautismo o cualquier otra marca de su pertenencia a una religión: son signos exteriores y Él no reconoce sino los signos interiores. Una religión solo puede ser universal si pone al sol en el centro de su enseñanza. Lo sé, muchos rechazarán esta idea con el pretexto de que debe adorarse solo a Dios. ¿Pero quién ha hablado de adorar al sol? No yo, en todo caso. No paro de repetirles simplemente que cuando Dios creó el mundo, dejó por doquier su sello, es decir indicios, huellas, reflejos para que los humanos pudieran reencontrarlo. Y el reflejo más elocuente es el sol. A través de él, Dios, que no quiere permanecer completamente escondido e inaccesible, se manifiesta para dejar a los humanos la posibilidad de reencontrarlo. Dios no está ni en la luz, ni en el calor, ni en la vida del sol, pero se manifiesta a través de ellos para que todos los humanos puedan alcanzarlo, comulgar con Él, hacerlo penetrar en ellos2. Mientras se nieguen a aceptar esta idea, estarán en el vacío, ya que Dios seguirá siendo para ellos algo lejano, inaprensible, y seguirán enfrentándose por cuestiones de doctrinas o de ritos. Pues sí, los humanos son extraños: prefieren construir teorías abstractas sobre la Divinidad, en las que la cuestión es de esencia, de sustancia, de inmanencia, de trascendencia… Llaman a esto teología, y discuten entre ellos a propósito de todas estas teorías, de las que la multitud de todas formas no entiende nada… y ellos quizás tampoco mucho, puesto que hablan tanto de «misterios». Pero aceptar que la imagen del sol pueda reconciliarlos a todos y proyectarlos hasta la Divinidad, ¡ah, eso no! Lo más extraordinario es que ha habido, incluso en la cristiandad, grandes místicos que sintieron esta analogía entre el sol y Dios. Ellos la expresaron y a menudo con una gran fuerza y una gran belleza. Pero la Iglesia ha preferido desestimar todo esto, como si para sacar a sus feligreses de la idolatría de aquellos que trataba de paganos, fuese necesario que se separe la religión de todo lo que pueda hacer recordar la naturaleza. Pero cuando uno ve ciertos aspectos del culto a María o a santos con todas esas reliquias, esas procesiones, esas estatuas, esas medallas, esos rosarios, esas imágenes santas, esas aguas milagrosas, etc., ¿no se parece esto acaso a la idolatría? Es evidente que los humanos necesitan intermediarios entre ellos y Dios ¡que es un entidad tan inconcebible! Entonces, ¿por qué no haberles enseñado que este intermediario puede ser el sol, que ven salir cada día y que les brinda la mejor imagen de la sabiduría, de la fuerza y del amor divinos? Estén donde estén en la tierra, el sol brilla por encima de sus cabezas. No necesitan salir de viaje o ir en peregrinaje para encontrarlo. Su luz, su calor y su vida valen por todos los talismanes, todas las reliquias; y como es inagotable, nadie podrá engañarlos como se hace con los supuestos pedazos de la cruz de Jesús o los supuestos cabellos y prendas de tal o cual santo que se les vende como prenda de protección. Pero díganme, ¿qué diferencia existe entre estos objetos y unos amuletos? Todo lo que aparece en la tierra termina por desaparecer. Solo permanece por encima de nosotros el sol, inmutable, eterno, y hacia él debemos volver nuestras miradas. Recuerdo que un día tuve una conversación sobre este tema con un sacerdote. Claro, estaba escandalizado, y me dijo: «¿El sol? Pero incluso si el sol no existiera, habría misa y eso sería suficiente para ser salvado». ¡El pobre!... ¿Qué misa podría celebrarse si no hubiera ya sol? ¿Dónde se encontrarían el trigo y la uva para hacer el pan y el vino que simbolizan el cuerpo y la sangre del Cristo? Y él mismo, ¿dónde estaría? Y ¿habría mucha gente para asistir a su misa? Todo estaría muerto y helado desde hace mucho tiempo3. No quiero disminuir la importancia de la misa y les diré incluso que aprecio y comprendo mejor que la mayoría de sacerdotes y de pastores lo que es la comunión. Porque justamente veo en ella un símbolo solar. La verdad es que la religión que Jesús trajo era una religión solar. Algunas palabras que pronunció sobre él mismo revelan que se identificaba con el sol. Sino, ¿cómo interpretar estas afirmaciones: «Yo soy la luz del mundo»… O bien: «Mi padre y yo somos uno»?... Son uno en el sol, pues es en el sol que la luz, el calor y la vida son uno. Él también dijo: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Quién resucita a los seres? ¿Quién da la vida? El Cristo, el espíritu del Cristo que vive en el sol. Y se comprende ahora el sentido de la frase: «Nadie va al Padre, sino por mí». Identificándose con el Cristo, Jesús se identifica con el sol. Por consiguiente, esta luz que sale del sol y que produce tantas transformaciones en el universo, que distribuye tantos beneficios a todas las creaturas, esta luz cuya verdadera naturaleza aún se desconoce, es el Cristo, el espíritu del Cristo. La luz del sol es un espíritu vivo, y a través de esta luz el espíritu del Cristo está siempre allí, presente, es activo y trabaja sin cesar. Pero en esto también, cuando digo que el Cristo se da a conocer a través del sol, hay que entenderlo de una manera mucho más amplia. Pues en la inmensidad del cosmos, existen innumerables soles, mucho más grandes y luminosos que el nuestro, a través de los cuales el Cristo se manifiesta también. Pues está por todas partes en el universo. Pero para nosotros, los seres humanos que vivimos en la tierra, es por medio de nuestro sol que él revela su presencia. Y contemplándolo, exponiéndonos a sus rayos, identificándonos con él, aumentamos cada día en nosotros la luz, el calor y la vida. Hasta el momento en que ya no necesitemos templos, ni imágenes, ni estatuas, ni cruces… ¡ni el sol mismo! De nosotros, de nuestro sol interior extraeremos todo lo que necesitemos para comulgar con el Señor. Si la Inquisición existiera todavía, ya me hubiera quemado hace mucho tiempo, lo sé. Pero ahora soy yo quien quemaré a todos los inquisidores: los quemaré con el fuego del sol. ¿Y acaso van a morir? ¡No, resucitarán!... Porque hay varias maneras de quemar4. Cuando ustedes dicen: «Ardo de amor», no están muertos, ¡solamente se volvieron poetas! Entonces, hay quemaduras de quemaduras. Y yo voy a quemar a los cristianos de una manera especial: les mostraré que no solamente en la religión sino en todos los campos, el sol en tanto símbolo, puede ayudarnos a comprender problemas y a encontrar soluciones. Quizás lo han notado: sea la psicología, la pedagogía, la filosofía, la moral; sea la ciencia o el arte; sea la vida política, social o económica; sea el amor o la nutrición, siempre me refiero al sol. No es una idea fija en mí o una manía, sino que realmente todas las preguntas pueden explicarse si se les estudia teniendo en cuenta lo que el sol representa. Sí, como quintaesencia de vida, pero también por su actividad y por la función que cumple en el universo, el sol es para mí una referencia absoluta. 1 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. I: «La fiesta de Navidad». 2 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 30, cap. IV: «Hrani-yoga y Surya-yoga», cuarta y quinta parte. 3 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XVIII: «El sol es el iniciador de la civilización». 4 Op. cit., cap. XXI: «La fuerza Telesma». Séptima Parte «Mi padre trabaja y yo también trabajo con él» 1 Un nuevo sentido de la palabra «trabajo» La actividad es la razón de ser del ser humano, no puede vivir y perfeccionarse sino actuando. Los brazos, las piernas, la boca, las orejas, los ojos, el cerebro, son algunos de los tantos instrumentos que la Inteligencia cósmica ha puesto a su disposición para actuar, y quien no hace nada está condenado a la desaparición. Afortunadamente, la naturaleza, que es precavida, ha descubierto un remedio radical contra la pereza: el estómago. Porque el hombre siente hambre, se ve obligado a arreglárselas para encontrar algo que comer: o bien busca su comida, o bien trabaja para comprarla. Si no sintiera hambre, se dejaría llevar, esto es seguro. Ahora bien, la inercia es el peor enemigo que pueda amenazar al hombre, ella introduce en él el desorden, la enfermedad y la muerte. Sea física, afectiva o intelectual, él debe combatir la inercia, y si no lo hace, la naturaleza lo obligará a hacerlo poniéndolo en la necesidad de una o de otra manera. Ya que la naturaleza no tolera a los perezosos. Ahora, claro, es preciso ponerse de acuerdo sobre el sentido de la palabra trabajo. Ustedes le preguntan a alguien: «¿Qué hace usted? –Trabajo». Y en realidad está lejos aún de saber lo que es el trabajo: hace un poco de todo, se las arregla, se cansa, se rompe la cabeza, transpira, sufre para poder asegurarse su pan cotidiano, pero esto aún no es el verdadero trabajo. En realidad, solo Dios trabaja, y los Ángeles y los Arcángeles, sus servidores, porque siguieron Su modelo. Por ello, hay que explicar ahora la palabra trabajo con una nueva luz. «Mi padre trabaja y yo también trabajo con él», decía Jesús. Muy pocos, incluso entre los Iniciados, han llegado al punto de poder pronunciar semejante frase. Para decir «yo trabajo» en el sentido que Jesús lo entendía, hay que ser capaz de elevarse hasta el Espíritu divino, ya que este trabajo es la actividad de un ser libre, en la cual el espíritu se lleva la mayor parte. Y es algo tan noble, grandioso, que yo mismo no estoy seguro aún de haber comprendido completamente. Sí, ¡es trepidante!... Pero sea cual sea el nivel en el que se encuentre, cada quien puede hacer el esfuerzo de participar en la obra de Dios, comprometiéndose con una actividad ordenada, haciendo converger todas las corrientes que circulan en él y fuera de él hacia la Fuente de la vida, ya que con este trabajo todo el universo se va a beneficiar. Cuando un ser ha decidido consagrar su vida a la luz y trabaja sin descanso por la luz, su actividad es de una importancia decisiva para los asuntos del mundo. Donde quiera que esté, que sea o no conocido, es un centro, un foco tan poderoso que participa en las decisiones de los espíritus de arriba. ¿Los sorprende esto?... Pues claro, ¿por qué los espíritus luminosos que velan por el destino del mundo no tomarían en consideración la opinión de otros espíritus que se les asemejan en su pureza, su sabiduría, su esplendor? Si cuando hay que tomar decisiones para el futuro de la humanidad, nadie aquí en la tierra pudiera expresar sus pensamientos, sus deseos, no sería ni lógico, ni justo. Entonces, ustedes también, si quieren hacer oír su voz al lado de las entidades sublimes, esfuércense por armonizar, purificar e iluminar todo en ustedes, porque este trabajo tendrá consecuencias para el mundo entero. Dirán: «¿Pero un ser humano es consciente de este papel?» Puede llegar a serlo, pero al comienzo ciertamente no lo es: hay en él algo que participa en los Consejos de las entidades celestes, que es considerado, escuchado, pero esto ocurre en las esferas superiores de su consciencia a las cuales no tiene acceso su consciencia ordinaria. Nuestras actividades cotidianas mantienen generalmente nuestra consciencia al nivel del plano físico, tan espeso, tan opaco, que es preciso mucho tiempo y muchos esfuerzos para que los acontecimientos que se producen en las regiones sutiles vengan a reflejarse en ella. Por consiguiente, en los primeros momentos, en los primeros años, esta participación no es realmente consciente, pero sin embargo ella es real. De lo contrario, se los digo, no sería justo que los humanos no tuvieran la posibilidad de hacer oír su voz en las votaciones celestes. Solo que para votar arriba, hay que haber probado que se es verdaderamente digno; no es como en la tierra donde todo el mundo tiene el derecho de pronunciarse. Entonces, no solamente Jesús puede participar en el trabajo de su Padre. Nosotros también, si cumplimos las condiciones, podremos hacer parte de él. De otra forma, ¿cómo interpretar estas palabras de Jesús: «El que recibe mis mandamientos y los cumple ese podrá hacer las mismas cosas que yo y hará más grandes»? ¿Cuándo se decidirán los cristianos a comprender verdades que les permitirán hacer algo glorioso por la salvación del mundo entero? ¿Por qué seguir siempre apartado, inútil en algún lugar? ¿Es el ideal de un cristiano ir a la iglesia, meter sus dedos en agua bendita, encender algunas velas, mascullar algunas oraciones, tragarse una hostia, luego volver a casa para seguir viviendo la misma vida prosaica? Es tiempo de comprender la Enseñanza del Cristo de manera mucho más amplia para comenzar un verdadero trabajo en el sentido que él ha mostrado, en vez de descansar tranquilamente con la seguridad de que ya él nos salvó vertiendo su sangre por nosotros. Muchos dicen que encuentran el sentido de la vida en el amor, otros en el poder, o en el estudio, o en el placer. Es posible, claro, es posible… Pero en realidad, el hombre no puede encontrar verdaderamente el sentido de la vida sino en el trabajo, un trabajo orientado hacia un fin divino que lo convierte en un factor benéfico para la humanidad. Por ello las Inteligencias sublimes de arriba lo invitan a participar en los Consejos donde deciden el destino del mundo. Las entidades superiores aprecian a quienes trabajan con amor y desinterés por el bien de todas las creaturas, e incluso si aquí son desconocidos, incluso si nadie los respeta ni los escucha, las divinidades los invitan durante su sueño a tomar parte en sus decisiones. He ahí lo que enseña la Ciencia iniciática: nos revela los misterios del ser humano, lo que es un espíritu, lo que es un alma, y hasta dónde se extienden sus actividades. Una nueva luz viene ahora al mundo para volverle a dar un sentido a la vida del hombre. Esta luz es otra comprensión de la palabra «trabajo». Actualmente que el progreso técnico libera al hombre de las tareas más penosas y permite hacer en algunos minutos lo que antes requería muchos días, es todavía más importante entender y profundizar el sentido de esta palabra. ¿Si no, a qué vienen todos estos progresos? ¿Acaso el objetivo sería solamente que los humanos ya no tuvieran nada más que hacer, ni siquiera caminar, porque existen vehículos para transportarlos o aparatos que pueden encargarse en su lugar de todos los trabajos? No, estas mejoras han llegado para que puedan liberarse de las actividades materiales que los aplastan, a fin de que se consagren a actividades espirituales, divinas. He ahí el verdadero interés del progreso técnico. De lo contrario, es muy malo; si el hombre no tiene nada más que hacer que tirarse en algún lugar, en la hierba, o en la arena, estancarse y podrirse, mientras que todo tipo de máquinas están funcionando, irá hacia su perdición. Si la Inteligencia cósmica ha permitido todos estos progresos materiales, es para que el hombre, finalmente liberado de tareas prosaicas, pueda consagrarse a actividades de un orden superior. Cuando ustedes hayan comprendido esto, sabrán que la única cosa con la que pueden contar en la vida es con el trabajo que decidan emprender por el bien del mundo entero. Nunca llegarán al final de este trabajo. Y el día en que sean capaces de ponerlo realmente en el primer lugar, no encontrarán palabras para expresar lo que experimentan, ¡pues en este trabajo la verdadera vida comenzará a brotar en ustedes! «¿Pero por qué, dirán ustedes, contar solo con el trabajo, cuando hay tantas otras cosas con las cuales se puede contar?» Sí, ¡tantas cosas o personas de las cuales fiarse para poder luego dormir tranquilo! Pues bien, yo les diré que no cuento con nada ni con nadie, ni siquiera con el Señor: cuento únicamente con mi trabajo. He ahí palabras que van a horrorizar a algunos cristianos, a quienes se les ha dicho que basta con tener fe y que Dios hará el resto. Pues que se horroricen, esto no cambiará en nada la ley: si no han plantado, sembrado nada para darles a las fuerzas del universo una razón para ponerse en marcha, el Señor no podrá hacer nada por ellos. Pero planten al menos una semilla, y todas las fuerzas del cielo y de la tierra, la lluvia, el sol estarán allí con ellos1. He aquí la única cosa en la que creo: la actividad. Ya que cualquier actividad, por más insignificante que sea en apariencia (un movimiento, un sentimiento, un pensamiento, una palabra) obligatoriamente produce resultados. Por tanto, velen por que todo lo que hagan sea como una semilla plantada en la tierra espiritual, a fin de que las fuerzas desencadenas por cada una de estas actividades sean benéficas para ustedes mismos y para el mundo entero. Si saben trabajar así, pueden contar luego con lo que quieran, todo estará allí para ayudarles; y se ganarán poco a poco el amor de las creaturas a su alrededor, las del mundo visible y las del mundo invisible, porque sentirán en ustedes cada vez más cosas capaces de retenerlas. Revisen todo lo que les he dicho desde hace años: no encontrarán allí sino medios, métodos, ejercicios para realizar este trabajo. Soy como un anfitrión que invita cada día a una cantidad de personas a su mesa. Para estar seguro de satisfacer a todos los convidados, presento la variedad más grande de alimentos y de bebidas. Nada hace falta, y cada uno puede escoger lo que le conviene2. Pero evidentemente, no porque todo esté servido sobre la mesa deben sentirse obligados a comerse todo, sino se indigestarán. Propongo un gran número de métodos diferentes porque sé que no todos ustedes tienen el mismo carácter, las mismas necesidades, las mismas facultades, la misma capacidad de trabajo. Les corresponde a ustedes escoger, pues sería peligroso que trataran de aplicarlos todos. Indiscutiblemente, deben tener siempre presentes aquellas reglas que les he dado para la conducta en la vida cotidiana, a fin de avanzar cada día por el camino de la evolución sin perderse. Por consiguiente, he ahí, están advertidos, es como si estuvieran ante una mesa donde todo está a su disposición, pero no se precipiten a engullirlo todo. Tomen algunos métodos, cuatro, cinco, seis, siete quizás… y concéntrense en aquellos que les permiten hacer un trabajo en profundidad. Ahora debo agregar aún unas palabras muy importantes desde el punto de vista psicológico. Puede ocurrir que un método que les aportó ayer la luz, la calma, el coraje, sea ineficaz hoy, simplemente porque ustedes se encuentran en disposiciones diferentes. Entonces, ¿qué hacer? Pues bien, no hay que insistir sino buscar el método conveniente para el día de hoy. Y en esto también puede hacerse una comparación con la comida: un día tienen ganas de una tortilla o de macarrones, y al día siguiente esto ya no les gusta, tienen ganas de pescado, de papas, o solamente de frutas, y está muy bien, no hay que comer todos los días lo mismo, nuestro organismo necesita diferentes alimentos. Sé muy bien que existen pueblos que comen todos los días lo mismo, pero su régimen alimentario es el resultado de condiciones particulares, están acostumbrados a eso desde hace siglos. En todo caso, les toca a ustedes percibir si un método que utilizaron ayer es igualmente eficaz hoy. Si sienten que no es eficaz, déjenlo por el momento, pueden retomarlo otro día. La Inteligencia cósmica ha previsto que el ser humano debería desarrollarse en todos los campos a fin de alcanzar un día la perfección. Por ello él no puede contentarse con hacer siempre la misma actividad. Para avanzar, tiene que hacer nuevos descubrimientos, nuevas experiencias. Observen otra vez: en una jornada, ¿cuántas actividades desarrollan ustedes?... Utilizan sucesivamente su cerebro, sus ojos, sus orejas, sus piernas, su boca, y de esa forma se instruyen, progresan. Sus órganos siguen siempre allí, no los cambian, pero no los utilizan todos a la vez; según sean las circunstancias, hacen funcionar aquellos que necesitan. Es lo mismo con los métodos de trabajo que les propongo: deben aprender a servirse de ellos razonablemente de acuerdo a sus necesidades. Lo esencial es no quedarse nunca inactivo. «Mi padre trabaja y yo también trabajo con él». Como Jesús, los Iniciados que tienen la consciencia despierta participan cada día en el trabajo de Dios. Y ustedes también pueden participar en este trabajo. Algunos dirán: «Claro, entendemos un poco lo que usted quiere explicarnos. Pero igual, ¿cómo así que nosotros tan ignorantes y débiles podemos participar en este trabajo? No es posible siquiera imaginarlo». Les daré otro método más. Permanezcan primero un buen rato en silencio e inmóviles, luego comiencen a subir con el pensamiento, imaginen que dejan poco a poco su cuerpo físico, saliendo por la abertura que se encuentra en la cúspide de su cráneo. Continúen, imaginando que atraviesan sus cuerpos causal, búdico y átmico, que se unen al Alma universal, ese principio cósmico que llena el espacio, y que participan en su trabajo en todos los puntos del universo a la vez. Ustedes mismos quizás no saben claramente lo que hacen en ese momento, pero su espíritu lo sabe. He ahí el trabajo, el verdadero, el único con el que pueden contar, pues les aportará todo. Todo está ligado y el menor resultado acarrea otro, luego éste a su turno otro… Es una cadena ininterrumpida hasta el infinito. He ahí una realidad de la que deben ser cada vez más conscientes: el vínculo que existe entre una cosa y otra. Por consiguiente, en adelante aprendan a hacer este trabajo que dará resultados hasta el infinito y que nadie puede quitárselos, porque es un trabajo que realizan en ustedes mismos, allí donde nadie distinto a ustedes tiene acceso. Incluso si tienen una ocupación increíblemente importante e interesante, comiencen también este trabajo interior que volverá cada una de sus actividades sensata y benéfica para todos. 1 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. I: «Como hayan sembrado, cosecharán». 2 Cf. La nueva tierra, Métodos, y ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras Completas, t. 13; Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227. 2 El equilibrio entre lo material y lo espiritual Muchas personas sienten una necesidad de espiritualidad, son conscientes de que la vida material, social e incluso familiar no puede llenarlas completamente. Entonces, piensan: «Voy a cumplir primero con mis compromisos con la familia, arreglar todos mis problemas materiales, y luego seré libre para consagrarme a la práctica espiritual…» Pero los años pasan, ¡helos allí ya estropeados, y no lograron reservar un minuto para estudiar, meditar, orar, hacer ejercicios! ¿Por qué? Porque razonaron erróneamente: esperaban «¡tener tiempo!» Pero para vivir la vida espiritual, no hay que esperar a que los asuntos estén resueltos, pues nunca nada está en su punto verdaderamente, siempre hay algo que falla en algún lugar. Es exactamente como si uno tratara de volverle a dar su forma redonda a una pelota de caucho que está pinchada: cuando se logra suprimir el hueco de un lado, se vuelve a formar en el otro. Pues sí, la existencia está hecha de tal forma que nunca nada está arreglado definitivamente. Tienen una profesión, pero poco después pierden su puesto y se encuentran desempleados… Se casan, pero algún tiempo después, ya nada funciona y se divorcian… Tienen una casa, pero se produce un acontecimiento que los obliga a mudarse… Y los hijos, qué cantidad de preocupaciones con los hijos: ¡su salud, su educación, su futuro! Y cuando finalmente se vuelven adultos tienen los mismos problemas que ustedes y esos problemas les preocupan igualmente: la salud, la profesión, el matrimonio, el divorcio… Y luego de los hijos, son los nietos… Se los digo, ¡es interminable! Por lo tanto, no esperen a que la situación material esté en su punto para vivir la vida espiritual. Y en primer lugar, piensen que no hay oposición real entre lo material y lo espiritual, al contrario: gracias a la vida espiritual encontrarán mejores soluciones para todos los problemas que se les presentan cada día, pues ustedes serán más fuertes, más pacientes, más sabios, estarán mejor inspirados. Ahora, claro, hay que saber guardar la mesura. Si ustedes me dicen: «Bueno, he comprendido, voy a organizar mi vida de tal forma que ya no tenga que perder mi tiempo, ni mis energías en preocupaciones materiales, profesionales o familiares», les responderé que tampoco hay que exagerar. Vivimos en una sociedad que tiene sus reglas y no podemos actuar como si no existieran. Todos aquellos que piensan que la vida espiritual los dispensa de tener una profesión y de ocuparse de su familia, se comportan como asociales, parásitos, vegetan, se vuelven una carga para los demás. Hay que saber acomodar los dos: las actividades en el mundo y la vida espiritual. Es un equilibrio que todo ser humano que quiere evolucionar debe encontrar: cómo vivir en el mundo, tener relaciones con él, dejando igual el primer lugar a lo esencial: el alma y el espíritu. Según su manera de acomodar estos dos aspectos, material y espiritual, cada uno revela su grado de evolución. Y nada es más difícil: los unos están tentados a hundirse en la vida material olvidando la vida del espíritu, y los otros a consagrarse a la vida espiritual descuidando la materia. Pero existe una tercera solución, y es aquella que cada quien debe encontrar para sí mismo, ya que cada caso es particular. En el fondo, claro, todos los seres humanos poseen la misma naturaleza, tienen las mismas necesidades, pero su grado de evolución no es el mismo, su temperamento no es el mismo, su vocación en esta existencia no es la misma, y cada uno debe buscar su equilibrio individualmente. Quien se siente impulsado a establecer una familia no puede resolver el asunto como el que prefiere permanecer soltero. Quien necesite mucha actividad física no puede llevar la misma vida que quien tiene un temperamento meditativo, contemplativo. Lo esencial es que cada uno sea capaz de analizarse bien, a fin de conocer sus tendencias profundas; luego que se esfuerce por equilibrar en su vida lo espiritual y lo material, a sabiendas de que cualquiera sea la actividad que deba asumir para vivir, ella puede convertirse en el punto de partida de un trabajo espiritual. Demasiadas personas ven incompatibilidad entre el trabajo físico y el trabajo espiritual. Pues bien, se equivocan, pues cualquier actividad física puede ser espiritualizada si se sabe introducir en ella un elemento divino: y en cambio, la oración, la meditación o cualquier otra actividad llamada «espiritual» se vuelve sumamente prosaica si no apunta a un ideal superior. Los que usan como pretexto la vida espiritual para abandonar todo trabajo en el plano físico no son en realidad espiritualistas sino perezosos. ¿Cuántas personas son capaces de mantener un verdadero trabajo espiritual durante varias horas seguidas? Poquísimas. Las demás se abandonan solamente a elucubraciones que las debilitan, las desquician: harían mejor en ir con frecuencia a lavar su ropa, cocinar, arreglar el jardín o cortar madera. Muchos malentendidos subsisten aún sobre este asunto. La espiritualidad no consiste en negar la actividad física, sino en hacerlo todo con vistas a la luz, por la luz, para la luz. La espiritualidad es aprender a utilizar cualquier trabajo para elevarse, armonizarse, unirse a Dios. «Pero, dirán algunos, hemos leído en libros que ¡esforzándose en el plano físico el hombre pierde su luz!» Pues bien, es no haber comprendido nada acerca de la naturaleza de la luz. Los hombres primitivos sabían más de este aspecto: cuando querían encender fuego, tomaban por ejemplo dos pedazos de madera que frotaban entre sí; este frotamiento producía calor y, en un momento, se veía aparecer una llama, la luz. La luz es entonces un producto del calor que es, a su turno, un producto del movimiento1. Sí, quien hace un trabajo en el plano físico poniendo en él todo su ardor y su consciencia, siente nacer en él el amor, el «calor» por este trabajo; y porque su corazón se alegra, la claridad termina por brotar en su espíritu. Ustedes deben entonces comprender que el trabajo en el plano físico es indispensable para la evolución de cada uno. Incluso si nadie se los pide, deben obligarse a hacerlo ustedes mismos, esto se reflejará de una manera benéfica en su salud, primero, claro, y también en su comprensión de las cosas. Por consiguiente, en su casa, cada vez que tengan la oportunidad de limpiar, de arreglar, de lavar, de coser, de hacer reparaciones, incluso si les es posible que otros lo hagan, háganlo ustedes mismos, no sean nunca descuidados. Piensen bien que no es dejándole el trabajo material a los demás que se mostrarán más evolucionados. Hay que liberarse de una vez por todas de estas concepciones erróneas acerca de la vida espiritual. Quien se imagina que trabajando físicamente va a perder su luz, pues bien, es mejor que la pierda, porque no es la verdadera luz sino una luz turbia, malsana. La verdadera luz no se pierde trabajando, al contrario. Gracias al trabajo uno la mantiene, comprende mejor las cosas, hace descubrimientos. Entonces, ¡no dejen este trabajo a los demás con el pretexto de que ustedes están conversando con los ángeles o con el Señor! No solamente debemos aceptar el trabajo físico, sino también esforzarnos por ejecutarlo con gestos mesurados, armoniosos. Ya que cada gesto representa un sonido, una vibración en el mundo invisible, donde sin darse cuenta el hombre hace a veces ruidos aterradores2. Quien aprende a vigilar los gestos que hace trabajando, siente poco a poco que algunas actividades físicas, que uno acostumbra más bien a menospreciar, toman una dimensión espiritual con la condición de poner en ellas conscientemente pensamientos y sentimientos apropiados. Se cuenta que en un convento vivía un monje muy amable pero ingenuo y sin educación. No era capaz de hacer otra cosa más que lavar la loza y barrer, pero había tomado muy a pecho estas tareas, y cuando lavaba la loza, repetía con fervor: «¡Señor que como lavo estos platos, sea lavada mi alma!...» Y cuando barría, repetía: «¡Que como limpio este piso, sea limpiado mi corazón de todas sus impurezas!...» etc. Orando de esta forma durante años, se volvió tan puro, tan sabio, tan iluminado, que pronto obispos y cardenales vinieron a consultarlo, porque estaba habitado por el Espíritu Santo. Dirán que es una leyenda. Es posible, pero ella contiene una idea que debe tomarse en serio. Esta idea consiste en que en todos los actos de la vida cotidiana, incluso los más simples, podemos poner en acción fuerzas y elementos que nos permiten trasladar estos actos al plano espiritual y alcanzar de ese modo los grados superiores de la vida. Tomemos un día común y corriente: en la mañana uno se despierta, e inmediatamente toda una serie de procesos se desencadena, pensamientos, sentimientos, también gestos: levantarse, prender la lámpara, abrir las ventanas, bañarse, vestirse, preparar el desayuno, salir a la calle, ir al trabajo, encontrarse con gente, etc. ¡Cuántas cosas que hacer!... Y todo el mundo debe hacerlas. La diferencia está en que algunos lo hacen mecánicamente, mientras que otros, al contrario, que poseen una filosofía espiritual, buscan introducir en cada uno de estos actos una vida más intensa, más pura, de la que se benefician y hacen beneficiar a su entorno. Para mí, todo es trabajo; la palabra trabajo está en mi cabeza día y noche, e intento utilizar todo para el trabajo. No rechazo nada, utilizo todo. Aun cuando esté inmóvil sin hacer nada en apariencia, hago un trabajo con el pensamiento para enviar vida, amor y luz por todas partes en el universo. Acostúmbrense entonces a considerar su vida cotidiana, con los actos que deben realizar, los acontecimientos que se les presentan, los seres junto a los cuales deben vivir o con los cuales se encuentran, como una materia en la cual deben trabajar para transformarla3. No se contenten con aceptar lo que reciben, de aguantar lo que les pase, no se queden pasivos, piensen siempre en agregar un elemento susceptible de animar, de vivificar, de espiritualizar esta materia. Ya que verdaderamente la vida espiritual es esto: ser capaz de introducir en cada una de sus actividades un elemento, un fermento susceptible de proyectar esta actividad a un plano superior. Ustedes dirán: «¿Y la meditación, y la oración…?» Pues justamente, la oración, la meditación les sirven para captar estos elementos sutiles, más puros, que les dan a sus actos una nueva dimensión. Por lo tanto, no hay que cortar la vida espiritual de la vida material; e inversamente, que es todavía más esencial, la vida material debe ser animada, iluminada por la vida espiritual. ¿Por qué no se topa uno por todos lados sino con personas insatisfechas? ¿Y de dónde proviene esta insatisfacción? Del hecho que no han comprendido que deben tener un alto ideal, una idea divina que ilumina y purifica su atmósfera interior4. Y entonces, hagan lo que hagan, terminan siempre por asfixiarse, envenenarse. Incluso en vacaciones, en las mejores condiciones, en la montaña o a la orilla del mar, siguen en el mismo estado deplorable. Sí, aun fuera de las oficinas, de los talleres, de las fábricas, se sienten siempre insatisfechos, infelices, abrumados, porque interiormente cortaron el vínculo con el Cielo. Y apenas el hombre corta el lazo con el Cielo, ningún medio material puede reconfortarlo: haga lo que haga, sufrirá. Claro, nadie puede pretender que la vida de los obreros por ejemplo es magnífica, y que hay enormes injusticias por resolver en la sociedad. Pero se trata de otra cuestión, pues de la manera en que se consideren estos problemas, incluso si se hacen grandes mejoras materiales, no se arreglará nada, y habrá los mismos descontentos o peores aún, porque sin el vínculo con el Cielo, se encuentra siempre una razón para quejarse o rebelarse. La prueba: tantas cuestiones materiales han sido resueltas desde hace años y la gente, sea rica o pobre, no se siente ni más feliz, ni más satisfecha. Entonces, es que sin duda aún les hace falta otra cosa. ¡En todas partes se proponen cantidades de productos, de aparatos, de actividades, de servicios que deben traerles a los humanos la comodidad, el bienestar, la seguridad… la mismísima felicidad! No hay sino que leer los periódicos y la publicidad, ¡todo está allí para seducirlos y sobre todo para embaucarlos! Pues incluso si pudieran aprovechar un día todo lo que se les presenta, y más todavía, esto no les daría nunca lo que necesitan verdaderamente. Mientras que una Enseñanza espiritual les dice: «Aprendan a elevarse con la oración y la meditación hasta las regiones espirituales y recibirán un elemento sutil, imperceptible que los llenará, porque les dará el gusto por las cosas5». Sí, en cuanto ustedes han recibido este elemento, ¡sienten que hace vibrar las cuerdas de su alma y que su vida se vuelve indescriptiblemente bella y rica! Sin este elemento imponderable, que no se obtiene sino con una disciplina espiritual, incluso si acumulan todo lo que es posible acumular, se sentirán siempre insatisfechos y decepcionados. Desafortunadamente, los humanos tienden siempre a dar respuestas físicas a las insatisfacciones que experimentan. Se comportan como si esas insatisfacciones vinieran del cuerpo físico, y entonces le dan de comer, de beber, de fumar, lo sacan a pasear procurándole todos los placeres. Pero el cuerpo físico, ahíto, saturado, se asfixia y se queja: «¡Para, me vas a matar, y no es atiborrándome de este modo que te sentirás mejor!» Pero el hombre no entiende el lenguaje de su cuerpo, y se obstina diciendo que si no consigue esta vez encontrar lo que busca, lo conseguirá la próxima vez. Desgraciadamente, la próxima vez es lo mismo: el vacío. Pero él sigue. En realidad, basta con muy poco para satisfacer el cuerpo físico; la mayor parte de los reclamos en nosotros provienen del alma y del espíritu que no cesan de rogar, de suplicar: «Necesito pureza, luz, espacio… Necesito contemplar el sol. Necesito unirme a Dios, trabajar por el advenimiento de su Reino, a fin de que la paz reine un día entre los humanos…» He ahí las voces que debemos distinguir en nosotros, y escuchar bien sus solicitudes para darles satisfacción. Y ahora agregaré lo siguiente: el hecho de que la droga se extienda cada vez más por el mundo, y especialmente entre la juventud, es una advertencia. Es el alma humana que trata de hacer oír sus necesidades: se asfixia y utiliza la droga para liberarse. ¿Habría, al parecer, que deshacerse de este «opio» que es la religión? Pues bien, he aquí ahora la marihuana, la heroína, la cocaína y así sucesivamente… ¿Es esto preferible? El alma necesita el espacio infinito6. Y cuando se siente limitada, asfixiada, busca evadirse por todos los medios. El alcohol, las drogas están entre esos medios porque tienen la propiedad de expulsar el alma del cuerpo y le dan la ilusión de libertad y de espacio, al menos por un momento. Porque la juventud, la pobre, no sabe cómo satisfacer esta necesidad de evasión de su alma, se droga. Pero no es una solución, pues la droga es siempre un elemento químico que uno le proporciona a su cuerpo. Ahora bien, la necesidad de evasión viene del alma, no del cuerpo. La droga es un indicio de que el alma pide viajar a los espacios infinitos, pero la droga no puede satisfacer al alma y no solamente no puede satisfacerla, sino que destruye el cuerpo. Por ello, no le aconsejo a nadie utilizarla, cualquiera sea el pretexto. La dicha, la dilatación, la libertad, la plenitud se buscan con medios espirituales. Los verdaderos adeptos de la Ciencia iniciática no cuentan con nada exterior, saben que dentro de ellos mismos Dios depositó todas las posibilidades, todas las riquezas, todas las sustancias de todos los laboratorios. Y allí hay que buscarlos. Claro, es una empresa de largo aliento que requiere esfuerzos cotidianos, pero que vale la pena. El alimento que toman en las regiones sublimes del alma y del espíritu los sacia durante días y días, ya que hay en el plano divino elementos de tal riqueza que si logran saborearlos así sea solamente una vez, la sensación de plenitud que les dan nunca los deja. Pueden luego asumir todas sus obligaciones familiares, profesionales, sociales; nada podrá arrebatarles esta sensación de inmensidad y de eternidad. Ahora, es verdad, existe otro peligro: buscar la vida espiritual misma como una droga. Me pasa que recibo cartas de personas que me cuentan su vida: sus sufrimientos, sus fracasos, sus decepciones… Pero, dicen, ahora que han encontrado esta Enseñanza espiritual, toda su existencia ha cambiado. Y me exponen cómo… ¡Pero si creen que voy a alegrarme con el cuadro que están pintando! La verdad, no solamente no me alegro, sino que me preocupa; pues estas personas expresan ante todo un deseo de huir del trabajo, de los esfuerzos, de las responsabilidades, ¡como si la vida espiritual consistiera en dejarse llevar por corrientes agradables, en flotar en quién sabe qué espacio lleno de imágenes confusas!... Pues no, la vida espiritual tiene leyes y exigencias, leyes y exigencias más grandes incluso que la vida material y que la vida social. La práctica espiritual bien entendida no es una huida de las realidades de la existencia, al contrario, ella debe hacernos capaces de asumir mejor nuestra vida en la tierra. Es su meta, su razón de ser, y hacia este equilibrio debemos tender. 