comunidades transnacionales y migración

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6.3. COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y MIGRACIÓN
EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN1
DR. ALEJANDRO I. CANALES2
DR. CHRISTIAN ZLOLNISKI3
INTRODUCCIÓN
En la literatura tradicional sobre la movilidad de la población, ésta suele analizarse con base en
dos grandes categorías por medio de las cuales se intenta diferenciar los distintos tipos de
migración. Por un lado, se usa el término de “migración permanente” para referirse a quienes
cambian de manera definitiva su comunidad, región o país de residencia habitual. Por otro
lado, se usa el término de “migración temporal” o “circular”, para referirse a aquellos
desplazamientos continuos y recurrentes, que definen un constante ir y venir, pero en donde, la
residencia habitual se mantiene en la comunidad de origen. Se trata de cambios temporales de
residencia, que no alteran el carácter permanente de la residencia habitual4.
Este enfoque ha sido objeto de crítica por parte de un grupo creciente de especialistas en
migración internacional desde finales de los años ochenta. Diversos estudios han mostrado que
el esquema bipolar tradicional parece no ser útil para entender las características y formas que
ha asumido el proceso migratorio a nivel internacional a partir de las últimas décadas del siglo
XX. En particular, en el caso de la migración México-Estados Unidos, se destaca el hecho que
a partir de mediados de los setenta, se ha mantenido un importante proceso de asentamiento de
la población migrante (Canales, 1999; Cornelius, 1992; y Chávez, 1988), lo que pudiera
interpretarse como una transformación del carácter temporal de la migración hacia uno
permanente. Sin embargo, este proceso de asentamiento no parece estar asociado a ningún
proceso de asimilación e integración social, cultural y política de los migrantes mexicanos a la
sociedad norteamericana. Diversos autores se refieren a este proceso en términos de la
configuración de comunidades transnacionales (Smith, 1993; Portes, 1997; Georges, 1990;
Roberts, Frank y Lozano, 1999) esto es, que a través de la migración, se activarían diversos
factores y procesos de articulación en el ámbito cultural, social y económico, entre
comunidades e instituciones sociales distantes y separadas geográficamente.
1
Ponencia presentada en el SIMPOSIO SOBRE MIGRACIÓN INTERNACIONAL EN LAS AMÉRICAS. San José, Costa
Rica, 4 al 6 de Septiembre de 2000. Los autores desean agradecer al Dr. Rafael Alarcón sus comentarios y
generosidad en facilitarnos gran parte de la bibliografía utilizada en este trabajo.
2
Profesor-Investigador, Departamento de Estudios Regionales-INESER, de la Universidad de Guadalajara,
México. (e-mail: acanales@megared.net.mx)
3
Profesor-Investigador del Departamento de Estudios Sociales, de El Colegio de la Frontera Norte, México. (email: crisz@colef.mx)
4
Un tercer tipo de migración, es la diáspora. En ésta, si bien el desplazamiento puede implicar un cambio
definitivo de la residencia, no implica una integración completa y total en el lugar de asentamiento. Se mantiene y
refuerza, en cambio, la pertenencia a comunidades u organizaicones que operan a escala internacional. Tal es el
caso de los misioneros, así como también el reparto de los judíos por todo el mundo. No obstante, esta modalidad
migratoria históricamente no ha sido por razones laborales, sino por motivos de persecución política, religiosa o
cultural. Para un análisis más detallado de las diásporas contemporáneas, véase Cohen, 1997.
6.3.1
El presente trabajo busca presentar una reflexión conceptual sobre este nuevo modelo de
comunidades transnacionales, identificando algunos desafíos y exigencias teórico-metodológicas
que éste implica para la manera de abordar el estudio de procesos de migración internacional en el
actual contexto de la globalización. Más que dar un visión acabada del problema, queremos
destacar algunos puntos que consideramos importantes planteados por este enfoque. Dicha
discusión se basa fundamentalmente en la experiencia de la migración México-Estados Unidos,
aunque sus repercusiones también pueden ser útiles para otros casos. El trabajo se divide en
cuatro partes. En la primera exponemos las principales diferencias en el modo de abordar el
estudio de la migración mexicana a Estados Unidos entre el modelo bipolar de migración
permanente-migración temporal y el enfoque transnacional. En la segunda parte se presenta una
reflexión de la manera en que procesos de globalización económica acentuados en las últimas
décadas del siglo XX han servido como factores centrales para el desarrollo y consolidación de
comunidades transnacionales multilocales de trabajadores internacionales. En la tercera parte
explicamos el papel central que juegan los conceptos de redes sociales y capital social en el
modelo de migración transnacional. La cuarta parte del trabajo presenta referentes empíricos de la
manera en que comunidades transnacionales de migrantes mexicanos en Estados Unidos se
articulan en asociaciones de comunidades de origen a través de las cuales los inmigrantes buscan
mejorar sus condiciones de vida tanto en sus comunidades de origen en México como de destino
en Estados Unidos. En la conclusión, reflexionamos sobre los desafíos que el modelo de
migración transnacional implica a nivel teóricos y metodológico para los estudios de migración,
así como para el ámbito de acciones y políticas públicas que busquen defender los derechos de los
migrantes internacionales.
