La higiene en la Corte de Luis XIV

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Deruisseau, Federick H La higiene en la Corte de Luis XIV. Actas Ciba 2005; 1 (1)
ISSN en trámite
La higiene en la Corte de Luis XIV
Afliliación: Federick H. Deruisseau
Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne
12, place du Panthéon
75231 Paris cedex 05
fhderuisseau@univ-paris1.fr
Recibido: 11/08/2005
Aceptado: 25/11/2005
Cuidados corporales
Cuando hoy día comparamos los Tratados de Higiene de la Edad
Media con los procedentes de la época de esplendor del "Rey Sol", las
reglas higénicas medioevales nos parecen en realidad progresivas; el
lavado y los baños ocupan en ellas un puesto preferente, las casas de
baños municipales desempeñan un papel especialmente importante. Ahora
bien, precisamente estas casas de baños contribuyeron a la licenciosidad
de las costumbres e incluso se cree que también fueron responsables de la
rápida propagación de epidemias. Por esta razón, la Iglesia procuró que se
cerraran estas instituciones, que en un principio se hallaban
exclusivamente destinadas a fines higiénicos. De este modo, las casas de
baños desaparecieron poco a poco de las ciudades y la gente empezó a
perder el hábito de bañarse. El aseo corporal dejó de tener importancia
hasta el punto de que en el siglo XVII, época de un lujo refinado en el
vestido, el baño solamente se conocía como una prescripción médica poco
frecuente.
Verdad es que en una monografía aparecida en 1630 acerca de la
galantería francesa se dice que debiera irse de vez en cuando a la casa de
baños para mantener limpio el cuerpo, y que debiera uno tomarse la
molestia de lavarse las manos cada tres días con jabón de almendras. Sin
embargo, el mismo Luis XIV era muy reacio al baño, pues le producía
vértigos y dolores de cabeza. "El rey jamás se ha podido habituar a
bañarse en casa", hace notar melancólicamente Vallot, su médico de
cámara, en 1658 en el "Journal de la Santé du Roi". Más afición mostraba
el rey por los baños en el Sena; cuando era niño, se bañaba en el río con
su madre, Ana de Austria (1601-1666), y las personas de la Corte, todos
ellos vestidos con largas camisas grises.
De todos modos, la limpieza de las manos era considerada como
algo importante. El rey se frotaba las manos opr las mañanas y a las
horas de la mesa con un paño impregnado en espíritu de vino. También se
recomendaba a los jóvenes príncipes que se frotaran las manos con paños
después de haberse vestido.
El lavado de las manos pasaba por ser signo de extraordinaria
decencia y en la Corte llegó a ser una cuestión de prestigio; una prueba
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de consideración y de amistad era el que una dama de la Corte invitara a
una compañera suya a lavarse juntas las manos en la misma jofaina.
El lavado de las manos después de la comida llegó a constituir una
necesidad, pues en la Corte, según comunica Liselotte del Palatinado,
únicamente el rey utilizaba un tenedor. También se generalizó la moda de
enjuagarse la boca después de la comida, en tanto que los gargarismos
solamente se hacían en casos de enfermedades de garganta.
El cambio de ropa interior tampoco se hacía con demasiada
frecuencia. En las memorias y cartas de aquella época se encuentran
siempre quejas acerca del mal olor de la gente de la Corte. Así se explica
el frecuente uso de penetrantes perfumes. En parte era también el tabaco
la causa de los desagradables olores e incluso las damas tomaban rapé.
Liselotte del Palatinado dice desenfadadamente que este tabaco "hacía
apestar horriblemente".
A esto venía a agregarse otra calamidad; aun cuando se conocía el
uso de los pañuelos, se prefería ostentarlos visiblemente y sólo en calidad
de adorno, de tal manera que al tomar rapé se ensuciaban fácilmente el
vestido y la gorguera de encajes.