1 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. X: «Cómo los dos principios se encuentran contenidos en la boca». 2 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. IV: «La fuerza mágica de los gestos y de la mirada». 3 Cf. Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227. 4 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. X: «El alto ideal». 5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. I: «Iesod refleja las virtudes de los demás sefirot». 6 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. IV: «El alma». 3 Las leyes del trabajo espiritual Es evidente que el hombre tiene más facilidades para el trabajo material que para el trabajo espiritual: los instrumentos que posee para actuar en la materia están mucho más desarrollados que las facultades que le permiten tener acceso al mundo del alma y del espíritu. Por ello, muchos de aquellos que se comprometen con la vía de la espiritualidad tienen la impresión de no lograr nada. Mientras que todos los demás, en la fábrica, en los campos, en las canteras, en los talleres, los laboratorios, las oficinas, tienen una actividad cuyos resultados pueden constatar todos, los espiritualistas piensan a veces: «¿Pero qué clase de trabajo es éste cuyos resultados no se ven nunca? Al menos cuando uno trabaja en la materia, se sabe a qué atenerse. Incluso el trabajo intelectual, la creación artística dan resultados visibles…» Pues sí, todo esto es verdad. Se prepara una comida, se acondiciona un apartamento, se plantan flores en el jardín, se lee, se escribe, se dibuja, se compone música e incluso si es un fracaso, hay al menos la prueba de que uno ha hecho algo, y a partir de esto se puede progresar. Mientras que en el plano espiritual, sea lo que sea que hagan, nadie ve algo, ni ustedes, ni los demás, y nunca saben dónde están realmente. Entonces, ante tal imprecisión, tal incertidumbre, puede ocurrir que comiencen a dudar al punto de tener ganas de abandonar todo. Y será así mientras no tengan una idea clara de la naturaleza del trabajo con el cual se comprometieron. Es preciso comprender de una vez por todas que el trabajo espiritual tiene que ver con una materia espiritual extremamente sutil que escapa a nuestros medios de investigación habitual. Pero los trabajos que es posible ejecutar en el plano espiritual son tan reales como aquellos que se realizan en el plano físico: tan real como que ustedes en el plano físico encienden la luz, lavan las ventanas, cortan madera, o encienden su automóvil, así de real en el plano espiritual desencadenan fuerzas, orientan corrientes, purifican la atmósfera e iluminan consciencias. Si no lo ven, es porque se trata de una materia diferente; y quien ha logrado vivir verdaderamente la vida espiritual no necesita que estas realidades que siente en él y a su alrededor sean tan visibles y tangibles como las del mundo físico. Con el tiempo, ellas pueden concretizarse también, pero hay que ser muy pacientes y no ocuparse tanto de la realización material. Mientras no se conozcan estas leyes, mientras se espere ver resultados inmediatamente, uno se desanima, detiene su trabajo, e incluso lo destruye. La materia psíquica es muy fácil de modelar, y dependiendo de si uno está o no convencido y de si se es o no perseverante, se construye o se destruye; entonces, destrozando cada vez lo poco que se ha logrado edificar, uno impide la realización definitiva de su trabajo. Algunas veces ustedes también sienten ganas de abandonarlo todo y de contentarse con actividades cuyo resultado sea finalmente visible para todos. Hagan lo que quieran. Pero un día, incluso en medio de los más grandes éxitos, van a sentir que interiormente les falta algo. Y es normal, porque no han tocado lo esencial, no han plantado aún ninguna cosa en el campo de la luz, de la sabiduría, del amor, de la fuerza, de la eternidad. La concreción material debe producirse un día inevitablemente. Es una ley de la creación. Si tienen fe y paciencia para continuar el trabajo emprendido, llegarán a concretar en el plano físico todo lo que desean. Ustedes dicen que desean desde hace años cosas que no se realizan. Pues bien, es porque no saben cómo trabajar. ¡Cuántos se imaginan que van a tener éxito en el mundo espiritual utilizando los mismos métodos que en el plano físico! Pues no, no lo lograrán, ya que los métodos por emplear son justamente los contrarios. Un ejemplo muy simple les ayudará a comprenderlo: la construcción de una casa. Esquemáticamente, se puede decir que para construir una casa se comienza por la parte de abajo: se excava la tierra, se construyen los cimientos, luego se levantan las paredes y finalmente se coloca el tejado. El exterior de la casa se edifica entonces de abajo hacia arriba. A continuación, hay que ocuparse del interior, habitación por habitación, y allí sucede a la inversa: se empieza por el techo, se sigue con las paredes y finalmente se construye el suelo. Pues sí, reflexionen, no es cuando ustedes han tapizado las paredes y colocado la alfombra que se ocupan del techo. Por tanto, he ahí un ejemplo tan simple que nos explica los métodos por aplicar. Para tener éxito en el plano físico, hay que trabajar de abajo hacia arriba, es decir que hay que comenzar por el lado material para llegar poco a poco a planos más sutiles. Al contrario, para tener éxito en el plano espiritual hay que ir de arriba hacia abajo, es decir empezar por lo más sutil y acabar en lo que es más visible, tangible, concreto. ¿Pero quién sabe trabajar así? Cuando se trata de construir una casa, evidentemente uno lo sabe, pero cuando se trata de aplicar las mismas reglas en su existencia, es menos seguro. Para obtener resultados en el plano material, se construye primero en tierra una base sólida, resistente. Mientras que para obtener resultados en el plano espiritual, se empieza por asegurarse un techo, sino el resto del edificio se agrietará. Porque el trabajo espiritual avanza en sentido inverso del trabajo material: se empieza por fabricar los cimientos arriba, y se termina poniendo el tejado abajo. Por tanto, cuando yo digo que en el mundo invisible hay que empezar por construir el techo, esto significa que hay que trabajar primero mucho pero mucho tiempo, a fin de echar raíces en el mundo divino, y este trabajo realizado arriba dará un día resultados en el plano físico. El plano físico es el mundo de las consecuencias, y en esas consecuencias tenemos pocas posibilidades de actuar. Para producir cambios durables, hay que ir al mundo de las causas. El hombre cuyo pensamiento puede llegar hasta allá posee todos los medios para tocar y desencadenar fuerzas puras, luminosas, que producirán resultados tarde o temprano1. Por ello, todos los que se contentan con intervenir en el plano físico para cambiar el estado de cosas en el mundo, nada solucionan ya que, sin preguntarles su opinión, acontecimientos o personas vienen a perturbar todo nuevamente y hay que volver a comenzar. Trabajar en cambiar las consecuencias es como si uno escribiera una palabra en la arena del mar: las olas llegan y la borran… Hay que trabajar en las causas. Las condiciones no se arreglan desde abajo, es preciso que el impulso venga de arriba. La historia está allí para enseñarnos que ningún cambio de régimen político, social, económico es definitivo: algún tiempo después sobreviene una ola que se lo lleva todo. Siempre es posible apropiarse de territorios deportando o asesinando a sus habitantes, tomando sus bienes, imponiendo una dictadura, etc. Pero a menudo, algunos años después la situación se invierte: los países ocupados se sublevan y los ocupantes son vencidos y expulsados, ellos o sus sucesores. Pues sí, ¡cuántas veces la historia ha mostrado que incluso los tiranos mejor armados y más hábiles no triunfaron sino por corto tiempo! Solo lo que es creado arriba, en el mundo del espíritu, es eterno; el resto es pasajero, transitorio. Por ello solo el bien es eterno, el mal solo tiene una existencia efímera. En Bulgaria decimos: «Krivdina do pladnina, dobrina do veknina», es decir: el mal dura hasta el mediodía, el bien dura eternamente. Entonces, quien desee mejorar una situación definitivamente debe elevarse muy arriba en el ámbito del espíritu y allí trabajar, orar, formular plegarias, crear imágenes que un día se realizarán2. Por ello, en vez de agitarse tanto en el plano físico, es necesario que todas las personas de buena voluntad aprendan cómo desencadenar fuerzas luminosas arriba: un día, los obstáculos serán removidos y un orden nuevo de armonía y de paz se instalará en la tierra. Pues es una ley del mundo espiritual que cuando un cierto número de personas se reúnen alrededor de una idea, sus pensamientos y sus deseos forman desde ya una realidad arriba. Esta realidad no está hecha de partículas lo suficientemente materiales como para que pueda verse, tocarse. Pero un grupo de seres humanos que tienen la misma meta y se reúnen para realizarla crean una entidad colectiva que se llama un egregor. Cada país, cada sociedad, cada movimiento político o espiritual, cada religión posee un egregor. Incluso si no puede verse (pero clarividentes pueden verlo), este egregor está vivo y actúa. En consecuencia, todos los que se reúnen en nombre del Reino de Dios están alimentándolo, y el día en que sean más numerosos y estén más convencidos, el Reino de Dios se realizará. Ahora, quienes escojan la vía de la espiritualidad deben saber que el peligro más grande está en aventurarse en ella sin guía. Me asombra siempre constatar que personas que nunca tuvieron la idea de escalar una cima sin estar acompañadas por un guía experimentado, se lancen así, completamente a solas, al ataque de montañas espirituales donde los peligros de extraviarse, de caer en precipicios, o de ser sepultados bajo avalanchas son mucho más grandes. Ustedes dirán que no siempre es fácil encontrar guías seguros3. Es cierto. Pero de todas maneras, a falta de encontrarlos en carne y hueso, la tradición espiritual presenta suficientes ejemplos y ha dejado suficientes obras para explicar, orientar a quien desee sinceramente caminar por esta vía. Y entonces, él descubrirá que el mundo espiritual es el más real, el más seguro, el más claro, y que permanece eternamente inmutable y bello. Sí, pero con la condición de aceptar la disciplina indispensable, pues para poder captar, utilizar, y sobre todo dominar las corrientes del mundo invisible, hay que desarrollar previamente algunas cualidades y virtudes: el desinterés, la humildad, la pureza… En este ámbito, la voluntad no es suficiente, hay que hacer todo un trabajo preparatorio. Muchos espiritualistas están allí insistiendo, queriendo, deseando, pero como no han pensado en preparar las condiciones previas para que los procesos esperados se produzcan, no obtienen ningún resultado; o peor, se rompen la cabeza. Por tanto, que quien decida emprender el camino espiritual entienda desde el comienzo una cosa: debe preparar su trabajo. Un obrero, un artesano lo sabe; observen a un pintor, un albañil, un panadero, un cirujano: antes de acometer sus trabajos, reúnen a su alrededor todos los utensilios y materiales que necesitarán –¡sin hablar de los años de estudio que debieron hacer primero! Y el químico sabe que si quiere obtener cierta reacción, debe poner tal y tal cuerpo en condiciones determinadas previamente: pureza, cantidad, temperatura, etc. Si las condiciones son respetadas, obtiene el resultado esperado; si no, puede muy bien observar su probeta… nada. O entonces ¡hace explotar todo! Pues bien, he ahí dónde está el error de muchos supuestos espiritualistas. No le dan a su actividad una base sólida. Se lanzan así, sin ninguna preparación, pensando que es suficiente con tener el deseo y la voluntad para que el mundo invisible se les revele, que los ángeles vengan a servirles y que todos los poderes caigan en sus manos. Pues sí, desafortunadamente, demasiadas personas se imaginan que para llegar a ser Iniciados, basta con tener el deseo y la voluntad. Inmediatamente se presentan con aires de superioridad, un aspecto inspirado, y se creen capaces de instruir a los demás. ¡Son simplemente ridículas! Ridículas y peligrosas, ya que no saben ni siquiera de qué hablan. En la vida espiritual, existe una regla según la cual cuando uno recibe una verdad, se comienza por vivirla antes de hablar de ella y de difundirla a su alrededor. Sí, ustedes deben experimentar primero una verdad, hacer ejercicios y experiencias con ella, al punto que se vuelva carne y hueso en ustedes, que sea ya solo una con ustedes. Si comienzan a predicar desde el día siguiente verdades que apenas acaban de recibir, las perderán. Es preciso que conserven estas verdades en ustedes cierto tiempo, sin decir nada, y vivir con ellas, hacerlas suyas, para que les aporten esclarecimientos, fuerzas y los ayuden a triunfar sobre las dificultades por las que tendrán que atravesar. A partir de ese momento, no solamente ellas no los dejarán nunca, sino que cuando hablen de ellas a los demás, tendrán tal fuerza, tal poder debido a su evidente sinceridad, que lograrán hacérselos compartir. Mientras tanto, cállense, conserven su trabajo en secreto así como los resultados a los cuales aspiran. Algunos dirán: «Pero si hablamos, es para ayudar a los demás. Vemos que están equivocados, y queremos hacerles bien». No, si quieren realmente trabajar por el bien, comiencen por dejar a los demás tranquilos. Sus padres, sus amigos, no los sermoneen, ya que no lograrán más que volverse insoportables para ellos. Ocúpense primero de transformarse, de perfeccionarse. De lo contrario, ¿saben lo que va a ocurrir? Se parecerán a aquel que, con las manos llenas de grasa, ve una manchita en el rostro de su amigo: «Espera, le dice, voy a quitarte esta mancha». Y con sus manos todas sucias, lo embadurna completamente. Pues sí, he ahí lo que hacen todos aquellos que se creen capaces de conducir a los demás en el camino de la Iniciación cuando ellos mismos aún no han comenzado el verdadero trabajo de purificación, de generosidad, de autocontrol. El verdadero espiritualista no se impone nunca a los demás. Durante años y años, sin decir nada, aporta cada día nuevos elementos al edificio que decidió construir en el mundo invisible, hasta el momento en que incluso los ciegos comienzan a exclamar: «¡Oh, pero si hay allí una construcción!» Pues sí, porque comenzó por el techo, por el mundo divino. ¡Solamente hay que trabajar, orar, y las cosas aparecerán poco a poco por sí mismas! Sin que tengan necesidad de hablar, a pesar de ustedes, lo que son se manifestará. El que ha comprendido lo que verdaderamente es el trabajo espiritual acepta pasar veinte años, treinta años, toda la vida incluso, preparándose bajo la dirección de un Maestro, esté o no vivo, y luego en muy poco tiempo obtiene resultados4. En el ámbito espiritual, la preparación es larga. Pero las personas no se preparan: siguen cultivando toda clase de miasmas en su cabeza y en su corazón, y porque de vez en cuando leen algunos libros esotéricos, supuestamente meditan, y se dedican a algunas ceremonias mágicas, eso les basta. A ellas, sí, quizás. Pero en realidad, eso no es suficiente, es preciso cumplir con ciertas condiciones previas. Y quien las cumple se ve obligado a descubrir que las leyes del mundo espiritual son tan seguras y verídicas que aquellas del mundo físico: el trabajo espiritual produce tantos resultados como el trabajo en la materia. Por tanto, la cuestión no es dudar o creer en la realidad del trabajo espiritual, sino de encontrar los mejores métodos para avanzar… Los mejores, es decir los menos peligrosos, los más eficaces; quizás los de más larga duración pero cuyos resultados son los más duraderos. La desgracia consiste en que las personas tienen afán, no tienen ni tiempo, ni paciencia. Creen que pueden llegar a ser Iniciados, magos, videntes, como se es pedicurista o manicurista. Apenas obtienen un pequeño resultado hacen todo un escándalo de esto e inducen a mucha gente en error, aprovechándose del hecho de que la multitud, que no tiene criterios, se traga todo. Pero deben saber que un día deberán rendirle cuentas al Cielo. Ustedes se preguntan, claro, ¿por qué es este trabajo tan largo? La respuesta es simple: es porque no lo habían comenzado aún en sus encarnaciones anteriores; entonces su materia psíquica se ha vuelto tan compacta, espesa, que se opone con gran resistencia, y para cambiarla, volverla sensible, es necesario mucho tiempo. Si se hubieran ejercitado ya desde hace mucho tiempo en este sentido, su materia sería en el presente mucho más flexible, maleable y fácil de educar. Esta preparación habría facilitado el trabajo del espíritu en ustedes. Entonces, ahora, no pierdan tiempo precioso en tergiversaciones: comiencen este trabajo desde hoy sin dejarse llevar por la duda y el desaliento. O mejor, si ustedes dudan, no duden de las leyes del Cielo, sino de sus capacidades: allí, claro, a veces hay de qué dudar y desanimarse. Pero es necesario conservar siempre su fe en la veracidad de las leyes divinas. Pase lo que pase, no se dejen detener por el hecho de que les es imposible constatar con sus ojos los progresos que han realizado y las repercusiones de estos progresos en su entorno. Trabajen, es todo, a sabiendas de que lo que cuenta para el Cielo no son sus logros, sino sus esfuerzos. ¿No tuvieron éxito? No es grave, el Cielo no será inclemente. Ya que en realidad los logros no dependen tanto de ustedes, sino del Cielo. Lo que depende de nosotros, son los esfuerzos, puesto que el Cielo no puede hacerlos en nuestro lugar. Pero para el éxito, él decide por ahora. ¡Cuántos santos, profetas, Iniciados han dejado la tierra sin ver el fruto de su trabajo! A pesar de su luz, de su integridad, de su elevación espiritual, no lograron hacer triunfar sus ideas, lo que prueba muy bien que su éxito no dependía de ellos. Quien emprende la vía de la espiritualidad debe hacerlo con una consciencia clara de la realidad de las cosas. La buena voluntad no es suficiente, ni los esfuerzos, ni los sacrificios, hay que conocer también las leyes que rigen el mundo invisible. A menudo uno se atormenta: «¿Por qué no lo logro mejor? ¿Por qué nada cambia?» En realidad grandes transformaciones se produjeron ya, pero son aún demasiado sutiles como para ser visibles. Y si yo les hablo así, no piensen que son solo palabras dichas así para motivarlos. No, se puede alentar a la gente, pero algunos minutos o algunos días después, estos estímulos son desmentidos por la realidad porque no descansan sobre nada sólido. Se le dice a alguien: «Pero no te preocupes, mi viejo, sanarás, nos enterrarás a todos» y muere al día siguiente. ¡Vaya palabra de aliento!... Pero cuando yo les aseguro que si hacen el trabajo con todo su corazón, con toda su alma, incluso si no se ve aún, este trabajo verdaderamente da resultados, éstos son incentivos reales, sólidos, pues están basados en un saber iniciático. Está dicho en los Libros sagrados que el Señor es fiel y verídico. Todos los esfuerzos que ustedes hacen por la gloria de Dios, por la propagación de la luz, por despertar la consciencia de los humanos, se registran y un día serán recompensados. ¿Cuándo? Es lo único difícil de saber, pero no deben preocuparse por ello. Les corresponde a ustedes trabajar dejando al Cielo determinar cuándo, dónde y de qué manera; así sentirán que sus esfuerzos traen ya por sí mismos su propia recompensa. Por ello, cuando le pidan al Señor la realización de sus deseos, no se les ocurra señalar una fecha para esta realización, pues lo único que lograrán es entrabar el buen desarrollo de todos los procesos psíquicos. Trabajen a sabiendas de que tienen la eternidad ante ustedes. Entonces, no se detengan en el tiempo que esto tomará, sino únicamente en la belleza de este trabajo que han emprendido, y digan: «Puesto que es tan bello, no me preocupo por saber si necesitaré siglos o milenios para lograrlo». No hay que pensar en que a partir del momento en que emprendieron cierto trabajo, las cosas van a desenvolverse exactamente como lo esperan: que sus instintos van a plegarse a su voluntad5, que la sabiduría y la razón van a triunfar en ustedes y que el Cielo entero, maravillado, no tendrá nada más que hacer que inclinarse ante ustedes para realizar todos sus deseos. No se comporten como todos esos supuestos espiritualistas que, viendo que no lo lograron como lo querían y en el tiempo que querían, se amargan e importunan a los demás con sus sublimes ambiciones frustradas. Sepan que el Cielo y la tierra han jurado dar a cada quien lo que se merece. Entonces, ¿por qué preocuparse? No hay que preguntarse si las entidades que dirigen su destino son inteligentes y buenas, o si se han dormido y los han olvidado. Solamente hay que preguntarse si uno hace bien su trabajo. No hay que lanzarse a la vida espiritual sin conocer las leyes, de lo contrario los resultados son algunas veces peores que si uno siguiera siendo el más ordinario de los materialistas. A partir del momento en que han encontrado el verdadero trabajo, ya nada debe poder detenerlos. Cuando yo era un joven discípulo del Maestro Peter Deunov, en Bulgaria, él tenía la costumbre de repetirme estas palabras: «Rabota, rabota, rabota… Vréme, vréme, vréme… Véra, véra, véra…» Rabota significa trabajo; vréme, tiempo, y véra, fe. Nunca me explicó porqué repetía estas tres palabras, pero durante años esto me inquietó, y comprendí que allí había toda una filosofía condensada. Por consiguiente, he ahí: el trabajo, pero también la fe que es necesaria para acometerlo y continuarlo, y especialmente el tiempo. ¡Pues es preciso tiempo! Que no piensen que todo va a ser realizado de sopetón. Ahora conozco lo que significa «vréme». ¡Los años han pasado y veo que «vréme» realmente no es cualquier cosa! 1 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. V: «El plano causal». 2 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. VII: «La montaña madre del agua»; En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. IV: «La conquista de la cima». 3 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. I: «¿Cómo reconocer a un verdadero Maestro?» y cap. II: «La necesidad de un guía espiritual». 4 Cf. La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234, cap. IV: «El amor del discípulo, la sabiduría del Maestro». 5 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VI: «No se puede cambiar la naturaleza de la personalidad – El sentido iniciático de la fermentación». 4 El hombre en el cuerpo cósmico I La cadena viviente de creaturas Todos los seres de los diferentes reinos del universo están unidos entre ellos. Tengamos o no consciencia de esto, tanto los seres que están debajo de nosotros como los seres que están encima de nosotros están unidos a nosotros, pues existe una jerarquía viviente en la naturaleza. Gracias a esta jerarquía, gracias al vínculo que nos une a todos los seres superiores, tenemos la posibilidad de elevarnos. Pero estamos igualmente unidos a todos los seres que están debajo de nosotros: los animales, las plantas, las piedras, y este vínculo es también muy poderoso. Si nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos son honestos y puros, recibimos del Cielo fuerzas benéficas que se vierten en nosotros a través de esta cadena viviente e ininterrumpida de creaturas. Pero estas corrientes divinas no se detienen en nosotros, ellas nos atraviesan y descienden hasta las creaturas situadas debajo de nosotros, e igualmente ligadas a nosotros, en los reinos animal, vegetal y mineral. Así, cada estado armonioso que estamos viviendo influencia benéficamente no solamente a los humanos alrededor nuestro, sino también a todos estos hermanos y hermanas que son para nosotros los animales, las plantas, las piedras. Y al mismo tiempo, gracias a otra corriente de circulación, las energías suben del mineral a los reinos superiores y hasta Dios1. Este fenómeno puede compararse con las dos corrientes ascendiente (la sabia bruta) y descendiente (la sabia elaborada) que circulan en un árbol. En este Árbol cósmico que es el universo, el hombre se encuentra también en el paso de dos corrientes ascendiente y descendiente que lo atraviesan, y debe aprender a trabajar conscientemente con ellas. Quien se esfuerza por unirse a la cadena viviente de seres es alimentado, saciado sin cesar. Mientras que quien cree poder prescindir de ella es privado de esta fuente inagotable de energías, y se debilita. Pues ¿de dónde recibirá el aliento, la inspiración, la sabiduría, el amor, las fuerzas necesarias para la vida diaria? «Las encontrará en él mismo», dirán ustedes. Sí, por algún tiempo quizás, pero pronto agotará sus reservas. Incluso si ha comenzado vastos proyectos, deberá interrumpir estos trabajos porque es imposible hacer algo grande si no se permanece unido a la cadena viviente de creaturas. Es exactamente como si una lámpara se imaginara que puede iluminar sin estar conectada a la central eléctrica. Pues no, la central envía la corriente; la lámpara no es más que un conductor. En realidad, quiéralo o no, el ser humano está ligado, conectado a la Fuente divina; pero si quiere beneficiarse de ella plenamente para su evolución y la de todas las creaturas en el universo, esta unión debe volverse consciente. El hombre tiene inmensos poderes, puede hacer milagros incluso, pero con una condición: que se convierta en conductor consciente de energías de arriba. Estas energías le son transmitidas por los seres que están directamente por encima de él, estos seres que son mencionados en el Árbol sefirótico con el nombre de Ischim: los Hombres, es decir, las almas glorificadas que habitan en las regiones superiores de la sefirá Malkut. Son los santos, los patriarcas, los profetas, los grandes Maestros, los fundadores de religiones. Jesús es uno de ellos y entre los más grandes. Estos seres son como un intermediario entre los humanos y las Jerarquías angelicales. No han abandonado a la humanidad, sino que velan por ella y orientan las fuerzas cósmicas con miras a su desarrollo espiritual. Ustedes han oído hablar sin duda de lo que el cristianismo llama la «Comunión de Santos», y la religión judía la «Comunidad de Israel». Cada corriente mística le da un nombre diferente, pero se trata siempre de la misma asamblea de Almas glorificadas. Ella envía a la tierra mensajeros, a fin de realizar el programa dado por el Creador para el futuro de la humanidad. Ella es la verdadera Fraternidad Blanca Universal2. Acá, nosotros, en nuestra Fraternidad, no hacemos más que prepararnos para ser juzgados dignos de participar un día en el trabajo de estas creaturas, de vivir en armonía con ellas, de comulgar con ellas. Los Ischim han terminado su evolución, ya no están sometidos al destino; poseen el conocimiento y los poderes. El asunto para nosotros es llegar a entrar en relación con ellos. Pero hay que prepararse: nadie puede ser admitido en su comunidad sin haberse sometido previamente a ciertas reglas y haber desarrollado algunas cualidades y virtudes. Nadie puede forzar su puerta y penetrar en su santa asamblea. Solo es aceptado quien ha comprendido dónde está el verdadero camino, quien lleva una vida pura y quiere servir a un alto ideal. Los Ischim se reúnen, toman una decisión respecto de él, y una vez que ha sido aceptado, velan por él y le envían todo lo que necesite para comenzar a participar en su trabajo. De los Ischim nos vienen todas las ayudas invisibles, pero sin embargo, ellos no representan la suprema autoridad: ellos reciben de mucho más arriba órdenes que transmiten aquí en la tierra. Por consiguiente, no todo depende de ellos. Conocen las leyes, entran en comunicación con los Ángeles, los Arcángeles, las Dominaciones y todas las otras Jerarquías sublimes, contemplan los planes y los proyectos de Dios; y cuando se han impregnado de ellos buscan en la tierra seres que se han preparado para convertirse en conductores para la realización de estos proyectos. Los Ischim forman entonces el vínculo, el eslabón que liga la humanidad a las Jerarquías celestes3: no podemos no pasar por ellos. En ese sentido puede decirse que son «divinidades», y a esas divinidades debemos ofrecerles un… «apeadero». Con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra buena voluntad, les proporcionamos condiciones favorables para que puedan actuar en todas las creaturas y abrirlas a las corrientes divinas. Entonces, ¿no hay razones para que un espiritualista cobre ánimos cuando descubre la importancia de su vida? Esta vida que hasta entonces era insignificante, opaca, mediocre, ¿cómo no alegrarse comprendiendo que ella puede volverse tan útil? Él entra en esta inmensa unidad de la Comunión de Santos y hace todos sus esfuerzos, sin evitar ninguna pena, para vibrar al unísono con los miembros de esta Fraternidad gloriosa. Más adelante, llegará incluso un momento en el que podrá verdaderamente entrar en contacto con ellos, encontrarse con ellos, verlos e incluso recibir de ellos facultades, dones, poderes. Para mí, no hay nada más importante en la vida que este conocimiento acerca de la existencia de creaturas que llegaron a la cima de la evolución humana y que pueden ayudarnos a recorrer el camino que ellas mismas recorrieron. ¿Para qué perder su tiempo en cuestiones fútiles, insignificantes, cuando uno puede desarrollar todos los días una actividad tan útil y fructífera uniéndose a esta cofradía de seres que ya no conocen nada de las debilidades humanas? Las conocieron un poco durante su existencia terrestre, pero se liberaron de ellas hace mucho tiempo. Y les diré ahora una cosa: cuando una mujer está dando a luz a un niño en los dolores del parto, el mejor trabajo que ella puede hacer es pensar en esos seres superiores, los Ischim, a fin de poner al recién nacido bajo la custodia de las creaturas más dignas, más bellas, más poderosas, más libres que alguna vez hayan vivido en la tierra. Que les presente un servidor de Dios, que se los confíe… Ellos lo tomarán bajo su protección y, a través de las tinieblas y las pruebas de la vida, conducirán siempre a este niño hacia la luz. II Nuestra deuda con el Creador, la creación y las creaturas Al nacer, el hombre recibe de sus padres un cuerpo, algunos dicen que la vida. Y luego, durante años y años, también gracias a sus padres es alimentado, vestido, albergado, educado, instruido. He ahí por tanto una deuda inmensa que se acumula. Muchos se niegan a reconocerla: critican a sus padres, se oponen a ellos y piensan que no les deben nada. Pues bien, es deshonesto. Sus padres claramente no son perfectos, es entendible, pero ellos los han amado, se entregaron, se preocuparon por ellos… ¿Acaso no es nada todo esto?... Entonces, sepan que ustedes tienen en primer lugar una deuda con sus padres. A renglón seguido, tienen otra también con el país al que pertenecen, porque recibieron de él toda una herencia de cultura y civilización; sin hablar de los medios que pone a su disposición para su instrucción, su comodidad, su seguridad… Luego le deben algo a su raza, porque les dio un tipo físico, una estructura física, una mentalidad… Pero no es todo: ustedes contrajeron deudas con el planeta, esta tierra generosa que los lleva, los alimenta… y con el sistema solar completo, ya que gracias al sol y a los planteas somos apoyados, vivificados sin cesar … con todo el universo… y finalmente, con el Señor. Querámoslo o no, no hacemos más que tomar, tomar, tomar, y ahora debemos enormemente. Quien quiere comportarse como un ser de justicia debe ser consciente de esta deuda. Por ello, ama y respeta primero a sus padres, les hace bien para devolverles lo que les debe. Por medio de su actividad, sus pensamientos, sus sentimientos, se esfuerza por devolver también algo a la sociedad, a la nación, a la humanidad entera, al sistema solar, a todo el cosmos, y finalmente a Dios. De esta manera paga sus deudas y la naturaleza lo reconoce entonces como su verdadero hijo. A todos los que no actúan de este modo, ella los considera seres ingratos, deshonestos, y les envía algunos correctivos para instruirlos y apaciguarlos. Puesto que se ha tomado, se debe dar4. ¡E incluso si no se toma, se debe dar! ¿Por qué? Porque de esa forma se desencadena un movimiento y se recibe algo a cambio. Pero si se aprende al menos a dar algo a cambio de lo que uno ha tomado, ya será un progreso. Pues sí, ¡cuántas cosas le debemos a la naturaleza! Los elementos que forman nuestro cuerpo y todo lo que nos permite subsistir: el agua, la comida, el aire que respiramos, la luz y el calor del sol, los materiales con los cuales hacemos nuestras casas, nuestros vestidos, nuestros útiles… todo esto ella nos lo da. Los humanos están muy orgullosos de su ingenio, pero ¿de dónde han extraído los materiales con los cuales fabrican sus instrumentos, sus aparatos e incluso sus obras de arte? De la naturaleza. La naturaleza nos llena con sus riquezas, pero lo que tomamos está inscrito muy detalladamente en algún lugar. Estas deudas las contraemos con ella, y un día deberemos saldar estas deudas, deberemos pagarlas. ¿Cómo? Puesto que no podemos devolver esos beneficios de la misma forma en que los recibimos, ni pagarlos con dinero, debemos pagar todos los días con una moneda que se llama el respeto, el reconocimiento, el amor, la voluntad de estudiar todo lo que la Inteligencia cósmica ha inscrito en su gran libro. Pagar significa dar algo a cambio, y todo lo que nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu son capaces de producir de bueno puede ser una forma de pago. En el plano físico estamos limitados, y la naturaleza no nos pedirá que le devolvamos la comida, el agua o el aire que hemos tomado. Pero en el plano espiritual nuestras posibilidades son infinitas, y allí podemos devolver centuplicado todo lo que la naturaleza nos ha dado. Una vez el hombre decide emplear todos los dones y las facultades que ha recibido para avanzar conscientemente por el camino de la luz y del sacrificio, es contratado en el servicio divino y el Señor se lo retribuye otorgándole la sabiduría, la inteligencia, la