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Catarsis Trágica: Interpretaciones Aristotélicas

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timiento (que no se da, por ejemplo, en la comedia). Recuérdese que, para
Aristóteles, lo bello supone siempre una magnitud adecuada.
La grandeza de pensamientos y sentimientos requiere un lenguaje apto para expresarlos. De ahí, la necesidad de que la tragedia utilice un estilo ornado, es decir, dotado de ritmo y armonia, y que ese estilo se acomode a las
diversas partes de la tragedia (que expresan pensamientos y emociones diversus).
De esta manera procura el filósofo deslindar el ámbito de la tragedia del
de la comedia. Para deslindarlo, por otro lado, del de la poesia épica añade
que la tragedia imita por medio de la acción y no de la narración. En la epopeya elpoeta (directamente o por medio de un personaje portavoz) relata los
hechos; en la tragedia la acción se presenta al espectador (o al lector) de un
modo inmediato, en las palabras, movimientos y gestos de cada personaje.
La narración queda sustituida por la personificación; el relato por el diálogo. Esta sustitución es precisamente, para Aristóteles, una de las razones de
la superioridad estética de la tragedia frente a la epopeya, ya que la personificación y el diálogo le confieren mayor intensidad. Por otra parte, también
logra su n con menos palabras que la epopeya y tiene una unidad más perfecta que ella.
Sin embargo, el rasgo más especifico de la tragedia, el que le presta, a los
ojos de Aristóteles y de toda la posteridad, su carácter peculiar, su interés
artístico y humano y hasta su prestigio metafísica es la purificación de las
pasiones por medio de la compasión y el temor, que la definición le asigna
como fin.
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CATHARsts
A PESAR DE QUEEN LA Poética elfilósofo no desarrolla el concepto de xózüuzgets, o tal vezprecisamente por eso y también, desde luego, por la gran fuerza
de sugestión que él encierra, las interpretaciones que se han dado del mismo
son muy numerosas. Ya a fines del siglo XVI contaba Beni una docena, según recuerda Hardy. En 1876 Döring (Kunstlehre des Aristoteles) mencionaba unos setenta estudios sobre el tema.
Los editores y comentadores del Renacimiento como Van Ellebode, Castelvetro y Robortello, interpretaban la xåöugats como una especie de inmunización, inducida por la tragedia en el alma de los espectadores contra las
pasiones de la compasión y el temor. Era, sin duda, una interpretación mo-
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ral, pero, de acuerdo con el espiritu de la época, respondio más al estoicismo
(para el cual cualquier pasión es enemiga del bien y de la razón) que al cristianismo (el cual dificilmente podia considerar la compasión como una pasión malsana). Castelvetro asegura que para Aristóteles el placer producido
por la tragedia consiste precisamente en «la purgatione et lo scacciamento
dello spavento e della compassione daglí animi humani».
Pero ya Maggi, a mediados del siglo XVI, entendía la uétöogats como una
purificación en sen tido platónico-cristiano. Según él (seguido en esto más tarde
por Godeau, Dacier, Chapelain y otros muchos comentadores del siglo XVII),
el efecto catártico producido por la compasión y el temor se manifestaba en
la liberación de otras emociones menos puras como la ira, la soberbia, la lujuria, etc. No se trataba ya de un proceso homeopático (similia similibus) sino alopático (contraria contrariis). Weinberg y Garcia Yebra citan estas frases de las In Aristotelis librum de poetica communes explanationes de
Lombardi y Maggi: «longe igitur melius est misericordiae et terroris interventu expurgare animum ab Ira, qua tot neces fiunt; ab Avaritia, quae infinitorurn pene malorum est causa; a Luxuria, cuius gratia nefandissima scelera saepissime patrantur. His itaque rationibus haudquaquam dubito,
Aristoteles nolle Tragoediae finem esse animam humanam a terrore, misericordiave expurgare, sed his uti ad alias perturbationes ab animo removendas; ex quarum remotione animus virtutibus exornatur».