EL ENFOQUE DE MIGRACIÓN TRANSNACIONAL
La literatura sobre la movilidad de la población suele distinguir dos grandes categorías o tipos
de migración, la “migración permanente” o definitiva, y la “migración temporal” o circular.
En esta tipología, lo básico para la categorización de la migración, es la relación que a través
de ella, se establece entre lo que sería la comunidad o región de origen y la de destino (Roberts,
Frank y Lozano, 1999). En el primer caso, en particular, la definición de una y otra es simple y
directa, y se corresponde con la definición que tradicionalmente se ha usado en la demografía
para estimar los cambios de residencia internos e internacionales a través de censos y
encuestas. En este sentido, el problema es delimitar el tiempo necesario para que un cambio de
residencia se considere como definitivo (Canales, 1999). En el segundo caso, la misma
definición de “origen” y “destino” es algo más borrosa, por cuanto el individuo o su familia no
modifican su residencia habitual. Se trata más bien de la configuración de un circuito
migratorio, cuyo origen o centro, es la comunidad de residencia habitual, y los “destinos” son
sólo transitorios y temporales.
Inicialmente, estas dos categorías fueron usadas para analizar la migración internacional. Así,
la migración europea a América del Norte y a América del Sur, del siglo XIX y principios del
siglo XX, se consideró como un típico desplazamiento de tipo permanente o definitivo. Si bien
los migrantes europeos mantuvieron estrechos contactos y relaciones con sus comunidades de
origen, estas fueron menguando, de modo que en dos o tres generaciones se habían integrado
socialmente a sus respectivas regiones de llegada (Portes y Rumbaut, 1996). Para entender este
proceso de integración y las tensiones que fue generando, surgieron diversos esquemas, entre
6.3.2
los cuales destacó el “paradigma de soberanía” (Smith, 1993) mediante el cual se pensaba que
el migrante llegaba a convertirse en ciudadano, por medio de su asimilación o
“americanización” (Rumbaut, 1997).
Por su parte, la migración temporal pareció ser una categoría clave para entender los continuos
y permanentes desplazamientos de mexicanos hacia Estados Unidos (Bustamante, 1975). Si
bien, no pocos mexicanos a lo largo del siglo XX se quedaron a vivir en forma definitiva en los
Estados Unidos, es claro, que hasta mediado de los setenta al menos, el grueso de la migración
estaba compuesta por individuos que establecían desplazamientos circulares y recurrentes entre
sus comunidades de origen, y diversas zonas rurales del sur de los Estados Unidos, y en donde,
la migración no podía entenderse como un evento único, sino como una carrera migratoria,
pero cuyo destino final, solía ser el retorno definitivo a las comunidades de origen en México.
En este caso, el paradigma de la soberanía, o de la asimilación, también parecía funcionar, pero
en un sentido opuesto a la migración permanente. El carácter temporal y transitorio de la
migración, obstaculizaba el proceso de asimilación y americanización del migrante, en la
medida que se mantenía un fuerte y poderoso sentido de pertenencia social, cultural y política
con las comunidades, regiones y países de origen (Smith, 1993).