bondad, la fuerza, la paciencia, etc. Pues bien, con este dinero él puede pagar todo lo que toma de la naturaleza. Quien por el contrario no está contratado en la administración celeste no recibe nada, está pues despojado, no tiene «dinero» para pagar lo que toma. Come, bebe, respira, se pasea, hace negocios, pero tarde o temprano los acreedores (las fuerzas de la naturaleza) vienen a desvalijarlo; se pagan con la propia carne y los propios huesos de su deudor: le quitan su vida. La naturaleza expone ante nosotros todas sus riquezas, y tenemos el derecho de tomarlas, todo está a nuestra disposición, pero con la condición de pagar. Ah, ¿están asombrados de que no sea gratuito? ¡Es gratuito, pero ustedes deben dar también gratuitamente! «Habéis recibido gratuitamente, dad gratuitamente», decía Jesús. Dios nos da todo gratuitamente y nosotros debemos hacer lo mismo poniéndonos a su servicio. El Señor a cambio nos dará la luz, el amor, la fuerza, la paz, y esta luz, este amor, esta fuerza, esta paz representan el dinero que nos permite entrar en los grandes almacenes de la naturaleza y pagar. El que no paga con la ayuda de este dinero dado por Dios, se verá forzado a pagar con sufrimientos, enfermedades, tormentos. Estamos invitados a la inmensa estancia del Señor. Nuestro anfitrión es muy acogedor, muy generoso, pero si no pensamos nunca en darle algo a cambio, nos mirará como niños retrasados que no supieron crecer psíquicamente, espiritualmente. Vayan a preguntarle a los pequeñitos si creen que le deben algo a sus padres. Para ellos, es normal exigir y tomar siempre. Afortunadamente, cuando crecen, al menos en algunos de ellos, la consciencia de lo que le deben a los demás se despierta, y entonces comienzan a volverse adultos. Pues bien, nosotros también debemos volvernos adultos y comprender que le debemos algo a nuestra Madre la Naturaleza y a nuestro Padre el Creador. Entonces ahora, revisen sus relaciones con los seres que los rodean. Examinen muy sinceramente cómo se comportan con sus padres, sus hijos, sus amigos, la sociedad, pero también con la naturaleza y finalmente con Dios. Constatarán que han tomado cantidades de cosas de las creaturas visibles e invisibles sin preocuparse por devolver alguna cosa. Por consiguiente, tienen deudas. Pues bien, sepan que uno reencarna para pagar todas estas deudas. Todos sin excepción, tenemos un karma que saldar. Trátese de un karma individual o de un karma colectivo, poco importa. Hay karmas personales así como karmas sociales, nacionales, raciales, pero no es tan necesario hacerse la pregunta: hay que pagar sus deudas, es todo, porque es la justicia. No hay que creer que con el pretexto de que uno no puede devolver lo que ha recibido en la misma forma en que lo recibió, nada se debe. Hemos recibido nuestro cuerpo de la tierra y se lo devolveremos un día, imposible que sea de otra forma; en el entretanto, mientras estemos vivos, conservamos nuestro cuerpo, no se nos pide darlo. Pero podemos dar nuestra luz y nuestro calor en forma de pensamientos justos y rectos y de sentimientos generosos. El hombre ha sido creado en los talleres del Señor para resplandecer a través del universo entero. Recibió una quintaesencia de luz que puede amplificar, vivificar y enviar al espacio sin cesar. ¿Son ideas tan novedosas para ustedes que quizás aún no comprenden bien lo que les explico? Pero tomemos un ejemplo muy simple, incluso común y corriente. ¿Qué hacen ustedes con todo lo que han bebido, comido, respirado? Aspiraron aire: ¿se han preguntado de qué elementos estará impregnado cuando lo expulsen? Claro, es aire viciado, pero no lo será tanto si son buenos, generosos, llenos de amor. Sea el aire, el agua, la comida, son responsables de la manera en que impregnaron la materia que pasa a través de su cuerpo y que luego expulsarán. Se la devuelven a la naturaleza que la transforma y la utiliza de nuevo para su trabajo. Pero si ustedes quieren participar conscientemente en el trabajo de la naturaleza, deben preocuparse por devolverle una materia que no esté polucionada con los miasmas de su vida psíquica5. El hombre come, todas las creaturas comen, ¿pero por qué? Dirán que es para recibir fuerzas. Sí, pero ¿no hay otra razón? Todo lo que hacemos no tiene una única razón, una sola meta, y si comemos, no es solamente para mantenernos con vida y en buena salud… Observen, ¿qué hacen los gusanos? ¡Sí, los gusanos de tierra! Se tragan la tierra y la expulsan luego. Haciéndola pasar de esta forma a través de ellos, trabajan la tierra para airearla, enriquecerla más, fertilizarla más. Pues bien, el ser humano no hace otra cosa con la comida. Por medio de sus facultades psíquicas, espirituales, pertenece a un grado muy superior al de la materia que absorbe. Por tanto, haciéndola pasar a través de él, la enriquece, la afina, le da algo de sí mismo. Todas las creaturas se alimentan: las plantas, los animales, los hombres, y alimentándose transforman la materia que absorben, impregnándola de elementos que no poseía. Como si fuera un deber de cada reino de la naturaleza el absorber la materia de los reinos inferiores a fin de hacerla evolucionar. La Inteligencia cósmica hubiera podido sin duda encontrar otros medios, pero es éste el que escogió: decidió que, para vivir, cada creatura absorbería la materia del reino que le es inferior para hacerla pasar al reino superior6. He ahí lo que el hombre hace comiendo: hace evolucionar la materia, y no solamente la materia que le es externa sino también la de su cuerpo. Por ello luego de su muerte esta materia se desintegra y retorna a los cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire, el fuego, y según la vida que llevó servirá para otras formas, otras creaciones de calidad superior, o bien no podrá ser utilizada sino para creaciones toscas. Observen hasta dónde va la tarea del hombre: debe preocuparse incluso por lo que deja después de su muerte. ¿Todas las partículas de su cuerpo, las impregnó de luz, de amor, de bondad, de pureza, o al contrario, de vibraciones criminales?... El ser humano ha recibido del Creador esta misión grandiosa de transformar y de sublimar a través de su propio cuerpo la materia de la creación: hacer pasar la materia a través de él a fin de hacerla salir divina. Y en un plano más sutil, el acto de respirar cumple el mismo papel que el de comer, con la condición de acompañarlo también de un trabajo con el pensamiento. Quien se sabe armonizar con la respiración cósmica entra en la consciencia divina: inspira la fuerza y la luz de Dios para luego dar esta luz al mundo entero. Ya que esto es también la expiración: distribuir la luz que uno ha extraído cerca de Dios. Haciendo esfuerzos por sobrepasarnos, por superarnos, creamos algo que es más que nosotros mismos: imprimimos en la materia el sello del espíritu. Así cumplimos nuestra tarea de hijos y de hijas de Dios y somos reconocidos, apreciados, escogidos por los espíritus luminosos que se detienen cerca de nosotros porque participamos en su trabajo. III Vida individual y vida universal Todo ser humano es una entidad individual que tiene su propia vida, pero no está solo, hace parte de un todo, y la cuestión que se le plantea a cada uno es conciliar las exigencias de la vida individual con las de la vida colectiva. Cada individuo es particular, la Inteligencia cósmica creó esta diversidad de creaturas y no se puede tratar de nivelarlas, de uniformizarlas. Cada uno tiene el derecho de manifestarse con sus diferencias, su originalidad, pero con la condición de armonizarse con el todo, como en una orquesta. Sí, entre estos instrumentos que son el violín, el violonchelo, el piano, el oboe, la flauta, el arpa, la trompeta, los platillos, el bombo, ¡qué diferencias de forma, de materia, de sonoridad!... Pero de esta diversidad nace una perfecta armonía. Le corresponde entonces a cada quien aprender a ajustar por sí mismo la cuestión de la vida individual y de la vida colectiva. Cada individuo es independiente, autónomo, es claro, pero está también ligado a la colectividad humana, y más allá aún a todos los reinos de la naturaleza, a la colectividad cósmica. Vivimos entonces simultáneamente dos vidas: personal y colectiva. Es una realidad que los humanos viven cotidianamente, pero la mayor parte del tiempo se le escapa a su consciencia. Es deseable por tanto que traten de hacerla consciente, pero también que logren encontrar el equilibrio entre lo individual y lo colectivo. Quien se olvida completamente de sí, para quien solo cuenta la colectividad, va a sufrir y a periclitar. Pero quien se ocupa exclusivamente de sí mismo entra en conflicto con la colectividad, pues olvida que no es más que una ínfima parte de un todo con el cual debe hacer intercambios razonables y armoniosos. Por consiguiente, quien se sienta impulsado a fundirse en la vida colectiva, universal, no debe perder la consciencia de sí mismo, a fin de poder siempre pensar y actuar en tanto individuo autónomo y responsable. Y quien se sienta un ser muy distinto de los demás, conservando el sentimiento de su propia individualidad, debe entender que pertenece a un todo, que es una célula del organismo social. Y además él no pertenece a este todo que es el universo como si fuera una piedra, una planta o un animal; en tanto ser pensante, tiene un papel que desempeñar: debe participar en la construcción de este edificio que es la vida colectiva. No obstante, entiéndanme bien, cuando yo hablo de «colectividad», no se trata únicamente de la colectividad humana, sino también del universo entero, de todas las creaturas en el universo, hasta Dios mismo. Y se puede hacer una comparación: esta colectividad, esta inmensidad por la que ustedes trabajan es como un banco, y todo lo que hacen por ella es una inversión que se les devolverá un día amplificada. Como el universo hace siempre negocios formidables, se enriquece sin cesar con nuevas constelaciones, con nuevas nebulosas, con nuevas galaxias, todas estas riquezas vendrán hacia ustedes un día. No vendrán inmediatamente, es evidente, pero vendrán. Cuando uno invierte una suma en un banco, no se reciben los intereses al día siguiente, se debe esperar, y entre más se espere, más los intereses son elevados. Exactamente la misma ley actúa en el plano espiritual. Ustedes trabajan con mucho amor, mucha paciencia, mucha confianza, y al comienzo no obtienen ningún resultado. Pero no se desanimen; si lo hacen es porque no han descifrado bien el significado de las leyes que rigen la banca y la administración. Aprendan a descifrarlas y comprenderán que hay que esperar. Luego, las riquezas lloverán de todos los lados, e incluso si tratan de escaparse, imposible, el universo entero les arrojará sus bendiciones sobre la cabeza. Porque ustedes las provocaron. ¡Es la justicia! Mientras los humanos no sepan equilibrar la vida individual y la vida colectiva y mientras pongan su interés personal primero que el de la colectividad, no habrá solución a sus problemas7. Y allí también, cuando digo interés de la colectividad, no hablo solamente de la colectividad de seres humanos, sino del universo entero. Ellos quieren servirse siempre del universo para su sola satisfacción. Observen cómo explotan la flora, la fauna, el suelo, el subsuelo, el mar, etc.… Si algún día tienen los medios técnicos suficientes, ¡verán lo que van a hacer con el sol, la luna o los demás planetas!... E incluso al Señor, si pudieran, se las arreglarían para someterlo, para meterlo en botellas a fin de venderlo o hacer cocer sus alimentos. Todo lo que existe, el hombre lo utiliza como medio para una única meta: su satisfacción material. Entonces, he aquí ahora lo que hay que cambiar: hay que invertir el fin y los medios: tener como meta la fraternidad universal, la armonía universal y utilizar para esta meta todos los materiales que tenemos a nuestra disposición, pero también nuestras cualidades, nuestras facultades, nuestras energías. Solo con esta condición serán resueltos un día todos los problemas de la humanidad. El error más grande de los humanos consiste en imaginarse que es siempre más ventajoso para ellos apartarse de la armonía universal, y que liberándose de las leyes de la naturaleza serán más poderosos, más libres, más ricos y más felices. Pues bien, en lo absoluto: no saben que la verdadera fuerza, la verdadera felicidad es poder vibrar en armonía con el cosmos, escuchar esta sinfonía de toda la naturaleza donde todo canta, las montañas, los ríos, las estrellas… Yo era aún muy joven cuando se me concedió escuchar esta sinfonía cósmica llamada «la música de las esferas». Fue una experiencia indescriptible: salí de mi cuerpo y creí que iba a pulverizarme y a disolverme en el espacio. Fue maravilloso y terrible a la vez… Y es una lástima, tuve miedo e hice todo para regresar a mi cuerpo. Sí, no hay palabras para expresar esta sensación… Son instantes muy poco frecuentes y considero un privilegio haberlos podido vivir. Si los humanos aceptaran estudiar cómo el universo ha sido creado, de qué regiones está constituido y qué creaturas habitan estas regiones, comprenderían que se encuentran en el cuerpo de la naturaleza viviente y que deben comportarse en armonía con este todo. Ya que quienes producen demasiados disturbios con su actitud anárquica, la naturaleza los rechaza. Sí, ella se purga y son expulsados de su cuerpo. Los anarquistas nunca son aceptados por mucho tiempo. Si no son los humanos los que los combaten, es la misma naturaleza, porque no tolera la desarmonía. Es como un tumor, un cáncer en su cuerpo, y ella le pone remedio. ¿Qué creen ustedes? La naturaleza, ella sabe defenderse. Nada es más importante que vivir en armonía con este gran cuerpo en el cual habitamos y somos alimentados. En esta armonía todos los bienes están incluidos8. El que trabaja por realizar tal armonía comienza a sentir que todo su ser vibra al unísono con el universo y comprende lo que son la vida, la creación, el amor… no antes; antes es imposible comprender. Intelectualmente, exteriormente, se puede siempre creer que uno comprende algo, pero no: la comprensión, la verdadera, no se produce con algunas células del cerebro, se produce con todo el cuerpo, incluso con los pies, los brazos, el vientre, el hígado… Todo el cuerpo, todas las células deben comprender. La verdadera comprensión es una sensación9. Ustedes sienten, y en ese momento comprenden y saben: porque han experimentado. Ninguna comprensión intelectual puede compararse con la sensación. El universo no es sino armonía; entonces, si ustedes quieren evolucionar, avanzar espiritualmente, si desean el bien de toda la humanidad, deben trabajar por hacer concordar todo su ser con las corrientes luminosas, con las creaturas de todas las jerarquías celestes para vibrar al unísono con ellas. Su verdadera fuerza está únicamente en la facultad que tienen de trabajar con la armonía, de amarla, de desearla, de introducirla por todas partes en ustedes, en cada movimiento, en cada palabra, en cada mirada. El día en que realicen esta armonía, de una sola vez se les revela el sentido de la vida y viven en la plenitud, pues la armonía les aporta todo… Imprégnense entonces de la palabra «armonía», no piensen en ninguna otra, consérvenla en ustedes como una especie de diapasón, y apenas se sientan un poco inquietos o perturbados, tomen este diapasón y escúchenlo, a fin de poner todo su ser en consonancia con la vida ilimitada, con la vida cósmica. Armonizarse con algunas personas: su mujer, sus hijos, sus padres, sus vecinos, sus amigos, está bien pero no es suficiente. Pueden estar en acuerdo con su familia, con la sociedad, pero estar en desacuerdo con la vida universal, y entonces poco a poco esta disonancia se infiltra en ustedes y carcome todo su organismo psíquico. Deben primero ponerse en armonía con la vida universal, ya que ella les traerá todo lo que necesitan: la salud, la belleza, la luz, la felicidad, y sentirán que ya ni siquiera la idea de la muerte los perturba. Sí, a quien entra en armonía con la vida universal, lo abandona la angustia de la muerte. Ustedes comprenderán un día las transformaciones que pueden producirse en la tierra gracias a su trabajo con la armonía, en cuántos hogares, en cuántos países están inspirando a cantidades de personas que quieren salir del desorden en el que el mundo está inmerso. He ahí algo que aún se les escapa por el momento. Si se nos ha pedido hacer este trabajo es porque no solamente nosotros comenzamos a experimentar el Reino de Dios, sino especialmente porque enviamos al mundo entero, y hasta las estrellas, corrientes, ondas, fuerzas de una potencia tal y de un esplendor tal que, tarde o temprano, toda la humanidad se verá obligada a transformarse y a vivir en armonía, dicha y paz. Les daré ahora un ejercicio que les será muy útil: les enseñaré a hacer un rosario. Dirán: «¿Pero cómo? ¿Va a decirnos cómo ensartar perlas en un hilo para mascullar oraciones?» Esperen y van a entender. Si los rosarios tienen tanta importancia en muchas religiones es porque simbolizan el encadenamiento de fuerzas cósmicas, la sucesión infinita de elementos y de seres. Nosotros todos hacemos parte también de una cadena, no hay que olvidar eso nunca, pues manteniendo la consciencia de que pertenecemos a este infinito desenvolvimiento, vivimos al unísono con la armonía cósmica. Por consiguiente, lo que deben entender es que más que un objeto material, un rosario es primero que todo una realidad interior, pues ustedes hacen parte de él. Entonces, he aquí el ejercicio. Concéntrense comenzando por tomar consciencia de ustedes mismos, de su Yo profundo, ya que ustedes son la primera perla que van a ensartar en este hilo misterioso de existencias. Dicen: «¿Ah, ah, soy una perla?» Pero claro, no se les reconoce quizás aún como una perla, pero eso no importa. La perla es pequeña aún, pero crecerá. Pues las perlas crecen. ¡Sí, en mi historia la perla crece! La segunda perla es su padre. «¿Mi padre? Oh, no es muy bueno que digamos: tiene toda clase de defectos…» Eso no importa, lo van a poner en el rosario porque es necesario allí. Ustedes son el centro de su reino; él es el centro, la cabeza de la familia, e incluso si por el momento no es extraordinario o ya no está, es muy importante en tanto símbolo porque representa al Padre celeste. Es entonces la segunda perla que van a ensartar para unirlo a ustedes, hacerle bien y unirlo también a las demás perlas. A continuación, busquen a quien esté a la cabeza de su ciudad: el alcalde. «Pero no es tan representativo, no está a la altura…» Eso tampoco importa: desde el punto de vista simbólico, es la cabeza, la gente se dirige a él para expresarle sus necesidades, y cuando los delegados del gobierno vienen de visita, él los recibe. Por tanto, simbólicamente desempeña de todas formas un papel central, y es la tercera perla que ustedes enhebran en su hilo. Luego, busquen a quien esté a la cabeza del país, el jefe de Estado, y ensarten la cuarta perla. Después del jefe de Estado busquen al Regente de la tierra, esta entidad cósmica que preside los destinos de nuestro planeta. Él es una gran perla, ya que es mucho más sabio, más noble y más grande que los precedentes. Es la quinta perla. Enseguida, llamen a quien esté a la cabeza del sistema solar, al Espíritu del sol, que agregan a su rosario. Es la sexta perla. Y no se detengan allí, llamen aún al Maestro del universo, a Dios mismo. Es la última perla. He ahí, ensartaron siete perlas: ustedes están en un extremo del hilo y Dios en el otro. Ahora, unen estos dos extremos, y se establece una corriente que parte de Dios, pasa a través del sol, el Regente de la tierra, y así sucesivamente hasta su padre y ustedes, luego de nuevo a Dios… De este modo reconcilian la vida individual con la vida universal, y hacen un trabajo benéfico en ustedes mismos y en el mundo entero. Y les diré que es una de las mejores formas de ayudar a su país, ya que contribuyen a que sus responsables, sus gobernantes estén bien inspirados: cumpliendo sus funciones recibirán fuerzas y corrientes luminosas, porque alguien los habrá ligado al Cielo. Los dirigentes de un país están continuamente expuestos a las críticas, a la hostilidad o a las burlas de los ciudadanos. Y por todos lados, para divertir al público, en los cabarés, los espectáculos de variedades, la radio, la televisión, se presenta a los políticos de manera ridícula, grotesca. Claro, a veces hay de qué criticar y burlarse, pero en todo caso, no es de esta forma que se impulsará a los responsables políticos a mejorar. Al contrario, hostigándolos con pensamientos y sentimientos negativos, no solamente nada se arregla, sino que se crean en lo invisible condiciones para que cometan aún más errores y tomen decisiones cada vez menos luminosas para el país. ¡Pues sí, va muy lejos este asunto!... Entonces, si quieren realmente ayudar a su país, en vez de echar pestes en contra de quien lo dirige, envíenle luz, a fin de que esté siempre bien inspirado. Ustedes no pueden ayudar directamente a su país, pues ¡hay tantos habitantes, tantos asuntos diferentes que tratar! Pero basta con ayudar a un hombre, uno solamente, es más fácil, él le hará bien a todos porque muchas de las soluciones a los problemas que se plantean dependen de él. Si logra hacer aprobar leyes sociales en favor de la salud pública, de la vivienda, de la educación, etc., todos se beneficiarán con ello porque uno solo habrá sabido tomar buenas decisiones. Los ciudadanos de un país deben por fin tomar consciencia de los lazos que existen entre ellos y sus dirigentes. No basta con exigir esto, con reclamar aquello, hay que aprender a conocer los métodos más eficaces para obtener lo que se desea sin provocar situaciones peores que los males que se pretendían remediar. Entonces, ahora ustedes entienden mejor lo que representa verdaderamente un rosario. En un rosario, como en un collar, todas las perlas, sean pequeñas o grandes, están unidas entre ellas por medio de un hilo central. Asimismo, el centro de la creación, Dios, que es la Fuente primordial, la Causa primera, el Espíritu de todo lo que está vivo, se refleja en todos los planos, en todas las regiones. La cabeza de una familia, la cabeza de una sociedad, la cabeza de un país, la cabeza del sistema solar, la cabeza del universo, todas estas cabezas representan, a distintas escalas, el único principio divino, y están unidas entre ellas como por un hilo central para que reinen la unidad, el orden y la armonía. Si separan a alguna de estas cabezas de Dios, no sacarán de ello ningún beneficio10. Pero, evidentemente, es igualmente deseable que todos quienes en la vida colectiva representan un centro: el padre (o en ciertas situaciones la madre) de familia, el profesor, el alcalde de una comuna, el rey, o el presidente de la República, el jefe de una comunidad espiritual o religiosa, etc., tomen consciencia de este vínculo que hace de ellos representantes de Dios. Así, cada uno cumple verdaderamente su función en la región y en la extensión que dispone. Todo está en la comprensión, todo está en la consciencia, y le corresponde a cada uno establecer para él mismo y para los demás este lazo espiritual con Dios, la primera Cabeza, a fin de recibir de Él rayos, fuerzas y virtudes de las que podrá luego hacer beneficiar al mundo entero. IV Nuestra responsabilidad: purificar la atmósfera psíquica En todos los ámbitos: político, social, científico, económico, religioso, moral, se escucha a la gente hablar de responsabilidad. Sean miembros del gobierno, del clérigo, sean jefes de empresas o profesores, todos creen que son responsables de aquellos que dependen de sus decisiones o de su enseñanza. Es verdad, pero están lejos de considerar la cuestión con la misma amplitud de punto de vista que los Iniciados. La prueba, la mayor parte del tiempo resienten su responsabilidad como una carga que les quita su tranquilidad, como un lastre que pesa mucho sobre sus hombros, y en lugar de ser vivificados, iluminados, se sienten pesados, aplastados. Mientras que al contrario, gracias a sus responsabilidades, un Iniciado puede proseguir con su evolución tocando todas las regiones, pues sin cesar busca la manera de manifestarse y actuar para arrastrar consigo a su entorno. Esto no quiere decir que no sienta ningún peso, no, pero considera sus responsabilidades como un medio para avanzar espiritualmente. Hablando de este modo yo no pienso solamente en las responsabilidades visibles, tangibles, de quienes cumplen una función en la sociedad. Quiero referirme también a una responsabilidad mucho más vasta que incumbe a los seres más conscientes, más evolucionados, aun si como los Iniciados del Himalaya, viven retirados y desconocidos por todos. Esos seres se sienten a cargo de una responsabilidad respecto de todas las creaturas11, simplemente porque ellos mismos son creaturas del Señor y que por este solo hecho de haber sido creados han recibido facultades, poderes. Saben que son responsables del uso que harán de ellos, y por tanto trabajan sin cesar para ayudar al mundo entero. Evidentemente, no es así como la mayoría de los humanos considera el asunto. Puesto que no son conocidos, creen no tener tanta responsabilidad. O también, si cumplen funciones importantes en la sociedad, están preocupados, activos durante toda la duración de su cargo, y luego, desde que abandonan la palestra pública, piensan que sus responsabilidades llegaron a su fin y que pueden vivir tranquilamente, jubilarse, como se dice. Dejando de ejercer una función social o histórica, se imaginan que su papel ha terminado. Pues no, justamente es ahí donde se equivocan. Sea cual sea su papel o su cargo en la sociedad, cada quien es responsable. Todos somos responsables: por el solo hecho de que todos venimos de un mismo Padre, que la creación es la obra de un solo Creador, estamos unidos. Cada ser humano tiene lazos invisibles, etéricos, no solamente con los demás seres humanos, sino con los animales, las plantas, las piedras, así como con los ángeles, los arcángeles, las divinidades… Ustedes dirán: «¿Pero por qué?» No hay que preguntarse el porqué, es así. Creando el mundo, el Señor hizo las cosas así: no existe una partícula de polvo, una célula, un electrón en el universo que por sus vibraciones no esté unido al universo entero. A pesar de las apariencias, la separación no existe, es una ilusión, nada está separado12. Sin que lo sepamos, estamos en comunicación con el universo entero. Vale entonces la pena reflexionar sobre este tema para comprender que todos tenemos responsabilidades que podemos utilizar como magníficas oportunidades para desarrollarnos, volvernos más lúcidos, más inteligentes y mejores. De lo contrario, uno corre el riesgo de volverse como mucha gente que se aprovecha de la menor función, del menor cargo que les es otorgado para ejercer su voluntad de poder sobre los otros, humillarlos, maltratarlos, etc. Por tanto, deben estar extremamente vigilantes, conscientes de que si abusan de los poderes que les da el puesto que ocupan, provocan fuerzas que se devolverán un día contra ustedes. La ley de la responsabilidad está fundamentada en el hecho de que, de un reino al otro del universo, todas las creaturas están unidas entre sí y se influencian mutuamente. Claro, incluso las personas más dañinas nunca podrán con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos poner seriamente en peligro estos diferentes reinos, pues están muy bien estabilizados y protegidos. Pero las manifestaciones buenas o malas de los humanos ejercen una influencia real. Quien evoluciona se lleva consigo a todos aquellos que están unidos a él… y son numerosos, no solamente personas de su familia, sino también muchos seres en la tierra. Entonces, saber que por medio de su vida pura, noble y luminosa, ustedes arrastran a todas las creaturas hacia el buen camino, ¿no es ello un magnífico estímulo? Incluso si les parece que lo que hacen no produce ningún efecto… sí, hay siempre algo en el mundo que se despierta, que se mueve, que recibe un impulso. E inversamente, cuando se dejan llevar, cuando retroceden, se llevan a los demás con ustedes, los influencian, crean condiciones que precipitan su caída. Les daré un ejemplo. Han meditado larga y profundamente enviando luz y amor al mundo entero, y luego salen a caminar por las calles para relajarse un poco. Cuando regresan a su casa, no tienen la sensación de haber hecho algo… Pues bien, en esto se equivocan. Si fueran clarividentes, verían el bien que su presencia ha podido hacer en las personas que cruzaron por su camino, sin que ustedes se dieran cuenta. Algunos que tenían proyectos dañinos los abandonaron, otros que estaban atormentados, desanimados, reencontraron la paz y el gusto de vivir. Les contaré una anécdota. La siguiente aventura ocurrió al parecer en Nueva York. Dos automovilistas que conducían a toda velocidad se estrellaron: ninguno resultó herido y los daños materiales fueron pocos. Cada uno reconoció que el exceso de velocidad pudo haber sido la causa del accidente, y se separaron sin reclamar nada. Mucho tiempo pasó. Un día, para su sorpresa, los dos fueron citados a comparecer ante el tribunal. ¿Qué pasó? Una institutriz que había sido testigo de la colisión presentó una denuncia contra ellos. El haber visto el choque de los dos carros la impresionó tanto que se enfermó al punto de no poder volver a ejercer su ocupación: no dejaba de escuchar ruidos extraños en su cabeza. ¡Y la justicia condenó a los dos hombres a pagarle una indemnización! He ahí una historia muy interesante pues, en efecto, ella nos revela algunas leyes que regulan el mundo invisible. Dos personas que debido a su conducta provocaron daños piensan haber solucionado perfectamente el asunto porque lo arreglaron entre ellas. Pues bien, no, una tercera persona, en algún lugar del mundo, puede haber recibido un choque a causa de ellas, y la justicia vendrá un día a pedirles cuentas. Los culpables dirán: «¡Pero este asunto no nos concernía sino a nosotros! -Pues no, responderá la justicia, deben pagar». Es así como el destino viene a sorprender a los humanos sin que le hayan hecho mal directamente a los demás. Esto ya les ha pasado: cada vez que se asombran porque tienen que pagar cuando no se sienten responsables, es la prueba de que son responsables de todos modos; la ley divina los ha juzgado como responsables. La ley de la responsabilidad, yo no conozco sino eso. ¡Si ustedes creen que invento, que bromeo! Esto de lo que les hablo representa mis preocupaciones de todos los días, es mi vida. Entonces, traten ustedes también de volverse más conscientes de los efectos que pueden producir en los demás sus estados buenos o malos. Si no me creen, tanto peor para ustedes, un día lo verificarán. Cuando lleguen al otro lado y se les muestre: «He ahí, ustedes fueron la causa de tal o tal crimen, de tal o tal accidente», por más que protesten diciendo que nunca hicieron ese mal, que nunca robaron, nunca mataron, se les responderá: «Es claro, pero con sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, influenciaron a los seres que hicieron ese mal». Cada ser está siempre en relación con los habitantes de la región, del medio al que pertenece. Cuando se envilece, se lleva consigo a muchos otros, y cuando se eleva, igualmente. Es lo que hace que el bien y el mal sean tan poderosos: porque no están aislados. El mal tiene ramificaciones, amistades, conexiones incalculables, y el bien también. Por ello cada ser no solamente es responsable de lo que hace, sino también de lo que piensa, y de los sensaciones que experimenta. ¡Cuántos realizan así sin saberlo los proyectos de personas que ni siquiera conocen! Esto les parece inverosímil, pero es así. Porque los pensamientos y los sentimientos son fuerzas actuantes13 que pueden influenciar a aquellos a quienes por su estructura psíquica están preparados adecuadamente para captar las ondas emitidas por otros. ¡Cuántas personas débiles terminaron por cometer crímenes, porque fueron empujadas por la fuerza de pensamientos y sentimientos negativos de otras personas! Y como la justicia no es clarividente, no castigó a aquellos que habían lanzado al espacio esos pensamientos y esos sentimientos criminales, sino a quienes los ejecutaron, aunque no eran en realidad los verdaderos culpables. Claro, eran culpables de haberse abandonado y debilitado al punto de convertirse en los instrumentos de corrientes negativas; pero los verdaderos instigadores de estos crímenes no eran ellos. Ustedes dirán: «Pero ¿cómo se explica que pensamientos y sentimientos tengan semejante poder?» Porque todos los pensamientos, todos los sentimientos que los humanos forman consciente o inconscientemente son seres vivos que alimentan cada día con sus propias emanaciones. ¿Les asombra esto? Pues bien, es la realidad: estos pensamientos y estos sentimientos, buenos o malos, son pequeñas creaturas que traemos al mundo y que para subsistir, se alimentan de la misma sustancia de su creador. ¡Cuántas veces he insistido en el hecho de que la vida psíquica es semejante a la vida física! En una familia, los hijos son muchos brazos y piernas para secundar a los padres en su trabajo, todo se hace rápido en la casa cuando los padres tienen buenos hijos. Y si estos hijos ganan premios, uno viene a felicitar a los padres. Por el contrario, si los hijos son demasiado turbulentos, no solo destruyen todo en la casa, sino que hacen alboroto y estragos en el barrio, y los transeúntes, los vecinos, incluso la policía vienen a buscar al padre y a la madre para pedirles cuentas. Ya que los padres son considerados como los responsables de las necedades de sus hijos, y están obligados a enmendar los daños, a «pagar los platos rotos». Pues bien, lo mismo se produce en el plano psíquico. Por ello es tan importante conocer estas verdades del mundo interior, a fin de convertirse en un creador consciente. No basta con someterse exteriormente a reglas, hay que acostumbrarse interiormente a crear sin cesar pensamientos y sentimientos benéficos, luminosos, a enviar día y noche de su corazón, de su alma, estos pequeños seres invisibles pero reales que actúan favorablemente en todas las creaturas. ¡Pero pregúntenle a los humanos lo que hacen con sus pensamientos y sus sentimientos! Crean seres maléficos, monstruos. Sí, si aceptan detenerse por un momento para reflexionar, las personas de buena fe se ven obligadas a reconocer que en tal o tal momento se permitieron tener pensamientos y sentimientos malsanos, destructores, y estos pensamientos y estos sentimientos no quedan sin efecto. No solo las palabras o los actos producen resultados, también los movimientos de la vida interior; pues allí también se remueven elementos, se ponen en funcionamiento aparatos, se desencadenan corrientes, se proyectan fuerzas, se provocan entidades, y forzosamente se producen consecuencias. Un día se llegará a tomar fotos de los pensamientos y los sentimientos, con sus colores, sus formas, sus dimensiones, su intensidad, sus movimientos. Sí, porque los pensamientos y los sentimientos son materiales, de una materia extremamente sutil, pero es materia; y un día, gracias al desarrollo de la tecnología, se inventarán aparatos que podrán fotografiarlos. Entonces, ¡cuántas cosas se descubrirán! Si ustedes dicen: «¡Tengo derecho a pensar y a sentir, a desear todo lo que me plazca, eso no me incumbe sino a mí!» pues bien, justamente no, pues deben luego expulsar una gran cantidad de desechos. Ahora bien, teniendo en cuenta que en el plano psíquico no existen, como en el plano físico, lugares reservados para la eliminación, se verán obligados a deshacerse de ellos sobre todos aquellos que los rodean. Como los animales. Los animales (salvo excepciones) no tienen lugares especiales para depositar sus excrementos y ensucian todo sin preocuparse. El animal es semejante a los cuerpos astral y mental inferior del hombre. Los hombres que se alimentan de sentimientos, de pensamientos y de deseos ordinarios se comportan exactamente como los animales: dejan porquerías por doquier. Por ello la atmósfera psíquica de la tierra se convierte en un verdadero pantano. ¿Qué es un pantano? Un lugar donde no llega agua nueva a purificar14 y donde pululan bichos de toda clase: ellos se alimentan y expulsan sus excrementos en la misma agua, unos absorben la suciedad de otros. He ahí a la humanidad: gusanos, renacuajos, sapos en un pantano, expulsando sus porquerías y tragándose las de sus vecinos: el odio, la sensualidad, la maldad, la envidia, la codicia… Si fueran un poco clarividentes, verían formas horribles, negras, pegajosas, que salen de una cantidad