Subido por Eva Sanchez

«Buscad el Reino de Dios y su Justicia» (Spanish Edition) (Aïvanhov, Omraam Mikhaël) (Z-Library)

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Índice
«Buscad el Reino de Dios y su Justicia»
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Primera Parte La oración dominical: «Padre nuestro que estás en
los cielos»
Segunda Parte «Así en la tierra como en el cielo»
1 «En el principio creó Dios el cielo y la tierra»
2 «En el comienzo era el Verbo»
3 «Así en la tierra como en cielo»
4 Del sol a la tierra: cómo el pensamiento se realiza en la materia
Tercera Parte «Sois el templo del Dios vivo»
1 El cuerpo, instrumento del espíritu. Cuadro sinóptico
2 La meditación
3 La oración
4 El arte y la vida
5 Respirar: armonizarse con los ritmos del universo
6 Los ejercicios de gimnasia y la Paneuritmia
7 «Sois el templo del Dios vivo»
Cuarta Parte «Buscad el Reino de Dios y su Justicia»
1 El Reino de Dios y su Justicia
2 La política a la luz de la Ciencia iniciática
3 Aristocracia y democracia: la cabeza y el estómago
4 Volver a pensar la economía
5 La distribución de las riquezas Comunismo y capitalismo
6 En el origen del oro, la luz
7 «… y lo demás se os dará por añadidura»
Quinta Parte «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
1 ¿Qué significa «amar a su prójimo»?
2 «Amad a vuestros enemigos»
Sexta Parte «En espíritu y en verdad»
1 Los principios y las formas
2 La verdadera enseñanza de Cristo
3 La magia divina
4 El sol, símbolo de la religión universal
Séptima Parte «Mi padre trabaja y yo también trabajo con él»
1 Un nuevo sentido de la palabra «trabajo»
2 El equilibrio entre lo material y lo espiritual
3 Las leyes del trabajo espiritual
4 El hombre en el cuerpo cósmico
5 «Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
Octava Parte «Después vi un nuevo cielo y una nueva tierra…»
1 El nuevo cielo y la nueva tierra
2 Hacer descender divinidades a la tierra
3 La entrada en la familia universal
4 «Y me mostró la gran ciudad santa, Jerusalén, que descendía
del cielo»
Omraam Mikhaël Aïvanhov
«Buscad
el Reino de Dios
y
su Justicia»
Evangelio según San Mateo 6:33
© Copyright 1998 reservado a Ediciones Prosveta S.A. para todos los países.
Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación, edición, copias
individuales, audiovisuales, o de cualquier otro tipo, sin la autorización del
autor y del editor.
Ediciones Prosveta S.A. –B.P.12- 83601 Fréjus Cedex (Francia)
ISBN Ebook 9782818401361
Siendo la enseñanza del Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov
estrictamente oral, la presente obra constituye el segundo tomo de síntesis
redactado a partir de conferencias improvisadas.
El editor
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Primera Parte
La oración dominical:
«Padre nuestro que estás en los cielos»
«Al hacer oración, no repitáis palabras inútiles… Vuestro Padre ya sabe
lo que necesitáis, antes de que se lo pidáis. Por eso, orad así:
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
líbranos del mal.
Porque tuyo es el reino,
el poder y la gloria, por los siglos de los siglos.
Amén».
Desde hace dos mil años, los cristianos, después de Jesús, repiten estas
palabras, palabras muy simples, incluso demasiado simples para algunos. En
realidad, en esta oración que llamamos el «Padre nuestro» o «La oración
dominical», Jesús puso una ciencia muy antigua que existía mucho antes que
él y que él había recibido de la Tradición; pero esta ciencia está allí tan
condensada, tan resumida, que es difícil captar inmediatamente su
profundidad.
Un Iniciado procede como lo hace la naturaleza. Observen: un inmenso
árbol con sus raíces, su tronco, sus ramas, sus hojas, sus flores y sus frutos, la
naturaleza logra resumirlo magníficamente, magistralmente, en un pequeño
núcleo, un pequeño grano, una semilla. Toda esta maravilla que constituye el
árbol, con sus posibilidades de producir flores y frutos, de vivir mucho
tiempo, y de resistir a la intemperie, todo eso está escondido en una semilla
que se siembra bajo tierra. Pues bien, Jesús obró de la misma manera: toda la
ciencia que él poseía quiso resumirla en el «Padre nuestro», con la esperanza
de que aquellos después de él que la recitaran y que meditaran sobre ella, la
sembraran en el fondo de su alma como un grano que regarían, protegerían,
cultivarían, a fin de descubrir ese inmenso árbol de la Ciencia Iniciática que
él nos dejó.
Católicos, protestantes, ortodoxos, anglicanos… todos los cristianos
repiten esta oración, pero sin haber profundizado muy bien en su sentido. Por
eso, algunos no la encuentran ni muy rica, ni suficientemente elocuente,
mientras que ellos, en cambio, han fabricado otras oraciones, impresionantes,
poéticas, completas… ¡interminables!, de las que se sienten muy satisfechos.
Pero, ¿qué contienen éstas realmente? No gran cosa, ciertamente. Tratemos,
entonces, de ver cuál es el significado de esta oración que Jesús dirigía a su
Padre celeste. No se puede decir todo, es de un alcance inmenso, realmente,
pero trataré de conducirlos sobre la vía.
«Padre nuestro», estas dos primeras palabras encierran ya un significado
increíble, pues representan una revolución en la historia de los hombres. Por
primera vez, alguien vino a decirles que Dios no es ese maestro lejano y
terrible ante el cual debían temblar, sino que Él es su padre, es decir, un ser
que los ama y que, a pesar de sus errores, está siempre dispuesto a acogerlos
con bondad e indulgencia1. Y puesto que decimos «Padre nuestro», es porque
todos los seres humanos son sus hijos y a cada uno, sin excepción, sin
distinción, le debe ser reconocida la dignidad de hijo y de hija de Dios.
De este Padre, Jesús dice que está «en los cielos». Esto quiere decir que
existen muchas regiones en el espacio. Esas regiones celestes son las diez
sefirot de la tradición judaica: Kether, Hochmah, Binah, Hesed, Geburah,
Tipheret, Netzach, Hod, Iesod, Malkut2. Innumerables creaturas pueblan estas
regiones, y son ellas las que menciona la tradición cristiana, heredera de la
tradición judía, bajo el nombre de las jerarquías angélicas: Serafines,
Querubines, Tronos, Dominaciones, Potencias, Principados, Arcángeles,
Ángeles, Almas Glorificadas.
Como pueden ver, tan solo estas pocas palabras nos descubren un
horizonte infinito. «Padre nuestro que estás en los cielos»: si Él está en los
cielos, significa que nosotros podemos también estar allí, pues allá donde está
el padre, el hijo estará un día. Una inmensa esperanza se encuentra en estas
palabras, la esperanza de un porvenir glorioso. Dios, el Maestro del cielo y de
la tierra, es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos, sus herederos. Si somos
conscientes de ello, y a medida que nos mostramos dignos, Él nos dará
reinos, nos dará todo.
«Santificado sea tu nombre». Dios tiene entonces un nombre, y
dirigiéndose a él, Jesús comienza por mencionar dicho nombre, que está por
encima de todo y de todos los nombres. De ese nombre, Jesús pide que sea
santificado; pero para poder santificarlo, es preciso, al menos, conocerlo. A
diferencia de los cristianos, que no nombran jamás a Dios, los judíos le han
otorgado varios nombres. Y Jesús, heredero de una larga tradición, sabía que
Dios tiene igualmente un nombre, misterioso y desconocido para los
profanos3. Cuando una vez al año, el gran sacerdote pronunciaba ese nombre
sagrado en el santuario del templo de Jerusalén, su voz debía ser cubierta por
el ruido producido por toda clase de instrumentos: flautas, trompetas,
tambores, platillos, con el fin de que el pueblo, reunido ante el templo, no
pudiera escucharlo. En las traducciones del Antiguo Testamento, este nombre
se escribe Yahvé o Jehová, pero, en realidad, no se trata más que de una
aproximación. Solo se sabe que él está compuesto por cuatro letras, Iod, He,
4. Por ello, dicho nombre es llamado el Tetragrama (del
Vav, He
griego tetra: cuatro, y grama: letra). Los judíos lo escriben pero no lo
pronuncian, y cuando aparece en el texto bíblico que deben leer en voz alta,
dicen, en su lugar, «Adonaï»: el Señor.
Ahora, ¿por qué el nombre de Dios tiene cuatro letras? En primer lugar, es
necesario comprender que en el pensamiento de los antiguos sabios y
místicos judíos y, luego, en el de los cabalistas, las letras del alfabeto no son
simples signos arbitrarios, destinados a transcribir las palabras de una lengua.
Ellas representan los elementos, las potencias, por medio de cuyas
combinaciones, Dios creó el universo. Y, entre esas letras, escogieron cuatro
que les parecieron traducían de mejor forma la esencia de Dios y de la
creación:
Iod es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, ligeramente más grande
que un punto. En esta letra, que tiene la forma de un germen, de una chispa,
los cabalistas vieron la expresión del principio masculino, emisivo, creador,
el punto central, la fuente de toda manifestación. Es el Espíritu cósmico, el
Padre celeste.
He representa el principio femenino, receptivo, que atrae, absorbe,
protege, y permite al principio creador trabajar en ella. Es el Alma universal,
la Madre divina, la Materia primordial. De la unión del Padre celeste, el
Espíritu, y de la Madre divina, la Materia, nacen hijos. Estos hijos están
simbolizados por las letras Vav, el hijo, que es una prolongación del Padre,
el Iod, como lo muestra la escritura misma de la letra, y por el segundo
He, la hija, que es la repetición de la Madre.
En las cuatro letras del nombre de Dios
, los cabalistas han
reunido los principios fundamentales que actúan sobre el universo y de los
cuales el ser humano es, en sí mismo, repetición, pues en el ser humano hay
también un padre: el espíritu; una madre: el alma; un hijo: el intelecto; y una
hija: el corazón. Otras religiones han dado diferentes nombres a Dios, y los
cabalistas mismos, Le han asignado otros nombres, pero el Tetragrama
representa la síntesis más amplia, ya que contiene toda una enseñanza sobre
el Creador, la creación y las creaturas. Por ello, los cabalistas presentan,
algunas veces, el Tetragrama bajo esta forma:
Por medio de este triángulo, en el que se inscriben las letras del nombre de
Dios, los cabalistas quisieron mostrar que, en el origen, se encuentra el
espíritu, el principio masculino. Para manifestarse, debe descender, y
descender significa no permanecer encerrado en sí mismo, sino proyectarse
hacia fuera.
A la letra Iod corresponde la región que los cabalistas llaman Olam
Atsilouth (mundo de las emanaciones).
Esas emanaciones, que el espíritu ha proyectado fuera de sí mismo,
constituyen el principio femenino, la materia sobre la cual debe crear. Y a las
letras Iod He
corresponde Olam Briah o mundo de la creación.
Posteriormente, este descenso continúa con la letra Vav , ya que crear es
un proceso espiritual y hace falta, aún, que la creación se diferencie y se
materialice en formas. Iod He Vav
corresponde a Olam Ietsirah
(mundo de la formación). Finalmente, para que la encarnación, la realización
material sea completa, hay que llegar hasta el plano de la acción, Olam
Assiah, Iod, He, Vav, He
. Cada letra que se suma a las anteriores
significa que el espíritu desciende cada vez más en la materia hasta el plano
físico, para animarlo y vivificarlo.
De esta forma, el nombre de Dios nos enseña que no existe oposición, ni
separación entre el espíritu y la materia. Cualquiera sea el número de letras
que se suman a él para expresar el descenso hacia la materia, el Iod está
siempre allí, el espíritu está siempre presente; y si la materia existe, es porque
ella es una emanación, una concreción del espíritu.
La tradición cabalística enseña también que el nombre de Dios está
compuesto por 72 nombres o potencias que se derivan del valor numérico de
cada letra del Tetragrama, porque, en hebreo, se utilizan también las letras del
alfabeto para escribir los números. De este modo, Aleph = 1, Beth = 2,
Ghimel = 3… Por consiguiente, Iod, la décima letra = 10; He, la quinta = 5, y
Vav, la sexta = 6. El conjunto de esos 72 nombres de Dios es llamado el
Schem Hameforash, es decir, «el nombre en detalle». Y cuando se adicionan
todas las letras del nombre de Dios inscritas en el triángulo, se obtiene 72.
En otra representación, el número 72 se obtiene de la siguiente manera: el
Iod y el Vav están conformados por 3 nudos cada uno, y los dos He por 9
nudos cada uno, lo que da 24 nudos. De cada nudo salen 3 florones, lo que
resulta en un total de 72, y son estos 72 florones los que representan los 72
nombres de Dios.
Algunos dirán: «¡pero todo esto es demasiado complicado! Desde nuestra
temprana infancia repetimos «Santificado sea tu nombre», y nunca nadie nos
había hablado de esta manera del nombre de Dios».
Lo sé muy bien, y es normal que les parezca difícil al comienzo, pero ¿no
vale la pena hacer un esfuerzo? De lo contrario, ¿cuál es la utilidad de
pronunciar palabras carentes de sentido? Sinceramente, pregúntense, cuando
repiten «Santificado sea tu nombre», ¿realmente le dan un contenido a estas
palabras?... No, ¿verdad? Entonces, es casi inútil pronunciarlas.
Y santificar, ¿saben ustedes lo que significa el verbo «santificar»? No se
asombren si, para esclarecer esta pregunta, comienzo por recurrir a los cuatro
elementos que constituyen la materia de nuestro universo: la tierra, el agua, el
aire y el fuego. Nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra
alma y nuestro espíritu están en contacto con las fuerzas y las cualidades de
los cuatro elementos. Cada uno de estos elementos está presidido por un
Ángel. Es por esto que los Iniciados enseñan que quien quiere progresar en la
vía de la espiritualidad debe pedir al Ángel de la tierra absorber los desechos
de su cuerpo físico; al Ángel del agua lavar su corazón; al Ángel del aire
purificar su intelecto; y al Ángel del fuego santificar su alma y su espíritu5.
La santificación está, por consiguiente, unida al mundo más elevado del alma
y del espíritu, que es el mundo del fuego, de la luz.
En general, de un santo solo se piensa en una cualidad: la pureza; nunca se
piensa en la luz, cuando, en realidad, la santidad no es más que una cualidad
de la luz, de la luz pura del espíritu. Cualquiera sean sus demás cualidades, si
un ser no posee la luz, no se puede decir de él que es un santo. Esta relación
entre la santidad y la luz aparece claramente en las lenguas eslavas. En
búlgaro, santo se dice svétia, y santidad svétost. Estas palabras tienen la
misma raíz de svétlina, la luz. El santo, svétia, es un ser que posee la luz,
svétlina: todo es claro en él, brilla, resplandece. Y es por esto justamente, que
los pintores tuvieron la intuición de representar a los santos con una aureola
de luz alrededor de su cabeza.
Solo lo que es puro puede purificar, solo lo que es santo puede santificar;
y puesto que la luz es, ella misma, santidad, únicamente la luz tiene el poder
de santificar. En consecuencia, es en la luz más resplandeciente de nuestro
espíritu, que debemos santificar el nombre de Dios y, para ello, es preciso
conocerlo. Quienes conocen el nombre de Dios tienen el poder de dirigir las
fuerzas de la naturaleza, y las fuerzas de la naturaleza le obedecen. Fue este
nombre el que pronunció Moisés para permitir a los hebreos el paso a través
del Mar Rojo, o para hacer brotar el agua del peñón de Horeb. Y delante de
los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, Elías pronunció, igualmente,
este nombre para hacer descender el fuego del cielo, que consumió el toro
ofrecido en holocausto. Un nombre representa, resume, contiene la entidad
que lo lleva consigo, y aquel que medita acerca del nombre de Dios y lo
pronuncia, impregnándose de la santidad de su luz, es capaz de atraerlo,
hacerlo descender en cada cosa, a fin de santificar, a través de él, todas las
criaturas, todos los objetos, todo lo que existe.
Les he dicho que el Tetragrama no se pronuncia, pero cada una de las
letras que lo componen, Iod, He, Vav, He, puede pronunciarse. En el árbol
sefirótico, Dios posee, incluso, otros nombres que corresponden a atributos
diferentes. Y si prefieren pronunciar los nombres que otras religiones han
dado a Dios: Allah, Ahura-Mazda, Brahma, Indra, etc., ¡háganlo! Lo esencial,
es que lleguen, realmente, a santificar ese nombre en ustedes mismos, a fin de
vivir en la alegría extraordinaria de iluminar todo aquello que toquen. Sí, la
alegría más grande que existe en el mundo consiste en llegar a comprender
esta práctica cotidiana y, por doquier, no pensar sino en bendecir, iluminar,
santificar. Con solo pronunciar el nombre de Dios, escribirlo, ustedes se unen
a las fuerzas divinas, y esas fuerzas pueden hacerlas descender al plano físico.
Pero este trabajo comienza en la cabeza. Santificar el nombre de Dios
concierne al espíritu, al pensamiento.
Durante nuestras reuniones, me ven, a veces, escribir algunas palabras en
una hoja de papel. Se trata de una oración: «Señor, que Tu nombre sea
bendecido y santificado por la eternidad», pero yo la escribo en búlgaro:
«Da bãdé blagosloveno i svéto, iméto ti, v'véka, Gospodi». ¿Por qué hago
esto? Por mí, ¡porque me hace bien!... Y ustedes, también, a lo largo de la
jornada piensen en santificar el nombre de Dios, pronúncienlo, escríbanlo.
Obvio, el nombre de Dios ya está santificado en lo alto por los Ángeles, no
serán ustedes quienes van a agregar gran cosa a la santidad del nombre de
Dios. Pero les hará bien a ustedes y a otros también, pues estas palabras
sagradas purificarán la atmósfera a su alrededor.
«Venga a nosotros tu reino…» Este reinado de Dios, es decir, su Reino,
que supone leyes, toda una organización, no podemos siquiera imaginarlo. Y
no nos ayudarán en esa tarea, los reinos o los gobiernos de la tierra, con sus
desórdenes, sus enfrentamientos, sus locuras. Algunas veces, llegamos a tener
una sensación fugaz al respecto, cuando vivimos estados de consciencia de
una gran espiritualidad. Sí, solo en esos momentos, comenzamos a
comprender lo que es el Reino de Dios; pero no podremos tener una idea de
él, si no comenzamos por encontrarlo en nosotros mismos.
Con esta segunda petición, «venga a nosotros tu reino», descendemos al
mundo del corazón. El nombre de Dios debe ser santificado en nuestra
inteligencia, pero es en nuestro corazón, donde su Reino debe venir a
instalarse. Antes de que pueda concretarse en un lugar material, es necesario
que este Reino se convierta en un estado interior, hecho de armonía, de
bondad, de generosidad, de desprendimiento. Nuestro trabajo consiste,
entonces, en comenzar por hacer de nuestro corazón el Reino de Dios. Para
ello, debemos limpiarlo de todos los parásitos que dejamos introducir allí, a
fin de acoger al Señor y de otorgarle el primer lugar. Del corazón nacen los
impedimentos más grandes para la llegada del Reino de Dios, puesto que el
corazón está lleno de codicia, de deseos y sentimientos burdos: la avidez, los
celos, el odio, el desprecio…Y esta codicia, estos deseos, estos sentimientos,
que no cesan de expresarse, hacen de la tierra un campo de batalla. El Reino
de Dios vendrá solo cuando los seres humanos alimenten en su corazón
sentimientos fraternales los unos para con los otros: la comprensión, la
indulgencia, el amor.
Ustedes dirán: «pero hace dos mil años que la cristiandad trabaja por el
Reino de Dios, ¿por qué, entonces, está tan lejos? ¡Tantas guerras, tanta
hambruna, tanta miseria y tantas desgracias!...». Pues bien, justamente, es
porque los humanos no saben trabajar. Pasan su tiempo hablando o
escribiendo para señalar tal defecto, tal laguna: la mala organización, la
incompetencia de los responsables, el dinero mal utilizado… Y
supuestamente para mejorar la situación, quieren obligar a unos a hacer esto,
impedir a otros hacer aquello, despedir a alguien para reemplazarlo por otro,
crear comités o comisiones, etc. No cuentan sino con soluciones materiales, y
para aplicarlas, no paran de enfrentarse entre ellos. ¿Cómo puede el Reino de
Dios realizarse en estas condiciones?
No sirve para nada que ustedes reciten: «Venga a nosotros tu reino», si no
trabajan, en primer lugar, para introducir en su corazón la paz, la generosidad,
el amor. Pues, incluso si admitimos que han encontrado estas cualidades
fuera de ustedes, solo serán capaces de apreciarlas, de conservarlas, una vez
las hayan realizado en ustedes mismos. De este Reino, en otro pasaje de los
Evangelios, Jesús dijo que estaba cerca. Esto es cierto para algunos, y para
ellos ya llegó, pero para la mayoría de los seres humanos no ha llegado y no
vendrá ni siquiera en veinte mil años, si se contentan con esperarlo sin hacer
ningún trabajo interior, ningún trabajo espiritual.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Toda la Ciencia
iniciática se encuentra resumida en estas pocas palabras. Hermes Trismegisto
dice en la «Tabla de Esmeralda»: «Como abajo así es arriba», es decir, que
todo lo que existe en la tierra tiene su correspondencia arriba, en el mundo de
los arquetipos. Hermes Trismegisto no dice que el mundo de abajo es
absolutamente idéntico al mundo de arriba, sino que es «como», lo que quiere
decir que es una imagen, una imitación, como la sombra que se parece al
árbol pero que no es el árbol mismo, o como el reflejo de un espejo que es la
imagen del hombre pero que tampoco es el hombre mismo. Entre el cielo y la
tierra hay claramente diferencias en la densidad de la materia, las
proporciones, los colores, las formas, etc., pero existe una analogía en la
estructura, en la organización.
Aunque imperfecto, el mundo de abajo puede mostrarnos el camino por
seguir, a fin de reencontrar la realidad de arriba. Y como Jesús conocía esta
ley de la analogía, dijo: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo». Hacer la voluntad de Dios significa crear un vínculo, una circulación
de energías entre el cielo y la tierra, hasta que la armonía, el orden, la belleza,
la luz y el amor que reinan arriba se instalen abajo, en la tierra, es decir, en
nosotros mismos, ya que Jesús no hablaba de una tierra externa al hombre.
En el cielo, la voluntad de Dios se ejecuta siempre sin ninguna discusión:
las creaturas de arriba actúan en perfecto acuerdo con ella. No es éste el caso
de los seres humanos, quienes utilizan la libertad que el Creador les ha dado
para oponerse de todas las formas posibles al orden y a la armonía celestes.
«Hágase tu voluntad» quiere decir que debemos hacer concordar nuestra
voluntad con la voluntad que reina en el Cielo, puesto que el Cielo está en el
primer lugar y allí debe permanecer. Es una lástima que la estructura de la
lengua francesa [también en castellano6] no respete ese orden, como en
griego, por ejemplo, lengua en la que se escribieron los Evangelios, o en
búlgaro. En griego se dice:
y en búlgaro:
kakto na nébéto, taka i na
zémiata.
Lo que significa, literalmente: como en el cielo, así en la tierra. Allí, la
comparación es expresada perfectamente, pues la tierra viene siempre en
segundo lugar y es ella la que debe acomodarse, adaptarse, ajustarse al cielo.
Para expresar esta idea, se puede recurrir a toda clase de imágenes,
tomemos simplemente aquella del aparato de radio. La radio es de cierta
forma un aparato receptor que debe adaptarse a un principio emisor.
Digamos, entonces, que debemos considerar el cielo como el principio
emisor, y la tierra como el aparato receptor, el plano físico, los seres humanos
que deben aprender a armonizarse con las corrientes del cielo, a moldearse
según las formas, las virtudes y las cualidades del cielo, para poder realizar
en la tierra todo el esplendor del cielo.
Alguien dirá: «¿Yo, preocuparme por la tierra? Eso no me interesa,
prefiero pensar en el cielo». Pues bien, esto refleja que no ha comprendido la
enseñanza de Cristo. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»
significa que es preciso hacer un trabajo sobre la tierra. En el cielo todo es
perfecto; es aquí, abajo donde no es maravilloso. Por consiguiente, hay que
bajar y bajar a la materia conscientemente, audazmente, para dominarla,
vivificarla, espiritualizarla. Nos corresponde a nosotros, los obreros, los
obreros de Cristo, consagrarnos a esta tarea. No basta con repetir la oración y,
después, por la forma en que se vive, impedir la realización de lo que se pide.
Actuamos, a menudo, como quien dice a un visitante: «¡Entre, entre!» y, al
mismo tiempo, le cierra la puerta en sus narices. Farfullamos:
«mmmmmm»… y, luego al final, le cerramos la puerta al cielo y seguimos
realizando actividades que no tienen nada que ver con la oración. ¡Es
increíble esta inconsciencia! ¿ Y luego, irán a jactarse de que son cristianos?
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»: toda la magia
divina, la teúrgia se encuentra inscrita en esta frase. Si el discípulo
comprende la importancia de esta petición de Jesús, si trabaja por realizarla,
llegará a ser, un día, un transmisor del cielo, será una imagen del cielo. Está
escrito y es lo que el Señor espera de nosotros. Se preguntarán, «¿pero cómo
podemos lograrlo?». Simplemente desarrollando todas las cualidades, todas
las facultades que el Señor nos ha dado, a fin de ponerlas a su servicio, puesto
que un día, Él nos pedirá cuentas de los dones que hemos recibido.
En una parábola del Evangelio, Jesús habla de unos servidores a quienes,
antes de partir, su amo confió una suma de dinero. Al primero, le dio tres
talentos; al segundo, uno; y al tercero, cinco. A su regreso, les pidió cuentas.
Los que recibieron tres y cinco talentos cada uno, se dedicaron a hacerlos
fructificar, mientras que quien recibió uno, se contentó con enterrarlo bajo
tierra. El amo, dice la parábola, lo hizo encarcelar, mientras que a los otros
dos los recompensó. Del mismo modo, un día, el Cielo nos preguntará qué
hicimos con las cualidades, los dones, las virtudes que nos fueron entregados.
Si los enterramos, si por negligencia no los acrecentamos, seremos puestos en
prisión, esto es, seremos limitados en nuestro desarrollo y perderemos esos
dones. Mientras que si los hicimos fructificar, no solo seremos
recompensados, sino que recibiremos otros dones más preciosos todavía.
Desafortunadamente, lo que se observa con más frecuencia son creaturas
con dones, posibilidades, pero puestos al servicio de su naturaleza inferior: el
vientre, el sexo, la vanidad, el deseo de dominar a los otros, y que, ¡incluso
quieren someter al cielo entero para satisfacer sus caprichos7! Sí, ¡los
ángeles, los arcángeles, el Señor mismo no están allí sino para eso! Aun si no
lo quieren admitir porque no son conscientes de ello, esto es lo que los
cristianos hacen permanentemente: tratar de someter al Señor, en lugar de
hacer su voluntad. Ser inconscientes, no es una excusa. No hay que
permanecer inconscientes, es preciso convertirse en buenos servidores, de los
que habla Jesús en la parábola, servidores desinteresados, que ponen todo lo
que poseen en forma de facultades, talentos, o ventajas materiales, al servicio
del Señor, para llegar a ser instrumentos de su voluntad.
¿Y por qué creen ustedes que vamos a contemplar la salida del sol? Para
llegar a parecernos a él, para que la tierra, nuestro cuerpo físico, adquiera las
cualidades del cielo, representadas en la luz, en el calor y en la vida del sol.
Observando al sol, amándolo, vibrando al unísono con él, cada quien trabaja
para llegar a ser un sol, luminoso, caluroso, vivificante8. En consecuencia, se
trata de un método para realizar la petición: «Hágase tu voluntad así en la
tierra como en el cielo», pero, obviamente, hay muchos otros.
Nada puede ser más importante para el hombre que esmerarse en cumplir
la voluntad de Dios. Se trata de un acto mágico. A partir del momento en que
el ser humano decide ajustar su voluntad a la voluntad del Señor, su ser se
encuentra ocupado, reservado. Si entidades tenebrosas quieren servirse de él,
no pueden hacerlo, porque está cerrado a su influencia y, de este modo,
preserva su libertad y su poder. Quien no está ocupado por el Señor, puede
estar seguro de que otros tomarán su lugar, y de que, por lo tanto, estará a
merced de las voluntades más interesadas, más anárquicas, que le causarán su
pérdida9.
Las tres primeras peticiones del «Padre nuestro» corresponden, entonces,
a los tres principios fundamentales que constituyen la psiquis humana:
primero el pensamiento, el intelecto, que debe poseer la luz para aclararlo
todo y santificarlo; segundo el sentimiento, el corazón, donde debe instalarse
el Reino de Dios, que es un reino de paz y de amor; y, finalmente, la
voluntad, a fin de expresar y de repetir en nuestros actos el orden que reina en
el cielo. El discípulo que se propone realizar estas tres súplicas recibe todas
las bendiciones: vive en la luz y en el amor, y posee la fuerza.
En los tres primeros versos de la oración dominical, se encuentra, pues,
una aplicación de todo lo que yo les explico desde hace años, respecto a las
tres virtudes que son los tres pilares de nuestra vida psíquica: la sabiduría, el
amor y la verdad.
«Santificado sea tu nombre»: la santificación es un acto ligado a la luz y,
por lo tanto, a la sabiduría. La sabiduría ilumina y santifica las obras de Dios.
Por medio de una comprensión justa, «santificamos» todo a nuestro
alrededor. Y si está dicho que debemos santificar el nombre de Dios, es
porque el nombre, que sirve para designar a los seres y las cosas, es
considerado una síntesis de todos los elementos que contiene10. El nombre de
Dios, que contiene, comprende toda la existencia, nos esclarece la estructura
del universo.
«Venga a nosotros tu reino»: el reinado de Dios, su Reino, es el amor
perfecto. No existe un reino verdadero por fuera del amor; es el que asegura
la cohesión de todas las partes. Sin amor un reino se desmiembra. Pero por la
palabra «amor» no hay que entender ese sentimiento, más o menos efímero,
que se experimenta por esta o aquella creatura. El verdadero amor es un
estado de consciencia que se vive cada vez que se está en armonía con todo
este universo que Dios ha creado.
«Hágase tu voluntad»: quien, gracias a la sabiduría, ha llegado a santificar
el nombre de Dios en sí mismo, y gracias al amor, ha llegado a establecer su
Reino, hará necesariamente su voluntad. Hacer la voluntad de Dios es estar
en la verdad.
Y para que lo que acabo de explicarles no se quede solamente en teoría,
les daré un ejercicio. Siéntense y pongan sus manos sobre las rodillas, hagan
silencio y entren en paz interior, luego inhalen en seis tiempos, mientras
pronuncian internamente: «Dios mío, que tu nombre sea santificado en mí».
Retengan el aire en seis tiempos y pronuncien: «Que tu Reino descienda en
mí». Por último, exhalen en seis tiempos y digan: «Que tu voluntad se
cumpla a través de mí». Repitan este ejercicio cuatro o cinco veces diarias y
después de algún tiempo, constatarán que algo en ustedes se ha iluminado, se
ha ensanchado, se ha apaciguado.
Estudiemos, ahora, la continuación de la oración:
«Danos hoy nuestro pan de cada día». Aquí comienzan las peticiones
concernientes al hombre mismo. Las tres primeras se referían al Señor, pues
siempre se debe comenzar por el Señor: conocer y santificar su nombre,
desear la llegada de su Reino, hacer su voluntad, y ahora el hombre pide algo
para sí mismo.
Lo primero que pide es el pan. ¿Por qué el pan? Porque es el símbolo del
alimento indispensable para su subsistencia. Pero el pan del que Jesús habla
no es solamente el pan físico; en los Evangelios las alusiones que él hace a
los alimentos se refieren, con mayor frecuencia, al plano espiritual que al
plano físico, por ejemplo, cuando Jesús responde al Diablo que le pide
transformar las piedras en pan: «El hombre no se alimenta solo de pan, sino
de cada palabra que sale de la boca de Dios». O bien, en el Sermón sobre la
Montaña: «Bienaventurados quienes tiene hambre y sed de justicia, pues
serán saciados». O, incluso: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo». Claro,
Jesús multiplicó cinco panes y dos peces para alimentar a la muchedumbre,
pero, enseguida, dijo a la misma muchedumbre: «Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el alimento que subsiste por la vida eterna». Y
este significado espiritual del alimento es mucho más claro al momento de la
Cena, cuando bendijo el pan y el vino y los ofreció a sus discípulos, diciendo:
«Tomad y comed todos de él porque quien come mi carne y bebe mi sangre
tendrá la vida eterna».
La primera petición que el hombre hace para sí mismo concierne al pan
cotidiano, sin el cual no puede vivir, pero esto es incluso más verdadero en el
sentido espiritual: todos los días, el hombre debe buscar ante Dios ese pan, es
decir, la luz y el amor que alimentarán su alma y su espíritu.
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden». En realidad, la traducción exacta del texto del Evangelio es la
siguiente: «Salda nuestras deudas como nosotros las saldamos a nuestros
deudores». En efecto, cualquier trasgresión es comparable a un acto
deshonesto por el que se debe después pagar. Aquel que, por ejemplo, abusa
de la confianza o del amor de un ser, actúa como un ladrón que deberá
devolver un día, de una u otra forma, todo aquello de lo que se apoderó
ilegítimamente. La noción del karma se basa en esta verdad, venimos a la
tierra a pagar por las trasgresiones cometidas durante las encarnaciones
anteriores11. Aquel que ha pagado todas sus deudas puede no volver a
reencarnar.
Ahora bien, que se traduzca la oración por: «Perdona nuestras ofensas» o
«Salda nuestras deudas», el punto esencial es la idea del perdón. Por primera
vez en la historia de la humanidad, apareció la idea de un Dios
misericordioso, de un Dios que perdona. El Dios del Antiguo Testamento,
que Moisés presentó, no hablaba sino de venganza y de exterminación: los
culpables eran castigados despiadadamente. E, incluso, si algunos dioses de
otras religiones eran de un carácter menos vindicativo, no se había insistido
nunca antes en la misericordia divina, como lo hizo Jesús. Esta idea de un
Dios que perdona se desprende, lógicamente, de las dos primeras palabras de
la oración: «Padre nuestro…». Dios nos perdona, porque un verdadero padre,
aunque deba corregir a sus hijos para educarlos, los comprende y les perdona
sus errores.
Pero Jesús precisa: «como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden». Si Dios nos perdona porque somos sus hijos, nosotros también
debemos perdonar a los otros, porque son nuestros hermanos. Si queremos
obtener el perdón del Señor, debemos, en primer lugar, perdonar a los seres
humanos. Esta idea de perdonar las ofensas es fundamental en la religión
cristiana, porque ella se deriva de la enseñanza del amor aportada por Jesús.
Los otros fundadores de religiones pusieron el acento, principalmente, en la
justicia, en la sabiduría, en el saber, en el poder. Claro, ustedes me dirán que
Buda trajo la compasión. Sí, pero ninguno insistió, como lo hizo Jesús, en el
amor y en el perdón, que son los únicos que les permiten a los seres humanos
vivir juntos.
Frecuentando a los seres más simples e incluso a las prostitutas y a los
criminales, Jesús trastocó todas las reglas12. Nunca antes se había visto esto:
personas que la ley ordenaba lapidar o matar, él comía con ellas, las visitaba,
y aceptaba ser invitado a su mesa. Por ello, quienes velaban por que la
jerarquía social fuese respetada, no pudieron aceptar esta conducta, y cuando
vieron que Jesús osaba revelar las verdades más sagradas a la muchedumbre,
decidieron mandarlo matar. Jesús fue crucificado, porque trayendo la religión
del amor y del perdón, derribó barreras que algunos interesados en ello, se
esforzaban en mantener. Y si él volviera, se vería obligado a constatar que
muchos que se dicen cristianos están todavía muy lejos de comprender y
sobre todo de practicar esta enseñanza del amor.
«No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal…». Muchas veces se me
ha formulado esta pregunta: ¿pedir que Dios no nos deje caer en tentación no
nos lleva a pensar que es Él quien nos tienta, nos empuja al mal? Existen
otras versiones del texto: «No nos sometas a la tentación», «No nos dejes
entrar en tentación», «No nos dejes sucumbir a la tentación», que revelan
que este versículo produjo muchas dificultades en su traducción. Pregunté lo
que decía exactamente el texto griego, porque el Nuevo Testamento fue
escrito en griego, y se me respondió que el sentido era bien ése: pedimos a
Dios que no nos deje sucumbir a la tentación. Pero Jesús hablaba en arameo,
un dialecto semítico cercano al hebreo. Por consiguiente, no se molesten,
pero pienso que las palabras de Jesús ciertamente no fueron relatadas
correctamente.
Si es importante saber cuál es el sentido de este versículo, es porque
plantea el problema de la verdadera naturaleza de Dios. Sobre este tema, dos
concepciones principales se enfrentan. Una que hace de Dios la causa de
todo: Él es quien actúa siempre, a través de las manifestaciones que
denominamos con el nombre de bien y de mal. Por el contrario, otra
concepción presenta a Dios en permanente lucha con un adversario
irreductible, el Diablo. Se preguntarán: «¿cuál es la verdad?». Yo les he
hablado a menudo de esta cuestión y les he explicado que, en realidad, Dios
está más allá del bien y del mal13. Entonces, si Él está más allá del bien, no es
posible identificarlo con el bien; en cuanto a pensar que Él tiene un enemigo
que no ha podido vencer, se trata simplemente de una aberración. Dios es el
Creador y el Maestro del universo, y tanto los espíritus del mal (que se
llamen diablos o por cualquier otro nombre), como los espíritus del bien, los
ángeles, son sus servidores. Por tanto, cuando somos tentados, no es Dios
quien quiere hacernos caer en trampas, sino que Él deja hacer al Diablo, que
es su servidor.
Lean, en el Antiguo Testamento, el Libro de Job, allí está escrito:
«Aconteció cierto día que vinieron los hijos de Dios para presentarse ante el
Eterno, y entre ellos vino también Satanás. Y el Eterno preguntó a Satanás:
¿de dónde vienes? Satanás respondió al Eterno diciendo: de recorrer la
tierra y de andar por ella. Y el Eterno preguntó a Satanás: ¿no te has fijado
en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra: un hombre íntegro y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Y Satanás respondió al Eterno
diciendo: ¿acaso teme Job a Dios de balde? ¿Acaso no le has protegido a él,
a su familia y a todo lo que tiene? El trabajo de sus manos has bendecido, y
sus posesiones se han aumentado en la tierra. Pero extiende, por favor, tu
mano y toca todo lo que tiene, ¡y verás si no te maldice en tu misma cara! Y
el Eterno respondió a Satanás: he aquí, todo lo que él tiene está en tu poder.
Solamente no extiendas tu mano contra él. Entonces Satanás salió de la
presencia del Eterno».
Observen que en este relato, Satanás ocupa un lugar entre los hijos de Dios
que se presentan ante el Eterno14. Y cuando expresa su deseo de tentar a Job,
imponiéndole pruebas que lo harán sublevarse, Dios acepta. Pero pone
condiciones que Satanás respetará, y Job saldrá vencedor de la prueba.
Y Jesús también fue tentado. Después de haber ayunado cuarenta días en
el desierto, el Diablo se presentó ante él y le hizo tres propuestas: la primera,
cambiar las piedras por pan, a lo que Jesús respondió: «El hombre no se
alimenta solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios»; la
segunda, lanzarse desde lo alto del Templo de Jerusalén, ya que el Señor
enviaría a los ángeles para protegerlo, y Jesús contestó: «Está escrito: no
tentarás al Señor tu Dios»; y finalmente, el Diablo le prometió todos los
reinos de la tierra si se postraba ante él y Jesús dijo: «Retírate Satanás, pues
está escrito: adorarás al Señor tu Dios y solo le servirás a él».
Jesús rechazó estas peticiones con argumentos irrefutables. Muchas veces
también, les he hablado de estas tres tentaciones y les he explicado que ellas
pertenecen a los tres planos, físico, astral y mental, y que, igualmente,
nosotros estamos expuestos diariamente a tentaciones de la misma
naturaleza15. Como Jesús, debemos saber responder al tentador. Cuando él ve
que el hombre no solamente se resiste, sino que sabe asimismo decir
claramente el porqué se resiste, el Diablo entiende que no podrá seducirlo y
se va.
Es preciso que lo sepan: depende siempre de ustedes aceptar o rechazar
una influencia. Ni siquiera los espíritus infernales pueden forzarlos. Obvio, si
no tienen ni discernimiento ni convicción, caerán en sus trampas. El poder de
las fuerzas del mal sobre el hombre viene de su habilidad para presentarle
propuestas tentadoras: «haz esto y serás rico, tendrás la gloria, etc.… Haz
aquello y serás feliz…» Si el hombre sucumbe, estas fuerzas pueden
conducirlo, poco a poco, a la destrucción completa; pero si no cede, no
podrán nada contra él. Para imponer su voluntad, para obtener lo que desea,
el hombre está limitado, pues las posibilidades humanas son limitadas y se
requiere mucho tiempo y trabajo para ello. Pero siempre puede negarse, decir
que no.
Cuando una tentación se presente, díganse: «es atractivo, claro está, me
gustaría mucho, pero soy hijo de Dios, hija de Dios y con Su ayuda, no me
dejaré llevar, seré más fuerte». Tampoco hay que considerar las tentaciones
como obstáculos en el camino, sino tomarlas como estímulos, pues ellas son
medios para conocerse mejor, para fortalecerse. Un sabio, un Iniciado no
evita las tentaciones, las provoca incluso para aprender a dominarse. Ustedes,
por supuesto, sean prudentes, conténtense de las que se les presentan en su
camino. No hay que exponerse estúpidamente y, algunas veces, es más
razonable huir de ellas. Sin embargo, huir siempre no es bueno tampoco.
Quien huye siempre de las tentaciones termina, tarde o temprano, por
sucumbir a ellas. No es huyendo que se resuelven los problemas, sino
enfrentándolos progresivamente.
Aun aceptando que sería preferible conocer realmente cuáles fueron las
palabras de Jesús, no es, sin embargo, lo más importante. Tenemos que
reconocer que somos tentados permanentemente, razón por la cual lo más
importante es saber que la tentación es como un problema que debe
resolverse, como un examen que debe pasarse: mostramos de qué somos
capaces. Es preciso ser tentado, entonces, para conocer nuestras verdaderas
posibilidades y llegar a ser más fuertes. En consecuencia, no pidamos al
Señor que nos evite las tentaciones, solo pidámosle que nos ayude a no
sucumbir a ellas. El mal existe, las fuerzas negativas existen, y es inútil
suplicarle al Señor que los aniquile. En el Apocalipsis se dice que solamente
al final de los tiempos, Satanás será lanzado a un lago de fuego y azufre. De
aquí a allá, sin embargo, nos veremos confrontados al mal sin cesar; por
consiguiente, la mejor actitud, la única, es aprender a saber cómo
considerarlo y cómo actuar con él.
Estudiemos, enseguida, el último versículo: «Porque Tuyo es el reino, el
poder y la gloria, por los siglos de los siglos». Para entender esta frase, es
necesario volver a las regiones del espacio espiritual de las que les hablé al
comienzo, esas regiones que Jesús llamaba «los cielos» y que corresponden a
lo que la cábala llama las sefirot o el Árbol de la Vida. Las sefirot son diez,
cada una tiene un nombre que expresa una cualidad, un atributo de Dios:
Kether, la Corona; Hochmah, la Sabiduría; Binah, la Inteligencia; Hesed, la
Misericordia; Geburah, la Fuerza; Tipheret, la Belleza; Netzach, la Victoria;
Hod, la Gloria; Iesod, el Fundamento; Malkut, el Reino. Malkut, el Reino, la
décima sefirá, refleja y condensa a las demás sefirot. Jesús dijo: «El Reino de
Dios se parece a un grano de mostaza». El grano es siempre un comienzo, el
punto de partida de una vida nueva. Pero si en el plano físico, el comienzo se
encuentra abajo – se construye un edificio comenzando siempre por abajo –,
en el plano espiritual, el curso de los procesos es inverso: el comienzo está
arriba. Por eso, contrario a lo que pasa en el plano físico, en el plano
espiritual, el crecimiento se hace de arriba hacia abajo.
Así pues, el grano sembrado en la tierra, es la primera sefirá, Kether. Para
desarrollarse, en primer lugar, éste se divide en dos; luego se transforma en
tronco, ramas, hojas, brotes, flores y frutos; y el fruto, a su vez, contiene
granos. El grano sembrado, Kether, se convierte en un árbol, pasando
sucesivamente por todas las demás sefirot hasta llegar a Malkut. El fruto
maduro, el fruto que da la vida, la carne que se come, es Iesod, y ella
contiene la semilla. Entonces, ven, al final de su crecimiento, el grano
plantado se transforma en la semilla del fruto, y Malkut, el grano de abajo, es
idéntica a Kether, el grano de arriba, puesto que el comienzo y el final de las
cosas son siempre idénticos. Cada punto de partida no es otra cosa que el
término de un desarrollo anterior, y cada resultado es el punto de partida de
otro desarrollo. Todo tiene un comienzo y un final, pero no existe un
verdadero comienzo. Cada causa engendra consecuencias, y esas
consecuencias son la causa de nuevas consecuencias…
En la frase: «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria», el reino, el
poder y la gloria corresponden a las tres últimas sefirot: Malkut, Iesod y Hod.
El reinado es Malkut, el Reino de Dios, la realización, donde se encuentra
nuestra tierra.
El poder es Iesod, palabra que significa «fundamento», «base». Esta sefirá
preside la pureza que es el fundamento verdadero de todas las cosas, y
preside igualmente la fuerza sexual, porque el poder real está allí, en la fuerza
sexual. Es la que crea la vida, y se encuentra al origen, en los planos
superiores, de las realizaciones más grandes.
La gloria es Hod, la luz que brilla del resplandor de todos los
conocimientos, de todo el saber.
«Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria» significa, entonces,
«porque Tuyas son las tres regiones, Hod, Iesod y Malkut, que representan el
término del crecimiento de Kether, la madurez».
El reino, el poder y la gloria forman una tríada que repite la tríada del
comienzo: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu
voluntad». El nombre, el reino y la voluntad son las sefirot Kether, Hochmah
y Binah. A la tríada de arriba, Kether, Hochmah, Binah, que representa la
creación en el mundo invisible, espiritual, corresponde la tríada de abajo,
Malkut, Iesod y Hod, que representa la concreción, la formación, la
realización en el plano físico.
«Por los siglos de los siglos», esta fórmula corresponde a la sefirá
Netzach, cuyo nombre significa «eternidad». De esta forma, cuando se
pronuncia la frase: «Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los
siglos de los siglos», se entra en relación con las cuatro últimas sefirot del
Árbol de la Vida.
Ustedes dirán: «¿y cómo clasificar las otras sefirot, Tipheret, Geburah y
Hesed?». Podrían descubrirlo ustedes mismos estableciendo las
correspondencias de acuerdo con los métodos y las explicaciones que les he
dado.
Pero retomemos la oración, en orden, a partir del cuarto versículo: «Danos
hoy nuestro pan de cada día». El verdadero pan cotidiano, fuente inagotable
de la vida, es la luz de Tipheret, sefirá donde reina el sol, puesto que es del
sol que el hombre recibe su alimento físico y espiritual16.
«Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden». Esta petición corresponde a la sefirá Hesed, que representa la
generosidad, la indulgencia, el perdón. Para perdonar, hay que poseer ese
estado de consciencia superior que nos brinda la certeza de que nadie podrá
despojarnos de las verdaderas riquezas, las riquezas del alma y del espíritu.
«No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal». Este versículo
corresponde a la sefirá Geburah17. Los ángeles de Geburah son servidores de
Dios que combaten el mal. Ellos expulsaron a Adán y a Eva del Paraíso
cuando, bajo la influencia de la serpiente, cometieron el primer pecado.
Uniéndose a Geburah, el hombre se refuerza y aprende a resistir el mal.
¿Comienzan a percibir, ahora, la inmensidad de esta oración, tan breve y
tan simple en apariencia? El universo entero se encuentra contenido en ella.
¡Cuántos horizontes se abren delante de ustedes! Todo lo que les he dicho
desde hace años se encuentra condensado en esta oración. Reflexionen,
entonces, mediten en estas palabras y descubrirán maravillas.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
líbranos del mal.
Porque tuyo es el reino,
el poder y la gloria, por los siglos de los siglos.
Amén».
Todas estas peticiones tienen un significado que solo puede descubrir
quien posee una profunda comprensión de las cosas. Cuando los arqueólogos
dirigen su atención hacia objetos o monumentos muy antiguos, tratan de
descifrar, según las figuras representadas, según la localización y el estilo de
las construcciones, entre otras, la mentalidad del pueblo y de la época de
estos vestigios, y gracias a tales indicios, llegan a deducir la intención en
ellos, a adivinar lo que quisieron decir. Del mismo modo, nosotros podemos
considerar esta oración que Jesús nos dejó como una especie de monumento,
de lugar arqueológico, acerca del cual debemos adelantar investigaciones y
descubriremos allí todo un mundo escondido.
Desde hace veinte siglos, miles de millones de cristianos han recitado el
«Padre nuestro» e, incluso, si no eran muy capaces de captar la inmensa
profundidad de esta oración, han hecho de ella, en el mundo invisible, una
fórmula viva, una reserva de fuerzas acumuladas. Y ustedes, repitiéndola
ahora conscientemente, se unirán a esta reserva y atraerán hacia ustedes todas
estas energías benéficas para continuar en mejor forma su trabajo.
1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. II: «La verdadera religión de
Cristo», cuarta parte.
2 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico».
3 Op. cit., cap. IV: «Los nombres de Dios».
4 El hebreo se lee de derecha a izquierda.
5 Cf. La nueva tierra, Obras Completas, t. 13, cap. VI: «Los métodos de purificación».
6 Nota del traductor.
7 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VII: «La personalidad quiere vivir su vida, la
individualidad quiere realizar los proyectos del Señor»; cap. XIV: «Dad al César lo que es del César».
8 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. II: «Observando al sol, nuestra alma
toma la forma del sol»; cap. IV: «El sol hace crecer las semillas depositadas en nosotros por el
Creador»; «Cómo reencontrar la Santa Trinidad en el sol».
9 Cf. La libertad, victoria del espíritu, Col. Izvor No. 211, cap. VI: «La verdadera libertad es una
consagración».
10 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VI: «La realidad del mundo invisible»,
tercera parte.
11 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. I: «Como habréis sembrado,
cosecharéis».
12 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la cizaña y el trigo».
13 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. V: «Dios por encima del bien y del mal»; cap. VI:
«La cabeza blanca y la cabeza negra». La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234,
cap. XVII: «La verdad más allá del bien y del mal».
14 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. III: «El bien y el mal» y La pedagogía
iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. VI: «Una nueva actitud ante el mal».
15 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VI: «Las tres grandes
tentaciones».
16 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. II: «Cómo captar los elementos
etéricos contenidos en el sol».
17 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. III: «Las jerarquías angelicales».
Segunda Parte
«Así en la tierra como en el cielo»
1
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra»
I
«Y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra.
Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del
océano, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
¡Cuántas preguntas y cuántos comentarios suscitaron estos dos primeros
versículos del Génesis! Empezando por cómo interpretar las palabras «cielo»
y «tierra». ¿El cielo es únicamente el espacio que percibimos encima de
nuestras cabezas, y la tierra solo el planeta sobre el cual vivimos? No, esa
respuesta brindaría una idea muy limitada de la creación. No podemos
interpretar correctamente el primer versículo sino a la luz de lo indicado en el
segundo: «y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
Para aquel que posee la ciencia de los símbolos, es claro, el espíritu de
Dios, en hebreo Rouah, representa el principio masculino, activo, emisivo; y
las aguas, en hebreo Maïm, representan el principio femenino, pasivo,
receptivo. Solo el 1, el espíritu, es masculino; todo lo que es plural es
femenino. Por consiguiente, las aguas son aquella materia cósmica original
que el espíritu de Dios, el fuego primordial, ha penetrado para fertilizarla.
Contrario a lo que se cree en general, no es la tierra, en tanto elemento, que
expresa y manifiesta en mejor medida las propiedades y las cualidades de la
materia, sino el agua, y sus cualidades son la receptividad, la adaptabilidad, la
maleabilidad. El agua es, por tanto, el símbolo de la materia desorganizada,
«tohou vabouhou» (informe y vacía), conforme lo expresa el Génesis, y es
esta materia la que recibió los gérmenes fertilizantes del espíritu. La vida
nació del agua gracias al principio del fuego, del espíritu que puso esta
materia en movimiento1. Ella misma, el agua, la materia, no posee la vida; es
el fuego, el espíritu, que se la infunde. Comprenderán mejor esta idea si se las
presento con la ayuda de un símbolo: el círculo con el punto en el centro .
En un pasaje del libro de los Proverbios, Salomón da la palabra a la
Sabiduría. «Cuando el Eterno trazaba el círculo sobre la faz del abismo; con
él estaba yo ordenándolo todo». Por tanto, a la imagen usada por Moisés: el
espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas, corresponde aquella
dada por Salomón: el círculo que trazó el Eterno sobre la faz del abismo. Por
ello, los pintores, inspirados en esta imagen, representaron a Dios ocupado
trazando un círculo con un compás. ¿Qué representa este círculo? La idea
según la cual, para crear el universo, Dios comenzó por establecer los límites.
¿Por qué los límites? Para que las energías y los materiales que deben entrar
en su construcción no se escapen.
La misma idea se encuentra en la imagen del huevo cósmico que es un
símbolo universal. La cáscara del huevo es el límite que contiene la materia
en un espacio bien definido. Los límites son siempre necesarios para
estructurar, formar, dar contornos y cohesión a la materia. Si el universo no
estuviera circunscrito en fronteras, sería inestable, y no podría subsistir. El
universo no es infinito, tiene límites. Solo el Absoluto es ilimitado, y de este
Absoluto no podemos conocer nada. Pero el universo tiene límites; desde el
momento en que Dios se manifestó a través de la creación, Él se limitó, y el
universo que creó es limitado en el tiempo y en el espacio. Incluso si existen
muchos universos, cada uno está encerrado en límites determinados y es
dentro de esos límites que se manifiesta la vida. Un universo que perdiera sus
límites entraría de nuevo en el seno del Eterno, todo desaparecería2…
Sin duda, han dibujado alguna vez círculos con un compás: para ello,
sitúan una de las extremidades del compás en un punto determinado que será
el centro y que permanecerá fijo, mientras que con el otro extremo describen
la circunferencia. Sí, pero en la geometría divina sucede de otra forma; por
ello, los filósofos, los teólogos han definido a Dios como «un círculo cuyo
centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna». Lo que no impide
que esta imagen del círculo con el punto en el centro permanezca válida para
expresar el proceso de la creación. El círculo representa la materia sobre la
cual trabaja el punto central, el espíritu, el espíritu de Dios que está presente y
actuando en todos lados en el universo. Así hay que interpretar la frase: «y el
espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
Esta idea se encuentra expresada, igualmente, en el nombre de Dios
conforme lo escriben los cabalistas, el Tetragrama:
. La primera
letra, Iod, simboliza el Espíritu cósmico, y la segunda, He, la Naturaleza
primordial. Para expresar el trabajo del Espíritu cósmico, el Padre celeste,
sobre la materia del universo, la Madre divina, algunos cabalistas inscriben el
Iod en el He: . Sin el espíritu que la anima, la materia permanece «tohou
vabouhou»: informe y vacía3. Posee todas las riquezas, pero no puede
manifestarlas si el espíritu no trabaja sobre ella, en ella. Cuando es rozada,
fecundada por el espíritu, todas las posibilidades que contiene comienzan a
aparecer: se transforma en un mundo organizado, poblado de soles, de
constelaciones, de galaxias, de nebulosas. El símbolo del círculo con el punto
en el centro refleja todo el proceso de la creación, geométricamente
expresado.
Todo lo que vemos en el universo es producido por el punto que se mueve
en el círculo para animarlo. Se trata, también, de un principio de mecánica: el
pistón debe entrar en movimiento en el cilindro para accionar el motor. Sin
ese movimiento nada marcha. Y la rueda, ¿qué es la rueda? Un círculo que se
mueve alrededor de un eje central, un punto. La rueda nos revela, asimismo,
cómo el espíritu activa la materia. La décima carta del Tarot representa una
rueda que gira. Y no es por azar, pues si se interpreta el número 10, se
constata que el 0 corresponde al círculo, y el 1 al punto central4. Sí, el 1 es un
punto, pues la proyección de una línea vertical sobre el plano horizontal da
un punto. Entonces, tenemos el principio masculino, el 1, el punto central; y
el 0 es el principio femenino, el círculo. Cuando el 1 y el 0 se encuentran, es
la plenitud. Sin el 1, que es el principio masculino, el espíritu, el 0, la materia,
no está organizada; posee todas las riquezas, pero es el 1 quien la organiza. El
0 no debe separarse jamás del 1, de lo contrario, permanecerá materia
informe, un caos.
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Cuando nombra el cielo y la
tierra, Moisés hace referencia, en realidad, a los dos principios de la creación:
el espíritu y la materia. Y es preciso señalar que es al cielo, al espíritu, que
Moisés menciona en primer lugar, lo que significa que antes y por encima de
la materia, está el espíritu, y que el primer lugar debe ser otorgado al espíritu,
sin perder de vista que el trabajo de la creación está repartido entre los dos
principios y que no se puede privilegiar jamás uno en detrimento del otro.
Para que haya creación, los dos son igualmente importantes, indispensables,
pero en campos diferentes. El espíritu, el principio masculino, permanece
impotente en ausencia de la materia, el principio femenino que recibe y
responde; pues el espíritu es una energía que necesita estar contenida, fija, de
lo contrario se pierde, y la materia tiene como función, justamente, fijar el
espíritu. Todo lo que está vivo en el universo es el producto del trabajo de los
dos principios.
Incluso, allí donde no los vemos, los principios masculino y femenino
trabajan juntos, y no podemos separar el uno del otro, ni considerar que uno
debe aventajar al otro. Cuál es el primero y el más importante, no hay que
plantear el problema de esa manera, ya que no se trata sino de una cuestión
de perspectiva. En efecto, si se consideran las cosas desde lo alto, desde el
punto de vista del espíritu, es el principio masculino que precede al principio
femenino. Sí, porque solo el espíritu es creador. Pero cuando se miran las
cosas desde abajo, desde el punto de vista de la materia, es a la inversa,
puesto que si las cosas existen abajo, es porque el principio femenino retiene,
abraza al principio masculino y, por tanto, él es el más importante. Ven, es
claro, todo depende del punto a partir del cual se consideren las cosas.
Algunos han presentado esta cuestión sirviéndose de la imagen del huevo
y la gallina: ¿es el huevo que ha precedido a la gallina o, al contrario, es la
gallina la que ha precedido al huevo? Y se ven en aprietos para decidir,
porque si es el huevo que está en primer lugar, ¿cómo ha sido puesto sin una
gallina? Y si es la gallina la que está de primeras, ¿cómo llegó sin un huevo?
¡No hay respuesta! Pues bien, les diré que si consideramos las cosas desde
arriba, el huevo es primero y es él quien dio luz a la gallina. Pero visto desde
este mundo donde estamos, es evidente que es la gallina la que pone el
huevo. He aquí la respuesta: para poder resolver la cuestión, hay que cambiar
de plano. Y así sucede con muchos problemas filosóficos, metafísicos: si no
se cambia de plano, permanecen sin solución.
La gallina representa a la materia, el huevo representa al espíritu. Desde el
punto de vista de la tierra, evidentemente, así como es la gallina la que pone
el huevo, es la materia la que parece estar en el primer lugar, la que causa las
actividades del espíritu. Y un filósofo materialista les dirá que es el cerebro el
que secreta el pensamiento como el hígado secreta la bilis. Desde el punto de
vista de la tierra solamente, es cierto. Pero desde la perspectiva del Espíritu
cósmico que ha creado todo, es un error. En realidad, la materia es una
formación del espíritu, una emanación del espíritu. Es el espíritu el que
engendra a la materia. En el relato de la creación, Moisés expresó esta idea
con una imagen: Eva extraída por Dios de la costilla de Adán: «Entonces
Jehovah Dios hizo que sobre el hombre cayera un sueño profundo; y
mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de
la costilla que Jehovah Dios tomó del hombre, hizo una mujer…» Dios
extrajo el principio femenino del principio masculino, lo objetivó delante de
Él. Desde el punto de vista de la tierra, de la materia, el hombre nace de la
mujer; desde el punto de vista del cielo, del espíritu, la mujer nace del
hombre. Porque en realidad, no se trata allí de seres humanos, hombres y
mujeres que encontramos todos los días, se trata de principios: los principios
masculino y femenino que están en acción en todas las regiones del universo.
Es preciso comprender que Adán y Eva no son un hombre y una mujer
determinados, unos individuos, sino figuras simbólicas. Adán representa al
principio masculino, el espíritu, que produjo al principio femenino, la
materia, Eva. Lo que significa que la materia es una producción, una
condensación del espíritu. Adán, el principio masculino, salió de su estado de
extrema sutileza para condensarse y, condensándose, hizo aparecer el otro
principio, Eva, el principio femenino. Si está dicho que Adán fue creado
antes que Eva, es porque Moisés, que era un Iniciado, sabía que el principio
masculino, el espíritu, está siempre en lo alto y es el primero. Y es el primero
porque es el principio activo, es él el origen del universo creado, es decir de
la materia. La materia es una producción del espíritu, una condensación de las
fuerzas del espíritu; por ello, simbólicamente, el principio femenino,
receptivo, viene siempre después del principio masculino, activo, y los dos
trabajan juntos para dar a luz hijos, es decir, todo lo que vemos en la
naturaleza.
Ninguna creación de ningún tipo es posible con un solo principio: es
necesario que los dos estén juntos y unidos. Pero esta unión no es una simple
yuxtaposición. La pareja que forman el espíritu y la materia no puede
compararse a aquella compuesta por un hombre y una mujer que se van
abrazados. El espíritu habita la materia, la penetra, la anima. Por ello, el
símbolo más elocuente del trabajo del espíritu sobre la materia es el círculo
con el punto central. Y el punto no debe pasearse por doquier dentro del
círculo, debe estar en el centro, puesto que es a partir del centro que todo se
organiza: dado que éste se encuentra a una distancia igual de todos los puntos
de la periferia, mantiene el conjunto en equilibrio.
¡Cuántas cosas por descubrir en este símbolo del círculo con el punto
central5! No es posible agotarlo, porque ha puesto su sello por todas partes en
el universo. Desde el sistema solar hasta la célula, todo está construido sobre
este modelo único. Tomemos una célula: en el centro está el núcleo,
alrededor del núcleo, una materia llamada citoplasma y, finalmente, en la
periferia, la membrana que cubre la célula. Se puede reencontrar esta división
en el huevo, en los frutos, en las flores, en el tronco de los árboles, en el ojo
de los animales y de los hombres y en la estructura del ser humano mismo:
espíritu, alma y cuerpo físico. Sin el punto central alrededor del cual gravitan
los átomos y los mundos, todo se disloca y retorna al caos. La existencia de
un centro, ese punto alrededor del cual los elementos se organizan, es la
condición de la vida.
Esta ley se verifica así de bien tanto para el universo, el sistema solar,
como para las naciones, las sociedades, las familias y el individuo mismo.
Tienen ante ustedes un ser vivo que trabaja, come, habla, camina… pero un
día, todo se detiene, no se mueve más, y se dice que está muerto. ¿Qué pasó?
No le hace falta sin embargo nada, ni extremidades, ni órganos, de lo que
tenía antes cuando se decía que estaba vivo. Pues estaba animado por algo
invisible que comandaba todos sus actos: su espíritu. Y cuando el espíritu, el
punto central se va, es el fin. Poco a poco, el cuerpo se disgrega, puesto que
ha perdido el centro que mantenía el orden y la organización; y esos
elementos que ya nada los retiene, se separan para volver a los depósitos
cósmicos, de donde serán retomados algún día para entrar en la constitución
de cuerpos nuevos.
Y dado que todo lo que existe en el universo no puede funcionar
correctamente sino gracias a un centro, por analogía el hombre también tiene
necesidad, en su vida interior, de encontrar un centro, su espíritu. Lo peor que
le puede pasar a un ser humano es separarse del espíritu, del 1, pues será
reducido al estado de 0, se convierte en un desierto, una tierra estéril. Para ser
fértil, cada uno de nosotros debe unirse al 1. Evidentemente, somos siempre
un 0, pero exactamente al igual que el universo entero, ese 0 cósmico que el
espíritu, el 1, no cesa de animar. El 0 no tiene nada de malo, por el contrario,
agregando un 0 a un número se multiplica por 10. El 0 es un factor de
riqueza, con la condición de estar precedido del 1. El 0 colocado después del
1, aumenta 10 veces su potencia: el 1 se convierte en 10. Pero si lo hacemos a
la inversa, 01, disminuye 10 veces su potencia.
Traslademos este fenómeno a la vida interior: si ustedes ponen el 0, es
decir, su pequeño yo en primer lugar y el 1, el principio divino, en segundo
lugar, se empobrecen. Mientras que si se dicen: «pondré el espíritu en primer
lugar, en el centro de mi vida», aumentarán sus cualidades y sus posibilidades
de avanzar, pues todos los 0 que tengan se colocarán después del 1 y se
convertirán en materiales de los que podrán disponer.
Pero, ¿cuántas personas son capaces de comprender esta verdad? Las ideas
que circulan actualmente las llevan, por el contrario, a ponerse delante del
Creador e, incluso, en el lugar del Creador. Dicen: «¿Dios? No Lo
necesitamos, somos inteligentes y el universo nos pertenece». De esta forma,
se reducen poco a poco y se borran hasta desaparecer: acumularon muchos 0
delante del 1.
Ahora, algunos dirán: «hemos comprendido: puesto que el 0 no es nada
del otro mundo, vamos a deshacernos de él y a quedarnos solo con el 1».
Pues no, ahí de nuevo, ¡mala comprensión! El 0 es necesario, no hay que
suprimirlo; si no cuentan más con el 0, no tendrán materia sobre la cual
trabajar y serán ineficaces. Traten solamente de poner el 1 antes del 0.
La grandeza de esta creatura tan imperfecta que es el ser humano está en
comprender que, a pesar de sus insuficiencias, puede hacer maravillas pero
con la condición de poner al espíritu en el centro de su existencia y de sus
preocupaciones. De este modo lo alimenta como se alimenta al fuego. En
estos días que nos calentamos con gas, con electricidad, etc., se ha perdido la
costumbre de encender un fuego, salvo en la chimenea algunas veces. Pero
cuando encendemos una hoguera afuera, en la naturaleza, ¿qué se hace
enseguida? Nos sentamos alrededor, reproduciendo así el símbolo del círculo
alrededor del punto central. He aquí otra imagen llena de sentido.
El espíritu, que es el fuego en nosotros, debe alimentarse, y lo
alimentamos consagrándole cada día nuestra materia, es decir, nuestras
actividades. Es precisamente también lo que hacemos cuando asistimos a la
salida del sol en la mañana6. El sol, centro de nuestro sistema planetario, no
cesa de hablarnos de este centro cósmico: el Espíritu creador, del cual nuestro
espíritu es una chispa. Por el solo hecho de mirar el sol, nos acercamos al
centro del sistema solar y en virtud de la ley de la analogía que gobierna el
universo, el mismo fenómeno se produce en nosotros: nuestra consciencia se
acerca a nuestro propio centro, nuestro espíritu, la Divinidad en nosotros, y
encontramos la luz, la paz, la libertad, la fuerza.
Pero, ¿cuántos entre los humanos han aprendido a entrar así en contacto
con el sol? El sol está ahí, pero no hay ninguna relación entre ellos y él. Se
contentan con mirarlo, con constatar que está un poco más brillante o un poco
más tapado que el día anterior, eso es todo. No es de esa forma que se entra
en relación con el sol. Para relacionarse con él, es preciso que se tejan
verdaderos lazos vivos entre él y nosotros.
Sea que pensemos en el fuego, que pensemos en el sol, en el punto central,
se trata siempre del mismo proceso: somos el círculo que busca su centro; y
el mismo fenómeno se produce en nosotros, en los innumerables pequeños
círculos que son nuestras células: por medio del pensamiento, tocamos los
núcleos de todas estas células. Debido a que estos núcleos están unidos a
nosotros, reciben la influencia de nuestra luz y todo nuestro ser se armoniza,
se ilumina, gracias a este centro, gracias a este punto: nuestro espíritu que es
consciente.
Los Iniciados han considerado siempre con respeto todo aquello que
presenta afinidades con el sol, con el centro, porque esto les recuerda su
origen. Por ello, ponen todo al servicio del espíritu, no se preocupan mucho
del cuerpo, que es una envoltura pasajera, ni de sus posesiones materiales que
deberán abandonar un día. La periferia es algo útil, pero puede ser siempre
reemplazada, siempre renovada. Mientras que el centro es inmutable y eterno.
Ustedes dirán que uno no puede pasar su tiempo con el pensamiento
fijamente concentrado en el centro, en la vida uno está obligado a tener una
cantidad de ocupaciones… Sí, pero ello no es incompatible con lo que les
estoy explicando. Cuando ustedes ponen en el centro de su existencia un ideal
al que permanecen unidos, pueden dedicarse a toda clase de actividades sin
correr el riesgo de dispersarse, pues cada una de ellas se convierte en una
forma particular que el espíritu toma para expresarse. El espíritu, la idea
permanece allí, en el centro, y todo el resto encuentra su lugar respecto a ese
centro. De esta manera, su vida se convierte en una unidad. Mientras no
conciban las cosas así, estarán expuestos al desorden y a la dislocación.
En la construcción anatómica del ser humano se puede observar que todas
las funciones están gobernadas por el cerebro, gracias a un sistema de
ramificaciones nerviosas extremadamente complejas que tocan los diferentes
puntos del cuerpo. El espíritu se dispersa para animar la materia, mientras que
la materia debe tender hacia la unidad7. La dispersión es el privilegio
exclusivo del espíritu. El espíritu creó el universo, dispersándose,
difundiéndose, es por ello que se ha dicho que «el espíritu de Dios se movía
sobre la faz de las aguas», o bien que Dios es un círculo cuyo centro está en
todas partes.
¿Cómo se forma un niño en el seno de su madre? Por medio de la
concentración de elementos alrededor de una imagen, de una idea, que es el
esbozo, la estructura del niño. Y el niño nace. Luego, un día, años después,
todos esos elementos se dispersan: el hombre ha muerto. Se puede entonces
definir la vida como una concentración de fuerzas y de elementos hacia un
objetivo, mientras que la muerte es una dispersión.
El torrente desciende de la cima de la montaña y se divide en pequeños
ríos para bañar la tierra por todos los lugares por donde pasa. Del mismo
modo, de un centro único, el sol, salen los rayos que atraviesan el espacio
para mantener la vida en el universo. Simbólicamente hablando, el cielo
siempre desciende y la tierra siempre se eleva. Elevarse significa converger
hacia el centro; y descender, dejar el centro para esparcirse hacia la periferia.
Claro, algún día, nosotros tendremos también el derecho de dispersarnos
como el sol, pero solamente cuando hayamos logrado identificarnos con el
centro. Entonces, como el sol, podremos proyectar nuestro amor y nuestra luz
sobre todas las creaturas.
Este proceso está simbolizado, igualmente, en la figura de la pirámide8.
Los Iniciados egipcios, que presidieron la construcción de las pirámides,
pusieron en ellas toda una enseñanza sobre el uno y el múltiplo, sobre el
espíritu que dispersa sus energías, y sobre la materia que debe unificarse.
Podemos encontrar un gran número de prolongaciones de esta idea.
Para estar vivos, ustedes deben tender sin cesar, con todo su ser, hacia un
punto solamente, una meta sublime que le da sentido a todos los actos de su
vida. Porque habrán ido al cielo, la tierra adquirirá su verdadero valor, y les
dará las verdaderas riquezas. Porque habrán adquirido la verdadera
comprensión: aquella del centro.
Alguien me decía un día que lo que más le sorprendía es el hecho de que
desde hace decenas de años que les hablo, no hay en mis conferencias una
sola idea que esté en contradicción con otra. Todo se sostiene… Sí, porque en
mi cabeza hay un punto en la cima, a partir del cual todo el resto se organiza9.
Si ese punto no existiera, podría contarles quizás toda clase de cosas, pero
todo sería completamente inconexo. En todos los aspectos de la vida, el
hombre necesita un punto que le sirva de referencia para dirigirse. Quien
quiere atravesar una selva o lanzarse al mar sin tener un referente, se perderá.
Por ello se fabricaron las brújulas: para no perder la dirección.
Intelectualmente también, los humanos requieren de una brújula para no
perderse en la materia, y esta brújula es el espíritu.
II
«¡Qué la luz sea!»
Dios se manifestó a Moisés por primera vez en el centro de una zarza
ardiente, y en la mayor parte de las religiones, la Divinidad más poderosa y
más honrada es la del fuego. Pero ese fuego celebrado en las religiones y en
las cosmogonías no es el fuego físico que conocemos. Ese fuego que
encendemos para alumbrarnos y calentarnos con su llama no es más que un
aspecto del fuego universal. Existen numerosas clases de fuego: aquel que
mantiene la vida en el hombre, el que dormita en la base de su columna
vertebral, el del sol, el del infierno, aquel escondido en los minerales, los
metales, la madera, el agua, el aire, etc. El fuego mismo no es ni luminoso ni
cálido, pero puede serlo en ciertas condiciones.
El fuego solo es visible a nuestros ojos si se acompaña de luz. ¿Por qué?
En el relato del Génesis, hay un aspecto cuyo alcance no ha sido bien
comprendido, y se refiere a que la luz fue la primera creatura de Dios. Moisés
escribe: «y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
Inmediatamente después: «dijo Dios: sea la luz, y fue la luz». Solo después
de la creación de la luz, aparecen todas las demás creaturas. Esta luz que Dios
creó el primer día no es aquella que conocemos, de lo contrario, ¿por qué está
dicho que es al cuarto día cuando Él creo el sol, la luna y las estrellas?
Si Dios, el Espíritu, el Fuego primordial creó en primer lugar la luz, fue
para hacer de ella la materia de su creación. Igualmente, es inexacto pretender
que Dios creó el mundo de la nada, puesto que nada puede ser creado de la
nada. Así como el principio masculino engendra el principio femenino, el
fuego engendra la luz. El fuego original, el fuego no manifestado no es
luminoso. Solo cuando el fuego se manifiesta, aparece la luz; ella es, de cierta
forma, el vestido del fuego. Lo que significa que la luz ya es materia. Es la
materia a través de la cual el fuego se manifiesta. En cuanto a la materia
misma, no es otra cosa que luz condensada. Cada vez que encienden un
fuego, la historia de la creación del mundo se repite exactamente delante de
ustedes.
Por consiguiente, en el principio fue el fuego, y el fuego engendró la luz
que es la materia de la creación. Dios, el principio activo, proyectó la luz,
sobre esta luz, que ya es materia, trabajó para crear el universo. Así, desde el
origen del universo se ven ya los dos principios en acción: Dios, el fuego, el
principio masculino, que extrajo y proyectó de Él mismo el principio
femenino, la luz, la materia en la que iba a crear. La luz es entonces el estado
más sutil de la materia, y aquello que denominamos materia, no es más que
una forma condensada de la luz. En todo el universo, no se trata sino de la
misma materia… o de la misma luz… más o menos sutil, más o menos
condensada10. Incluso el mundo físico tal como lo conocemos, es una
condensación de la luz primordial, pero en un estado de extrema densidad.
Si no les es dado a los humanos percibir la luz a través de la opacidad de
la materia, es porque sus ojos físicos son limitados y porque no han
desarrollado los órganos de la visión espiritual que les permitirían descubrir
esta realidad de la luz. Sin embargo, esta experiencia la han podido realizar
ciertas personas en circunstancias excepcionales. Jakob Bœhme, el gran
místico alemán que era zapatero, contó que un día en su casa, tuvo
súbitamente la impresión de que de todos los objetos que lo rodeaban salía
luz, una luz tan intensa que no podía soportarla. Sin comprender lo que le
sucedía, abandonó su casa y huyó al campo; pero allí, todo empeoró, ¡porque
las piedras, los árboles, las flores, la hierba, no eran más que luz y todo
hablaba a través de esta luz!...
Yo también, cuando era un joven discípulo del Maestro Peter Deunov, en
Bulgaria, tuve una experiencia idéntica. Fue en verano, en las montañas del
Rila donde acampaba la Fraternidad. Había acompañado a una hermana
mayor hasta un lugar más elevado que nuestro campamento. Reinaba un
silencio sagrado, pareciera que ningún ser humano hubiera penetrado en este
lugar. Meditamos, oramos, y hablamos de la Enseñanza del Maestro. Luego,
me alejé para continuar meditando solo. ¿Qué pasó entonces? El lugar donde
me senté era muy bonito, pero no más que los otros alrededores. Lo que vi
me hizo creer primero que era una alucinación… Todo se tornó animado: las
piedras, la hierba, los árboles se volvieron vivos, luminosos, como si
estuvieran encantados. Maravillado, no podía dejar este espectáculo. El
fenómeno duró mucho tiempo. Y, allí, comprendí que detrás de las
apariencias materiales, se esconden realidades cuya existencia ni siquiera
sospechamos.
En los relatos de los místicos, la palabra que más se repite es la palabra
«luz». Justamente, porque la experiencia mística es el descubrimiento de la
verdadera realidad del mundo y esta verdadera realidad es la luz. Todos
aquellos a quienes se les ha permitido esta experiencia dicen haber visto que
todas las creaturas, todos los objetos, incluso las piedras se bañan en luz y
emiten luz. Y es la verdad: todo lo que existe en el plano físico existe
también en los otros planos bajo una forma más sutil, más pura, más
luminosa. Por eso, el sentido del trabajo espiritual es llegar a descubrir, más
allá de las apariencias, esta luz primordial y no tener más que deseos y
actividades que permitan acercarse a ella. La verdadera espiritualidad es un
trabajo sobre la luz, con la luz11. E incluso si la luz que vemos no es más que
un aspecto material, grosero, de la luz divina, constituye un medio para
ligarnos a ella.
De todos los fenómenos que conocemos en el mundo físico, la luz es la
más rápida: 300.000 kilómetros por segundo. ¿Por qué la Inteligencia
cósmica le dio a luz la mayor rapidez? Excepto los Iniciados que, en su
filosofía, le han otorgado a la luz el primer lugar, nadie ha pensado jamás
plantearse tal pregunta a fin de extraer de allí consecuencias para la vida
espiritual. Sí, puesto que nada puede igualar su velocidad, la luz posee una
gran superioridad. Esta rapidez es un criterio de perfección. Porque no tiene
nada malo en su cabeza, porque es desinteresada, desprendida, libre de toda
codicia, la luz es siempre la primera. Están sorprendidos, nadie les había
dicho que la luz tenía una cabeza, ¿verdad?
Sí, la luz es rápida porque está desprovista de todo aquello que es inferior,
animal o, incluso, puramente humano, no está cargada con peso alguno. ¿Han
visto correr a un hombre llevando una carga? No puede hacerlo. Para correr,
hay que liberarse, rechazar todo lo que pesa. Y la luz, que es muy inteligente,
nunca quiso llenarse de cargas; por ello, corre, galopa, ¡es formidable! Y
ustedes también, si se deciden a ser como la luz, se liberarán de todas las
limitaciones, rechazarán todas las trabas que los retienen, y nada más podrá
detenerlos: como ella, recorrerán el universo.
¿Prefieren, sin duda, que les presente la cuestión de una manera más
científica? Entonces, les diré que lo que caracteriza a la luz es la frecuencia
tan elevada de sus vibraciones, y esta frecuencia debemos tratar de
introducirla en nuestra vida interior. Todos aquellos que no han comprendido
esta necesidad viven frenados: el corazón, los pulmones, el hígado, el
cerebro, el pensamiento, todo en ellos está estancado, lo cual es muy
peligroso. El hombre que vive al ralentí es como una rueda que gira
lentamente, todo el barro se le pega. Pero apenas la rueda comienza a girar
más rápido, el barro es expulsado.
Para aproximarse a las vibraciones de la luz, hay que aprender a vivir una
vida intensa12. Solo que la vida intensa no es muy clara para muchos, porque
no han comprendido el sentido de esta palabra. Las agitaciones, las pasiones,
las ebulliciones, las efervescencias, todo esto es a lo que llaman vida intensa.
Pero se equivocan. Todo los móviles que animan generalmente a los
humanos: la ambición, los celos, el amor pasional, la búsqueda de
distracciones y de placeres para llenar el vacío que sienten en ellos, los
empujan a llevar una vida trepidante, sí, pero no intensa. ¡Toda esa gente que
quiere tragarse al mundo entero, mírenla! Da órdenes, grita, se agita, recorre
el mundo en todos los sentidos; no se puede negar que despliega una gran
actividad, pero no se trata de una vida intensa. Entre más apegado se
encuentre el hombre a la vida material, menos condiciones tiene para vivir
esta vida intensa, menos llega a vibrar al unísono con la luz.
La vida intensa se manifiesta, la mayoría del tiempo, de manera
imperceptible, ella es intensa por el solo movimiento del espíritu. Quien vive
una vida intensa puede perfectamente estar inmóvil y silencioso, pero
encontrarse animado interiormente por vibraciones tan rápidas e incluso más
rápidas que la luz. Porque, aunque es verdad que en el plano físico la luz es la
más rápida, en los planos etérico, astral, mental y más allá, el hombre puede
alcanzar velocidades más grandes aún: por medio del pensamiento, del
espíritu, puede desplazarse a una velocidad de millones de kilómetros por
segundo. La luz del sol toma ocho minutos para llegar a la tierra, mientras
que el pensamiento puede alcanzar instantáneamente el punto más alejado del
espacio. El movimiento del espíritu es mucho más rápido que el de la luz.
Pero en el mundo físico, la luz sigue siendo la más rápida, y con ella debemos
trabajar para intensificar las vibraciones de nuestra vida interior.
Desde hace un siglo, los físicos que estudian la luz han hecho
descubrimientos extraordinarios, como el láser, por ejemplo, y está muy bien,
ello ha aportado y aportará aún innumerables progresos técnicos. Pero en lo
que a mí respecta, lo que me interesa es cómo aplicar esos descubrimientos
sobre la luz al campo espiritual13. Hace apenas unos decenios, los carros iban
a 30 kilómetros por hora, mientras que ahora, los aviones rompen la barrera
del sonido. En el plano físico, todos saben como aumentar la velocidad, pero
en su vida interior se embrutecen. Embrutecerse significa vivir al ralentí. He
aquí una definición que habría que incluir en el diccionario:
«embrutecimiento: vida al ralentí». Y, ¡no hay que vivir al ralentí! Venimos a
la tierra para sobrepasar el estado puramente humano, vivir una vida más
intensa, siempre más intensa, y llegar a ser divinidades. Sí, la divinización
para el hombre no es otra cosa que la intensificación de los movimientos de
su vida interior. En consecuencia, tomen la luz como modelo, pues ella les da
el ejemplo de la vida intensa. En adelante, midan todo en su vida según este
criterio de intensidad.
El origen de la luz que vemos es el sol. Pero, ¿qué es el sol? Sus rayos,
que la ciencia presenta solo como un flujo de fotones, transportan por doquier
en el espacio no solamente los elementos necesarios para la vida y para el
crecimiento de los vegetales, de los animales y de los hombres, sino también
elementos mucho más sutiles de los que nos podemos servir para nuestro
desarrollo espiritual. A riesgo de escandalizarlos, les diré que los rayos del
sol son comparables a pequeños vagones llenos de vituallas. Llegan a toda
velocidad a la tierra, donde se desocupan y depositan sus tesoros, luego, por
un camino invisible, regresan de nuevo al sol. Es toda una circulación
extraordinaria. Y en esos vagoncitos no solamente hay víveres, sino también
creaturas que vienen a la tierra para hacer un trabajo, luego parten hacia el sol
para restablecerse, recargarse. Todo esto es nuevo, increíble para ustedes, ¿no
es cierto?
Posándose sobre un objeto o sobre un ser, cualquiera sea, cada rayo de sol
le aporta alguna cosa. Incluso las piedras necesitan esta vida que reciben del
sol. Pues las piedras, aunque sean inanimadas, están vivas. Esta vida es
evidentemente más perceptible en las plantas, que crecen y se multiplican
gracias a la luz del sol. En los animales, los rayos del sol se transforman no
solamente en vitalidad, sino también en sensibilidad. Sí, gracias a los rayos
del sol, los animales comienzan a experimentar sensaciones como el dolor, el
bienestar, y también algo que se parece a la tristeza y a la alegría. Finalmente,
en los humanos, los rayos del sol se transforman en inteligencia, en razón,
puesto que es a partir del reino humano que la luz encuentra una recepción lo
suficientemente completa para manifestarse como pensamiento. El espíritu
que les habla por la boca de un hombre es, por tanto, una emanación de la luz
solar. Es la luz quien piensa, habla, canta, crea. A medida que la luz se abre
camino en el alma humana, se refleja en forma de inteligencia, de amor, de
belleza, de nobleza, de fuerza.
Solo los rayos del sol son capaces de mantener, de alimentar, de hacer
crecer la vida en nosotros, pero con la condición de aprender a recibirlos, de
abrirnos a ellos de todo nuestro corazón. Sé muy bien que es difícil hacer
admitir a los humanos que la luz es más que una vibración física, que es un
espíritu vivo. Pero justamente porque se cierran a esta idea, no pueden recibir
del sol todas sus bendiciones.
Traten, por lo tanto, de acomodar su existencia de tal forma que la luz
ocupe en ella un lugar cada vez mayor. Pero, sobre todo, comiencen por
tomar consciencia de su presencia en cada cosa para poder beneficiarse de
ello. Si ustedes comen con la consciencia de que el alimento, los cereales, las
frutas, las legumbres son una condensación de los rayos solares a los cuales
estuvieron expuestos, crean las mejores condiciones fisiológicas para que
esos rayos sean bien absorbidos y bien repartidos en su organismo14. Si
respiran con la convicción de que, por medio de la respiración, pueden atraer
la luz hacia ustedes, se ponen en estado de recibir la luz celeste, el espíritu de
Dios, puesto que, evidentemente, como ya se los he dicho, esta luz que ven
salir del sol no es sino la forma más material de la luz. Detrás de esta luz
existen otras formas de luz más sutiles que, si saben entrar en relación con
ellas, les aportarán la vida eterna.
Cuando miren el sol salir en la mañana, piensen que esos rayos que vienen
hasta ustedes son creaturas vivas que pueden ayudarles a resolver sus
problemas del día… Pero solo los del día, no los de mañana. Al día siguiente,
deberán consultarlas de nuevo, y solo por ese día. Ellas no les responderán
jamás por adelantado para dos o tres días. Les dirán: «es inútil hacer
provisiones para más de un día. Vengan mañana de nuevo y les
responderemos». Diariamente, cuando ustedes comen, no hacen provisiones
en su estómago para una semana, ¿no es cierto?, solo para el día. Comen para
hoy, y mañana recomenzarán. Y bien, con la luz debe ser de la misma forma,
puesto que la luz es un alimento que deben absorber y digerir cada día, a fin
de que ella se convierta en ustedes en sentimientos, pensamientos,
inspiraciones… ¿Por qué no guardan la misma lógica hacia la luz que hacia la
nutrición? Dirán: «es cierto, he comido ayer, pero fue válido para ayer, hoy
debo volver a comer». Respecto a la luz, diariamente necesitamos también
este alimento. El primer día de la creación Dios dijo: «¡Qué la luz sea!» El
Creador comenzó con la luz como si Él no pudiera hacer nada sin ella.
Entonces, ¿creen ustedes que podrán triunfar en algo en la vida sin la luz?
Vamos en la mañana a contemplar la salida del sol para recibir su luz
como recibimos el alimento, el agua y el aire. Podemos, entonces, dirigirnos
a él, diciendo: «oh rayos luminosos, penetren en nosotros, aparten de
nosotros estas nubes sobre las cuales solo su luz puede actuar». Y la luz
penetra en nosotros a través de canales minúsculos, y produce en todo nuestro
ser vibraciones más intensas. Evidentemente, ella puede penetrarnos a pesar
nuestro, pero si somos conscientes, si estamos atentos, si nos impregnamos
de la luz y del calor del sol con la convicción de que algo crece y se
desarrolla dentro de nosotros, nos sentiremos poco a poco animados por una
vibración nueva.
Se ha dicho que Zarathustra preguntó un día al dios Ahura Mazda cómo se
alimentaba el primer hombre. Y Ahura Mazda respondió: «él comía fuego y
bebía luz». ¿Por qué no aprender a comer fuego y a beber luz, para retornar a
la perfección del primer hombre?
1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. I: «El agua y el fuego, principios
de la creación».
2 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. VIII: «Cuando el Eterno trazó un círculo sobre la faz
del abismo».
3 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y de lo
femenino - I Adán y Eva: el espíritu y la materia».
4 Op. cit., cap. III: «El 1 y el 0».
5 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. III: «El círculo (el
centro y la periferia)».
6 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. I: «El sol, centro del universo».
7 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. IX: «La verdad - II Unidad y multiplicidad».
8 Cf. El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor No. 218, cap. V: «La pirámide».
9 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. I: «La armazón del universo».
10 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. VI: «Materia y luz».
11 Cf. La luz, espíritu vivo, Col. Izvor No. 212, cap. V: «El trabajo con la luz».
12 Op. cit., cap. VIII: «Vivir la vida intensa de la luz»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29,
cap. VI: «La realidad del mundo invisible», 2ª parte.
13 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. X: «La luz todopoderosa».
14 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. X: «El trabajo del espíritu sobre la materia»;
Hrani yoga, Obras Completas, t. 16, cap. XIV.
2
«En el comienzo era el Verbo»
I
El alfabeto cósmico. Aleph
Está escrito en el primer libro del Zohar: «Dos mil años antes de la
creación del mundo, las letras estaban escondidas, y el Santo, bendito sea,
las contemplaba y hacía de ellas sus delicias». Y cuando Él quiso crear el
mundo, todas las letras, pero en orden inverso, vinieron a presentarse ante Él.
De esta forma, Tav, Shin, Resch, Qof, Tsade, Pe, Ain, Samesch, Nun, Mem…
se acercan una después de la otra delante del Creador y Le exponen las
cualidades que las hacen dignas de ser los instrumentos de su creación. Pero
Dios las despide. Lamed, Kad, Iod, Teth, Heth, Zain, Vav, He, Daleth,
Ghimel, se presentan a su turno, y Dios las despide igualmente. Finalmente,
se presenta la letra Beth, la segunda letra del alfabeto, y Dios le dice:
«efectivamente, me serviré de ti para crear el mundo y serás, así, la base de
la obra de la creación». Por ello, las dos primeras palabras del Génesis, en
hebreo: «Berechit bara», comienzan por la letra Beth.
Ustedes se preguntarán: «¿y la letra Aleph? ¿Por qué no se le menciona?»
Ah, a la letra Aleph, Dios le dio un destino especial. «La letra Aleph, dice el
Zohar, permanece en su lugar sin presentarse. El Santo, bendito sea, le dice:
«Aleph, Aleph, ¿por qué no te has presentado delante de mí, a semejanza de
todas las demás letras?» Ella respondió: «Maestro del Universo, viendo que
todas las demás letras se presentaron delante de ti inútilmente, ¿para qué
presentarme también? Luego, como vi que le acordaste a la letra Beth este
don precioso, comprendí que no le es dado al Rey celeste retomar el don que
le ha dado a uno de sus servidores, para entregarlo a otro». El Santo,
bendito sea, le respondió: «Oh, Aleph, Aleph, aunque sea la letra Beth de la
que me serviré para operar la creación del mundo, serás compensada, pues
tú serás la primera de todas las letras, y no tendré unidad sino en ti; serás la
base de todos los cálculos y de todos los actos hechos en el mundo, y no se
podrá encontrar la unidad en ningún lado sino en la letra Aleph». La primera
letra, Aleph, representa, entonces, al principio creador, la fuerza primordial, el
número 1, y Beth representa a la materia, el número 2.
Desde hace siglos, estas veintidós letras del alfabeto hebraico son para los
cabalistas un tema inagotable de estudios y de reflexiones, porque no ven en
ellas solamente simples letras, sino potencias, elementos por medio de cuyas
combinaciones, Dios creó el universo.
Porque la palabra es algo que les parece perfectamente natural, los
humanos perdieron el sentido de su origen divino. Y, sin embargo, ¿cómo
presenta Moisés la creación del mundo en el Génesis? Dios habla. El primer
día, Él dice: «¡Qué la luz sea!»… Y llama a la luz «día» y a las tinieblas
«noche»… El segundo día, Dios dice: «¡Qué haya un espacio entre las
aguas!»… Y Él llama al espacio «cielo»… etc. Esta idea que Dios creó el
mundo por la palabra se encuentra también al comienzo del Evangelio de san
Juan: «En el comienzo era la Palabra». Otra traducción dice: «En el
comienzo era el Verbo» y es esta última la que escogeremos, para marcar la
diferencia entre el Verbo divino y la palabra humana que no es sino su pálido
reflejo1.
Desde que un niño va a la escuela, comienza a aprender gramática. Y una
de las primeras reglas de esta gramática dice que son necesarias al menos tres
palabras para formar una frase: el sujeto, el verbo y el complemento. Así es:
el sujeto, el ser; enseguida el complemento, el objeto, lo que está por fuera
del sujeto; y entre los dos, el verbo que es activo, poderoso, y que los une.
Toda la gramática se basa en estas tres funciones, que podemos ver también
en el símbolo del círculo. El sujeto, es el centro que actúa; el complemento es
la periferia; y el verbo es aquello que llena todo, que está en todas partes
como el citoplasma de la célula. Sí, el Verbo salió del centro, es decir del
Padre, de la Causa primordial… Es el Cristo, el Hijo de Dios. Ven, todo es
consistente.
San Juan, que escribió su Evangelio en griego, emplea la palabra «logos»,
y «logos» no significa solamente verbo, palabra, sino también inteligencia,
razón. Porque, ¿qué es la palabra cuando no es inteligente, la palabra que no
está inspirada en la razón? Y «razón» no es sino un término filosófico más
abstracto para designar a la luz. Por lo tanto, el Verbo proferido por Dios es
esta luz que Él llamó en el comienzo para crear el mundo2. Por ello, san Juan
dice: «Y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Estaba en el comienzo
con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él y nada de lo que ha sido
hecho lo fue sin él».
Pero hay allí un punto que es necesario precisar aún. Les he explicado que
Dios, el Fuego primordial, creó en primer lugar la luz, pues así como el fuego
está en relación con el espíritu, la luz tiene relaciones con la materia, pero no
con la materia física. El sonido es quien tiene una relación directa con la
materia física y para poder tocarla, es preciso que la luz se transforme en
sonido. Por esta razón se ha dicho que Dios «habló».
Para resumir, se puede decir que en el comienzo era el fuego; el fuego se
condensó para dar nacimiento a la luz y poder trabajar en ella; luego, a su
turno, la luz se condensó para producir el sonido, que actuó sobre la materia
física. Y si los humanos inventaron la escritura, fue para darle una forma más
material al sonido, a la palabra.
Así, las 22 letras del alfabeto hebraico no deben ser consideradas
únicamente como simples caracteres que han permitido fijar la palabra. Cada
letra está viva, representa una potencia, y la forma que le fue dada
corresponde a una realidad en los planos sutiles, ya sea una fuerza, o una
entidad3. Por ello, los cabalistas continúan estudiando estas letras: tratan de
profundizar las correspondencias que existen entre sus formas y las potencias
de arriba, y se esfuerzan por comprender su manejo, a fin de establecer un
lazo entre la tierra y el cielo.
Está escrito en el primer capítulo del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y el
Omega, dice el Señor Dios, El que es, El que fue y El que viene, el
Todopoderoso». El Nuevo Testamento fue escrito en griego, y Alfa y Omega
son la primera y la última letra del alfabeto griego. En la lengua hebraica, que
es aquella del Antiguo Testamento, la primera y la última letra del alfabeto
son Aleph y Tav. Por tanto, «Yo soy el Alfa y el Omega» o «Yo soy el Aleph y
el Tav», son dos frases que tienen el mismo sentido. Y si Dios se identifica
con las letras, es porque esas letras representan muy bien los principios
creadores.
Alfa y Omega, o Aleph y Tav… En realidad estas dos letras no están
separadas la una de la otra, ellas representan la totalidad del alfabeto, pues no
se puede aislar el fin del comienzo. Cuando, hablando de un ser humano, se
dice «la cabeza y los pies», el resto del cuerpo está implícito, incluso si no se
le menciona. Y los pies están siempre ligados a la cabeza: cuando ven a
alguien caminar, es porque tiene un proyecto en mente por realizar, no
camina por nada, sin objeto, sin intención.
Un alfabeto es un conjunto formado por una sucesión de elementos, las
letras, y el orden en el que están situadas no es producto del azar, pues ellas
son la representación analógica de las «letras» que componen la creación. Al
servirse de las letras del alfabeto para pensar, hablar y escribir, el hombre
actúa como Dios, y, en ese sentido, se puede decir que es un verdadero
escriba, pues ha aprendido a combinar las letras para formar palabras, frases,
poemas: aquellas palabras, aquellas frases, aquellos poemas que son la
materia misma del universo. Sí, el escriba, en el sentido iniciático del
término, es aquel que sabe trasladar los elementos de la lengua, las letras del
alfabeto, a todos los aspectos de la vida y especialmente a él mismo, en
donde se esfuerza por combinar estos elementos a fin de que resulte de ello
una «palabra» bella, armoniosa y benéfica para todos los seres alrededor de él
y para el universo entero.
Detengámonos en la primera letra del alfabeto hebraico: Aleph . Se
puede decir que, esquemáticamente, ella representa al hombre, un brazo
elevado hacia el cielo, el otro tendido hacia la tierra. Marca entonces el
comienzo de una actividad. Quien levanta un brazo anuncia su voluntad de
actuar. Los brazos extendidos horizontalmente, formando una cruz con el
resto del cuerpo, expresan el equilibrio, el reposo: en esta posición los pájaros
vuelan. Pero si los brazos están inclinados oblicuamente, ello muestra que los
platillos de la balanza están a niveles diferentes, el equilibrio se rompió, el
hombre sale del estado de reposo y quiere actuar. Aleph es un ser pensante y
actuante.
El gesto de Aleph es el de un intermediario entre el cielo y la tierra, entre
el mundo divino y el mundo humano: con su brazo levantado atrae la vida, la
luz y las energías de lo alto, y con el otro, las vierte sobre los humanos; e
inversamente, atrae todo lo que es terrestre, humano, y lo eleva hasta el cielo.
Es el símbolo del Cristo, ese principio cósmico que constituye el lazo entre
Dios y los hombres. Por esto, Jesús decía:
«Nadie puede ir al Padre sino a través de mí». Esta idea se encuentra
expresada también en la primera carta del Tarot, llamada el Mago: un hombre
de pie delante de una mesa, un brazo levantado, el otro tendido; y sobre esta
carta, justamente, está inscrita la letra Aleph. Por la posición de sus brazos,
uno levantado y el otro tendido, él muestra que es un intermediario entre el
cielo y la tierra.
Ahora, si estudiamos más en detalle el grafismo de la letra Aleph ,
vemos que ella está formada por cuatro Iod. Iod es una letra que tiene la
forma del pulgar , por lo que está ligada a la voluntad. Aleph es una letra
poderosa, creadora, su grafismo revela que hay en ella una voluntad hecha de
cuatro voluntades, de cuatro actividades, de cuatro direcciones reunidas en el
centro. Aleph es la letra del espacio con sus cuatro direcciones: norte, sur,
este, oeste; la letra de los cuatro elementos: fuego, aire, agua, tierra, los
cuatro principios de la materia. Es, pues, el símbolo del Iniciado que ha
llegado a dirigir las fuerzas de la naturaleza, los cuatro elementos. Y esta idea
se encuentra reflejada, también, en la primera carta del Tarot: el Mago
delante de una mesa que simboliza el elemento tierra; tiene delante de él una
copa que simboliza el agua; y tiene un bastón dirigido hacia arriba, lo que
significa que él pone en relación los elementos inferiores: la tierra y el agua,
con los elementos superiores: el aire y el fuego.
El bastón que sostiene el Mago no es otra cosa que la varita de un mago.
¿Y cuál es el papel de esta varita? Como es llamada «mágica», los ignorantes
se imaginan que se trata de un objeto dotado de poderes sobrenaturales que
basta con tomar en la mano, pronunciando algunas fórmulas misteriosas, para
controlar los espíritus y realizar prodigios, como el aprendiz de brujo de los
cuentos. No, la varita mágica, como la fórmula mágica, no es sino el signo
exterior, material, del lazo interior, vivo, que el Mago debe establecer entre el
mundo de arriba y el mundo de abajo. Es en él mismo, en primer lugar, que
debe crear este vínculo entre la tierra y el cielo. Luego, que tenga
concretamente o no una vara, es secundario para el ejercicio de su poder.
Llegar a ser un Aleph, he ahí el verdadero trabajo. Mientras no se
comprenda esto, no se ha entendido en nada las palabras del Cristo. Y
comprender significa querer ser como él: servir de lazo entre la tierra y el
cielo.
II
El poder del Verbo
Una tradición cuenta que en el origen, antes de la caída, el hombre poseía
el poder creador del Verbo. Dios había hecho de él, el rey de la creación, no
tenía más que mandar y era obedecido, puesto que un rey tiene siempre
servidores para ejecutar sus órdenes4. Pero cuando cometió el primer pecado
que lo separó de Dios, el hombre se fue poco a poco hundiendo en la materia,
perdiendo de esta forma su poder sobre ella. Y puesto que no podía dominar
más la materia, para obtener de ésta lo que quería, tuvo que trabajar con sus
manos. Por esta razón, actualmente la humanidad está obligada a luchar con
la materia para moldearla y extraer de ella su subsistencia, como Dios se lo
dijo a Adán: «Comerás tu pan con el sudor de tu frente».
En realidad, el poder del Verbo el hombre no lo ha perdido totalmente,
puede reencontrarlo, pero con la condición de emprender un trabajo de
transformación interior. Este trabajo comienza con el control de sus
pensamientos y de sus sentimientos, dado que se puede definir al Verbo como
la síntesis de todas las expresiones de la vida interior, de todas las
emanaciones producidas por los pensamientos, los sentimientos, los deseos5.
El Verbo es un proyecto de manifestación, y la palabra, como el gesto y la
mirada, no es sino una de sus posibles traducciones. Pero, por el momento,
nos detendremos únicamente en la palabra.
Los pensamientos, los sentimientos, los deseos crean las cosas en el
mundo psíquico en primer lugar, luego la palabra las concreta según ciertas
líneas de fuerza alrededor de las cuales, partículas de materia vienen a
ordenarse. Así actúa la palabra; incluso si ella no es sino un pálido reflejo del
Verbo divino que ha creado el mundo, la existencia entera está allí para
revelarnos sus poderes. ¡En cuántas circunstancias se espera solamente una
palabra para actuar! Y cuando esa palabra llega, algo se desencadena: se le
corta a alguien la cabeza o se le otorga la gracia; se lanza una armada al
asalto o se detienen las hostilidades; se otorga un puesto importante a un
empleado o se le quita… Ustedes anuncian una mala noticia a alguien y lo
matan. Y si un hombre o una mujer, que es muy importante para ustedes, les
dice o les escribe un día estas simples palabras: «Te amo», ¡he ahí su vida
iluminada de repente! Nada ha cambiado sin embargo, pero todo ha
cambiado.
Y vayamos más lejos aún. ¿Por qué piensan ustedes que la gente habla?
Para ejercer su poder. Incluso cuando parece que se dan explicaciones,
informaciones, a menudo no se trata realmente de explicar ni de informar;
hablando o escribiendo, quieren producir ciertos efectos: suscitar la cólera, el
odio, ganarse a alguien, adormecer su desconfianza, etc. Y ustedes, ¿no
actúan así a veces también? Sí, les dejo reflexionar sobre todo esto.
Para bien o para mal, la palabra es muy poderosa. Y para que comprendan
dónde reside el secreto de su poder, les daré una imagen. La palabra puede
compararse al cañón de un fusil, y el pensamiento o el deseo a la pólvora. Si
ustedes no colocan pólvora en el cañón, pueden apuntar y apretar el gatillo
cuantas veces quieran, no se producirá nada. Ahora bien, si el fusil no tiene
cañón, no pueden dirigir la bala. El cañón da la dirección, y la pólvora el
poder. Quien quiera convertirse en un verdadero mago blanco debe alimentar
en él pensamientos y sentimientos impregnados de una gran luz, de un gran
amor, y luego, por medio de la palabra darles una orientación divina. De este
modo, esta palabra hace maravillas, sobre él mismo primero y sobre los otros
y la naturaleza entera, después.
Cuántos pasajes se pueden leer en los Evangelios donde hombres y
mujeres le piden a Jesús pronunciar una palabra, una sola, con la esperanza
de que esta palabra les devolverá la salud, los librará de malos espíritus, o
hará volver a la vida a una hija, a un hermano. ¡Qué confianza en el poder de
la palabra!... Y de cierta forma, esta confianza no se ha perdido jamás; por
ello en nuestros días todavía la bendición ocupa un lugar muy importante en
los ritos religiosos. Durante la misa, en numerosas oportunidades, el
sacerdote bendice a los fieles… Y cuántas veces también han podido
observar al papa, porque se ha retransmitido en televisión, bendecir no
solamente a la muchedumbre que se reúne en la plaza de San Pedro en Roma
o que se apura a su paso cuando él se desplaza, sino también dar su bendición
«Urbi et orbi» en circunstancias particularmente solemnes, es decir, a la
Ciudad (Roma) y al mundo.
¿Es eficaz una bendición? Eso depende de quien la da y de quien la recibe.
La palabra bendecir significa literalmente decir buenas cosas, en el sentido de
pronunciar palabras que aportan el bien. La verdadera bendición abre
entonces un canal para hacer descender sobre la tierra las influencias del
cielo. Es un acto de magia blanca. Pero este acto de magia blanca no tiene
eficacia sino cuando el hombre que lo realiza es desinteresado, puro, dueño
de sí mismo. Respecto a aquel que recibe esta bendición, debe ser al menos
receptivo, estar deseoso de ser mejor y de trabajar por la luz. Si estas
condiciones no se cumplen, evidentemente la bendición seguirá siendo un
acto vacío de sentido. A pesar de ello, es siempre bueno conservar este rito,
con la esperanza de que un día los humanos, tomando consciencia de lo que
representa, harán de él una palabra y un gesto verdaderamente benéficos.
Y ustedes también deben acostumbrarse a pronunciar bendiciones para
unir la tierra con el cielo. Cuando toquen la cabeza de su hijo, por ejemplo,
sus piecitos, sus manitas, o, incluso, cuando tengan en sus brazos al ser que
aman, ¿por qué no decirle palabras de bien para establecer una comunicación
entre este ser y el mundo de arriba, a fin de que las entidades celestes vengan
a hacer en él su morada? Hay que bendecir todo, todo lo que toquen: los seres
humanos, y también los animales, los pájaros, los árboles, las flores, las
piedras… pues es una costumbre divina… Sí, hay siempre algo útil por hacer,
¡la vida es tan vasta y rica! Cuando hayan aprendido a dominar sus
pensamientos y sus sentimientos; a introducir en ustedes un estado de
armonía, de pureza, de luz, tendrán el poder de desencadenar las potencias de
arriba.
Quien sabe pronunciar las palabras que inspiran, que vivifican, posee una
varita mágica en su boca, varita que une la tierra y el cielo. Y cuando Jesús
dijo a unos discípulos: «Todo lo que atéis sobre la tierra será atado en el
cielo, y todo lo que desatéis sobre la tierra será desatado en el cielo», en
pocas palabras resume exactamente lo que es la ciencia de la magia. Obvio,
los cristianos se ofuscarán: ¿cómo que Jesús habla de magia? Y es lamentable
que se ofusquen, pues eso los limita en su comprensión de los Evangelios; y
lo mismo ocurre cuando no quieren admitir que los Evangelios contienen
nociones de alquimia, de astrología, de Cábala, porque no saben lo que
realmente son estas ciencias. Y por tanto, los principios esenciales de la
magia están contenidos en estas palabras: «lo que atéis sobre la tierra será
atado en el cielo, y lo que desatéis sobre la tierra será desatado en el cielo».
La magia es un arte que reposa sobre el conocimiento de los lazos que existen
entre las diferentes regiones del universo y del hombre mismo6. Y puesto que
hay lazos, pueden haber allí también influencias. Incluso si pueden ofrecerse
muchas interpretaciones a este respecto, la idea esencial es la relación que
hay entre lo de abajo y lo de arriba, entre la tierra y el mundo divino, y esta
relación el hombre tiene el poder de crearla por medio de su palabra. Por ello,
el ideal de un verdadero discípulo de Jesús es acercarse al Verbo de Dios, el
Cristo.
«En el comienzo era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era
Dios». Los humanos evitarían muchas dificultades, muchos sufrimientos, si
supieran cómo aplicar esta frase en su vida. Dirán: «¿Pero cómo? Es tan
abstracta, tan difícil de comprender, ¿cómo podemos aplicarla?». Y bien,
justamente porque no buscan aplicarla, ella sigue siendo abstracta y difícil de
comprender. «Pero, entonces, ¿qué debemos hacer?» Simplemente, aprender
a acompañar los actos de su vida cotidiana con el Verbo».
Ustedes miran el sol salir… En vez de dejar su pensamiento vagabundear,
digan: «¡Así como el sol sale por encima del mundo, que el sol del amor
salga en mi corazón, que el sol de la sabiduría salga en mi inteligencia, y que
el sol de la verdad salga en mi alma y en mi espíritu!»
Pueden, también, utilizar los períodos de la luna creciente y de la luna
decreciente. Durante la fase creciente de la luna, digan: «¡Así como la luna se
llena, que mi corazón se llene de amor, que mi intelecto se llene de luz, que
mi voluntad se llene de fuerza, que mi cuerpo físico se llene de salud, de
vigor!». Y durante la fase decreciente de la luna, hagan el ejercicio inverso,
concéntrense en ciertas debilidades, en ciertos defectos de los que quieran
desprenderse, y digan: «Así como la luna decrece, etc.…».
Cuando el viento sopla, apartando las nubes y las impurezas de la
atmósfera, pídanle al soplo del espíritu que expulse sus malos pensamientos y
sus malos sentimientos, así como todos los miasmas que pesan sobre el
mundo.
En primavera, cuando aparezcan las primeras hojas y las primeras flores,
inclínense sobre ellas y digan: «¡Así como toda la naturaleza se abre, que
todo mi ser se abra y florezca, que toda la humanidad viva en la eterna
primavera!». Ustedes pronuncian estas palabras y toda la naturaleza está allí
para ayudarlos. De este modo, se convierten en un mago blanco, en un hijo de
Dios, y sin cesar, por medio de la palabra creadora, la palabra que ha creado
el mundo, crean, por todas partes, un mundo nuevo, su mundo.
Tomemos algunos casos muy simples de la vida cotidiana. Cuando laven
vidrios, por ejemplo, en vez de ejecutar esta tarea en forma distraída o
rezongando porque les molesta hacerlo, sean conscientes de sus gestos y
digan: «Así como lavo este vidrio, que mi corazón sea lavado y se vuelva
transparente». Hagan lo mismo cuando barran, cuando laven los platos,
cuando limpien el polvo… Y cuando dejen caer un objeto y se rompa, digan:
«¡Que todos los obstáculos que surgen en el camino del Reino de Dios se
rompan en mil pedazos!»
Claro, no es preciso decir todo esto en voz alta, sobre todo si alguien
puede oírlos. Lo importante es ser consciente, es decir, aplicar su
pensamiento –y el pensamiento supone necesariamente palabras- a todo lo
que hacen, a fin de volverse creadores. Así debe entender el espiritualista el
significado de «En el comienzo era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el
Verbo era Dios… Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo
que es hecho, fue hecho». Hay que poner siempre el Verbo al comienzo para
darle una buena dirección a la actividad que emprenden. Si quieren actuar
sabiamente, para el bien, deben siempre poner el comienzo en lo alto. Y en lo
alto, está el Verbo. Pero se trata de una noción que incluso los creyentes no
han comprendido bien. Dirán: «¡Pero si recitan muchas oraciones en el día!»
Sí, y a menudo plegarias que leen o recitan de memoria, mecánicamente.
Pues bien, son oraciones inútiles. Para los cristianos, el «Padre Nuestro» y
dos o tres oraciones deberían ser suficientes, y luego, a cada quien
corresponde encontrar las palabras que pronunciará interiormente a medida
que se presentan nuevas oportunidades, nuevos sucesos en su vida.
Ese lazo que establecen entre ustedes y el Verbo, el Cristo, los orientará e
iluminará su camino. Puesto que en el comienzo era el Verbo, también
ustedes deben, en todo lo que emprendan, comenzar por el Verbo, poner
como punto de partida de sus actos las palabras más constructivas.
Acostúmbrense, por ejemplo, a pronunciar las palabras «luz», «libertad»,
«belleza», «verdad», «fuerza», y repítanlas hasta que ellas vibren y canten en
todas las células de su cuerpo. Trabajando sobre la palabra para hacerla
poderosa, viva, armoniosa, entran en posesión de esta llave que abrirá todas
las puertas y les permitirá hacer maravillas en ustedes mismos, primero, y en
todos los demás y en la naturaleza entera, después. Semejante gloria,
semejante devenir extraordinario le espera al ser humano: poder actuar sobre
la materia por medio del Verbo.
No es leyendo libros complicados o lanzándose en teorías abstractas que
comprenderán lo que significa «En el comienzo era el Verbo», sino haciendo
conscientemente estos ejercicios tan simples. Y, entonces, comprenderán
también porque está dicho «En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra» y
lo que hay detrás de estas palabras «cielo» y «tierra», las relaciones que
existen entre los dos y cómo trabajar con ellos. El cielo y la tierra están
dentro de nosotros, y cuando aprendamos a unirlos, a unir el cielo (nuestro
pensamiento) con la tierra (nuestras actividades cotidianas), sabremos lo que
es el Verbo, el Verbo vivo, y poseeremos los poderes verdaderos, pues los
verdaderos poderes están siempre en el comienzo.
Pero he aquí un tema sobre el cual los humanos no han reflexionado
mucho. En el momento de emprender lo que sea, ¿se preocupan ellos por las
fuerzas que van a poner en movimiento? Es siempre fácil desencadenar
corrientes o eventos, pero, ¿se está seguro de saber orientarlos, dominarlos,
una vez desencadenados? La expresión «aprendiz de brujo» designa,
justamente, al hombre que por imprudencia provoca situaciones que luego es
incapaz de dominar.
Sea en el plano físico, en el plano astral, o en el plano mental, nuestro
poder no está en el medio ni en el final, sino al comienzo. Imagínense sobre
una montaña, al lado de un grueso bloque de roca, si lo mueven o lo hacen
rodar, les obedecerá. Tienen la posibilidad de dejarlo en su lugar o de hacerlo
precipitar pendiente abajo; si lo mueven, evidentemente, los seguirá, pero
luego será el final, no podrán controlarlo más e irá, quizás, a causar estragos
que no estarán en capacidad de evitar. Se trata de lo mismo con los
pensamientos, los sentimientos, los estados de consciencia negativos que los
atraviesan: al comienzo tienen un cierto poder sobre ellos, pero si los dejan
instalarse, se vuelven imposibles de desarraigar. Por ello, es importante
introducir, al comienzo, un pensamiento, una intención, una palabra
luminosos.
El Cristo, el Verbo divino dijo: «Soy Aleph y Tav». Tav depende de Aleph.
El final depende del comienzo. El comienzo es el cielo, el mundo divino, y
comenzando por el cielo debemos progresivamente descender a la tierra para
trabajar en ella.
1 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. X: «El Verbo y la palabra».
2 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. I: «En el comienzo era el Verbo».
3 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo vivo- I El alfabeto y
los veintidós elementos del Verbo».
4 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. X: «Cómo los dos
principios se encuentran en la boca».
5 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo vivo- II El Verbo,
lenguaje universal».
6 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. X: «La galvanoplastia espiritual».
3
«Así en la tierra como en cielo»
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Cuando en La
oración dominical Jesús formula esta plegaria, crea un lazo de unión entre el
cielo y la tierra, entre lo alto y lo bajo. Crear este vínculo es, simbólicamente,
una de las funciones de la varita mágica. Y pidiéndonos que repitamos
después de él esta oración, Jesús nos revela que nosotros tenemos,
igualmente, un papel mágico que jugar: atraer de arriba la pureza, la luz, la
armonía, a fin de que la tierra se convierta en un reflejo del cielo, un
tabernáculo para la Divinidad. Y el único medio para realizar este ideal
consiste en ligarse al cielo, mantener sin cesar, con todo su ser, el contacto
con el cielo, a fin de desencadenar corrientes que actuarán benéficamente
sobre la tierra. Y esto solo es posible si uno decide poner en primer lugar al
cielo, pues el cielo está siempre de primeras, como lo revela Moisés al inicio
del Génesis. Puesto que está escrito: «En el comienzo Dios creó el cielo y la
tierra», es porque el cielo va primero y enseguida la tierra; entonces debemos
otorgar el primer lugar al cielo. Pero ¿cuántos lo han comprendido? Para la
mayoría, la tierra viene primero que el cielo, y para otros el cielo ni siquiera
existe, solo la tierra. En cuanto a aquellos que descuidan la tierra para
refugiarse en el cielo, tampoco están en lo cierto, tampoco han comprendido
los planes de Dios que creó los dos: el cielo y la tierra.
La Ciencia iniciática tiene por tarea llevar a los humanos a tomar
consciencia de estas dos realidades del cielo y de la tierra, del espíritu y de la
materia. Pero no es suficiente con que tomen consciencia, deben aprender
cómo trabajar con ellas, puesto que ésta es la única condición para que
encuentren el equilibrio. Cuando algunas personas presentan signos de
desequilibrio, se buscan las causas en el agotamiento, en la mala nutrición, en
una vida difícil, en las tristezas, etc. No, en el origen de todos esos
desequilibrios está el desequilibrio entre el espíritu y la materia, y ello
conlleva luego, las otras formas de desequilibrio que puedan constatarse1.
El espíritu y la materia son dos polos, dos principios con los cuales el ser
humano debe saber actuar inteligentemente, prudentemente. Y si no se
recomienda darle preponderancia a la comodidad y a los bienes materiales,
vivir en las privaciones, bajo el pretexto del misticismo y de la espiritualidad,
no es tampoco una solución. Para encontrar el equilibrio, hay que darles al
espíritu y a la materia su lugar respectivo: no despreciar la materia, sino
volverla sumisa y obediente al espíritu. Esto fue lo que Jesús quiso expresar
cuando afirmó: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo».
Mientras los humanos no tengan una idea clara de lo que significa su
presencia en la tierra, de la misión que deben cumplir, no se decidirán nunca
a hacer este trabajo. ¡Cuántos temen, incluso, que la vida espiritual vaya a
debilitarlos! En realidad, este temor viene de una muy mala comprensión de
lo que son el espíritu y la materia. Porque la materia se encuentra allí, delante
de ellos, visible y tangible, les parece que es la única realidad fiable, y en ella
buscan certidumbre, seguridad y abrigo. No se dan cuenta de que esta materia
que les inspira tanta confianza se transforma poco a poco en cárcel; y
entonces, no solo son presos, sino que se vuelven vulnerables, puesto que la
seguridad que la materia representa no es más que una ilusión.
Comprenderán mejor lo que quiero decirles si les doy algunos ejemplos
tomados de los diferentes reinos de la naturaleza. En la naturaleza, la piedra
presenta la mayor resistencia, pero esta resistencia es solo aparente. Si
quieren romper un bloque de piedra es muy difícil quizás, pero la piedra no
tiene defensa y, una vez rota, no tiene ninguna posibilidad de regenerarse.
Las plantas son aparentemente más vulnerables que las piedras, pero la vida
que hay en ellas se defiende: las raíces, las ramas de los árboles pueden
esquivar o forzar los obstáculos, los tallos de ciertas flores se inclinan hacia la
luz del sol que necesitan; y si se llega a destruir la vegetación, a menudo
vuelve a crecer… Respecto a los animales, incluso si su constitución, su
fisiología los hace más vulnerables que las plantas, tienen la posibilidad de
desplazarse para buscar el alimento, y algunas veces hierba para curarse,
escapar de las agresiones, encontrar en otra parte condiciones de vida más
favorables.
En cuanto a los hombres, se puede decir que no habrían podido
mantenerse en la tierra si no hubieran contado con recursos mentales para
enfrentar las fuerzas de la naturaleza, sus trampas y sus peligros. Para ser
inalcanzables, invulnerables, los humanos deben, por consiguiente, afinarse
cada vez más. Y afinarse no significa volverse débiles, frágiles, por el
contrario, significa volverse más inteligentes, progresar en la luz, la pureza,
estar animados por vibraciones siempre más intensas. Entre más se asciende
en la escala de los seres, más se encuentran creaturas que han purificado tanto
su cuerpo, que han intensificado tanto su vida que no es posible capturarlas ni
limitarlas; y más allá de todas estas creaturas, se encuentra el Señor que es de
una inmaterialidad tal que es absolutamente inalcanzable, tan inalcanzable
que no es posible ni conocerlo ni concebirlo.
La vida oscila entre estos dos polos: la materia que no se encuentra
animada sino de una ínfima vibración, y el espíritu puro, el espíritu de Dios,
una vibración tan viva, tan intensa que es imposible asirla. Por ello, los
humanos deben acercarse cada vez más a este polo de sutileza, de intensidad,
de luz, allí está su poder. De cierta manera, lo saben, pero lo olvidan, y
buscan siempre en la materia sus razones para vivir y las soluciones a sus
problemas; no hacen la diferencia entre trabajar con la materia, sobre la
materia, y dejarse absorber por ella, pues desconocen su formidable poder de
atracción.
Para contrastarlo con el principio masculino, activo, el espíritu, al
principio femenino, a la materia, se le define como pasivo2. Pero pasivo no
significa inactivo; el principio femenino ejerce una acción y esta acción, que
toma la forma de la pasividad, es extremadamente eficaz. En vez de
proyectarse hacia adelante como el principio masculino, el principio
femenino atrae, aspira. Esa es su actividad, y quien no se le resista realmente,
es absorbido. La materia atrae a los humanos, los fascina, y como no saben
resistirse a esta fascinación, poco a poco se dejan engullir y pronto se ignora
incluso dónde desaparecieron; tienden una mano para pedir auxilio, pero se
hundieron tan profundamente que no es posible sacarlos de allí. En
apariencia, claro, han tenido éxito, han aumentado sus posesiones, sus
poderes, y todo el mundo los felicita –los ciegos los felicitan- y no solo los
felicitan sino que tratan de imitarlos y, a su turno, se entierran hasta no poder
respirar. He ahí una muy mala forma de comprender el trabajo sobre la
materia.
Para dominar la materia, el ser humano debe apartarse de ella cada vez
más e identificarse con el espíritu, pues no se domina la materia por medio de
la materia, sino por medio del espíritu. ¿Por qué? Es una cuestión de
polaridad. El espíritu está polarizado positivamente y la materia
negativamente. Mientras ustedes permanezcan polarizados negativamente
como ella, no podrán dominar la materia, puesto que negativo y negativo se
repelen. Para dominarla y trabajar en ella, deben polarizarse positivamente,
como el espíritu, es decir, identificarse con el espíritu. Identificándose con el
espíritu, se alejan de la materia; y alejarse de la materia no significa dejarla
sino tomar distancia. No la abandonan, por el contrario, permanece a su vista
y cuando se han elevado lo más alto posible por el pensamiento, descienden
para orientarla mejor y afinarla. De nuevo, se alejan… y de nuevo, de
acercan… De este modo, llegarán a hacer que la tierra sea un día como el
cielo. Hasta entonces, no podrán realizar nada verdaderamente grande y
durable, contrario a lo que creen los materialistas. Los materialistas no saben
trabajar con la materia; se engullen en ella, son enterrados por ella,
sofocados, aplastados, pero no la dominan.
Imaginen que se les entrega un terreno que no ha sido cultivado nunca:
está cubierto de maleza, de hierba salvaje. Pueden dejarlo tal cual, pero
pueden también limpiarlo, labrarlo, cultivarlo. Tiempo después, estará
cubierto de cereales, de árboles frutales, de legumbres, de flores.
Acercándose a ese terreno, se puede decir que lo han «espiritualizado», pero
fue necesario primero alejarse para ir a buscar las herramientas, las semillas
que les permitieron transformarlo.
He aquí otro ejemplo. Ocurre que un padre de familia no encuentra trabajo
en su país que le permita alimentar a su familia; entonces se va al extranjero.
Allí trabaja algún tiempo, y cuando regresa, después de haber ganado mucho
dinero, es feliz de poder asegurar el futuro de su mujer y de sus hijos. Pero
fue preciso primero que los deje un tiempo para poder proveer a sus
necesidades. Lo mismo sucede con el espiritualista que medita, que ora. Se va
«al extranjero» para ganar dinero… digamos mejor para recoger luz. A su
regreso, trae esta luz, gracias a la cual vivifica la materia, la purifica, la
ilumina. Quienes no quieren ir al extranjero continuarán arrastrándose con
dificultad, aplastados por el peso de la materia.
Pero se los repito porque es preciso que este proceso de la vida interior sea
muy claro para ustedes: alejándose de la materia para identificarse con el
espíritu, en realidad no se desprenden de ustedes mismos, pues todo está
dentro de ustedes. Es su consciencia la que se eleva para alcanzar grados
superiores. Tienen la sensación de haber ido hasta el cielo, hasta el sol, hasta
las estrellas, de haber entrado en la presencia del Señor, cuando en realidad es
dentro de ustedes mismos que fueron más lejos, más alto… o más
profundamente, como quieran, ya que es imposible traducir en palabras las
realidades del mundo espiritual. No tenemos a nuestra disposición más que
un lenguaje concreto, como si se tratara de un espacio exterior con un arriba,
un abajo, con distancias, volúmenes, cuando en verdad todo ocurre en
nosotros mismos.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Para realizar esta
plegaria de Jesús, la tierra debe ajustarse al cielo: para tener las mismas
formas, la misma belleza, el mismo esplendor, es preciso que ella se ajuste. Y
este ajuste es una cuestión de intensidad de las vibraciones. El cielo vibra tan
intensamente que para ajustarse a él, la tierra debe intensificar sus
vibraciones. Volvemos entonces a la cuestión de la intensidad de las
vibraciones del punto central. Mientras no vibremos a la misma longitud de
onda que el punto central, éste nos es inaccesible, no sabremos lo que es, lo
que nos dice, lo que contiene, lo que nos aporta. Puesto que la tierra de la que
habló Jesús es también nosotros, los humanos, debemos hacer esfuerzos hasta
que esa parte de la periferia que somos se ajuste y vibre al unísono con ese
centro del círculo que es la Fuente primordial. Entonces, la circulación se
reanuda, las corrientes pasan, nos atraviesan, y sabemos todo lo que ese punto
sabe, sentimos lo que ese punto siente, hacemos todo lo que ese punto hace
por todo el universo.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Como pueden
observar, estas palabras nos muestran todo un camino por recorrer, un
itinerario por seguir. Realizar el cielo en la tierra supone obligatoriamente
que podamos, en primer lugar, evadirnos de la obscuridad, de la pesadez, de
los desórdenes del mundo donde vivimos para ir a visitar las regiones
celestes, y luego volver para ajustar y organizar nuestra existencia aquí según
los modelos que hemos contemplado arriba. Este es el verdadero trabajo del
espiritualista: por medio de la oración, la meditación, la contemplación,
intentar asimilar, captar la perfección que existe arriba, y esforzarse luego, en
reproducirla aquí, sobre la tierra.