El siglo XVIII, dominado por la Ilustración, tendió a prescindir de esta
exégesis cristianizante. Empezó a descubrir el sentido psicoterapéutico de la
uótâetgats _, y a ver en ella una suerte de sedante del alma. Asi, Batteux, cita-
do por Hardy y Garcia Yebra, dice: «La tragedie nous donne la terreur et
la pitié que nous aimons et leur ôte ce degré excessif ou ce mélange d'horreur
que nous n 'aimons pas. Elle allége l 'impression ou la réduit au degré et a l'espéce oú elle n 'est plus qu'un plaisir sans mélange de peine, Xogòtv öt ìxaôñ,
parce que malgré l'illusion du théâtre, á quelque degré qu 'on la suppose, Parti ce perce et nous console quand l 'image nous afflige, nous rassure quand
1' image nous cffraie».
Lessing, por su parte, en su famosa Hamburgische Dramaturgie, sin abandonar la interpretación moralista de la xótöotgots, procura ubicarla precisamente en el contexto de la ética aristotélica. La purtficación no se refiere a
todas las pasiones sino sólo a las dos que elfilósofo menciona: la compasión
y el temor, las cuales se purgan entre si (la compasión a la compasión, el temor al temor, la compasión al temor, el temor a la compasión). Teniendo
en cuenta el concepto aristotélico de la virtud ética, que es siempre término
medio entre dos vicios opuestos, concluye que la uósöagots trágica consiste
en «la transmutación de las pasiones en prácticas virtuosas» (der VerwandXVI
lung der Lindenschaften in tugendhafte Fertigkeiten), lo cual equivale al logro de una moderada compasión (término medio entre la indiferencia ante
el dolor ajeno y la excesiva misericordia) y a un moderado temor (término
medio entre el imperturbable coraje y el terror pánico) (Cfr. M. Kommarell,
Lessìng und Aristoteles, Leipzig, 1940).
En el siglo XIX, que presencia grandes avances de la medicina (corno la
asepsia y la anestesia), los filólogos e historiadores se inclinan por una interpretación médica (y no ya moral o religiosa) de la udöugats trágica. El primero en tomar este camino fue Bóckh, seguido luego por Weil y por Bernays. Esta interpretación (con muchas variantes de detalle) predomina en la
segunda mitad del siglo pasado, y aún la siguen en el presente autores como
Hardy. Todos tenemos necesidad, en mayor o menor grado, de sentir temor
y piedad --dice éste último-- y la tragedia nos permite hacerlo sin peligro
para nosotros y con placer: en esto consiste para el alma la catharsis, la cual
es asi una especie de medicación, de tratamiento y de higiene.
Sin embargo, a fines del siglo pasado surgieron algunas interpretaciones
estetizantcs de la xáâagats. Samuel H. Butcher (Aristotleïs Theory of Poetry
and Fine Arts) se inclinaba por una interpretación religiosa: «Greek tragedy,
indeed, in its beginnings was but a wild religious excitement, a bacchic ecstasy. This aimless ecstasy was brought under artistic law. It was ennobled by
objects worthy of an ideal emotion. The poets found out how the transport
of human pity and human fear might, under the excitation of art, be dissolved in joy, and the pain escape in the purified tide of human sympathy» (cit.
por Garcia Yebra).
La interpretación patológica de la uótäotgats resurge en el siglo XX a través
de nuevos estudios sobre las relaciones entre purificación, magia y moral en
el pitagorismo, como los de Delatte (Etudes sur la litterature pythagoricienne) y otros.
Para C. Diano, la teoría aristotélica de la xótöugats es una modalidad de
la -réx vn àìw-frias, es decir, del arte de liberar al alma humana del dolor, practicado por el sofista Antifón de Atenas en Corinto y sobre el cual escribió
éste una obra al mismo tiempo que compania tragedias (Plut. Vit. X orat.
1 p. 8383 C) (Francesco Robertello, intérprete de la catarsi, 1960). A. Plebe
sostiene que la xáöotgo.-.s no puede entenderse como curación mágica sino como
esclarecimiento de las pasiones cuyo efecto no es la curación de las mismas
sino un placer no utilitario (Origini c problemi de11”estetica antica- 1961).