de creaturas para ir a acumularse en las capas de la atmósfera. Cada vez más uno se queja de la polución. Los científicos están alertados y revelan que todo está polucionado: la tierra, el agua, el aire, y que las plantas, los peces, las aves, los humanos se están asfixiando. Ya no saben cómo ponerle remedio a esto. Y por cierto, si encontraran la forma, no sería sino para mejorar la situación exteriormente. Ahora bien, esto es insuficiente. Ya que en el mundo psíquico se propagan también miasmas que están asfixiando a la humanidad, y las personas que son verdaderamente sensibles sienten que la atmósfera del mundo psíquico es aún más irrespirable que la del mundo físico. Se quejan de los gases carburantes, pero los humanos también no hacen nada distinto a envenenar la atmósfera espiritual con gases tóxicos: sus malos pensamientos y sus sentimientos de odio, de envidia, de ira, de sensualidad. Todo lo que se enmohece y se pudre en el hombre en forma de pensamientos y sentimientos impuros produce exhalaciones pestilentes. Se culpa a los carros, pero ¿qué son los carros al lado de muchos miles de creaturas ignorantes que nunca han aprendido a controlar su vida interior? ¿Cómo no darse cuenta de que la polución no existe solamente en el plano físico? Hay gente que incluso sin tocarlos, solo con sus emanaciones, puede envenenarlos. Si hubieran laboratorios con aparatos lo suficientemente perfeccionados, se lograría verificar el poder de las emanaciones fluídicas. Así se constataría cuánto las emanaciones de un ser espiritual son benéficas para todas las creaturas, incluso para las piedras, para las plantas, para los animales. Una presencia semejante, desinteresada, llena de amor, actúa tan favorablemente en el entorno como la presencia de un criminal puede actuar negativamente. Incluso los espíritus que han dejado la tierra vienen junto a este ser luminoso para alimentarse de sus emanaciones. Si la atmósfera de la tierra no se ha vuelto completamente irrespirable es gracias a semejantes seres que no piensan sino en esparcir la paz y la luz a su alrededor. ¿Pero cómo enseñarles a los humanos a controlar sus pensamientos, sus deseos, para no polucionar la naturaleza y las regiones etéricas? Ni siquiera son lo suficientemente atentos para evitar la polución del plano físico, con mayor razón entonces la del plano psíquico que no ven; siguen dejando escapar malos pensamientos, malos sentimientos que van a penetrar en todas las personas que frecuentan. Quizás estas personas no tienen una consciencia tan despierta como para darse cuenta de la naturaleza nociva de los elementos que penetran en ellas, las envenenan y las destruyen; pero incluso si no se dan cuenta, ya estos elementos actúan, y quienes los han enviado un día serán castigados. Sí, porque todo se inscribe: cuántos lugares polucionaron, a cuántos seres ensuciaron… todo esto es anotado. La naturaleza es un organismo vivo del cual hacemos parte. Cada ser humano es una célula situada en algún lugar en el inmenso organismo cósmico que lo mantiene, lo alimenta, lo vivifica. Si se comporta como un ser maligno, se convierte en una especie de tumor en este organismo. Y como la naturaleza no puede soportar a un individuo que está allí, creando sin cesar focos de infección, pues bien, yo se los he dicho, toma un purgante y es expulsado: se enferma o muere. Hay que pensar entonces en vivir en armonía con este gran cuerpo universal en el que somos «albergados y alimentados», esforzándonos por proyectar menos inmundicias, por producir menos daños, y por trabajar, al contrario, para llenar el espacio de pensamientos puros, luminosos, benevolentes: como las cosas nunca se quedan en el mismo lugar sino que se propagan, estas ondas purificadoras serán una bendición para la humanidad. ¿Pero dónde están los seres iluminados que quieren hacer este trabajo? No hay muchos: cada uno está ocupado en sus propios intereses y trata de triunfar a cualquier precio, a golpes, a arañazos, a mordiscos y a patadas. Por doquier se emplean estas armas para abrirse camino. ¡Pero cuán costosa es esta actitud para la humanidad!... Es preciso que cada vez más se formen en toda la tierra focos espirituales donde los humanos, instruidos en la Ciencia iniciática, aprenderán a purificar la atmósfera, la atmósfera interior primero, luego la atmósfera exterior. Y es lo que hacemos aquí en la Fraternidad Blanca Universal: creamos focos de luz, porque la luz alegra y atrae a los habitantes de regiones superiores. Por medio de nuestros cantos, nuestras meditaciones, nuestras oraciones, enviamos a través del espacio rayos que las entidades celestes perciben desde muy lejos. Cuando entre las tinieblas espirituales que rodean la tierra, ellas descubren estos puntos luminosos, son atraídas por su claridad y vienen a contemplarlos vertiendo sobre nosotros sus bendiciones. De esta forma, poco a poco, nos reconocen y nos volvemos ciudadanos del mundo de arriba. Por doquier en el mundo, focos de luz son necesarios porque sirven de vínculo entre el Cielo y la tierra. Son canales vivos por medio de los cuales descienden las bendiciones divinas. Sin ese vínculo la tierra se convertiría en presa de todas las fuerzas oscuras y destructivas. Si ustedes quieren verdaderamente ayudar a su familia, a su país, al mundo entero, deben hacer todo por crear estos centros de luz a través de los cuales la tierra entra en contacto con el Cielo. Formar tales centros es la tarea más gloriosa que puedan emprender: hacer que todas las almas humanas aprovechen sus esfuerzos, que gracias a su trabajo reciban el alimento espiritual y la dicha. V En el reino de la Naturaleza viviente ¡Cuántas personas tienen la impresión de haber sido arrojadas al mundo como a un medio que les es extraño e incluso hostil! ¿Por qué? Porque han perdido el contacto con la naturaleza. No sienten ya esta amistad, este benevolencia de todo lo que existe a su alrededor: las piedras, las plantas, los animales, el sol, las estrellas… Incluso cuando se encuentran en su casa protegidos, están inquietos, perturbados. Aun durante el sueño se sienten amenazados. Es una impresión subjetiva ya que, en realidad, nada los amenaza tanto; pero interiormente algo se desmoronó y ya no se sienten protegidos. Es necesario entonces que restablezcan el contacto con la vida universal a fin de comprender el lenguaje de la naturaleza y de trabajar en armonía con ella. Toda la naturaleza habla, pues todo lo que existe en el universo posee una forma particular de expresarse. La cuestión está en trabajar en nuestras facultades de percepción a efectos de comprender cada manifestación de la naturaleza y sus formas de lenguaje, pero también de encontrar en nosotros mismos medios de expresión para dirigirnos a ella o responderle15. Pues la naturaleza está viva y es inteligente. Sí, inteligente: la inteligencia no es únicamente característica de los humanos. Es muy difícil admitirlo para algunos, lo sé, pero es necesario que conozcan esta verdad: a medida que cambiamos de opinión acerca de la naturaleza, modificamos nuestro destino. La naturaleza es el cuerpo de Dios. Si pensamos que está muerta y que es estúpida, disminuimos la vida en nosotros, y si pensamos que está viva y que es inteligente, que las piedras, las plantas, los animales, las estrellas están vivos y son inteligentes, introducimos la vida también en nosotros. Y puesto que la naturaleza está viva y es inteligente, debemos ser extremamente atentos, respetuosos con ella, y acercarnos a ella con un sentimiento sagrado. Cuántos de ustedes piensan: «¡Pero qué importa la manera en que considero la naturaleza! Para ella, esto no cambia nada, no le hago ni bien, ni mal». ¿Qué saben ustedes?... Y admitiendo incluso que fuera verdad, traten al menos de tener esta actitud respetuosa debido a los buenos efectos que producirá en ustedes. Sí, si son atentos con las piedras, las plantas, los animales e incluso con los objetos que los rodean, su consciencia del mundo invisible se desarrolla, se profundiza, y se enriquecen con toda esta vida que respira y vibra alrededor suyo. Ser un discípulo de la Ciencia iniciática significa desarrollar la consciencia de que en la naturaleza cada cosa está viva, a fin de respetarla, preservarla, protegerla; se trata de profundizar en uno mismo el espíritu constructivo. ¿Sin duda nunca han pensado en esto? Por ello se sienten a menudo desorientados, angustiados, en el vacío. Para salir de esta situación, piensen que están unidos a las fuerzas y a las entidades luminosas de la naturaleza y que ustedes pueden comulgar con ellas. Esta comunicación ininterrumpida, cada día, con una multitud de creaturas, esto es la verdadera vida. Ustedes dirán: «¿Pero qué medio de comunicación tenemos?» El amor. No hay otro medio sino el amor. Si aman a la naturaleza, ella hablará en ustedes, porque ustedes también son una parte de la naturaleza. Claro, para alcanzar este estado de consciencia es necesaria una larga preparación. Pero el día en que lo alcanzan, se sienten en la luz y en la paz, protegidos por la Madre naturaleza que los reconoce como su hijo; y ella los quiere, los toma en sus brazos, les da sus alegrías. Ustedes ni siquiera saben de dónde vienen esas alegrías, pero son felices, como si el cielo y la tierra les pertenecieran. Todo está vivo en el universo, y les corresponde a ustedes saber cómo trabajar, cómo mantener una relación consciente con la creación para que esta vida venga hasta ustedes. Cuando abran su ventana o su puerta en la mañana, acostúmbrense a saludar al cielo, al sol, a los árboles, a los pájaros… Denle los buenos días a toda la creación. Preguntarán: «Pero… ¿es útil? ¿Sirve de algo?» Sí, sirve para comenzar el día con un acto esencial: unirse a la fuente de la vida. En respuesta a su saludo, la naturaleza entera se abrirá también a ustedes, les enviará fuerzas para todo el día. Y ¿qué hago yo cuando abro mi puerta en la mañana? Levanto mi mano para decir buenos días al día y a toda la creación. Luego, cuando salgo al jardín, saludo a los ángeles de los cuatro elementos: los ángeles del aire, de la tierra, del agua y del fuego. Y a los árboles, a las piedras, al viento, les digo también: «¡Hola! ¡Hola!» Los verdaderos discípulos de la Escuela divina saben enviar mensajes a los seres luminosos de los mundos visibles e invisibles, y recibir los suyos a cambio. Es tiempo de comprender que tienen un trabajo por hacer con su pensamiento, con su amor. Inténtenlo: cuando se acerquen a un lago, a un bosque, a una montaña, deténganse un momento y diríjanles un gesto con la mano. Sentirán interiormente que algo se equilibra, se armoniza, y muchas oscuridades e incomprensiones los dejarán, simplemente porque habrán decidido entrar en relación con la naturaleza viviente y las creaturas que la habitan. Esto es el verdadero trabajo. Salen de paseo y en el camino encuentran piedras, rocas: deténganse de vez en cuando para tomar una piedra en la mano, para escucharla y hablarle… ¿Por qué se dejan engañar por las apariencias? Ustedes creen que porque son inertes, las piedras están muertas, sin alma; no piensan en las historias extraordinarias que podrían contarles si supieran escucharlas. Todo está vivo, y la historia del universo está inscrita en las piedras, y por todas partes en la naturaleza. Sí, porque todo se registra16. Los humanos, siempre tan presuntuosos, se imaginan que son los primeros y los únicos en haber descubierto la técnica de la grabación. Es verdad que han hecho maravillas con la fotografía, el cine, los discos, las cintas magnéticas, etc. Sin embargo, no sospechan que si han podido lograr estas realizaciones es porque el fenómeno de la grabación ya existe en la naturaleza; toda la naturaleza es sensible, y reacciona. Toquen una piedra con amor, ya vibra de otra forma, puede incluso responderles con amor; no obstante, para constatarlo, hay que haber desarrollado algunas facultades de percepción y haber aprendido a descifrar su lenguaje. Pero, ¿quién quiere aprender el lenguaje de las piedras, de las plantas, de los animales? Los humanos aprenderán a leer y a escribir en todas las lenguas del mundo, pero el lenguaje de la naturaleza, el único lenguaje que vale la pena ser conocido, ¡no lo aprenderán! Aunque la lectura y la escritura se han vuelto hoy día actividades tan indispensables en el mundo civilizado, esto no significa que el hombre no podría progresar sin ellas. Leer y escribir representan sin duda grandes ventajas, pero esta importancia dada al papel comporta también muchos inconvenientes. No se confía sino en los papeles, solo los papeles cuentan. Cuando un documento dice que ustedes son culpables, aun si son inocentes se es incapaz de leer en ustedes esta inocencia: se lee el documento y se les encarcela. El hombre no es nada, el papel lo es todo. Vivimos en una civilización que exige que sepamos leer y escribir, y está muy bien, pero existen otras formas de lectura y de escritura, y en ellas quiero insistir. Leer y escribir son dos actividades que hay que aprender a ejercer en otros planos17. Para un Iniciado, leer es ser capaz de descifrar el lado sutil y escondido de los objetos y de las creaturas, de interpretar los símbolos y los signos puestos por doquier por la Inteligencia cósmica en el gran libro del universo. Y escribir es marcar este gran libro con su huella, actuar en las piedras, las plantas, los animales y los hombres con la fuerza mágica del espíritu. No es por tanto únicamente en el papel que hay que saber leer y escribir, sino en todas las regiones del universo. Fue muy difícil en el pasado imponer la enseñanza para todos. Los padres se oponían a que sus hijos fueran a la escuela: ¿de qué podría servir que aprendan a leer y a escribir cuando era necesario ocuparse del ganado, del gallinero, de los cultivos? Y ahora, observen: los niños del mundo entero o casi todos van a la escuela, incluso en los pueblos más primitivos, porque todos comprendieron que era ventajoso. Pero tan difícil como fue en el pasado hacer admitir a los humanos la necesidad de educarse, así de difícil será hacerles entender lo que son la verdadera lectura y la verdadera escritura, e impulsarlos a ejercitarse en ellas. Los humanos no saben leer… No saben leer el gran libro de la naturaleza para encontrar allí las soluciones a los problemas que les preocupan. Pues sí, las soluciones están allí, presentadas por doquier, en el mundo de los minerales, de los vegetales, de los animales y en el ser humano mismo, en su estructura y en las diferentes funciones de su organismo. Pero no lo ven, e irán a consultar libros de autores célebres en los cuales encontrarán respuestas contradictorias; nunca irán a consultar la naturaleza donde la Inteligencia cósmica ha inscrito las soluciones a todos los problemas de la vida. Por ello hacen tanto desorden en este gran cuerpo cósmico. Y además de que no saben leer, los humanos no saben escribir. ¡Oh! Evidentemente, algo escriben de todas maneras. Cada pensamiento, cada sentimiento es una escritura que va a grabarse en algún lugar en los objetos, o en la cabeza y el corazón de hombres y mujeres, pero es un garabato que nadie puede aprovechar y que produce incluso a menudo muchos daños. Lo que un Iniciado llama escribir es un acto de voluntad y de desprendimiento; es remover y someter algo en sí mismo para dejarlo salir y darlo a los demás. Escribir es también dejar una huella y algunos filósofos, algunos artistas han dejado huellas que aún se siguen estudiando desde hace miles de años. Pero por encima de los filósofos y de los artistas, están los grandes Iniciados que son los verdaderos creadores, pues conocen las leyes de la magia divina: solamente trazan en el espacio algunas palabras, letras de fuego que se inscribirán por todas partes en los cerebros y en los corazones. ¿De dónde les viene ese poder? De un saber sobre la naturaleza y las entidades que la habitan. Ustedes dirán: «¡Pero estas entidades no se ven!» Pues bien, no es un argumento, ellas existen. Y si aprenden a trabajar con el lado invisible, sutil de la naturaleza, sentirán su presencia y podrán entrar en relación con ellas. De la tierra al sol, y más allá, todo el espacio está habitado por creaturas18. Los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire y el fuego están habitados. Estas creaturas son mencionadas en las tradiciones del mundo entero. Claro, no se presentan quizás tal y como han sido descritas en las diferentes religiones o culturas, pero ellas existen. Dirán que ni en sus familias, ni en las escuelas, ni en las iglesias han oído hablar del trabajo por hacer con los espíritus de la naturaleza, ni siquiera de la existencia de estos espíritus. Lo sé bien, el hombre occidental cortó desde hace siglos con todas estas realidades de la naturaleza; no se interesa por la naturaleza sino para explotarla, para hacer de ella la decoración de su vida cotidiana, de sus viajes o de sus vacaciones. Toda una revolución debe producirse ahora en los espíritus. Traten de tomar cada vez más consciencia de la existencia de todas estas entidades que, desde las piedras hasta las estrellas, mantienen la vida en el universo, únanse a ellas y pídanles que participen con ustedes en el advenimiento del Reino de Dios en la tierra. Porque yo conozco la realidad de estas creaturas, he hecho todas clase de experiencias de las que ustedes ni siquiera pueden tener idea. Por todas partes donde he viajado, incluso en los mares y los océanos, entraba en contacto con las entidades que dirigen estas regiones, les pedía que todos los barcos que vayan a atravesar esta agua, todas las personas que vayan a bañarse en ellas, reciban algo fraternal, luminoso, divino. Escribía incluso algunas fórmulas que dirigía a quien gobierna el reino de las aguas, y tiraba ese mensaje al mar. Como estas regiones están habitadas por creaturas extremamente evolucionadas, conscientes, sensibles, este mensaje les llegaba, y se ponían a trabajar. Ya sea que vaya a un bosque, al borde del mar o a la montaña, yo me he acostumbrado a hablarle a las entidades que allí habitan, pues sé que todo se registra y un día se producirán resultados. Incluso el bosque de Ville-d’Avray al borde del cual se encuentra Izgrev, así como el bosque del Bonfin o el de Videlinata están llenos de buenas palabras y de buenos pensamientos que lancé cada vez que iba allí a caminar. Por medio de semejantes actividades se puede llegar a hacer el bien a toda la creación. También es deseable que seamos cada vez más numerosos en hacer este trabajo. Claro, yo lo hago, pero si ustedes lo hacen también, habrá más resultados. Cuando vayan a la naturaleza, traten de tomar consciencia de la presencia de todos estos espíritus que la habitan y que existían ya antes de la aparición del hombre en la tierra; únanse a ellos, háblenles, maravíllense ante la belleza del trabajo que realizan en los lagos, los ríos, los bosques, las montañas, las nubes, etc. Entonces, ellos estarán felices, querrán ser sus amigos y les darán regalos: la vitalidad, la dicha, la inspiración… Pero pueden ir aún más lejos. A esta multitud de espíritus que están allí contribuyendo con su actividad a la vida de la naturaleza, pídanles que vengan a ayudar a todos quienes trabajan por el advenimiento del Reino de Dios en la tierra. Un dicho de la sabiduría popular afirma que por todas partes por donde pasa el malo, la hierba no vuelve a crecer. Y de cierta manera es cierto, como lo es también que por todos lados por donde pasa un hijo de Dios trae bendiciones, deja huellas de luz y de amor, a fin de que, cada vez más numerosos, hombres y mujeres vibren al unísono con el mundo divino. Ustedes están en un camino por el bosque: bendigan este camino pidiéndoles a los espíritus que habitan en los árboles que transmitan a todos aquellos que pasarán por allí sus mensajes de paz y de luz. ¿Por qué no tratar de trabajar como el sol que impregna sin cesar el universo con su luz, su calor y su vida? E incluso cuando salgan de vacaciones al borde del mar, allí también sepan que hay otra cosa que hacer que echarse sobre la arena durante horas dejando su pensamiento divagar. Diríjanse a los espíritus de las aguas y díganles: «Ustedes también pueden hacer algo por el bien de la humanidad. Traten de influenciar a todos los que vengan a bañarse o que viajen en barco, inspiren en ellos el deseo de ser mejores. Tienen poderes y si ustedes insisten ellos terminarán por oírlos. ¡Vamos, a trabajar!» A los espíritus de la naturaleza les gusta que uno les dé trabajo, pero no se preocupan nunca del fin, bueno o malo, benéfico o maléfico, de este trabajo. Sea quien sea el que les dé una tarea, ellos la ejecutan, están completamente sometidos a esta voluntad superior que ha logrado dominarlos. Por ello cuando magos, brujos tratan de utilizarlos para empresas abominables, obedecen, pues así están hechos, no tienen ninguna consciencia moral, hacen del mismo modo el bien y el mal. A sabiendas de esto, les corresponde a los humanos mostrarse vigilantes y comprometerlos únicamente en un trabajo divino. Y ahora, alguien dirá quizás: «Pero, ¿tenemos el derecho de influenciar a la naturaleza dejando en ella huellas?» ¡Qué pregunta! La mayoría de los humanos están ocupados contaminándola sin cesar con pensamientos y sentimientos abominables, y nosotros, ¿no tendríamos el derecho de expandir allí la luz, la armonía, la paz, la fraternidad? ¡Qué razonamiento! ¿Acaso la rosa pregunta si tiene derecho a perfumar la atmósfera? Claro que tienen el derecho de actuar, de influenciar a toda la naturaleza, pero con una condición: no dejar sino huellas benéficas, luminosas. Ustedes dirán que nadie les ha hablado nunca de estas prácticas… ¿Pero por qué es necesario que se les hable de ellas? Cuando tienen un hijo o a alguien que aman mucho, ¿es necesario que uno les sugiera que le deseen lo mejor? No, ustedes lo hacen espontáneamente, ya que sus sentimientos los llevan a formular ciertos deseos, a pronunciar ciertas palabras. Entonces, ¿por qué no pensar espontáneamente en formular también deseos por el mundo entero? Observen a la gente cuando viaja: están allí, divirtiéndose o matando el tiempo porque se aburren. ¿No podrían aprender a hacer un trabajo con el pensamiento para ayudar a los habitantes de las regiones que atraviesan, así como a los que vendrán a estas regiones?... Para obtener grandes resultados, es preciso evidentemente que la persona que se dirija a los espíritus de la naturaleza sea muy evolucionada: a causa de su luz, de su pureza, de su dignidad, es escuchada. Todo lo que ustedes hacen en el mundo invisible solo tiene eficacia si poseen cualidades y virtudes para fundamentar su acción, pero nada les impide comenzar este trabajo. En todo caso hay que liberarse de esta idea según la cual solo humanos pueden ayudar a otros humanos, y que no pueden ayudarlos sino con una acción política, económica, social. No, en este organismo vivo y consciente que es la naturaleza y al que pertenecemos, una multitud de entidades están listas a contribuir a la evolución de la humanidad. La tierra, el agua, el aire y el fuego, los cuatro elementos, han jurado ante el Eterno ayudar a todos aquellos que trabajan por convertirse en creaturas de paz, de armonía y de belleza. Por tanto, en adelante, donde sea que vayan en la naturaleza, piensen en dirigirse a todos los seres que viven en las grutas, los árboles, los arroyos, los lagos, e incluso en el sol y las estrellas: pídanles que vengan a participar en el advenimiento del Reino de Dios en la tierra. Un día, miles de espíritus se pondrán en marcha para trabajar en los corazones y en los cerebros humanos, y el Cielo reconocerá en ustedes a un constructor de la nueva vida, a un hijo, a una hija de Dios. 1 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. I: «Del hombre a Dios: la noción de la jerarquía». 2 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VII: «Participar en el trabajo de la Fraternidad Blanca Universal», tercera parte. 3 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico». 4 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. III: «Tomar y dar». 5 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. VIII: «Sobre la comunión». 6 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VIII: «La imagen del árbol – La individualidad debe devorar a la personalidad»; cap. XII: «El significado del sacrificio en las religiones». 7 Cf. Una filosofía de lo Universal, Col. Izvor No. 206, cap. VIII: «La fraternidad, un estado de consciencia superior». 8 Cf. La armonía, Obras Completas, t. 6, cap. I: «La armonía». 9 Op. cit., cap. IX: «El plexo solar y el cerebro». 10 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. VI: «El Maestro en el rosario de 7 perlas». 11 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. IX: «La dimensión universal de un Maestro». 12 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. II: «El hombre entre la personalidad y la individualidad». 13 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. IV: «Vida y circulación de pensamientos». 14 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. III: «La fuente y el pantano». 15 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. III: «Intercambios vivos y conscientes». 16 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VII: «La ley de la grabación». 17 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. IV: «Leer y escribir». 18 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXII: «Los espíritus de la naturaleza». 5 «Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» Está dicho en el Salmo 116: «Yo caminaré en la presencia del Eterno, en la Tierra de los Vivientes». Esta Tierra de los Vivientes, ¿dónde se encuentra? En realidad, puede decirse que es nuestra tierra. Ya que lo que llamamos tierra no es solamente este suelo que sentimos bajo nuestro pies, ni este planeta que los astronautas divisan desde el espacio y del que distinguen los mares, los ríos, las montañas, los desiertos, los bosques… La tierra es también esas regiones hechas de una materia muy sutil, etérica, luminosa, en donde siguen viviendo luego de su muerte los seres más evolucionados: los santos, los profetas, los grandes Maestros de la humanidad. El Zohar menciona la existencia de siete tierras a las cuales les da un nombre: Eretz, Adama, Ghe, Neschia, Tzia, Arqa, Thebel… Pero siete tierras significa siete estados de la tierra, del más espeso (esta región que habitamos justamente) al más sutil. Cuando se dice en el Génesis que Adán y Eva expulsados del Paraíso fueron exilados en la tierra, este Paraíso que abandonaron es la verdadera tierra, la Tierra de los Vivientes. Por ello es llamado Paraíso «terrestre». Generalmente se opone el Paraíso a la tierra imaginándolo como un lugar inmaterial donde Adán y Eva llevaban quién sabe qué vida; y luego, a causa de su desobediencia, el Señor los habría arrojado a otro sitio «para que labrasen la tierra de la que fueron tomados», exactamente como se castiga a los malhechores condenándolos a trabajos forzados en una isla desierta. Pues no, el relato del Génesis es simbólico y describe en realidad estados de consciencia1. Para ver claro en este asunto, hay que conocer las analogías que existen entre la tierra y el hombre. El hombre, como la tierra, está compuesto de siete regiones, sus siete cuerpos. Si uno se detiene solamente en el cuerpo físico, no se tiene de él sino un conocimiento muy imperfecto. Para conocerlo, hay que estudiarlo también en los campos etérico, astral, mental, causal, búdico, átmico2. Como la tierra. Cuando los Iniciados de la Grecia antigua decían: «Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses», no hacían más que expresar esta idea. Sabían que Dios creó el universo y al hombre sobre el mismo modelo, es decir, a su imagen. Entonces, ¡qué ignorancia, qué limitación de parte de los humanos mirar únicamente el lado físico, visible! Es lo que los detiene en su evolución, pues ignoran lo esencial de ellos mismos y de este universo del que hacen parte, y se aíslan también de la Divinidad. Puesto que la tierra sobre la que caminamos es análoga a nuestro cuerpo físico, significa que más allá de su cuerpo físico la tierra también posee cuerpos sutiles con los cuales podemos entrar en relación. Sí, ya que en la medida en que hay analogía, hay relación. Por tanto, a medida que nos elevamos para alcanzar las regiones superiores de nuestro ser, nos elevamos también hacia estas regiones superiores de la tierra que el Salmista llama la Tierra de los Vivientes. Y en estas regiones aún se encuentra Jesús. Ya que Jesús no ha abandonado la tierra. Dado que él dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo», es porque todavía está en la tierra. Claro, él dejó la tierra física pero no la tierra etérica, luminosa, divina. Jesús, en tanto expresión de este principio cósmico que es el Cristo, no ha dejado la tierra, está allá en la Tierra de los Vivientes donde sigue participando en el trabajo de su Padre celeste, y protege, ilumina, guía a todos aquellos que quieren seguir su camino, trabajar con él y caminar en su luz. Se dice que después de su muerte Jesús subió al cielo. Y es verdad, subió al cielo, todo su ser está en el cielo, pero trabaja en la tierra. Hay que hacer el esfuerzo por comprender. Nosotros los humanos estamos en la tierra y nuestras antenas están en el cielo. Mientras que Jesús, todo su ser está en el cielo, pero su actividad, su «cuartel general» si puede llamársele así, se encuentra en la tierra, en los planos superiores de esta región que los cabalistas llaman la sefirá Malkut3. Está allá con todos estos seres excepcionales, estos Hijos de la Luz que pusieron en el primer lugar, en su cabeza y en su corazón, el trabajo por el advenimiento del Reino de Dios y de su Justicia. En cuanto a nuestra tierra, este «valle de lágrimas y sufrimientos», es la tierra de los muertos. Sí, un cementerio, y ¡qué cementerio! ¡Desde hace millones de años, cuántas osamentas se han amontonado allí! Todos estos miles de seres humanos, pero también de animales que dejaron sus huesos, su piel, su grasa… Y allí encima se dejan crecer árboles, flores, legumbres, y se construyen casas. No existe en la tierra ningún lugar que no sea un cementerio. Uno se pasea, come, bebe, duerme sobre cementerios. O incluso, más exactamente, sobre campos de batalla, pues los humanos nunca han dejado de enfrentarse de todas las formas posibles en lugares que terminaron por convertirse en cementerios. Por ello, yo se los he dicho, no es en Tierra Santa donde ustedes podrán encontrar tantas huellas del paso de Jesús. Para encontrar a Jesús y a los más grandes Maestros de la humanidad, hay que comulgar con su espíritu, y su espíritu ya no está en los lugares donde vivieron, sino en su enseñanza y en las regiones puras y luminosas de la tierra4. Es allí donde su espíritu regresó para trabajar, porque estaba en afinidad con estas regiones. Jesús en tanto manifestación del principio crístico participa en la creación con el espíritu de Dios, y sigue trabajando. Cuando él decía: «Mi Padre trabaja y yo también trabajo con él», no hablaba de un trabajo de diez, veinte, cincuenta años. Por ello, dejándolos, dijo también a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Jesús no ha dejado la tierra, un espíritu semejante a él no puede dejar a sus amigos para no volver sino miles de años después. Él está presente, participa en todo lo que se realiza en el sentido de la luz, de la bondad, del sacrificio. ¿De qué amor habría hablado si dejara solos a los seres que aspiran a parecérsele? Algunos dirán que nunca se lo han encontrado. Es posible, pero eso simplemente significa que no han trabajado todavía, realmente trabajado. ¡Que trabajen y se lo encontrarán! Jesús está siempre allí para todos aquellos que tienen un corazón, un alma y un espíritu5. Sí, cada vez que un ser aquí en la tierra pone en primer lugar las preocupaciones espirituales, el deseo de ser mejor para contribuir al advenimiento del Reino de Dios, comienza a vivir también con Jesús en la Tierra de los Vivientes. Ya que esta tierra es en nosotros un estado de consciencia gracias al cual entramos en comunicación con los grandes Maestros, con los ángeles, con las divinidades, con el espíritu de Cristo, y participamos en su trabajo. 1 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. I: «Los dos árboles del Paraíso». 2 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. XIII: «El cuerpo de la resurrección». 3 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico»; Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XIX: «Las Almas glorificadas». 4 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIV: «Uno no encuentra a los seres sino en el espíritu». 