GOBIERNOS QUE NO GOBIERNAN PARA EL BIEN COMÚN A largo plazo, la ingobernabilidad de un país o de una sociedad se gesta porque durante un tiempo suficientemente largo sus gobiernos no gobiernan para el bien común sino única o muy preponderantemente para intereses particulares de minorías privilegiadas. En casi todos los períodos de gobierno hay fuerzas sociales que resultan privilegiadas por las políticas gubernamentales. Esto es prácticamente inevitable. Y si bien los gobiernos conservadores o de derecha tienden a privilegiar más establemente a las fuerzas sociales empresariales, a las clases pudientes y a los sectores poblacionales nacionales o incluso nacionalistas, los gobiernos progresistas o de izquierda tienden a privilegiar más establemente a las fuerzas sociales trabajadoras, a las clases no pudientes y a los sectores poblacionales étnicamente minoritarios o migrantes. Por eso, precisamente, una alternancia en el poder que permita hacerse cargo del gobierno a las fuerzas que más valoran la igualdad ciudadana, tiene una mayor probabilidad de aumentar la gobernabilidad de un país que un período prolongado de permanencia en el poder de las fuerzas que más valoran el predominio elitista y, con ello, una estridente desigualdad. No hay que olvidar que el poder -político y económico- juega también con la cultura y, especialmente con los valores o “hábitos del corazón”. El modo como la cultura hegemoniza a la sociedad hace que, a veces, fuerzas políticas progresistas estén sometidas a ondas conservadoras de larga duración. Y lo mismo -aunque menos frecuentemente- a lo contrario. Pero en las sociedades modernas, en las que el totalitarismo -e incluso el brutal autoritarismo de la Seguridad Nacional revestido de fachada democrática- ha ido perdiendo atractivo, es muy difícil que un liderazgo político pueda mantener la gobernabilidad de un país sin encargarse con alguna seriedad y constancia, de las necesidades fundamentales de las clases trabajadoras y no pudientes así como de los sectores étnica o culturalmente minoritarios de la población, y además, de los migrantes. LOS INVERNADEROS DONDE CRECE LA VIOLENCIA El mejor indicador de la ingobernabilidad de un país es el índice de violencia cotidiana que vuelve la vida diaria caótica y en cierto modo invivible. Esta violencia cotidiana se enraíza en la injusticia institucionalizada que abonan los “poderes fácticos” -los económicos, en alianza con los políticos o los militares- en el militarismo, en la corrupción, en la discriminación y en los “poderes ocultos” -delincuenciales- que la fomentan y hacen que la sociedad se aparte del respeto a los derechos humanos y construya “estados ilegítimos” dentro de un siempre lejano Estado de Derecho. La violencia cotidiana se cultiva también en las situaciones en las que una parte notable de la población urbana y rural vive en condiciones extremas de marginalidad y vulnerabilidad social, ecológica y de salud. La violencia cotidiana se siembra y crece también en condiciones de ausencia o de deficiencia educacional, cuando en las instituciones educativas rara vez se aprende a aprender y casi nunca se conecta la educación con una amorosa reconstrucción humana y con la preparación para el trabajo. La violencia cotidiana florece cuando el trabajo es escaso, poco digno, y su falta obliga a mucha gente a migrar, tanto más si las puertas de la migración se cierran cada vez más. Todos estos invernaderos de la violencia contagian frustración, prepotencia y aumento de violencia en muchas áreas de la vida cotidiana, desaniman el ejercicio de la ciudadanía y amenazan con cerrar el círculo vicioso en donde puede saltar la ingobernabilidad, cuyos frutos no son únicamente los posibles estallidos sociales sino sobre todo la constante frustración de las oportunidades para la participación democrática ciudadana. El problema de la ingobernabilidad no es sólo que las multitudes se frustren y sufran la violencia cotidiana de muchos gobernantes y ciudadanos ciegos de humanidad, sino que el gobierno las encierre como apestadas sin futuro en sus barrios marginales invivibles y en sus rincones rurales inaccesibles con salud precaria, educación inadecuada y falta de trabajo. La ingobernabilidad de una sociedad no es principalmente “la rebelión de las masas”, sino el fracaso y el hundimiento de un gobierno que naufraga en la cotidianidad burocrática, abusa sin sentido de lo que le queda del monopolio de la fuerza, y no tiene el valor de buscar el bien común. Mientras, gran parte de la ciudadanía se cubre de vergüenza asistiendo con voluntaria impotencia al desmoronamiento de un país. Aunque ésta no es toda la historia. Existe otra gran parte de la ciudadanía que trabaja todos los días en la ciudad, en el campo y en la migración, se organiza y se asocia, despliega torrentes de imaginación creadora y, a pesar del gobierno malogrado y de la falta de participación de muchos ciudadanos, no sólo apuntala al país para que no se consume su desmoronamiento, sino que lo levanta y lo mejora contra viento y marea, contra el viento del racismo y la marea de la desigualdad. Esta visión desde abajo, que va poco a poco arrebatando plazas fuertes a la pobreza, rara vez la contamos y la analizamos. INNEGABLE PROTAGONISMO DE LA SOCIEDAD En Guatemala, la conciencia excluyente de ciudadanía -esa conciencia simbolizada en “La Patria del Criollo”, hecha de abolengo, riqueza y racismoha tenido una enorme fuerza. Precisamente por eso, es importante señalar el enorme avance que ha supuesto la implantación de muchas ONG- no pocas de ellas ligadas de una manera u otra a la Iglesia Católica-, dedicadas al reconocimiento y a la defensa de los derechos humanos. Nombres como Rigoberta Menchú, Helen Mack y Juan Gerardi son sólo símbolos preclaros de muchos otros y otras menos famosas. La epopeya de los campesinos indígenas -y algunos ladinos- del departamento de Huehuetenango que emigraron al Ixkan, en el norte del Quiché, e inspirados por los sacerdotes de Maryknoll, se asentaron en sus parcelas cooperativas, tuvo un éxito que desafió las masacres de la guerra, la salida al refugio en México, la repatriación y el retorno. En medio de muchos conflictos manipulados por el Ejército y otras organizaciones, han conseguido mantenerse y al mismo tiempo han ido afrontando los cambios culturales e identitarios propiciados por su roce con las nuevas generaciones. La depredación de la selva, el corredor del narcotráfico, las exploraciones petroleras y los megaproyectos del Plan Puebla Panamá son amenazas que no han derrotado la fuerza de esta región emergente.