A. Nicev, en un libro de publicación reciente (La catharsis tragique d'Aristote, 1982) retoma la interpretación ética de la uáôagats , «ce qui revient á
dire que celle-ci concerne lesproblérnes ayant trait au comportement des hommes, aux normes morales sur lesquelles sont fondés leurs rapports, aux obli-
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gations non écrites des membres de la sociéte', á l'opinion publique qui tranche ce qui est bien et ce qui est mal». Esto no impide, según este autor, que
la xóz argats sea al mismo tiempo psicológica y gnoseológica.
Varias décadas antes, Rostagni impugnaba asimismo las interpretaciones
modernas que consideran la doctrina aristótelica de la xárüctgats como ajena
a toda preocupación ética (<<A ristotele ed aristotelismo nella storia dell 'estetica antica», Studi italiani di filología classica, N. S. 2, 1921). La vinculaba,
por el contrario, con el concepto pitagórico de purificación terapéutica y la
en tendía concretamente como un procedimiento que se halla entre lo médico
y lo orgiástico, por el cual encuentran los hombres un desahogo de sus pasio-
nes y se sienten por tanto aliviados y gozosos.
Hay algunos puntos que deben quedar claros, en todo caso, en torno al
discutido problema de la xótüotqats:
1. Las palabras que encontramos en la definición de la tragedia: «que conducen, a través de la compasión y del temor, a la purificación de estas pasio-
nes» se refieren al espectador y no al actor como pensaba Goethe. En efecto,
más adelante (1453 b 3-7), Aristóteles dice: «Es necesario, en efecto, que el
argumento esté de tal modo organizado que, aun prescindiendo de la vista,
quien escucha los hechos acontecidos se estremezca y sienta lástima por lo
que pasa, igual que se doleria quien escuchase el mito de Edipo».
2. Las palabras «purificación de estas pasiones» (riyv 'rcív rotoúrwr
aruénuótrt-.w uótüctgatvj no se refieren a las pasiones en general sino a las an tes
nombradas (compasión y temor), con lo cual queda descartado la interpretación cristiana de Maggi, Dacier, Chapelain y otros autores del siglo XVII.
La purificación trágica no se extiende a todas las pasiones sino a la compasión y el temor.
3. La purificación de las pasiones no puede significar, para Aristóteles, desarraigo o aniquilación de las mismas, ya que esto correspondería al concepto estoico de la virtud, que se opone al aristotélico y fue combatido por los
peripatéticos. Es imposible aceptar, pues, la interpretación de Castelvetro y
Van Ellebode el cual cree que la tragedia «per miserationem et timorem has
ipsas affectiones ex animo abstergere».
4. Tampoco se puede aceptar una interpretación <<hedonistica», como la
de Batteux, que ve la uárüorgats como una reducción del dolor causado por
la compasión y el temor excesivos al placer causado por la compasión y el
dolor moderados. El placer es consecuencia de la purificación, de acuerdo
con la ética aristotélica que entiende el placer en general como un resultado
de toda actividad humana lograda: << Cada placer corresponde a un acto realizado. Cada uno de nuestros actos tiene su placer específico (Eth. Nic. 11 75
b. Cfr. Rhet. 1370 a 28-1372 a 37).
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5. Las interpretaciones que dan a la ucìtüagets un sentido médico, como
las de Weil y Bernays, son insatisfactorias, ya que resultan dificilmente insertables en el sistema filosófico del estagirita.
6. Las interpretaciones de tipo esteticista, como la de Valmigli, también
son insatisfactorias por anacrónicas. Aunque Aristóteles distingue lo bello
de lo bueno (no con mucha claridad por cierto) no se le puede atribuir una
estética desconectado de la ética. Lo que si es cierto es que A ristóteles se interesa mucho más que Platón por la estructura y la forma de la obra poética
y mucho menos que élpor los aspectos ético-sociales o ético-politicos del arte
y la poesia.
Para nosotros la uóöaqots trágica se vincula con la virtud, pero no con
la virtud ética sino más bien con la dianoética. No implica destrucción de las
pasiones ni con versión de las mismas en hábitos virtuosos mediante el logro
de un justo medio. Tampoco se reduce a una práctica higiénico, a algo asi
como una purga del alma, o a un método psicoterapéutico o psicoanalitico.