5 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. I: «La fiesta de Navidad». Octava Parte «Después vi un nuevo cielo y una nueva tierra…» 1 El nuevo cielo y la nueva tierra El Apocalipsis de san Juan es el último libro del Nuevo Testamento. Aunque este libro sea muy célebre y se le cite a menudo cuando se trate de anunciar catástrofes, en realidad se le conoce mal. Todos estos números, estos símbolos, estas imágenes que contiene, para interpretarlos hay que poseer conocimientos sobre la Cábala, la astrología, la alquimia, la magia, e incluso sobre las cartas del Tarot1, que no son cartas de juego, como algunos lo imaginan, sino que representan un resumen de toda la Ciencia iniciática. Por ello, la mayor parte de pastores y sacerdotes evitan comentar el Apocalipsis, pues se verían obligados a aceptar todas estas ciencias, y así a cambiar el contenido de algunas creencias enseñadas por las Iglesias. Sí, dejan el Apocalipsis de lado, porque es la prueba de que los Libros santos necesitan el conocimiento iniciático para ser interpretados. A veces se prefiere incluso insinuar que cuando lo escribió, san Juan, que estaba ya muy anciano, se dejó influenciar por rabinos, o que habiendo perdido un poco la cabeza, contó cosas inverosímiles y de tal oscuridad que es mejor no tenerlas en cuenta. En realidad el Apocalipsis no es un libro oscuro sino para quienes no poseen las claves. Claro, las imágenes, los símbolos, los números no están colocados en el orden que pudiera esperarse: algunos, que se encuentran al final, están relacionados con pasajes del comienzo o del medio, exactamente como un juego de cartas que hubiera sido dispersado encima de la mesa. Solo quien posee la verdadera ciencia puede tomar estas «cartas», volverlas a poner en orden y leerlas. Cuando se conoce el significado de los números y el sentido oculto de los símbolos, todos los elementos que en apariencia no están relacionados entre ellos pueden ser cotejados y, cada uno explicando al otro, produce un conjunto formidablemente lógico. Yo he leído numerosas interpretaciones del Apocalipsis y, aunque algunas claro son verídicas, encuentro que nadie aún ha tocado lo verdadero, el fondo. ¿Por qué? Hay varias razones, pero es sobre todo porque en lugar de ver en este libro solo lo esencial, es decir la descripción de elementos y de procesos de la vida interior y de la vida cósmica, se ha hecho de él un libro de profecías y se ha intentado reconocer en él personajes y acontecimientos históricos. Entonces, evidentemente, ¡cuántos errores se han podido cometer acerca de los cuatro caballeros, la bestia de siete cabezas y diez cuernos, la mujer coronada de estrellas, la gran prostituta, la Jerusalén celeste, el nuevo cielo y la nueva tierra!... No se puede hacer nada con el Apocalipsis si no se ha trabajado ya para adquirir las verdaderas bases de la vida espiritual. Ya que todos estos símbolos, no basta con comprenderlos intelectualmente, hay que poder vivificarlos en uno mismo2. Al comienzo del capítulo veintiuno de su libro, después de haber descrito extensamente las plagas que azotan la tierra, san Juan anuncia la llegada de la Ciudad celeste con estas palabras: «Después vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido…» Esta visión recuerda el versículo de Isaías donde Dios dice: «Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra». Si se toman literalmente estas palabras, significa que Dios debe comenzar de nuevo su creación. Y ¿por qué? ¿Ésta se envejeció acaso? La tierra, sí, en rigor, se comprende que haya envejecido un poco porque está hecha de materiales que se alteran, se desagregan y con el tiempo es posible que sea necesario reemplazarlos. Pero el cielo, que ha sido creado con una materia pura, luminosa, incorruptible, eterna, ¿cómo se explica que haya también envejecido? En el Génesis, sin embargo, está escrito que luego de haber creado el cielo y la tierra, «Dios vio que era bueno». ¿Cómo se explica que algún tiempo después Él descubra que incluso los cielos están estropeados al punto de verse obligado a hacer nuevos? Esto no habla mucho a favor de su perfección. Y después, esperando que los trabajos hayan terminado, ¿dónde se van a alojar los habitantes del cielo, todas esas miríadas de ángeles y de arcángeles? ¡Qué inquietud y qué alboroto allá arriba! He ahí aún más preocupaciones para el Señor… Pues bien, no, es absurdo, y es preciso dar otra explicación de este texto. Con la palabra «cielo» hay que entender una cosa, y con la palabra «tierra» hay que entender otra. En el lenguaje simbólico, el cielo representa la parte espiritual del hombre, el ámbito del pensamiento, y la tierra representa el ámbito de la concretización, de la realización en la materia. Y así como en el universo el cielo y la tierra representan una unidad, en el ser humano también son inseparables. Un «nuevo cielo» significa ideas nuevas, una comprensión, una percepción de las cosas, una filosofía nuevas que conllevan una «nueva tierra», es decir actitudes nuevas, comportamientos nuevos, una nueva manera de vivir. La cabeza está en el cielo y los pies están sobre la tierra. Los pies caminan según la cabeza, pues los pies corren hacia donde la cabeza ya tiene proyectos. Por tanto, el comportamiento, la conducta, la manera de actuar de los humanos cambiarán a causa del cambio en la cabeza, es decir, gracias a una nueva filosofía. Entonces, este nuevo cielo que Dios está creando, ¿es verdaderamente nuevo? Pues no, está allí desde la eternidad, pero para los humanos será nuevo, ya que está allí pero no lo ven. Y el día en que lo descubrirán, ¡evidentemente será nuevo… para ellos! Un nuevo cielo y una nueva tierra… En realidad, ni siquiera se sabe lo que significa la palabra «nuevo». Tomemos un río, su nombre sigue siendo el mismo: Danubio, Sena o Támesis, ¿pero acaso el agua que fluye no es siempre nueva? Y el sol también, que es el mismo todos los días, en realidad es siempre nuevo pues sus emanaciones, sus radiaciones son diferentes a cada instante. Lo que es nuevo es la vida, el contenido. Si ustedes son capaces de ir lo suficientemente lejos, lo suficientemente alto, más allá de la forma material, del recipiente, para entrar en el contenido, la vida, encontrarán que sin cesar todo es nuevo, y el cielo y la tierra. Por tanto, el nuevo cielo y la nueva tierra, esto significa que el nivel de consciencia de los humanos se elevará hasta el punto en el que descubrirán una realidad que siempre ha existido, pero de la que no tenían ni la más remota idea. Este sol que ven cada día y que estaba allí mucho antes de su aparición en la tierra, les es extraño, desconocido. Puesto que no lo sienten como un ser vivo, inteligente, con el que pueden entrar en relación, puesto que no lo contemplan con la consciencia de su importancia para su vida espiritual, no lo han descubierto aún y se estancan en el antiguo cielo, viejo, rancio, enmohecido. Entonces, no se imaginen que se deben esperar conmociones cósmicas para conocer este nuevo cielo del que el sol es el símbolo. Desde hoy pueden vivir en él. Cada vez que ustedes alimentan pensamientos y sentimientos puros, que deciden trabajar por un alto ideal, ya están en el nuevo cielo, y el cielo nuevo comporta obligatoriamente una nueva tierra. Ya que quien abraza una filosofía sublime se ve obligado a cambiar su comportamiento, su manera de actuar. Todos los métodos que les ofrece nuestra Enseñanza referentes a la nutrición, la respiración, todos los actos de la vida cotidiana, el trabajo, la creación de una familia, las relaciones con los humanos y todo el universo, esto es la nueva tierra3. ¿Qué esperan pues para entrar allí? Desafortunadamente, parece que no hay muchos candidatos y que las cosas deben ocurrir como con los bueyes de la anécdota. ¿La conocen? Después de la muerte de su padre, dos hermanos comenzaron a repartir la herencia. El más joven de los dos, que era un poco tonto, tenía siempre ideas un tanto extrañas que creía muy sabias. Y cuando llegó el momento de repartir el rebaño de bueyes, le dijo a su hermano mayor: «Puesto que habrá en adelante dos rebaños, construiremos un nuevo establo. Cuando esté listo, dejaremos que los bueyes escojan a cuál quieren ir: los que vayan al viejo establo te pertenecerán a ti, y los que vayan al nuevo serán míos». Pues sí, ¡un referendo entre los bueyes! El mayor aceptó y, cuando el nuevo establo se terminó, hicieron lo que habían acordado. Pero he ahí que todos los bueyes se dirigieron al viejo establo, porque estaban acostumbrados a ello. Un solo buey, un viejo buey tuerto, entró en el nuevo. No les hablo de la cara de disgusto del joven hermano… Pues sí, ¡uno tiende a comportarse según las viejas costumbres! Pero no es más que una anécdota para bromear. Ya que, al contrario, quienes entrarán en el nuevo cielo y en la nueva tierra mostrarán, a diferencia del viejo buey tuerto, que son verdaderos clarividentes. Entonces, que haya al menos algunos de ustedes que se esfuercen por entrar en el nuevo cielo, es decir, por aceptar la nueva filosofía y aplicarla; y la aplicación es justamente la nueva tierra… Sí, debe comprenderse simbólicamente, de lo contrario todo carece de sentido. ¿Cómo quieren ustedes que el cielo y la tierra desaparezcan para dar lugar a otro cielo y a otra tierra? El cielo seguirá siendo el que es, y la tierra también (¡a menos que los mismos humanos la destruyan!), pero la manera de pensar y la manera de vivir cambiarán. Relatando la visión de las catástrofes que azotan la tierra, san Juan escribe: «Y he aquí que hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos verdes cuando es sacudida por un fuerte viento». En los Evangelios también, Jesús hace una predicción similar: «El sol se oscurecerá, la luna no dará ya su claridad, las estrellas caerán del cielo…» Pero ¿cómo es posible? ¡Nuestra pobre tierrita es tan minúscula que no hay ni siquiera lugar para recibir una estrella –pues una sola estrella es ya mucho más grande que ella! - ¿cómo imaginarse que ellas van a caer encima todas al mismo tiempo? Las estrellas ni siquiera conocen la existencia de este polvo llamado tierra donde pequeños microbios discuten y se pelean: ¿por qué deberían ellas caer de arriba? Entonces, tranquilícense, las estrellas no caerán del cielo, pero ¡simbólicamente, ah! esto sí, caerán muchas estrellas. Y ¿cuáles son esas estrellas?... La gente que ocupa cargos para los cuales no es digna, que recibe honores que no merece. Con el nuevo cielo y la nueva tierra, perderán su rango, su prestigio y sus privilegios. ¿Y el sol se oscurecerá? El sol simboliza la luz, la sabiduría. Esto tiene que ver con la filosofía que reina actualmente en el mundo: una filosofía que alejándose de la verdadera Ciencia iniciática, se materializó tanto que no puede responder las nuevas preguntas que la vida no cesa de hacer. Entonces, este sol al que los humanos se aferraron se oscurecerá. En cuanto a la luna, que representa el ámbito de la religión, perderá también su claridad. Es decir, las religiones oficiales que han fundamentado su autoridad sobre bases erróneas, supersticiones, prejuicios, fanatismos, perderán su influencia. Está dicho también que «el Hijo del hombre vendrá sobre las nubes». Esto significa que el Cristo se manifestará en la inteligencia humana. Ya que las nubes, que pertenecen al ámbito del aire, representan simbólicamente los pensamientos; sus formas que los vientos no dejan de modificar son la expresión del mundo mental. He ahí las predicciones de Jesús y de san Juan: no se trata del sol, de la luna, de las estrellas y de las nubes que divisamos en el cielo, sino lo que representan simbólicamente en nuestra vida psíquica. Por consiguiente, ahora está claro, no hay que esperar el fin del mundo de la manera en que tantos cristianos lo han esperado y siguen esperándolo. ¡Cuántas veces se ha anunciado ya este fin del mundo, señalando incluso la fecha! Entonces, la locura, muchos se preparaban para morir. Pero he ahí que la fecha pasaba y el mundo continuaba… Se producían, claro, algunos trastornos, como se han producido siempre desde hace milenios, pero el mundo continuaba. Se trataba solo de una época que culminaba. Es preciso comprender que «el fin del mundo» es en realidad el fin de un mundo, esto es, el fin de una época; ya que todavía se están viviendo los últimos días de una época y los primeros días de una nueva época. Y los últimos días del mundo los vivimos también ahora, porque es cierto que una nueva época se aproxima. Hay que dejar de anunciar el fin del mundo. La humanidad no desaparecerá nunca completamente. La especie humana es sólida, no se preocupen, ¡resiste todo! Pero que pronto se presenten toda clase de trastornos y de sacudones y que sea el fin de una época, eso sí. E incluso, desde el punto de vista astronómico, estamos al final de la era de Piscis y pronto se abrirá la era de Acuario4. Por ello hay que prepararse para entrar en un nuevo cielo, es decir, aceptar una nueva filosofía, una nueva concepción de la vida, a fin de caminar en la nueva tierra. Cuando yo escucho a los médiums, a los astrólogos, o a otros profetizar con seguridad la inminencia de una tercera guerra mundial o incluso la destrucción de la humanidad, considero que verdaderamente no son profetas iluminados. Evidentemente, todo puede pasar: una tercera guerra mundial, cataclismos, etc.… Pero si realmente la luz aumenta en el mundo – y en esto trabajamos – la humanidad escapará de la destrucción. Los acontecimientos no están nunca absolutamente determinados. Dios no es un tirano cruel y caprichoso que hace llover cataclismos de los que, desde el instante en que Él los decretó, nadie podrá escapar. No, no acepto semejantes ideas. No hay determinación, no hay destino absoluto para nadie, ni para el mundo entero. Los humanos han sido creados con una voluntad libre y disponen de su futuro. Claro, si viven en el desorden, desencadenan corrientes nocivas, y entonces las leyes de la naturaleza, que son las leyes de la Justicia divina, los llevan hacia las catástrofes; es matemático como que dos y dos son cuatro. Pero si deciden ajuiciarse, si trabajan para fundar su existencia sobre nuevas bases, proyectan otras fuerzas, fuerzas armoniosas, y no siendo perturbado el equilibrio de la naturaleza, la Inteligencia cósmica expedirá otros decretos respecto de ellos. He ahí la verdadera filosofía de los Iniciados y ustedes necesitan esta filosofía porque ella los hace conscientes, poderosos, hijos e hijas de Dios capaces de disponer de su futuro. 1 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo viviente»; La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. I: «La Balanza cósmica» y cap. II: «La oscilación de la Balanza». 2 Cf. La Ciudad celeste, Comentarios sobre el Apocalipsis, Col. Izvor No. 230. 3 Cf. La nueva tierra, Métodos, y ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras Completas, t. 13; Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227. 4 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. I: «La era de Acuario». 2 Hacer descender divinidades a la tierra I Educar primero a los padres Puede que algunos de ustedes se pregunten porqué, en mi calidad de pedagogo, hablo muy pocas veces de la educación de los niños. Todos los pedagogos se ocupan de los niños, y yo no, soy la excepción. ¿Por qué? Porque pienso que los primeros a los que hay que educar no son a los niños sino a los padres. No creo en ninguna teoría pedagógica, creo solamente en la manera de vivir de los padres antes y después del nacimiento de los hijos. He ahí porque nunca he querido hablar tanto de la educación de los niños. Si los padres no comienzan por educarse ellos mismos, ¿cómo harán para educar a sus hijos? Se les habla a los padres de la educación de sus hijos como si estuvieran verdaderamente listos para asumir su rol: puesto que son capaces de traerlos al mundo, se considera que están listos. Pues no, desafortunadamente no. Algunos ni siquiera se preocupan por las consecuencias que tendrá su mal estado de salud sobre la de sus hijos, ni si están materialmente en condiciones de educarlos, y menos aún, y es sin embargo esencial, si poseen las cualidades necesarias a fin de ser un ejemplo para estos niños, una seguridad, un consuelo en todas las circunstancias de la vida. Traen niños al mundo, y estos niños crecerán completamente solos, librados a ellos mismos, se las arreglarán como podrán; y un día ellos mismos tendrán hijos en condiciones tan deplorables como las de sus padres. Son entonces los futuros padres primero, hombres y mujeres, quienes deben ser educados mucho antes de convertirse en padres y madres. Si no, llegado el momento, por más que se les presenten las mejores teorías pedagógicas, se les aconsejen libros para leer o documentales para ver, no servirá para nada; e incluso, queriendo aplicar estos conocimientos que no habrán asimilado realmente, cometerán muchos errores. Por tanto, deben prepararse. Ustedes dirán: «Prepararse… Pero ¿cómo?» Prepararse significa contemplar años antes esta posibilidad de convertirse en padre, en madre, y tener pensamientos, sentimientos, una actitud que atraerán a una familia espíritus excepcionales, divinidades. Ya que no es por azar que un espíritu viene a encarnarse en una familia: consciente o inconscientemente – y más frecuente inconscientemente – los padres lo han atraído1. Pero lo que es inconsciente puede volverse consciente. Los padres pueden hacer descender a la tierra seres que se distinguirán por sus talentos, sus virtudes. Sí, pues tienen el poder de escoger a sus hijos: he ahí lo que la mayoría de los padres no sabe. Ahora, que no se me malentienda. No estoy aprobando o estimulando las tentativas actuales para mejorar la especie humana sin discernimiento, con todos los medios que la biología es capaz de poner a punto. No se trata de fabricar científicamente generaciones de niños sanos, eliminando a los demás, y dotados de tales cualidades o capacidades según convenga a los deseos de los padres, de la sociedad, o a la ambición de los Estados. Si se quiere realmente que la humanidad mejore, es preciso saber que los medios técnicos nunca reemplazarán la práctica espiritual. Les corresponde a los mismos padres comunicarles a los hijos que van a nacer los gérmenes divinos que quieren ver desarrollarse en ellos. Y les diré incluso que, si no se apoyan en una práctica espiritual, los medios técnicos que la biología tiene cada vez más a su disposición producirán seres peligrosos, monstruos de crueldad y orgullo, y no bienhechores de la humanidad, verdaderos hijos e hijas de Dios. Para mejorar la especie humana hay que revisar esta cuestión desde el comienzo, y el comienzo es la concepción de los niños. Los padres deben prepararse para ello meses, años antes, como para un acto sagrado. Ahora bien, ¿qué ocurre en realidad? Muy frecuentemente, ¡en una noche de «fiesta», después de haberse excedido en comida y bebida, conciben un niño! ¡He ahí las condiciones que escogen, si puede decirse además que las han «escogido»! Hubieran podido decidir esperar un momento de paz, de lucidez, un momento en el que reinaba entre ellos una gran armonía, e incluso escoger la fecha de esta concepción según las mejores influencias planetarias. Pero esto es lo que menos les preocupa. ¿Cómo los humanos han podido descender tan bajo como para dejar a la ceguera y al azar este acontecimiento tan importante: la concepción de un niño? En lugar de pedir la ayuda del Cielo, la presencia de ángeles para poder atraer un espíritu luminoso que será una bendición para todos, se pide la ayuda del alcohol o de quién sabe qué… O también el niño llega por azar, luego de una escena de violencia durante la cual la mujer no dejó de alimentar hacia el hombre sentimientos de desprecio, de asco, de odio y un deseo de venganza. Un niño que viene al mundo en semejantes condiciones no puede ser sino la primera víctima de sus propios padres. ¿Cómo asombrarse luego si este niño, que sufre, experimenta más tarde la necesidad de hacer sufrir a los demás? Y luego, cuando el niño habrá nacido, estos padres inconscientes no dejarán de darle el espectáculo de sus debilidades, de sus peleas, de sus mentiras. ¿Es de esta forma que van a ayudarlo? Incluso si leen toda una biblioteca de libros de pedagogía, ¿de qué servirá?... Se ha observado que un bebé puede manifestar trastornos físicos y nerviosos luego de tensiones entre sus padres; pues incluso si no lo ha presenciado, estas tensiones crean alrededor suyo una atmósfera de desarmonía que él resiente, porque está aún muy unido a sus padres. El bebé no es consciente pero es muy receptivo, y su cuerpo etérico recibe los choques. Entonces, díganme, ¿a quién debe educarse? Los padres deben tomar consciencia de sus responsabilidades. No tienen el derecho de invitar a espíritus a encarnarse si son incapaces de mostrarse a la altura de su tarea. Veo a algunos comportarse de una manera tan insensata que no puedo evitar preguntarles: «Pero bueno, realmente aman ustedes a sus hijos?» Entonces ellos se indignan: «¿Cómo? ¿Si amamos a nuestros hijos?... ¡Obvio que los amamos! – Pues bien, no lo creo, porque si los amaran, cambiarían de actitud, comenzarían a corregir en ustedes algunas debilidades, pues ellas se reflejan muy negativamente en ellos, y ellos mismos, más tarde, las devolverán a su entorno»2. Traer niños al mundo no es únicamente un asunto personal, privado, pues el futuro de la humanidad depende cada vez de este acto. He ahí porque no me preocupan primero los niños, sino los padres. Quiero hacerles entender que no deben traer niños al mundo solamente para satisfacer este instinto atávico de procreación. Claro, este instinto existe en cada uno, no puede extirparse, pero debe ser comprendido de manera más consciente, más espiritual. A diferencia del animal que no hace sino reproducirse, el hombre tiene la posibilidad de realizar un verdadero acto de creación, pero con la condición de hacer participar en él su pensamiento, su alma, su espíritu. Siendo toda creación el producto de sus creadores, los creadores pueden llegar a ser mejores, deben ser mejores para que sus creaciones a su turno sean mejores. Es verdad para la creación artística, y es verdad también para la creación de los niños. Queda ahora un punto esencial por explicar. Se dice que el hombre y la mujer crean niños. Sí, pero en realidad, este principio espiritual que hace que un niño sea una creación viva –digamos un alma- no son los padres quienes lo crean. Ellos construyen solamente la habitación en la cual esta alma vendrá a vivir. Con el pretexto de que los trajeron al mundo, los padres – en especial el padre - han ejercido durante siglos un derecho a la vida y a la muerte sobre sus hijos. ¡Qué monstruosa ignorancia! Solo Dios da la vida, pues solo Dios es señor de la vida, los padres no hacen sino transmitirla3. Y justamente, puesto que no hacen más que transmitir un bien preciado que no les pertenece, tienen la obligación de mostrarse extremamente cuidadosos. No solamente no les está permitido a los padres hacer lo que quieran con sus hijos, sino que deben saber que estos niños son almas que vienen de Dios y de las cuales deben rendirle cuentas un día. Cuando un niño es puesto en un internado, un día u otro sus padres terminan por venir a buscarlo. Ellos les preguntan a quienes estaban encargados lo que les deben, y si el niño ha recibido un buen trato, son generosos. Pues bien, del mismo modo, el Señor pedirá un día cuentas a los padres acerca de la manera cómo actuaron con estos seres que Él les confió. Este asunto de los niños es muy interesante y mucho más profundo de lo que ustedes creen. Penetrando su mirada en la de sus hijos, los padres que son verdaderamente sensibles verán que son almas que vienen de otro lugar: no están sino de paso, ellos no saben ni quiénes son, ni de dónde vienen. Uno no puede crear un alma humana, uno no crea sino su casa física. El padre y la madre pueden por tanto ser comparados con contratistas a quienes se les ha encomendado la construcción de la casa del alma: esta casa es algunas veces un palacio, un templo incluso, pero más a menudo una choza o una casa en ruinas. Sí, los padres solo son responsables de la construcción de la casa, y según la calidad de los materiales físicos y psíquicos que pueden hacer entrar en esta construcción, atraerán un alma más o menos evolucionada. Y en esto son creadores, gracias a esta posibilidad que tienen de trabajar no solamente en la materia física, sino también en la materia psíquica en la cual vendrá a encarnarse una entidad espiritual. Pero sobre la entidad misma, no tienen ningún poder y ella puede volver a irse sin que sepan ni cuándo, ni porqué, ni adónde. En efecto, algunas veces este niño parte muy rápido. Y justamente, el hecho de que haya venido y se vuelva a ir sin preguntar la opinión de sus padres prueba muy bien que ellos no son nada diferente a gobernantes, preceptores. Si se ocuparon de él con desinterés y amor, su alma les estará eternamente agradecida y, en el mundo invisible, volverá a menudo a girar a su alrededor trayéndoles espléndidos regalos. Pero de todas formas, un día u otro el niño deja a sus padres para ir a vivir su vida independiente. Un padre y una madre no son más que asociados que se encargan momentáneamente de acoger un alma y de velar por ella; y para poder cumplir correctamente con esta tarea, deben primero aprender cómo considerarse mutuamente, cómo actuar el uno con el otro. ¿Ustedes quisieran que yo me ocupe de los niños? Pues bien, no, me ocupo primero de ustedes, y ocupándome de ustedes me ocupo indirectamente de los niños que ya ustedes tienen y de aquellos que tendrán un día. II El hombre y la mujer, reflejos de los dos principios masculino y femenino Toda la creación es la obra de los dos principios masculino y femenino. De arriba a abajo del universo, los principios masculino y femenino reproducen la actividad de los dos grandes principios cósmicos creadores que se denominan el Padre celeste y la Madre divina. Estos dos principios fundamentales se reflejan en todas las manifestaciones de la naturaleza y de la vida. Para ser fecundos, estos dos principios deben trabajar juntos obligatoriamente; separados son improductivos, están también siempre en la búsqueda el uno del otro. En cuanto al hombre y a la mujer, no son también sino uno de los múltiples aspectos de estos dos principios masculino y femenino. Por ello, puede decirse que todas las dificultades que experimentan en sus relaciones, todos los sufrimientos que no dejan de infligirse mutuamente, tienen por origen una mala comprensión de este asunto de los dos principios. Durante siglos el cristianismo ha ofrecido una imagen desastrosa de la mujer. Por razones que sería demasiado largo exponer y analizar aquí, Padres de la Iglesia, teólogos se dedicaron a mostrar que ella mantenía relaciones sospechosas con el Diablo4. Entonces, quienes querían realmente salvarse debían huir de las mujeres y se iban a vivir en los desiertos, los bosques, las montañas, o bien se encerraban en conventos. Y cuando no iban a esconderse en algún lugar, evitaban encontrarse con ellas y mirarlas… Estas concepciones erróneas se expandieron tanto en toda la sociedad que los hombres, influenciados por una tradición que de cierta forma les convenía, se acostumbraron a considerar a la mujer como una tentadora de la que había que desconfiar, o como un ser inferior, débil, privado de juicio e incapaz de comportarse en la vida si el hombre no estaba allí para vigilarla y mantenerla en el buen camino. Que las mujeres tengan defectos, es evidente, pero no más ni menos que los hombres. ¿Qué pudo haberles hecho creer a los hombres que ellas eran tan inferiores? Una mala comprensión de la Divinidad, tan simple como eso. ¿Les asombra esto? Y sin embargo, es la verdad. Vieron en el hombre un representante de Dios único, Creador del universo, que consideraban exclusivamente masculino. Evidentemente entonces, se preguntaba a quién podía representar la mujer, especialmente si se interpreta de manera errónea este pasaje del Génesis donde está escrito que Eva fue sacada de una costilla de Adán… ¡lo que evidentemente no es muy glorioso5! En realidad, este Ser cósmico que se denomina Dios no puede ser identificado con el principio masculino. Dios es una entidad masculina y femenina a la vez, pues lo masculino y lo femenino están contenidos en Él. Cuando los cabalistas estudian el nombre de Dios: Iod, He Vau, He, , interpretan estas cuatro letras de la siguiente manera: representa el principio masculino creador, el Padre celeste. representa el principio femenino, la Madre divina, que permite al principio creador trabajar con ella. representa al Hijo, nacido de la unión del Padre y de la Madre. Y el segundo representa a la Hija, que es la repetición de la Madre6. Puesto que el principio masculino y el principio femenino están contenidos en el nombre de Dios, ello significa que estos dos principios tienen el mismo valor y no hay ninguna razón para considerar que la mujer es inferior al hombre. Ustedes dirán: «Pero no son iguales, ya que uno debe necesariamente preceder al otro. En el nombre de Dios, el Iod precede al He ». Sí, pero no hay que confundir el lugar con el valor. El valor es una cosa, y el lugar es otra. El lugar es una noción de orden material, y el valor una noción de orden espiritual. En el plano material, incluso si las personas tienen el mismo valor, no puede dárseles a todas el primer lugar, no hay sino un primer lugar. Tomemos ejemplos. Varias personas deben subir por una escalera: sobre cada escalón no puede haber sino una persona, y aunque ellas sean de la misma importancia, no pueden subir sino una después de la otra. Si comienzan a pelearse, cada una pretendiendo pasar de primera, se quedarán todas abajo. Y si ustedes deben enviar una carta a una pareja, es preciso al escribir la dirección mencionar al marido y a la mujer, uno después del otro: «Señor y Señora X», o bien «Señora y Señor X». Y allí también, si ponen problemas, cada uno sintiéndose afectado por no ser mencionado en primer lugar, no recibirán nunca la carta. Cuando los hombres y las mujeres se enfrentan por un asunto de lugar, es porque no saben plantearse la pregunta correctamente. Las mujeres se quejan de que los hombres hayan tomado el primer lugar, creen que es injusto. Y es verdad, en la medida en que se ha confundido lugar y valor, es injusto. Pero si ellas no tienen otra solución distinta a tomar a su vez este primer lugar, será igualmente injusto. Por tanto, la cuestión del lugar es secundaria, es el valor el que hay que considerar y respetar. Si en el nombre de Dios los Iniciados han puesto el principio masculino antes del principio femenino, no es porque piensen que el principio masculino sea más importante que el principio femenino, sino porque se inclinan ante el simbolismo cósmico. Simbólicamente, el principio masculino representa el espíritu; y el principio femenino la materia. El espíritu que es sutil, volátil, tiende a elevarse hacia las alturas, mientras que la materia, más pesada, tiende más bien hacia abajo. Pero cada uno necesita al otro: el espíritu necesita a la materia para encarnarse y la materia necesita al espíritu para ser animada7. La creación no es sino el resultado de este encuentro del espíritu y de la materia. En una familia no puede decirse que el papel o la responsabilidad del padre sea superior o inferior al de la madre. Los dos tienen el mismo valor, la misma importancia, puesto que el uno y el otro son indispensables para crear un niño. El día en que los hombres y las mujeres comprendan lo que representan realmente, la vida cambiará completamente, la vida familiar, la vida social, la vida económica e incluso la vida cósmica. Entonces, el Reino de Dios llegará a la tierra. Si no ha llegado aún, es porque los hombres y las mujeres no saben cómo mirarse, apreciarse, conocerse, comportarse los unos con los otros. Sí, sobre todo comportarse. Pero el comportamiento depende de la manera en que cada uno piense y considere las cosas. El lugar respectivo de lo masculino y lo femenino… Será necesario que finalmente un día los hombres y las mujeres terminen por arreglar este problema que no deja de oponerlos los unos contra los otros. Durante siglos, milenios, el hombre ha impuesto su dominación sobre la mujer, y ahora comienza a verse que la situación se invierte: la mujer se vuelve audaz, no acepta ya estar sometida al hombre, quiere tener los mismos derechos que él, está incluso lista a desempeñar su papel, a tomar su lugar. Es normal, es la ley de la compensación que actúa: el hombre fue demasiado lejos. En vez de ser un modelo de honestidad, de bondad, de justicia, para conservar la estima y la admiración de la mujer, abusó de su autoridad y de su superioridad física sobre ella, se atribuyó todos los derechos y no impuso a la mujer sino deberes. ¿Cómo podía esperar que esta situación iba a durar eternamente? En realidad, la mujer tiene la necesidad natural de admirar al hombre, de reconocer su autoridad, su fuerza. Pero si él se compromete, ¿cómo puede ella reconocerle superioridad alguna? Durante siglos su rebelión permaneció en su interior, pero ahora las condiciones han cambiado, el hombre se ha debilitado, ha perdido algunas posiciones estratégicas, y la mujer se ha armado, se ha apropiado de estas posiciones; cada vez más se muestra capaz y manifiesta cualidades de decisión, de inteligencia, de coraje: ¿por qué debería conservar una situación subalterna? Si el hombre no vuelve a intentarlo, si no se esfuerza, no mejora, la mujer le dará una lección tal que él se acordará de ésta durante miles de años. Pero si la mujer, a su vez, desborda los límites, si comete la misma clase de errores que el hombre, durante un tiempo quizás triunfará, dará su opinión acerca de todo, se inmiscuirá en todo, dirigirá todo, pero terminará por perder ella también las ventajas que ha adquirido. Habrá otros derrocamientos, los hombres se despertarán, reaccionarán, recuperarán el poder. Y la misma comedia comenzará de nuevo… ¿Hasta cuándo? ¡Hasta que la sabiduría visita a unos y a otros! Y entonces realmente, se reconocerán como iguales, no iguales en las mismas regiones, sino iguales por la importancia de sus respectivas funciones. Como la mujer está más cerca de la materia, es más realista, más concreta, tiene más sentido común. Mientras que el hombre se siente mejor en el plano mental, en el ámbito de la abstracción, y tiende a perderse en teorías que terminan por no tener relación con las realidades de la vida cotidiana. Él pronuncia discursos, diseña planes, pero a menudo estos discursos se quedan en palabras, y en la práctica sus planes resultan irrealizables. Por ello, cuando la mujer escucha al hombre que se pierde en teorías, se aburre o se burla de él. El comportamiento, la actitud de la mujer está en relación con sus aptitudes para la maternidad, y aun si no tiene hijos, manifiesta más espontáneamente que el hombre estas cualidades maternales que son la abnegación, la compasión, la amabilidad respecto de seres más débiles y de todas las creaturas vivientes. Observen: ¿cuánto tiempo requiere un hombre para participar en la creación de un niño? Algunos instantes, y luego puede no preocuparse, olvidar que engendró un niño o ¡incluso no saberlo! Mientras que una mujer, ¿cómo no sabría u olvidaría que lleva o ha llevado en su vientre a un niño? Y cuando ha nacido, ¿cómo no ocuparse de este ser tan débil y tan delicado? Mientras que, frecuentemente, el hombre ya se ha ido a algún otro sitio… Quiérase o no, el papel del hombre y de la mujer en este acto tan fundamental de perpetuar la vida influye en su temperamento y en su manera de considerar las cosas. Ni el hombre, ni la mujer deben dominar, sino que cada uno debe esforzarse por dominar, por sobresalir en su propio campo. Que las mujeres quieran conquistar una libertad y derechos de los que los hombres las habían privado, es normal; pero deben tratar de lograrlo profundizando en las riquezas de su propia naturaleza y no intentando imitar a los hombres en su forma de vida, su comportamiento, su manera de ser, etc. Pues esto es prueba de una mala comprensión de las verdades eternas, y también deberán pagarlo muy caro. El equilibrio de la vida está basado en la polarización, es decir en la existencia de dos polos opuestos pero complementarios, a fin de que puedan hacerse intercambios armoniosos entre ellos. Si hay uniformización de polos, estos intercambios no podrán hacerse, estos intercambios magníficos que son fuente de dicha y de inspiración. Cuando pierden el sentido de la vida que hay en estos intercambios entre los dos polos, los hombres y las mujeres van a buscar remedios en las farmacias o donde los psicoanalistas. Pero no hay remedio alguno para quienes no entienden. El único remedio está en la comprensión. Cuando toda polaridad ha desaparecido, es la muerte de una generación. No puede haber chispa allí, no puede haber vida allí, si los dos polos, los dos electrodos, no son netamente distintos. En el ámbito que sea, el equilibrio procede de la existencia de dos fuerzas complementarias. La solución no está en que se produzca una nivelación entre los hombres y las mujeres: que las mujeres terminen por hacer la guerra y los hombres por dar el biberón. Es completamente normal que la mujer desee tener las mismas libertades que el hombre y demostrar la misma iniciativa, pero puede lograrlo sin imitar al hombre, sin querer reemplazarlo o incluso eliminarlo. La libertad, la audacia, el espíritu de iniciativa son cualidades que las mujeres pueden desarrollar, sí, pero ahondando en ellas lo que constituye la esencia del principio femenino. Si las mujeres se despiertan, es necesario que no sea para tomar su revancha, pues no será mejor, ni siquiera para ellas. Es preciso, por el contrario, que perdonen a los hombres; ya que su naturaleza las lleva a ser buenas, dulces, indulgentes, generosas, dispuestas a sacrificarse, no deben buscar vengarse. Deben despertarse ahora a virtudes más grandes, elevarse más allá de sus intereses personales. Y todas las mujeres de la tierra deben unirse por un trabajo de construcción en los hombres y en los niños que traerán al mundo8. Por el momento, no están unidas; cada una, ocupada solucionando sus propios asuntos, concentra toda su atención en acentuar sus encantos para encontrar un marido, luego amantes. Se dedican a hacer dietas o a hacerse tratamientos para embellecer «su línea»; y quizás en efecto, su línea se embelleció, tienen formas magníficas, pero ¿para qué, si en el interior de estas formas no hay sino vacío, desorden o maldad?... Las mujeres no saben que tienen un trabajo por hacer para purificar y vivificar todo en ellas. Su pensamiento está apartado del verdadero fin, de su verdadera misión. Y ¿cuál es la misión de la mujer? Ser la educadora del hombre; con sus pensamientos, sus miradas, su actitud, es capaz de llevarlo a realizar los actos más nobles. El hombre no pide más que ser inspirado por la mujer. Por ello, mientras no tenga este ideal en su cabeza, ella permanecerá apartada de su verdadera vocación que es ser educadora del hombre. Ustedes dirán: «¡Pero ella es mucho más débil y delicada que él! ¿Cómo puede imponerse ante él?» No es necesario que se le imponga, basta con que piense en inspirarlo y en llevarlo hacia la mejor dirección. III En la fuente divina del amor Consciente o inconscientemente, cada hombre, cada mujer tiene las mismas reacciones frente al asunto de los dos principios masculino y femenino: cada uno le otorga una importancia absoluta. Cuando el hombre cree haber encontrado en una mujer este principio complementario que necesita, está dispuesto a dejarlo todo. Incluso si es un rey, es capaz de abandonar su corona, es decir un reino con súbditos, un ejército, tesoros, simplemente por una mujer. ¿Pero qué posee luego esta mujer para hacer palidecer ante sus ojos una nación de millones de súbditos, un territorio y toda clase de privilegios? En realidad, no es la mujer en sí misma lo que busca, es el principio complementario que cree haber descubierto en ella, y sin el cual no puede vivir. Y una mujer hace lo mismo: se opondrá a toda su familia, al mundo entero si es necesario, para irse a vivir con el hombre que ama. ¿Están ellos equivocados? En absoluto. Son el Padre celeste y la Madre Naturaleza, su esposa, quienes grabaron esta ley en el corazón de los humanos. «Dejarás a tu padre y a tu madre, y seguirás a tu mujer o a tu marido». En el fondo de cada ser, está escrito que debe buscar