Generalmente, se divide a los humanos en dos categorías: los que tienden
a menospreciar la materia, al punto incluso de evadirla, y los que, por el
contrario, se aferran a ella, la explotan y se refugian en ella. A unos se les
llama «espiritualistas» y a los otros «materialistas», y en el transcurso de los
siglos, sus doctrinas, sus actitudes han dado lugar a sistemas filosóficos que
no han dejado de enfrentarse.
En realidad, habría muchas cosas por decir sobre esta distinción entre
materialistas y espiritualistas, y sobre los términos mismos de
«espiritualistas» y «materialistas», porque para ser un buen materialista o un
buen espiritualista, hay que saber trabajar con los dos polos que son el
espíritu y la materia. Puesto que el materialista no tiene en cuenta al espíritu,
priva a la materia de la mayor parte de sus posibilidades; y si el espiritualista
niega a la materia, le niega al espíritu las condiciones para manifestarse. Por
esto mismo, es preciso no separar tanto las actividades espirituales de las
actividades materiales. Se pueden emprender todas las actividades materiales
de la vida cotidiana de una manera espiritual, y se puede también orar como
un materialista… ¡desafortunadamente! Basta con observar el tipo de
plegarias que les humanos dirigen al Señor. Entre aquellos que se dicen
espiritualistas, ¡cuántos en realidad se dejan absorber por los asuntos
materiales! Cuando se aburren, o cuando están en dificultades, se dirigen
hacia el Señor, esperando que Él les resuelva sus problemas: ¡y a eso le
llaman la espiritualidad!
Durante siglos se les ha repetido a los cristianos que la tierra no es más
que un valle de lágrimas, y que la vida allí es un exilio, un castigo. Entonces,
¿qué les queda por hacer? Dejarla o, por el contrario, aferrarse a ella y
aprovechar hasta las más mínimas ocasiones para tratar de sacar todas las
ventajas y los placeres posibles. Pero una y otra actitud revelan una
incomprensión acerca de la sabiduría y del amor divinos. ¿Cuál puede ser la
existencia de aquel que se siente expulsado del Paraíso y obligado a vivir en
un cuerpo que lo encarcela, en una tierra que no cesa de presentarle
obstáculos y de la que sueña escaparse? Y ¿cuál puede ser también la
existencia de aquel que se deja caer en la trampa de la materia y se instala en
su prisión, imaginando que allí encontrará la libertad y la felicidad? ¿Quién
es ese Dios que no ha dado a los humanos más que la posibilidad de escoger
entre el deseo de huir de la tierra o de dejarse enterrar en ella?...
Todo lo que existe en el cielo tiene una correspondencia en la tierra,
porque la tierra es un reflejo del cielo, pero no es la tierra quien nos revelará
la verdad de nuestra existencia. La verdad se encuentra en los dos: el cielo y
la tierra, el espíritu y la materia. El hombre es un espíritu que desciende del
cielo, pero debe envolverse en un cuerpo, porque en el plano físico es
necesario un cuerpo. El cuerpo físico es para el espíritu del hombre lo que el
universo es para Dios. Sí, el universo, la naturaleza, son el cuerpo de Dios.
Este cuerpo es de una riqueza extraordinaria, pero no subsiste sino porque
Dios lo anima, lo vivifica con su espíritu. Si el espíritu de Dios se retira, el
universo se disgrega, todo se vuelve polvo y regresa a la nada. Lo mismo le
ocurre al hombre que es un reflejo de su Creador: su cuerpo lo pone en
contacto con el mundo físico, y le es, por tanto, necesario, indispensable para
la manifestación, pero nada más. Es en su espíritu donde se encuentran los
tesoros más preciosos, y cuando el espíritu se va, se lleva consigo la
consciencia, las energías, la vida… No quedan en el cuerpo sino los
elementos físicos que terminan por disgregarse. Y si existen lenguas donde
las palabras que designan al soplo vital y al espíritu son las mismas o tienen
la misma etimología, es porque existe un vínculo muy estrecho entre la vida y
el espíritu.
El sentido, la razón de nuestra vida en la tierra, Jesús los resumió
magistralmente en este simple frase: «Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo». ¿Para qué? Para que la tierra llegue a ser como el cielo.
Pero repetirle al Señor: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo», no servirá de nada si no trabajamos por realizar ese programa. Que no
se imaginen que es suficiente con pronunciar algunas palabras, soñando con
las delicias del cielo, para persuadir al Señor de enviar a los ángeles y a los
arcángeles que vendrán a transformarlo todo. Corresponde a los humanos
consagrarse a este trabajo y no a otros. Son los esfuerzos de cada uno los que
harán descender sobre la tierra el orden, la armonía, la luz, el amor del cielo.
Hermes Trismegisto escribió en la Tabla de Esmeralda: «Todo lo que está
abajo es como lo que está en lo alto, y todo lo que está en lo alto es como lo
que está abajo». Esta ley es respetada en los tres mundos, mineral, vegetal,
animal, porque los minerales, los vegetales y los animales son fieles a la
naturaleza, obedecen exactamente sus leyes. ¿Y los humanos? La Ciencia
iniciática enseña que el hombre, a quien ella llama el microcosmos, fue
creado a la imagen del universo, que ella denomina el macrocosmos; es decir,
que en su estructura y por los elementos que lo constituyen, el hombre es un
reflejo del gran cuerpo cósmico. Pero a diferencia de las piedras, de las
plantas y de los animales, posee una voluntad libre, y esta voluntad no se
encuentra aún en armonía con el cielo, porque el hombre no trabaja para
organizar su mundo psíquico según las leyes del cielo. En el plano psíquico,
no es posible afirmar aún que este programa se haya realizado: lo que está
abajo, la voluntad humana, no concuerda con lo que está en lo alto, la
voluntad divina. Por ello, Jesús formuló este deseo: «Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo».
La Tabla de Esmeralda sigue siendo el monumento más completo que una
inteligencia haya dejado en herencia a la humanidad. El único texto que
puede comparársele y que incluso lo supera, es la oración de Jesús, el «Padre
Nuestro». La diferencia entre Hermes Trismegisto y Jesús radica en que
Hermes habla de un estado de cosas existente, mientras que Jesús formula un
deseo para el futuro. Hermes constata una realidad, y Jesús la desea. Estas
dos frases atañen, entonces, a dos regiones diferentes. Los humanos tienen
una voluntad independiente que no poseen los animales, ni las plantas, ni los
minerales, y para los humanos Jesús aportó un nuevo elemento destinado a
crear su futuro. Hermes aportó una ciencia; Jesús un ideal. Y si los humanos
se deciden a trabajar por este ideal, un día será la perfección del Reino de
Dios.
El mensaje de Jesús es la más alta espiritualidad orientada hacia un trabajo
que el hombre debe realizar aquí sobre la tierra. Por ello, todos aquellos que,
en el deseo de salvar su alma, se refugiaron en los desiertos o en los
monasterios, no han comprendido realmente este mensaje. Quien está
iluminado verdaderamente, siente que no hay ninguna ruptura, ninguna
contradicción entre el cielo y la tierra; entre más unido esté al cielo, más
trabaja sobre la tierra. De toda su alma, de todo su espíritu, está unido a la
Fuente, y al mismo tiempo hace su trabajo en la tierra. Hay que tener los dos,
el cielo y la tierra: los pies sobre la tierra y la cabeza en el cielo.
Desafortunadamente, la mayoría de los humanos no llegan a realizar esta
unidad en ellos mismos: o bien se sumergen en la materia, o bien la
abandonan con el pretexto de abrazar la espiritualidad. Pero rechazar la
materia no es espiritualidad, y ni aquellos que quieren aferrarse a la tierra, ni
aquellos que quieren dejarla llegarán a realizaciones durables. No hay que
huir, no hay que desertar, sino impregnarse de todo lo que hay en el cielo y
hacerlo descender en la tierra, a fin de instalar allí el Reino de Dios. Las
palabras «materialistas» y «espiritualistas» no significan entonces gran cosa,
puesto que un verdadero espiritualista debe ocuparse de la materia. Pero ¿de
qué materia y con qué objetivo? Esto es lo que hay que saber.
Como el plano físico es una fuente inagotable de realizaciones, los
materialistas pueden sentirse orgullosos de todo lo que llegan a producir3. Sin
embargo, esto no es una razón para despreciar a los espiritualistas, con el
pretexto de que ellos no tienen nada que mostrar. Los materialistas,
ignorantes, no saben que los espiritualistas trabajan también en la materia,
pero en un plano más sutil: la materia de los pensamientos y de los
sentimientos, con el fin de que esos pensamientos y sentimientos les inspiren
actos que transformarán la vida en la tierra. Por muchas que sean las
realizaciones materiales, si no están orientadas por pensamientos y
sentimientos generosos, desinteresados, no solamente no contribuyen a la
felicidad de la humanidad, sino que le causan su pérdida. El progreso técnico
es el ejemplo más impactante, ha aportado innumerables avances en el plano
material, y sin embargo, ¿por qué los humanos no son realmente más felices
que cuando no había nada de todo eso? Y no solo no son más felices, sino
que están más angustiados por los peligros de toda clase que se ciernen sobre
sus cabezas por efecto de tales progresos. Algo, por lo tanto, no anda del todo
bien.
Cuando el hombre se deja impregnar por las fuerzas de lo alto, se
convierte en un verdadero creador, un foco de corrientes poderosas y
benéficas. Pero así como debe escapar a la atracción de la materia, no debe
abandonarse a la del espíritu: es preciso que trabaje en la materia con el
espíritu, teniendo presente el equilibrio que debe reinar. Si rompe este
equilibrio, llegará a vivir quizás en la inmensidad, en la luz, pero no cumplirá
su misión que no es otra que trabajar en la tierra con los medios del cielo.
Quienes lo enviaron no estarán contentos con él, y lo harán volver cuantas
veces sea necesario hasta que comprenda las razones de su paso por la tierra
y se ponga a trabajar. Es necesario que esta cuestión comience finalmente a
ser clara para ustedes.
¡Cuántas personas se imaginan que basta con dejar la tierra para sentirse
felices y libres! No, si han sido estúpidas y limitadas en la tierra, lo seguirán
siendo en el otro mundo también. En el otro mundo uno no se transforma, no
progresa; en el otro mundo solo se verifica4. Sí, se verifica, se constata, se
toma consciencia de lo que se hizo bien o de lo que se hizo mal durante su
existencia. Es sobre la tierra que se progresa. Y si no se ha hecho nada acá,
no será del otro lado que se comenzará a trabajar, no hay condiciones para
ello. Del otro lado, repito, se constata solamente, no se puede ni corregir, ni
mejorar nada. Se observa, por ejemplo, que se ha sido celoso, orgulloso,
colérico, miedoso, etc., y no se puede cambiar nada de esto. Para cambiar
algo, hay que descender nuevamente, es decir tomar otro cuerpo y volver a la
tierra a hacer esfuerzos por perfeccionarse y reparar los errores.
Por consiguiente, ¡quien se sienta ahora limitado en sus manifestaciones,
que no trate de consolarse, imaginando que se manifestará mejor en el otro
mundo! Para mejorar las cosas, no hay sino un método: trabajar aquí en la
tierra. Sí, no es porque el hombre deja su cuerpo que va a encontrarse
inmediatamente transportado a la inmensidad de la sabiduría y del amor; pues
no es su cuerpo el responsable de sus limitaciones, sino la mediocridad de su
vida psíquica, y el único medio de escapar de esas limitaciones es un trabajo
paciente, perseverante sobre sí mismo, sin preocuparse de las cuestiones
metafísicas y abstractas que lo superan.
Influenciados por la lectura de libros de filosofía oriental que han digerido
más o menos bien, algunos terminan por dejarse llevar hasta perder el gusto
de vivir. Puesto que todo no es más que «maya», ilusión, y debe volver a la
nada un día, ¿de qué sirve trabajar, ganar dinero, establecer una familia? …
El universo no es más que una ilusión, es verdad, como una burbuja de jabón
que revolotea un instante y luego estalla. Incluso si, según los astrofísicos, el
universo tiene más de cinco mil millones de años y sobrevivirá aún mucho
tiempo, ¿qué son esos miles de millones de años frente a la eternidad?
«Pregúntense, entonces ¿por qué Dios creó el mundo?». No se sabe nada al
respecto y las explicaciones que se ofrecen se parecen mucho a aquellas que
se dan a los niños: «¿mamá, de dónde viene mi hermanito?» y la madre
responde que lo encontró en una col o que la cigüeña lo trajo. Para saber la
verdad, habría que preguntársela a un Arcángel, a un Serafín, y no es siquiera
seguro que estén al tanto. Ellos conocen todos los elementos de la Creación
pero ¿saben exactamente acerca de los medios de Dios, de sus proyectos? Sí,
que los Serafines me perdonen, pero me pregunto realmente si Dios les ha
revelado todo.
Si se encontraran frente a la verdad, los humanos serían fulminados; por
ello solo es posible revelarles lo que son capaces de soportar, de lo contrario,
lo abandonarían todo. Hay que dejarlos ocuparse de algo, transpirar un poco,
imaginarse que hacen algo. Es como los niños en la playa cuando construyen
castillitos de arena. Cuando los adultos ven el interés, la pasión que ponen en
ello, son felices, y se dicen: «Ah, nuestros hijos sí que saben divertirse». Del
mismo modo, los adultos de arriba, las entidades celestes que nos observan
dicen: «Es maravilloso ver cómo se ocupan: plastilina, muñequitas,
castillitos, soldaditos de plomo… ¡Qué dinamismo!» Y lo aceptan, que
quieren, ¡es la edad! Los humanos son niños.
Dirán: «Pero, entonces, ¿usted no nos cuenta sino mentiras?» Sí, mentiras,
pero las mejores, las más convenientes, las más útiles para ustedes. Todo no
es más que ilusiones, mentiras, pero entre esas mentiras, algunas son
preferibles a otras, y ésas son las que escogí, puesto que esas mentiras son
verdad, ¡la más bella de las verdades! La verdad tiene millares de grados, y el
último grado es quizás el vacío, la nada, el abismo, pero no es sobre esa
verdad que les aconsejo fundamentar su existencia. Estamos en la tierra y
debemos desempeñar nuestro papel, no hay que querer escaparse, pero al
mismo tiempo, no hay que olvidar que es teatro.
Cuando dos países están en guerra, hay miles de muertos de los dos lados.
Pero cuando se reencuentran en el otro mundo, ¡si pudieran oír lo que se
dicen! «¡Ah, qué comedia hemos hecho! Vamos, brindemos ahora…» y se
abrazan, mientras que aquí se masacraban. En realidad, no se detestan; eran
papeles que debían desempeñar. Sí, la existencia está hecha de esa forma…
hasta que los humanos aprendan que no han venido a la tierra para
transformarla en un campo de batalla, sino para hacer descender en ella la
armonía y el esplendor del cielo.
Los humanos quieren saberlo todo, aunque no puedan comprender. ¡Tratar
ahora de conocer los propósitos de Dios cuando creó el universo, para decidir
si vale la pena vivir! No hay ni siquiera que hacerse esta pregunta, porque
realmente nadie podrá responderla: Dios se reservó esta razón para Él.
Contentémonos con saber que el universo existe, que en este universo se
encuentra un lugar llamado la tierra y que allí vivimos y debemos trabajar por
el momento. Lo esencial es entonces aprender a trabajar en la tierra según los
principios de la sabiduría y del amor, sin preocuparse de cuestiones tan
lejanas. Querer conocer los secretos de la Creación, cuando se lleva una
existencia tan mediocre, ¡es risible! Hay que aprender primero a vivir la vida
divina y esta vida, poco a poco, nos instruirá.
Sí, cuando el hombre es capaz de purificar su vida, de hacerla más intensa,
más luminosa, esta vida despierta en él otros centros, otras facultades que le
dan acceso a regiones superiores desde donde recibe revelaciones5. Y cuando
Jesús dijo: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia»,
hablaba justamente de esta calidad de vida tan sutil, tan espiritual que permite
ver, oír, sentir, degustar, tocar lo que no se puede alcanzar por medio de una
vida física solamente o incluso intelectual. Únicamente la vida purificada,
iluminada, divinizada permite comprender, respirar las regiones celestes.
Como pueden ver, todo es coherente y hay mucho para hacer reflexionar a
la cristiandad que, desde hace dos mil años, repite y comenta las palabras de
Jesús. Sí, oh queridos cristianos, ¿cuándo comenzarán a comprender todas las
maravillas contenidas en los Evangelios para utilizarlas? Un día, cuando
finalmente sus ojos se abran, exclamarán: «¡Dios mío, todo lo que se nos ha
dado y que no habíamos sabido utilizar!» Sí, si los cristianos hubieran
comprendido la enseñanza de Cristo, no habrían hecho otra cosa que trabajar
toda su vida para realizar solamente estas palabras: «En la tierra como en el
cielo».
1 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. I: «Por qué escoger la vida espiritual», y
cap. III: «El sentido de la vida, la evolución», tercera parte.
2 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y de lo
femenino».
3 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. II: «Materialistas y
espiritualistas».
4 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. X: «La muerte y la vida en el más
allá».
5 Cf. Armonía y salud, Col. Izvor No. 225, cap. I: «Lo esencial, la vida».
4
Del sol a la tierra:
cómo el pensamiento se realiza en la materia
Cuando el espíritu del hombre abandonó el seno del Eterno, estaba en
posesión de todos los saberes, de todos los poderes, y no los perdió, están
profundamente escondidos, cubiertos por capas de materia opaca, pero están
allí aún, en él. ¿Cómo encontrarlos entonces? Es simple: el trabajo y el
tiempo… sí, el trabajo y el tiempo necesarios para la materialización, la
concreción de los poderes del espíritu.
Pero antes de todo, es preciso conocer las condiciones en las cuales este
trabajo de materialización es posible. Esas condiciones, muchos seres, entre
ellos algunos que han emprendido la vía espiritual, no las conocen. Con el
pretexto de que han oído hablar del poder del pensamiento, muchos se lanzan
a hacer ejercicios de concentración para producir ciertos fenómenos o realizar
proyectos en el plano físico; y como no obtienen resultados, se decepcionan y
dejan de ejercitarse, lo que es lamentable. O por el contrario, ocurre también
que perseveran y estropean su sistema nervioso, lo que es aun más grave.
La naturaleza ha dotado al hombre de diversos instrumentos para actuar
sobre la materia, pero él debe saber cuándo y cómo utilizarlos. Si ustedes
quieren por medio del pensamiento atraer hacia su boca un terrón de azúcar, a
pesar de los muchos esfuerzos que hagan para concentrarse, es altamente
probable que el terrón no se mueva. Tomen, en cambio, ese terrón de azúcar
con la mano, llévenlo a la boca y ¡ya está! Para agarrar los objetos, la
naturaleza nos ha dado una mano, y ello debe ser suficiente. Ustedes dirán:
«¿Entonces, qué podemos hacer con el pensamiento?» ¡Ah!, con el
pensamiento se pueden realizar cosas mucho más importantes; solo que es
preciso conocer su naturaleza, cómo trabaja, y cuáles son las condiciones
necesarias para que el pensamiento se realice en la materia.
¡Cuántos libros complicados han sido escritos sobre la materialización del
pensamiento! En realidad, es muy simple, y lo más extraordinario es que
tenemos ante nuestros ojos, continuamente, ejemplos de este proceso que no
se han sabido observar para extraer de ellos conclusiones. Un día, un hombre
se dice a sí mismo que sería muy agradable conseguir un poco de dinero sin
fatigarse. En un primer momento, este hombre se contenta con imaginarlo,
visualiza la escena, las circunstancias: la multitud en el metro, o en un
supermercado y su mano que se desliza en un bolsillo o en una cartera para
tomar una billetera… Está en su cabeza como una vaga idea aún. Pero puesto
que este pensamiento se grabó, desencadena en él ciertos engranajes y, poco
a poco, desciende al plano del sentimiento: comienza a desear ardientemente
su realización. Las comunicaciones, las conexiones están en proceso de
efectuarse y, un buen día, su mano se desliza en un bolso o se apropia de un
objeto en un estante. Como pueden observar, mientras el pensamiento
permaneció en lo alto, en el plano mental, era inoperante; pero descendió al
plano astral, el plano del deseo, y de allí al plano físico. ¿Cómo afirmar
entonces que el pensamiento no se realiza?
Tomemos otro ejemplo. Un muchacho completamente pacífico, dulce,
idealista, que no le haría daño ni a una mosca, entra a la universidad. Allí,
empieza a leer libros de historia y de filosofía, donde descubre las ideas de
ciertos pensadores políticos que revolucionaron sociedades y llevaron a los
pueblos a vivir grandes aventuras. Se apasiona con ellos, se sumerge en sus
obras y se alimenta cada vez de ideas más audaces. Finalmente, se inscribe en
un partido con el deseo de desempeñar un papel él también y un día se
convierte en la cabeza de una revolución en su país. Todo comenzó con ideas,
teorías, una filosofía. ¿Cómo dudar entonces que el pensamiento es un poder
formidable? ¡No se le ve, no mueve un terrón de azúcar, pero termina por
hacer sublevar millones de hombres!
El pensamiento es, por lo tanto, una fuerza, una energía, pero es
igualmente materia de una extrema sutileza, que trabaja en regiones muy
alejadas del plano físico. Atraviesa muros y objetos sin dejar huella y, para
poder actuar sobre la materia, necesita que se le construyan puentes, es decir,
todo una serie de intermediarios. Ofrézcanle esos intermediarios, y verán que
es capaz de estremecer el universo. ¿Han visto cómo funcionan las máquinas
en una fábrica? Todo está conectado, todo está listo, solo hay un simple botón
que hay que oprimir; y puesto que este botón está unido a una cantidad de
engranajes, a circuitos de transmisión, cuando se oprime, toda la maquinaria
se pone en marcha, y pronto al final de la cadena, aparecerá un objeto
completamente acabado.
El pensamiento que el hombre proyecta actúa inmediatamente en su
región, en lo alto, donde pone en marcha aparatos de una enorme sutileza.
Pero mientras la comunicación no se establezca correctamente de un plano al
otro, mientras los cables de transmisión no hayan sido instalados, no puede
concretarse en actos en el plano físico: hay huecos, zonas muertas, la
corriente no pasa. No es sino una cuestión de comunicación, de transmisión.
Jamás el pensamiento ejerce directamente su poder en el plano físico, pues le
son necesarios intermediarios. No se agarran brasas con la mano, sino con
pinzas; y para servirse la sopa se toma un cucharón. Y el brazo, si se quiere
comprender lo que es, pues bien, justamente, es un intermediario entre el
pensamiento y el objeto. Cuando toman un terrón de azúcar, ¿quién actúa? Su
pensamiento, pues es su pensamiento el que conduce el brazo. Pero no basta
con el pensamiento, es preciso el sentimiento, ya que si no tienen ganas o no
les gusta el azúcar, su brazo no lo tomará.
Existe evidentemente un lazo entre el pensamiento y la acción, pero es
más fuerte el lazo entre el sentimiento y la acción. ¿Por qué, cuando
experimentan amor o rabia, ese sentimiento se abre camino inmediatamente
hacia el plano físico? Quiéranlo o no, gesticulan de acuerdo a ellos. Aman a
alguien e, instintivamente, quieren sonreírle, acariciarle, besarle, darle
regalos. Si están enfadados con él, deben esforzarse para no fulminarlo con
una mirada, o darle un par de cachetadas. Cada sentimiento se manifiesta a
través de gestos bien determinados. Siempre es el pensamiento, sostenido por
el sentimiento, el que hace correr a la gente o la hace parar, el que provoca
guerras, devastación, o las empresas más nobles1…
El pensamiento es pues realmente un poder, pero con la condición de que
haya brazos para realizarlo. Y el hombre mismo es un ejecutante, un brazo. El
brazo de un hombre es un símbolo del hombre mismo, que representa, a su
turno, otro brazo. Sí, el brazo es un resumen del hombre: el hombre es un
brazo para el pensamiento, y puede ser que el pensamiento sea también un
brazo para otros pensamientos en regiones cada vez más elevadas… hasta la
Divinidad que utiliza todos los brazos, es decir, a todas las creaturas.
Si hay algo que no debe olvidarse jamás, es que todos los pensamientos
que formamos, por pequeños o insignificantes que sean, son una realidad,
pues todo pensamiento es un ente vivo2. No puede concluirse que el
pensamiento no se realiza, solo porque no toque directamente la materia. Se
realiza, pero en su región: el plano mental, solamente allí actúa, como puede
observarse en la hipnosis.
Supónganse que están dotados de una gran facultad de concentración
mental: después de haber hipnotizado a alguien, le dan, por ejemplo, un
pedazo de papel y le dicen: «Toma, es una rosa, huélela, ¿cómo es su
perfume?» Y él les responde, maravillado del delicioso perfume de esta rosa.
Ello se explica porque lo han puesto en un estado psíquico donde el
pensamiento se realiza instantáneamente, no en el plano físico sino en el
plano mental. Su pensamiento, con la ayuda de las palabras que
pronunciaron, formó la rosa en el plano mental; y como la consciencia de esta
persona no se encuentra ya en el plano físico, es capaz de percibir los
perfumes en las regiones más sutiles del plano mental. Es allí donde captó
algo, y cuando dice que sintió realmente el perfume de la rosa, no se
equivoca.
O bien, imagínense que le dan agua a alguien, diciéndole: «Toma, es
coñac, vas a emborracharte». Bebe y verdaderamente se emborracha. ¿Qué
pasó? En este caso también fue proyectado a una región donde esta agua no
es ya agua sino alcohol. Lo anterior prueba que el poder del pensamiento es
absoluto e inmediato, pero en el plano mental, pues está hecho de una materia
tan sutil que solo puede actuar instantáneamente sobre una materia tan sutil
como la suya. En su región, con los materiales sutiles de los que está hecho,
el pensamiento es un ser actuante. Como no es posible verlo, ni escucharlo, ni
tocarlo, objetivamente no puede probarse nada acerca de su existencia, por
ello, los humanos se abandonan a pensamientos desordenados, criminales, sin
sospechar que éstos ya están produciendo daños. Sí, cualesquiera sean
nuestros pensamientos, buenos o malos, se realizan de una forma u otra, en
algún lugar del mundo y en nosotros mismos.
Cuando han comprendido esta realidad del pensamiento, saben que pueden
construirlo todo, realizarlo todo de una sola vez, pero arriba, no en la materia.
¿Quieren palacios, parques con fuentes que brotan, pájaros que cantan?... Allí
están inmediatamente. Si fueran algo clarividentes, los verían pues son una
realidad. Pero incluso viéndolos, no podrían tocarlos, y para materializarlos
se requerirían, sin duda, siglos.
Ahora bien, ¿qué enseñanza podemos sacar del asunto de la hipnosis? Para
hipnotizar a alguien, se actúa sobre su subconsciente: puesto en un estado de
inconsciencia transitorio, ejecuta las órdenes que se le dan, lo que no hubiera
hecho, quizás, si se le hubiera dicho lo mismo estando despierto y en estado
de perfecta consciencia. De esta experiencia puede concluirse que, para
acelerar la realización de un deseo, hay que descender al subconsciente y
depositar allí la imagen de ese deseo3.
Para obtener resultados en el campo espiritual en forma más rápida, he
aquí un ejercicio fácil de hacer. Quieren, por ejemplo, desarrollar una
cualidad, una virtud: comiencen por concentrarse en esta cualidad, mediten
sobre la meta que quieren alcanzar gracias a ella, y luego duérmanse: durante
el sueño, las fuerzas del subconsciente contribuirán a la materialización de
ese deseo. Si en mis conferencias insisto tanto en la importancia del estado en
el que uno se duerme cada noche, es porque el sueño favorece la
cristalización de todos los estados interiores4. Es preciso, por lo tanto,
aprender a dormirse con los mejores pensamientos, los mejores deseos, pues
de ese modo, se ayuda a su realización.
Dirán: «pero hemos oído hablar de ciertos fenómenos que se producen en
las sesiones espiritistas: objetos que se mueven, golpes dados por quién sabe
quién…» Sí, porque los espiritistas, que conocen las leyes de la
materialización del pensamiento, pueden fabricar una mano de fluidos, y con
ella, ya condensada pero invisible, pueden, efectivamente, mover objetos y
golpear. El pensamiento es por lo tanto capaz de tocar la materia física, pero
por intermedio de otro plano: es necesario envolverlo en una materia más
densa, la materia etérica; y esta materia etérica, si bien invisible, tocará la
materia física, pues pertenecen a la misma región del plano físico, aunque no
posean el mismo grado de materialización.
Hay que condesar el pensamiento para que pueda actuar sobre los objetos
y los seres. Y es siempre posible: trabajando mucho tiempo en ciertas
creaciones mentales, agregándoles ciertas partículas de su propia materia, el
hombre termina por vestir sus formas-pensamientos de materia etérica.
Algunos faquires pueden hacerlo rápidamente, porque conocen la técnica que
permite materializar una forma-pensamiento a fin de que sea visible y
tangible: aprendieron a trabajar con los intermediarios. Pero lo que se llega a
obtener de esta manera, no es muy elevado. Hacer mover objetos, o
materializar frutas y flores, es fantástico, claro, ¿pero de qué sirven
semejantes proezas para la llegada del Reino de Dios?
Ustedes deben saber que los Iniciados no se dedican a producir fenómenos
de esta índole. Pueden hacerlo, pero les parece que es mucho gasto inútil de
tiempo y de energía. Es mucho más razonable servirse de la mano cuando es
posible hacerlo y solo utilizar el poder mental para la única cosa que vale
verdaderamente la pena: producir transformaciones benéficas en sí mismo y
en los otros.
Para que sea más claro, les daré un ejemplo, tomado de la naturaleza. Me
encuentro a alguien que acaba de dar un paseo al borde del mar y le pregunto
lo que vio. «Oh, no mucho, caminé sobre las rocas, el sol calentaba
fuertemente, había viento y el mar estaba agitado. –¿Y es todo?- Sí, es todo.
¿Había algo más para ver?- Pues toda la creación, todas las leyes de la
naturaleza están inscritas allí». Me mira extrañado. «Sí, tenía delante suyo
fenómenos formidables y no los vio, no los interpretó. Se encontraba en las
rocas: ¿cómo eran esas rocas? Presentaban toda clase de huecos y de
asperezas, podría decirse que fueron esculpidas. – Bueno, y ¿quién les dio
esas formas? El agua seguramente al golpear contra ellas. –Sí, y ¿quién
movió el agua? – Debió ser el viento.- ¿Pero cuál es el origen del viento? –
Debe ser el sol.- Y entonces, ¿no vio que toda la naturaleza estaba allí,
delante suyo, para hablarle, explicarle las leyes del trabajo espiritual?...»
Sí, el sol corresponde al espíritu en nosotros, el aire al pensamiento, el
agua al sentimiento, y la tierra al cuerpo físico. Cuando el espíritu actúa sobre
el pensamiento, éste se lleva al sentimiento y el sentimiento se abalanza sobre
el cuerpo físico para hacerlo correr, gesticular, hablar. El cuerpo físico se
mueve, por lo tanto, bajo el efecto del sentimiento, el sentimiento se despierta
gracias al pensamiento y el pensamiento nace bajo la influencia del espíritu.
Si llegan a comprender este proceso y a trasladarlo a ustedes mismos, serán
capaces de hacer maravillas. Toda la ciencia de la magia divina, de la teurgia
está contenida en esta imagen de los cuatro elementos, el fuego (el sol), el
aire, el agua, la tierra. Mediten frecuentemente en esta imagen.
Solo las creaciones del espíritu son verdaderas creaciones. ¿No las ven?
No importa, no se detengan en la cuestión de si ven o no. Basta con saber que
son realidades, es todo, pues de esa forma ayudan a estas creaciones a
descender y a encarnarse más rápidamente en la materia. Si hasta el momento
su trabajo ha sido ineficaz, es porque no estaban listos, los intermediarios no
estaban a punto todavía, no habían trabajado suficientemente sobre ellos, ni
siquiera conocían su existencia; ¿cómo actuar sobre algo que no se conoce?
Pero puesto que se les revela ahora su existencia y su importancia, con el
poder de la fe, llegarán a trabajar sobre estos intermediarios y obtendrán
resultados.
Dicen tener ideas y son magníficas, incluso divinas, es claro, pero ¿han
obtenido resultados?... ¿No?... Lo que prueba que no han entendido aún
realmente la acción del sol sobre la tierra por intermedio del aire y del agua.
Es bueno tener ideas, pero no se jacten de ello, pues los dejarán tan infelices
y desprovistos como antes, mientras no sepan cómo concretarlas por medio
de actos. No es suficiente tener ideas, así sean extraordinarias; mucha gente
las tiene, pero vive de manera tal que no existe ninguna comunicación entre
esas ideas y sus actos. ¿De qué sirve pensar como un ángel y actuar como un
animal? Es preciso un intermediario, un puente; y ese intermediario es el
sentimiento. A través del sentimiento, las ideas se hacen carne y hueso y
tocan la materia.
Ya algunos de ustedes han comenzado a hacer realidad sus creaciones,
pero son aún híbridas, enclenques e inestables, porque no están ni muy
convencidos, ni muy atentos y una parte de sus pensamientos se pasea por
aquí, mientras que otra va por allá… Algunos días son más conscientes, están
más en acuerdo con su ideal divino, más decididos a entrar en armonía con él;
pero rápidamente lo abandonan. Entonces, que no se asombren si su
pensamiento permanece inoperante. Para que actúe, es preciso llamar al
amor, pues no se realiza realmente sino lo que se ama.
Podría estudiarse este tema mucho más en detalle, pero, por hoy, les doy
solamente ciertas líneas generales. A mí, la idea general es la que me interesa,
la lección que puede extraerse de los cuatro elementos: el fuego, el aire, el
agua y la tierra, y del paso del fuego (el sol) a la tierra por intermedio del aire
y del agua, pues sobre esta ley está basado el trabajo de un Iniciado, de un
Maestro espiritual. Un Iniciado, un Maestro espiritual sabe que los
pensamientos que forma no tocan la materia densa, visible; éstos no le llegan
ni hacen vibrar sino aquello que se acerca más a su naturaleza, es decir, los
elementos más sutiles que existen en ellos y en los otros. De este modo, como
el sol, el espíritu de un Maestro toca, a través del espacio, la mente de los
humanos. Quienes están preparados captan sus mensajes, y todo un trabajo se
hace en ellos para que estos pensamientos se encarnen un día en la tierra. Así
operan los cambios de mentalidad en el mundo5.
Hace más de un siglo, la ciencia descubrió la existencia de ondas que
recorren el espacio, y este descubrimiento fue el origen de la radio, del
teléfono, del radar, etc., cuando se llegó a poner en funcionamiento aparatos
capaces de captar y de transmitir las ondas… ¿Por qué dejar a la ciencia o a la
tecnología explotar solas este descubrimiento6? El espacio no está solamente
atravesado por ondas que nos permiten hablar por teléfono o escuchar o ver
un programa de radio o de televisión… Otras ondas, aun más sutiles, lo
atraviesan y debemos aprender a captarlas, tenemos los medios para ello.
La Inteligencia cósmica ha dispuesto en el hombre aparatos que le
permiten recibir las ondas que envían los Iniciados, los Ángeles, los
Arcángeles… Pero en vez de recibir estos mensajes, en vez de captar estas
corrientes y de extraer de ellas todo lo que necesitan para su salud o su
comprensión de las cosas, los humanos tienen la cabeza en otro lugar, están
conectados a estaciones diferentes que no los dejan escuchar sino ruido de
discusiones, revueltas. Y como no saben cambiar de emisora o apagar el
aparato, están siempre inquietos, perturbados, infelices.
El trabajo de los espiritualistas consiste entonces en despertar su
consciencia a todas estas riquezas del universo que se encuentran a su
disposición. Si no las aprovechan, es porque aún están ciegos, cerrados,
dormidos: son como aquel que sumergido en el agua hasta el cuello, se queja
que muere de sed. ¿De qué sirve proclamarse cristianos, creyentes,
espiritualistas, si pasan su tiempo quejándose de que les hace falta esto o
aquello? No, tienen todo a su disposición, pero en su consciencia les hace
falta algo. Por ello, yo tengo un aparato emisor –se encuentra en las más altas
cimas de las montañas7- y de vez en cuando voy allá con el pensamiento para
decirle al mundo entero: «Despierten, despierten, está saliendo el sol en el
mundo. Vinieron a la tierra para hacer un trabajo gigante, para preparar la
llegada del Reino de Dios». Los cerebros de quienes estén preparados captan
los pensamientos proyectados por un Iniciado, y esos pensamientos
encuentran siempre el medio de llegar al sentimiento, luego del sentimiento a
los actos, y de esta forma éstos se orientan en la buena dirección.
Han comprendido, ahora, cómo debe utilizarse el poder del pensamiento.
Pero, ¿de qué sirve concentrarse para mover, levantar o torcer los objetos?
Seguro, dedicarse a esta clase de prácticas, puede dejar pasmados a algunos,
claro, pero no se realiza nada en el alma, en el corazón, y en el intelecto de
los humanos para hacerlos mejores, instruirlos, y conducirlos hacia Dios.
Quien posee dones psíquicos excepcionales, una gran capacidad de
concentración, un poder mental fuera de lo común, debe ponerlos al servicio
de la búsqueda del Reino de Dios y no exhibirlos como en un circo. Si
quieren experimentar entonces el poder del pensamiento, no les aconsejo que
imiten a los faquires ni a los magos. Ese don del Cielo, si lo poseen, deben
dedicarlo únicamente a un trabajo que valga la pena y que sea realmente de la
mayor importancia para su futuro y el de la humanidad.
El poder más grande que Dios pudo darle a una creatura es el
pensamiento, el pensamiento que le dio como emanación del espíritu. En la
medida en que cada pensamiento está impregnado de la omnipotencia del
espíritu que lo formó, tiene la facultad de actuar para construir o para
destruir. Sabiendo esto, ustedes pueden convertirse en bienhechores de la
humanidad: a través del espacio, hasta las regiones más lejanas, envían
mensajeros, creaturas luminosas con la misión de ayudar a los seres,
consolarlos, aclararlos, sanarlos.
Todo aquello en lo que yo creo, todo lo que hago, todo lo que espero, está
basado en un saber, y ustedes también pueden entrar tranquilamente en este
saber. Si no obtienen resultados aún, no hay que decir que la enseñanza de los
Iniciados es engañosa, tienen que revisar solamente sus instalaciones, sus
conexiones, y descubrirán que hay un defecto en algún lugar, como en un
automóvil donde hay cortocircuitos, o en un reloj al que le ha entrado polvo.
Por lo tanto, si a pesar de sus esfuerzos, no obtienen resultados, no es la
Ciencia Iniciática la culpable: quizás son ustedes quienes no han
comprendido ni aplicado correctamente los grandes principios.
1 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. I: «Dulzura y humildad».
2 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. VI: «Los pensamientos son entidades vivas».
3 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. V: «Sed perfectos como vuestro Padre
celeste lo es», segunda parte.
4 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. XIV: «El sueño, imagen de la muerte», cap.
XV: «Protegerse durante el sueño» y cap. XVI: «Los viajes del alma durante el sueño».
5 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. IX: «La dimensión universal de un
Maestro» y cap. X: «La presencia mágica de un Maestro».
6 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. IV: «Hrani yoga y Surya yoga»,
tercera parte.
7 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. VII: «La montaña, madre del
agua».
Tercera Parte
«Sois el templo del Dios vivo»
1
El cuerpo, instrumento del espíritu.
Cuadro sinóptico
El espíritu del hombre es omnisciente, todopoderoso, posee facultades
infinitas. Los órganos del cuerpo son los que no están aún suficientemente
desarrollados para convertirse en los instrumentos perfectos del espíritu. Es
un asunto que no ha sido comprendido muy bien, aun por los espiritualistas.
Cuántos creen que deben reforzar el espíritu y, por el contrario, descuidar el
cuerpo físico, ¡menospreciarlo, incluso! Como el espíritu se manifiesta a
través del cuerpo de manera imperfecta, piensan que el espíritu es imperfecto
y que deben desarrollarlo. No, el espíritu es una chispa, una chispa pura
emanada del seno del Eterno, no podemos aportarle nada que no posea ya.
La diferencia que existe entre los humanos no reside en el hecho de que su
espíritu se encuentre a niveles diferentes de evolución: todos los espíritus
participan de la quintaesencia de Dios mismo. Es en su materia que los
humanos son diferentes, y por materia, entiendo no solamente la del cuerpo
físico, sino también la de sus cuerpos astral (el cuerpo de los sentimientos) y
mental (el cuerpo de los pensamientos). Tomemos el caso de un
discapacitado mental: su espíritu no está discapacitado; el órgano a través del
cual el espíritu debe manifestarse, su cerebro, lo está, presenta algunas
anomalías. Sucede exactamente lo mismo que con un virtuoso al que se le da
un piano destemplado: haga lo que haga y así tenga buena voluntad, no
producirá sino cacofonía. No es el virtuoso el culpable, el piano lo es.
El cerebro mediante el cual el espíritu debe manifestarse es exactamente
como el piano que el virtuoso debe tocar. Como ven, entonces, se debe
trabajar el cuerpo, pues de lo contrario, incluso el espíritu más evolucionado
no podrá transmitirle nada de su luz, ni de su fuerza. El espíritu es una chispa
divina: todos los poderes, todo el saber del Señor están contenidos en su
quintaesencia: solo hay que darle un instrumento adecuado, y el cuerpo es,
justamente, el mejor instrumento que Dios le dio al hombre, instrumento de
una riqueza extraordinaria, construido con una sabiduría inexpresable.
Todos aquellos que despreciaron y rechazaron el cuerpo físico, con el
pretexto de que es materia, para concentrarse solamente en el espíritu,
cometieron un error. Si el cuerpo es tan despreciable, ¿por qué la Inteligencia
cósmica envía a la tierra a los hombres a encarnarse? Deberían quedarse
arriba, como espíritus puros… Ustedes dirán que, actualmente, los humanos
han entendido muy bien la importancia del cuerpo físico. Sí, pero no en el
sentido que se requiere: cuando se dedican a darle al cuerpo placeres, lujo y
todos los medios para parecer seductor, atractivo, ¿tendrán por objetivo
hacerlo un instrumento del espíritu capaz de transmitir la luz divina?...
Está dicho en las Escrituras: «Sois el templo del Dios vivo». El templo es
un edificio, una construcción. El espíritu, por consiguiente, no puede ser el
templo de Dios, porque es inmaterial; el espíritu oficia en el templo, dirige la
ceremonia. El templo es el cuerpo físico. Por lo tanto, ¡en el cuerpo físico
está nuestro trabajo! Hay que purificarlo tanto, hacerlo tan invulnerable e
inaccesible al mal y a las enfermedades, tan vivo y sutil que se vuelva el
portavoz del espíritu, un medio de expresión del Cielo, a fin de que todas las
maravillas del universo puedan manifestarse a través de él. Por ahora,
desafortunadamente, el cuerpo físico no es un templo, sino más bien una
taberna llena de ruido, donde todos los diablos son invitados a festejar…
El espíritu del hombre tiene como primera misión trabajar en su cuerpo, y
luego, gracias a ese cuerpo, trabajar la tierra, pues de alguna forma la tierra es
una prolongación de su cuerpo. Se diría, sin embargo, que los humanos nunca
se han preguntado realmente lo que vienen hacer a la tierra. En realidad, en lo
más profundo de ellos mismos, saben que descendieron para hacer un trabajo,
pero metidos en la pesadez de la materia, lo olvidan y regresan a lo alto,
luego de haber desvalijado y ensuciado todo.
Este asunto de las relaciones del espíritu y de la materia abarca todas las
actividades del ser humano, todos los aspectos de su existencia. Con el fin de
ofrecerles una visión clara al respecto, les presentaré un cuadro que no
encontrarán en ningún otro lado. Ese cuadro lo he llamado «sinóptico»,
porque presenta una visión de conjunto de la estructura del ser humano y de
las diversas actividades que corresponden a dicha estructura.
Este cuadro está compuesto por cinco columnas verticales.
La primera columna indica los elementos que constituyen la estructura del
ser humano, es decir los principios que lo hacen un ser humano: el espíritu, el
alma, el intelecto, el corazón, la voluntad, el cuerpo físico.
Arriba de la segunda columna, verán escrita la palabra «Ideal», puesto que
cada principio tiene una vocación, busca alcanzar un ideal que, obviamente,
es diferente para cada uno.
Para que cada principio pueda alcanzar su ideal, es necesario que sea
alimentado, por eso la tercera columna lleva el nombre de «Alimento».
La cuarta columna está dedicada al «Pago», es decir al precio que debe
pagarse para obtener este alimento.
PRINCIPIO
Espíritu
consciencia divina
Alma
superconsciencia
Intelecto
auto-consciencia
Corazón
consciencia
Voluntad
subconsciencia
Cuerpo físico
inconsciencia
IDEAL
Tiempo
eternidad
inmortalidad
Espacio
inmensidad
infinito
Conocimiento
saber
luz
Dicha
felicidad
calor
Dominación
poder
movimiento
Vigor
salud
vida
ALIMENTO
Libertad
PAGO
Verdad
Impersonalidad
altruismo
Pensamiento
Fusión
dilatación
éxtasis
Sabiduría
Sentimiento
Amor
Fuerza
Gesto
aliento
Alimento
Dinero
ACTIVIDAD
Identificación
unión
creación
Contemplación
adoración
oración
Meditación
estudio
profundización
Música
canto,
poesía
armonía
Respiración
ejercicios, danza
Paneuritmia
Actividad
dinamismo
trabajo
Cuadro sinóptico
Finalmente, la quinta columna presenta la «Actividad», es decir el trabajo
que cada principio debe hacer para recibir este pago.
Como lo pueden observar, todas estas nociones están relacionadas entre
ellas de una manera perfectamente clara y lógica.
Para facilitar la comprensión, comenzaremos por la parte inferior del
cuadro, esto es, por el cuerpo físico, porque se trata de un aspecto que todos
conocen muy bien por su propia experiencia.
El ideal del cuerpo físico es la salud. Para obtener la salud es necesario
alimentarse. Para procurarse este alimento, hay que tener dinero. Y para
obtener dinero, hay que trabajar. Es muy claro. Pues bien, tan claro como lo
es para el cuerpo físico, lo es para la voluntad, el corazón, el intelecto, el
alma y el espíritu. Cada uno de estos principios busca un ideal; para
alcanzarlo, debe alimentarse; para comprar este alimento hay que pagar; y el
dinero no se gana sino trabajando.
La voluntad tiene por ideal el movimiento, necesita avanzar, actuar para
manifestar su poder1. Pensarán: «pero la voluntad puede pedir también el
saber, el amor, la belleza…» No, no es lo suyo, otros principios lo piden. La
voluntad puede ser movilizada para adquirir los conocimientos, hacer el bien,
crear la belleza; sin embargo, lo que desea para ella misma, es la posibilidad
de actuar sobre las cosas, los seres, las situaciones, con el propósito de
moldearlos, transformarlos. Para llevar a cabo su actividad, requiere alimento
y su alimento es la fuerza. La voluntad puede manifestarse, alimentada con la
fuerza. Para comprar esta fuerza, necesita dinero, y ese dinero es el gesto, que
la saca de la inmovilidad, de la inercia, y le permite desencadenar energías.
Acostumbrándose a actuar, a moverse, la voluntad compra la fuerza y se
vuelve poderosa.
¿Y saben cuál es el primero de todos los movimientos? El aliento. Cuando
el niño nace, respira, y entonces todos los demás procesos se desencadenan.
Por consiguiente, los ejercicios de respiración, así como los ejercicios de
gimnasia y la Paneuritmia, preconizados por nuestra Enseñanza, les
permitirán reforzar la voluntad. Por supuesto, pueden agregar otras
actividades de la vida cotidiana que sería muy largo enumerar, hay muchas,
yo hablo aquí solamente de los métodos que se refieren más específicamente
a la vida espiritual.
Ustedes dirán: «No pensábamos que los ejercicios de respiración, la
gimnasia, la Paneuritmia podían desarrollar tanto la voluntad. Creíamos que
eran para vitalizar el cuerpo físico, hacer feliz al corazón, etc.» Es cierto
también, puesto que todo está relacionado. Por ahora, y para ser más claro,
separo los planos y le atribuyo a cada uno lo que le corresponde, pero en
realidad estos principios son inseparables. Cuando hacen los ejercicios de
respiración o de gimnasia, se beneficia no solamente la voluntad sino también
el cuerpo físico, y se sienten mejor dispuestos, sus ideas son más claras, es
evidente. Nada se encuentra aislado, todo está relacionado.
El ser humano posee la facultad de sentir y de emocionarse, denominada
corazón2. No obstante, cuando se habla del «corazón», no se hace alusión al
órgano físico que lleva ese nombre y que estudian la anatomía y la fisiología.
El corazón de los anatomistas, principal órgano de la circulación de la sangre,
es como una bomba hidráulica; pero el órgano de la sensibilidad es realmente
el plexo solar.
¿Cuál es el ideal del corazón, entonces? ¿Buscará el saber, los
conocimientos, los poderes? No, busca el calor, pues necesita dilatarse,
alegrarse. El calor vivifica el corazón y el frío lo mata. Por dondequiera que
vaya, el corazón busca el calor en las creaturas. Su alimento es el sentimiento,
y la moneda de pago de este alimento es el amor. Cuando aman, este amor es
el dinero que les permite comprar es decir experimentar sentimientos de una
variedad y de una riqueza infinitas. El amor nos hace felices. Y, ¿cómo
adquirir estas riquezas del amor? Poniéndose en armonía cada día con las
creaturas del universo entero.
El ideal del intelecto es la luz, el conocimiento. Para alcanzar este ideal, el
intelecto necesita de un alimento, y este alimento es el pensamiento. Si no
piensan, no podrán nunca ver claro. Alguna personas se dicen: «¿Para qué
romperse la cabeza? No hay que pensar tanto, es peligroso». ¡Sí, es peligroso
si se piensa mal! Sin embargo, el pensamiento es el mejor alimento para el
intelecto. Para comprar los mejores pensamientos, el dinero es necesario, y
este dinero es la sabiduría. Claro, la sabiduría no tiene nada que ver con la
instrucción; es, más bien, una actitud, una orientación. ¡Cuántas personas son
sabias sin ser instruidas! Y otras, en cambio, tuvieron educación pero no
poseen ninguna sabiduría. La sabiduría es una actitud interior que nos
permite escoger la mejor dirección, y la actividad que permite adquirirla es la
meditación.
El ideal del alma3 es la inmensidad, el espacio infinito. En general, nos
imaginamos que el alma se encuentra completamente en el ser humano. No,
ella es más vasta, exactamente como nuestro verdadero ser no es ese pequeño
yo que conocemos, sino una entidad mucho más poderosa, nuestro Yo
superior. Nuestra alma es una pequeña parcela del Alma universal, y se siente
en nosotros tan limitada, tan asfixiada, que su único deseo es poder
ensancharse en el espacio infinito, a fin de descubrir, visitar otros mundos
más bellos, más luminosos, y encontrar las entidades que viven allí.
Para alcanzar este ideal, el alma requiere igualmente ser estimulada con un
alimento apropiado: todas las cualidades de la consciencia superior, la
impersonalidad, la abnegación, el sacrificio… Para procurarse este alimento,
necesita dinero, el éxtasis, el único medio que le permite ensancharse hasta el
infinito, la fusión con el mundo divino. El trabajo con el que adquirirá este
dinero comprende la oración, la adoración, la contemplación. Orar es buscar
el esplendor divino, y cuando lo descubre, el hombre experimenta una
dilatación de tal magnitud que se siente como si lo hubieran sacado de su
cuerpo. Eso es el éxtasis.
El ideal del espíritu4 es la eternidad. El espíritu cuya esencia es inmortal,
trasciende el tiempo, quiere la eternidad. Así como el campo del alma es el
espacio infinito, el espíritu tiene como campo lo que escapa al tiempo, la
eternidad. Por ello, ni los físicos ni los filósofos podrán comprender nunca la
naturaleza del tiempo y del espacio si no comprenden primero la naturaleza
del alma y del espíritu. El tiempo y el espacio son nociones imposibles de
abordar con el intelecto únicamente.
Para obtener la eternidad, el espíritu requiere, igualmente, de alimento, y
este alimento es la libertad. Si el alma necesita dilatarse, el espíritu necesita
cortar todos los lazos que lo mantienen encadenado. La verdad es el dinero
con el que el espíritu compra la libertad. Cada verdad que ustedes adquieren
sobre este tema u otro les da la posibilidad de liberarse. Jesús dijo: «Conoced
la verdad y ella os hará libres». Sí, la verdad los libera. El trabajo para
obtener la libertad es identificarse con el Creador. En esta identificación, el
hombre se acerca a Él, se fusiona con Él, llega a ser uno con Él y posee la
verdad, es libre. Cuando Jesús dijo: «Mi Padre y yo somos uno», resumió este
proceso de identificación.
La meditación les brindará algunas luces, pero no serán libres. La
contemplación los llevará hasta el éxtasis, pero tampoco serán libres. Solo
por medio del trabajo de identificación con la Causa primera ustedes
obtendrán este oro llamado verdad. Y esta verdad se refiere al hecho de que
el hombre es una chispa emanada de Dios y que un día retornará a Dios. He
ahí la verdad. El día que lo hayan comprendido, visto y sentido, serán libres,
libres de pasiones, libres de ambiciones, libres de sufrimientos, y entrarán en
la eternidad.
Haciendo esfuerzos por practicar la identificación, la contemplación, la
meditación… hasta el trabajo físico mismo, poco a poco ustedes sienten que
logran alimentar y potenciar estos principios psíquicos, espirituales, alrededor
de los cuales está organizada su vida interior. Por supuesto, estas pautas
pueden desarrollarse hasta el infinito y establecerse relaciones de diversos
tipos entre los diferentes elementos, y es lo que no he dejado de hacer en mis
conferencias, desde hace tantos años que les hablo. En este cuadro he querido
solamente ajustar todas las nociones de la vida física y de la vida psíquica,
con el fin de mostrar la unidad que existe en el hombre y cómo esta unidad
puede ser potenciada a través de diferentes actividades.
El valor de una enseñanza iniciática reside en que nos enseña a
transformar nuestras actividades cotidianas para que no atraigan hacia
nosotros sino los elementos más puros. Cuando hayamos purificado nuestra
materia física y psíquica, nuestro espíritu podrá comenzar a manifestarse
verdaderamente, el cuerpo no será un obstáculo. Hay seres que han llegado a
tal grado de pureza que, incluso cuando su cuerpo duerme, con su espíritu, en
el otro mundo, siguen recibiendo instrucción, trabajando, ayudando a los
humanos. He ahí algo en lo que seguro ustedes no han pensado. Quien no
practica la vida espiritual no puede liberarse para hacer un trabajo en el
mundo invisible; permanece encadenado a su cuerpo, alrededor del cual da
vueltas toda la noche, y duerme un sueño pesado, atravesado en ocasiones
por sueños penosos. Por el contrario, el Iniciado que logró hacer de su cuerpo
el instrumento de su espíritu trabaja mientras duerme. Su cuerpo físico esta
allí, acostado, inmóvil, pero su espíritu va por todos lados a ayudar y a aclarar
a las creaturas; su espíritu nunca duerme, está siempre activo. Hay que
entender que en la vida espiritual el cuerpo desempeña un papel muy
importante: si no se ha educado, le impide al espíritu salir de viaje para hacer
su trabajo5.
Les he explicado a menudo que cada una de nuestras actividades viene
acompañada de una combustión6. Sea física, afectiva o intelectual, la
actividad supone la formación de desechos que hay que eliminar, pues su
acumulación crea obstrucciones que impiden el buen funcionamiento del
organismo. Quien desee encender el fuego en una estufa o en una chimenea,
debe en primer lugar limpiar las cenizas y los escombros de la víspera. Pasa
lo mismo con nuestro cuerpo físico, e incluso con nuestro intelecto y nuestro
corazón. Por ello, cualesquiera sean nuestras actividades, debemos
esforzarnos por reemplazar los materiales usados por otros mucho más
sutiles, ligeros, luminosos, gracias a los cuales continuaremos alimentando
nuestra fuego interior, a fin de seguir con nuestra tarea. Y solamente por
medio de la meditación, la oración y todos los ejercicios espirituales,
podemos atraer hacia nosotros estos nuevos materiales.
1 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. IX: «La voluntad».
2 Op. cit., cap. IV: «El corazón y el intelecto».
3 Ibídem.
4 Cf. La vida psíquica: elementos y estructura, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Cuerpo, alma y espíritu»;
Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu».
5 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. IX: «Es bueno alabar al Eterno».
6 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. II: «Los secretos de la
combustión».
2
La meditación
I
Cómo prepararse para la meditación
Nada es más precioso para el hombre que la capacidad que posee de
concentrarse en objetos divinos. Esta capacidad permanece, da resultados
incluso después de su muerte, dado que no tiene su origen en el cerebro, sino
en el espíritu que es inmortal, y le permitirá continuar tranquilamente su ruta
por la eternidad.
El espíritu tiene un poder formidable, pero aún no se cree mucho en este
poder. Algunos, de vez en cuando, tratan de concentrarse durante unos pocos
minutos, de meditar, pero pasados esos minutos como no ven cambios, dicen:
«¿por qué perder el tiempo? El espíritu no puede hacer nada, el pensamiento
es ineficaz». En realidad, no han comprendido nada. Si su pensamiento no
puede hacer nada y su espíritu tampoco, es porque su materia psíquica se ha
vuelto espesa, opaca. Para transformarla, para hacerla sensible y sutil, serán
necesarios años y años, y ¡ni siquiera han comenzado aún ese trabajo!
De vez en cuando, seguro, cuando están en dificultades, cuando tienen
problemas por resolver, se vuelven pensativos, porque necesitan encontrar
una solución. Pero no puede llamarse a eso, meditar; es solo una reacción
instintiva, natural, frente al peligro, a la desdicha; cuando se dan cuenta de
que nada de concreto o material puede ayudarlos ya, buscan interiormente un
apoyo, un seguro, un abrigo. Está bien, solo que encontrarían más fácilmente
este soporte si no hubiesen esperado condiciones excepcionales para entrar en
ellos mismos y recurrir al poder del pensamiento, si hubiesen aprendido a
hacer de la meditación una práctica cotidiana.
La meditación puede compararse a la masticación de los alimentos.
Cuando llevamos alimento a nuestra boca y lo masticamos, las glándulas
salivales trabajan y absorbemos por medio de la lengua las energías más
sutiles. La meditación es también una especie de masticación, una
masticación de pensamientos, por medio de la cual absorbemos las
quintaesencias del mundo espiritual para hacer de ellas nuestro alimento.
A cada ser vivo que creó, el Señor le dio la posibilidad de encontrar el
alimento que le conviene. Observen solamente a los animales: existen
innumerables especies, insectos, aves, reptiles, peces, mamíferos… y para
cada una de esas especies, existe un alimento diferente, especialmente
adaptado, y todos saben muy bien encontrar lo que requieren. ¿Cómo es
posible, entonces, que solo los humanos no encuentren lo que necesitan?
Tratándose del alimento físico, se las arreglan muy bien. Pero si se trata del
alimento psíquico, espiritual, no lo saben. Y por tanto, en este caso también
todo se encuentra distribuido por doquier en el universo. Hay que conocer tan
solo en qué región se encontrará lo que se busca.
Si van a aventurarse en los pantanos, obviamente encontrarán mosquitos.
Para encontrar águilas, deben ir a las montañas. Si ustedes necesitan
contemplar la belleza, no se quedan en el altillo. Si quieren ser instruidos, van
a la universidad o a las bibliotecas. Para cada una de sus necesidades, el
hombre debe encontrar la región que le corresponde. Es verdad en el plano
físico y también lo es en el plano espiritual. Por eso, los discípulos de una
Escuela iniciática consagran cada día un tiempo para visitar las regiones del
mundo invisible, donde saben que podrán extraer todos los elementos
necesarios para su equilibrio y su progreso espiritual.
Ustedes dirán: «Pero, ¿cómo descubrir esas regiones? ¿Quién podrá
señalárnoslas? Para el caso del plano físico, hay al menos libros de geografía
con mapas que nos ofrecen toda clase de información, hay atlas,
enciclopedias… Pero, ¿cómo orientarse en el mundo invisible?» Ah, ¡he aquí
justo algo que no saben! En el plano psíquico se produce un fenómeno
análogo a aquel que le permite, por ejemplo, a un radiestesista encontrar a
una persona, gracias a un «testigo»: un mechón de sus cabellos, un vestido
que le pertenecía… La radiestesia se basa en la ley de afinidad. Aquí, lo que
sirve de testigo es su pensamiento: él se va al espacio, donde encuentra por
afinidad los elementos que le corresponden. El plano espiritual está
organizado de tal forma que el solo hecho de pensar en una persona
determinada, en una región determinada, o en un elemento particular permite
tocar directamente a esa persona, esa región, ese elemento, donde sea que se
encuentren. No es, por lo tanto, necesario conocer exactamente el lugar,
como en el mundo físico donde se requieren planos o mapas con indicaciones
precisas.
En el mundo psíquico, basta con concentrar su pensamiento con fuerza,
para que los conduzca exactamente a la región donde quieren ir: la salud, o la
armonía, o el amor, o la luz… Alguien dirá: «Pero deseo la salud y estoy
enfermo, deseo la armonía y estoy en la cacofonía, deseo el amor y no
encuentro sino hostilidad, deseo la luz y me debato en las tinieblas». Y bien,
amigo mío, si aterriza siempre allí donde no quiere ir, es porque su
pensamiento, su deseo no son suficientemente fuertes, hay demasiadas cosas
en usted que no vibran al unísono con esas regiones que quiere alcanzar. Siga
trabajando…
Cada vez más, es verdad, la meditación está de moda bajo la influencia de
filosofías orientales, pero no es para nada alentador ver a todos estos
desdichados embarcarse sin preparación previa en un dominio que no
conocen. ¿Cómo podrán meditar antes de haber comprendido ciertas
verdades, de haber vencido ciertas debilidades? No solamente no podrán
hacerlo, sino que en esas condiciones es incluso peligroso para ellos
intentarlo. Cierran los ojos, haciendo poses, pero interiormente ¿qué sucede?
¿Dónde están? Solo Dios lo sabe. Si entran en sus cabezas para observar,
duermen, los pobres, o se abandonan a toda clase de elucubraciones.
¿Meditan?... Ah, sí, en el dinero, en el poder, en un hombre o en una mujer
por seducir. No pueden meditar sobre temas celestes porque no tienen un alto
ideal que los saque de la vida ordinaria, animal y los lleve hasta el cielo.
No hay que hacerse ilusiones: la meditación es un ejercicio muy difícil.
Mientras se permanezca comprometido en ocupaciones prosaicas o inmerso
en las pasiones, no es posible meditar, pues la naturaleza de esas actividades
no lo permite: éstas retienen el pensamiento en las regiones inferiores de los
planos astral y mental. Para poder proyectar su pensamiento hacia las
regiones espirituales, es preciso liberarse interiormente. He visto gente
meditar durante años, pero perdían su tiempo o incluso se desquiciaban,
porque no sabían o no querían saber que para meditar hay que cumplir ciertas
condiciones. De hecho, muchos me lo han dicho: «Desde hace años trato de
meditar, pero no puedo, es el vacío, mi cerebro se bloquea». ¿Por qué?
Porque no han comprendido que ningún momento de nuestra vida existe
aislado, cada instante está ligado a todos aquellos que lo han precedido y que
llamamos el pasado. No han entendido que su pasado los vuelve pesados, los
fastidia, y como quieren de todas formas meditar, fuerzan su cerebro que se
bloquea, y nada que hacer… En adelante, estén atentos y díganse: «Quiero
meditar, entonces debo preparar mi cerebro y todo mi organismo, debo
alistarlo todo para tener la posibilidad de hacer el trabajo». Supongan que una
noche tuvieron una disputa muy violenta con alguien. Al día siguiente en la
mañana, al momento de meditar, los sucesos de la víspera vienen a su
consciencia y no paran de pensar: «¡Ah!, ¡ah!, me dijo esto, me dijo
aquello… ¡la próxima vez, va a ver, pasará un muy mal momento!». Sobre
este tema rondará su «meditación». ¡Todo un alboroto, un desorden! En vez
de elevarse hasta las regiones divinas, se agita todo lo vivido en el pasado, y
éste desfila, desfila… todo un cortejo de rostros y acontecimientos viene a
presentarse, no es posible salir de allí. Y como la historia se repite durante
años, evidentemente no hay resultados.
Ustedes todos podrán llegar a ser poderosos y libres, pero con la condición
de saber ciertas cosas y, en particular, que cada momento de la existencia está
ligado a los que lo precedieron. Fue lo que quiso decir Jesús cuando
aconsejó: «No os preocupéis del futuro». Sí, porque si arreglan todo hoy
correctamente, tendrán un buen comienzo mañana. Es cierto para cada
aspecto de la existencia y es cierto también para la meditación. Si han
solucionado interiormente sus problemas la víspera, serán libres el día
siguiente para concentrar su pensamiento en el tema que deseen. Mientras
que si no han resuelto nada hoy, mañana deberán correr a la derecha y a la
izquierda para remediar todas las faltas o todos los errores del pasado, y no
estarán disponibles para trabajar en el presente ni para crear el futuro.
Habiendo comprendido esto, quien quiere meditar comienza por
prepararse, se purifica y no se atiborra de toda clase de preocupaciones
inútiles1. Cuando ha logrado escapar de esta prisión que es la vida cotidiana
con todas sus obligaciones, cuando finalmente es libre, libre en su cuerpo, en
sus pensamientos, en sus sentimientos, y cuando comienza a elevarse
interiormente, la sensación intensa que existe una vida mucho más bella, más
rica, más vasta lo proyecta hacia las regiones donde esta vida circula…
regiones que están en realidad en él mismo, puesto que la vida divina fluye en
cada ser humano. Es esta vida la que llegará a degustar por un momento, y
una vez que ha tenido esta experiencia, no podrá olvidarla jamás: sabe, en
adelante, que puede salir del engranaje de las fuerzas oscuras que lo
limitaban, lo disgregaban, para entrar en las corrientes benéficas y liberadoras
de la luz.
La meditación es una operación psicológica, filosófica, un trabajo cósmico
de suma importancia. Cuando ustedes han aprendido a disciplinarse, su
pensamiento acepta someterse: quieren ponerlo en marcha, y se activa; lo
quieren detener, se detiene, como si las células de su organismo entero
hubieran decidido obedecerles. Pero mientras no hayan alcanzado este
control, necesitan horas y horas para relajarse; sus células continúan
agitándose, no los escuchan, y les dicen: «¡Si crees que vas a imponerte sobre
nosotras tan fácilmente, nos burlamos de ti, no te respetamos porque nos has
mostrado que eres demasiado ignorante, demasiado débil!» Y no hacen sino
lo que les parece. Lo han experimentado, ¿verdad?
La meditación es uno de los métodos más eficaces para liberarse de
tormentos psíquicos. Pero quien decide practicar la meditación debe saber
que esta decisión tendrá consecuencias, puesto que entra en un universo
donde las leyes son tan estrictas e implacables como las del mundo físico.
Atención, entonces, la decisión de meditar debe acompañarse de otras
determinaciones y, en especial, de aquella de adoptar una cierta disciplina de
vida. Es mejor no meditar si se tiene por meta de la existencia, el dinero, el
poder, la gloria, los placeres, etc., pues es la forma más segura de romperse la
cabeza.
Esto bien comprendido, es necesario también para meditar conocer la
naturaleza del trabajo psíquico. En primer lugar, no hay que preocuparse
tanto por el tiempo. Cuántas personas que quieren meditar están, allí,
apuradas, crispadas, obsesionadas con la idea de que hay que terminar rápido,
porque muchas otras actividades las esperan. Y esto les impide concentrarse.
Hay, en su subconsciente, alguna cosa que las bloquea y que deben
considerar para analizarla. Me van a objetar que la vida es así, que tienen un
trabajo, una familia, y toda clase de preocupaciones. Lo sé muy bien, pero si
durante una media hora, una hora, se acostumbran a no sentir que tienen
prisa, cuando retomen luego su trabajo, se darán cuenta que todo marcha diez
veces, cien veces mejor.
Cada cosa en su tiempo y en su lugar… A partir del momento que
decidieron meditar, no piensen en nada distinto, tendrán tiempo suficiente
después para ocuparse del resto. Esfuércense por estar en lo que se
encuentran haciendo, pues hay tiempo para todo. De lo contrario no habrá
tiempo para nada, porque nunca tendrán la cabeza donde debe estar: cuando
es momento de meditar, se piensa en todas las preocupaciones cotidianas, y
cuando se está hasta el cuello con todas estas obligaciones, ¡se dice que hay
que meditar! Díganme, por favor, si es razonable…
Supongamos que ustedes se encuentran ahora en un estado interior
apropiado para meditar… Hay todavía una regla que deben conocer: no
deben exigirle a su cerebro que se concentre bruscamente en un tema, puesto
que así ustedes violentan sus células nerviosas que reaccionan bloqueándose
y no llegarán a ninguna parte, salvo a un dolor de cabeza. Es preciso,
entonces, comenzar por ponerse en una actitud receptiva, relajarse, calmarse,
no pensar en nada, pero permanecer de todas formas vigilante. Claro, sin
entrenamiento no será fácil, pero a la larga, requerirán solamente algunos
segundos. Cuando sientan que su sistema nervioso está bien dispuesto, en una
actitud receptiva que le permita recargarse, tomar fuerzas, podrán orientar su
pensamiento hacia el tema escogido2.
Para poder meditar cada día sin fatiga, para que su pensamiento esté cada
día dispuesto, activo, dinámico, ustedes deben saber actuar con su cerebro, es
muy importante. Si quieren continuar durante muchos años sus actividades
espirituales, no se precipiten sobre un tema de sopetón, incluso si lo aman, si
es entrañable para ustedes, porque se preparan una reacción violenta de los
centros nerviosos. Comiencen lentamente, tranquilamente. Y en ello, la
respiración es también muy importante. Respiren regularmente, sin pensar en
nada, sientan simplemente que respiran. Sean conscientes solamente de la
respiración, de la sensación que ella produce… Esta respiración introduce un
ritmo armonioso en sus pensamientos, en sus sentimientos, en todo su
organismo. Y cuando se sientan por fin recargados, adelante láncense a este
trabajo en el que todo su ser participa.
Pero, lo repito, sean prudentes: el organismo psíquico requiere que se le
trate con tanta precaución como al organismo físico e incluso más, puesto que
por medio de la meditación, ustedes lo ponen en contacto con corrientes de
una gran intensidad. Así, deben comenzar por fortalecerse suficientemente
para resistir a esas corrientes, y eso toma tiempo. ¿Han visto cómo se
desarrolla una calabaza? Al comienzo, se encuentra colgada de un tallo frágil
que se rompe fácilmente. Pero a medida que la calabaza crece, el tallito se
fortalece al punto de resistir un peso de varios kilos. Y si les digo que el
mismo fenómeno se produce en el ser humano, ¡no se molesten si los
comparo con una calabaza! A medida que en sus meditaciones ustedes logren
captar las energías cósmicas, algo trabaja en ustedes para permitirles resistir
todas las tensiones.
Sin embargo, es necesario que esto se produzca progresivamente; quienes
quieren precipitar las cosas, se preparan desequilibrios muy graves. Se
parecen a ese hombre a quien su médico le prescribió una medicina muy
poderosa, y le precisó muy bien: «Debe tomarla durante un mes, pero no más
de tres gotas por día. –Un mes, ¡pero es demasiado tiempo!», se dijo el
enfermo. Absorbió todo el contenido del frasco de una sola vez… y cayó
muerto. Para meditar es preciso igualmente tomarlo con paciencia,
regularmente. De esta forma, el organismo logra fortalecerse y cada vez es
más capaz de resistir las tensiones.
Algunos se dirán: «para mí, la meditación es muy complicada. Haré
sacrificios, seré caritativo, haré el bien a los demás, con eso bastará». No, no
es suficiente con eso, ya que actuar, incluso con las mejores intenciones, no
impide transgredir las leyes: se puede enredar todo, destruirlo, si no se
comienza por meditar. ¿Por qué? Porque solo la meditación puede brindar
una visión clara de las cosas: a quién ayudar, cómo, en qué campo…
Y ahora, ¿sobre qué temas meditar? Evidentemente, es mejor comenzar
por temas accesibles. El ser humano está creado de tal manera que no puede
vivir naturalmente en un mundo abstracto. Debe, entonces, aferrarse primero
a lo que es visible, tangible, cercano a él, a lo que ama, a lo que necesita. Es
muy fácil concentrarse en el alimento cuando no se ha comido desde hace
mucho tiempo. Sin quererlo, se actúa justamente como el gato que se
concentra en el ratón. No vale la pena esforzarse, ¡simplemente funciona! Y
observen también cómo el muchacho se concentra en la chica que ama; en
este caso tampoco hay que esforzarse. ¡Qué meditación! No puede salir de
allí…
Entonces, comiencen meditando en lo que aman; luego lo dejarán de lado
para concentrarse en temas más difíciles, más lejanos, pero comiencen
primero por lo que les gusta, lo que los tienta… escogiendo obviamente un
tema de naturaleza espiritual. Comenzando por temas que les gustan, están
desarrollando en ustedes mismos un medio, un mecanismo de trabajo, y
podrán enseguida abandonarlos para proyectarse hacia regiones más lejanas,
más abstractas. Si comienzan por querer concentrarse en el espacio, el
tiempo, la eternidad, el absoluto… no llegarán más que a enredar sus ideas.
Más tarde podrán abordar todas estas cuestiones, e incluso meditar sobre el
vacío, el abismo, la nada, pero comiencen por temas más accesibles y vayan
progresivamente hacia temas difíciles que requieren mayores capacidades
mentales y psíquicas.
En la meditación, primero el intelecto escoge un tema acerca del cual va a
concentrarse, esa elección es muy importante porque en realidad los procesos
que se desencadenan van más allá del mismo intelecto. El ser humano es una
unidad, e incluso si para comprender más fácilmente se establecen ciertas
divisiones: corazón, intelecto, alma, espíritu3, en realidad todo está
relacionado. Si les gusta un tema, un objeto, su intelecto se detendrá más
fácilmente en él. Y luego, naturalmente, su alma se impregnará de las
vibraciones, de las emanaciones de este objeto: va a contemplarlo. Y
finalmente, el espíritu se identificará con él para llevar a cabo el trabajo
mágico de creación. Sí, ¡este asunto va realmente muy lejos! Hay seres que
parecen llevar consigo un mundo de fealdad y de tinieblas y crear la fealdad y
las tinieblas por donde pasan. Y otros, por el contrario, parecen llevar consigo
un mundo de belleza, de luz, y crear por doquier la belleza, la luz… ¿Por
qué? Reflexionen…
La verdadera meditación consiste, en primer lugar, en la escogencia que
hace el intelecto de un tema elevado en el que ustedes se concentran. Pasado
un cierto tiempo pueden abandonar esta concentración, para dejar a su alma
contemplar la belleza que lograron alcanzar. Y por último, se identifican con
esta belleza para poder llegar a ser su expresión viva4.
La meditación, la contemplación no tienen otro objetivo que permitirle al
hombre alcanzar un nivel superior de consciencia que influenciará después
sus gustos, sus juicios, sus actitudes. He aquí los métodos más útiles;
conociéndolos pueden obtener grandes resultados.
No olviden nunca que por medio de la meditación, ustedes tienen todas las
posibilidades de dar rienda suelta a su ser interior, ese ser sutil, misterioso, a
fin de que pueda salir, desarrollarse, observar el espacio infinito para grabar
todas las maravillas y realizarlas, luego, en el plano físico. Evidentemente, la
mayor parte del tiempo lo que ve ese ser en ustedes, lo que contempla, no
llega a su consciencia, pero repitiendo a menudo estos ejercicios, poco a poco
los descubrimientos que hace se volverán conscientes. Y así un tesoro se
instalará en ustedes y permanecerá por siempre en su posesión.
Hay que tomarle gusto a la meditación, es preciso que ella entre en el
pensamiento, en el corazón, en la voluntad, como una necesidad sin la cual la
vida no tiene ningún sabor, ningún sentido. Ese momento en el que
finalmente ustedes se sumergirán en la inmensidad y beberán el elixir de la
vida inmortal, deben esperarlo con impaciencia y decir: «Finalmente, voy a
abrazar el universo y por unos instantes al menos encontrarme frente a la
eternidad».
II
Meditar en la luz
Cada vez más, los países occidentales son invadidos por enseñanzas
provenientes de oriente que aportan diferentes técnicas de meditación. No
seré yo quien niegue el valor de esas enseñanzas y de esas disciplinas
milenarias. Todas las grandes religiones y filosofías de la India, del Tíbet, de
la China, de Japón han sido cumbres del pensamiento y de la espiritualidad.
Pero lo que pongo en duda es la eficacia de esos «yogas» para los
occidentales, teniendo en cuenta especialmente la manera en que los
practican –incluso si son indios, tibetanos o japoneses los que vienen a
enseñárselos. Veo que para la mayoría es algo exterior, superficial. ¿Cómo
pueden imaginar, por ejemplo, que la práctica de algunos asanas (actos),
mudras (gestos) y el recitar algunos mantras van a transformarlos? Algunos
dirán que éstas son las posturas de Buda cuando meditaba bajo la higuera y
recibió la iluminación. Es posible, de acuerdo, pero es preciso en primer lugar
considerar qué ser era Buda. No son las posturas que adoptaba, ni los gestos
que hacía los que lo convirtieron en Buda, son sus cualidades excepcionales,
y éstas se hubieran manifestado fueren cuales fueren las posturas que hiciera
y los mantras que pronunciara.
No digo que ciertas posturas, ciertos movimientos no contribuyan a
sensibilizar al hombre a corrientes particularmente poderosas o benéficas,
pero eso no es lo esencial. Si el hombre no ha desarrollado un verdadero
gusto y una verdadera disposición por la vida espiritual, ningún movimiento
o postura podrá llenar este vacío.
Cuando estuve en Japón, pasé algunos días en un monasterio budista Zen.
Había allí una docena de monjes muy amables, muy simpáticos, que me
hospedaron incluso en un pequeño templo, un poco aislado, para que no fuera
molestado por el ruido. Cada mañana, yo participaba en sus ceremonias y en
sus ejercicios de meditación Za-Zen. En una sala con los muros totalmente
desnudos, cada uno se sentaba en un cojín en posición de loto, mirando hacia
el muro. No les daré los detalles de esta postura (cómo mantener la cabeza,
los hombros, las manos, etc.), no es útil. Lo que resultaba interesante era la
presencia de un monje que, armado de un palo, se encargaba de golpear en la
espalda a aquel que comenzara a dormitar o que no mantuviera la postura
correcta. Lo anterior porque el hombre, al parecer, posee un centro nervioso
en la espalda muy importante y el golpe del palo en ese lugar debe armonizar
las energías, despertar a quien se duerme y relajar a quien está tenso. Para
experimentar los efectos de este palo, pedí al monje que me pegara. Él no
quería, pues decía que yo no lo necesitaba. Después de insistir, terminó por
aceptar: no sentí nada extraordinario –quizás justamente porque no lo
necesitaba- pero de todas formas, algo aportó.
Lo que me asombró de los monjes de este monasterio, y por cierto de la
mayoría de los monjes que practican el Za-Zen que conocí, es la
inexpresividad de sus rostros después de la meditación: ninguna luz los
aclara, ninguna vida los anima, e incluso en algunos los rasgos son de una
gran dureza. Claro, no voy a pronunciarme acerca de una disciplina que no
conozco bien; pero desde el punto de vista de la verdadera Ciencia iniciática,
una meditación es un contacto con el mundo divino, y quien medita debe
conservar en él las huellas de ese contacto: una mayor luz, un amor más
grande. De lo contrario, ¿para qué meditar?
Me dirán que el objetivo del Za-Zen es detener el pensamiento, hacer el
vacío. Y bien, justamente encuentro que en ciertos casos ese vacío se siente
mucho. No se puede tener por meta sentarse y hacer el vacío. Que algunas
veces sea útil, no lo niego, e incluso habría muchas cosas aún por decir sobre
la práctica del vacío. Realizar el vacío, ponerse en un estado de receptividad
para atraer, absorber, convertirse en un recipiente donde el Cielo vendrá a
depositar todos sus esplendores, es un buen principio. Pero hay un peligro,
pues si interiormente el terreno no se ha preparado, si uno no se ha purificado
previamente, realizando este estado de vacío, de pasividad, se atraerá lo que
corresponde al estado interior: entidades tenebrosas, corrientes nocivas. No
hay que hacerse ilusiones, el mundo invisible no está poblado solamente de
ángeles y arcángeles portadores de bendiciones, está poblado también de
creaturas monstruosas que a menudo son hostiles con los humanos y no piden
sino encontrar presas5. Por ello, solo aquel que se ha purificado y fortalecido
previamente puede ejercitarse en hacer el vacío en él sin peligro.
Ciertos símbolos de la cristiandad, como la copa del Grial, nos enseñan
que estas prácticas del vacío no pertenecen exclusivamente a las tradiciones
orientales. La copa del Grial contiene toda una enseñanza6. La copa es un
símbolo femenino que revela que el discípulo debe ponerse en un estado de
receptividad a fin de atraer esta quintaesencia cósmica que es la sangre de
Cristo, el espíritu de Cristo. Cuando el espíritu de Cristo desciende en el
discípulo, él se convierte en el Santo Grial, todo su ser es una copa en la cual
el Cristo viene a vivir.
La tradición cuenta que la copa del Grial era una esmeralda. La esmeralda
es una piedra preciosa de mucho valor, cuyo color verde es por excelencia
aquel del principio femenino, Venus. Y la sangre de Cristo contenida en la
copa es un símbolo del principio masculino, siendo rojo el color de Marte. El
espíritu de Cristo no puede descender en cualquier copa sucia o tallada en una
materia tosca; él viene a vivir solamente en una mujer celeste, lo que quiere
decir en un cuerpo purificado de toda mancha. El rojo y el verde son dos
colores complementarios: si fijan sus ojos en el verde durante un buen
momento, verán aparecer el rojo y a la inversa, pues esos dos colores se
atraen. Un verde sucio atraerá, por lo tanto, un rojo sucio… Y una copa sucia,
es decir, un ser humano impuro atraerá entidades diabólicas. Como ven, la
ciencia de los símbolos permite hacer descubrimientos sobre la vida interior
muy interesantes. Por consiguiente, antes de hacer el vacío, deben preparar
las condiciones, pues el vacío es por naturaleza aquello que está destinado a
ser llenado, y será llenado por lo que ustedes hayan atraído.
El Zen, el yoga son disciplinas muy antiguas, preparadas por seres de una
elevación espiritual excepcional, pero yo pienso que ellas ya no se practican
en el mismo espíritu que en el pasado, ni siquiera en sus países de origen. Y
pienso también que la manera en que los occidentales se abalanzan sobre
ellas es en ciertos casos muy inquietante. Pues es una ilusión creer que sin
una ciencia precisa acerca de la estructura del hombre y sus relaciones con el
universo, sin ciertas reglas de vida muy estrictas, sin un ideal elevado de
amor y de fraternidad, algunas posturas permitirán obtener grandes resultados
espirituales. Como es una ilusión también creer que yendo cada domingo a
misa a arrodillarse, tomar agua bendita, hacer la señal de la cruz y recibir la
comunión, un cristiano va a ser visitado por el Espíritu Santo.
Por lo tanto, a todos aquellos que son adeptos a enseñanzas orientales,
puedo decirles que todo lo que les enseñan como prácticas es magnífico, pero
no es así como llegarán a convertirse en Buda o como recibirán la
iluminación. Se puede recibir la iluminación sin practicar ninguna de estas
disciplinas. Sí, quien está decidido a hacer un verdadero trabajo sobre él
mismo, y lo aplica diariamente, recibirá la iluminación. Y para recibir la
iluminación, no existe un mejor método que meditar en la luz, trabajar con la
luz.
Hace años, cuando era aún un muy joven discípulo del Maestro Peter
Deunov, le pregunté: «¿Cuál es el medio más eficaz para desarrollar las
facultades espirituales y encontrar a Dios?» Y él me respondió solamente
esto: «Hay que pensar en la luz, concentrarse en la luz que penetra todo el
universo». Yo trabajé mucho tiempo sobre esta imagen de la luz y aprendí
mucho. Dios no es la luz, Él es infinitamente más que eso, no se Le puede
conocer, ni incluso imaginársele. Pero como ella es la primera emanación
divina, la luz contiene todas las cualidades, todas las virtudes de Dios. No se
puede, entonces, conocer a Dios, ni unirse a Él, ni amarlo sino a través de la
luz. Por consiguiente, cada día podemos hacer este trabajo con la luz,
concentrarnos diariamente en la luz, beberla, comerla, descansar en ella,
fundirnos en ella, impregnarnos de ella, sentir que el universo entero está
lleno de luz.
Puesto que la luz es la materia del universo, no se puede encontrar el
sentido de la vida sino en la luz. Por ello, debe convertirse en su principal
tema de meditación. Cada mañana, antes de preocuparse por cualquier otra
cosa, dirijan su pensamiento hacia la luz como si todo dependiera de ella,
como si su vida dependiera de ella. Háganlo como si su último instante
hubiese llegado, imaginen que deben dejar la tierra y que solo la luz puede
salvarlos. Concéntrense entonces en esta imagen de la luz que penetra el
universo y aporta todas las bendiciones. Durante un momento nada distinto
debe contar.
Esta luz pueden imaginarla violeta, índigo, azul, verde, amarilla, naranja, o
roja. Pero es preferible concentrarse en la luz blanca, pues es la síntesis de
todas las demás, ella reúne las virtudes del violeta, del índigo, del azul, del
verde, del amarillo, del naranja y del rojo7. Cuando hayan llegado a
concentrarse en la luz, a sentirla como un océano que vibra, que palpita, que
se estremece, donde todo es dicha y armonía, comenzarán a sentir también
que esta luz es un perfume y una música, esta música cósmica que se
denomina la música de las esferas, el canto de todo lo que existe en el
universo.
Si se acostumbran a consagrar cada día un momento prolongado a la luz,
la atraerán, la introducirán en ustedes y así todas las viejas partículas de sus
cuerpos físico, astral y mental serán reemplazadas poco a poco por partículas
más puras, más luminosas. Y vivirán la experiencia: cuando hayan tenido
realmente éxito con este ejercicio, sentirán durante algunos minutos al menos
que se volvieron luminosos, como si lámparas se hubieran encendido en
ustedes y los aclararan desde adentro. Sentirán incluso que esta luz sale de su
rostro, de sus ojos, de sus manos y de todo su cuerpo.
Pueden hacer este ejercicio con la luz vinculándolo con la respiración.
Inhalan pensando que atraen la luz y exhalan pensando que la proyectan
hacia ustedes mismos, sus órganos, sus células. De nuevo, inhalan… luego
exhalan… Muy rápido podrán constatar cuan favorablemente este ejercicio
actúa en ustedes; les aportará uno de los tesoros más preciosos: la paz
interior.
Y una vez que hayan atraído hacia ustedes la luz, podrán hacer un segundo
ejercicio: inhalan la luz y cuando la exhalen, imagínense que la proyectan
hacia el mundo entero. Evidentemente, no es posible hacer eficazmente este
segundo ejercicio sino después de haber practicado durante largo tiempo el
primero y luego de haber reemplazado en sí mismo muchas partículas opacas,
enfermizas, por partículas de luz. Hay que esperar a sentir que el trabajo de
transformación y de purificación ha tenido éxito para permitirse dar a los
otros esta luz que se ha recibido. Este trabajo con la luz se simboliza también
con la letra Aleph. Aleph es el Iniciado que toma la luz celeste, la vida
divina, para darla a los humanos.
Hace mucho tiempo, -yo debía tener unos veinte años- leí en el Zohar
palabras que no pude olvidar jamás. Estaban en búlgaro, obviamente, pero se
las traduciré al francés: «Siete luces hay en la altura sublime, y allí habita el
Anciano de los Ancianos, el Escondido de los Escondidos, el Misterioso de
los Misteriosos, Ain Soph». Cuando pronunciaba estas palabras, todo vibraba
y se estremecía en mí. Estas siete luces, presididas por siete ángeles, son
evidentemente los siete colores y a cada uno de ellos corresponde una virtud:
al violeta el sacrificio, al índigo la fuerza, al azul la verdad, al verde la
esperanza, al amarillo la sabiduría, al naranja la santidad, al rojo el amor.
Obviamente, se pueden asociar a estos colores otras cualidades, pero no es
necesario aquí entrar en detalles.
Ahora, añadiré que para facilitar estos ejercicios de meditación en la luz,
para que den realmente sus frutos, no deben limitarse solo a aquellos
momentos cuando uno se sienta a meditar. Cuando tengan un momento libre,
cierren los ojos y concéntrense en la luz. Háganlo discretamente, obviamente,
no es necesario que se note; pueden tan solo dar la impresión de que están
descansando. En todas las circunstancias de la vida, sea que cocinen, que
escriban cartas, que se estén bañando, vistiendo o desvistiendo, etc., pueden
durante algunos segundos imaginar esta luz en la cual se baña el universo
entero.
Si llegan a hacer de la luz su constante preocupación, ustedes llegarán a
transformar su vida. Cuando sientan que su alma se oscurece por una tristeza,
una dificultad, una duda, vayan hacia la luz y háblenle. Díganle: «Oh luz, tú
que eres la más sabia, entra en mí, ven a iluminar mi corazón y mi cerebro».
Y la luz viene y los ilumina. Si quieren ayudar a alguien que tiene una pena,
envíenle con el pensamiento rayos luminosos, penétrenlo con esos rayos.
¿Van a visitar a sus padres o a amigos? No entren en su casa en cualquier
estado de ánimo, con cualquier clase de pensamientos, con cualquier clase de
sentimientos. Antes de entrar a una casa, recójanse algunos instantes,
pensando que esta casa y sus habitantes están inmersos en la luz. ¿Cómo no
se alegrarán ellos de acogerlos?
Con el pretexto de que no tienen dones, ni cualidades, ni una situación
extraordinaria, muchos se creen justificados para abandonarse a una vida
mediocre. No, nadie puede justificarse así. Incluso el ser más desprovisto
desde todos los puntos de vista puede hacer este trabajo con la luz, pues es
simple, accesible a todos, y haciéndolo se realiza algo mucho más importante
y más útil que todos los trabajos de gente mucho más capaz en otros aspectos.
Sí, incluso el ser más desheredado tiene la posibilidad de adquirir este estado
de consciencia superior: trabajar con la luz para ayudar, aclarar, sostener a
toda la humanidad. Y no digan: «¡Pero no es posible, los humanos son tantos
y yo soy tan pequeño!» Si razonan de esa forma, ustedes disminuyen el valor
de lo que están haciendo. Seguro, no realizarán el Reino de Dios y su Justicia
de la noche a la mañana, pero desde el instante en que lo desean, orientan sus
fuerzas y energías en esa dirección. Este trabajo con la luz produce efectos en
ustedes mismos primero: se elevan, se ennoblecen y como nada permanece
sin consecuencias, de una manera u otra influencian favorablemente a los
otros. He aquí cuál debe ser para ustedes el principal tema de meditación.
Y puedo darles aún otro ejercicio. Están en la salida del sol y esperan el
primer rayo. Están vigilantes, atentos, y cuando este primer rayo aparece, lo
beben, sí, lo absorben… Así comienzan a beber el sol. En vez de mirarlo
solamente, lo beben, se lo comen, pensando que esta luz que está viva se
propaga en todas las células de sus órganos, que ella los refuerza, los vivifica,
los purifica. Este ejercicio los ayuda a concentrarse, a permanecer vigilantes,
pues la necesidad de seguir comiendo y bebiendo mantiene su consciencia en
vigilia.
1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. III: «La selección»; cap. IV: «La pureza en los
tres mundos».
2 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. X: «El poder de la concentración».
3 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Corazón, intelecto, alma
y espíritu».
4 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. VI: «Concentración, meditación,
contemplación, identificación».
5 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VII: «La cuestión de los
indeseables».
6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XVII: «El vacío y lo lleno: la copa del
Grial»; Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXIV: «La copa del Grial».
7 Cf. Hacia una civilización solar, Col. Izvor No. 201, cap. VII: «Los espíritus de las siete luces».
3 La oración
I
Orar es desplazarse
Como la estructura del hombre, la estructura del universo obedece a la ley
de la jerarquización: de la base a la cima, la materia es cada vez más sutil,
pura, luminosa1. Para obtener las partículas más puras de esta materia
debemos elevarnos. Así como el Creador nos ha dado los medios para
desenvolvernos en las regiones densas de la materia, Él también nos ha dado
interiormente los medios para tocar las regiones sutiles. Y la oración es
justamente este acto por medio del cual nos proyectamos muy alto, hasta ese
mundo luminoso donde el Señor ha puesto los más grandes tesoros, a fin de
alimentarnos de ellos. Puede ser que el Señor mismo no esté al tanto de que
necesitamos algo; pero ¿es preciso que Lo esté? Él distribuyó todo para que a
ninguna creatura en el espacio le faltara algo. Todo está a nuestra disposición,
pero nos corresponde a nosotros ir a buscar lo que necesitamos.
La oración no es pues una ocupación para gente crédula a quien se le ha
dicho que el Señor no tenía otra cosa que hacer que escucharlos mascullar sus
deseos y sus quejas. La verdadera oración está basada en una ciencia acerca
de la estructura del hombre y del universo y de los diferentes estados de la
materia. Más allá de la tierra, del agua, del aire, del fuego y de sus habitantes,
existen numerosas regiones cada vez más sutiles, habitadas por entidades
espirituales. Y de la misma manera que la tierra, el agua, el aire y el fuego
nos proporcionan todo lo que necesitamos en el plano físico, estas regiones
superiores pueden proporcionarnos todo lo necesario para nuestra evolución,
nuestro florecimiento, nuestra dicha. Pero nos corresponde a nosotros ir hasta
allá.
Imaginen que son perseguidos por enemigos. Ustedes corren, corren para
escapárseles… Finalmente, empolvados, extenuados, llegan a un salón
magníficamente iluminado, donde en medio de cantos, de danzas, de colores
y de perfumes de flores, una asamblea de seres luminosos está comiendo,
bebiendo, regocijándose. Ninguno de ellos les dice: «Eh, ¿qué viene hacer
aquí? ¡Es un intruso, salga!» Al contrario, los acogen, les ofrecen algo para
bañarse, vestirse, y los invitan al festín. Durante este tiempo, quienes los
perseguían se quedan afuera, en la puerta y no pueden hacerles ningún mal…
Y bien, eso es la oración: ustedes corren, corren, es decir, logran
desprenderse de los obstáculos, las dificultades, los sufrimientos y llegan a un
lugar donde el Señor está regocijándose en compañía de los Ángeles, de los
Arcángeles y de todos sus amigos. El Señor no pide nada mejor que
acogerlos entre ellos; pero les corresponde a ustedes esforzarse por llegar
hasta allí y permanecer el mayor tiempo posible. Por consiguiente, en
adelante, cuando se sientan pobres, infelices, angustiados, no se queden
donde están, ¡sacúdanse, reaccionen, cambien de región!
Desafortunadamente, lo sé muy bien, la gente prefiere ir a lloriquear, a
quejarse aquí y allá, a tomar calmantes, en vez de recurrir a este medio
mucho más sencillo y eficaz: la oración. Incluso la abandonan cada vez
más… ¿Cómo, en pleno siglo veinte, un hombre inteligente va a servirse de
medios que eran buenos en la edad media para un pueblo ignorante, crédulo,
supersticioso? Ahora, la ciencia reemplazó la oración por las píldoras. O por
el psicoanálisis, que mantiene a la gente en las capas inferiores del
inconsciente…
En realidad, la facultad de orar, de suplicar es el don más preciado que el
Señor le ha otorgado al hombre; gracias a ella, él no ha desaparecido aún.
Quien ora, quien actúa por medio de su alma y de su espíritu, transforma
interiormente sus dificultades, sus sufrimientos. Incluso, si no puede hacer
nada en contra de los acontecimientos externos, allí donde otros se
desalientan, se hunden, él encuentra fuerzas, alimento, recibe aliento para
continuar su trabajo.
No hay que aguantar nunca, no hay que dejarse llevar nunca, sino tratar de
remediar. Y para remediar, está la oración. Nos toca a nosotros desplazarnos,
no hay que esperar a que en su clemencia, en su misericordia, el Señor venga
a visitarnos. El Señor no descenderá. Ustedes dirán: «Pero hemos leído en las
Escrituras que el día de Pentecostés, ¡el Espíritu Santo descendió sobre los
apóstoles en forma de lenguas de fuego!2» En realidad, quien recibe el
Espíritu Santo ya se ha elevado interiormente hasta las regiones celestes
donde se fusiona con la Divinidad; e incluso si se dice entonces que el Señor
«descendió» en él, no realmente, fue él quien subió hasta el Señor y el Señor
lo llenó de su presencia. El Señor no desciende en nosotros sino en la medida
en que somos capaces de subir.
Pueden encontrar todo en ustedes mismos: la tierra, el cielo, e incluso el
infierno; depende de ustedes saber hacia dónde quieren ir. Y si por
imprudencia cayeron en el infierno, nada ni nadie los obliga a eternizarse allí:
tienen la posibilidad de salir. Alguien se acerca a mí a lamentarse,
pretendiendo que está condenado. No lo contradigo porque sé que es inútil,
quiere sin falta estar condenado. Bueno, pero le explico que no es por la
eternidad. Está condenado por un momento, de acuerdo, puesto que insiste
pero eso no debe impedirle buscar su salvación. Le digo: «Usted se parece a
alguien que ha caído en un pantano plagado de bichos que lo acosan, lo
pican, lo muerden: grita, suplica al Señor, pero no hace nada más. Y es
normal, el Señor no vendrá a sacarlo de allí: le corresponde a él transportarse
a otro lado, a regiones más habitables, más tranquilas». En las peores
situaciones, hay que pensar que nunca nada es definitivo. Y la única cosa por
hacer es desplazarse. Mientras no se comprenda esto, es prácticamente inútil
orar.
Pero la gente es increíble: para ella, orar es pedirle al Señor que venga a
buscarla al lugar donde se encuentra, es decir que sin cambiar nada en su
comportamiento o en su manera de pensar, exige de Él que venga a sacarla
del infierno para ponerla en el Cielo. ¡Pues no! Y cuando Jesús decía:
«Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que
está en secreto», enseñaba también la necesidad de desplazarse: «Entra en tu
habitación» significa: sal de un lugar para ir a otro. Entrar quiere decir
desplazarse. Jesús lo expresa de forma diferente, pero es la misma idea.
Supongamos que ustedes se encuentran en una gruta o en un subterráneo y
allí, suplican al sol que venga a aclararlos. No serán escuchados nunca, el sol
no se desplazará para entrar en la gruta. Son ustedes quienes deben salir para
recibir su luz. ¿Qué representan las grutas, los subterráneos, las cuevas? La
vida ordinaria. Y si no quieren renunciar a ella, si continúan viviendo como
en el pasado, pidiéndole al Cielo que venga a inclinarse ante su caso, que los
aclare, que los ayude, los sane, los enriquezca, es imposible, no lo hará.
Tomemos ahora este ejercicio que hacemos todas las mañanas durante la
primavera y el verano. ¿Por qué nos levantamos muy temprano para ir a ver
la salida del sol? Pues justamente, es simbólico. Ya con el hecho de dejar la
cama, nuestra habitación, nuestra «cueva», para asistir a la salida del sol,
mostramos que somos conscientes de la necesidad de desplazarnos para ser
iluminados, calentados, vivificados3.
Mientras los humanos se nieguen a abandonar sus viejas maneras de vivir
y oren al Señor como oran al sol para que venga a buscarlos en el fondo de
una gruta, pierden su tiempo. Les toca a ellos desplazarse, es decir, cambiar
su existencia para recibir la luz, el calor y la vida del sol. Y como el sol es
simbólicamente el mejor representante de Dios, reciben las riquezas que Dios
ha esparcido a través del espacio. Todo está allí, disperso profusamente, pero
es preciso ir a tomarlo. ¡Qué orgullo imaginarse que todo debe venir hacia
nosotros! Hay que ser más humildes4. Y la humildad es justamente aceptar
que hay que desplazarse, ustedes dan el primer paso y entonces reciben.
Quien quiere realmente que su oración sea atendida debe elevarse hacia
las regiones del espíritu. De la misma manera que deja físicamente su cama y
su casa para ir a ver el sol salir, debe interiormente desprenderse de la vida
ordinaria; de lo contrario, incluso delante del sol no recibirá gran cosa: un
poco de luz, de calor y de vida, es todo; las verdaderas riquezas se le
escaparán. ¿Es claro? Debemos ir siempre más lejos, siempre más alto, subir
hasta la Fuente de la que el mismo sol recibe la vida. No basta entonces con
mirar el sol; puede mirársele durante años y seguir siendo el mismo, egoísta,
injusto, cruel. Hay que abandonar las cuevas, los subterráneos interiores y
subir más alto, siempre más alto5…
Y cuando sientan que subieron hasta la cima de su ser, pueden entonces
formular oraciones, pues la oración no está reservada para aquellos que
sufren o que están en la miseria. Incluso si son felices, si no les falta nada,
oren, pídanle al Señor que los ponga a su servicio a fin de contribuir a la
llegada de su Reino en la tierra. Dado que son felices, piensen en la felicidad
de los otros. Que sus oraciones sean las más nobles, las más desinteresadas.
Sí, porque… ¡cuidado con lo que piden! Si sus deseos son muy bajos, muy
personales, ¡no es seguro que su realización pueda satisfacerlos realmente!
Mientras que si piden cosas tan grandiosas como la llegada del Reino de
Dios, incluso si no se realiza, no serán decepcionados nunca, pues su alma se
llenará de la inmensidad.
II
La habitación del silencio
«Cuando ores, decía Jesús, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a
tu Padre que está en secreto». Esta habitación secreta no es, obviamente, un
sitio físico con cuatro muros, sino un estado de consciencia. Cuando ustedes
logran crear el silencio y la paz en ustedes mismos, cuando experimentan la
necesidad de expresar su amor por el Señor, están ya en esa habitación
secreta: por un momento al menos, pudieron alcanzar esas regiones del alma
y del espíritu que llevan en ustedes desde la eternidad, pero a las que no
tienen generalmente acceso en la vida corriente y cuya existencia la mayoría
de los humanos ni siquiera conoce. Pues así como ignoran lo que pasa en su
subconsciente, ignoran también lo que pasa arriba en el cielo, su cielo, su
espíritu, su consciencia divina.
La habitación secreta es pues un estado de gran concentración, de paz, de
silencio, donde todo el resto se apaga, donde no existe otra cosa que su
oración, su palabra interior que recorre el espacio. En ese instante, incluso si
ustedes no son completamente conscientes, están realmente en su habitación
secreta.
Esta habitación secreta es un símbolo magnífico y de una gran
profundidad, conocido ciertamente mucho antes de Jesús. Todos los Iniciados
saben que para orar, hay que entrar profundamente en sí mismo, porque
afuera, en el exterior, nuestra voz no tiene mucho alcance ni resonancia.
Supongamos que ustedes se encuentran en la calle y allí, de repente, piensan
que tienen algo que decirle a un amigo que está en otra ciudad. Es imposible
hablarle, a menos que entren en una cabina telefónica: allí hay un teléfono
para marcar un número y lograr la comunicación. Si permanecen en la calle,
sin teléfono, pueden hablar, gritar, su amigo no los escuchará. De la misma
manera, para ser escuchado por el Cielo, es preciso entrar en esta habitación
secreta de la que Jesús habla, pues ella está, igualmente, bien dotada con
«teléfonos» que permitirán la comunicación con los mundos superiores.
Y observen cuánto esta imagen de la cabina telefónica es ilustrativa:
cuando entran en ella, ustedes se aseguran de cerrar la puerta para poder
hablar y escuchar sin ser molestados por los ruidos de la calle, pero también
porque no es necesario que los demás escuchen lo que ustedes dicen. Es igual
para el trabajo espiritual. No es en el ruido que pueden hacer este trabajo,
sino en un lugar interior, secreto, a donde ustedes deben entrar y cerrar la
puerta. Cerrar la puerta significa no dejar penetrar cualquier sentimiento o
pensamiento, sino solamente aquellos sentimientos inspirados por el amor
divino y aquellos pensamientos inspirados por la sabiduría divina; de lo
contrario habrá interferencia en su comunicación con el Cielo, y no recibirán
ninguna respuesta. Únicamente en la habitación secreta, el orar tiene
realmente un sentido: ustedes hablan y escuchan, dirigen una petición al
Cielo y reciben la respuesta. Y si no llegan a comprender bien lo que el Cielo
les dice, es porque no supieron utilizar sus teléfonos o porque olvidaron
cerrar la puerta.
La habitación de la oración es entonces un lugar de silencio y secreto, pues
los demás no deben darse cuenta de lo que ustedes dicen, cómo lo dicen y a
quién lo dicen. Obviamente, algunas veces no podrán impedir que se den
cuenta de que oran. Pero entre menos se den cuenta, tanto mejor. En los
Evangelios Jesús también habla de ese fariseo que subió al Templo y que de
pie ¡oraba con ostentación!... Pues bien, es todo lo contrario de la habitación
secreta, que es la habitación del silencio, el silencio del corazón. Pero aquí el
«corazón» no es ese principio psíquico que corresponde al plano astral, sede
de los sentimientos y deseos inferiores. La habitación secreta es el corazón
espiritual, es decir, el alma. ¡Hay tantas «habitaciones» en el hombre! Y entre
todas esas habitaciones, muy poca gente ha encontrado justamente aquella
que ama el silencio. La mayoría se extravió en otras habitaciones, y es allí
donde ora; pero como no encuentra en ellas los teléfonos apropiados, el Cielo
no escucha sus peticiones.
Para escapar de las demandas y de las agresiones del mundo exterior,
algunos seres se retiraron a los desiertos o a los bosques. Se trata de
solitarios, ermitaños, anacoretas. Entre ellos, hay algunos que fueron mucho
más allá y que quisieron romper prácticamente con toda relación con el
mundo exterior, no utilizar más sus cinco sentidos, ponerlos fuera de servicio.
Para ello, cavaron en la tierra huecos justo del tamaño para introducirse en
ellos y allí se refugiaron. Gracias al adormecimiento de sus cinco sentidos,
estos seres lograron crear en ellos el silencio absoluto; sin nada para ver,
escuchar, sentir, probar o tocar, lograron perforar esta pared opaca que separa
al hombre de la verdadera realidad6.
Cuando estuve en la India, me encontré con algunos de esos escasos seres
que han vivido experiencias semejantes. E incluso si sabía muchas cosas
antes de encontrarlos, me enseñaron mucho sobre el poder del verdadero
silencio, único capaz de hacer vibrar nuestros centros espirituales. El
verdadero silencio no es solamente ausencia de ruido. El verdadero silencio
es la fuente de todas las creaciones, es la expresión de Dios mismo. Hay que
unirse a él a menudo, sumergirse en él, tratando incluso de detener el
pensamiento, porque el pensamiento es movimiento y todo movimiento hace
ruido, así éste sea pequeño, y perturba el silencio. En este silencio una
extraordinaria paz se instala en nosotros y puede incluso entonces que Dios
nos hable7.
Entrar en el silencio es pues una actividad que se sitúa más allá de los
cinco sentidos, más allá del sentimiento e incluso del pensamiento. Cuando se
alcanza esa región del silencio, se nada en un océano de luz, se vive la
verdadera vida, intensa, abundante. Esta experiencia del silencio, algunas
personas la han vivido luego de grandes trastornos, de grandes sufrimientos,
de crueles pérdidas. Como si el choque recibido las hubiera proyectado más
allá de ellas mismas, allá donde vela esa entidad que la Ciencia iniciática ha
llamado justamente «el Silencioso».
Pero realmente aun si han conocido tales experiencias, la mayoría de los
humanos vive la mayor parte del tiempo en la periferia de su ser8. Para ellos,
la vida interior se limita a los campos del corazón y del intelecto, es decir, a
los planos astral y mental. Y allí claro, ¡todo se agita!, los deseos, las
sensaciones, las pasiones, las tristezas, los proyectos, los cálculos, hay mucho
para ver, escuchar y ocuparse. Pero en lo profundo, toda esta ebullición no
cambia nada, el hombre no se transforma. Para cambiar en profundidad, para
encontrar algo que sea esencial, no debe permanecer allí, debe elevarse hasta
los planos causal, búdico y átmico, la habitación del silencio.
Algunos dirán: «Pero este silencio del que usted nos habla, esos mundos
más allá de los pensamientos y de los sentimientos, es el vacío, nos pide
lanzarnos al vacío… es espantoso!» De cierta manera, sí, se puede llamar a
eso el vacío, pero no se asusten, no he dicho jamás que hay que lanzarse allí
así, sin estar listos. ¿Por qué sería yo más insensato o más cruel que la madre
pájaro? ¿Qué hace una madre pájaro? Ella conserva a sus crías en el nido
todo el tiempo que sea necesario; luego, cuando siente que están listos, que
sus alas están suficientemente desarrolladas, los empuja fuera del nido, pero
no antes. Pues bien, yo tampoco los empujo hacia el vacío antes de que estén
listos. Les presento solamente antes el trabajo por hacer y los medios para
hacerlo, es todo.
Por cierto, se los he dicho, el vacío no es un objetivo en sí mismo. Hacer
el vacío, es únicamente aprender a desprenderse de todos los elementos
extraños que nos impiden entrar en contacto con el mundo divino y recibir
sus bendiciones. ¡Cuántas personas son como botellas llenas! No hay manera
de verter alguna cosa en ellos, están llenos, llenos de deseos malsanos, de
pensamientos erróneos, de decisiones tomadas. Hay que vaciarse de todo
esto.
Por lo tanto, es verdad, hacer el silencio es en cierta forma hacer el vacío
en sí, y en ese vacío se recibe la plenitud9. Sí, pues en realidad el vacío no
existe. Retiren el agua de un recipiente, entra el aire; retiren el aire, entra el
éter… Cada vez que se intenta hacer el vacío, la materia es reemplazada por
una materia más sutil. De la misma manera, cuando se logra rechazar los
pensamientos, los sentimientos y los deseos inferiores, la luz del espíritu
irrumpe: en ese momento, se ve, se sabe.
El silencio es la región más elevada de nuestra alma, y cuando alcanzamos
esta región, entramos en la luz cósmica. La luz es la quintaesencia del
universo. Todo lo que vemos alrededor de nosotros e incluso lo que no vemos
es atravesado e impregnado de luz. Y el objetivo del silencio es justamente la
fusión con esta luz que está viva y que penetra toda la creación. Cuando
ustedes llegan a fusionarse con la luz, poseen la quintaesencia con la que
pueden llenar las palabras de su oración, y entonces su oración se vuelve
realmente poderosa.
¡Hay todavía tantas incomprensiones en la cabeza de la gente acerca de la
oración! Se imaginan que lo esencial está en las palabras que pronuncian.
Pues no, a menudo las palabras caen a su lado sin efecto. La boca farfulle
algo, pero en realidad el hombre no ora, porque no ha podido capturar esta
quintaesencia que debe colmar las palabras que pronuncia para hacerlas vivas
y actuantes. La palabra no es en cierta forma sino la firma que permite
desencadenar las fuerzas de lo alto.
Y sobre este tema, agregaré aún algo. Esta oración que hacen en el
silencio produce en ustedes una acumulación de energías y es recomendable
dar salida a esas energías10. No hacerlo puede causar trastornos: demasiadas
fuerzas acumuladas, demasiadas tensiones, es como un barril de pólvora que
puede explotar en cualquier momento. Dándoles a estas fuerzas la posibilidad
de actuar, la palabra constituye justamente un medio para canalizarlas. Hay
que encontrar siempre una forma de utilizar las energías acumuladas, y la
palabra puede hacerlo. Por consiguiente, luego de un momento de gran
fervor, de comunión intensa con el Cielo, pueden pronunciar algunas
fórmulas en voz alta, como por ejemplo: «Hágase tu voluntad en la tierra
como en el Cielo», o «Que el Reino de Dios y su Justicia se realicen en la
tierra». De esa forma, nada le hará falta a su oración.
«Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre
que está en secreto». Lo esencial es comprender, evidentemente, el
significado espiritual de estas palabras, pero ello no impide destinar
realmente en casa un lugar especial para recogerse11. Si pueden, traten de
tener en su apartamento un lugar aparte, reservado al silencio. Incluso si no es
más grande que una cabina telefónica, lo importante es que sea un lugar
consagrado, cuyas vibraciones, fluidos sutiles que ustedes ya han dejado allí
les permitan entrar más fácilmente en contacto con la Divinidad. Ese lugar
habrá de ser pintado de bellos colores y decorado con algunos cuadros
simbólicos o místicos. Conságrenlo al Padre celeste, a la Madre divina, al
Espíritu Santo, a los ángeles y a los arcángeles, no dejen entrar allí a nadie y
ustedes mismos no entren sino cuando sean capaces de hacer silencio a fin de
escuchar la voz del Cielo.
Vivimos en los dos mundos al mismo tiempo: visible e invisible, material
y espiritual, por ello es bueno tener esta habitación del silencio en sí mismo y
fuera de sí, y mantenerla bajo la protección de los espíritus luminosos. A
medida que ustedes preparan esta habitación del silencio, sean conscientes de
que la preparan también en ustedes, en su alma, en su corazón. Así, llegará un
día en el que, sin importar donde se encuentren, incluso en medio de
tumultos, podrán entrar en esa habitación interior para degustar la paz y la
luz.
1 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. IX: «Jerarquía y libertad».
2 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XVIII: «El descenso del Espíritu
Santo».
3 Cf. La nueva tierra, Obras Completas, t. 13, cap. IX: «El sol»; Folleto No. 323: Meditaciones en la
salida del sol.
4 Cf. El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor No. 221, cap. XI: «Orgullo y
humildad».
5 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. X: «¡Suban por encima de las nubes!».
6 Cf. La armonía, Obras Completas, t. 6, cap. IV: «El discípulo debe desarrollar el sentido del mundo
espiritual».
7 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. XII: «Voz del silencio, voz de Dios».
8 Op. cit., cap. II: «La realización del silencio interior»; cap. III: «¡Dejen sus preocupaciones en la
puerta!»; cap. VII: «La armonía, condición del silencio interior»; cap. VIII: «El silencio, condición del
pensamiento».
9 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XV: «El vacío y lo lleno: Poros y Penia».
10 Cf. La voz del silencio, Col. Izvor No. 229, cap. V: «El silencio, depósito de energías».
11 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXV: «La construcción del
santuario interior».
4
El arte y la vida
I
La actividad creadora como medio de evolución
Desde el comienzo de su evolución, el hombre ha deseado crear. Entre los
instintos más fuertes, más tenaces que posee, se encuentra esta necesidad de
ser un creador a fin de parecerse a su Padre celeste. Y el arte es una de las
manifestaciones más impactantes de esta necesidad de creación. Se observa
en los pueblos más primitivos, como lo revelan las pinturas que han sido
encontradas en las paredes de numerosas grutas en todos los continentes. Y
observen a los niños: desde su más tierna edad comienzan a hacer castillos de
arena, dibujos, coloreados; a inventar historias, canciones, danzas, disfraces;
a utilizar cualquier clase de objetos como instrumentos de música, etc.
El arte nos revela que la necesidad que experimenta todo ser humano de
convertirse en un creador no se limita a reproducirse para la conservación de
la especie, instinto que poseen ya los animales; ella se manifiesta como un
impulso de ir cada vez más lejos, de dar cada vez un paso más, de reemplazar
una forma vieja por una nueva, más sutil, más armoniosa, más perfecta. El
poder creador del hombre reside más arriba que su nivel de consciencia
ordinario; se encuentra en una parte de su alma que se manifiesta como
facultad de explorar, de contemplar realidades que lo superan y de captar sus
elementos.
Crear es sobrepasarse, superarse. Algunos hablan de imaginación… Si se
quiere; pero entonces hay que saber que lo que se llama «imaginar» no
significa inventar cosas que no existen1. Por el contrario, imaginar es captar
realidades sutiles que existen ya y esforzarse por traducirlas en palabras,
formas, colores, sonidos. Y si en el plano de la realización estamos limitados,
pues para realizar es preciso poseer una habilidad, una técnica, que no le son
otorgadas a todo el mundo, en el plano del pensamiento, del sentimiento, del
deseo, nada nos limita.
Así pues, este instinto de creación que cada ser posee en sí mismo lo
obliga a sobrepasar sus posibilidades ordinarias y lo pone en contacto con
otras regiones, otros mundos poblados de creaturas superiores. Gracias a esta
parte de él mismo que logra desplazarse, ir más lejos, más alto, para captar
ciertos elementos completamente nuevos, puede crear hijos que le son
superiores, y también obras maestras que lo superan. Pues a menudo la
creación es mucho más bella que su autor. Ustedes ven allí a un hombrecillo
poco importante y, sin embargo, ese hombrecillo produjo una obra
gigantesca, digna de un gigante, de un titán, y ante la cual el mundo entero se
maravilla.
Pero si todos los seres humanos tienen esa necesidad de crear, muy pocos
son aquellos capaces de entrar en contacto con las regiones celestes y ser
conscientes de que para producir creaciones dignas de ese nombre, hay que
conocer ciertas leyes, pero también ejercitarse. ¿Ejercitarse en qué forma? Ya
lo comprenderán.
¿Qué hace que la tierra, apagada, incultivada y estéril del invierno, se
cubra en primavera y en verano de una vegetación tan bella y colorida:
hierbas, flores, hojas, frutos? Es porque en este período, se encuentra en una
posición en relación con el sol que le permite recibir mejor su luz y su calor y
captar así ciertos elementos que ella misma es incapaz de producir. Una vez
en posesión de esos elementos, se pone a trabajar y da obras maestras
coloridas, perfumadas, dulces, nutritivas que ofrece a todas las creaturas. Del
mismo modo, si el hombre quiere crear y producir obras excepcionales, debe
aprender a exponerse al sol espiritual y hacer intercambios con él.
Ustedes comprenden mejor ahora porque vamos en la mañana a
contemplar la salida del sol: para aprender a crear obras que se le parezcan,
obras vivificantes, límpidas, llenas de luz y de calor. El sol con su luz, su
calor y su vida es un medio de acercarnos a Dios, de unirnos a Él, porque es
en estos intercambios con el Señor que nos volvemos creadores como Él.
Ésta es la razón de ser de la oración, de la meditación, de la contemplación:
salirse de su estado de consciencia ordinario, elevarse por encima de sí
mismo, desplazarse, sobrepasarse. Para producir obras maestras inolvidables,
eternas, un creador no debe permanecer únicamente al nivel de los cinco
sentidos, sino esforzarse, gracias a sus cuerpos sutiles, por entrar en relación
con el mundo divino.
¿Qué es la inspiración? La entrada de una entidad espiritual en un ser
humano. Esta entidad que logró atraer toma posesión de él, a fin de ejecutar a
través suyo lo que él mismo no sería capaz de realizar. Por sí mismo, en su
estado ordinario de consciencia, el ser humano no es tan capaz de producir
creaciones geniales, divinas, pero sabiendo cómo atraerlas, puede ser visitado
por entidades muy evolucionadas que vienen a inspirarlo. Si los artistas del
pasado: arquitectos, escultores, pintores, músicos, poetas, filósofos… han
legado a la humanidad obras maestras, es porque conocían ciertas leyes de la
vida espiritual. Antes de comenzar a trabajar, se recogían, meditaban y pedían
la bendición del Cielo. Recibían así la revelación de la verdadera belleza y la
posibilidad de expresarla y de transmitirla.
Observen solamente ¡cuántos poemas de la antigüedad comienzan por una
invocación a los dioses o a las musas! Era una manera de mostrar que antes
de crear, el artista debe dirigirse a seres superiores para pedirles participar en
su trabajo. Pero ahora, ¿dónde encontrarán ustedes artistas que vayan a orar y
a meditar antes de crear? ¡No necesitan la ayuda del Cielo! La mayoría de los
artistas contemporáneos ha olvidado desafortunadamente estas prácticas tan
saludables que son la meditación, la contemplación, la oración; permanece en
la prosa, en el ruido, el humo, se imagina que viviendo una vida desordenada,
pasional, creará obras sublimes. Pues no, la mayoría no le propone al público
sino mediocridades, espantajos, monstruosidades, «garabatos» que revelan
exactamente su grado de evolución. Porque ellos perdieron el secreto de la
verdadera creación. Se justifican diciendo que pintan la «realidad». Pero ¿qué
es la realidad? Hay toda clase de realidades. Lo que llamamos la «realidad»
depende de nuestra manera de ver. Y hoy día está de moda en el arte
detenerse en las «realidades» más prosaicas, groseras, sórdidas incluso. Por
ello las creaciones contemporáneas no solamente no contienen ya este
elemento de eternidad que le da semejante precio a las obras del pasado, sino
que ellas arruinan algo en el ser humano.
Y pasa lo mismo con los filósofos, los novelistas, los poetas que nunca
han hecho el esfuerzo de elevarse hasta las regiones superiores del espíritu:
sus obras arruinan a aquellos que las leen, inspirándoles la duda, la revuelta,
la anarquía, el desespero. Entonces, estudien bien los estados que esas obras
provocan en ustedes. Frecuentar obras literarias y artísticas no deja jamás de
tener consecuencias para nadie. Mirándolas, escuchándolas, entramos en
relación con sus creadores, comenzamos a sentir, a vivir lo que ellos han
vivido, pues inconscientemente recorremos el camino que ellos recorrieron
antes de nosotros: nos llevan a las regiones que ellos visitaron. Y he allí
verdaderamente la utilidad del arte, el lado educativo del arte. Cuando los
artistas han sabido elevarse hasta el mundo divino, hasta la cima de su ser,
han traído de estas ascensiones espirituales elementos que no solamente
continúan trabajando en ellos, sino que aportan transformaciones benéficas
en el mundo entero. He ahí el ideal de un verdadero artista, el ideal de un
Iniciado.
En resumen, los Iniciados, los místicos y los artistas coinciden en el hecho
de que ellos arrastran a la humanidad hacia lo alto: los artistas por medio de
sus obras maestras, los místicos por medio de sus virtudes y sus emociones
espirituales, y los Iniciados, los grandes Maestros (que yo pongo por encima
porque están más cerca del mundo divino) por su capacidad de hacer brillar la
luz del espíritu. Los artistas se esfuerzan por presentar formas que se
aproximan lo más posible a la belleza ideal; los místicos, los religiosos se
consagran al mejoramiento del campo psíquico, moral, es decir, del
contenido; y los Iniciados, los grandes Maestros trabajan en el campo del
sentido, es decir, de las ideas, de los principios. Estas tres categorías de seres
coinciden en su deseo de hacer evolucionar a la humanidad. Solo difiere el
campo en el cual ejercen su actividad.
Estas tres categorías de seres corresponden a los tres principios esenciales
de los que está constituido el hombre: el espíritu, el alma y el cuerpo2; el
intelecto, el corazón y la voluntad; el pensamiento, el sentimiento y la acción.
Por medio de estos tres principios el hombre debe acercarse al Cielo. En
realidad, los tres son necesarios, pero en el primer lugar debe ponerse la
inteligencia, el sentido; enseguida la moral, las aspiraciones místicas, un
corazón vasto y sensible; y finalmente la acción, el trabajo, la realización.
Quien quiera llegar a la perfección debe ser capaz de abarcar estos tres
mundos: la filosofía, la religión (que comprende la moral también) y el arte.
Los humanos esperan siempre algo nuevo, pensando que será mejor, y es
eso nuevo lo que van a buscar en las exposiciones, los museos, el teatro, el
cine, los conciertos, los musicales… Son empujados por este instinto de
encontrar algo mejor, sin saber, los pobres, que en vez de correr detrás de eso
mejor en los lugares materiales, es en ellos mismos que deberían buscarlo, en
las alturas del alma y del espíritu3. Puesto que incluso los artistas más
grandes están limitados en sus medios de expresión, ellos no tienen la
posibilidad de expresar exactamente todo lo que ven, escuchan o sienten en
sus momentos de inspiración. Inclusive creadores como Mozart, Beethoven,
Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Rembrandt no lograron retranscribir
todo lo que veían o escuchaban.
No hay que creer entonces que yendo a museos o a conciertos se ha
encontrado el mejor medio de evolucionar. Evidentemente, está bien, es útil,
yo también he ido por el mundo entero a visitar museos, escuchar conciertos,
ver piezas de teatro. Pero es muy poco comparado con todas las visitas que he
tratado de hacer a otras regiones, y estas regiones me han revelado
esplendores ante los cuales todas las obras maestras del mundo palidecen. Es
por esto que ante ciertas creaciones, no soy siempre ni respetuoso ni lleno de
admiración. No es mi culpa, ¡me han mostrado realidades mucho más bellas,
más perfectas!
La Inteligencia cósmica ha depositado en nosotros este instinto que nos
empuja a ir siempre más lejos, a fin de que haya evolución, progreso en la
especie humana. Observen las plantas, los animales: después de muchos
milenios, son más o menos los mismos, pues progresan muy lentamente. Los
humanos tienen la posibilidad de evolucionar mucho más rápido, pero con la
condición de esforzarse por desarrollar ciertas facultades, de lo contrario no
crean, se contentan con reproducir. Exactamente como los padres y las
madres que no han hecho ningún trabajo interior antes de la concepción de
sus hijos: reproducen en ellos sus propias debilidades, sus propias
enfermedades. Ellos creen que crean cuando lo que hacen es reproducir. Solo
es creador quien se esfuerza por sobrepasarse, superarse para atraer de las
regiones celestes elementos que luego comunicará a su creación, y es así
como sus hijos o sus obras lo superarán por su belleza y su inteligencia. La
creación no es una simple reproducción, una copia, sino un paso adelante,
una evolución. Es porque está habitado por este instinto de creación que cada
ser evoluciona, que todo el cosmos evoluciona4. Pues, con excepción de
Dios, todo debe evolucionar.
He aquí para ustedes todas estas magníficas perspectivas, estos nuevos
horizontes: saber hacer intercambios con los mundos superiores, saber que la
oración, la meditación, la contemplación son medios de creación. No les será
suficiente una existencia entera para explorar todas estas posibilidades, tan
vastas son. Y pueden objetarme todo lo que quieran: que los artistas deben
buscar nuevas formas, que deben traducir las realidades de su tiempo, etc., les
responderé que ellos son libres, en efecto, de crear como a bien tengan. Pero
ellos deben comprender que la verdadera misión del arte es la de poder dar a
los humanos un anticipo, un presentimiento del Cielo.
Reflexionen bien. Hasta ahora ustedes han podido verificar que todos los
consejos y los métodos que les he dado eran sensatos, benéficos; entonces,
les pido tomar en consideración este consejo que les doy aún hoy: superarse,
sobrepasarse a sí mismos para poder llegar a ser verdaderos creadores.
II
Vivir en la poesía
La poesía parece generalmente como un mundo de impresiones borrosas,
deshilvanadas, una sucesión de imágenes que son quizás muy bellas pero
incoherentes, porque no se sabe a qué corresponden. Los responsables de esta
concepción errónea de la poesía son los mismos poetas que se refugian en las
regiones inferiores del plano astral donde se dejan seducir por las entidades
que viven allí. En cuanto al público, que no posee criterios y que tiende
igualmente a vivir en estas regiones brumosas de la consciencia, se maravilla
y se hunde a su turno en esas regiones.
Demasiado a menudo, la primera preocupación de los poetas es verter en
sus obras sus sentimientos más negativos, sus tristezas, sus angustias, sus
rebeldías, sus desesperaciones… Pero ¿por qué un poeta debe dar semejante
alimento al público? Es como si él le presentara –excúsenme- excrementos
para comer. Y la gente, que no es muy iluminada, lo acepta: se diría incluso
que necesita día y noche regocijarse con desperdicios, con inmundicias. Sí, lo
sé, mis palabras les molestan porque ustedes están aún muy lejos de
comprender lo que les quiero decir; pero poco a poco tendrán mejores
criterios y dejarán de admirar ciertas obras, ciertos estilos, que sin darse
cuenta no les provocan sino cólicos, migrañas y comezón en el plano
psíquico. Demasiadas obras son la proyección de estados del alma
desordenados y enfermizos.