Sin embargo, diversos estudios han mostrado que este esquema de análisis parece no ser útil
para entender las características y formas que ha asumido el proceso migratorio a nivel
internacional a partir de las últimas décadas del siglo XX. En el caso de la migración MéxicoEstados Unidos, el proceso de asentamiento de la población migrante no estaría necesariamente
vinculado a dichos patrones, sino que adquiriría un perfil demográfico, social y cultural
notablemente diferente del reflejado por aquel modelo. El asentamiento de migrantes
mexicanos habría alcanzado una masa crítica de tal forma que diversos espacios de la
migración se estarían modificando y configurando como espacios sociales pluri-locales, los
cuales se sustentan en las redes e intercambios que vinculan en forma cotidiana y permanente
las comunidades de origen y las de destino. Se trata de la conformación y consolidación de
redes sociales que hacen del proceso migratorio un fenómeno social y cultural de profundas
raíces (Massey, et al, 1987). Así por ejemplo, en aquellas regiones y comunidades donde se ha
presentado con más intensidad a lo largo del tiempo se ha configurado un complejo sistema de
redes de intercambio y circulación de gente, dinero, bienes e información que tiende a
transformar los asentamientos de migrantes a ambos lados de la frontera en una sola gran
comunidad dispersa en una multitud de localizaciones (Rouse, 1992).
Algunos autores se refieren a este proceso como la conformación de comunidades
transnacionales (Smith, 1993; Portes, 1997; Georges, 1990; Roberts, Frank y Lozano, 1999).
Se trata de la dislocación y desestructuración del concepto tradicional de “comunidad”,
especialmente en términos de sus dimensiones espaciales y territoriales (Kearnay y Nagengast,
1989; Rouse, 1991). Esta virtual “desterritorialización” de las comunidades viene dado por este
continuo flujo e intercambio de personas, bienes e información que surgen con y de la
migración, y hacen que la reproducción de las comunidades de origen en México esté directa e
intrínsecamente ligada con los distintos asentamientos de los migrantes en barrios urbanos y
pueblos rurales de los Estados Unidos (Alarcón, 1995; Hondagneu-Zotelo, 1994). Esta nueva
forma social y espacial que asume el proceso migratorio, implica también una dislocación y
desestructuración del concepto tradicional de migración y de migrante. Por de pronto, la
migración ya no se refiere necesariamente a un acto de mudanza de la residencia habitual, sino
6.3.3
que se transforma en un estado y forma de vida, “de un medio de cambio del lugar de
residencia se transforma en un contenido de una nueva existencia y reproducción sociales”
(Pries, 1999:3). Como forma de vida y existencia, sostenemos que la conceptualización del
proceso migratorio contemporáneo no puede reducirse a dar cuenta de un mero flujo de
personas y/o de trabajadores, sino que debe también referirse e integrar, un no menos
importante flujo e intercambio de bienes materiales y simbólicos, esto es, de recursos
económicos, culturales, sociales y políticos. Asimismo, la migración no implica sólo un flujo
en un único sentido, sino un desplazamiento recurrente y circular, un continuo intercambio de
personas, bienes, símbolos e información.
Diversos autores han planteado el concepto de “transmigración” y “transmigrantes” para
referirse a estas nuevas modalidades y formas que asume la movilidad de la población a nivel
mundial (Tilly, 1990; Smart, 1999; Portes, 1997; y Glick Schiller, Basch y Blanc-Szanton,
1992). La transmigración difiere de las formas clásicas de migración, porque ella implica la
consolidación de nuevos espacios sociales que van más allá de las comunidad de origen y de
destino, se trata de la expansión transnacional del espacio de las comunidades mediante
prácticas sociales, artefactos, y sistemas de símbolos transnacionales. A diferencia de la
migración temporal, la transmigración no define una situación transitoria, sino que refleja esta
emergencia de espacios pluri-locales y de comunidades transnacionales, en donde además, la
condición de migrante se transforma por completo.
COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y GLOBALIZACIÓN
En un estudio reciente (Glick Schiller, 1996; citado por Portes, 1997), se argumenta que
procesos similares de relaciones, movimientos e intensidad de las inversiones y contactos entre
lugares de origen y asentamiento, se dio también entre los inmigrantes europeos de principios
del siglo XX. En general, podríamos estar de acuerdo con esta idea, no obstante, no cabe duda
que las comunidades transnacionales actuales poseen un carácter distinto que justifica este
nuevo concepto para referirse a ellas. Este carácter esta definido por distintos factores, aquí
sólo nos detendremos en dos de ellos.
a) Un primer aspecto se refiere al contexto macroestructural en el cual se desarrolla este
proceso. En concreto, el “transnacionalismo” junto a la conformación de comunidades
transnacionales, forma parte importante del proceso de globalización de la sociedad
contemporánea, configurando no sólo una forma de globalización, sino además, la formación
de una figura social específica que emerge y forma parte de la sociedad global.