su principio complementario. En diferentes culturas del mundo, alguno mitos relatan que en el origen el ser humano era dos en uno, hombre y mujer a la vez, y estas dos entidades se completaban perfectamente. Este ser completo se denomina el andrógeno9. Más adelante, en el transcurso de la evolución, los dos polos de esta unidad se habrían apartado el uno del otro, cada mitad yéndose por su lado a vivir su vida en forma separada. Si estas dos mitades pueden reconocerse a lo largo de su evolución, es porque cada una lleva la imagen de la otra en la profundidad de su ser; cada una marcó con su sello a la otra. Esta imagen es muy borrosa pero existe. Por esta razón, cada ser humano viene a la tierra con la oscura esperanza de encontrar en alguna parte un alma que le dará todo lo que necesita, y que existirá entre él y esta alma una comprensión y una armonía perfectas. Todos ustedes saben esto, pues ninguno de ustedes ha dejado de creer que encontrará esta alma amada cuyo rostro conoce10. Llevan su imagen en ustedes, pero enterrada tan profundamente que no llegan a distinguirla claramente. Topándose con un hombre o una mujer, dicen a veces: «¡Ya está, lo encontré!» Como si se hubiera producido de pronto una fusión entre este ser y la imagen que llevan en ustedes mismos; su vida se transforma y hacen todo por acercase a él. Cada vez que se lo encuentran, que le hablan, todo se vuelve maravilloso. Pero luego de un período de intimidad, descubren que no es verdaderamente ese o esa que ustedes esperaban. Se sienten frustrados y lo abandonan para comenzar a buscar nuevamente… Por segunda vez, creen encontrar esta alma gemela en otro ser, y la misma dicha, la misma inspiración brota, aman de nuevo. Pero se repite la misma historia… Un día, este encuentro con el alma gemela se producirá verdaderamente para cada uno. Pero mientras tanto, esto no debe ser un impedimento para buscar un compañero o una compañera y fundar un hogar. Sí, mientras tanto, son como dos asociados que tienen un trabajo que hacer juntos y que deben esforzarse por llevarlo a buen término hasta el día en que la muerte los separará. La naturaleza ha creado a los humanos de tal forma que todos necesitan afecto, ternura, hacer intercambios. Es una necesidad universal, nadie puede dudarlo o presentar objeción alguna. Pero no es una razón para lanzarse ciegamente uniendo su vida al primer aparecido y sufrir luego durante años. Por ello les doy este consejo a todos los jóvenes chicos y chicas: ustedes están destinados a tener numerosos encuentros diariamente, pero antes de escoger a alguien, preocúpense por ver si este ser está preparado verdaderamente para hacer un trabajo con ustedes y caminar por el mismo camino, si no pasarán su existencia destruyéndose mutuamente11. Examinen bien si están en acuerdo en los tres planos, físico, sentimental, intelectual, o si solamente ceden a una atracción física pasajera. Si acerca de temas importantes, su pareja y ustedes tienen opiniones divergentes, no se digan: «¡Oh! esto no tiene ninguna importancia, a la larga las cosas se arreglarán, nos entenderemos», pues en realidad es todo lo contrario lo que va a producirse. Pasado cierto tiempo, una vez cansados de algunos placeres y cuando el sentimiento, por su parte, se haya atenuado, se darán cuenta de que sus ideas, sus aspiraciones, sus gustos son muy divergentes y se van a enfrentar, a lastimar. La armonía en el plano de los gustos y de las ideas es la más importante. La atracción física, incluso con un poco de amor, no es suficiente: rápidamente uno se siente satisfecho, hastiado. Existen seres que no experimentan ninguna atracción el uno por el otro, pero se adoran porque tienen siempre miles de cosas para contarse, explicarse, descubrir juntos, ¡es formidable! Claro, cuando un hombre y una mujer deciden unir sus vidas, es aconsejable que sientan mutuamente cierta atracción física, pero lo esencial es el entendimiento en el plano de los gustos y de las ideas. Ya que las relaciones de una pareja no consisten únicamente en besarse, abrazarse y en hacerse declaraciones de amor; están todos los detalles de la vida cotidiana en los cuales hay que pensar y los que hay que enfrentar, hay decisiones que tomar juntos, hay que organizar la existencia. Si uno desea tener hijos y el otro no, si uno quiere vivir en la ciudad y el otro en el campo, si a uno le gusta la reflexión y el silencio y al otro la música y las diversiones ruidosas, ¿qué va a ocurrir? Y a propósito de todos los acontecimientos del mundo exterior, de la vida política, social, cultural, cada uno tiene también sus opiniones, sus maneras de sentir y de ver; y si las reacciones son siempre divergentes, ¿qué conversaciones tendrán? O se pelearán, o cada uno permanecerá en silencio en su esquina, y en uno u otro caso la vida se convertirá en un infierno. Lo esencial para vivir juntos es la comunidad de ideas, de meta, de ideal. Desafortunadamente, la mayoría de chicos y chicas no tiene muchos criterios; son ligeros, están demasiado apurados, y cuentan con el azar de los encuentros para hallar las parejas que sueñan. ¡Como si la Providencia estuviera allí para privilegiar a los ciegos! En lo absoluto. Apenas divisa a lo lejos ciegos, la Providencia sale corriendo y deja que el destino se encargue de ellos; y al destino, ustedes lo saben, le interesa hacerlos gritar. Pero si la Providencia advierte dos seres que se sirven de sus ojos para ver con claridad, dice: «¡Ah, me gusta esto, voy a ayudarlos!» Les aconsejo a los jóvenes, por tanto, que no tomen una decisión precipitada, sino que estudien primero las leyes del amor. Cuando hayan comprendido cómo amarse, cómo prepararse para tener hijos y educarlos, podrán decidir. Pero si se precipitan, sobre todo cuando los hijos estén allí y que toda clase de dificultades se presenten, muy rápido se sentirán desbordados. Irán a buscar psicólogos y médicos, leerán libros para instruirse, pero será demasiado tarde. No hay que pensar que se tiene tiempo, que luego uno verá, que uno siempre logrará arreglárselas. No, es antes que hay que instruirse. Antes de comprometerse, es pues mejor esperar, tener paciencia… Algunos dirán: «Pero actualmente, los jóvenes se casan más tarde: gracias a una mayor libertad en las costumbres, pueden vivir juntos y experimentar muchas cosas antes del matrimonio». ¡Ah! porque ustedes creen que presentarse en la iglesia o en la notaría, ¿esto es el matrimonio? Para la sociedad, sí, quizás. Pero para la Inteligencia cósmica, el verdadero matrimonio es el acto de amor, este acto que es la repetición del matrimonio que se celebra arriba entre el Padre celeste y la Madre divina12. Todo lo demás, la iglesia, la notaría, no son más que formalidades. En cuanto a esta libertad que tienen los jóvenes en nuestra época de encontrarse, estudiar juntos, distraerse juntos, que es un gran privilegio que los jóvenes de otras épocas no conocían, es lamentable que traiga como consecuencia el precipitarlos a aventuras de las que salen prematuramente hastiados, envejecidos y heridos. Porque ha logrado liberarse de todos los «tabús sexuales», como ella lo dice, la generación joven está feliz de sentirse finalmente libre. Sí, pero ¿lo que hace con esa libertad la hace más feliz? No, al contrario, se observa en los jóvenes un mayor número de suicidios o de intentos de suicido, lo que demuestra muy bien que sus experiencias sexuales no les aportan el amor. Si les aportaran el amor, no pensarían nunca en suicidarse, ya que el amor está unido a la vida. Quien ama tiene ganas de vivir, extrae de su amor los elementos que, cualquiera sean las dificultades que se presenten, lo fortalecen y le dan un sentido a su vida. Pero he ahí que, incluso si no puede negarse que los dos están unidos, el amor no es la sexualidad. Y en vez de alegrarse por haber conquistado la libertad sexual y apresurarse a aprovecharla, la generación joven debería más bien poner el acento en el amor para comprender mejor su verdadera naturaleza y encontrar mejores formas de manifestarlo. En realidad, ¿qué es el amor? No es algo que viene de un hombre o de una mujer. El amor es una energía cósmica que está difundida por todas partes en el universo13. Se puede encontrar el amor en la tierra, el agua, el sol, las estrellas… Puede encontrarse en las piedras, las plantas, los animales… Y uno puede encontrarlo también en los humanos, claro, pero justamente no exclusivamente en ellos. Por ello no hay que sentirse privado de amor porque no se tiene a un hombre o a una mujer que abrazar. No es el cuerpo, no es la carne lo que les dará el amor, pues el amor no se encuentra allí. El amor puede servirse del cuerpo físico como soporte, pero él está en otra parte: está en todos lados, es una luz, un néctar, una ambrosía que llena el espacio. ¿Por qué no se observan para sacar conclusiones de experiencias que ciertamente ya tuvieron? Ustedes amaron a alguien, y durante los primeros momentos de este amor, vivieron en el éxtasis, la poesía, la música. El solo pensamiento que el otro existía y que iban a verlo quizás en la calle o en otra parte les bastaba… Un día, pudieron obtener un objeto que él había tocado o que le había pertenecido, e incluso si no era más que un simple objeto de ningún valor, representaba para ustedes el tesoro más preciado del mundo, pues estaba lleno de sus emanaciones; era como un talismán. Y luego, poco a poco, comenzaron a encontrarse y las cosas siguieron su curso «normal», como se dice. En esos momentos, saborearon ciertamente otros placeres, otras dichas, pero perdieron todo lo que hacía mágicos sus primeros encuentros. Y frecuentemente, ¿cómo ha terminado esto? Con desilusiones, malentendidos, enfrentamientos, separaciones… Para conservar su amor, había que entender que éste no residía en la posesión física de este ser, sino en algo sutil que, a través de él, los unía a todo el universo, a la belleza de la tierra, del cielo, del sol, de las constelaciones. Queriendo suprimir completamente la distancia que los separaba de él, poco a poco ustedes perdieron todo este mundo sutil, y no quedó sino el lado material, prosaico. Por ello les digo: si quieren conservar su amor, no se apresuren a acercarse físicamente, pues una vez hayan pasado las grandes ebulliciones, van a cansarse pronto, y comenzarán a ver aparecer los lados negativos del uno y del otro. Para proteger su inspiración, traten de conservar cierta distancia. Quienes quieren conocerlo todo inmediatamente, probarlo todo, dejarán pronto de sentir curiosidad el uno por el otro, ya no tendrán ganas de encontrarse, porque han visto demasiado, han probado demasiado, han comido demasiado, están saturados, y ¡ahí está, se acabó! Este amor que les aportaba todas las bendiciones, que les aportaba el cielo, ¡lo sacrificaron por algunos minutos de placer14! ¿Por qué se privan tan rápido de estas sensaciones tan sutiles y poéticas? Porque creen que esta belleza, este encanto que los maravilla es una forma que pueden agarrar. ¡Pues no! La belleza se expresa a través de formas pero no se encuentra en la forma, se encuentra en el resplandor, en las emanaciones. Por esta razón no hay que tratar de apoderarse de ella para tocarla, probarla: no es una forma que se pueda agarrar. Uno debe solamente contemplarla, maravillarse ante ella, impregnarse con su presencia, y ella los llevará hasta el cielo. Sé muy bien que es una manera de comprender tan desconocida que a algunos les parecerá incluso grotesca. La mayor parte de los humanos se comporta como si la belleza estuviera allí para ser tocada, poseída, ensuciada, rasgada. Como los niños que rasgan las páginas de un libro luego de haber visto las imágenes… Destrozar a un ser porque uno quiso poseer su belleza, ¿es eso el amor? Algunos dirán que sí quisieran vivir un amor tan poético, pero que no saben cómo. Sí, evidentemente, yo comprendo y les diré que para saborear el verdadero amor, deben comenzar por establecer un vínculo con el mundo divino, ya que es ese vínculo el que da el verdadero gusto a las cosas e incluso al amor. Cuando han hecho ese vínculo, sienten que un raudal de energías superiores los inunda. Por medio de la meditación, la oración, ustedes deben buscar la presencia de estas energías divinas que le dan un gusto exquisito a su amor, como si comulgaran con toda la naturaleza, con todo el universo. Pero sepan sobre todo que su amor no será sino el reflejo de ustedes mismos. Buscan el amor y creen que va a venir del exterior bajo la forma de un ser que será exactamente como ustedes lo esperan: bello, agradable, generoso, paciente… ¡Son gruñones, egoístas, coléricos, y el amor debe presentarse ante ustedes en la forma de un ángel! Pues bien, no, y admitiendo incluso que tienen un ángel o un arcángel en sus brazos, si no han hecho nada por elevarse hasta el mundo divino, para unirse a él, no sentirán nada de su esplendor. Traten de entender que ni un hombre ni una mujer puede aportarles el amor que buscan; no puede darles el amor porque no es más que su depositario. La fuente, el dispensador del amor, es Dios, y si no se unen a Él, no conocerán el verdadero amor. El amor es una cualidad de la vida divina, por ello solo encontrarán el amor si logran hacer fluir esta vida en ustedes, una vida purificada, iluminada gracias a los esfuerzos que hacen diariamente por acercarse al mundo divino. Solo el amor divino puede preservar el amor humano, no lo olviden nunca, incluso apúntenlo. Mientras prefieran tomar a un ser humano en vez de al Creador de todos los mundos para llenar su vida, irán al encuentro de decepciones. Amen a una mujer, amen a un hombre, pero no lo pongan nunca en el primer lugar. Cuando hayan puesto al Señor en su corazón y en su alma, entonces sí, podrán tomar a otra creatura para romper su soledad. Pero lo primero es reconocer y amar al Ser de todos los seres15. ¡Que en su alma haya primero este esplendor de esplendores, esta luz de luces! Luego busquen a la creatura que sea más capaz de recordarles al Creador, de unirlos a Él, y trabajen con ella. Pero ir a atarse a alguien que no les recuerda al Señor, que no los ilumina, no los purifica, no los ennoblece y que va incluso a introducir en ustedes el desorden, los celos, la destrucción, ¡es insensato! Y sin embargo ¡cuántos hombres y mujeres he visto que se encadenaron con creaturas que les hicieron cortar con el Cielo, que les impidieron orar, meditar e incluso ser buenos! Se dejaron absorber estúpidamente sin darse cuenta hacia qué abismo iban a ser precipitados. Pues sí, ¡ningún discernimiento, ningún criterio! Olvidar esta fuente del amor en la cual pueden saciarse día y noche, para ir a beber el agua de un charco o de un pantano con la esperanza que se maravillarán y encontrarán la plenitud, es lo que hace la mayoría de los humanos. Y luego se extrañan de porqué se sienten desdichados. Ustedes creen haber encontrado la felicidad, porque un día un hombre o una mujer les ha sonreído, los ha abrazado, e incluso les ha jurado amor eterno. Pero he ahí que poco tiempo después, todo esto se borra, se olvida. ¡El amor humano es tan cambiante! Pero si lo buscan allí donde se encuentra, en el mundo divino, en Dios mismo, los visitará siempre, los colmará sin cesar y tan abundantemente que podrán después saciar a todos los demás a su alrededor. ¿Por qué olvidar esta riqueza inagotable para ir a mendigar un poquito de amor en algún lugar, algunas palabras, algunas miradas, algunas sonrisas, algunos besos, creyendo que serán saciados? Hoy están llenos, pero mañana tendrán hambre y sed nuevamente… ¡Y no me cuenten, para justificarse, que necesitan amor! ¿Creen ser los únicos? Todos los seres lo necesitan. ¿Creen que yo no lo necesito? ¡Quizás incluso lo necesito más que ustedes! Tanto que aprendí adónde buscarlo y encontrarlo, mientras que ustedes no. ¿Y por qué? Justamente porque no lo necesitan lo suficiente. Si aspiraran realmente a este amor infinito, eterno, habrían escuchado a su alma, a su espíritu que les dicen dónde encontrarlo y cómo encontrarlo. Evidentemente, uno no es siempre dueño de sus sentimientos, ni libre de escoger al ser que quiere amar. Pero antes de unirse a alguien, incluso si lo aman, traten de saber lo que tiene en su cabeza y en su alma. Si sienten que este ser representa un peligro para su vida espiritual, ¡apártense!... A menos que tengan suficiente fe, paciencia, buena voluntad como para ayudarlo e iluminarlo. En ese caso sí, su gesto es divino. Pero la verdad es que es muy raro que uno se una con ese fin. Incluso si el otro es pobre interiormente, uno intenta arrebatarle algo, para tranquilizarse, para protegerse, y he ahí cómo después de algún tiempo los dos son doblemente pobres. Por tanto, reflexionen: si tienen realmente el deseo de hacer un sacrificio por un ser y están suficientemente armados para resistir, háganlo, su sacrificio será tomado en consideración; el Cielo se maravillará al ver que ustedes quieren dar sin esperar nada a cambio, y será una bendición para su compañero. Se encuentran estos casos de generosidad sobre todo en las mujeres. Desafortunadamente, el solo deseo de salvar a alguien no es suficiente, y a menudo ellas fracasan, ya que es necesario un saber, métodos, una gran resistencia física y psíquica. No es tan fácil salvar a alguien; hay que ser muy fuerte y estrechar aún más sus lazos con el Cielo para no rendirse en el camino y dejarse arrastrar por el otro. Por consiguiente, no hay que sobrevalorar sus capacidades, sino medir sus fuerzas, y si sienten que no son suficientes, no se comprometan, conténtense con orar al Cielo por esta desdichada creatura que aman. Reflexionen muy bien acerca de todo lo que yo les digo, pues es necesario tener una gran claridad sobre un tema tan importante como el amor y el matrimonio16. Frecuentemente es en este ámbito donde uno cae, fracasa y pierde su herencia celeste. En primer lugar, deben buscar este amor que es Dios mismo, introducirlo profundamente en ustedes, y luego, hagan lo que hagan, casándose o sin casarse, serán capaces de colaborar con las fuerzas de la luz. Una buena comprensión del amor es absolutamente indispensable para su futuro y el de la humanidad. Supongamos ahora que han encontrado a la persona con quien ustedes quieren construir su existencia. Deben ser conscientes el uno y el otro de que son una parte de un gran Todo que no cesa de alimentarlos. De lo contrario, poco a poco van a limitarse y esta limitación será muy perjudicial para su amor. Ustedes, uno y otro, son como… digamos una copa en la que el otro viene a beber, y si no están unidos a la Fuente divina, cada uno agotará pronto el contenido del otro. Y una vez que no haya nada que beber, ¿qué puede uno hacer sino rechazarse mutuamente? Para que la copa nunca se vacíe, hay que conectarla a la Fuente divina, y entonces será la abundancia, habrá siempre de beber, el amor nunca terminará. Sí, y allí interviene de nuevo la ciencia mágica del vínculo. Piensen que el ser que aman es una creatura única y que depende de ustedes unirla a la Fuente. La mujer debe considerar a su amado como un aspecto del Padre celeste, y el hombre a su amada como un aspecto de la Madre divina. Esta manera de considerarse los mantendrá unidos a la Fuente, y de esta Fuente fluirán energías que vendrán a colmarlos. Y he ahí aún un punto frente al cual los humanos son muy ignorantes. Pues observen lo que ustedes hacen: en vez de unir al Cielo al ser que aman, se apegan a él exigiendo que concentre toda su atención en ustedes. Y poco a poco este ser a quien le impiden respirar las emanaciones celestes, beber en los manantiales del Cielo, ya no tiene nada divino que ofrecerles, y entonces juntos van a periclitar. Cuando uno ama, no hay que pensar tanto en sí mismo, pues se arrastra a los seres hacia las regiones inferiores de sus deseos y de su codicia. Amar, por el contrario, es olvidarse, superarse, hacer algo grande por el otro, y no hay nada más grande que unirlo a la Fuente. Observen solamente cómo suceden las cosas en general. Un hombre se siente infeliz, desmotivado, y en ese momento, claro, experimenta la necesidad de tomar en sus brazos a su amada para que lo reconforte. Entonces, ¿qué le ofrece él? Le toma sus fuerzas, su inspiración, y a cambio no le da sino miasmas. No era el momento que había que escoger para abrazarla. Debía decirse: «Estoy pobre, estoy sucio, tengo que lavarme y cuando esté realmente en buen estado, iré a darle mi riqueza». Si los humanos pudieran ver con qué fealdad «aman» a la persona con quien comparten su vida, se avergonzarían. Ustedes dirán: «Pero cuando uno está triste necesita ser consolado». No es una justificación, hay otras maneras de consolarse. Apenas se sientan pobres y tristes, manténganse momentáneamente un poco distantes de aquel o de aquella que aman, de lo contrario la ley divina vendrá a preguntarles por qué lo han ensuciado y desvalijado. ¡La gente es increíble! Cuando se siente bien, va por doquier a distribuirle a los demás sus riquezas, y cuando se siente infeliz, desanimada, desvalija a quienes ama. En adelante, cuando se acerquen a la persona a quien aman para tomarla en sus brazos, piensen en unirla a las entidades más sublimes. ¡Que a través de la mujer el hombre se dirija a la Madre divina, y que a través del hombre la mujer se dirija al Padre celeste! Así, en vez de agotar egoístamente las riquezas que Dios les ha dado, el uno y el otro las emplean para llamar la luz. Uniéndose mutuamente al Padre celeste y a la Madre divina, beben de la fuente de un amor incorruptible y eterno. Se dan elementos que nunca antes habían recibido y el alma de cada uno se siente agradecida con la otra a causa de este amor. El verdadero matrimonio es un reflejo de este gran misterio que se celebra en lo alto entre el Padre celeste y la Madre divina. Por ello, lo que los humanos han hecho hasta ahora ciegamente, inconscientemente, deben hacerlo en adelante comprendiendo toda la profundidad de sus actos. El marido aprenderá cómo puede aportarle a su mujer las cualidades del Padre celeste, y la mujer a su marido las cualidades de la Madre divina. De esta manera, con esta consciencia de aportarse y de darse mutuamente lo que no tienen, nunca dejarán de amarse. E incluso cuando se hayan vuelto muy, muy viejos, se amarán mejor que el primer día de su unión. Pues ya no es la carne, el cuerpo lo que amarán, sino el alma. ¡Qué importa si el cuerpo se ha envejecido, arrugado: detrás de estas arrugas resplandece una alma magnífica. Y un alma no tiene precio! He ahí solo que un alma es vasta, muy vasta, y uno no puede verdaderamente amarla sino con su alma, es decir, trabajando por desarrollar en sí este principio espiritual que puede extenderse hasta los confines del universo. Ahora bien, ¿qué hace la mayoría de los humanos? Tienen una consciencia tan limitada que amando a un hombre o a una mujer, se olvidan del mundo entero. Y evidentemente, exigen que el otro haga lo mismo, ¡en adelante nadie más debe existir para él! No se dan cuenta de que con esta actitud están empequeñeciendo, empobreciendo, mutilando su amor. ¿Qué clase de amor es ese que echa raíces al lado de un solo ser para asfixiarlo? El verdadero amor abraza a todas las creaturas. Este amor tan vasto es mucho más benéfico para una pareja que un amor exclusivo. Con el pretexto de que se aman, los hombres y las mujeres se aferran los unos a los otros como si tuvieran miedo de perderse, miedo de que alguien más viniera a quitarles su bien… Pero ¿dónde está escrito que una mujer o un hombre les pertenece, aun si están unidos por los lazos del matrimonio17? No lo conocen sino hace dos años, diez años, cuando en realidad ha sido creado desde el origen de los tiempos, mucho antes de que ustedes lo conocieran. Tiene padres y otras personas que lo aman también ciertamente; hay un Creador que ha hecho de él un alma libre desde el origen de la creación: no les pertenece. El marido dirá: «Es mi mujer». Sí es su mujer, pero ¿hasta cuándo estará con ustedes? Antes de ustedes, en sus encarnaciones precedentes, ha amado ya a centenas de hombres –y sin duda también ha sido ella misma un hombre- y amará a otros después de ustedes. Y ustedes, ¿la amarán siempre? ¿La han amado desde el comienzo del mundo?... No. Pues bien, tranquilícense y sepan que es injusto imponer a un ser lo que no pueden imponerse a ustedes mismos. Si se obstinan, no lograrán sino hacer dos esclavos: su mujer a quien quieren amarrar y ustedes que se amarran a ella; y su situación será mucho más deplorable que la de ella. Algunos hombres se imaginan que si no vigilan celosamente a una mujer, ella los va a engañar. Pero los engañará aún más si la acosan con sus celos. Si hay una cosa en la que no creo es que un hombre pueda vigilar a una mujer. Ella misma puede vigilarse, sí, solo ella puede vigilarse, no él. Incluso si la encierra con doble llave, se las arreglará para engañarlo. Y en realidad, ¿qué se gana encerrando a alguien? Un cuerpo, es decir una envoltura solamente, un caparazón. Lo que constituye la verdadera riqueza de este ser, su esencia, es decir sus pensamientos, sus sentimientos, no puede ser encerrado. La ilusión más grande consiste en imaginarse que uno puede encarcelar a un alma humana. Un alma no puede ser dominada. Uno puede llegar a apropiarse del cuerpo físico, pero no del ser misterioso que habita adentro. Hombres y mujeres han buscado aferrarse al ser que aman por medio de la magia. Claro, es posible, existen toda clase de procedimientos y de fórmulas de encantamiento, pero es el peor método y yo les desaconsejo absolutamente a todos servirse de él. Supongamos que a fuerza de prácticas mágicas una mujer termina por obligar a un hombre a amarla: puede incluso que él se enamore perdidamente de ella. Pero al abrazarla y darle lo que ella espera de él, no sabe lo que él le comunicará al mismo tiempo: los espíritus que atrajo con el poder de sus fórmulas y de su voluntad se instalaron en este hombre para forzarlo a hacer lo que ella quiere; pero no es su alma la que viene a amarla, son entidades inferiores a través de él, y si ella pudiera verlas, sus cabellos se erizarían en su cabeza y le suplicaría al Cielo que lo libere de éstas. Creyendo beber el amor en los labios de este hombre, ella bebe un veneno que la destruirá poco a poco. Uno puede obligar a las entidades del mundo astral a introducirse en el cuerpo de hombres y de mujeres para obtener lo que se desea de ellos, pero su alma y su espíritu son libres, nunca pueden ser ligados, ni encadenados. Uno de los mejores métodos para liberarse de esta tendencia a poseer es aprender a elevar su amor hacia un plano superior. ¿Por qué una mujer que ama a un hombre por su inteligencia, su ciencia, su bondad, quiere darlo a conocer al mundo entero? ¿Por qué se siente feliz que el mundo venga a iluminarse, a calentarse, a reconfortarse junto a él?... Porque su amor es de una calidad muy superior a aquella que uno ve manifestarse en el amor ordinario. Por tanto, lo importante es saber transformar su amor. Si es muy sensual, sepan que el deseo de posesión, los celos, están inseparablemente ligados a él. Sí, entre más amen a alguien físicamente, más desean que no les pertenezca sino a ustedes; entre más lo amen espiritualmente, más se unen a su alma, y más ganas tienen de darlo a los demás, de compartir con ellos esta dicha de amarlo. Nada es más natural que querer compartir la vida de un ser uniéndose a él mediante los lazos del matrimonio. Pero la regla esencial es nunca considerar a este ser como su propiedad, de lo contrario se enfrentarán a obstáculos insuperables, porque llegará siempre un momento en el que se darán cuenta que no les pertenece: él existía antes de conocerlos y existirá después de ustedes; no son ustedes, es Otro quien lo creó. Entonces, considérenlo solamente como su asociado durante esta existencia y recuerden que no está unido a ustedes sino por su propio y libre consentimiento. Antes de ustedes ha estado unido a una cantidad de seres distintos. Su unión con ustedes no es eterna. Si lo fuera, sería su alma gemela, vivirían en perfecta armonía con él y sobre todo nunca temerían perderlo. Como no es el caso, es entonces porque no se conocían todavía: incluso se encuentran quizás por primera vez. En el transcurso de sus encarnaciones cada mujer ha tenido ya tanto maridos que, la pobre, si debiera contarlos se perdería. Del mismo modo, cada hombre ha tenido ya cantidades de mujeres, y no está dicho que en la próxima encarnación será aún la misma. Por tanto, es inútil hacerse ilusiones o atormentarse. Es necesario que los hombres y las mujeres se digan: «¡Aquí está, somos asociados, vamos a dar lo mejor de nosotros mismos, vamos a ser honestos, es todo!» Hagan el esfuerzo de entender que existe en los hombres y las mujeres un principio sutil con el que deben arreglar sus relaciones. Así, los métodos que emplearán respecto a este ser que aman se volverán cada vez más delicados; y este ser comenzará a encariñarse con ustedes porque sentirá que respetan su libertad, que no lo violentan y que puede confiar en ustedes. Si llegan a crear con él una buena relación, podrán estar juntos de nuevo en otra vida, ¿por qué no? Para lograr vivir armoniosamente una relación, hay que haber aprendido a ampliar su comprensión del amor18. Un matrimonio, hijos y una vida vivida junto a un cónyuge fiel, he ahí la imagen que generalmente los humanos se hacen de la felicidad. No es difícil casarse y tener hijos, pero esta fidelidad con la que cada quien sueña, ¡éste es otro asunto! No es ni razonable, ni realista creer que se puede vivir toda una vida concentrando su atención, sus pensamientos y su amor en un solo ser. Cada mujer en la tierra no refleja sino una ínfima parte del esplendor de la Mujer cósmica. Toda esta belleza que uno ve distribuida en todas las mujeres es la belleza de una sola y única mujer, la Madre divina, que reúne todos los esplendores, todas las perfecciones. Y cada hombre en la tierra no refleja también sino una ínfima parte del esplendor del Padre celeste, unos un poco más, otros un poco menos. Por consiguiente, amando solamente a un hombre o a una mujer, uno nunca puede sentirse satisfecho, colmado, porque ninguno de los dos representa la totalidad, la perfección. Entonces, cásense si quieren, pero no se engañen: una mujer, un marido no les dará sino lo que puede darles. La solución está en que cada hombre ponga en su corazón a todas las mujeres de la tierra, y cada mujer a todos los hombres. Muchos, claro, se disgustarán y pensarán que es la puerta abierta al libertinaje. No, y la actitud que yo propongo es incluso la única solución. Bastante antes de que yo comenzara a decir algo acerca de este tema, muchos han señalado la imposibilidad de cumplir la promesa que se hace el día del matrimonio – amar toda su vida al mismo hombre o a la misma mujer y serle fiel- agregando además que hacer semejante promesa, que se sabe muy bien que no se puede cumplir, es hipócrita. Entonces, ¿qué hacer? ¿Promover el amor libre? Después de algunas experiencias, muchos han comprendido que esta novedad no es la mejor, y retornan a soluciones más tradicionales… El matrimonio no debe abolirse. Existe hace tantos miles de años que se creó una especie de atavismo en los humanos, y ponerlo en duda equivaldría a poner en duda la existencia de la familia también, con todas las consecuencias negativas que se desprenderían de ello desde el punto de vista físico, psíquico, social… Pasado cierto tiempo, uno se vería obligado a volver a la situación antigua, a sabiendas de que no es tampoco la verdadera solución. La verdadera solución no se encuentra ni en la concepción tradicional de la familia ni en el amor libre: ella consiste en entender que existen otras expresiones del amor, más amplias, más nobles, donde el marido y la mujer, confiando el uno en el otro, se dan una mutua libertad. Cuando dos seres verdaderamente evolucionados se casan, por anticipado se han permitido ya esta libertad. Cada uno se alegra de poder amar a todas las creaturas y de sentir que el otro tiene también esta posibilidad. La mujer comprende a su marido, el marido comprende a su mujer, y los dos se elevan, marchan juntos en la luz. En ese instante se produce un fenómeno misterioso: la mujer viendo a través de su marido a todos los hombres de la tierra, y el hombre viendo a través de su mujer a todas las mujeres, no sienten ya ninguna necesidad de ir a buscar otras aventuras. Y así viven la verdadera vida, llena de un amor ilimitado: son asociados para el trabajo divino y su unión influencia benéficamente al mundo entero. Ven cómo las cosas se aclaran. Esta ciencia es infinita como la vida, y tengo la sensación de no haber hablado aún suficientemente acerca de este tema, como de muchos otros temas, por cierto. Pero yo espero que con la gracia del Cielo y la buena voluntad de ustedes, llegaremos a dilucidar estos problemas cada vez más, a fin de que ustedes se conviertan en hijos e hijas de Dios, felices, libres. ¡Sí, felices, libres, en paz, incluso con sus mujeres, sus maridos y sus hijos!... Claro, no soy ingenuo, y cuando les presento estas ideas, sé bien que no van a comprenderse inmediatamente y menos aún a realizarse. Esta visión de las cosas es difícil de admitir, tanto más cuanto ni la familia, ni la escuela, ni la sociedad los han instruido en este sentido. Algunas veces, en un poema, en una novela o en una película, encuentran la evocación de un amor excepcional, ¡pero es tan raro! E incluso si se sienten maravillados, no piensan que sea posible realizarlo en su vida, se queda en el ámbito de la poesía y del sueño. Pues bien, no, es realizable. Quizás no inmediatamente, pero con el tiempo es realizable. Lo esencial para realizarlo es conservar preciosamente esta idea en ustedes, como una luz hacia la cual deben dirigirse, con la convicción de que, sean cuales sean sus experiencias, esta luz la podrán alcanzar un día. IV La esencia solar de la energía sexual La concepción de los niños ¿Qué busca un hombre en una mujer? Si uno se limita a observar sus gestos, su comportamiento, parece que no busca sino formas físicas. Pero ¿por qué esta búsqueda no termina, como si nunca lograra encontrar lo que desea? Porque ignora que lo que busca no es esta materia visible, tangible, sino una materia sutil que la mujer es la única que posee. Solo que el pobre no encuentra mucho, pues ni siquiera sabe lo que busca en ella; y como la mujer tampoco es consciente de que posee esta quintaesencia tan preciosa, no hace nada por dársela. En cuanto a ella, lo que busca en el hombre es el poder, el poder de un espíritu superior. Ahora, lo que encuentra a menudo es la fuerza bruta, la violencia… o ¡la debilidad que se camufla detrás de una aparente fuerza! Ninguno de los dos sabe entonces darle al otro lo que necesita, y siguen insatisfechos. A través de todos estos contactos, estos abrazos, los hombres y las mujeres no buscan en realidad sino una cosa: la quintaesencia más pura de la Madre divina y la fuerza más pura del Padre celeste. Mientras no sean conscientes de esto, sus intercambios no pueden ser sino imperfectos y no hacen realmente nada mejor que los animales. Pero cuando dos seres se acercan con una consciencia despierta, con el deseo de darle a la energía sexual un destino divino, este acto se vuelve sagrado. Ya que no son los gestos, los actos mismos los que son puros o impuros, culpables o inocentes, es el contenido, es el fin, lo que hay en ese preciso instante en la cabeza del hombre y de la mujer; de ello depende la calidad de las energías, de las emanaciones, de todas estas fuerzas psíquicas que proyectan cuando se aman. Mientras un hombre y una mujer no hayan trabajado en ellos mismos para ennoblecerse, purificarse, incluso si han esperado a casarse para unirse físicamente, son culpables. Serán quizás aprobados y aplaudidos, su familia les hará un festín, la alcaldía y la Iglesia les darán, una el derecho, la otra la bendición, pero la Inteligencia cósmica los condenará. Pues ¿qué van a comunicarse mutuamente? Influencias malsanas, nocivas, es todo. Por tanto, aunque el mundo entero apruebe su acto, las leyes de la naturaleza viva se pronuncian contra ellos, porque no hacen más que ensuciarse. E inversamente, la sociedad puede reprocharles el haber tenido relaciones sexuales sin casarse, pero si vierten el Cielo en el alma el uno del otro, todos los ángeles en lo alto se maravillan. El bien y el mal no residen en el respeto o en el irrespeto de los convencionalismos, sino en la naturaleza, la calidad de lo que una pareja es capaz de darse. El Cielo no se preocupa entonces por saber si la unión de un hombre o de una