Entonces, ¿qué es la verdadera poesía?... La verdadera poesía es el Verbo,
el Verbo divino, con todos sus elementos maravillosamente entrelazados por
medio de correspondencias secretas. La verdadera poesía despierta en el
hombre el recuerdo de su patria celeste, ella hace vibrar en él las cuerdas más
espirituales, le da un impulso para crear la nueva vida. Es por esto que si un
poema no hace nacer en ustedes esta clase de emociones, si él les procura
solamente algunas pequeñas sensaciones vagas, pueden estar seguros de que
no es la verdadera poesía.
Yo también cuando era joven, amaba mucho la poesía y escribía incluso
versos y relatos místicos que contenían verdades espirituales, visiones,
profecías… Pero me detuve muy rápido cuando me di cuenta de que esta
poesía me debilitaba: ella me volvía hipersensible y vulnerable, me mantenía
en el mundo astral, lunar. Abandoné esta región y me fui a buscar la
verdadera poesía en el sol. Y ahora si algunos perciben que hay poesía en las
explicaciones que les doy, es porque he trasladado esta poesía del sol al
campo de la ciencia y de la filosofía5. La verdadera poesía tiene su origen en
la naturaleza, pues todo en ella es a la vez bello y científico. Se ha tomado
por costumbre separar la ciencia de la poesía y es un error: en la naturaleza
ellas no son sino una.
La poesía debe estar fundada en un saber superior, en un conocimiento
divino, sino es inútil e incluso nociva. Por esto, Platón, que poseía el
verdadero saber iniciático, no quería poetas en su Ciudad ideal, mientras que
los filósofos y los sabios eran bienvenidos. ¿Por qué? Porque la poesía, tal y
como es comprendida normalmente, es un mundo de ilusiones y de mentiras,
un pálido reflejo de la verdadera poesía que es la expresión del mundo del
alma y del espíritu.
Yo amo la poesía, y la sitúo incluso por encima de la música, de la pintura,
de la escultura y de otras artes, porque la poesía es el Verbo, y el Verbo es a
la vez música, color, forma, perfume… Claro, la música es muy poderosa,
produce un efecto inmediato sobre los oyentes, pero su lenguaje no es tan
claro y educativo como el de la poesía. La claridad del Verbo viene de la
presencia de las palabras: a través de las palabras no solamente se ven
formas, colores, dimensiones, sino que se escucha también una melodía, un
ritmo, una entonación. Y sobre todo, y esto es lo esencial, se percibe un
sentido.
La música despierta el sentimiento, estimula la voluntad, pero no ofrece
una clara orientación. Ustedes puedes escuchar música durante años y años y
seguir tan ignorantes e indeterminados como antes. Mientras que escuchando
la verdadera poesía, no solamente experimentan sensaciones, sino que
también gracias a las palabras pueden reflexionar y encontrarle una dirección
a su vida. Y luego hay también una música, colores, formas, una
arquitectura… Todas las artes están contenidas en la poesía. Para muchos, la
música supera todas las artes, y es justo, si se considera que es un lenguaje
universal y con qué intensidad actúa: uno se siente invadido, conmovido,
cautivado. Con la poesía se escucha, se comprende; por supuesto, como
ocurre con la música, al mismo tiempo uno se siente cautivado, pero ella
recurre más al pensamiento.
En realidad, la verdadera poesía no se limita a la literatura, ella está ligada
a la vida. El verdadero poeta es aquel que es capaz de vivir la belleza que
expresa en sus versos, que es capaz de vivir una vida poética en sus
pensamientos, sus sentimientos, sus actos. Es demasiado fácil escribir
poemas, y vivir paralelamente una vida totalmente antipoética. ¡Cuántos
poetas no pueden escribir sin beber, fumar, drogarse y multiplicar las
aventuras amorosas! Al parecer, para encontrar la inspiración necesitan
experiencias, sensaciones, a fin de «no dejar agotar la fuente». ¡Pero su
fuente se agotó desde hace mucho tiempo! Ahí tienen a los poetas: expuestos
a todos los vientos, enfermizos, débiles, sin voluntad. Después de haber
vivido en las pasiones, los excesos, las angustias, ¡cuántos terminan en la
locura o en la decadencia!
He conocido muchos poetas en mi vida, y he podido estudiarlos. No niego
que tengan a menudo dones, mucha sensibilidad e incluso genialidad, pero
eso no es suficiente. Para crear hay que también desarrollar una fuerza
interior, y no como muchos lo imaginan, dejarse llevar por todas las
corrientes que pasan. ¡He aquí un hallazgo! Seguro, si no se vive, si no se
tienen experiencias, no se puede crear; pero ¿por qué buscar siempre los
materiales abajo, en el subconsciente, en las regiones inferiores de la vida?
Hay que vivir experiencias pero experiencias celestes, las mismas que
vivieron los grandes genios del pasado. Es por esto que ellos crearon obras
maestras. En el futuro nuevamente, los poetas cantarán el amor y la sabiduría
de Dios, la belleza del universo y el futuro luminoso hacia el cual avanza
cada creatura. Ellos alimentarán a los humanos con el rocío del cielo, la
ambrosía, y todos vivirán en la poesía, pues lo esencial es esto: vivir en la
poesía.
Por el momento, cuando se observa a los humanos, incluso a los más
cultos, a los más letrados, se ve a menudo que siguen sumergidos en la prosa:
son opacos, fríos, tiesos, crispados, no se siente ningún calor, ninguna luz,
ningún destello en ellos. Dejan la poesía a los poetas que la escriben y leen de
ella de vez en cuando algunos versos, pero la vida que llevan no es poética;
por ello les gusta tan poco encontrarse entre ellos. Es preciso que entiendan
que el arte nuevo, el arte del futuro es convertir la existencia en poesía,
volviéndose caluroso, luminoso, expresivo, vivo. Entonces, ¡qué alegría
sentirán cuando se encuentren! Los humanos son extraordinarios: buscan en
la compañía de los otros consuelo, amistad, amor, luz, pero siguen siendo
amorfos, cerrados, opacos… en otras palabras, ¡prosaicos! No saben cómo
vivir esta vida poética gracias a la cual serán amados. En consecuencia,
ustedes, esfuércense cada día en dar su luz y su calor. Sí, es un ejercicio que
hay que hacer para salir un poco de sí mismo, de ese estado de estancamiento
tan prosaico. ¡Es tan agradable encontrar un poeta, una creatura en la que se
sienta que todo está vivo, animado, iluminado! Cuando diviso una creatura
así, todo mi ser se dilata, no puedo esconder mi alegría, es tan contagioso ver
un rostro que les hace, así, toda clase de señales luminosas.
Pero ¿qué hacer con toda esa gente que ha acumulado tantos elementos
oscuros, pesados, que se encuentra paralizada? Incluso si hacen un esfuerzo
por mostrar un rostro abierto, sonriente, no lo logran, todo permanece tieso.
Es imposible hacerles mover los músculos de su rostro, animar sus rasgos, y
si tratan de sonreír, les sale una mueca. Porque no se puede estar abierto y
sonriente por pedido, solo puede uno abrirse cuando se está acostumbrado
interiormente a dar desde hace mucho tiempo6. Ustedes dirán: «¿Cómo?
¿dar?... ¿Y dar qué?» Los tesoros de su alma y de su espíritu. Pero
evidentemente, para comprender esto y sobre todo para realizarlo, hay que
saber lo que es la vida del alma y del espíritu, esta vida que brilla, que brota,
y que lleva sus bendiciones a todos los seres que ustedes encuentran. En ese
momento descubren que esta abundancia que dan a los demás los dilata, los
embellece, los hace felices. Por causa de su actitud cerrada, porque tienen
siempre miedo de perder algo, los humanos se empobrecen. Para
enriquecerse hay que dar. Sí, porque se desencadenan en uno mismo fuerzas
desconocidas que estaban inutilizadas en alguna parte en las profundidades.
Desde el momento en que uno decide proyectarlas gracias a todo un trabajo
interior, comienzan a circular, a brotar, y uno se siente entonces ¡realmente
rico, realmente colmado!
En adelante, piensen en concentrarse en ocupaciones que pueden
aportarles la vida: la meditación, la contemplación, la oración, únicas capaces
de volver su existencia poética. Seguro, no hay que rechazar la prosa, ella es
indispensable. Existen muchas cosas prosaicas en la vida que uno no puede
dejar de hacer –inútil enumerarlas. Pero uno no debe limitarse a eso, de lo
contrario uno se entumece, se empobrece; hay que tratar siempre de encontrar
este elemento poético que nos une al Cielo. Aunque solo sea para nuestra
salud, este elemento es necesario. Quítenle la vida poética a un ser, y no le
quedará más que una vida vegetativa: comerá, dormirá, trabajará, claro, pero
será privado de esta vibración intensa por dentro que estimula, que maravilla;
y poco a poco, las funciones físicas van a trabajar también lentamente,
porque los desechos se acumulan. Por lo tanto, incluso para la salud,
semejante vida ralentizada no es aconsejable.
¿Hasta cuándo la gente va a preferir esta actitud que califica de
«razonable» y a despreciar la vida poética hecha de maravillas7? Muchos
adolescentes que acostumbraban a mostrarse siempre naturales, espontáneos,
abiertos, soportaron tantas burlas y críticas de su entorno, que poco a poco se
acomodaron a los demás y se volvieron prosaicos… He ahí cómo se llega a
aniquilar las mejores inclinaciones, las mejores tendencias en la juventud, sin
saber que perjudicando esta vida que estimula, que sana, esta fuerza del
espíritu que penetra las células, que las purifica, las hace vibrar, la muerte se
instala en ellos.
Está dicho en los Evangelios: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en
el Reino de Dios»8. Sí, porque los niños son la expresión de la vida, sonríen,
ríen, tienen un rostro abierto, alegre, radiante. Entonces, ¡cuidado con su
rostro! Si ustedes se presentan en la puerta del Paraíso con una cara opaca,
alargada, se les dirá: «No, no, no se entra aquí haciendo esa cara. Aquí, no se
aceptan sino rostros de niños». Pues sí, hay delante de las puertas del Paraíso
entidades que miran el rostro de quienes se presentan, y si no leen en él la
vida, la luz, la alegría, el amor, ellas les dicen: «Vayan, dense vuelta. Aquí se
vive en la poesía, no se quiere su apariencia adusta». ¿No me creen? Y bien,
¡vayan a verificar!
III
La música
La voz
Un pasaje muy conocido del Antiguo Testamento cuenta la toma de Jericó
cuyas murallas se derrumbaron al sonido de las trompetas. Ustedes conocen
también el mito de Orfeo quien cantaba acompañándose de una lira, ofrecida
por Apolo, y que encantaba por sus cantos no solamente a los humanos sino
también a las fieras, las rocas, al oleaje enfurecido, e incluso al perro de los
Infiernos, Cerbero. Estos relatos prueban que desde la antigüedad, los
Iniciados conocían la influencia mágica de los sonidos en la materia y en los
seres.
Es toda una ciencia aún poco explorada que no solo los músicos sino
también los pedagogos, los médicos, deberían profundizar; ¡he aquí un
campo inmenso abierto para sus investigaciones! Es interesante conocer qué
centros del organismo son activados por la audición de sonidos. A mí lo que
me interesa sobre todo, es la influencia que pueden tener los sonidos –el
canto y la música instrumental- en la vida espiritual. Durante años cuando iba
a conciertos o escuchaba discos, estudiaba en qué centros en mí actuaban las
sonoridades de los instrumentos y las voces de los cantantes, cómo sus
vibraciones se propagaban para despertar tal o tal facultad.
Comencemos por la voz. Es fácil constatar que ciertas voces son
tranquilizadoras y otras suscitan la violencia. Algunas, claras y cristalinas,
son como un baño de pureza y de luz, mientras que otras despiertan la
sensualidad. Algunas incitan a la reflexión y otras alteran el espíritu. Algunas
despiertan el amor, otras el odio. Algunas impulsan a la acción, y otras la
paralizan, etc. Los ejemplos son innumerables, pero para resumir, se puede
clasificar la voz en tres grandes categorías: aquellas que estimulan o
adormecen la voluntad; aquellas que aclaran u obscurecen la inteligencia;
aquellas que despiertan sentimientos elevados o desencadenan pasiones
vulgares.
Hasta ahora los músicos se han interesado más en los instrumentos que en
la voz, la cual sigue siendo un campo poco explorado. Se tiende a creer que la
voz es menos expresiva que un instrumento, lo que es inexacto. Si la voz no
ha dado todavía toda su riqueza y manifestado todos sus poderes, es porque
los cantantes no tienen una disciplina de vida suficiente. Las cuerdas vocales
no son un instrumento exterior a nosotros como todos los demás instrumentos
de música; por consiguiente, todo lo que vivimos, todos los sentimientos,
todos los pensamientos que alimentamos en nuestro corazón y en nuestra
cabeza actúan en ella. Si un cantante, una cantante se deja llevar por ciertas
debilidades, por ciertos desórdenes, a pesar de la calidad de su técnica, estas
debilidades y estos desórdenes se transparentan en su voz.
Un cantante que quiere realmente cultivar su voz y conservarla el mayor
tiempo posible debe no solamente tomar muchas precauciones para su salud,
sino sobre todo vigilar las sensaciones, las emociones que lo atraviesan. En
vez de servir solamente a sus pasiones, sus caprichos, de satisfacer su
vanidad, de buscar los placeres o las ventajas financieras, debe alimentar un
ideal superior. Así, se liga a entidades espirituales perfectas que vendrán a
ayudarlo y lo guiarán por un camino donde encontrará cada vez más
posibilidades de trabajar y enriquecer su voz. Evidentemente, no es un
camino fácil, exige sacrificios, renuncias, pero vale la pena.
Hay demasiados y demasiadas cantantes que a través de su voz proyectan
hacia el público ondas no armoniosas o malsanas que lo hacen retroceder a
estados caóticos, oscuros o pasionales. ¿Dónde están aquellos que mediante
su voz se esfuerzan por inspirar en su auditorio, el deseo de abandonar una
vida opaca y mediocre para abrazar una nueva vida, consagrada a la belleza y
a la luz?
Un verdadero cantante, en el sentido espiritual del término, es un mago
capaz de transformar a los seres con su voz. Pero solo aquel que ha trabajado
durante años para aumentar la extensión, la intensidad y la pureza de su aura
puede producir un efecto semejante en las almas9. El aura crea las
condiciones para que el artista pueda actuar mágicamente sobre su auditorio.
Todos aquellos a quienes el Cielo les ha dado una bella voz deben ser
conscientes de haber recibido un gran tesoro, gracias al cual podrán hacer
maravillas. Que dejen de comportarse como niños consentidos que no
conocen el valor de lo que poseen, y sobre todo que no han reflexionado
sobre el mejor uso que pueden darle. Ellos deben servir el ideal más alto:
conducir los seres de nuevo a la Fuente divina. Entonces, su nombre será
inscrito en el Libro de la Vida: será anotado que sacaron almas de las
tribulaciones y de la muerte.
Y cuando oyentes o críticos vendrán a preguntarles: «¿Cómo lograron
cantar de esa forma? ¿Qué formación recibieron? ¿Qué disciplina siguieron?»
en vez de decir banalidades o de explicar las etapas de sus carreras, estos
artistas darán respuestas apropiadas para aclarar a los humanos, para reforzar
su deseo de transformarse. Ellos explicarán que el alma humana es hija de
Dios y que para conocerla en todo su esplendor, hay que vivir una vida
divina.
El artista no puede verdaderamente tocar el alma de su público sino
después de haber trabajado él mismo en desarrollar todas las riquezas que el
Creador depositó en su propia alma. No se puede tocar el alma de los seres,
haciendo hablar en sí mismo lo que es mediocre e imperfecto. Y para
transformarse, para llegar a hacer hablar su alma, hay que aceptar la
enseñanza de una Escuela iniciática que nos ofrece una luz sobre todos los
campos de la existencia: nutrición, respiración, gestos, sentimientos,
pensamientos…
Los cantantes deben consagrar sus dones a fin de despertar las almas a la
luz. Lo que les voy a decir les parecerá quizás de otra época, pero no importa,
igual se los voy a decir. En vez de aceptar cantar ante los poderosos y los
ricos de este mundo que pagan sus entradas muy caro, pero que no son
necesariamente las almas más bellas, ¿por qué los artistas no cantan gratis
delante de las almas listas a recibir un impulso divino y a trabajar por la
nueva vida?10 ¿Por qué no reúnen a todos los seres que necesitan recibir un
alimento celeste, con el fin de cantar para ellos? Ganarán quizás menos
dinero, pero ¿es esto tan importante? Toda creación que nace de una idea
desinteresada, que es puesta al servicio de una causa impersonal, posee el
germen de la inmortalidad. Quien es consciente de esta ley adquiere las
verdaderas riquezas, porque conquistar un alma para la luz es superior a todo.
Si el Cielo les ha donado una bella voz, ¿creen ustedes que ese don es
exclusivamente para ustedes? No, debe servir para cumplir un trabajo en los
otros. El Cielo les pedirá cuentas tarde o temprano de lo que ustedes han
hecho con ese don. Todos los cantantes conscientes de tener un papel que
desempeñar para despertar las almas deben aprender a trabajar con el
pensamiento en las cuerdas vocales. Para ello, puedo darles un ejercicio.
Imagínense que cantan en un escenario, rodeados de una luz radiante, y una
multitud inmensa, miles de personas están allí y los escuchan… A través de
su voz salen energías puras, poderosas, que penetran en ellas y, entonces,
abren su corazón, aclaran su inteligencia, y ellas deciden poner su existencia
en adelante al servicio de un ideal de luz y de bondad… Ejercítense de esta
manera durante meses, años, y un día vendrá en el que su voz no despertará
en los seres sino su naturaleza superior, su Yo divino.
El canto coral
La tendencia natural de los humanos es a individualizarse, a aislarse, e
incluso a ser hostiles los unos con los otros. Sin embargo, hay al menos tres
momentos en los que aceptan más fácilmente estar juntos: para comer, para
orar y para cantar. Por esto el canto coral es una actividad muy benéfica:
requiere de esfuerzos para ponerse de acuerdo, armonizarse, vibrar al
unísono, y estos esfuerzos influencian favorablemente las relaciones que los
humanos sostienen luego los unos con los otros.
Cantar juntos en coral a cuatro voces (bajo, tenor, alto, soprano) es
entonces un acto de un gran significado. Es, en primer lugar, un reflejo, una
expresión en el plano físico del ejercicio que debemos hacer cada día, muchas
veces por día, para hacer concordar a la vez nuestro espíritu, nuestra alma,
nuestro intelecto, nuestro corazón11. Se pueden comparar las cuatro voces a
las cuatro cuerdas del violín, en el cual se puede ver también la imagen del
hombre: el sol representa el corazón, el re el intelecto, el la el alma y el mi el
espíritu. La madera del violín representa el cuerpo físico, y el arco es la
voluntad que actúa en los cuatro principios del corazón, del intelecto, del
alma y del espíritu. La fusión armoniosa de las cuatro voces, o el juego sobre
las cuatro cuerdas, nos enseña que los cuatro principios del corazón, del
intelecto, del alma y del espíritu deben vivir en armonía en el hombre. ¿Por
qué creen ustedes que el violinista debe siempre afinar su violín? Para
decirnos que el hombre no puede hacer ningún trabajo interior verdadero si
su ser entero no está en armonía. Entonces, antes de cualquier cosa, hay que
echarse un vistazo y no emprender nada antes que «las cuerdas del violín»
estén afinadas.
En segundo término, el canto coral es un símbolo del trabajo que debemos
hacer para afinarnos entre nosotros. Una vez cada cual haya introducido la
armonía en sí mismo, entonces y solo entonces puede comenzar a
armonizarse con los otros, a fin de que esta fusión de voces por encima de
nuestras cabezas sea también una fusión de nuestros corazones, de nuestros
intelectos, de nuestras almas y de nuestros espíritus.
Finalmente, por medio del canto coral expresamos nuestro deseo de
abrazar al universo, de estar en armonía con el Todo. Es por esto, lo repito,
que antes de cantar, es importante echar un vistazo en sí mismo para
relajarse, para alejarse de las preocupaciones cotidianas y armonizarse con
todas las creaturas del cosmos, con el propósito de vibrar al unísono con
ellas.
Cantar es muy importante. Seguro, uno puede contentarse con ir a
conciertos o escuchar discos. Y por tanto, entre cantar y escuchar cantar, la
diferencia es enorme. Exactamente como comer uno mismo y mirar a alguien
comer. Si ustedes se contentan con mirarlo, será él quien tomará fuerzas y
ustedes nada; y cuando él se levantará, se sentirá dinámico, listo para trabajar,
mientras que ustedes, apenas podrán moverse. He ahí la diferencia. Sí,
quienes cantan se alimentan de sonidos, mientras que los otros se debilitan
interiormente porque no se alimentan. La música, el canto son un alimento
que permite hacer un trabajo espiritual.
Ustedes dirán: «¡Ah! ¿Se puede hacer un trabajo cuando se canta?» Pero
claro, y es un repertorio muy rico el que ustedes tienen en la Fraternidad con
los cantos del Maestro Peter Deunov12, y cantándolos contribuyen a
conservar y a reforzar la luz en el mundo, pero ante todo, trabajan en ustedes
mismos.
Cuando se sientan confundidos, desorientados, canten «Misli pravo misli:
Piensa justo», y verán ya mucho mejor el camino… Cuando crean que nadie
más los ama, canten: «Bog é lubov: Dios es amor» y entonces ¿que más
quieren puesto que Dios no los abandonará jamás?... Y si están algo
cansados, enfermos, canten «Sila zdravé é bogatstvo: Fuerza y salud son
riquezas», entonces todo vibra en ustedes y se levantan… Si la vida les
parece monótona, que no les brinda ninguna alegría, canten «Krassiv é jivota:
La vida es bella…» Y cuando estén contentos, canten «Blagoslaviaï douché
moïa, Gospoda: Mi alma bendice al Señor». ¡Tienen allí todo un arsenal
mágico!
Cada uno de estos cantos actúa favorablemente en ustedes, pero incluso
cuando ustedes no los cantan, el solo hecho de tenerlos en la mente les hace
bien, pues esos cantos continúan vibrando en ustedes. Solamente, para poder
hacer este trabajo, hay que dejar de considerar el canto únicamente como un
pasatiempo agradable, sino como una actividad que toca todas las regiones
del ser y del universo.
En el Árbol sefirótico, la música pertenece a la sefirá Hochmah donde
reinan los Querubines13. Los Querubines son pura música, es por esto que
viven en armonía perfecta. Hochmah es la región del Verbo, que ha creado
todo, y el Verbo no es otra cosa que la música, los sonidos armoniosos que
han moldeado la materia. Pues el sonido toca la materia y le da formas. Así,
por medio del Verbo, Dios moldeó la materia informe, «tohou vabouhu»
como está dicho en el Génesis. Dios habló sobre este polvo cósmico y las
formas aparecieron. Bajo la acción del Verbo, los Querubines recibieron una
vibración divina y esta vibración se comunicó a todas las demás creaturas de
las regiones situadas debajo de la sefirá Hochmah, hasta Malhout, la Tierra.
Los Querubines no saben sino cantar juntos en armonía14; he ahí porque,
cuando los humanos ensayan también cantar en coro, comienzan a unirse a
esta orden angelical de los Querubines que es la orden de la música y de la
armonía celestes. Sí, sin darse cuenta, cuando ustedes cantan se unen a los
Querubines y esta armonía de sonidos trabaja en ustedes, ella hace vibrar las
partículas de su materia. De este modo, ella la modela hasta el día en que,
gracias a estas sonoridades, su mismo cuerpo tomará formas de una armonía
y de una belleza perfectas.
Si ustedes comprenden la importancia del canto para su desarrollo
espiritual, poco a poco se despertarán en su alma centros sutiles capaces de
captar las fuerzas cósmicas que vienen de la sefirá Hochmah: recibirán la
inspiración, escucharán la armonía de las esferas, cantarán con los Ángeles y
la sabiduría vendrá a instalarse en ustedes. Pues la música es una expresión
de la sabiduría (Hochmah, en hebreo, significa sabiduría). Hochmah es una
región que se sitúa más allá de los planetas de nuestro sistema solar, ella
abarca el zodiaco. El zodiaco es un símbolo de la inmensidad, del cosmos,
del infinito, y es por esto que la música nos eleva hasta fundirnos en la
inmensidad. Pero para comprender estas verdades, no hay que quedarse en el
simple placer de encontrarse para ejecutar una bella partición.
Los beneficios del canto van hasta las regiones más sublimes. El día en
que sean conscientes de ello, consagrarán mucho más tiempo a cantar juntos,
porque sentirán ustedes mismos los efectos benéficos. Están
permanentemente sumergidos en ocupaciones importantes en apariencia, pero
que no los hacen más felices, ni más nobles, ni más luminosos, ni más
saludables. Ellas les aportan quizás más facilidades, más comodidades, pero
esto no agrega nada a su transformación. Mientras que cantando juntos con el
deseo de tocar las regiones del alma y del espíritu, ustedes transforman su
existencia. E incluso cuando están solos en su casa, escojan un canto,
pónganse en contacto con la región de los Querubines e imaginen que cantan
con todos sus hermanos y hermanas del mundo entero.
Como ustedes no son todavía conscientes de todos los medios y materiales
que poseen, no se sirven de ellos. Y eso es lo peor de todo: ¡poseer riquezas y
ser aún tan infelices porque se ignora la existencia de esas riquezas!
Entonces, si consagran más tiempo al canto, si todos ustedes sin excepción
aprenden a cantar juntos en armonía, esto dará grandes resultados. Primero,
como acabo de decirles, es un trabajo en ustedes mismos, y luego en el
mundo entero. He ahí cómo se trabaja por el bien de la humanidad.
Todo lo que se hace en la vida es mágico15. Pero este aspecto es ignorado,
menospreciado, ya que la magia es un campo que muy pocos son capaces de
comprender verdaderamente. ¡Toda obra de arte: música, pintura, escultura,
arquitectura, danza… e incluso la belleza de las creaturas, todo es magia!
«Magia» significa influencia, acción de una cosa sobre otra. Entonces, si un
objeto o un ser ejerce alrededor de él una acción favorable, si aporta paz, luz,
armonía, se dice que es magia blanca, divina; y si por el contrario, aporta
confusión, oscuridad, desorden, se dice que es magia negra. Es necesario
comprender esto y llegar cada vez más a pensar, sentir, actuar y comportarse
de una manera constructiva, armoniosa, pues entonces uno se convierte en un
mago blanco.
Cuando ustedes están reunidos para cantar, poseen pues un poder mágico
formidable, benéfico, pero con la condición de no perder nunca de vista esta
verdad que el poder está cimentado en la unidad, en la armonía. Piensen en
esta familia que deben formar. Sus diferencias de carácter, de tendencias, de
grado de evolución, de medio social, de profesión… dejen todo a un lado, eso
no tiene ninguna importancia, eso no desempeña ningún papel en la vida
espiritual. Refuercen en sus corazones la idea de que, a pesar de sus
diferencias, ustedes pertenecen todos a la inmensa familia universal, que
ustedes son los miembros de esta familia y que cantan juntos con el fin de
despertar las consciencias en la tierra entera.
Créanme, es esta unidad la que forma su poder, la unidad que ustedes
pueden realizar cantando. Por consiguiente, que los demás no les gusten, que
tengan diferencias con ellos, no importa, reúnanse igual para cantar y harán
milagros. Ustedes están allí, pensando: «¡Ah! Si me encuentro a tal persona,
¡le torceré el cuello!» Bien, si así lo quieren, pero primero, ¡a cantar!
Después, ya verán. ¡Canten primero, y puede pasar que después ya no tengan
más ganas de torcerle el cuello a quien sea! No comprenderán incluso de
dónde les viene esta súbita indulgencia. Pues bien, es el canto el que los ha
suavizado, los ha serenado. Por consiguiente, que ustedes se amen, que se
detesten, que tengan diferentes opiniones, eso no cuenta: lo importante es
realizar esta unidad.
¿Creen ustedes que los soldados que se van a la guerra en un mismo
regimiento se entienden bien entre ellos? A menudo, son vecinos que se
detestan. Pero una vez unidos por la misma causa, ¡miren lo que son capaces
de hacer para vencer al enemigo y salvar al país! Se apoyan, se ayudan
mutuamente, se salvan incluso la vida. Una vez terminada la guerra,
comienzan de nuevo sus querellas, pero durante algún tiempo al menos,
estuvieron de acuerdo. ¿Por qué no hacer lo mismo? E incluso, estoy seguro
de que mientras ustedes cantan, oran juntos, sus malentendidos desaparecen y
terminan por no poder pelearse más. He ahí el poder del canto coral.
En adelante, ustedes deben hacer todo para adquirir esta nueva
consciencia, e inclusive ir más allá para comprender que el canto coral
representa el grado más espiritual de la fusión entre los dos principios
masculino y femenino, cuyos representantes son los hombres y las mujeres16.
La fusión es una ley universal: por doquier, los dos principios masculino y
femenino deben fusionarse a fin de crear la vida. Para aquellos que sean
conscientes de ello y estén preparados, esta fusión por medio de las voces se
hace muy alto, en el mundo del alma y del espíritu, abarcando al ser completo
y dando nacimiento a creaturas celestes que, semejantes a las flamas, a los
destellos, a los juegos pirotécnicos, se van a esparcir sus bendiciones en el
espacio.
La voz no es sino vibración, y esta vibración llevada a un cierto grado de
intensidad se convierte en luz. Dios puso un inmenso poder en la voz
humana, y si ustedes pueden verdaderamente tomar consciencia de ello, es un
trabajo de la más alta magia blanca el que llegarán a realizar para el mundo
entero.
Cómo escuchar música
En el universo todo vibra, todo canta, pues cada ser creado, desde las
piedras hasta las estrellas, emite vibraciones que se propagan en ondas
sonoras. Cuando la consciencia superior se despierte en el hombre, cuando él
desarrolle en él mismo posibilidades de percepción más sutiles, comenzará a
escuchar esta sinfonía grandiosa que resuena a través de los espacios y
comprenderá entonces el sentido de la vida.
Todo es música en la naturaleza: los arroyos que fluyen, las fuentes que
brotan, la lluvia que cae, el rugido de los torrentes, el movimiento
ininterrumpido de los océanos y de los mares, el soplo del viento, el
murmullo del follaje, el grito de los insectos, el canto de los pájaros… Esta
música de la naturaleza, desde el origen, despertó y ha mantenido el
sentimiento musical en el hombre, el cual lo ha incitado a expresarse él
mismo por medio de un instrumento o del canto. En efecto, es por medio de
la música que el hombre transmite espontáneamente sus sentimientos y sus
sensaciones: por medio de ella traduce sus dolores, sus alegrías, su amor y
todas sus experiencias más profundas, y también por medio de ella expresa
sus aspiraciones místicas y canta alabanzas al Creador.
Cuando escuchamos ciertos tipos de música, sentimos que ellos despiertan
en nuestra alma el recuerdo de una patria celeste, la nostalgia de un paraíso
perdido. El efecto es inmediato, instantáneo. De un solo golpe nos acordamos
que venimos del Cielo y que es al Cielo a donde retornaremos un día. Que
hay tipos de música que, por el contrario, estimulan en el hombre bajos
instintos: la sensualidad, la violencia, etc., es cierto, pero no es la verdadera
predestinación de la música.
Todo el mundo escucha música, pero como un pasatiempo, una
distracción, un placer… En una Escuela iniciática uno no se contenta con
escuchar la música, se aprende a utilizarla para poner en marcha centros
espirituales, para proyectarse en el espacio, elevarse, ennoblecerse,
purificarse, y encontrar la solución a ciertos problemas interiores. Cada día,
después de las comidas, acostumbro a hacerlos escuchar música, porque
quiero justamente enseñarles a utilizarla como un instrumento de creación,
para que ustedes puedan emprender gracias a ella un trabajo espiritual
formidable: proyectar ideas, imágenes sublimes que se realizarán un día.
El espiritualista busca utilizar todo lo que está a su disposición, a fin de
realizar cada vez algo mejor. Él es como ese servidor del Evangelio a quien
su maestro, antes de salir de viaje, confió varios talentos y que decidió
hacerlos fructificar, a diferencia del mal servidor que enterró los suyos en
algún lugar donde permanecieron improductivos. El espiritualista es un
servidor inteligente que quiere utilizar todo lo que el Cielo le ha dado para
hacer un trabajo divino. Trátese del aire, el agua, el alimento, trátese del
pensamiento, el sentimiento, trátese de su cuerpo, sus ojos, sus orejas, todo lo
que existe en la naturaleza, él sabe cómo utilizarlo. Ha aprendido a poner
todas las cosas a trabajar y se enriquece cada día sin cesar, mientras que los
otros desperdician su tiempo, dispersan sus fuerzas y se empobrecen porque
no tienen ningún método, ninguna disciplina interior.
En consecuencia, escuchando música, sepan utilizarla para hacer un
trabajo, para formar con el pensamiento todo lo que deseen. ¡Ustedes desean
tantas cosas! Pero ¿qué hacen para obtenerlas?... Pues bien, sepan que la
música les da todas las condiciones para realizar sus mejores deseos, pues
ella crea una atmósfera favorable para la actividad mental. Es como el soplo
del viento que despliega la vela de su barca. Esta barca se aleja de la ribera y
navega hacia un mundo nuevo, hacia el mundo divino. La música es una
poderosa ayuda para la realización.
Evidentemente, para unirse al mundo divino, no puede escucharse
cualquier cosa. Y las disonancias de ciertos tipos de música contemporánea
no son propicias para el trabajo espiritual, pues producen en el alma formas
caóticas17. Sí, la materia psíquica toma formas que obedecen a leyes idénticas
a las leyes físicas. Ya les he hablado de los experimentos del físico alemán
Chladni. Se esparce arena fina sobre una placa que se hace vibrar luego con
el arco de un violín. Las ondas vibratorias crean así líneas de fuerza que
atraen las partículas de los puntos en vibración (que se pueden denominar los
«puntos vivos»), para relanzarlas hacia los puntos que no vibran, los «puntos
muertos»; y son los puntos muertos los que determinan el trazado de figuras
geométricas. Yo hice también este experimento. Y constaté también que
exactamente lo mismo ocurre en el hombre: los sonidos que escuchamos
producen en nosotros figuras geométricas; incluso si no las vemos, bajo el
efecto del sonido, bajo el poder de las vibraciones, partículas infinitesimales
en nosotros se organizan para formar figuras. Por esto, no aconsejo la
audición de cierta clase de música contemporánea tan disonante, porque ella
destruye esta armoniosa estructura que está en nosotros, este orden
preexistente establecido por el Creador.
Y sobre todo, cuando se oye la música que interpretan y escuchan los
jóvenes actualmente, ¡uno se espanta! No saben que todos esos ritmos
bruscos y esos sonidos estridentes destruyen su sistema nervioso. ¿De qué
sirve que durante siglos compositores hubieran procurado descubrir
sonoridades y ritmos capaces de despertar en los humanos las sensaciones
más sutiles, más elevadas, sí, sensaciones divinas, si ahora a cualquier
alboroto embrutecedor puede llamársele música? ¿Cómo no prever los
efectos nocivos que toda esta cacofonía va a producir en la sensibilidad de
tantos adolescentes, y a los actos insensatos a los que ella puede a la larga
llevarlos?
No quiero decir con esto que no hay que escuchar sino música religiosa:
misas, oratorios, réquiems… No, ¡hay tantos otros tipos de música gracias a
los cuales el hombre puede desarrollarse y hacer un trabajo benéfico! Ya que,
lo repito, la música es una poderosa ayuda para la realización. Por ello,
cuando vayan a un concierto, cuando escuchen un disco, en vez de dejar errar
su pensamiento a diestra y siniestra, concéntrense en aquellas realizaciones
que realmente desean de todo corazón18. Tienen que encontrarse con una
persona, tienen que hacer un trabajo: ustedes pueden desde ya preparar
conscientemente este encuentro o este trabajo escuchando música. Creen que
les hace falta sabiduría, discernimiento, utilicen la música para imaginarse
que la luz los penetra, que ella invade su cabeza y todo su cuerpo, e incluso
que la propagan y la dan a los demás. Si desean el amor, la belleza, la fuerza,
la voluntad o la estabilidad, etc., hagan con el pensamiento el mismo trabajo.
Un día sentirán que, gracias a la música, grandes y muy benéficas
transformaciones se produjeron en ustedes.
1 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. II: «Tomar el toro por los cuernos»; La
pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. III: «La imaginación formadora».
2 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. VI: «Cuerpo, alma, espíritu».
3 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. III: «El trabajo de la
imaginación».
4 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. II: «El sentido de la vida, la evolución».
5 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. I: «Arte, ciencia y religión».
6 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. V: «El sol, símbolo de la
naturaleza divina».
7 Cf. La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234, cap. XV: «Ver todo por primera
vez» y cap. XVI: «Sueño y realidad».
8 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. II: «Si no sois como niños».
9 Cf. Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219, cap. II: «El aura».
10 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. I: «La nueva vida».
11 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222, cap. IV: «Corazón, intelecto, alma
y espíritu».
12 Cf. Libro de cantos de la Fraternidad Blanca Universal – Melodía principal y armonización a
cuatro voces. Coral de la Fraternidad Blanca Universal – Cantos místicos en lengua búlgara: 3
casetes de audio y registro en disco compacto de un concierto ofrecido en Sofía (Bulgaria).
13 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico» y cap. III:
«Las jerarquías angelicales».
14 Cf. Armonía y salud, Col. Izvor No. 225, cap. II: «El mundo de la armonía».
15 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. X: «Todos nosotros hacemos magia».
16 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. I: «Los dos principios masculino y
femenino…».
17 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. V: «La verdadera dicha está en la
individualidad», 2ª parte; La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la
maleza y el trigo».
18 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. X: «El poder de la concentración».
5
Respirar: armonizarse con los ritmos del universo
Está escrito en el Génesis: «Entonces el Eterno Dios formó al hombre del
polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser
viviente». La vida del hombre comenzó entonces por un aliento, el aliento
dado por Dios.
Para todo ser humano, la vida comienza con el aliento. El nacimiento es
ese momento en el que el infante inhala por primera vez. Él abre su pequeña
boca, grita, y todos se alegran pensando: «¡Bendito sea Dios, está vivo!»
Gracias al primer aliento los pulmones se llenan de aire y se ponen en
movimiento. Luego, años y años más tarde, cuando se dice de alguien que
exhaló su último suspiro, o que expiró, todo el mundo entiende que murió. El
aliento es el comienzo y el fin. La vida comienza con una aspiración y
termina con una expiración.
Todo el misterio de la vida está contenido en la respiración. Pero la vida
no está en el aire mismo, ni en el hecho de respirar. Ella proviene de un
elemento superior al aire y para el cual el aire es un alimento: el fuego. Sí, la
vida se encuentra en el fuego, y el aire tiene como función mantener el fuego.
La vida se encuentra en el corazón, es como un fuego contenido en el
corazón, y los pulmones son como un fuelle que alimenta continuamente el
fuego. El origen, la causa primera de la vida es entonces el fuego; y el aire,
que es su hermano, lo mantiene y lo vivifica. Con el último aliento el fuego
se apaga, el último suspiro apaga el fuego.
Ahora bien, para comprender mejor el fenómeno de la respiración y sus
leyes, se le puede comparar con lo que ocurre con la nutrición.
¿Qué ocurre cuando se come? Antes de descender al estómago, el
alimento es masticado. La boca es como una pequeña cocina donde se
preparan un poco los alimentos: se cortan, se les cocina, se les sazona con un
poco de aceite, es decir, de saliva, y ciertas glándulas se ocupan de este
trabajo. Es por esto que se aconseja masticar largo tiempo el alimento hasta
que se vuelva casi líquido. Si él llega al estómago masticado en forma
insuficiente, el organismo está obligado a gastar más energía para asimilarlo,
y causa mucha fatiga1. Las mismas leyes actúan en la respiración. Hay que
respirar lentamente, profundamente, para que el aire tenga el tiempo
suficiente para descender a los pulmones, llenarlos, dilatarlos, e incluso, de
vez en cuando, retenerlo algunos segundos antes de soltarlo. ¿Por qué? Para
«masticarlo». Sí, los pulmones saben masticar el aire como la boca sabe
masticar los alimentos.
El aire que respiramos es como un «bocado», un bocado lleno de fuerzas
increíbles. Cuando se le expulsa muy rápido, los pulmones no pueden
«cocinarlo», «digerirlo», asimilarlo suficientemente para que el organismo se
beneficie de las energías que contiene. Si tanta gente se siente fatigada,
nerviosa, irritable, es porque no sabe alimentarse del aire correctamente, no lo
«mastica», lo expulsa inmediatamente. Respira solamente con la parte
superior de los pulmones y el resultado es que el aire viciado no puede ser
eliminado y remplazado por el aire puro. La respiración profunda es un
ejercicio muy sano que es preciso pensar en practicarlo pues renueva las
energías.
Se puede hacer aún una comparación. Ustedes tienen un automóvil, le dan
un alimento líquido: la gasolina. Cuando la chispa del motor enciende la
gasolina, ésta se transforma en gas (es decir en aire). Se libera entonces una
energía y gracias a esta transformación generadora de energía, el motor de su
vehículo puede funcionar. El mismo fenómeno se produce cuando comemos:
a medida que los alimentos se desintegran en nuestra boca, luego en nuestro
estómago, etc., pasan sucesivamente por numerosas etapas, lo que libera a
cada paso energía. Y lo mismo ocurre cuando respiramos. Para sacar del aire
sus mayores virtudes, hay que comprimirlo, retenerlo en los pulmones.
Durante esta compresión el organismo trabaja: provoca el equivalente de las
fases de encendido y explosión en un motor. Si se expulsa el aire
inmediatamente, toda la energía que contiene se pierde. Pero si se le retiene,
esta energía sigue todos los pequeños canales que la naturaleza le ha
acondicionado; ella le dice: «¡Ven por acá! ¡Pasa por allí!...» ya que en el
recorrido de esta energía, ella dispuso ciertos engranajes que deben ser
tocados para entrar en movimiento.
Saber extraer las energías… ¡he allí el secreto! Ustedes asisten a la salida
del sol: si no piensan en retener sus rayos, si los dejan pasar sin hacer nada,
permanecerán inutilizados e ineficaces. Pero si los captan conscientemente
para acumularlos y comprimirlos en ustedes, les abren una salida en su
espíritu, y esta fuerza que circula va a desencadenar centros poderosos, hasta
el día en el que sentirán alzarse en ustedes algo así como torbellinos de
flamas. Como pueden ver, el secreto está en hacer pasar los elementos por
estados cada vez más sutiles: volver líquidos los elementos sólidos; tornar
gaseosos los elementos líquidos; volver etéricos los elementos gaseosos.
Quien es capaz de esto tiene el poder de extraer eternamente energías de la
Fuente. Claro, todos los seres más o menos lo hacen, y es la razón por la que
están vivos; pero lo hacen inconscientemente, automáticamente, sin pensarlo.
Por tanto, el proceso no se realiza de la misma manera según se sea o no
consciente.
Para hacernos captar mejor la importancia de la respiración, el Maestro
Peter Deunov nos recordó un día el episodio bíblico de la lucha de Jacob con
Dios. «Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el
alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de
su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo:
Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: no te dejaré, si no me
bendices». Y el Maestro explicó: «Ustedes deben hacer lo mismo con el aire:
recíbanlo, llenen con él sus pulmones y no lo expulsen antes de que les haya
dado todas las bendiciones que contiene»… ¿Piensan ustedes que fue
violento de parte de Jacob? No, fue celo, ardor espiritual, y nosotros debemos
hacer lo mismo. Mientras no hayamos retirado del aire todo aquello que nos
puede dar, no hay que expulsarlo. Es el secreto de la plenitud.
La respiración puede revelar grandes misterios a aquel que sabe
acompañarla de un trabajo con el pensamiento. Ustedes pueden hacer este
ejercicio: aspirando el aire, imagínense que todas las corrientes del espacio
convergen hacia ustedes, hacia su ego que es como un punto imperceptible, el
centro de un círculo infinito… Luego, exhalando, imagínense que llegan a
ensancharse hasta tocar los confines del universo… Nuevamente se dilatan, y
de nuevo se contraen… descubrirán así este movimiento de flujo y reflujo
que es la clave de los ritmos del universo. Tratando de volver consciente este
movimiento en ustedes mismos, entran en la armonía cósmica y se produce
un intercambio entre el universo y ustedes, puesto que aspirando reciben
elementos del espacio, y exhalando proyectan en retorno algo de su corazón y
de su alma.
La naturaleza ha puesto por doquier medios para descubrir sus misterios.
Es claro que si los filósofos practicaran una respiración consciente,
encontrarían la solución a los problemas que aún son enigmas para ellos y
sobre los cuales, por el momento, continúan hablando y escribiendo ¡sin
comprender gran cosa! Descubrirían también que la capacidad de pensar está
ligada a la respiración. Incluso si los pulmones no tienen una acción directa
sobre el cerebro, constituyen un factor muy importante para la purificación de
la sangre. Y cuando la sangre es pura, irriga el cerebro depositando en él
elementos que facilitan el trabajo espiritual, y también la meditación.
Quien ha comprendido el significado profundo de la respiración siente
poco a poco su propia respiración fundirse en la respiración de Dios, pues
Dios también respira: Él exhala y un mundo aparece, Él inspira y un mundo
desaparece… Evidentemente, las inspiraciones y las exhalaciones de Dios se
desarrollan en miles de millones de años. Es lo que dicen los libros sagrados
de la India: un día Dios inspirará, y nuestro universo se esfumará y retornará
a la nada… Luego de nuevo, Dios exhalará, y una nueva creación aparecerá
para durar miles de millones de años nuevamente. A través del hombre, las
respiraciones divinas son muy cortas, pero en el cosmos ellas son
inmensamente largas. Por consiguiente, entre más larga sea nuestra
respiración, más nos aproximamos a la respiración de Dios.
Desde hace milenios, la ciencia de la respiración se desarrolló
particularmente en la India donde ella dio nacimiento a técnicas a menudo
muy complejas. Esta ciencia es tan vasta que serían necesarios años para
estudiarla. Los yoguis indios han comprendido la importancia de la
respiración para la vitalidad, pero también para el funcionamiento de la vida
psíquica. Ellos han ido muy lejos en sus investigaciones: no solamente han
podido entender que todos los ritmos del organismo humano están basados en
ritmos cósmicos, sino que también, estudiando la respiración y sus lazos con
los ritmos del universo, han descubierto que para poder entrar en relación con
tal entidad o tal región del mundo espiritual, hay que encontrar un cierto
ritmo respiratorio, apropiarse de ese ritmo como una llave, como se hace
cuando se busca una determinada longitud de onda para captar una emisión
de radio. Y bien, pasa lo mismo con la respiración: hay que saber a qué ritmo
respirar para entrar en contacto con tal entidad o tal región del universo.
Pero ahora yo no les aconsejo, obviamente, aventurarse en ejercicios de
respiración complicados: ustedes no son yoguis indios, y si no son prudentes
y razonables, corren el riesgo de desequilibrarse y de estropear su salud como
les ha pasado ya a muchas personas.
Los ejercicios de respiración que nosotros practicamos en nuestra Escuela
son muy simples. Helos aquí:
1. Tapar el orificio izquierdo de la nariz con el dedo del corazón de la
mano derecha y aspirar el aire profundamente por el orificio
derecho de la nariz contando cuatro tiempos.
2. Retener el aire durante dieciséis tiempos.
3. Tapar el orificio derecho de la nariz con el pulgar de la mano
derecha y exhalar el aire por el orifico izquierdo contando ocho
tiempos.
Comenzar de nuevo el ejercicio en sentido inverso:
1. Mantener el pulgar de la mano derecha sobre el orificio derecho de
la nariz y aspirar el aire por el orificio izquierdo de la nariz
contando cuatro tiempos.
2. Retener el aire contando dieciséis tiempos.
3. Tapar el orificio izquierdo de la nariz con el dedo del corazón de la
mano derecha y exhalar el aire por el orifico derecho contando
ocho tiempos.
Repetir seis veces el ejercicio por cada orificio de la nariz2.
Cuando hayan llegado a hacer este ejercicio fácilmente, podrán duplicar el
tiempo, es decir, ocho, treinta y dos, dieciséis. Pero les aconsejo no ir más
lejos, y sobre todo nunca forzarlo. Los ejercicios de respiración deben ser
ejecutados con dulzura.
Respirando, vigilen también la posición de la columna vertebral, a fin de
mantenerla lo más recta posible. La posición de la columna vertebral es muy
importante para la circulación de las corrientes3.
En la vida de un espiritualista, la respiración juega un papel central, es por
esto que él debe organizar el empleo del tiempo de manera que pueda hacer
los ejercicios cada mañana en ayunas. Después del desayuno, no es lo mismo,
los pulmones se ven afectados en sus movimientos y esto puede incluso ser
nocivo. Hay que hacer siempre los ejercicios de respiración en ayunas o bien,
cuatro o cinco horas después de haber comido. Pero el momento más
favorable es el de la salida del sol, pues por medio de la respiración, se puede
captar en el aire una quintaesencia muy preciosa que los yoguis indios llaman
prana. El prana está en la base de todas las energías del cosmos, y es en la
mañana a la salida del sol cuando es más abundante.
Se les dan ejercicios, practíquenlos, ellos los reforzarán y les permitirán
afrontar mejor las dificultades. Lo que importa es la capacidad de atención y
de concentración que ustedes pongan en ellos, ¡yo lo he verificado tantas
veces! «Cuando ores, decía el Maestro Peter Deunov, concentra
exclusivamente el pensamiento en el objeto de tu demanda y haz una larga y
profunda respiración». Una oración acompañada de una respiración apacible
y rítmica es más eficaz. A través de los soplos de aire, Dios nos dice:
«Respira, escucha, y oirás mi palabra».
Hagan este ejercicio: respirando profundamente, reciten una oración de
manera que dure todo el tiempo que vayan a aspirar el aire, retenerlo y luego
exhalarlo. Tomen, por ejemplo, el «Padre Nuestro» y repitan las tres
primeras demandas así:
«Santificado sea tu nombre», aspirando el aire;
«Venga a nosotros tu reino», reteniendo el aire;
«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», exhalando.
A algunos les parecerá molesto tener que repetir siempre los mismos
ejercicios… Pero, entonces, ¿por qué no encuentran molesto comer pan tres
veces al día? Uno come todos los días los mismos alimentos para ser capaz
de aprender, de trabajar o de vivir, así de simple. Pues bien, con los alimentos
espirituales pasa lo mismo que con los alimentos físicos. Es preciso tomar
todos los días estos mismos alimentos espirituales para volverse capaz de
vivir la nueva vida. Los hijos de Dios que son capaces de comer
cotidianamente el pan celeste, la luz, sienten que se alimentan de él y que
pueden después brindar a sus amigos algunos pedazos de este pan.
Por esto, les indicaré una manera más de hacer los ejercicios de
respiración. Aspirando, imaginen que ustedes atraen la luz cósmica, esta luz
infinitamente más sutil que la luz del sol, esta quintaesencia impalpable,
invisible, que penetra todo. Introduzcan esta luz en ustedes para que ella
circule a través de todas las células de sus órganos… Enseguida, exhalando,
proyéctenla para que ella sostenga e ilumine al mundo entero. Este ejercicio
es también una aplicación de la letra Aleph , haciéndolo se convierten en
Aleph, el ser que recibe la luz celeste para distribuirla a los humanos.
Quien aprende a respirar conscientemente, aclara su intelecto, calienta su
corazón, fortifica su voluntad, y prepara también mejores condiciones para
sus futuras reencarnaciones. Porque respirando con una consciencia
despierta, él entra en armonía con entidades muy evolucionadas, las atrae,
crea lazos con ellas. Entonces, estas inteligencias luminosas aceptan venir a
trabajar en él, y un día, cuando abandone la tierra, encontrará en los otros
mundos estos amigos con los cuales ya habrá aprendido a trabajar.
1 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. I: «Alimentarse, un acto que concierne a la
totalidad del ser»; cap. II: «Hrani-yoga».
2 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, III Parte: «Cómo trabajar con los Ángeles de los
cuatro elementos durante los ejercicios de respiración».
3 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. III: «El Árbol de la Vida: estructura
y símbolos».
6
Los ejercicios de gimnasia
y la Paneuritmia
El Maestro Peter Deunov1 daba siempre métodos muy sencillos. Él hizo
estudios de medicina en los Estados Unidos, pero no por ello empleaba
términos científicos impresionantes o prescribía remedios complicados. No
confiaba sino en lo que es simple y natural. Y aconsejaba por ejemplo beber
cada mañana agua caliente hervida. Esta sencilla agua caliente, purificando el
organismo, lo mantiene al abrigo de ciertas enfermedades y lo cura de
molestias que no son de mucha gravedad pero que envenenan la vida
cotidiana, tales como los dolores de cabeza o las crisis del hígado.
El Maestro indicó igualmente ejercicios de gimnasia para hacer cada
mañana después de la salida del sol, sea colectivamente, sea individualmente
en casa. Estos movimientos son muy simples y fáciles de hacer por cualquier
persona. Ellos mantienen la flexibilidad del cuerpo físico, armonizan las
células y refuerzan el organismo. «¿Por qué no hacen ustedes los ejercicios
de gimnasia?» preguntaba el Maestro a algunos hermanos y hermanas.
«Tenemos reumatismo, decían ellos, y hacer esos ejercicios nos hace sufrir,
no podemos. –Sí, decía el Maestro, traten, háganlos, pronto se sentirán mejor,
lo verán». Y era lo que ocurría.
El Maestro conocía los buenos efectos de estos ejercicios que nos señaló,
de manera que ustedes también tómenlos seriamente. Dirán que los hacen
desde hace años y que no ha cambiado nada en ustedes. En apariencia es
quizás verdad, pero ¡cuántos males han evitado gracias a ellos! Comen,
beben, caminan, duermen, respiran y no tienen la impresión de que ello
produzca grandes efectos en su vida. Pero no coman, no beban, no caminen,
no duerman, no respiren y ¡vendrán a contarme las novedades al respecto!
Por consiguiente, si ustedes logran hacer los ejercicios de gimnasia más
conscientemente, comprendiendo la importancia de todos estos gestos para su
salud, para su equilibrio, se sentirán más capaces de afrontar ciertas
condiciones difíciles de la vida.
El Maestro decía que no hay que aceptar jamás la inercia2. Incluso con
discapacidad, enfermo, cada quien debe tratar de hacer al menos un gesto, un
paso. Y si le es imposible momentáneamente hacer el menor movimiento
físico, tiene aún la posibilidad de servirse de su pensamiento para imaginar
que se desplaza y actúa exactamente como antes. Este trabajo del
pensamiento despeja el recorrido, labra el camino, creando así las
condiciones favorables para el regreso de la actividad normal.
Pero estos ejercicios de gimnasia no deben ser considerados únicamente
como ejercicios físicos, puesto que cada gesto que hacemos tiene
repercusiones en los planos sutiles. Entonces, ejecutándolos se puede
acompañar cada ejercicio de una fórmula apropiada que se recita
mentalmente.
He aquí, entonces, estos ejercicios3, cada uno se hace seis veces,
acompañado cada vez de la fórmula.
Primer ejercicio: elevan los brazos por encima de su cabeza, luego,
flexionando levemente las rodillas, los bajan a lo largo del cuerpo hasta los
pies, diciendo: «¡Que todas las bendiciones del Cielo se viertan sobre mí y el
mundo entero por la gloria de Dios!» No llaman las bendiciones divinas
solamente para ustedes, sino también para todos los seres humanos, y así los
ayudan. Si no hacen las cosas sino para ustedes mismos es pequeño, limitado.
¿Por qué siempre solamente uno mismo? ¿Por qué ser tan avaro y nunca
saber pronunciar palabras benéficas por los otros? Mientras no se sepa
trabajar con las fuerzas divinas, uno se tropezará eternamente con las mismas
dificultades.
Segundo ejercicio: suben las manos desde los pies hasta la cabeza,
pronunciando: «¡Que todas mis células sean magnetizadas, vivificadas,
resucitadas por la gloria de Dios!» De este modo toda una corriente de nueva
vida atraviesa sus células.
Tercer ejercicio: proyectan hacia delante un brazo, luego el otro como si
nadaran, diciendo: «¡Que pueda nadar en el océano de la luz cósmica por la
Gloria de Dios!» Sí, siempre por la gloria de Dios, por nada distinto.
Cuarto ejercicio: colocan sus dos brazos horizontalmente, luego los
proyectan de un lado y del otro, como si segaran algo, diciendo: «¡Que todos
los lazos maléficos sean cortados, rotos, por la gloria de Dios!» Los humanos
no son conscientes de las relaciones que mantienen con las regiones
inferiores. Están allí, comen, beben, se divierten tranquilamente, pero la
realidad es que se encuentran atados, ¡arrastran cordeles, ovillos enteros!
Deben cortar estos lazos, deben liberarse por la gloria de Dios.
Quinto ejercicio: «¡Que el equilibrio perfecto se instale en mí por la gloria
de Dios!». Este ejercicio se hace alternando la pierna izquierda y la pierna
derecha. Y ustedes deben concentrarse bien en cada movimiento, ya que si
piensan en otra cosa, arriesgan a perder el equilibrio. Para mantener el
equilibrio, hay que estar completamente concentrado en un punto, que nada
venga a distraerlos. El centro del equilibrio se encuentra en la orejas que son
el símbolo de la sabiduría. Conservar el equilibrio requiere ser sensato,
razonable. Quien no vive razonablemente, hace siempre volcar algo4.
Sexto ejercicio: ponen una rodilla en el suelo, llevan las manos hacia el
rostro, luego las apartan, repitiendo las palabras: «¡Que todos los enemigos
de la Fraternidad Blanca Universal sean rechazados, expulsados, por la gloria
de Dios!» No se trata de ese puñado de seres que hacen parte de la asociación
que lleva este nombre, sino de la Gran Fraternidad Blanca Universal en lo
alto que está formada por todos los santos, los profetas, los Iniciados, los
grandes Maestros, las jerarquías angelicales. Y los enemigos de la
Fraternidad Blanca Universal no son hombres y mujeres, son espíritus
tenebrosos que entran en ellos para manifestarse y destruir el trabajo divino.
Se tiene entonces el derecho a expulsarlos, pues no es a los hombres a
quienes declaramos la guerra, sino a las espíritus del mal que actúan a través
de los hombres. Como lo dijo san Pablo: «No tenemos que luchar contra la
carne y la sangre… sino contra los malos espíritus en los lugares celestes».
Séptimo ejercicio: lanzan la parte superior de su cuerpo y los brazos hacia
delante, luego hacia atrás, diciendo: «¡Que la flexibilidad se instale en mis
órganos y mis células por la gloria de Dios!» Deben tratar de inclinarse lo
más posible hacia atrás, pero cuidando de no caerse. Sí, hay que ejercitarse.
Finalmente, octavo ejercicio: llevan los brazos arriba de la cabeza, luego
los hacen descender de cada lado del cuerpo, diciendo: «¡Que todas las
bendiciones del Cielo se viertan sobre mí y el mundo entero por la gloria de
Dios!»
Durante estos ejercicios esfuércense por armonizar la respiración con los
movimientos ejecutados: inhalen cuando levanten sus brazos, retengan el aire
un instante, y no exhalen sino hasta cuando se agachen. Entonces, inhalar
cuando el cuerpo se estira y exhalar cuando se pliega. Relacionando
correctamente los gestos y la respiración, encontrarán de mejor forma su
sentido y obtendrán mejores resultados.
En apariencia son ejercicios insignificantes porque son fáciles de hacer. Y,
en efecto, se pueden repetir durante años sin obtener más resultados que
mantener cierta flexibilidad en el cuerpo físico. Está muy bien, pero no es
suficiente. En la Ciencia Iniciática está dicho que todo lo que hacemos debe
involucrar los tres planos, físico, astral y mental, es decir, el cuerpo, el
corazón (el sentimiento) y el intelecto (el pensamiento). Así, acompañando
cada uno de estos movimientos de un sentimiento caluroso y de un
pensamiento luminoso, hacemos de él un gesto de magia blanca que nos
permite entrar en armonía con las fuerzas beneficiosas de la naturaleza: abre
en nosotros canales espirituales por medio de los cuales se establecen
intercambios entre las fuerzas de adentro y las fuerzas de afuera5. Y estos
intercambios tienen consecuencias benéficas no solamente en nuestra salud y
en nuestro desarrollo espiritual, sino que también actúan para bien de
nuestros amigos y del mundo entero.
Más allá de los ejercicios de gimnasia, el Maestro Peter Deunov creó una
especie de danza armónica: la Paneuritmia, cuya música6 él compuso y cuyos
movimientos nos señaló. La Paneuritmia se danza al aire libre, en la mañana
en primavera y en verano. Todos los movimientos, muy simples también, son
de una gran belleza plástica; reposan sobre una ciencia que concierne las
relaciones que existen entre la estructura psíquica de los seres y las leyes
acústicas. Vale la pena conocer el significado de estos movimientos,
comprender cómo nos ponen en contacto con las fuerzas y las corrientes
armoniosas de la naturaleza7. Pero incluso si no se conoce su sentido, se
siente su acción benéfica, uno se calma, se fortalece.
La Paneuritmia es una evocación de la naturaleza que se despierta en
primavera. Por medio de la música, la danza, participamos en esta
renovación, y es como si bebiéramos el elixir de la vida inmortal. El gesto,
asociado a la música, es de un gran poder. Todo es ritmo en el universo y el
ser humano mismo pertenece al gran ritmo cósmico. De manera perceptible o
no, todas sus funciones biológicas o psíquicas obedecen a las leyes del ritmo.
Según su manera de vivir, según sus pensamientos, sus sentimientos y sus
actos, entra más o menos en armonía con el ritmo universal. La música, la
danza no son sino intentos por entrar de nuevo en este ritmo o por mantenerse
en él. Por esto, cada cultura atribuye a la música y a la danza un origen
divino.
Creando la Paneuritmia, el Maestro Peter Deunov nos dio de nuevo
medios para entrar en armonía con los ritmos más benéficos del universo.
Solo un verdadero Iniciado podía descubrir los movimientos y las
sonoridades que corresponden a estos ritmos. Si danzando la Paneuritmia
ustedes profundizan en la relación entre estos movimientos y la música,
descubrirán allí principios, reglas, que tienen sus correspondencias en su vida
psíquica. Deben considerar pues la Paneuritmia como un método pedagógico:
danzar la Paneuritmia es aprender a adaptar sus pensamientos, sus
sentimientos y sus actos a los ritmos más benéficos de la naturaleza, puesto
que lo esencial no es hacer gestos armoniosos, sino lograr que esta armonía
corresponda a un estado interior, de lo contrario no se producirán grandes
resultados.
La verdad, por tanto, es que ningún gesto puede quedar totalmente sin
efecto, porque por naturaleza todo gesto es mágico: es una fuerza que actúa
en los diferentes mundos; corresponde a corrientes, colores, vibraciones y va
a tocar seres en el espacio. Cada uno de ellos nos abre o nos cierra ciertas
puertas y nos relaciona con poderes nocivos o benéficos. Es por esto que
cuando veo todas esas gesticulaciones histéricas que se presentan ahora bajo
el nombre de danzas, ¡me quedo estupefacto! Cómo hacerle comprender a
todos estos ignorantes que cada movimiento es como una piedra que se arroja
en el océano de las energías: produce ondas que, un día u otro, regresan
obligatoriamente a su punto de partida8. Quien recibe choques no debe
extrañarse: son la consecuencia de los gestos inarmónicos, violentos, que ha
hecho hace años y que vuelven ahora hacia él.
Se pueden también comparar nuestros gestos con cartas que escribimos
constantemente a los mundos visibles e invisibles. Son signos secretos con
cuya ayuda entramos en contacto con todos los seres razonables o
irrazonables de la naturaleza. Son expresiones de nuestro intelecto y de
nuestro corazón, por medio de ellos tenemos la posibilidad de crear o de
destruir nuestro futuro.
Los humanos necesitan entonces métodos para aprender cómo, por medio
de movimientos acompañados de música, pueden renovarse, renacer
físicamente y psíquicamente, y la Paneuritmia es uno de esos métodos.
1 Cf. Homenaje al Maestro Peter Deunov, Col. Izvor No. 200.
2 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. III: «El verdadero significado de
la palabra trabajo», segunda y tercera parte.
3 Los ejercicios son descritos aquí en forma muy suscinta. Para explicaciones más detalladas, ver tomo
13, capítulo XVII.
4 Acerca de este quinto ejercicio, ver también tomo 11, capítulo XIII.
5 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. VIII: «La magia del gesto».
6 Cf. Peter Deunov: Paneuritmia (palabras y música). Paneuritmia: registro orquestado de la
Paneuritmia de Peter Deunov, casete audio.
7 Muriel Urech: La Peneuritmia de Peter Deunov a la luz de la enseñanza de Omraam Mikhaël
Aïvanhov.
8 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas, I. La
ley de la grabación, II. La ley de la afinidad, III. La ley del choque de regreso».
7
«Sois el templo
del Dios vivo»
Cuando, gracias a su trabajo paciente, asiduo, gracias a una atención
constante, un ser humano ha llegado a reforzar su voluntad, a purificar su
corazón, a aclarar su intelecto, a ensanchar su alma y a santificar su espíritu,
se convierte en «el templo del Dios vivo» como dice san Pablo. Su mismo
cuerpo físico es un templo, y puede llamar al Señor para que venga a habitar
en él. Ninguna construcción, ningún edificio sagrado puede compararse a un
cuerpo que ha sido purificado, iluminado, santificado.
Pero, ¿cuánto tiempo será aún necesario para que los humanos acepten al
menos la idea de que su cuerpo físico está predestinado a convertirse en el
templo de Dios? Poniéndolo continuamente al servicio de su codicia, hacen
de él una caballeriza, un corral lleno de inmundicias. Como el Templo de
Jerusalén donde los mercaderes habían llevado toda clase de bestias y aves
que vendían. Nadie se indignaba, todo el mundo lo encontraba normal. Pero
Jesús tomó unas cuerdas e hizo de ellas un látigo y los espantó a todos,
diciendo: «Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre una casa
de mercado»1. No se conduzcan, por tanto, como los mercaderes del Templo,
no hagan de su cuerpo una guarida de animales, pues no será evidentemente
el Señor quien vendrá a habitarla, sino entidades inferiores, indeseables que
gustan mucho de esta compañía.
Este templo de Dios, cuya construcción ustedes emprenden, permanecerá
invisible mucho tiempo, ya que es el resultado de un trabajo interior de larga
duración. Pero un día, la luz que se desprenderá de su rostro y de todo su
cuerpo revelará que el Señor ha hecho de ustedes su estancia. Solamente, lo
repito, sean pacientes pues es muy largo.
Uno encuentra algunas veces en la vida seres de una belleza, de un
encanto extraordinarios, pero cuando se ve su conducta deplorable, uno se
dice que si hubiera una justicia absoluta, ellos deberían tener una apariencia
externa repulsiva. Esta falta de correspondencia entre el interior y el exterior
viene del hecho de que los estados de consciencia se modifican mucho más
rápidamente que la forma exterior. Se trata entonces de una ausencia de
correspondencia entre el pasado y el presente. En un solo día, el ser humano
puede cambiar completamente de filosofía, de concepción del mundo,
mientras que su apariencia física se transforma muy lentamente, dado que ella
está modelada en una materia mucho más resistente que el pensamiento.
Imaginen un hombre de una gran fealdad, pero que abraza una filosofía
divina: poco a poco esta filosofía desciende en él y anima la materia de su
cuerpo físico, al punto que un día ésta se convierte en el reflejo exacto de su
vida interior, de su alma, de su espíritu: es bella, resplandeciente, divina. Y lo
inverso se puede verificar igualmente. Es muy difícil entonces pronunciarse
sobre la realidad profunda de los seres. A menudo, uno se detiene en una
forma que habla aún del pasado, y uno se equivoca. No es sino una cuestión
de tiempo: tarde o temprano la forma termina por reflejar la vida interior2.
Así, todo el mundo posee un rostro interior diferente de aquel que presenta
cada día a las vista de todos. Es el rostro de su alma. No tiene los rasgos
definidos e inmutables de su rostro físico, se modifica continuamente, ya que
depende estrechamente de su vida psíquica, de sus sentimientos, de sus
pensamientos; según los momentos aparece luminoso o tenebroso, armonioso
o gesticulante, expresivo o tieso. Este rostro interior cada uno debe modelarlo
día a día, esculpirlo, pintarlo, aclararlo, para que impregne un día su rostro
físico.
El rostro que ustedes tienen hoy día ha sido en otra vida el rostro de su
alma. Es la suma de las virtudes o de los vicios que ustedes alimentaron, y si
no están contentos con él, no pueden hacer por el momento gran cosa. Por
consiguiente, no se ocupen de él, sino ocúpense del otro rostro que es el
modelo interior a imagen del cual su rostro físico se formó. A partir del
momento en que ustedes le aportan conscientemente una mejoría, tal vez la
gente alrededor suyo no se dará cuenta, pero los ángeles lo verán y ustedes
recibirán sus bendiciones. El rostro físico comienza por resistirse a las
modificaciones, pero pasado un cierto tiempo su resistencia cede al ascenso
del otro rostro, el rostro del alma que es poderoso y que impone sus rasgos al
rostro físico. Ya en ocasiones, deja entrever un poco su belleza; pues suele
pasar que el alma irradia tanta luz, tanta bondad, tanta nobleza, que este
resplandor atraviesa el rostro físico, entonces se percibe furtivamente el
rostro espiritual, el rostro de arriba. Continúen pacientemente su trabajo y un
día sus dos rostros llegarán a no ser sino uno solo.
Pero cualquiera sea la apariencia física de un ser, hay de todas maneras
algo que no engaña nunca y que revela exactamente su naturaleza profunda,
son sus emanaciones, sus fluidos. Si ustedes son capaces de percibirlos, que
este ser sea bello o feo, ustedes no se equivocarán; sus emanaciones expresan
absolutamente su estado interior, y si ellas son opacas, si son disonantes, si
son malsanas, ellas expresan exactamente sus pensamientos, sus deseos. No
se puede ver realmente el alma de un ser, pero se pueden sentir sus
emanaciones, y si esas emanaciones son puras, luminosas, uno no se
equivoca al decir que se trata de una alma bella. Algunas veces incluso, estas
emanaciones son tan poderosas que, a pesar de su sutileza, se vuelven
visibles. Existen, por ejemplo, personas extremadamente feas, deformes
inclusive, pero he aquí que por un momento se metamorfosean. Son sus
emanaciones que por un instante se revelaron más poderosas que su
apariencia física, y si perseveran en el mismo camino, este cambio será un día
definitivo.
La belleza debe estar apoyada en una vida espiritual intensa, puesto que
una bella forma no puede subsistir sino es animada, vivificada por el espíritu.
Por cierto, la verdadera belleza no se encuentra en las formas, la verdadera
belleza no tiene ni siquiera forma, está más allá de las formas, en un mundo
que no está hecho sino de corrientes, fuerzas, radiaciones. Cuando se llega a
contemplarla, uno se siente tan maravillado que quisiera casi morir. Por lo
tanto, la verdadera belleza no se encuentra realmente en el cuerpo o en el
rostro de los hombres y las mujeres; pero en la medida en que el hombre y la
mujer están unidos al mundo divino, pueden transmitir de él algunos rayos, y
a esta actividad deben consagrar todos sus esfuerzos, puesto que allí reside el
grado superior del arte.
Me gustan los artistas: el arte es una puerta abierta al Cielo, un camino
hacia la Divinidad; pero a pesar de ello, encuentro que existen grados
superiores del arte. Los artistas crean la belleza, pero ella sigue estando fuera
de ellos, no es aún en su propia materia que trabajan para reflejar, expresar la
belleza del mundo divino. Ahora bien, el pintor que nunca trabaja en los
colores de su aura no es un pintor. El pintor, el músico, el poeta, que no ha
pensado nunca en armonizar su intelecto, su corazón y su voluntad, no posee
aún la ciencia de los colores, de los sonidos, del Verbo. Es preciso
comprender que el arte verdadero consiste en crearse a sí mismo por medio
de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus gestos, de sus palabras, de
sus miradas… Y cada día, hay una exposición que se presenta delante de los
ángeles… Entonces, ¿por qué tantos artistas arruinan su salud por querer
subir al escenario, fanfarronear y hacerse aplaudir de la multitud, cuando
todos los días, cada cual tiene allí, en el mundo invisible, todo un público
angelical que espera poder admirar sus obras?
Quien trabaja en su fuero interno, con exactitud y claridad, para crear los
más bellos colores, las más bellas formas, las más bellas armonías, no se
quejará nunca de no ser apreciado y reconocido por los humanos: sabe, siente
que su trabajo está allí en él, no puede desanimarse, no puede dudar. «Sí,
pero no se ve ninguna de sus obras», dirán ustedes. Por el momento quizás,
sí, pero se los he dicho, hay en el mundo invisible otras creaturas que vienen
a contemplar sus exposiciones, a escuchar sus conciertos, a leer sus poemas.
El mundo está lleno de obras de arte admirables. Pero lo que el Cielo
espera de los humanos es que cada uno viva una vida poética, que cada uno
exprese la música a través de sus gestos, de sus pensamientos, de sus
sentimientos, que cada uno dibuje su propio rostro y trabaje para esculpirse a
la imagen de Dios. Y estas creaciones le pertenecerán por la eternidad. Las
creaciones que el hombre produce por fuera de él no le pertenecen
verdaderamente. Puesto que ellas le son externas y materiales, desaparecerán
un día, y él mismo, cuando venga de nuevo a la tierra, deberá recomenzar su
obra. Mientras que un verdadero pintor, un verdadero escultor, un verdadero
poeta que trabaja en sí mismo, no se separará jamás de sus obras, las llevará
consigo al otro mundo, y las traerá cuando venga en su próxima vida. Ya que
el trabajo que se hace en uno mismo permanece por la eternidad.
No se puede negar que los artistas han dejado obras maestras inmortales
que inspiran y hacen evolucionar a la humanidad entera, pero no hay que
quedarse allí. El grado superior del arte es ser uno mismo los cuadros, las
estatuas, los monumentos, la poesía, la música, la danza… Dirán: «¡Pero
nadie lo aprovechará!» Se equivocan. Los verdaderos instructores de la
humanidad que se crearon a sí mismos, que se escribieron ellos mismos,
conmocionaron a toda la tierra con su sola presencia, porque se veían y se
oían a través de ellos todos los colores, todas las formas, todos los poemas y
toda la música del mundo. Un ser que emprende en él mismo semejante
trabajo de creación hace mucho más por la humanidad que todas las
bibliotecas, todos los museos, y todas las obras maestras de arte, porque éstos
están muertos mientras que él estará vivo eternamente.
Por consiguiente, el artista por excelencia es aquel que, consciente del
trabajo espiritual por realizar, ha tomado como materia para esculpir su
propia carne, como lienzo para pintar su rostro y su cuerpo, como tierra para
modelar su pensamiento y sus sentimientos, puesto que quiere que la belleza
y la armonía de la creación pasen a través de él. Se convierte verdaderamente
en el templo del Dios vivo, y es entonces cuando Dios escucha sus oraciones.
Ya que el poder de una oración no depende del lugar donde se pronuncia.
Ustedes pueden ir a todos los lugares santos del mundo a orar a Dios, si su
propio santuario no está purificado, Dios no los escuchará. Pero si ustedes
han purificado, iluminado su santuario interior3, donde quiera que estén, su
oración se alzará hasta Él.
Y así como no debe necesariamente haber un lugar, tampoco debe
necesariamente haber un tiempo para orar a Dios. ¿Por qué cada religión
tiene un día particular reservado al culto? Para los musulmanes es el viernes,
para los judíos el sábado, para los cristianos el domingo… No hay en realidad
ninguna diferencia entre estos días. A los ojos de Dios, todos los días son
igualmente sagrados, benditos. ¡Pasar seis días olvidándose de Dios en
preocupaciones y actividades materiales, y el séptimo finalmente volver su
mirada hacia Él, no tiene sentido! ¿En qué estado llegan ante Él cuando han
vivido seis días de cualquier forma? ¿Creen ustedes que Él apreciará esta
hipocresía? Lo que ustedes viven el séptimo día depende de la manera en que
han vivido los otros seis. Por tanto, en la verdadera religión de Cristo, es por
doquier y todos los días que el hombre se siente en el templo de Dios para
celebrarlo y alabarlo, porque él mismo se convirtió en un templo.
Tenemos todos el deber de volver sagrado nuestro cuerpo, a fin de que el
Señor venga a habitarlo. Y como el Señor no viene nunca solo, Él será
seguido por todos los espíritus luminosos. Entonces, nada nos faltará,
tendremos el saber, los poderes, viviremos maravillados, porque este templo
de nuestro cuerpo tan perfecto vibrará al unísono con el templo inmenso de la
Naturaleza. El Señor está en todos lados. El universo es su estancia y su
templo. Y nosotros, trabajando en la construcción de nuestro propio templo,
comulgamos con todos los otros templos que son innumerables en el
universo4, y así comenzamos a vivir en la consciencia cósmica, a compartir la
vida del Creador.
1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. II: «La verdadera religión de
Cristo», tercera parte.
2 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. I: «La belleza».
3 Cf. Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor No. 223, cap. XII: «La construcción del
templo».
4 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. I: «El libro de la naturaleza».
Cuarta Parte
«Buscad el Reino de Dios y su Justicia»
1
El Reino de Dios y su Justicia
En todas nuestras actividades lo que más cuenta es el motivo que nos hace
actuar, el objetivo que queremos alcanzar. La actividad misma no importa
tanto; si ella atrae a nosotros la consideración, si nos aporta dinero, no hay
que preocuparse por ello. Mientras no se entienda esto, uno se dejará
influenciar por gente que, inmersa en el mundo material, extrae de allí su
filosofía, y uno se apega a valores que están fatalmente destinados a
desaparecer. Para culminar una obra durable, hay que echar raíces en lo que
es inmortal, infinito, eterno. Por esto, si ustedes quieren encontrar una
actividad que le dará verdaderamente un sentido a su vida, deben poner en el
centro de sus preocupaciones estas palabras de Jesús: «Buscad el Reino de
Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura».
La actividad más importante, la más gloriosa para los hijos y las hijas de
Dios que ustedes son, es hacer converger todos los poderes de su intelecto, de
su corazón y de su voluntad hacia la realización del Reino de Dios en la
tierra, porque esta realización abarca todas las otras; no es necesario luego
pedir en detalle esto o aquello, y por cierto, una vida entera no basta para
obtener una sola cosa. Entonces, pidan el Reino de Dios y tendrán todo,
porque él contiene todo.
«Buscad el Reino de Dios y su Justicia…» Pero ¿por qué se precisa «y su
Justicia» si el Reino de Dios representa la plenitud de las cualidades y las
virtudes? Evidentemente, el Reino de Dios en lo alto no tiene nada que hacer
con la justicia, pues de lo contrario no sería el reino de Dios donde solo reina
la ley del amor. Pero la tierra, antes de poder convertirse en el reino del amor,
debe comenzar por ser un reino de justicia, puesto que el verdadero amor no
puede manifestarse si no se arregla primero la cuestión de la justicia. Ustedes
dirán: «pero usted nos explicó un día que el amor es una especie de
injusticia». Sí, pero para elevarse hasta la injusticia del amor, hay que
comenzar por comprender y aplicar la justicia, lo que es muy difícil.
Porque han leído las visiones de san Juan en el Apocalipsis u otras
predicciones, muchos se imaginan que luego de grandes conmociones, el
Reino de Dios va a instalarse en la tierra de la noche a la mañana. Pueden
presentarse en efecto muchas conmociones que harán reflexionar a los
humanos y que los obligarán a escoger nuevas vías. Pero imaginarse por ello
que van a encontrarse súbitamente en un estado de iluminación que permite
recibir la ley del amor, no. Para creer semejantes cosas se necesita no conocer
nada de la naturaleza humana y del desarrollo de la historia. Semejantes
transformaciones requieren mucho tiempo. Como siempre en la historia de
los hombres, los cambios benéficos, las verdaderas transformaciones serán
aportadas por una minoría de seres muy evolucionados, una élite moral que
habrá comprendido la orientación que debe tomar en adelante la humanidad:
la fraternidad universal, el Reino de Dios. A esta élite corresponderá
convencer a todos los otros acerca de la necesidad de estos cambios,
proponiendo una nueva organización social, política, tan equitativa que no
podrán hacer nada distinto a estar de acuerdo y aceptarla.
El Reino de Dios no puede venir a la tierra si no se comienza por hacer
reinar la justicia, no la justicia humana, no la justicia de esa gente ignorante
que hace estas leyes a menudo inútiles e incluso dañinas, sino otra justicia
inspirada en la sabiduría divina.
Desde hace milenios que los humanos tratan de vivir en sociedad, han
hecho toda clase de experiencias felices o infelices que les han enseñado que
la existencia en común no es posible sino con la condición de estar fundada
en la ley del intercambio: tomar y dar. Esta ley del intercambio la llamaron
«justicia»; si se toma algo, se debe dar el equivalente a cambio para
restablecer el equilibrio. Entonces, luego de milenios de experiencias, los
humanos comprendieron que para poder vivir juntos, debían respetar esta
gran ley del equilibrio. Han reclamado la justicia, se han peleado por la
justicia, algunas veces incluso han muerto por ella, y seguro, ha habido
algunos progresos, ¡pero tan pocos! Esta noción del equilibrio es esencial y se
la encuentra en toda clase de otros campos: la salud física y psíquica (se dice
de alguien que es equilibrado o desequilibrado), la economía, las finanzas, la
política…
Generalmente cuando se habla de justicia, se tiene consciencia de
mencionar el ejercicio de una virtud extremamente benéfica. Y en efecto, los
intentos de los humanos para poner remedio a los desórdenes, a los crímenes
que engendra la injusticia pueden ser considerados como un gran progreso.
Pero en realidad la justicia que reina en la tierra es por naturaleza muy
imperfecta1, y ella no puede ser sino imperfecta porque es una justicia
materialista. Lo sé, por el momento claramente no puede ser de otra forma,
pero les daré algunos ejemplos que los harán reflexionar.
Alguien va a presentar una queja ante un tribunal: un vecino ha invadido
algunos metros de su terreno, o bien en el transcurso de una discusión, le
propinó algunos golpes cuyas marcas muestra. Y puesto que puede presentar
pruebas materiales para apoyar su queja, el tribunal va evidentemente a darle
la razón. Pero tomemos el caso de un hombre que le dio conscientemente
malos consejos a otro; con mucha habilidad, por medio de palabras
insidiosas, lo ha llevado insensiblemente a la ruina, al desespero…
Materialmente, objetivamente, no es posible reprocharle algo, y si la víctima
va donde el juez diciéndole: «Mire en qué estado lamentable este individuo
me ha puesto», el juez le responderá que su caso no está previsto en el
código, que no puede hacer nada por ella. ¡Cuántas personas, a sabiendas de
que no hay ningún tribunal humano para sancionar los malos pensamientos,
los malos sentimientos, las malas intenciones y las palabras embusteras, son
lo suficientemente astutas como para ser impecables en el campo de los actos
y no ser atrapadas!
E incluso ciertas personas son verdaderos ases en el arte de sembrar la
duda en la cabeza de otros. Un hombre, por ejemplo, decide deshacerse de un
colega cuyo puesto él quisiera ocupar: sabe que está celoso de su mujer y que
estos celos podrían hacerle perder la cabeza… Entonces, una mañana, así sin
más, le dice: «Ayer, pasando por la calle X, vi a tu mujer», porque está
seguro que la mención de esta calle va a despertar sospechas en el marido…
Al regresar, en la noche, evidentemente el marido le hace una escena
espantosa a su mujer. La pobre trata de justificarse, pero él no quiere
escuchar nada. Finalmente, después de toda clase de peripecias, ella logra
probarle que a la hora en la que el colega pretende haberla visto, ella estaba
en un lugar muy apartado de la calle en cuestión, y la verdad es restablecida.
Pero incluso si luego el otro se hace hipócritamente el avergonzado: «¡Oh,
excúsame, mi viejo, me equivoqué, he debido confundirme…», el mal está
hecho, logró sembrar la duda en el marido: todos los actos de su mujer
comienzan a parecerle sospechosos. Hasta el día en el que en medio de una
escena más violenta, la mata. Entonces, ¡helo en prisión y el puesto está libre!
¿Qué tribunal puede condenar semejante conducta? No hay ninguna prueba
material.
Existen miles de maneras de hacer el mal sin caer en las garras de las leyes
humanas. Mientras los humanos no tengan la posibilidad de investigar en los
planos sutiles, no pueden administrar justicia correctamente. Sería necesario
que fueran clarividentes, ¡pero los verdaderos clarividentes son aun más
difíciles de encontrar que los buenos jueces! Quizás en el futuro se podrán
poner a funcionar aparatos parecidos a los que se utilizan en los aeropuertos:
antes de dejar montar a los pasajeros a un avión, se les hace pasar por un
lugar donde se encuentra un aparato que debe detectar si portan armas,
explosivos, etc. Cuando el aparato detecta algo sospechoso, suena un timbre
y se registra a la persona. He aquí la clase de aparato que se podrá poner a
funcionar en el futuro, un aparato ultra sensible capaz de descubrir si alguien
ha cometido una falta; cuando éste sea el caso, emitirá una señal y, sin ser
maltratado, el culpable será obligado entonces a confesar. Pero esto, por el
momento, ¡es ciencia ficción!
Se escucha por todos lados a la gente discutir acerca de los castigos que es
preciso infligir a los culpables de robos, secuestros, homicidios… Y en
realidad los más grandes criminales se pasean libremente. Cuando los
hombres políticos toman a la ligera la decisión de desencadenar una guerra
que conlleva la masacre de miles de inocentes, o cuando los economistas dan
consejos que reducirán a la hambruna a pueblos enteros, ¿hay un tribunal
para condenarlos? O si algunos se las arreglan para pasar en el momento
propicio algunos artículos en los periódicos que van a conmocionar la vida de
un hombre, o de una mujer, y de su familia, en la mayoría de los casos no se
les sanciona por ese crimen. E incluso, la mayor parte del tiempo, ¡a eso se le
llama información! Ustedes han roto un vidrio en casa de su vecino o han
robado su bicicleta, inmediatamente la justicia actúa, pero si por sus escritos,
sus palabras o su ejemplo, le han hecho perder a alguien la fe, la esperanza, el
amor, si lo han arrastrado al libertinaje, a la revuelta, al desespero, no
solamente la justicia los deja tranquilos, sino que si son filósofos o escritores,
¡se les conceden premios! El lado divino, eso no tiene importancia, se le
puede ensuciar, destruir, pero el lado material, algunos centavos o algunos
vestidos, allí sí, ¡eso cuenta! He ahí cómo los humanos comprenden la
justicia: se sanciona a las personas que osan tocar las posesiones materiales,
pero a aquellos que destruyen lo mejor, lo más precioso que hay en los otros,
eso no importa nada, se les deja tranquilos. ¡El alma no cuenta, el espíritu no
cuenta, es el plano físico lo que cuenta, es la billetera!
Y ¿qué justicia hay en este estado de cosas que se evidencia por todos
lados en el mundo, donde tantas personas incapaces, egoístas, malévolas,
poseen el dinero, el poder y todas las facilidades materiales, mientras que
seres dotados de las más bellas cualidades son privados de ellos? Cuando
venga el Reino de Dios y «su Justicia», será de otra forma, puesto que existe
una ley establecida desde la eternidad por la Inteligencia cósmica según la
cual, lo que es abajo, es o debe ser como lo que es arriba. A esta ley los
Iniciados la llamaron la ley de las correspondencias y ella rige el universo.
Así como el Señor que posee todas las cualidades y las virtudes, posee
también todas las riquezas, así, en los humanos, la riqueza interior debe
acompañarse de las correspondientes ventajas materiales. Incluso si uno se ve
obligado a constatar que este orden ya no existe, como la ley es absoluta, será
restablecido un día: cada uno será situado allí donde lo merece y se
beneficiará de las ventajas materiales que correspondan a sus cualidades.
Mientras tanto, acepten la situación, sin preocuparse por saber si en la
sociedad a la que pertenecen, ustedes son considerados y situados según sus
méritos. Sepan que, en la organización cósmica, ningún ser puede tomar el
lugar de otro. Cada uno tiene un lugar en el universo porque Dios hizo de él
un ser único, dotado de una vibración determinada. Si en el plano físico uno
no cesa de ver personas que logran excluir a otras, mejores y más capaces que
ellas, en el plano espiritual eso es imposible. El lugar que Dios da a cada uno
de nosotros es absolutamente aquel que se merece. En este campo, hay una
justicia absoluta. Ninguna creatura tiene la posibilidad de tomar el lugar de
otra, pero cada una debe desarrollarse hasta alcanzar la perfección que Dios
ha previsto para ella. Incluso si otros la superan en importancia, allí donde se
encuentra es ella quien reina, porque es Dios quien le ha dado ese lugar. Por
su vida cada creatura secreta una quintaesencia de ella misma, y esta
quintaesencia le es específica. Ninguna otra creatura puede substituirla, ella
permanece única e irremplazable por la eternidad. ¿No será que este
pensamiento puede aportarles definitivamente la paz y la alegría?
Para saber cómo deben considerarse los unos a los otros, los humanos se
detienen en la fortuna, el rango social, los diplomas… Evidentemente, esta
actitud no es aconsejable, pues es claro que todas esas ventajas materiales
rara vez corresponden a cualidades morales. Sin embargo, ella refleja una
realidad del mundo espiritual: en el mundo espiritual, quien es más rico, más
bello, más fuerte que los otros merece la estima y el amor del Cielo; hay
siempre una relación entre lo que uno es y la manera en que uno es
considerado. Pero los humanos han olvidado esta noción de nobleza
espiritual, no poseen sino criterios materiales, no sienten que las
manifestaciones del mundo físico no hacen más que reflejar un mundo más
elevado, y que la riqueza, la belleza, la grandeza, el poder materiales no son
más que huellas lejanas del mundo divino. Solo las formas llaman su
atención, no tienen consciencia de que más allá de esas formas, su respeto y
su consideración deberían dirigirse hacia los tesoros de la vida espiritual, del
alma, del espíritu.
Porque descendieron demasiado en la materia, los humanos perdieron la
intuición de lo que debían buscar en los seres. Para ellos todo no es más que
convencionalismos y se inclinarán delante de un criminal simplemente
porque es influyente o de una familia rica. Y por «criminal» no entiendo
solamente un ladrón o un asesino, sino también un hombre que transgrede las
leyes de la sabiduría, de la bondad, de la pureza, etc. Ahora bien, quienes
transgreden más estas leyes son a menudo aquellos que tienen más
posibilidades materiales, puesto que ellas les brindan todas las condiciones
favorables para satisfacer sus caprichos, su codicia, sus ambiciones.
Por tanto, no hay que condenar demasiado a los humanos si admiran a los
ricos y a los poderosos: no hacen sino reproducir una actitud que es
observada en el mundo divino, donde nadie puede hacer más que saludar y
respetar a los ricos y a los poderosos, pues las ventajas que éstos poseen
corresponden a verdaderos conocimientos, a verdaderas virtudes. Sin
embargo, los humanos deberían ser un poco más clarividentes y darse cuenta
de que cuando se inclinan delante de un poderoso de este mundo, en realidad
no están tratando más que con una especie de vagabundo, sin ciencia, sin
amor, sin pureza, sin control. Sí, un pobre vagabundo. Puesto que su riqueza
material no le sirve sino para satisfacer todas sus inclinaciones inferiores,
interiormente no es más que un vagabundo. Una riqueza que no descansa
sobre ninguna base sólida en el mundo espiritual es, en realidad, peor que la
pobreza.
Si ustedes quieren contribuir al advenimiento del Reino de Dios y su
Justicia, deben comenzar por aprender a distinguir entre las riquezas
exteriores y las riquezas interiores, y luego, en lugar de dejarse hipnotizar por
el éxito material, trabajar para desarrollar en ustedes los dones del espíritu.
¿Díganme qué sentido puede tener sublevarse contra la injusticia del orden
social y, al mismo tiempo, alimentarla con su actitud?... Pues sí, mientras uno
se deje deslumbrar por las apariencias del éxito y busque imitar a quienes lo
han logrado luchando con los dientes y las uñas, uno contribuye a reforzar la
injusticia.
Todas las creaturas del mundo divino no aman, no respetan y no ayudan
sino a aquellos que son ricos. A los pobres, no solamente no les dan nada,
sino que ellas toman incluso lo que tienen. Pues sí, se da a quien ya tiene, y a
quien no, se le arrebata incluso lo poco que tiene. Encuentran que es cruel e
injusto: ¿por qué llenar los cofres del rico y tomar al pobre lo poco que le
queda? Pues no, es justo, pero es preciso comprender que no se trata allí del
plano material. De hecho, ni siquiera es necesario venir a arrebatarle
cualquier cosa al «pobre»: es él quien por su actitud pierde poco a poco todos
los tesoros que el Cielo le ha dado. Tomemos, por ejemplo, el caso de un
artista: si él no alimenta sus dones por medio de la práctica de ciertas
cualidades morales, esos dones terminan por dejarlo. ¡Cuántas veces se ha
visto! Y esto se verifica para todo ser humano: su riqueza interior hace
fructificar sus dones, y su pobreza interior lo vuelve poco a poco estéril.
Si ustedes quieren que el Cielo los ayude, deben volverse ricos. Dirán:
«¿Pero cómo volverse ricos?» Trabajando para ganar oro. El oro,
simbólicamente, es la sabiduría, el discernimiento: con este oro se compran
cualidades y virtudes que se manifiestan por medio de proyecciones de luz y
de colores que las entidades celestes perciben de lejos. Los humanos, si no
los ven llegar en un carro suntuoso, cubiertos de adornos o de joyas, no se
darán cuenta nunca de su valor, porque son ciegos. Pero los espíritus de
arriba sienten inmediatamente la luz que emana de ustedes, ella los atrae, y
cuando se aproximan, exclaman: «¡Oh, qué magnífico abrigo, qué corona
resplandeciente!» Se maravillan, se reúnen y es toda una fiesta porque
percibieron un ser vestido magníficamente y engalanado con joyas: collares,
brazaletes, anillos, cinturones adornados de piedras preciosas.
¿Están asombrados, no habían pensado que en el mundo divino también se
podían llevar adornos? Pero entonces los pintores antiguos que representaban
a Dios, al Cristo, a los ángeles, a la Virgen en trajes suntuosos, ¿qué querían
expresar de distinto a esta realidad de la riqueza del mundo divino? Y si
según la costumbre, los reyes y los príncipes de la tierra son también
engalanados magníficamente, ello viene del hecho de que se les consideraba
representantes de Dios en la tierra y que estos ornamentos y estas piedras
preciosas corresponden a las cualidades y virtudes que debían poseer para
gobernar sabiamente su reino2. ¿Cuántos de ellos comprendieron que antes de
llevarlos físicamente, es espiritualmente que debían adornarse con esas
piedras preciosas? Eso, solo Dios lo sabe. Pero les hablo aquí de símbolos. E
incluso el lugar de esas piedras preciosas es simbólico: en la cabeza, en las
orejas, alrededor del cuello, en la cintura, en los dedos, en los puños, en los
tobillos, cada lugar tiene un significado preciso. Y además, se dice que todas
las piedras preciosas poseen grandes poderes curativos…
La verdadera realeza es la realeza espiritual y, al paso de aquel que ha
llegado a elevarse hasta allí, los ángeles, los espíritus de la naturaleza se
inclinan y susurran entre ellos: «He aquí un rey que se aproxima», y le hacen
honores, se apresuran alrededor de él, felices, puesto que de él emana un
fluido de una gran pureza, dotado de una influencia calmante, vivificante,
como una fuente divina que brota y regenera a todos los seres a su paso.
Por consiguiente, si quieren llamar la atención de todas las creaturas
angelicales para que se ocupen de ustedes, deben ser ricos. Ricos y bien
vestidos. Una vez que ustedes han obtenido su amistad y su protección, ellas
les brindan ciertas posibilidades. Y un buen día, los humanos, a su turno, se
ven obligados a reconocerlos; sienten que interiormente ustedes llevan trajes
magníficos3, que están engalanados con oro y pedrería, es decir, que poseen
esta quintaesencia preciosa que hace que, en cualquier circunstancia, puedan
pensar, sentir y actuar como un rey, y les otorgan el lugar que merecen.
Mientras los humanos no trabajen para adquirir las virtudes divinas, no
poseen la verdadera realeza. Entonces, que no se extrañen si algunos, más
clarividentes que otros, no son tan considerados con ellos. Creen que deben
ser respetados con el pretexto de que ocupan un puesto elevado en la
jerarquía social que les da la posibilidad de dar puñetazos sobre la mesa. Pues
no, no es por los signos externos que uno puede hacerse respetar, sino por el
poder del espíritu. Quien quiera hacerse respetar debe saber que en el campo
espiritual es donde se encuentra la verdadera jerarquía, y hasta allá debe
subir. A medida que se elevará en esta escalera espiritual, sin quererlo
incluso, los demás lo reconocerán un día. Quizás tomará tiempo, pero lo
reconocerán.
Sin embargo cuidado, no digo que deba ocurrir como en ciertos
movimientos espirituales donde, a la imagen de lo que pasa en la sociedad,
aquellos que han obtenido un grado superior (¡y solo Dios sabe cómo!) ponen
a los otros en la posición de servirles. No, no se ocupen siquiera de saber si
los demás reconocen su valor: suban, suban cada vez más alto, nadie puede
impedírselos, es el único derecho que Dios le dio a todas las creaturas, y de
esta forma responderán al mandato de Jesús: «Buscad el Reino de Dios y su
Justicia». Si Jesús hablaba del Reino de Dios y su Justicia, es porque
precisamente lo que distingue el reinado de Dios del reinado de los hombres,
es que la justicia se ejerce allí de forma completamente diferente. Sí, el punto
de vista del Cielo no es el punto de vista de la tierra. Por ello, yo me levanto
ante los políticos, los economistas, todos aquellos que pretenden ocuparse de
los grandes asuntos del mundo, del bienestar de los humanos, y les digo: «No
resolverán los problemas mientras no hayan cambiado completamente de
punto de vista». Sí, no basta con cambiar los métodos, es preciso cambiar
primero de punto de vista.
1 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. IV: «Justicia humana y Justicia
divina», primera parte.
2 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. XI: «La triada Kether-Hesed-Geburah- I. El cetro y
el globo».
3 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. VIII: «El traje de luz».
2
La política a la luz de la Ciencia iniciática
Cuando se me escucha hablar y se está al corriente de todos los sucesos
que ocurren en el mundo, se encuentra seguramente que los temas que trato
no tienen ninguna relación con la actualidad1. Dicen: «¡Pero de qué habla! ¡Si
solamente él supiera lo que ocurre en España, en Portugal, en Irlanda, en
Polonia, en el Líbano, o incluso en Francia, no nos conversaría sobre cosas
tan secundarias!» Y he ahí que no se ha comprendido, puesto que lo que yo
les explico es lo esencial, la base; son claves para resolver todos los
problemas: aquellos de la vida personal en primer lugar, y aquellos de la vida
nacional e internacional en segundo término, pues todo está ligado.
Si debo ahora hablarles de los acontecimientos políticos o económicos,
¿de qué serviría? ¡Hay tanta gente que habla al respecto sin aportar
soluciones! No son más que constataciones, informes, estadísticas, y ¡solo
Dios sabe si son exactas! Dejo, por lo tanto, todos esos problemas a los otros,
y yo me ocupo de lo esencial, de lo que permanecerá válido por la eternidad.
Y lo esencial, es el conocimiento del ser humano.
El ser humano tiene un cuerpo físico, una voluntad, un corazón, un
intelecto, un alma, un espíritu, y la cuestión está allí entonces: cómo trabajar
con estos principios que estarán siempre ahí presentes en él y continuarán
inspirándole su conducta2. Sí, durante miles y miles de años aún, cualquiera
sean los sucesos o las condiciones, el ser humano será puesto frente a los
mismos problemas: cómo pensar, sentir, actuar, amar, crear…
Siendo así, no quiero perder mi tiempo ni mis energías en historias que
todo el mundo olvida muy poco tiempo después. Un nuevo gobierno, por
ejemplo, he ahí de lo que la gente se ocupa con pasión. ¿Pero cuánto tiempo
va a durar ese gobierno? Algunos meses después será cambiado y será
necesario ocuparse de otro. Y los partidos políticos… Algunos aparecen,
otros desaparecen o cambian de nombre, y si ustedes no conocen estos
nombres y los de los hombres y mujeres que están a la cabeza, son muy mal
vistos. ¡Que no conozcan nada del mundo espiritual, no tiene ninguna
importancia, pero no conocer los debates y los enfrentamientos del mundo
político, eso sí que es grave!... Pero es miserable, lamentable, ¿qué pueden
realmente aportarles esas historias a los humanos para su verdadero futuro?
Ustedes dirán: «¡Pero queremos ayudar a nuestro país!» No puede
ayudársele de esa manera, nunca se ha podido ayudar a los humanos de esa
manera. Uno se imagina que los ayuda… No, no son estas discusiones y estos
debates políticos los que pueden ayudarlos. ¿Qué ha mejorado efectivamente
la política? Los hospitales están llenos de enfermos, los tribunales llenos de
procesos, y se necesitará pronto un policía por habitante. Cada uno acusa a
los otros de trabajar por la ruina del país y el malestar de los ciudadanos,
mientras que él no piensa sino en la patria, en el bienestar del pueblo, y una
vez que sea elegido, ¡se verá lo que se verá!... Lamentablemente, no se verá
sino lo que ya se ha visto. Porque nadie se pone de acuerdo sobre este
«interés del país», hay tantos partidos, y cada vez más. Pero, ¿de qué sirven
todas estas divisiones? Hay que ver el conjunto, un fin único por alcanzar, un
fin definitivo, y no detenerse en un punto particular y disputarse por objetivos
insignificantes que pronto serán reemplazados por otros.
No digo que todos se equivocan, no, cada uno tiene razón desde su punto
de vista. Pero frente al conjunto, todos cometen errores. El egoísta que
arregla las cosas para satisfacer sus deseos y su codicia, atrae para sí
fatalmente los reproches de los demás, y no lo entiende, porque para él todo
es lógico, todo está en regla. Es lo que pasa también con los políticos. Todo
lo que dicen es absolutamente cierto, lógico y convincente, pero según su
punto de vista. ¡Cuántas veces se ha experimentado esto! Un político expone
sus puntos de vista, y por la forma en que los presenta, uno se dice: «Pues sí,
tiene razón…» Pero he ahí que su adversario le responde con argumentos
totalmente opuestos, pero que son también tan convincentes que uno se dice
nuevamente: «Tiene razón». Y luego llega un tercero, un cuarto, cuyas
opiniones parecen tan justificadas como las precedentes. Entonces, ¿qué
ocurre? Los que los escuchan se pronuncian en función de sus intereses
particulares, es normal. No reflexionan que desde la perspectiva de la
totalidad, desde el punto de vista universal, sus elecciones no son
absolutamente válidas.
Cuando un niño quiere algo, está convencido de que tiene razón y se
asombra de que sus padres puedan oponerse a sus deseos. Según el nivel de
comprensión que ha alcanzado el niño, lo que desea es absolutamente
legítimo. Y por tanto, constata que otros, malos, incomprensivos, le ponen
obstáculos, y se rebela. Es exactamente lo que ocurre con el mundo entero,
porque la mayoría de los humanos son todavía niños egoístas. Cada uno tira
para su lado: «En mi criterio es de tal forma, en mi sentir es de tal otra»... Sí,
¡pero ese «en mi criterio» es tan limitado! Hay que adquirir ahora una
consciencia más amplia, para ser capaz de pronunciarse no solamente según
el propio criterio, según el punto de vista y los deseos individuales, sino
también de entrar en la situación de los demás para modificar o completar ese
punto de vista3.
¿Han ustedes oído cómo el público comenta los debates políticos
televisados? Se diría que acaba de asistir a una pelea de boxeo: «¡Vieron
cómo X le respondió a Y! ¡Vaya lo que le dijo!... ¡Ah, qué golpe! ¡Cómo lo
tumbó!»… Verdaderamente, ¿qué puede salir de bueno de todos esos
enfrentamientos? Mientras el hombre no posea una consciencia
suficientemente vasta e impersonal, no ve las cosas sino desde su punto de
vista, y «su» verdad, que no es más que un pedazo de la verdad, va a
combatir la verdad de todos los demás. Por eso la tierra no es sino un campo
de batalla.
Se los he dicho, he escogido el tema más importante: el ser humano,
porque todo está allí. No soy hostil con los políticos, ¿por qué lo sería? No
son más malos que los demás, muchos quieren sinceramente el bien de sus
conciudadanos y trabajan con igual sinceridad en resolver los problemas que
se presentan a escala internacional. Si llegan a cometer tantos errores, es
porque se lanzan a la política sin ser conscientes de que han escogido una
«profesión» particularmente difícil, para la que no están realmente
preparados. Pues no basta con estudiar; las ciencias políticas, la economía, las
finanzas, el derecho, la diplomacia, etc., eso está muy bien, pero es
insuficiente. Hacer política es confrontarse con la naturaleza humana, ¡tan
complicada, tan imprevisible4! Y quienes se lanzan a esta aventura están
expuestos a todas las tentaciones que presenta el poder, pero también a las
presiones de su entorno; y si no están vigilantes, si no poseen una gran fuerza
de carácter, pueden dejarse llevar, algunas veces incluso involuntariamente, a
cometer actos reprensibles, o incluso pueden ser demolidos por la dureza de
los enfrentamientos.
Miro la televisión, y con frecuencia me impresiona constatar los cambios
que se observan en los rostros de ciertos hombres políticos. Algún tiempo
atrás, se les sentía llenos de impulso, entusiasmo, certeza, animados
sinceramente por un ideal, y luego, poco a poco, uno ve sus rostros cerrarse,
sus rasgos, su mirada y el tono de su voz endurecerse, y se entiende que
recibieron golpes que no esperaban. Cuando veo esto, me pongo triste, me
digo: «Los pobres, es lamentable, pero ¿cómo ayudarlos?» Porque los
hombres políticos pueden hacer mucho por su país y por el mundo entero,
pero con la condición de comprender que la única política válida es una
política inspirada en la Ciencia iniciática que presenta la naturaleza humana,
sus fuerzas, sus debilidades, sus necesidades, y las condiciones morales,
afectivas, espirituales en las cuales ella puede realizarse. Mientras no se
posean estos conocimientos, la política no puede conducir sino a callejones
sin salida o a enfrentamientos sangrientos.
A lo largo de los siglos, filósofos, pensadores se han preguntado cómo
restablecer la paz y la prosperidad en las sociedades humanas y para ello han
imaginado formas ideales de gobierno y de organización política. Así, Platón
escribió «La República», Tomás Moro «La Utopía», Francis Bacon «La
Nueva Atlántida», Campanella «La Ciudad del sol», etc. Y en todas las
tradiciones religiosas o populares de la humanidad, se encuentran alusiones a
tierras lejanas y misteriosas donde dioses, héroes fundaron un reino: allí, al
abrigo de la necesidad y de las enfermedades, los humanos viven felices y en
la armonía. Las tradiciones de la India, del Tíbet y de la China reportan la
existencia de un reino subterráneo, un reino de paz y de justicia denominado
la Agartha5 que es mencionado por Saint Yves de Alveydre en «La misión de
la India» y por F. Ossendowski en «Bestias, hombres y dioses- El enigma del
Rey del mundo».
Lo que escribe Saint Yves de Alveydre acerca de la forma de gobierno que
existe en Agartha, llamada sinarquía, es muy interesante. A la cabeza se
encuentran tres personajes que representan la Autoridad. Ellos dan sus
directrices a siete personas que representan el Poder y que tienen ellas
mismas bajo sus órdenes a otras doce personas encargadas de la Economía, es
decir de la producción y de la repartición de las riquezas. Ustedes dirán:
«Entonces, ¿esta organización con tres personas a la cabeza, luego siete,
luego doce, puede asegurar el buen funcionamiento de un país?» En realidad,
no, no es porque haya tres personas, enseguida siete, luego doce a la cabeza
de un país o de una colectividad que los asuntos marcharán mejor, porque
estos tres, siete y doce pueden ser unos ambiciosos, deshonestos, insensatos o
incompetentes que llevarán al país, tanto como los demás, a la catástrofe. No
son los números los que arreglan los asuntos, sino los humanos, lo que ellos
son en profundidad, las cualidades que poseen.
Por consiguiente, antes de establecer la sinarquía en el plano físico como
forma de gobierno, es esencial que cada uno trabaje para instalarla primero en
sí mismo. Porque el mismo ser humano, tal y como fue concebido por la
Inteligencia cósmica, es ya una sinarquía.
Comencemos con el número 3. Todo ser humano posee un intelecto, un
corazón y una voluntad. Por medio de su intelecto piensa; por medio de su
corazón experimenta sentimientos; y por medio de su voluntad actúa6. A
través de estos tres factores, se manifiesta en el mundo. Entonces, si logra
instalar la sabiduría en su intelecto, el amor en su corazón y la fuerza en su
voluntad, realiza en sí mismo esta trinidad, y se asemeja a la Trinidad divina
de la luz, el calor y la vida que corresponde en el Árbol sefirótico a las tres
sefirot superiores: Kether, Hochmah y Binah7. De esta forma, es la
Autoridad, él reina en su propia existencia.
Enseguida, él gobierna manifestando las virtudes de los siete planetas, es
decir de las siguientes siete sefirot: Hesed (Júpiter), Geburah (Marte),
Tipheret (el Sol), Netzach (Venus), Hod (Mercurio), Iesod (la Luna) y Malkut
(la Tierra)8. Estas siete cualidades representan el Poder. Él es la Autoridad y
por medio de sus cualidades y virtudes ejerce su poder. Puesto que sus
cualidades y virtudes son sus mejores sirvientes. Sí, nuestros verdaderos
servidores, nuestros verdaderos sirvientes no son las personas que tomamos a
nuestro servicio para satisfacer nuestros deseos, nuestras necesidades, o para
facilitarnos la vida, sino las virtudes en nosotros que obedecen a la verdadera
autoridad de Kether, Hochmah y Binah. Y estas virtudes son la capacidad de
realizar de Malkut, la pureza de Iesod, la inteligencia de Hod, la dulzura de
Netzach, la belleza de Tipheret, la audacia de Geburah, la generosidad de
Hesed. Estos siete servidores transmiten las órdenes de la Autoridad a los
doce que están a cargo de la Economía.
Y ¿qué es la Economía en nosotros? Está representada por las doce partes
del cuerpo físico a las cuales están unidas los doce signos del zodiaco: la
cabeza (Aries), el cuello (Tauro), los brazos y los pulmones (Géminis), el
estómago (Cáncer), el corazón (Leo), el plexo solar (Virgo), los riñones
(Libra), los órganos genitales (Escorpión), los muslos (Sagitario), las rodillas
(Capricornio), las pantorrillas (Acuario), y los pies (Piscis)9. Así, las siete
virtudes actúan sobre las diferentes partes del cuerpo para despertarlas,
vivificarlas y hacer que la actividad de miles de millones de células que las
constituyen contribuyan a la armonía del conjunto.
He aquí la verdadera sinarquía de la cual es preciso ocuparse: la sinarquía
interior. En cuanto a la sinarquía como forma de gobierno de los humanos,
eso puede esperar. Pues, ¿se está realmente seguro de que se encontraría en
cada país a esas tres personas tan evolucionadas como para ponerlas a la
cabeza? ¿E igualmente aquellos siete que serán realmente capaces no solo de
comprender las directrices dadas por los tres primeros, sino también de
hacerlas ejecutar correctamente? E incluso, si se encontraran estas personas,
¿serían aceptadas actualmente?...
Para establecer la paz y la armonía en el mundo, hay que comenzar por el
comienzo, y el comienzo es el hombre mismo. La verdadera sinarquía se
establecerá el día en que cada uno se convierta en el rey de su propio reino, y
primero de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus deseos. Sí, y sobre
todo de sus deseos. Puesto que mientras que los humanos no tengan
verdaderos criterios para analizar el origen de sus exigencias y de sus
reivindicaciones, la escena política seguirá siendo un lugar de
enfrentamientos. ¡Cuántas veces a lo largo de la historia ellos han
experimentado cambios de régimen y revoluciones! Sin embargo, la situación
no ha mejorado realmente. Y ¿por qué no ha mejorado? Porque estos cambios
no han sido decididos por personas que tenían la voluntad de desprenderse de
sus instintos, de su codicia. Mientras no haya evolución en las consciencias,
en las mentalidades, cualesquiera sean las reformas que se proyecten, no
podrá haber allí ningún progreso real.
Solamente cuando los humanos salgan del círculo estrecho de sus apetitos
egoístas, los cambios que proponen serán verdaderas mejoras. Hasta
entonces, incluso si la palabra «cambio» es aquella que se escucha pronunciar
con mayor frecuencia en política, se continuarán observando los mismos
esfuerzos obstinados de una cantidad de ambiciosos y codiciosos por
arrebatarse los puestos que les darán más poder y más dinero. No se preparan
para asumir la tarea grandiosa que les corresponde, no trabajan por ser más
desinteresados, más nobles, más dueños de sí mismos… modelos. Eso no les
interesa. ¿De qué les serviría ser mejores? No es eso de lo que tienen
necesidad. Buscan el poder para saciar sus pasiones, sus deseos de
conquistas, de dominación, de venganza. Y quienes los eligen lo hacen con la
esperanza de servirse de ellos para satisfacer, a su turno, esta misma codicia.
Luego, ¡todos en el mismo saco!
La sabiduría de los pueblos se ha expresado a menudo por medio de
cuentos. Entonces, había una vez un reino donde no se producían sino
motines, epidemias, hambrunas. El rey, sin saber qué hacer, hizo venir a un
sabio para interrogarlo. Y el sabio le respondió: «Majestad, eres tú la causa
de todos estos males. Vives en el libertinaje, eres egoísta, injusto, cruel, y he
ahí porque las catástrofes no cesan de caer sobre tu pueblo». Inmediatamente
después, el sabio se presentó ante el pueblo y le dijo: «Si ustedes sufren, es
porque se lo han merecido: con sus desórdenes, su pereza, atrajeron un
monarca que se les parece y que es su desgracia». He ahí cómo los sabios
explican las cosas. Cuando los ciudadanos de un país deciden vivir en la luz
del espíritu, atraen gobernantes nobles y honestos que no aportan sino
bendiciones. Pero si una nación tiene dirigentes que dan rienda suelta a sus
peores caprichos en detrimento del pueblo, pues bien, es preciso que el
pueblo se diga que él también lleva una parte de responsabilidad en ello.
En realidad, es la sociedad entera la que estimula las tendencias inferiores
de sus miembros. Incluso los padres son tan ignorantes, que se imaginan que
educan a sus hijos empujándolos a conseguir favores y privilegios con
métodos más o menos lícitos. Esto es para ellos la educación. En vez de
decirle a un niño: «Prepárate; si un día tienes responsabilidades importantes,
deberás mostrarte a la altura de tu tarea, no comprometerte jamás»; lo
empujan a «arreglárselas» por todos los medios y se alegran de sus éxitos,
incluso si no los merece. Siempre se busca el éxito en el plano material, y
para lograrlo no se duda en emplear los cálculos, el engaño, la violencia. No
es que el éxito material sea en sí mismo condenable, no, pero no se justifica
sino en la medida en que es la concreción de un trabajo realizado en el plano
espiritual.
Ustedes dirán: «Sí, pero si uno debe conducirse según sus consejos, si uno
debe prepararse tanto, las condiciones en el mundo son tales que uno
permanecerá en algún lugar, desconocido, oscuro, privado de todo medio de
acción». Pues bien, sepan que para sacar semejantes conclusiones, es que
ustedes no conocen nada de las leyes divinas. Cuando sean realmente
capaces, cuando se conviertan en un modelo, incluso si no lo quieren, incluso
si lo rechazan, los demás vendrán a tomarlos por la fuerza y los pondrán en la
cima para que los aconsejen, los guíen. Si esto no ha pasado es porque aún no
lo merecen: no están aún listos, por lo tanto, no tienen por qué protestar.
Por esencia los seres humanos no son unos buenos y otros malos. Todos
están hechos de dos naturalezas, inferior y superior, por consiguiente, todos
tienen aspiraciones hacia el mundo divino, hacia la luz, el amor, la pureza.
Sin embargo, se trata de aspiraciones que han más o menos desarrollado y
que son más o menos favorecidas por el medio ambiente. Por esto, cada quien
debe tener como primera preocupación desarrollar sus aspiraciones
espirituales y dar a los demás las posibilidades de desarrollarlas también. ¡Se
necesita tanta fuerza de carácter para resistir a las presiones del entorno!
Cuando se ven rodeados de sinvergüenzas y de codiciosos, muchos se
desaniman y comienzan a imitarlos, adoptando esta filosofía tan difundida:
«El hombre es un lobo para el hombre»… «Hagan el bien y recibirán el
mal»… «Sean honestos y se morirán de hambre»… De esta forma, poco a
poco, cada uno se nivela, se adapta a las creaturas más inferiores.
Es importante reflexionar sobre estos asuntos, y con mayor razón cuando
ellos atañen la educación de la juventud10. Los niños y los adolescentes de
hoy son los futuros ciudadanos. Muchos desean trabajar por un ideal de
generosidad, de fraternidad, pero luego de algún tiempo, al contacto con la
realidad, bajo la presión de su entorno que les aconseja ser «razonables»,
«realistas», renuncian a él. Y es normal: a esa edad necesitan ser apoyados en
sus buenos deseos, en sus buenos impulsos. Y si no tienen instructores,
modelos para aconsejarles e impedir que retrocedan, luego de algunas burlas,
algunos obstáculos y algunas desilusiones, terminan por volverse como los
demás.
Si hubiera más creaturas que trabajan con desinterés y abnegación por el
bien de todos, la faz del mundo cambiaría. Claro, tales seres han existido
siempre, la historia nos ha conservado su recuerdo, y es gracias a ellos que la
humanidad, a pesar de todo, ha podido sobrevivir y progresar. Existen
algunos todavía en nuestros días, pero ¡son tan poco numerosos en
comparación con todas las fieras que pueblan la tierra y dan libre curso a sus
instintos! Y cuando desafortunadamente estas fieras tienen responsabilidades
políticas en un país, no pueden producir sino víctimas.
Si el Reino de Dios no ha llegado aún a la tierra, es porque la mayoría de
personas trabaja por una política inspirada en la naturaleza inferior. Y esto es
verdad tanto para aquellos que gobiernan como para aquellos que son
gobernados. Sí, cuando yo analizo los fines de la política, veo que son
siempre mediocres. ¡Ah!, evidentemente son presentados un poco
embellecidos y adornados, pero en realidad muy a menudo para los hombres
políticos no se trata más que de obtener el poder, prometiéndoles a los que los
van a elegir que se esforzarán por satisfacer sus deseos y sus necesidades,
incluso si esos deseos y esas necesidades no tienen en cuenta el bien de todos.
Y la muchedumbre que se abalanza para escucharlos aplaude sin
discernimiento. De este modo, ciegos son guiados por otros ciegos. Pero
ustedes conocen la parábola evangélica: «Ciegos conducidos por otros
ciegos, todos caerán en el precipicio». Desafortunadamente, siempre es
demasiado tarde cuando uno se da cuenta de esta ceguera: las catástrofes ya
están allí. Observen a Hitler, observen a Stalin, y tantos otros: ¡qué verdugos,
qué monstruos! ¡Y multitudes enteras los seguían y los aclamaban!...
Yo también trabajo por una «política», pero por una política inspirada en
la naturaleza superior y que tiene en cuenta necesidades esenciales del ser
humano, necesidades del alma y del espíritu. Incluso Karl Marx que es tan
glorioso, tan preconizado, tan seguido, y bien, él también va a fracasar de
aquí a algún tiempo, con toda su compañía. Sí, porque no se resuelven todos
los problemas de los hombres con la lucha de clases, la colectivización de los
medios de producción, etc. Que Karl Marx haya sido un genio, eso es seguro,
nadie puede negarlo, pero que él no haya previsto todo porque su punto de
vista es limitado igualmente, es claro también. Reconozco que se necesitan
personas cualificadas en cada campo de la vida política, económica y social,
pero esas personas cualificadas requieren ser orientadas por otras que no
tienen quizás ninguna de esas cualificaciones, pero que conocen lo esencial.
¿Están asombrados? Pues tomen mi caso, por ejemplo. No existe un
hombre en la tierra que sea tan ignorante como yo en los campos político,
económico, financiero. Sé solamente una cosa, una sola, pero esencial: cómo
hacer brotar el agua, es todo. Y el agua encontrará luego su camino.
Entonces, toda una cultura va a aparecer y a organizarse: las plantas, los
animales, los hombres… Hay que hacer brotar el agua sin ocuparse del resto.
Es lo que yo hago aquí con ustedes en nuestra Fraternidad: me ocupo de
hacer brotar el agua11 y ustedes, sí ustedes, encuentran su lugar. No me
corresponde a mí encontrarles un lugar, no debo ocuparme de eso. Por ello,
no he pretendido organizar nada. No me ocupo sino del agua, ya que si hay
agua, las cosas terminan por organizarse ellas mismas. Y esta agua, ¡es el
amor, es la vida!…
Mientras los políticos crean que para mejorar la situación basta con
establecer nuevas instituciones, crear nuevas estructuras o nuevos
ministerios, no llegarán a nada, puesto que ¡han olvidado el agua! Todo lo
que podrán organizar exteriormente se mostrará ineficaz mientras no se
ocupen de hacer brotar el agua. Cualquiera sea la organización, es preciso que
haya en la cima un ser que posea esta agua, este amor, para que todos los
demás sigan el ejemplo de este amor, se inspiren en este amor. Entonces,
todas las ramas de todas las actividades se distribuirán naturalmente para
contribuir al éxito de la empresa. De otro modo, por supuesto, no soy un bebé
como para no comprender cuán compleja debe ser la organización de todo un
país. Sí, pero para que este conjunto funcione, es necesario el amor, y cuando
hablo de amor, quiero decir ese estado de consciencia que permite envolver a
todos los seres en la misma benevolencia y comprender sus necesidades12.
Observen lo que ocurre en una reunión donde personas se encuentran para
decidir acerca de un proyecto. Si están en buena disposición las unas con las
otras, se comprenderán y al final de la reunión, todo estará a punto y el
proyecto se realizará. Pero si llegan con el único deseo de hacer triunfar su
punto de vista, porque cada una cree que es la única en estar en lo correcto,
no llegarán nunca a una solución. Y esto es lo que pasa a menudo: las
personas se reúnen una vez, dos veces, tres veces… diez veces, y no sale
nada de esas reuniones, excepto malentendidos y peleas. Y entonces, ¿a qué
vienen todas esas comedias?
Pues se diría que los humanos necesitan aún sufrir. Sí, no hay otra
explicación: los humanos aún necesitan sufrir. ¿Creen que soy cruel? No, soy
realista, saco conclusiones de lo que observo; me siento infeliz de constatarlo,
pero los humanos todavía necesitan sufrir para comprender. Hasta el día en
que, a causa de estos sufrimientos, gracias a estos sufrimientos, encontrarán
el camino.
Los anales de la Ciencia iniciática cuentan que muchas humanidades han
desaparecido ya. Algunas de ellas poseían técnicas mucho más avanzadas que
las nuestras; desaparecieron porque utilizaron esas técnicas para dominar con
la violencia, y ellas mismas se destruyeron. Y lo que constituye un muy mal
presagio para el futuro de la humanidad es que se observa cada vez más que
el progreso técnico proporciona mecanismos de destrucción. Por lo tanto hay
que reflexionar. Para la Inteligencia cósmica, que vive en la eternidad, una
humanidad de más o de menos da igual. Tantas otras han desaparecido que si
ésta desaparece también por su propia culpa, eso no la inquietará mucho: con
los pocos individuos que quedarán, preparará una nueva. Nos corresponde a
nosotros no destruirnos. Si nos obstinamos en hacer todo para ser destruidos,
la Inteligencia cósmica permanecerá imperturbable, no intervendrá, nos
dejará hacer.
1 Las conferencias a partir de las cuales este capítulo y los siguientes han sido redactados datan del
período 1968-1978 (Nota del editor).
2 Cf. La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor No. 222.
3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VII: «La consciencia».
4 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. I: «¿Naturaleza humana… o
naturaleza animal?»; cap. II: «La naturaleza inferior, reflejo invertido de la naturaleza superior».
5 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. VIII: «La política a la luz de
la Ciencia iniciática», quinta parte; Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap.
IX: «Jerarquía y libertad», tercera parte.
6 Cf. La luz, espíritu vivo, Col. Izvor No. 212, cap. VI: «El prisma, imagen del hombre».
7 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico».
8 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico».
9 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. II: «La formación del
hombre y el zodiaco».
10 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. I: «La juventud una tierra en formación».
11 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. IV: «El saber vivo- I. Dejen fluir la
fuente».
12 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. VIII: «El amor, estado de consciencia».
3
Aristocracia y democracia:
la cabeza y el estómago
Ningún régimen político se ha mostrado hasta ahora realmente eficaz para
aportar a los pueblos la prosperidad y la paz. Sea la monarquía, la oligarquía,
la república, sea la democracia o la dictadura, ninguno ha contribuido con
soluciones definitivas. ¿Por qué? Simplemente porque el sistema de gobierno
no es el factor esencial. Mientras que los individuos a los cuales se pretende
imponer dicho gobierno no tengan consciencia de sus deberes los unos hacia
los otros, cualquiera sea el régimen se observarán los mismos desórdenes, los
mismos disturbios, en definitiva las mismas desgracias. E inversamente, si en
tanto miembros de una sociedad los individuos estuvieran a la altura de su
tarea, no sería necesario reflexionar tanto sobre la forma de gobierno.
En nuestros días, la democracia es considerada como el régimen
susceptible de responder mejor a las aspiraciones de los individuos, y la cual
se intenta instaurar por doquier en el mundo. ¿Qué es la democracia?
Etimológicamente significa: gobierno (cracia) del pueblo (demos). Y como
en nuestras sociedades se acostumbra oponer la democracia a la aristocracia,
término que significa el gobierno de «los mejores» (aristos), vamos a estudiar
estos dos términos desde el punto de vista de la Ciencia iniciática.
Creando al hombre, la Inteligencia cósmica reveló por medio de la
estructura de su cuerpo cómo toda la vida social debe ser organizada. Arriba,
puso la cabeza con un cerebro para pensar, ojos y orejas para observar,
informarse, y una boca para expresarse; y más abajo, puso el estómago que
gracias a su actividad mantiene con vida el conjunto del organismo. El
estómago es insaciable, todos los días no cesa de reclamar, y corresponde a la
cabeza saber lo que debe darle, y cuándo y cómo… Si trasladamos esta
organización a la sociedad, puede decirse que simbólicamente el pueblo, el
demos, representa al estómago: como el estómago, la actividad del pueblo es
indispensable para la supervivencia del país, pero el pueblo tampoco se
muestra muy iluminado, es empujado por toda clase de necesidades, de
deseos, cuya satisfacción reclama. Y en nuestra época que se le han dado
todas las posibilidades de reclamar, ¿qué pide? ¿El Reino de Dios y su
Justicia? ¿Más luz, más amor?... No, el estómago no pide sino «comer» cada
vez más, y a menudo luego ensucia y causa daños por todos lados. El pueblo,
el estómago simbólicamente, no tiene aún un ideal superior porque requiere
de una cabeza clara, luminosa, desinteresada, y esta cabeza hace falta. En
cuanto a aquel que se encuentra solo en la cima, si tiene los mismos instintos
que la multitud que reclama abajo, o se deja arrastrar por debilidad, hundir
por ella, evidentemente ¡es aún peor!