De acuerdo a diversos autores, la globalización corresponde a la transición de una sociedad
industrial a una sociedad informacional, en donde ésta última reconfigura las bases de la
economía industrial mediante la incorporación del conocimiento y la información en los
procesos materiales de producción y distribución (Castells, 1998; Kumar, 1995). La economía
informacional implica así, un nuevo tipo de configuración espacial de las relaciones
económicas en el sistema-mundo, caracterizadas por su globalización creciente. En este marco,
la globalización y flexibilización del sistema de producción, configuran los ejes de la
reestructuración capitalista, a la vez que definen el nuevo sistema de reglas con base en las
cuales estarían operando las relaciones capital/trabajo en el mundo actual. En este contexto,
suele destacarse los cambios que afectan a la estructura del empleo y las ocupaciones, en tanto
6.3.4
ellos serían la base del surgimiento de una nueva estructura de clases y estratificación social
(Castells, 1998).
Al respecto, diversos autores ponen énfasis en la creciente polarización que se manifiesta en la
estructura social de las ocupaciones. Se trata de una segmentación del mercado de trabajo, en
donde junto a empleos estables, de altos ingresos, se presentan otros marcados por su carácter
informal y ocasional. Sassen y Smith (1992) denominan a éste como un proceso de
casualization, como una forma de enfatizar el marco de precariedad en que él se presenta.
Aunque se presentan diversos tipos de empleos en la economía informal, la mayoría de ellos
corresponden a puestos de trabajo no calificados, sin posibilidades de capacitación, y que
envuelven tareas repetitivas. En no pocos casos, se trata además de empleos “ocasionales” en
industrias que aún se rigen por formas fordistas de organización del proceso de trabajo. En este
sentido, la casualization, o si se quiere informalización, corresponde más bien a una estrategia
de tales firmas para enfrentar los retos de la competencia, sin asumir los costos de la
innovación tecnológica. De esta forma, la economía informal no sólo es una estrategia de
sobrevivencia para las familias empobrecidas por la restructuración productiva, sino también, y
fundamentalmente, es resultado de los patrones de transformación en las economías formales y
sectores de punta de la economía estadounidense (Canales, 2000).
En estos mercados casualizated, o informalizados, tiende a presentarse una importante
selectividad en cuanto al origen de la fuerza de trabajo empleada. Así por ejemplo, FernándezKelly (1991) encontró que tanto en los condados del sur de California, como en Nueva York,
hay una fuerte presencia de hispanos y otras minorías étnicas en este tipo de actividad,
especialmente en los sectores de manufacturas. Se trata de ocupaciones como operadores,
tareas de ensamble, y otras de baja calificación y bajos ingresos. Asimismo, esta autora señala
que en la mayoría de los casos no hay sindicatos, se desarrollan prácticas de subcontratación, y
que prevalece una alta participación de mano de obra femenina.
En este marco entonces, esta estrategia de flexibilidad y desregulación laboral, que afecta
directamente las condiciones de trabajo y de contratación, parece no obstante, ser la base de
una nueva oferta de puestos de trabajo para la población migrante (Zlolniski, 1994). Así por
ejemplo, se da un importante incremento de trabajadores migrantes en empleos como
“janitors”, jardineros, “house cleaners”, “dishwashers”, y otras ocupaciones similares de baja
calificación y precarias condiciones de trabajo. De esta forma, los trabajadores migrantes,
conforman una base demográfica para la configuración de un “proletarian servants” en el
marco de la consolidación de una sociedad postindustrial (Rouse, 1991).
En este sentido, la segmentación del mercado de trabajo, es la base de una segmentación de la
población en estratos económicos, sociales y culturales diferenciados. Si bien los distintos
segmentos o estancos ocupacionales se configuran siguiendo una lógica económica dictada por
el proceso de desregulación contractual y flexibilización laboral, quienes conforman cada uno
de estos segmentos no lo hacen siguiendo una lógica estrictamente económica, sino en función
de procesos de diferenciación social “extra-económicos”, en especial factores de diferenciación
cultural, étnica, demográfica, de género, y de condición migratoria.
Con base en estos factores de diferenciación social, se configuran grupos poblacionales con
diversos grados de vulnerabilidad y desventajas sociales, que les impiden establecer otros
6.3.5
marcos de regulación de sus condiciones de vida, de trabajo y reproducción social, en un
contexto estructural en el cual ya no parecen operar los mecanismos de negociación política y
social que surgieron en la sociedad industrial y tomaron forma en el estado de bienestar. Me
refiero en concreto, a la configuración de minorías sociales y culturales (mujeres, niños,
migrantes, grupos étnicos, entre otros), cuya vulnerabilidad construida socialmente se traslada
al mercado laboral bajo la forma de una desvalorización de su fuerza de trabajo, y por ese
medio, de una desvalorización de sus condiciones de vida y reproducción.