mujer ha sido sancionada por la ley, no le interesa sino lo que se están dando para su edificación, su elevación mutua, pues estos elementos de pureza, de luz los comunicarán también un día a su descendencia. Respecto a la sexualidad, a la procreación, encontrarán lo que quieran saber en libros especializados, existe toda una literatura sobre estos temas. No la conozco, primero porque no tengo tiempo para leer estos libros, pero especialmente porque no me interesa oír hablar del acto sexual exclusivamente desde el punto de vista anatómico, fisiológico, o… «técnico», si quieren. Se encuentra todo en esos libros, salvo lo que yo les revelo, es decir, el lado espiritual de este acto. Ahora bien, hay que aprender cada vez más a considerarlo como un trabajo gigantesco de reconstrucción, de reedificación, de resurrección, de divinización por toda la humanidad19. Los órganos sexuales son las raíces del ser, y si se utilizan a la ligera, se puede estropear el ser en su totalidad; pues todo depende de las raíces, todo viene de ellas. Estas raíces determinan el conjunto de la personalidad, dan todos los matices de un temperamento, de un carácter. Observen solamente las diferencias que existen entre el hombre y la mujer. Muchas manifestaciones de su vida física, afectiva, moral, intelectual tienen su origen en lo que se ha denominado «las partes íntimas». En el plano físico, evidentemente, no existen varias maneras de unirse para tener un hijo, solamente una. En los planos sutiles existen miles de maneras de pensar y de sentir este acto. En el plano físico, no hay sino una manera tradicional, cósmica, llámenla como quieran, para tener un niño, y no puede reprochársele a los humanos el no haber encontrado otras (dejemos de lado los últimos descubrimientos de la ciencia sobre la inseminación artificial y los bebés probeta…). Pero en el alma, en el corazón, en el pensamiento, el amor ofrece posibilidades, matices, expresiones cada vez más bellas y espirituales… ¡hasta el infinito! En realidad, no es solo cuando el hombre fertiliza físicamente a la mujer que sus órganos sexuales están activos. No, de la misma manera que los ojos, por ejemplo, que están siempre expresando algo de la vida interior, el sexo refleja y expresa también esta vida interior. Hay sin cesar emanaciones, radiaciones etéricas. Pero estas radiaciones no son las mismas en todos los hombres; su calidad depende de la vida que llevan, si esta vida es espiritual o animal. El hombre perfecto, el hombre ideal, tal como la Inteligencia cósmica lo ha creado en sus talleres, es parecido al sol, y lo que emana de él es de la misma quintaesencia que la luz solar pero en estado etérico20. Por ello, a los que abusan de esta fuerza, en vez de comprender que está impregnada de la santidad de la luz, de la vida del sol, y que pueden servirse de ella para creaciones magníficas, el sol los castiga privándolos de sus más preciados tesoros21. Entre más se acerque un ser a la perfección, más sus emanaciones se asemejan a la luz; como la luz, se propagan a través del espacio y las creaturas que son sensibles las reciben y se benefician de ellas. He ahí por qué los hombres y las mujeres deben tratar de alcanzar la perfección del sol: porque siempre esta misma fuerza, esta misma energía solar sale a través de su cerebro, de sus ojos, de sus manos, de su palabra, de su pensamiento, y también a través de sus órganos sexuales. Y como la luz del sol, esta fuerza aporta sus bendiciones no solamente a los humanos, sino también a las plantas, a las piedras, a toda la naturaleza. La Inteligencia cósmica ha concebido la creación de una manera divinamente bella, son los humanos quienes todo lo deforman, todo lo empequeñecen, todo lo afean. Incluso si les parece increíble esta idea de que la energía sexual sea de la misma naturaleza que la energía solar, tómenla en serio, pues ella los incitará a volverse más puros, más luminosos. ¿De qué sirve escuchar tales revelaciones si ellas no producen resultados benéficos en ustedes, si no los impulsan a desear volver a ser semejantes a este ser primordial, el primer hombre, cuando salió de los talleres del Creador, radiante como el sol? El hombre fertiliza a la mujer como el sol fertiliza a la tierra. Pero en adelante debe aprender a dar también sus semillas en el plano espiritual, para que la mujer en su alma, en su corazón, traiga al mundo hijos divinos antes de traerlos al mundo en el plano físico. Pues esperar al momento de la concepción de un niño para tratar de ponerse en un buen estado interior no es suficiente. Hay que prepararse años antes, para no desencadenar sino corrientes armoniosas que invitarán a entidades divinas a venir a encarnarse en la tierra. ¿Qué padres no desean tener hijos en buena salud, bellos y dotados de todas las cualidades intelectuales y morales? Desafortunadamente, a causa de su ignorancia, lo más frecuente es que no estén preparados sino para albergar espíritus malignos del pasado que rondan alrededor de los humanos buscando reencarnarse y que serán la desgracia de su familia y de la sociedad. Se escucha frecuentemente a padres quejarse: «Pero ¿qué hemos hecho para tener este demonio en nuestra familia?» Desgraciadamente hicieron algo22, así sea solo ser ignorantes, ya que la ignorancia es la peor de las desgracias. Y entre los muchos aspectos de esta ignorancia está la creencia que el nacimiento de un niño es una especie de juego de azar: puesto que en una misma familia puede verse llegar a un sinvergüenza, a un santo, a un músico, a un matemático genial o a un discapacitado mental, sin que pueda comprenderse porqué, se ve allí una especie de lotería. Se trata de encontrar algunos rasgos comunes con los padres, los abuelos, los bisabuelos, o con un tío, una tía… pero se está lejos de explicarlo todo. Si el nacimiento de los niños no pudiera tener más que una explicación materialista suministrada por las leyes de la herencia, los hijos nacidos de un mismo padre y de una misma madre no deberían presentar semejantes diferencias físicas, morales, intelectuales. Ahora bien, esto es lo que ocurre. Lo que prueba que hay otras explicaciones: las leyes de la reencarnación, pero también y sobre todo la naturaleza de los elementos, de las corrientes que los padres han atraído con sus pensamientos y sus sentimientos al momento de la concepción. Conocer la fisiología, la biología no basta, hay que conocer los procesos fluídicos y energéticos que entran en juego durante la concepción, para comprender que hay allí fuerzas que dirigir hacia un objetivo determinado. Cuando ingenieros envían un cohete al espacio, calculan su fuerza, estudian su trayectoria; no expiden al cielo de cualquier manera un objeto descontrolado que recaerá sobre su cabeza o la de otros. Pues bien, es justamente lo que hacen los ignorantes que crean un niño sin ser conscientes de la naturaleza de las energías que desencadenan; ¡luego se asombran de porqué estas energías se devuelven en su contra! Dos seres que se unen para tener un hijo deben hacerlo en la luz, es decir con la consciencia de trabajar juntos en una empresa grandiosa. Para ello tienen a su disposición este factor formidablemente poderoso que es el pensamiento. Ya que el pensamiento es una fuerza alquímica y mágica capaz de atraer elementos y corrientes de su misma naturaleza. Pero ¿cómo esperar que hagan este trabajo con el pensamiento si nunca se han ejercitado en la vigilancia, la atención, el dominio de sí? Ahora bien, justamente los humanos no se ejercitan pues no desean más que dejarse llevar por el placer, sumergirse en el placer. Y el pensamiento, tratan más bien de suprimirlo porque lo consideran como el enemigo del placer. Parece que para experimentar sensaciones hay que embriagarse, perder la cabeza. ¿Pero qué saben? ¿Acaso han tratado de estar atentos, de dejar pasar en su amor solo lo que es luminoso, poético y bueno para el otro, a fin de ver qué dichas van a sentir y los descubrimientos que van a hacer? ¿No? Entonces, puesto que nunca lo han intentado, ¿cómo pueden opinar? Están encantados de perderse en los torbellinos de la pasión, porque creen encontrar allí la felicidad, cuando en realidad no hacen más que firmar su sentencia de muerte espiritual. No está prohibido experimentar sensaciones intensas, pero hay que velar por la calidad de estas sensaciones, y esto solo es posible si no se pierde el control. Por tanto, quienes quieren que un ser superior venga a encarnarse un día en su familia deben volverse más conscientes de la gravedad de su acto y hacer un trabajo con el pensamiento. Sí, con el pensamiento que estará allí presente, vigilante, en ese momento tan esencial de la concepción. Es necesario que sean al menos conscientes y se digan: «Con este acto vamos a tocar fuerzas formidables, terribles. Pongamos al menos este transformador de nuestro pensamiento para canalizarlas, orientarlas». Ya que el pensamiento actúa en efecto como un transformador, permite movilizar instantáneamente las fuerzas que colaborarán benéficamente en el trabajo de la creación. La fusión del hombre y de la mujer es la repetición del fenómeno cósmico de la fusión del espíritu y de la materia: el espíritu que desciende para animar la materia, y la materia que se eleva para darle al espíritu las posibilidades de fijarse y de realizar así sus proyectos23. Cuando el hombre se une a la mujer, esta fusión desencadena todo un proceso en él: su organismo trabaja para extraer del universo una quintaesencia sutil que desciende a lo largo de la columna vertebral y que se la da a la mujer. Sobre esta quintaesencia la mujer trabajará luego durante nueve meses para formar un niño. Así, en el instante en que conciben un niño, el hombre y la mujer se vuelven conductores de los dos principios cósmicos, el principio masculino y el principio femenino que reinan en lo alto, en el mundo divino. Por un momento al menos, el hombre debe esforzarse por encarnar este principio perfecto de grandeza, de inteligencia, de nobleza, de estabilidad, que representa el Padre celeste. Y la mujer debe esforzarse también por convertirse en la encarnación del principio de la Madre divina, que es pureza, ternura, fineza, generosidad, dulzura. En el momento de la concepción, el hombre y la mujer que se prepararon de este modo, vibran al unísono con estas dos Entidades sublimes que crearon el mundo, que están por encima de todo y que contienen todas las felicidades, todas las riquezas, todas las bendiciones. El hombre que es consciente de haberse convertido en el conductor del Padre celeste fertiliza a la mujer pensando que ella es la representante de la Madre divina; y la mujer, consciente de que se ha convertido en la conductora de la Madre divina, se esfuerza por darle a su marido, en quien ve al representante del Padre celeste, la materia más pura para esta creación. De esta forma, el niño que nacerá será un niño divino, porque habrá sido concebido en un estado de consciencia divina. La humanidad no puede ser transformada sino por seres conscientes de lo que representa este acto de concebir hijos. Los padres tienen entonces una terrible responsabilidad, por ello, deben prepararse ya desde años antes. La gestación La mujer, madre del niño Para que un niño venga al mundo, es preciso que el padre le dé el germen a la madre y que la madre lleve este germen a la madurez. Puede decirse entonces que el padre es creador y la madre formadora. Este germen que da el padre es un resumen, una condensación de su propia quintaesencia. Todo lo que ha vivido, todo lo que vive se expresa allí, en el germen. Yo les he explicado a menudo cómo cada movimiento de nuestra vida física como de nuestra vida psíquica se inscribe, se registra en nosotros, en los cromosomas de nuestras células. Cada célula posee entonces una memoria24, y de nada sirve fingir ante los demás la honestidad, la integridad, la bondad; lo que se hace lejos de las miradas, lo que se siente, lo que se piensa en su fuero interno se registra y se transmite hereditariamente de generación en generación. Si se grabaron enfermedades, vicios, ellos se transmiten; y una vez transmitidos, ¡vayan a buscar pedagogos para educar al niño o médicos para curarlo! Nada que hacer, es demasiado tarde. Todo se transmite, y si esto no se manifiesta en el primer hijo, se manifestará en el segundo o en el tercero. Pues la naturaleza es fiel y verídica: no hace germinar sino las semillas que se sembraron. Por consiguiente, es un error creer que lo que el hombre la da a la mujer en el momento de la concepción es siempre de la misma naturaleza. Si un hombre nunca ha trabajado en él mismo para ennoblecerse y purificarse, le dará a la madre el germen de un ser muy ordinario o incluso de un criminal. Tomemos un ejemplo, quizás ustedes no lo encontrarán muy poético, pero al menos es claro. La función de un grifo es suministrar agua y esta agua puede ser sucia o cristalina. Quien continuamente alimenta en sí malos pensamientos, malos sentimientos, no puede esparcir sino agua sucia, mientras que quien no cesa de trabajar por el bien, por la luz, distribuye agua pura, vivificante. Sí, no se asombren: el germen que el hombre le da a la mujer en el momento de la concepción es diferente según su grado de evolución. Por tanto, al igual que la semilla plantada en tierra lleva en ella el proyecto de lo que será el árbol o la flor, del mismo modo el germen que el padre le da a la madre en el momento de la concepción lleva el proyecto de lo que será su hijo, sus facultades, sus dones o al contrario, sus vacíos, sus taras. En cuanto a la madre, durante los nueve meses de la gestación ella aporta los materiales que servirán para la realización de este proyecto, y allí también puedo revelarles cosas extremamente interesantes e importantes que ningún biólogo les revelará, porque en este ámbito los biólogos no hacen sus investigaciones. Yo les hablo de procesos que se desarrollan en los planos psíquico y espiritual. Durante los nueve meses de la gestación, la madre no trabaja solamente en formar el cuerpo físico del niño sino también sus cuerpos sutiles; sin saberlo trabaja en el germen que el hombre le ha dado, creando así las condiciones favorables o no al florecimiento de diversas características contenidas en este germen. Tal germen puede ser el de un ser muy ordinario o muy evolucionado, y la madre con su actividad psíquica puede favorecer o al contrario entrabar las manifestaciones de las tendencias que éste encierra. Tomemos un ejemplo. Supongamos que el padre posee grandes cualidades intelectuales y espirituales: puede transmitírselas a sus hijos, pero si la madre es muy poco evolucionada o si durante la gestación llevó una vida desordenada dejándose llevar por estados de consciencia inferiores, se opone a la manifestación de todas estas buenas cualidades. Y lo contrario es verdad también: una mujer puede recibir del hombre un germen defectuoso, pero si sabe trabajar con sus pensamientos y sus sentimientos durante la gestación, todas las partículas puras y luminosas que emanan de ella van a oponerse a la manifestación de tendencias negativas. Dando el germen, el hombre proporciona en cierto modo el esquema, el proyecto de lo que será el niño; en cuanto a la mujer, mediante la calidad de los materiales que aporta (y esta calidad depende de lo que ella misma es y de lo que ha vivido), tiene la facultad de realizar este proyecto o, al contrario, de oponerse a su realización. Por ello, el poder de la mujer, su poder psíquico, es inmenso durante todo el período de la gestación. La mayor parte de las mujeres no sospecha la influencia de sus estados interiores en el niño que tiene en su vientre. Muchas se imaginan que el niño lleva en su seno una existencia absolutamente independiente de ellas, y que entonces, son libres de hacer lo que les plazca, de pensar o de sentir cualquier cosa sin que eso le llegue al bebé. Esperan a que haya nacido para ocuparse realmente de él. Luego, estarán las institutrices, y si el niño pone problemas, lo llevarán al pediatra que los solucionará. Pues bien, no, cuando el niño nace ya es muy tarde, está determinado, y ningún pedagogo podrá cambiar su naturaleza profunda. Sea cual sea el tratamiento por el que hagan pasar al plomo, sigue siendo plomo; pueden muy bien cortarlo, limarlo, pulirlo para hacerlo brillar a fin de que se parezca al oro, algunos minutos después se opaca nuevamente, pues es plomo. Pasa lo mismo con un niño. Si desde el origen no hacen un niño en oro (simbólicamente hablando), ninguna intervención cambiará su naturaleza profunda. Pero denle a este niño las cualidades del oro e, incluso si debe vivir en las peores condiciones, seguirá siendo incorruptible porque su quintaesencia es oro puro. Esta quintaesencia solo la madre puede dársela al niño durante la gestación, alimentándolo diariamente con pensamientos de luz. Gracias a esos pensamientos, el germen que crece en ella absorberá estas materias puras y preciosas. Así, el niño que nacerá será un día un artista destacado, un sabio iluminado, un santo, un mensajero del mundo divino. La madre puede hacer maravillas porque posee la clave de las fuerzas de la vida. Lo que ocurre en ella durante la gestación puede compararse con el proceso fisicoquímico de la galvanoplastia. Por ello lo he denominado «la galvanoplastia espiritual»25. Es un hecho muy conocido que durante el embarazo muchas mujeres son presa de extraños deseos, de impulsos descontrolados que nunca antes habían experimentado; pero lo que no se sabe es la razón de estos fenómenos, y yo se las diré. La mujer embarazada es visitada frecuentemente por entidades tenebrosas que desean hacer parte de la vida del niño más tarde; entonces ellas empujan a la mujer para que se conduzca de tal manera que este proceso de la galvanoplastia se haga en el desorden más grande, lo que les permitirá más tarde a estas entidades entrar en el niño, ir y venir a su alma y alimentarse a través de él26. Por tanto, durante todo el tiempo de la gestación, la madre debe velar por preservar al niño; conscientemente, con el pensamiento, debe crear a su alrededor una atmósfera de pureza y de luz para resguardarlo de ataques de entidades malignas, pero también para poder trabajar en colaboración con el alma que va a encarnarse. Ya que, a diferencia de lo que algunos piensan, el alma no entra en el cuerpo del niño durante la gestación. Es cierto que en el seno de la madre, el niño vive, su corazón late, se alimenta; pero el alma no ha penetrado aún en el cuerpo: no entra en él sino cuando nace, con su primer soplo27. Hasta entonces, permanece junto a la madre y trabaja en colaboración con ella en la construcción de sus diferentes cuerpos (físico, astral, mental…). Generalmente la madre no se da cuenta de este trabajo, ya que no es suficientemente sensible ni iluminada. Pero incluso si no puede sentir tanto y aún menos ver esta alma, puede al menos hablarle, hacerle peticiones, diciéndole: «Mira, yo te daré los mejores materiales, te ayudaré, pero trata tú también de aportar esta y esta cualidad para que este niño camine siempre por la vía de la belleza, de la sabiduría, del amor». Cuando la madre pronuncia con todo su corazón estas palabras, que son poderosas, mágicas, ciertas partículas emanan de ella, y el espíritu del niño que debe encarnarse las toma como materiales para construir sus diferentes cuerpos. El niño mismo no posee nada, recibe todos los materiales de su madre. Por ello, dándoselos, ella debe ser muy consciente y con sus pensamientos y sentimientos no darle sino las partículas más luminosas, más puras. Todos estos fenómenos del mundo invisible son desconocidos para la mayoría de las personas. Pero justamente el papel de una Enseñanza iniciática es hacerlos a ustedes sensibles a todo este mundo sutil, impalpable, pero real, más real que la misma realidad. Gracias a él se vuelven más conscientes, más atentos a todas las corrientes que los influencian, a todas las presencias que los rodean. Y esta consciencia los vuelve capaces de trabajar por el bien. Los hombres y las mujeres nunca deben olvidar que los niños que tendrán un día reflejarán de una u otra manera su propia forma de pensar y de vivir. Ya que todo lo que ocurre en la cabeza o el corazón de un ser humano se realiza tarde o temprano; cada uno de sus pensamientos, cada uno de sus deseos, en el momento en que surge en él está vivo, y el niño que viene ya existía en la cabeza o en el corazón del padre y de la madre. Por consiguiente, si cuando su hijo crece, se convierte en un ángel que los ayuda, es porque era ya una magnífica idea que ustedes alimentaron durante años, una idea que se encarnó ahora en su hijo y que a través de él, los sigue ayudando. Pero si este hijo no les causa más que problemas, sepan que es la encarnación de una idea criminal que ustedes también alimentaron. Puesto que un niño que nace no nace de la nada. Y si ustedes me preguntan la razón del nacimiento de sus hijos, les responderé: «¡Para que sepan lo que tenían en su cabeza!» De esta manera los hombres y las mujeres aprenden a conocerse: a través de sus hijos. Por cierto, si las madres tuvieran la costumbre de llevar el diario de su embarazo, constatarían que el niño va a repetir de una u otra manera durante su vida todos los estados por los que ellas atravesaron a lo largo de los nueve meses de la gestación. Pero esta repetición se hace en sentido inverso, es decir, lo que la madre vivió el noveno mes se manifestará en el primer período de la vida del niño, lo que vivió en el octavo mes en el segundo período y así sucesivamente… Como una vida humana puede durar noventa años, un mes de embarazo de la madre corresponde aproximadamente a diez años de la vida del niño. Yo les aconsejo a las madres que han tenido uno o varios niños que traten de acordarse de los acontecimientos y de los estados que vivieron mientras los llevaban en su vientre: comprenderán mejor algunos de sus rasgos de carácter o incluso algunos de sus problemas de salud. Una mujer que espera un niño debe decirse: «He aquí, durante nueve meses tengo todas las posibilidades de hacer de mi hijo un ser sano, bello, inteligente, noble, lleno de amor y que será una bendición para el mundo entero. Debo velar por no darle, con mis pensamientos, mis sentimientos, mis deseos, mis actos, sino los elementos más puros para contribuir a su formación». ¡Y que se ponga a trabajar! Pues una vez nacido, se acabó, el niño se le escapa, ya no puede hacer nada. Ahora, es claro que para hacer este trabajo las mujeres necesitan buenas condiciones materiales y psíquicas, que desafortunadamente no les son otorgadas sino excepcionalmente. Por ello, teniendo en cuenta la importancia de esta cuestión, yo pienso que los gobiernos deberían preocuparse de esto, y les he indicado incluso, en líneas generales, un plan que permitiría mejorar la situación28. Sí, pues en vez de seguir gastando sumas colosales en escuelas especializadas, hospitales, tribunales, cárceles, los gobiernos deberían ocuparse del punto de partida: la mujer encinta, y tomar medidas a fin de ofrecerle las mejores condiciones durante la gestación. Esto implicaría menos gastos y los resultados serían mejores para toda la sociedad. La verdadera educación de un niño comienza antes de su nacimiento, nunca me cansaré de repetirlo. Comienza con la educación de sus padres que deben, mucho tiempo antes, prepararse interiormente a efectos de atraer hacia su familia un espíritu excepcional. Una vez que han concebido este niño en la luz y pureza más grandes, es preciso que la madre, consciente de los poderes que la naturaleza le ha dado, trabaje por formar para este espíritu un cuerpo físico y cuerpos psíquicos hechos de los mejores materiales. Una entidad superior no puede aceptar venir a encarnarse sino en casa de seres que ya han alcanzado un cierto grado de pureza y de dominio. Lo importante para una entidad semejante no es entrar en una familia adinerada o gloriosa; prefiere incluso familias modestas donde no corre el riesgo de ser tentada por la facilidad. Pero necesita recibir de los padres adonde descenderá una herencia que no entrabará el trabajo espiritual para el cual decidió venir a la tierra. Muy pocos hombres y mujeres presentan las cualidades necesarias para la encarnación de grandes espíritus, y por ello la tierra está poblada de tanta gente ordinaria, de enfermos y criminales, cuando podría estar poblada de divinidades. Si algunos miles de padres en el mundo se decidieran ya a hacer este trabajo, en tres o cuatro generaciones la humanidad sería realmente transformada. La gestación La mujer, madre del Reino de Dios Durante nueve meses la madre encinta forma el niño en su seno alimentándolo con su propia substancia. Pero este poder que la mujer tiene de formar un niño no se limita al plano físico. En el plano espiritual las mujeres tienen también este poder, y si aceptan recibir este germen que representa una idea, una idea divina, pueden contribuir a formar el cuerpo de un niño, pero de un niño más amplio, un niño colectivo: el Reino de Dios29. Y este hijo en formación apoyará cada día a su madre, la guiará, la iluminará, la instruirá, la protegerá. Se cree que es la madre quien protege al hijo. Sí, en el plano físico es cierto, pero en el plano espiritual es el niño quien protege a su madre. Entonces, una idea, tan solo una idea es el germen. Todas las mujeres de la tierra pueden ser fertilizadas espiritualmente aceptando esta idea del Reino de Dios o, siguiendo otras tradiciones, de la Edad de Oro. Un día recibí la visita de un hombre que era considerado un gran espiritualista y cuando en el transcurso de la conversación, le dije que la salvación de la humanidad vendría por medio de las mujeres, porque poseen las llaves de la realización, quedó atónito, incluso indignado. En su criterio, eran los hombres quienes, teniendo en cuenta sus facultades, su puesto, su función, tenían todas las posibilidades de actuar en la sociedad. Entonces, le dije: «Pero ¿por qué es la mujer quien trae a los niños al mundo? Claro, el hombre proporciona el germen, pero para que este germen crezca y se desarrolle hasta convertirse en un niño perfectamente formado, es necesaria una mujer». Todos saben esto en el plano físico, pero en el plano espiritual se sigue en la ignorancia de estos grandes misterios de la creación. El principio divino produce semillas de una esencia tan sutil que si no se fijan van a perderse en el infinito. Para obtener formas sólidas, estables, reales, tangibles en el plano físico, es necesario que el principio femenino conceda participar. El poder de la mujer es inmenso, pues posee un magnetismo especial en forma de pequeñas partículas de materia muy sutiles que se escapan de ella. No es tanto entonces en el plano físico, concreto, que tiene el mayor poder, sino en el ámbito más sutil de las emanaciones. Se ha presentado a la mujer como una maga, un hada o a veces una bruja: es debido a esta facultad que le ha dado la naturaleza de producir ínfimas partículas de materia con las cuales es capaz hasta de formar cuerpos de esencia etérica. Desde tiempos inmemorables, magos, Iniciados, han poseído conocimientos acerca de esta capacidad de la mujer de emanar partículas muy sutiles, una materia impalpable en la cual espíritus pueden encarnarse, por esta razón se esforzaban por trabajar con las mujeres. En el Libro de los Reyes está dicho que Salomón tuvo «setecientas princesas como mujeres y trecientas concubinas», lo que a los ojos de los cristianos y de muchos otros es evidentemente chocante. La realidad es que no se sabe lo que hacía con todas estas mujeres; uno se imagina que era para sus placeres y que vivía con ellas en la sensualidad y el desenfreno. No, Salomón era un gran sabio y un gran mago que podía hacerse obedecer de espíritus del mundo invisible. ¿Cómo hubiera podido poseer estos poderes si hubiese vivido en el desenfreno? Justamente, porque tenía otro tipo de relaciones con estas mujeres: sabía que la mujer es capaz de proporcionar la sustancia prima que el espíritu necesita para crear formas. Salomón realizaba sus operaciones mágicas gracias a la materia que emanaban estas numerosas mujeres que lo rodeaban, y lo lograba, claro. En el apogeo de su reino, poseía tal poder material y espiritual que hizo construir este templo de Jerusalén tan famoso, emitía juicios de una sabiduría sorprendente y extendió su renombre mucho más allá del reino de Israel. Pero terminó por sucumbir, pues no pudo aguantar todas las fuerzas que había desencadenado, no pudo dominarlas. El reino de Salomón no produjo entonces este esplendor espiritual por el que trabajan los más grandes Iniciados. Por eso a su manera de ver, Salomón no pertenece a la categoría más elevada: trabajaba aún demasiado para él mismo, para su propia gloria, su propia reputación. Su magia no era todavía la magia divina: la teurgia. La teurgia consiste en saber utilizar todo, absolutamente todo, por el Reino de Dios: utilizar el agua, utilizar la tierra, el aire, las plantas, los ríos, las rocas, y todas estas corrientes de energías que atraviesan el espacio sin que uno sepa utilizarlas (o bien aquellos que saben lo hacen para realizaciones personales). Es lo que Salomón mismo terminó haciendo, y como los móviles personales, interesados, agitan fuerzas tenebrosas, algunos espíritus infernales venían junto a él a alimentarse. Por mucho que trató de expulsarlos, volvían, hasta el día en que no pudo resistir más. Pero dejemos al rey Salomón y volvamos a lo esencial. Lo esencial es que las mujeres puedan comprender que si aceptan trabajar en esta materia sutil que emana de ellas para consagrarla al Principio divino en lo alto, entonces los ángeles, los arcángeles y los espíritus luminosos más elevados se servirán de esta materia verdaderamente única, preciosa, para preparar las formas de la nueva vida. Como todas las mujeres de la humanidad representan colectivamente una unidad, así como no existe arriba sino una sola mujer, la Madre divina, de igual forma no existe sino una sola mujer abajo en la tierra. Y si esta mujer colectiva aquí en la tierra decide consagrar una parte de la materia sutil que emana de ella para formar un niño, este niño será el Reino de Dios. Ustedes quizás no me creen, pero es la verdad, la pura verdad. He ahí por qué yo diré que muchos de los que hablan de las mujeres no han comprendido nada de lo que son, en especial cuando se compara la profundidad, la grandeza y la inmensidad de lo que acabo de revelarles con todas las elucubraciones y las idioteces que se han propagado acerca de ellas desde hace siglos, a causa de pequeños rencores personales. ¡Cuántos espiritualistas, cuántos religiosos han despreciado a la mujer, sin saber que es por este desprecio que no podían realizar este Reino de Dios que sin embargo reclamaban en sus oraciones! Es tiempo que comprendan que el Reino de Dios no puede ser realizado sino por las mujeres30, porque es la mujer quien posee esta esencia sutil indispensable para que tome cuerpo. Cuando las mujeres decidan consagrarse al Cielo, para que toda esta maravillosa materia que poseen pueda ser utilizada para una meta divina, en toda la superficie de la tierra se verán focos de luz encenderse, y el mundo entero hablará el lenguaje de la nueva cultura, el lenguaje de la nueva vida, el lenguaje del amor divino. ¿Qué esperan para decidirse? Se dedican siempre a ocupaciones demasiado bajas, demasiado ordinarias. ¡Lograr casarse en alguna parte y criar una chiquillada, he ahí el ideal que se les presenta desde la infancia! Claro, cada vez más logran ejercer profesiones que en el plano social las hacen casi iguales a los hombres. Está muy bien pero es insuficiente, y ellas mismas terminarán por darse cuenta, porque su verdadera vocación no para allí. Se sentirán cada vez más insatisfechas. Pero no deberán echarle la culpa sino a ellas mismas: por anticipado se construyen un destino mediocre. No sirve de nada que se quejen suspirando: «Señor, ¡qué vida!» Pues es su culpa: ¿por qué no tienen un ideal más elevado? Todo su destino cambiaría. Por tanto, en adelante, ¡que todas las mujeres de la tierra, estén o no casadas, sean o no madres de familia, se esfuercen por volverse conscientes de sus posibilidades y decidan contribuir con todo su ser, gracias a sus emanaciones sutiles, a la formación de un nuevo cuerpo colectivo, el Reino de Dios en la tierra31! Cuando comiencen a hacer este trabajo, cuando se dejen fecundar por esta idea del Reino de Dios, de la Edad de Oro, serán verdaderamente bellas, vivas, esplendorosas, pues esta idea las vivificará y las embellecerá. 1 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. XI: «¿Por qué se nace en una determinada familia?». 2 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. XIX: «El mejor método pedagógico: el ejemplo»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. III: «El poder del ejemplo». 3 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos». 4 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. IX: «Por qué el hombre se llevó consigo a los animales en su caída». 5 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y lo femenino, primera parte: Adán y Eva: el espíritu y la materia». 6 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. X: «La familia cósmica y el misterio de la Santísima Trinidad». 7 Cf. El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor No. 218, cap. III: «El triángulo» segunda parte; El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. VI: «Los principios masculino y femenino: sus manifestaciones». 8 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XXIV: «El amor maternal». 9 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El mito del andrógeno». 10 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XIX: «El alma gemela». 11 Cf. La fuerza sexual o el Dragón alado, Col. Izvor No. 205, cap. II: «Amor y sexualidad». 12 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. VIII: «El verdadero matrimonio». 13 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVII: «El amor esparcido por doquier en el universo» I y t. 15: «El amor esparcido por doquier en el universo», II. 14 Cf. La fuerza sexual o el Dragón alado, Col. Izvor No. 205, cap. IV: «Sobre el placer». 15 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXV: «Amar a Dios para amar mejor al prójimo». 16 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVIII y XXI: «Cómo ampliar la concepción del matrimonio». 17 Op. cit., cap. VII: «Los celos»; El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XV: «La verdadera magia: el amor». 18 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XV: «Los principios masculino y femenino: la cuestión de los intercambios». 19 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. IV: «El espíritu y la materia: los órganos sexuales». 20 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. III: «El sol, origen del amor». 21 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. X: «El pecado contra el Espíritu Santo es el pecado contra el amor». 22 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos». 23 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XX: «La fusión en los planos superiores». 24 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. II: «Los primeros dos mandamientos»; La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. IX: «Los dos métodos de trabajo en la personalidad». 25 Cf. La galvanoplastia espiritual y el futuro de la humanidad, Col. Izvor No. 214, cap. I: «La galvanoplastia espiritual». 26 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VII: «La cuestión de los indeseables». 27 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. II: «El ser humano y sus diferentes almas». 28 Cf. Una educación que comienza antes del nacimiento, Col. Izvor No. 203, cap. III: «Un plan para el futuro de la humanidad». 29 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. III: «El nacimiento en los diferentes planos». 30 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. X: «El pecado contra el Espíritu Santo es el pecado contra el amor». 31 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. X: «La mujer y el dragón». 