«Buscad el Reino de Dios y su Justicia», dijo Jesús. Y como el Reino de
Dios es una monarquía, puede decirse que idealmente todos los países del
mundo deberían estar organizados a imagen del universo cuyo rey es Dios.
Pero no pretendo que actualmente la monarquía sea preferible a la república,
no, yo me atengo únicamente al plano de los principios. Puesto que el
estómago es ciego, no se le debe dar el poder; pero si la cabeza es innoble,
tampoco debe dársele a ella. Por consiguiente, compréndanme bien, yo
razono sobre los principios. Que el pueblo gobierne, de acuerdo, ¡pero con la
condición de que sea iluminado! Si no lo es, no debe gobernar. Del mismo
modo, si la cabeza es oscura, ignorante, cruel, no debe gobernar. De hecho, la
cabeza causa a menudo los daños más grandes, no el estómago.
Ser un verdadero aristócrata no es solamente poseer un nombre, un árbol
genealógico, títulos de nobleza, tierras, sino dar prueba de honestidad, de
generosidad, de fuerza de carácter. Si el gobierno democrático es considerado
ahora como el más deseable para el bien de los pueblos, es porque la
aristocracia se ha visto comprometida. Pero desafortunadamente, no es la
supresión de reyes, emperadores, zares lo que ha hecho automáticamente más
felices a los pueblos. Ya que muchos de los que se han tomado el poder,
incluso en los países comunistas, repiten los mismos crímenes de los antiguos
señores. Entonces, nuevamente habrá revueltas y serán barridos, porque no
están a la altura: olvidaron que tumbaron la monarquía y suprimieron los
privilegios para hacer reinar un ideal de fraternidad y de justicia. Mientras no
se tiene el poder, es fácil creerse impulsado por un ideal extraordinario, pero
¿después? Hablar de justicia y de bienestar para el pueblo no es suficiente.
Todo el mundo es capaz de hablar bien, pero ¿cuántos hay que, una vez
instalados en la cabeza del Estado, se preocupan lo suficiente por realizar sus
promesas? ¡Hay que ser capaz de tanta paciencia, resistencia y abnegación
para gobernar! Puesto que tener el poder es una cosa y gobernar otra muy
distinta.
En la Roma antigua el pueblo reclamaba pan y juegos circenses, y se cita
este detalle tan célebre de la historia romana como si ningún otro pueblo
jamás hubiera hecho esta clase de reclamos. En realidad, los humanos hacen
todavía los mismos reclamos, pero bajo otra forma. Los han actualizado,
«modernizado», es todo, pero son los mismos: comer y divertirse.
Actualmente, los «juegos circenses» son los espectáculos y todas las fiestas
que se organizan, el cine, y sobre todo la televisión; ¡las distracciones no
hacen falta! Se trata siempre de contentar la misma naturaleza inferior que
necesita diversiones más o menos groseras, violentas o escabrosas, y para la
cual no se deja de encontrar nuevos alimentos. Una vez más se los pregunto,
¿cuántas personas reclaman el Reino de Dios y su Justicia? ¿Cuántas
reclaman la luz, la pureza, la verdad, la bondad? Todo gira entorno al dinero,
a la comida y a los placeres.
Entre los reclamos de los humanos, la libertad es uno de los pocos que es
de naturaleza espiritual. Pero tal y como la entienden, termina siempre
significando tener más posibilidades de perder su tiempo, divertirse, hacer
locuras y por consiguiente perjudicar más a sí mismo y a los demás1. ¿Quién
piensa en ser libre para consagrar su tiempo a trabajos sublimes?
«¿Cómo? dirán ustedes, ¿ser libres para trabajar?» ¡Pues claro! Y todos
aquellos que se imaginan que ser libre significa solamente no depender de
nada ni de nadie corren grandes peligros. Como no llenan su alma y su
espíritu con la idea de un trabajo divino, hay por doquier espacios vacíos en
ellos, y por allí se mete todo lo que es caótico, tenebroso. Desean ser libres,
pero en condiciones tales que pronto son invadidos por fuerzas hostiles que
desconocen. A todos aquellos que no tienen una meta divina, un ideal
sublime, el Diablo les encontrará ocupaciones: locuras, pasiones, aventuras
insensatas… Sí, porque ¡son libres! Para ser verdaderamente libre y estar al
mismo tiempo al abrigo, hay que estar comprometido, colmado, ocupado por
el Cielo. El vacío no existe, por esto es preciso apurarse para no ser libre,
ponerse a disposición de las fuerzas celestes que trabajan por el advenimiento
del Reino de Dios, y trabajar con ellas.
Para muchos, la libertad es un bien tan preciado que están dispuestos a dar
su vida por ella. Desafortunadamente, esta libertad a la que tanto se aferran
no la han comprendido aún. Rechazan el sometimiento a una potencia
extranjera, bueno eso se entiende. Pero supongan que esta potencia sea el
Cielo, el mundo divino… ¿no es acaso mejor ser invadido, gobernado,
dirigido por un «país» tan iluminado y lleno de amor? Pues sí, es mucho
mejor, de lo contrario se sale de una servidumbre para caer en otra. Observen:
una nación logra liberarse de la dominación de un vecino, pero
inmediatamente después son los ciudadanos de esta nación, finalmente
liberados, los que tratan de imponerse unos sobre otros, esclavizarse
mutuamente, ¡y se masacran!
Es bueno adquirir y proteger su independencia, pero la libertad física no
debe jamás anteponerse a la libertad interior, porque es justamente la libertad
física la que da las posibilidades de caer en las trampas. ¡Cuántas veces se ha
visto esto! Muchos se creen libres porque no están en prisión o no son
esclavos en algún lugar; sí, pero interiormente están obligados a servir
tiranos. Si fueran capaces de analizarse, constatarían que todas las decisiones
que creen haber tomado libremente son en realidad dictaminadas por ciertos
deseos, ciertas pasiones que los dominan y a las cuales no pueden resistirse.
Es entonces una libertad engañosa. ¡Cuántas luchas han liderado los humanos
en el campo social o político! Es una lástima que no hayan hecho los mismos
esfuerzos, que no hayan emprendido los mismos combates para ser libres
espiritualmente.
El grado de libertad de los seres se mide por las elecciones, los deseos que
son capaces de expresar. Y si reclaman un alimento malsano para satisfacer
sus apetitos groseros, el día en que se enfermen no tendrán más que quejarse
ante sí mismos. Inútil acusar a los hombres políticos, a los economistas, a los
científicos, a los escritores, a los artistas, etc., ¡ellos solo les dieron lo que
buscaban con tanta avidez!
Por supuesto, sería en todo caso deseable que todos aquellos que tienen
una función importante en la sociedad fueran más conscientes de sus
responsabilidades: sentirían que no deben jamás descender para satisfacer en
el pueblo los apetitos de la naturaleza inferior; permanecerían en la cima y lo
empujarían a subir hasta donde ellos para descubrir nuevos horizontes, más
vastos, más luminosos. Pues ese es el papel de una verdadera aristocracia, de
una verdadera élite. Y de ese modo, la sociedad evoluciona.
Pregúntenle al Señor cómo Él considera las cosas, Él les dirá: «Y ustedes,
¿cómo equipan un barco? Para hacerlo andar son necesarias máquinas, y
¿estas máquinas con sus carburantes son inteligentes? No, ellas propulsan el
barco, es todo. Son ciegas, pueden precipitarlo hacia las rocas, hacia un
iceberg o hacia otros barcos. –Sí, pero hay un capitán que vigila, que es
inteligente, que dirige-. Pues bien, justamente, cuando fabriqué al hombre, yo
también le di máquinas que lo propulsan, que arrojan fuego, pero le di
también un capitán. Solamente, he ahí que si el capitán se ha dormido en
alguna parte, si se ha emborrachado y ha abandonado todo, ¡el barco partirá a
la deriva!»
Pasa lo mismo en la sociedad: no le es dado al pueblo ver claro para dirigir
las operaciones, no puede, es el papel de la élite. Pero sin él, sin su trabajo,
todo el país va a morir de hambre, incluso la élite va a morir. Por tanto no hay
que subestimarlo. El pueblo está allí para sembrar y cosechar, y sin él llega la
hambruna. Pero darle las funciones que son las del capitán, no: su punto de
vista es demasiado limitado, es incapaz de elegir inteligentemente y de
orientar los acontecimientos en la buena dirección. Excúsenme, pero así es.
No le es dado a las células del estómago instruir a las otras y dirigirlas.
Cuando el estómago, el vientre, el sexo reclaman, el cerebro no debe
obedecerles ni satisfacerlos sistemáticamente sin reflexionar.
Por supuesto, desde hace milenios que los hombres tratan de vivir en
sociedad, han logrado por tanteo realizar un poco algo que se aproxima a este
modelo deseado por el Creador. Hay siempre los que gobiernan y los que son
gobernados, pero rara vez están en el lugar que deberían estar. Lo que hace
falta es el verdadero respeto por el orden cósmico en el hombre mismo y en
la sociedad, y este orden no puede ser realizado en la sociedad si cada
individuo no lo realiza en sí mismo. Yo no menosprecio «al pueblo» en mí, lo
alimento, lo cuido, lo limpio. Sí, claro, en mí el pueblo está muy bien
cuidado, pero hay una «aristocracia» a la cual debe obedecer. No le permito
cantar como en 1789: «Ah, así será, así será, a los aristócratas se les colgará».
Mi pueblo no canta semejantes cantos contra lo que representa en mí la
aristocracia; al contrario, la respeta, la escucha, la obedece, porque ella está a
la altura2.
Dirán: «¡Pero es peligroso lo que usted nos cuenta! Si ahora predica la
aristocracia y condena la democracia, es peligroso». Lo que es peligroso,
sobre todo, es que ustedes no sepan interpretar los símbolos que yo les
presento. Cuando digo que es deseable restablecer una aristocracia iluminada
en vez de conducirse según los criterios y los gustos de una multitud
ignorante, no hablo de clases sociales. Sé muy bien que en el pueblo hay
verdaderos aristócratas, seres que poseen el ideal y las aspiraciones más
elevadas. Me los he encontrado, obreros, campesinos y otros que no tenían ni
títulos, ni genealogía gloriosa, ni diplomas, nada, pero por su manera de ser y
de expresarse tan digna, generosa, desinteresada, eran aristócratas
magníficos. ¿Comienzan a comprenderme?
En realidad, no estoy ni por la aristocracia ni por la democracia, sino por
este orden que existe en el universo y del cual la estructura de nuestro cuerpo
físico es la expresión. No vale la pena ir a buscar teorías complicadas. Si la
Inteligencia cósmica no ha colocado el estómago sobre los hombros ni la
cabeza en los pies, es porque hay una razón. Por lo tanto, si los humanos
siguen actuando como si el estómago estuviera en la cima y la cabeza quién
sabe dónde, se constatarán los mismos desórdenes. Sí, ya que existe un orden
universal y los asuntos del mundo no se arreglarán mientras este orden no sea
instalado. Algunos cambios en los campos económico, financiero o político
no bastarán jamás para resolver los problemas; será siempre la misma
historia, siempre el mismo lodo. Se verán suceder repúblicas, monarquías,
democracias, dictaduras con sus guerras y sus revoluciones… hasta el día en
que se comprenda finalmente lo que hay que cambiar.
1 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 31, cap. IX: «Jerarquía y libertad».
2 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XX: «El sol es el mejor pedagogo: da
ejemplo»; Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. XIX: «La mejor pedagogía: el
ejemplo»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. III: «El poder del ejemplo».
4
Volver a pensar la economía
La economía ocupa hoy día cada vez una mayor importancia en la vida
nacional e internacional, y es normal. Dado que la población no deja de
crecer, es muy importante asegurar lo mejor posible la producción y la
distribución de las riquezas. Pero el error de los humanos reside en no ver que
la economía depende de factores situados en un plano mucho más elevado, o
en no tener esto en cuenta; se dejan obnubilar por esta masa de productos,
como si fueran ellos los que debieran dictaminarles la conducta por seguir.
En realidad, todos estos bienes materiales corresponden al lado inerte de la
naturaleza: por ellos mismos no pueden ni desplazarse, ni actuar, ni
expresarse. Otros factores son los que deciden producirlos o desplazarlos de
aquí para allá: voluntades, deseos, pensamientos. Por consiguiente,
dependiendo de si esos factores están bien o mal inspirados, los resultados
son completamente diferentes. Si la cabeza que debe decidir es ignorante,
limitada, egoísta, criminal, al final la economía misma es derrumbada con
todas las consecuencias catastróficas que se siguen: hambrunas, huelgas,
desempleo, revueltas, guerras…
A medida que los humanos han descubierto las inmensas posibilidades de
la materia, se han dejado absorber por ella al punto de creer que es el factor
determinante. Pues no, ella no es más que una consecuencia: ella misma
depende de factores situados más arriba y que actúan sobre ella. ¡Es tan fácil
de entender! Tomemos el ejemplo de un país muy rico y bien armado, más
rico y mejor armado que sus vecinos: si aquellos que lo gobiernan no son
capaces de tomar decisiones sabias, un país vecino y materialmente menos
bien equipado puede aniquilarlo porque dispone de un elemento superior a
todo lo que el otro posee: la inteligencia. Sí, la inteligencia triunfa a menudo
sobre todos los medios materiales.
Cada acontecimiento que se produce en el plano material depende de
fenómenos que se producen mucho más arriba en el plano psíquico, y más
alto incluso en el plano espiritual. Y mientras no se tengan en cuenta factores
invisibles que actúan en la materia para influenciarla en el buen o en el mal
sentido, no se tendrá más que una visión errónea de las cosas. La realidad es
que no hay nada económico, técnico, industrial que pueda funcionar solo.
Pero en esto incluso, para ser más claro debo hablarles de nuevo del ser
humano y de su estructura. Cuando se quiere representar la anatomía del ser
humano, uno se sirve de gráficas que representan los diferentes sistemas de
los que está constituido: sistemas óseo, circulatorio, muscular, nervioso.
Ninguna de esas gráficas representa la totalidad del organismo, sino
solamente un aspecto. Y lo que se desconoce es que más allá del sistema
nervioso existen otros sistemas más sutiles que corresponden a las facultades
espirituales. Nadie menciona el sistema áurico, por ejemplo, con sus
corrientes de luz y de colores, y sin embargo es el que dirige el sistema
nervioso, exactamente como el sistema nervioso dirige los sistemas muscular,
circulatorio1…
Dándole la preponderancia al aspecto económico (las materias primas, los
capitales, el mercado, las importaciones, las exportaciones, y así
sucesivamente…) los humanos muestran que se han limitado a los sistemas
óseo, muscular, circulatorio. No han ido hasta el sistema nervioso y con
mayor razón hasta el sistema áurico, lo que explica que dejen de lado ciertas
reglas, ciertas leyes, ciertas virtudes que corresponden a esos sistemas. De
este modo, los dirigentes que ponen el acento principalmente en la economía
están en el proceso de provocar la decadencia de la humanidad. Para ser
siempre más fuerte y más rico que el vecino, se deben cometer actos
contrarios a los principios más elementales de la justicia.
Entonces, mientras que la opulencia aumenta de un lado, del otro lado el
respeto por las leyes divinas disminuye, y eso va a producir las peores
catástrofes. Pero no se quiere verlo. No se quiere ver que para conseguir
todos estos éxitos económicos, uno está obligado a cometer deshonestidades
y crímenes sin cesar. Es como en la política o en el espionaje: todo está
permitido. Se pretende que se trabaja por su país. Sí, pero… ¿y los otros
países?... Cuando se le da la prioridad a los intereses económicos, todas las
buenas cualidades son borradas y reemplazadas por el egoísmo, la violencia,
el engaño, la falta de escrúpulos. La vida económica debe ser dominada para
que obedezca a otras necesidades, a otras potencias que le son superiores. De
otro modo, las mejores aspiraciones son burladas para que algunos egoístas
puedan enriquecerse…
Hay que comenzar a comprender que todas las actividades de los humanos
en la sociedad deben reflejar esta jerarquía que la Inteligencia cósmica ha
establecido en el hombre: arriba el espíritu y abajo la materia, y la materia
puesta al servicio del espíritu. En la realidad, es exactamente lo contrario lo
que se produce: todos las facultades, todos los dones más maravillosos que el
Cielo les ha dado, los humanos los ponen al servicio de los objetivos más
prosaicos. Para satisfacer sus apetitos más inferiores, sacrificarán lo mejor
que existe en ellos. Y ni siquiera se dan cuenta de esta situación. No se
detendrán nunca un minuto para revisar su vida y preguntarse: «¿Qué busco?
¿Adónde voy?» Continúan corriendo tranquilamente hacia los precipicios.
Claro, no puede negarse que el progreso material aporta algo. Cuando se
entra ahora a una casa uno se maravilla de todo lo que ve allí: la calefacción,
la televisión, el teléfono, la aspiradora, la lavadora, el lavavajillas… Puesto
que tienen todo, ¿por qué los humanos se sienten aún tan insatisfechos,
sublevados y enfermos?... Pero incluso ante este fracaso evidente siguen
buscando en la misma dirección. No quieren comprender que para ser
verdaderamente felices, hay que buscar por otro lado, y disminuir un poco la
certeza de que la abundancia material les brindará todo lo que necesitan. El
egoísmo, la pereza, la debilidad, sí, he ahí lo que ella aporta.
Entiéndanme bien: yo no les aconsejo abandonar las facilidades
materiales, sino llevarlos a tomar consciencia de los peligros que corremos si
no estamos vigilantes.
Los humanos no se dan cuenta de que se están convirtiendo
progresivamente en prisioneros de un sistema que no busca sino debilitarlos y
volverlos esclavos. Poniendo tales posibilidades a su disposición, el progreso
de la ciencia y la tecnología los lleva a acostumbrarse poco a poco a esperar
todo de afuera y a mostrarse despreocupados, irreflexivos, ligeros: cualquiera
sean sus imprudencias, sus torpezas o sus errores, se les proporcionará lo que
sea para remediarlos. Pueden ser negligentes con su salud: hay farmacias,
médicos, cirujanos, dentistas, etc. Pueden malgastar el agua, el papel, la
comida, dañar los aparatos, romper los objetos, manchar y romper la ropa: los
almacenes están llenos para reparar esto o reemplazar aquello. Pueden botar
un cigarrillo encendido en el bosque: si provoca un incendio, no importa, los
bomberos vendrán a extinguirlo. Pueden salir imprudentemente al mar o a la
montaña: si están en peligro, se enviará socorro por barco o helicóptero para
rescatarlos. Y finalmente existen los seguros: contra robo, incendio,
accidentes, etc.…
De esta forma, la atención, la vigilancia, el discernimiento se embotan
cada vez más. ¿Para qué desarrollarlos cuando la sociedad ofrece tantos
medios para minimizar las consecuencias de las tonterías que se hacen?
Todos están allí, los investigadores, los técnicos, para ayudar a los humanos.
En realidad no los ayudan. Ayudan ciertamente a los fabricantes, a los
industriales que se alegran de tener nuevos productos para la venta; pero a los
humanos los debilitan, los vuelven cada vez más dependientes.
Sé muy bien que este punto de vista no es el de los economistas. Ellos
nunca han considerado el problema de esta manera, y tienen incluso una
filosofía completamente opuesta: hay que producir cada vez más, y para que
esta producción se agote es preciso que las personas consuman lo más
posible. En consecuencia, no solamente se les empuja al consumo, sino
también al desperdicio, y ahora que tienen lo necesario, hay que persuadirlas
de que requieren lo superfluo. Por ello, se intenta crear en ellas nuevas
necesidades sin cesar, presentándoles productos que nunca se hubieran
imaginado. ¡Y hay que ver qué productos! No aquellos que podrían alimentar
su alma y su espíritu2, sino aquellos que por el contrario despiertan sus
instintos más groseros. Sí, pues ¿cómo se razona al momento de lanzar un
nuevo producto? Que se trate de un alimento, un medicamento, un aparato,
un libro, un espectáculo, etc., lo primero que se pregunta es cuánto dinero
producirá. Si le hará bien a la gente, es secundario. Entonces por supuesto, de
esta manera los negocios de ciertas personas y de algunos países van a
prosperar, pero para el conjunto de la humanidad, para su equilibrio, su salud,
su felicidad, esta concepción de la economía es la ruina y la catástrofe.
Para limitar sus efectos nocivos, el progreso material debe acompañarse de
un progreso al menos igual en el campo psíquico, moral. Más aún cuando
pueden producirse acontecimientos que privarán momentáneamente a la
humanidad de todas estas comodidades a las cuales está acostumbrada. Y
entonces, ¡qué pánico, qué confusión! Basta con observar lo que ocurre con
el petróleo: se extraía, se extraía, se desperdiciaba la energía sin contar
porque se creía que el petróleo estaría allí siempre, fácilmente a disposición y
a buen precio. Y ahora, observen ¡cuántos problemas han surgido por causa
del petróleo! Se convirtió en una arma terrible en las manos de aquellos que
lo poseen, y es por el petróleo ahora que la paz del mundo se va a ver
amenazada constantemente.
Es magnífica la economía, pero con la condición de que no sea ella la que
regule la vida de los humanos. De lo contrario, miren lo que va a ocurrir: no
solo los humanos van a periclitar psíquica y físicamente, sino que también la
economía se derrumbará.
Para practicar la verdadera economía, hay que ser consciente, estar atento,
ser previsivo, de lo contrario de cualquier forma se corre hacia la ruina. De la
naturaleza tomamos todo lo que necesitamos para nuestra existencia, e
incluso si somos nosotros los que fabricamos los objetos, los productos,
debemos de una u otra forma utilizar para ello materiales que se encuentran
en la naturaleza. Pero la naturaleza no está ahí para satisfacer los caprichos y
las debilidades de los humanos. Si siguen explotándola sin escatimar,
polucionándola, saqueándola, se destruirán ellos primero, y la naturaleza, una
vez que se haya deshecho de los humanos, tomará las riendas de nuevo. La
naturaleza tiene recursos, no se deja vencer tan fácilmente. Si el hombre no
hace lo que es necesario para vivir y trabajar en armonía con ella, se
defenderá. Incluso un niño puede comprender esto. ¿Por qué entonces los
grandes especialistas no lo entienden? Porque no tienen en la cabeza sino
explotación y ganancia.
Cuando una sociedad pone en primer plano sus intereses económicos,
incluso si comienza por tener éxito, siempre viene el momento en el que
encontrará dificultades que no tuvo la sabiduría de prever. Un ejemplo: para
un país que fabrica armas, nada es más ventajoso obviamente que exportarlas.
Así, llega a venderse todo un material cada vez más mortífero a pueblos que
por sus continuas luchas corren el riesgo de comprometer la paz y la
seguridad de todo el planeta. Algunos de esos pueblos apenas saben leer y
escribir, pero eso no importa, se les libra las armas más perfeccionadas y se
les envían expertos para mostrarles cómo servirse de ellas. Por un lado se
gana mucho dinero, es verdad, pero por el otro se pagarán muy caro estos
beneficios, ya que a renglón seguido, ¡cuántos gastos, cuántas dificultades
para poner fin a esos conflictos que estallan en todos los rincones del mundo!
Finalmente, uno se encuentra ante problemas inextricables porque no se ha
reflexionado, no se ha sido previsivo, no se ha considerado sino las ventajas
materiales.
La economía es también la ciencia de la previsión. Sí, ser un buen
economista no es contentarse con soluciones que son quizá buenas por el
momento, ¿pero después?... Y el día en que uno se percata que entró en una
vía que se hace peligrosa, es muy difícil echar para atrás. ¡Tenemos tantos
ejemplos de ello!
Ustedes dirán: «¿Pero cómo hacer? La mayoría de nosotros no tiene los
medios para intervenir en los asuntos del país». No digo que deban intervenir
directamente, sino comprender que la economía no es únicamente un asunto
de los economistas, es también nuestro asunto. En tanto ser humano, en tanto
célula de un organismo vivo, podemos actuar pero para ello debemos
desarrollar nuestra consciencia, nuestro sentido de la responsabilidad. Si esta
toma de consciencia no se hace, lo repito, la economía en vez de traer
prosperidad, acarreará la ruina de numerosos países.
Para comprender la economía, hay que escuchar también las lecciones de
la naturaleza. Dirán: «Pero la naturaleza no nos da ninguna lección de
economía. Toda esta vegetación, todos estos animales, todos esos humanos
que no cesan de nacer y de morir desde hace miles de millones de años, ¡qué
desperdicio! ¿De qué sirvieron todas esas vidas?» De nada, claro, en el
sentido de ganancia inmediata que ustedes le dan a la palabra «servir». Pero
todas esas vidas son útiles en la economía cósmica, ellas pertenecieron al
ciclo de la vida. No olviden que para la naturaleza la muerte hace parte de la
vida y todo lo que muere entra en la creación de otras existencias.
La naturaleza no ha estado jamás sobrecargada con los miles y miles de
millones de cadáveres de seres humanos, animales y plantas: ellos regresan a
la tierra para dar a luz a otros seres vivos. ¡Mientras que observen las
dificultades que encuentran los humanos solamente para deshacerse de sus
residuos! Ustedes dirán: «Pero cada vez estudian más los medios de
reciclarlos». Lo sé, pero han fabricado tantos productos que una vez
utilizados no se descomponen naturalmente, o que polucionan la tierra, el
aire, el agua, etc. ¡Y todos esos residuos de materiales radioactivos o de
sustancias extremadamente tóxicas que no se sabe qué hacer con ellos! Se
ven obligados a depositarlos en galerías subterráneas y hacen correr terribles
peligros a la humanidad. Dirán: «Pero los materiales plásticos, las pilas
eléctricas, la gasolina, la energía nuclear, etc., representan un gran progreso».
Claro, no digo lo contrario. Pero al mismo tiempo que se realizaban estos
progresos, era preciso reflexionar también acerca de los inconvenientes que
iban a provocar. Sin embargo, no se hizo: ¡había que apresurarse a vender!
Los humanos pusieron el progreso tecnológico al servicio de su avidez, a
riesgo de destruir las bases mismas de su existencia en la tierra. Es por esto
que el progreso tecnológico no es verdaderamente progreso. ¿Acaso el
verdadero progreso consiste en enviar cohetes a otros planetas? ¿Y para hacer
qué finalmente? ¿Para explotar los recursos que allí se encuentran e
introducir en ellos el mismo desastre que en la tierra? ¿Para pelearse en el
espacio? ¿Para ir a sembrar el desorden en todo el universo? Obvio, no hay
nada de malo en sí mismo en querer explorar el cosmos, pero no antes de
haber encontrado primero la buena actitud. Los humanos no respetan nada, se
creen los dueños del universo, están listos a trastocarlo todo para satisfacer su
curiosidad o su codicia, pero un día deberán pagar muy caro este irrespeto y
esta violencia.
En realidad, la verdadera economía no se encuentra allí donde se le busca.
Les diré incluso que la verdadera economía consiste primero en no malgastar
las fuerzas, las cualidades, las energías que el Cielo nos ha dado3. Comienza
por lo tanto con la sabiduría, la mesura, la atención4. Un ser que desperdicia y
que dispersa todas sus energías psíquicas por cuenta de sus pasiones, de sus
deseos, de sus pensamientos y sentimientos desordenados, ¿qué comprensión
puede tener de la economía? Se me dirá que no se ve la relación. Porque se es
ciego simplemente; no se ve que esos dos aspectos no están separados. He ahí
porqué aquellos que están a la cabeza de un país y que se pronuncian sobre
las cuestiones económicas deberían primero aprender ciertas verdades que no
están en los libros de economía: cómo el hombre fue concebido en los talleres
cósmicos, cómo está unido a todo el universo, cómo este universo está
jerarquizado, y cómo todas las empresas humanas deben estar sometidas a la
autoridad del espíritu, porque la materia debe obedecer al espíritu, sea en
nosotros o fuera de nosotros.
La economía es una de las cuestiones más importantes que hay, estoy de
acuerdo. Solo que no es abajo donde hay que estudiar el problema para
resolverlo, sino arriba, para que la tierra en su organización se convierta en el
reflejo de este orden que reina en lo alto. Por consiguiente, le corresponde a
cada quien ser consciente y comprender cómo debe arreglar esta cuestión de
la economía, para él mismo primero, en su propia existencia material,
psíquica y espiritual. No es tan fácil poner orden en la sociedad y algunos
individuos, a pesar de su buena voluntad, no pueden cambiar las tendencias
perniciosas de la economía mundial. Pero si hay cada vez más personas
capaces de reflexionar acerca de su vida y de sus actividades para ponerlas en
armonía con el orden cósmico, llegarán un día a hacer prevalecer su punto de
vista.
1 Cf. Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219.
2 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VI: «Los alimentos del alma y del espíritu».
3 Cf. El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor No. 221, cap. VII: «La utilización
de las energías».
4 Cf. La verdadera enseñanza del Cristo, Col. Izvor No. 215, cap. IX: «Velad y orad».
5
La distribución de las riquezas
Comunismo y capitalismo
Se me ha preguntado a menudo sobre el problema de la distribución de las
riquezas: ¿por qué esta desigualdad? Es una cuestión que preocupa a mucha
gente, pues ven allí una de las más grandes injusticias.
Desde la Revolución de 1789, la República francesa tiene como divisa:
«Libertad, Igualdad, Fraternidad». Pero en realidad la igualdad no existe en el
universo, por doquier la desigualdad reina. No hay igualdad en la tierra, en
ningún plano. Ustedes dirán: «¡Pero hemos hecho de la igualdad una ley!».
Sí, pero la ley no es más que un principio abstracto, un texto colgado en un
muro, no es una realidad concreta. En la realidad la igualdad no existe en
ninguna parte: la naturaleza ha querido la diversidad, y esta diversidad
engendra la desigualdad. Si algunos parecen más aventajados que otros, es
porque los humanos tienen capacidades diferentes. ¿Es normal?
Completamente normal. Sin importar cuan lejos se remonte en la historia de
los hombres, se han podido hacer estas constataciones. Quien era más hábil o
más vigoroso era por ejemplo mejor cazador, traía más caza y acumulaba de
esta forma más provisiones que los demás. A la naturaleza no le gusta la
igualdad, la uniformidad, la nivelación.
En la naturaleza reina entonces la desigualdad: la miseria en unos, la
abundancia en otros. ¿Por qué se imaginan las personas que deben ser
iguales? Sería el estancamiento, no habría más movimiento, más evolución,
porque no habría más competencia. Sea por la riqueza, por el poder, por el
saber, no se pueden impedir las competiciones. Y es inútil tratar de oponerse
a ello, jamás se logrará, jamás, ¡pues es la naturaleza la que sostiene la
desigualdad!
Posean lo que posean las personas, es normal, es justo. Si algunos se
escandalizan y se rebelan tanto, es porque han rechazado la creencia en la
reencarnación que explica y justifica cada estado, cada situación1. ¿Por qué
algunos son afortunados en esta encarnación? Porque en sus encarnaciones
precedentes trabajaron de una u otra forma para serlo. Está dicho en la
Ciencia iniciática que el hombre siempre termina por obtener lo que busca.
Ello toma más o menos tiempo, pero si persevera en sus esfuerzos, lo obtiene.
Es una ley cósmica.
Si algunos son ricos, es porque han desarrollado cualidades determinadas
y han trabajado para obtener estas riquezas. Ustedes dirán: «Sí, pero
emplearon la astucia, la violencia, la deshonestidad, las mentiras». Es posible,
pero incluso utilizando estos métodos, la ley cósmica permite que las
obtengan, porque las deseaban e hicieron todo para obtenerlas. Ahora, por
supuesto, la cuestión es saber si serán mucho más felices con todas estas
posesiones, o incluso si las conservarán mucho tiempo. Puesto que ningún
acto queda sin consecuencias, y ya sea en esta vida o en la próxima, quien ha
actuado mal termina por ser castigado de una u otra forma2. Así, muchos
desafortunados, desheredados, mendigos que uno encuentra en las calles, son
personas que en una existencia anterior se enriquecieron causando la pérdida
de otros, o que utilizaron el poder que les daba el dinero para hacer el mal.
Por supuesto, no es este siempre el caso, así como no todos los ricos se
enriquecieron por medio del engaño y la deshonestidad; algunos lo lograron
por su trabajo denodado, o por herencia, o por suerte, o gracias a un
descubrimiento. No puedo detenerme en cada caso particular, hablo en
general.
Algunos filósofos o moralistas quisieran corregir en los humanos el deseo
de poseer siempre más. Esto también es imposible, jamás lo lograrán, pues la
naturaleza misma ha puesto en el hombre ese sentimiento de insatisfacción
que lo empuja a querer siempre algo más o diferente, sea en el plano físico,
en el plano afectivo o en el plano intelectual. En cualquier campo, todos
somos impulsados a enriquecernos de una u otra manera. Querer adquirir
siempre más es completamente normal. Lo que no es normal, es querer
conservar todo para sí.
Para aclarar esta cuestión es preciso estudiar la lección del organismo. El
estómago tiene hambre, reclama alimento; y cuando lo recibe, lo transforma
en energías tomando lo que le es necesario; y el resto lo envía a otros órganos
y partes del cuerpo, no guarda todo para sí. Así es, está claro, lo que el
estómago recibe no lo utiliza solamente para él mismo, lo transforma, lo
elabora y lo distribuye a los demás. Luego de algunas horas, cuando siente
que algo le hace falta, pide alimento nuevamente, y todo vuelve a comenzar.
Gracias a esta distribución, a este desinterés, el hombre está en buena salud y
trabaja, habla, camina, canta…
Supongamos ahora que el estómago diga: «¡En adelante guardaré todo
para mí! ¿Qué representan todos esos idiotas para que yo continúe dándoles
algo? ¿Y si hubiera una hambruna? No se sabe nunca lo que depara el futuro.
Tengo toda una muchachada que alimentar, es necesario que me
aprovisione…» Comenzaría entonces a acumular para él en detrimento de los
demás órganos a los que privaría de su sustento; y él mismo terminaría por
morir de indigestión. Se puede hacer el mismo razonamiento con los
pulmones, el corazón, el cerebro… Pero los humanos no estudian la lección
de entreayuda y fraternidad que les da su organismo tan sabiamente
concebido por la Inteligencia cósmica. Por esto la sociedad es un organismo
enfermo, y doblemente enfermo, pues mientras que unos acumulan hasta la
saturación, otros están cada vez más despojados; exactamente a la imagen de
lo que pasa en el campo de la alimentación, donde mientras unos se atiborran
de comida, otros mueren de hambre3.
Por ello una reflexión sobre la distribución de las riquezas debe comenzar
por una reflexión sobre la distribución del alimento. Acumulando más de lo
necesario, se toma lo que estaba destinado a otros, y si muchos hacen lo
mismo, algunos poseyendo demasiado y otros no lo suficiente, resulta un
desequilibrio en el mundo. La mayor parte de los conflictos tienen por origen
la codicia, la avidez, la falta de medida de aquellos que acumulan riquezas:
alimento, pero también terrenos, objetos de los cuales otros son privados. Es
tiempo de que la consciencia colectiva se despierte para comprender y prever
las consecuencias lejanas, las perturbaciones que estas tendencias pueden
provocar.
Esta necesidad de tomar, de absorber más de lo que realmente se necesita,
lleva a los seres a esclavizar a otros e incluso a suprimirlos a la menor
resistencia u oposición. Aunque minúsculo, allí está el punto de partida de
grandes catástrofes. Muy temprano entonces hay que controlar este instinto,
esforzándose por regular primero la cuestión del alimento: no acumular, dar
lo que se tenga de más y comer con moderación. Cuando uno no sabe
detenerse, cuando uno se deja llevar por la glotonería, la voracidad, alimenta
en sí mismo deseos que no son naturales y se vuelve como esos ricachones
que necesitan acapararlo todo de forma enfermiza. Viven en la opulencia,
pero sus ambiciones y su codicia son tan grandes que buscan engullir al
mundo entero. Pues sí, cuando coman hay que aprender a moderarse, porque
este es un asunto que va mucho más lejos de la mera cuestión de la nutrición.
Para que una sociedad se desarrolle armoniosamente, cada ciudadano debe
encontrar un equilibrio entre tomar y dar. Por ello, cuando oigo hablar de
escoger entre sociedad comunista o sociedad capitalista, pienso que hay una
mala comprensión. No hay que separar el comunismo del capitalismo e
inversamente. ¿Por qué? Porque el uno no puede realmente existir sin el otro,
son manifestaciones complementarias. Pero es preciso que les explique el
sentido que le doy a estas dos palabras.
Aquí también, la Inteligencia de la naturaleza nos instruye. ¿Qué es un
niño? Un capitalista; grita, reclama, se impone: quiere acapararlo todo y
quedarse con todo solo para él… Pero años después, cuando decide formar un
hogar, tener hijos, se ve obligado a volverse comunista, es decir, a aprender a
pensar en los demás, a ser capaz de dar. Los humanos nacen todos
capitalistas, el comunismo viene más tarde. Cuando un muchacho encuentra
una chica para formar un hogar, he ahí ya una comuna. Pues sí, ¡es allí que
esto comienza!
Por consiguiente, es la naturaleza misma la que lleva a todo ser humano a
manifestarse como capitalista y comunista, pero en épocas diferentes, claro.
Es capitalista primero, pues debe volverse rico. Quien es pobre, ¿qué podrá
compartir? Nada. Ni siquiera podrá satisfacer sus necesidades, y menos aún
aquellas de su mujer y de sus hijos. Para poder ayudar a los otros hay que ser
rico.
Pero el capitalismo debe ser solamente un medio. El error de los
capitalistas es haber hecho de éste una meta. No han comprendido nada. Y
los comunistas tampoco, por cierto. ¿Creen ustedes que los comunistas son
verdaderamente comunistas? Eso, ¡solo Dios lo sabe! Si critican tanto a los
capitalistas, si los combaten, a menudo es porque los envidian. Quien se
siente pobre, privado, desheredado, predica el comunismo. Pero si llega a
enriquecerse, ¡ténganse!, hasta allí llegó, no más comunismo, ya nada de
compartir con los demás. Pero yo creo en el comunismo, ¿Por qué? Porque
Jesús era comunista, pero comunista blanco, no comunista rojo. Observen lo
que le dice al joven rico: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que
poseas, da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo».
En realidad ni el comunismo ni el capitalismo pueden aportar verdaderas
soluciones. Y además, se ve: tanto un régimen como el otro no cesan de
producir víctimas. La solución está en que se acerquen y se comprendan para
participar juntos en el bienestar de la humanidad. Puesto que estas dos
corrientes del capitalismo y del comunismo trabajan simultáneamente en el
universo, puesto que el equilibrio cósmico reposa sobre estas dos corrientes:
tomar y dar, amasar y distribuir, ¿por qué los humanos hacen de ellos un
factor de divisiones? Para desarrollarse, cada quien debe convertirse en un
verdadero capitalista y al mismo tiempo en un verdadero comunista.
¡Cuántos se volvieron comunistas porque se les obligó a ello? Les
arrebataron sus tierras, sus casas… No fueron ellos los que propusieron
darlas. Entonces, ¡menudo comunismo cuando se obliga a la gente a dar
aquello que le pertenece! ¿Despojar, oprimir, aplastar a los demás, es eso el
comunismo? No, el comunismo, como yo lo comprendo, es enseñar a los
demás a distribuir, a dar, conservando su capital; pues sin capital, ¿qué puede
hacerse? Si ustedes no tienen ni un centavo, incluso con las mejores ideas del
mundo, no podrán realizar nada en la materia. Mientras que con un capital,
montan una empresa, ganan enormemente y luego pueden distribuir los
beneficios: ¡se convierten en comunistas! Pero para llegar a ser comunista,
hay que ser primero capitalista. He ahí lo que es preciso comprender. Todos
los poseedores de capitales que no han comprendido la razón de ser del
capital son muy malos capitalistas y los comunistas tienen razón en atacarlos.
Pero no tienen razón en atacar a los verdaderos capitalistas, porque solo los
verdaderos capitalistas son los verdaderos comunistas.
Ustedes dirán: «¡Dios mío! ¡Qué enredo, ya no comprendo nada!» Sí, y
será enredado mientras no hayan aprendido a descifrar las verdades que la
Inteligencia cósmica ha inscrito en su gran Libro. En las escuelas humanas
donde ustedes fueron a instruirse, se les inculcaron ideas muy limitadas.
Mientras que yo fui a la escuela de la Inteligencia cósmica, donde se me
presentó esto: si usted no es capitalista, no puede volverse comunista. Por
consiguiente, hay que ampliar su comprensión, volverse un capitalista y
servirse de todas sus riquezas para hacer el bien. ¡He ahí el comunismo ideal!
Quien se declara comunista cuando no posee nada, no puede hacer ningún
bien. Y si toma aquello que no le pertenece, es un ladrón. Combatir a los
ricos para tomar lo que poseen y vivir como ellos, no es así como debe
comprenderse la palabra «revolución». Es cuando se es rico que se debe
combatir a los ricos distribuyendo a los pobres. Pero combatir a los ricos
cuando se está en la miseria, ¡es demasiado fácil! Y la prueba de que los
comunistas no habían comprendido nada de lo que debe ser el verdadero
comunismo, es que terminaron oprimiendo al pueblo en forma aún más cruel
que sus predecesores. Entonces, ¿cómo se van a justificar los comunistas ante
la historia?... ¡Pues todo está registrado! Y la historia juzgará. Ella los juzgará
a todos, a los capitalistas y a los comunistas, todos entrarán en el mismo saco.
Ella no justificará sino a aquellos que trabajaron para hacer beneficiar a otros
de sus riquezas y realizar así grandes cosas por la felicidad de la humanidad.
Por cierto, esta verdad debe ser comprendida y aplicada en todos los
campos. En todos los campos se encuentran las mismas tendencias eternas a
volverse capitalista, es decir, a apropiarse, a poseer para dominar. Solo que
ello toma formas diferentes: para unos el dinero, para otros el poder, para
otros el conocimiento… El conocimiento pertenece ciertamente a un ámbito
superior, pero conocer no es en el fondo más que una expresión de la misma
tendencia: enriquecerse para imponerse. Sí, ¡cuántas personas instruidas se
comportan exactamente como capitalistas! Son lejanas, despectivas. ¿Es así
como hay que comportarse? Todos aquellos que son ricos, sea cual sea el
ámbito, no deben comportarse como pontífices orgullosos, sino descender un
poco al nivel de los demás, ser fraternales, distribuir sus riquezas: entonces
ahí, serán comunistas, de los verdaderos4. El saber, el poder, deben buscarse
como medios para ayudar a la humanidad, y no para arreglar sus propios
asuntos.
Observen las personas que hablan por televisión: sean comunistas o
capitalistas, la mayoría tiene una actitud «capitalista»; se sienten bien
armadas en el ámbito de los conocimientos, de los argumentos, y ahí son
agresivas, arrogantes, despectivas, sin amor, sin benevolencia. Pues sí, todas
las actitudes pueden clasificarse. Ustedes dirán: «Pero cómo puede usted
clasificar estas actitudes en las categorías «capitalista» y «comunista»?» Oh,
es porque actualmente se emplean sin cesar estas dos desafortunadas
palabras. Puedo buscar otras, pero mientras tanto utilizo éstas que son muy
cómodas.
Deben adquirir conocimientos, obtener títulos y diplomas, sí, pero no
solamente para ustedes, para satisfacer su naturaleza inferior. Todos los
talentos que desarrollen para llegar a ser un erudito, un artista, un político, un
financista, no deben servir sino para hacer el bien. Entonces, eso se vuelve
divino, porque los dos se reúnen: ustedes son al mismo tiempo capitalistas y
comunistas. He reflexionado mucho sobre esta cuestión desde hace años, y
para mí ahora está claro: el capitalismo y el comunismo son necesarios los
dos, indispensables, la misma naturaleza ha ratificado estas dos tendencias. El
niño que toma, que acumula, es un capitalista, y el viejo que distribuye todo
antes de morir es un verdadero comunista: no guarda nada para sí. Entre los
dos se encuentra toda clase de personas que no pertenecen verdaderamente a
ninguna de las dos categorías: hay capitalistas que no lo son y comunistas que
tampoco lo son… El ideal es ser a la vez el uno y el otro: capitalista para
enriquecerse y comunista para distribuir. Si ustedes son solamente
comunistas o solamente capitalistas, están perdidos de todas las formas.
El que quiere poseer alguna cosa tiene razón. Sí, la naturaleza le ha
otorgado este derecho. Miren el árbol: es capitalista, conserva sus raíces, su
tronco, sus ramas, pero es comunista cuando distribuye sus frutos. Es así
como la naturaleza ha concebido las cosas. Un Iniciado que ha comprendido
la lección de la naturaleza hace exactamente lo mismo que el árbol: conserva
sus raíces, su tronco, sus ramas pero distribuye sus frutos, es decir, sus
pensamientos, sus sentimientos, sus palabras, su luz, su fuerza e ¡incluso su
dinero si lo tiene! Solo el Iniciado es un verdadero capitalista y un verdadero
comunista. Los demás no son más que niños que se pelean y nunca llegarán a
resolver los problemas. Por tanto, lo ven, el verdadero capitalista es el
Iniciado; él se enriquece, se enriquece… y también es el verdadero
comunista, pues día y noche distribuye sus riquezas.
La solución de los problemas del capitalismo y del comunismo reside en
que los capitalistas y los comunistas se decidan a ampliar sus concepciones,
considerando las cosas desde muy alto. Que comprendan que no son tanto la
riqueza y los éxitos materiales los que deben buscar. Puesto que para tener
éxito en el plano físico se tiene siempre más o menos que eliminar al vecino,
o incluso cometer algunas deshonestidades. La tierra es pequeña, el espacio
es limitado, entonces es siempre un poco a costa de los demás que uno se
gana un lugar. Pero si ese deseo de adquisición tiene por objeto los valores
celestes que son tan vastos, inmensos, infinitos, lo que sea que ustedes tomen
no disminuirá en nada esta inmensidad, este océano inagotable, no
perjudicarán los intereses de nadie5.
Reflexionen: ¿qué tanto se puede realizar en la tierra? No se encuentran
allí más que obstáculos y limitaciones. Mientras que si ustedes suben al éter,
incluso si se desplazan a la velocidad de la luz, nada los detendrá. Es
entonces allá arriba, a esta altura, que deben estar los capitalistas en ustedes,
los que habitan su alma y su espíritu, y ellos no encontrarán ningún obstáculo
en sus empresas… Mientras que los demás, los pobres, los capitalistas de la
tierra, aunque hagan todo por extenderse por el mundo entero, están
limitados. ¿Qué quieren? En la materia es así.
La Inteligencia cósmica ha construido al ser humano de forma tal que no
puede alcanzar su pleno desarrollo sino manteniendo el vínculo con un
mundo superior de donde recibe la luz y la fuerza. Sí, y la vida eterna es
recibir del Cielo, luego distribuir lo que se ha recibido, y que todo retorne
enseguida al Cielo para ser allí purificado nuevamente. He ahí aún una
aplicación del simbolismo de la letra Aleph : tomar, recibir para poder
distribuir. Es verdaderamente la ley del intercambio, y ella posee múltiples
aplicaciones.
¡Cuántas personas, por ejemplo, se niegan a vincularse con otros so
pretexto de que ellos son inferiores! No saben, estos ignorantes, que
transgreden de esta forma la ley del intercambio y que en consecuencia el
mundo divino se negará también a hacer intercambios con ellos. Le
corresponde a cada quien descubrir cómo debe establecer verdaderos
contactos entre él y los demás. ¡Que el erudito dé sus conocimientos, que el
sabio dé su luz y que aquellos que los reciben se alegren de haber sido
aclarados! ¡Que el fuerte sea feliz de apoyar al débil, y el rico de ayudar al
pobre y que el débil y el pobre sean agradecidos de sentirse socorridos! Son
estos intercambios sinceros, fraternales, los que producen la verdadera
felicidad. Todos aquellos que, en cualquier ámbito, se nieguen a hacer
circular sus riquezas, no son más que pantanos, aguas estancadas: no
descubrirán jamás el sentido de la vida, pues ignoran esta poderosa ley del
intercambio.
Y cuando ustedes se sienten maravillados, felices, plenos, ¿piensan en
distribuir esta dicha a todos aquellos que sufren y se sienten desolados6? No
se guarden todo para sí mismos. Hay que saber dar a los demás un poco de
esta abundancia, de esta dicha desbordante, y decir: «¡Queridos hermanos y
hermanas del mundo entero, lo que poseo es tan magnífico que voy a
compartirlo con ustedes. Tomen de esta dicha, tomen de esta luz!» Si tienen
la consciencia lo suficientemente desarrollada como para hacer esto, serán
inscritos en los registros del Cielo como verdaderos hijos e hijas de Dios. Lo
que habrán así distribuido se abonará a su cuenta en los bancos celestes,
donde podrán retirar más tarde cuando lo necesiten; y al mismo tiempo su
dicha permanecerá en ustedes, intacta, nadie podrá tomarla puesto que la
habrán puesto en un lugar seguro.
Por cierto, si supieran observarse, se darían cuenta de que cada vez que
guardan una dicha sin querer compartirla con otros, se produce algo que hace
que la pierdan. Es como si seres del mundo invisible los acecharan y debieran
castigarlos por su egoísmo. Incluso cuando son los más felices, pasa algún
imprevisto que viene a destruir su dicha porque no pensaron en compartirla.
Entonces, he aquí un método más. Cada vez que les pase algo bueno,
diríjanse al Señor, a la Madre divina, diciéndoles: «¡Yo no sé cómo dar esta
dicha, soy tan ignorante! Entonces, ella es Tuya, Señor, Tuya, Madre divina;
se las confío para que ustedes la distribuyan a los demás». Y el Señor y la
Madre divina distribuyen su dicha, mientras que una parte es depositada en
las reservas del Cielo. Acepten esta verdad y aprovéchenla para su bien y el
del mundo entero.
1 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VIII: «La reencarnación».
2 Op. cit., cap. I: «La ley de las causas y las consecuencias».
3 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. VI: «La moral y la nutrición».
4 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de la maleza y el trigo».
5 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. IV: «Amasad tesoros…».
6 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XVI: «Den sin esperar nada»; En espíritu y
en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVI: «La verdad del sol: dar».
6
En el origen del oro, la luz
El dinero no es la causa de todos los crímenes, como a menudo se cree. El
dinero no es más que un medio, un instrumento. Son los humanos quienes
tratan de satisfacer su codicia a través de él. Retiren el dinero y pongan
cualquier moneda de intercambio en su lugar: mientras ellos no hayan
aprendido a dominar su naturaleza inferior, se encontrarán frente a los
mismos problemas. Por consiguiente, no es el dinero el culpable, es el
hombre que no tiene claridad y que no sabe cómo considerarlo, cómo servirse
de él, por cuál razón y con qué objetivo. El dinero no es ni bueno ni malo, es
neutro. Si posee tal poder, es porque le ha sido dado. Si un día se decidiera
quitarle todo valor para dárselo a cualquier otra cosa, comenzaría la misma
historia: ¡las mismas seducciones, las mismas tragedias, las mismas caídas!
Mientras sea al dinero al que los humanos le han dado valor y que este
valor permita la satisfacción de cantidad de apetitos, todos se concentran en
este medio para obtener aquello que necesitan o desean, es normal, es natural.
Pero se pueden encontrar otras monedas de intercambio. Quizás en el futuro
se podrá suprimir el dinero y reemplazarlo por el amor… Sí, pues el amor es
una moneda superior al oro. Pero es muy pronto aún para que la humanidad
llegue a estas concepciones, y puesto que el dinero estará aquí aún durante
algún tiempo, es preciso aprender a pensar correctamente a este respecto para
evitar caer en trampas. No hay nada de malo en tener dinero. Si ustedes
quieren ayudar a alguien que está en la miseria, ¿cómo lo harán si no tienen
dinero? Tienen amor en su corazón, muy bien, ¡pero si no tienen sino su
amor!...
Pero, ¡heme aquí hablándoles como si tuviera que persuadirlos! ¡Vaya,
vaya! Al respecto, sé que no debo preocuparme por ustedes: todos están de
acuerdo en que es necesario tener dinero. Sí, pero la cuestión está en saber
cómo comportarse con él. Si lo ponen en su cabeza como ideal para alcanzar,
les dará malos consejos y estarán perdidos. Entonces, pónganlo en un
bolsillo, en un cajón, en una caja fuerte, donde quieran, menos en su cabeza.
Pues una vez en su cabeza, el dinero se convierte en su amo, y ustedes en su
esclavo; los lleva a querer ser los primeros en todas partes para comprar todo,
dirigir todo, dominarlo todo, y serán forzados a transgredir las leyes de la
moral divina, e incluso aquellas de la moral humana: obnubilados por él no
ven más las buenas cualidades de los demás y se vuelven groseros, crueles,
implacables. Pero si saben cómo considerarlo, se convierten en su amo, él les
obedece, y ustedes hacen mucho bien.
Apenas posee cierto dinero, quien no es dueño de sus pensamientos, de sus
sentimientos, de sus deseos, comienza a usarlo y a abusar de él hasta
desplomarse. La culpa no es del dinero, el dinero da al hombre únicamente la
posibilidad de satisfacer sus deseos buenos o malos; no es el dinero el que
hace que estos deseos sean buenos o malos. Por cierto, tomen cualquier otra
cosa: el petróleo, el gas, la electricidad, etc., es igual, ustedes pueden
disponer de ellos para iluminar y calentar, o para destruirlo todo. Y si hacen
un mal uso de éstos, no son ellos los culpables, sino ustedes que no tienen
buenas intenciones en su cabeza y en su corazón.
La conclusión que debe extraerse es que cada uno debe transformarse a sí
mismo primero para poder servirse del dinero y de todo el resto únicamente
para su elevación y el bien de la humanidad. Entonces, incluso si se le da
miles de millones no sucumbirá: se consagrará solamente a las obras
sublimes a las que aspiran su espíritu y su alma para la realización del Reino
de Dios.
Dejen al dinero desempeñar tranquilamente el papel que le corresponde, y
ustedes, trabajen simplemente en ser mejores. ¿Cuántas veces he escuchado a
personas quejándose: «¡Ah, es el dinero el que crea todas las injusticias!»
¡Hablan de esa forma mientras no lo poseen! En cuanto lo tienen, es
diferente. Por tanto, en primer lugar, son estúpidas al no ver la verdadera
causa de las injusticias, y en segundo término, son deshonestas. ¡Dos grandes
defectos! Es muy fácil acusar al dinero. Hay que decir solamente: «¡Ah, el
dinero es útil, necesario, siempre que yo no me convierta en su esclavo!»
Pues quien se apega demasiado al dinero va a sacrificar lo más precioso que
posee: la facultad de disfrutar de las dichas y los placeres que este dinero
podría procurarle; no siente nada más. He ahí el peligro: ha obtenido todo lo
que quería, pero es desdichado, porque ha aniquilado en él este elemento
misterioso que da a todo lo que degusta los sabores más exquisitos.
Claro, es terrible estar en la indigencia. Pero si debiera dárseles a escoger
entre las dos situaciones: poseer todo habiendo perdido la capacidad de
apreciar las cosas, o al contrario no tener nada y conservar el gusto, la
segunda sería preferible. Pues mientras posean el gusto, ¡la menor cosa que
entra en su boca los hará gritar de dicha! Sí, poder conservar el gusto es
esencial1. Y este gusto por las cosas solo la luz puede dárselos. Cuando
ustedes encuentran la luz, hagan lo que hagan: comer, trabajar, pasearse,
sienten que todo toma un sabor delicioso. Todo está en la luz. Y si hay un
campo que profundizar es la luz: lo que es, cómo trabaja y cómo, nosotros
también, podemos trabajar con ella. Puesto que he aquí lo que nos revela la
Ciencia iniciática: el oro no es nada distinto a la condensación de la luz solar.
Sí, el oro es la luz del sol condensada en las entrañas de la tierra desde hace
miles de millones de años. Y si los humanos se sienten tan atraídos por el oro,
es porque tienen interiormente la intuición oscura que es luz solar, y que esta
luz contiene la vida, contiene el amor… ¡Quienes buscan oro están entonces,
de alguna manera, completamente justificados! Pero los que lo buscan a
través de la luz que el sol les ofrece de beber cada día, están aún más
justificados, porque toman la vía directa para encontrar lo que los demás
tratan de alcanzar por caminos desviados y a menudo peligrosos.
Si los humanos se sienten tan atraídos por el oro, es porque sienten
instintivamente que contiene un elemento divino, una quintaesencia
escondida: la luz. Pero ese instinto debe ser ahora educado, a fin de comenzar
a buscar el oro allí donde se encuentra realmente: en la luz. La luz es un
espíritu, un espíritu que viene del sol… Cada rayo es una fuerza formidable
que va por doquier a penetrar la materia y a trabajar en ella. El que abandona
la luz para ocuparse solamente del dinero, de los negocios, no está por el
buen camino, y no encontrará más que decepciones. Pues ¿qué va a pasar? Es
exactamente como si invitado a un magnífico castillo, él descuidara a la
dueña de dicho castillo para ir a hacerle proposiciones a la mucama. Y la
dueña que se da cuenta, le cierra la puerta y dice: «Es a mí a quien debes
rendir homenaje primero, a mí a quien debías dar tu amor… Pero me has
ignorado y vas a abrazar a la sirviente allá abajo… Muy bien, las puertas te
serán cerradas, las puertas de la vida verdadera te serán cerradas». Entonces,
quien haya comprendido irá a rendir tributo y amor a la señora del castillo, y
a partir de ese momento todos los demás estarán a su servicio. La señora dirá
a sus servidores: «Vayan, tráiganle de comer, de beber, denle ropa, una
habitación… ¡Que músicos, cantantes, bailarines vengan a interpretar, a
cantar y a danzar para él!» Y cuando salga con ella, todos los demás lo
escoltarán también.
Un verdadero Iniciado no busca oro, busca la luz, ya que sabe que cuando
posea la luz, ella va a condensarse en él y se convertirá en oro. Es mucho
mejor que tener oro en sus bolsillos y en sus cofres. Ustedes dirán: «Jamás he
visto que un Iniciado sea de oro». Sí, su oro está adentro, es su luz, incluso si
no la ven. «¿Y qué puede hacer con este oro?» ¡Por Dios que son ignorantes!
No saben que existen en lo alto almacenes donde con este oro, él va a
comprar la sabiduría, el amor, la verdad, la dicha, la paz, y se siente tan rico
que no piensa sino en distribuir luego sus riquezas a los demás. Mientras que
frecuentemente, los ricos, incluso con sus lingotes de oro, se pudren, se
enmohecen, están agobiados, son infelices, solitarios. Entonces es que ese oro
no es suficiente para brindarles la felicidad. ¿Me comprenden o no?... Éstas
son realidades que deben llegar a conocer para su evolución, y no solamente
conocer, sino vivir para poder recibir un día los verdaderos tesoros.
Está bien buscar la riqueza, pero con la condición de buscarla allí donde se
encuentra realmente, en su quintaesencia, y no allá donde está cristalizada, es
pesada y prácticamente inoperante porque no puede darles lo esencial. Si un
día deben transportar cajas fuertes llenas de oro a través de un desierto,
transcurrido cierto tiempo dirán: «¡Ah, Señor Dios, si alguien pudiera venir a
traerme un vaso de agua, le daría todas estas cajas fuertes!» Pero nadie viene
y ustedes se mueren de sed con su oro. Mientras que si poseen el otro oro, en
las condiciones que sean, beberán de la fuente de luz y serán saciados. Claro,
es una imagen que significa que el dinero no puede abrirles sino las puertas
del mundo físico; pero las otras puertas, las puertas espirituales, permanecen
cerradas. ¿De qué puede servir tener todas las demás puertas abiertas cuando
las puertas del santuario, las puertas espirituales les están cerradas?
Por lo tanto, ¡busquen la luz, y ella les traerá todo… incluso el dinero! Sí,
el dinero vendrá solo, así sin más, sin que tengan que ir a buscarlo; él vendrá
a buscarlos porque encontrará que ustedes son exactamente las personas que
necesita. Ya que el dinero busca también la paz y la armonía, está cansado de
ser jalonado en todos los sentidos, y cuando vea que en todas las demás
partes no puede estar tranquilo, vendrá hacia ustedes. ¡Cuántas personas
existen que él ha abandonado, porque estaba cansado de ver sus
maquinaciones, sus agitaciones, su violencia!... Ustedes pensarán: «¿Pero de
qué habla? ¡Ha perdido la cabeza!» Piensen lo que quieran, y verán… Si no
poseen la luz, habrá siempre otros, más inteligentes que ustedes, que vendrán
a despojarlos.
Yo no les predico la pobreza. Dios es rico y Él no quiere que sus hijos
sean pobres. Por consiguiente, está permitido buscar la riqueza, pero hay que
tomar precauciones para no sucumbir a estados negativos que son los fieles
seguidores de todos aquellos que han emprendido imprudentemente este
camino. Y estas precauciones son simples: no herir a los demás, y sobre todo
asegurarse de hacer circular estas riquezas, tomarle gusto a compartirlas con
otras personas. Puesto que dar es una forma de progresar. Pero aún son muy
pocos aquellos que lo han comprendido. ¡Cuántos tienen inmensas fortunas
que guardan para sí! Y el colmo es que son infelices2.
Uno se asusta a veces ante este instinto que lleva a los humanos a querer
acapararlo todo, cuando tantas experiencias les prueban que no es
acumulando bienes materiales que serán más felices. Por doquier, e incluso
en las familias aparentemente más unidas, ¡cuántas tragedias de un momento
a otro por cuestiones de herencia! Siempre domina la rapacidad, y he ahí
porque el mundo no puede salir de sus desgracias. Todas las guerras tienen
por origen este deseo de poseer siempre más, incluso a costa de quienes no
tienen casi nada. Cualesquiera sean los motivos que se arguyan, motivos a
menudo muy nobles incluso, el móvil real es siempre ir a tomar algo del
vecino: el dinero, las casas, o las tierras… Como si no hubiera en la vida más
que el dinero, las casas y las tierras para sentirse rico y feliz3.
Dios le ha dado al hombre todas las riquezas del universo. Entonces, ¿por
qué sentirse todavía pobre y miserable? ¿Por qué necesita poseer cantidades
de objetos insólitos para sentirse colmado? Lo que siempre me asombra es
ver cómo los humanos se limitan ellos mismos.
Dios es justo y grande, Él jamás ha dicho que sus riquezas deben ser para
unos y no para otros. Todo está a su disposición, no hay prohibición4. Las
prohibiciones están en ustedes, porque son ciegos, débiles, perezosos. Todo
aquello que necesitan está allí a su alrededor: el agua, el aire, el espacio, el
sol, las estrellas, pero ustedes no saben utilizarlos, y entonces se conforman
con un número limitado de objetos. Cuando hay tantas riquezas en ustedes y
fuera de ustedes para colmarlos, ¿por qué apegarse a algunos objetos, a
algunos aparatos? ¡Es pobre todo esto, tan pobre!
1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. I: «Iesod refleja las virtudes de las demás
sefirot»; Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XII: «El prisma, imagen del
hombre».
2 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XV: «No hay felicidad para los egoístas».
3 Op. cit., cap. XII: «Buscar la felicidad en lo alto».
4 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VI: «La realidad del mundo invisible»,
tercera parte.
7
«… y lo demás se os dará por añadidura»
Todo ser humano busca consciente o inconscientemente darle un sentido a
su vida. Necesita algo que justifique su existencia en la tierra y diariamente
trata de encontrarlo a través de todo lo que se le presenta: los seres, las cosas,
los acontecimientos, las actividades. Pero en realidad, nada de eso puede
darle el sentido de la vida, ya que justamente se trata de un «sentido», y el
sentido no es material, no puede encontrársele sino muy arriba, en el plano
mental. Más abajo no se encuentran sino formas. La forma, claro, se la puede
llenar con un contenido que puede ser dado por el sentimiento, la sensación
que se experimenta cuando se ama verdaderamente un objeto, a un ser o una
actividad. Pero el sentimiento es pasajero, y un día u otro, se siente un vacío
y se sufre. Es preciso entonces ir a buscar otra cosa más allá del contenido: el
sentido. Cuando se llega al sentido, se posee la plenitud.
Un ejemplo muy simple les hará comprender mejor lo que quiero
explicarles. Prepararon ayer una excelente comida, pero esta comida era solo
para ayer; hoy necesitan comer nuevamente: el recuerdo de la comida de ayer
no sacia su estómago. Pero si, leyendo un libro, contemplando un cuadro,
escuchando música, sienten de pronto que tocan una verdad que transforma
su visión de las cosas, esta revelación durará todavía mañana, pasado
mañana, y mucho tiempo más… Porque por medio del libro, del cuadro o de
la música, su espíritu se elevó muy alto y captó un sentido. Es como un
elemento eterno que entra en ustedes y no los abandona nunca más. Cuando
han encontrado el sentido de las cosas, lo poseen para siempre. Pero para
encontrarlo, deben elevarse para alimentarse, pensar, amar y actuar en los
planos superiores.
Es claro que no es suficiente con tener de vez en cuando un momento de
inspiración, de luz, para darle un sentido a su vida; hay que aprender a hacer
durar ese momento para que se convierta en un estado de consciencia
permanente que purifica, ordena y restablece todo en ustedes. Dirán: «Pero
usted nos está pidiendo algo imposible. En la vida no se pueden mantener
estados divinos continuamente». Sí, aparentemente tienen razón, lo sé; vivo
en el mismo mundo que ustedes y sé lo que ocurre. Pero también sé que pase
lo que pase, a pesar del cansancio, los obstáculos, las tristezas, el discípulo de
la luz no capitula nunca, pues se aferra a lo que ha vivido de grande, de bello,
a estas experiencias que le han dado en ciertos momentos privilegiados el
verdadero sentido de la vida.
Entonces, incluso si en la existencia es imposible escapar de los
tormentos, deben conservar en ustedes este sentido; y no solamente
conservarlo, sino también utilizar las dificultades de la vida cotidiana para
reforzarlo, amplificarlo. Los verdaderos espiritualistas trabajan de este modo.
Pase lo que pase, nunca interrumpen el trabajo divino que han emprendido en
sí mismos1. En medio de las peores pruebas, se dicen: «He aquí otra buena
oportunidad para movilizar y poner todas las fuerzas hostiles al servicio de
mi trabajo». Mientras que la mayoría de los humanos, incluso si no les pasa
nada malo, se las arreglarán para demoler con su despreocupación, su
inconsciencia, todo lo que pudieron ganar de bueno. Crean, destruyen, crean,
destruyen… y por esto no obtienen resultados duraderos. Para lograr
resultados duraderos, es preciso mantener el trabajo espiritual que se ha
emprendido, es decir poner todo al servicio de este trabajo: lo bueno, lo malo,
las alegrías, las penas, las esperanzas, los desalientos, sí, todo al servicio del
trabajo. He ahí lo que se denomina verdaderamente construir, pues se
acumulan diariamente nuevos materiales.
Encontrar el sentido de la vida es encontrar un elemento que solo el
mundo divino puede darnos; pero él no lo da sino a quien ha hecho esfuerzos
durante largos años para caminar hacia él. Cuando ha llegado a un cierto
estado de consciencia, recibe del Cielo algo así como un electrón, una gota de
luz que irradia toda la materia de su ser. A partir de ese momento, su vida
toma una dimensión y una intensidad nuevas, y los acontecimientos se le
presentan bajo una nueva claridad, como si le hubiera sido dado el
conocimiento acerca de la razón de todas las cosas. E incluso la muerte no lo
asusta más, porque justamente este átomo, este electrón, le descubre la
inmensidad de un mundo eterno donde no hay más peligros ni tinieblas, y
siente que camina ya por el mundo ilimitado de la luz.
Encontrar el sentido de la vida es alcanzar un estado de consciencia tan
elevado que abarca el universo entero; todas las pequeñas cosas de la
existencia se pierden y se disuelven allí; viven en la inmensidad, en la
eternidad, participan en la vida cósmica. Quizás piensen ustedes que todo lo
que les digo es difícil de entender. En realidad, solo necesitan retener esto: no
se encuentra el sentido de la vida sino poniéndose al servicio de una idea
sublime, pues solo las ideas pueden dar un sentido. Pero, ¿saben los humanos
lo que es realmente una idea?
Una idea es un ser vivo que habita en las regiones superiores, y este ser
vivo trabaja en nosotros. Siempre y cuando la conservemos, la alimentemos,
esta idea nos da forma, nos moldea al punto que un día, en nuestra manera de
pensar y de actuar, logramos reflejar este mundo de ideas que es el mundo de
los arquetipos, el mundo divino. He ahí porqué hay que trabajar por una idea:
para establecer un lazo con el Cielo, para llegar a ser ciudadano de este
mundo celeste donde viven creaturas que se llaman las Ideas.
Sé que esta manera de concebir las ideas no les es familiar, pero traten de
hacer un esfuerzo por comprender. Una idea es por tanto un ser vivo, y este
ser vivo está dotado de cualidades bien determinadas. En el momento en que
trabajan por tal o cual idea, ya ella actúa en ustedes y les aporta todo lo que
posee. Por consiguiente: si tienen solamente una idea, una sola, a pesar de
todas sus imperfecciones, sus debilidades y su ignorancia, esta idea que vive
en el mundo de la luz, arriba, los pone en comunicación con todos sus
amigos, los hace conocer otras creaturas, otras regiones; y así, tiempo
después, esta sola idea les ha traído todo el Cielo. Hay que comprender el
lado mágico de este asunto de la Idea. Y evidentemente, lo que es verdad
respecto al poder de las ideas animadas por el bien, lo es también respecto al
poder de las ideas animadas por el mal. Por ello, ¡hay que estar tan vigilantes!
Sin la vigilancia, sin la consciencia, se corre siempre el riesgo de ser
arrastrado hacia donde no se quería ir.
He aquí una de las verdades más importantes de la Ciencia iniciática: una
idea, que por sí misma parece limitada en la medida que no concierne sino un
cierto ámbito, puede aportarnos otras riquezas que ella misma no posee. Sí,
porque nos relaciona con todas las otras ideas que están en armonía con ella;
poco a poco todas esas otras ideas vienen a conocernos, y como cada una
posee un terreno aquí, una residencia allá (simbólicamente hablando), nos
beneficiamos también. Pues en lo alto todo está unido, no hay separación, y
cuando una sola idea es puesta en movimiento, todas las demás lo son
igualmente. Desde el momento en que ustedes tienen una buena relación con
una idea divina, que la aman, que la alimentan, que quieren atraerla, ella los
pone en comunicación con todas las demás ideas, que les envían lo que
poseen.
Por ello, debemos concentrarnos en la idea más sublime: la idea del Reino
de Dios, a sabiendas de que esta idea nos va a ligar con todas las otras ideas
que vibran en armonía con ella y cada una nos aportará sus tesoros. «Buscad
el Reino de Dios y Su Justicia… y todo lo demás se os dará por añadidura».
Entre el comienzo y el final de esta frase hay todo un espacio vacío que
vengo a llenar para ustedes, explicándoles lo que no está escrito.
Esta promesa del Evangelio: «…y todo lo demás se os dará por
añadidura», es posible gracias a la afinidad especial, magnética, mágica, que
une una idea sublime con todas las otras ideas que se le parecen. Pero
también porque una idea siempre tiene representantes aquí en la tierra y ellos
están todos alertados. He ahí porque ustedes obtendrán «todo lo demás». Esta
promesa es tan inmensa que parece a primera vista irrealizable. Pero ahora
comprenden mejor: entre más vasta y sublime sea una idea, más tiene
relaciones con las otras ideas de su misma naturaleza en el universo.
Por consiguiente, incluso si saben que el Reino de Dios no puede
realizarse tan rápido a causa de toda la gente ignorante, egoísta y malvada
que puebla la tierra, no dejen de desearlo y de trabajar por él. Por supuesto,
habrá siempre personas muy inteligentes, muy instruidas que les dirán:
«¿Pero para qué? ¡Es muy tonto hacer un trabajo del cual se sabe desde el
comienzo que no dará tantos resultados!» Es claro, y dará aún menos si no se
hace nada. Siempre me sorprendo cuando veo la consciencia tranquila de
personas que no hacen nada pero se esfuerzan por desalentar a quienes hacen
algo: «¿Van a alimentar o a cuidar pobres desdichados en la necesidad? …
Pero de millones y millones que sufren, ¿a cuántos llegarán a salvar? ¿Valdrá
la pena?» Sí, siempre vale la pena hacer algo… Sí, ¡vale la pena buscar el
Reino de Dios! Aun si es un ideal tan difícil de realizar, no hay nada más
importante que consagrarse a ello, de lo contrario, se puede estar seguro, no
se realizará jamás.
Dirán: «¡Pero alimentar un ideal tan inaccesible es desalentador!» Sí,
quizás, pues no son un buen psicólogo. Obsérvense: ¿cómo se sienten luego
de haber obtenido lo que deseaban? Por un momento se sienten satisfechos y
felices, pero como ya no tienen una meta, pierden su impulso, su entusiasmo.
Mientras que otros, que jamás han logrado conseguir lo que desean, están
siempre felices a causa de estos deseos que no han podido realizar2. ¿Cómo
explicarlo? Porque en realidad en su pensamiento y en sus deseos el ser
humano tiene posibilidades infinitas. En el mundo del alma y del espíritu no
hay límites para él. Si siente límites, es porque él mismo se limitó.
Desafortunadamente, muy pocas personas son capaces de alimentar
conscientemente sueños irrealizables: no logran sentir que gracias a su vida
interior, sus deseos y sus pensamientos pueden volverse tan puros y
luminosos que subirán muy arriba en el espacio donde tocarán seres,
elementos que corresponden exactamente a su naturaleza y que atraerán de
esa forma hacia sí3. Se detienen en lo que tienen allí ante sus ojos y que
frecuentemente, es cierto, no es nada del otro mundo.
Quienes afirman que la tierra se parece a una jungla no se equivocan del
todo. Y cuando uno se aventura en la jungla, se topa fatalmente con fieras,
reptiles, insectos venenosos. Todas estas creaturas están bien adaptadas a este
medio y se sienten allí como en su casa. Si ustedes quieren instalarse allí e
imponer su ley, ellas se defienden: «¿Con qué derecho vienen a nuestro
hogar? ¡Este territorio nos pertenece!» Y los pican, los muerden y los
golpean. Pues bien, así mismo, la tierra pertenece a seres que están allí
sólidamente instalados para traficar y se disputan por acapararlo todo. Pero
esto no durará eternamente, pues la tierra está predestinada a volverse como
el Cielo, el habitáculo de los hijos y de las hijas de Dios.
Jesús dijo: «Bienaventurados los dulces (otros traductores los llaman los
bonachones) pues ellos heredarán la tierra». Observen, no está dicho que la
tierra pertenece a los dulces4 o a los bonachones, sino que ella les
pertenecerá, la heredarán; es una promesa para el futuro. En cuanto a los
demás, los violentos, que no piensan sino en aumentar sus posesiones y
defenderlas con dientes y uñas, su empresa está desde ya abocada al fracaso;
pero entretanto, allí están, bien aferrados.
Cuántas personas se preguntan: ¿Pero por qué el Cielo mismo no decide
intervenir para cambiar el mundo? Por supuesto, podría hacerlo, pero sin el
consentimiento y la buena voluntad de los humanos, sería inútil: no
comprenderían, no apreciarían, y muy rápido volverían a los mismos
desórdenes, a los mismos enfrentamientos. El Reino de Dios no puede ser
una realización material sin antes ser una realización espiritual. No son sino
materialistas los que se imaginan que el Reino de Dios se va a decretar una
bella mañana, que los humanos al despertarse van a descubrir la paz, la
armonía, la abundancia instaladas por siempre. El Reino de Dios es en primer
lugar un estado de consciencia, y les corresponde entonces a los humanos
cambiar su estado de consciencia mediante un saber apropiado. El Cielo no
puede imponérselos, es preciso que la voluntad de cambio venga de ellos.
Entonces, si a causa de lo que han sufrido, de las lecciones que han recibido,
quieren realmente mejorar las condiciones de vida en la tierra, lo demás se
hará automáticamente: el Cielo responderá a sus deseos, desencadenando
otras fuerzas, otras corrientes. Pero esto debe venir de ellos: juntos y
conscientemente deben obtener la intervención del mundo divino. Si no
insisten, no conseguirán nada.
De más de seis mil millones de individuos que están en la tierra, ¿cuántos
hay, creen ustedes, que desean verdaderamente la paz y la felicidad de la
humanidad? Sus voces son asfixiadas por las voces de quienes, consciente o
inconscientemente, no buscan más que dominar a los demás y enriquecerse a
su costa. Por esto, cuando las entidades celestes de arriba miran «las
papeletas de votación», se ven en la obligación de dejar sufrir aún a la
humanidad. Sin darse cuenta, los humanos participan, para bien o para mal,
en una empresa colectiva. Si las voces benéficas, las voces luminosas son
más numerosas, o incluso si no lo son pero son más poderosas, más
convincentes, la decisión será tomada a favor del Reino de Dios. Pero es
preciso que los mismos humanos hagan inclinar la balanza en ese sentido,
pues arriba, los espíritus luminosos no intervendrán: ¡se contentan con contar
los votos!
Dios ha querido que la creatura humana sea libre de escoger su destino, y
ni los Ángeles ni los Arcángeles tienen derecho a infringir esta ley; si los
humanos deciden romperse la cabeza, deben dejarlos hacer. Saben que tienen
la eternidad ante ellos para aprender, sufrir y sentar cabeza, no tienen prisa.
La prueba, miren: millones de años han pasado desde que la humanidad
existe y no intervienen en sus asuntos, son pacientes, esperan. Nos
corresponde a nosotros ser activos, y apresurarnos por mejorarlo todo.
Por consiguiente, que quede claro, nunca las Inteligencias sublimes
decidirán inmiscuirse en los asuntos humanos para manifestar su voluntad o
su poder. Les toca a los humanos pedírselo5. Ustedes dirán: «Pero muchos
piden. Se les ve en las iglesias, los templos, las mezquitas, las sinagogas…»
Sí, pero lo hacen ¡en forma tan débil, tan distraída e incluso tan egoísta! No
es realmente el Reino de Dios lo que piden, es decir condiciones para que los
hombres y las mujeres del mundo entero puedan liberarse, desarrollarse. Oran
para que su religión, su país, o su partido, es decir sus intereses triunfen sobre
los de los demás, oran para que sus asuntos se resuelvan; y evidentemente,
todos estos deseos y estos pensamientos discordantes no pueden formar una
potencia suficiente para desencadenar las corrientes benéficas que traerán el
Reino de Dios.
¿Cómo vendrá el Reino de Dios cuando el corazón y el intelecto de los
hombres están llenos de desorden y de egoísmo? Las verdaderas
transformaciones exteriores no pueden hacerse sino después de las
transformaciones interiores, porque el mundo exterior es un reflejo, una
concreción, una materialización del mundo psíquico. Nada puede venir
exteriormente que no haya venido ya interiormente. ¿Cómo un hombre
estúpido hará algo inteligente si interiormente le falta la inteligencia?
«Buscad el Reino de Dios y Su Justicia y todo lo demás se os dará por
añadidura». Sí, todos los que buscan el Reino de Dios sienten que realmente
todo lo demás les es dado. E incluso, encuentro que todo lo demás no vale la
pena: ¿qué es «todo lo demás» para quien ya posee el Reino de Dios en él6?
Por cierto, no está dicho: cuando tengan el Reino de Dios, todo lo demás les
será dado, no, sino cuando lo busquen. Es decir, que incluso antes de que se
haya realizado, solamente buscándolo, concentrándose en él, anhelándolo,
deseándolo con todas sus fuerzas, sin nada más al lado que los tiente o los
aleje, todo lo demás les será dado. Entonces, «todo lo demás», lo que no es el
Reino de Dios, ¿qué es? Pues bien, son las buenas condiciones, el tiempo, la
salud, los amigos, la libertad… He ahí lo que es «todo lo demás»: las
condiciones para realizarlo. Ya que el Reino de Dios abarca todas las dichas
posibles, todas las bendiciones. ¿Qué más queda entonces por desear? Nada.
El destino del hombre es sentirse insatisfecho y tener siempre algo que
buscar, que exigir. Por tanto, que quienes estén hambrientos y sedientos de
justicia verdadera no busquen sino el Reino de Dios, a sabiendas de que allí
encontrarán el sentido de la vida. Pase lo que pase, ellos saben que son
obreros en el campo del Señor y se sienten plenos, felices, apoyados, porque
participan en un gran trabajo. No están solos, no están abandonados.
En consecuencia, desde hoy, en vez de trabajar para sí mismos, para sus
necesidades, su satisfacción, que todos digan: «En adelante, quiero trabajar
por el Reino de Dios y su Justicia». E incluso si son desconocidos en la tierra,
su nombre se escribe en el Libro de la Vida y son colmados de bendiciones
del Cielo. Nada es más glorioso que comprometerse con este trabajo. Sí, hay
que ir siempre más lejos, tener aspiraciones cada vez más amplias, más
vastas; esto es lo que le da verdaderamente un sentido a la vida.
¿Qué perderán si cambian el objetivo de su existencia? Aun si son débiles,
aun sin no están instruidos ni preparados, no importa en absoluto: todos son
aceptados en este trabajo por el Reino de Dios. La prueba, cuando Jesús
pronunció esta frase, no se dirigió a una élite sino a la multitud que lo había
seguido a la montaña. Aunque no sea sino para aportar una piedra, ustedes
participan, y reciben el mismo salario que los que llegaron primero. Está
dicho en los Evangelios: los obreros de última hora recibieron el mismo
salario que aquellos que llegaron primero. Puede ser que ustedes hayan
estado entre los primeros obreros; sí, pero si han trabajado lentamente, sin
amor, sin convicción, no serán tan recompensados. Porque en este trabajo, la
participación es la que cuenta, la calidad de su participación, y no el número
de horas que han trabajado. Algunos llegan un poco más tarde, ¡pero se
ponen a trabajar con tal ardor! Y este ardor es lo más importante en el mundo
divino. El hombre es recompensado según la intensidad de su pensamiento y
de su amor.
1 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. VIII: «Dominar los éxitos como los
fracasos»; cap. XIV: «La voluntad apoyada por el amor»; cap. XV: «Nunca declararse vencido».
2 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XIV: «Búsqueda de la felicidad, búsqueda
de Dios».
3 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas - II. La
ley de la afinidad».
4 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. I: «Dulzura y humildad».
5 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. VII: «La oración», segunda parte.
6 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVII: «El Reino de Dios está en nosotros».
Quinta Parte
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
1
¿Qué significa «amar a su prójimo»?
I
El primero y el segundo mandamientos
A un escriba que le preguntó cuál es el primer mandamiento que guardar,
Jesús respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Es el primero y el más
grande mandamiento. Y el segundo que se le parece: amarás a tu prójimo
como a ti mismo…» Desde hace dos mil años estas palabras han sido
repetidas tan a menudo que ya no se entienden. Pasa exactamente lo mismo
que cuando se escucha llover: uno termina por no oír nada y quedarse
dormido. Sin embargo, ¡cuántas cosas por comprender en esas líneas1!
Pidiéndonos amar a Dios y luego a nuestro prójimo como a nosotros
mismos, Jesús nos señala una jerarquía que respetar: Dios, el prójimo y
nosotros. Aunque Jesús no haya dicho que debemos amarnos a nosotros
mismos, se sobreentiende; si debemos amar al prójimo «como a nosotros
mismos», es porque nos amamos. Se puede incluso afirmar que la mayor
parte del tiempo, invirtiendo el orden indicado por Jesús, los humanos se
aman primero a ellos mismos, su tendencia más natural, más arraigada, más
tenaz, es comenzar por satisfacer sus propias necesidades, sus propios deseos.
Luego, si algo queda, aceptan darlo a los demás. En cuanto al Señor, dos o
tres veces al año van a la iglesia a prender una vela musitando algunas
oraciones. Nadie ha dicho jamás: «Te amarás a ti mismo» y, sin embargo, es
lo que hacen noche y día, para los otros dos mandamientos no tienen tiempo.
Y luego ¡Dios y el prójimo les parecen tan lejanos! He ahí porque, en verdad,
no pueden amarse a sí mismos.
Para aplicar el mandamiento de Jesús: : «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo», los humanos deberían primero preguntarse cómo se aman a sí
mismos. Ustedes dirán: «¡Pero no hay nada que preguntarse!» Ah, ¿así lo
creen? Pues bien, yo les aseguro que si se pretende amar a los demás como
uno se ama a sí mismo, ¡qué lástima para ellos! ¿Qué podrán hacer en la vida,
apoyados en un amor como ése?...
Por su forma de vivir, por sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos,
los humanos pasan la mayor parte de su tiempo destruyéndose. No se aman, o
mejor se aman mal. Y si se aman mal, ¿cómo pueden amar correctamente a
los demás? Preguntarán: «Entonces, qué hay que hacer para amarse?» La
respuesta está en el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios…» Ya
que uno no puede amarse verdaderamente a sí mismo sino sabiendo primero
amar al Señor2. Porque amando a Dios, se ama ya a sí mismo, pero a su Sí
superior, ese Sí que es una parcela de la Divinidad. Amar a Dios, no es amar
a un ser exterior a nosotros, sino a un ser que vive en nosotros, que es nuestro
Yo sublime3. Si no lo amamos, si no amamos a Dios en nosotros, lo que
amamos es a nuestro yo inferior, a él le servimos , a él consagramos nuestro
tiempo y nuestras energías; y entonces no hacemos más que mutilarnos,
empobrecernos, pues el yo inferior es un abismo que se traga todo.
El verdadero amor propio pasa necesariamente por el amor de Dios.
«Amarás al Señor tu Dios…» ¡Cuántas personas no ven en esas palabras más
que un precepto vacío de sentido! No es ni siquiera seguro, piensan, que Dios
existe, por tanto, ¿qué razón habría para amarlo? Una muy buena razón. Es
porque este amor por Dios es en realidad un amor por su Yo divino y este
amor, circulando a través de ellos, les trae todas las bendiciones.
Se nos ha pedido amar a Dios por nosotros, ¡no por Él! Amando a Dios,
nos amamos a nosotros mismos, a nuestra parte divina. Gracias a este amor
nos elevamos hasta el mundo de la belleza, de la luz, de la libertad. Y
entonces, el segundo mandamiento enunciado por Jesús toma todo su sentido.
Cuando uno ha aprendido a amarse, es decir cuando se ha aprendido a amar a
Dios en uno mismo, se puede considerar amar al prójimo como a sí mismo.
Mientras tanto, ¡es casi ridículo e incluso peligroso para el prójimo, el pobre!
Hoy día se insiste, antes que cualquier otra cosa, en el respeto por la
persona humana. Está muy bien. Pero en realidad, les diré que no pueden
respetar verdaderamente a los humanos si dentro de ustedes no muestran
consideración por algo superior que habita en ellos. Sí, terminarán a pesar de
todo por saquearlos porque habrá móviles en ustedes que suprimirán el
respeto. Solamente cuando tengan un sentimiento por algo más grande, más
profundo, más lejano que «la persona humana», ustedes también van a
respetar a los humanos. Jamás me convencerán de que hay que amar primero
a su prójimo y luego al Señor. No, mientras uno no ame al Señor, no puede
amar a su prójimo. Si suprimen el amor hacia lo esencial, hacia el Creador del
universo, el Principio que anima todo y que está presente en todas las
creaturas, ¿cómo quieren amar a creaturas imperfectas que Le son tan
inferiores? ¡No pueden! O bien su amor será tan poco iluminado que les
harán mal, o bien ustedes serán infelices.
Lean nuevamente el pasaje del Evangelio de san Mateo. El escriba le
pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más grande, y luego de haber
respondido dicha pregunta, Jesús continúa respondiendo un interrogante que
el escriba no le ha formulado: «Y el segundo que se le parece». Si el segundo
mandamiento es parecido al primero, es porque hay por supuesto un vínculo
muy estrecho entre amar a Dios, amar a su prójimo y amarse a sí mismo. Pero
he ahí que es muy difícil que uno establezca este vínculo. Algunos piensan
que pueden amar a su prójimo sin amar a Dios, cuya existencia niegan…
Otros, con el pretexto de que aman a Dios, se arrogan la misión de perseguir
a su prójimo… Y hay incluso ¡quienes pretenden que no se aman a sí
mismos! Pero, ¿a qué llaman «sí mismos»? A su yo inferior. Pues si fuera su
Yo superior que es una parte de la Divinidad, no podrían hacer otra cosa más
que amarse pues amarían a Dios en ellos. Ven, estos versículos que se repiten
desde hace siglos aún no se han comprendido, ya que no se ha entendido este
lazo que existe entre Dios, el prójimo y uno mismo… o entre uno mismo,
Dios y el prójimo, ¡cómo quieran!
Y puesto que es a la Divinidad a quien el hombre debe amar en sí mismo,
es también a la Divinidad a la que debe amar en su prójimo. ¿Qué quiere
decir esto? Que cada ser humano, siendo por naturaleza el receptáculo de la
Divinidad, ninguno puede ser considerado inferior a otro. Pero no es todo; de
la misma forma que debemos llegar a distinguir en nosotros mismos el Yo
superior del yo inferior y no privilegiar sino las manifestaciones del Yo
superior, es importante tener la misma actitud respecto de los demás,
esforzándonos por entrar en relación con su naturaleza divina para darle las
posibilidades de manifestarse.
Pues sí, no se trata solamente de decir que se va a amar al prójimo, la
cuestión está en saber qué se va a amar y alimentar en él. Si los humanos
pudieran ver las malas tendencias que, con el pretexto de complacerlos, de
responder a sus deseos y exigencias, no cesan de alimentar en los miembros
de su familia, y también en sus amigos y en todas las personas que
frecuentan, se espantarían. Pues en realidad, alimentan su naturaleza inferior.
Y la naturaleza inferior, cuántas veces se los he explicado, se caracteriza por
su avidez, su egocentrismo y su ingratitud. Entonces, toda esa pobre gente
que, después de haberse esmerado por satisfacer la naturaleza inferior en los
demás, se imagina que va a conseguir de su parte amor y reconocimiento, se
expone en realidad a las peores decepciones. En recompensa por sus
servicios, no recibe sino indiferencia, desprecio o incluso odio. Y luego se
queja: «¡Después de todo lo que hice por él… o por ella!» Pues que no se
queje, no tiene derecho: antes de sacrificarse por los demás, debió primero
preguntarse lo que servía en ellos: la naturaleza superior o la naturaleza
inferior4.
Observen solamente cómo los padres educan a sus hijos… A menudo
favorecen en ellos la necesidad de buscar el placer, el dinero, la comodidad,
el éxito, aun si deben lograrlo por medios ilícitos, excluyendo a los demás,
agraviándolos, haciéndolos sufrir. Y cuando ya grandes estos niños actúan de
la misma forma con sus propios padres, obviamente éstos se lamentan sin
recordar que fueron ellos mismos quienes los empujaron por esta vía.
El verdadero amor al prójimo, aquel que enseñó Jesús y que enseñan todos
los verdaderos Iniciados, consiste en alimentar en los seres únicamente su
naturaleza superior, a fin de restituirlos a la realeza de su espíritu. Ustedes
dirán: «Pero es muy difícil, ¿cómo lograrlo?» Les daré un ejercicio.
Esfuércense por proyectarse muy alto por medio del pensamiento para
alcanzar al Ser que abarca todo, que lleva en Él todas las creaturas y las
alimenta de su substancia. Pregúntense cómo Él considera el futuro de la
humanidad, cuáles son sus proyectos para ella, para su evolución. De esta
forma, poco a poco, comienzan a producirse transformaciones en su
superconsciencia, en su consciencia y en su subconsciencia. Deben hacer este
ejercicio hasta sentir que se funden en un océano de luz pura, pues allí y solo
allí llegarán a ese nivel de consciencia que hará de ustedes un ser universal.
Cuando este ejercicio se haya convertido en un hábito, cuando logren entrar
en comunión con esta Entidad que existe en las regiones más elevadas de su
ser y del universo, y que se denomina Dios, pueden entonces descender al
alma de los seres, intuyen la naturaleza profunda de cada uno y comprenden
cómo deben conducirse con ellos.
Estoy esperando a que la ciencia se ocupe finalmente del amor, del
verdadero amor, que estudie todas sus manifestaciones y descubra los efectos
benéficos que produce en el ser humano mismo y en aquellos que ama. El
amor crea una ósmosis entre los seres. Cuando aman a alguien realmente,
poco a poco comienzan a parecérsele, primero psíquicamente, y algunas
veces incluso físicamente. Amando a Dios ustedes hacen intercambios entre
Él y ustedes, su amor ya trabaja para impregnarlos de su quintaesencia, y eso
les permite luego amar a los seres humanos sin perder su paz, su fuerza, su
luz. Pues no hay que llamarse a engaños, en este caso tampoco es suficiente
con decir que se va a amar a su prójimo para lograrlo fácilmente y sin
estragos. Ello requiere que se conozca justamente esta ley de la ósmosis.
Un ser puro, noble, íntegro, que da su amor a seres menos evolucionados
que él, puede ayudarlos mucho, pero ha de saber que si no está atento, corre
el riesgo de perder en estos intercambios algo de su fuerza, de su paz y de su
luz. Por ello, debe unirse primero al Señor que es el infinito, la eternidad,
como a una fuente inagotable de luz y de vida: se produce entonces un
intercambio entre el Señor y él, se alimenta, se sacia, se refuerza, se ilumina.
Y solamente después puede dar su amor a los humanos, no se debilitará, no
se oscurecerá, no se empobrecerá.
Ustedes pueden, deben amar a los humanos, a todos los humanos; pero
para que ellos no los hagan descender a su nivel, para que no los agobien con
sus problemas, sus sufrimientos, sus cargas, deben primero amar al Señor.
Desde el instante en que aman al Señor, puedan dar su amor a los seres más
venidos a menos, no habrá ya peligro para ustedes; estarán siempre por
encima de las tinieblas, no correrán el riesgo de ser devorados, serán siempre
los más fuertes. Cuando un salvavidas debe lanzarse al agua para rescatar a
un hombre que se está ahogando, le ofrece a éste sus pies para que se agarre;
no deja que le tome sus brazos en absoluto, pues no podría nadar, y se
ahogarían juntos. Por lo tanto, mediten en este ejemplo y comprenderán que
deben conservar sus brazos para Dios y no abandonar sino sus pies a los
humanos. Sí, no den todo su amor a los humanos, sino se perderán con ellos.
El amor es una ciencia pero muy pocos se preocupan por estudiarla. Por
ello, tanta gente que se va llena de buenas intenciones a entregarse a los
demás, únicamente con la palabra amor en sus labios, se encuentra algún
tiempo después, decepcionada, amargada. Era inevitable: su amor no
iluminado la puso en situaciones deplorables, y hela ahora quejándose de que
el amor es la causa de todos los males. No, es la ignorancia sobre el amor la
que trae las desgracias, no el amor mismo, ya que el verdadero amor es Dios.
He ahí porque hay que amar primero a Dios e impregnarse de sus
vibraciones; a renglón seguido, se puede amar a los humanos sin peligro y
ayudarlos5. Si estamos unidos a la Fuente, podemos dar sin debilitarnos, pues
el agua en nosotros –es decir nuestras fuerzas, nuestras energías- se renueva
sin cesar; pero si cortamos el lazo, los demás nos agotarán muy rápido, dado
que nuestras reservas no son ilimitadas. Y aquí nos encontramos también con
el simbolismo de la letra hebrea Aleph . Aleph es el ser que toma de arriba
para darlo abajo, aquel que puede ayudar a los humanos porque está unido a
Dios de quien no deja de recibir la luz, el amor. Y es lo que hace también el
sol.
Un día le hice la siguiente pregunta al sol: «Desde hace miles de millones
de años das tu calor y tu luz, ¿cómo haces para no estar agotado?» Y él me
respondió: «Mi secreto es saber inhalar y exhalar al mismo tiempo. Yo inhalo
la luz y la fuerza de las Jerarquías divinas que están por encima de mí y al
mismo tiempo exhalo para aquellos que están por debajo de mí; por ello
puedo dar eternamente». Y en efecto, en el Árbol sefirótico, el Árbol de la
Vida, el sol que pertenece a la sefirá Tipheret está en el centro; arriba de él se
encuentran las sefirot Kether, Hochmah, Binah, Hesed, Geburah. El sol
recibe entonces las fuerzas de estas sefirot superiores y las proyecta a las
sefirot que están debajo de él: Netzach, Hod, Iesod, Malkut.
Se acordarán quizás de una vez que hice esta experimento delante de
ustedes: prendí una vela y con un soplete les mostré cómo se podía inhalar y
exhalar a la vez. A través del soplete yo soplaba la llama que permanecía un
poco inclinada, y al mismo tiempo inhalaba el aire para poder seguir
soplando. Era también en el pasado la técnica de los sopladores de vidrio. Y
es exactamente lo que hace el sol: no para nunca de dar porque al mismo
tiempo recibe. He ahí, entonces, el secreto.
Y si ustedes quieren también poder dar su amor a las creaturas sin
fatigarse nunca, sin peligro para ellas ni para ustedes, deben unirse a Dios,
amarlo, fundirse en Él, aprender a mirar el mundo y a los seres a través de Él.
Claro, al comienzo este ejercicio puede parecer desalentador. Quieren amar a
Dios, pero no sienten nada, se aburren y dejan vagabundear sus
pensamientos… Pero continúen, díganse que toda su vida depende de este
vínculo que están creando con el Señor. Poco a poco, sentirán que se vuelven
tan ricos, tan poderosos que pueden realmente ayudar con el pensamiento a
miles de millones de seres, puesto que no hay fronteras para las ondas. Las
ondas armoniosas que ustedes propagan se van a la atmósfera a influenciar a
todas las creaturas que encuentran.
Ustedes se dirán: «Pero los humanos son tan numerosos, ¿cómo podemos
hacer algo por cada uno?» Seguro, si presentan el problema de esta manera,
es imposible hacer cualquier cosa. Pero si conocen ciertos métodos, esto se
vuelve posible. Traten por ejemplo de imaginar que toda la humanidad está
condensada en un solo ser. Sí, imaginen el mundo entero como un ser que
está allí, al lado suyo, y que ustedes le toman la mano dándole mucho amor…
En ese momento, pequeñas partículas de su alma parten en todas las
direcciones del espacio, y lo que hacen por este ser se transmite a todos los
seres en el mundo.
II
De la oruga a la mariposa
Los humanos comprenderían mejor las leyes que deben regir sus
relaciones mutuas si hubieran reflexionado acerca de las leyes que regulan la
nutrición. ¿Ustedes dirán que no ven la relación? … Se las voy a mostrar
entonces.
En todo lo que comemos: frutas, legumbres, quesos, pescados, etc., hay
frecuentemente algo que debe quitarse: una pepa, una cáscara, una corteza,
espinas… Y si no hay algo que quitar, hay que al menos lavar o limpiar los
alimentos. Por tanto, antes de comer, se deben tomar algunas precauciones a
fin de no herir el paladar, romperse un diente o estropear el estómago. Pues
bien, de esos hechos hay que extraer una lección. ¿Cuál? Antes de unirse a
alguien, antes de aceptarlo en su corazón, en su alma, no hay que pensar que
ya está completamente listo para ser absorbido, digerido6. ¿Qué hace el
sabio? Cuando una persona se presenta ante él, la considera como lo haría
con un fruto suculento, claro, pero un fruto que es preciso lavar o pelar antes
de comerlo. El sabio es prudente, sabe que para cada creatura hay que hacer
una selección entre las manifestaciones de su naturaleza inferior y aquellas de
su naturaleza superior.
Dirán: «¿Qué? ¿Seleccionar? ¡Pero si se ama a alguien no se selecciona, se
le toma entero!» Pues bien, como quieran, pero pagarán caro esta ceguera.
Con el pretexto de que sienten simpatía, amistad, amor por alguien, los
humanos se niegan a reflexionar, a observar, se precipitan para «tragárselo»,
exactamente como los gatos se tragan a los ratones: ¡con la piel, y los
intestinos! Y luego, se quejan de sentirse decepcionados, traicionados,
abandonados. ¿Pero por qué tienen la mentalidad del gato? ¿Por qué se
apresuraron a «comerse» a tal mujer o a tal hombre, es decir, ¿por qué los han
aceptado en su corazón sin seleccionar, sin preguntarse con qué parte de este
ser entraban en relación? Y una vez que han tenido una experiencia infeliz,
no se les ocurre pensar que han sido también responsables porque les ha
faltado discernimiento; no, no, siempre son los demás los culpables. Y con
esta actitud evidentemente se exponen a nuevas decepciones.
Por lo tanto, ahora hay que analizarse. Cuando deben relacionarse con
alguien, si son honestos, constatarán que tienden a tomar como criterio estos
sentimientos superficiales que son la simpatía y la antipatía. Apenas se
sienten atraídos o repelidos por alguien, creen que esta sensación es
absolutamente infalible y que hay que seguirla. La atracción y la repulsión
son reacciones instintivas completamente naturales, pero ¿qué las inspira? He
ahí en lo que se debe reflexionar.
No es la intuición o la clarividencia respecto de los seres las que producen
en ustedes los movimientos de simpatía y de antipatía, no, éstas son
atracciones o repulsiones que tienen un origen físico, biológico y no
espiritual en absoluto. Una persona tiene en la estructura de su cuerpo físico,
de su rostro, elementos que son afines o por el contrario opuestos a ciertos
elementos de su propia estructura y por esto se sienten atraídos o repelidos. Si
se esforzaran en reflexionar y estudiar la cuestión, puede que lleguen a
encontrarles graves defectos a quienes les son tan simpáticos, y por el
contrario, cualidades y virtudes a otros que les son antipáticos.
No critico el hecho de tener simpatías y antipatías, es normal. Diariamente
por donde vayan, cruzan hombres y mujeres pasando y aunque no los
conozcan, sus rostros, su silueta, su andar les inspiran toda clase de
impresiones y sensaciones. Es tan cierto que Baudelaire, mencionando
algunos de esos breves encuentros imprevistos y algunas veces
conmovedores que pueden tener lugar en una gran ciudad, hablaba de «orgía
santa».
La simpatía y la antipatía son impulsos completamente naturales, pero no
son criterios infalibles puesto que tienen un origen biológico. Ustedes no
saben lo que les atrae o les causa aversión en los seres, tampoco saben lo que
en ustedes atrae o causa aversión. ¿Es su Yo divino el que se encuentra con el
Yo divino en los demás, o es su yo inferior el que lo hace con el yo inferior
en los demás?... Pues bien, he ahí un tema de reflexión muy amplio. Cuando
entran en relación con una persona, deben preguntarse cuál es la naturaleza
de los móviles que los mueven. Si la buscan para que les procure placer,
ventajas materiales, para que satisfaga sus caprichos, los apoyen en sus
proyectos pocos «santos», sepan que la naturaleza egocéntrica de esos
móviles no tocará la mejor parte de esa persona. Y si ella satisface sus
deseos, si gracias a ella tienen éxito en sus empresas, como ustedes fueron
quienes la llevaron a manifestarse en los planos inferiores, esta relación
terminará por envenenar su vida psíquica.
En las relaciones que busquen entablar con los seres, el primer punto por
considerar son ustedes, sus intenciones, sus deseos, la actitud que van a
adoptar. Antes de preocuparse por saber si ellos responderán a sus deseos,
pregúntense acerca de la naturaleza de las peticiones que les van a presentar.
Imagínense que conocen a alguien maravilloso… Eso no es suficiente: si no
están vigilantes, si no son escrupulosos, ¿qué van a aportarle frecuentándolo?
¿Y qué van a atraer ustedes mismos? Puesto que toda creatura humana, sea
quien sea, está hecha de dos naturalezas, inferior y superior, y si por su
codicia se dirigen a su naturaleza inferior, le hacen mal a esta creatura;
entonces no se quejen después si su naturaleza inferior les responde. Si
querían respuestas benéficas, era necesario que sus deseos fueran afines a su
naturaleza superior. Pues sí, esto es verdaderamente amar a su prójimo. Y
amándolo de esta forma se aman a ustedes mismos también.
¿Pero creen ustedes que los humanos lo han comprendido? En su deseo de
atraer el amor, la amistad o la simpatía de los demás, tratan de gustarles
dándoles regalos, cediendo a sus caprichos. El hombre ofrece joyas o un
automóvil a una mujer para satisfacer su vanidad, la mujer se dedica a
satisfacer la glotonería y los apetitos sexuales del hombre, y mientras tanto
sus almas y sus espíritus están muriendo de inanición. ¿Pero qué importa? Al
parecer, ¡se aman! Sí, pero la cuestión es saber cuánto durará este amor y
sobre todo qué les va a aportar.
Debemos entonces meditar acerca de la lección que nos da la naturaleza
por medio de la nutrición. No hay nada más maravilloso que una fruta, y sin
embargo, qué frutas se pueden comer sin que tenga que quitárseles algo?
Ninguna. Pues bien, pasa lo mismo con los seres. Cuando tienen relaciones
con ellos, cuando los miran, les hablan, los escuchan, es como si los
saborearan, los respiraran7. Y por tanto, ¿qué hacen ustedes la mayor parte
del tiempo? Sea en las relaciones de pareja, con amigos o incluso con la
familia, se tragan todo, no seleccionan nada para sentir la vida sutil que se
encuentra allí escondida, la vida de su alma, de su espíritu, y para respetarla.
¿No creen que es tiempo de dejar estas actitudes prehistóricas?
Sé que no es común ver en las relaciones humanas procesos idénticos a los
de la nutrición; sin embargo la realidad se encuentra allí, e interpretaré para
ustedes otra página del gran libro de la naturaleza.
Las mariposas que acostumbramos a ver volar en los jardines y campos,
yendo de flor en flor, no han sido siempre estas creaturas ligeras, aéreas… La
mariposa es una oruga primero, y la oruga es un bicho feo y sobre todo
dañino, pues se come las flores y las hojas de las plantas y de los árboles.
Ahora bien, las hojas son absolutamente indispensables para el árbol: por
medio de ellas transforma la luz del sol. En cuanto a las flores, ellas darán los
frutos. Comiéndose las hojas y las flores, la oruga perjudica gravemente al
árbol, por lo que los hombres las persiguen en los campos y jardines. He ahí
la vida de la oruga…
Pero un buen día, no se sabe porqué, la oruga comienza a darse cuenta de
que su vida no es gran cosa. Ve pasar por el cielo a las mariposas tan bonitas,
coloridas, ligeras, y comparándose con ellas se siente pesada e hinchada.
Comprende que hace daño y que por eso los jardineros la quieren destruir.
Entonces, decide convertirse en algo mejor y esto comienza con la necesidad
de meditar. Y como para meditar es preciso estar tranquilo, se prepara un
capullo: secreta un líquido que solidificándose, se vuelve un hilo resistente.
¡Y ese hilo va a convertirse en la seda! La seda es una producción de la
oruga, y si es tan preciada, es ciertamente porque ha sido preparada en un
estado meditativo y espiritual, ¡comprenden!
Entonces la oruga entra en profunda meditación: se adormece. Pero en su
subconsciente –¿por qué la oruga no tendría también un subconsciente?todas las fuerzas y las energías en ella comienzan a hacer un trabajo con esta
imagen que tanto la ha impresionado: la imagen de la mariposa. Ya que las
verdaderas transformaciones no se realizan jamás en el pensamiento sino en
el subconsciente. Y he ahí que luego de un tiempo, del capullo donde la
oruga se encerró, sale una mariposa que se alimenta del polen y del néctar de
las flores.
Nos corresponde ahora a nosotros descifrar este fenómeno para
comprender lo que nos enseña la Inteligencia Cósmica con esta metamorfosis
de la oruga en mariposa. Hasta un cierto período de su evolución, y esto
puede durar millones de años, millares de reencarnaciones, el ser humano es
como la oruga que necesita comerse las hojas y las flores, satisface sus
apetitos a costa de los demás. ¡Y existen tantas formas de devorar a los
demás! Pero el día en que, hastiado de sí mismo, decide cambiar, deja poco a
poco de comerse a los seres –como la oruga deja de comerse las hojas –y
aprende a alimentarse de néctar y de polen, es decir de sus emanaciones
sutiles.
Para quienes saben leer, esta evolución está grabada en una página del
gran libro de la naturaleza viva: la metamorfosis de la oruga en mariposa. Por
cierto, no está grabada allí solamente. Estudien las abejas también. Mucho se
ha escrito sobre las abejas, su inteligencia, sus costumbres, pero sobre lo que
representan desde el punto de vista simbólico no es mucho lo que se conoce.
Las abejas recogen el néctar y el polen de las flores, con los que fabrican
después un alimento delicioso, la miel. Simbólicamente, este trabajo no es
otro que el trabajo del Iniciado. Sin estropearlos, el Iniciado toma en los seres
que encuentra los elementos más puros, más sutiles, y gracias a sus
conocimientos alquímicos, prepara en su corazón, en su alma, un alimento,
un perfume delicioso. En todas las creaturas humanas, incluso en las que más
cayeron, se encuentra siempre algún elemento divino, y con estas
quintaesencias produce la miel, es decir radiaciones que proyecta en el
espacio para deleite de todas las creaturas: solo los seres capaces de realizar
esta alquimia en ellos mismos saben manifestar el verdadero amor.
Ustedes dicen: «Necesito amor, necesito belleza…» No lo encontrarán
sino cuando se hayan acostumbrado a buscar a los hombres y a las mujeres en
el mundo de los fluidos, de las emanaciones, de las radiaciones, de las
vibraciones. Se encuentran con un ser magnífico que desean conocer mejor:
pues bien, en vez de tratar a como de lugar de acercársele en el plano físico,
aprendan a escuchar las vibraciones de su voz, a captar la luz de su mirada, a
alegrarse con la armonía de sus gestos. Así, poco a poco, lograrán entrar en
relación con lo más sutil, lo más divino en él, y saborearán sensaciones
desconocidas, inexpresables. Entonces descubrirán también que hombres y
mujeres que tendían a menospreciar o a dejar de lado, son en realidad seres
excepcionales que, gracias a lo que emana de ellos, los enriquecerán mucho
más de lo que podrían hacerlo otras personas aparentemente más interesantes
o seductoras.
He ahí otro campo de estudios muy vasto. Vayan, ensayen y analícense.
Puesto que conocen ahora estas verdades, no las dejen de lado para seguir
con sus experiencias desafortunadas. ¡Ya que serán desafortunadas, dejen de
hacerse ilusiones! Se aventuraron en relaciones que no les traen sino tristezas,
decepciones y piensan: «Es una casualidad, hubiera podido ser feliz». No,
nunca en la vida, la felicidad, la desdicha no son nunca cuestión de azar, de
suerte o de mala suerte. Dependen de nosotros. Somos nosotros quienes con
nuestra actitud, nuestra comprensión de las cosas, sembramos las semillas
que nos permitirán cosechar una u otra.
III
Amen como el sol
La moral y la religión predican que pensemos en los demás y no en
nosotros mismos. Sí, claro, es bello, ¿pero es esto verdaderamente realizable?
No lo creo. «¿Cómo? dirán ustedes, usted no cesa de repetirnos que es
preciso olvidarse de uno mismo y pensar en los demás». Es cierto, de una
conferencia a la otra les digo muchas cosas y algunas pueden parecer
contradictorias pero no lo son. Van a comprender…
En realidad, hágase lo que se haga es imposible no pensar en sí: la
Inteligencia Cósmica misma le ha dado al hombre esta tendencia a traer todo
hacia sí, a fin de que pueda alimentarse, protegerse, crecer, progresar; él no
puede hacer otra cosa que ocuparse siempre de sí mismo. La cuestión está
simplemente en cambiar la naturaleza, el contenido, la orientación de esta
actividad. ¿Cómo? Tomando al sol como modelo.
El sol que no cesa de verter en el universo su luz y su calor es la imagen
de la generosidad, del altruismo. Un día le pregunté: «¡Oh, amado sol,
explícame… Tú, que a imagen de Dios, aclaras a todas las creaturas, las
calientas, las vivificas8, ¿no piensas realmente sino en los demás? – ¡Pero
claro que no, respondió el sol, no pienso sino en mí! Si me ocupo de los
demás es por mí que lo hago. No voy a preguntarme sin cesar si se merecen
mi calor y mi luz, si mejoran, ni siquiera si reconocen mis favores, me da
igual, los dejo tranquilos y libres, pero yo sigo aclarándolos, calentándolos,
porque me agrada hacerlo». Entonces, incluso el sol está de acuerdo con que
la necesidad de ocuparse de sí mismo no desaparece nunca, pero toma
diferentes formas según el grado de evolución de las creaturas.
Cuando comprendí esto, decidí imitarlo. Y si se me pregunta a mí
también: «¿Por qué consagras tanto tiempo a los demás, a hablarles, a
aconsejarlos, a ponerlos por el buen camino?»... Pues bien, ¡porque me
complace hacerlo! Nadie me obliga a ello, soy yo quien lo deseo por mi
propia dicha. Ahora bien, ¿lo merecerán los demás? ¿Ganan algo de ello? ¿Se
transforman? No estoy seguro, pero de lo que sí estoy seguro es que yo soy
feliz. Algunos necesitan crear el desorden y la destrucción; otros propagar la
armonía, el amor, la luz, lo hacen por ellos mismos, no pueden evitarlo.
Frecuentemente siento que algunos de ustedes se dicen: «¿Es este tipo
verdaderamente un Maestro? ¿No ve el estado en el que me encuentro, de
dónde salgo, en dónde me atasqué? ¡Cómo me recibe, cómo me saluda! No,
no, no es clarividente, porque sigue siendo el mismo: gentil, amable». Veo
este pensamiento en sus miradas. Pero si debiera dejar de amar a los humanos
porque no están listos, porque no lo merecen, soy yo quien se derrumbaría. Y
si ganan un poco gracias a mi actitud, ¡tanto mejor para ellos! Que se me
comprenda, que no se me comprenda, sigo, porque soy yo quien amaso
tesoros que luego puedo distribuir.
Por lo tanto, ustedes también traten de sacarle el gusto a ayudar a los
demás. Si no quieren hacerlo por ellos, háganlo al menos por ustedes.
Entiendan que pensando en ustedes de esa forma, avanzan, se refuerzan.
Mientras que si piensan en ustedes sin buscar ayudar a los demás, se van a
debilitar, van a ser infelices, a enfermarse e incluso a volverse detestables.
Hay que ocuparse de los demás, pero por su propio placer y progreso. Uno no
puede olvidarse, renunciar a sí, es imposible; entonces lo que se requiere es
pensar en uno de una nueva manera, hasta que este pensamiento tome una
forma tan maravillosa, tan extraordinaria como el amor del sol.
Ningún ser humano puede hacer abstracción de sí mismo. Es entonces
peligroso predicar la abnegación sin explicar que no se trata de olvidarse de sí
completamente, pues no es posible: semejante actitud no puede sino provocar
un sentimiento de vacío, de angustia y abrir la puerta a todos los desórdenes
psíquicos. La única cuestión es amarse a uno mismo amando a los demás
divinamente, de una manera que nos refuerce y nos libere. Sí, sobre todo que
nos libere… Es esto lo esencial y lo más difícil de realizar.
¿Qué humano no está convencido de que el amor es la cosa más bella del
mundo, la más necesaria? Y sin embargo, ¿qué conoce de él? Las penas, las
desdichas, la servidumbre, porque para la mayoría de ellos la felicidad
consiste en ser amado. Claro, a pesar de todo están de acuerdo en amar ellos
un poco también, pero creen que lo más importante es ser amado. La prueba:
¿por qué amar no les es suficiente? ¿Por qué sufren tanto cuando sienten que
aquellos a quienes aman no les corresponden su amor, o no tanto como lo
desearían? Sea a sus amigos, a sus allegados, a sus padres, a sus hijos, a sus
mujeres, maridos, amantes, no les basta con amarlos, quieren ser amados
tanto e incluso más de lo que ellos mismos aman. Para ser felices, esperan
que el amor venga del exterior. Si no viene, o si les es retirado, se sienten
privados. No creen en su propio poder, en su propia fuerza de amar, necesitan
que el amor les sea dado por alguien exterior a ellos. Y he ahí cómo pierden
su libertad.
Se hicieron amigos de una persona, pero un día, ella atraviesa un período
difícil, tiene menos tiempo para encontrarse con ustedes, para escribirles,
llamarlos por teléfono, por lo que se sienten abandonados, descontentos,
infelices y la cansan con sus reproches: «¿Por qué no has venido a verme?
¿Por qué no me has llamado?...» Bueno, claro, es un tanto normal que tengan
la impresión de haber perdido algo, pero si no se deciden a cambiar de
actitud, no dejarán de sufrir, se sentirán amarrados. No hay peor esclavitud
que esperar de alguien lo que no les da. Para reencontrar su paz, su dicha, su
libertad, deben contar únicamente con su amor, y no esperar que el amor les
venga de los demás. Mientras esperen ser amados, dependerán de los demás
y, si ellos no los aman o los aman menos -¡que es su derecho!- se van a hacer
daño y a hacerles daño a ellos también.
La vida está construida de tal forma que no se puede estar seguro nunca de
nada, ni de los sucesos, ni de la gente: algunas veces pensará en ustedes, y
con más frecuencia, los olvidará. Entonces, si no instalan en ustedes algo
estable, serán sacudidos, desorientados sin cesar. Sí, es tiempo de comenzar a
conocer la naturaleza de las cosas y comprender lo que debe hacerse para
desarrollarse armoniosamente. Puesto que necesitan amor, puesto que en el
amor sienten que florecen, que tienen revelaciones, puesto que tienen interés
en que su amor continúe eternamente, pues bien, amen, no esperen más a ser
amados. Si los seres que aman responden a su amor, tanto mejor, pero no
cuenten con ello.
¡Cuántas personas escucha uno quejarse: se sienten solas, no pueden
contar con nadie! Sí, se imaginan que los demás van a estar siempre
disponibles, y que los reencontrarán en cualquier momento en el mismo
estado de ánimo que cuando los dejaron. Pero he ahí que los seres se mueven,
cambian, se transforman, nunca se puede contar con ellos absolutamente.
«Entonces, dirán ustedes, qué hacer?» Encuéntrense con ellos, mantengan
con ellos relaciones de amistad, de trabajo, etc., pero no se apoyen en su
estabilidad porque allí viven en ilusiones, y un día u otro se verán obligados a
constatar que las cosas no se desenvuelven completamente como lo habían
creído y esperado. Incluso sus hijos, hay que saber con antelación que no
serán siempre tal y como son por el momento y que un día incluso los
dejarán.
Evidentemente, no es agradable escuchar semejantes verdades. Pero
desafortunadamente, es así, y para no conocer tribulaciones inútiles, es
preciso saber que uno no debe apoyarse en la estabilidad de cualquier cosa
que sea exterior, ni en los negocios, ni en las posesiones, ni en la fidelidad y
el reconocimiento de nuestros allegados, ya que nunca se está seguro de
conocerlos bien. Si Dios pone a nuestro lado algunas personas fieles y
agradecidas, es maravilloso, agradezcámosle. Pero no esperemos nada.
¿Ustedes les hicieron bien a los demás, los ayudaron, los apoyaron? Claro,
les parece normal esperar un poco de gratitud de su parte, o al menos una
aprobación. Pues bien, allí tampoco esperen nada. Cuando se espera la
aprobación o el reconocimiento, se entra en el mundo de las insatisfacciones,
de los reproches, de los rencores y de los tormentos. Dirán: «Pero entonces
¿el bien que hacemos no será nunca reconocido?» Sí, pero no hay que esperar
que lo sea. Y, en el inmediato, debemos encontrar en nosotros mismos
nuestra recompensa. Pues sí, esta dilatación y este calor interiores que nos
invaden cuando amamos, es ésta una gran recompensa, no existe otra más
grande en la vida.
De lo único que tienen que preocuparse es de mejorar las manifestaciones
de su amor, volverlas más desinteresadas, más puras, más vastas. Este amor
debe aún crecer en luz, en comprensión. El amor como sentimiento no es
todavía el grado superior del amor. El sentimiento es demasiado personal.
Para vivir la plenitud del amor, la comprensión también es necesaria.
Miren el sol: ama al mundo entero sin esperar a cambio ni amor ni
reconocimiento9. Por ello es tan radiante: porque no espera nada, es libre. Y
ustedes también, cuando se hayan decidido a amar sin esperar nada a cambio,
serán libres. Y en ese momento serán realmente amados. ¿Por qué?... Si junto
a ustedes la gente se siente aclarada, entra en calor, pero al mismo tiempo se
siente libre también porque ustedes no exigen nada de ella, ¿cómo no
encontrarlos simpáticos y agradables?
Desde el momento en que renuncian a ser amados, el amor comienza a
perseguirlos, ¡los importuna incluso! Lo expulsan por la puerta y vuelve por
la chimenea. Pero entre más busquen ser amados, más el amor se aleja. Es
como si persiguieran su sombra: huye delante de ustedes, jamás podrán
atraparla. Sí, buscar el amor de los demás, es como correr detrás de su
sombra. Pero no lo busquen y el amor estará allí todo el tiempo, sonriéndoles,
mirándolos gentilmente. Cuando buscan el amor de los demás, se concentran
en algo exterior a ustedes y pierden la fuente del amor. Es así. Por lo tanto, en
vez de buscarlo, denlo, háganlo salir de ustedes: estará presente siempre en
ustedes y serán dueños de todas las situaciones.
Ahora, si no quieren creerme, no les queda más que preparar pañuelos. E
incluso, los pañuelos, es algo inocente, inofensivo. Muchas personas no se
contentan con pañuelos, recurren a los golpes, al puñal, al revólver, al
veneno. ¡Tantos dramas son provocados por el amor, el amor mal
comprendido, el amor que espera siempre algo! Mientras que el amor del que
les hablo es un amor que rejuvenece, que fortifica, que vuelve infatigable,
luminoso y bello, un amor que aporta la vida eterna, que resucita, que
inmortaliza, el amor del sol. Sí, contemplando el sol, esfuércense por
aprender su lección.
Está dicho que Dios es amor. Pero cuando se ven las tragedias que el amor
provoca en los humanos, se mide todo el trabajo que aún les queda por hacer,
todo el camino que les queda por recorrer para elevarse hasta este amor
divino. Pero bien vale la pena, pues el verdadero mago, el mago
todopoderoso, es el amor. Deben invitarlo para que se instale en ustedes, y
entonces, como la llama radiante a través del vidrio de una lámpara, por
doquiera que vayan su amor resplandecerá y brotará alrededor de ustedes.
Es por él mismo que el sol brota, es resplandeciente, caluroso, y toda la
naturaleza se beneficia. Y la rosa, ¿creen que es porque piensa en los demás
que esparce su perfume? Por supuesto que no, es porque le gusta, porque se
siente dilatada. Dirán: «Entonces, ¿si se es generoso, desinteresado,
resplandeciente y luminoso por su propio gusto, el mundo entero puede
aprovecharlo y ser feliz?» Sí, claro. Es una nueva forma de amarse a sí
mismo, de pensar en uno mismo. Si se piensa en uno de forma egoísta, se
vuelve una pelea y todo el mundo sufre; y si se quiere renunciar a sí como lo
enseñan ciertas morales, es peligroso, ya que se va en contra de la naturaleza,
y allí de nuevo se hará sufrir a los demás persiguiéndolos con un supuesto
amor desinteresado, pero que en realidad es amor malsano.
Todas las mañanas el sol me dice: «No pienso en nadie, no me ocupo de
nadie, soy feliz resplandeciendo, brillando, le he tomado gusto; y que los
demás lo aprovechen o no, ¡me da igual!» Y es verdad, miren, ¿acaso se
oscurece viendo que los humanos no lo valoran en su justa medida10? Si se
ocupara de ellos, viéndolos tal y como son, se indignaría, se asquearía,
cesaría inmediatamente de brillar y dejaría todo morir. Pero como no se
preocupa por los humanos, sigue brillando para él mismo: su luz y su calor no
son sino las manifestaciones de su amor incandescente por él mismo.
Amar como el sol. Solo esta actividad aporta la verdadera dicha. Dándoles
hoy esta verdad, les doy uno de mis tesoros más preciados. Si quieren
imitarme, tanto mejor para ustedes, experimentarán el Reino de Dios. Pues el
Reino de Dios es eso: amar.
¡He encontrado tanta gente para quien el éxito era sinónimo de poder y de
saber! No pensaban en el amor, lo consideraban como la cosa más
insignificante, la más inútil, la más ineficaz. He sopesado los tres: el saber, el
poder y el amor. Desde luego, no digo que haya que menospreciar el saber y
el poder, pero le he dado el primer lugar al amor, porque el amor es el centro,
el corazón de todo. Para obtener el saber, es preciso un cerebro especialmente
preparado y organizado; para obtener los poderes, es necesaria mucha
voluntad, tenacidad, estabilidad. Estas cualidades no le han sido dadas a todo
el mundo. En cambio, todo el mundo es capaz de amar, incluso un iletrado,
incluso un niño, pues es la cosa más fácil, la más natural. Y en realidad, el
amor atañe a las otras dos facultades: aporta el poder y el saber. Cuando están
desmotivados, sin fuerza, llamen al amor e inmediatamente se recuperan y
dicen: «Marchará, lo lograré». Pues bien, los poderes están ya ahí, quizás no
para resucitar a los muertos, pero sí para resucitarse ustedes mismos primero.
Luego, más tarde, irán a resucitar a los demás. Y el amor les ayuda también a
comprender mejor, ya que una parte del calor y del fuego de este amor se
transforma en luz y les da una visión clara de las cosas11.
Sí, por medio del amor pueden obtener el poder y el saber. Pero si dejan el
amor a un lado para solo ocuparse de los otros dos, entonces ahí, si los
obtienen, será peligroso. El saber sin amor los volverá despectivos, altaneros,
orgullosos. Y los poderes sin amor los volverán duros, crueles, implacables.
Por consiguiente, ¿de qué les servirán los poderes si se convirtieron en un
monstruo?... ¿De qué les servirá el saber si se volvieron fríos e
inaccesibles?... En cambio, con el amor, su saber esclarecerá a los humanos y
dedicarán su poder a sanarlos, a salvarlos. El amor es capaz de reconciliar
todo, de armonizar todo, por ello no dejo de trabajar con él.
IV
Reconocer en cada ser la imagen de Dios
Diariamente deben frecuentar personas de muy diversa índole. Entonces,
al abordarlas no olviden nunca que ellas poseen como ustedes una doble
naturaleza, superior e inferior12. Y «no olvidar» significa tomar precauciones
para evitar el encuentro de su naturaleza inferior con la naturaleza inferior de
los demás. Dirán que no es posible: puesto que la naturaleza inferior existe en
todos los humanos, este encuentro es inevitable. Es claro, pero traten al
menos de que sea breve. Se encuentran frente a una casa: abajo está el sótano
con moho, ratones, arañas, etc.… ¿Allá irán a acomodarse? No, subirán a
vivir en los pisos superiores. Pues bien, hagan lo mismo con los seres
humanos, eviten descender muy seguido a sus sótanos y permanecer allí; en
este caso también, suban a los pisos superiores, traten de encontrarse en las
alturas del alma y del espíritu.
Dios creó al hombre a su imagen y cada vez que entren en relación con los
seres, piensen en reconocer en ellos esta imagen de Dios. Alimentando
pensamientos sagrados los unos hacia los otros, los humanos contribuyen a su
evolución. Claro, esta idea entra en contradicción con el hábito que la
mayoría de las personas ha adoptado de no ver sino los defectos de los demás
e incluso reunirse para hablar de ellos. Ver las lagunas o las debilidades de
los demás es considerado como una prueba de lucidez, de inteligencia. Pero
como existe una ley según la cual lo que uno se obstina en ver en los demás
es muy frecuentemente el reflejo de lo que uno lleva en sí, quien cultiva
semejante actitud crítica revela en realidad sus propias lagunas.