En este marco estructural, las comunidades transnacionales y la “transmigración”, adquieren un
significado especial. En efecto, en no pocos casos, las redes sociales de reciprocidad, confianza
y solidaridad sobre las cuales se configuran las comunidades transnacionales, operan también,
como una forma de enfrentar el problema de la vulnerabilidad social y política que surge por la
condición étnica y migratoria de la población, y que la ubica en una situación de minoría
social.
Los trabajadores migrantes, atrapados en contextos de desigualdad y precariedad generados por
el proceso de globalización, buscan articular formas de respuestas, aunque no de “salidas”, a
dichos procesos como actores dentro de sus propias comunidades. En este sentido, su
articulación a través de comunidades transnacionales, abre oportunidades de acción para
enfrentar la situación de vulnerabilidad a través de las propias comunidades. Los riesgos del
traslado, los costos del asentamiento, la búsqueda de empleo, la inserción social en las
comunidades de destino, la reproducción cotidiana de la familia en las comunidades de origen,
entre otros aspectos, tienden a descansar sobre el sistema de redes y relaciones sociales que
conforman las comunidades transnacionales, de modo de facilitar tanto el desplazamiento,
como la inserción laboral del migrante.
Asimismo, el capital social de los migrantes les permite enfrentar y configurar respuestas,
aunque no salidas, a las condiciones de precariedad de su empleo, derivadas de la flexibilidad
laboral y desregulación contractual que caracterizan los mercados laborales en esta era de
globalización. De hecho, la transnacionalización de la fuerza de trabajo con base en las redes
sociales de las comunidades, puede entenderse también, como la contraparte de la
globalización del capital, aunque no necesariamente como una globalización del trabajador. En
este sentido, la dicotomía comúnmente planteada en términos de que el capital se globaliza y el
trabajo se localiza, a nuestro entender está mal planteada. Por un lado, hay que distinguir
“trabajo” de “fuerza de trabajo”. El trabajo, como proceso y como acto, es tan globalizado
como el mismo capital. La fuerza de trabajo, en cambio, no. La globalización de la fuerza de
trabajo sería la globalización del trabajador, proceso que sin embargo, no parece asumir las
formas y contenidos de la globalización del trabajo y del capital.
Por otro lado, hay que distinguir las formas de globalización, esto es, los caminos de entrada y
salida de la globalización. Mientras el capital se globaliza desde arriba, y por sobre ello, es la
lógica del capital la que conduce el proceso de globalización, la fuerza de trabajo entra en este
proceso de una forma subordinada, esto es, desde abajo, con un margen limitado para definir su
accionar. En este sentido, no hay que confundir el carácter transnacional de la migración
laboral, con su posible e hipotética globalización. La mano de obra deviene global no por
formar parte de una comunidad transnacional, sino porque se inserta en procesos de trabajo que
forman parte de la globalización. Inversamente, no son las comunidades transnacionales el
6.3.6
camino de entrada del trabajador migrante a la globalización, sino más bien, constituyen una
estrategia de respuesta, que los trabajadores migrantes pueden construir, para enfrentar los
costos de su entrada a mercados de trabajo que operan con una lógica globalizada.
La transnacionalización no es la forma que asume la globalización de la mano de obra, es por
el contrario, una estrategia desarrollada por los trabajadores para enfrentar las condiciones de
su globalización. De esta forma, las comunidades transnacionales definen un campo de acción,
una estructura de opciones, que el migrante laboral puede desarrollar para asumir y distribuir
los costos de su globalización. En este sentido, las redes sociales y las comunidades
transnacionales tienen un doble papel. Por un lado, en tanto estrategia de respuesta, es también
una forma de reproducción de las condiciones de subordinación social generadas por la
globalización. Por otro lado, en cambio, en tanto campo de acción alternativo que define una
estructura de opciones, las comunidades transnacionales pueden también configurar ámbitos
sociales desde los cuales se pudiera trascender los reducidos marcos de negociación impuestos
por la globalización.
b) En segundo lugar, la migración europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX, se dio
en un contexto de consolidación del capitalismo nacional y del proyecto de la modernidad. De
acuerdo a este proyecto, basado en el pensamiento liberal del siglo XIX, la modernización de la
sociedad se planteaba como una ruta hacia la racionalización y secularización de la vida social,
en donde las distintas formas de adscripción y pertenencias culturales, tenderían a
desestructurarse, y transformarse en formas modernas, esto es, constituidas en torno al
Mercado (trabajo) y el Estado (ciudadanía). Las redes sociales y el capital cultural de los
migrantes, tenderían entonces, a desestructurarse y transformarse de acuerdo a las condiciones
que imponía el proceso de modernización de la sociedad norteamericana. Asimismo, esta
modernización, abría importantes espacios económicos, sociales, culturales y políticos para la
integración (asimilación) de las crecientes oleadas de migrantes.