La uórüagats se produce en la tragedia mediante la elevación de lo singular
alo universal, mediante la sustitución de la compasión y del temor, que afec-
tan individualmente a cada espectador, por la compasión y el temor considerados universalmente, ya que la poesia no se ocupa de los individuos sino de
lo universal. Para el filósofo se trataría de transferir las pasiones desde la
parte irracional del alma a la parte intelectual; de hacer a las pasiones (compasión y temor) objeto de contemplación. El gozo que surge del acto contem-
plativo es el gozo supremo a que puede aspirar un hombre, ya que la contemplación de la verdad y la posesión de la virtud dianoética es el fin más alto
de la vida humana. Quien sea capaz de comtemplar las pasiones «sub specie
aeternttatis», es decir, en su esencia, en lo que tienen de necesario y universal, se olvidara de sus propias pasiones y podrá reemplazar la inquietud y
el dolor que éstas le causan por la serenidad y el gozo que da el conocimiento
puro.. Sin embargo, al hablar de la tragedia y de sus efectos catárticos, el estagirita no está equiparando de un modo absoluto el disfrute del arte con la
contemplación filosófica. Establece más bien una especie de analogía por la
cual el espectador de la tragedia es asimilado al filósofo. La prueba de ello
es que, como el propio Aristóteles reconoce la contemplación pura (Gang ia),
está reservada para una infima minoría, mientras de la contemplación trágica podrán participar todos los ciudadanos. De hecho, estos ciudadanos no
lograrán en el teatro conceptos universales propiamente dichos, pero se acercarán a lo universal lo suficiente como para olvidar sus pasiones e intereses
individuales, al vincularse (intelectual y emotivamente) con la totalidad del
género humano (Jl, a través de éste, con la totalidad del ser). El placer que
produce la udfâotqats mediante la contemplación trágica es, sin duda, infeXIX
rior y menos permanente que el que produce la pura teoria, pero es semejante a él. No se olvide que el verbo Geótouat se vincula tanto con « teatro» como
con «teorta». Por otra parte, conviene subrayar que cuando el entendimiento eleva el alma hasta lo universal no deja de influir en la parte no-racional
de la misma sino que arrastra tras si la emotividad. De tal modo, la purificación, lograda a través del conocimiento de lo universal (concepto o mito que
envuelve el concepto), se extiende a los sentimientos y a la voluntad. Al gozo
de la contemplación le sigue necesariamente el gozo de la serenidad emotiva
y de la paz sentimental.
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LAs rnes UNIDA Des
Los COMENTADORES del Renacimiento y, sobre todo, los preceptistas del Neoclasicismo inventaron la doctrina «aristotélica» de las tres unidades dramáti-
cas y lograron imponerla, a través de una Inquisición del «buen gusto», a
los poetas europeos hasta el triunfo del Romanticismo.
Nicolás Boileau, el celebrado satirico de Le Lutrin, publicó, en 1677, L'Art
Poétique, que se convirtió en el catecismo del neoclasicismo europeo, consiguió dividir a los poetas, durante un siglo y medio, en «antiguos» y «moder-
nos». Estos últimos fueron objeto de sus burlas. Llegó a componer una sátira Contre les femmes (1694), porque veia en las mujeres un baluarte de ,las
nuevas tendencias anti-clásicas (Cfr. René Bray, La formation de la doctrine
classique en France. Paris, 1927). En su Art Poétique formuló, con la seguridad que le daba su convicción de seguir las exigencias eternas del arte, primero expresadas por el estagirita, la siguiente regla:
Qu 'en un lieu, qu 'en un jour, un seul fait accompli
tienne jusq*á la fin le théátre rempli.
La influencia de Boileau y la vigencia de las tres unidades teatrales, supuestamente aristotélicas, se extendió no sólo a Francia sino también a Inglate-
rra, a Alemania, a España. En este último pais Leandro Fernández de Moratín ridiculizaba, en La comedia nueva, el teatro barroco, cuyos epigonos
llenaban aún los escenarios españoles del siglo XVIII, y, al mismo tiempo,
exigía en cada pieza teatral la estricta aplicación de las tres unidades (Cfr.
J. A. Cook, Neo-Classic Drama in Spain, Dallas, 1959). Calderón y Shakespeare, que tan olimpicamente habian trasgredido esta presunta regla aristotélica, llegaron a ser denostados como « bárbaros» (Cfr. Th. Rymer, The NeoXX
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