Pero dejemos este asunto a un lado y detengámonos en las consecuencias
de la otra actitud, la que les aconsejo: hacer esfuerzos por reconocer en los
seres la imagen de Dios. Por supuesto, muchos dirán que con este punto de
vista se arriesga a caer en trampas y a pagarlo muy caro, puesto que el fondo
de la naturaleza humana es malo, incluso la religión lo dice, ¿para qué
engañarse? Bien, les diré que ustedes no han estudiado bien. No es porque la
imagen de Dios esté escondida bajo capas de polvo y de barro que no existe.
Existe y puede siempre aparecer y expresarse si se le preparan las
condiciones.
No crean que un sabio no ve el lado malo de los humanos, lo ve, tiene
incluso los ojos muy desarrollados para ello: ¿cómo podría ayudarlos siendo
ingenuo y engañándose acerca de ellos? Conozco algunas personas así que no
quieren ver nunca el mal en los demás, y se imaginan de ese modo ser muy
evolucionadas y llenas de amor. Pues no, no es amor, sino falta de
discernimiento, y la falta de discernimiento es peligrosa. Si se confunde todo:
el bien y el mal, las cualidades y los defectos, ¿qué trabajo constructivo
puede hacerse? Hay que ver esto claramente, de lo contrario uno se equivoca
siempre en sus juicios: se le da la razón a quien se equivoca y se le quita la
razón a quien la tiene, y por consiguiente uno es doblemente culpable.
Cuando los Iniciados enseñan el amor, no enseñan un amor ciego, sino un
amor clarividente.
Por consiguiente, un Iniciado ve muy bien las debilidades y las lagunas de
los humanos, las ve incluso mejor que cualquier otro13. Solo que, y es lo que
lo hace un ser tan diferente, tan excepcional, viéndolas no se detiene en ellas,
porque ha comprendido que no se puede ayudar a alguien reparando
solamente en sus defectos, en sus vicios; con esta actitud, los agrava además.
El Iniciado, que sabe que los hombres y las mujeres son hijos e hijas de Dios,
se detiene en este pensamiento y aborda a todos los seres con este
pensamiento. Hace así un trabajo creador, pues desarrolla el lado divino en
todos aquellos con los que se encuentra, y él mismo se siente feliz. Créanme,
es la mejor manera de actuar con los demás: tratar de descubrir sus
cualidades, sus virtudes, sus riquezas, y concentrarse en ellas. Ya que algunas
veces estos aspectos están tan camuflados que la persona misma ni siquiera
sospecha que existen.
Hay que acostumbrarse a echar un vistazo en las profundidades de los
seres y detenerse un poco menos en sus manifestaciones superficiales que
pueden hacernos equivocar enormemente. Los defectos son muy fáciles de
encontrar. Pero para encontrar ciertas virtudes que aún no se han
manifestado, es preciso poseer toda una ciencia. Cada uno de ustedes tiene
cualidades divinas que esperan oportunidades favorables para aparecer, y yo
precisamente me ocupo de ello, busco en ustedes todas esas cualidades que
no han aparecido aún. Así trabajo en ustedes y en mí, y de esta manera deben
ustedes trabajar también. He ahí porque deben aprender a alimentar
pensamientos sagrados los unos para con los otros. Alimentando estos
pensamientos sagrados, dejan de reparar en detalles que no son tan gloriosos,
y concentran su pensamiento en el principio divino en los seres. Sí, ¿por qué
no tener pensamientos sagrados por todo lo que es divino, inmortal, eterno en
el hombre? De este modo hacen un buen trabajo en ustedes mismos y ayudan
también a los demás. Mientras que ocupándose de sus defectos, se hacen
daño, pues se alimentan de suciedades y les impiden también a los demás
evolucionar. ¡Qué ignorancia entonces! Uno cree que va a ayudar a los demás
a corregirse señalándoles sus defectos, pero en realidad es todo lo contrario lo
que se produce.
Los humanos son malos, crueles y todo lo que quieran, es cierto, pero no
es una razón para pasar su vida no viendo sino eso y hablando solo de ello.
Deben abrir los ojos, por supuesto, pero no es más que la mitad de su tarea. Si
disminuyen siempre a alguien mostrándole la mala opinión que tienen de él,
no solamente dejará de manifestar hacia ustedes el lado bueno que posee de
todas formas, sino que además va a ceñirse a la opinión que ustedes tienen de
él con todas las consecuencias negativas que esto conlleva para ustedes.
Mientras que si muestran que creen en él, tratará de no decepcionarlos y de
este modo lograrán ayudarlo a ser mejor14. Sí, he ahí la verdadera pedagogía.
No esperen poder ayudar a los seres a ser mejores señalando sin cesar sus
imperfecciones y tratándolos de imbéciles, de incapaces, pues entonces ni
siquiera se esforzarán más. Puesto que su opinión acerca de ellos ya es
definitiva, ¿para qué harían esfuerzos?
Desafortunadamente, es la actitud que asumen muchos padres creyendo
que de esa forma van a obligar a sus hijos a ser mejores. Pues no, y es preciso
que sepan que es el peor método. Al final, los niños se vuelven
verdaderamente incapaces, porque es una especie de magia que los padres
han ejercido sobre ellos, y están hipnotizados, subyugados, paralizados. Para
obtener algo de un niño, hay que motivarlo siempre; e incluso sin decírselo,
claro, pensar en todas las cualidades y las virtudes que están escondidas en su
alma y en su espíritu. En vez de lamentarse de sus defectos y de darle algunas
palmadas o algunas nalgadas para enseñarle a no hacer ciertas tonterías,
deben concentrarse en la chispa divina que habita en su hijo; y de esta forma,
porque los padres supieron alimentar esta chispa, el niño hará maravillas más
adelante. Incluso cuando esté dormido, pueden hacerse junto a su cama, y
acariciándolo suavemente, sin despertarlo, hablarle muy quedo acerca de las
buenas cualidades que quisieran verlo manifestar más tarde. Así depositan en
su subconsciente preciosos elementos que, cuando los descubra años después,
lo protegerán de muchos errores y peligros.
Este trabajo es el que un verdadero Maestro hace en sus discípulos y de
este modo acelera su evolución. Y ustedes también, conságrense a este
trabajo, es el momento de despertarse a estas actividades, a sabiendas de
cuáles serán los resultados benéficos. Pero para ello, es preciso no vivir
exclusivamente en los sentimientos y en las emociones, ya que son los que
impiden razonar y encontrar la buena actitud. Apenas ven o escuchan en los
unos o en los otros algo que les disgusta, les molesta o los hiere,
inmediatamente reaccionan negativamente. Sin embargo, sinceramente
díganme si sus reacciones pudieron contribuir a mejorar un poco su
conducta… No, e incluso con esta actitud descienden a su nivel, vibran a su
diapasón, atraen sus defectos, hasta el día en que terminarán por ir más lejos
que ellos en injusticia, deshonestidad o vicio.
Sé que todo lo que les estoy diciendo no puede aún ser completamente
aceptado. Pero en el futuro todos aprenderán a hacer este trabajo: por medio
del pensamiento proyectarán a sus padres, a sus amigos, a todos los seres que
encontrarán hacia las regiones de la luz. No volverán a experimentar dicha
alguna rebajándolos, ensuciándolos, por el contrario, encontrarán su dicha
reparando solo en su naturaleza superior, su naturaleza divina.
Por cierto, cuando hablan de las cualidades de alguien, incluso si al
parecer exageran un poco, no exageran, eso depende únicamente de la parte
de él a la que hacen alusión. A menudo, cuando hablan de alguien no es de él
que hablan realmente, ¡sino de sus intestinos, de su sexo, de su vientre o de
sus pies que no están lavados! Él en realidad es una divinidad. Está dicho en
los Salmos: «Sois dioses», y Jesús en el Evangelio de san Juan cita ese
versículo. ¿Por qué esos dioses no se manifiestan? Están enterrados en algún
lugar, sepultados bajo capas de impurezas; no pueden descubrirlos pero allí
están y a estos dioses hay que hacer aparecer.
Detengámonos ahora en la manera en que los hombres y las mujeres
acostumbran a considerarse mutuamente. Yo, desde mi juventud, tomé el
hábito de considerar a la mujer como una expresión de la Madre divina. En
realidad, sé muy bien a que atenerme, ¿por qué habría de engañarme? Sin
embargo, quiero ver a la mujer bella, delicada, llena de amor, fiel y estable
(¡lo que no es siempre el caso, pero en fin!), pues de esa forma todas las
mujeres con las que me encuentro son una fuente de bendiciones, de
inspiraciones y de descubrimientos para mí. No soy ni pintor, ni escultor, ni
poeta, ni músico, pero vivo en la belleza de los colores, las formas, los
sonidos y me lleno de admiración. Y si se me dice: «¡Pero si no hay nada
realmente de qué maravillarse! ¡Si tan solo conociera los vicios de estas
creaturas que le causan tanta dicha!», respondo que no quiero saberlo. Si
tienen vicios, pues bien, son para ellas, ¡mientras que la dicha es para mí!
Piensan que soy ingenuo, que me equivoco… ¡Pues claro que sé que me
equivoco! Solo equivocándome encuentro la verdad, la verdadera verdad.
Porque en realidad, así es la mujer en lo alto: un esplendor. Y el hombre
también. Pero abajo, qué quieren…
En una ciudad, por ejemplo, ¡hay tantas cosas bellas que ver! Pero también
hay alcantarillas. Y ¿para qué querer visitar las alcantarillas? Visiten los
jardines, los palacios y las catedrales, suban a la Torre Eiffel –
¡simbólicamente hablando!- Desde allá arriba, al menos, verán un panorama
magnífico. La desgracia está en que los humanos necesitan conocerse en las
alcantarillas. ¡Pero que aprendan un poco a conocerse en las cimas! Allá es
diferente. Desafortunadamente, no se quiere comprender y aceptar mi forma
de ver, entonces, se vuelven prosaicos, pierden su inspiración. «Hay que ser
realista», dice la gente, «es una idiotez idealizar a los hombres y a las
mujeres». Sí, quizás, es idiota. ¡Es idiota pero bello! Mientras que su realidad
es fea, y en esta realidad sin darse cuenta destruyen su alma, su espíritu,
destrozan las raíces de su existencia.
Alguien me objetará: «Pero el hombre que idealiza a la mujer y la mujer
que idealiza al hombre ¿qué van a hacer cuando vean –pues un día u otro
serán obligados a ver –que ninguno corresponde exactamente a lo que se
imaginan? Se van a decepcionar tanto!» Sí, se decepcionarán; si no saben
para qué y cómo emprender este trabajo de idealización, se decepcionarán,
van a caer de muy arriba. En realidad, la idealización es un trabajo mágico de
creación, pero esto no impide permanecer lúcido y saber a qué atenerse
respecto de los seres que se idealizan de esta forma.
Si la tendencia a la idealización produce en algunos malos resultados, es
porque no supieron mantenerse a esta altura: ¡la abandonaron para descender
muy abajo en… la realización! Si no hubieran descendido, si no hubieran
querido acercarse demasiado al ser que idealizaban, esta dicha, esta
inspiración habrían podido mantenerse en ellos. He ahí cómo, en las manos
de un ignorante, la idealización es un verdadero peligro, los precipicios lo
esperan; mientras que en las manos de un Iniciado, es la fuente más grande de
bendiciones.
La idealización es un trabajo mágico15, es la mejor forma de evolucionar,
pero lo repito, con la condición de avanzar siempre en ese sentido, de no
querer un día conocer demasiado cerca, tocar, saborear, etc. De lo contrario,
serán como los niños que desarman un despertador para ver lo que hay
adentro: el despertador no vuelve a funcionar. Desafortunadamente, es lo que
la mayoría sigue haciendo con todas las creaturas del Señor: quiere ver lo que
hay adentro; ahora bien, adentro están los intestinos, las vísceras y
evidentemente se asquea. ¿Por qué era absolutamente necesario ver esto?
Se pueden idealizar a todas las mujeres, a todos los hombres, pero para
estar al abrigo no se debe salir de esta idealización. Si descienden de esa
cima, se acabó, todas las decepciones están allí. Luego, los demás les dirán:
«Ven, se les había advertido!» y deberán reconocer que tenían razón. En
realidad, no tienen razón. La tienen solamente porque ustedes son débiles e
ignorantes. Si son fuertes y sabios, son ustedes quienes tendrán razón
eternamente.
1 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. II: «Los dos primeros mandamientos».
2 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXV: «Amen a Dios para amar a su
prójimo».
3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. VIII: «El Yo superior».
4 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213, cap. III: «En la búsqueda de su
verdadera identidad».
5 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVI: «La cuestión de los lazos».
6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XI: «Aprender a comer para aprender a
amar».
7 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XIX: «El jardín de las almas y de los
espíritus».
8 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XV: «El sol es la imagen y semejanza
de Dios».
9 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XVI: «La verdad del sol: dar».
10 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. VIII: «Amen como el sol».
11 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. IX: «No se detengan en la mitad del
camino»; El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. IV: «La meta del amor: la luz».
12 Cf. Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor No. 213.
13 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. VI: «El Maestro, espejo de verdad».
14 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XIV: «El poder mágico de la confianza».
15 Op. cit., cap. XIII: «La mirada».
2
«Amad a vuestros enemigos»
I
«Por tus palabras serás justificado»
Porque han sido decepcionados por un amigo, un allegado, cuántas
personas se creen autorizadas a contar por doquier que se les ha engañado,
traicionado. Admitamos que sea verdad –¡lo que no es ni siquiera seguro!¿es una razón para ir a destruir a esta persona ante los demás? ¡Ah!, pero
claro, están convencidos de que deben hablar a fin de restablecer la justicia.
Pero ¿qué clase de justicia es ésta? ¡Hay que dejar tranquila a esa justicia! «Y
entonces, ¿qué debemos hacer?» Recurrir a un principio que está por encima
de la justicia, un principio de amor, de bondad, de generosidad.
Le hicieron bien a alguien: lo ayudaron, por ejemplo, dándole dinero.
Luego, un día, se dan cuenta de que esta persona no merecía su ayuda y van a
contarle al mundo entero lo que hicieron por ella manifestándole que no
estuvo a la altura de su bondad. ¿Para qué contar todo eso? Si hicieron el bien
y van a contarlo a todo el mundo arrepintiéndose de su gesto, destruyen ese
bien. Estaba inscrito en lo alto que debían ser recompensados y ahora,
actuando como lo han hecho, borran su buena acción.
Incluso si alguien los ha engañado, los ha herido, no importa, no vayan a
contarlo. Al contrario, con su actitud, deben mostrarle a esta persona que
valen más que ella; un día se avergonzará y tratará de reparar el mal que les
ha hecho. ¿Cuándo van a decidir mostrarse grandes y nobles? Hay que cerrar
un poco los ojos y perdonar, es de ese modo que uno crece, que uno se vuelve
excepcional. Y hasta lo que han perdido les será devuelto centuplicado más
tarde. De otra manera, ¿qué esperan ganar manteniendo intenciones negativas
respecto de alguien? ¿Acaso eso los recompensará por el bien que le han
hecho y que según ustedes, no merecía? ¿Y están seguros de que con sus
palabras no le causarán un perjuicio más grande que el que ustedes dicen
haber sufrido? Entonces, ¿dónde está la justicia?
Se habla, se habla, sin ser consciente de que la palabra es un arma terrible
y que se es responsable del uso que se hace de ella. Aparentemente una
palabra no es más que un soplo de aire que no acarrea consecuencias. Pues
bien, no. «La boca habla de la abundancia del corazón», decía Jesús. «El
hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre
malo del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra
ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.
Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás
condenado».
En el plano de los actos se está limitado: no es tan fácil arruinar a alguien,
destruir su carrera, eliminar o destruir a su familia; y admitiendo incluso que
sea realizable, uno se expone a ser detenido y condenado. Pero se pueden
pronunciar fácilmente palabras aquí y allá, y estas palabras, como fósforos
prendidos, provocan incendios por doquier, en las familias, en el entorno, en
el lugar de trabajo, en la sociedad e incluso en el mundo entero. ¡Cuántas
rupturas, tragedias, tienen por origen unas palabras, pronunciadas o escritas,
y lanzadas conscientemente en un momento donde se sabe que producirán los
mayores estragos! Y en nuestros días con el teléfono, la prensa, la radio, la
televisión, etc., ¡los humanos tienen tantas posibilidades de actuar con la
palabra! Por ello deben estar cada vez más vigilantes.
Si la gente habla sin darse muy bien cuenta de lo que dice y porqué lo
dice, es porque no controla ni sus pensamientos, ni sus sentimientos1, pero
cree que no es grave. Habla de todo y de todo el mundo sin conocer el
trayecto que siguen sus palabras y los daños que pueden producir. Una
palabra es comparable a un cohete que recorre el espacio, donde desencadena
fuerzas, excita entidades y provoca efectos irreversibles. Hay siempre en la
naturaleza uno de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire o el fuego
que está allí atento, esperando el momento de participar en la realización de
todo lo que el hombre expresa con sus palabras. Puede que esta realización se
produzca muy lejos de quien dio los gérmenes para ello y él no puede en
consecuencia verla. Pero se produce. Como el viento se lleva las semillas y
las siembra a lo lejos, asimismo las palabras levantan vuelo y van a producir
en el espacio resultados magníficos o desastrosos, y no es posible
recuperarlas.
Se cuenta que un hombre vino un día junto a Mahoma y le dijo: «Me he
portado mal con uno de mis amigos. Lo he acusado injustamente y ahora no
sé cómo enmendar. ¿Qué me aconsejas?» Mahoma lo escucha atentamente y
le responde: «Ve a la calle donde habita tu amigo, coloca una pluma frente a
cada casa, y ven a verme mañana». El hombre se va, hace lo que Mahoma le
dijo y al día siguiente regresa a verlo. «Muy bien, dice Mahoma, ve ahora a
buscar las plumas y tráelas aquí». Unas horas más tarde, el hombre regresa
muy apenado: no había encontrado ni una sola pluma. Entonces, Mahoma le
dice: «Pasa lo mismo con las palabras: una vez proferidas, no puedes
recuperarlas más, emprendieron vuelo». Y el hombre se fue muy infeliz.
Ahora, yo quisiera prolongar esta conversación. Supongamos que alguien
viene a verme para preguntarme cómo enmendar palabras que lamenta. Le
contaré la misma historia, pero agregaré algo muy importante. Le diré: «Es
preciso que hables de nuevo de esta persona, pero insistiendo en sus
cualidades. Como hay siempre algo bueno en cada creatura, buscarás y
encontrarás. -¿Y de esta manera enmendaré mi error?- No, no es posible,
porque las palabras pronunciadas se han grabado y ya han provocado estragos
en las regiones invisibles, e incluso visibles algunas veces2. Pero de ese modo
crearás algo diferente que borrará un poco tus palabras pasadas. Y apresúrate,
pues entre más tiempo pase, más estas palabras producirán estragos. –
Entonces, ¿con esas buenas palabras no habré reparado aún?- No es seguro,
ya que he aquí lo que no sabes: las buenas palabras que has pronunciado no
neutralizan las malas, pues se grabaron en una capa diferente de la atmósfera,
y las capas se sobreponen. Uno no puede recuperar las palabras que ha
lanzado: ya se encuentran escondidas bajo otras capas físicas o psíquicas. El
tiempo es entonces un factor muy importante».
Supongan que dieron la orden de cortarle la cabeza a alguien, y quienes
deben ejecutar su orden ya partieron… ¿Qué podrán hacer ustedes para
reparar una vez que la cabeza haya caído? ¿La pegarán de nuevo? Cuando se
ha dado una orden, ¿qué puede hacerse? Dar una contraorden, es decir enviar
otros mensajes, otros servidores más rápidos, a fin de que prohíban la
ejecución. Pero si pasó demasiado tiempo, no hay nada más que hacer. Si es
posible, no hay que demorarse para enmendar palabras negativas, ni siquiera
hay que esperar a la mañana siguiente, porque la palabra emprende vuelo
rápido: es una fuerza, un poder que recorre el espacio y que actúa.
Deben sin embargo saber que existe un poder más efectivo que la palabra,
el pensamiento3; y si se ponen inmediatamente a trabajar, pueden recuperar
algunas palabras desafortunadas por medio del pensamiento. Es muy difícil,
claro, porque el pensamiento y la palabra pertenecen a dos planos diferentes.
La palabra pertenece al plano físico, es una vibración, una onda que se
desplaza por el aire; mientras que el pensamiento pertenece ya al mundo
etérico. Si quieren enmendar las malas consecuencias de sus palabras, pueden
concentrarse y pedir a servidores del mundo invisible que impidan que el mal
se produzca. En aquel momento, no reparan completamente, pero evitan lo
peor. Pero deben ser muy rápidos y su pensamiento debe ser muy intenso, de
lo contrario la orden de ejecución será dada y ustedes serán declarados
responsables de todos los daños que sus palabras habrán causado.
Dirán: «¿Y si voy a excusarme ante la persona a la cual mis palabras
perjudicaron?» Pues bien, eso no basta, hay que reparar los estragos. Decir:
«lo siento mucho, perdóneme…» está bien, pero es insuficiente. Cuando les
han ofrecido un regalo, dicen «gracias», pero la palabra «gracias» no es
equivalente a lo que recibieron. Del mismo modo, la palabra «perdón» no
puede enmendar el mal que han hecho. Si son responsables de quemar la casa
de alguien, no basta con ir a pedir excusas, deben construirle una nueva casa,
solo entonces serán perdonados. Dirán: «¿Pero si la persona que he lesionado
me perdona?...» No, el asunto no se arregla tan fácilmente, pues la ley y la
persona no son la misma cosa. Perdonándolos, la persona muestra
generosidad, nobleza y se libera. Pero la ley no perdona, los perseguirá hasta
que hayan reparado.
Mientras no hayan reparado, las palabras negativas que han pronunciado
contra alguien siguen produciendo serpientes, tigres, lobos –simbólicamente
hablando- que vienen a masacrar y a devorar sus ovejas. Esto quiere decir
que las malas consecuencias de sus palabras causan daño a los padres, a los
hijos o a los amigos de la víctima. Por consiguiente, nada está arreglado.
Deben buscar ahora otras palabras, otros pensamientos, otras fuerzas que
repararán los estragos. Entonces sí, serán perdonados por la persona a quien
hirieron, y también por la ley que había registrado estos estragos. En
consecuencia, no se imaginen que pueden arreglarlo todo fácilmente con
excusas; está arreglado para la persona generosa que, perdonándolos, se
libera. Pero no está solucionado desde el punto de vista de la justicia cósmica.
¡Cuántas personas, insatisfechas con sus condiciones de vida, culpan al
mundo entero porque la existencia es difícil para ellas! Y las palabras que
lanzan en ese momento contra aquellos que son más privilegiados o que ellas
creen responsables de su situación son verdaderamente demoledoras: están
llenas de una fuerza que quizás no se conoce, pero que causa estragos en los
demás. No está permitido hacer esto, deben saberlo. Si sienten la necesidad
de humillar a los demás o de causarles daño por medio de sus palabras,
porque se sienten desfavorecidos, frustrados, quéjense y lloren si eso les hace
bien. Pero a ellos, ¡déjenlos tranquilos, no los ataquen!
Es preciso que cada quien se vigile y comprenda que, si tiende a
pronunciar palabras negativas, esto es una debilidad y no una fuerza de la que
pueda sentirse orgulloso. Por tanto, que tome precauciones y trate de dominar
sus impulsos negativos, un día, tarde o temprano, ganará. Pero para llegar a
este resultado hay que ser muy consciente de que ninguna palabra
pronunciada permanece sin consecuencias. Entonces, si dejaron escapar
algunas palabras injustas o malvadas contra alguien, traten, apenas tomen
consciencia, de concentrarse para enviarle mucho amor, mucha luz. Empero,
incluso en este caso, algunos daños ya se produjeron y se requiere tiempo
para que él sienta los efectos de sus buenos pensamientos. La respuesta de
Mahoma es por consiguiente muy profunda y llena de sentido: las plumas
emprendieron vuelo, no es posible recuperarlas.
Quienes han comprendido el poder que representa la palabra están muy
atentos, se esfuerzan por no decir palabras negativas, porque saben que los
espíritus malignos pueden apropiarse de ellas para realizarlas. La palabra es
como un soporte material que les es proporcionado, y se sirven de ella para la
ejecución de sus malos propósitos. Entonces, cuidado, incluso si ustedes no
piensan verdaderamente las palabras que pronuncian, entidades maléficas
pueden servirse de la materia de estas palabras para realizarlas, y no podrán
reprochárselo: les correspondía a ustedes no proporcionarles las
oportunidades de hacer el mal.
Por consiguiente, en adelante cuando hablen de alguien, eviten criticarlo,
sobre todo si no están completamente seguros de los hechos que cuentan. E
incluso, si ocurre que se ven en la obligación de describir el comportamiento
de alguien que ha actuado mal, no olviden, como medida pedagógica,
terminar su conversación mencionando una de sus cualidades… ¡Debe por lo
menos tener una! Recalcar los defectos de la gente nunca ha servido para
corregirlos. Comprendan entonces que con críticas no se hace más que añadir
mal al mal. Sí, si quieren actuar como seres conscientes, cuando se hayan
visto obligados a decir palabras negativas, traten al menos de terminar con
algo positivo. Y cuando se encuentren entre ustedes, esfuércense por no
hablar sino de temas constructivos, a fin de que regresando a casa, cada uno
pueda agradecer al Cielo diciendo: «¡Que estos hermanos y hermanas sean
bendecidos por todas sus buenas palabras que me motivaron y me dieron una
mejor visión de las cosas, que me inspiraron el deseo de permanecer siempre
en el camino de la luz!»
Sé que lo que les pido es muy difícil, ya que para dominar las palabras,
hay que comenzar por dominar sus pensamientos y sus sentimientos, lo que
es más difícil aún. Pero por qué no experimentar y decirse: «En adelante, me
vigilaré… Allí, no volveré a criticar sistemáticamente a tal o pascual, sino
que trataré de ver su lado bueno… Allí, en vez de mostrarme negligente, seré
más cuidadoso, a fin de que mis palabras sean utilizadas para el bien… En
lugar de pasar por allí indiferente, pensaré en detenerme para decir algunas
palabras de simpatía, de aliento, etc.» Sí, son ejercicios para hacer
conscientemente.
Tomemos un ejemplo. Para ir a su trabajo o a hacer compras en ciertos
almacenes, deben pasar frente a la casa de alguien que no quieren mucho. ¿Se
han dado cuenta de que pasando por esta casa, automáticamente se produce
un cambio en ustedes? Quizás no envían realmente malos pensamientos y
malos sentimientos a esta persona, pero algo se oscurece en su alma por
cuenta de la antipatía que les inspira. Pues bien, en adelante, cuando se
aproximen a la casa de esta persona, decídanse a enviarle conscientemente
buenos pensamientos, deséenle la claridad, la dicha…
Son decenas de ejercicios que pueden hacerse así todos los días, y si se
deciden a hacerlos, terminarán por constatar que mejorando sus pensamientos
y sus sentimientos, dominan mejor sus palabras, no se vuelven a dejar llevar
por las críticas contra los demás a diestra y siniestra.
Hablar es un arte que es bueno cultivar pacientemente, pues la palabra que
le ha sido dada al hombre es una energía divina que él debe esforzarse por no
utilizar sino para un propósito divino. Este dominio de la palabra, que es el
resultado del dominio de sus pensamientos y de sus sentimientos, se refleja
también en su voz, y esta voz rendirá testimonio de él un día. Cuando luego
de su muerte el hombre deba presentarse ante los Jueces de las almas, ellos le
dicen: «¡Habla!» Él avanza y responde: «Formas de eternidad, heme aquí». Y
esto basta. No tiene que rebuscar palabras, ni dar vueltas con frases
elocuentes. Los Jueces escuchan solamente el timbre, las vibraciones de su
voz, pues allí está la verdad de su ser. La autenticidad de su voz debe
juzgarlo.
II
«Si alguien te golpea en una mejilla…»
Tener amigos es considerado como una de las dichas más grandes de la
existencia, y es verdad, nada es tan preciado como verdaderos amigos. Solo
que he ahí que lo más frecuente es que no se busquen verdaderos amigos sino
aliados, para ser aprobados y apoyados en cualquier cosa que se haga.
¿Conocen acaso muchas personas que aceptan que sus amigos sean
completamente sinceros con ellos y no les aprueben todos sus actos y sus
palabras? A la más ínfima crítica, se sienten traicionados y se molestan. Si se
quiere ganar los favores de alguien, hay que aprobarlo, hacerle cumplidos,
halagarlo. Por esto, unos negándose a escuchar la verdad, y otros habiendo
comprendido que no hay ningún interés en decirla, se ve una cantidad de
gente que gasta su tiempo engañando y engañándose.
Quien quiere verdaderamente evolucionar no engaña a los demás para
engatusarlos; y sobre todo, acepta las observaciones y las críticas. E incluso,
si es realmente sabio, entenderá que es útil tener enemigos. ¿Por qué? Para
poder progresar. Dirán: «¡Pero enemigos es lo que uno tiene y a veces incluso
muchos!» Sí, se tienen algunos pero no se aprovecha en nada esto, ya que aún
no se ha comprendido que son ellos los verdaderos amigos. ¿Por qué? Porque
son despiadados, no les perdonarán nada, señalarán todo lo que no marcha.
Ustedes dirán: «¡Pero a menudo exageran!». Sí, es cierto, pero eso no
importa, les sirven de microscopio, y los microscopios a veces son muy
útiles; ¡los científicos se sirven de ellos todos los días! Éstos permiten ver
detalles que en su ausencia pasarían desapercibidos. Por consiguiente, si
quieren avanzar verdaderamente, deben aceptar la idea que para ello sus
enemigos son frecuentemente más útiles que sus amigos. Ellos los obligan a
trabajar, a corregirse, a encontrar soluciones a los problemas que les plantean
y así, gracias a ellos, se vuelven más fuertes, más inteligentes.
Hay que entender bien el papel de los enemigos. Si no se le comprende,
uno los detesta, sufre, trata de vengarse, de quitárselos de encima y entonces,
¡cuánto tiempo y cuántas energías perdidas! Y sin embargo, incluso entre las
personas más inteligentes, se constata que muy pocas saben aceptar a sus
enemigos para volverse más fuertes, la mayoría se atasca en la debilidad; no
se dan cuenta que con el apoyo de sus amigos, se vuelven cada vez más
frágiles y vulnerables. Pues bien, yo les diré que si he aprendido algo
importante en mi vida, es a apreciar a los enemigos. Sí, encuentro que me han
prestado servicios formidables. Ah, los enemigos, ¡no son cualquier cosa!
Desafortunadamente, no se les aprecia nunca en su justo valor.
Se construyen estatuas a aquellos a quienes se les considera benefactores:
porque salvaron la patria, han hecho descubrimientos en el campo científico,
médico, porque fueron grandes poetas, grandes filósofos, etc., se les pone en
un pedestal. Y es razonable, claro. Sin embargo, creo que es a nuestros
enemigos a quienes deberíamos construir las estatuas más bellas, pues ellos
son nuestros verdaderos benefactores: nos obligan a progresar. ¿Les parece
que no hablo en serio? Pues bien, piensen lo que quieran, pero de todas
formas traten de reflexionar un poco sobre lo que les digo: no huir de los
enemigos, tampoco detestarlos, sino preguntarse cómo poder utilizarlos para
llegar a ser más vigilantes, más inteligentes, más pacientes y más fuertes.
¿Por qué dijo Jesús: «Si alguien te golpea en una mejilla, preséntale
también la otra?» Desde hace siglos, muchos han interpretado estas palabras
como un apoyo a la resignación, a la pasividad, por lo tanto a la debilidad, y
han concluido que el cristianismo era una religión para las mujeres y los
esclavos; otros han encontrado en ellas una exhortación al martirio. Pues
bien, en los dos casos, son interpretaciones erróneas.
Las palabras de Jesús no significan que uno deba siempre permanecer
pasivo ante los insultos y maltratos, aceptar siempre, someterse, soportar
hasta el infinito para desaparecer… Ser pasivo, sumiso, dejarse masacrar,
claro, cuando no se tiene la luz, es todo lo que queda por hacer. Pero no está
escrito en ninguna parte que los sabios, los Iniciados, los hijos de Dios deban
depender de la buena voluntad de los imbéciles, de los deshonestos y de los
malos. Esta moral de la gente ignorante y débil no es la verdadera moral de
Cristo. La moral de Cristo es la de la fuerza, pero la fuerza del espíritu. Por
eso Jesús dijo también: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se
vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que
la pise la gente». Esto significa que si pierden «la sal», la fuerza del espíritu,
serán pisoteados por los acontecimientos y los humanos hasta que la vuelvan
a encontrar. No ha sido decretado que uno deba siempre ser pisoteado, pero
cuando uno pierde su fuerza espiritual, está fatalmente a la merced de
cualquiera y de cualquier cosa.
Cuando Moisés enseñó la ley de la justicia: «Ojo por ojo y diente por
diente», fue ya un progreso, puesto que incluso si es imperfecta, la justicia
representa siempre un progreso respecto a la injusticia, y ¡cuántos son todavía
incapaces de respetar las reglas más elementales! Luego vino Jesús para
insistir en cualidades y virtudes que habían sido descuidadas hasta entonces:
la indulgencia, la clemencia, la misericordia… y en estas virtudes hay que
concentrarse ahora. La nueva moral que aportó Jesús debía alentar a los
humanos a desarrollar las cualidades del corazón. Pero desarrollar las
cualidades del corazón no significa necesariamente descuidar las de la
inteligencia. Y ser inteligente no significa rechazar el amor. Al contrario, es
necesario que el amor y la inteligencia se asocien para encontrar las mejores
soluciones, abandonando, dejando un poco de lado las ideas tradicionales de
justicia.
Dirán: «Sí, ¡aunque también es necesario hacer aplicar la justicia! –
Bueno, admitamos, alguien les ha hecho mal, pero ¿pueden saber
exactamente según la justicia qué sanción se merece? – Claro, me dio una
cachetada y se la voy a devolver. – De acuerdo, pero ¿sabrán devolverle
exactamente la misma? No». Y para todas las otras formas de perjuicios,
ofensas y agresiones, no sabrán devolver exactamente el mal que recibieron,
y ningún tribunal tampoco. Entonces, no se entrometan en devolver el mal,
dejen este asunto al Cielo que sabe dar a cada quien lo que merece; de lo
contrario, en su ignorancia, van a cometer errores que deberán enmendar un
día. Esto significa que se encontrarán de nuevo con su enemigo en su camino
y que tendrán aún problemas con él.
Nada es más difícil que administrar justicia. En el «Mercader de
Venecia», Shakespeare desarrolla esta idea de una manera muy original. El
usurero Shylock le prestó al mercader Antonio la suma de tres mil ducados
precisando en el contrato que si en la fecha fijada, él no podía devolverle esta
suma, él, Shylock, estaría autorizado para extraer una libra de carne del
cuerpo de Antonio. Llegado el día, Antonio, cuyas naves naufragaron con
todos sus bienes, no puede devolverle la suma a Shylock que lo lleva ante el
tribunal reclamando la libra de carne que se le debe. Ninguna súplica puede
apiadar a Shylock y el tribunal va a verse obligado a ejecutar la sentencia.
Pero he ahí que un juez (que es en realidad una mujer disfrazada) interviene:
pide una balanza, solicita a Antonio descubrir su pecho, y a Shylock extraerle
la libra de carne; pero precisa que sin derramar una gota de sangre porque el
contrato no menciona sino la carne: si hace verter una sola gota de sangre, su
fortuna será confiscada. Obvio, Shylock tiene miedo y quiere retirar su
denuncia. Pero el juez insiste, agregando aún: «Si disminuyes o aumentas así
no sea sino el valor de un cabello el peso de carne convenido, morirás».
Evidentemente, Shylock tiene más miedo todavía… Y finalmente todo se
arregla gracias a la sabiduría de esta mujer que había comprendido cuan
imperfecta es la justicia humana.
E incluso admitiendo que se lograra dosificar las cosas exactamente, sería
necesario, para ser absolutamente justo, que las condiciones también fueran
las mismas. ¿Imponer una multa de mil francos a un hombre que no tiene más
que ese dinero para vivir representa realmente la misma sanción que imponer
mil francos de multa a un millonario? No. Entonces, ven, es casi imposible
administrar justicia.
Y además, ¿qué saben ustedes acerca de las razones por las cuales tienen
encuentros desagradables en su camino4? Quizás la persona de la cual creen
poder quejarse ha sido conducida justamente por el Cielo para darles
lecciones, hacerles comprender ciertas verdades y obligarlos a progresar…
Por consiguiente, en lugar de rumiar ideas de venganza, de sublevarse contra
el Cielo porque no ha exterminado aún a su «enemigo», o de terminar por
tomársela contra inocentes, como pasa a menudo en la vida, esfuércense por
utilizar estas circunstancias para llegar a ser mejores. Y ¿quién les dice
además que estas personas que les son hostiles, no las han encontrado ya en
anteriores encarnaciones, y que si se las encuentran en ésta es porque no han
sabido arreglar correctamente sus relaciones con ellas? Entonces, es quizás el
momento de poner punto final a estas hostilidades encontrando la mejor
actitud. Y para encontrar la mejor actitud, hay que comenzar por entender el
precepto de Jesús: «Si alguien te golpea en una mejilla, preséntale también la
otra».
Cuando han sufrido una injusticia deben responder, pero ¡con tal luz, tal
amor que su enemigo será fulminado… es decir, transformado! No
aniquilado, no masacrado, no: ¡regenerado! En vez de molerlo a palos o de
eliminarlo, lo vivifican, es decir, lo conducen a él también hacia el amor y la
luz. Así se convierten en un verdadero héroe, un verdadero hijo de Dios.
Sea cual sea el mal que les hagan los humanos a ustedes, no hay que
pensar en venganza5, pero tampoco hay que asumir la situación del vencido,
hay que aprender a defenderse volviéndose como el sol: proyectar tal luz que
sean deslumbrados, enceguecidos. Sí, enceguecerlos y luego abrirles los ojos
como Jesús lo hizo con Saúl en el camino de Damasco cuando iba a masacrar
a los cristianos: ¡una proyección de luz que le hizo perder la vista, pero para
darle una mejor visión! La enseñanza de Cristo es la enseñanza del amor,
pero no este amor estúpido que los mantiene en la debilidad, a la merced de
gente violenta y cruel. El verdadero amor es fuerte porque está sostenido en
la luz.
¡Cuántos cristianos han acogido el partido de la debilidad con el pretexto
de que Jesús pidió tender la otra mejilla! Pues bien, pueden presentar todas
las mejillas que quieran, eso no les servirá de nada, sus enemigos seguirán
dándoles cachetadas, y al final los masacrarán. Entonces, ¿es ésa la meta de la
vida espiritual: ser masacrado? Es tiempo de progresar algo en la
comprensión de los Evangelios. La otra mejilla es algo simbólico. Jesús no
dijo que debemos presentar la otra mejilla para estimular a nuestro adversario
a darnos bofetadas. Tender la otra mejilla significa mostrar el otro lado de
nosotros mismos, manifestar el poder del espíritu, de la luz. Recibir es un
acto pasivo, por lo tanto, quien recibe la cachetada manifiesta el principio
pasivo; pero tender la otra mejilla es poner a trabajar el principio activo,
emisivo. ¿Comprenden ahora? Presentar la otra mejilla es responder con la
intención de dar algo, pero ¿qué?... Es lo que hay que encontrar.
Si alguien viene a atacarlos, ¿está prohibido ser más fuerte que él? Lo
agarran alrededor del cuerpo, lo levantan y le dicen: «Entonces, ¿quieres que
te tire al suelo?» Pero no lo hacen, lo vuelven a poner suavemente en el
suelo; ¿no es esto mejor? Evidentemente, es una imagen que significa que no
hay que quedarse sin reaccionar, sin replicar, pero la respuesta no debe
hacerse en el plano físico, debe manifestar el poder y el dominio del espíritu.
El cristianismo mal comprendido no aporta nada. El verdadero
cristianismo es armarse, pero armarse de otras armas distintas a la violencia,
es resistir a las ofensas y a los ataques, presentando la otra mejilla, es decir
sabiendo manifestar el otro lado, que no es un lado enclenque, impotente,
sino un lado fuerte, poderoso, armado de amor y luz.
Jesús no dijo que habría siempre que dejarse masacrar. No, hay que
aprender a ser más fuerte que su enemigo. Si con un gesto, con una mirada,
con una vibración divina, le hacen sentir la superioridad del espíritu, ¿no es
eso mejor? Claro, es mucho mejor, pero los humanos no lo han ambicionado
nunca hasta ahora. Y en cuanto a mí, quiero ofrecerles justamente esta
ambición. ¿Cuándo llegarán a realizarla? Eso es otro asunto. Pero al menos,
que tengan este deseo, pues no harán nada realmente benéfico en el mundo
permaneciendo siempre pasivos, conciliadores.
Dirán: «Y sin embargo, ¿no es éste el método de la no violencia usado por
Gandhi?» En realidad, se trata allí de otra cuestión muy distinta. La no
violencia, tal y como la enseñó Gandhi, permitió a la India liberarse de los
ingleses pues había entonces condiciones para que este método triunfará.
Pero de manera general, la no violencia es peligrosa para un país. Si es el
único que la practica, se arriesga a ser destruido. ¿Qué hubiera pasado si
durante la segunda guerra mundial Francia no hubiera resistido?
La no violencia no es verdaderamente una solución sino a condición de
que la humanidad entera se resuelva a abrazar esta filosofía, de lo contrario
habrá siempre algunos vecinos ambiciosos y crueles que se apresurarán a
destruir a los pobres infelices que decidieron no defenderse. La no violencia
es una filosofía que es buena para aquel que quiere domar su naturaleza
inferior, sacrificarse y evolucionar así más rápidamente; pero a nivel de un
país entero es peligrosa, y en todo caso no resolverá el problema de la guerra
en el mundo. Un pueblo atacado con armas y que decide no defenderse con
armas será destruido rápidamente, económica y físicamente. Para ser
realmente eficaz, es preciso que la filosofía de la no violencia se vuelva
colectiva, mundial, universal, que se expanda por la humanidad entera, que
no permanezca solamente en la cabeza de ciertos idealistas.
En el futuro, no habrá más mártires. Los mártires dieron lo que debían dar,
cumplieron su misión. Aceptando su suplicio, mostraron ejemplo de coraje,
de abnegación, y con su sacrificio pagaron sus deudas, sus trasgresiones del
pasado. Pero una vez liberados, ¿deben seguir siendo siempre mártires? No,
el martirio no es una meta en sí mismo. Viene el tiempo de contemplar otras
soluciones. Si consideran que lo que les digo los supera, pues bien, quédense
allí donde están, será para otros, más valientes, más heroicos. Si se dejan
masacrar con el pretexto de que se someten a la voluntad de Dios, serán las
tinieblas las que se regocijarán. Ellas dicen: «¡Oh, estos cristianos, tan
apetitosos y tiernos para degustar! ¡Con ellos hay mucho para deleitarse!»
Pero cuando las tinieblas se acercan, un verdadero cristiano se defiende:
proyecta la luz. ¡He ahí un verdadero cristiano!
El hombre posee en él mismo una fortaleza con cañones, con metralletas
que escupen fuego: es el ámbito de la luz. Por consiguiente, cuando enemigos
los ataquen, ¿quién les impide apuntar todos esos aparatos hacia ellos y
proyectar la luz? No los matan, no les hacen mal, los transforman,
expulsando los elementos nocivos de su cabeza, de su corazón. Se les ha
enseñado durante siglos a no responder a las ofensas. Sí, no responder de la
misma manera, pero hay que responder… responder de otra forma. Eso
significa «presentar la otra mejilla».
La cristiandad seguirá eternamente atascada mientras no haya
comprendido cómo trabajar con los medios divinos. Y además, puesto que no
ha entendido aún el lugar del sol en la vida espiritual, esto prueba que no ha
encontrado todavía medios suficientes para vencer el mal. Les daré un
ejemplo. No solo pide Jesús tender la otra mejilla, sino que dijo también
«Amad a vuestros enemigos». No es incluso seguro que uno ame siempre a
sus amigos, entonces ¿cómo se va a amar a los enemigos? ¿De dónde pudo
Jesús sacar esta ley moral?... Del sol que envía su luz y su calor a todas las
creaturas sin excepción. Incluso a los malos, incluso a los criminales, los
aclara, los calienta, los vivifica. Si buscan en los humanos un modelo de este
amor ilimitado, no encontrarán a nadie quizás, incluso entre los seres más
evolucionados. Para dar discursos, eso sí, el mundo está lleno de gente capaz
de hacer buenos sermones, pero ¿cuántos logran realizar lo que dicen? El sol,
en cambio, no dice nada, actúa. No dice: «Los amo. Amo a mis enemigos…»
No dice nada, pero sigue amando al mundo entero.
Solamente, compréndanme bien: si no paro de tomar al sol como ejemplo,
es porque tenemos en nosotros un principio divino que puede compararse al
sol. Por tanto, pensando en el sol, concentrándonos en él, lograremos
despertar en nosotros esa fuerza de luz y de calor que nos permitirá conseguir
todas las victorias.
El Señor pide a sus servidores la fuerza, la inteligencia, la luz. Entonces, si
quieren vencer las dificultades, los obstáculos, los enemigos, ejercítense, no
se escondan más detrás de la debilidad. La debilidad no salvará nunca a
nadie, ni la necedad, ni la pereza. Deben meditar, buscar, ejercitarse, hasta el
día en que logren desarrollar en ustedes un principio de la misma
quintaesencia de la luz y del calor del sol, y entonces, ¿quién podrá venir a
atacar a ese sol sin quemarse? Ante el poder espiritual6, siempre se debe
capitular. Por ahora, están asombrados, claro, pero más tarde deberán aceptar
esta nueva concepción, y aprenderán a volverse más fuertes, siempre más
fuertes, pero sin hacerle nunca daño a los demás. Esta fuerza no la obtendrán
sino sabiendo conjugar el amor y la inteligencia: el calor y la luz del sol.
En este sentido los verdaderos cristianos son caballeros, combatientes: es
«el ejército de Cristo». Deben estar bien armados, sí, pero únicamente con las
armas del amor y de la luz. Cuando Jesús dijo: «No he venido a traer la paz
sino la espada», reconocía la necesidad de utilizar la fuerza. Sí, pero ¿cuál
fuerza? No la violencia. Esto hay que comprenderlo. Él le declaró la guerra a
las tinieblas, a todo lo que es oscuro y malo, con la formidable fuerza que
constituyen la luz y el amor reunidos. ¿Y qué hace justamente el sol? Sin
pedirles su opinión, proyecta su amor (su calor) y su luz, y ustedes tienen que
quitarse sus vestidos, ponerse un sombrero y gafas negras; con su luz, con su
calor, él también obliga a las semillas a crecer en toda la tierra. Ven, el sol es
el ser más fuerte y combativo cuando se trata de expulsar las tinieblas y el
frío y de hacer nacer la nueva vida. ¿Por qué no imitarlo?
Si me han comprendido, comenzarán a considerar a sus enemigos como
amigos escondidos, pues ellos los obligarán a ejercitarse. Son como una
tentación que el mundo invisible les presenta; ya que, sea con palabras o con
actos, uno tiene ganas de responderles para demostrarles que es capaz de
aplastarlos. Se presentan entonces como una tentación, pero pueden
convertirse en una bendición. Si aprenden a no servirse de los mismos medios
que ellos, sino a trabajar con las fuerzas superiores del amor y de la luz,
siempre saldrán victoriosos.
III
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
Uno de los símbolos de la justicia es la balanza. Estudien entonces cómo
la gente se sirve de la balanza, y comprenderán muchas cosas.
Ustedes van al mercado y se detienen ante un puesto para pedir un kilo de
cereza; el vendedor las pesa: hay dos o tres cerezas de más, y las retira…
porque es justo, y no tienen nada que reprocharle. Vuelven al mercado con un
segundo vendedor. Pero él falseó su balanza y por un kilo, les da algunas
cerezas menos; se dan cuenta de ello porque las pesaron de nuevo cuando
llegaron a su casa, y se sienten muy descontentos con esta injusticia.
Finalmente, van donde un tercer vendedor y, como es un hombre generoso,
pesa el kilo de cerezas y además agrega un puñado. Entonces, este último, ¿es
justo o injusto? Es injusto, pero ¡esta injusticia les gusta mucho! ¿Qué ocurre
esta vez para que aprecien tanto a gente injusta? Existen por consiguiente una
justicia y dos injusticias. La injusticia puede ser benéfica o nefasta, mientras
que la justicia no es ni lo uno ni lo otro… ¡Es justa!
Y he ahí que yo predico la injusticia. Sí, predico esta injusticia que se
llama amor. Pues el amor es la más grande injusticia: dar, ayudar, reconfortar
a alguien, cuando no hay ninguna razón para hacerlo o incluso cuando no lo
merece, es injusto, pero esta injusticia es completamente recomendable. Por
esto predico la injusticia, ya que solo ella podrá salvar al mundo. Mientras se
actúe según la justicia, ningún problema esencial será resuelto. ¡Hay que
dejar de ser justo!... Quiero decir: hay que parar de recurrir tanto a las leyes
para hacer valer sus quejas o su buen derecho.
Los escribas y los fariseos eran ardientes defensores de la Ley de Moisés,
y en nombre de esta Ley no dejaron de atacar a Jesús. Le reprochaban no
imponer a sus discípulos la observancia de ritos relacionados con el ayuno y
los alimentos llamados «impuros», pero también veían con muy malos ojos
que frecuentara gente humilde; que acogiera junto a él pecadores, prostitutas;
que curara enfermos el día del sabbat, etc.
Pero Jesús vino a enseñar que ninguna ley puede prohibirnos manifestar la
bondad, el amor, la indulgencia, la compasión, el perdón.
Uno de los pasajes más conocidos del Evangelio de san Juan es aquel
donde Jesús le arrebata la mujer adúltera a la justicia de los escribas y
fariseos que iban a lapidarla. «Los escribas y fariseos le llevan una mujer
sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen a Jesús: Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la
Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices? Esto lo decían para tentarle,
para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con
el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo: Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera
piedra. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra».
¿Qué escribía Jesús? Aún no se ha revelado. Trazaba en el piso figuras y
signos sagrados de la tradición judía; por medio de estos signos cuyo
significado ellos conocían, Jesús les recordaba a los escribas que si no eran
irreprochables, el castigo que le infligirían a esta mujer caería también sobre
ellos. Y como todos habían de algún modo caído en asuntos turbios, tuvieron
miedo: uno tras otro se fueron dejando a Jesús con la mujer. Relata el
Evangelio: «Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te
ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más».
Habría, por supuesto, muchos comentarios que hacer sobre este pasaje.
Primero, que en un caso de adulterio, no era al hombre sino solo a la mujer a
quien debía condenarse, ¿por qué?... En segundo término, que el adulterio era
considerado como un pecado capital ya que ameritaba la muerte. Y allí
también, ¿por qué?... Pero dejemos esto de lado para detenernos solamente en
la actitud de Jesús. Él no responde directamente a los escribas y a los
fariseos, se contenta con decirles: «Aquel de vosotros que esté sin pecado,
que le arroje la primera piedra».
Entonces, para Jesús el adulterio no era un pecado más grande que los
demás; todos los pecados son impurezas7 y los escribas y fariseos, que eran
también pecadores, no tenían ningún derecho a agobiar a esta mujer. «Pero,
¿por qué, dirán ustedes, Jesús que era puro, no la condenó?» Porque la pureza
no se ocupa de condenar la impureza. Quienes son puros no se ocupan de la
impureza de los demás, están por encima de eso. Por medio de su resplandor,
de su luz, tratan solamente de purificar y de aclarar a los demás, mientras que
quienes son impuros no hacen sino ensuciarlos. ¡Si se supiera solamente lo
que lleva a ciertos seres a erigirse como moralistas y justicieros! Persiguen en
los demás lo que no quieren ver en ellos. ¿Para qué ocuparse siempre de lo
que hacen los demás? Hay que dejar a los humanos a la justicia de Dios. Si se
comportan mal, el Cielo los privará de sus bendiciones; no nos corresponde a
nosotros perseguirlos para juzgarlos.
Ahora bien, no me malentiendan. No quiero decir que deben suprimirse
los jueces, los tribunales y las cárceles, y dejar a los malhechores tranquilos
esperando a que la Justicia divina se ocupe de ellos un día. No, que los jueces
y los tribunales hagan su trabajo… y que se esfuercen por hacerlo lo mejor
posible, pues es un trabajo muy difícil8. No es para nada mi deseo
revolucionar la sociedad. Sin embargo, mi tarea es la de instructor y, por lo
tanto, de subrayar algunas verdades de la vida espiritual para que cada quien
se ejercite aplicándolas en su existencia. Puesto que cada día nos
encontramos ante esta cuestión de la justicia, ya que cada día debemos
relacionarnos con seres humanos, y no hay nada más difícil que mantener
relaciones correctas con ellos.
Entonces, pase lo que pase, deben encontrar la actitud interior que les
permitirá actuar correctamente con los demás. Para ello, en primer lugar,
eviten pasar su tiempo arreglando mentalmente sus cuentas con la gente. A
menudo les digo a algunos: «Observen su falta de sabiduría. Sin parar,
piensan en tal persona para criticarla, denunciar por doquier sus defectos.
¿No ven cuán peligroso es ocuparse de ella sin cesar, llevarla constantemente
en su cabeza como un ícono? Dado que les parece tan espantosa, ¿por qué
permanecer eternamente con ella? La arrastran para todos lados, la presentan
en todos lados para que todo el mundo opine mal de ella, sin ver que con este
lazo que mantienen sin cesar con ella hacen un muy mal trabajo también en
ustedes mismos. Mientras se envenenan rumiando deseos de venganza, sus
enemigos están tranquilos: comen, beben, duermen, se pasean, y ustedes
mismos terminan la empresa de destrucción que ellos comenzaron en ustedes.
¡Díganme por favor si es inteligente!»
Uno quiere librarse de un enemigo, pero en realidad hace todo por atarse a
él. Ya que cuando se detesta a alguien, es exactamente como si se le amara.
El odio nos vincula a los seres tan poderosamente como el amor. Si uno
quiere liberarse de alguien, no hay que detestarlo. Si se le detesta, uno se ata a
él con cadenas que nadie podrá desatar. ¿Pueden comprender esto? Se
imaginan que el odio corta los lazos. Al contrario, el odio es una fuerza que
los une a la persona que odian. Como el amor. Pero el lazo es obviamente
diferente: el amor les aportará ciertas cosas y el odio les aportará otras, pero
tan seguro y tan poderosamente como el amor.
No se puede vencer a los malos con la maldad, a los calumniadores con la
calumnia, a los celosos con los celos o a los coléricos con la cólera, pues esto
significa identificarse con ellos, nivelarse con ellos, clasificarse en la misma
categoría, y en definitiva ellos serán los vencedores. Por consiguiente, dejen
de pasear por todos lados la imagen de sus enemigos. Escojan por el contrario
una imagen de una gran belleza y concéntrense en ella. Esta imagen hará un
trabajo mágico a sus espaldas y vencerá la imagen nociva.
Ante las amenazas, las hostilidades, la única solución está en lo alto. Por
ello, apenas se sientan en peligro, suban a las regiones celestes, allá donde
brilla la luz, y sus enemigos no podrán ya alcanzarlos pues sus vibraciones
serán diferentes de las suyas9. Ustedes están protegidos porque se rodearon
de barricadas de luz, amor, fuerzas celestes. No es tan fácil alcanzar o vencer
a alguien que está verdaderamente unido al Cielo. Entonces, digan lo que
digan contra ustedes y hagan lo que hagan, hay que sintonizarse de otra
forma, subir a otra región donde serán defendidos, estarán a salvo.
Diariamente, en su trabajo espiritual, imprégnense cada vez más del poder de
la luz, envíen rayos luminosos a todas las creaturas, incluso a aquellas que
quieren su mal. He ahí el único método para ponerse al abrigo.
Se cuenta que tres yoguis fueron a meditar en el bosque: querían llegar a
ser perfectos. Un hombre pasa, se encuentra al primero en su camino y le da
un golpe. El yogui se levanta y le devuelve dos. Como ven, la perfección
estaba aún lejos, y la historia no dice que haya retomado su meditación…
Continuando su ruta, el hombre se encuentra al segundo yogui y le da
también un golpe. Éste se endereza para devolvérselo, pero recobra el
dominio de sí y se vuelve a sentar. Había aprendido ya al menos el control.
En cuanto al tercer yogui, cuando recibió el golpe, ni siquiera se dio cuenta y
siguió meditando tranquilamente.
La lección es fácil de sacar: el primer yogui pertenecía aún a la categoría
más difundida de humanos: replican invocando la justicia, pero sin saberlo se
dejen llevar por la injusticia. El segundo es de aquellos que han aprendido a
controlarse porque han reflexionado sobre las consecuencias de sus actos; se
dice: «No vale la pena, voy a enredar aún más las cosas». Respecto al tercer
yogui, es ya tan evolucionado que ni siquiera sintió el injurio. Sí pero hasta
allá, ¡qué camino por recorrer!
Desde hace dos mil años, la cristiandad cita las palabras que Jesús
pronunció en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», y
todos los que las comentan repiten que hay que perdonar como Jesús ha
perdonado. En cuanto a aquellos que escuchan sus consejos, tratan de
perdonar a quienes les han hecho mal pero en vano, no lo logran. ¿Por qué?
Porque Jesús conocía una verdad y mientras no se conozca dicha verdad, aun
si se quiere tomar a Jesús como modelo, es imposible. No es suficiente con
querer tomar a Jesús como modelo: mientras uno sea incapaz de establecer un
contacto con él para llegar al conocimiento y a la comprensión de lo que él
mismo conocía, permanece lejano, inaccesible10. Y cuántos piensan también:
«Puesto que Jesús era el hijo de Dios, puesto que era el Cristo, tenía el poder
de perdonarlo todo, le era fácil, mientras que nosotros, ¡pobres humanos, no
podemos!» Pues no, se equivocan. Jesús tuvo que hacer todo un trabajo para
elevarse hasta allá, y nosotros podemos también comenzar a hacer este
trabajo.
Detengámonos ahora en la frase de Jesús: «Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen». ¿Por qué no se ha analizado mejor esta frase?... «Padre,
perdónalos porque…» Jesús es quien pide, quien explica al Señor que hay
que perdonar y porqué: no saben lo que hacen. ¿Cómo entender esto? ¿Es
posible enseñarle algo a Dios que Él ignora? ¿Por qué es necesario decirle:
«porque no saben lo que hacen»? ¿No estaba al tanto? ¿No sabe Él acaso que
los hombres son inconscientes, ignorantes, limitados? ¿Era preciso
verdaderamente que Jesús Le aclarara al Padre celeste? ¿Y por qué, en vez de
decir: «Yo los perdono», Jesús dijo: «Padre, perdónalos»? ¿Por qué debía
Dios perdonar? Dios no tenía nada que ver en el asunto, no era Él quien
estaba sufriendo en la cruz.
En realidad, todo el secreto del perdón está en esta fórmula. Diciendo:
«Padre, perdónalos…», Jesús se elevó hasta Dios, se unió a Él y con esa
unión, se puso muy por encima de sus verdugos. Por ello no podía sino
compadecerlos: su conducta probaba que no tenían la luz, y por tanto, que
eran pobres y miserables. Sí, pues estar privado de luz es realmente estar
privado de todo. A esta altura donde Jesús se colocó, sus enemigos le
parecían tan lamentables que no podía ni siquiera odiarlos por los
sufrimientos que le hacían soportar. Esta fórmula es un método que Jesús
utilizó para que actuara interiormente en él mismo. Ustedes dirán: «Claro que
no, Jesús sabía que Dios es terrible e implacable, que castigaría a sus
enemigos, por eso Le suplicó que no los masacrara». En absoluto, Jesús
enseñaba que Dios es amor: ¿por qué iba a pensar de un momento a otro que
debía proteger a los humanos de su cólera? Si hubiera pensado eso,
significaría que se ponía por encima del Señor, que se creía más grande, más
generoso, más misericordioso que Él, y eso no es posible.
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» es una fórmula que
Jesús utilizó para poder vencer y transformar la última gota de rencor que
podía quedar en él. Ya que Jesús no fue siempre tan indulgente y dulce. Han
leído cómo se dirigía a los fariseos y a los saduceos: los trataba de ciegos,
hipócritas, insensatos, sepulcros envejecidos, serpientes, ralea de víboras,
hijos del Diablo… Había entonces algo en él que podía no perdonar. Pero él
quería perdonar. Puesto que había dicho: «Amad a vuestros enemigos», no
quería guardar en lo que a ellos respecta un átomo de hostilidad, y esta
oración: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» le dio el poder
de elevarse por encima de todo rencor.
Jesús empleó allí una fórmula puramente psicológica, una fórmula mágica.
Por medio de esta fórmula se colocó muy arriba, muy arriba y puso a sus
enemigos muy abajo, a fin de suscitar en su corazón una inmensa piedad por
ellos. Cuando se ve cuán pobres y miserables pueden ser los humanos, no se
tienen ningunas de ganas de ir además a pisotearlos. Y eso es la nobleza:
cuando uno es grande no ataca a un pequeño; cuando uno es fuerte, no se
abalanza sobre un débil, sino que se dice: «Hay que perdonarlo, el pobre,
¡está tan privado de todas las cualidades que constituyen la riqueza de la vida
interior! Y no sabe tampoco en qué condiciones se está poniendo para el
futuro, pues las leyes de la Justicia divina son implacables: ¡cuánto sufrirá
para reparar el mal que ha hecho! Mientras que yo, aunque por ahora soy una
víctima, soy de todas formas privilegiado al poder trabajar por el bien, por el
Reino de Dios, por la luz». Oponen así todo el esplendor en el que viven
habiendo escogido el camino del bien, a la miseria de quienes son injustos y
malos. De esta forma, un sentimiento de piedad se apodera de ustedes y
logran lo que no habrían podido obtener con ningún otro método.
Algunos dirán: «Pero esta actitud se parece mucho a la del fariseo del
Evangelio que oraba, de pie en el templo, vanagloriándose de sus méritos y
agradeciendo a Dios por no parecerse al resto de hombres ni al publicano
arrodillado a poca distancia de él. ¡Eso es desprecio, orgullo!». En lo
absoluto. El fariseo se vanagloria de ayunar dos veces por semana, de dar el
diezmo de todos sus bienes, lo que no prueba ninguna elevación espiritual. Y
¿por qué se juzga mejor que el publicano? Porque los publicanos –que eran
recaudadores de impuestos- pertenecían a una clase social inferior y no eran
versados en las Escrituras como los fariseos. Esta actitud de menosprecio no
puede ser la de Jesús, quien alababa al publicano por su sinceridad, su
humildad, y quien a su turno frecuentaba a los pobres, a los ignorantes y a los
pecadores.
Si interpreto como lo hago las palabras que Jesús pronunció en la cruz, es
para explicarles que, cuando sean víctimas de injusticias, existe un método
muy eficaz para escapar de los tormentos interiores: reconociendo todos los
esplendores que Dios les ha dado y de las que su enemigo está privado por su
ignorancia o su maldad, se ven obligados a concluir que en realidad son
privilegiados. Por el momento, su enemigo triunfa, es claro, logró hacerles
mal, pero sin embargo es a él a quien hay que compadecer, porque siempre es
de compadecer quien hace el mal, y porque un día la Justicia divina lo
castigará de una u otra forma. Ven, es completamente distinto al desprecio.
Está muy bien leer los Evangelios, pero también hay que profundizar en
ellos, meditar en ellos mucho tiempo para comprender lo que Jesús tenía en
su cabeza y en su corazón cuando pronunció ciertas frases. Cuando dijo:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», se unió a su Padre
celeste para poder perdonar a sus enemigos. Jesús, que era completamente
íntegro y honesto, no podía más que atraer la enemistad de los fariseos y los
saduceos, pues los criticaba y fustigaba sin parar. Evidentemente, podría
decirse que no era ni muy diplomático ni psicólogo, que debía saber de
entrada que atacando a gente tan inteligente, instruida y poderosa, corría
graves peligros. Los desenmascaraba siempre; e incluso en público, ante la
muchedumbre, les reprochaba el buscar los mejores lugares en los festines y
en las sinagogas, el hurtar los bienes de las viudas, etc., y les decía: «Más ¡ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los
cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los
que están entrando».
Si Jesús hubiera sido más prudente con los fariseos, los saduceos y los
escribas, sin duda no le habrían hecho tanto mal. Pero él los provocaba. En
esto, realmente, hay que reconocerlo: los provocaba sin cesar. Por
consiguiente, ¿cómo iban ellos a aceptar semejante situación? Claro, se
merecían todos esos reproches, pero Jesús hubiera podido moderarlos más.
«Entonces, dirán ustedes, ¿por qué hizo esto?» Para que las Escrituras se
realicen, para que su misión se realice: estaba escrito. Si no hubiera actuado
así, nunca hubiera sido crucificado y la historia habría tomado otro rumbo;
nada de lo que se produjo luego hubiera tenido lugar…
He ahí entonces el trabajo que al morir Jesús tuvo que hacer en él mismo
para superar todo, y dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen», a fin de poder perdonar él mismo a sus enemigos. Es imposible
encontrar en la tierra a alguien que no experimente hostilidad alguna o
antipatía alguna por otra persona. Incluso los seres más elevados no pueden
escapar de algunos pensamientos o de algunos sentimientos negativos. Pero
esos seres poseen una ciencia y conocen métodos que les permiten
transformar sus estados interiores11. De ese modo llegan a vencer sus
debilidades, y allí está su mérito. No crean que ellos nacen absolutamente
llenos de amor, de inteligencia, de sabiduría y dotados de todas las virtudes;
no, deben adquirirlas. Claro, cada quien viene a la tierra con ciertas
cualidades que adquirió ya en otras encarnaciones, y Jesús vino con riquezas
e inmensas virtudes, pero sin duda tenía aún algunas pequeñas debilidades
que vencer.
Los cristianos nunca aceptarán algo parecido, lo sé, porque piensan que
eso disminuiría el valor de Jesús. En lo absoluto, al contrario, Jesús se vuelve
más grande para mí cuando comprendo cómo triunfó al vencerlo todo.
Incluso el miedo que se apoderó de él en el jardín de Getsemaní, lo venció, lo
derrotó. ¡Y qué guerra, qué lucha! Este miedo, eran fuerzas milenarias que
habitan en el cuerpo humano. Un sudor de sangre corría por su rostro y oró a
su Padre: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz…» Sin embargo,
inmediatamente después, agregó: «Pero que no se haga mi voluntad sino la
tuya». Y cuando fue crucificado, gritó: «Elohi, Elohi, ¿lama sabachthani?»,
lo que significa, «Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?» En realidad,
Dios no lo había abandonado, aunque esta sensación de abandono puede ser
experimentada incluso por los más grandes Iniciados. Pero, a renglón
seguido, Jesús recobró la plenitud y la luz, y murió diciendo: «Padre en tus
manos encomiendo mi espíritu».
Desde hace siglos, se conmemora el sacrificio de Jesús contando que, en el
jardín de Getsemaní, él comenzó a sentir las angustias de la muerte y que
luego, en la cruz, dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»,
pero no se ve qué verdades iniciáticas están contenidas en estos diferentes
momentos de la vida de Jesús, no se ve que se trata de procesos psíquicos, de
fuerzas en presencia, ni cómo ellas se enfrentan, ni cuál fue la participación
de Jesús mismo, de su espíritu, en esta lucha. ¡Si se imaginan que era tan fácil
perdonar a las personas que lo habían ridiculizado, golpeado, coronado de
espinas y crucificado!... Pero Jesús se unió a su Padre celeste y a través de Él,
a través de la inmensidad del amor y de la luz de Dios, perdonó a sus
enemigos y a sus verdugos. Créanme, solo quien ha trabajado toda su vida
para unirse a la Divinidad, para introducirla en sí mismo y que está en
adelante habitado por la Divinidad, puede verdaderamente perdonar como
Jesús perdonó.
Alguien dirá: «Pero lo que se me ha hecho soportar a mí era muy injusto,
muy cruel. Durante años, fui perseguido, humillado, maltratado, se exterminó
a mi familia. No puedo, no quiero perdonar y reclamo venganza». Sí,
entiendo, hay hombres y mujeres que han tenido que soportar sufrimientos
horribles de parte de gente a quien no le hicieron ningún mal. Sin embargo,
¿qué tribunal en la tierra inflingirá a sus perseguidores, a sus verdugos, penas
equivalentes a aquellas que aguantaron? Incluso si son años de cárcel, incluso
si es la pena de muerte, ¿esto podrá realmente calmar los tormentos de sus
almas? El trabajo de sosiego debe hacerse primero en el hombre mismo, en
su corazón y en su alma. Por lo tanto, si tuvieron que soportar injusticias que
ninguna palabra podría realmente describir, pongan todo en manos del Cielo.
Diríjanse a él diciendo: «He ahí que estas personas me han hecho mal y les
pido que intervengan para que el mal sea enmendado». Presentan así una
denuncia ante el Cielo como se hace en la vida corriente ante los tribunales, y
el Cielo verá cómo debe actuar. Pero ustedes no hagan nada. Está escrito:
«Mía es la venganza, mía la retribución, dijo el Señor». Por consiguiente, no
debemos buscar vengarnos por el mal que se nos ha hecho, porque no
sabemos todo. Hay que dejar esto al Señor, Él sabe cuál es el castigo que
debe caer sobre aquellos que transgredieron las leyes, y Él sabe también en
qué momento y cómo ustedes deberán ser recompensados.
Están en una Escuela iniciática y deben considerarse muy privilegiados al
conocer todas estas verdades: ellas les permitirán avanzar más rápidamente
en el camino de la evolución.
1 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. III: «La selección».
2 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XI: «Las tres grandes leyes mágicas – I. La
ley del registro».
3 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. III: «Las leyes de la naturaleza y las leyes
morales».
4 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. VII: «Leyes de la naturaleza y leyes
morales».
5 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVI: «No busquen nunca vengarse».
6 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu».
7 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. XVIII: «La fusión con el Alma universal y el
Espíritu cósmico».
8 Sobre la pena de muerte, Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. VIII: «La parábola de
la maleza y el trigo»; El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos»;
Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. V: «El Reino de Dios y su
Justicia», quinta parte.
9 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. V: «El cuerpo causal».
10 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. XI: «El trabajo de identificación»,
segunda parte.
11 Op. cit., cap. I: «Cómo reconocer a un verdadero Maestro espiritual».
Sexta Parte
«En espíritu y en verdad»
1
Los principios y las formas
Pasa con las culturas y los pueblos como con los seres humanos: nacen,
crecen, envejecen y mueren para dejar el lugar a otros. Siguen la misma
curva: dan lo que deben dar y luego se extinguen. Se diría que descansan para
poder un día despertarse y producir nuevas riquezas. Esto se ha observado en
todas las civilizaciones, y es igualmente el destino de las religiones: cada una
levanta el vuelo, llega a una gran elevación, una gran extensión, un punto
culminante, luego se cristaliza y pierde las claves de la vida. Observen,
incluso los Misterios del antiguo Egipto, estos templos cuyas claves del
conocimiento y del poder poseían los grandes sacerdotes, ¿qué queda de todo
esto ahora? Todos estos hierofantes, ¿dónde están? Todas estas ciencias,
¿dónde están?... Todos han padecido las leyes inmutables de la vida: cada
cosa o cada ser que nace debe morir y dejar su lugar1. Solo lo que no tiene
comienzo no tiene fin; y solo los principios no tienen comienzo ni fin.
Los principios que rigen el universo son comparables a los números de 0 a
9 a partir de los cuales se hacen todas las combinaciones numéricas. Los
principios, como los diez primeros números, están dados una vez por todas,
pero nadie es capaz de prever todas las múltiples combinaciones que pueden
producir, pues estas combinaciones se extienden hasta el infinito. Entonces,
he ahí lo que la humanidad debe aprender en el transcurso de los siglos: las
nuevas combinaciones, las nuevas formas engendradas por los principios que
a su vez son eternos. En todos los campos, el movimiento es la ley de la vida.
La vida es una perpetua emanación que necesita nuevas formas para
expresarse. Luego de cierto tiempo, ella misma rompe las formas, pues
requiere nuevos conductores para revelar nuevas riquezas, nuevas luces,
nuevos esplendores. Por ello, luego de cierto tiempo, las formas deben
desaparecer para permitir otros matices, otras manifestaciones más sutiles.
Observen al ser humano: cuando es joven, la materia de su cuerpo es
extremamente flexible, maleable, viva; y en esta materia, a través del
intelecto, del corazón y de la voluntad, el espíritu consigue expresarse cada
vez mejor. Pero llega siempre un momento en que la materia se endurece, se
cristaliza, y el espíritu, que no tiene ya la posibilidad de manifestarse a través
de esta vieja forma marchita, debe partir para volver bajo una nueva forma.
Hay que observar la naturaleza para sacar conclusiones válidas en todos los
campos. Para durar hay que renovarse. Es también un gran error por parte de
las religiones querer eternizar las formas. Solo los principios son eternos, las
formas se gastan y deben ser cambiadas.
Si el cristianismo pierde cada vez más su influencia, es porque se ha
aferrado a viejas formas, creencias, ritos que han perdido hoy su sentido y
que hay que reemplazar2. Claro, no hablo de reemplazar los principios sobre
los cuales está fundado, no pueden existir mejores principios que los que
enseñó Jesús en los Evangelios. Pero ¿por qué seguir arrastrando viejas
prácticas que no dan ya resultados? El mundo cristiano necesita grandes
transformaciones, pues las tradiciones sobre las cuales vive ya no están
adaptadas a nuestra época; si lo estuvieran, la humanidad se encontraría en un
mejor estado. Se terminó por reducir la religión a formas ineficaces, y no hay
entonces que extrañarse si cada vez menos personas la toman en serio.
En el pasado, las personas aceptaban todo lo que uno quería hacerles
creer: había una autoridad, la Iglesia, que pensaba y decidía por ellas,
mientras que ahora no quieren que otros piensen en su lugar, y se alejan de
ella. Éste es un indicio de que la Iglesia debe buscar y aceptar las nuevas
formas que el Cielo le presenta… Hasta el día en que estas nuevas formas, a
su turno, hayan envejecido y deban ser reemplazadas. Solo los principios
duran, nunca las formas. El papel de la forma consiste en conservar el
contenido intacto; ésta se presenta entonces como un recipiente, como un
límite. Pero pasado un tiempo termina por convertirse en una cárcel. Para que
el contenido no permanezca inmovilizado, encarcelado en una forma, hay que
abandonarla y verter este contenido en una nueva forma, más sutil, más
flexible, más transparente. He ahí porqué nada de lo que ha sido construido
en el plano físico es eterno.
El tiempo no puede afectar los principios, pero afecta las formas. Cuando
se dice que el tiempo destruye todo, esto concierne únicamente las formas. Y
los cristianos no han comprendido aún que las formas en las cuales su
religión les fue dada, hace siglos, han perdido su eficacia y deben ser
cambiadas a efectos de que el contenido, el espíritu, pueda expresarse mejor.
Lo repito, no son los principios los que hay que cambiar, sino las formas,
puesto que éstas están sometidas al tiempo; la eternidad es solamente para los
principios. Entonces, les corresponde ahora a ustedes ampliar su campo de
visión, y sobre todo tener siempre el deseo de evolucionar.
¿Qué es la evolución? Un cambio de forma. Para manifestarse, el espíritu
necesita siempre nuevas formas, puesto que la forma no evoluciona. Las
formas están allí, tal cual fueron creadas en el origen; incluso las nuevas
formas que aún no conocemos existen ya en el plano de los arquetipos. Y a
los humanos también les esperan nuevas formas: a medida que evolucionan,
deben apropiarse de nuevas formas, ya que hay siempre una forma antigua
que dejar y una nueva que tomar, más pura, más elaborada.
He aquí lo que los cristianos deben comprender: quieren eternizar la
forma, pero en la tierra es imposible, es una actitud que va en contra de los
decretos de la Inteligencia cósmica. Toda forma está ya eternizada en los
talleres en lo alto. Sí, en lo alto las formas existen desde la eternidad para
servir a los proyectos de la Inteligencia cósmica. Pero si el hombre se obstina
en aferrarse a tales o tales formas, entonces provoca a las fuerzas cósmicas
que vienen a romper estas formas para liberarse. Como él no entiende, se
queja de la crueldad de su destino… Pero ¿cómo podría liberarse si
permanecía atrapado en las mismas formas?
Esta voluntad del mundo invisible de romper las viejas formas no ha sido
comprendida aún por la Iglesia: ella se asombra de verse empujada de esta
manera. Pero lo comprenda o no, y haga lo que haga, las viejas formas serán
derribadas. ¿Qué es un materialista? Un hombre que se detuvo en las formas
materiales y, en este sentido, puede decirse que la Iglesia es materialista. Pues
sí… Y por ello sus formas serán derribadas a fin de que pueda retomar el
camino del espíritu. No piensen que estoy en contra de todas las formas, no,
las formas son útiles, necesarias; pero pasado cierto tiempo deben
abandonarse para acoger nuevas formas.
La Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal que les traigo es una
nueva forma de la religión de Cristo. Esta nueva forma se mantendrá durante
algún tiempo, pero un día será también reemplazada. No quiero engañarlos
diciéndoles que la forma aportada por nuestra Enseñanza será eterna; habrá
siempre nuevas expresiones, expresiones cada vez más luminosas. Pero
mientras tanto, cuando alguien me dice que es católico para explicarme que
no puede aceptar las verdades de nuestra Enseñanza, no pierdo mi tiempo
contradiciéndolo. Si está contento, que se quede donde está. Se imagina que
la forma lo salvará y duerme tranquilamente protegido por la forma (sí,
porque en la forma, uno se duerme…), ¡hasta el día en que será despertado
sobresaltado! No seré yo quien lo despertará, la vida se encargará de ello. Yo
me contento con decirles que si ustedes quieren evolucionar rápidamente, no
deben contar tanto con las formas, sino trabajar con los principios. Está dicho
en las Escrituras: «La letra mata pero el espíritu vivifica». Es exactamente lo
que estoy tratando de explicarles. Sí, sin cesar los llevo hacia el espíritu que
vivifica.
El Cielo tiene un programa, quiere hacer pasar la humanidad por ciertos
caminos, hacerla atravesar por ciertas etapas, pero «pasar» solamente,
«atravesar», no instalarse por la eternidad. Los proyectos del Cielo no son los
que los humanos se imaginan. En el transcurso de la historia, Iniciados,
grandes Maestros, profetas han sido enviados por el Cielo para cumplir una
determinada misión, y la cumplieron. Pero cada vez fue válido solo para una
época, a fin de llevar a los humanos a adquirir nuevas nociones, a desarrollar
nuevas facultades que no poseían aún. Una vez estas nociones y estas
facultades adquiridas, hay todavía un programa nuevo por realizar. Y en eso
la Iglesia comete errores, pues no se preocupa por los proyectos del Señor, se
aferra a lo que otros han preconizado hace siglos, y que ahora está superado.
Dios se manifestó a través de Jesús, pero también se manifestó a través de
Moisés. Si Moisés pudo realizar tantas cosas maravillosas, es porque Dios
estaba con él. Pero si Jesús vino, es porque pasado un cierto período, la
enseñanza de Moisés no correspondía ya a los proyectos que la Inteligencia
Cósmica tenía para los humanos. Y ahora la religión cristiana debe
evolucionar. No puede haber ninguna religión superior a aquella que Jesús
trajo, es imposible, Jesús es realmente una cima, no hay nada por encima de
esta ley del amor y del sacrificio que vino a enseñar a los hombres; sin
embargo, en los métodos, en la aplicación, en las interpretaciones, podemos,
debemos ir más lejos. Y esto que digo para las religiones judía y cristiana es
igualmente verdadero para las otras religiones.
Al final de su Evangelio san Juan escribe: «Hay además otras muchas
cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el
mundo bastaría para contener los libros que se escribieran». Por lo tanto, no
todo está dicho en los Evangelios, y ¡hay tantos puntos aún oscuros e
inexplicados! Pues bien, estas aclaraciones, la Enseñanza de la Fraternidad
Blanca Universal las aporta. Y cuando menciono la Fraternidad Blanca
Universal, no quiero hablar de nuestra asociación aquí en la tierra, sino de la
gran Fraternidad Blanca Universal en lo alto que abarca todas las creaturas
más luminosas en el universo, y de la que quien lleva su nombre aquí no es
más que un pálido reflejo3. Nuestro trabajo aquí consiste en brindar a todos
esos seres perfectos posibilidades de actuar a fin de que el Reino de Dios
descienda a la tierra. He aquí en qué sentido hay que entender que la
Fraternidad Blanca Universal es una nueva forma de la religión de Cristo.
Quien quiere trabajar con los principios de Cristo que son eternos,
inmutables, pertenece a la Fraternidad Blanca Universal. Puede que incluso
no nos conozca, pero eso no importa para nada, es un miembro de la gran
Fraternidad Blanca Universal en lo alto.
Todo lo que existe no es más que el producto de las relaciones que tejen
entre ellos estos dos polos opuestos: el espíritu y la materia, los principios y
las formas. Y como los humanos no están preparados para vivir únicamente
con los principios, les son necesarias formas en las cuales apoyarse: el
espíritu se encarna en forma de un cuerpo para poder manifestarse aquí en el
plano físico. Cuando retorne a la región que le es propia, ya no requiere de
estas formas; pero aquí en la tierra las necesita. Hay que saber solamente que
la forma no dura mucho tiempo, y por ello, periódicamente el Cielo envía
Iniciados, grandes Maestros para cambiar las formas, pero únicamente las
formas, nunca los principios.
1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XI: «El ciclo del agua: la
reencarnación».
2 Cf. Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor No. 217, cap. I: «No se pone el vino nuevo en odres
viejos».
3 Cf. Una filosofía de lo universal, Col. Izvor No. 206, cap. VI: «La Gran Fraternidad Blanca
Universal».
2
La verdadera enseñanza de Cristo
I
«En espíritu y en verdad»
Asombra siempre constatar que tan pocas personas hayan entendido que la
vida espiritual es la vida del espíritu. Se atiborran de toda clase de elementos
materiales que las limitan y limitan el espíritu. ¿Por qué dar tanta importancia
a ciertos ritos o ceremonias, a ciertas posturas, gestos o palabras? El espíritu
está por encima de las formas; puesto que él las ha creado, no depende de las
formas, y para entrar en contacto con él no se requiere de formas. La vida
espiritual es el campo de lo ilimitado y mientras se esté atado a ciertas
formas, uno se limita. ¡Pueden producirse tantos acontecimientos en la
existencia que vuelven imposibles las prácticas espirituales a las cuales uno
está acostumbrado! ¿Es esto una razón para dejar de establecer contactos con
el espíritu?
Cuando la Samaritana le pregunta a Jesús acerca del lugar donde es
conveniente rendir culto a Dios, la montaña de Samaria o el templo de
Jerusalén, Jesús le responde: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en
este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Pero llega la hora, ya
estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorar en espíritu y verdad».
Jesús no menciona entonces ningún lugar de culto, sino que pronuncia dos
palabras abstractas entre las más inconcebibles para el hombre: espíritu y
verdad. El espíritu se opone a la materia, y la verdad a la mentira, al error, a
la apariencia, a la ilusión. Por consiguiente, adorar a Dios «en espíritu», es
abandonar las formas materiales que nos encarcelan y nos impiden movernos
libremente; y «en verdad», es sustraerse de las ilusiones.
Algunos dirán que «en espíritu y en verdad» caracterizaba la religión que
Jesús aportaba, la religión cristiana, que oponía a la religión de Moisés y a las
religiones paganas que abundaban entonces en Palestina. No, no lo creo, y
por lo demás, el cristianismo conservó en sus creencias, sus ritos, sus
monumentos, mucho de las huellas de la religión judía especialmente, e
incluso del paganismo. Además, con el tiempo, todas las religiones tienden a
materializarse, a aferrarse a objetos, a prácticas exteriores. Entonces, este
ideal anunciado por Jesús: «en espíritu y en verdad» concierne a todas las
religiones. Si él volviera hoy día, pronunciaría ciertamente más o menos las
mismas palabras. Diría: «Llega la hora en que no será ni en Jerusalén ni en
Roma, ni en la Meca, ni en Benarés, etc., que adorarán a Dios, sino en
espíritu y en verdad».
Jesús tenía concepciones revolucionarias, pero eso no le impedía respetar
algunos aspectos del antiguo orden y los preceptos dados por Moisés. Él
decía: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he
venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta
que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta
que todo se haya cumplido». Pero al mismo tiempo, quería conducir a los
humanos más lejos en la vía de la verdadera religión.
Un Maestro espiritual tiene exactamente las mismas preocupaciones que
cualquier otro instructor, debe hacer progresar a los humanos como un
profesor hace progresar a sus alumnos. Sabe que muchos no podrán seguirlo
en sus ideas y en sus proyectos, ¿pero hay que dejar estancar por ello al
pequeño grupo de aquellos que desean ir más allá y que son capaces? ¿Por
qué nivelarse con los más débiles, los más limitados? Hay que impulsar
siempre a los humanos a ir más adelante, pero paralelamente mostrarse
comprensivo e indulgente con aquellos que todavía no pueden progresar
tanto.
Jesús se preguntaba cómo instruir a la multitud, a la gente simple que se le
acercaba, al mismo tiempo que a los espíritus más avanzados. Por ello, se
servía de parábolas. Y un día que sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué
les hablas por parábolas?» Respondió: «Porque a vosotros os es dado saber
los misterios del Reino de los Cielos; mas a ellos no les es dado». Para la
multitud Jesús entregó entonces imágenes y relatos. A sus discípulos explicó
la correspondencia de estas imágenes y de estos relatos en el campo de las
virtudes. Y entre sus discípulos, él escogió además a uno, a san Juan, a quien
reveló el sentido profundo. Se puede entonces decir que dio la forma a la
multitud, el contenido a sus discípulos, y a san Juan le reveló el sentido1.
Y esto es así desde hace siglos: la multitud se detiene en la forma, los
discípulos trabajan en el contenido, y los Iniciados encuentran el sentido cuya
esencia está resumida en la fórmula: «en espíritu y en verdad». Estas dos
palabras revelan que para Jesús existía también un lado esotérico de la
religión. Afortunadamente ellas fueron conservadas, pues no es posible leer
nada parecido en otro lugar en los Evangelios. Uno se pregunta incluso qué
milagro hizo que se encuentren allí todavía: ¡tantos otros pasajes fueron
suprimidos o transformados!
Para comenzar el aprendizaje de la vida, un niño necesita que se le cuenten
historias, que se le muestren imágenes, objetos concretos. En el campo de la
religión, la mayoría de los humanos permanece aún en el estadio de la
infancia: requieren cosas exteriores, concretas, tangibles, a las cuales
aferrarse. Imaginen que un día se le anuncia a los creyentes del mundo
entero: «En adelante, no habrá más lugares de culto, ni más ceremonias, ni
clérigo, ni estatuas, ni imágenes santas, nada que sea ya material ni externo:
van a adorar a Dios en espíritu y en verdad». Sería el vacío para ellos, se
sentirían perdidos. Solo un ser excepcionalmente evolucionado puede
encontrar en su espíritu, en su alma, el santuario donde entrará para dirigirse
al Señor, para tocar, saborear y respirar los esplendores del Cielo.
Evidentemente, semejante ampliación de la consciencia es deseable. Para
quienes son capaces de llegar hasta allá, ya no hay límites, pues el mundo del
alma y del espíritu es el más bello, el más vasto; pueden trabajar hasta el
infinito para construir su futuro de hijos y de hijas de Dios.
Entretanto, como estamos en la tierra, estamos obligados a dar a nuestras
creencias formas materiales: lugares y objetos de culto, fiestas religiosas en
ciertos períodos del año que son la expresión de esas creencias. Pero
justamente, hay que comprender que ellas no son más que una expresión de
tales creencias, no son la religión misma. No se puede hacer entrar a la
Divinidad en una iglesia, un templo, una mezquita o una sinagoga, ni en un
objeto, ni siquiera en una hostia. Pretender lo contrario es rebajar la
Divinidad. Sí, no quiero ofender a los cristianos, pero pretender que basta con
engullir una hostia para comulgar con Cristo, es, lo reconozco, una invención
magnífica, pero es una invención. ¿Cómo puede uno creer que el Cristo, el
Hijo de Dios, se deja encarcelar en una hostia por sacerdotes más o menos
dignos? ¿Pero por quién se le toma? Y a eso se le llama el misterio de la
Eucaristía. No, no hay allí ningún misterio, sino solamente realidades
espirituales que obedecen a leyes: es verdad que en un objeto se pueden hacer
entrar fluidos, influencias… ¡pero no al Cristo, no a Dios!
Para vivir una religión en espíritu y en verdad, no hay que permanecer
aferrado a lo que está allí, muy cerca, al alcance de la mano o de la boca. Hay
que desplazarse, ya que el Cristo está muy arriba, muy arriba. Quien quiera
beber del agua pura debe subir a la montaña para saciarse en la fuente,
mientras que quien no quiera elevarse permanece abajo, donde el agua está
polucionada, y contrae microbios. La cuestión no es pertenecer a una religión
mejor que a otra, practicar tal rito en vez de tal otro: un rito es solamente una
forma, y una forma no es útil si no se es capaz de animarla, de introducirle un
contenido.
En mi juventud, en Bulgaria, oí contar esta historia. En tiempos antiguos
un obispo viajaba por los caminos con su séquito. Una mañana, muy
temprano, tomó una barca para atravesar un lago; sin embargo, rápidamente
el tiempo comenzó a empeorar, la tempestad se desencadenó y lo expulsó a la
orilla en un lugar deshabitado. Mientras que agradecía al Cielo con su gente
por haber escapado a un gran peligro, vio llegar a un joven que guiaba cabras.
Le preguntó: «¿Qué es este lugar? Y ¿quién eres tú?...» La respuesta del
joven pastor, el sonido de su voz, la pureza de su rostro impactaron al obispo
que le preguntó: «¿Oras a Dios, hijo mío? –Sí. -Y ¿qué plegarias rezas? – No
rezo ninguna oración. –Pero dices que rezas, ¿cómo lo haces?» El joven tomó
entonces su bastón de pastor, lo colocó horizontalmente sobre dos piedras y
se puso a saltar de un lado al otro. El obispo y su séquito abrían los ojos de
par en par de asombro, mientras que él, muy feliz de mostrar a tan grandes
personalidades cómo oraba, saltaba, saltaba… Cuando hubo terminado, un
poco agitado, tanta luz se esparció en su rostro que el obispo se quedó
pensativo un momento. Luego le dijo: «Muy bien, pero existe una mejor
oración, ¿quieres conocerla? – ¡Oh, sí! respondió el pastor feliz de aprender a
orarle mejor a Dios. – Entonces, ponte de rodillas, junta tus manos y repite
después de mí: Padre nuestro que estás en los cielos… Santificado sea tu
nombre…» El joven repitió muchas veces con aplicación y gran respeto. La
tempestad se calmó, los viajeros se prepararon para partir de nuevo. Antes de
subir a la barca, el obispo bendijo al chico recomendándole rezar bien cada
día la oración que le había enseñado. La barca estaba ya a una buena
distancia de la orilla cuando de repente el obispo vio venir, caminando sobre
las aguas, al joven pastor con su bastón quien lo llamaba: «Señor Obispo,
Señor Obispo, ¡hay palabras que ya no recuerdo! – ¡Oh hijo mío, exclamó el
obispo estupefacto ante este prodigio, no tiene ninguna importancia, ora
como quieras, el Señor siempre ha escuchado tu plegaria!»
¿Es verídica esta anécdota?... En todo caso, incluso si no lo es, quien la
inventó había comprendido que lo esencial no está en la forma, las palabras
de la oración y la postura para rezar, sino en la intensidad de la vida interior.
Claro, no es inútil pronunciar algunas palabras, hacer algunos gestos, pero
con la condición de comprender lo que significan, de darles un contenido.
¿Por qué, por ejemplo, los Iniciados enseñaron este gesto de juntar las
manos para orar? Es un símbolo. Porque la verdadera oración es juntar en sí
mismo los dos principios del corazón y del intelecto. Por supuesto, orar es
expresar un deseo, y el deseo pertenece al campo del corazón, del
sentimiento. Pero si el intelecto, el pensamiento no está allí para estudiar la
naturaleza de este deseo y orientarlo hacia la buena dirección, ¿qué clase de
oración van a hacer? ¿Qué van a reclamar? Si el pensamiento no participa, no
se asombren si son pocas veces escuchados. Para que su oración sea recibida,
son necesarios el corazón y el intelecto, es decir, los dos principios masculino
y femenino. ¡En cuántos cuadros se ha representado a personas en oración,
incluso niños, con las manos juntas! Pero no se ha comprendido nunca la
profundidad de ese gesto. Esto no quiere decir que para orar haya que juntar
obligatoriamente las manos físicamente, no, pues no es el lado físico el que
cuenta, sino el lado interior. Hay que juntar el corazón y el intelecto, el alma
y el espíritu, puesto que es su unión la que le da poder a la oración2.
Lo esencial entonces no es hacer gestos, sino comprender su sentido, y
pasa lo mismo con todos los aspectos materiales que necesariamente abarca
una religión. Ha habido en la historia personas que sin duda habían meditado
tan bien en las palabras de Jesús «en espíritu y en verdad», que quisieron
hacer prohibir todas las estatuas, todas las imágenes santas, lo que dio lugar a
sangrientas luchas; porque los demás que obviamente se aferraban a ellas,
replicaban violentamente… Pues bien, esto también era una actitud errónea.
¿Para qué querer suprimir las imágenes? La cuestión no es tener o no
imágenes santas, la cuestión es saber cómo considerarlas. Los Iniciados
tienen a este respecto una actitud muy sabia: no necesitan lugares de culto,
iglesias o templos, no requieren de estatuas o íconos, pero cuando entran en
un santuario, cualquiera que sea, se inclinan ante las imágenes porque saben
que detrás de estas prácticas, se esconde toda una ciencia y una pedagogía.
Una imagen, una estatua no son un fin en sí mismo, sino un instrumento
solamente, un soporte para el pensamiento, para la oración. Y este principio
no es válido únicamente para las imágenes santas, sino para todo lo que
existe.
Un ejemplo les hará comprender lo que quiero explicar: el teléfono. Sí, el
teléfono. Imaginen a una persona que no supiera lo que es el teléfono y los
viera tomar un objeto, llevarlo a la oreja, presionar con su dedo los números,
luego oírlos exclamar: «Y entonces, pedazo de imbécil, pedazo de idiota,
¿por qué hiciste esto? Ya lo verás, ya lo verás…» O también: «Buenos días
querida, ¿cómo vas? ¡No sabes lo contento que estoy de oír tu voz! Te amo,
sabes, te mando un beso». Esta persona diría: «¡Pero ése está loco: le habla a
un objeto, lo insulta, le dice palabras dulces! Hay que internarlo». Ven, no
habían reflexionado acerca de la lección que puede extraerse del teléfono, se
sirven de él, es todo. Ahora bien, justamente, ¿qué hay que comprender? Que
el teléfono no es más que un instrumento, un intermediario. Se sirven de él
para hablar, no es a él a quien le hablan, sino a otra persona, en otro lugar, a
veces incluso muy lejos, al otro lado del mundo; y que escucha y responde.
El teléfono es un medio de comunicación solamente, y reconocen que si
ustedes se dirigieran al objeto mismo, diciéndole: «Te necesito, te lo suplico,
ayúdame», estarían haciendo el ridículo. Pues bien, es lo que muchos hacen
en el campo de la religión: se detienen en los objetos, en los seres, sin ver que
ellos están allí únicamente para ponerlos en relación con otras realidades más
sutiles, más elevadas.
No está mal atarse a ciertos objetos, puede incluso ser útil, pero no hay
que quedarse allí. Hay que tomar un objeto material, un crucifijo, una estatua,
un ícono, una medalla, como punto de partida y, por medio de la meditación,
ponerse en estado de entrar en relación a través de este objeto con entidades
espirituales. No es el crucifijo, la estatua o la medalla los que van a
ayudarlos, a protegerlos, sino que los pondrán en comunicación con la
Divinidad. Las formas son útiles, incluso necesarias, solo que no hay que
quedarse en ellas; hay que considerarlas siempre como el punto de partida
para la búsqueda de un principio que está más allá, y unirse a este principio
para adquirir todas las cualidades que representa.
Por consiguiente, «en espíritu y en verdad» no significa que uno no deba
apoyarse en nada material, ni seres, ni ritos, ni objetos, sino justamente que se
trata solo de puntos de apoyo. Además, se ha visto, el hecho de detenerse en
formas materiales ha terminado por conducir a verdaderas aberraciones. Las
reliquias de los santos, por ejemplo, tomaron tal importancia en la cristiandad
que poco a poco cada santuario quiso poseer una. Y entonces, se volvió un
verdadero mercado al que se dedicaron toda clase de personas interesadas y
codiciosas. Porque era muy ventajoso: ¡en las ciudades donde los santuarios
pasaban por poseer reliquias, multitudes venían en peregrinaje y los negocios
marchaban muy bien! Por ello, muchos llegaron hasta fabricar reliquias de
todas las piezas. Se cuenta incluso que un zar de Rusia, habiendo escuchado
decir que un monasterio, no se sabía cuál, poseía la cabeza de san Juan
Bautista, hizo saber por todo el país que deseaba poseer esta reliquia para su
capilla. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver llegar una tras otra, una decena de
cabezas de las cuales se aseguraba que cada una era la de san Juan Bautista!...
Y los pedazos de la cruz de Jesús: desde hace dos mil años no paran de
venderse, ¡todo un bosque debió ser derribado! Entonces, pobres humanos,
abandonan al espíritu que está vivo para aferrarse a vestigios que están
muertos. Todo esto para dicha de algunas personas tramposas que
encontraron la manera de ganar dinero.
Ante el espectáculo que ofrecen algunas ciudades de peregrinaje como
Lourdes, realmente uno se pregunta… E incluso, vayan a Lisieux, verán
almacenes y almacenes… ¡Qué comercio se hace con esta pobre santa
Teresita! Sí, porque en vez de enseñar a los cristianos donde conviene
buscarla verdaderamente, se prefiere explotar su ingenuidad, su credulidad
para hacer negocios. Yo quiero mucho a santa Teresita, y justamente porque
la quería, no me contenté con ir a visitar la catedral de Lisieux o con tener su
foto. Hice de modo que me encontrara con ella. Sí, varias veces vino a verme
y me dijo muchas cosas. Entiendan esto como quieran… Y cuando un día
alguien me dio uno de sus cabellos, claro, no lo rechacé. Pero ¿era este
cabello realmente de ella? Allí también, ¡cuántas pelucas podrían hacerse con
todos los cabellos de los santos que se han distribuido así! Y del Maestro
Peter Deunov, también, los hermanos y hermanas de Bulgaria recogían sus
cabellos cuando por azar los encontraban. ¿Pero qué se cree poseer
guardando los cabellos de un santo o de un Iniciado? Es su ejemplo, su
enseñanza los que hay que conservar, los que hay que seguir»3, y dejar
tranquilos los cabellos y todo lo demás.
Para hacer que sus oraciones sean escuchadas, traten de no dirigirse
solamente a la imagen de un santo, de un Iniciado, de un gran Maestro, sino
servirse de ella como una escalera para elevarse hasta su espíritu. Así, poco a
poco, aprenderán a adorar a Dios en espíritu y en verdad…
Desafortunadamente, esta concepción enunciada por Jesús va en contra de los
intereses materiales de muchos, por eso la dejan a un lado. Pero Jesús está allí
trabajando, y un día los obligará a cambiar, quiéranlo o no. Un día, Jesús
mismo vendrá a sacudirlos diciendo: «¿Qué son esas supersticiones? No han
buscado mi espíritu, se durmieron al lado de fruslerías y antiguallas, y ahora
están escleróticos, muertos». Sí, él vendrá a sacudirlos a todos.
La religión tal y como algunos la practican no es en realidad sino
materialismo. Se los aseguro, no se es espiritualista porque se practique una
religión, ni materialista porque uno se interese en la materia. Es la manera de
interesarse en el espíritu y en la materia lo que hace a un espiritualista o a un
materialista. Por ello, en vez de criticar a los materialistas, muchos deberían
mejor volver sobre ellos mismos para preguntarse si no son también
materialistas, ya que se están deteniendo exclusivamente en la forma y
pierden así el contenido y el sentido. ¿Quieren ser verdaderamente
espiritualistas? Vayan hacia el espíritu que vivifica y hacia la verdad que
libera.
Los Iniciados no rechazan el mundo material. Los Iniciados se alegran con
todo, se maravillan con todo, se sirven de todo pero no se engañan, no
confunden los fines con los medios4. Saben que lo esencial se encuentra en el
hombre mismo y que el mundo exterior debe ser puesto al servicio del mundo
interior. La luz está en nosotros, la verdad está en nosotros, la paz está en
nosotros, el Reino de Dios está en nosotros: es allí donde debemos buscarlos.
Todos los objetos que son exteriores a nosotros son como la corteza de la
realidad, la sombra de la realidad. En ciertas condiciones pueden ser útiles,
eficaces, pero no son absolutamente reales, pueden desmoronarse, pueden
desaparecer, son imágenes. Y quien se agarra a ellos no encuentra el espíritu
sino la materia, no encuentra la verdad sino ilusiones.
En cualquier campo, traten de nunca detenerse en la forma, de lo contrario
sus necesidades espirituales jamás serán satisfechas y serán infelices.
Mientras que si se acostumbran a ver las afinidades infinitas que existen entre
cada forma y el mundo divino, irán muy lejos. Solo hay que aprender a leer
este mundo de las formas que está delante de ustedes, para acceder un día al
mundo de los principios.
II
«El bautismo: los poderes del agua»
Cuando nace un niño, sus padres, si son cristianos, se preocupan por
bautizarlo lo más rápido posible. En efecto, la Iglesia enseña que el bautismo
es una purificación por medio del agua, destinada a lavar el pecado original y
a hacerlo admitir en la comunidad cristiana; es la condición de su salvación
en este mundo y en el otro. Esta creencia en el poder del bautismo está tan
afianzada que, según la teología cristiana, los niños muertos antes de ser
bautizados no son admitidos en el paraíso sino que se quedan en un lugar
indeterminado llamado limbo.
No hay nada que decir en contra del sacramento del bautismo, pero con la
condición de comprender verdaderamente el sentido. Bautizar a un niño o a
un adulto hace de él un cristiano, es claro. Pero quien no ha recibido el
bautismo no es por ello un alma pérdida, y quien lo ha recibido no debe
imaginarse que eso es suficiente para su salvación. ¿Cómo creer que los
espíritus del mal serán mantenidos a distancia porque se ha sumergido a
alguien en el agua y se le ha ungido con aceite en la frente cuando era
pequeño? Le corresponde a cada quien trabajar luego toda su vida para
conservar, amplificar los efectos del bautismo; si no lo hace, pronto no
quedará nada de ello, y la puerta estará abierta a todos los diablos. Sí, ellos no
tienen miedo, no se impresionan con el bautismo.
Se les bautiza, se les ha lavado del pecado original –admitámoslo- está
muy bien, pero toda la vida deben seguir manteniendo lo que el sacerdote
depositó en ustedes el día del bautismo. ¡No hay de qué sentirse tan
orgullosos al haber sido bautizados! Si cada día, conscientemente, con todo
su corazón, con toda su alma, no trabajan por lavarse, por purificarse, no
sirve de mucho. Ustedes deben cada día contribuir a su salvación.
Si quiere comprenderse el significado del bautismo, hay que estudiar el
agua, su naturaleza, sus poderes. El agua es, de todos los elementos, el que
posee las mayores cualidades plásticas y absorbentes. Ella misma no tiene
forma, ni color, sino que toma aquellos de los recipientes en los cuales es
colocada, de los lugares que atraviesa. Ella absorbe todo, tanto lo bueno
como lo malo. Y como está en permanente circulación en la naturaleza,
transporta todos los elementos sutiles que ha absorbido a su paso. Dirán que
la tierra también tiene un gran poder de absorción. Es cierto, pero la tierra no
tiene esa fluidez, ni esa penetrabilidad del agua. En cuanto al aire, es
demasiado móvil para conservar mucho tiempo lo que ha recibido.
Justamente por estos poderes de absorción y de transmisión, el agua ha
sido desde siempre utilizada para las operaciones mágicas. Numerosas obras
reportan los casos de brujos transformando un ser humano en animal: pájaro,
caballo, etc., luego de haber pronunciado palabras mágicas encima de un
recipiente de agua, que luego rociaban sobre su víctima. Pero estas
propiedades del agua pueden ser usadas también benéficamente. Por ello, los
sacerdotes utilizan el agua para bendecir a los feligreses: esta agua que tiene
el poder de retener las corrientes y las influencias que uno le introduce, se
convierte así en el soporte de las palabras de bendición que pronuncian. La
eficacia de la bendición depende por lo tanto de la elevación espiritual de
quien la da. Si se comporta como un funcionario porque, cansado de repetir
los mismos rituales, se contenta con ejecutar los gestos que se esperan de él
pensando en otra cosa, esta bendición no tiene ningún sentido. Y lo mismo
vale para el sacerdote que oficia el bautismo.
Pero no vayan a inquietarse ahora por el estado en el que se encontraba el
sacerdote que los bautizó, hace años de años, cuando no tenían sino algunos
días de nacidos. Y no se preocupen tampoco si sus padres no los hicieron
bautizar. Ya que todos los días se puede recibir el bautismo, todos los días se
puede hacer este trabajo de purificación, conociendo los poderes del agua.
Sea las manos, el rostro o el cuerpo entero, la mayoría de la gente se lava
cada día, y lavarse hace parte con toda razón del comportamiento de los seres
civilizados. Pero, ¿cómo se lavan? Ése es otro asunto. Se les enseña a los
niños que hay que lavarse como medida higiénica, para estar limpios y para
no arrastrar malos olores que incomodan a los vecinos, es todo. Pues bien, es
insuficiente, pues se puede estar lavado y limpio físicamente, pero
interiormente tan sucio como si nunca se hubiera tomado un solo baño en la
vida5.
El hombre no posee solamente un cuerpo físico, sino también cuerpos
sutiles (etérico, astral, mental) que debe igualmente velar por liberar de todas
las suciedades que ha acumulado, las impurezas producidas por las
sensaciones, los deseos, los sentimientos, los pensamientos de naturaleza
inferior que acoge y alimenta cotidianamente en él. Si el agua nos lava en el
plano físico, es porque tiene la propiedad de llevarse y absorber las
impurezas. En el plano espiritual ella posee exactamente las mismas
propiedades. Todas las religiones han recomendado la purificación con el
agua: las abluciones, los baños rituales6… Estas prácticas están fundadas en
un saber milenario acerca de los poderes del agua. Ustedes dirán que las
condiciones de la vida actual no se prestan tanto para esa clase de práctica.
Pero claro, al contrario, ya que desde la mañana al levantarse hasta la noche
cuando se preparan para acostarse, tienen varias oportunidades de utilizar el
agua para lavarse y pueden aprovechar estas oportunidades para hacer un
trabajo psíquico y espiritual.
El agua que conocemos y de la cual nos servimos todos los días no es más
que la materialización de este fluido cósmico que llena el espacio, y por
medio del pensamiento podemos entrar en contacto con este fluido, pues en él
se bañan todas las creaturas7. La primera condición para este trabajo de
purificación es entonces lavarse con la consciencia de que a través del agua
uno toca un elemento de naturaleza espiritual. Esta consciencia comenzará
por modificar nuestros gestos. ¡Cuántas personas tienen la costumbre de
lavarse en la mañana con gestos bruscos y desordenados, porque creen que
esto va a ayudarlas a despertarse, a estar en forma y de buen humor! Las
despertará, claro, pero estos movimientos precipitados tienen un efecto
nocivo, sobre todo en el rostro, cuya armonía responde a una organización
muy sutil de las partículas siguiendo líneas de fuerza determinadas. El rostro
del hombre es un reflejo del rostro de Dios, y quien lava su rostro con
brusquedad y sin ningún cuidado, enturbia en él los rasgos de la imagen
divina.
Por tanto, lávense con gestos mesurados, armoniosos, para que el
pensamiento pueda también despejarse y hacer su trabajo. Concéntrense en el
agua, en su frescura, su claridad, su pureza, y pronto sentirán que irá a tocar
en ustedes regiones desconocidas para producir allí transformaciones. No
solamente serán aliviados, purificados, sino que también su corazón, su
intelecto serán alimentados con elementos nuevos, más sutiles y vivificantes.
Ya que el agua de abajo, el agua física, contiene todos los elementos y las
fuerzas del agua de arriba, el agua espiritual; solo hay que aprender a
despertarlos y a recibirlos.
Los Iniciados tienen métodos para exaltar las virtudes del agua: le agregan
un puñado de sal, encienden una vela e incienso y recitan algunas fórmulas.
Pero lo más importante es primero ser consciente de que el agua está viva y
habitada por entidades muy puras. Por ello, sea en su baño o en la naturaleza,
antes de entrar en contacto con el agua, deben saludarla con mucho respeto,
amor, y pedirle al ángel del agua que los ayude en su trabajo.
Para purificarse, no es necesario hacer ceremonias largas y complicadas.
Cada día ustedes tienen muchas oportunidades de servirse del agua. Entonces
háganlo, no olvidando nunca que el agua física es un medio para entrar en
contacto con el agua espiritual que es la verdadera agua. Claro, lavarse hace
parte de los actos más ordinarios de la vida cotidiana, pero no hay que
subestimarlo. Como respirar, alimentarse, dormir, lavarse debe ser
considerado un acto sagrado que puede liberar el alma. No basta con que el
cuerpo físico esté algo limpio, mientras que los cuerpos sutiles siguen
asfixiándose bajo espesas capas de impurezas: no, hay que aprender a abrir
también los poros de nuestra alma para beneficiarse con todas las riquezas
que ofrece el agua.
Pero vayamos más lejos. ¿Qué son todos estos estados negativos por los
cuales los humanos pasan cada día: la pereza, el desaliento, la cólera, la
envidia, el deseo de venganza, etc.? Impurezas que dejaron penetrar en ellos
y que perturban su organismo psíquico, igual a un veneno u otros elementos
tóxicos que trastornan el organismo físico. Gracias al agua, uno puede
remediar estos estados. Observen el agua correr, escúchenla: sea una fuente,
un arroyo, una cascada, el agua que corre libera el plexo solar llevándose los
elementos oscuros que entrababan sus funciones. Puesto que el agua que
corre es la imagen de la renovación perpetua de la vida, y observándola uno
es influenciado. Evidentemente, en la ciudad, en la existencia cotidiana, no es
fácil encontrar fuentes y cascadas, pero entonces ¡dejen correr el agua de la
llave durante un momento! Es menos poético, pero puede ser igualmente
eficaz. Lo esencial es concentrarse en el agua que corre.
Pueden también sumergir sus manos en el agua. Todas las influencias
entran y salen por las manos, tanto las buenas como las malas, porque las
manos, y particularmente las extremidades de los dedos, son como antenas
que captan las ondas y las reenvían. Entonces, remojen sus manos en un
recipiente de agua, o bien colóquenlas algunos minutos bajo el agua de la
llave, pensando que ella los atraviesa con su pureza, su frescura, y se lleva
todos sus estados negativos. Y como lo más importante es la actividad del
pensamiento, pueden también hacer este ejercicio, incluso si no tienen agua.
Cualquiera sean las circunstancias de la vida, hay algo por hacer; lo
esencial es no quedarse inactivo, no aguantar. Y si algunas veces se sienten
asaltados por impulsos negativos de los que quisieran liberarse y no tienen la
posibilidad de tocar o de ver el agua, cierren los ojos y hagan trabajar su
imaginación. En ese momento son libres de tomar una ducha, un baño, o de
zambullirse en un río, un lago o un océano. Imaginen que millones de gotas
de agua corren por ustedes… Nadan, se dejan llevar por la corriente o mecer
por las olas… Se sumergen para perderse en la inmensidad… Permanezcan
allí en estas imágenes maravillosas el mayor tiempo posible: poco a poco
sentirán una transparencia, una ligereza, como si verdaderamente hubieran
sido atravesados por un oleaje purificador y vivificante.
Los ejercicios, los métodos que les doy, deben llevarlos a descubrir el
agua en ustedes. Pues se los he dicho y se los repito: el agua física no es sino
un reflejo gracias al cual podemos unirnos a la verdadera agua. Y esta
verdadera agua, hay que buscarla en nosotros, hay que descubrir las aguas
vivas que corren en las profundidades de nuestro ser. Es largo, difícil, claro,
pero perseveren y comprenderán un día que Jesús hablaba de esta agua
cuando decía: «De su seno brotarán fuentes de agua viva…»
Entonces, es claro ahora. Quien quiera manifestarse como un discípulo de
Cristo no debe contentarse con haber sido bautizado una vez, ¡hace tanto
tiempo! Ni siquiera se le pidió su opinión y no era consciente de nada; por
tanto, ¿de qué vale este bautismo si no lo mantiene con todo su corazón, con
toda su alma, durante el resto de su vida? El bautismo, el verdadero bautismo
es un trabajo de cada día. Cada día debemos pensar en purificarnos. Y no
digan que ya lo hicieron ayer o antes de ayer. Ayer fue válido para ayer, y
hoy hay que volver a comenzar. Cada día debemos pensar en la purificación,
en la santificación; sí, cada día, hasta que nuestro ser sea completamente
renovado.
III
«Quien coma mi carne
y beba mi sangre tiene vida eterna»
El rito de la comunión tal y como es practicado en la cristiandad tiene su
origen en la última cena (la Cena) de Jesús con sus discípulos. Era la noche
de la Pascua judía. Jesús llegó a una casa con sus discípulos que prepararon la
comida. «Mientras comían, dice el Evangelio, Jesús tomó pan y dando
gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Comed todos de él
porque este es mi cuerpo. Tomó enseguida una copa y dando gracias se las
dio diciendo: Bebed todos de ella porque esta es mi sangre…» Y en el relato
que hace san Juan de este episodio, Jesús dice también: «Yo soy el pan de la
vida que ha bajado del Cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y
el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo… En verdad,
en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis
su sangre, no tendréis la vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna…»
El simbolismo del pan y del vino era ya bien conocido antes de Jesús,
puesto que está dicho en el libro del Génesis que Melquisedec, sacrificador
del Altísimo, vino al encuentro de Abraham trayéndole el pan y el vino8.
«Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él
estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle
del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo,
sacó pan y vino: él era el sacrificador del Dios Altísimo, Señor del cielo y de
la tierra; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo,
creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que
entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abraham los diezmos de todo».
El nombre de Melquisedec significa «rey de justicia», del hebreo «mélek»:
rey, y «tsédek»: justicia. En cuanto al nombre de la ciudad de la que era rey,
Salem, tiene la misma raíz que la palabra «schalom»: paz. Melquisedec es el
rey de la justicia y de la paz; es un personaje muy misterioso, del que no se
sabe sino muy poco. San Pablo lo menciona en la «Epístola a los Hebreos».
«Él es, dice san Pablo, sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene
principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios,
permanece sacrificador para siempre». Y más adelante, agrega que Jesús es
«sacrificador para siempre según el orden de Melquisedec». Antes de morir,
Jesús quiso entonces repetir el legado del pan y del vino de Melquisedec a
Abraham.
«El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Hay que ir
muy lejos para llegar a comprender estas palabras9. Comer y beber son dos
actos complementarios de la vida cotidiana gracias a los cuales el hombre se
alimenta. El pan que uno come y el vino que uno bebe son en sí mismos poca
cosa, pero a través de ellos Melquisedec, sacrificador del Altísimo, aportaba a
Abraham el saber iniciático respecto de los dos grandes principios masculino
y femenino sobre los cuales descansa toda la creación. Y Jesús transmitió y
completó este saber diciendo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna».
Como es difícil para los humanos acceder a los grandes misterios
cósmicos, los Iniciados han tenido que extraer estos misterios del mundo
sublime que es el suyo, y presentarlos bajo la forma concreta de imágenes, de
objetos simbólicos, como el pan y el vino. Pero ha llegado el tiempo de
ponerle un contenido a estas formas. Esta «carne» y esta «sangre» de Cristo
representadas en el pan y el vino, ¿a qué realidades espirituales corresponden
para que puedan dar la vida eterna? La carne de Cristo, es la sabiduría, el
principio masculino. La sangre de Cristo, es el amor, el principio femenino.
Y cuando aprendamos a alimentar nuestro intelecto de sabiduría y nuestro
corazón de amor, saborearemos la vida eterna. Este simbolismo se vuelve
más claro aún si se cotejan las palabras pronunciadas por Jesús durante la
última cena con sus discípulos, con la respuesta que dio a Nicodemo.
Nicodemo era doctor de Israel, y una noche vino a encontrarse con Jesús
para conversar con él. Nicodemo le dijo: «Rabí, sabemos que eres un doctor
venido de Dios, porque nadie puede hacer los milagros que tú haces si Dios
no está con él». A esto, Jesús no responde directamente, pero dice: «Si un
hombre no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios». Y un poco más
adelante, precisa: «Si un hombre no nace del agua y del espíritu no puede
entrar en el Reino de Dios». Ahora bien, ¿qué es el agua, sino el principio
femenino, el amor? Y ¿qué es el espíritu, sino el principio masculino, la
sabiduría? Por consiguiente, comer la carne de Cristo y beber su sangre
significa lo mismo que nacer de agua y de espíritu: por medio de la sabiduría
y del amor el hombre entra en la vida eterna, el Reino de Dios.
Ven, es claro: el pan y el vino representan los dos principios eternos,
masculino y femenino, que trabajan en el universo. Pero entonces, ¿por qué
en la religión católica los feligreses no comulgan sino con el pan, la hostia, la
carne de Cristo, que representa el principio masculino? El vino, la sangre de
Cristo, el principio femenino es reservado para los sacerdotes únicamente.
Los feligreses no son alimentados sino con un solo principio, el principio
masculino; el principio femenino falta. ¿Por qué?... Todo es sagrado para mí
y no quiero inmiscuirme en los asuntos de la Iglesia católica; pero quizás un
día se dará cuenta de que hay algo que no está completo. Desconozco las
razones por las cuales ella lo decidió así; quizás estas razones son válidas, lo
ignoro, no es mi asunto. Pero la verdadera comunión supone los dos
principios, y el hecho de suprimir uno de ellos produce un desequilibrio.
Dirán que no es tan importante: puesto que la comunión es un acto
simbólico, la hostia que el sacerdote pone en este copón puede representar
muy bien el cuerpo y la sangre de Cristo a la vez. Pues no, al contrario, en un
acto simbólico se deben considerar todos los aspectos, a fin de profundizar en
el sentido. Lo importante no es que los feligreses se traguen una hostia o
coman un pedazo de pan, y beban un trago de vino, no serán ni más ni menos
saludables. Lo importante es que entiendan el símbolo, y si en su
representación el símbolo es mutilado, su comprensión será mutilada
también.
La ausencia del principio femenino en la comunión comporta graves
consecuencias. La Iglesia católica le amputó a la religión algo esencial para la
comprensión de los grandes misterios de la vida. La vida no puede nacer de
un solo principio, ella nace de la fusión de los dos principios masculino y
femenino. ¿Puede alguien imaginarse una boda donde solo el marido
estuviera presente? Y la persona que viniera a explicar: «La novia se quedó
en la casa, pero no es grave, igual se va a celebrar la ceremonia», sería más
bien mal recibida. No se ha visto esto nunca en ninguna parte; incluso en los
países donde se acostumbra a mantener a las mujeres encerradas lejos de las
miradas, la novia está presente en el matrimonio. Puede estar con velo, pero
allí está. En la ceremonia el hombre está presente y la mujer está presente,
porque representan los dos principios gracias a los cuales la vida va a seguir
perpetuándose.
Y justamente, esta comparación de la Eucaristía con el matrimonio indica
que uno y otro son dos sacramentos que celebran la unión de los dos
principios masculino y femenino, estos dos principios que crean la vida de
arriba abajo en la creación. La diferencia radica en que el matrimonio
incumbe más al plano físico, a la vida social, mientras que la comunión
corresponde al plano espiritual y a la vida interior10. Pero el símbolo es el
mismo, y es aquel que se encuentra al comienzo y al final de la misión de
Jesús. Según el Evangelio de san Juan, fue en Caná en Galilea, donde Jesús
fue invitado a las bodas, que Jesús hizo el primer milagro cambiando el agua
por vino. Para asistir a las bodas y hacer allí su primer milagro, era preciso
que Jesús viera en esta ceremonia algo muy distinto a lo que la gente ve allí
ordinariamente. Y la institución de la Eucaristía fue el último acto que
cumplió antes de su muerte. ¿Cómo no ser consciente de que toda la
Enseñanza de Jesús descansa en el conocimiento de los dos principios?
Comulgando con las dos especies del pan y del vino, los cristianos se
alimentan de la carne y de la sangre de Cristo: la sabiduría y el amor. Pero
estas realidades les serían más accesibles, si fueran capaces de reconocerlas
en la luz y el calor del sol. Por su luz el sol representa la sabiduría y por su
calor representa el amor. Entonces, cuando hayan aprendido a comulgar con
esta luz y este calor del sol, los cristianos comprenderán lo que significa
verdaderamente comer la carne de Cristo y beber su sangre.
Los buenos cristianos van a molestarse sin duda con esta analogía entre el
sol y Cristo. Y sin embargo, ¿en la forma redondeada de la hostia que el
sacerdote les da a los feligreses, no hay algo que recuerda al sol? Sin duda los
que hace mucho tiempo decidieron que el cuerpo de Cristo sería representado
por esta fina rodaja de pan, poseían conocimientos que ahora se perdieron o
que no se estima necesario enseñar a la multitud. Y el gesto del sacerdote que
eleva la hostia por encima del altar, ¿no recuerda esto al sol que se levanta
sobre el mundo?...
Esta verdad de la luz y del calor considerados como un alimento se
encuentra en otras tradiciones, la de los Persas por ejemplo. Está dicho en el
Zend-Avesta que Zoroastro preguntó un día al dios Ahura Mazda cómo se
alimentaba el primer hombre, y el dios le respondió: «Comía fuego y bebía
luz». ¿Dónde encontrar este fuego que debemos comer y esta luz que
debemos beber? En el sol. Por ello vamos a contemplarlo en las mañanas a su
salida, para alimentarnos de él, para comerlo, para beberlo. Entonces, esta luz
y este calor que están vivos se propagan en todas las células de nuestros
órganos, y los aclaran, los refuerzan, los purifican, los vivifican.
Diariamente ustedes están ante el sol que envía por doquier al espacio
partículas luminosas de una gran pureza. ¿Qué les impide concentrarse
pensando que expulsan de su organismo las viejas partículas opacas y usadas
para reemplazarlas por estas partículas nuevas que vienen del sol11? ¡He ahí
un ejercicio tan útil! Con todo su corazón, con toda su alma, traten de tomar
estas partículas divinas y de ponerlas en ustedes; de este modo poco a poco
renovarán completamente la materia de su ser, pensarán, actuarán como un
hijo de Dios, una hija de Dios, gracias al sol. He ahí lo que significa la
comunión, he ahí lo que significa comer la carne y beber la sangre de Cristo.
Pero entiéndanme bien, mi intención no es apartar a los cristianos de la
comunión. Les digo simplemente que la verdadera comunión no debe
limitarse a tomar de vez en cuando una hostia y un sorbo de vino bendecidos
por un sacerdote. En realidad, cada uno de nosotros debe convertirse en un
sacerdote, un sacrificador, es una vocación que tiene interiormente ante el
Eterno; diariamente debe presentarse para oficiar ante sus células y darles el
pan y el vino12. Si son conscientes de ese papel, sus células recibirán de
ustedes la verdadera comunión, es decir un elemento sagrado que las ayudará
en su trabajo, y esta dicha que ellas experimentarán por haber trabajado bien,
ustedes la sentirán también. Ya que el pan y el vino representan de una
manera más general todos los alimentos que necesitamos para mantener la
vida en nosotros.
El pan puede ser preparado con harina de trigo pero también con muchos
otros cereales. Y el vino, que está hecho generalmente a partir de uvas, puede
hacerse también con otros vegetales. Por lo tanto, ¿no es posible pensar que
todo alimento, toda vianda, toda bebida es un medio para comulgar con la
Divinidad? Y les diré que para profundizar aún más en el misterio de la Santa
Cena, hay que tomar la nutrición como punto de partida. Claro, la
respiración, y sobre todo los ejercicios espirituales como la oración, la
meditación, la contemplación, la identificación son también formas de
comunión. Pero no todo el mundo puede tener tanto tiempo, condiciones o
incluso dones para ello. Mientras que todos comen, y diariamente. Se debe
entonces comenzar por comprender la comunión en el plano físico con la
nutrición.
Comulgar es hacer un intercambio: ustedes dan una cosa y reciben otra.
Dirán que comiendo no hacen sino tomar el alimento. Es un error, ustedes le
dan también algo… Si no lo hacen, no es una verdadera comunión. La
verdadera comunión es un intercambio divino. La hostia les da sus
bendiciones, y si la toman sin darle el amor y el respeto necesarios, no es una
comunión sino un acto deshonesto. Cuando uno toma, debe dar. A la hostia
deben darle su respeto, su amor, su fe, y ella, a cambio, les da los elementos
divinos que posee. El objeto mismo no actúa en nosotros, sino la confianza,
el amor que le damos por lo que representa.
Y esta misma actitud debe tenerse con los alimentos. Ya, al preparar su
comida, piensen en tocar los alimentos impregnándolos de su amor.
Háblenles, digan: «Ustedes que llevan la vida de Dios, los amo, los aprecio,
sé la riqueza que poseen. Tengo toda una familia que alimentar, millares de
habitantes en mí; entonces, sean amables, denles esta vida». Si se
acostumbran a hablarles de este modo a los alimentos, se transformarán en
ustedes no solo en energía físicas, sino también en energías psíquicas,
espirituales, pues habrán sabido comulgar con la naturaleza misma que es la
obra de Dios. Cuando son conscientes de que Dios ha puesto su vida en los
alimentos, al comer son como el sacerdote que bendice el pan y el vino, y
diariamente, en cada comida, reciben la vida divina.
Por cierto, ¿no es dar prueba de mucha estrechez de espíritu, el esperar a ir
a la iglesia o al templo para comulgar? No minimizo el hecho de ir a
recogerse y a orar en un santuario, pero porque comprendo y respeto las
cosas sagradas más que muchos hombres de la Iglesia, los invito a
practicarlas diariamente. Pues sé que viene una época en la que cada quien se
convertirá en un sacerdote ante el Eterno. Es sacerdote quien comprende la
creación de Dios, quien la ama, quien la respeta. Que haya sido o no
ordenado sacerdote, es un sacerdote, Dios mismo lo consagró.
Porque es inexacto afirmar que el sacerdote hace entrar al Cristo en una
hostia y en el vino. No se ayuda a los humanos a tener una mejor
comprensión de la vida espiritual haciéndoles creer que el pan y el vino de la
comunión se transforman realmente en cuerpo y sangre de Cristo. ¿Por qué
querer reducir al Señor encerrándolo en algo material? Él no está a
disposición de nadie, no puede tomársele por la fuerza para encerrarlo en una
hostia y distribuirlo como se quiera. Además, ¿para qué violentarlo cuando
desde el comienzo Él mismo entró voluntariamente en los alimentos? A Él no
le gusta esta violencia; y a menudo, cuando se quiere que esté allí, Él no lo
está.
Exagerando tanto la importancia de la hostia, se menospreció
completamente el asunto del alimento y se olvidó que él puede también
unirnos a Dios. Es tiempo de que abran los ojos y que comprendan que el
alimento es tan sagrado como la hostia, porque es toda la naturaleza, porque
Dios mismo lo preparó con su propia quintaesencia. La Iglesia ha deformado
tanto a los humanos que ya ahora no hay manera de hacerles comprender las
maravillas que Dios ha creado. Lo que ella ha inventado, fabricado, sí, pero
lo que Dios ha creado, no es interesante, ¡ella está por encima! Claro, si se lo
preguntan a los sacerdotes, no les dirán que se consideran superiores a Dios,
pero en la práctica es exactamente como si se pusieran por encima de Él. En
vez de decir: «Respeten la vida, hijos míos, pues todo es sagrado, cada cosa
en la naturaleza es un talismán que Dios preparó para nosotros», pues no,
solo cuenta su negocio: las hostias, los rosarios, las medallas, las estatuas, las
reliquias, los rituales, los dogmas… Lo que Dios ha creado viene después
muy lejos.