3 La entrada en la familia universal ¿Qué es la tierra? Un lugar donde los humanos deben aprender a vivir juntos1. Es todo. Pero nada es más difícil de realizar. En efecto, vivir juntos supone que uno no quiera siempre imponer sus opiniones, sus deseos y sus gustos personales, sino que se tenga en cuenta al otro que está allí también con sus opiniones, sus deseos y sus gustos. Si no son obligados a ello, es raro que los humanos decidan hacer el esfuerzo de pensar en el otro. Y justamente para obligarlos, la Inteligencia cósmica puso en el hombre y en la mujer esta necesidad irresistible de ir el uno hacia el otro, pues si quieren ser capaces de permanecer juntos para fundar un hogar estable, es preciso que cada uno aprenda a salir de su egocentrismo, de sus ideas preconcebidas, para desarrollar cualidades de comprensión, de paciencia, de generosidad. Pero en primer lugar, he ahí que no es en este estado de espíritu que los hombres y las mujeres deciden entablar vínculos. Sin ser incluso conscientes de ello, cada uno piensa sobre todo en su placer, su comodidad, sin tener en cuenta las necesidades y los deseos del otro. Entonces, los pobres, ¡qué asombro cuando constatan que lo que les sucede no es exactamente lo que esperaban! ¡Cuántos entran despreocupados en una relación o se casan imaginando que todo va a ser fácil, ligero, placentero! Pero poco a poco comienzan a tener la sensación de haber sido atrapados, y entonces he ahí las discusiones, los enfrentamientos: la vida se vuelve un infierno. Para restablecer la situación, deben aceptar la idea de que lo que habían tomado por un entretenimiento es en realidad una escuela donde comienza a hacerse este aprendizaje, el más importante para el ser humano: el ensanchamiento de la consciencia. Y este ensanchamiento de la consciencia consiste en salir de su pequeño yo tan limitado para entrar en la inmensa comunidad de seres2. La toma de consciencia de esta meta hacia la cual todo ser humano tiende debe comenzar a realizarse en el período de la pubertad, cuando la afectividad se despierta en el adolescente, cuando nace la necesidad de entablar relaciones con los muchachos y las muchachas de su edad. Hasta entonces, el amor de sus padres le bastaba; incluso si tiene hermanos y hermanas, camaradas, el amor de los padres cuenta más. Se mueve en el círculo estrecho de su pequeño yo, encontrando en este amor los elementos que necesita para comenzar a enfrentar la existencia: la seguridad de que no está solo, la sensación de estar protegido, al amparo del hambre, del frío, de peligros. Pero pronto esto ya no basta. Un día el niño siente despertarse en él un interés por los chicos y las chicas de su edad; se emociona con rostros, gestos, palabras, y entonces allí comienza el verdadero aprendizaje de la vida. A partir de este momento, aprende que los demás existen y que no están allí para hacer su voluntad y satisfacer sus deseos. Y lo aprende sobre todo el día que quiere suscitar el interés, la amistad de uno de ellos sin poder lograrlo, porque el otro está ocupado en otra parte y se interesa en otra carita… O bien, si logra suscitar este interés, es con la condición de hacer toda clase de concesiones y derrama a menudo pequeñas lágrimas… Pues sí, ¡he ahí el comienzo de muchas comedias, y desafortunadamente también de algunas tragedias! Hay que enseñarles muy temprano a los adolescentes a saber considerar todos estos impulsos, estas inclinaciones que los atraviesan y los sacuden, y también a cómo trabajar con ellos3. Ya que todo lo que comienzan a vivir entonces como sentimientos y atracciones respecto de otras creaturas no es más que la manifestación de este instinto que la Inteligencia cósmica le ha dado a cada ser humano, a fin de que ensanche su campo de consciencia introduciendo otros seres en su corazón, en su alma. Si permaneciera solo, egoísta, cerrado, no aprendería nada, no evolucionaría. Pero no porque estén en medio de los demás, los adolescentes adquieren naturalmente el sentido de la colectividad; hay que ayudarlos en esto, y allí también los padres tienen una responsabilidad particular. En primer lugar porque deben darse cuenta de lo que es mejor para el desarrollo psíquico de sus hijos. Y contrario a lo que ocurre actualmente, la mejor elección consiste en privilegiar la educación, la formación de carácter antes que la instrucción y la adquisición de conocimientos. La situación de los jóvenes que adelantan estudios es en ciertos aspectos envidiable, evidentemente: tienen la posibilidad de enriquecerse intelectualmente por el conocimiento, al mismo tiempo que obtienen diplomas que les permitirán ganarse la vida y lograr un lugar en la sociedad. Los estudios son necesarios, indispensables, pero la verdadera comprensión de la vida no está allí. Al terminar sus estudios universitarios, ¡cuántos estudiantes se sienten desorientados, en el vacío! Lo que aprendieron no logró sino obstruir su cerebro, sembrar en ellos la duda y la confusión. Conocer la literatura, la filosofía, la historia, la biología, la economía, etc.… está muy bien, pero no es suficiente. Y los padres, los responsables de la instrucción pública y todos aquellos que se esfuerzan por facilitarles a los jóvenes el acceso a los estudios no han dejado de asombrarse viendo que todo esto no les impide ir a la deriva o caer en la delincuencia. Tanto como sean capaces y les guste, los jóvenes deben estudiar; pero los estudios no harán de ellos seres verdaderamente sociales. ¡Cuántas veces uno puede observarlo! En las dificultades se esperaría de las personas instruidas y cultivadas que demuestren juicio y cierta fuerza de carácter. Pero lo más frecuente no es esto lo que ocurre en absoluto: una pequeñez los pone en estados lamentables de rabia o de depresión, sin que puedan hacer algo para remediarlo. Toda su instrucción no les sirve de nada. Y ¿entonces?... Lo esencial es vivir, no ser profesor, ingeniero o médico. Y para vivir, para afrontar todas las realidades de la existencia, es importante reforzar su carácter4. Quien solo se ha instruido con los libros es incapaz de afrontar las realidades de la vida, no puede comprender a los demás y menos aún soportarlos. ¡Cuántas de estas personas instruidas no he visto siempre débiles, siempre fluctuantes, siempre a la merced de las circunstancias! Han leído libros que comentan citándolos, es todo. Pero ¿de qué les sirve pavonearse con las riquezas de los demás? Lo que han logrado realizar ellos mismos, he ahí lo que deben mostrar. Si son incapaces, que dejen sus conocimientos librescos tranquilos y que vayan finalmente a ejercitarse en lo esencial: ¡trabajar en su carácter! Los humanos son extraños: no admiran sino a la gente diplomada, condecorada, en puestos elevados, pero cuando tienen que padecer las artimañas de uno de ellos, se quejan: «¡Qué mal carácter el que tiene! ¡Qué espantoso carácter!...» O bien: «¡Si que es débil! No tiene carácter…» Allí, de pronto, olvidan que este personaje es doctor en cuatro o cinco universidades, que ha escrito una treintena de libros, se detienen en el carácter. Es preciso que ellos mismos sean picados, mordidos, maltratados o decepcionados para que entiendan que la cuestión del carácter viene primero que la de la instrucción. Para su buen desarrollo, los jóvenes necesitan menos profesores eruditos y más pedagogos verdaderos que les revelen lo que es la vida y cómo deben vivirla para que las fuerzas, las cualidades, los dones que poseen puedan manifestarse verdaderamente en plenitud. Y lo que se necesita sobre todo es dar otra orientación a los estudios, pues estos conocimientos que los estudiantes adquieren en la universidad, ¿al servicio de qué o de quién los ponen? ¿Cuántos hay que son conscientes de su responsabilidad y que se dicen: «Con todo lo que he aprendido, tengo que hacer el bien, ayudar a los demás. No solamente yo debo aprovecharlo»? Y miremos a los médicos incluso: ¿creen ustedes que han escogido esta profesión siempre en el interés de aliviar los sufrimientos humanos?... ¿Y los abogados? ¿Y los químicos, los ingenieros, los economistas, los periodistas, etc., ponen verdaderamente sus capacidades y sus conocimientos al servicio de los demás? Les da lo mismo polucionar la naturaleza, fabricar armas, engañar y arruinar a las personas, embarcarlas en aventuras desastrosas, o destruir su reputación. Lo que quieren es el éxito, la comodidad, los placeres… Mientras se menosprecie la formación del carácter en beneficio del desarrollo del intelecto, los conocimientos impartidos en las escuelas y las universidades no serán para los jóvenes más que medios para triunfar a como dé lugar en el mundo, engañar a los demás, aplastarlos, pero nunca para transformarse, para convertirse en bienhechores de la humanidad. Si son egoístas, ambiciosos, temerosos, orgullosos, sensuales, avaros, seguirán siéndolo. Los estudios por ellos mismos no vuelven a los seres mejores. ¡Al contrario, a menudo hacen de ellos verdaderos peligros públicos! En cambio, conocimientos en las manos de quienes han trabajo en su carácter y están decididos a utilizarlos no para su propio beneficio sino para el bien de todos, ¡he ahí una fuente de bendiciones! Al mismo tiempo que se instruye a los jóvenes, hay que hacerles comprender que la vida es una aventura muy seria donde hay cantidades de cosas que comprender, y, que para enfrentar los problemas que ella va a presentarles fatalmente, es preciso que trabajen también en ellos mismos, que desarrollen cualidades psíquicas y morales que les permitirán aceptar mejor a los demás. Y los demás no son solamente su entorno inmediato: la familia, los camaradas, etc. Desde su más tierna edad, hay que acostumbrar a los chicos y a las chicas a relacionarse con toda clase de personas diferentes a ellos por el medio social, la formación, la edad, la nacionalidad, la religión, la raza, a fin de familiarizarlos muy temprano con todas las situaciones humanas. Ya que si no están listos, el día en que sean confrontados con estas situaciones, se mostrarán incomprensivos e incluso, sin quererlo, malos o crueles. En realidad todo esto lleva a afirmar que los padres tienen la responsabilidad de brindarles a sus hijos una comprensión más amplia de la familia5. La familia, es decir ese grupo de personas unidas por lazos de sangre, es una creación de la misma naturaleza. La Inteligencia cósmica decidió que esta forma de existencia sería buena para todas las creaturas que, de este modo, se ayudan, se apoyan, se protegen, trabajan juntas, y uno ve que estas tendencias incluso se manifiestan en los animales. Pero para convertirse en seres verdaderamente civilizados, los humanos tienen que progresar aún mucho más. Y por cierto, el crecimiento de la población mundial y la multiplicación de los medios de comunicación van a obligarlos a revisar su concepción de la familia. Por ahora, ella constituye el punto de partida de muchas empresas egoístas. Cuántos desórdenes tienen por causa esta mentalidad humana para la cual no existe nada más importante que los pequeños y miserables intereses de su pequeña familia. Y piensan que es maravilloso, que todo el mundo debe fomentar esto. Pues bien, ¡no! Cada familia es una célula en este inmenso organismo que es el cuerpo social. Ahora bien, justamente ¿cómo funcionan las células en un organismo sano? Trabajan en armonía por el bien del conjunto. Entonces, es claro, si la mayoría de sociedades están enfermas es porque todas las familias que las constituyen no viven en armonía las unas con las otras: cada una tiene sus proyectos, sus intereses particulares, lo que crea malentendidos, enfrentamientos. Y esto continuará hasta que cada familia sea consciente de que pertenece a conjuntos cada vez más vastos, hasta la familia planetaria, y más allá aún, a fin de trabajar por la buena salud del organismo universal6. Sí, ya al nivel de la familia debe producirse esta toma de consciencia. Pues en la base, un país está constituido por familias, y éste nunca podrá hacer oír una voz armoniosa en el concierto de naciones si no es más que el portavoz de reclamos extraños y discordantes. Por ello, para la buena educación de sus hijos, las familias no deben tener miedo de dejar de lado algunas ideas que influyen perjudicialmente en la armonía de la sociedad. Ya que el espíritu estrecho de la familia conduce a los hijos a buscar en primer lugar su propio interés, incluso si esto se logra en detrimento de las demás familias. Sí, ¿qué clase de educación es aquella que enseña a los niños que la sociedad es un campo de batalla donde cada quien debe luchar con uñas y dientes para no ser devorado por su vecino? Esto no puede sino crear condiciones para la incomprensión y la hostilidad entre todas las demás familias. E incluso si las sociedades occidentales son consideradas como muy evolucionadas, aún se observan en ellas luchas entre clanes y tribus. ¿No es en la familia primero donde los niños aprenden a considerar inferiores o enemigos a quienes no pertenecen al mismo medio social que ellos, a la misma religión, a la misma nacionalidad o a la misma raza? Pues sí, y no hay que asombrarse por tanto si estos niños más tarde se manifiestan como adultos limitados e intolerantes. Yo sé bien que numerosas parejas se imaginan que dan muestra de la mayor generosidad posible cuando deciden fundar una familia. Hablan de las preocupaciones que les causan sus hijos, de las obligaciones que su educación les impone y de los sacrificios que hacen por ellos. Es posible, pero no tienen una buena comprensión del sacrificio. La prueba, con este estado de espíritu ni siquiera hacen feliz a su propia familia. Actualmente, se observa cada vez más familias desmembrarse. Después de cierto tiempo, los padres se separan para entablar otros vínculos en otro lugar, y los hijos se encuentran con un padre en un lado y una madre en el otro… Realmente, ¿es esto la felicidad de la familia? El egoísmo de los humanos, su estrecha visión de las cosas crean conflictos, primero en las familias y luego en las sociedades. Entonces, si cada quien no decide comenzar todo un trabajo en sí mismo, la tierra se convertirá en un campo de batalla cada vez más mortífero. Algunos pensadores que habían observado los efectos negativos de la influencia familiar quisieron ponerle remedio cuestionando la existencia misma de la familia: según ellos, ésta ya no debía asegurar la educación de los niños sino instituciones controladas por el Estado. Pues bien, ¡es peor aún! Estas concepciones erróneas no pueden más que crear trastornos graves en los niños y en los padres. Para su buen desarrollo, los padres necesitan ocuparse de sus hijos, así como los niños necesitan sentir la presencia de sus padres. Un Estado, una institución nunca resolverá los problemas de la educación de los niños quitándoselos a los padres para confiárselos a extraños. Claro, no hablo de casos excepcionales en los que los padres no están en capacidad de ocuparse de sus hijos, yo hablo en general. Y en general, no solamente hay que dejarles los hijos a sus padres, sino que se debe hacer que los padres estén aún más presentes junto a sus hijos haciéndoles tomar consciencia de su responsabilidad en la educación que les dan. Y la primera responsabilidad es ser ejemplos para ellos7. La familia es una entidad indisoluble, pero es un comienzo, no un fin, no es una meta. Hay que abrazar entonces la idea de la Familia universal aprendiendo a dejar atrás el círculo estrecho de la pequeña familia, pero sin cuestionar nunca su existencia, ya que los miembros de una familia tienen entre ellos lazos sagrados. Como ya se los he explicado, la familia existe primero arriba en el mundo de los principios, el mundo de los arquetipos. Cuando los cabalistas interpretan el nombre de Dios, el Tetragrama, Iod, He, Vav, He, identifican Iod al Creador, el Padre celeste; el primer He a la Madre divina, la Naturaleza; y el Vau y el segundo He al Hijo y a la Hija, que son la repetición del Padre y de la Madre en el plano de la manifestación. Estas cuatro entidades cósmicas, que son representadas en el ser humano mismo por el espíritu, el alma, el intelecto y el corazón, son igualmente representadas en la familia humana por el padre, la madre, el hijo y la hija. Así, de arriba hacia abajo de la creación, desde Dios hasta el individuo pasando por la familia, se encuentra la idea de estos cuatro principios que sostienen el universo. Le corresponde entonces a cada ser humano entender cómo, trabajando en la familia que lleva en sí mismo, puede hacer que su pertenencia a la familia pueda ampliarse a las dimensiones de la familia universal. De esta comprensión depende la salvación de la humanidad8. El Creador previó que para el equilibrio de la creación cada creatura tendría lo que necesita para vivir y desarrollarse. Por ello, cuando los humanos se enfrentan y se destruyen para hacer triunfar sus intereses personales, trabajan contra el Creador. Incluso si Él los creó diferentes, no es para que estas diferencias les sirvan para atacarse. Todos salieron de Dios, y Dios sufre al verlos destrozarse mutuamente. Se creen a menudo justificados en sus luchas con el pretexto de que lo hacen en nombre de intereses superiores. Pero la realidad es que no están inspirados sino por la ignorancia y el egoísmo. La defensa de estos intereses, puesto que va en contra del interés de la creación en su conjunto, los llevará a la ruina. Sí, el verdadero interés de las creaturas se confunde con el del Creador. Solo la confluencia del interés de los humanos con el interés de Dios produce bendiciones para todos. No es viviendo replegadas en sí mismas para defender sus bienes o sus privilegios que las familias pueden estar protegidas. La prueba es que, conscientes o no, acepten o no tenerlo en cuenta, los humanos pertenecen a una colectividad, y si en esta colectividad se producen disturbios o desgracias, sus bienes individuales no estarán ya seguros. Por tanto, incluso si consagran todo su tiempo a arreglar sus asuntos personales, en realidad nunca serán arreglados definitivamente: hay siempre algunos inconvenientes que pueden sobrevenir de parte de la colectividad. El destino de las familias está necesariamente unido a aquel de la colectividad, la historia lo ha demostrado: ¡cuántas familias tan poderosas y ricas parecían amparadas de todo ataque! Pero se producían trastornos en la colectividad y terminaban por perderlo todo, incluso la vida a veces. Solo el mejoramiento de la vida colectiva puede poner a cada individuo en seguridad y al abrigo de la necesidad. Le corresponde entonces ahora a cada quien reemplazar su punto de vista limitado, egocéntrico, por un punto de vista más vasto, más universal: con ello ganará no solamente en el plano material, sino también y sobre todo en el plano de la consciencia. Desde hace algunas décadas, es verdad, las ideas de universalidad, de fraternidad se expanden cada vez más. Pero no suficientemente aún, le toca a la generación joven continuar este trabajo. Pero los adultos deben facilitar la tarea de la juventud haciéndole comprender que no es porque se funde una familia, lo que implica necesariamente un suegro, una suegra, cuñadas, cuñados, y cantidades de tíos, tías, sobrinos, sobrinas y primos, que uno amplía verdaderamente su consciencia. Se agregan solamente algunas relaciones más… lo que no impide seguir siendo igual de estrecho, limitado y egoísta que antes. El ensanchamiento de la consciencia se manifiesta con una actitud de nobleza, de generosidad, de sacrificio que se extiende al mundo entero. De este modo siente uno que pertenece a la gran familia universal y ¡se alegra por ello! La consciencia se despierta verdaderamente en el hombre cuando se manifiesta en él la sensibilidad a las nociones de universalidad. Esta facultad le permite sentir que los otros y él mismo están estrechamente unidos, como las diferentes partes de un organismo. Incluso si en apariencia cada ser está aislado, separado, en realidad hay una parte espiritual de él mismo que entra en la colectividad, que vive en todas las creaturas. Desde el momento en que esta consciencia se despierta en él, cada quien siente todo lo bueno y lo malo que le ocurre a los demás como si fuera a él mismo que le pasara, y se esfuerza por no hacerles sino el bien, ya que se hace este bien a él mismo. Cuando oigo decir a veces a algunos, con un aire de tanta infelicidad: «Estoy solo, no tengo familia», me quedó pasmado. ¿Cómo? ¿No tiene familia? Tiene una familia inmensa, pero su consciencia es tan limitada, oscurecida, que no la siente. Y es el caso de millones de seres en el mundo. Se sienten solos, y ¡sin embargo!... Entonces, ustedes al menos, comiencen a trabajar en este ensanchamiento de la consciencia. Entiendan que incluso si no tuvieran ya padre, ni madre, ni hermano, ni hermana, ni ninguna familia de sangre, esto no sería aún una razón para creer que están solos. Es preciso que sepan, que sientan que ustedes todos son hijos e hijas del mismo Padre, el Espíritu cósmico, y de la misma Madre, la Naturaleza universal. Trabajen por todos sus hermanos y hermanas del mundo entero, y nunca más serán abandonados, ni infelices. 1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. II: «El advenimiento de la Fraternidad», partes III, IV y V. 2 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. I: «Los sistemas teocéntrico, biocéntrico y egocéntrico». 3 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. I: «La juventud, una tierra en formación»; Una educación que comienza antes del nacimiento, Col. Izvor No. 203, cap. IV: «Ocúpese de sus hijos». 4 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. II: «Carácter y temperamento». 5 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. XXII: «El trabajo por la Fraternidad Universal»; El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXIX: «Hacia la gran familia». 6 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. III: «La idea de la PanTierra». 7 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. VIII: «La imitación como factor de educación». 8 Cf. El egregor de la paloma o el reino de la paz, Col. Izvor No. 208, cap. I: «Para una mejor comprensión de la paz» y cap. II: «Las ventajas de la unión de los pueblos». 4 «Y me mostró la gran ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo» «Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio. Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche». «Y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo…» Desde hace casi dos mil años que están líneas fueron escritas, nunca se ha visto una sola ciudad descender del cielo y nunca se verá –¡inútil mirar hacia el cielo para ver si viene! ¿Por qué una ciudad debería descender a la tierra? ¿Y cómo hacerla descender sin que aplaste a los pobres humanos? ¿Con qué cables? Sin duda los mejores técnicos del Cielo serán contratados para esta empresa… Pero lean bien el texto. ¿Cómo presenta el ángel esta ciudad? Dice: «Yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero». ¿Se ha visto alguna vez el matrimonio de una ciudad con un cordero1? Una vez más, observen, tomar al pie de la letra los textos sagrados se torna risible. Esta ciudad que desciende del cielo es un símbolo, y para comprender lo que significa, hay que relacionarlo con la visión precedente del «nuevo cielo» y de la «nueva tierra». La Jerusalén celeste es justamente la expresión del nuevo cielo que viene a encarnarse en la tierra, por ello se dice que desciende: todo lo que se encarna es el resultado de un descenso. Y el cielo no puede encarnarse en la tierra sino a través de seres humanos que, inspirados por una nueva luz, construirán la nueva Jerusalén, la nueva vida. Toda realización, toda creación es la obra de los dos principios masculino y femenino que son los dos principios del espíritu y de la materia. Por ello, la ciudad que representa una construcción material es anunciada como «la esposa del Cordero». En la religión cristiana el Cordero es un símbolo de Cristo, principio masculino, y él se une con el principio femenino representado aquí por la ciudad. Cualquiera sea la forma en la que este fenómeno sea presentado, se trata siempre de la unión del espíritu y de la materia. Ustedes dirán: «Pero ¡este Cordero que simboliza al Cristo, es el Cordero del sacrificio, se le ve muy a menudo llevando una cruz! » Sí, pero hay que comprender de manera más amplia esta noción de sacrificio2. ¿El descenso del espíritu en la materia es acaso algo distinto a un sacrificio? Cada vez que el espíritu se encarna en la materia, se limita, y la cruz justamente no es más que uno de los símbolos de la materia. Por tanto, las bodas del Cordero y de la ciudad, así como la imagen del Cordero llevando la cruz, expresan exactamente la misma idea. Ahora, para que esta unión del espíritu y de la materia sea fecunda, es necesario que la materia se purifique, a efectos de darle al espíritu que desciende las posibilidades de manifestar su luz y todas sus riquezas. Y es lo que expresa san Juan cuando comienza a describir la ciudad diciendo que es semejante a «una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal». Lo característico del cristal es dejarse atravesar por la luz. Simboliza entonces una materia purificada que no opone ningún obstáculo a las radiaciones, a los mensajes del mundo divino. Y más lejos, esta misma idea se retoma con la anotación: «la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio». Esta ciudad tiene forma de cubo puesto que «la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales». Tiene doce puertas: tres al norte, tres al sur, tres al oriente, tres al occidente, y descansa sobre doce cimientos de piedras preciosas. ¡Cuántos símbolos que interpretar! Pero se completan los unos con los otros y forman una extraordinaria unidad. La figura geométrica del cubo, como la del cuadrado, se basa en el número 4 que es el número de la materia. Ya que la materia, constituida por 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego3, se organiza según las 4 direcciones del espacio, los 4 puntos cardinales. Esta forma cúbica de la Ciudad celeste, la esposa del Cordero, señala muy bien que ella es un símbolo de la materia a la cual se une el Cordero, es decir el Cristo, otorgándole el resplandor del cristal. Ahora, lo que hay que entender bien también es que la descripción de semejante ciudad solo tiene interés porque representa al hombre mismo. De lo contrario, por muy bella que sea, ¿qué puede aportarle a nuestra vida espiritual la descripción de una ciudad? La Jerusalén celeste representa entonces al hombre que ha trabajado en su propia materia por medio del poder del espíritu. Y si está rodeada de una gran y alta muralla de jaspe es porque la muralla es una protección, por tanto, el símbolo de un aura poderosa que rodea al hombre y lo protege: a los ataques psíquicos de los que es objeto, responde con el resplandor de su propia luz. En las murallas de la ciudad se abren doce puertas: tres al norte, tres al sur, tres al oriente, tres al occidente, y está dicho que cada puerta es una perla. Estas doce puertas situadas en los cuatro puntos cardinales son una representación de las doce constelaciones zodiacales: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario, Piscis. Por estas puertas, las corrientes de fuerzas y las entidades invisibles que trabajan en el universo se abren camino y ejercen su influencia. Sobre estas puertas, dice san Juan, están inscritos nombres: los de las doce tribus de los hijos de Israel, que a su turno están unidos con los doce signos del zodiaco4. Estas doce puertas se encuentran igualmente en el ser humano5. Sí, el ser humano posee doce puertas. ¿Qué son nuestros dos ojos? Dos puertas. ¿Y las dos orejas? Otras dos puertas. ¿Y los dos orificios de la nariz? Aún dos puertas. Esto suma entonces seis. Con la boca, siete. Otras dos puertas se encuentran en el pecho; son diferentes de las demás pero son puertas de todas formas, aunque en el hombre no tengan ya ninguna función. La décima puerta se encuentra a la altura del plexo solar: es el ombligo al cual está atado el cordón umbilical; por esa puerta la madre alimenta a su hijo enviándole sangre y todos los elementos que necesita. En cuanto a las otras dos puertas, los dejo que las encuentren ustedes mismos. «Las doces puertas, dice san Juan, eran doce perlas»; y precisa: «cada una de las puertas era una perla». Lo que es materialmente imposible: ¿dónde encontrar las ostras que fabriquen perlas de semejante dimensión?... Entonces, ¿por qué una perla? Porque la perla, que capta y fija la luz sobre su superficie nacarada, es un símbolo de la pureza. Por tanto, quien ha realizado en sí mismo un verdadero trabajo de purificación puede, a través de las doce puertas de su cuerpo, entrar en relación con los elementos sutiles y luminosos del espacio6. Por ello, está dicho también que un ángel está de pie junto a cada puerta. El ángel es pura energía, y esta energía que atrae las influencias benéficas transforma también las corrientes negativas que intentan infiltrarse en el hombre. Ángeles velan en las puertas de todos aquellos que han trabajado por hacer de su ser el tabernáculo de Dios vivo. Por el momento, en la mayoría de los humanos, las puertas no funcionan sino en el plano físico. Ahora bien, hay que desarrollar ahora en el plano espiritual las orejas, los ojos, la nariz, la boca, etc. Cuando uno se vuelve clarividente, clarioyente, cuando uno comienza a respirar los efluvios celestes, a disfrutar el sabor del mundo divino, a volverse creador con la palabra, significa que uno ha comenzado a abrir sus puertas espirituales. Y esta apertura de puertas no puede hacerse sino con la purificación. Entonces, mediten en la perla… Las perlas vienen del mar; como él, tienen relaciones con la luna, y la luna es el planeta de la sefirá Iesod que en el Árbol sefirótico representa la pureza. La Ciudad celeste descansa sobre doce fundamentos de piedras preciosas. Las piedras preciosas son el resultado de todo un trabajo de transformación realizado por la Inteligencia de la naturaleza en la materia bruta que la tierra lleva en su seno; como si la tierra quisiera no solamente reflejar sino concretar la luz y los esplendores del Cielo. Una piedra preciosa es el cuerpo en el cual una entidad espiritual se encarnó para poder manifestarse. Por ello, en todas las religiones las piedras preciosas son consideradas como los símbolos de las virtudes divinas. Y si ellas forman los cimientos de la nueva Jerusalén, es porque estas virtudes constituyen los verdaderos cimientos de la vida interior. Las piedras preciosas representan el ideal hacia el cual debemos tender por medio de la transmutación de esta materia bruta que son nuestros instintos. Pero ¿cuántos de los humanos han comprendido la lección de las piedras preciosas? Son atraídos por su belleza y desean poseerlas, es todo. ¿Pero a qué precio? Desde hace milenios se envían a lo profundo de las minas a pobres infelices, a quienes se les imponen condiciones de trabajo extremamente crueles, posteriormente, con lo que extraen se trafica a través del mundo entero, se cometen robos, asesinatos… Todo esto para que algunas personas ricas y poderosas tengan la posibilidad de fanfarronear con coronas, collares, brazaletes, anillos, pisacorbatas o mancornas en los que brilla toda clase de pedrería. Sí, y de este modo lo que podría servirles para su elevación espiritual es utilizado por los humanos para destruir a los demás y perderse ellos mismos. ¡Se está allí muy lejos de la Jerusalén celeste! No está prohibido amar las piedras preciosas, ni siquiera desear poseerlas y ponérselas, pero con la condición de saber cómo considerarlas. «Y entonces, ¿cómo considerarlas?» dirán ustedes. Como un vínculo con el mundo espiritual. Deben concentrarse en ellas, en su pureza, sus colores, su poder para dejar pasar la luz, a fin de que todo su ser sea iluminado por mil fuegos de zafiro, de diamantes, de rubís, de esmeraldas, de topacios, etc. He ahí por qué se debe amar las piedras preciosas y buscarlas: no para utilizarlas como adornos, sino para ser iluminado y alimentado con su quintaesencia. De esta ciudad, san Juan dice aún que no vio en ella templo alguno, «porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera». Una ciudad santa, es decir un cuerpo purificado, es un templo en sí mismo, por ello cualquier otro templo es inútil. No necesita incluso ni la luna, ni el sol. Yo ya se los he explicado: el sol es un símbolo del intelecto, del pensamiento, por tanto de la filosofía; y la luna es un símbolo del corazón, del sentimiento, por consiguiente de la religión. Entonces, cuando los humanos sean habitados por la luz divina y por el amor divino, no necesitarán ya ni sol, ni luna, es decir ni filosofía, ni religión, ya que serán guiados interiormente, y en ellos mismos sabrán encontrar la mejor vía. «Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche». Los seres que son habitados por la luz no conocen ya la noche. Incluso cuando se duermen, no se hunden en las tinieblas del inconsciente: una luz los acompaña, no hay noche para ellos7. Evidentemente, para la mayoría de los humanos, la existencia no es más que una alternancia entre día y noche, claridad y oscuridad, a menudo con «noches» más numerosas y más largas que los días. Pero cuando realicen en sí mismos el esplendor de la Jerusalén celeste, nada vendrá a oscurecerlos nunca más. La nueva Jerusalén es por tanto el modelo de la vida perfecta. Desde hace años no paro de hablarles de ella, pero frecuentemente sin nombrarla para que ustedes no piensen: «¡Ah! ¡siempre referencias a la tradición judía y a esta ciudad que es objeto de tantos conflictos! ¿En qué nos afecta esto?» Yo no hablo de lo que se hace o se dice ahora a propósito de la ciudad de Jerusalén, sino de la visión que describe san Juan, ya que con la riqueza y la belleza de sus símbolos, expresa a la perfección este ideal de vida superior hacia el cual debemos tender; por sus proporciones, sus medidas y los elementos que la componen, ella es un reflejo del orden cósmico. Este orden debe descender a la tierra, y nos corresponde a nosotros hacerlo descender entendiendo muy bien lo que significa «descender». Y, en primer término, ¿por qué descender? Porque ninguna situación en la tierra puede ser restablecida, ningún problema puede ser resuelto, si uno se queda en el nivel en el que los problemas se presentan. Simbólicamente, la luz, es decir la sabiduría, la inteligencia que permite armonizar y organizar las cosas, están arriba, vienen siempre de más arriba, nos toca a nosotros atraerlas, hacerlas descender para realizar la plegaria de Jesús: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Cuando cada quien haya hecho este trabajo en sí mismo, la Jerusalén celeste descenderá en el cuerpo colectivo de la humanidad. Desde hace mucho ya, ella comenzó a bajar, pero necesita mucho tiempo para hacerse carne y hueso. Día y noche, espíritus luminosos están allí, ocupados trabajando en los humanos para reemplazar las partículas oscuras que no vibran en armonía con el mundo divino por nuevas partículas, más puras, más sutiles. Miles de nuevas Jerusalén se preparan para formar conjuntamente esta Ciudad celeste, el Reino de Dios, donde todos vivirán en la fraternidad y en la paz. La nueva Jerusalén representa por tanto en primer lugar al hombre mismo. En segundo término, representa una sociedad ideal. Y finalmente, es la verdadera Iglesia universal de Dios, la Iglesia del Espíritu y de la Verdad por la que han trabajado todos los grandes Iniciados. Nadie podrá impedir ahora que esta Iglesia venga. Entonces, todo será explicado, todo será claro, ya que Dios vivirá en el corazón de los hombres y allí grabará su Ley. Desde hace siglos, ¡los cristianos han soñado tanto con esta Jerusalén que iba a descender del cielo! ¿Cómo hacerles entender que esta ciudad son ellos? Sí, cuando abandonen la vieja Jerusalén – sus tinieblas, sus desórdenes interiores- se convertirán en esta ciudad de oro puro, cuyos cimientos de piedras preciosas son las virtudes y cuyas puertas de perla permiten los intercambios más sutiles con las entidades luminosas del universo. Todas estas Jerusalén vivas formarán el cuerpo material de la Jerusalén espiritual que está arriba, en el mundo divino. 1 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. XIV: «El festín de las bodas del cordero». 2 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo viviente». 3 Op. cit., cap. VII: «Los cuatro elementos». 4 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. X: «Las 12 tribus de Israel y los 12 trabajos de Hércules en relación con el zodiaco». 5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. XII: «Las puertas de la Jerusalén celeste»; El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. VIII: «Las doce puertas del hombre y de la mujer». 6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. X: «El filtro espiritual». 7 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. XIV: «El sueño, imagen de la muerte»; cap. XV: «Protegerse durante el sueño»; cap. XVI: «Los viajes del alma durante el sueño».