Higiene de la vivienda
Todavía más que el deficiente aseo corporal, era la suciedad de las
viviendas la que contribuyó a las enfermedades. Aun actualmente puede
advertirse la poca atención que se concedía a la salud en estos suntuosos
castillos, a pesar de modificaciones y renovaciones. Aun cuando era la
época delos altos y pesadamente adornados aposentos del estilo barroco
(el dormitorio del rey y de su familia no tienen el carácter íntimo de
"boudoir" de las habitaciones del siglo XVIII), estos aposentos,
precisamente a causa de su espaciosidad y altura, eran difícilmente
calentables en invierno. El rey, que gustaba del aire libre, había abrir las
ventanas de par en par, pero otras personas, como Madame de
Maintenon, que acostumbraba a sentarse en una silla protegida por tres
lados de la corriente de aire por medio de un biombo, tenía las ventanas
herméticamente cerradas. Estas soberbias habitaciones contrastaban
bizarramente con el insuficiente "gabinete accesorio", cuartitos
pequeñísimos a menudo sin ventanas (los llamados guardarropas), en los
cuales por lo general, se hallaba colocado el sillón destinado a ciertas
necesidades. En estos castillos no existían ni siquiera pozos negros como
en la Edad Media. Los primeros retretes, denominados "cabinets
d'aisance" (ya el nombre indicaba que se consideraban como instalaciones
de lujo) fueron colocados en Versalles en el último tercio del siglo XVIII y
se destinaban exclusivamente para el rey y la reina.
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Estas insuficientes instalaciones sanitarias eran el tosco reverso de
un siglo por lo demás tan resplandeciente. El antiguo Louvre, así como
también el nuevo palacio de Versalles, eran ensuciados sin miramiento
alguno. En las cercanías de las viviendas reales, venía a agregarse en
París el lodo y la suciedad de las calles. Después de los disturbios de la
Fronda, la reina-madre no quería regresar a la capital para no exponer a
sus hijos a la "peste del Palais Royal", pues en él habían enfermado.
Todavía más antihigiénica era la instalación del antiguo Louvre. En
el dormitorio del monarca reinaba tal oscuridad que había que tener
encendidas las bujías durante el día.
Los mismos ciudadanos llegaron a sentirse molestados por la
suciedad que se acumuluba alrededor de los palacios, como lo prueba un
memorial presentado en 1670. "El ensuciamiento de los palacios - se dice
en él - no solamente ofende al respeto que merece una vivienda real, sino
también a la pulcritud y a la decencia, y es verdaderamente peligroso en
tiempos de peste". El solicitante se ofrece por ello colocar una serie de
"sillones de necesidades", cuyo arrendamiento desea tomar por su cuenta.
La general suciedad de los jardines representaba para los habitantes de
los palacios y de la ciudad algo más que una molestia, pues constituía un
permanente peligro para la salud, ya que todas las basuras de la ciudad
de París iban a verterse en el Sena, con lo cual el agua de este río
quedaba completamente apestada. Como quiera que sólo existían tres
acueductos en la ciudad, uno de los cuales procedía del tiempo de los
romanos, el agua era generalmente recogida por los aguadores
directamente del río contaminado y vendida a los ciudadanos, que la
bebían sin tomar medida alguna de precaución; las consecuencias de ello
eran la disentería y el cólera.
Higiene del parto y de los recién nacidos.
En circunstancias especiales se practicaba en la Corte una especie
de Higiene; así, por ejemplo, el llamado "lit de travail", cama especial
para los partos de las reinas, se cubría con una funda protectora del
polvo.
Por lo que respecta a la parturienta, no se tomaban excesivas
precauciones. Ya durante el parte debían hallarse presentes los príncipes y
las princesas, así como altos dignatarios, con objeto de hacer imposible
una suplantación dela criatura. El recién nacido se llevaba a una
habitación contigua y ante una chimenea que se encendía aún en los
meses de verano, era frotado con una esponja empapada en vino o
esencia de rosas.
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Durante nueve días no se permitía abrir los postigos de las ventanas
en la habitación de las egregias parturientas. También se ponía especial
cuidado en que no penetrara en el aposento ninguna persona que oliera a
perfume, pues se creía que los olores eran perjudiciales para la madre y el
niño. Se consideraba de consecuencias fatales el que la parturienta se
durmiera inmediatamente después del parto y, por lo general, era
obligacióndel segundo cirujano hablar a la joven madre para que se
mantuviera despierta.