No quiero despreciar el papel de los sacerdotes, no quiero despreciar el
valor de la comunión, sino abrir nuevos horizontes para que se vea que la
comunión es un acto no solamente importante sino indispensable, y que
necesitamos comulgar diariamente, varias veces por día. Y puesto que
comemos varias veces por día, tenemos allí numerosas oportunidades para
comulgar, pero con la condición de saber cómo considerar el alimento y de
aprender a comer.
Como acabo de decírselos, este ejercicio debe comenzar ya a la hora de
preparar las comidas. Luego, al sentarse a la mesa, las oraciones, las
bendiciones antes de la comida sirven para influenciar benéficamente el
alimento, a fin de favorecer su asimilación por el organismo. Estas oraciones
no pueden agregarle la menor parcela de vida, pues Dios ya puso la vida en el
alimento por medio de sus servidores: el sol, las estrellas, el aire, el agua, la
tierra. Si fuera posible introducir la vida divina con una simple bendición
humana, ¿por qué no bendecir pedazos de madera, de piedra, de metal para
comerlos? Bendiciendo una piedra, un pedazo de madera o de metal, se
introduce en ellos una especie de vida, claro, pero esta vida no puede
alimentar a los humanos; puede tener otra utilidad, pero no puede servir para
alimentarlos.
«Entonces, dirán ustedes, ¡bendecir la comida no sirve para nada!» Sí, las
palabras y los gestos de bendición la envuelven con emanaciones y fluidos
que la preparan para entrar en armonía con aquellos que deben consumirla;
así, se crea en sus cuerpos sutiles una adaptación que les permite recibir
mejor la riqueza contenida en los alimentos. Pero este asunto de la bendición
del alimento no es clara para muchos. Quienes en el pasado instauraron estas
prácticas eran conscientes de su significado, pero ahora este significado se
perdió. La bendición tiene como función principal domesticar la comida, ya
que es necesario comprender que los alimentos poseen su propia vida y que
sus vibraciones no siempre están acordes con las nuestras. También debemos
magnetizarlos, darles algo de nuestra propia vida para cambiar el movimiento
de las partículas de las que están compuestos y volverlos amigos. En ese
momento, van a abrirse y a verter en nosotros las riquezas que poseen.
Cuando dos personas se encuentran, sus vibraciones son tan diferentes que
no les es siempre fácil armonizarse para comprenderse. Pero el tiempo pasa,
se hacen intercambios entre ellas, una especie de ósmosis, y comienzan a
vibrar al unísono. Pasa lo mismo con la comida; si la comen sin prepararla
psíquicamente, permanecerá como una materia extraña y no actuará de la
misma manera que si ustedes hubieran tratado previamente de entrar en
relación con ella. Antes de comer una fruta, me han visto a menudo
sostenerla en mis manos un momento: es para actuar en el cuerpo etérico de
la fruta pidiéndole que se abra a mí.
E incluso uno puede sonreírle a los alimentos como a una creatura, a un
animal que se quiere domesticar. Pues claro, todo lo que está vivo en la
naturaleza, las piedras, las plantas, los animales, los humanos necesitan sentir
el amor para crear vínculos. Y sucede lo mismo con la comida… e incluso
con los medicamentos. Para que un remedio sea aceptado realmente por su
organismo y actúe eficazmente en él, deben trabajar en su materia etérica.
Esta ley se encuentra en todos los campos de la existencia. Miren solamente
cuando deben ponerse zapatos por primera vez: se sienten apretados,
molestos, los encuentran tiesos, duros, luego, poco a poco, éstos se vuelven
más flexibles, se acostumbran a ustedes, por así decir. Y cuando se instalan
en una habitación nueva o en una casa nueva, al comienzo se sienten
desorientados, el lugar les parece extraño. Pero después de algún tiempo, se
sienten en su casa y son felices de encontrarse allí porque este lugar vibra en
armonía con la vida que llevan.
Es curioso, nadie piensa que hay algo que hacer por la comida. Sin
embargo, antes de llegar a su mesa, pasó por toda clase de lugares, ha sido
manipulada, empacada, transportada, no tiene por lo tanto ningún vínculo con
ustedes, les es extraña. Pero tomen una fruta, sosténganla con respeto,
mírenla con amor: se vuelve su amiga, vibra de otra forma. Es como una flor
que se abre y les da su perfume. El secreto para que la comida se abra está en
calentarla; y el calor es el amor. Por ello, si no les gusta tal o cual alimento,
no lo coman, pues se convierte entonces en un enemigo en su organismo. ¡No
coman nunca lo que no les gusta!
En adelante traten de hacer este ejercicio: antes de comer una fruta,
ténganla en la mano, háblenle amablemente, mentalmente al menos. De este
modo, algo de esta fruta va a transformarse, estará en mejor disposición hacia
ustedes: cuando la coman, comenzará a trabajar por ustedes. Y luego,
agradezcan al Cielo.
Todos los ritos que han sido instituidos por la Iglesia no deben ocultar la
verdadera religión. Con frecuencia, uno se pone las gafitas de una religión, de
una filosofía, de una capilla, y todo lo demás lo deja a la sombra. ¿De qué
sirve pertenecer a una religión, si ella debe ocultarle a los creyentes el
esplendor de lo que Dios ha creado y quitarles las verdaderas posibilidades de
regresar hacia Él? Si les pregunto ahora a los cristianos: «Respecto de todos
estos millares de hombres que desde hace siglos nunca han oído hablar de la
misa, ni de la comunión, sinceramente, ¿qué piensan de su destino? ¿Serán
todos rechazados por Dios?...» ¿Qué responderán? ¡Cuántos no hay en la
tierra que no conocen la comunión de los cristianos! ¿Significa esto que no
pueden comulgar con la Divinidad tan bien como los cristianos?
¿Por qué limitarse de ese modo y querer limitar a los demás? Los humanos
han sentido siempre la necesidad de imponerse sobre los demás, de ejercer
control sobre ellos. Y esto ha ido muy lejos… hasta deformar, mutilar
voluntariamente su cuerpo físico. Todas estas costumbres de vendar los pies,
deformar los cráneos, etc., que se observan en algunas culturas… Sí, en todos
los campos, ha habido gente para querer humillar a los demás física o
psíquicamente. Incluso las religiones se han comportado de ese modo, y en
especial las religiones, manteniendo al pueblo muy abajo, muy lejos de la
comprensión de las verdades espirituales. Jesús decía a los escribas y a los
fariseos: «Más ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque
cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis
vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando».
Entonces, hay que entender ahora la comunión en un sentido más amplio,
más vasto. La comunión es la condición misma de la vida. ¿Cómo debemos
comulgar? De todas las formas. Comenzando con la comida que preparamos
diariamente, pues aunque ésta sea material, está impregnada de la vida del
Creador y por medio de un trabajo con el pensamiento, con la consciencia, se
puede aprender a extraer de ella los elementos más sutiles, a fin de alimentar
nuestra alma y nuestro espíritu.
Y cuando respiramos, cuando dormimos, cuando contemplamos la
naturaleza, las montañas, el mar, el sol, las estrellas… podemos también vivir
estados de consciencia magníficos que son una comunión, la única verdadera
comunión que le da un sentido a la comunión de los cristianos. Tomar la
hostia y el vino no sirve para nada si no se ha aprendido a comulgar con el
Creador de una manera más vasta, más profunda, a través de los actos más
simples de la vida cotidiana: comer, beber, caminar, respirar, mirar, escuchar,
dormir, amar, trabajar.
Ahora, si ustedes prefieren quedarse en las concepciones pobres y
limitadas de la comunión, son libres. Pero un día se verán obligados a
abandonarlas. Si no es hoy, será más tarde, pues el Cielo enviará a otros seres
que les repetirán la misma cosa. La profecía de Jesús debe cumplirse: un día
los humanos adorarán a Dios «en espíritu y en verdad».
IV
La cruz
La cruz cósmica
Los cristianos hicieron de la cruz el símbolo de su religión. Cuando se ve a
alguien llevando en el cuello una cadenita de oro o de plata con una cruz, uno
sabe inmediatamente que se trata de un cristiano. Llevando esta cruz, piensa
en reafirmar su fe y en asegurarse la protección del Cielo puesto que Jesús
murió en la cruz por la salvación de los hombres. Desafortunadamente no, no
basta con una cruz para preservar a los humanos de la debilidad y del pecado.
La cruz de Jesús no puede hacer nada por aquel que no ha tomado ya la
decisión de seguir el camino que él trazó, y que no ha aprendido a llevar la
cruz practicando las virtudes cristianas. Se cuentan toda clase de historias a
propósito de la cruz, que habría hecho huir a los diablos. ¡Imagínense! Solo
en las leyendas la cruz espanta a los demonios. Al diablo no le incomoda ni
siquiera entrar en las iglesias, sí, incluso en aquellas donde se presentan a la
vista de todos las más bellas cruces de oro y de piedras preciosas; no son las
cruces las que lo van a detener. Y en el transcurso de la historia, ¡cuántos
curas, obispos, cardenales e incluso papas que paseaban cruces ante los
feligreses, brindaban en realidad con todos los diablos!
En el espíritu de los cristianos, la cruz está tan ligada a su religión y sobre
todo a la muerte de Jesús, que terminaron por olvidar la extensión y la
universalidad de este símbolo. Por ejemplo, cuando estuve en Quebec, me
contaron que la cruz era, mucho antes de la implantación del cristianismo, un
símbolo muy expandido entre los Indígenas. Cuando los misioneros llegaron,
no aceptaron que pueblos que consideraban paganos, o incluso salvajes,
veneraran una cruz que evidentemente no tenía el mismo significado que en
el cristianismo, y persiguieron a estos desafortunados Indígenas hasta que
renunciaran a su cruz. ¡Qué ignorancia, qué estrechez de visión!
Esquemáticamente, la cruz representa entonces dos fuerzas, dos
direcciones opuestas que se encuentran para producir la unión de los dos
principios masculino (línea vertical) y femenino (línea horizontal). Antes de
cualquier otra cosa la cruz es un símbolo de la unión de los dos principios, y
por ello es un símbolo universal que se encuentra en las civilizaciones y
religiones más antiguas: en Mesopotamia, en Egipto, en China, en India, etc.
¿Dónde nació este símbolo? ¿Quién lo inventó? Nadie lo inventó, existe ya
en la naturaleza. Miren solamente los movimientos del agua y del fuego: el
agua que corre se desliza y se expande siguiendo el plano horizontal;
mientras que el fuego se eleva y toma la dirección vertical. El fuego, la línea
vertical, y el agua, la línea horizontal, son una expresión de los dos principios
masculino y femenino, positivo y negativo13. Y entender la cruz, es por tanto
saber poner en acción lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo.
Ustedes dirán: «Pero ¿cómo ponerlos en acción? Y ¿es tan importante?» Tan
importante como saber cómo utilizar el agua y el fuego. Reflexionen sobre
todo lo que se puede hacer sabiendo utilizar el agua y el fuego. Imaginen que
no lo supieran: ¡de cuántas posibilidades se habrían privado! Ni siquiera
podrían hacer su café en la mañana…
La cruz representa entonces los dos principios masculino y femenino que
se encuentran para trabajar juntos en el universo, pero también en el hombre
mismo. El trabajo se hace a partir de un centro: el punto de intersección de las
dos líneas de la cruz. Este centro reúne las fuerzas, las mantiene unidas; sin él
todo se dispersaría apenas la cruz comenzara a girar. Pues la cruz gira;
girando, sus líneas dibujan un círculo, y el círculo simbólicamente representa
al sol. Entre más intenso sea el movimiento, más luminoso se vuelve el sol.
El sol reúne a los dos principios, es la cruz en movimiento.
La unión de los principios crea el movimiento. Y justamente, ¿qué es una
rueda? Una cruz en movimiento. La cruz formada por una vertical y una
horizontal es estática, y aquella formada por dos oblicuas es una cruz en
movimiento. La primera letra del alfabeto hebraico Aleph es entonces una
representación de la cruz en actividad: las líneas inclinadas indican que el
equilibrio está roto para permitir la acción. Aleph, el «primer nacido de
Dios», es el Cristo que está sin cesar en actividad en el universo. Y la cruz,
que también es Aleph, está ella misma por lo tanto asociada a la idea de esta
actividad. Por ello, cuando Jesús decía: «Mi Padre trabaja y yo también
trabajo con él», quería subrayar que su actividad, como la actividad del
Creador, nunca se detiene.
Tenemos la costumbre de definir el espacio con los cuatro puntos
cardinales. Ahora bien, ¿qué son los cuatro puntos cardinales sino una cruz?
Cuando un Iniciado debe comenzar un trabajo, gira sucesivamente hacia cada
una de las cuatro direcciones del espacio: dibuja así una cruz para señalar que
su espíritu va a entrar en actividad. Cada uno de los puntos cardinales está
presidido por un arcángel: al este Miguel, al oeste Gabriel, al norte Uriel y al
sur Rafael. Porque el Iniciado entiende la cruz viva, todas las entidades
luminosas responden a su llamado y vienen a participar en su trabajo14. Este
rito de girar hacia los cuatro puntos cardinales se perpetúa en la religión
cristiana bajo la forma de la «señal de la cruz». Cuando el cristiano, llevando
su mano derecha sucesivamente a la frente, al plexo solar, al hombro
izquierdo y al hombro derecho (o inversamente: al hombro derecho y luego al
hombro izquierdo), pronuncia: «En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, Amén», entra en contacto con las cuatro direcciones del
espacio. El espacio es la materia en la cual debe trabajar con su pensamiento,
con su amor.
Pues ¿qué es la materia sino los cuatro elementos (la tierra, el agua, el aire
y el fuego) en los cuales nuestro espíritu debe ejercer su actividad? Si se
estudia el Zodiaco, que es una representación del espacio, uno constata que
las 12 constelaciones se reparten en tres cruces. Son los ejes de Aries-Libra y
Cáncer-Capricornio; Leo-Acuario y Escorpión-Tauro; Sagitario-Géminis y
Piscis-Virgo15. Y en cada una de estas cruces se vuelven a encontrar los
cuatro elementos.
Tomemos la primera de estas cruces: Aries-Libra y Cáncer-Capricornio.
El eje Aries (signo de fuego) – Libra (signo de aire) representa el principio
masculino, mientras que el eje Cáncer (signo de agua) – Capricornio (signo
de tierra) representa el principio femenino. Y es igual para las dos otras
cruces formadas por los ejes de Leo (fuego) – Acuario (aire) y Escorpión
(agua) – Tauro (tierra); Sagitario (fuego) – Géminis (aire) y Piscis (agua) Virgo (tierra).
En cuanto al Árbol sefirótico, el Árbol de la Vida, que es otra
representación del universo, su estructura puede ser asimilada también a la de
una cruz.
El universo entero, el macrocosmos, es una cruz. Y el hombre, cuando
extiende sus brazos, es también una cruz, pues representa el microcosmos en
el macrocosmos. La cruz cósmica esta formada por dos líneas iguales, pero se
encuentran muchas variantes. La línea vertical puede ser más larga, lo que
significa que el elemento masculino está más desarrollado que el elemento
femenino. Respecto a la línea horizontal, puede ser también doble o triple.
Pero es interesante notar que no se encuentra nunca una línea vertical doble,
porque solo la materia, el principio femenino, es múltiple; el espíritu, el
principio masculino, simbolizado por la verticalidad, es siempre uno.
En algunas representaciones de la cruz aparece un cordero en el centro, o
bien, inversamente, un cordero lleva una cruz. Esto significa que en el origen,
el Cristo, el Cordero divino se ofreció en sacrificio a fin de que el universo,
una vez creado, pudiera perpetuarse. Ya que solo el sacrificio produce una
fuerza capaz de unir a todas las partículas del universo entre ellas. Esta fuerza
es el amor. El Cristo es el espíritu cósmico del amor que atrae, acerca,
sostiene. Es él quien fue puesto como base de la creación, y la sangre del
cordero inmolado es el símbolo de este fluido que debe impregnar la materia.
Es el lazo, el cimiento que impide que el universo se disloque. En todas
partes, en las piedras, en las estrellas, este amor sostiene la estructura. Si el
amor desaparece, nuestro cuerpo mismo comenzará a desagregarse. Pues la
fuerza del amor une todas las células.
El Cristo, el Hijo de Dios, es entonces el Cordero que debió ser sacrificado
antes de la creación del mundo. Pero esta idea tampoco es propia del
cristianismo únicamente. En el pasado, y aún en nuestros días en ciertos
países, cuando se quiere construir una casa, un puente, un monumento, se
acostumbra a rociar las bases con la sangre de un cordero. Esta tradición debe
hacerles recordar a todos que al comienzo fue necesario el sacrificio de un ser
vivo para que el universo se edificara sobre bases sólidas16. Y ¿por qué creen
ustedes que las iglesias cristianas están edificadas sobre una base en forma de
cruz?... En realidad esta idea del sacrificio sobrepasa el campo de la religión,
pues es gracias a esta fuerza de cohesión también que las familias, las
sociedades, las naciones, todas las colectividades pueden subsistir. Sin los
sacrificios que los humanos hacen los unos por los otros, sin los
renunciamientos consentidos por todos, ninguna vida colectiva sería ya
posible.
Si quieren que una creación sea duradera, pongan en la base el amor, el
sacrificio, el Cristo. Evidentemente, la idea de un dios que se sacrifica es
difícil de comprender para muchos, no es la que generalmente se hacen de la
Divinidad. Para ellos, un dios debe ser fuerte, poderoso, cruel incluso, y
exigir para alimentarse carne y sangre de otras creaturas. Semejantes
ejemplos se encuentran en la religión de los Cartaginenses con el dios
Moloch, en la de los Aztecas, etc. Y ¡cuántos, incluso actualmente, negando
su compasión y su amor a los seres más débiles y desheredados, repiten en
cierta forma los actos de las religiones bárbaras! ¿Pero qué significa este
culto a la fuerza? No es fuerza verdadera sino aquella del espíritu, y esta
fuerza del espíritu le da a los seres la capacidad de sacrificarse17. No
encontrarán en ninguna parte en el universo un acto que supere al sacrificio.
Es el Omega, la última letra, no hay ninguna otra. Muriendo en la cruz, Jesús
vino para pronunciar esta última letra. Otros vendrán después de él para
continuar su obra, pero no agregarán nada que pueda superar al sacrificio; el
sacrificio seguirá siendo el acto más sublime por la eternidad. Por ello, no
debe asociarse el sacrificio con la idea de muerte sino con aquella de vida, la
vida del espíritu.
Esta idea del sacrificio, que engendra y mantiene la vida, se le encuentra
expresada también en el símbolo de la fraternidad espiritual de los
Rosacruces: una rosa roja en el centro de una cruz. Esta rosa representa el
corazón, el chacra del corazón perfectamente desarrollado en el hombre y
considerado como la cruz sublimada. Pues así como la cruz tiene cuatro
líneas, el corazón tiene cuatro cavidades y se pueden establecer relaciones
entre el corazón y la cruz. Dirán que nuestro corazón no está en el centro del
cuerpo… Es verdad, pero los símbolos no se ocupan de estos detalles.
Físicamente, el corazón no está en el centro, pero por su importancia, porque
representa al sol en nosotros, ocupa un lugar central.
Por medio del amor desinteresado, el amor espiritual, el hombre desarrolla
el chacra del corazón cuyo color y perfume son los de la rosa. La rosacruz es
entonces el símbolo del Iniciado que, gracias al trabajo que ha realizado en él
mismo, logró desarrollar en él el amor del Cristo, el amor divino, el amor que
vivifica y transforma la materia. Ser un adepto de la rosacruz significa que
uno estudia todos los secretos vinculados a la cruz, e igualmente aquellos de
la rosa abierta en el centro de la cruz. La rosa en la cruz es el ser perfecto que
posee el conocimiento de todos los elementos de los que está constituido y de
sus relaciones con el universo, y que es capaz también de hacer brotar y fluir
el amor de Cristo. Quien avanza por este camino crístico se convierte en un
Rosacruz, aun si no está inscrito en los registros de esta sociedad.
Se puede también relacionar el símbolo de la rosacruz con el de la copa
del Grial, el vaso de esmeralda que contiene la sangre de Cristo18. Sí, la copa
que debe ser llenada con esta quintaesencia divina, la sangre de Cristo, no es
otra que el ser humano. Gracias a su trabajo de purificación, permite que la
sangre de Cristo se vierta en él. Y él es también la cruz, porque la cruz como
la copa, es siempre el hombre, y en esta cruz debe abrirse la rosa: la vida y el
amor del Cristo.
La cruz del destino
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y
sígame», decía Jesús. Y desde hace dos mil años que estas palabras se
comentan, ¿cuántos han sabido interpretarlas? ¿De qué cruz hablaba Jesús?
¿Se trata de llevar una cruz por las calles de la ciudad el Viernes santo, como
en ciertos países?... En realidad, cada ser, desde su nacimiento, lleva una
cruz, la cruz de su destino. De alguien que tiene que sufrir grandes pruebas,
se dice que lleva su cruz; pero en realidad todo hombre tiene su destino
inscrito en una cruz.
Como ya se los he dicho (ver gráfica), en el Zodiaco se perciben tres
cruces, cada una formada por el cruce de dos ejes perpendiculares: los ejes
Aries-Libra y Cáncer-Capricornio; los ejes Tauro-Escorpión y Leo-Acuario;
los ejes Géminis-Sagitario y Virgo-Piscis. Y cada ser que viene a la tierra
tiene en su tema de nacimiento una cruz especial formada por los cuatro
puntos cardinales que determinan su destino: el Ascendente y el Descendente
de una parte, la Mitad del Cielo y el Fondo del Cielo de la otra. Según los
signos del zodiaco donde se ubican las líneas de esta cruz, se enfrentará a tal
o cual problema por resolver.
Cuando Jesús hablaba de llevar su cruz, no quería hablar de una cruz
exterior, material, sino de una cruz que nos fabricamos nosotros mismos.
¿Por qué? Porque nuestro horóscopo no es más que una indicación de
obstáculos, de dificultades que tendremos que superar, de sufrimientos que
tendremos que padecer. Y debemos aceptarlos, ya que nos fueron dados por
Seres superiores que actuaron con justicia. Ésa es nuestra cruz.
Hay que aceptar el juicio de estos Seres superiores y en vez de quejarnos y
de rebelarnos, diariamente debemos decirnos: «Si tengo ahora tal problema
por resolver, es porque en una encarnación pasada, no supe encontrar la
solución, o bien fui perezoso y lo dejé a un lado. Pero el Cielo, que quiere
que yo evolucione, me presenta nuevamente este problema para que aprenda
bien la lección. En adelante, tomaré voluntariamente mi cruz, y seguiré a
Jesús, mi Maestro». No sirve de nada sublevarse o querer escapar. Cuando un
prisionero se rebela lanzando injurias o cometiendo actos violentos, se le
castiga. Si se evade de la cárcel, se le captura de nuevo y se le coloca en un
sitio donde será todavía mejor vigilado. No se trata de decir si está bien o
mal, es así, y quiero simplemente mostrar con ello que lo que ocurre en la
tierra no es más que un reflejo de lo que pasa en el mundo invisible. Si nos
rebelamos y nos negamos a aceptar el destino que nos fue dado según las
leyes de la justicia divina, sufriremos más: la justicia vendrá y nos obligará a
tomar nuevamente la cruz, como el prisionero a quien se le encarcela de
nuevo entre las cuatro paredes de su celda.
Ustedes dirán: «¿Pero hasta cuándo tendremos que permanecer en esta
cárcel?» En otro pasaje de los Evangelios, donde Jesús anuncia las
tribulaciones que vendrían, dice: «El que esté en el techo no baje a recoger
las cosas de su casa». ¿Qué quiere decir esta frase? ¿Por qué no hay que
bajar del techo? ¿Se está tan seguro en el techo? No, ciertamente no, pero el
techo de la casa es aquí también un símbolo, y vamos a ver de qué forma
podemos interpretarlo.
En líneas generales este esquema representa una casa.
Esta casa está compuesta por un cuadrado y por un triángulo reunidos. En
el lenguaje de los símbolos, el triángulo representa al espíritu, y el cuadrado a
la materia. Ya que el 3 es el número de los principios: luz, calor y vida que
expresan la Trinidad divina; y el 4 es el número de los elementos que
constituyen la materia: tierra, agua, aire y fuego. Entonces, cuando Jesús
dice: «Que el que esté en el techo no baje», quiere decir que para escapar a
las adversidades, a los sufrimientos, no hay que bajar a la materia, sino subir
hasta el mundo del espíritu y quedarse allí.
Observemos ahora este esquema de la casa en el espacio de tres
dimensiones.
Luego desarrollemos los volúmenes, el cuerpo de la casa de una parte, y el
techo de la otra.
Notarán que los dos volúmenes desarrollados dan lugar a dos cruces
diferentes: la primera se llama cruz latina, y la segunda cruz de Malta. Estos
dos volúmenes y por tanto estas dos cruces se encuentran también en la
arquitectura de las pirámides de Egipto. Una pirámide es un monumento de
base cuadrangular sobre la que reposan cuatro caras triangulares. Se puede
entonces afirmar que una de las cruces está bajo tierra y la otra por encima
del piso. No es por azar que los Iniciados egipcios escogieron dar esta forma
a la pirámide. El cubo – que está compuesto por seis cuadrados- representa la
cruz de la materia que encarcela, y los cuatro triángulos la cruz del espíritu
que libera. La primera cruz es la expresión de la justicia, y la segunda la
expresión de la gracia.
Volvamos ahora al ejemplo del prisionero. El que no solamente no se
rebela y no trata de huir, sino que manifiesta la paciencia, la bondad, el deseo
de ser mejor, atrae la atención de sus guardias que dicen: «Pero este hombre,
su conducta es ejemplar, ejerce una buena influencia en los demás detenidos,
rebajémosle su pena». Le rebajan entonces la sanción, y algunas veces
incluso lo liberan completamente, otorgándole la gracia.
Esto puede también ocurrir en la vida de cada uno de nosotros. Incluso si
está predestinado a sufrir, el que trabaja según las leyes del espíritu atrae la
atención de los Jueces celestes que le rebajan la pena19. En ese sentido, cada
uno es maestro de su destino. Lleva siempre su cruz, pero en vez de ser
aplastado por ella, sabiendo soportar las dificultades hace de ellas un medio
de liberación y de salvación. ¿Han notado que muchas cruces que les son
otorgadas a algunas personas para recompensarlas por sus méritos tienen
justamente la forma de una cruz de Malta? Pues sí, ven, inconscientemente
los humanos trabajan según las leyes de la Naturaleza. Cada símbolo
utilizado en una sociedad, cada forma arquitectónica corresponde a una cierta
evolución de la filosofía, de los conocimientos y de las mentalidades. Si se
sabe interpretar estas diferentes formas, se descubrirán las tendencias que se
esconden detrás.
Cuando Jesús hablaba de la cruz, no pensaba en cualquier cruz de madera
o de metal, sino en la cruz del destino que está inscrita en el cielo de
nacimiento de todos los seres. Esta cruz, no hay que dejarse aplastar por ella,
ni intentar deshacerse de ella, sino llevarla conscientemente. Y por ello, Jesús
dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…» ¿Qué es
este «a sí mismo?» Es su yo inferior, que no para de aconsejarle que busque
las facilidades, los placeres, que huya de sus responsabilidades, en resumen,
que lo lleva a hundirse en la materia. Ahora bien, quien busca escaparse del
esfuerzo demuestra que no conoce las severas leyes que rigen el destino y se
encontrará siempre con mayores dificultades y tendrá que redoblar la pena
para liberarse. La Justicia celeste le dirá: «No has querido aprender la lección,
no has querido resolver tus problemas cuando tenías buenas condiciones.
Pues bien, ahora he aquí nuevamente los mismos problemas. ¡No tienes tan
buenas condiciones para resolverlos, tanto peor para ti! Trata ahora de ser
razonable, sino será peor aún…»
No huyan de las dificultades, busquen por el contrario si han comprendido
bien su sentido y hagan lo que sea necesario para superarlas. Cuando hayan
triunfado, podrán ir donde sea con plena tranquilidad, incluso al Infierno,
como Jesús después de su muerte… Pues los ángeles preparan el camino para
quienes han cumplido los deberes que les imponía la cruz de su destino. Lo
más frecuente es que lo que parece fácil a primera vista sea en realidad
extremamente difícil y a la inversa. Por consiguiente, escojan el camino más
difícil, acepten llevar su cruz y no se lamenten más diariamente ante los
demás. Por el contrario, digan: «Es nuestra tarea, es el problema por resolver,
es una ciencia por conocer. Resolveremos este asunto con la sabiduría, el
amor y la pureza». Y el Señor enviará a sus ángeles para aligerar sus pruebas.
Pero si escogen la ruta fácil, tendrán también por compañía ángeles,
ciertamente, pero de otra naturaleza, pues entre los ángeles hay también
¡agentes de policía, alguaciles, guardias de prisión!
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y
sígame». El discípulo se servirá de la cruz para construir la base de su casa,
sin satisfacer las exigencias de su yo inferior. Y su Yo superior, su verdadero
Yo irá a vivir «en el techo» de la casa, que también es una cruz, pero la cruz
del mérito, de la gracia. Desde allá arriba, verá la salida del sol, contemplará
los astros, leerá las leyes y las prescripciones de la Inteligencia cósmica. El
símbolo de la cruz representa la síntesis de todas las experiencias felices o
infelices que el discípulo tiene que vivir para sacar lecciones y progresar. Si
la cruz no fuera necesaria en la vida del discípulo, Jesús habría dicho
simplemente: «Vamos, dejen su cruz y síganme, pues el camino es largo, y
para poder caminar mucho tiempo, tienen que estar liberados de toda carga».
Pero Jesús dijo: «Toma tu cruz, y sígueme», pues es tomando su cruz que el
hombre se libera20.
Entonces, ven, los cristianos que hicieron de la cruz el símbolo de su
religión y que la llevan como una joya alrededor del cuello están lejos aún de
imaginarse la riqueza, la profundidad y el sentido iniciático de la verdadera
cruz.
«Veuzkresvané»: salir de la cruz
Haciendo de la cruz el símbolo de su religión los cristianos pusieron el
acento particularmente en la crucifixión de Jesús. Claro, es sano identificarse
con la pasión y la muerte de Jesús para comprender la grandeza de su
sacrificio. Algunos místicos sintieron tan intensamente el horror de su
suplicio que aparecieron estigmas en su cuerpo: eran seres excepcionales,
capaces de una abnegación tal e impulsados por un amor tal por Jesús que
pudieron revivir sus sufrimientos tal y como están registrados en los archivos
del universo. Pues existe una biblioteca cósmica, los registros Akáshicos,
donde los acontecimientos de la vida de los grandes Maestros son inscritos y
permanecen a disposición de aquellos que quieren conocerlos y que son
dignos de llegar hasta allá.
Todo lo dramático o también lo feliz, luminoso, inspirador que los grandes
Maestros, los mensajeros del Cielo, han vivido, pertenece a todas las almas
humanas que sienten amor por ellos. Algunos desean revivir los
acontecimientos oscuros y dolorosos de su vida; que lo hagan, es una actitud
generosa, se identifican con su sacrificio por la salvación del género humano.
Pero quienes ya han atravesado muchas veces por estos sufrimientos no
experimentan más la necesidad de revivir la crucifixión de Jesús.
La verdad es que el símbolo de la cruz expandido a través de la cristiandad
no ha sido aún completamente entendido: no se ve en él sino a un Jesús débil,
moribundo, víctima ridiculizada por los hombres. En todas las iglesias, los
feligreses contemplan el crucifijo, pero no deben olvidar unirse al otro
aspecto de este símbolo, que es más poderoso, más saludable: la gloria del
Cristo resucitado, el Cristo saliendo de la cruz, victorioso de la cruz.
Jesús murió por el viejo mundo, por todos aquellos que tienen deudas que
pagar, errores que enmendar. Desafortunadamente, hay que reconocer que
esto ya no impresiona tanto a la gente. ¡Cuántas personas sin luz, sin
consciencia, no se sienten concernidas con el hecho de que Jesús se haya
sacrificado por ellas, hace dos mil años, muriendo en la cruz! Esta muerte no
representa algo sino para quienes, siendo conscientes de sus imperfecciones,
han sufrido mucho ya y sufren todavía. Pero aquéllos deben concentrarse en
la resurrección; deben procurar resucitar y no sufrir más. El sufrimiento no es
un fin en sí mismo. Jesús sufrió, es claro, pero después resucitó. Y ¿qué
significa resucitar? En ruso, resurrección se dice «voskressénié», y en búlgaro
«veuzkressénié», lo cual significa: salir de la cruz. ¿Cómo explicar esta
etimología?
La cruz es el crisol de los alquimistas, como lo revela la etimología: la
palabra «crisol» viene de la palabra cruz. La alquimia es un trabajo de
transformación de la materia21. En el crisol, el alquimista coloca la materia
prima que comienza por morir y podrirse; esta operación corresponde al color
negro. Luego, la materia de disuelve y se purifica: se vuelve blanca. A
renglón seguido, se produce la destilación y la conjunción, y la materia pasa
al rojo. Finalmente, opera la sublimación, el color dorado. Estas operaciones
deben ser interpretadas como diferentes etapas de la vida interior, pues el
trabajo que realiza el alquimista en la materia en el crisol es realmente el
equivalente del trabajo espiritual que el discípulo debe realizar en su propia
materia, en ese crisol que es su cuerpo. Cada vez que el espíritu desciende a
encarnarse en un cuerpo humano, el misterio de la muerte de Cristo en la cruz
se repite. La materia, síntesis de los cuatro elementos, es la cruz en la cual el
espíritu del Cristo no cesa de sacrificarse.
Cuando la materia alquímica «resucitada» sale del crisol, se ha
transformado en oro. Y del mismo modo sale el hombre resucitado de la cruz,
esta cruz que corresponde en el plano psíquico a los cuatro elementos tierra,
agua, aire y fuego, que debe aprender a controlar, purificar y transformar en
él22. Y esta transformación no puede hacerse sino pasando por la muerte, no
la muerte física sino aquella de la que Jesús hablaba cuando decía: «Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da
mucho fruto». Esta frase puede ser considerada como un resumen del trabajo
alquímico23.
En la nueva vida que Cristo nos propone, no se recomienda demorarse en
el suplicio de la cruz, pues el Cristo se manifiesta también como belleza,
grandeza, dicha. Estén tranquilos, Jesús no se ofenderá por que no se queden
amarrados a su suplicio. Él quiere hombres nuevos que se concentren en la
luz, en la gloria de Cristo. ¡Qué bella era esta luz, cuando Jesús se transfiguró
sobre el monte Tabor ante sus discípulos! Su rostro resplandecía como el sol.
Un nubarrón luminoso los cubría a todos y una voz se hizo escuchar a través
del nubarrón con estas palabras: «¡Este es mi hijo amado, en quien tengo
todas mis complacencias: escúchenlo!»
En la nueva cultura, este pensamiento acerca de la gloria del Cristo
alimentará nuestra vida interior. Dios se alegrará viendo que dejamos de
preferir el sufrimiento y la muerte, de abrazar la polvareda y de arrodillarnos
ante las tumbas, pues Él nos tiene previsto un destino más grandioso. Y si
existen muertos de los que hay que ocuparse, no son los que están en el
cementerio, sino aquellos que están enterrados en nuestra materia psíquica:
nuestros instintos primitivos, nuestras concepciones erróneas. ¡Éstos son los
muertos que hay que buscar para acabar con ellos!
Pero transportémonos un instante con el pensamiento a la época de la
pasión de Jesús, a estos acontecimientos formidables en el transcurso de los
cuales una chispa descendió a la materia para darle un nuevo impulso. Jesús
no encontró en su tiempo condiciones favorables para manifestar plenamente
su saber y su poder. Es lo que el Maestro Peter Deunov expresó un día
diciendo: «En el pasado Cristo era pequeño, por eso se le crucificó. Pero
ahora, cuando venga, no podrá ya ser crucificado, puesto que no habrá árbol
lo suficientemente grande para levantarle una cruz. Alegrémonos entonces
porque el Cristo se haya vuelto tan grande, tan poderoso, pues ya no habrá
cruz para él». ¿Se molestarán quizás con esta idea que Jesús fue crucificado
porque era pequeño? El que dijo: «Yo soy la luz del mundo… Yo soy la
resurrección y la vida… Mi Padre trabaja y yo también trabajo con Él…» no
podía ser pequeño. Es cierto, pero se los voy a explicar.
Pensemos en un niño que acaba de nacer. El espíritu que se encarnó en él
¿es pequeño? No, es grande, poderoso, pero el cuerpo en el cual se introdujo
es el de un bebé, tanto que le es difícil penetrarlo, instalarse allí para
manifestar todas sus posibilidades. Del mismo modo, cuando el espíritu de
Cristo descendió en la tierra, era grande, tan grande como siempre lo ha sido.
Su cuerpo era el pequeño, es decir, quienes lo rodeaban no pudieron dejarse
penetrar por él con la suficiente profundidad. A causa de esta insuficiencia,
de esta debilidad de los miembros del cuerpo de Cristo, incapaces de recibir y
de realizar su grandeza, su poder, su inmensidad, Jesús pudo ser crucificado.
Claro, la multitud gritaba: «¡Hosanna!» cuando entró en Jerusalén, pero
cuando fue capturado, en el jardín de Getsemaní, incluso sus discípulos lo
abandonaron. Es pues en sus discípulos que Jesús no pudo tener poder, en
ellos era pequeño y no podía por tanto enfrentar a los demás, mucho más
numerosos, decididos a destruirlo.
Ahora, a través de los siglos, el espíritu del Cristo se ha extendido poco a
poco en el mundo entero. Ya no puede crucificársele porque está encarnado
en un cuerpo inmenso, abrigado en los corazones y las inteligencias de
millones de seres. No se le puede crucificar en todos. Sí, es ello una forma de
encarnación que es preciso comprender. Para trabajar en la humanidad un
gran Maestro necesita un cuerpo colectivo. Algunos de sus discípulos son los
ojos, las orejas o la boca de este organismo, algunos otros el cerebro, el
corazón, el estómago, los pulmones, los brazos, las piernas… Mientras no
pueda animar este cuerpo colectivo, el Maestro es pequeño. A través de un
cuerpo estropeado, animal, grosero, el espíritu experimenta grandes
dificultades para expresarse como amor, sabiduría y belleza.
El espíritu de un Maestro hace pues esfuerzos para encarnarse no
solamente en su propio cuerpo físico, sino también en el cuerpo colectivo de
una comunidad espiritual, a fin de que ella no cese de desarrollarse en la luz.
Pero este cuerpo colectivo debe a cambio hacer los mismos esfuerzos para
ayudar al espíritu del Maestro a encarnarse y manifestarse en él. Por ello, en
vez de permanecer fijado en el cuerpo de Jesús clavado en una cruz, un
cristiano debe tener como única preocupación prepararse para convertirse en
una parcela purificada y luminosa de este cuerpo colectivo que el espíritu del
Cristo trabaja en animar. Hace dos mil años Jesús murió crucificado, es un
hecho, no hay nada que hacer al respecto; pero nos corresponde ahora a
nosotros reforzar el cuerpo del Cristo para que su espíritu siga trabajando
poderosamente en el mundo.
1 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XII: «La Iglesia esotérica de san
Juan».
2 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. X: «La galvanoplastia espiritual».
3 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIV: «Solo se encuentra a los seres en el
espíritu».
4 Cf. Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227, «armonizar los fines y los medios».
5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, primera parte: «La pureza en los tres mundos».
6 Op. cit., tercera parte: «Cómo lavarse».
7 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XV: «El agua, médium universal».
8 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. III: «Melquisedec y la enseñanza de los dos
principios».
9 Cf. El segundo nacimiento, Obras Completas, t. 1, cap. V: «El amor escondido en la boca».
10 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. IV: «El matrimonio, símbolo
universal».
11 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. IX: «Fórmulas para pronunciar a la
salida del sol»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. X: «El modelo solar».
12 Cf. Hrani yoga, Obras Completas, t. 16, cap. XVIII.
13 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. I: «El agua y el fuego, principios
de la creación».
14 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XVII: «La fiestas cardinales».
15 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. V: «Los ejes Aries-Libra y
Tauro-Escorpión»; cap. VI: «El eje Virgo-Piscis»; cap. VII: «El eje Leo-Acuario».
16 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. IX: «El sacrificio».
17 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. VII: «La fuerza del espíritu».
18 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXIV: «La copa del Grial».
19 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XII: «El espíritu está por encima de las
leyes del destino».
20 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VIII: «La reencarnación»,
segunda parte.
21 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. IX: «El rojo y el blanco».
22 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. V: «La resurrección y el
juicio final»; cap. VI: «El cuerpo de la resurrección».
23 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. II: «Si no morís no viviréis».
3
La magia divina
I
La difusión de las ciencias ocultas y sus peligros
La Iniciación es un trabajo en uno mismo, un trabajo sin interrupción de
organización interior, de purificación, de autocontrol. Ahora bien, lo que
ocurre actualmente, este interés que se observa cada vez más en las obras de
las ciencias llamadas esotéricas u ocultas es más bien inquietante. Ya que no
refleja la necesidad de una verdadera espiritualidad, sino el deseo de
sumergirse en un campo desconocido, misterioso y de obtener por este medio
todas las ventajas materiales que generalmente uno no debe adquirir sino
gracias a sus cualidades, sus facultades, su trabajo. De hecho, se ven los
resultados: estos libros no hacen a las personas más sabias, ni más
equilibradas, ni siquiera más felices; al contrario, liberan en ellas fuerzas
oscuras, embrollan sus ideas y las llevan a librarse a prácticas que las hacen
víctimas de entidades inferiores.
Durante siglos la Iglesia ha combatido, y sin razón, la tradición iniciática.
Pero lo que se está produciendo ahora es aún peor. Si los Iniciados del pasado
tenían por precepto: «callarse», es porque sabían que los secretos de la
Ciencia iniciática podían convertirse en armas muy peligrosas en las manos
de gente que no estaba preparada para recibirlos. Los humanos están hechos
así: sea lo que sea que se les revele, incluso las verdades más sagradas,
tratarán de ponerlas al servicio de sus intereses más egoístas; todo lo que se
les da por su bien, por su salvación, lo corrompen y lo utilizan en realidad
para su ruina y la de los demás.
Lo más frecuente es que la naturaleza inferior se manifieste en los
humanos y los empuje a sacarle provecho a todos los medios que les caen en
sus manos. ¿Estos medios les han sido dados por la ciencia y la técnica? Muy
bien, los utilizan. Y si les son proporcionados por el ocultismo, ¡está muy
bien también! Algunos son materialistas convencidos, pero apenas descubren
en el ocultismo o en las ciencias llamadas «parapsíquicas» un medio para
alcanzar sus fines, se dicen: «Ensayemos, ya veremos», y no dudan en
intentar todas las experiencias.
Los humanos tienen deseos, necesidades… ¡eso sí, los deseos y las
necesidades no faltan! Lo que les falta es inteligencia, paciencia,
perseverancia, para conseguir lo que desean. Procuran llegar siempre más
rápido empleando los medios más fáciles. Y si creen que con la magia lo
lograrán, ¿por qué no? Algunos están listos a ensayar lo que sea, nada los
detiene.
A esto se agrega que para los editores es igualmente ¡una oportunidad de
hacer buenos negocios! Desde hace algunos años, se han puesto de nuevo a
publicar obras sobre el ocultismo, y ¿qué contienen estas obras? Fórmulas
para imponerse, para enriquecerse, para derrotar a los competidores, para
obtener el amor de los hombres o de las mujeres contra su voluntad, para
provocar la ruina, la enfermedad o la muerte de quienes se consideran como
rivales, etc. Y algunas de estas fórmulas son realmente repugnantes. Sin
hablar de las invocaciones a las fuerzas infernales. Pero no quiero hablar de
esto. Lo que es muy grave, es que cada vez más personas se interesan por
estas prácticas, y desgraciadamente para ellas, ¡a menudo tienen éxito! ¿Por
qué? Porque sus pasiones, su codicia y la obstinación que ponen para
satisfacerlas sirven de cebo a los espíritus infernales; logran de ese modo
atraerlos y utilizarlos para sus empresas criminales.
Uno no se percata suficientemente del peligro que estas prácticas
representan. ¡Qué responsabilidad para los autores y los editores de estos
libros! No piensan sino en ganar dinero, y se abstienen de explicarles en
detalle a los lectores los riesgos que corren aplicando sus fórmulas. ¡Les da lo
mismo que los demás se pierdan por su culpa! Ponen los medios para
satisfacer toda su codicia al alcance de gente que nunca aprendió a dominar
sus instintos, ¿cómo esperar que ésta sabrá resistir? ¡Es tan tentador ver todos
sus deseos satisfechos! Se sabe que los humanos son débiles, y es criminal
querer aprovecharse de sus debilidades. Se observa ya lo que ocurre con el
tabaco, el alcohol, la droga: ¡cuántas personas son completamente
conscientes de los peligros que estos productos representan para su salud
física y psíquica, y sin embargo, no pueden vencer esta necesidad de beber,
de fumar o de drogarse! Ocurre lo mismo con las prácticas mágicas: se le
proporciona a gente débil los medios que, bajo la influencia de un deseo, de
una pasión descontrolada, empleará para la perdición de los demás y la suya
propia. E incluso si no tienen éxito, ¡qué estragos va a producir todo esto en
su vida psíquica!
Los autores y los editores de libros de magia deben saber que tienen una
pesada responsabilidad y que un día la Justicia divina les pedirá cuentas. No
se tiene el derecho de arrastrar a los humanos hacia las regiones infernales, no
se tiene sino el derecho de llevarlas hacia el Cielo. Ustedes dirán: «¿Pero
todas las prácticas mágicas nos arrastran necesariamente hacia el infierno?»
No, claro que no, pero con la condición de estar instruido acerca de lo que
realmente es la magia y de las precauciones que hay que tomar para
convertirse únicamente en el instrumento de entidades luminosas.
Durante siglos, la Iglesia ha combatido entonces la Ciencia iniciática y las
prácticas mágicas también. Pues bien, en vez de poner tanto empeño en
combatirlas, habría valido más la pena que esclareciera a los humanos,
enseñándoles a diferenciar la magia blanca de la magia negra. Ya que ella
misma practica la magia. Pues claro, ¡cuántos ritos, incluso en la religión
cristiana, no son en realidad más que ritos mágicos! ¿Qué es la misa? Una
ceremonia mágica en el transcurso de la cual el pan y el vino son
transformados simbólicamente en cuerpo y sangre del Cristo. Y la mejor
prueba del carácter mágico de la misa es que desde hace siglos los adeptos de
los cultos satánicos celebran «misas negras», invirtiendo el simbolismo de
esta ceremonia. ¿Cómo es que el mal se muestra tan a menudo más
inteligente que el bien? Pues sí, mientras que tantos «buenos cristianos»
asisten inconscientemente a la misa y se enfadarían incluso si se les dijera
que participan en un rito mágico, magos negros que conocen su poder se
inspiran en este ritual para hacer el mal. Entonces, se trata ahora de
despertarse y de comprender. Si la Iglesia se ha mantenido hasta hoy, es
gracias a esta ceremonia mágica que es la misa. Lo lamentable es que muchos
sacerdotes no estaban verdaderamente preparados para esta celebración, y los
feligreses tampoco. Si hubieran estado bien preparados, la misa habría sido
aún más poderosa.
Y ¿por qué se encienden cirios o lamparillas1?... ¿Por qué se quema
incienso2? ¿Por qué el sacerdote bendice a la multitud, o incluso las cosechas,
el ganado, los barcos?... ¿Por qué se arrodilla uno ante estatuas dirigiéndoles
oraciones?... ¿Por qué se pone uno medallas o cruces?... Todos estos actos
tienen una función mágica. Se trata de trabajar con fuerzas invisibles para
obtener resultados, sean materiales o espirituales. He ahí lo que la Iglesia
debería haber revelado a los feligreses. Sin embargo, ella no ha explicado
nada de nada. Se contentó con darles prescripciones (asistir a ceremonias,
repetir oraciones, adoptar posturas, hacer gestos), enseñarles dogmas y
hablarles de misterios: misterios de la Santa Trinidad, de la Eucaristía, de la
Encarnación, de la Redención…
La mejor manera de educar y de proteger a los seres es explicarles el
sentido y la importancia de lo que se les pide hacer y creer. Había que
mostrarles a los cristianos que las prácticas religiosas son en realidad
prácticas mágicas, y conducirlos así, poco a poco, por el camino de la magia
divina. Pues he aquí la situación a la que se ha llegado: ahora que la Iglesia
perdió esta autoridad que le daba la posibilidad de prohibir las ciencias
ocultas y de combatir a aquellos que se dedican a ellas, no es posible saber
hasta dónde este interés por las prácticas mágicas terminará por llevar a los
humanos. No solamente se encuentran ahora en el mercado libros de magia
negra, sino también varitas mágicas, talismanes, pentáculos, ungüentos y
perfumes destinados a hechizos… Pero, ¿qué va a pasar con todas estas
personas que juegan a aprendices de mago, si no se les muestran los peligros
que las acechan?
Porque no hay que creer que todos los que terminaron por hundirse en la
magia negra lo hicieron conscientemente, a sabiendas. Esto puede pasar,
claro, pero hay muy pocas personas que piensan un día en que quieren
volverse magos negros y que harán todo por lograrlo. Muchas entre ellas
quizás no tienen al comienzo ninguna mala intención; pero son ignorantes,
curiosas, imprudentes, presumen de sus fuerzas y de su capacidad de control,
y se dejan llevar… Cuando los humanos comienzan a presentir la realidad de
un mundo invisible poblado de seres con los cuales pueden entrar en
comunicación, y se les revela la existencia en ellos de facultades psíquicas
que les dan la posibilidad de actuar en este mundo, se ven tentados a ensayar.
Solo que es peligroso tener semejantes ambiciones, especialmente si uno se
deja embarcar en prácticas cuyas consecuencias se desconocen.
¡Cuántos «clarividentes», «médiums» he encontrado, hombres y mujeres
que estaban en un estado lamentable porque no tenían ya ningún medio para
defenderse de las entidades y de las corrientes del mundo astral donde fueron
a aventurarse! Está bien poseer algunas facultades psíquicas, pero si no se ha
aprendido el discernimiento, si uno no ha ejercitado su voluntad para resistir
a las fuerzas astrales, se está perdido3. No hay que imaginarse por ejemplo
que para hacer predicciones basta con entregarse a los espíritus. Pues
espíritus, ustedes lo saben, hay de muchas clases. Algunos, viendo a los
humanos sin defensa, se aprovechan para servirse de ellos, para engañarlos,
para tomar sus fuerzas. Y algunos años después, estas pobres personas están
completamente desequilibradas; sea en un campo o en el otro, fracasan: o
comienzan a beber, o se abandonan al libertinaje, o tienen alucinaciones, o
pierden su salud.
Mientras no estén suficientemente desarrollados para ser capaces de
elevarse muy alto hasta la contemplación de cosas celestes4, los humanos no
serán más que víctimas desdichadas. ¿Cómo hacerles comprender esto?
¡Actúan como si «ver» fuera la cima de la vida espiritual! Ver de antemano
las ganancias en dinero, las bancarrotas, los matrimonios futuros, los
divorcios, los enemigos, los amigos, las enfermedades, etc., pero ¿cuál es el
interés de permanecer siempre inmersos en los mismos miserables asuntos
humanos? ¿No ve uno acaso suficientes cosas de este tipo únicamente con
sus ojos físicos? ¡Cuántas veces uno se ha sentido cansado, hastiado de todo
lo que ve! Entonces, ¿por qué querer ver aún más para terminar aplastado,
enfermo? ¿Es esto inteligente? Ver… ver… pero ¿ver qué? Ésta es la
pregunta. Que todos estos candidatos a la clarividencia piensen bien que esta
facultad les impedirá evolucionar si buscan desarrollarla antes de haber
desarrollado las cualidades que les permitirán hacer algo útil con lo que ven.
No basta con ver, hay que ser capaces de captar y de comprender lo que se
descubre en los planos sutiles, pero también de enfrentar y de soportar las
visiones del Infierno. Por tanto, lo primero es fortalecerse, purificarse
uniéndose a la luz del sol. Solo con esta condición uno puede desarrollar la
clarividencia sin correr riesgos, pues a partir de ese momento uno posee
incluso poderes sobre los malos espíritus.
Sé que muchos se preguntan porqué yo no insisto más en la práctica de las
ciencias ocultas: quisieran que les enseñe cómo volverse clarividentes,
alquimistas, cabalistas, magos, etc. No se dan cuenta de que desean cosas que
no presentan ninguna utilidad verdadera y que pueden incluso ser nocivas
para ellos. Los humanos son como niños, siempre atraídos por lo que los va a
herir o a enfermar. Bajo la influencia de un libro que les cayó en las manos,
se aventuran en toda clase de experiencias. Pero es peligroso, ¡el campo de
las ciencias ocultas es muy peligroso! Para protegerse de los peligros, hay
que estar guiado por entidades muy elevadas, y estas entidades no aceptan
guiarlos sino a partir del momento en que ven que ustedes han hecho un
trabajo interior de purificación, de abnegación. Ellas no van a ocuparse del
primer pretencioso o codicioso advenedizo que quiere acceder al mundo
invisible para satisfacer sus ambiciones o su vanidad.
Es una muy mala propensión en los discípulos de una Enseñanza iniciática
la de querer comenzar por lo que debe venir de último: la adquisición de
poderes ocultos. No tienen ningún conocimiento de los mundos psíquico y
espiritual, no se han purificado, pero están ávidos de recibir los más grandes
secretos de la Iniciación. Estos grandes secretos van a aplastarlos, no podrán
soportarlos; pero esto ellos no lo ven, y no quieren verlo. ¡A cuántas personas
traté de esclarecer, diciéndoles que se exponían a accidentes debido a las
grandes lagunas que aún había en ellas! Pero muy pocas aceptaron mis
consejos. Purificarse, dominarse, hacer sacrificios, ¡qué aburrimiento!
Necesitan inmediatamente los medios para procurarse todo lo que desean.
¿Por qué este deseo de tenerlo todo antes de prepararse? La preparación es
lo más largo, puede durar una vida entera, incluso varias existencias, pero
cuando se está verdaderamente listo, uno puede obtenerlo todo en pocos
minutos. No basta con sentirse atraído, así simplemente, por algunos aspectos
de las ciencias ocultas. Todos los verdaderos Maestros se los dirán. Pero el
día en que ven que ustedes están listos, ellos mismos harán caer el velo, y
todo lo que querían conocer está allí, accesible.
Entonces, ustedes, si me creen, dejarán de lado todas estas prácticas
ocultas que permiten realizar ambiciones personales… ¡pero a qué precio!
Por cierto, el ocultismo no es la verdadera ciencia espiritual, y no me gusta
esta palabra: «oculto», pues las ciencias ocultan son el bien y el mal
mezclados, y hay demasiados ocultistas que se han sumergido en las regiones
tenebrosas de estas ciencias.
El saber que yo les transmito no los conducirá nunca hacia estas
prácticas5. ¿De qué les servirá obtener riquezas, poderes, placeres, y
encontrarse luego amarrados, perseguidos, poseídos? Para no caer en estas
trampas, yo les aconsejo comenzar por trabajar en la generosidad, la bondad,
la paciencia, el discernimiento, ya que éstas son las virtudes que preservan de
todos los peligros y que aportan todas las bendiciones. Y si esto no les gusta,
tanto peor, son libres de experimentar. Pero en todo caso, se los advierto: no
esperen verme insistir en otra cosa más que en estas virtudes. Incluso si no
son consideradas como ventajosas, no importa, les hablaré aún por años sobre
estas virtudes inútiles y poco interesantes, dejando de lado sin explorar todas
estas cosas bellas de la ciencia oculta. ¡Pero un día se verá quién tenía razón!
II
Círculo, varita y palabra mágicas
La representación tradicional del mago es la de un augusto anciano
llevando en su mano un bastón con el cual dibuja un círculo alrededor suyo;
una vez este círculo ha sido dibujado, pronuncia fórmulas describiendo con
su bastón figuras en el espacio. De este modo, convoca espíritus a los cuales
da órdenes para cumplir determinadas misiones. Lo importante no es saber si
esta representación corresponde a una realidad concreta. Lo importante es
que, simbólicamente, es perfectamente exacta: la varita mágica, el círculo
mágico, las fórmulas mágicas son realidades del mundo espiritual.
Ser un mago es crear. Y para entender en qué consiste el trabajo de un
mago, hay que referirse entonces al texto del Génesis, donde Moisés describe
la creación del mundo. El primer día, Dios crea la luz. Él dice: «¡Qué la luz
sea!» La luz es por tanto esa materia primordial que Dios proyectó fuera de
Él mismo para crear el universo. Y para que este universo fuera estable, era
necesario que tuviera límites. Por ello está dicho en el libro de los Proverbios
que Dios «dibujó un círculo en la superficie del abismo». En el origen de la
creación, hay entonces esta luz emanada de Dios como una esfera alrededor
Suyo. Y en este espacio de luz, Él proyectó imágenes que se condensaron, se
materializaron para convertirse en el cosmos con las galaxias y sus
habitantes… y entre ellas nuestra tierra con las piedras, las plantas, los
animales, los hombres…
Este proceso de la creación divina podemos encontrarlo de nuevo en el
verdadero mago. Él también está rodeado de un círculo de luz: su aura, este
halo de luz invisible que emana de él y que formó gracias a su trabajo
espiritual y a la práctica de las virtudes. Para crear, el mago utiliza los
mismos medios que Dios mismo: él proyecta una imagen o pronuncia una
palabra que atraviesa su aura, y el aura le proporciona la materia para la
manifestación6. La imagen proyectada, la palabra pronunciada se impregnan
de la materia del aura y producen efectos tanto más grandes cuanto más
impregnados estén de este elemento creador: la luz.
Ciertamente, han podido observarlo en ustedes mismos: algunos días, lo
que dicen no produce ningún efecto en las personas a quienes se dirigen,
mientras que otras veces, al contrario, con una palabra muy simple les llegan.
Es porque esta palabra está viva, las palabras que emplearon fueron
sumergidas previamente en la materia sutil de su aura, allí se vivificaron, se
reforzaron, y revestidas así de fuerza, pudieron penetrar hasta sus almas y
hacerlas vibrar.
Comprenden ahora el origen del círculo que el mago debe dibujar a su
alrededor: esta práctica proviene de un saber muy antiguo sobre el aura
humana. Cuando se dice que el mago debe mantenerse en el centro del
círculo que dibujó, esto significa no solamente que él debe dibujar
materialmente un círculo alrededor suyo, sino también que debe crear en él
este círculo vivo del aura y colocarse en su centro, es decir, que su espíritu
debe ser activo, vigilante, para vivificar las palabras que pronuncia. Quien se
contenta con dibujar un círculo material sin haber trabajado previamente en
su aura para volverla pura, luminosa, poderosa, no obtendrá resultados. Y si
termina por obtener algo a fuerza de voluntad y de obstinación, entonces, ¡ay
de él! En el momento en que salga del círculo, las entidades que obligó a
obedecerle cuando estaba en el interior lo perseguirán y lo atormentarán para
vengarse por haber sido sometidas.
Estas desventuras les ocurren a todos los hechiceros que ignoran o
descuidan las leyes del trabajo espiritual. Los espíritus invisibles terminan
por vengarse por haber tenido que someterse a gente que no poseía ninguna
autoridad verdadera. Antes de lanzarse a la realización de vastas empresas
espirituales, el hombre debe entonces formarse un aura, un verdadero círculo
mágico de luz. Y este círculo no se dibuja con tiza o con cualquier otro
medio, se prepara con el amor, la pureza, la abnegación, el sacrificio. Para
que los deseos que formulemos puedan dar resultados, es preciso que
nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras palabras estén
impregnados de la materia de nuestra aura. Ninguna creación espiritual
verdadera es posible sin la materia pura, la luz pura del aura.
El círculo del aura es el espacio en el cual, como el mago, podemos crear,
y es también la mejor de las protecciones. Un aura pura, luminosa, poderosa
forma una barrera infranqueable, obstaculiza todas las corrientes nocivas que
recorren el mundo visible e invisible. Quien ha trabajo en su aura está como
en una fortaleza: cuando a su alrededor no hay sino disturbios, desórdenes,
agitaciones, permanece apacible, estable, lleno de amor y de valentía, pues se
siente habitado por una luz interior. Claro, mientras uno esté en la tierra,
nunca está verdaderamente protegido de asaltos y de batallas. Incluso los
Iniciados se ven obligados a protegerse. Sí, incluso los más fuertes, los más
poderosos de ellos deben pensar sin cesar en defenderse contra las fuerzas
oscuras de destrucción por medio de barreras de luz, de círculos de flamas.
Entonces, ¿cómo los demás, mucho más débiles y vulnerables, pueden
imaginarse que no necesitan protección alguna?
Algunos dirán: «¡Pero sabemos que necesitamos protección! Por ello
recurrimos a prácticas mágicas». Y van a contarme cómo fabricaron una
varita y cómo la utilizan pronunciando un verdadero galimatías que
consideran como fórmulas poderosas. ¿Cómo hacerles entender a los
humanos que una práctica religiosa, espiritual, mágica no tiene sentido sino
cuando está sustentada en un trabajo interior? Un círculo, una varita, palabras
mágicas, pero esto es grotesco e ineficaz si no corresponde a algo profundo
en el hombre mismo.
Una varita mágica generalmente está hecha con una rama de almendro o
de avellano de un dedo de espesor y de un codo de largo (del codo a la
extremidad de los dedos). Después de haberse preparado, el mago la corta en
la mañana antes de la salida del sol pronunciando algunas fórmulas; le quita
la corteza y acomoda en las dos extremidades dos capuchones (uno en oro,
ligado al sol, principio masculino, el otro en plata, ligado a la luna, principio
femenino), sobre los cuales están grabados ciertas palabras y símbolos. Y
finalmente, consagra esta varita al Cielo. Pero no basta con tener una varita
en la mano para ser mago y comandar a los espíritus. No se comanda tan
fácilmente a los espíritus, incluso si se conoce su nombre y se le pronuncia
con convicción. En cambio, y por eso hay que ser prudentes, ustedes corren
el riesgo de tocar algunos espíritus inferiores, y entonces ahí, ¡no se los
deseo!... En cuanto a los espíritus superiores, los dejarán chapotear y no
obtendrán nada de ellos. O quizás incluso atraerán algunas palmadas de su
parte. Sí, y les dirán: «¿A qué juegas así, con esta varita? ¿Y qué son esas
palabras que pronuncias? ¡Nos molestas!» Para comandar a los espíritus
celestes, hay que alcanzar primero cierta estatura en el mundo espiritual.
Pero hay que oír las reflexiones de algunos, es evidente que confunden al
mago en el sentido iniciático del término con el hechicero, o incluso con el
prestidigitador que hace aparecer pájaros o conejos golpeando con su varita el
borde de un sombrero. Están muy lejos de comprender que el verdadero
mago, el teúrgo, es aquel que ha aprendido cómo realizar la varita mágica en
sí mismo, a fin de unir el mundo de abajo, representado por el capuchón de
plata, con el mundo de arriba, representado por el capuchón de oro, es decir,
el principio femenino con el principio masculino también, la tierra con el
Cielo7. El papel de la varita es el de permitir una conexión para que las
energías o las entidades llamadas por el mago circulen entre los dos mundos.
Puede compararse el Cielo con una central eléctrica que proporciona la
corriente, pero para que abajo las bombillas se enciendan es preciso hacer una
conexión, introducir la toma. Y la varita mágica es justamente la toma que el
mago en primer lugar debe conectar al Cielo.
Y si se quiere ir aún más lejos para profundizar esta cuestión, se
descubrirá que el ser humano posee en realidad varias varitas. Sí, una en cada
plano: en el plano átmico, para unir su espíritu con el Espíritu de Dios; en el
plano búdico, para unir su alma con el Alma universal; en el plano mental,
para unir su intelecto con la Inteligencia cósmica; en el plan astral, para unir
su corazón con el Corazón del Cristo; y finalmente, en el plano físico, hay
este bastoncito llamado varita mágica. Pero también está la mano. La mano es
una especie de varita mágica, y puede incluso decirse que la varita no es más
que la prolongación de la mano.
No todos los magos utilizan una varita. Si son puros, desinteresados, si
están en armonía con el Cielo, les basta con levantar el brazo para dar
órdenes a las entidades del mundo invisible, y estas entidades las
comprenden, las escuchan, las cumplen. Cuando Moisés levantaba su mano
durante las batallas, los Hebreos conseguían la victoria, pues proyectaba
fuerzas para ayudar a sus guerreros; y cuando la batalla se prolongaba,
hombres debían sostener su brazo. Si puede utilizarse la fuerza de la mano
para las hostilidades, ¿por qué no podríamos utilizarla nosotros también para
crear el amor y la armonía? Cuando algunos estén masacrándose, quien ha
aprendido los verdaderos secretos de la magia levantará la mano, y ellos
tirarán sus armas para abrazarse. Ya no querrán pelearse, pues recibirán las
ondas benéficas que este ser de luz les está enviando.
Entonces, aprendan a pensar en sus manos como antenas que tienen la
posibilidad de atraer y de recibir las corrientes del Cielo. Si ustedes captan
estas corrientes con escasa frecuencia, es porque su consciencia está en otra
parte o porque está dormida. Por consiguiente, en adelante, antes de recurrir a
una varita mágica, aprendan lo que son sus manos y cómo utilizarlas para
recibir las energías celestes, y luego proyectarlas, orientarlas. ¿Por qué solo
recurrir a lo que es exterior?... Ningún círculo mágico, ninguna palabra
mágica, ninguna varita mágica les proporcionará lo que sea, mientras ustedes
no hayan comprendido que todo está primero en ustedes.
En la Oración dominical, cuando Jesús pedía al Padre celeste: «Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo», creaba esta unión entre lo alto y lo
bajo, este vínculo que está simbolizado por la varita mágica. Quería decir que
todos los seres humanos tienen un papel mágico que desempeñar: atraer de
arriba la pureza, la luz, la armonía, a fin de que la tierra se convierta en un
reflejo del cielo. Por eso, puede afirmarse que la verdadera varita mágica es
el ser humano mismo: él es el intermediario entre la tierra y el cielo, y debe
ponerse siempre en contacto con el cielo para actuar benéficamente en la
tierra. El verdadero Iniciado no se sirve de una varita mágica, él mismo es la
varita mágica.
En adelante, cuando oigan hablar de magia, sepan diferenciar. Sí, porque
hay magia de magias. La verdadera magia, la magia divina consiste en saber
utilizar todo, absolutamente todo, para la realización del Reino de Dios. A la
inversa, toda práctica que pone las más elevadas adquisiciones espirituales al
servicio de la codicia humana es brujería. Desafortunadamente, muy pocos
magos llegan a este grado superior donde ya ni siquiera se tiene interés en la
magia misma, donde uno ya no se propone hacer operaciones mágicas, donde
se deja de querer comandar los espíritus, los elementales, los genios, para
realizar ambiciones personales. Muy pocos, solamente los más grandes de
ellos, piensan solo en emplear todas sus fuerzas, sus energías, sus
conocimientos en la realización del Reino de Dios. Son los teúrgos, es decir
seres que practican la magia sublime: su trabajo es absolutamente
desinteresado, no buscan ni el poder, ni la gloria, desean solamente
transformar la tierra para que Dios venga a habitar en ella.
La grandeza de un ser humano, su fuerza, la verdadera, está en nunca
poner los poderes que posee al servicio de sus intereses. Es tener por ideal
único trabajar en la luz y por la luz, a fin de convertirse en un verdadero hijo,
en una verdadera hija de Dios para la felicidad de la humanidad.
III
Los talismanes
En la casa en que ustedes viven, todos los objetos que tocan, así como los
asientos, los muebles, los muros están impregnados de sus emanaciones. Es
el lado mágico de la presencia: depositan en todo lo que les rodea partículas
etéricas que son buenas o malas conductoras de las influencias celestes. Y si
alimentan pensamientos y sentimientos armoniosos, si pronuncian palabras
vivificantes de sabiduría y de amor, depositan buenos fluidos en los objetos
que se convierten en conductores de la luz, de la dicha, de la salud. Por ello,
acostúmbrense a hacer este ejercicio: en todas las habitaciones de su casa,
aprendan a tocar los objetos con amor, a bendecirlos, pidiéndole al Espíritu
divino que los visite. Digan: «Espíritu de la luz, de la pureza, de la verdad, te
consagro estos objetos, que se conviertan para ti en un receptáculo, en un
vehículo. Y su casa será habitada por el Espíritu divino8».
Un objeto por sí mismo es neutro, pero depende de los humanos que
adquiera ciertas propiedades. Pues por medio de sus pensamientos y de sus
sentimientos, tienen la facultad de actuar en los objetos para el bien, como
para el mal también desafortunadamente. Un mago, sea blanco o negro, es
justamente un ser capaz de comunicarle a un objeto propiedades que no
poseía antes, introduciendo en él elementos de su propia quintaesencia; y a
este objeto, ahora vivo, actuante, se le llama un talismán.
La palabra talismán viene del griego «télesma»9. Telesma es el término
empleado por Hermes Trismegisto en la Tabla de Esmeralda cuando habla de
«La fuerza fuerte de todas las fuerzas», de la que dice: «El sol es su padre, la
luna su madre, el viento la llevó a su vientre y la tierra es su nodriza». Un
talismán es entonces un objeto portador de una fuerza de la que ha sido
impregnado por un ser psíquicamente muy poderoso.
Ahora que las prácticas mágicas están de moda, se comienzan a encontrar
talismanes de toda clase en las tiendas, e incluso en los mercados, en las
ferias. Y hay gente que vende también por correo baratijas de diferentes
colores con los signos del zodiaco o algunos jeroglíficos, asegurándoles que
son talismanes únicos que podrán protegerlos, traerles éxito y ponerlos en
contacto con las fuerzas cósmicas. ¡Qué burla! ¿Cómo pueden existir
semejantes charlatanes y cómo pueden existir también personas tan ingenuas
que les creen?
Es posible, claro, preparar talismanes, pero para ello se deben conocer las
leyes de las correspondencias entre los objetos físicos y los astros, las fuerzas
cósmicas, las entidades del mundo invisible. Pues gracias a los metales de los
que está compuesto, a los signos y a los caracteres que lleva, un objeto puede
absorber o retener fuerzas y entidades determinadas. Pero el conocimiento no
basta: para preparar un talismán hay que poseer también grandes poderes
psíquicos, a fin de vincular el objeto con las presencias, las influencias que
harán de él un objeto mágico. Existen objetos cargados de fuerzas maléficas,
objetos preparados por magos negros, y que se envían a ciertas personas para
perjudicarlas, hacer que se enfermen, provocar accidentes o rupturas con su
entorno. Pero aquí no hablaremos sino de talismanes benéficos que el mago
blanco prepara únicamente para producir las mejores influencias.
El trabajo del mago es de alguna manera idéntico al de la naturaleza. La
naturaleza llena a todos los seres vivos, piedras, plantas, animales, hombres,
de una esencia particular que es posible luego extraer de ellos. Y el mago
hace lo mismo, pues sabe utilizar la presencia de energías naturales en todas
las cosas. Ustedes comprenderán porqué no cualquiera es capaz de preparar
talismanes, ya que para lograrlo hay que cumplir con al menos tres
condiciones: poseer una gran ciencia, tener un pensamiento muy poderoso, y
finalmente ser puro, es decir desinteresado, pues solo la pureza permite actuar
benéficamente en los objetos y en los seres10. Pero hay aún un asunto de
capital importancia que deben conocer quienes emprendan la preparación de
un talismán: invocan entidades que vinculan al objeto para hacerlo cumplir
tal o cual misión, pero luego estos seres invisibles reclaman un pago. Aceptan
servir pero quieren ser remunerados. Se les convoca, es perfecto, se
convierten en servidores, pero necesitan ser alimentados. ¿Y entonces? ¿Se
tiene suficiente alimento para satisfacerlos?...
Estudiemos ahora las razones por las cuales algunas personas quieren
talismanes. La mayor parte del tiempo es para conseguir éxitos, adquirir
poderes. Pues bien, ¿saben a quién se parecen? A un rey que mantiene un
ejército de mercenarios. Imaginen a un rey ambicioso, belicoso, que decide
organizar un ejército para ir lejos a conquistar territorios: arrienda para ello el
servicio de mercenarios. Pero estos mercenarios son extranjeros que no están
vinculados a él sino por interés: sienten que el dinero que reciben los obliga a
permanecer sometidos a un ser sin virtud y, por esta causa, experimentan
resentimiento. Pues bien, cuando el rey emprende una expedición contra un
lejano país, pasado cierto tiempo, los mercenarios, cansados de soportar
largas penas por un soberano que no aman, lo abandonan, lo dejan solo y sin
protección. Si este rey no hubiera tenido un ejército de mercenarios, sino
sujetos vinculados a su persona por amor y respeto, habría sido apoyado con
un ardor y una fidelidad extraordinarios.
Pasa lo mismo con todos aquellos que quieren contratar los servicios de
entidades invisibles con un talismán como intermediario. Pues detrás de este
deseo de poseer un talismán, lo más frecuente es que haya ambición y pereza.
Uno quiere triunfar o protegerse, y piensa: «Cuando tenga un talismán podré
dormir tranquilo, otros velarán y trabajarán en mi lugar». De este modo, se
intenta satisfacer sus deseos sin hacer esfuerzos. Se deja de trabajar, de
estudiar, de reflexionar, de meditar, de orar, contando completamente con el
poder del talismán. Naturalmente, hay excepciones, pero en general las
personas que utilizan talismanes buscan la protección de algo exterior:
arriendan mercenarios sin desarrollar en ellas las virtudes que son nuestros
verdaderos protectores. Por ello, incluso si poseen un talismán, éste pierde
poco a poco su poder.
Tomemos el ejemplo de alguien a quien un mago hubiera preparado un
talismán para que fuese apoyado en una empresa honesta, espiritual. Constata
que este talismán le aporta buenas inspiraciones, aumenta su fe, su esperanza,
su ardor. Mientras siga viviendo con las mismas preocupaciones relacionadas
con la bondad, la pureza y la espiritualidad, esparce a su alrededor una
esencia sutil, un manjar capaz de alimentar a todos esos seres invisibles que
fueron atraídos, llamados y comprometidos en la construcción del talismán.
Mientras sean alimentados, estos seres están satisfechos y siguen sirviendo a
su propietario. Pero si éste, olvidando sus buenos proyectos, orienta en forma
diferente sus pensamientos y sus sentimientos, deja de alimentar a los seres
invisibles que le servían, y ellos se alejan. Constata entonces que este
talismán que actuaba antes tan bien, es ineficaz ahora. La razón reside en que
él ya no alimenta con pensamientos puros y elevados a los seres espirituales
que estaban ligados al talismán. Cuando estos seres lo dejan, el talismán
muere.
Ustedes no pueden contar con el poder de un talismán sino con la
condición de trabajar psíquica y físicamente en armonía con lo que él
representa, con las fuerzas y virtudes que contiene, es decir con la condición
de respaldarlo constantemente con su propia vida. Si está impregnado de
pureza, deben vivir una vida pura; si está impregnado de luz, deben mantener
la luz; si está impregnado de fuerza, deben ejercitarse para que la fuerza sea
alimentada, etc. De lo contrario, lo que se ha hecho de un lado, lo destrozan
por el otro. Como en estos cuentos de hadas donde espíritus malignos
destruyen durante la noche el trabajo que el valeroso príncipe o la bella
princesa había logrado durante el día. En la vida espiritual ningún medio
externo puede actuar en forma durable si el hombre no lleva una vida pura y
sensata. Pero como no se les ha explicado esto a los humanos, se hacen
ilusiones.
Los cristianos llevan consigo una cruz creyendo que, puesto que Jesús los
salvó muriendo en la cruz, estarán protegidos. Desafortunadamente, no. Ni
las cruces, ni las medallas, aun si han sido bendecidas, los protegerán
mientras no las lleven interiormente en forma de cualidades y de virtudes
divinas.
Y ocurre lo mismo con los sitios sagrados11. Existen en la tierra lugares
que se han convertido en verdaderos talismanes, porque santos, Iniciados,
grandes Maestros, que vivieron y trabajaron en ellos, depositaron allí huellas
puras y luminosas. Gracias a estas huellas, pueden incluso producirse
milagros en ellos: algunas personas son sanadas, otras reciben revelaciones
que transforman su vida… Pero para que conserven sus poderes mágicos,
estos lugares deben ser puestos preciosamente al abrigo de todo lo que pueda
enturbiar la atmósfera. Puesto que, por santo que sea un lugar y puras y
luminosas las huellas que han sido depositadas allí por doquier, en los muros,
en los objetos, todo desaparece si este lugar está expuesto a los ires y venires
de personas que, debido a la naturaleza de sus pensamientos y de sus
sentimientos, transportan con ellas miasmas y entidades tenebrosas. Por ello,
hay que estar vigilante: si a causa de sus pensamientos y sus sentimientos los
humanos no son capaces de respetar estos lugares que han sido santificados
por el paso de un ser luminoso, los habitantes invisibles que estaban allí para
ayudarlos se irán a otro lado, a lugares más propicios para su manifestación.
«Pero, dirán ustedes, en Tierra Santa, donde Jesús nació, vivió, caminó,
¿aún pueden encontrarse sus rastros?» No se decepcionen si les digo que
estos rastros han desaparecido casi completamente. Durante siglos los
cristianos vinieron en peregrinaje a su sepulcro y se pelearon entre sí para
conservar este sepulcro. No escarbemos demasiado para saber si solo querían
defender el sepulcro de Jesús, o si el cuerpo de Jesús fue depositado allí
realmente. Pero admitamos… Desde hace dos mil años demasiados
acontecimientos han ocurrido en esta tierra, que no eran precisamente santos,
y borraron en parte las huellas dejadas por Jesús. Es una ley: lo que es puro
no puede sobrevivir eternamente a la acumulación de impurezas.
No sobrará nunca repetirles que no obtendrán nada duradero si ustedes
mismos no hacen el trabajo. Está dicho que Dios creó al hombre a su imagen.
Pero el hombre puede también crear a Dios en él mismo. Cuando él se acerca
a Dios y trabaja para formar en su alma una imagen fiel y verídica de Él, esta
imagen actúa interiormente como un receptor y un condensador de fuerzas
divinas. Entonces, si se esfuerza diariamente por alimentarla, vivificarla con
su pensamiento, su amor, su voluntad, esta imagen actuará poco a poco en
todos sus cuerpos sutiles y podrá incluso transformar las vibraciones de sus
células. ¿De qué sirve creer en Dios si nuestra fe no produce ningún efecto, si
no nos transforma? Alguien dice: «soy creyente, creo en Dios», y no se ve
ningún efecto positivo de esta creencia. ¿Cómo se explica que el Señor sea
tan débil, inútil, ineficaz en este ser? Si Él le aporta tan poca cosa, ¡no vale la
pena creer en Él! De cierta forma los ateos tienen razón en no creer en Dios:
cuando ven los pocos resultados que produce la fe en los creyentes, piensan
que resulta igual de bien arreglárselas sin Dios. Creer en Dios no es por tanto
suficiente. Debemos vivificar su imagen en nosotros, detenernos a menudo en
ella para contemplarla, adorarla, enviándole lo mejor de nosotros mismos.
Esta imagen actúa entonces mágicamente, como un talismán: nos guía, nos
protege, nos ilumina. Y si estamos a punto de cometer un error o de
perdernos, esta imagen viene a salvarnos.
La magia, ya se los he dicho, es otra forma de la física. Si para protegerse,
un mago se sirve de un talismán, es simplemente porque conoce las leyes de
la naturaleza. Durante la guerra, la gente se habituó a pegar cintas de papel en
los vidrios de las ventanas de sus apartamentos para protegerse del estrépito
de las explosiones. Esto impedía que los vidrios explotarán en mil pedazos:
estas pequeñas cintas de papel neutralizaban las vibraciones. ¡Quien ignorara
que se trataba de la aplicación de una ley física hubiera podido pensar que era
magia! Entonces, transpongamos este fenómeno. Si son atacados por malos
pensamientos o sentimientos, son como bombardeos, y sus «vidrios» van a
romperse. Pero si tratan de pegar allí cintas de papel, es decir, si se
concentran en la imagen de Jesús, de un santo o de un profeta, porque lo
veneran, porque lo aman, esta imagen, por sus vibraciones, repele las
vibraciones que le son contrarias; y, simultáneamente, por la ley de la
simpatía, atrae las vibraciones benéficas que le corresponden. Es simple, pero
las personas no están tan preparadas para admitir que se trata de las mismas
leyes que dirigen todos estos fenómenos.
En la cristiandad, el rostro de Jesús ha representado para muchos místicos
un verdadero talismán que los iluminaba y los protegía de todo mal. Los
rostros de grandes santos son también talismanes eficaces. Los creyentes los
utilizan aún, y les aseguró que es mejor contemplar el rostro de Jesús y de los
santos que utilizar estos supuestos talismanes comprados en almacenes
especializados. Si quieren realmente poseer un talismán, escojan el rostro de
un ser poderoso, puro, justo, sabio, un verdadero hijo de Dios, una verdadera
hija de Dios y contémplenlo con el deseo sincero de impregnarse de sus
virtudes: así sí, se ponen bajo la protección del Cielo.
En el Tíbet, se les enseña a los adeptos cómo trabajar con la estatuilla de
una divinidad. Por medio de la concentración, la recitación de fórmulas
mágicas, aprenden a impregnar esta estatuilla de su vitalidad hasta el día en
que la divinidad debe realmente venir a habitar en la estatuilla, y el adepto
entra entonces en contacto con ella para recibir su ayuda y sus consejos.
Quise verificar la eficacia de este método y es cierto que es eficaz. Pero yo
encontré un mejor método. Encontré que en vez de gastar sus energías
impregnando una estatuilla, concentrándose en ella, era preferible
concentrarse en el sol, por ejemplo. ¿No está el sol más vivo que una
estatuilla?… Y si durante años le dirigen sus miradas, sus pensamientos, su
amor, no serán ciertamente ustedes los que lo vivificarán, no lo necesita, pero
él los vivificará a ustedes. ¿No es esto mejor?
Es deseable introducir buenas vibraciones en los objetos, pero todo el
trabajo espiritual está lejos de consistir únicamente en esto. Incluso si este
objeto es benéfico para ustedes, les sigue siendo exterior, y toda la vitalidad
que le dan los abandona, ya no les pertenece. Desde ese momento, este
objeto, esta estatua vive su propia vida y extrae de ustedes los elementos para
alimentarse. Alimentan allí algo distinto, al lado suyo, y que corren el riesgo
de perder. ¿No es mejor que sean ustedes mismos quienes se dejen animar y
vivificar por el sol, imagen del Cristo? De esta manera, todas sus fuerzas son
suyas, se quedarán en ustedes y el sol las alimentará siempre.
Todo es posible en la vida con la magia blanca. Entonces, en vez de
contentarse con vivificar los objetos, vivifíquense ustedes mismos. Pues el
«objeto» más importante son ustedes… ¡sí, ustedes! Y a partir de ese
momento se convertirán en un talismán. «Pero, cómo, dirán ustedes, ¡los
talismanes son objetos!» Es claro, pero miren. Alguien es contratado en un
almacén como empleado, y desde ese instante los negocios comienzan a
decaer, los clientes disminuyen, etc. Este empleado es por tanto como un
«talismán» maléfico. Por doquier, en las familias, las empresas, las
instituciones o los gobiernos pueden existir así «talismanes» que tienen una
influencia destructiva. Y a la inversa, existe gente que cuando llega a alguna
parte aporta la prosperidad, el éxito. Como en todos los demás campos, hay
entre los humanos talismanes que traen desgracia y otros que traen felicidad.
Por consiguiente, les corresponde ahora a ustedes utilizar los métodos que
les doy para purificar, animar y vivificar todo su ser. De ese modo, se
convertirán en un magnífico talismán capaz de repeler desde muy lejos todo
lo que es negativo y de atraer a los espíritus y las corrientes luminosas para
proteger a los seres a su alrededor.
1 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. XIII: «La llama y la vela».
2 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. IX: «Las flores, los perfumes».
3 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. III: «El acceso al mundo invisible: de Iesod a
Tipheret», cap. IV: «La clarividencia: actividad y receptividad».
4 Op. cit., cap. IX: «Los grados superiores de la clarividencia».
5 Cf. Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras Completas, t. 30, cap. V: «El Espíritu de la
Enseñanza».
6 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. I: «En el comienzo era el Verbo»; Cf.
Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor No. 219, cap. II: «El aura».
7 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXIV: «Lo que unen en la tierra será unido
en el cielo».
8 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVIII: «Protejan su morada».
9 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XIV: «La fuerza Telesma».
10 Cf. El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XVII: «Exorcizar y consagrar los objetos».
11 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIII: «El espíritu no está en los vestigios».
4
El sol, símbolo de la religión universal
Jesús decía: «Nadie va al Padre, sino por mí». ¿Qué significan estas
palabras? ¿Cuál es esta entidad espiritual lo suficientemente vasta como para
que todos los seres humanos deban pasar por ella a fin de llegar hasta su
Padre celeste? Esta entidad cósmica, los cristianos la llaman el Cristo, el Hijo
de Dios, la segunda persona de la Trinidad, esta emanación del Padre que está
trabajando en el universo. Y diciendo: «Nadie va al Padre, sino por mí»,
Jesús se identificaba con este principio universal que no tiene ni comienzo ni
fin.
Jesús es un hombre que nació y vivió en Palestina hace dos mil años, y
que llegó a tal grado de pureza, de santidad que recibió el Espíritu del Cristo.
Por ello ha sido llamado Jesucristo. Pero el Cristo en tanto principio divino
puede nacer en el corazón y en el alma de todo ser humano que ha llegado al
mismo grado de evolución que Jesús. Es el mismo principio del Cristo que se
manifestó a través de Orfeo, Moisés, Zoroastro, Buda y todos los grandes
Maestros de la humanidad.
Existió un solo Jesús, pero ha habido, hay, pueden haber numerosos
Cristos. Jesús sigue siendo un personaje único que está a la cabeza de la
religión cristiana, como Moisés está a la cabeza de la religión judía, como
Buda está a la cabeza de los budistas, o Mahoma a la cabeza de los
musulmanes… El Cristo no es el jefe o fundador de una religión, sino de
todas las religiones, él las ha inspirado a lo largo de la historia. Cuando el
príncipe Gautama alcanzó la iluminación, fue llamado Buda, es decir el
Despierto, y todos aquellos que lleguen a ese estado «búdico», podríamos
decir también «crístico», son llamados allá budas. Gautama no ha sido el
único, hay muchos otros. Buda o Cristo no es el nombre de un individuo
particular sino el de un principio cósmico, de un estado de consciencia
divino.
Es tiempo de que los cristianos abandonen esta creencia errónea según la
cual solo Jesús es el Cristo, el Hijo único de Dios, sacrificado por su Padre
para salvar a los humanos; pues ella conlleva como consecuencia lógica que
todos los que no son cristianos o que no aceptan esta creencia, son
rechazados por Dios. Entonces, ¿pueden ustedes calcular el número de
aquellos que serán rechazados?... Alguien dirá: «Pero como yo soy cristiano,
creo en lo que enseña la doctrina cristiana». Lo sé, pero las Iglesias cristianas
se equivocan y deberán revisar también esta doctrina insensata. En cuanto a
la Iglesia que se dice «católica», es decir «universal», en realidad no está
fundada únicamente en principios universales. Y así ocurre igualmente con
todas las religiones: no solamente cada una tiene sus creencias particulares,
sino que en ellas caben aún consideraciones limitadas sobre razas, naciones,
castas.
Todas las religiones tienden a insistir en ciertas verdades que son
esenciales, claro, pero en detrimento de otras verdades que son sin embargo
igual de esenciales. Es exactamente como si durante su vida ustedes no
comieran diariamente sino dos o tres alimentos. Admitiendo incluso que estos
alimentos sean de la mejor calidad, su organismo sufrirá toda clase de
carencias. Del mismo modo, algunas verdades enseñadas por una religión no
pueden responder a todas las necesidades del alma y del espíritu. Una religión
solo es universal si presenta todas las verdades que le permiten a cada ser
humano realizar el trabajo espiritual que corresponde a las necesidades del
alma y del espíritu.
Si hay tantas religiones en el mundo y que no han dejado de enfrentarse,
es porque cada una está adaptada a tal o cual mentalidad en particular o, peor
aún, porque es utilizada para servir intereses particulares. Por ello se ven
ahora cristianos que se vuelven budistas o musulmanes, judíos o musulmanes
que se vuelven cristianos, etc. Van a buscar en otra parte lo que no
encuentran en la religión en la que fueron criados. Cuando venga la religión
universal, nadie tendrá ganas de ir a buscar en otra parte, ni de combatir o
subestimar a quienes no tienen la misma religión: todos estarán en la única
religión que responderá a las necesidades de cada uno. Es tiempo de terminar
con el lado racial y sectario de las religiones. Incluso el cristianismo es
todavía una religión sectaria. O, más exactamente, son los cristianos que
elaborando tantos dogmas e instituciones han hecho de ella una religión
sectaria, traicionando así el pensamiento de Jesús, quien había respondido a
la Samaritana: «Llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores
verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el
Padre que sean los que le adoren».
El día en que todos los hombres en la tierra sean capaces de adorar a Dios
en espíritu y en verdad, en ese momento sí, podrá hablarse de una religión
universal, y el símbolo de esta religión será el sol. Porque detrás del sol se
encuentra el Dios de todos los hombres. Los cristianos no necesitan a los
dioses de los hinduistas, ni los hinduistas al Dios de los cristianos, ni los
musulmanes al Dios de los judíos… y todas estas divisiones no sirven sino
para alimentar hostilidades; pero todos necesitan comprender y amar esta
fuerza que les aporta la luz, el calor y la vida. La religión cristiana no ilumina
ni calienta sino a algunos millones de personas en el mundo –y además la
historia no dice qué luz y qué calor les da. ¡Cuántos hay en el mundo que
nunca han oído hablar del cristianismo! Y desafortunadamente para el
cristianismo, se sienten bastante mejor así.
La religión que Jesús aportó era perfecta, no lo niego. Pero desde hace
siglos se la ha deformado tanto con añadidos o supresiones que terminó por
convertirse en un caldo de cultivo donde proliferan los gérmenes de toda
clase de fermentaciones nocivas. Por ello, es tiempo de que también los
cristianos vuelvan a este principio vivo que está en el origen de todas las
religiones, y descifrar este símbolo de la religión universal: el sol.
La religión solar es dar y unir, pues el sol ilumina, calienta y vivifica a
todas las creaturas. Antes incluso que la primera religión apareciera, el sol
estaba allí y les decía a los humanos: «Hagan como yo, iluminen, calienten,
vivifiquen, libérense de sus concepciones limitadas, abracen al mundo entero
con su inteligencia y su amor». Pero en vez de comprender, siguen
enfrentándose para imponer sus concepciones de un Dios que ninguno de
ellos ha visto jamás.
El lenguaje del sol es el lenguaje universal, es accesible a todos porque es
el lenguaje de la luz, del calor y de la vida. Los hombres, los animales, las
plantas, todas las creaturas entienden este lenguaje, mientras que los demás
lenguajes nunca es seguro que se les entienda. ¡Si creen que algunas tribus de
África o de Oceanía entendieron el lenguaje cristiano, a pesar de que se les
enviaron misioneros! Y los antropófagos que se quejaban al parecer por no
tener ya misioneros que comer, ¿qué entendieron del lenguaje cristiano? Solo
el sol es accesible a todos, incluso si evidentemente cada uno lo entiende
según su grado de evolución.
¿Cómo pensar que fue necesario esperar millones de años después de la
aparición del hombre en la tierra para que Dios se revelara al mundo una sola
vez a través de su hijo Jesús1? Y además, no llegó a influir así sino a una
ínfima minoría de seres humanos… ¡Qué injusticia, qué crueldad! En
realidad, todas las mañanas en este templo de la naturaleza creada por Dios,
el sol que sale prodiga sus bendiciones: la vida, la luz y el calor que son las
manifestaciones de la Trinidad divina. Él no hace ninguna distinción de
religión o raza: distribuye a todos: negros, amarillos, blancos, judíos,
budistas, cristianos, musulmanes, ateos. Por lo tanto, hay que dejar de
imaginarse que una religión puede pretender ser la única verídica e imponerse
al mundo entero.
Les corresponde a todos los hombres en la tierra caminar juntos hacia el
sol, pues el Padre celeste es como el sol: las religiones, las razas, todo eso Le
da igual, no es lo que Él mira. Que se Le adore en un templo, una catedral,
una sinagoga, una mezquita o en una montaña, Él no da ni dos centavos por
esto. Él no mira sino las cualidades y las virtudes de sus hijos, que se digan o
no creyentes. E incluso si ustedes se presentan ante Él diciendo dignamente:
«Yo pertenezco a la gran Fraternidad Blanca Universal», quizás Él les
responderá solamente: «Pero mi pobre viejo, mira cómo eres: engañas a los
demás, los calumnias, te peleas con ellos. Entonces ese título no vale nada, no
estás aún en la verdadera Fraternidad Banca Universal. Ve a mejorar, y luego
veremos». He ahí cómo el Señor considera las cosas. Y es igualmente inútil
mostrarle su cruz, su certificado de bautismo o cualquier otra marca de su
pertenencia a una religión: son signos exteriores y Él no reconoce sino los
signos interiores.
Una religión solo puede ser universal si pone al sol en el centro de su
enseñanza. Lo sé, muchos rechazarán esta idea con el pretexto de que debe
adorarse solo a Dios. ¿Pero quién ha hablado de adorar al sol? No yo, en todo
caso. No paro de repetirles simplemente que cuando Dios creó el mundo,
dejó por doquier su sello, es decir indicios, huellas, reflejos para que los
humanos pudieran reencontrarlo. Y el reflejo más elocuente es el sol. A
través de él, Dios, que no quiere permanecer completamente escondido e
inaccesible, se manifiesta para dejar a los humanos la posibilidad de
reencontrarlo. Dios no está ni en la luz, ni en el calor, ni en la vida del sol,
pero se manifiesta a través de ellos para que todos los humanos puedan
alcanzarlo, comulgar con Él, hacerlo penetrar en ellos2. Mientras se nieguen a
aceptar esta idea, estarán en el vacío, ya que Dios seguirá siendo para ellos
algo lejano, inaprensible, y seguirán enfrentándose por cuestiones de
doctrinas o de ritos.
Pues sí, los humanos son extraños: prefieren construir teorías abstractas
sobre la Divinidad, en las que la cuestión es de esencia, de sustancia, de
inmanencia, de trascendencia… Llaman a esto teología, y discuten entre ellos
a propósito de todas estas teorías, de las que la multitud de todas formas no
entiende nada… y ellos quizás tampoco mucho, puesto que hablan tanto de
«misterios». Pero aceptar que la imagen del sol pueda reconciliarlos a todos y
proyectarlos hasta la Divinidad, ¡ah, eso no!
Lo más extraordinario es que ha habido, incluso en la cristiandad, grandes
místicos que sintieron esta analogía entre el sol y Dios. Ellos la expresaron y
a menudo con una gran fuerza y una gran belleza. Pero la Iglesia ha preferido
desestimar todo esto, como si para sacar a sus feligreses de la idolatría de
aquellos que trataba de paganos, fuese necesario que se separe la religión de
todo lo que pueda hacer recordar la naturaleza. Pero cuando uno ve ciertos
aspectos del culto a María o a santos con todas esas reliquias, esas
procesiones, esas estatuas, esas medallas, esos rosarios, esas imágenes santas,
esas aguas milagrosas, etc., ¿no se parece esto acaso a la idolatría? Es
evidente que los humanos necesitan intermediarios entre ellos y Dios ¡que es
un entidad tan inconcebible! Entonces, ¿por qué no haberles enseñado que
este intermediario puede ser el sol, que ven salir cada día y que les brinda la
mejor imagen de la sabiduría, de la fuerza y del amor divinos? Estén donde
estén en la tierra, el sol brilla por encima de sus cabezas. No necesitan salir
de viaje o ir en peregrinaje para encontrarlo. Su luz, su calor y su vida valen
por todos los talismanes, todas las reliquias; y como es inagotable, nadie
podrá engañarlos como se hace con los supuestos pedazos de la cruz de Jesús
o los supuestos cabellos y prendas de tal o cual santo que se les vende como
prenda de protección. Pero díganme, ¿qué diferencia existe entre estos
objetos y unos amuletos?
Todo lo que aparece en la tierra termina por desaparecer. Solo permanece
por encima de nosotros el sol, inmutable, eterno, y hacia él debemos volver
nuestras miradas. Recuerdo que un día tuve una conversación sobre este tema
con un sacerdote. Claro, estaba escandalizado, y me dijo: «¿El sol? Pero
incluso si el sol no existiera, habría misa y eso sería suficiente para ser
salvado». ¡El pobre!... ¿Qué misa podría celebrarse si no hubiera ya sol?
¿Dónde se encontrarían el trigo y la uva para hacer el pan y el vino que
simbolizan el cuerpo y la sangre del Cristo? Y él mismo, ¿dónde estaría? Y
¿habría mucha gente para asistir a su misa? Todo estaría muerto y helado
desde hace mucho tiempo3. No quiero disminuir la importancia de la misa y
les diré incluso que aprecio y comprendo mejor que la mayoría de sacerdotes
y de pastores lo que es la comunión. Porque justamente veo en ella un
símbolo solar.
La verdad es que la religión que Jesús trajo era una religión solar. Algunas
palabras que pronunció sobre él mismo revelan que se identificaba con el sol.
Sino, ¿cómo interpretar estas afirmaciones: «Yo soy la luz del mundo»… O
bien: «Mi padre y yo somos uno»?... Son uno en el sol, pues es en el sol que
la luz, el calor y la vida son uno. Él también dijo: «Yo soy la resurrección y la
vida». ¿Quién resucita a los seres? ¿Quién da la vida? El Cristo, el espíritu
del Cristo que vive en el sol. Y se comprende ahora el sentido de la frase:
«Nadie va al Padre, sino por mí». Identificándose con el Cristo, Jesús se
identifica con el sol.
Por consiguiente, esta luz que sale del sol y que produce tantas
transformaciones en el universo, que distribuye tantos beneficios a todas las
creaturas, esta luz cuya verdadera naturaleza aún se desconoce, es el Cristo,
el espíritu del Cristo. La luz del sol es un espíritu vivo, y a través de esta luz
el espíritu del Cristo está siempre allí, presente, es activo y trabaja sin cesar.
Pero en esto también, cuando digo que el Cristo se da a conocer a través del
sol, hay que entenderlo de una manera mucho más amplia. Pues en la
inmensidad del cosmos, existen innumerables soles, mucho más grandes y
luminosos que el nuestro, a través de los cuales el Cristo se manifiesta
también. Pues está por todas partes en el universo. Pero para nosotros, los
seres humanos que vivimos en la tierra, es por medio de nuestro sol que él
revela su presencia. Y contemplándolo, exponiéndonos a sus rayos,
identificándonos con él, aumentamos cada día en nosotros la luz, el calor y la
vida. Hasta el momento en que ya no necesitemos templos, ni imágenes, ni
estatuas, ni cruces… ¡ni el sol mismo! De nosotros, de nuestro sol interior
extraeremos todo lo que necesitemos para comulgar con el Señor.
Si la Inquisición existiera todavía, ya me hubiera quemado hace mucho
tiempo, lo sé. Pero ahora soy yo quien quemaré a todos los inquisidores: los
quemaré con el fuego del sol. ¿Y acaso van a morir? ¡No, resucitarán!...
Porque hay varias maneras de quemar4. Cuando ustedes dicen: «Ardo de
amor», no están muertos, ¡solamente se volvieron poetas! Entonces, hay
quemaduras de quemaduras. Y yo voy a quemar a los cristianos de una
manera especial: les mostraré que no solamente en la religión sino en todos
los campos, el sol en tanto símbolo, puede ayudarnos a comprender
problemas y a encontrar soluciones. Quizás lo han notado: sea la psicología,
la pedagogía, la filosofía, la moral; sea la ciencia o el arte; sea la vida
política, social o económica; sea el amor o la nutrición, siempre me refiero al
sol. No es una idea fija en mí o una manía, sino que realmente todas las
preguntas pueden explicarse si se les estudia teniendo en cuenta lo que el sol
representa. Sí, como quintaesencia de vida, pero también por su actividad y
por la función que cumple en el universo, el sol es para mí una referencia
absoluta.
1 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. I: «La fiesta de Navidad».
2 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 30, cap. IV: «Hrani-yoga y Surya-yoga», cuarta y
quinta parte.
3 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. XVIII: «El sol es el iniciador de la
civilización».
4 Op. cit., cap. XXI: «La fuerza Telesma».
Séptima Parte
«Mi padre trabaja y
yo también trabajo con él»
1
Un nuevo sentido de la palabra «trabajo»
La actividad es la razón de ser del ser humano, no puede vivir y
perfeccionarse sino actuando. Los brazos, las piernas, la boca, las orejas, los
ojos, el cerebro, son algunos de los tantos instrumentos que la Inteligencia
cósmica ha puesto a su disposición para actuar, y quien no hace nada está
condenado a la desaparición. Afortunadamente, la naturaleza, que es
precavida, ha descubierto un remedio radical contra la pereza: el estómago.
Porque el hombre siente hambre, se ve obligado a arreglárselas para encontrar
algo que comer: o bien busca su comida, o bien trabaja para comprarla. Si no
sintiera hambre, se dejaría llevar, esto es seguro. Ahora bien, la inercia es el
peor enemigo que pueda amenazar al hombre, ella introduce en él el
desorden, la enfermedad y la muerte. Sea física, afectiva o intelectual, él debe
combatir la inercia, y si no lo hace, la naturaleza lo obligará a hacerlo
poniéndolo en la necesidad de una o de otra manera. Ya que la naturaleza no
tolera a los perezosos.
Ahora, claro, es preciso ponerse de acuerdo sobre el sentido de la palabra
trabajo. Ustedes le preguntan a alguien: «¿Qué hace usted? –Trabajo». Y en
realidad está lejos aún de saber lo que es el trabajo: hace un poco de todo, se
las arregla, se cansa, se rompe la cabeza, transpira, sufre para poder
asegurarse su pan cotidiano, pero esto aún no es el verdadero trabajo.
En realidad, solo Dios trabaja, y los Ángeles y los Arcángeles, sus
servidores, porque siguieron Su modelo. Por ello, hay que explicar ahora la
palabra trabajo con una nueva luz. «Mi padre trabaja y yo también trabajo
con él», decía Jesús. Muy pocos, incluso entre los Iniciados, han llegado al
punto de poder pronunciar semejante frase. Para decir «yo trabajo» en el
sentido que Jesús lo entendía, hay que ser capaz de elevarse hasta el Espíritu
divino, ya que este trabajo es la actividad de un ser libre, en la cual el espíritu
se lleva la mayor parte. Y es algo tan noble, grandioso, que yo mismo no
estoy seguro aún de haber comprendido completamente. Sí, ¡es trepidante!...
Pero sea cual sea el nivel en el que se encuentre, cada quien puede hacer el
esfuerzo de participar en la obra de Dios, comprometiéndose con una
actividad ordenada, haciendo converger todas las corrientes que circulan en él
y fuera de él hacia la Fuente de la vida, ya que con este trabajo todo el
universo se va a beneficiar.
Cuando un ser ha decidido consagrar su vida a la luz y trabaja sin
descanso por la luz, su actividad es de una importancia decisiva para los
asuntos del mundo. Donde quiera que esté, que sea o no conocido, es un
centro, un foco tan poderoso que participa en las decisiones de los espíritus
de arriba. ¿Los sorprende esto?... Pues claro, ¿por qué los espíritus luminosos
que velan por el destino del mundo no tomarían en consideración la opinión
de otros espíritus que se les asemejan en su pureza, su sabiduría, su
esplendor? Si cuando hay que tomar decisiones para el futuro de la
humanidad, nadie aquí en la tierra pudiera expresar sus pensamientos, sus
deseos, no sería ni lógico, ni justo. Entonces, ustedes también, si quieren
hacer oír su voz al lado de las entidades sublimes, esfuércense por armonizar,
purificar e iluminar todo en ustedes, porque este trabajo tendrá consecuencias
para el mundo entero.
Dirán: «¿Pero un ser humano es consciente de este papel?» Puede llegar a
serlo, pero al comienzo ciertamente no lo es: hay en él algo que participa en
los Consejos de las entidades celestes, que es considerado, escuchado, pero
esto ocurre en las esferas superiores de su consciencia a las cuales no tiene
acceso su consciencia ordinaria. Nuestras actividades cotidianas mantienen
generalmente nuestra consciencia al nivel del plano físico, tan espeso, tan
opaco, que es preciso mucho tiempo y muchos esfuerzos para que los
acontecimientos que se producen en las regiones sutiles vengan a reflejarse
en ella. Por consiguiente, en los primeros momentos, en los primeros años,
esta participación no es realmente consciente, pero sin embargo ella es real.
De lo contrario, se los digo, no sería justo que los humanos no tuvieran la
posibilidad de hacer oír su voz en las votaciones celestes. Solo que para votar
arriba, hay que haber probado que se es verdaderamente digno; no es como
en la tierra donde todo el mundo tiene el derecho de pronunciarse.
Entonces, no solamente Jesús puede participar en el trabajo de su Padre.
Nosotros también, si cumplimos las condiciones, podremos hacer parte de él.
De otra forma, ¿cómo interpretar estas palabras de Jesús: «El que recibe mis
mandamientos y los cumple ese podrá hacer las mismas cosas que yo y hará
más grandes»? ¿Cuándo se decidirán los cristianos a comprender verdades
que les permitirán hacer algo glorioso por la salvación del mundo entero?
¿Por qué seguir siempre apartado, inútil en algún lugar? ¿Es el ideal de un
cristiano ir a la iglesia, meter sus dedos en agua bendita, encender algunas
velas, mascullar algunas oraciones, tragarse una hostia, luego volver a casa
para seguir viviendo la misma vida prosaica? Es tiempo de comprender la
Enseñanza del Cristo de manera mucho más amplia para comenzar un
verdadero trabajo en el sentido que él ha mostrado, en vez de descansar
tranquilamente con la seguridad de que ya él nos salvó vertiendo su sangre
por nosotros.
Muchos dicen que encuentran el sentido de la vida en el amor, otros en el
poder, o en el estudio, o en el placer. Es posible, claro, es posible… Pero en
realidad, el hombre no puede encontrar verdaderamente el sentido de la vida
sino en el trabajo, un trabajo orientado hacia un fin divino que lo convierte en
un factor benéfico para la humanidad. Por ello las Inteligencias sublimes de
arriba lo invitan a participar en los Consejos donde deciden el destino del
mundo. Las entidades superiores aprecian a quienes trabajan con amor y
desinterés por el bien de todas las creaturas, e incluso si aquí son
desconocidos, incluso si nadie los respeta ni los escucha, las divinidades los
invitan durante su sueño a tomar parte en sus decisiones. He ahí lo que
enseña la Ciencia iniciática: nos revela los misterios del ser humano, lo que
es un espíritu, lo que es un alma, y hasta dónde se extienden sus actividades.
Una nueva luz viene ahora al mundo para volverle a dar un sentido a la
vida del hombre. Esta luz es otra comprensión de la palabra «trabajo».
Actualmente que el progreso técnico libera al hombre de las tareas más
penosas y permite hacer en algunos minutos lo que antes requería muchos
días, es todavía más importante entender y profundizar el sentido de esta
palabra. ¿Si no, a qué vienen todos estos progresos? ¿Acaso el objetivo sería
solamente que los humanos ya no tuvieran nada más que hacer, ni siquiera
caminar, porque existen vehículos para transportarlos o aparatos que pueden
encargarse en su lugar de todos los trabajos? No, estas mejoras han llegado
para que puedan liberarse de las actividades materiales que los aplastan, a fin
de que se consagren a actividades espirituales, divinas. He ahí el verdadero
interés del progreso técnico. De lo contrario, es muy malo; si el hombre no
tiene nada más que hacer que tirarse en algún lugar, en la hierba, o en la
arena, estancarse y podrirse, mientras que todo tipo de máquinas están
funcionando, irá hacia su perdición. Si la Inteligencia cósmica ha permitido
todos estos progresos materiales, es para que el hombre, finalmente liberado
de tareas prosaicas, pueda consagrarse a actividades de un orden superior.
Cuando ustedes hayan comprendido esto, sabrán que la única cosa con la
que pueden contar en la vida es con el trabajo que decidan emprender por el
bien del mundo entero. Nunca llegarán al final de este trabajo. Y el día en que
sean capaces de ponerlo realmente en el primer lugar, no encontrarán
palabras para expresar lo que experimentan, ¡pues en este trabajo la verdadera
vida comenzará a brotar en ustedes!
«¿Pero por qué, dirán ustedes, contar solo con el trabajo, cuando hay
tantas otras cosas con las cuales se puede contar?» Sí, ¡tantas cosas o
personas de las cuales fiarse para poder luego dormir tranquilo! Pues bien, yo
les diré que no cuento con nada ni con nadie, ni siquiera con el Señor: cuento
únicamente con mi trabajo. He ahí palabras que van a horrorizar a algunos
cristianos, a quienes se les ha dicho que basta con tener fe y que Dios hará el
resto. Pues que se horroricen, esto no cambiará en nada la ley: si no han
plantado, sembrado nada para darles a las fuerzas del universo una razón para
ponerse en marcha, el Señor no podrá hacer nada por ellos. Pero planten al
menos una semilla, y todas las fuerzas del cielo y de la tierra, la lluvia, el sol
estarán allí con ellos1. He aquí la única cosa en la que creo: la actividad. Ya
que cualquier actividad, por más insignificante que sea en apariencia (un
movimiento, un sentimiento, un pensamiento, una palabra) obligatoriamente
produce resultados.
Por tanto, velen por que todo lo que hagan sea como una semilla plantada
en la tierra espiritual, a fin de que las fuerzas desencadenas por cada una de
estas actividades sean benéficas para ustedes mismos y para el mundo entero.
Si saben trabajar así, pueden contar luego con lo que quieran, todo estará allí
para ayudarles; y se ganarán poco a poco el amor de las creaturas a su
alrededor, las del mundo visible y las del mundo invisible, porque sentirán en
ustedes cada vez más cosas capaces de retenerlas.
Revisen todo lo que les he dicho desde hace años: no encontrarán allí sino
medios, métodos, ejercicios para realizar este trabajo. Soy como un anfitrión
que invita cada día a una cantidad de personas a su mesa. Para estar seguro de
satisfacer a todos los convidados, presento la variedad más grande de
alimentos y de bebidas. Nada hace falta, y cada uno puede escoger lo que le
conviene2. Pero evidentemente, no porque todo esté servido sobre la mesa
deben sentirse obligados a comerse todo, sino se indigestarán. Propongo un
gran número de métodos diferentes porque sé que no todos ustedes tienen el
mismo carácter, las mismas necesidades, las mismas facultades, la misma
capacidad de trabajo. Les corresponde a ustedes escoger, pues sería peligroso
que trataran de aplicarlos todos. Indiscutiblemente, deben tener siempre
presentes aquellas reglas que les he dado para la conducta en la vida
cotidiana, a fin de avanzar cada día por el camino de la evolución sin
perderse. Por consiguiente, he ahí, están advertidos, es como si estuvieran
ante una mesa donde todo está a su disposición, pero no se precipiten a
engullirlo todo. Tomen algunos métodos, cuatro, cinco, seis, siete quizás… y
concéntrense en aquellos que les permiten hacer un trabajo en profundidad.
Ahora debo agregar aún unas palabras muy importantes desde el punto de
vista psicológico. Puede ocurrir que un método que les aportó ayer la luz, la
calma, el coraje, sea ineficaz hoy, simplemente porque ustedes se encuentran
en disposiciones diferentes. Entonces, ¿qué hacer? Pues bien, no hay que
insistir sino buscar el método conveniente para el día de hoy. Y en esto
también puede hacerse una comparación con la comida: un día tienen ganas
de una tortilla o de macarrones, y al día siguiente esto ya no les gusta, tienen
ganas de pescado, de papas, o solamente de frutas, y está muy bien, no hay
que comer todos los días lo mismo, nuestro organismo necesita diferentes
alimentos. Sé muy bien que existen pueblos que comen todos los días lo
mismo, pero su régimen alimentario es el resultado de condiciones
particulares, están acostumbrados a eso desde hace siglos. En todo caso, les
toca a ustedes percibir si un método que utilizaron ayer es igualmente eficaz
hoy. Si sienten que no es eficaz, déjenlo por el momento, pueden retomarlo
otro día.
La Inteligencia cósmica ha previsto que el ser humano debería
desarrollarse en todos los campos a fin de alcanzar un día la perfección. Por
ello él no puede contentarse con hacer siempre la misma actividad. Para
avanzar, tiene que hacer nuevos descubrimientos, nuevas experiencias.
Observen otra vez: en una jornada, ¿cuántas actividades desarrollan
ustedes?... Utilizan sucesivamente su cerebro, sus ojos, sus orejas, sus
piernas, su boca, y de esa forma se instruyen, progresan. Sus órganos siguen
siempre allí, no los cambian, pero no los utilizan todos a la vez; según sean
las circunstancias, hacen funcionar aquellos que necesitan. Es lo mismo con
los métodos de trabajo que les propongo: deben aprender a servirse de ellos
razonablemente de acuerdo a sus necesidades. Lo esencial es no quedarse
nunca inactivo.
«Mi padre trabaja y yo también trabajo con él». Como Jesús, los Iniciados
que tienen la consciencia despierta participan cada día en el trabajo de Dios.
Y ustedes también pueden participar en este trabajo. Algunos dirán: «Claro,
entendemos un poco lo que usted quiere explicarnos. Pero igual, ¿cómo así
que nosotros tan ignorantes y débiles podemos participar en este trabajo? No
es posible siquiera imaginarlo». Les daré otro método más. Permanezcan
primero un buen rato en silencio e inmóviles, luego comiencen a subir con el
pensamiento, imaginen que dejan poco a poco su cuerpo físico, saliendo por
la abertura que se encuentra en la cúspide de su cráneo. Continúen,
imaginando que atraviesan sus cuerpos causal, búdico y átmico, que se unen
al Alma universal, ese principio cósmico que llena el espacio, y que
participan en su trabajo en todos los puntos del universo a la vez. Ustedes
mismos quizás no saben claramente lo que hacen en ese momento, pero su
espíritu lo sabe.
He ahí el trabajo, el verdadero, el único con el que pueden contar, pues les
aportará todo. Todo está ligado y el menor resultado acarrea otro, luego éste a
su turno otro… Es una cadena ininterrumpida hasta el infinito. He ahí una
realidad de la que deben ser cada vez más conscientes: el vínculo que existe
entre una cosa y otra.
Por consiguiente, en adelante aprendan a hacer este trabajo que dará
resultados hasta el infinito y que nadie puede quitárselos, porque es un
trabajo que realizan en ustedes mismos, allí donde nadie distinto a ustedes
tiene acceso. Incluso si tienen una ocupación increíblemente importante e
interesante, comiencen también este trabajo interior que volverá cada una de
sus actividades sensata y benéfica para todos.
1 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. I: «Como hayan sembrado,
cosecharán».
2 Cf. La nueva tierra, Métodos, y ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras Completas, t. 13; Reglas de
oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227.
2
El equilibrio entre lo material y lo espiritual
Muchas personas sienten una necesidad de espiritualidad, son conscientes
de que la vida material, social e incluso familiar no puede llenarlas
completamente. Entonces, piensan: «Voy a cumplir primero con mis
compromisos con la familia, arreglar todos mis problemas materiales, y luego
seré libre para consagrarme a la práctica espiritual…» Pero los años pasan,
¡helos allí ya estropeados, y no lograron reservar un minuto para estudiar,
meditar, orar, hacer ejercicios! ¿Por qué? Porque razonaron erróneamente:
esperaban «¡tener tiempo!» Pero para vivir la vida espiritual, no hay que
esperar a que los asuntos estén resueltos, pues nunca nada está en su punto
verdaderamente, siempre hay algo que falla en algún lugar. Es exactamente
como si uno tratara de volverle a dar su forma redonda a una pelota de
caucho que está pinchada: cuando se logra suprimir el hueco de un lado, se
vuelve a formar en el otro.
Pues sí, la existencia está hecha de tal forma que nunca nada está
arreglado definitivamente. Tienen una profesión, pero poco después pierden
su puesto y se encuentran desempleados… Se casan, pero algún tiempo
después, ya nada funciona y se divorcian… Tienen una casa, pero se produce
un acontecimiento que los obliga a mudarse… Y los hijos, qué cantidad de
preocupaciones con los hijos: ¡su salud, su educación, su futuro! Y cuando
finalmente se vuelven adultos tienen los mismos problemas que ustedes y
esos problemas les preocupan igualmente: la salud, la profesión, el
matrimonio, el divorcio… Y luego de los hijos, son los nietos… Se los digo,
¡es interminable! Por lo tanto, no esperen a que la situación material esté en
su punto para vivir la vida espiritual. Y en primer lugar, piensen que no hay
oposición real entre lo material y lo espiritual, al contrario: gracias a la vida
espiritual encontrarán mejores soluciones para todos los problemas que se les
presentan cada día, pues ustedes serán más fuertes, más pacientes, más
sabios, estarán mejor inspirados.
Ahora, claro, hay que saber guardar la mesura. Si ustedes me dicen:
«Bueno, he comprendido, voy a organizar mi vida de tal forma que ya no
tenga que perder mi tiempo, ni mis energías en preocupaciones materiales,
profesionales o familiares», les responderé que tampoco hay que exagerar.
Vivimos en una sociedad que tiene sus reglas y no podemos actuar como si
no existieran. Todos aquellos que piensan que la vida espiritual los dispensa
de tener una profesión y de ocuparse de su familia, se comportan como
asociales, parásitos, vegetan, se vuelven una carga para los demás. Hay que
saber acomodar los dos: las actividades en el mundo y la vida espiritual. Es
un equilibrio que todo ser humano que quiere evolucionar debe encontrar:
cómo vivir en el mundo, tener relaciones con él, dejando igual el primer lugar
a lo esencial: el alma y el espíritu.
Según su manera de acomodar estos dos aspectos, material y espiritual,
cada uno revela su grado de evolución. Y nada es más difícil: los unos están
tentados a hundirse en la vida material olvidando la vida del espíritu, y los
otros a consagrarse a la vida espiritual descuidando la materia. Pero existe
una tercera solución, y es aquella que cada quien debe encontrar para sí
mismo, ya que cada caso es particular. En el fondo, claro, todos los seres
humanos poseen la misma naturaleza, tienen las mismas necesidades, pero su
grado de evolución no es el mismo, su temperamento no es el mismo, su
vocación en esta existencia no es la misma, y cada uno debe buscar su
equilibrio individualmente. Quien se siente impulsado a establecer una
familia no puede resolver el asunto como el que prefiere permanecer soltero.
Quien necesite mucha actividad física no puede llevar la misma vida que
quien tiene un temperamento meditativo, contemplativo. Lo esencial es que
cada uno sea capaz de analizarse bien, a fin de conocer sus tendencias
profundas; luego que se esfuerce por equilibrar en su vida lo espiritual y lo
material, a sabiendas de que cualquiera sea la actividad que deba asumir para
vivir, ella puede convertirse en el punto de partida de un trabajo espiritual.
Demasiadas personas ven incompatibilidad entre el trabajo físico y el
trabajo espiritual. Pues bien, se equivocan, pues cualquier actividad física
puede ser espiritualizada si se sabe introducir en ella un elemento divino: y en
cambio, la oración, la meditación o cualquier otra actividad llamada
«espiritual» se vuelve sumamente prosaica si no apunta a un ideal superior.
Los que usan como pretexto la vida espiritual para abandonar todo trabajo en
el plano físico no son en realidad espiritualistas sino perezosos. ¿Cuántas
personas son capaces de mantener un verdadero trabajo espiritual durante
varias horas seguidas? Poquísimas. Las demás se abandonan solamente a
elucubraciones que las debilitan, las desquician: harían mejor en ir con
frecuencia a lavar su ropa, cocinar, arreglar el jardín o cortar madera. Muchos
malentendidos subsisten aún sobre este asunto. La espiritualidad no consiste
en negar la actividad física, sino en hacerlo todo con vistas a la luz, por la luz,
para la luz. La espiritualidad es aprender a utilizar cualquier trabajo para
elevarse, armonizarse, unirse a Dios.
«Pero, dirán algunos, hemos leído en libros que ¡esforzándose en el plano
físico el hombre pierde su luz!» Pues bien, es no haber comprendido nada
acerca de la naturaleza de la luz. Los hombres primitivos sabían más de este
aspecto: cuando querían encender fuego, tomaban por ejemplo dos pedazos
de madera que frotaban entre sí; este frotamiento producía calor y, en un
momento, se veía aparecer una llama, la luz. La luz es entonces un producto
del calor que es, a su turno, un producto del movimiento1. Sí, quien hace un
trabajo en el plano físico poniendo en él todo su ardor y su consciencia, siente
nacer en él el amor, el «calor» por este trabajo; y porque su corazón se alegra,
la claridad termina por brotar en su espíritu.
Ustedes deben entonces comprender que el trabajo en el plano físico es
indispensable para la evolución de cada uno. Incluso si nadie se los pide,
deben obligarse a hacerlo ustedes mismos, esto se reflejará de una manera
benéfica en su salud, primero, claro, y también en su comprensión de las
cosas. Por consiguiente, en su casa, cada vez que tengan la oportunidad de
limpiar, de arreglar, de lavar, de coser, de hacer reparaciones, incluso si les es
posible que otros lo hagan, háganlo ustedes mismos, no sean nunca
descuidados. Piensen bien que no es dejándole el trabajo material a los demás
que se mostrarán más evolucionados.
Hay que liberarse de una vez por todas de estas concepciones erróneas
acerca de la vida espiritual. Quien se imagina que trabajando físicamente va a
perder su luz, pues bien, es mejor que la pierda, porque no es la verdadera luz
sino una luz turbia, malsana. La verdadera luz no se pierde trabajando, al
contrario. Gracias al trabajo uno la mantiene, comprende mejor las cosas,
hace descubrimientos. Entonces, ¡no dejen este trabajo a los demás con el
pretexto de que ustedes están conversando con los ángeles o con el Señor!
No solamente debemos aceptar el trabajo físico, sino también esforzarnos
por ejecutarlo con gestos mesurados, armoniosos. Ya que cada gesto
representa un sonido, una vibración en el mundo invisible, donde sin darse
cuenta el hombre hace a veces ruidos aterradores2. Quien aprende a vigilar
los gestos que hace trabajando, siente poco a poco que algunas actividades
físicas, que uno acostumbra más bien a menospreciar, toman una dimensión
espiritual con la condición de poner en ellas conscientemente pensamientos y
sentimientos apropiados.
Se cuenta que en un convento vivía un monje muy amable pero ingenuo y
sin educación. No era capaz de hacer otra cosa más que lavar la loza y barrer,
pero había tomado muy a pecho estas tareas, y cuando lavaba la loza, repetía
con fervor: «¡Señor que como lavo estos platos, sea lavada mi alma!...» Y
cuando barría, repetía: «¡Que como limpio este piso, sea limpiado mi corazón
de todas sus impurezas!...» etc. Orando de esta forma durante años, se volvió
tan puro, tan sabio, tan iluminado, que pronto obispos y cardenales vinieron a
consultarlo, porque estaba habitado por el Espíritu Santo. Dirán que es una
leyenda. Es posible, pero ella contiene una idea que debe tomarse en serio.
Esta idea consiste en que en todos los actos de la vida cotidiana, incluso los
más simples, podemos poner en acción fuerzas y elementos que nos permiten
trasladar estos actos al plano espiritual y alcanzar de ese modo los grados
superiores de la vida.
Tomemos un día común y corriente: en la mañana uno se despierta, e
inmediatamente toda una serie de procesos se desencadena, pensamientos,
sentimientos, también gestos: levantarse, prender la lámpara, abrir las
ventanas, bañarse, vestirse, preparar el desayuno, salir a la calle, ir al trabajo,
encontrarse con gente, etc. ¡Cuántas cosas que hacer!... Y todo el mundo debe
hacerlas. La diferencia está en que algunos lo hacen mecánicamente, mientras
que otros, al contrario, que poseen una filosofía espiritual, buscan introducir
en cada uno de estos actos una vida más intensa, más pura, de la que se
benefician y hacen beneficiar a su entorno.
Para mí, todo es trabajo; la palabra trabajo está en mi cabeza día y noche,
e intento utilizar todo para el trabajo. No rechazo nada, utilizo todo. Aun
cuando esté inmóvil sin hacer nada en apariencia, hago un trabajo con el
pensamiento para enviar vida, amor y luz por todas partes en el universo.
Acostúmbrense entonces a considerar su vida cotidiana, con los actos que
deben realizar, los acontecimientos que se les presentan, los seres junto a los
cuales deben vivir o con los cuales se encuentran, como una materia en la
cual deben trabajar para transformarla3. No se contenten con aceptar lo que
reciben, de aguantar lo que les pase, no se queden pasivos, piensen siempre
en agregar un elemento susceptible de animar, de vivificar, de espiritualizar
esta materia. Ya que verdaderamente la vida espiritual es esto: ser capaz de
introducir en cada una de sus actividades un elemento, un fermento
susceptible de proyectar esta actividad a un plano superior. Ustedes dirán:
«¿Y la meditación, y la oración…?» Pues justamente, la oración, la
meditación les sirven para captar estos elementos sutiles, más puros, que les
dan a sus actos una nueva dimensión.
Por lo tanto, no hay que cortar la vida espiritual de la vida material; e
inversamente, que es todavía más esencial, la vida material debe ser animada,
iluminada por la vida espiritual. ¿Por qué no se topa uno por todos lados sino
con personas insatisfechas? ¿Y de dónde proviene esta insatisfacción? Del
hecho que no han comprendido que deben tener un alto ideal, una idea divina
que ilumina y purifica su atmósfera interior4. Y entonces, hagan lo que
hagan, terminan siempre por asfixiarse, envenenarse. Incluso en vacaciones,
en las mejores condiciones, en la montaña o a la orilla del mar, siguen en el
mismo estado deplorable. Sí, aun fuera de las oficinas, de los talleres, de las
fábricas, se sienten siempre insatisfechos, infelices, abrumados, porque
interiormente cortaron el vínculo con el Cielo. Y apenas el hombre corta el
lazo con el Cielo, ningún medio material puede reconfortarlo: haga lo que
haga, sufrirá.
Claro, nadie puede pretender que la vida de los obreros por ejemplo es
magnífica, y que hay enormes injusticias por resolver en la sociedad. Pero se
trata de otra cuestión, pues de la manera en que se consideren estos
problemas, incluso si se hacen grandes mejoras materiales, no se arreglará
nada, y habrá los mismos descontentos o peores aún, porque sin el vínculo
con el Cielo, se encuentra siempre una razón para quejarse o rebelarse. La
prueba: tantas cuestiones materiales han sido resueltas desde hace años y la
gente, sea rica o pobre, no se siente ni más feliz, ni más satisfecha. Entonces,
es que sin duda aún les hace falta otra cosa.
¡En todas partes se proponen cantidades de productos, de aparatos, de
actividades, de servicios que deben traerles a los humanos la comodidad, el
bienestar, la seguridad… la mismísima felicidad! No hay sino que leer los
periódicos y la publicidad, ¡todo está allí para seducirlos y sobre todo para
embaucarlos! Pues incluso si pudieran aprovechar un día todo lo que se les
presenta, y más todavía, esto no les daría nunca lo que necesitan
verdaderamente. Mientras que una Enseñanza espiritual les dice: «Aprendan
a elevarse con la oración y la meditación hasta las regiones espirituales y
recibirán un elemento sutil, imperceptible que los llenará, porque les dará el
gusto por las cosas5». Sí, en cuanto ustedes han recibido este elemento,
¡sienten que hace vibrar las cuerdas de su alma y que su vida se vuelve
indescriptiblemente bella y rica! Sin este elemento imponderable, que no se
obtiene sino con una disciplina espiritual, incluso si acumulan todo lo que es
posible acumular, se sentirán siempre insatisfechos y decepcionados.
Desafortunadamente, los humanos tienden siempre a dar respuestas físicas
a las insatisfacciones que experimentan. Se comportan como si esas
insatisfacciones vinieran del cuerpo físico, y entonces le dan de comer, de
beber, de fumar, lo sacan a pasear procurándole todos los placeres. Pero el
cuerpo físico, ahíto, saturado, se asfixia y se queja: «¡Para, me vas a matar, y
no es atiborrándome de este modo que te sentirás mejor!» Pero el hombre no
entiende el lenguaje de su cuerpo, y se obstina diciendo que si no consigue
esta vez encontrar lo que busca, lo conseguirá la próxima vez.
Desgraciadamente, la próxima vez es lo mismo: el vacío. Pero él sigue.
En realidad, basta con muy poco para satisfacer el cuerpo físico; la mayor
parte de los reclamos en nosotros provienen del alma y del espíritu que no
cesan de rogar, de suplicar: «Necesito pureza, luz, espacio… Necesito
contemplar el sol. Necesito unirme a Dios, trabajar por el advenimiento de su
Reino, a fin de que la paz reine un día entre los humanos…» He ahí las voces
que debemos distinguir en nosotros, y escuchar bien sus solicitudes para
darles satisfacción.
Y ahora agregaré lo siguiente: el hecho de que la droga se extienda cada
vez más por el mundo, y especialmente entre la juventud, es una advertencia.
Es el alma humana que trata de hacer oír sus necesidades: se asfixia y utiliza
la droga para liberarse. ¿Habría, al parecer, que deshacerse de este «opio»
que es la religión? Pues bien, he aquí ahora la marihuana, la heroína, la
cocaína y así sucesivamente… ¿Es esto preferible?
El alma necesita el espacio infinito6. Y cuando se siente limitada,
asfixiada, busca evadirse por todos los medios. El alcohol, las drogas están
entre esos medios porque tienen la propiedad de expulsar el alma del cuerpo
y le dan la ilusión de libertad y de espacio, al menos por un momento. Porque
la juventud, la pobre, no sabe cómo satisfacer esta necesidad de evasión de su
alma, se droga. Pero no es una solución, pues la droga es siempre un
elemento químico que uno le proporciona a su cuerpo. Ahora bien, la
necesidad de evasión viene del alma, no del cuerpo. La droga es un indicio de
que el alma pide viajar a los espacios infinitos, pero la droga no puede
satisfacer al alma y no solamente no puede satisfacerla, sino que destruye el
cuerpo. Por ello, no le aconsejo a nadie utilizarla, cualquiera sea el pretexto.
La dicha, la dilatación, la libertad, la plenitud se buscan con medios
espirituales.
Los verdaderos adeptos de la Ciencia iniciática no cuentan con nada
exterior, saben que dentro de ellos mismos Dios depositó todas las
posibilidades, todas las riquezas, todas las sustancias de todos los
laboratorios. Y allí hay que buscarlos. Claro, es una empresa de largo aliento
que requiere esfuerzos cotidianos, pero que vale la pena. El alimento que
toman en las regiones sublimes del alma y del espíritu los sacia durante días y
días, ya que hay en el plano divino elementos de tal riqueza que si logran
saborearlos así sea solamente una vez, la sensación de plenitud que les dan
nunca los deja. Pueden luego asumir todas sus obligaciones familiares,
profesionales, sociales; nada podrá arrebatarles esta sensación de inmensidad
y de eternidad.
Ahora, es verdad, existe otro peligro: buscar la vida espiritual misma
como una droga. Me pasa que recibo cartas de personas que me cuentan su
vida: sus sufrimientos, sus fracasos, sus decepciones… Pero, dicen, ahora que
han encontrado esta Enseñanza espiritual, toda su existencia ha cambiado. Y
me exponen cómo… ¡Pero si creen que voy a alegrarme con el cuadro que
están pintando! La verdad, no solamente no me alegro, sino que me
preocupa; pues estas personas expresan ante todo un deseo de huir del
trabajo, de los esfuerzos, de las responsabilidades, ¡como si la vida espiritual
consistiera en dejarse llevar por corrientes agradables, en flotar en quién sabe
qué espacio lleno de imágenes confusas!... Pues no, la vida espiritual tiene
leyes y exigencias, leyes y exigencias más grandes incluso que la vida
material y que la vida social.
La práctica espiritual bien entendida no es una huida de las realidades de
la existencia, al contrario, ella debe hacernos capaces de asumir mejor nuestra
vida en la tierra. Es su meta, su razón de ser, y hacia este equilibrio debemos
tender.
1 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. X: «Cómo los dos
principios se encuentran contenidos en la boca».
2 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. IV: «La fuerza mágica de los gestos y de
la mirada».
3 Cf. Reglas de oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227.
4 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. X: «El alto ideal».
5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. I: «Iesod refleja las virtudes de los demás
sefirot».
6 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 17, cap. IV: «El alma».
3
Las leyes del trabajo espiritual
Es evidente que el hombre tiene más facilidades para el trabajo material
que para el trabajo espiritual: los instrumentos que posee para actuar en la
materia están mucho más desarrollados que las facultades que le permiten
tener acceso al mundo del alma y del espíritu. Por ello, muchos de aquellos
que se comprometen con la vía de la espiritualidad tienen la impresión de no
lograr nada. Mientras que todos los demás, en la fábrica, en los campos, en
las canteras, en los talleres, los laboratorios, las oficinas, tienen una actividad
cuyos resultados pueden constatar todos, los espiritualistas piensan a veces:
«¿Pero qué clase de trabajo es éste cuyos resultados no se ven nunca? Al
menos cuando uno trabaja en la materia, se sabe a qué atenerse. Incluso el
trabajo intelectual, la creación artística dan resultados visibles…»
Pues sí, todo esto es verdad. Se prepara una comida, se acondiciona un
apartamento, se plantan flores en el jardín, se lee, se escribe, se dibuja, se
compone música e incluso si es un fracaso, hay al menos la prueba de que
uno ha hecho algo, y a partir de esto se puede progresar. Mientras que en el
plano espiritual, sea lo que sea que hagan, nadie ve algo, ni ustedes, ni los
demás, y nunca saben dónde están realmente. Entonces, ante tal imprecisión,
tal incertidumbre, puede ocurrir que comiencen a dudar al punto de tener
ganas de abandonar todo. Y será así mientras no tengan una idea clara de la
naturaleza del trabajo con el cual se comprometieron.
Es preciso comprender de una vez por todas que el trabajo espiritual tiene
que ver con una materia espiritual extremamente sutil que escapa a nuestros
medios de investigación habitual. Pero los trabajos que es posible ejecutar en
el plano espiritual son tan reales como aquellos que se realizan en el plano
físico: tan real como que ustedes en el plano físico encienden la luz, lavan las
ventanas, cortan madera, o encienden su automóvil, así de real en el plano
espiritual desencadenan fuerzas, orientan corrientes, purifican la atmósfera e
iluminan consciencias. Si no lo ven, es porque se trata de una materia
diferente; y quien ha logrado vivir verdaderamente la vida espiritual no
necesita que estas realidades que siente en él y a su alrededor sean tan
visibles y tangibles como las del mundo físico. Con el tiempo, ellas pueden
concretizarse también, pero hay que ser muy pacientes y no ocuparse tanto de
la realización material.
Mientras no se conozcan estas leyes, mientras se espere ver resultados
inmediatamente, uno se desanima, detiene su trabajo, e incluso lo destruye.
La materia psíquica es muy fácil de modelar, y dependiendo de si uno está o
no convencido y de si se es o no perseverante, se construye o se destruye;
entonces, destrozando cada vez lo poco que se ha logrado edificar, uno
impide la realización definitiva de su trabajo. Algunas veces ustedes también
sienten ganas de abandonarlo todo y de contentarse con actividades cuyo
resultado sea finalmente visible para todos. Hagan lo que quieran. Pero un
día, incluso en medio de los más grandes éxitos, van a sentir que
interiormente les falta algo. Y es normal, porque no han tocado lo esencial,
no han plantado aún ninguna cosa en el campo de la luz, de la sabiduría, del
amor, de la fuerza, de la eternidad.
La concreción material debe producirse un día inevitablemente. Es una ley
de la creación. Si tienen fe y paciencia para continuar el trabajo emprendido,
llegarán a concretar en el plano físico todo lo que desean. Ustedes dicen que
desean desde hace años cosas que no se realizan. Pues bien, es porque no
saben cómo trabajar. ¡Cuántos se imaginan que van a tener éxito en el mundo
espiritual utilizando los mismos métodos que en el plano físico! Pues no, no
lo lograrán, ya que los métodos por emplear son justamente los contrarios.
Un ejemplo muy simple les ayudará a comprenderlo: la construcción de una
casa.
Esquemáticamente, se puede decir que para construir una casa se
comienza por la parte de abajo: se excava la tierra, se construyen los
cimientos, luego se levantan las paredes y finalmente se coloca el tejado. El
exterior de la casa se edifica entonces de abajo hacia arriba. A continuación,
hay que ocuparse del interior, habitación por habitación, y allí sucede a la
inversa: se empieza por el techo, se sigue con las paredes y finalmente se
construye el suelo. Pues sí, reflexionen, no es cuando ustedes han tapizado las
paredes y colocado la alfombra que se ocupan del techo. Por tanto, he ahí un
ejemplo tan simple que nos explica los métodos por aplicar. Para tener éxito
en el plano físico, hay que trabajar de abajo hacia arriba, es decir que hay que
comenzar por el lado material para llegar poco a poco a planos más sutiles.
Al contrario, para tener éxito en el plano espiritual hay que ir de arriba hacia
abajo, es decir empezar por lo más sutil y acabar en lo que es más visible,
tangible, concreto. ¿Pero quién sabe trabajar así? Cuando se trata de construir
una casa, evidentemente uno lo sabe, pero cuando se trata de aplicar las
mismas reglas en su existencia, es menos seguro.
Para obtener resultados en el plano material, se construye primero en tierra
una base sólida, resistente. Mientras que para obtener resultados en el plano
espiritual, se empieza por asegurarse un techo, sino el resto del edificio se
agrietará. Porque el trabajo espiritual avanza en sentido inverso del trabajo
material: se empieza por fabricar los cimientos arriba, y se termina poniendo
el tejado abajo. Por tanto, cuando yo digo que en el mundo invisible hay que
empezar por construir el techo, esto significa que hay que trabajar primero
mucho pero mucho tiempo, a fin de echar raíces en el mundo divino, y este
trabajo realizado arriba dará un día resultados en el plano físico.
El plano físico es el mundo de las consecuencias, y en esas consecuencias
tenemos pocas posibilidades de actuar. Para producir cambios durables, hay
que ir al mundo de las causas. El hombre cuyo pensamiento puede llegar
hasta allá posee todos los medios para tocar y desencadenar fuerzas puras,
luminosas, que producirán resultados tarde o temprano1. Por ello, todos los
que se contentan con intervenir en el plano físico para cambiar el estado de
cosas en el mundo, nada solucionan ya que, sin preguntarles su opinión,
acontecimientos o personas vienen a perturbar todo nuevamente y hay que
volver a comenzar. Trabajar en cambiar las consecuencias es como si uno
escribiera una palabra en la arena del mar: las olas llegan y la borran… Hay
que trabajar en las causas.
Las condiciones no se arreglan desde abajo, es preciso que el impulso
venga de arriba. La historia está allí para enseñarnos que ningún cambio de
régimen político, social, económico es definitivo: algún tiempo después
sobreviene una ola que se lo lleva todo. Siempre es posible apropiarse de
territorios deportando o asesinando a sus habitantes, tomando sus bienes,
imponiendo una dictadura, etc. Pero a menudo, algunos años después la
situación se invierte: los países ocupados se sublevan y los ocupantes son
vencidos y expulsados, ellos o sus sucesores. Pues sí, ¡cuántas veces la
historia ha mostrado que incluso los tiranos mejor armados y más hábiles no
triunfaron sino por corto tiempo!
Solo lo que es creado arriba, en el mundo del espíritu, es eterno; el resto es
pasajero, transitorio. Por ello solo el bien es eterno, el mal solo tiene una
existencia efímera. En Bulgaria decimos: «Krivdina do pladnina, dobrina do
veknina», es decir: el mal dura hasta el mediodía, el bien dura eternamente.
Entonces, quien desee mejorar una situación definitivamente debe elevarse
muy arriba en el ámbito del espíritu y allí trabajar, orar, formular plegarias,
crear imágenes que un día se realizarán2.
Por ello, en vez de agitarse tanto en el plano físico, es necesario que todas
las personas de buena voluntad aprendan cómo desencadenar fuerzas
luminosas arriba: un día, los obstáculos serán removidos y un orden nuevo de
armonía y de paz se instalará en la tierra. Pues es una ley del mundo espiritual
que cuando un cierto número de personas se reúnen alrededor de una idea,
sus pensamientos y sus deseos forman desde ya una realidad arriba. Esta
realidad no está hecha de partículas lo suficientemente materiales como para
que pueda verse, tocarse. Pero un grupo de seres humanos que tienen la
misma meta y se reúnen para realizarla crean una entidad colectiva que se
llama un egregor. Cada país, cada sociedad, cada movimiento político o
espiritual, cada religión posee un egregor. Incluso si no puede verse (pero
clarividentes pueden verlo), este egregor está vivo y actúa. En consecuencia,
todos los que se reúnen en nombre del Reino de Dios están alimentándolo, y
el día en que sean más numerosos y estén más convencidos, el Reino de Dios
se realizará.
Ahora, quienes escojan la vía de la espiritualidad deben saber que el
peligro más grande está en aventurarse en ella sin guía. Me asombra siempre
constatar que personas que nunca tuvieron la idea de escalar una cima sin
estar acompañadas por un guía experimentado, se lancen así, completamente
a solas, al ataque de montañas espirituales donde los peligros de extraviarse,
de caer en precipicios, o de ser sepultados bajo avalanchas son mucho más
grandes. Ustedes dirán que no siempre es fácil encontrar guías seguros3. Es
cierto. Pero de todas maneras, a falta de encontrarlos en carne y hueso, la
tradición espiritual presenta suficientes ejemplos y ha dejado suficientes
obras para explicar, orientar a quien desee sinceramente caminar por esta vía.
Y entonces, él descubrirá que el mundo espiritual es el más real, el más
seguro, el más claro, y que permanece eternamente inmutable y bello. Sí,
pero con la condición de aceptar la disciplina indispensable, pues para poder
captar, utilizar, y sobre todo dominar las corrientes del mundo invisible, hay
que desarrollar previamente algunas cualidades y virtudes: el desinterés, la
humildad, la pureza… En este ámbito, la voluntad no es suficiente, hay que
hacer todo un trabajo preparatorio. Muchos espiritualistas están allí
insistiendo, queriendo, deseando, pero como no han pensado en preparar las
condiciones previas para que los procesos esperados se produzcan, no
obtienen ningún resultado; o peor, se rompen la cabeza.
Por tanto, que quien decida emprender el camino espiritual entienda desde
el comienzo una cosa: debe preparar su trabajo. Un obrero, un artesano lo
sabe; observen a un pintor, un albañil, un panadero, un cirujano: antes de
acometer sus trabajos, reúnen a su alrededor todos los utensilios y materiales
que necesitarán –¡sin hablar de los años de estudio que debieron hacer
primero! Y el químico sabe que si quiere obtener cierta reacción, debe poner
tal y tal cuerpo en condiciones determinadas previamente: pureza, cantidad,
temperatura, etc. Si las condiciones son respetadas, obtiene el resultado
esperado; si no, puede muy bien observar su probeta… nada. O entonces
¡hace explotar todo!
Pues bien, he ahí dónde está el error de muchos supuestos espiritualistas.
No le dan a su actividad una base sólida. Se lanzan así, sin ninguna
preparación, pensando que es suficiente con tener el deseo y la voluntad para
que el mundo invisible se les revele, que los ángeles vengan a servirles y que
todos los poderes caigan en sus manos. Pues sí, desafortunadamente,
demasiadas personas se imaginan que para llegar a ser Iniciados, basta con
tener el deseo y la voluntad. Inmediatamente se presentan con aires de
superioridad, un aspecto inspirado, y se creen capaces de instruir a los demás.
¡Son simplemente ridículas! Ridículas y peligrosas, ya que no saben ni
siquiera de qué hablan.
En la vida espiritual, existe una regla según la cual cuando uno recibe una
verdad, se comienza por vivirla antes de hablar de ella y de difundirla a su
alrededor. Sí, ustedes deben experimentar primero una verdad, hacer
ejercicios y experiencias con ella, al punto que se vuelva carne y hueso en
ustedes, que sea ya solo una con ustedes. Si comienzan a predicar desde el
día siguiente verdades que apenas acaban de recibir, las perderán. Es preciso
que conserven estas verdades en ustedes cierto tiempo, sin decir nada, y vivir
con ellas, hacerlas suyas, para que les aporten esclarecimientos, fuerzas y los
ayuden a triunfar sobre las dificultades por las que tendrán que atravesar. A
partir de ese momento, no solamente ellas no los dejarán nunca, sino que
cuando hablen de ellas a los demás, tendrán tal fuerza, tal poder debido a su
evidente sinceridad, que lograrán hacérselos compartir. Mientras tanto,
cállense, conserven su trabajo en secreto así como los resultados a los cuales
aspiran.
Algunos dirán: «Pero si hablamos, es para ayudar a los demás. Vemos que
están equivocados, y queremos hacerles bien». No, si quieren realmente
trabajar por el bien, comiencen por dejar a los demás tranquilos. Sus padres,
sus amigos, no los sermoneen, ya que no lograrán más que volverse
insoportables para ellos. Ocúpense primero de transformarse, de
perfeccionarse. De lo contrario, ¿saben lo que va a ocurrir? Se parecerán a
aquel que, con las manos llenas de grasa, ve una manchita en el rostro de su
amigo: «Espera, le dice, voy a quitarte esta mancha». Y con sus manos todas
sucias, lo embadurna completamente. Pues sí, he ahí lo que hacen todos
aquellos que se creen capaces de conducir a los demás en el camino de la
Iniciación cuando ellos mismos aún no han comenzado el verdadero trabajo
de purificación, de generosidad, de autocontrol.
El verdadero espiritualista no se impone nunca a los demás. Durante años
y años, sin decir nada, aporta cada día nuevos elementos al edificio que
decidió construir en el mundo invisible, hasta el momento en que incluso los
ciegos comienzan a exclamar: «¡Oh, pero si hay allí una construcción!» Pues
sí, porque comenzó por el techo, por el mundo divino. ¡Solamente hay que
trabajar, orar, y las cosas aparecerán poco a poco por sí mismas! Sin que
tengan necesidad de hablar, a pesar de ustedes, lo que son se manifestará.
El que ha comprendido lo que verdaderamente es el trabajo espiritual
acepta pasar veinte años, treinta años, toda la vida incluso, preparándose bajo
la dirección de un Maestro, esté o no vivo, y luego en muy poco tiempo
obtiene resultados4. En el ámbito espiritual, la preparación es larga. Pero las
personas no se preparan: siguen cultivando toda clase de miasmas en su
cabeza y en su corazón, y porque de vez en cuando leen algunos libros
esotéricos, supuestamente meditan, y se dedican a algunas ceremonias
mágicas, eso les basta. A ellas, sí, quizás. Pero en realidad, eso no es
suficiente, es preciso cumplir con ciertas condiciones previas. Y quien las
cumple se ve obligado a descubrir que las leyes del mundo espiritual son tan
seguras y verídicas que aquellas del mundo físico: el trabajo espiritual
produce tantos resultados como el trabajo en la materia.
Por tanto, la cuestión no es dudar o creer en la realidad del trabajo
espiritual, sino de encontrar los mejores métodos para avanzar… Los
mejores, es decir los menos peligrosos, los más eficaces; quizás los de más
larga duración pero cuyos resultados son los más duraderos. La desgracia
consiste en que las personas tienen afán, no tienen ni tiempo, ni paciencia.
Creen que pueden llegar a ser Iniciados, magos, videntes, como se es
pedicurista o manicurista. Apenas obtienen un pequeño resultado hacen todo
un escándalo de esto e inducen a mucha gente en error, aprovechándose del
hecho de que la multitud, que no tiene criterios, se traga todo. Pero deben
saber que un día deberán rendirle cuentas al Cielo.
Ustedes se preguntan, claro, ¿por qué es este trabajo tan largo? La
respuesta es simple: es porque no lo habían comenzado aún en sus
encarnaciones anteriores; entonces su materia psíquica se ha vuelto tan
compacta, espesa, que se opone con gran resistencia, y para cambiarla,
volverla sensible, es necesario mucho tiempo. Si se hubieran ejercitado ya
desde hace mucho tiempo en este sentido, su materia sería en el presente
mucho más flexible, maleable y fácil de educar. Esta preparación habría
facilitado el trabajo del espíritu en ustedes.
Entonces, ahora, no pierdan tiempo precioso en tergiversaciones:
comiencen este trabajo desde hoy sin dejarse llevar por la duda y el
desaliento. O mejor, si ustedes dudan, no duden de las leyes del Cielo, sino
de sus capacidades: allí, claro, a veces hay de qué dudar y desanimarse. Pero
es necesario conservar siempre su fe en la veracidad de las leyes divinas. Pase
lo que pase, no se dejen detener por el hecho de que les es imposible
constatar con sus ojos los progresos que han realizado y las repercusiones de
estos progresos en su entorno. Trabajen, es todo, a sabiendas de que lo que
cuenta para el Cielo no son sus logros, sino sus esfuerzos. ¿No tuvieron
éxito? No es grave, el Cielo no será inclemente. Ya que en realidad los logros
no dependen tanto de ustedes, sino del Cielo. Lo que depende de nosotros,
son los esfuerzos, puesto que el Cielo no puede hacerlos en nuestro lugar.
Pero para el éxito, él decide por ahora. ¡Cuántos santos, profetas, Iniciados
han dejado la tierra sin ver el fruto de su trabajo! A pesar de su luz, de su
integridad, de su elevación espiritual, no lograron hacer triunfar sus ideas, lo
que prueba muy bien que su éxito no dependía de ellos.
Quien emprende la vía de la espiritualidad debe hacerlo con una
consciencia clara de la realidad de las cosas. La buena voluntad no es
suficiente, ni los esfuerzos, ni los sacrificios, hay que conocer también las
leyes que rigen el mundo invisible. A menudo uno se atormenta: «¿Por qué
no lo logro mejor? ¿Por qué nada cambia?» En realidad grandes
transformaciones se produjeron ya, pero son aún demasiado sutiles como para
ser visibles. Y si yo les hablo así, no piensen que son solo palabras dichas así
para motivarlos. No, se puede alentar a la gente, pero algunos minutos o
algunos días después, estos estímulos son desmentidos por la realidad porque
no descansan sobre nada sólido. Se le dice a alguien: «Pero no te preocupes,
mi viejo, sanarás, nos enterrarás a todos» y muere al día siguiente. ¡Vaya
palabra de aliento!... Pero cuando yo les aseguro que si hacen el trabajo con
todo su corazón, con toda su alma, incluso si no se ve aún, este trabajo
verdaderamente da resultados, éstos son incentivos reales, sólidos, pues están
basados en un saber iniciático.
Está dicho en los Libros sagrados que el Señor es fiel y verídico. Todos
los esfuerzos que ustedes hacen por la gloria de Dios, por la propagación de
la luz, por despertar la consciencia de los humanos, se registran y un día
serán recompensados. ¿Cuándo? Es lo único difícil de saber, pero no deben
preocuparse por ello. Les corresponde a ustedes trabajar dejando al Cielo
determinar cuándo, dónde y de qué manera; así sentirán que sus esfuerzos
traen ya por sí mismos su propia recompensa.
Por ello, cuando le pidan al Señor la realización de sus deseos, no se les
ocurra señalar una fecha para esta realización, pues lo único que lograrán es
entrabar el buen desarrollo de todos los procesos psíquicos. Trabajen a
sabiendas de que tienen la eternidad ante ustedes. Entonces, no se detengan
en el tiempo que esto tomará, sino únicamente en la belleza de este trabajo
que han emprendido, y digan: «Puesto que es tan bello, no me preocupo por
saber si necesitaré siglos o milenios para lograrlo».
No hay que pensar en que a partir del momento en que emprendieron
cierto trabajo, las cosas van a desenvolverse exactamente como lo esperan:
que sus instintos van a plegarse a su voluntad5, que la sabiduría y la razón
van a triunfar en ustedes y que el Cielo entero, maravillado, no tendrá nada
más que hacer que inclinarse ante ustedes para realizar todos sus deseos. No
se comporten como todos esos supuestos espiritualistas que, viendo que no lo
lograron como lo querían y en el tiempo que querían, se amargan e
importunan a los demás con sus sublimes ambiciones frustradas. Sepan que el
Cielo y la tierra han jurado dar a cada quien lo que se merece. Entonces, ¿por
qué preocuparse? No hay que preguntarse si las entidades que dirigen su
destino son inteligentes y buenas, o si se han dormido y los han olvidado.
Solamente hay que preguntarse si uno hace bien su trabajo.
No hay que lanzarse a la vida espiritual sin conocer las leyes, de lo
contrario los resultados son algunas veces peores que si uno siguiera siendo
el más ordinario de los materialistas. A partir del momento en que han
encontrado el verdadero trabajo, ya nada debe poder detenerlos. Cuando yo
era un joven discípulo del Maestro Peter Deunov, en Bulgaria, él tenía la
costumbre de repetirme estas palabras: «Rabota, rabota, rabota… Vréme,
vréme, vréme… Véra, véra, véra…» Rabota significa trabajo; vréme, tiempo,
y véra, fe. Nunca me explicó porqué repetía estas tres palabras, pero durante
años esto me inquietó, y comprendí que allí había toda una filosofía
condensada. Por consiguiente, he ahí: el trabajo, pero también la fe que es
necesaria para acometerlo y continuarlo, y especialmente el tiempo. ¡Pues es
preciso tiempo! Que no piensen que todo va a ser realizado de sopetón.
Ahora conozco lo que significa «vréme». ¡Los años han pasado y veo que
«vréme» realmente no es cualquier cosa!
1 Cf. Conócete a ti mismo, Obras Completas, t. 18, cap. V: «El plano causal».
2 Cf. Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor No. 232, cap. VII: «La montaña madre del
agua»; En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. IV: «La conquista de la cima».
3 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. I: «¿Cómo reconocer a un verdadero
Maestro?» y cap. II: «La necesidad de un guía espiritual».
4 Cf. La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor No. 234, cap. IV: «El amor del discípulo,
la sabiduría del Maestro».
5 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VI: «No se puede cambiar la naturaleza de la
personalidad – El sentido iniciático de la fermentación».
4
El hombre en el cuerpo cósmico
I
La cadena viviente de creaturas
Todos los seres de los diferentes reinos del universo están unidos entre
ellos. Tengamos o no consciencia de esto, tanto los seres que están debajo de
nosotros como los seres que están encima de nosotros están unidos a
nosotros, pues existe una jerarquía viviente en la naturaleza. Gracias a esta
jerarquía, gracias al vínculo que nos une a todos los seres superiores, tenemos
la posibilidad de elevarnos. Pero estamos igualmente unidos a todos los seres
que están debajo de nosotros: los animales, las plantas, las piedras, y este
vínculo es también muy poderoso.
Si nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos son
honestos y puros, recibimos del Cielo fuerzas benéficas que se vierten en
nosotros a través de esta cadena viviente e ininterrumpida de creaturas. Pero
estas corrientes divinas no se detienen en nosotros, ellas nos atraviesan y
descienden hasta las creaturas situadas debajo de nosotros, e igualmente
ligadas a nosotros, en los reinos animal, vegetal y mineral. Así, cada estado
armonioso que estamos viviendo influencia benéficamente no solamente a los
humanos alrededor nuestro, sino también a todos estos hermanos y hermanas
que son para nosotros los animales, las plantas, las piedras. Y al mismo
tiempo, gracias a otra corriente de circulación, las energías suben del mineral
a los reinos superiores y hasta Dios1. Este fenómeno puede compararse con
las dos corrientes ascendiente (la sabia bruta) y descendiente (la sabia
elaborada) que circulan en un árbol. En este Árbol cósmico que es el
universo, el hombre se encuentra también en el paso de dos corrientes
ascendiente y descendiente que lo atraviesan, y debe aprender a trabajar
conscientemente con ellas.
Quien se esfuerza por unirse a la cadena viviente de seres es alimentado,
saciado sin cesar. Mientras que quien cree poder prescindir de ella es privado
de esta fuente inagotable de energías, y se debilita. Pues ¿de dónde recibirá el
aliento, la inspiración, la sabiduría, el amor, las fuerzas necesarias para la
vida diaria? «Las encontrará en él mismo», dirán ustedes. Sí, por algún
tiempo quizás, pero pronto agotará sus reservas. Incluso si ha comenzado
vastos proyectos, deberá interrumpir estos trabajos porque es imposible hacer
algo grande si no se permanece unido a la cadena viviente de creaturas. Es
exactamente como si una lámpara se imaginara que puede iluminar sin estar
conectada a la central eléctrica. Pues no, la central envía la corriente; la
lámpara no es más que un conductor.
En realidad, quiéralo o no, el ser humano está ligado, conectado a la
Fuente divina; pero si quiere beneficiarse de ella plenamente para su
evolución y la de todas las creaturas en el universo, esta unión debe volverse
consciente. El hombre tiene inmensos poderes, puede hacer milagros incluso,
pero con una condición: que se convierta en conductor consciente de energías
de arriba. Estas energías le son transmitidas por los seres que están
directamente por encima de él, estos seres que son mencionados en el Árbol
sefirótico con el nombre de Ischim: los Hombres, es decir, las almas
glorificadas que habitan en las regiones superiores de la sefirá Malkut. Son
los santos, los patriarcas, los profetas, los grandes Maestros, los fundadores
de religiones. Jesús es uno de ellos y entre los más grandes. Estos seres son
como un intermediario entre los humanos y las Jerarquías angelicales. No han
abandonado a la humanidad, sino que velan por ella y orientan las fuerzas
cósmicas con miras a su desarrollo espiritual.
Ustedes han oído hablar sin duda de lo que el cristianismo llama la
«Comunión de Santos», y la religión judía la «Comunidad de Israel». Cada
corriente mística le da un nombre diferente, pero se trata siempre de la misma
asamblea de Almas glorificadas. Ella envía a la tierra mensajeros, a fin de
realizar el programa dado por el Creador para el futuro de la humanidad. Ella
es la verdadera Fraternidad Blanca Universal2. Acá, nosotros, en nuestra
Fraternidad, no hacemos más que prepararnos para ser juzgados dignos de
participar un día en el trabajo de estas creaturas, de vivir en armonía con
ellas, de comulgar con ellas.
Los Ischim han terminado su evolución, ya no están sometidos al destino;
poseen el conocimiento y los poderes. El asunto para nosotros es llegar a
entrar en relación con ellos. Pero hay que prepararse: nadie puede ser
admitido en su comunidad sin haberse sometido previamente a ciertas reglas
y haber desarrollado algunas cualidades y virtudes. Nadie puede forzar su
puerta y penetrar en su santa asamblea. Solo es aceptado quien ha
comprendido dónde está el verdadero camino, quien lleva una vida pura y
quiere servir a un alto ideal. Los Ischim se reúnen, toman una decisión
respecto de él, y una vez que ha sido aceptado, velan por él y le envían todo
lo que necesite para comenzar a participar en su trabajo.
De los Ischim nos vienen todas las ayudas invisibles, pero sin embargo,
ellos no representan la suprema autoridad: ellos reciben de mucho más arriba
órdenes que transmiten aquí en la tierra. Por consiguiente, no todo depende
de ellos. Conocen las leyes, entran en comunicación con los Ángeles, los
Arcángeles, las Dominaciones y todas las otras Jerarquías sublimes,
contemplan los planes y los proyectos de Dios; y cuando se han impregnado
de ellos buscan en la tierra seres que se han preparado para convertirse en
conductores para la realización de estos proyectos.
Los Ischim forman entonces el vínculo, el eslabón que liga la humanidad a
las Jerarquías celestes3: no podemos no pasar por ellos. En ese sentido puede
decirse que son «divinidades», y a esas divinidades debemos ofrecerles un…
«apeadero». Con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra
buena voluntad, les proporcionamos condiciones favorables para que puedan
actuar en todas las creaturas y abrirlas a las corrientes divinas.
Entonces, ¿no hay razones para que un espiritualista cobre ánimos cuando
descubre la importancia de su vida? Esta vida que hasta entonces era
insignificante, opaca, mediocre, ¿cómo no alegrarse comprendiendo que ella
puede volverse tan útil? Él entra en esta inmensa unidad de la Comunión de
Santos y hace todos sus esfuerzos, sin evitar ninguna pena, para vibrar al
unísono con los miembros de esta Fraternidad gloriosa. Más adelante, llegará
incluso un momento en el que podrá verdaderamente entrar en contacto con
ellos, encontrarse con ellos, verlos e incluso recibir de ellos facultades, dones,
poderes.
Para mí, no hay nada más importante en la vida que este conocimiento
acerca de la existencia de creaturas que llegaron a la cima de la evolución
humana y que pueden ayudarnos a recorrer el camino que ellas mismas
recorrieron. ¿Para qué perder su tiempo en cuestiones fútiles, insignificantes,
cuando uno puede desarrollar todos los días una actividad tan útil y fructífera
uniéndose a esta cofradía de seres que ya no conocen nada de las debilidades
humanas? Las conocieron un poco durante su existencia terrestre, pero se
liberaron de ellas hace mucho tiempo.
Y les diré ahora una cosa: cuando una mujer está dando a luz a un niño en
los dolores del parto, el mejor trabajo que ella puede hacer es pensar en esos
seres superiores, los Ischim, a fin de poner al recién nacido bajo la custodia
de las creaturas más dignas, más bellas, más poderosas, más libres que alguna
vez hayan vivido en la tierra. Que les presente un servidor de Dios, que se los
confíe… Ellos lo tomarán bajo su protección y, a través de las tinieblas y las
pruebas de la vida, conducirán siempre a este niño hacia la luz.
II
Nuestra deuda con el Creador,
la creación y las creaturas
Al nacer, el hombre recibe de sus padres un cuerpo, algunos dicen que la
vida. Y luego, durante años y años, también gracias a sus padres es
alimentado, vestido, albergado, educado, instruido. He ahí por tanto una
deuda inmensa que se acumula. Muchos se niegan a reconocerla: critican a
sus padres, se oponen a ellos y piensan que no les deben nada. Pues bien, es
deshonesto. Sus padres claramente no son perfectos, es entendible, pero ellos
los han amado, se entregaron, se preocuparon por ellos… ¿Acaso no es nada
todo esto?...
Entonces, sepan que ustedes tienen en primer lugar una deuda con sus
padres. A renglón seguido, tienen otra también con el país al que pertenecen,
porque recibieron de él toda una herencia de cultura y civilización; sin hablar
de los medios que pone a su disposición para su instrucción, su comodidad,
su seguridad… Luego le deben algo a su raza, porque les dio un tipo físico,
una estructura física, una mentalidad… Pero no es todo: ustedes contrajeron
deudas con el planeta, esta tierra generosa que los lleva, los alimenta… y con
el sistema solar completo, ya que gracias al sol y a los planteas somos
apoyados, vivificados sin cesar … con todo el universo… y finalmente, con
el Señor.
Querámoslo o no, no hacemos más que tomar, tomar, tomar, y ahora
debemos enormemente. Quien quiere comportarse como un ser de justicia
debe ser consciente de esta deuda. Por ello, ama y respeta primero a sus
padres, les hace bien para devolverles lo que les debe. Por medio de su
actividad, sus pensamientos, sus sentimientos, se esfuerza por devolver
también algo a la sociedad, a la nación, a la humanidad entera, al sistema
solar, a todo el cosmos, y finalmente a Dios. De esta manera paga sus deudas
y la naturaleza lo reconoce entonces como su verdadero hijo. A todos los que
no actúan de este modo, ella los considera seres ingratos, deshonestos, y les
envía algunos correctivos para instruirlos y apaciguarlos.
Puesto que se ha tomado, se debe dar4. ¡E incluso si no se toma, se debe
dar! ¿Por qué? Porque de esa forma se desencadena un movimiento y se
recibe algo a cambio. Pero si se aprende al menos a dar algo a cambio de lo
que uno ha tomado, ya será un progreso. Pues sí, ¡cuántas cosas le debemos a
la naturaleza! Los elementos que forman nuestro cuerpo y todo lo que nos
permite subsistir: el agua, la comida, el aire que respiramos, la luz y el calor
del sol, los materiales con los cuales hacemos nuestras casas, nuestros
vestidos, nuestros útiles… todo esto ella nos lo da. Los humanos están muy
orgullosos de su ingenio, pero ¿de dónde han extraído los materiales con los
cuales fabrican sus instrumentos, sus aparatos e incluso sus obras de arte? De
la naturaleza.
La naturaleza nos llena con sus riquezas, pero lo que tomamos está
inscrito muy detalladamente en algún lugar. Estas deudas las contraemos con
ella, y un día deberemos saldar estas deudas, deberemos pagarlas. ¿Cómo?
Puesto que no podemos devolver esos beneficios de la misma forma en que
los recibimos, ni pagarlos con dinero, debemos pagar todos los días con una
moneda que se llama el respeto, el reconocimiento, el amor, la voluntad de
estudiar todo lo que la Inteligencia cósmica ha inscrito en su gran libro. Pagar
significa dar algo a cambio, y todo lo que nuestro corazón, nuestro intelecto,
nuestra alma y nuestro espíritu son capaces de producir de bueno puede ser
una forma de pago. En el plano físico estamos limitados, y la naturaleza no
nos pedirá que le devolvamos la comida, el agua o el aire que hemos tomado.
Pero en el plano espiritual nuestras posibilidades son infinitas, y allí podemos
devolver centuplicado todo lo que la naturaleza nos ha dado.
Una vez el hombre decide emplear todos los dones y las facultades que ha
recibido para avanzar conscientemente por el camino de la luz y del
sacrificio, es contratado en el servicio divino y el Señor se lo retribuye
otorgándole la sabiduría, la inteligencia, la bondad, la fuerza, la paciencia,
etc. Pues bien, con este dinero él puede pagar todo lo que toma de la
naturaleza. Quien por el contrario no está contratado en la administración
celeste no recibe nada, está pues despojado, no tiene «dinero» para pagar lo
que toma. Come, bebe, respira, se pasea, hace negocios, pero tarde o
temprano los acreedores (las fuerzas de la naturaleza) vienen a desvalijarlo;
se pagan con la propia carne y los propios huesos de su deudor: le quitan su
vida.
La naturaleza expone ante nosotros todas sus riquezas, y tenemos el
derecho de tomarlas, todo está a nuestra disposición, pero con la condición de
pagar. Ah, ¿están asombrados de que no sea gratuito? ¡Es gratuito, pero
ustedes deben dar también gratuitamente! «Habéis recibido gratuitamente,
dad gratuitamente», decía Jesús. Dios nos da todo gratuitamente y nosotros
debemos hacer lo mismo poniéndonos a su servicio. El Señor a cambio nos
dará la luz, el amor, la fuerza, la paz, y esta luz, este amor, esta fuerza, esta
paz representan el dinero que nos permite entrar en los grandes almacenes de
la naturaleza y pagar. El que no paga con la ayuda de este dinero dado por
Dios, se verá forzado a pagar con sufrimientos, enfermedades, tormentos.
Estamos invitados a la inmensa estancia del Señor. Nuestro anfitrión es
muy acogedor, muy generoso, pero si no pensamos nunca en darle algo a
cambio, nos mirará como niños retrasados que no supieron crecer
psíquicamente, espiritualmente. Vayan a preguntarle a los pequeñitos si creen
que le deben algo a sus padres. Para ellos, es normal exigir y tomar siempre.
Afortunadamente, cuando crecen, al menos en algunos de ellos, la
consciencia de lo que le deben a los demás se despierta, y entonces
comienzan a volverse adultos. Pues bien, nosotros también debemos
volvernos adultos y comprender que le debemos algo a nuestra Madre la
Naturaleza y a nuestro Padre el Creador.
Entonces ahora, revisen sus relaciones con los seres que los rodean.
Examinen muy sinceramente cómo se comportan con sus padres, sus hijos,
sus amigos, la sociedad, pero también con la naturaleza y finalmente con
Dios. Constatarán que han tomado cantidades de cosas de las creaturas
visibles e invisibles sin preocuparse por devolver alguna cosa. Por
consiguiente, tienen deudas. Pues bien, sepan que uno reencarna para pagar
todas estas deudas. Todos sin excepción, tenemos un karma que saldar.
Trátese de un karma individual o de un karma colectivo, poco importa. Hay
karmas personales así como karmas sociales, nacionales, raciales, pero no es
tan necesario hacerse la pregunta: hay que pagar sus deudas, es todo, porque
es la justicia.
No hay que creer que con el pretexto de que uno no puede devolver lo que
ha recibido en la misma forma en que lo recibió, nada se debe. Hemos
recibido nuestro cuerpo de la tierra y se lo devolveremos un día, imposible
que sea de otra forma; en el entretanto, mientras estemos vivos, conservamos
nuestro cuerpo, no se nos pide darlo. Pero podemos dar nuestra luz y nuestro
calor en forma de pensamientos justos y rectos y de sentimientos generosos.
El hombre ha sido creado en los talleres del Señor para resplandecer a través
del universo entero. Recibió una quintaesencia de luz que puede amplificar,
vivificar y enviar al espacio sin cesar.
¿Son ideas tan novedosas para ustedes que quizás aún no comprenden bien
lo que les explico? Pero tomemos un ejemplo muy simple, incluso común y
corriente. ¿Qué hacen ustedes con todo lo que han bebido, comido,
respirado? Aspiraron aire: ¿se han preguntado de qué elementos estará
impregnado cuando lo expulsen? Claro, es aire viciado, pero no lo será tanto
si son buenos, generosos, llenos de amor. Sea el aire, el agua, la comida, son
responsables de la manera en que impregnaron la materia que pasa a través de
su cuerpo y que luego expulsarán. Se la devuelven a la naturaleza que la
transforma y la utiliza de nuevo para su trabajo. Pero si ustedes quieren
participar conscientemente en el trabajo de la naturaleza, deben preocuparse
por devolverle una materia que no esté polucionada con los miasmas de su
vida psíquica5.
El hombre come, todas las creaturas comen, ¿pero por qué? Dirán que es
para recibir fuerzas. Sí, pero ¿no hay otra razón? Todo lo que hacemos no
tiene una única razón, una sola meta, y si comemos, no es solamente para
mantenernos con vida y en buena salud… Observen, ¿qué hacen los gusanos?
¡Sí, los gusanos de tierra! Se tragan la tierra y la expulsan luego. Haciéndola
pasar de esta forma a través de ellos, trabajan la tierra para airearla,
enriquecerla más, fertilizarla más. Pues bien, el ser humano no hace otra cosa
con la comida. Por medio de sus facultades psíquicas, espirituales, pertenece
a un grado muy superior al de la materia que absorbe. Por tanto, haciéndola
pasar a través de él, la enriquece, la afina, le da algo de sí mismo.
Todas las creaturas se alimentan: las plantas, los animales, los hombres, y
alimentándose transforman la materia que absorben, impregnándola de
elementos que no poseía. Como si fuera un deber de cada reino de la
naturaleza el absorber la materia de los reinos inferiores a fin de hacerla
evolucionar. La Inteligencia cósmica hubiera podido sin duda encontrar otros
medios, pero es éste el que escogió: decidió que, para vivir, cada creatura
absorbería la materia del reino que le es inferior para hacerla pasar al reino
superior6. He ahí lo que el hombre hace comiendo: hace evolucionar la
materia, y no solamente la materia que le es externa sino también la de su
cuerpo. Por ello luego de su muerte esta materia se desintegra y retorna a los
cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire, el fuego, y según la vida que llevó
servirá para otras formas, otras creaciones de calidad superior, o bien no
podrá ser utilizada sino para creaciones toscas. Observen hasta dónde va la
tarea del hombre: debe preocuparse incluso por lo que deja después de su
muerte. ¿Todas las partículas de su cuerpo, las impregnó de luz, de amor, de
bondad, de pureza, o al contrario, de vibraciones criminales?...
El ser humano ha recibido del Creador esta misión grandiosa de
transformar y de sublimar a través de su propio cuerpo la materia de la
creación: hacer pasar la materia a través de él a fin de hacerla salir divina. Y
en un plano más sutil, el acto de respirar cumple el mismo papel que el de
comer, con la condición de acompañarlo también de un trabajo con el
pensamiento. Quien se sabe armonizar con la respiración cósmica entra en la
consciencia divina: inspira la fuerza y la luz de Dios para luego dar esta luz al
mundo entero. Ya que esto es también la expiración: distribuir la luz que uno
ha extraído cerca de Dios.
Haciendo esfuerzos por sobrepasarnos, por superarnos, creamos algo que
es más que nosotros mismos: imprimimos en la materia el sello del espíritu.
Así cumplimos nuestra tarea de hijos y de hijas de Dios y somos reconocidos,
apreciados, escogidos por los espíritus luminosos que se detienen cerca de
nosotros porque participamos en su trabajo.
III
Vida individual y vida universal
Todo ser humano es una entidad individual que tiene su propia vida, pero
no está solo, hace parte de un todo, y la cuestión que se le plantea a cada uno
es conciliar las exigencias de la vida individual con las de la vida colectiva.
Cada individuo es particular, la Inteligencia cósmica creó esta diversidad de
creaturas y no se puede tratar de nivelarlas, de uniformizarlas. Cada uno tiene
el derecho de manifestarse con sus diferencias, su originalidad, pero con la
condición de armonizarse con el todo, como en una orquesta. Sí, entre estos
instrumentos que son el violín, el violonchelo, el piano, el oboe, la flauta, el
arpa, la trompeta, los platillos, el bombo, ¡qué diferencias de forma, de
materia, de sonoridad!... Pero de esta diversidad nace una perfecta armonía.
Le corresponde entonces a cada quien aprender a ajustar por sí mismo la
cuestión de la vida individual y de la vida colectiva.
Cada individuo es independiente, autónomo, es claro, pero está también
ligado a la colectividad humana, y más allá aún a todos los reinos de la
naturaleza, a la colectividad cósmica. Vivimos entonces simultáneamente dos
vidas: personal y colectiva. Es una realidad que los humanos viven
cotidianamente, pero la mayor parte del tiempo se le escapa a su consciencia.
Es deseable por tanto que traten de hacerla consciente, pero también que
logren encontrar el equilibrio entre lo individual y lo colectivo. Quien se
olvida completamente de sí, para quien solo cuenta la colectividad, va a sufrir
y a periclitar. Pero quien se ocupa exclusivamente de sí mismo entra en
conflicto con la colectividad, pues olvida que no es más que una ínfima parte
de un todo con el cual debe hacer intercambios razonables y armoniosos.
Por consiguiente, quien se sienta impulsado a fundirse en la vida colectiva,
universal, no debe perder la consciencia de sí mismo, a fin de poder siempre
pensar y actuar en tanto individuo autónomo y responsable. Y quien se sienta
un ser muy distinto de los demás, conservando el sentimiento de su propia
individualidad, debe entender que pertenece a un todo, que es una célula del
organismo social. Y además él no pertenece a este todo que es el universo
como si fuera una piedra, una planta o un animal; en tanto ser pensante, tiene
un papel que desempeñar: debe participar en la construcción de este edificio
que es la vida colectiva.
No obstante, entiéndanme bien, cuando yo hablo de «colectividad», no se
trata únicamente de la colectividad humana, sino también del universo entero,
de todas las creaturas en el universo, hasta Dios mismo. Y se puede hacer una
comparación: esta colectividad, esta inmensidad por la que ustedes trabajan
es como un banco, y todo lo que hacen por ella es una inversión que se les
devolverá un día amplificada. Como el universo hace siempre negocios
formidables, se enriquece sin cesar con nuevas constelaciones, con nuevas
nebulosas, con nuevas galaxias, todas estas riquezas vendrán hacia ustedes un
día. No vendrán inmediatamente, es evidente, pero vendrán.
Cuando uno invierte una suma en un banco, no se reciben los intereses al
día siguiente, se debe esperar, y entre más se espere, más los intereses son
elevados. Exactamente la misma ley actúa en el plano espiritual. Ustedes
trabajan con mucho amor, mucha paciencia, mucha confianza, y al comienzo
no obtienen ningún resultado. Pero no se desanimen; si lo hacen es porque no
han descifrado bien el significado de las leyes que rigen la banca y la
administración. Aprendan a descifrarlas y comprenderán que hay que esperar.
Luego, las riquezas lloverán de todos los lados, e incluso si tratan de
escaparse, imposible, el universo entero les arrojará sus bendiciones sobre la
cabeza. Porque ustedes las provocaron. ¡Es la justicia!
Mientras los humanos no sepan equilibrar la vida individual y la vida
colectiva y mientras pongan su interés personal primero que el de la
colectividad, no habrá solución a sus problemas7. Y allí también, cuando digo
interés de la colectividad, no hablo solamente de la colectividad de seres
humanos, sino del universo entero. Ellos quieren servirse siempre del
universo para su sola satisfacción. Observen cómo explotan la flora, la fauna,
el suelo, el subsuelo, el mar, etc.… Si algún día tienen los medios técnicos
suficientes, ¡verán lo que van a hacer con el sol, la luna o los demás
planetas!... E incluso al Señor, si pudieran, se las arreglarían para someterlo,
para meterlo en botellas a fin de venderlo o hacer cocer sus alimentos. Todo
lo que existe, el hombre lo utiliza como medio para una única meta: su
satisfacción material. Entonces, he aquí ahora lo que hay que cambiar: hay
que invertir el fin y los medios: tener como meta la fraternidad universal, la
armonía universal y utilizar para esta meta todos los materiales que tenemos a
nuestra disposición, pero también nuestras cualidades, nuestras facultades,
nuestras energías. Solo con esta condición serán resueltos un día todos los
problemas de la humanidad.
El error más grande de los humanos consiste en imaginarse que es siempre
más ventajoso para ellos apartarse de la armonía universal, y que liberándose
de las leyes de la naturaleza serán más poderosos, más libres, más ricos y más
felices. Pues bien, en lo absoluto: no saben que la verdadera fuerza, la
verdadera felicidad es poder vibrar en armonía con el cosmos, escuchar esta
sinfonía de toda la naturaleza donde todo canta, las montañas, los ríos, las
estrellas… Yo era aún muy joven cuando se me concedió escuchar esta
sinfonía cósmica llamada «la música de las esferas». Fue una experiencia
indescriptible: salí de mi cuerpo y creí que iba a pulverizarme y a disolverme
en el espacio. Fue maravilloso y terrible a la vez… Y es una lástima, tuve
miedo e hice todo para regresar a mi cuerpo. Sí, no hay palabras para
expresar esta sensación… Son instantes muy poco frecuentes y considero un
privilegio haberlos podido vivir.
Si los humanos aceptaran estudiar cómo el universo ha sido creado, de qué
regiones está constituido y qué creaturas habitan estas regiones,
comprenderían que se encuentran en el cuerpo de la naturaleza viviente y que
deben comportarse en armonía con este todo. Ya que quienes producen
demasiados disturbios con su actitud anárquica, la naturaleza los rechaza. Sí,
ella se purga y son expulsados de su cuerpo. Los anarquistas nunca son
aceptados por mucho tiempo. Si no son los humanos los que los combaten, es
la misma naturaleza, porque no tolera la desarmonía. Es como un tumor, un
cáncer en su cuerpo, y ella le pone remedio. ¿Qué creen ustedes? La
naturaleza, ella sabe defenderse.
Nada es más importante que vivir en armonía con este gran cuerpo en el
cual habitamos y somos alimentados. En esta armonía todos los bienes están
incluidos8. El que trabaja por realizar tal armonía comienza a sentir que todo
su ser vibra al unísono con el universo y comprende lo que son la vida, la
creación, el amor… no antes; antes es imposible comprender.
Intelectualmente, exteriormente, se puede siempre creer que uno comprende
algo, pero no: la comprensión, la verdadera, no se produce con algunas
células del cerebro, se produce con todo el cuerpo, incluso con los pies, los
brazos, el vientre, el hígado… Todo el cuerpo, todas las células deben
comprender. La verdadera comprensión es una sensación9. Ustedes sienten, y
en ese momento comprenden y saben: porque han experimentado. Ninguna
comprensión intelectual puede compararse con la sensación.
El universo no es sino armonía; entonces, si ustedes quieren evolucionar,
avanzar espiritualmente, si desean el bien de toda la humanidad, deben
trabajar por hacer concordar todo su ser con las corrientes luminosas, con las
creaturas de todas las jerarquías celestes para vibrar al unísono con ellas. Su
verdadera fuerza está únicamente en la facultad que tienen de trabajar con la
armonía, de amarla, de desearla, de introducirla por todas partes en ustedes,
en cada movimiento, en cada palabra, en cada mirada. El día en que realicen
esta armonía, de una sola vez se les revela el sentido de la vida y viven en la
plenitud, pues la armonía les aporta todo…
Imprégnense entonces de la palabra «armonía», no piensen en ninguna
otra, consérvenla en ustedes como una especie de diapasón, y apenas se
sientan un poco inquietos o perturbados, tomen este diapasón y escúchenlo, a
fin de poner todo su ser en consonancia con la vida ilimitada, con la vida
cósmica. Armonizarse con algunas personas: su mujer, sus hijos, sus padres,
sus vecinos, sus amigos, está bien pero no es suficiente. Pueden estar en
acuerdo con su familia, con la sociedad, pero estar en desacuerdo con la vida
universal, y entonces poco a poco esta disonancia se infiltra en ustedes y
carcome todo su organismo psíquico. Deben primero ponerse en armonía con
la vida universal, ya que ella les traerá todo lo que necesitan: la salud, la
belleza, la luz, la felicidad, y sentirán que ya ni siquiera la idea de la muerte
los perturba. Sí, a quien entra en armonía con la vida universal, lo abandona
la angustia de la muerte.
Ustedes comprenderán un día las transformaciones que pueden producirse
en la tierra gracias a su trabajo con la armonía, en cuántos hogares, en
cuántos países están inspirando a cantidades de personas que quieren salir del
desorden en el que el mundo está inmerso. He ahí algo que aún se les escapa
por el momento. Si se nos ha pedido hacer este trabajo es porque no
solamente nosotros comenzamos a experimentar el Reino de Dios, sino
especialmente porque enviamos al mundo entero, y hasta las estrellas,
corrientes, ondas, fuerzas de una potencia tal y de un esplendor tal que, tarde
o temprano, toda la humanidad se verá obligada a transformarse y a vivir en
armonía, dicha y paz.
Les daré ahora un ejercicio que les será muy útil: les enseñaré a hacer un
rosario. Dirán: «¿Pero cómo? ¿Va a decirnos cómo ensartar perlas en un hilo
para mascullar oraciones?» Esperen y van a entender. Si los rosarios tienen
tanta importancia en muchas religiones es porque simbolizan el
encadenamiento de fuerzas cósmicas, la sucesión infinita de elementos y de
seres. Nosotros todos hacemos parte también de una cadena, no hay que
olvidar eso nunca, pues manteniendo la consciencia de que pertenecemos a
este infinito desenvolvimiento, vivimos al unísono con la armonía cósmica.
Por consiguiente, lo que deben entender es que más que un objeto material,
un rosario es primero que todo una realidad interior, pues ustedes hacen parte
de él.
Entonces, he aquí el ejercicio. Concéntrense comenzando por tomar
consciencia de ustedes mismos, de su Yo profundo, ya que ustedes son la
primera perla que van a ensartar en este hilo misterioso de existencias. Dicen:
«¿Ah, ah, soy una perla?» Pero claro, no se les reconoce quizás aún como una
perla, pero eso no importa. La perla es pequeña aún, pero crecerá. Pues las
perlas crecen. ¡Sí, en mi historia la perla crece!
La segunda perla es su padre. «¿Mi padre? Oh, no es muy bueno que
digamos: tiene toda clase de defectos…» Eso no importa, lo van a poner en el
rosario porque es necesario allí. Ustedes son el centro de su reino; él es el
centro, la cabeza de la familia, e incluso si por el momento no es
extraordinario o ya no está, es muy importante en tanto símbolo porque
representa al Padre celeste. Es entonces la segunda perla que van a ensartar
para unirlo a ustedes, hacerle bien y unirlo también a las demás perlas.
A continuación, busquen a quien esté a la cabeza de su ciudad: el alcalde.
«Pero no es tan representativo, no está a la altura…» Eso tampoco importa:
desde el punto de vista simbólico, es la cabeza, la gente se dirige a él para
expresarle sus necesidades, y cuando los delegados del gobierno vienen de
visita, él los recibe. Por tanto, simbólicamente desempeña de todas formas un
papel central, y es la tercera perla que ustedes enhebran en su hilo.
Luego, busquen a quien esté a la cabeza del país, el jefe de Estado, y
ensarten la cuarta perla.
Después del jefe de Estado busquen al Regente de la tierra, esta entidad
cósmica que preside los destinos de nuestro planeta. Él es una gran perla, ya
que es mucho más sabio, más noble y más grande que los precedentes. Es la
quinta perla.
Enseguida, llamen a quien esté a la cabeza del sistema solar, al Espíritu
del sol, que agregan a su rosario. Es la sexta perla.
Y no se detengan allí, llamen aún al Maestro del universo, a Dios mismo.
Es la última perla.
He ahí, ensartaron siete perlas: ustedes están en un extremo del hilo y Dios
en el otro. Ahora, unen estos dos extremos, y se establece una corriente que
parte de Dios, pasa a través del sol, el Regente de la tierra, y así
sucesivamente hasta su padre y ustedes, luego de nuevo a Dios… De este
modo reconcilian la vida individual con la vida universal, y hacen un trabajo
benéfico en ustedes mismos y en el mundo entero. Y les diré que es una de
las mejores formas de ayudar a su país, ya que contribuyen a que sus
responsables, sus gobernantes estén bien inspirados: cumpliendo sus
funciones recibirán fuerzas y corrientes luminosas, porque alguien los habrá
ligado al Cielo.
Los dirigentes de un país están continuamente expuestos a las críticas, a la
hostilidad o a las burlas de los ciudadanos. Y por todos lados, para divertir al
público, en los cabarés, los espectáculos de variedades, la radio, la televisión,
se presenta a los políticos de manera ridícula, grotesca. Claro, a veces hay de
qué criticar y burlarse, pero en todo caso, no es de esta forma que se
impulsará a los responsables políticos a mejorar. Al contrario, hostigándolos
con pensamientos y sentimientos negativos, no solamente nada se arregla,
sino que se crean en lo invisible condiciones para que cometan aún más
errores y tomen decisiones cada vez menos luminosas para el país. ¡Pues sí,
va muy lejos este asunto!...
Entonces, si quieren realmente ayudar a su país, en vez de echar pestes en
contra de quien lo dirige, envíenle luz, a fin de que esté siempre bien
inspirado. Ustedes no pueden ayudar directamente a su país, pues ¡hay tantos
habitantes, tantos asuntos diferentes que tratar! Pero basta con ayudar a un
hombre, uno solamente, es más fácil, él le hará bien a todos porque muchas
de las soluciones a los problemas que se plantean dependen de él. Si logra
hacer aprobar leyes sociales en favor de la salud pública, de la vivienda, de la
educación, etc., todos se beneficiarán con ello porque uno solo habrá sabido
tomar buenas decisiones. Los ciudadanos de un país deben por fin tomar
consciencia de los lazos que existen entre ellos y sus dirigentes. No basta con
exigir esto, con reclamar aquello, hay que aprender a conocer los métodos
más eficaces para obtener lo que se desea sin provocar situaciones peores que
los males que se pretendían remediar.
Entonces, ahora ustedes entienden mejor lo que representa
verdaderamente un rosario. En un rosario, como en un collar, todas las perlas,
sean pequeñas o grandes, están unidas entre ellas por medio de un hilo
central. Asimismo, el centro de la creación, Dios, que es la Fuente primordial,
la Causa primera, el Espíritu de todo lo que está vivo, se refleja en todos los
planos, en todas las regiones. La cabeza de una familia, la cabeza de una
sociedad, la cabeza de un país, la cabeza del sistema solar, la cabeza del
universo, todas estas cabezas representan, a distintas escalas, el único
principio divino, y están unidas entre ellas como por un hilo central para que
reinen la unidad, el orden y la armonía. Si separan a alguna de estas cabezas
de Dios, no sacarán de ello ningún beneficio10.
Pero, evidentemente, es igualmente deseable que todos quienes en la vida
colectiva representan un centro: el padre (o en ciertas situaciones la madre)
de familia, el profesor, el alcalde de una comuna, el rey, o el presidente de la
República, el jefe de una comunidad espiritual o religiosa, etc., tomen
consciencia de este vínculo que hace de ellos representantes de Dios. Así,
cada uno cumple verdaderamente su función en la región y en la extensión
que dispone. Todo está en la comprensión, todo está en la consciencia, y le
corresponde a cada uno establecer para él mismo y para los demás este lazo
espiritual con Dios, la primera Cabeza, a fin de recibir de Él rayos, fuerzas y
virtudes de las que podrá luego hacer beneficiar al mundo entero.
IV
Nuestra responsabilidad:
purificar la atmósfera psíquica
En todos los ámbitos: político, social, científico, económico, religioso,
moral, se escucha a la gente hablar de responsabilidad. Sean miembros del
gobierno, del clérigo, sean jefes de empresas o profesores, todos creen que
son responsables de aquellos que dependen de sus decisiones o de su
enseñanza. Es verdad, pero están lejos de considerar la cuestión con la misma
amplitud de punto de vista que los Iniciados. La prueba, la mayor parte del
tiempo resienten su responsabilidad como una carga que les quita su
tranquilidad, como un lastre que pesa mucho sobre sus hombros, y en lugar
de ser vivificados, iluminados, se sienten pesados, aplastados. Mientras que
al contrario, gracias a sus responsabilidades, un Iniciado puede proseguir con
su evolución tocando todas las regiones, pues sin cesar busca la manera de
manifestarse y actuar para arrastrar consigo a su entorno. Esto no quiere decir
que no sienta ningún peso, no, pero considera sus responsabilidades como un
medio para avanzar espiritualmente.
Hablando de este modo yo no pienso solamente en las responsabilidades
visibles, tangibles, de quienes cumplen una función en la sociedad. Quiero
referirme también a una responsabilidad mucho más vasta que incumbe a los
seres más conscientes, más evolucionados, aun si como los Iniciados del
Himalaya, viven retirados y desconocidos por todos. Esos seres se sienten a
cargo de una responsabilidad respecto de todas las creaturas11, simplemente
porque ellos mismos son creaturas del Señor y que por este solo hecho de
haber sido creados han recibido facultades, poderes. Saben que son
responsables del uso que harán de ellos, y por tanto trabajan sin cesar para
ayudar al mundo entero.
Evidentemente, no es así como la mayoría de los humanos considera el
asunto. Puesto que no son conocidos, creen no tener tanta responsabilidad. O
también, si cumplen funciones importantes en la sociedad, están
preocupados, activos durante toda la duración de su cargo, y luego, desde que
abandonan la palestra pública, piensan que sus responsabilidades llegaron a
su fin y que pueden vivir tranquilamente, jubilarse, como se dice. Dejando de
ejercer una función social o histórica, se imaginan que su papel ha terminado.
Pues no, justamente es ahí donde se equivocan.
Sea cual sea su papel o su cargo en la sociedad, cada quien es responsable.
Todos somos responsables: por el solo hecho de que todos venimos de un
mismo Padre, que la creación es la obra de un solo Creador, estamos unidos.
Cada ser humano tiene lazos invisibles, etéricos, no solamente con los demás
seres humanos, sino con los animales, las plantas, las piedras, así como con
los ángeles, los arcángeles, las divinidades… Ustedes dirán: «¿Pero por
qué?» No hay que preguntarse el porqué, es así. Creando el mundo, el Señor
hizo las cosas así: no existe una partícula de polvo, una célula, un electrón en
el universo que por sus vibraciones no esté unido al universo entero. A pesar
de las apariencias, la separación no existe, es una ilusión, nada está
separado12. Sin que lo sepamos, estamos en comunicación con el universo
entero.
Vale entonces la pena reflexionar sobre este tema para comprender que
todos tenemos responsabilidades que podemos utilizar como magníficas
oportunidades para desarrollarnos, volvernos más lúcidos, más inteligentes y
mejores. De lo contrario, uno corre el riesgo de volverse como mucha gente
que se aprovecha de la menor función, del menor cargo que les es otorgado
para ejercer su voluntad de poder sobre los otros, humillarlos, maltratarlos,
etc. Por tanto, deben estar extremamente vigilantes, conscientes de que si
abusan de los poderes que les da el puesto que ocupan, provocan fuerzas que
se devolverán un día contra ustedes.
La ley de la responsabilidad está fundamentada en el hecho de que, de un
reino al otro del universo, todas las creaturas están unidas entre sí y se
influencian mutuamente. Claro, incluso las personas más dañinas nunca
podrán con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos poner seriamente
en peligro estos diferentes reinos, pues están muy bien estabilizados y
protegidos. Pero las manifestaciones buenas o malas de los humanos ejercen
una influencia real. Quien evoluciona se lleva consigo a todos aquellos que
están unidos a él… y son numerosos, no solamente personas de su familia,
sino también muchos seres en la tierra.
Entonces, saber que por medio de su vida pura, noble y luminosa, ustedes
arrastran a todas las creaturas hacia el buen camino, ¿no es ello un magnífico
estímulo? Incluso si les parece que lo que hacen no produce ningún efecto…
sí, hay siempre algo en el mundo que se despierta, que se mueve, que recibe
un impulso. E inversamente, cuando se dejan llevar, cuando retroceden, se
llevan a los demás con ustedes, los influencian, crean condiciones que
precipitan su caída. Les daré un ejemplo. Han meditado larga y
profundamente enviando luz y amor al mundo entero, y luego salen a caminar
por las calles para relajarse un poco. Cuando regresan a su casa, no tienen la
sensación de haber hecho algo… Pues bien, en esto se equivocan. Si fueran
clarividentes, verían el bien que su presencia ha podido hacer en las personas
que cruzaron por su camino, sin que ustedes se dieran cuenta. Algunos que
tenían proyectos dañinos los abandonaron, otros que estaban atormentados,
desanimados, reencontraron la paz y el gusto de vivir.
Les contaré una anécdota. La siguiente aventura ocurrió al parecer en
Nueva York. Dos automovilistas que conducían a toda velocidad se
estrellaron: ninguno resultó herido y los daños materiales fueron pocos. Cada
uno reconoció que el exceso de velocidad pudo haber sido la causa del
accidente, y se separaron sin reclamar nada. Mucho tiempo pasó. Un día, para
su sorpresa, los dos fueron citados a comparecer ante el tribunal. ¿Qué pasó?
Una institutriz que había sido testigo de la colisión presentó una denuncia
contra ellos. El haber visto el choque de los dos carros la impresionó tanto
que se enfermó al punto de no poder volver a ejercer su ocupación: no dejaba
de escuchar ruidos extraños en su cabeza. ¡Y la justicia condenó a los dos
hombres a pagarle una indemnización!
He ahí una historia muy interesante pues, en efecto, ella nos revela algunas
leyes que regulan el mundo invisible. Dos personas que debido a su conducta
provocaron daños piensan haber solucionado perfectamente el asunto porque
lo arreglaron entre ellas. Pues bien, no, una tercera persona, en algún lugar
del mundo, puede haber recibido un choque a causa de ellas, y la justicia
vendrá un día a pedirles cuentas. Los culpables dirán: «¡Pero este asunto no
nos concernía sino a nosotros! -Pues no, responderá la justicia, deben pagar».
Es así como el destino viene a sorprender a los humanos sin que le hayan
hecho mal directamente a los demás. Esto ya les ha pasado: cada vez que se
asombran porque tienen que pagar cuando no se sienten responsables, es la
prueba de que son responsables de todos modos; la ley divina los ha juzgado
como responsables.
La ley de la responsabilidad, yo no conozco sino eso. ¡Si ustedes creen
que invento, que bromeo! Esto de lo que les hablo representa mis
preocupaciones de todos los días, es mi vida. Entonces, traten ustedes
también de volverse más conscientes de los efectos que pueden producir en
los demás sus estados buenos o malos. Si no me creen, tanto peor para
ustedes, un día lo verificarán. Cuando lleguen al otro lado y se les muestre:
«He ahí, ustedes fueron la causa de tal o tal crimen, de tal o tal accidente»,
por más que protesten diciendo que nunca hicieron ese mal, que nunca
robaron, nunca mataron, se les responderá: «Es claro, pero con sus
pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, influenciaron a los seres que
hicieron ese mal». Cada ser está siempre en relación con los habitantes de la
región, del medio al que pertenece. Cuando se envilece, se lleva consigo a
muchos otros, y cuando se eleva, igualmente. Es lo que hace que el bien y el
mal sean tan poderosos: porque no están aislados. El mal tiene
ramificaciones, amistades, conexiones incalculables, y el bien también. Por
ello cada ser no solamente es responsable de lo que hace, sino también de lo
que piensa, y de los sensaciones que experimenta.
¡Cuántos realizan así sin saberlo los proyectos de personas que ni siquiera
conocen! Esto les parece inverosímil, pero es así. Porque los pensamientos y
los sentimientos son fuerzas actuantes13 que pueden influenciar a aquellos a
quienes por su estructura psíquica están preparados adecuadamente para
captar las ondas emitidas por otros. ¡Cuántas personas débiles terminaron por
cometer crímenes, porque fueron empujadas por la fuerza de pensamientos y
sentimientos negativos de otras personas! Y como la justicia no es
clarividente, no castigó a aquellos que habían lanzado al espacio esos
pensamientos y esos sentimientos criminales, sino a quienes los ejecutaron,
aunque no eran en realidad los verdaderos culpables. Claro, eran culpables de
haberse abandonado y debilitado al punto de convertirse en los instrumentos
de corrientes negativas; pero los verdaderos instigadores de estos crímenes no
eran ellos.
Ustedes dirán: «Pero ¿cómo se explica que pensamientos y sentimientos
tengan semejante poder?» Porque todos los pensamientos, todos los
sentimientos que los humanos forman consciente o inconscientemente son
seres vivos que alimentan cada día con sus propias emanaciones. ¿Les
asombra esto? Pues bien, es la realidad: estos pensamientos y estos
sentimientos, buenos o malos, son pequeñas creaturas que traemos al mundo
y que para subsistir, se alimentan de la misma sustancia de su creador.
¡Cuántas veces he insistido en el hecho de que la vida psíquica es
semejante a la vida física! En una familia, los hijos son muchos brazos y
piernas para secundar a los padres en su trabajo, todo se hace rápido en la
casa cuando los padres tienen buenos hijos. Y si estos hijos ganan premios,
uno viene a felicitar a los padres. Por el contrario, si los hijos son demasiado
turbulentos, no solo destruyen todo en la casa, sino que hacen alboroto y
estragos en el barrio, y los transeúntes, los vecinos, incluso la policía vienen a
buscar al padre y a la madre para pedirles cuentas. Ya que los padres son
considerados como los responsables de las necedades de sus hijos, y están
obligados a enmendar los daños, a «pagar los platos rotos». Pues bien, lo
mismo se produce en el plano psíquico. Por ello es tan importante conocer
estas verdades del mundo interior, a fin de convertirse en un creador
consciente.
No basta con someterse exteriormente a reglas, hay que acostumbrarse
interiormente a crear sin cesar pensamientos y sentimientos benéficos,
luminosos, a enviar día y noche de su corazón, de su alma, estos pequeños
seres invisibles pero reales que actúan favorablemente en todas las creaturas.
¡Pero pregúntenle a los humanos lo que hacen con sus pensamientos y sus
sentimientos! Crean seres maléficos, monstruos. Sí, si aceptan detenerse por
un momento para reflexionar, las personas de buena fe se ven obligadas a
reconocer que en tal o tal momento se permitieron tener pensamientos y
sentimientos malsanos, destructores, y estos pensamientos y estos
sentimientos no quedan sin efecto.
No solo las palabras o los actos producen resultados, también los
movimientos de la vida interior; pues allí también se remueven elementos, se
ponen en funcionamiento aparatos, se desencadenan corrientes, se proyectan
fuerzas, se provocan entidades, y forzosamente se producen consecuencias.
Un día se llegará a tomar fotos de los pensamientos y los sentimientos, con
sus colores, sus formas, sus dimensiones, su intensidad, sus movimientos. Sí,
porque los pensamientos y los sentimientos son materiales, de una materia
extremamente sutil, pero es materia; y un día, gracias al desarrollo de la
tecnología, se inventarán aparatos que podrán fotografiarlos. Entonces,
¡cuántas cosas se descubrirán!
Si ustedes dicen: «¡Tengo derecho a pensar y a sentir, a desear todo lo que
me plazca, eso no me incumbe sino a mí!» pues bien, justamente no, pues
deben luego expulsar una gran cantidad de desechos. Ahora bien, teniendo en
cuenta que en el plano psíquico no existen, como en el plano físico, lugares
reservados para la eliminación, se verán obligados a deshacerse de ellos sobre
todos aquellos que los rodean. Como los animales. Los animales (salvo
excepciones) no tienen lugares especiales para depositar sus excrementos y
ensucian todo sin preocuparse. El animal es semejante a los cuerpos astral y
mental inferior del hombre. Los hombres que se alimentan de sentimientos,
de pensamientos y de deseos ordinarios se comportan exactamente como los
animales: dejan porquerías por doquier. Por ello la atmósfera psíquica de la
tierra se convierte en un verdadero pantano.
¿Qué es un pantano? Un lugar donde no llega agua nueva a purificar14 y
donde pululan bichos de toda clase: ellos se alimentan y expulsan sus
excrementos en la misma agua, unos absorben la suciedad de otros. He ahí a
la humanidad: gusanos, renacuajos, sapos en un pantano, expulsando sus
porquerías y tragándose las de sus vecinos: el odio, la sensualidad, la maldad,
la envidia, la codicia… Si fueran un poco clarividentes, verían formas
horribles, negras, pegajosas, que salen de una cantidad de creaturas para ir a
acumularse en las capas de la atmósfera.
Cada vez más uno se queja de la polución. Los científicos están alertados
y revelan que todo está polucionado: la tierra, el agua, el aire, y que las
plantas, los peces, las aves, los humanos se están asfixiando. Ya no saben
cómo ponerle remedio a esto. Y por cierto, si encontraran la forma, no sería
sino para mejorar la situación exteriormente. Ahora bien, esto es insuficiente.
Ya que en el mundo psíquico se propagan también miasmas que están
asfixiando a la humanidad, y las personas que son verdaderamente sensibles
sienten que la atmósfera del mundo psíquico es aún más irrespirable que la
del mundo físico. Se quejan de los gases carburantes, pero los humanos
también no hacen nada distinto a envenenar la atmósfera espiritual con gases
tóxicos: sus malos pensamientos y sus sentimientos de odio, de envidia, de
ira, de sensualidad. Todo lo que se enmohece y se pudre en el hombre en
forma de pensamientos y sentimientos impuros produce exhalaciones
pestilentes. Se culpa a los carros, pero ¿qué son los carros al lado de muchos
miles de creaturas ignorantes que nunca han aprendido a controlar su vida
interior?
¿Cómo no darse cuenta de que la polución no existe solamente en el plano
físico? Hay gente que incluso sin tocarlos, solo con sus emanaciones, puede
envenenarlos. Si hubieran laboratorios con aparatos lo suficientemente
perfeccionados, se lograría verificar el poder de las emanaciones fluídicas.
Así se constataría cuánto las emanaciones de un ser espiritual son benéficas
para todas las creaturas, incluso para las piedras, para las plantas, para los
animales. Una presencia semejante, desinteresada, llena de amor, actúa tan
favorablemente en el entorno como la presencia de un criminal puede actuar
negativamente. Incluso los espíritus que han dejado la tierra vienen junto a
este ser luminoso para alimentarse de sus emanaciones. Si la atmósfera de la
tierra no se ha vuelto completamente irrespirable es gracias a semejantes
seres que no piensan sino en esparcir la paz y la luz a su alrededor.
¿Pero cómo enseñarles a los humanos a controlar sus pensamientos, sus
deseos, para no polucionar la naturaleza y las regiones etéricas? Ni siquiera
son lo suficientemente atentos para evitar la polución del plano físico, con
mayor razón entonces la del plano psíquico que no ven; siguen dejando
escapar malos pensamientos, malos sentimientos que van a penetrar en todas
las personas que frecuentan. Quizás estas personas no tienen una consciencia
tan despierta como para darse cuenta de la naturaleza nociva de los elementos
que penetran en ellas, las envenenan y las destruyen; pero incluso si no se dan
cuenta, ya estos elementos actúan, y quienes los han enviado un día serán
castigados. Sí, porque todo se inscribe: cuántos lugares polucionaron, a
cuántos seres ensuciaron… todo esto es anotado.
La naturaleza es un organismo vivo del cual hacemos parte. Cada ser
humano es una célula situada en algún lugar en el inmenso organismo
cósmico que lo mantiene, lo alimenta, lo vivifica. Si se comporta como un ser
maligno, se convierte en una especie de tumor en este organismo. Y como la
naturaleza no puede soportar a un individuo que está allí, creando sin cesar
focos de infección, pues bien, yo se los he dicho, toma un purgante y es
expulsado: se enferma o muere. Hay que pensar entonces en vivir en armonía
con este gran cuerpo universal en el que somos «albergados y alimentados»,
esforzándonos por proyectar menos inmundicias, por producir menos daños,
y por trabajar, al contrario, para llenar el espacio de pensamientos puros,
luminosos, benevolentes: como las cosas nunca se quedan en el mismo lugar
sino que se propagan, estas ondas purificadoras serán una bendición para la
humanidad.
¿Pero dónde están los seres iluminados que quieren hacer este trabajo? No
hay muchos: cada uno está ocupado en sus propios intereses y trata de
triunfar a cualquier precio, a golpes, a arañazos, a mordiscos y a patadas. Por
doquier se emplean estas armas para abrirse camino. ¡Pero cuán costosa es
esta actitud para la humanidad!...
Es preciso que cada vez más se formen en toda la tierra focos espirituales
donde los humanos, instruidos en la Ciencia iniciática, aprenderán a purificar
la atmósfera, la atmósfera interior primero, luego la atmósfera exterior. Y es
lo que hacemos aquí en la Fraternidad Blanca Universal: creamos focos de
luz, porque la luz alegra y atrae a los habitantes de regiones superiores. Por
medio de nuestros cantos, nuestras meditaciones, nuestras oraciones,
enviamos a través del espacio rayos que las entidades celestes perciben desde
muy lejos. Cuando entre las tinieblas espirituales que rodean la tierra, ellas
descubren estos puntos luminosos, son atraídas por su claridad y vienen a
contemplarlos vertiendo sobre nosotros sus bendiciones. De esta forma, poco
a poco, nos reconocen y nos volvemos ciudadanos del mundo de arriba.
Por doquier en el mundo, focos de luz son necesarios porque sirven de
vínculo entre el Cielo y la tierra. Son canales vivos por medio de los cuales
descienden las bendiciones divinas. Sin ese vínculo la tierra se convertiría en
presa de todas las fuerzas oscuras y destructivas. Si ustedes quieren
verdaderamente ayudar a su familia, a su país, al mundo entero, deben hacer
todo por crear estos centros de luz a través de los cuales la tierra entra en
contacto con el Cielo. Formar tales centros es la tarea más gloriosa que
puedan emprender: hacer que todas las almas humanas aprovechen sus
esfuerzos, que gracias a su trabajo reciban el alimento espiritual y la dicha.
V
En el reino de la Naturaleza viviente
¡Cuántas personas tienen la impresión de haber sido arrojadas al mundo
como a un medio que les es extraño e incluso hostil! ¿Por qué? Porque han
perdido el contacto con la naturaleza. No sienten ya esta amistad, este
benevolencia de todo lo que existe a su alrededor: las piedras, las plantas, los
animales, el sol, las estrellas… Incluso cuando se encuentran en su casa
protegidos, están inquietos, perturbados. Aun durante el sueño se sienten
amenazados. Es una impresión subjetiva ya que, en realidad, nada los
amenaza tanto; pero interiormente algo se desmoronó y ya no se sienten
protegidos. Es necesario entonces que restablezcan el contacto con la vida
universal a fin de comprender el lenguaje de la naturaleza y de trabajar en
armonía con ella.
Toda la naturaleza habla, pues todo lo que existe en el universo posee una
forma particular de expresarse. La cuestión está en trabajar en nuestras
facultades de percepción a efectos de comprender cada manifestación de la
naturaleza y sus formas de lenguaje, pero también de encontrar en nosotros
mismos medios de expresión para dirigirnos a ella o responderle15. Pues la
naturaleza está viva y es inteligente. Sí, inteligente: la inteligencia no es
únicamente característica de los humanos. Es muy difícil admitirlo para
algunos, lo sé, pero es necesario que conozcan esta verdad: a medida que
cambiamos de opinión acerca de la naturaleza, modificamos nuestro destino.
La naturaleza es el cuerpo de Dios. Si pensamos que está muerta y que es
estúpida, disminuimos la vida en nosotros, y si pensamos que está viva y que
es inteligente, que las piedras, las plantas, los animales, las estrellas están
vivos y son inteligentes, introducimos la vida también en nosotros. Y puesto
que la naturaleza está viva y es inteligente, debemos ser extremamente
atentos, respetuosos con ella, y acercarnos a ella con un sentimiento sagrado.
Cuántos de ustedes piensan: «¡Pero qué importa la manera en que
considero la naturaleza! Para ella, esto no cambia nada, no le hago ni bien, ni
mal». ¿Qué saben ustedes?... Y admitiendo incluso que fuera verdad, traten al
menos de tener esta actitud respetuosa debido a los buenos efectos que
producirá en ustedes. Sí, si son atentos con las piedras, las plantas, los
animales e incluso con los objetos que los rodean, su consciencia del mundo
invisible se desarrolla, se profundiza, y se enriquecen con toda esta vida que
respira y vibra alrededor suyo. Ser un discípulo de la Ciencia iniciática
significa desarrollar la consciencia de que en la naturaleza cada cosa está
viva, a fin de respetarla, preservarla, protegerla; se trata de profundizar en
uno mismo el espíritu constructivo. ¿Sin duda nunca han pensado en esto?
Por ello se sienten a menudo desorientados, angustiados, en el vacío. Para
salir de esta situación, piensen que están unidos a las fuerzas y a las entidades
luminosas de la naturaleza y que ustedes pueden comulgar con ellas. Esta
comunicación ininterrumpida, cada día, con una multitud de creaturas, esto es
la verdadera vida. Ustedes dirán: «¿Pero qué medio de comunicación
tenemos?» El amor. No hay otro medio sino el amor.
Si aman a la naturaleza, ella hablará en ustedes, porque ustedes también
son una parte de la naturaleza. Claro, para alcanzar este estado de consciencia
es necesaria una larga preparación. Pero el día en que lo alcanzan, se sienten
en la luz y en la paz, protegidos por la Madre naturaleza que los reconoce
como su hijo; y ella los quiere, los toma en sus brazos, les da sus alegrías.
Ustedes ni siquiera saben de dónde vienen esas alegrías, pero son felices,
como si el cielo y la tierra les pertenecieran.
Todo está vivo en el universo, y les corresponde a ustedes saber cómo
trabajar, cómo mantener una relación consciente con la creación para que esta
vida venga hasta ustedes. Cuando abran su ventana o su puerta en la mañana,
acostúmbrense a saludar al cielo, al sol, a los árboles, a los pájaros… Denle
los buenos días a toda la creación. Preguntarán: «Pero… ¿es útil? ¿Sirve de
algo?» Sí, sirve para comenzar el día con un acto esencial: unirse a la fuente
de la vida. En respuesta a su saludo, la naturaleza entera se abrirá también a
ustedes, les enviará fuerzas para todo el día.
Y ¿qué hago yo cuando abro mi puerta en la mañana? Levanto mi mano
para decir buenos días al día y a toda la creación. Luego, cuando salgo al
jardín, saludo a los ángeles de los cuatro elementos: los ángeles del aire, de la
tierra, del agua y del fuego. Y a los árboles, a las piedras, al viento, les digo
también: «¡Hola! ¡Hola!»
Los verdaderos discípulos de la Escuela divina saben enviar mensajes a
los seres luminosos de los mundos visibles e invisibles, y recibir los suyos a
cambio. Es tiempo de comprender que tienen un trabajo por hacer con su
pensamiento, con su amor. Inténtenlo: cuando se acerquen a un lago, a un
bosque, a una montaña, deténganse un momento y diríjanles un gesto con la
mano. Sentirán interiormente que algo se equilibra, se armoniza, y muchas
oscuridades e incomprensiones los dejarán, simplemente porque habrán
decidido entrar en relación con la naturaleza viviente y las creaturas que la
habitan. Esto es el verdadero trabajo.
Salen de paseo y en el camino encuentran piedras, rocas: deténganse de
vez en cuando para tomar una piedra en la mano, para escucharla y
hablarle… ¿Por qué se dejan engañar por las apariencias? Ustedes creen que
porque son inertes, las piedras están muertas, sin alma; no piensan en las
historias extraordinarias que podrían contarles si supieran escucharlas. Todo
está vivo, y la historia del universo está inscrita en las piedras, y por todas
partes en la naturaleza. Sí, porque todo se registra16. Los humanos, siempre
tan presuntuosos, se imaginan que son los primeros y los únicos en haber
descubierto la técnica de la grabación. Es verdad que han hecho maravillas
con la fotografía, el cine, los discos, las cintas magnéticas, etc. Sin embargo,
no sospechan que si han podido lograr estas realizaciones es porque el
fenómeno de la grabación ya existe en la naturaleza; toda la naturaleza es
sensible, y reacciona.
Toquen una piedra con amor, ya vibra de otra forma, puede incluso
responderles con amor; no obstante, para constatarlo, hay que haber
desarrollado algunas facultades de percepción y haber aprendido a descifrar
su lenguaje. Pero, ¿quién quiere aprender el lenguaje de las piedras, de las
plantas, de los animales? Los humanos aprenderán a leer y a escribir en todas
las lenguas del mundo, pero el lenguaje de la naturaleza, el único lenguaje
que vale la pena ser conocido, ¡no lo aprenderán!
Aunque la lectura y la escritura se han vuelto hoy día actividades tan
indispensables en el mundo civilizado, esto no significa que el hombre no
podría progresar sin ellas. Leer y escribir representan sin duda grandes
ventajas, pero esta importancia dada al papel comporta también muchos
inconvenientes. No se confía sino en los papeles, solo los papeles cuentan.
Cuando un documento dice que ustedes son culpables, aun si son inocentes se
es incapaz de leer en ustedes esta inocencia: se lee el documento y se les
encarcela. El hombre no es nada, el papel lo es todo.
Vivimos en una civilización que exige que sepamos leer y escribir, y está
muy bien, pero existen otras formas de lectura y de escritura, y en ellas
quiero insistir. Leer y escribir son dos actividades que hay que aprender a
ejercer en otros planos17. Para un Iniciado, leer es ser capaz de descifrar el
lado sutil y escondido de los objetos y de las creaturas, de interpretar los
símbolos y los signos puestos por doquier por la Inteligencia cósmica en el
gran libro del universo. Y escribir es marcar este gran libro con su huella,
actuar en las piedras, las plantas, los animales y los hombres con la fuerza
mágica del espíritu. No es por tanto únicamente en el papel que hay que saber
leer y escribir, sino en todas las regiones del universo.
Fue muy difícil en el pasado imponer la enseñanza para todos. Los padres
se oponían a que sus hijos fueran a la escuela: ¿de qué podría servir que
aprendan a leer y a escribir cuando era necesario ocuparse del ganado, del
gallinero, de los cultivos? Y ahora, observen: los niños del mundo entero o
casi todos van a la escuela, incluso en los pueblos más primitivos, porque
todos comprendieron que era ventajoso. Pero tan difícil como fue en el
pasado hacer admitir a los humanos la necesidad de educarse, así de difícil
será hacerles entender lo que son la verdadera lectura y la verdadera escritura,
e impulsarlos a ejercitarse en ellas.
Los humanos no saben leer… No saben leer el gran libro de la naturaleza
para encontrar allí las soluciones a los problemas que les preocupan. Pues sí,
las soluciones están allí, presentadas por doquier, en el mundo de los
minerales, de los vegetales, de los animales y en el ser humano mismo, en su
estructura y en las diferentes funciones de su organismo. Pero no lo ven, e
irán a consultar libros de autores célebres en los cuales encontrarán
respuestas contradictorias; nunca irán a consultar la naturaleza donde la
Inteligencia cósmica ha inscrito las soluciones a todos los problemas de la
vida. Por ello hacen tanto desorden en este gran cuerpo cósmico.
Y además de que no saben leer, los humanos no saben escribir. ¡Oh!
Evidentemente, algo escriben de todas maneras. Cada pensamiento, cada
sentimiento es una escritura que va a grabarse en algún lugar en los objetos, o
en la cabeza y el corazón de hombres y mujeres, pero es un garabato que
nadie puede aprovechar y que produce incluso a menudo muchos daños. Lo
que un Iniciado llama escribir es un acto de voluntad y de desprendimiento;
es remover y someter algo en sí mismo para dejarlo salir y darlo a los demás.
Escribir es también dejar una huella y algunos filósofos, algunos artistas han
dejado huellas que aún se siguen estudiando desde hace miles de años. Pero
por encima de los filósofos y de los artistas, están los grandes Iniciados que
son los verdaderos creadores, pues conocen las leyes de la magia divina:
solamente trazan en el espacio algunas palabras, letras de fuego que se
inscribirán por todas partes en los cerebros y en los corazones. ¿De dónde les
viene ese poder? De un saber sobre la naturaleza y las entidades que la
habitan.
Ustedes dirán: «¡Pero estas entidades no se ven!» Pues bien, no es un
argumento, ellas existen. Y si aprenden a trabajar con el lado invisible, sutil
de la naturaleza, sentirán su presencia y podrán entrar en relación con ellas.
De la tierra al sol, y más allá, todo el espacio está habitado por creaturas18.
Los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire y el fuego están habitados.
Estas creaturas son mencionadas en las tradiciones del mundo entero. Claro,
no se presentan quizás tal y como han sido descritas en las diferentes
religiones o culturas, pero ellas existen.
Dirán que ni en sus familias, ni en las escuelas, ni en las iglesias han oído
hablar del trabajo por hacer con los espíritus de la naturaleza, ni siquiera de la
existencia de estos espíritus. Lo sé bien, el hombre occidental cortó desde
hace siglos con todas estas realidades de la naturaleza; no se interesa por la
naturaleza sino para explotarla, para hacer de ella la decoración de su vida
cotidiana, de sus viajes o de sus vacaciones. Toda una revolución debe
producirse ahora en los espíritus. Traten de tomar cada vez más consciencia
de la existencia de todas estas entidades que, desde las piedras hasta las
estrellas, mantienen la vida en el universo, únanse a ellas y pídanles que
participen con ustedes en el advenimiento del Reino de Dios en la tierra.
Porque yo conozco la realidad de estas creaturas, he hecho todas clase de
experiencias de las que ustedes ni siquiera pueden tener idea. Por todas partes
donde he viajado, incluso en los mares y los océanos, entraba en contacto con
las entidades que dirigen estas regiones, les pedía que todos los barcos que
vayan a atravesar esta agua, todas las personas que vayan a bañarse en ellas,
reciban algo fraternal, luminoso, divino. Escribía incluso algunas fórmulas
que dirigía a quien gobierna el reino de las aguas, y tiraba ese mensaje al mar.
Como estas regiones están habitadas por creaturas extremamente
evolucionadas, conscientes, sensibles, este mensaje les llegaba, y se ponían a
trabajar.
Ya sea que vaya a un bosque, al borde del mar o a la montaña, yo me he
acostumbrado a hablarle a las entidades que allí habitan, pues sé que todo se
registra y un día se producirán resultados. Incluso el bosque de Ville-d’Avray
al borde del cual se encuentra Izgrev, así como el bosque del Bonfin o el de
Videlinata están llenos de buenas palabras y de buenos pensamientos que
lancé cada vez que iba allí a caminar. Por medio de semejantes actividades se
puede llegar a hacer el bien a toda la creación. También es deseable que
seamos cada vez más numerosos en hacer este trabajo. Claro, yo lo hago,
pero si ustedes lo hacen también, habrá más resultados.
Cuando vayan a la naturaleza, traten de tomar consciencia de la presencia
de todos estos espíritus que la habitan y que existían ya antes de la aparición
del hombre en la tierra; únanse a ellos, háblenles, maravíllense ante la belleza
del trabajo que realizan en los lagos, los ríos, los bosques, las montañas, las
nubes, etc. Entonces, ellos estarán felices, querrán ser sus amigos y les darán
regalos: la vitalidad, la dicha, la inspiración… Pero pueden ir aún más lejos.
A esta multitud de espíritus que están allí contribuyendo con su actividad a la
vida de la naturaleza, pídanles que vengan a ayudar a todos quienes trabajan
por el advenimiento del Reino de Dios en la tierra.
Un dicho de la sabiduría popular afirma que por todas partes por donde
pasa el malo, la hierba no vuelve a crecer. Y de cierta manera es cierto, como
lo es también que por todos lados por donde pasa un hijo de Dios trae
bendiciones, deja huellas de luz y de amor, a fin de que, cada vez más
numerosos, hombres y mujeres vibren al unísono con el mundo divino.
Ustedes están en un camino por el bosque: bendigan este camino pidiéndoles
a los espíritus que habitan en los árboles que transmitan a todos aquellos que
pasarán por allí sus mensajes de paz y de luz. ¿Por qué no tratar de trabajar
como el sol que impregna sin cesar el universo con su luz, su calor y su vida?
E incluso cuando salgan de vacaciones al borde del mar, allí también
sepan que hay otra cosa que hacer que echarse sobre la arena durante horas
dejando su pensamiento divagar. Diríjanse a los espíritus de las aguas y
díganles: «Ustedes también pueden hacer algo por el bien de la humanidad.
Traten de influenciar a todos los que vengan a bañarse o que viajen en barco,
inspiren en ellos el deseo de ser mejores. Tienen poderes y si ustedes insisten
ellos terminarán por oírlos. ¡Vamos, a trabajar!»
A los espíritus de la naturaleza les gusta que uno les dé trabajo, pero no se
preocupan nunca del fin, bueno o malo, benéfico o maléfico, de este trabajo.
Sea quien sea el que les dé una tarea, ellos la ejecutan, están completamente
sometidos a esta voluntad superior que ha logrado dominarlos. Por ello
cuando magos, brujos tratan de utilizarlos para empresas abominables,
obedecen, pues así están hechos, no tienen ninguna consciencia moral, hacen
del mismo modo el bien y el mal. A sabiendas de esto, les corresponde a los
humanos mostrarse vigilantes y comprometerlos únicamente en un trabajo
divino.
Y ahora, alguien dirá quizás: «Pero, ¿tenemos el derecho de influenciar a
la naturaleza dejando en ella huellas?» ¡Qué pregunta! La mayoría de los
humanos están ocupados contaminándola sin cesar con pensamientos y
sentimientos abominables, y nosotros, ¿no tendríamos el derecho de expandir
allí la luz, la armonía, la paz, la fraternidad? ¡Qué razonamiento! ¿Acaso la
rosa pregunta si tiene derecho a perfumar la atmósfera? Claro que tienen el
derecho de actuar, de influenciar a toda la naturaleza, pero con una condición:
no dejar sino huellas benéficas, luminosas. Ustedes dirán que nadie les ha
hablado nunca de estas prácticas… ¿Pero por qué es necesario que se les
hable de ellas? Cuando tienen un hijo o a alguien que aman mucho, ¿es
necesario que uno les sugiera que le deseen lo mejor? No, ustedes lo hacen
espontáneamente, ya que sus sentimientos los llevan a formular ciertos
deseos, a pronunciar ciertas palabras. Entonces, ¿por qué no pensar
espontáneamente en formular también deseos por el mundo entero?
Observen a la gente cuando viaja: están allí, divirtiéndose o matando el
tiempo porque se aburren. ¿No podrían aprender a hacer un trabajo con el
pensamiento para ayudar a los habitantes de las regiones que atraviesan, así
como a los que vendrán a estas regiones?... Para obtener grandes resultados,
es preciso evidentemente que la persona que se dirija a los espíritus de la
naturaleza sea muy evolucionada: a causa de su luz, de su pureza, de su
dignidad, es escuchada. Todo lo que ustedes hacen en el mundo invisible solo
tiene eficacia si poseen cualidades y virtudes para fundamentar su acción,
pero nada les impide comenzar este trabajo.
En todo caso hay que liberarse de esta idea según la cual solo humanos
pueden ayudar a otros humanos, y que no pueden ayudarlos sino con una
acción política, económica, social. No, en este organismo vivo y consciente
que es la naturaleza y al que pertenecemos, una multitud de entidades están
listas a contribuir a la evolución de la humanidad. La tierra, el agua, el aire y
el fuego, los cuatro elementos, han jurado ante el Eterno ayudar a todos
aquellos que trabajan por convertirse en creaturas de paz, de armonía y de
belleza. Por tanto, en adelante, donde sea que vayan en la naturaleza, piensen
en dirigirse a todos los seres que viven en las grutas, los árboles, los arroyos,
los lagos, e incluso en el sol y las estrellas: pídanles que vengan a participar
en el advenimiento del Reino de Dios en la tierra. Un día, miles de espíritus
se pondrán en marcha para trabajar en los corazones y en los cerebros
humanos, y el Cielo reconocerá en ustedes a un constructor de la nueva vida,
a un hijo, a una hija de Dios.
1 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. I: «Del hombre a Dios: la noción de la jerarquía».
2 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 29, cap. VII: «Participar en el trabajo de la
Fraternidad Blanca Universal», tercera parte.
3 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico».
4 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. III: «Tomar y dar».
5 Cf. El yoga de la nutrición, Col. Izvor No. 204, cap. VIII: «Sobre la comunión».
6 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. VIII: «La imagen del árbol – La individualidad
debe devorar a la personalidad»; cap. XII: «El significado del sacrificio en las religiones».
7 Cf. Una filosofía de lo Universal, Col. Izvor No. 206, cap. VIII: «La fraternidad, un estado de
consciencia superior».
8 Cf. La armonía, Obras Completas, t. 6, cap. I: «La armonía».
9 Op. cit., cap. IX: «El plexo solar y el cerebro».
10 Cf. Los esplendores de Tipheret, Obras Completas, t. 10, cap. VI: «El Maestro en el rosario de 7
perlas».
11 Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor No. 207, cap. IX: «La dimensión universal de un
Maestro».
12 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. II: «El hombre entre la personalidad y la
individualidad».
13 Cf. Poderes del pensamiento, Col. Izvor No. 224, cap. IV: «Vida y circulación de pensamientos».
14 Cf. Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor No. 216, cap. III: «La fuente y el pantano».
15 Cf. La alquimia espiritual, Obras Completas, t. 2, cap. III: «Intercambios vivos y conscientes».
16 Cf. El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor No. 202, cap. VII: «La ley de la grabación».
17 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 28, cap. IV: «Leer y escribir».
18 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XXII: «Los espíritus de la
naturaleza».
5
«Y yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo»
Está dicho en el Salmo 116: «Yo caminaré en la presencia del Eterno, en
la Tierra de los Vivientes». Esta Tierra de los Vivientes, ¿dónde se
encuentra? En realidad, puede decirse que es nuestra tierra. Ya que lo que
llamamos tierra no es solamente este suelo que sentimos bajo nuestro pies, ni
este planeta que los astronautas divisan desde el espacio y del que distinguen
los mares, los ríos, las montañas, los desiertos, los bosques… La tierra es
también esas regiones hechas de una materia muy sutil, etérica, luminosa, en
donde siguen viviendo luego de su muerte los seres más evolucionados: los
santos, los profetas, los grandes Maestros de la humanidad.
El Zohar menciona la existencia de siete tierras a las cuales les da un
nombre: Eretz, Adama, Ghe, Neschia, Tzia, Arqa, Thebel… Pero siete tierras
significa siete estados de la tierra, del más espeso (esta región que habitamos
justamente) al más sutil. Cuando se dice en el Génesis que Adán y Eva
expulsados del Paraíso fueron exilados en la tierra, este Paraíso que
abandonaron es la verdadera tierra, la Tierra de los Vivientes. Por ello es
llamado Paraíso «terrestre». Generalmente se opone el Paraíso a la tierra
imaginándolo como un lugar inmaterial donde Adán y Eva llevaban quién
sabe qué vida; y luego, a causa de su desobediencia, el Señor los habría
arrojado a otro sitio «para que labrasen la tierra de la que fueron tomados»,
exactamente como se castiga a los malhechores condenándolos a trabajos
forzados en una isla desierta. Pues no, el relato del Génesis es simbólico y
describe en realidad estados de consciencia1.
Para ver claro en este asunto, hay que conocer las analogías que existen
entre la tierra y el hombre. El hombre, como la tierra, está compuesto de siete
regiones, sus siete cuerpos. Si uno se detiene solamente en el cuerpo físico,
no se tiene de él sino un conocimiento muy imperfecto. Para conocerlo, hay
que estudiarlo también en los campos etérico, astral, mental, causal, búdico,
átmico2. Como la tierra. Cuando los Iniciados de la Grecia antigua decían:
«Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses», no hacían más
que expresar esta idea. Sabían que Dios creó el universo y al hombre sobre el
mismo modelo, es decir, a su imagen. Entonces, ¡qué ignorancia, qué
limitación de parte de los humanos mirar únicamente el lado físico, visible!
Es lo que los detiene en su evolución, pues ignoran lo esencial de ellos
mismos y de este universo del que hacen parte, y se aíslan también de la
Divinidad.
Puesto que la tierra sobre la que caminamos es análoga a nuestro cuerpo
físico, significa que más allá de su cuerpo físico la tierra también posee
cuerpos sutiles con los cuales podemos entrar en relación. Sí, ya que en la
medida en que hay analogía, hay relación. Por tanto, a medida que nos
elevamos para alcanzar las regiones superiores de nuestro ser, nos elevamos
también hacia estas regiones superiores de la tierra que el Salmista llama la
Tierra de los Vivientes. Y en estas regiones aún se encuentra Jesús. Ya que
Jesús no ha abandonado la tierra. Dado que él dijo: «Yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo», es porque todavía está en la tierra.
Claro, él dejó la tierra física pero no la tierra etérica, luminosa, divina. Jesús,
en tanto expresión de este principio cósmico que es el Cristo, no ha dejado la
tierra, está allá en la Tierra de los Vivientes donde sigue participando en el
trabajo de su Padre celeste, y protege, ilumina, guía a todos aquellos que
quieren seguir su camino, trabajar con él y caminar en su luz.
Se dice que después de su muerte Jesús subió al cielo. Y es verdad, subió
al cielo, todo su ser está en el cielo, pero trabaja en la tierra. Hay que hacer el
esfuerzo por comprender. Nosotros los humanos estamos en la tierra y
nuestras antenas están en el cielo. Mientras que Jesús, todo su ser está en el
cielo, pero su actividad, su «cuartel general» si puede llamársele así, se
encuentra en la tierra, en los planos superiores de esta región que los
cabalistas llaman la sefirá Malkut3. Está allá con todos estos seres
excepcionales, estos Hijos de la Luz que pusieron en el primer lugar, en su
cabeza y en su corazón, el trabajo por el advenimiento del Reino de Dios y de
su Justicia.
En cuanto a nuestra tierra, este «valle de lágrimas y sufrimientos», es la
tierra de los muertos. Sí, un cementerio, y ¡qué cementerio! ¡Desde hace
millones de años, cuántas osamentas se han amontonado allí! Todos estos
miles de seres humanos, pero también de animales que dejaron sus huesos, su
piel, su grasa… Y allí encima se dejan crecer árboles, flores, legumbres, y se
construyen casas. No existe en la tierra ningún lugar que no sea un
cementerio. Uno se pasea, come, bebe, duerme sobre cementerios. O incluso,
más exactamente, sobre campos de batalla, pues los humanos nunca han
dejado de enfrentarse de todas las formas posibles en lugares que terminaron
por convertirse en cementerios. Por ello, yo se los he dicho, no es en Tierra
Santa donde ustedes podrán encontrar tantas huellas del paso de Jesús. Para
encontrar a Jesús y a los más grandes Maestros de la humanidad, hay que
comulgar con su espíritu, y su espíritu ya no está en los lugares donde
vivieron, sino en su enseñanza y en las regiones puras y luminosas de la
tierra4. Es allí donde su espíritu regresó para trabajar, porque estaba en
afinidad con estas regiones.
Jesús en tanto manifestación del principio crístico participa en la creación
con el espíritu de Dios, y sigue trabajando. Cuando él decía: «Mi Padre
trabaja y yo también trabajo con él», no hablaba de un trabajo de diez,
veinte, cincuenta años. Por ello, dejándolos, dijo también a sus discípulos:
«Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Jesús no ha
dejado la tierra, un espíritu semejante a él no puede dejar a sus amigos para
no volver sino miles de años después. Él está presente, participa en todo lo
que se realiza en el sentido de la luz, de la bondad, del sacrificio. ¿De qué
amor habría hablado si dejara solos a los seres que aspiran a parecérsele?
Algunos dirán que nunca se lo han encontrado. Es posible, pero eso
simplemente significa que no han trabajado todavía, realmente trabajado.
¡Que trabajen y se lo encontrarán!
Jesús está siempre allí para todos aquellos que tienen un corazón, un alma
y un espíritu5. Sí, cada vez que un ser aquí en la tierra pone en primer lugar
las preocupaciones espirituales, el deseo de ser mejor para contribuir al
advenimiento del Reino de Dios, comienza a vivir también con Jesús en la
Tierra de los Vivientes. Ya que esta tierra es en nosotros un estado de
consciencia gracias al cual entramos en comunicación con los grandes
Maestros, con los ángeles, con las divinidades, con el espíritu de Cristo, y
participamos en su trabajo.
1 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. I: «Los dos árboles del
Paraíso».
2 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. XIII: «El cuerpo de la resurrección».
3 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. II: «Presentación del Árbol sefirótico»; Cf. Los
frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XIX: «Las Almas glorificadas».
4 Cf. En espíritu y en verdad, Col. Izvor No. 235, cap. XIV: «Uno no encuentra a los seres sino en el
espíritu».
5 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. I: «La fiesta de Navidad».
Octava Parte
«Después vi un nuevo cielo y una nueva tierra…»
1
El nuevo cielo y la nueva tierra
El Apocalipsis de san Juan es el último libro del Nuevo Testamento.
Aunque este libro sea muy célebre y se le cite a menudo cuando se trate de
anunciar catástrofes, en realidad se le conoce mal. Todos estos números,
estos símbolos, estas imágenes que contiene, para interpretarlos hay que
poseer conocimientos sobre la Cábala, la astrología, la alquimia, la magia, e
incluso sobre las cartas del Tarot1, que no son cartas de juego, como algunos
lo imaginan, sino que representan un resumen de toda la Ciencia iniciática.
Por ello, la mayor parte de pastores y sacerdotes evitan comentar el
Apocalipsis, pues se verían obligados a aceptar todas estas ciencias, y así a
cambiar el contenido de algunas creencias enseñadas por las Iglesias. Sí,
dejan el Apocalipsis de lado, porque es la prueba de que los Libros santos
necesitan el conocimiento iniciático para ser interpretados. A veces se
prefiere incluso insinuar que cuando lo escribió, san Juan, que estaba ya muy
anciano, se dejó influenciar por rabinos, o que habiendo perdido un poco la
cabeza, contó cosas inverosímiles y de tal oscuridad que es mejor no tenerlas
en cuenta.
En realidad el Apocalipsis no es un libro oscuro sino para quienes no
poseen las claves. Claro, las imágenes, los símbolos, los números no están
colocados en el orden que pudiera esperarse: algunos, que se encuentran al
final, están relacionados con pasajes del comienzo o del medio, exactamente
como un juego de cartas que hubiera sido dispersado encima de la mesa. Solo
quien posee la verdadera ciencia puede tomar estas «cartas», volverlas a
poner en orden y leerlas. Cuando se conoce el significado de los números y el
sentido oculto de los símbolos, todos los elementos que en apariencia no
están relacionados entre ellos pueden ser cotejados y, cada uno explicando al
otro, produce un conjunto formidablemente lógico.
Yo he leído numerosas interpretaciones del Apocalipsis y, aunque algunas
claro son verídicas, encuentro que nadie aún ha tocado lo verdadero, el fondo.
¿Por qué? Hay varias razones, pero es sobre todo porque en lugar de ver en
este libro solo lo esencial, es decir la descripción de elementos y de procesos
de la vida interior y de la vida cósmica, se ha hecho de él un libro de
profecías y se ha intentado reconocer en él personajes y acontecimientos
históricos. Entonces, evidentemente, ¡cuántos errores se han podido cometer
acerca de los cuatro caballeros, la bestia de siete cabezas y diez cuernos, la
mujer coronada de estrellas, la gran prostituta, la Jerusalén celeste, el nuevo
cielo y la nueva tierra!... No se puede hacer nada con el Apocalipsis si no se
ha trabajado ya para adquirir las verdaderas bases de la vida espiritual. Ya
que todos estos símbolos, no basta con comprenderlos intelectualmente, hay
que poder vivificarlos en uno mismo2.
Al comienzo del capítulo veintiuno de su libro, después de haber descrito
extensamente las plagas que azotan la tierra, san Juan anuncia la llegada de la
Ciudad celeste con estas palabras: «Después vi un nuevo cielo y una nueva
tierra; porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido…»
Esta visión recuerda el versículo de Isaías donde Dios dice: «Porque he aquí
que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra». Si se toman literalmente estas
palabras, significa que Dios debe comenzar de nuevo su creación. Y ¿por
qué? ¿Ésta se envejeció acaso? La tierra, sí, en rigor, se comprende que haya
envejecido un poco porque está hecha de materiales que se alteran, se
desagregan y con el tiempo es posible que sea necesario reemplazarlos. Pero
el cielo, que ha sido creado con una materia pura, luminosa, incorruptible,
eterna, ¿cómo se explica que haya también envejecido? En el Génesis, sin
embargo, está escrito que luego de haber creado el cielo y la tierra, «Dios vio
que era bueno». ¿Cómo se explica que algún tiempo después Él descubra que
incluso los cielos están estropeados al punto de verse obligado a hacer
nuevos? Esto no habla mucho a favor de su perfección. Y después, esperando
que los trabajos hayan terminado, ¿dónde se van a alojar los habitantes del
cielo, todas esas miríadas de ángeles y de arcángeles? ¡Qué inquietud y qué
alboroto allá arriba! He ahí aún más preocupaciones para el Señor… Pues
bien, no, es absurdo, y es preciso dar otra explicación de este texto.
Con la palabra «cielo» hay que entender una cosa, y con la palabra
«tierra» hay que entender otra. En el lenguaje simbólico, el cielo representa la
parte espiritual del hombre, el ámbito del pensamiento, y la tierra representa
el ámbito de la concretización, de la realización en la materia. Y así como en
el universo el cielo y la tierra representan una unidad, en el ser humano
también son inseparables. Un «nuevo cielo» significa ideas nuevas, una
comprensión, una percepción de las cosas, una filosofía nuevas que conllevan
una «nueva tierra», es decir actitudes nuevas, comportamientos nuevos, una
nueva manera de vivir. La cabeza está en el cielo y los pies están sobre la
tierra. Los pies caminan según la cabeza, pues los pies corren hacia donde la
cabeza ya tiene proyectos. Por tanto, el comportamiento, la conducta, la
manera de actuar de los humanos cambiarán a causa del cambio en la cabeza,
es decir, gracias a una nueva filosofía.
Entonces, este nuevo cielo que Dios está creando, ¿es verdaderamente
nuevo? Pues no, está allí desde la eternidad, pero para los humanos será
nuevo, ya que está allí pero no lo ven. Y el día en que lo descubrirán,
¡evidentemente será nuevo… para ellos! Un nuevo cielo y una nueva tierra…
En realidad, ni siquiera se sabe lo que significa la palabra «nuevo». Tomemos
un río, su nombre sigue siendo el mismo: Danubio, Sena o Támesis, ¿pero
acaso el agua que fluye no es siempre nueva? Y el sol también, que es el
mismo todos los días, en realidad es siempre nuevo pues sus emanaciones,
sus radiaciones son diferentes a cada instante. Lo que es nuevo es la vida, el
contenido. Si ustedes son capaces de ir lo suficientemente lejos, lo
suficientemente alto, más allá de la forma material, del recipiente, para entrar
en el contenido, la vida, encontrarán que sin cesar todo es nuevo, y el cielo y
la tierra.
Por tanto, el nuevo cielo y la nueva tierra, esto significa que el nivel de
consciencia de los humanos se elevará hasta el punto en el que descubrirán
una realidad que siempre ha existido, pero de la que no tenían ni la más
remota idea. Este sol que ven cada día y que estaba allí mucho antes de su
aparición en la tierra, les es extraño, desconocido. Puesto que no lo sienten
como un ser vivo, inteligente, con el que pueden entrar en relación, puesto
que no lo contemplan con la consciencia de su importancia para su vida
espiritual, no lo han descubierto aún y se estancan en el antiguo cielo, viejo,
rancio, enmohecido.
Entonces, no se imaginen que se deben esperar conmociones cósmicas
para conocer este nuevo cielo del que el sol es el símbolo. Desde hoy pueden
vivir en él. Cada vez que ustedes alimentan pensamientos y sentimientos
puros, que deciden trabajar por un alto ideal, ya están en el nuevo cielo, y el
cielo nuevo comporta obligatoriamente una nueva tierra. Ya que quien abraza
una filosofía sublime se ve obligado a cambiar su comportamiento, su manera
de actuar. Todos los métodos que les ofrece nuestra Enseñanza referentes a la
nutrición, la respiración, todos los actos de la vida cotidiana, el trabajo, la
creación de una familia, las relaciones con los humanos y todo el universo,
esto es la nueva tierra3. ¿Qué esperan pues para entrar allí?
Desafortunadamente, parece que no hay muchos candidatos y que las
cosas deben ocurrir como con los bueyes de la anécdota. ¿La conocen?
Después de la muerte de su padre, dos hermanos comenzaron a repartir la
herencia. El más joven de los dos, que era un poco tonto, tenía siempre ideas
un tanto extrañas que creía muy sabias. Y cuando llegó el momento de
repartir el rebaño de bueyes, le dijo a su hermano mayor: «Puesto que habrá
en adelante dos rebaños, construiremos un nuevo establo. Cuando esté listo,
dejaremos que los bueyes escojan a cuál quieren ir: los que vayan al viejo
establo te pertenecerán a ti, y los que vayan al nuevo serán míos». Pues sí,
¡un referendo entre los bueyes! El mayor aceptó y, cuando el nuevo establo
se terminó, hicieron lo que habían acordado. Pero he ahí que todos los bueyes
se dirigieron al viejo establo, porque estaban acostumbrados a ello. Un solo
buey, un viejo buey tuerto, entró en el nuevo. No les hablo de la cara de
disgusto del joven hermano… Pues sí, ¡uno tiende a comportarse según las
viejas costumbres! Pero no es más que una anécdota para bromear. Ya que, al
contrario, quienes entrarán en el nuevo cielo y en la nueva tierra mostrarán, a
diferencia del viejo buey tuerto, que son verdaderos clarividentes.
Entonces, que haya al menos algunos de ustedes que se esfuercen por
entrar en el nuevo cielo, es decir, por aceptar la nueva filosofía y aplicarla; y
la aplicación es justamente la nueva tierra… Sí, debe comprenderse
simbólicamente, de lo contrario todo carece de sentido. ¿Cómo quieren
ustedes que el cielo y la tierra desaparezcan para dar lugar a otro cielo y a
otra tierra? El cielo seguirá siendo el que es, y la tierra también (¡a menos que
los mismos humanos la destruyan!), pero la manera de pensar y la manera de
vivir cambiarán.
Relatando la visión de las catástrofes que azotan la tierra, san Juan escribe:
«Y he aquí que hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de
cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron
sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos verdes cuando es
sacudida por un fuerte viento». En los Evangelios también, Jesús hace una
predicción similar: «El sol se oscurecerá, la luna no dará ya su claridad, las
estrellas caerán del cielo…» Pero ¿cómo es posible? ¡Nuestra pobre tierrita
es tan minúscula que no hay ni siquiera lugar para recibir una estrella –pues
una sola estrella es ya mucho más grande que ella! - ¿cómo imaginarse que
ellas van a caer encima todas al mismo tiempo? Las estrellas ni siquiera
conocen la existencia de este polvo llamado tierra donde pequeños microbios
discuten y se pelean: ¿por qué deberían ellas caer de arriba? Entonces,
tranquilícense, las estrellas no caerán del cielo, pero ¡simbólicamente, ah!
esto sí, caerán muchas estrellas. Y ¿cuáles son esas estrellas?... La gente que
ocupa cargos para los cuales no es digna, que recibe honores que no merece.
Con el nuevo cielo y la nueva tierra, perderán su rango, su prestigio y sus
privilegios.
¿Y el sol se oscurecerá? El sol simboliza la luz, la sabiduría. Esto tiene
que ver con la filosofía que reina actualmente en el mundo: una filosofía que
alejándose de la verdadera Ciencia iniciática, se materializó tanto que no
puede responder las nuevas preguntas que la vida no cesa de hacer. Entonces,
este sol al que los humanos se aferraron se oscurecerá.
En cuanto a la luna, que representa el ámbito de la religión, perderá
también su claridad. Es decir, las religiones oficiales que han fundamentado
su autoridad sobre bases erróneas, supersticiones, prejuicios, fanatismos,
perderán su influencia.
Está dicho también que «el Hijo del hombre vendrá sobre las nubes». Esto
significa que el Cristo se manifestará en la inteligencia humana. Ya que las
nubes, que pertenecen al ámbito del aire, representan simbólicamente los
pensamientos; sus formas que los vientos no dejan de modificar son la
expresión del mundo mental.
He ahí las predicciones de Jesús y de san Juan: no se trata del sol, de la
luna, de las estrellas y de las nubes que divisamos en el cielo, sino lo que
representan simbólicamente en nuestra vida psíquica.
Por consiguiente, ahora está claro, no hay que esperar el fin del mundo de
la manera en que tantos cristianos lo han esperado y siguen esperándolo.
¡Cuántas veces se ha anunciado ya este fin del mundo, señalando incluso la
fecha! Entonces, la locura, muchos se preparaban para morir. Pero he ahí que
la fecha pasaba y el mundo continuaba… Se producían, claro, algunos
trastornos, como se han producido siempre desde hace milenios, pero el
mundo continuaba. Se trataba solo de una época que culminaba. Es preciso
comprender que «el fin del mundo» es en realidad el fin de un mundo, esto
es, el fin de una época; ya que todavía se están viviendo los últimos días de
una época y los primeros días de una nueva época. Y los últimos días del
mundo los vivimos también ahora, porque es cierto que una nueva época se
aproxima.
Hay que dejar de anunciar el fin del mundo. La humanidad no
desaparecerá nunca completamente. La especie humana es sólida, no se
preocupen, ¡resiste todo! Pero que pronto se presenten toda clase de
trastornos y de sacudones y que sea el fin de una época, eso sí. E incluso,
desde el punto de vista astronómico, estamos al final de la era de Piscis y
pronto se abrirá la era de Acuario4. Por ello hay que prepararse para entrar en
un nuevo cielo, es decir, aceptar una nueva filosofía, una nueva concepción
de la vida, a fin de caminar en la nueva tierra.
Cuando yo escucho a los médiums, a los astrólogos, o a otros profetizar
con seguridad la inminencia de una tercera guerra mundial o incluso la
destrucción de la humanidad, considero que verdaderamente no son profetas
iluminados. Evidentemente, todo puede pasar: una tercera guerra mundial,
cataclismos, etc.… Pero si realmente la luz aumenta en el mundo – y en esto
trabajamos – la humanidad escapará de la destrucción. Los acontecimientos
no están nunca absolutamente determinados. Dios no es un tirano cruel y
caprichoso que hace llover cataclismos de los que, desde el instante en que Él
los decretó, nadie podrá escapar. No, no acepto semejantes ideas. No hay
determinación, no hay destino absoluto para nadie, ni para el mundo entero.
Los humanos han sido creados con una voluntad libre y disponen de su
futuro. Claro, si viven en el desorden, desencadenan corrientes nocivas, y
entonces las leyes de la naturaleza, que son las leyes de la Justicia divina, los
llevan hacia las catástrofes; es matemático como que dos y dos son cuatro.
Pero si deciden ajuiciarse, si trabajan para fundar su existencia sobre nuevas
bases, proyectan otras fuerzas, fuerzas armoniosas, y no siendo perturbado el
equilibrio de la naturaleza, la Inteligencia cósmica expedirá otros decretos
respecto de ellos.
He ahí la verdadera filosofía de los Iniciados y ustedes necesitan esta
filosofía porque ella los hace conscientes, poderosos, hijos e hijas de Dios
capaces de disponer de su futuro.
1 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo viviente»; La Balanza
cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. I: «La Balanza cósmica» y cap. II: «La oscilación de la Balanza».
2 Cf. La Ciudad celeste, Comentarios sobre el Apocalipsis, Col. Izvor No. 230.
3 Cf. La nueva tierra, Métodos, y ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras Completas, t. 13; Reglas de
oro para la vida cotidiana, Col. Izvor No. 227.
4 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. I: «La era de Acuario».
2
Hacer descender divinidades a la tierra
I
Educar primero a los padres
Puede que algunos de ustedes se pregunten porqué, en mi calidad de
pedagogo, hablo muy pocas veces de la educación de los niños. Todos los
pedagogos se ocupan de los niños, y yo no, soy la excepción. ¿Por qué?
Porque pienso que los primeros a los que hay que educar no son a los niños
sino a los padres.
No creo en ninguna teoría pedagógica, creo solamente en la manera de
vivir de los padres antes y después del nacimiento de los hijos. He ahí porque
nunca he querido hablar tanto de la educación de los niños. Si los padres no
comienzan por educarse ellos mismos, ¿cómo harán para educar a sus hijos?
Se les habla a los padres de la educación de sus hijos como si estuvieran
verdaderamente listos para asumir su rol: puesto que son capaces de traerlos
al mundo, se considera que están listos. Pues no, desafortunadamente no.
Algunos ni siquiera se preocupan por las consecuencias que tendrá su mal
estado de salud sobre la de sus hijos, ni si están materialmente en condiciones
de educarlos, y menos aún, y es sin embargo esencial, si poseen las
cualidades necesarias a fin de ser un ejemplo para estos niños, una seguridad,
un consuelo en todas las circunstancias de la vida. Traen niños al mundo, y
estos niños crecerán completamente solos, librados a ellos mismos, se las
arreglarán como podrán; y un día ellos mismos tendrán hijos en condiciones
tan deplorables como las de sus padres.
Son entonces los futuros padres primero, hombres y mujeres, quienes
deben ser educados mucho antes de convertirse en padres y madres. Si no,
llegado el momento, por más que se les presenten las mejores teorías
pedagógicas, se les aconsejen libros para leer o documentales para ver, no
servirá para nada; e incluso, queriendo aplicar estos conocimientos que no
habrán asimilado realmente, cometerán muchos errores. Por tanto, deben
prepararse.
Ustedes dirán: «Prepararse… Pero ¿cómo?» Prepararse significa
contemplar años antes esta posibilidad de convertirse en padre, en madre, y
tener pensamientos, sentimientos, una actitud que atraerán a una familia
espíritus excepcionales, divinidades. Ya que no es por azar que un espíritu
viene a encarnarse en una familia: consciente o inconscientemente – y más
frecuente inconscientemente – los padres lo han atraído1. Pero lo que es
inconsciente puede volverse consciente. Los padres pueden hacer descender a
la tierra seres que se distinguirán por sus talentos, sus virtudes. Sí, pues
tienen el poder de escoger a sus hijos: he ahí lo que la mayoría de los padres
no sabe.
Ahora, que no se me malentienda. No estoy aprobando o estimulando las
tentativas actuales para mejorar la especie humana sin discernimiento, con
todos los medios que la biología es capaz de poner a punto. No se trata de
fabricar científicamente generaciones de niños sanos, eliminando a los
demás, y dotados de tales cualidades o capacidades según convenga a los
deseos de los padres, de la sociedad, o a la ambición de los Estados. Si se
quiere realmente que la humanidad mejore, es preciso saber que los medios
técnicos nunca reemplazarán la práctica espiritual. Les corresponde a los
mismos padres comunicarles a los hijos que van a nacer los gérmenes divinos
que quieren ver desarrollarse en ellos. Y les diré incluso que, si no se apoyan
en una práctica espiritual, los medios técnicos que la biología tiene cada vez
más a su disposición producirán seres peligrosos, monstruos de crueldad y
orgullo, y no bienhechores de la humanidad, verdaderos hijos e hijas de Dios.
Para mejorar la especie humana hay que revisar esta cuestión desde el
comienzo, y el comienzo es la concepción de los niños. Los padres deben
prepararse para ello meses, años antes, como para un acto sagrado. Ahora
bien, ¿qué ocurre en realidad? Muy frecuentemente, ¡en una noche de
«fiesta», después de haberse excedido en comida y bebida, conciben un niño!
¡He ahí las condiciones que escogen, si puede decirse además que las han
«escogido»! Hubieran podido decidir esperar un momento de paz, de lucidez,
un momento en el que reinaba entre ellos una gran armonía, e incluso escoger
la fecha de esta concepción según las mejores influencias planetarias. Pero
esto es lo que menos les preocupa.
¿Cómo los humanos han podido descender tan bajo como para dejar a la
ceguera y al azar este acontecimiento tan importante: la concepción de un
niño? En lugar de pedir la ayuda del Cielo, la presencia de ángeles para poder
atraer un espíritu luminoso que será una bendición para todos, se pide la
ayuda del alcohol o de quién sabe qué… O también el niño llega por azar,
luego de una escena de violencia durante la cual la mujer no dejó de
alimentar hacia el hombre sentimientos de desprecio, de asco, de odio y un
deseo de venganza. Un niño que viene al mundo en semejantes condiciones
no puede ser sino la primera víctima de sus propios padres. ¿Cómo
asombrarse luego si este niño, que sufre, experimenta más tarde la necesidad
de hacer sufrir a los demás?
Y luego, cuando el niño habrá nacido, estos padres inconscientes no
dejarán de darle el espectáculo de sus debilidades, de sus peleas, de sus
mentiras. ¿Es de esta forma que van a ayudarlo? Incluso si leen toda una
biblioteca de libros de pedagogía, ¿de qué servirá?... Se ha observado que un
bebé puede manifestar trastornos físicos y nerviosos luego de tensiones entre
sus padres; pues incluso si no lo ha presenciado, estas tensiones crean
alrededor suyo una atmósfera de desarmonía que él resiente, porque está aún
muy unido a sus padres. El bebé no es consciente pero es muy receptivo, y su
cuerpo etérico recibe los choques. Entonces, díganme, ¿a quién debe
educarse?
Los padres deben tomar consciencia de sus responsabilidades. No tienen el
derecho de invitar a espíritus a encarnarse si son incapaces de mostrarse a la
altura de su tarea. Veo a algunos comportarse de una manera tan insensata
que no puedo evitar preguntarles: «Pero bueno, realmente aman ustedes a sus
hijos?» Entonces ellos se indignan: «¿Cómo? ¿Si amamos a nuestros hijos?...