Las medidas de precaución tomadas para la selección de amas eran
interesantes: tres meses antes del parto se escogían entre el gran número
de solicitantes cuatro amas; su edad tenía que estar comprendida entre
los 22 y los 30 años y debían tener leche ya 3 meses, ser de
temperamento sanguíneo y humor jovial y poseer una constitución
vigorosa y un buen apetito. Se exigía que tuvieran el cabello castaño o
negro, dientes sanos, piel blanca y carecer de olor corporal. El médico de
cámara escogía las amas según estas normas y el cirujano era encargado
de extender un certificado de salud de sus familias; los vecinos eran
también preguntados acerca de la conducta de las amas. Estas nodrizas,
escogidas cuidadosamente según principios que en parte casi no se
diferencian de los actuales, no podían tocar siquiera al pequeño príncipe.
Las tareas de vestirle, mudarle los pañales, lavarle, cepillarle y limpiarle
las orejas, eran desempeñadas solamente por las llamadas "remueuses"
(de "remuer" remover) y esto solamente a horas determinadas; también
estaban obligadas a notificar inmediatamente al médico cuando en el
cuerpo del niño se advertían manchas, granos y otros signos de
enfermedad.
Citaremos algunas prescripciones sacadas de los preceptos para la
educación del Delfín, tal como habían sido dictados expresamente para
Luis XIV hasta cumplir los 7 años: El recién nacido no debe dormir en
lechos de pluma, sino sobre colchones de crin y estando encencidas las
bujías, con objeto de que no sea intranquilizado por fantasmas; ha de
llevar calzado cómodo y vestidos amplios, el pelo será peinado y limpiado
y las manos lavadas, pues la pulcritud "es una cualidad muy
recomendable para un príncipe". Para evitar accidentes, las paredes de la
habitación donde jugaba el niño eran forradas con colchones hasta la
altura de una persona.
Profilaxis de contagios
En esta Corte que se limitaba a cumplir las reglas elementales de
limpieza, se tomaban también pocas precauciones en casos de
enfermedades contagiosas. En atención a la frecuente aparición de las
viruelas, por deseo del monarca no se admitían en palacio jóvenes que no
hubieran pasado ya esta enfermedad.
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Por su parte, el rey practicaba una especie de desinfección el día en
que se llevaba a cabo la tradicional ceremonia de "tocar a los
escrofulosos"; antes de dicho acto se frotaba las manos con un paño
empapado en vinagre.
Verdad es que en aquel tiempo había en la Corte una persona que
empleaba medidas de profilaxis casi semejantes a las modernas e incluso
las exageraba; nos referimos a la marquesa de Sablé (1599-1678), una
"précieuse" del espiritual salón de la Rambouillet. Un gran historiógrafo de
la época, Tallement des Réaux, nos describe su miedo a los contagios.
Cuando tenía que ser sangrada, el cirujano era conducido al aposento más
alejado del dormitorio y allí tenía que despojarse de sus vestidos, vestirse
con una bata limpia y ceñirse un gorro nuevo para no traer a la marquesa
el aire viciado de sus pacientes, pues ésta estaba convencida - y así lo
dice en una carta - de que, "un vestido sucio se impregna de aire viciado
mucho mejor que uno limpio".
No parece sino que esta marquesa presintió la asepsia moderna.
También exigía de sus amigos que habían visitado a enfermos de viruelas,
innumerables medidas de precaución: tenían que dejar pasar por lo
menos tres días después de haber estado en casa del enfermo, habían de
cambiar sus vestidos por completo y escoger para visitarla un día en que
helara, no permitiendo que se acercaran a ella a distancia menor de
cuatro pasos; por su parte, hacía encender un gran fuego y empleaba
vinagre, ruda y absenta como medidas de precaución.
Como se ve, ya se iniciaban aquí algunos principios para la profilaxis
de las enfermedades contagiosas; pero la verdad es que las reglas de
Madame de Sablé no lograron imponerse. El mundo estaba todavía muy
alejado de la Higiene moderna.
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