¡Obvio que los amamos! – Pues bien, no lo creo, porque si los amaran,
cambiarían de actitud, comenzarían a corregir en ustedes algunas debilidades,
pues ellas se reflejan muy negativamente en ellos, y ellos mismos, más tarde,
las devolverán a su entorno»2. Traer niños al mundo no es únicamente un
asunto personal, privado, pues el futuro de la humanidad depende cada vez de
este acto.
He ahí porque no me preocupan primero los niños, sino los padres. Quiero
hacerles entender que no deben traer niños al mundo solamente para
satisfacer este instinto atávico de procreación. Claro, este instinto existe en
cada uno, no puede extirparse, pero debe ser comprendido de manera más
consciente, más espiritual. A diferencia del animal que no hace sino
reproducirse, el hombre tiene la posibilidad de realizar un verdadero acto de
creación, pero con la condición de hacer participar en él su pensamiento, su
alma, su espíritu. Siendo toda creación el producto de sus creadores, los
creadores pueden llegar a ser mejores, deben ser mejores para que sus
creaciones a su turno sean mejores. Es verdad para la creación artística, y es
verdad también para la creación de los niños.
Queda ahora un punto esencial por explicar. Se dice que el hombre y la
mujer crean niños. Sí, pero en realidad, este principio espiritual que hace que
un niño sea una creación viva –digamos un alma- no son los padres quienes
lo crean. Ellos construyen solamente la habitación en la cual esta alma vendrá
a vivir. Con el pretexto de que los trajeron al mundo, los padres – en especial
el padre - han ejercido durante siglos un derecho a la vida y a la muerte sobre
sus hijos. ¡Qué monstruosa ignorancia! Solo Dios da la vida, pues solo Dios
es señor de la vida, los padres no hacen sino transmitirla3. Y justamente,
puesto que no hacen más que transmitir un bien preciado que no les
pertenece, tienen la obligación de mostrarse extremamente cuidadosos. No
solamente no les está permitido a los padres hacer lo que quieran con sus
hijos, sino que deben saber que estos niños son almas que vienen de Dios y
de las cuales deben rendirle cuentas un día. Cuando un niño es puesto en un
internado, un día u otro sus padres terminan por venir a buscarlo. Ellos les
preguntan a quienes estaban encargados lo que les deben, y si el niño ha
recibido un buen trato, son generosos. Pues bien, del mismo modo, el Señor
pedirá un día cuentas a los padres acerca de la manera cómo actuaron con
estos seres que Él les confió.
Este asunto de los niños es muy interesante y mucho más profundo de lo
que ustedes creen. Penetrando su mirada en la de sus hijos, los padres que son
verdaderamente sensibles verán que son almas que vienen de otro lugar: no
están sino de paso, ellos no saben ni quiénes son, ni de dónde vienen. Uno no
puede crear un alma humana, uno no crea sino su casa física. El padre y la
madre pueden por tanto ser comparados con contratistas a quienes se les ha
encomendado la construcción de la casa del alma: esta casa es algunas veces
un palacio, un templo incluso, pero más a menudo una choza o una casa en
ruinas. Sí, los padres solo son responsables de la construcción de la casa, y
según la calidad de los materiales físicos y psíquicos que pueden hacer entrar
en esta construcción, atraerán un alma más o menos evolucionada. Y en esto
son creadores, gracias a esta posibilidad que tienen de trabajar no solamente
en la materia física, sino también en la materia psíquica en la cual vendrá a
encarnarse una entidad espiritual. Pero sobre la entidad misma, no tienen
ningún poder y ella puede volver a irse sin que sepan ni cuándo, ni porqué, ni
adónde.
En efecto, algunas veces este niño parte muy rápido. Y justamente, el
hecho de que haya venido y se vuelva a ir sin preguntar la opinión de sus
padres prueba muy bien que ellos no son nada diferente a gobernantes,
preceptores. Si se ocuparon de él con desinterés y amor, su alma les estará
eternamente agradecida y, en el mundo invisible, volverá a menudo a girar a
su alrededor trayéndoles espléndidos regalos. Pero de todas formas, un día u
otro el niño deja a sus padres para ir a vivir su vida independiente. Un padre y
una madre no son más que asociados que se encargan momentáneamente de
acoger un alma y de velar por ella; y para poder cumplir correctamente con
esta tarea, deben primero aprender cómo considerarse mutuamente, cómo
actuar el uno con el otro.
¿Ustedes quisieran que yo me ocupe de los niños? Pues bien, no, me
ocupo primero de ustedes, y ocupándome de ustedes me ocupo
indirectamente de los niños que ya ustedes tienen y de aquellos que tendrán
un día.
II
El hombre y la mujer,
reflejos de los dos principios
masculino y femenino
Toda la creación es la obra de los dos principios masculino y femenino.
De arriba a abajo del universo, los principios masculino y femenino
reproducen la actividad de los dos grandes principios cósmicos creadores que
se denominan el Padre celeste y la Madre divina. Estos dos principios
fundamentales se reflejan en todas las manifestaciones de la naturaleza y de
la vida. Para ser fecundos, estos dos principios deben trabajar juntos
obligatoriamente; separados son improductivos, están también siempre en la
búsqueda el uno del otro.
En cuanto al hombre y a la mujer, no son también sino uno de los
múltiples aspectos de estos dos principios masculino y femenino. Por ello,
puede decirse que todas las dificultades que experimentan en sus relaciones,
todos los sufrimientos que no dejan de infligirse mutuamente, tienen por
origen una mala comprensión de este asunto de los dos principios.
Durante siglos el cristianismo ha ofrecido una imagen desastrosa de la
mujer. Por razones que sería demasiado largo exponer y analizar aquí, Padres
de la Iglesia, teólogos se dedicaron a mostrar que ella mantenía relaciones
sospechosas con el Diablo4. Entonces, quienes querían realmente salvarse
debían huir de las mujeres y se iban a vivir en los desiertos, los bosques, las
montañas, o bien se encerraban en conventos. Y cuando no iban a esconderse
en algún lugar, evitaban encontrarse con ellas y mirarlas… Estas
concepciones erróneas se expandieron tanto en toda la sociedad que los
hombres, influenciados por una tradición que de cierta forma les convenía, se
acostumbraron a considerar a la mujer como una tentadora de la que había
que desconfiar, o como un ser inferior, débil, privado de juicio e incapaz de
comportarse en la vida si el hombre no estaba allí para vigilarla y mantenerla
en el buen camino.
Que las mujeres tengan defectos, es evidente, pero no más ni menos que
los hombres. ¿Qué pudo haberles hecho creer a los hombres que ellas eran
tan inferiores? Una mala comprensión de la Divinidad, tan simple como eso.
¿Les asombra esto? Y sin embargo, es la verdad. Vieron en el hombre un
representante de Dios único, Creador del universo, que consideraban
exclusivamente masculino. Evidentemente entonces, se preguntaba a quién
podía representar la mujer, especialmente si se interpreta de manera errónea
este pasaje del Génesis donde está escrito que Eva fue sacada de una costilla
de Adán… ¡lo que evidentemente no es muy glorioso5!
En realidad, este Ser cósmico que se denomina Dios no puede ser
identificado con el principio masculino. Dios es una entidad masculina y
femenina a la vez, pues lo masculino y lo femenino están contenidos en Él.
Cuando los cabalistas estudian el nombre de Dios: Iod, He Vau, He,
,
interpretan estas cuatro letras de la siguiente manera:
representa el principio masculino creador, el Padre celeste.
representa el principio femenino, la Madre divina, que permite al
principio creador trabajar con ella.
representa al Hijo, nacido de la unión del Padre y de la Madre.
Y el segundo
representa a la Hija, que es la repetición de la Madre6.
Puesto que el principio masculino y el principio femenino están
contenidos en el nombre de Dios, ello significa que estos dos principios
tienen el mismo valor y no hay ninguna razón para considerar que la mujer es
inferior al hombre. Ustedes dirán: «Pero no son iguales, ya que uno debe
necesariamente preceder al otro. En el nombre de Dios, el Iod precede al He
». Sí, pero no hay que confundir el lugar con el valor. El valor es una cosa,
y el lugar es otra. El lugar es una noción de orden material, y el valor una
noción de orden espiritual. En el plano material, incluso si las personas tienen
el mismo valor, no puede dárseles a todas el primer lugar, no hay sino un
primer lugar.
Tomemos ejemplos. Varias personas deben subir por una escalera: sobre
cada escalón no puede haber sino una persona, y aunque ellas sean de la
misma importancia, no pueden subir sino una después de la otra. Si
comienzan a pelearse, cada una pretendiendo pasar de primera, se quedarán
todas abajo. Y si ustedes deben enviar una carta a una pareja, es preciso al
escribir la dirección mencionar al marido y a la mujer, uno después del otro:
«Señor y Señora X», o bien «Señora y Señor X». Y allí también, si ponen
problemas, cada uno sintiéndose afectado por no ser mencionado en primer
lugar, no recibirán nunca la carta.
Cuando los hombres y las mujeres se enfrentan por un asunto de lugar, es
porque no saben plantearse la pregunta correctamente. Las mujeres se quejan
de que los hombres hayan tomado el primer lugar, creen que es injusto. Y es
verdad, en la medida en que se ha confundido lugar y valor, es injusto. Pero
si ellas no tienen otra solución distinta a tomar a su vez este primer lugar, será
igualmente injusto. Por tanto, la cuestión del lugar es secundaria, es el valor
el que hay que considerar y respetar.
Si en el nombre de Dios los Iniciados han puesto el principio masculino
antes del principio femenino, no es porque piensen que el principio
masculino sea más importante que el principio femenino, sino porque se
inclinan ante el simbolismo cósmico. Simbólicamente, el principio masculino
representa el espíritu; y el principio femenino la materia. El espíritu que es
sutil, volátil, tiende a elevarse hacia las alturas, mientras que la materia, más
pesada, tiende más bien hacia abajo. Pero cada uno necesita al otro: el
espíritu necesita a la materia para encarnarse y la materia necesita al espíritu
para ser animada7. La creación no es sino el resultado de este encuentro del
espíritu y de la materia. En una familia no puede decirse que el papel o la
responsabilidad del padre sea superior o inferior al de la madre. Los dos
tienen el mismo valor, la misma importancia, puesto que el uno y el otro son
indispensables para crear un niño.
El día en que los hombres y las mujeres comprendan lo que representan
realmente, la vida cambiará completamente, la vida familiar, la vida social, la
vida económica e incluso la vida cósmica. Entonces, el Reino de Dios llegará
a la tierra. Si no ha llegado aún, es porque los hombres y las mujeres no
saben cómo mirarse, apreciarse, conocerse, comportarse los unos con los
otros. Sí, sobre todo comportarse. Pero el comportamiento depende de la
manera en que cada uno piense y considere las cosas.
El lugar respectivo de lo masculino y lo femenino… Será necesario que
finalmente un día los hombres y las mujeres terminen por arreglar este
problema que no deja de oponerlos los unos contra los otros. Durante siglos,
milenios, el hombre ha impuesto su dominación sobre la mujer, y ahora
comienza a verse que la situación se invierte: la mujer se vuelve audaz, no
acepta ya estar sometida al hombre, quiere tener los mismos derechos que él,
está incluso lista a desempeñar su papel, a tomar su lugar. Es normal, es la
ley de la compensación que actúa: el hombre fue demasiado lejos. En vez de
ser un modelo de honestidad, de bondad, de justicia, para conservar la estima
y la admiración de la mujer, abusó de su autoridad y de su superioridad física
sobre ella, se atribuyó todos los derechos y no impuso a la mujer sino
deberes. ¿Cómo podía esperar que esta situación iba a durar eternamente?
En realidad, la mujer tiene la necesidad natural de admirar al hombre, de
reconocer su autoridad, su fuerza. Pero si él se compromete, ¿cómo puede
ella reconocerle superioridad alguna? Durante siglos su rebelión permaneció
en su interior, pero ahora las condiciones han cambiado, el hombre se ha
debilitado, ha perdido algunas posiciones estratégicas, y la mujer se ha
armado, se ha apropiado de estas posiciones; cada vez más se muestra capaz
y manifiesta cualidades de decisión, de inteligencia, de coraje: ¿por qué
debería conservar una situación subalterna? Si el hombre no vuelve a
intentarlo, si no se esfuerza, no mejora, la mujer le dará una lección tal que él
se acordará de ésta durante miles de años.
Pero si la mujer, a su vez, desborda los límites, si comete la misma clase
de errores que el hombre, durante un tiempo quizás triunfará, dará su opinión
acerca de todo, se inmiscuirá en todo, dirigirá todo, pero terminará por perder
ella también las ventajas que ha adquirido. Habrá otros derrocamientos, los
hombres se despertarán, reaccionarán, recuperarán el poder. Y la misma
comedia comenzará de nuevo… ¿Hasta cuándo? ¡Hasta que la sabiduría
visita a unos y a otros! Y entonces realmente, se reconocerán como iguales,
no iguales en las mismas regiones, sino iguales por la importancia de sus
respectivas funciones.
Como la mujer está más cerca de la materia, es más realista, más concreta,
tiene más sentido común. Mientras que el hombre se siente mejor en el plano
mental, en el ámbito de la abstracción, y tiende a perderse en teorías que
terminan por no tener relación con las realidades de la vida cotidiana. Él
pronuncia discursos, diseña planes, pero a menudo estos discursos se quedan
en palabras, y en la práctica sus planes resultan irrealizables. Por ello, cuando
la mujer escucha al hombre que se pierde en teorías, se aburre o se burla de
él.
El comportamiento, la actitud de la mujer está en relación con sus
aptitudes para la maternidad, y aun si no tiene hijos, manifiesta más
espontáneamente que el hombre estas cualidades maternales que son la
abnegación, la compasión, la amabilidad respecto de seres más débiles y de
todas las creaturas vivientes. Observen: ¿cuánto tiempo requiere un hombre
para participar en la creación de un niño? Algunos instantes, y luego puede
no preocuparse, olvidar que engendró un niño o ¡incluso no saberlo! Mientras
que una mujer, ¿cómo no sabría u olvidaría que lleva o ha llevado en su
vientre a un niño? Y cuando ha nacido, ¿cómo no ocuparse de este ser tan
débil y tan delicado? Mientras que, frecuentemente, el hombre ya se ha ido a
algún otro sitio… Quiérase o no, el papel del hombre y de la mujer en este
acto tan fundamental de perpetuar la vida influye en su temperamento y en su
manera de considerar las cosas.
Ni el hombre, ni la mujer deben dominar, sino que cada uno debe
esforzarse por dominar, por sobresalir en su propio campo. Que las mujeres
quieran conquistar una libertad y derechos de los que los hombres las habían
privado, es normal; pero deben tratar de lograrlo profundizando en las
riquezas de su propia naturaleza y no intentando imitar a los hombres en su
forma de vida, su comportamiento, su manera de ser, etc. Pues esto es prueba
de una mala comprensión de las verdades eternas, y también deberán pagarlo
muy caro.
El equilibrio de la vida está basado en la polarización, es decir en la
existencia de dos polos opuestos pero complementarios, a fin de que puedan
hacerse intercambios armoniosos entre ellos. Si hay uniformización de polos,
estos intercambios no podrán hacerse, estos intercambios magníficos que son
fuente de dicha y de inspiración. Cuando pierden el sentido de la vida que
hay en estos intercambios entre los dos polos, los hombres y las mujeres van
a buscar remedios en las farmacias o donde los psicoanalistas. Pero no hay
remedio alguno para quienes no entienden. El único remedio está en la
comprensión. Cuando toda polaridad ha desaparecido, es la muerte de una
generación. No puede haber chispa allí, no puede haber vida allí, si los dos
polos, los dos electrodos, no son netamente distintos.
En el ámbito que sea, el equilibrio procede de la existencia de dos fuerzas
complementarias. La solución no está en que se produzca una nivelación
entre los hombres y las mujeres: que las mujeres terminen por hacer la guerra
y los hombres por dar el biberón. Es completamente normal que la mujer
desee tener las mismas libertades que el hombre y demostrar la misma
iniciativa, pero puede lograrlo sin imitar al hombre, sin querer reemplazarlo o
incluso eliminarlo. La libertad, la audacia, el espíritu de iniciativa son
cualidades que las mujeres pueden desarrollar, sí, pero ahondando en ellas lo
que constituye la esencia del principio femenino.
Si las mujeres se despiertan, es necesario que no sea para tomar su
revancha, pues no será mejor, ni siquiera para ellas. Es preciso, por el
contrario, que perdonen a los hombres; ya que su naturaleza las lleva a ser
buenas, dulces, indulgentes, generosas, dispuestas a sacrificarse, no deben
buscar vengarse. Deben despertarse ahora a virtudes más grandes, elevarse
más allá de sus intereses personales. Y todas las mujeres de la tierra deben
unirse por un trabajo de construcción en los hombres y en los niños que
traerán al mundo8. Por el momento, no están unidas; cada una, ocupada
solucionando sus propios asuntos, concentra toda su atención en acentuar sus
encantos para encontrar un marido, luego amantes. Se dedican a hacer dietas
o a hacerse tratamientos para embellecer «su línea»; y quizás en efecto, su
línea se embelleció, tienen formas magníficas, pero ¿para qué, si en el interior
de estas formas no hay sino vacío, desorden o maldad?... Las mujeres no
saben que tienen un trabajo por hacer para purificar y vivificar todo en ellas.
Su pensamiento está apartado del verdadero fin, de su verdadera misión.
Y ¿cuál es la misión de la mujer? Ser la educadora del hombre; con sus
pensamientos, sus miradas, su actitud, es capaz de llevarlo a realizar los actos
más nobles. El hombre no pide más que ser inspirado por la mujer. Por ello,
mientras no tenga este ideal en su cabeza, ella permanecerá apartada de su
verdadera vocación que es ser educadora del hombre. Ustedes dirán: «¡Pero
ella es mucho más débil y delicada que él! ¿Cómo puede imponerse ante él?»
No es necesario que se le imponga, basta con que piense en inspirarlo y en
llevarlo hacia la mejor dirección.
III
En la fuente divina del amor
Consciente o inconscientemente, cada hombre, cada mujer tiene las
mismas reacciones frente al asunto de los dos principios masculino y
femenino: cada uno le otorga una importancia absoluta. Cuando el hombre
cree haber encontrado en una mujer este principio complementario que
necesita, está dispuesto a dejarlo todo. Incluso si es un rey, es capaz de
abandonar su corona, es decir un reino con súbditos, un ejército, tesoros,
simplemente por una mujer. ¿Pero qué posee luego esta mujer para hacer
palidecer ante sus ojos una nación de millones de súbditos, un territorio y
toda clase de privilegios? En realidad, no es la mujer en sí misma lo que
busca, es el principio complementario que cree haber descubierto en ella, y
sin el cual no puede vivir. Y una mujer hace lo mismo: se opondrá a toda su
familia, al mundo entero si es necesario, para irse a vivir con el hombre que
ama. ¿Están ellos equivocados? En absoluto. Son el Padre celeste y la Madre
Naturaleza, su esposa, quienes grabaron esta ley en el corazón de los
humanos. «Dejarás a tu padre y a tu madre, y seguirás a tu mujer o a tu
marido». En el fondo de cada ser, está escrito que debe buscar su principio
complementario.
En diferentes culturas del mundo, alguno mitos relatan que en el origen el
ser humano era dos en uno, hombre y mujer a la vez, y estas dos entidades se
completaban perfectamente. Este ser completo se denomina el andrógeno9.
Más adelante, en el transcurso de la evolución, los dos polos de esta unidad
se habrían apartado el uno del otro, cada mitad yéndose por su lado a vivir su
vida en forma separada. Si estas dos mitades pueden reconocerse a lo largo
de su evolución, es porque cada una lleva la imagen de la otra en la
profundidad de su ser; cada una marcó con su sello a la otra. Esta imagen es
muy borrosa pero existe. Por esta razón, cada ser humano viene a la tierra con
la oscura esperanza de encontrar en alguna parte un alma que le dará todo lo
que necesita, y que existirá entre él y esta alma una comprensión y una
armonía perfectas.
Todos ustedes saben esto, pues ninguno de ustedes ha dejado de creer que
encontrará esta alma amada cuyo rostro conoce10. Llevan su imagen en
ustedes, pero enterrada tan profundamente que no llegan a distinguirla
claramente. Topándose con un hombre o una mujer, dicen a veces: «¡Ya está,
lo encontré!» Como si se hubiera producido de pronto una fusión entre este
ser y la imagen que llevan en ustedes mismos; su vida se transforma y hacen
todo por acercase a él. Cada vez que se lo encuentran, que le hablan, todo se
vuelve maravilloso. Pero luego de un período de intimidad, descubren que no
es verdaderamente ese o esa que ustedes esperaban. Se sienten frustrados y lo
abandonan para comenzar a buscar nuevamente… Por segunda vez, creen
encontrar esta alma gemela en otro ser, y la misma dicha, la misma
inspiración brota, aman de nuevo. Pero se repite la misma historia… Un día,
este encuentro con el alma gemela se producirá verdaderamente para cada
uno. Pero mientras tanto, esto no debe ser un impedimento para buscar un
compañero o una compañera y fundar un hogar. Sí, mientras tanto, son como
dos asociados que tienen un trabajo que hacer juntos y que deben esforzarse
por llevarlo a buen término hasta el día en que la muerte los separará.
La naturaleza ha creado a los humanos de tal forma que todos necesitan
afecto, ternura, hacer intercambios. Es una necesidad universal, nadie puede
dudarlo o presentar objeción alguna. Pero no es una razón para lanzarse
ciegamente uniendo su vida al primer aparecido y sufrir luego durante años.
Por ello les doy este consejo a todos los jóvenes chicos y chicas: ustedes
están destinados a tener numerosos encuentros diariamente, pero antes de
escoger a alguien, preocúpense por ver si este ser está preparado
verdaderamente para hacer un trabajo con ustedes y caminar por el mismo
camino, si no pasarán su existencia destruyéndose mutuamente11. Examinen
bien si están en acuerdo en los tres planos, físico, sentimental, intelectual, o si
solamente ceden a una atracción física pasajera. Si acerca de temas
importantes, su pareja y ustedes tienen opiniones divergentes, no se digan:
«¡Oh! esto no tiene ninguna importancia, a la larga las cosas se arreglarán,
nos entenderemos», pues en realidad es todo lo contrario lo que va a
producirse. Pasado cierto tiempo, una vez cansados de algunos placeres y
cuando el sentimiento, por su parte, se haya atenuado, se darán cuenta de que
sus ideas, sus aspiraciones, sus gustos son muy divergentes y se van a
enfrentar, a lastimar. La armonía en el plano de los gustos y de las ideas es la
más importante. La atracción física, incluso con un poco de amor, no es
suficiente: rápidamente uno se siente satisfecho, hastiado.
Existen seres que no experimentan ninguna atracción el uno por el otro,
pero se adoran porque tienen siempre miles de cosas para contarse,
explicarse, descubrir juntos, ¡es formidable! Claro, cuando un hombre y una
mujer deciden unir sus vidas, es aconsejable que sientan mutuamente cierta
atracción física, pero lo esencial es el entendimiento en el plano de los gustos
y de las ideas. Ya que las relaciones de una pareja no consisten únicamente
en besarse, abrazarse y en hacerse declaraciones de amor; están todos los
detalles de la vida cotidiana en los cuales hay que pensar y los que hay que
enfrentar, hay decisiones que tomar juntos, hay que organizar la existencia. Si
uno desea tener hijos y el otro no, si uno quiere vivir en la ciudad y el otro en
el campo, si a uno le gusta la reflexión y el silencio y al otro la música y las
diversiones ruidosas, ¿qué va a ocurrir? Y a propósito de todos los
acontecimientos del mundo exterior, de la vida política, social, cultural, cada
uno tiene también sus opiniones, sus maneras de sentir y de ver; y si las
reacciones son siempre divergentes, ¿qué conversaciones tendrán? O se
pelearán, o cada uno permanecerá en silencio en su esquina, y en uno u otro
caso la vida se convertirá en un infierno. Lo esencial para vivir juntos es la
comunidad de ideas, de meta, de ideal.
Desafortunadamente, la mayoría de chicos y chicas no tiene muchos
criterios; son ligeros, están demasiado apurados, y cuentan con el azar de los
encuentros para hallar las parejas que sueñan. ¡Como si la Providencia
estuviera allí para privilegiar a los ciegos! En lo absoluto. Apenas divisa a lo
lejos ciegos, la Providencia sale corriendo y deja que el destino se encargue
de ellos; y al destino, ustedes lo saben, le interesa hacerlos gritar. Pero si la
Providencia advierte dos seres que se sirven de sus ojos para ver con claridad,
dice: «¡Ah, me gusta esto, voy a ayudarlos!»
Les aconsejo a los jóvenes, por tanto, que no tomen una decisión
precipitada, sino que estudien primero las leyes del amor. Cuando hayan
comprendido cómo amarse, cómo prepararse para tener hijos y educarlos,
podrán decidir. Pero si se precipitan, sobre todo cuando los hijos estén allí y
que toda clase de dificultades se presenten, muy rápido se sentirán
desbordados. Irán a buscar psicólogos y médicos, leerán libros para instruirse,
pero será demasiado tarde. No hay que pensar que se tiene tiempo, que luego
uno verá, que uno siempre logrará arreglárselas. No, es antes que hay que
instruirse.
Antes de comprometerse, es pues mejor esperar, tener paciencia…
Algunos dirán: «Pero actualmente, los jóvenes se casan más tarde: gracias a
una mayor libertad en las costumbres, pueden vivir juntos y experimentar
muchas cosas antes del matrimonio». ¡Ah! porque ustedes creen que
presentarse en la iglesia o en la notaría, ¿esto es el matrimonio? Para la
sociedad, sí, quizás. Pero para la Inteligencia cósmica, el verdadero
matrimonio es el acto de amor, este acto que es la repetición del matrimonio
que se celebra arriba entre el Padre celeste y la Madre divina12. Todo lo
demás, la iglesia, la notaría, no son más que formalidades.
En cuanto a esta libertad que tienen los jóvenes en nuestra época de
encontrarse, estudiar juntos, distraerse juntos, que es un gran privilegio que
los jóvenes de otras épocas no conocían, es lamentable que traiga como
consecuencia el precipitarlos a aventuras de las que salen prematuramente
hastiados, envejecidos y heridos. Porque ha logrado liberarse de todos los
«tabús sexuales», como ella lo dice, la generación joven está feliz de sentirse
finalmente libre. Sí, pero ¿lo que hace con esa libertad la hace más feliz? No,
al contrario, se observa en los jóvenes un mayor número de suicidios o de
intentos de suicido, lo que demuestra muy bien que sus experiencias sexuales
no les aportan el amor. Si les aportaran el amor, no pensarían nunca en
suicidarse, ya que el amor está unido a la vida. Quien ama tiene ganas de
vivir, extrae de su amor los elementos que, cualquiera sean las dificultades
que se presenten, lo fortalecen y le dan un sentido a su vida. Pero he ahí que,
incluso si no puede negarse que los dos están unidos, el amor no es la
sexualidad. Y en vez de alegrarse por haber conquistado la libertad sexual y
apresurarse a aprovecharla, la generación joven debería más bien poner el
acento en el amor para comprender mejor su verdadera naturaleza y encontrar
mejores formas de manifestarlo.
En realidad, ¿qué es el amor? No es algo que viene de un hombre o de una
mujer. El amor es una energía cósmica que está difundida por todas partes en
el universo13. Se puede encontrar el amor en la tierra, el agua, el sol, las
estrellas… Puede encontrarse en las piedras, las plantas, los animales… Y
uno puede encontrarlo también en los humanos, claro, pero justamente no
exclusivamente en ellos. Por ello no hay que sentirse privado de amor porque
no se tiene a un hombre o a una mujer que abrazar. No es el cuerpo, no es la
carne lo que les dará el amor, pues el amor no se encuentra allí. El amor
puede servirse del cuerpo físico como soporte, pero él está en otra parte: está
en todos lados, es una luz, un néctar, una ambrosía que llena el espacio.
¿Por qué no se observan para sacar conclusiones de experiencias que
ciertamente ya tuvieron? Ustedes amaron a alguien, y durante los primeros
momentos de este amor, vivieron en el éxtasis, la poesía, la música. El solo
pensamiento que el otro existía y que iban a verlo quizás en la calle o en otra
parte les bastaba… Un día, pudieron obtener un objeto que él había tocado o
que le había pertenecido, e incluso si no era más que un simple objeto de
ningún valor, representaba para ustedes el tesoro más preciado del mundo,
pues estaba lleno de sus emanaciones; era como un talismán. Y luego, poco a
poco, comenzaron a encontrarse y las cosas siguieron su curso «normal»,
como se dice. En esos momentos, saborearon ciertamente otros placeres,
otras dichas, pero perdieron todo lo que hacía mágicos sus primeros
encuentros. Y frecuentemente, ¿cómo ha terminado esto? Con desilusiones,
malentendidos, enfrentamientos, separaciones…
Para conservar su amor, había que entender que éste no residía en la
posesión física de este ser, sino en algo sutil que, a través de él, los unía a
todo el universo, a la belleza de la tierra, del cielo, del sol, de las
constelaciones. Queriendo suprimir completamente la distancia que los
separaba de él, poco a poco ustedes perdieron todo este mundo sutil, y no
quedó sino el lado material, prosaico. Por ello les digo: si quieren conservar
su amor, no se apresuren a acercarse físicamente, pues una vez hayan pasado
las grandes ebulliciones, van a cansarse pronto, y comenzarán a ver aparecer
los lados negativos del uno y del otro. Para proteger su inspiración, traten de
conservar cierta distancia. Quienes quieren conocerlo todo inmediatamente,
probarlo todo, dejarán pronto de sentir curiosidad el uno por el otro, ya no
tendrán ganas de encontrarse, porque han visto demasiado, han probado
demasiado, han comido demasiado, están saturados, y ¡ahí está, se acabó!
Este amor que les aportaba todas las bendiciones, que les aportaba el cielo,
¡lo sacrificaron por algunos minutos de placer14! ¿Por qué se privan tan
rápido de estas sensaciones tan sutiles y poéticas? Porque creen que esta
belleza, este encanto que los maravilla es una forma que pueden agarrar.
¡Pues no!
La belleza se expresa a través de formas pero no se encuentra en la forma,
se encuentra en el resplandor, en las emanaciones. Por esta razón no hay que
tratar de apoderarse de ella para tocarla, probarla: no es una forma que se
pueda agarrar. Uno debe solamente contemplarla, maravillarse ante ella,
impregnarse con su presencia, y ella los llevará hasta el cielo. Sé muy bien
que es una manera de comprender tan desconocida que a algunos les parecerá
incluso grotesca. La mayor parte de los humanos se comporta como si la
belleza estuviera allí para ser tocada, poseída, ensuciada, rasgada. Como los
niños que rasgan las páginas de un libro luego de haber visto las imágenes…
Destrozar a un ser porque uno quiso poseer su belleza, ¿es eso el amor?
Algunos dirán que sí quisieran vivir un amor tan poético, pero que no
saben cómo. Sí, evidentemente, yo comprendo y les diré que para saborear el
verdadero amor, deben comenzar por establecer un vínculo con el mundo
divino, ya que es ese vínculo el que da el verdadero gusto a las cosas e
incluso al amor. Cuando han hecho ese vínculo, sienten que un raudal de
energías superiores los inunda. Por medio de la meditación, la oración,
ustedes deben buscar la presencia de estas energías divinas que le dan un
gusto exquisito a su amor, como si comulgaran con toda la naturaleza, con
todo el universo.
Pero sepan sobre todo que su amor no será sino el reflejo de ustedes
mismos. Buscan el amor y creen que va a venir del exterior bajo la forma de
un ser que será exactamente como ustedes lo esperan: bello, agradable,
generoso, paciente… ¡Son gruñones, egoístas, coléricos, y el amor debe
presentarse ante ustedes en la forma de un ángel! Pues bien, no, y admitiendo
incluso que tienen un ángel o un arcángel en sus brazos, si no han hecho nada
por elevarse hasta el mundo divino, para unirse a él, no sentirán nada de su
esplendor. Traten de entender que ni un hombre ni una mujer puede
aportarles el amor que buscan; no puede darles el amor porque no es más que
su depositario. La fuente, el dispensador del amor, es Dios, y si no se unen a
Él, no conocerán el verdadero amor. El amor es una cualidad de la vida
divina, por ello solo encontrarán el amor si logran hacer fluir esta vida en
ustedes, una vida purificada, iluminada gracias a los esfuerzos que hacen
diariamente por acercarse al mundo divino.
Solo el amor divino puede preservar el amor humano, no lo olviden nunca,
incluso apúntenlo. Mientras prefieran tomar a un ser humano en vez de al
Creador de todos los mundos para llenar su vida, irán al encuentro de
decepciones. Amen a una mujer, amen a un hombre, pero no lo pongan nunca
en el primer lugar. Cuando hayan puesto al Señor en su corazón y en su alma,
entonces sí, podrán tomar a otra creatura para romper su soledad. Pero lo
primero es reconocer y amar al Ser de todos los seres15. ¡Que en su alma haya
primero este esplendor de esplendores, esta luz de luces! Luego busquen a la
creatura que sea más capaz de recordarles al Creador, de unirlos a Él, y
trabajen con ella. Pero ir a atarse a alguien que no les recuerda al Señor, que
no los ilumina, no los purifica, no los ennoblece y que va incluso a introducir
en ustedes el desorden, los celos, la destrucción, ¡es insensato!
Y sin embargo ¡cuántos hombres y mujeres he visto que se encadenaron
con creaturas que les hicieron cortar con el Cielo, que les impidieron orar,
meditar e incluso ser buenos! Se dejaron absorber estúpidamente sin darse
cuenta hacia qué abismo iban a ser precipitados. Pues sí, ¡ningún
discernimiento, ningún criterio! Olvidar esta fuente del amor en la cual
pueden saciarse día y noche, para ir a beber el agua de un charco o de un
pantano con la esperanza que se maravillarán y encontrarán la plenitud, es lo
que hace la mayoría de los humanos. Y luego se extrañan de porqué se
sienten desdichados.
Ustedes creen haber encontrado la felicidad, porque un día un hombre o
una mujer les ha sonreído, los ha abrazado, e incluso les ha jurado amor
eterno. Pero he ahí que poco tiempo después, todo esto se borra, se olvida.
¡El amor humano es tan cambiante! Pero si lo buscan allí donde se encuentra,
en el mundo divino, en Dios mismo, los visitará siempre, los colmará sin
cesar y tan abundantemente que podrán después saciar a todos los demás a su
alrededor. ¿Por qué olvidar esta riqueza inagotable para ir a mendigar un
poquito de amor en algún lugar, algunas palabras, algunas miradas, algunas
sonrisas, algunos besos, creyendo que serán saciados? Hoy están llenos, pero
mañana tendrán hambre y sed nuevamente…
¡Y no me cuenten, para justificarse, que necesitan amor! ¿Creen ser los
únicos? Todos los seres lo necesitan. ¿Creen que yo no lo necesito? ¡Quizás
incluso lo necesito más que ustedes! Tanto que aprendí adónde buscarlo y
encontrarlo, mientras que ustedes no. ¿Y por qué? Justamente porque no lo
necesitan lo suficiente. Si aspiraran realmente a este amor infinito, eterno,
habrían escuchado a su alma, a su espíritu que les dicen dónde encontrarlo y
cómo encontrarlo.
Evidentemente, uno no es siempre dueño de sus sentimientos, ni libre de
escoger al ser que quiere amar. Pero antes de unirse a alguien, incluso si lo
aman, traten de saber lo que tiene en su cabeza y en su alma. Si sienten que
este ser representa un peligro para su vida espiritual, ¡apártense!... A menos
que tengan suficiente fe, paciencia, buena voluntad como para ayudarlo e
iluminarlo. En ese caso sí, su gesto es divino. Pero la verdad es que es muy
raro que uno se una con ese fin. Incluso si el otro es pobre interiormente, uno
intenta arrebatarle algo, para tranquilizarse, para protegerse, y he ahí cómo
después de algún tiempo los dos son doblemente pobres. Por tanto,
reflexionen: si tienen realmente el deseo de hacer un sacrificio por un ser y
están suficientemente armados para resistir, háganlo, su sacrificio será
tomado en consideración; el Cielo se maravillará al ver que ustedes quieren
dar sin esperar nada a cambio, y será una bendición para su compañero.
Se encuentran estos casos de generosidad sobre todo en las mujeres.
Desafortunadamente, el solo deseo de salvar a alguien no es suficiente, y a
menudo ellas fracasan, ya que es necesario un saber, métodos, una gran
resistencia física y psíquica. No es tan fácil salvar a alguien; hay que ser muy
fuerte y estrechar aún más sus lazos con el Cielo para no rendirse en el
camino y dejarse arrastrar por el otro. Por consiguiente, no hay que
sobrevalorar sus capacidades, sino medir sus fuerzas, y si sienten que no son
suficientes, no se comprometan, conténtense con orar al Cielo por esta
desdichada creatura que aman.
Reflexionen muy bien acerca de todo lo que yo les digo, pues es necesario
tener una gran claridad sobre un tema tan importante como el amor y el
matrimonio16. Frecuentemente es en este ámbito donde uno cae, fracasa y
pierde su herencia celeste. En primer lugar, deben buscar este amor que es
Dios mismo, introducirlo profundamente en ustedes, y luego, hagan lo que
hagan, casándose o sin casarse, serán capaces de colaborar con las fuerzas de
la luz. Una buena comprensión del amor es absolutamente indispensable para
su futuro y el de la humanidad.
Supongamos ahora que han encontrado a la persona con quien ustedes
quieren construir su existencia. Deben ser conscientes el uno y el otro de que
son una parte de un gran Todo que no cesa de alimentarlos. De lo contrario,
poco a poco van a limitarse y esta limitación será muy perjudicial para su
amor. Ustedes, uno y otro, son como… digamos una copa en la que el otro
viene a beber, y si no están unidos a la Fuente divina, cada uno agotará
pronto el contenido del otro. Y una vez que no haya nada que beber, ¿qué
puede uno hacer sino rechazarse mutuamente? Para que la copa nunca se
vacíe, hay que conectarla a la Fuente divina, y entonces será la abundancia,
habrá siempre de beber, el amor nunca terminará.
Sí, y allí interviene de nuevo la ciencia mágica del vínculo. Piensen que el
ser que aman es una creatura única y que depende de ustedes unirla a la
Fuente. La mujer debe considerar a su amado como un aspecto del Padre
celeste, y el hombre a su amada como un aspecto de la Madre divina. Esta
manera de considerarse los mantendrá unidos a la Fuente, y de esta Fuente
fluirán energías que vendrán a colmarlos.
Y he ahí aún un punto frente al cual los humanos son muy ignorantes.
Pues observen lo que ustedes hacen: en vez de unir al Cielo al ser que aman,
se apegan a él exigiendo que concentre toda su atención en ustedes. Y poco a
poco este ser a quien le impiden respirar las emanaciones celestes, beber en
los manantiales del Cielo, ya no tiene nada divino que ofrecerles, y entonces
juntos van a periclitar. Cuando uno ama, no hay que pensar tanto en sí
mismo, pues se arrastra a los seres hacia las regiones inferiores de sus deseos
y de su codicia. Amar, por el contrario, es olvidarse, superarse, hacer algo
grande por el otro, y no hay nada más grande que unirlo a la Fuente.
Observen solamente cómo suceden las cosas en general. Un hombre se
siente infeliz, desmotivado, y en ese momento, claro, experimenta la
necesidad de tomar en sus brazos a su amada para que lo reconforte.
Entonces, ¿qué le ofrece él? Le toma sus fuerzas, su inspiración, y a cambio
no le da sino miasmas. No era el momento que había que escoger para
abrazarla. Debía decirse: «Estoy pobre, estoy sucio, tengo que lavarme y
cuando esté realmente en buen estado, iré a darle mi riqueza». Si los humanos
pudieran ver con qué fealdad «aman» a la persona con quien comparten su
vida, se avergonzarían. Ustedes dirán: «Pero cuando uno está triste necesita
ser consolado». No es una justificación, hay otras maneras de consolarse.
Apenas se sientan pobres y tristes, manténganse momentáneamente un poco
distantes de aquel o de aquella que aman, de lo contrario la ley divina vendrá
a preguntarles por qué lo han ensuciado y desvalijado. ¡La gente es increíble!
Cuando se siente bien, va por doquier a distribuirle a los demás sus riquezas,
y cuando se siente infeliz, desanimada, desvalija a quienes ama.
En adelante, cuando se acerquen a la persona a quien aman para tomarla
en sus brazos, piensen en unirla a las entidades más sublimes. ¡Que a través
de la mujer el hombre se dirija a la Madre divina, y que a través del hombre
la mujer se dirija al Padre celeste! Así, en vez de agotar egoístamente las
riquezas que Dios les ha dado, el uno y el otro las emplean para llamar la luz.
Uniéndose mutuamente al Padre celeste y a la Madre divina, beben de la
fuente de un amor incorruptible y eterno. Se dan elementos que nunca antes
habían recibido y el alma de cada uno se siente agradecida con la otra a causa
de este amor.
El verdadero matrimonio es un reflejo de este gran misterio que se celebra
en lo alto entre el Padre celeste y la Madre divina. Por ello, lo que los
humanos han hecho hasta ahora ciegamente, inconscientemente, deben
hacerlo en adelante comprendiendo toda la profundidad de sus actos. El
marido aprenderá cómo puede aportarle a su mujer las cualidades del Padre
celeste, y la mujer a su marido las cualidades de la Madre divina. De esta
manera, con esta consciencia de aportarse y de darse mutuamente lo que no
tienen, nunca dejarán de amarse. E incluso cuando se hayan vuelto muy, muy
viejos, se amarán mejor que el primer día de su unión. Pues ya no es la carne,
el cuerpo lo que amarán, sino el alma. ¡Qué importa si el cuerpo se ha
envejecido, arrugado: detrás de estas arrugas resplandece una alma
magnífica. Y un alma no tiene precio!
He ahí solo que un alma es vasta, muy vasta, y uno no puede
verdaderamente amarla sino con su alma, es decir, trabajando por desarrollar
en sí este principio espiritual que puede extenderse hasta los confines del
universo. Ahora bien, ¿qué hace la mayoría de los humanos? Tienen una
consciencia tan limitada que amando a un hombre o a una mujer, se olvidan
del mundo entero. Y evidentemente, exigen que el otro haga lo mismo, ¡en
adelante nadie más debe existir para él! No se dan cuenta de que con esta
actitud están empequeñeciendo, empobreciendo, mutilando su amor. ¿Qué
clase de amor es ese que echa raíces al lado de un solo ser para asfixiarlo? El
verdadero amor abraza a todas las creaturas. Este amor tan vasto es mucho
más benéfico para una pareja que un amor exclusivo.
Con el pretexto de que se aman, los hombres y las mujeres se aferran los
unos a los otros como si tuvieran miedo de perderse, miedo de que alguien
más viniera a quitarles su bien… Pero ¿dónde está escrito que una mujer o un
hombre les pertenece, aun si están unidos por los lazos del matrimonio17? No
lo conocen sino hace dos años, diez años, cuando en realidad ha sido creado
desde el origen de los tiempos, mucho antes de que ustedes lo conocieran.
Tiene padres y otras personas que lo aman también ciertamente; hay un
Creador que ha hecho de él un alma libre desde el origen de la creación: no
les pertenece. El marido dirá: «Es mi mujer». Sí es su mujer, pero ¿hasta
cuándo estará con ustedes? Antes de ustedes, en sus encarnaciones
precedentes, ha amado ya a centenas de hombres –y sin duda también ha sido
ella misma un hombre- y amará a otros después de ustedes. Y ustedes, ¿la
amarán siempre? ¿La han amado desde el comienzo del mundo?... No. Pues
bien, tranquilícense y sepan que es injusto imponer a un ser lo que no pueden
imponerse a ustedes mismos. Si se obstinan, no lograrán sino hacer dos
esclavos: su mujer a quien quieren amarrar y ustedes que se amarran a ella; y
su situación será mucho más deplorable que la de ella.
Algunos hombres se imaginan que si no vigilan celosamente a una mujer,
ella los va a engañar. Pero los engañará aún más si la acosan con sus celos. Si
hay una cosa en la que no creo es que un hombre pueda vigilar a una mujer.
Ella misma puede vigilarse, sí, solo ella puede vigilarse, no él. Incluso si la
encierra con doble llave, se las arreglará para engañarlo. Y en realidad, ¿qué
se gana encerrando a alguien? Un cuerpo, es decir una envoltura solamente,
un caparazón. Lo que constituye la verdadera riqueza de este ser, su esencia,
es decir sus pensamientos, sus sentimientos, no puede ser encerrado. La
ilusión más grande consiste en imaginarse que uno puede encarcelar a un
alma humana. Un alma no puede ser dominada. Uno puede llegar a
apropiarse del cuerpo físico, pero no del ser misterioso que habita adentro.
Hombres y mujeres han buscado aferrarse al ser que aman por medio de la
magia. Claro, es posible, existen toda clase de procedimientos y de fórmulas
de encantamiento, pero es el peor método y yo les desaconsejo absolutamente
a todos servirse de él. Supongamos que a fuerza de prácticas mágicas una
mujer termina por obligar a un hombre a amarla: puede incluso que él se
enamore perdidamente de ella. Pero al abrazarla y darle lo que ella espera de
él, no sabe lo que él le comunicará al mismo tiempo: los espíritus que atrajo
con el poder de sus fórmulas y de su voluntad se instalaron en este hombre
para forzarlo a hacer lo que ella quiere; pero no es su alma la que viene a
amarla, son entidades inferiores a través de él, y si ella pudiera verlas, sus
cabellos se erizarían en su cabeza y le suplicaría al Cielo que lo libere de
éstas. Creyendo beber el amor en los labios de este hombre, ella bebe un
veneno que la destruirá poco a poco. Uno puede obligar a las entidades del
mundo astral a introducirse en el cuerpo de hombres y de mujeres para
obtener lo que se desea de ellos, pero su alma y su espíritu son libres, nunca
pueden ser ligados, ni encadenados.
Uno de los mejores métodos para liberarse de esta tendencia a poseer es
aprender a elevar su amor hacia un plano superior. ¿Por qué una mujer que
ama a un hombre por su inteligencia, su ciencia, su bondad, quiere darlo a
conocer al mundo entero? ¿Por qué se siente feliz que el mundo venga a
iluminarse, a calentarse, a reconfortarse junto a él?... Porque su amor es de
una calidad muy superior a aquella que uno ve manifestarse en el amor
ordinario. Por tanto, lo importante es saber transformar su amor. Si es muy
sensual, sepan que el deseo de posesión, los celos, están inseparablemente
ligados a él. Sí, entre más amen a alguien físicamente, más desean que no les
pertenezca sino a ustedes; entre más lo amen espiritualmente, más se unen a
su alma, y más ganas tienen de darlo a los demás, de compartir con ellos esta
dicha de amarlo.
Nada es más natural que querer compartir la vida de un ser uniéndose a él
mediante los lazos del matrimonio. Pero la regla esencial es nunca considerar
a este ser como su propiedad, de lo contrario se enfrentarán a obstáculos
insuperables, porque llegará siempre un momento en el que se darán cuenta
que no les pertenece: él existía antes de conocerlos y existirá después de
ustedes; no son ustedes, es Otro quien lo creó. Entonces, considérenlo
solamente como su asociado durante esta existencia y recuerden que no está
unido a ustedes sino por su propio y libre consentimiento. Antes de ustedes
ha estado unido a una cantidad de seres distintos. Su unión con ustedes no es
eterna. Si lo fuera, sería su alma gemela, vivirían en perfecta armonía con él y
sobre todo nunca temerían perderlo. Como no es el caso, es entonces porque
no se conocían todavía: incluso se encuentran quizás por primera vez.
En el transcurso de sus encarnaciones cada mujer ha tenido ya tanto
maridos que, la pobre, si debiera contarlos se perdería. Del mismo modo,
cada hombre ha tenido ya cantidades de mujeres, y no está dicho que en la
próxima encarnación será aún la misma. Por tanto, es inútil hacerse ilusiones
o atormentarse. Es necesario que los hombres y las mujeres se digan: «¡Aquí
está, somos asociados, vamos a dar lo mejor de nosotros mismos, vamos a ser
honestos, es todo!» Hagan el esfuerzo de entender que existe en los hombres
y las mujeres un principio sutil con el que deben arreglar sus relaciones. Así,
los métodos que emplearán respecto a este ser que aman se volverán cada vez
más delicados; y este ser comenzará a encariñarse con ustedes porque sentirá
que respetan su libertad, que no lo violentan y que puede confiar en ustedes.
Si llegan a crear con él una buena relación, podrán estar juntos de nuevo en
otra vida, ¿por qué no?
Para lograr vivir armoniosamente una relación, hay que haber aprendido a
ampliar su comprensión del amor18. Un matrimonio, hijos y una vida vivida
junto a un cónyuge fiel, he ahí la imagen que generalmente los humanos se
hacen de la felicidad. No es difícil casarse y tener hijos, pero esta fidelidad
con la que cada quien sueña, ¡éste es otro asunto! No es ni razonable, ni
realista creer que se puede vivir toda una vida concentrando su atención, sus
pensamientos y su amor en un solo ser.
Cada mujer en la tierra no refleja sino una ínfima parte del esplendor de la
Mujer cósmica. Toda esta belleza que uno ve distribuida en todas las mujeres
es la belleza de una sola y única mujer, la Madre divina, que reúne todos los
esplendores, todas las perfecciones. Y cada hombre en la tierra no refleja
también sino una ínfima parte del esplendor del Padre celeste, unos un poco
más, otros un poco menos. Por consiguiente, amando solamente a un hombre
o a una mujer, uno nunca puede sentirse satisfecho, colmado, porque ninguno
de los dos representa la totalidad, la perfección.
Entonces, cásense si quieren, pero no se engañen: una mujer, un marido no
les dará sino lo que puede darles. La solución está en que cada hombre ponga
en su corazón a todas las mujeres de la tierra, y cada mujer a todos los
hombres. Muchos, claro, se disgustarán y pensarán que es la puerta abierta al
libertinaje. No, y la actitud que yo propongo es incluso la única solución.
Bastante antes de que yo comenzara a decir algo acerca de este tema, muchos
han señalado la imposibilidad de cumplir la promesa que se hace el día del
matrimonio – amar toda su vida al mismo hombre o a la misma mujer y serle
fiel- agregando además que hacer semejante promesa, que se sabe muy bien
que no se puede cumplir, es hipócrita. Entonces, ¿qué hacer? ¿Promover el
amor libre? Después de algunas experiencias, muchos han comprendido que
esta novedad no es la mejor, y retornan a soluciones más tradicionales…
El matrimonio no debe abolirse. Existe hace tantos miles de años que se
creó una especie de atavismo en los humanos, y ponerlo en duda equivaldría
a poner en duda la existencia de la familia también, con todas las
consecuencias negativas que se desprenderían de ello desde el punto de vista
físico, psíquico, social… Pasado cierto tiempo, uno se vería obligado a volver
a la situación antigua, a sabiendas de que no es tampoco la verdadera
solución.
La verdadera solución no se encuentra ni en la concepción tradicional de
la familia ni en el amor libre: ella consiste en entender que existen otras
expresiones del amor, más amplias, más nobles, donde el marido y la mujer,
confiando el uno en el otro, se dan una mutua libertad. Cuando dos seres
verdaderamente evolucionados se casan, por anticipado se han permitido ya
esta libertad. Cada uno se alegra de poder amar a todas las creaturas y de
sentir que el otro tiene también esta posibilidad. La mujer comprende a su
marido, el marido comprende a su mujer, y los dos se elevan, marchan juntos
en la luz. En ese instante se produce un fenómeno misterioso: la mujer viendo
a través de su marido a todos los hombres de la tierra, y el hombre viendo a
través de su mujer a todas las mujeres, no sienten ya ninguna necesidad de ir
a buscar otras aventuras. Y así viven la verdadera vida, llena de un amor
ilimitado: son asociados para el trabajo divino y su unión influencia
benéficamente al mundo entero.
Ven cómo las cosas se aclaran. Esta ciencia es infinita como la vida, y
tengo la sensación de no haber hablado aún suficientemente acerca de este
tema, como de muchos otros temas, por cierto. Pero yo espero que con la
gracia del Cielo y la buena voluntad de ustedes, llegaremos a dilucidar estos
problemas cada vez más, a fin de que ustedes se conviertan en hijos e hijas de
Dios, felices, libres. ¡Sí, felices, libres, en paz, incluso con sus mujeres, sus
maridos y sus hijos!...
Claro, no soy ingenuo, y cuando les presento estas ideas, sé bien que no
van a comprenderse inmediatamente y menos aún a realizarse. Esta visión de
las cosas es difícil de admitir, tanto más cuanto ni la familia, ni la escuela, ni
la sociedad los han instruido en este sentido. Algunas veces, en un poema, en
una novela o en una película, encuentran la evocación de un amor
excepcional, ¡pero es tan raro! E incluso si se sienten maravillados, no
piensan que sea posible realizarlo en su vida, se queda en el ámbito de la
poesía y del sueño. Pues bien, no, es realizable. Quizás no inmediatamente,
pero con el tiempo es realizable. Lo esencial para realizarlo es conservar
preciosamente esta idea en ustedes, como una luz hacia la cual deben
dirigirse, con la convicción de que, sean cuales sean sus experiencias, esta luz
la podrán alcanzar un día.
IV
La esencia solar de la energía sexual
La concepción de los niños
¿Qué busca un hombre en una mujer? Si uno se limita a observar sus
gestos, su comportamiento, parece que no busca sino formas físicas. Pero
¿por qué esta búsqueda no termina, como si nunca lograra encontrar lo que
desea? Porque ignora que lo que busca no es esta materia visible, tangible,
sino una materia sutil que la mujer es la única que posee. Solo que el pobre
no encuentra mucho, pues ni siquiera sabe lo que busca en ella; y como la
mujer tampoco es consciente de que posee esta quintaesencia tan preciosa, no
hace nada por dársela. En cuanto a ella, lo que busca en el hombre es el
poder, el poder de un espíritu superior. Ahora, lo que encuentra a menudo es
la fuerza bruta, la violencia… o ¡la debilidad que se camufla detrás de una
aparente fuerza! Ninguno de los dos sabe entonces darle al otro lo que
necesita, y siguen insatisfechos.
A través de todos estos contactos, estos abrazos, los hombres y las mujeres
no buscan en realidad sino una cosa: la quintaesencia más pura de la Madre
divina y la fuerza más pura del Padre celeste. Mientras no sean conscientes de
esto, sus intercambios no pueden ser sino imperfectos y no hacen realmente
nada mejor que los animales. Pero cuando dos seres se acercan con una
consciencia despierta, con el deseo de darle a la energía sexual un destino
divino, este acto se vuelve sagrado. Ya que no son los gestos, los actos
mismos los que son puros o impuros, culpables o inocentes, es el contenido,
es el fin, lo que hay en ese preciso instante en la cabeza del hombre y de la
mujer; de ello depende la calidad de las energías, de las emanaciones, de
todas estas fuerzas psíquicas que proyectan cuando se aman.
Mientras un hombre y una mujer no hayan trabajado en ellos mismos para
ennoblecerse, purificarse, incluso si han esperado a casarse para unirse
físicamente, son culpables. Serán quizás aprobados y aplaudidos, su familia
les hará un festín, la alcaldía y la Iglesia les darán, una el derecho, la otra la
bendición, pero la Inteligencia cósmica los condenará. Pues ¿qué van a
comunicarse mutuamente? Influencias malsanas, nocivas, es todo. Por tanto,
aunque el mundo entero apruebe su acto, las leyes de la naturaleza viva se
pronuncian contra ellos, porque no hacen más que ensuciarse. E
inversamente, la sociedad puede reprocharles el haber tenido relaciones
sexuales sin casarse, pero si vierten el Cielo en el alma el uno del otro, todos
los ángeles en lo alto se maravillan.
El bien y el mal no residen en el respeto o en el irrespeto de los
convencionalismos, sino en la naturaleza, la calidad de lo que una pareja es
capaz de darse. El Cielo no se preocupa entonces por saber si la unión de un
hombre o de una mujer ha sido sancionada por la ley, no le interesa sino lo
que se están dando para su edificación, su elevación mutua, pues estos
elementos de pureza, de luz los comunicarán también un día a su
descendencia.
Respecto a la sexualidad, a la procreación, encontrarán lo que quieran
saber en libros especializados, existe toda una literatura sobre estos temas. No
la conozco, primero porque no tengo tiempo para leer estos libros, pero
especialmente porque no me interesa oír hablar del acto sexual
exclusivamente desde el punto de vista anatómico, fisiológico, o… «técnico»,
si quieren. Se encuentra todo en esos libros, salvo lo que yo les revelo, es
decir, el lado espiritual de este acto. Ahora bien, hay que aprender cada vez
más a considerarlo como un trabajo gigantesco de reconstrucción, de
reedificación, de resurrección, de divinización por toda la humanidad19.
Los órganos sexuales son las raíces del ser, y si se utilizan a la ligera, se
puede estropear el ser en su totalidad; pues todo depende de las raíces, todo
viene de ellas. Estas raíces determinan el conjunto de la personalidad, dan
todos los matices de un temperamento, de un carácter. Observen solamente
las diferencias que existen entre el hombre y la mujer. Muchas
manifestaciones de su vida física, afectiva, moral, intelectual tienen su origen
en lo que se ha denominado «las partes íntimas».
En el plano físico, evidentemente, no existen varias maneras de unirse
para tener un hijo, solamente una. En los planos sutiles existen miles de
maneras de pensar y de sentir este acto. En el plano físico, no hay sino una
manera tradicional, cósmica, llámenla como quieran, para tener un niño, y no
puede reprochársele a los humanos el no haber encontrado otras (dejemos de
lado los últimos descubrimientos de la ciencia sobre la inseminación artificial
y los bebés probeta…). Pero en el alma, en el corazón, en el pensamiento, el
amor ofrece posibilidades, matices, expresiones cada vez más bellas y
espirituales… ¡hasta el infinito!
En realidad, no es solo cuando el hombre fertiliza físicamente a la mujer
que sus órganos sexuales están activos. No, de la misma manera que los ojos,
por ejemplo, que están siempre expresando algo de la vida interior, el sexo
refleja y expresa también esta vida interior. Hay sin cesar emanaciones,
radiaciones etéricas. Pero estas radiaciones no son las mismas en todos los
hombres; su calidad depende de la vida que llevan, si esta vida es espiritual o
animal. El hombre perfecto, el hombre ideal, tal como la Inteligencia cósmica
lo ha creado en sus talleres, es parecido al sol, y lo que emana de él es de la
misma quintaesencia que la luz solar pero en estado etérico20. Por ello, a los
que abusan de esta fuerza, en vez de comprender que está impregnada de la
santidad de la luz, de la vida del sol, y que pueden servirse de ella para
creaciones magníficas, el sol los castiga privándolos de sus más preciados
tesoros21.
Entre más se acerque un ser a la perfección, más sus emanaciones se
asemejan a la luz; como la luz, se propagan a través del espacio y las
creaturas que son sensibles las reciben y se benefician de ellas. He ahí por
qué los hombres y las mujeres deben tratar de alcanzar la perfección del sol:
porque siempre esta misma fuerza, esta misma energía solar sale a través de
su cerebro, de sus ojos, de sus manos, de su palabra, de su pensamiento, y
también a través de sus órganos sexuales. Y como la luz del sol, esta fuerza
aporta sus bendiciones no solamente a los humanos, sino también a las
plantas, a las piedras, a toda la naturaleza. La Inteligencia cósmica ha
concebido la creación de una manera divinamente bella, son los humanos
quienes todo lo deforman, todo lo empequeñecen, todo lo afean.
Incluso si les parece increíble esta idea de que la energía sexual sea de la
misma naturaleza que la energía solar, tómenla en serio, pues ella los incitará
a volverse más puros, más luminosos. ¿De qué sirve escuchar tales
revelaciones si ellas no producen resultados benéficos en ustedes, si no los
impulsan a desear volver a ser semejantes a este ser primordial, el primer
hombre, cuando salió de los talleres del Creador, radiante como el sol?
El hombre fertiliza a la mujer como el sol fertiliza a la tierra. Pero en
adelante debe aprender a dar también sus semillas en el plano espiritual, para
que la mujer en su alma, en su corazón, traiga al mundo hijos divinos antes de
traerlos al mundo en el plano físico. Pues esperar al momento de la
concepción de un niño para tratar de ponerse en un buen estado interior no es
suficiente. Hay que prepararse años antes, para no desencadenar sino
corrientes armoniosas que invitarán a entidades divinas a venir a encarnarse
en la tierra. ¿Qué padres no desean tener hijos en buena salud, bellos y
dotados de todas las cualidades intelectuales y morales? Desafortunadamente,
a causa de su ignorancia, lo más frecuente es que no estén preparados sino
para albergar espíritus malignos del pasado que rondan alrededor de los
humanos buscando reencarnarse y que serán la desgracia de su familia y de la
sociedad.
Se escucha frecuentemente a padres quejarse: «Pero ¿qué hemos hecho
para tener este demonio en nuestra familia?» Desgraciadamente hicieron
algo22, así sea solo ser ignorantes, ya que la ignorancia es la peor de las
desgracias. Y entre los muchos aspectos de esta ignorancia está la creencia
que el nacimiento de un niño es una especie de juego de azar: puesto que en
una misma familia puede verse llegar a un sinvergüenza, a un santo, a un
músico, a un matemático genial o a un discapacitado mental, sin que pueda
comprenderse porqué, se ve allí una especie de lotería. Se trata de encontrar
algunos rasgos comunes con los padres, los abuelos, los bisabuelos, o con un
tío, una tía… pero se está lejos de explicarlo todo.
Si el nacimiento de los niños no pudiera tener más que una explicación
materialista suministrada por las leyes de la herencia, los hijos nacidos de un
mismo padre y de una misma madre no deberían presentar semejantes
diferencias físicas, morales, intelectuales. Ahora bien, esto es lo que ocurre.
Lo que prueba que hay otras explicaciones: las leyes de la reencarnación,
pero también y sobre todo la naturaleza de los elementos, de las corrientes
que los padres han atraído con sus pensamientos y sus sentimientos al
momento de la concepción. Conocer la fisiología, la biología no basta, hay
que conocer los procesos fluídicos y energéticos que entran en juego durante
la concepción, para comprender que hay allí fuerzas que dirigir hacia un
objetivo determinado. Cuando ingenieros envían un cohete al espacio,
calculan su fuerza, estudian su trayectoria; no expiden al cielo de cualquier
manera un objeto descontrolado que recaerá sobre su cabeza o la de otros.
Pues bien, es justamente lo que hacen los ignorantes que crean un niño sin ser
conscientes de la naturaleza de las energías que desencadenan; ¡luego se
asombran de porqué estas energías se devuelven en su contra!
Dos seres que se unen para tener un hijo deben hacerlo en la luz, es decir
con la consciencia de trabajar juntos en una empresa grandiosa. Para ello
tienen a su disposición este factor formidablemente poderoso que es el
pensamiento. Ya que el pensamiento es una fuerza alquímica y mágica capaz
de atraer elementos y corrientes de su misma naturaleza. Pero ¿cómo esperar
que hagan este trabajo con el pensamiento si nunca se han ejercitado en la
vigilancia, la atención, el dominio de sí? Ahora bien, justamente los humanos
no se ejercitan pues no desean más que dejarse llevar por el placer,
sumergirse en el placer. Y el pensamiento, tratan más bien de suprimirlo
porque lo consideran como el enemigo del placer. Parece que para
experimentar sensaciones hay que embriagarse, perder la cabeza. ¿Pero qué
saben? ¿Acaso han tratado de estar atentos, de dejar pasar en su amor solo lo
que es luminoso, poético y bueno para el otro, a fin de ver qué dichas van a
sentir y los descubrimientos que van a hacer? ¿No? Entonces, puesto que
nunca lo han intentado, ¿cómo pueden opinar? Están encantados de perderse
en los torbellinos de la pasión, porque creen encontrar allí la felicidad,
cuando en realidad no hacen más que firmar su sentencia de muerte
espiritual.
No está prohibido experimentar sensaciones intensas, pero hay que velar
por la calidad de estas sensaciones, y esto solo es posible si no se pierde el
control. Por tanto, quienes quieren que un ser superior venga a encarnarse un
día en su familia deben volverse más conscientes de la gravedad de su acto y
hacer un trabajo con el pensamiento. Sí, con el pensamiento que estará allí
presente, vigilante, en ese momento tan esencial de la concepción. Es
necesario que sean al menos conscientes y se digan: «Con este acto vamos a
tocar fuerzas formidables, terribles. Pongamos al menos este transformador
de nuestro pensamiento para canalizarlas, orientarlas». Ya que el
pensamiento actúa en efecto como un transformador, permite movilizar
instantáneamente las fuerzas que colaborarán benéficamente en el trabajo de
la creación.
La fusión del hombre y de la mujer es la repetición del fenómeno cósmico
de la fusión del espíritu y de la materia: el espíritu que desciende para animar
la materia, y la materia que se eleva para darle al espíritu las posibilidades de
fijarse y de realizar así sus proyectos23. Cuando el hombre se une a la mujer,
esta fusión desencadena todo un proceso en él: su organismo trabaja para
extraer del universo una quintaesencia sutil que desciende a lo largo de la
columna vertebral y que se la da a la mujer. Sobre esta quintaesencia la mujer
trabajará luego durante nueve meses para formar un niño.
Así, en el instante en que conciben un niño, el hombre y la mujer se
vuelven conductores de los dos principios cósmicos, el principio masculino y
el principio femenino que reinan en lo alto, en el mundo divino. Por un
momento al menos, el hombre debe esforzarse por encarnar este principio
perfecto de grandeza, de inteligencia, de nobleza, de estabilidad, que
representa el Padre celeste. Y la mujer debe esforzarse también por
convertirse en la encarnación del principio de la Madre divina, que es pureza,
ternura, fineza, generosidad, dulzura. En el momento de la concepción, el
hombre y la mujer que se prepararon de este modo, vibran al unísono con
estas dos Entidades sublimes que crearon el mundo, que están por encima de
todo y que contienen todas las felicidades, todas las riquezas, todas las
bendiciones. El hombre que es consciente de haberse convertido en el
conductor del Padre celeste fertiliza a la mujer pensando que ella es la
representante de la Madre divina; y la mujer, consciente de que se ha
convertido en la conductora de la Madre divina, se esfuerza por darle a su
marido, en quien ve al representante del Padre celeste, la materia más pura
para esta creación. De esta forma, el niño que nacerá será un niño divino,
porque habrá sido concebido en un estado de consciencia divina.
La humanidad no puede ser transformada sino por seres conscientes de lo
que representa este acto de concebir hijos. Los padres tienen entonces una
terrible responsabilidad, por ello, deben prepararse ya desde años antes.
La gestación
La mujer, madre del niño
Para que un niño venga al mundo, es preciso que el padre le dé el germen
a la madre y que la madre lleve este germen a la madurez. Puede decirse
entonces que el padre es creador y la madre formadora. Este germen que da el
padre es un resumen, una condensación de su propia quintaesencia. Todo lo
que ha vivido, todo lo que vive se expresa allí, en el germen.
Yo les he explicado a menudo cómo cada movimiento de nuestra vida
física como de nuestra vida psíquica se inscribe, se registra en nosotros, en
los cromosomas de nuestras células. Cada célula posee entonces una
memoria24, y de nada sirve fingir ante los demás la honestidad, la integridad,
la bondad; lo que se hace lejos de las miradas, lo que se siente, lo que se
piensa en su fuero interno se registra y se transmite hereditariamente de
generación en generación. Si se grabaron enfermedades, vicios, ellos se
transmiten; y una vez transmitidos, ¡vayan a buscar pedagogos para educar al
niño o médicos para curarlo! Nada que hacer, es demasiado tarde. Todo se
transmite, y si esto no se manifiesta en el primer hijo, se manifestará en el
segundo o en el tercero. Pues la naturaleza es fiel y verídica: no hace
germinar sino las semillas que se sembraron.
Por consiguiente, es un error creer que lo que el hombre la da a la mujer
en el momento de la concepción es siempre de la misma naturaleza. Si un
hombre nunca ha trabajado en él mismo para ennoblecerse y purificarse, le
dará a la madre el germen de un ser muy ordinario o incluso de un criminal.
Tomemos un ejemplo, quizás ustedes no lo encontrarán muy poético, pero al
menos es claro. La función de un grifo es suministrar agua y esta agua puede
ser sucia o cristalina. Quien continuamente alimenta en sí malos
pensamientos, malos sentimientos, no puede esparcir sino agua sucia,
mientras que quien no cesa de trabajar por el bien, por la luz, distribuye agua
pura, vivificante. Sí, no se asombren: el germen que el hombre le da a la
mujer en el momento de la concepción es diferente según su grado de
evolución.
Por tanto, al igual que la semilla plantada en tierra lleva en ella el proyecto
de lo que será el árbol o la flor, del mismo modo el germen que el padre le da
a la madre en el momento de la concepción lleva el proyecto de lo que será su
hijo, sus facultades, sus dones o al contrario, sus vacíos, sus taras. En cuanto
a la madre, durante los nueve meses de la gestación ella aporta los materiales
que servirán para la realización de este proyecto, y allí también puedo
revelarles cosas extremamente interesantes e importantes que ningún biólogo
les revelará, porque en este ámbito los biólogos no hacen sus investigaciones.
Yo les hablo de procesos que se desarrollan en los planos psíquico y
espiritual.
Durante los nueve meses de la gestación, la madre no trabaja solamente en
formar el cuerpo físico del niño sino también sus cuerpos sutiles; sin saberlo
trabaja en el germen que el hombre le ha dado, creando así las condiciones
favorables o no al florecimiento de diversas características contenidas en este
germen. Tal germen puede ser el de un ser muy ordinario o muy
evolucionado, y la madre con su actividad psíquica puede favorecer o al
contrario entrabar las manifestaciones de las tendencias que éste encierra.
Tomemos un ejemplo. Supongamos que el padre posee grandes cualidades
intelectuales y espirituales: puede transmitírselas a sus hijos, pero si la madre
es muy poco evolucionada o si durante la gestación llevó una vida
desordenada dejándose llevar por estados de consciencia inferiores, se opone
a la manifestación de todas estas buenas cualidades. Y lo contrario es verdad
también: una mujer puede recibir del hombre un germen defectuoso, pero si
sabe trabajar con sus pensamientos y sus sentimientos durante la gestación,
todas las partículas puras y luminosas que emanan de ella van a oponerse a la
manifestación de tendencias negativas. Dando el germen, el hombre
proporciona en cierto modo el esquema, el proyecto de lo que será el niño; en
cuanto a la mujer, mediante la calidad de los materiales que aporta (y esta
calidad depende de lo que ella misma es y de lo que ha vivido), tiene la
facultad de realizar este proyecto o, al contrario, de oponerse a su realización.
Por ello, el poder de la mujer, su poder psíquico, es inmenso durante todo el
período de la gestación.
La mayor parte de las mujeres no sospecha la influencia de sus estados
interiores en el niño que tiene en su vientre. Muchas se imaginan que el niño
lleva en su seno una existencia absolutamente independiente de ellas, y que
entonces, son libres de hacer lo que les plazca, de pensar o de sentir cualquier
cosa sin que eso le llegue al bebé. Esperan a que haya nacido para ocuparse
realmente de él. Luego, estarán las institutrices, y si el niño pone problemas,
lo llevarán al pediatra que los solucionará. Pues bien, no, cuando el niño nace
ya es muy tarde, está determinado, y ningún pedagogo podrá cambiar su
naturaleza profunda. Sea cual sea el tratamiento por el que hagan pasar al
plomo, sigue siendo plomo; pueden muy bien cortarlo, limarlo, pulirlo para
hacerlo brillar a fin de que se parezca al oro, algunos minutos después se
opaca nuevamente, pues es plomo. Pasa lo mismo con un niño. Si desde el
origen no hacen un niño en oro (simbólicamente hablando), ninguna
intervención cambiará su naturaleza profunda. Pero denle a este niño las
cualidades del oro e, incluso si debe vivir en las peores condiciones, seguirá
siendo incorruptible porque su quintaesencia es oro puro.
Esta quintaesencia solo la madre puede dársela al niño durante la
gestación, alimentándolo diariamente con pensamientos de luz. Gracias a
esos pensamientos, el germen que crece en ella absorberá estas materias puras
y preciosas. Así, el niño que nacerá será un día un artista destacado, un sabio
iluminado, un santo, un mensajero del mundo divino. La madre puede hacer
maravillas porque posee la clave de las fuerzas de la vida. Lo que ocurre en
ella durante la gestación puede compararse con el proceso fisicoquímico de la
galvanoplastia. Por ello lo he denominado «la galvanoplastia espiritual»25.
Es un hecho muy conocido que durante el embarazo muchas mujeres son
presa de extraños deseos, de impulsos descontrolados que nunca antes habían
experimentado; pero lo que no se sabe es la razón de estos fenómenos, y yo
se las diré. La mujer embarazada es visitada frecuentemente por entidades
tenebrosas que desean hacer parte de la vida del niño más tarde; entonces
ellas empujan a la mujer para que se conduzca de tal manera que este proceso
de la galvanoplastia se haga en el desorden más grande, lo que les permitirá
más tarde a estas entidades entrar en el niño, ir y venir a su alma y
alimentarse a través de él26. Por tanto, durante todo el tiempo de la gestación,
la madre debe velar por preservar al niño; conscientemente, con el
pensamiento, debe crear a su alrededor una atmósfera de pureza y de luz para
resguardarlo de ataques de entidades malignas, pero también para poder
trabajar en colaboración con el alma que va a encarnarse.
Ya que, a diferencia de lo que algunos piensan, el alma no entra en el
cuerpo del niño durante la gestación. Es cierto que en el seno de la madre, el
niño vive, su corazón late, se alimenta; pero el alma no ha penetrado aún en
el cuerpo: no entra en él sino cuando nace, con su primer soplo27. Hasta
entonces, permanece junto a la madre y trabaja en colaboración con ella en la
construcción de sus diferentes cuerpos (físico, astral, mental…).
Generalmente la madre no se da cuenta de este trabajo, ya que no es
suficientemente sensible ni iluminada. Pero incluso si no puede sentir tanto y
aún menos ver esta alma, puede al menos hablarle, hacerle peticiones,
diciéndole: «Mira, yo te daré los mejores materiales, te ayudaré, pero trata tú
también de aportar esta y esta cualidad para que este niño camine siempre por
la vía de la belleza, de la sabiduría, del amor».
Cuando la madre pronuncia con todo su corazón estas palabras, que son
poderosas, mágicas, ciertas partículas emanan de ella, y el espíritu del niño
que debe encarnarse las toma como materiales para construir sus diferentes
cuerpos. El niño mismo no posee nada, recibe todos los materiales de su
madre. Por ello, dándoselos, ella debe ser muy consciente y con sus
pensamientos y sentimientos no darle sino las partículas más luminosas, más
puras.
Todos estos fenómenos del mundo invisible son desconocidos para la
mayoría de las personas. Pero justamente el papel de una Enseñanza iniciática
es hacerlos a ustedes sensibles a todo este mundo sutil, impalpable, pero real,
más real que la misma realidad. Gracias a él se vuelven más conscientes, más
atentos a todas las corrientes que los influencian, a todas las presencias que
los rodean. Y esta consciencia los vuelve capaces de trabajar por el bien.
Los hombres y las mujeres nunca deben olvidar que los niños que tendrán
un día reflejarán de una u otra manera su propia forma de pensar y de vivir.
Ya que todo lo que ocurre en la cabeza o el corazón de un ser humano se
realiza tarde o temprano; cada uno de sus pensamientos, cada uno de sus
deseos, en el momento en que surge en él está vivo, y el niño que viene ya
existía en la cabeza o en el corazón del padre y de la madre. Por consiguiente,
si cuando su hijo crece, se convierte en un ángel que los ayuda, es porque era
ya una magnífica idea que ustedes alimentaron durante años, una idea que se
encarnó ahora en su hijo y que a través de él, los sigue ayudando. Pero si este
hijo no les causa más que problemas, sepan que es la encarnación de una idea
criminal que ustedes también alimentaron. Puesto que un niño que nace no
nace de la nada. Y si ustedes me preguntan la razón del nacimiento de sus
hijos, les responderé: «¡Para que sepan lo que tenían en su cabeza!» De esta
manera los hombres y las mujeres aprenden a conocerse: a través de sus
hijos.
Por cierto, si las madres tuvieran la costumbre de llevar el diario de su
embarazo, constatarían que el niño va a repetir de una u otra manera durante
su vida todos los estados por los que ellas atravesaron a lo largo de los nueve
meses de la gestación. Pero esta repetición se hace en sentido inverso, es
decir, lo que la madre vivió el noveno mes se manifestará en el primer
período de la vida del niño, lo que vivió en el octavo mes en el segundo
período y así sucesivamente… Como una vida humana puede durar noventa
años, un mes de embarazo de la madre corresponde aproximadamente a diez
años de la vida del niño. Yo les aconsejo a las madres que han tenido uno o
varios niños que traten de acordarse de los acontecimientos y de los estados
que vivieron mientras los llevaban en su vientre: comprenderán mejor
algunos de sus rasgos de carácter o incluso algunos de sus problemas de
salud.
Una mujer que espera un niño debe decirse: «He aquí, durante nueve
meses tengo todas las posibilidades de hacer de mi hijo un ser sano, bello,
inteligente, noble, lleno de amor y que será una bendición para el mundo
entero. Debo velar por no darle, con mis pensamientos, mis sentimientos, mis
deseos, mis actos, sino los elementos más puros para contribuir a su
formación». ¡Y que se ponga a trabajar! Pues una vez nacido, se acabó, el
niño se le escapa, ya no puede hacer nada.
Ahora, es claro que para hacer este trabajo las mujeres necesitan buenas
condiciones materiales y psíquicas, que desafortunadamente no les son
otorgadas sino excepcionalmente. Por ello, teniendo en cuenta la importancia
de esta cuestión, yo pienso que los gobiernos deberían preocuparse de esto, y
les he indicado incluso, en líneas generales, un plan que permitiría mejorar la
situación28. Sí, pues en vez de seguir gastando sumas colosales en escuelas
especializadas, hospitales, tribunales, cárceles, los gobiernos deberían
ocuparse del punto de partida: la mujer encinta, y tomar medidas a fin de
ofrecerle las mejores condiciones durante la gestación. Esto implicaría menos
gastos y los resultados serían mejores para toda la sociedad.
La verdadera educación de un niño comienza antes de su nacimiento,
nunca me cansaré de repetirlo. Comienza con la educación de sus padres que
deben, mucho tiempo antes, prepararse interiormente a efectos de atraer hacia
su familia un espíritu excepcional. Una vez que han concebido este niño en la
luz y pureza más grandes, es preciso que la madre, consciente de los poderes
que la naturaleza le ha dado, trabaje por formar para este espíritu un cuerpo
físico y cuerpos psíquicos hechos de los mejores materiales.
Una entidad superior no puede aceptar venir a encarnarse sino en casa de
seres que ya han alcanzado un cierto grado de pureza y de dominio. Lo
importante para una entidad semejante no es entrar en una familia adinerada o
gloriosa; prefiere incluso familias modestas donde no corre el riesgo de ser
tentada por la facilidad. Pero necesita recibir de los padres adonde descenderá
una herencia que no entrabará el trabajo espiritual para el cual decidió venir a
la tierra. Muy pocos hombres y mujeres presentan las cualidades necesarias
para la encarnación de grandes espíritus, y por ello la tierra está poblada de
tanta gente ordinaria, de enfermos y criminales, cuando podría estar poblada
de divinidades. Si algunos miles de padres en el mundo se decidieran ya a
hacer este trabajo, en tres o cuatro generaciones la humanidad sería realmente
transformada.
La gestación
La mujer, madre del Reino de Dios
Durante nueve meses la madre encinta forma el niño en su seno
alimentándolo con su propia substancia. Pero este poder que la mujer tiene de
formar un niño no se limita al plano físico. En el plano espiritual las mujeres
tienen también este poder, y si aceptan recibir este germen que representa una
idea, una idea divina, pueden contribuir a formar el cuerpo de un niño, pero
de un niño más amplio, un niño colectivo: el Reino de Dios29. Y este hijo en
formación apoyará cada día a su madre, la guiará, la iluminará, la instruirá, la
protegerá. Se cree que es la madre quien protege al hijo. Sí, en el plano físico
es cierto, pero en el plano espiritual es el niño quien protege a su madre.
Entonces, una idea, tan solo una idea es el germen. Todas las mujeres de la
tierra pueden ser fertilizadas espiritualmente aceptando esta idea del Reino de
Dios o, siguiendo otras tradiciones, de la Edad de Oro.
Un día recibí la visita de un hombre que era considerado un gran
espiritualista y cuando en el transcurso de la conversación, le dije que la
salvación de la humanidad vendría por medio de las mujeres, porque poseen
las llaves de la realización, quedó atónito, incluso indignado. En su criterio,
eran los hombres quienes, teniendo en cuenta sus facultades, su puesto, su
función, tenían todas las posibilidades de actuar en la sociedad. Entonces, le
dije: «Pero ¿por qué es la mujer quien trae a los niños al mundo? Claro, el
hombre proporciona el germen, pero para que este germen crezca y se
desarrolle hasta convertirse en un niño perfectamente formado, es necesaria
una mujer». Todos saben esto en el plano físico, pero en el plano espiritual se
sigue en la ignorancia de estos grandes misterios de la creación. El principio
divino produce semillas de una esencia tan sutil que si no se fijan van a
perderse en el infinito. Para obtener formas sólidas, estables, reales, tangibles
en el plano físico, es necesario que el principio femenino conceda participar.
El poder de la mujer es inmenso, pues posee un magnetismo especial en
forma de pequeñas partículas de materia muy sutiles que se escapan de ella.
No es tanto entonces en el plano físico, concreto, que tiene el mayor poder,
sino en el ámbito más sutil de las emanaciones. Se ha presentado a la mujer
como una maga, un hada o a veces una bruja: es debido a esta facultad que le
ha dado la naturaleza de producir ínfimas partículas de materia con las cuales
es capaz hasta de formar cuerpos de esencia etérica. Desde tiempos
inmemorables, magos, Iniciados, han poseído conocimientos acerca de esta
capacidad de la mujer de emanar partículas muy sutiles, una materia
impalpable en la cual espíritus pueden encarnarse, por esta razón se
esforzaban por trabajar con las mujeres.
En el Libro de los Reyes está dicho que Salomón tuvo «setecientas
princesas como mujeres y trecientas concubinas», lo que a los ojos de los
cristianos y de muchos otros es evidentemente chocante. La realidad es que
no se sabe lo que hacía con todas estas mujeres; uno se imagina que era para
sus placeres y que vivía con ellas en la sensualidad y el desenfreno. No,
Salomón era un gran sabio y un gran mago que podía hacerse obedecer de
espíritus del mundo invisible. ¿Cómo hubiera podido poseer estos poderes si
hubiese vivido en el desenfreno? Justamente, porque tenía otro tipo de
relaciones con estas mujeres: sabía que la mujer es capaz de proporcionar la
sustancia prima que el espíritu necesita para crear formas.
Salomón realizaba sus operaciones mágicas gracias a la materia que
emanaban estas numerosas mujeres que lo rodeaban, y lo lograba, claro. En el
apogeo de su reino, poseía tal poder material y espiritual que hizo construir
este templo de Jerusalén tan famoso, emitía juicios de una sabiduría
sorprendente y extendió su renombre mucho más allá del reino de Israel. Pero
terminó por sucumbir, pues no pudo aguantar todas las fuerzas que había
desencadenado, no pudo dominarlas.
El reino de Salomón no produjo entonces este esplendor espiritual por el
que trabajan los más grandes Iniciados. Por eso a su manera de ver, Salomón
no pertenece a la categoría más elevada: trabajaba aún demasiado para él
mismo, para su propia gloria, su propia reputación. Su magia no era todavía
la magia divina: la teurgia.
La teurgia consiste en saber utilizar todo, absolutamente todo, por el Reino
de Dios: utilizar el agua, utilizar la tierra, el aire, las plantas, los ríos, las
rocas, y todas estas corrientes de energías que atraviesan el espacio sin que
uno sepa utilizarlas (o bien aquellos que saben lo hacen para realizaciones
personales). Es lo que Salomón mismo terminó haciendo, y como los móviles
personales, interesados, agitan fuerzas tenebrosas, algunos espíritus
infernales venían junto a él a alimentarse. Por mucho que trató de
expulsarlos, volvían, hasta el día en que no pudo resistir más.
Pero dejemos al rey Salomón y volvamos a lo esencial. Lo esencial es que
las mujeres puedan comprender que si aceptan trabajar en esta materia sutil
que emana de ellas para consagrarla al Principio divino en lo alto, entonces
los ángeles, los arcángeles y los espíritus luminosos más elevados se servirán
de esta materia verdaderamente única, preciosa, para preparar las formas de
la nueva vida. Como todas las mujeres de la humanidad representan
colectivamente una unidad, así como no existe arriba sino una sola mujer, la
Madre divina, de igual forma no existe sino una sola mujer abajo en la tierra.
Y si esta mujer colectiva aquí en la tierra decide consagrar una parte de la
materia sutil que emana de ella para formar un niño, este niño será el Reino
de Dios.
Ustedes quizás no me creen, pero es la verdad, la pura verdad. He ahí por
qué yo diré que muchos de los que hablan de las mujeres no han
comprendido nada de lo que son, en especial cuando se compara la
profundidad, la grandeza y la inmensidad de lo que acabo de revelarles con
todas las elucubraciones y las idioteces que se han propagado acerca de ellas
desde hace siglos, a causa de pequeños rencores personales. ¡Cuántos
espiritualistas, cuántos religiosos han despreciado a la mujer, sin saber que es
por este desprecio que no podían realizar este Reino de Dios que sin embargo
reclamaban en sus oraciones! Es tiempo que comprendan que el Reino de
Dios no puede ser realizado sino por las mujeres30, porque es la mujer quien
posee esta esencia sutil indispensable para que tome cuerpo.
Cuando las mujeres decidan consagrarse al Cielo, para que toda esta
maravillosa materia que poseen pueda ser utilizada para una meta divina, en
toda la superficie de la tierra se verán focos de luz encenderse, y el mundo
entero hablará el lenguaje de la nueva cultura, el lenguaje de la nueva vida, el
lenguaje del amor divino. ¿Qué esperan para decidirse? Se dedican siempre a
ocupaciones demasiado bajas, demasiado ordinarias. ¡Lograr casarse en
alguna parte y criar una chiquillada, he ahí el ideal que se les presenta desde
la infancia! Claro, cada vez más logran ejercer profesiones que en el plano
social las hacen casi iguales a los hombres. Está muy bien pero es
insuficiente, y ellas mismas terminarán por darse cuenta, porque su verdadera
vocación no para allí. Se sentirán cada vez más insatisfechas. Pero no deberán
echarle la culpa sino a ellas mismas: por anticipado se construyen un destino
mediocre. No sirve de nada que se quejen suspirando: «Señor, ¡qué vida!»
Pues es su culpa: ¿por qué no tienen un ideal más elevado? Todo su destino
cambiaría.
Por tanto, en adelante, ¡que todas las mujeres de la tierra, estén o no
casadas, sean o no madres de familia, se esfuercen por volverse conscientes
de sus posibilidades y decidan contribuir con todo su ser, gracias a sus
emanaciones sutiles, a la formación de un nuevo cuerpo colectivo, el Reino
de Dios en la tierra31! Cuando comiencen a hacer este trabajo, cuando se
dejen fecundar por esta idea del Reino de Dios, de la Edad de Oro, serán
verdaderamente bellas, vivas, esplendorosas, pues esta idea las vivificará y
las embellecerá.
1 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. XI: «¿Por qué se nace en una determinada
familia?».
2 Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras Completas, t. 12, cap. XIX: «El mejor método pedagógico:
el ejemplo»; La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. III: «El poder del ejemplo».
3 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos».
4 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. IX: «Por qué el
hombre se llevó consigo a los animales en su caída».
5 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El lugar respectivo de lo masculino y lo
femenino, primera parte: Adán y Eva: el espíritu y la materia».
6 Cf. Del hombre a Dios, Col. Izvor No. 236, cap. X: «La familia cósmica y el misterio de la Santísima
Trinidad».
7 Cf. El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor No. 218, cap. III: «El triángulo» segunda parte;
El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. VI: «Los principios masculino y femenino: sus
manifestaciones».
8 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XXIV: «El amor maternal».
9 Cf. La Balanza cósmica, Col. Izvor No. 237, cap. IV: «El mito del andrógeno».
10 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XIX: «El alma gemela».
11 Cf. La fuerza sexual o el Dragón alado, Col. Izvor No. 205, cap. II: «Amor y sexualidad».
12 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. VIII: «El verdadero
matrimonio».
13 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVII: «El amor esparcido por doquier en
el universo» I y t. 15: «El amor esparcido por doquier en el universo», II.
14 Cf. La fuerza sexual o el Dragón alado, Col. Izvor No. 205, cap. IV: «Sobre el placer».
15 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXV: «Amar a Dios para amar mejor al
prójimo».
16 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XVIII y XXI: «Cómo ampliar la
concepción del matrimonio».
17 Op. cit., cap. VII: «Los celos»; El libro de la magia divina, Col. Izvor No. 226, cap. XV: «La
verdadera magia: el amor».
18 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. XV: «Los principios masculino y
femenino: la cuestión de los intercambios».
19 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. IV: «El espíritu y la materia: los órganos
sexuales».
20 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. III: «El sol, origen del amor».
21 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. X: «El pecado contra el Espíritu Santo
es el pecado contra el amor».
22 Cf. El grano de mostaza, Obras Completas, t. 4, cap. XII: «Creced y multiplicaos».
23 Cf. Las semillas de la felicidad, Col. Izvor No. 231, cap. XX: «La fusión en los planos superiores».
24 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. II: «Los primeros dos mandamientos»;
La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. IX: «Los dos métodos de trabajo en la personalidad».
25 Cf. La galvanoplastia espiritual y el futuro de la humanidad, Col. Izvor No. 214, cap. I: «La
galvanoplastia espiritual».
26 Cf. El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor No. 210, cap. VII: «La cuestión de los
indeseables».
27 Cf. Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras Completas, t. 8, cap. II: «El ser humano y
sus diferentes almas».
28 Cf. Una educación que comienza antes del nacimiento, Col. Izvor No. 203, cap. III: «Un plan para el
futuro de la humanidad».
29 Cf. Navidad y Pascua en la tradición iniciática, Col. Izvor No. 209, cap. III: «El nacimiento en los
diferentes planos».
30 Cf. En el comienzo era el Verbo, Obras Completas, t. 9, cap. X: «El pecado contra el Espíritu Santo
es el pecado contra el amor».
31 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. X: «La mujer y el dragón».
3
La entrada en la familia universal
¿Qué es la tierra? Un lugar donde los humanos deben aprender a vivir
juntos1. Es todo. Pero nada es más difícil de realizar. En efecto, vivir juntos
supone que uno no quiera siempre imponer sus opiniones, sus deseos y sus
gustos personales, sino que se tenga en cuenta al otro que está allí también
con sus opiniones, sus deseos y sus gustos. Si no son obligados a ello, es raro
que los humanos decidan hacer el esfuerzo de pensar en el otro. Y justamente
para obligarlos, la Inteligencia cósmica puso en el hombre y en la mujer esta
necesidad irresistible de ir el uno hacia el otro, pues si quieren ser capaces de
permanecer juntos para fundar un hogar estable, es preciso que cada uno
aprenda a salir de su egocentrismo, de sus ideas preconcebidas, para
desarrollar cualidades de comprensión, de paciencia, de generosidad. Pero en
primer lugar, he ahí que no es en este estado de espíritu que los hombres y las
mujeres deciden entablar vínculos. Sin ser incluso conscientes de ello, cada
uno piensa sobre todo en su placer, su comodidad, sin tener en cuenta las
necesidades y los deseos del otro. Entonces, los pobres, ¡qué asombro cuando
constatan que lo que les sucede no es exactamente lo que esperaban!
¡Cuántos entran despreocupados en una relación o se casan imaginando
que todo va a ser fácil, ligero, placentero! Pero poco a poco comienzan a
tener la sensación de haber sido atrapados, y entonces he ahí las discusiones,
los enfrentamientos: la vida se vuelve un infierno. Para restablecer la
situación, deben aceptar la idea de que lo que habían tomado por un
entretenimiento es en realidad una escuela donde comienza a hacerse este
aprendizaje, el más importante para el ser humano: el ensanchamiento de la
consciencia. Y este ensanchamiento de la consciencia consiste en salir de su
pequeño yo tan limitado para entrar en la inmensa comunidad de seres2.
La toma de consciencia de esta meta hacia la cual todo ser humano tiende
debe comenzar a realizarse en el período de la pubertad, cuando la
afectividad se despierta en el adolescente, cuando nace la necesidad de
entablar relaciones con los muchachos y las muchachas de su edad. Hasta
entonces, el amor de sus padres le bastaba; incluso si tiene hermanos y
hermanas, camaradas, el amor de los padres cuenta más. Se mueve en el
círculo estrecho de su pequeño yo, encontrando en este amor los elementos
que necesita para comenzar a enfrentar la existencia: la seguridad de que no
está solo, la sensación de estar protegido, al amparo del hambre, del frío, de
peligros.
Pero pronto esto ya no basta. Un día el niño siente despertarse en él un
interés por los chicos y las chicas de su edad; se emociona con rostros,
gestos, palabras, y entonces allí comienza el verdadero aprendizaje de la vida.
A partir de este momento, aprende que los demás existen y que no están allí
para hacer su voluntad y satisfacer sus deseos. Y lo aprende sobre todo el día
que quiere suscitar el interés, la amistad de uno de ellos sin poder lograrlo,
porque el otro está ocupado en otra parte y se interesa en otra carita… O bien,
si logra suscitar este interés, es con la condición de hacer toda clase de
concesiones y derrama a menudo pequeñas lágrimas… Pues sí, ¡he ahí el
comienzo de muchas comedias, y desafortunadamente también de algunas
tragedias!
Hay que enseñarles muy temprano a los adolescentes a saber considerar
todos estos impulsos, estas inclinaciones que los atraviesan y los sacuden, y
también a cómo trabajar con ellos3. Ya que todo lo que comienzan a vivir
entonces como sentimientos y atracciones respecto de otras creaturas no es
más que la manifestación de este instinto que la Inteligencia cósmica le ha
dado a cada ser humano, a fin de que ensanche su campo de consciencia
introduciendo otros seres en su corazón, en su alma. Si permaneciera solo,
egoísta, cerrado, no aprendería nada, no evolucionaría.
Pero no porque estén en medio de los demás, los adolescentes adquieren
naturalmente el sentido de la colectividad; hay que ayudarlos en esto, y allí
también los padres tienen una responsabilidad particular. En primer lugar
porque deben darse cuenta de lo que es mejor para el desarrollo psíquico de
sus hijos. Y contrario a lo que ocurre actualmente, la mejor elección consiste
en privilegiar la educación, la formación de carácter antes que la instrucción
y la adquisición de conocimientos. La situación de los jóvenes que adelantan
estudios es en ciertos aspectos envidiable, evidentemente: tienen la
posibilidad de enriquecerse intelectualmente por el conocimiento, al mismo
tiempo que obtienen diplomas que les permitirán ganarse la vida y lograr un
lugar en la sociedad. Los estudios son necesarios, indispensables, pero la
verdadera comprensión de la vida no está allí.
Al terminar sus estudios universitarios, ¡cuántos estudiantes se sienten
desorientados, en el vacío! Lo que aprendieron no logró sino obstruir su
cerebro, sembrar en ellos la duda y la confusión. Conocer la literatura, la
filosofía, la historia, la biología, la economía, etc.… está muy bien, pero no
es suficiente. Y los padres, los responsables de la instrucción pública y todos
aquellos que se esfuerzan por facilitarles a los jóvenes el acceso a los estudios
no han dejado de asombrarse viendo que todo esto no les impide ir a la deriva
o caer en la delincuencia. Tanto como sean capaces y les guste, los jóvenes
deben estudiar; pero los estudios no harán de ellos seres verdaderamente
sociales.
¡Cuántas veces uno puede observarlo! En las dificultades se esperaría de
las personas instruidas y cultivadas que demuestren juicio y cierta fuerza de
carácter. Pero lo más frecuente no es esto lo que ocurre en absoluto: una
pequeñez los pone en estados lamentables de rabia o de depresión, sin que
puedan hacer algo para remediarlo. Toda su instrucción no les sirve de nada.
Y ¿entonces?... Lo esencial es vivir, no ser profesor, ingeniero o médico. Y
para vivir, para afrontar todas las realidades de la existencia, es importante
reforzar su carácter4. Quien solo se ha instruido con los libros es incapaz de
afrontar las realidades de la vida, no puede comprender a los demás y menos
aún soportarlos.
¡Cuántas de estas personas instruidas no he visto siempre débiles, siempre
fluctuantes, siempre a la merced de las circunstancias! Han leído libros que
comentan citándolos, es todo. Pero ¿de qué les sirve pavonearse con las
riquezas de los demás? Lo que han logrado realizar ellos mismos, he ahí lo
que deben mostrar. Si son incapaces, que dejen sus conocimientos librescos
tranquilos y que vayan finalmente a ejercitarse en lo esencial: ¡trabajar en su
carácter!
Los humanos son extraños: no admiran sino a la gente diplomada,
condecorada, en puestos elevados, pero cuando tienen que padecer las
artimañas de uno de ellos, se quejan: «¡Qué mal carácter el que tiene! ¡Qué
espantoso carácter!...» O bien: «¡Si que es débil! No tiene carácter…» Allí,
de pronto, olvidan que este personaje es doctor en cuatro o cinco
universidades, que ha escrito una treintena de libros, se detienen en el
carácter. Es preciso que ellos mismos sean picados, mordidos, maltratados o
decepcionados para que entiendan que la cuestión del carácter viene primero
que la de la instrucción.
Para su buen desarrollo, los jóvenes necesitan menos profesores eruditos y
más pedagogos verdaderos que les revelen lo que es la vida y cómo deben
vivirla para que las fuerzas, las cualidades, los dones que poseen puedan
manifestarse verdaderamente en plenitud. Y lo que se necesita sobre todo es
dar otra orientación a los estudios, pues estos conocimientos que los
estudiantes adquieren en la universidad, ¿al servicio de qué o de quién los
ponen? ¿Cuántos hay que son conscientes de su responsabilidad y que se
dicen: «Con todo lo que he aprendido, tengo que hacer el bien, ayudar a los
demás. No solamente yo debo aprovecharlo»? Y miremos a los médicos
incluso: ¿creen ustedes que han escogido esta profesión siempre en el interés
de aliviar los sufrimientos humanos?... ¿Y los abogados? ¿Y los químicos, los
ingenieros, los economistas, los periodistas, etc., ponen verdaderamente sus
capacidades y sus conocimientos al servicio de los demás? Les da lo mismo
polucionar la naturaleza, fabricar armas, engañar y arruinar a las personas,
embarcarlas en aventuras desastrosas, o destruir su reputación. Lo que
quieren es el éxito, la comodidad, los placeres…
Mientras se menosprecie la formación del carácter en beneficio del
desarrollo del intelecto, los conocimientos impartidos en las escuelas y las
universidades no serán para los jóvenes más que medios para triunfar a como
dé lugar en el mundo, engañar a los demás, aplastarlos, pero nunca para
transformarse, para convertirse en bienhechores de la humanidad. Si son
egoístas, ambiciosos, temerosos, orgullosos, sensuales, avaros, seguirán
siéndolo. Los estudios por ellos mismos no vuelven a los seres mejores. ¡Al
contrario, a menudo hacen de ellos verdaderos peligros públicos! En cambio,
conocimientos en las manos de quienes han trabajo en su carácter y están
decididos a utilizarlos no para su propio beneficio sino para el bien de todos,
¡he ahí una fuente de bendiciones!
Al mismo tiempo que se instruye a los jóvenes, hay que hacerles
comprender que la vida es una aventura muy seria donde hay cantidades de
cosas que comprender, y, que para enfrentar los problemas que ella va a
presentarles fatalmente, es preciso que trabajen también en ellos mismos, que
desarrollen cualidades psíquicas y morales que les permitirán aceptar mejor a
los demás. Y los demás no son solamente su entorno inmediato: la familia,
los camaradas, etc. Desde su más tierna edad, hay que acostumbrar a los
chicos y a las chicas a relacionarse con toda clase de personas diferentes a
ellos por el medio social, la formación, la edad, la nacionalidad, la religión, la
raza, a fin de familiarizarlos muy temprano con todas las situaciones
humanas. Ya que si no están listos, el día en que sean confrontados con estas
situaciones, se mostrarán incomprensivos e incluso, sin quererlo, malos o
crueles. En realidad todo esto lleva a afirmar que los padres tienen la
responsabilidad de brindarles a sus hijos una comprensión más amplia de la
familia5.
La familia, es decir ese grupo de personas unidas por lazos de sangre, es
una creación de la misma naturaleza. La Inteligencia cósmica decidió que
esta forma de existencia sería buena para todas las creaturas que, de este
modo, se ayudan, se apoyan, se protegen, trabajan juntas, y uno ve que estas
tendencias incluso se manifiestan en los animales. Pero para convertirse en
seres verdaderamente civilizados, los humanos tienen que progresar aún
mucho más. Y por cierto, el crecimiento de la población mundial y la
multiplicación de los medios de comunicación van a obligarlos a revisar su
concepción de la familia. Por ahora, ella constituye el punto de partida de
muchas empresas egoístas. Cuántos desórdenes tienen por causa esta
mentalidad humana para la cual no existe nada más importante que los
pequeños y miserables intereses de su pequeña familia. Y piensan que es
maravilloso, que todo el mundo debe fomentar esto. Pues bien, ¡no!
Cada familia es una célula en este inmenso organismo que es el cuerpo
social. Ahora bien, justamente ¿cómo funcionan las células en un organismo
sano? Trabajan en armonía por el bien del conjunto. Entonces, es claro, si la
mayoría de sociedades están enfermas es porque todas las familias que las
constituyen no viven en armonía las unas con las otras: cada una tiene sus
proyectos, sus intereses particulares, lo que crea malentendidos,
enfrentamientos. Y esto continuará hasta que cada familia sea consciente de
que pertenece a conjuntos cada vez más vastos, hasta la familia planetaria, y
más allá aún, a fin de trabajar por la buena salud del organismo universal6.
Sí, ya al nivel de la familia debe producirse esta toma de consciencia. Pues
en la base, un país está constituido por familias, y éste nunca podrá hacer oír
una voz armoniosa en el concierto de naciones si no es más que el portavoz
de reclamos extraños y discordantes. Por ello, para la buena educación de sus
hijos, las familias no deben tener miedo de dejar de lado algunas ideas que
influyen perjudicialmente en la armonía de la sociedad. Ya que el espíritu
estrecho de la familia conduce a los hijos a buscar en primer lugar su propio
interés, incluso si esto se logra en detrimento de las demás familias. Sí, ¿qué
clase de educación es aquella que enseña a los niños que la sociedad es un
campo de batalla donde cada quien debe luchar con uñas y dientes para no ser
devorado por su vecino? Esto no puede sino crear condiciones para la
incomprensión y la hostilidad entre todas las demás familias. E incluso si las
sociedades occidentales son consideradas como muy evolucionadas, aún se
observan en ellas luchas entre clanes y tribus. ¿No es en la familia primero
donde los niños aprenden a considerar inferiores o enemigos a quienes no
pertenecen al mismo medio social que ellos, a la misma religión, a la misma
nacionalidad o a la misma raza? Pues sí, y no hay que asombrarse por tanto si
estos niños más tarde se manifiestan como adultos limitados e intolerantes.
Yo sé bien que numerosas parejas se imaginan que dan muestra de la
mayor generosidad posible cuando deciden fundar una familia. Hablan de las
preocupaciones que les causan sus hijos, de las obligaciones que su
educación les impone y de los sacrificios que hacen por ellos. Es posible,
pero no tienen una buena comprensión del sacrificio. La prueba, con este
estado de espíritu ni siquiera hacen feliz a su propia familia. Actualmente, se
observa cada vez más familias desmembrarse. Después de cierto tiempo, los
padres se separan para entablar otros vínculos en otro lugar, y los hijos se
encuentran con un padre en un lado y una madre en el otro… Realmente, ¿es
esto la felicidad de la familia? El egoísmo de los humanos, su estrecha visión
de las cosas crean conflictos, primero en las familias y luego en las
sociedades. Entonces, si cada quien no decide comenzar todo un trabajo en sí
mismo, la tierra se convertirá en un campo de batalla cada vez más mortífero.
Algunos pensadores que habían observado los efectos negativos de la
influencia familiar quisieron ponerle remedio cuestionando la existencia
misma de la familia: según ellos, ésta ya no debía asegurar la educación de
los niños sino instituciones controladas por el Estado. Pues bien, ¡es peor
aún! Estas concepciones erróneas no pueden más que crear trastornos graves
en los niños y en los padres. Para su buen desarrollo, los padres necesitan
ocuparse de sus hijos, así como los niños necesitan sentir la presencia de sus
padres. Un Estado, una institución nunca resolverá los problemas de la
educación de los niños quitándoselos a los padres para confiárselos a
extraños. Claro, no hablo de casos excepcionales en los que los padres no
están en capacidad de ocuparse de sus hijos, yo hablo en general. Y en
general, no solamente hay que dejarles los hijos a sus padres, sino que se
debe hacer que los padres estén aún más presentes junto a sus hijos
haciéndoles tomar consciencia de su responsabilidad en la educación que les
dan. Y la primera responsabilidad es ser ejemplos para ellos7.
La familia es una entidad indisoluble, pero es un comienzo, no un fin, no
es una meta. Hay que abrazar entonces la idea de la Familia universal
aprendiendo a dejar atrás el círculo estrecho de la pequeña familia, pero sin
cuestionar nunca su existencia, ya que los miembros de una familia tienen
entre ellos lazos sagrados. Como ya se los he explicado, la familia existe
primero arriba en el mundo de los principios, el mundo de los arquetipos.
Cuando los cabalistas interpretan el nombre de Dios, el Tetragrama,
Iod, He, Vav, He, identifican Iod al Creador, el Padre celeste; el
primer He a la Madre divina, la Naturaleza; y el Vau y el segundo He al Hijo
y a la Hija, que son la repetición del Padre y de la Madre en el plano de la
manifestación. Estas cuatro entidades cósmicas, que son representadas en el
ser humano mismo por el espíritu, el alma, el intelecto y el corazón, son
igualmente representadas en la familia humana por el padre, la madre, el hijo
y la hija. Así, de arriba hacia abajo de la creación, desde Dios hasta el
individuo pasando por la familia, se encuentra la idea de estos cuatro
principios que sostienen el universo. Le corresponde entonces a cada ser
humano entender cómo, trabajando en la familia que lleva en sí mismo,
puede hacer que su pertenencia a la familia pueda ampliarse a las
dimensiones de la familia universal. De esta comprensión depende la
salvación de la humanidad8.
El Creador previó que para el equilibrio de la creación cada creatura
tendría lo que necesita para vivir y desarrollarse. Por ello, cuando los
humanos se enfrentan y se destruyen para hacer triunfar sus intereses
personales, trabajan contra el Creador. Incluso si Él los creó diferentes, no es
para que estas diferencias les sirvan para atacarse. Todos salieron de Dios, y
Dios sufre al verlos destrozarse mutuamente. Se creen a menudo justificados
en sus luchas con el pretexto de que lo hacen en nombre de intereses
superiores. Pero la realidad es que no están inspirados sino por la ignorancia
y el egoísmo. La defensa de estos intereses, puesto que va en contra del
interés de la creación en su conjunto, los llevará a la ruina. Sí, el verdadero
interés de las creaturas se confunde con el del Creador. Solo la confluencia
del interés de los humanos con el interés de Dios produce bendiciones para
todos.
No es viviendo replegadas en sí mismas para defender sus bienes o sus
privilegios que las familias pueden estar protegidas. La prueba es que,
conscientes o no, acepten o no tenerlo en cuenta, los humanos pertenecen a
una colectividad, y si en esta colectividad se producen disturbios o
desgracias, sus bienes individuales no estarán ya seguros. Por tanto, incluso si
consagran todo su tiempo a arreglar sus asuntos personales, en realidad nunca
serán arreglados definitivamente: hay siempre algunos inconvenientes que
pueden sobrevenir de parte de la colectividad.
El destino de las familias está necesariamente unido a aquel de la
colectividad, la historia lo ha demostrado: ¡cuántas familias tan poderosas y
ricas parecían amparadas de todo ataque! Pero se producían trastornos en la
colectividad y terminaban por perderlo todo, incluso la vida a veces. Solo el
mejoramiento de la vida colectiva puede poner a cada individuo en seguridad
y al abrigo de la necesidad. Le corresponde entonces ahora a cada quien
reemplazar su punto de vista limitado, egocéntrico, por un punto de vista más
vasto, más universal: con ello ganará no solamente en el plano material, sino
también y sobre todo en el plano de la consciencia.
Desde hace algunas décadas, es verdad, las ideas de universalidad, de
fraternidad se expanden cada vez más. Pero no suficientemente aún, le toca a
la generación joven continuar este trabajo. Pero los adultos deben facilitar la
tarea de la juventud haciéndole comprender que no es porque se funde una
familia, lo que implica necesariamente un suegro, una suegra, cuñadas,
cuñados, y cantidades de tíos, tías, sobrinos, sobrinas y primos, que uno
amplía verdaderamente su consciencia. Se agregan solamente algunas
relaciones más… lo que no impide seguir siendo igual de estrecho, limitado y
egoísta que antes. El ensanchamiento de la consciencia se manifiesta con una
actitud de nobleza, de generosidad, de sacrificio que se extiende al mundo
entero. De este modo siente uno que pertenece a la gran familia universal y
¡se alegra por ello!
La consciencia se despierta verdaderamente en el hombre cuando se
manifiesta en él la sensibilidad a las nociones de universalidad. Esta facultad
le permite sentir que los otros y él mismo están estrechamente unidos, como
las diferentes partes de un organismo. Incluso si en apariencia cada ser está
aislado, separado, en realidad hay una parte espiritual de él mismo que entra
en la colectividad, que vive en todas las creaturas. Desde el momento en que
esta consciencia se despierta en él, cada quien siente todo lo bueno y lo malo
que le ocurre a los demás como si fuera a él mismo que le pasara, y se
esfuerza por no hacerles sino el bien, ya que se hace este bien a él mismo.
Cuando oigo decir a veces a algunos, con un aire de tanta infelicidad:
«Estoy solo, no tengo familia», me quedó pasmado. ¿Cómo? ¿No tiene
familia? Tiene una familia inmensa, pero su consciencia es tan limitada,
oscurecida, que no la siente. Y es el caso de millones de seres en el mundo.
Se sienten solos, y ¡sin embargo!... Entonces, ustedes al menos, comiencen a
trabajar en este ensanchamiento de la consciencia. Entiendan que incluso si
no tuvieran ya padre, ni madre, ni hermano, ni hermana, ni ninguna familia
de sangre, esto no sería aún una razón para creer que están solos. Es preciso
que sepan, que sientan que ustedes todos son hijos e hijas del mismo Padre, el
Espíritu cósmico, y de la misma Madre, la Naturaleza universal. Trabajen por
todos sus hermanos y hermanas del mundo entero, y nunca más serán
abandonados, ni infelices.
1 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 25, cap. II: «El advenimiento de la
Fraternidad», partes III, IV y V.
2 Cf. Los dos árboles del Paraíso, Obras Completas, t. 3, cap. I: «Los sistemas teocéntrico, biocéntrico
y egocéntrico».
3 Cf. Un futuro para la juventud, Col. Izvor No. 233, cap. I: «La juventud, una tierra en formación»;
Una educación que comienza antes del nacimiento, Col. Izvor No. 203, cap. IV: «Ocúpese de sus
hijos».
4 Cf. Las fuerzas de la vida, Obras Completas, t. 5, cap. II: «Carácter y temperamento».
5 Cf. La clave esencial, Obras Completas, t. 11, cap. XXII: «El trabajo por la Fraternidad Universal»;
El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 15, cap. XXIX: «Hacia la gran familia».
6 Cf. Acuario y la llegada de la Edad de Oro, Obras Completas, t. 26, cap. III: «La idea de la PanTierra».
7 Cf. La pedagogía iniciática, Obras Completas, t. 27, cap. VIII: «La imitación como factor de
educación».
8 Cf. El egregor de la paloma o el reino de la paz, Col. Izvor No. 208, cap. I: «Para una mejor
comprensión de la paz» y cap. II: «Las ventajas de la unión de los pueblos».
4
«Y me mostró la gran ciudad santa,
Jerusalén,
que descendía del cielo»
«Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas
llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo
te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.
Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran
ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la
gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima,
como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto
con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que
son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al
norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de
la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce
apóstoles del Cordero.
El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la
ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su
longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil
estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su
muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de
ángel.
El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro,
semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban
adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el
segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el
sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio;
el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las
doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la
calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio.
Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo
de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que
brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera. Y las naciones andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra
traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día,
pues allí no habrá noche».
«Y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del
cielo…» Desde hace casi dos mil años que están líneas fueron escritas, nunca
se ha visto una sola ciudad descender del cielo y nunca se verá –¡inútil mirar
hacia el cielo para ver si viene! ¿Por qué una ciudad debería descender a la
tierra? ¿Y cómo hacerla descender sin que aplaste a los pobres humanos?
¿Con qué cables? Sin duda los mejores técnicos del Cielo serán contratados
para esta empresa… Pero lean bien el texto. ¿Cómo presenta el ángel esta
ciudad? Dice: «Yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero». ¿Se ha
visto alguna vez el matrimonio de una ciudad con un cordero1? Una vez más,
observen, tomar al pie de la letra los textos sagrados se torna risible.
Esta ciudad que desciende del cielo es un símbolo, y para comprender lo
que significa, hay que relacionarlo con la visión precedente del «nuevo cielo»
y de la «nueva tierra». La Jerusalén celeste es justamente la expresión del
nuevo cielo que viene a encarnarse en la tierra, por ello se dice que
desciende: todo lo que se encarna es el resultado de un descenso. Y el cielo
no puede encarnarse en la tierra sino a través de seres humanos que,
inspirados por una nueva luz, construirán la nueva Jerusalén, la nueva vida.
Toda realización, toda creación es la obra de los dos principios masculino
y femenino que son los dos principios del espíritu y de la materia. Por ello, la
ciudad que representa una construcción material es anunciada como «la
esposa del Cordero». En la religión cristiana el Cordero es un símbolo de
Cristo, principio masculino, y él se une con el principio femenino
representado aquí por la ciudad. Cualquiera sea la forma en la que este
fenómeno sea presentado, se trata siempre de la unión del espíritu y de la
materia. Ustedes dirán: «Pero ¡este Cordero que simboliza al Cristo, es el
Cordero del sacrificio, se le ve muy a menudo llevando una cruz! » Sí, pero
hay que comprender de manera más amplia esta noción de sacrificio2. ¿El
descenso del espíritu en la materia es acaso algo distinto a un sacrificio? Cada
vez que el espíritu se encarna en la materia, se limita, y la cruz justamente no
es más que uno de los símbolos de la materia. Por tanto, las bodas del
Cordero y de la ciudad, así como la imagen del Cordero llevando la cruz,
expresan exactamente la misma idea.
Ahora, para que esta unión del espíritu y de la materia sea fecunda, es
necesario que la materia se purifique, a efectos de darle al espíritu que
desciende las posibilidades de manifestar su luz y todas sus riquezas. Y es lo
que expresa san Juan cuando comienza a describir la ciudad diciendo que es
semejante a «una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el
cristal». Lo característico del cristal es dejarse atravesar por la luz. Simboliza
entonces una materia purificada que no opone ningún obstáculo a las
radiaciones, a los mensajes del mundo divino. Y más lejos, esta misma idea
se retoma con la anotación: «la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio
limpio».
Esta ciudad tiene forma de cubo puesto que «la longitud, la altura y la
anchura de ella son iguales». Tiene doce puertas: tres al norte, tres al sur, tres
al oriente, tres al occidente, y descansa sobre doce cimientos de piedras
preciosas. ¡Cuántos símbolos que interpretar! Pero se completan los unos con
los otros y forman una extraordinaria unidad. La figura geométrica del cubo,
como la del cuadrado, se basa en el número 4 que es el número de la materia.
Ya que la materia, constituida por 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego3, se
organiza según las 4 direcciones del espacio, los 4 puntos cardinales. Esta
forma cúbica de la Ciudad celeste, la esposa del Cordero, señala muy bien
que ella es un símbolo de la materia a la cual se une el Cordero, es decir el
Cristo, otorgándole el resplandor del cristal.
Ahora, lo que hay que entender bien también es que la descripción de
semejante ciudad solo tiene interés porque representa al hombre mismo. De
lo contrario, por muy bella que sea, ¿qué puede aportarle a nuestra vida
espiritual la descripción de una ciudad? La Jerusalén celeste representa
entonces al hombre que ha trabajado en su propia materia por medio del
poder del espíritu. Y si está rodeada de una gran y alta muralla de jaspe es
porque la muralla es una protección, por tanto, el símbolo de un aura
poderosa que rodea al hombre y lo protege: a los ataques psíquicos de los que
es objeto, responde con el resplandor de su propia luz.
En las murallas de la ciudad se abren doce puertas: tres al norte, tres al sur,
tres al oriente, tres al occidente, y está dicho que cada puerta es una perla.
Estas doce puertas situadas en los cuatro puntos cardinales son una
representación de las doce constelaciones zodiacales: Aries, Tauro, Géminis,
Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario, Piscis.
Por estas puertas, las corrientes de fuerzas y las entidades invisibles que
trabajan en el universo se abren camino y ejercen su influencia. Sobre estas
puertas, dice san Juan, están inscritos nombres: los de las doce tribus de los
hijos de Israel, que a su turno están unidos con los doce signos del zodiaco4.
Estas doce puertas se encuentran igualmente en el ser humano5. Sí, el ser
humano posee doce puertas. ¿Qué son nuestros dos ojos? Dos puertas. ¿Y las
dos orejas? Otras dos puertas. ¿Y los dos orificios de la nariz? Aún dos
puertas. Esto suma entonces seis. Con la boca, siete. Otras dos puertas se
encuentran en el pecho; son diferentes de las demás pero son puertas de todas
formas, aunque en el hombre no tengan ya ninguna función. La décima
puerta se encuentra a la altura del plexo solar: es el ombligo al cual está atado
el cordón umbilical; por esa puerta la madre alimenta a su hijo enviándole
sangre y todos los elementos que necesita. En cuanto a las otras dos puertas,
los dejo que las encuentren ustedes mismos.
«Las doces puertas, dice san Juan, eran doce perlas»; y precisa: «cada
una de las puertas era una perla». Lo que es materialmente imposible:
¿dónde encontrar las ostras que fabriquen perlas de semejante dimensión?...
Entonces, ¿por qué una perla? Porque la perla, que capta y fija la luz sobre su
superficie nacarada, es un símbolo de la pureza. Por tanto, quien ha realizado
en sí mismo un verdadero trabajo de purificación puede, a través de las doce
puertas de su cuerpo, entrar en relación con los elementos sutiles y luminosos
del espacio6. Por ello, está dicho también que un ángel está de pie junto a
cada puerta. El ángel es pura energía, y esta energía que atrae las influencias
benéficas transforma también las corrientes negativas que intentan infiltrarse
en el hombre. Ángeles velan en las puertas de todos aquellos que han
trabajado por hacer de su ser el tabernáculo de Dios vivo.
Por el momento, en la mayoría de los humanos, las puertas no funcionan
sino en el plano físico. Ahora bien, hay que desarrollar ahora en el plano
espiritual las orejas, los ojos, la nariz, la boca, etc. Cuando uno se vuelve
clarividente, clarioyente, cuando uno comienza a respirar los efluvios
celestes, a disfrutar el sabor del mundo divino, a volverse creador con la
palabra, significa que uno ha comenzado a abrir sus puertas espirituales. Y
esta apertura de puertas no puede hacerse sino con la purificación. Entonces,
mediten en la perla… Las perlas vienen del mar; como él, tienen relaciones
con la luna, y la luna es el planeta de la sefirá Iesod que en el Árbol sefirótico
representa la pureza.
La Ciudad celeste descansa sobre doce fundamentos de piedras preciosas.
Las piedras preciosas son el resultado de todo un trabajo de transformación
realizado por la Inteligencia de la naturaleza en la materia bruta que la tierra
lleva en su seno; como si la tierra quisiera no solamente reflejar sino
concretar la luz y los esplendores del Cielo. Una piedra preciosa es el cuerpo
en el cual una entidad espiritual se encarnó para poder manifestarse. Por ello,
en todas las religiones las piedras preciosas son consideradas como los
símbolos de las virtudes divinas. Y si ellas forman los cimientos de la nueva
Jerusalén, es porque estas virtudes constituyen los verdaderos cimientos de la
vida interior. Las piedras preciosas representan el ideal hacia el cual debemos
tender por medio de la transmutación de esta materia bruta que son nuestros
instintos.
Pero ¿cuántos de los humanos han comprendido la lección de las piedras
preciosas? Son atraídos por su belleza y desean poseerlas, es todo. ¿Pero a
qué precio? Desde hace milenios se envían a lo profundo de las minas a
pobres infelices, a quienes se les imponen condiciones de trabajo
extremamente crueles, posteriormente, con lo que extraen se trafica a través
del mundo entero, se cometen robos, asesinatos… Todo esto para que algunas
personas ricas y poderosas tengan la posibilidad de fanfarronear con coronas,
collares, brazaletes, anillos, pisacorbatas o mancornas en los que brilla toda
clase de pedrería. Sí, y de este modo lo que podría servirles para su elevación
espiritual es utilizado por los humanos para destruir a los demás y perderse
ellos mismos. ¡Se está allí muy lejos de la Jerusalén celeste!
No está prohibido amar las piedras preciosas, ni siquiera desear poseerlas
y ponérselas, pero con la condición de saber cómo considerarlas. «Y
entonces, ¿cómo considerarlas?» dirán ustedes. Como un vínculo con el
mundo espiritual. Deben concentrarse en ellas, en su pureza, sus colores, su
poder para dejar pasar la luz, a fin de que todo su ser sea iluminado por mil
fuegos de zafiro, de diamantes, de rubís, de esmeraldas, de topacios, etc. He
ahí por qué se debe amar las piedras preciosas y buscarlas: no para utilizarlas
como adornos, sino para ser iluminado y alimentado con su quintaesencia.
De esta ciudad, san Juan dice aún que no vio en ella templo alguno,
«porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La
ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la
gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera». Una ciudad santa, es
decir un cuerpo purificado, es un templo en sí mismo, por ello cualquier otro
templo es inútil. No necesita incluso ni la luna, ni el sol. Yo ya se los he
explicado: el sol es un símbolo del intelecto, del pensamiento, por tanto de la
filosofía; y la luna es un símbolo del corazón, del sentimiento, por
consiguiente de la religión. Entonces, cuando los humanos sean habitados por
la luz divina y por el amor divino, no necesitarán ya ni sol, ni luna, es decir ni
filosofía, ni religión, ya que serán guiados interiormente, y en ellos mismos
sabrán encontrar la mejor vía.
«Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche». Los
seres que son habitados por la luz no conocen ya la noche. Incluso cuando se
duermen, no se hunden en las tinieblas del inconsciente: una luz los
acompaña, no hay noche para ellos7. Evidentemente, para la mayoría de los
humanos, la existencia no es más que una alternancia entre día y noche,
claridad y oscuridad, a menudo con «noches» más numerosas y más largas
que los días. Pero cuando realicen en sí mismos el esplendor de la Jerusalén
celeste, nada vendrá a oscurecerlos nunca más.
La nueva Jerusalén es por tanto el modelo de la vida perfecta. Desde hace
años no paro de hablarles de ella, pero frecuentemente sin nombrarla para que
ustedes no piensen: «¡Ah! ¡siempre referencias a la tradición judía y a esta
ciudad que es objeto de tantos conflictos! ¿En qué nos afecta esto?» Yo no
hablo de lo que se hace o se dice ahora a propósito de la ciudad de Jerusalén,
sino de la visión que describe san Juan, ya que con la riqueza y la belleza de
sus símbolos, expresa a la perfección este ideal de vida superior hacia el cual
debemos tender; por sus proporciones, sus medidas y los elementos que la
componen, ella es un reflejo del orden cósmico. Este orden debe descender a
la tierra, y nos corresponde a nosotros hacerlo descender entendiendo muy
bien lo que significa «descender». Y, en primer término, ¿por qué descender?
Porque ninguna situación en la tierra puede ser restablecida, ningún problema
puede ser resuelto, si uno se queda en el nivel en el que los problemas se
presentan. Simbólicamente, la luz, es decir la sabiduría, la inteligencia que
permite armonizar y organizar las cosas, están arriba, vienen siempre de más
arriba, nos toca a nosotros atraerlas, hacerlas descender para realizar la
plegaria de Jesús: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo».
Cuando cada quien haya hecho este trabajo en sí mismo, la Jerusalén
celeste descenderá en el cuerpo colectivo de la humanidad. Desde hace
mucho ya, ella comenzó a bajar, pero necesita mucho tiempo para hacerse
carne y hueso. Día y noche, espíritus luminosos están allí, ocupados
trabajando en los humanos para reemplazar las partículas oscuras que no
vibran en armonía con el mundo divino por nuevas partículas, más puras, más
sutiles. Miles de nuevas Jerusalén se preparan para formar conjuntamente
esta Ciudad celeste, el Reino de Dios, donde todos vivirán en la fraternidad y
en la paz.
La nueva Jerusalén representa por tanto en primer lugar al hombre mismo.
En segundo término, representa una sociedad ideal. Y finalmente, es la
verdadera Iglesia universal de Dios, la Iglesia del Espíritu y de la Verdad por
la que han trabajado todos los grandes Iniciados. Nadie podrá impedir ahora
que esta Iglesia venga. Entonces, todo será explicado, todo será claro, ya que
Dios vivirá en el corazón de los hombres y allí grabará su Ley.
Desde hace siglos, ¡los cristianos han soñado tanto con esta Jerusalén que
iba a descender del cielo! ¿Cómo hacerles entender que esta ciudad son ellos?
Sí, cuando abandonen la vieja Jerusalén – sus tinieblas, sus desórdenes
interiores- se convertirán en esta ciudad de oro puro, cuyos cimientos de
piedras preciosas son las virtudes y cuyas puertas de perla permiten los
intercambios más sutiles con las entidades luminosas del universo. Todas
estas Jerusalén vivas formarán el cuerpo material de la Jerusalén espiritual
que está arriba, en el mundo divino.
1 Cf. La Ciudad celeste, Col. Izvor No. 230, cap. XIV: «El festín de las bodas del cordero».
2 Cf. Los frutos del Árbol de la Vida, Obras Completas, t. 32, cap. XI: «El Verbo viviente».
3 Op. cit., cap. VII: «Los cuatro elementos».
4 Cf. El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor No. 220, cap. X: «Las 12 tribus de Israel y
los 12 trabajos de Hércules en relación con el zodiaco».
5 Cf. Los misterios de Iesod, Obras Completas, t. 7, cap. XII: «Las puertas de la Jerusalén celeste»; El
amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. VIII: «Las doce puertas del hombre y de la mujer».
6 Cf. El amor y la sexualidad, Obras Completas, t. 14, cap. X: «El filtro espiritual».
7 Cf. Miradas sobre lo invisible, Col. Izvor No. 228, cap. XIV: «El sueño, imagen de la muerte»; cap.
XV: «Protegerse durante el sueño»; cap. XVI: «Los viajes del alma durante el sueño».
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