Por el contrario, las migraciones contemporáneas se dan en un contexto completamente
distinto, que abre nuevos espacios para la expansión del capital social y cultural, pero también
abre nuevas formas de entendimiento de este proceso. En esta era de globalización los espacios
de negociación e integración que se configuraron en torno al estado de bienestar y el proceso
de modernización, se desestructuran y fragmentan, reforzando con ello, los procesos de
exclusión y diferenciación social. En este contexto, se puede entender el resurgimiento de
formas de básicas y “primarias” de solidaridad, confianza y reciprocidad, como las que dan
forma y substancia a las comunidades transnacionales. De esta forma, los actuales procesos
migratorios, a diferencia de los que se vivieron a principios del siglo XX, han permitido la
creación de un campo social de significados y acciones en donde las comunidades
transnacionales pueden identificarse como unidades discretas, esto es, comunidades en sí
mismas. De hecho, la construcción material e imaginaria de estas comunidades permiten
enfrentar los procesos de desestructuración del tejido social, en particular, la individualización
y el fenómeno de exclusión económica y social, que adquiere dimensiones alarmantes en las
sociedades contemporáneas en esta era de la globalización (García Canclini, 1999).
En este contexto, cabe retomar la cuestión del sentido de pertenencia y la construcción de
identidades transnacionales, señalada por Smith (1993). Se trata de un sentido de pertenencia a
comunidades imaginadas que coexiste con las diversas formas de pertenencia, residencia y
6.3.7
ciudadanía propias de las comunidades políticas creadas por los estados nacionales entre los
cuales se da la migración. Los migrantes desarrollan vínculos sociales y culturales junto a
nexos económicos y laborales que hacen que muchos de ellos se “imaginen” a sí mismos como
parte de una comunidad en los Estados Unidos, pero no de cualquier comunidad, sino de una
comunidad migrante, trasn-localizada, que reproduce y recrea los patrones culturales y formas
simbólicas de sus comunidades de origen (Chávez, 1994). Esta construcción imaginaria se basa
en un conjunto de relaciones y transacciones de todo tipo que se dan en el marco de un sistema
transnacional de redes sociales y capital cultural. Estas redes conforman el nicho interpersonal
del individuo, y contribuyen a su propio reconocimiento como individuo y a su imagen de sí
mismo como miembro de una comunidad, como sujeto de un tejido social básico (Enríquez,
2000).
En el caso de las comunidades transnacionales, la “membership” define una situación y
condición muy distinta a la de ciudadanía. La comunidad transnacional define y construye un
sentido de pertenencia y dependencia con ella, que es más fuerte y profundo que el de los
respectivos estados nacionales involucrados con la migración. Se trata de la configuración de
un sentido de pertenencia que está antes, pero también más allá de la ciudadanía. Como señala
Smith, la “pertenencia más allá de la ciudadanía” se refiere a la transnacionalización del
sentido de comunidad más allá de las fronteras nacionales tanto del estado mexicano, pero
también del estado norteamericano. De esta forma, los migrantes mexicanos residentes en
Estados Unidos, mantienen e incrementan su importancia y vínculos con sus comunidades de
origen aún después de su asentamiento legal, estable y definitivo. Para ellos, la posible
ciudadanización, esto es, la construcción de un sentido de pertenencia con el estado
norteamericano, cuando se da, no implica, sin embargo, una ruptura ni mucho menos, con su
sentido de pertenencia con sus comunidades de origen. La pertenencia a éstas es más profunda
y vital que las pertenencias construidas políticamente. En no pocos casos, la ciudadanización
no es sino una forma para defender y mantener los lazos comunitarios.
En el caso de la comunidad transnacional, la pertenencia tiene un sentido y significado distinto
al de las comunidades políticas. La pertenencia es “definida por los mismos migrantes,
estructurada por sus redes sociales, y constituida transnacionalmente a través de sus prácticas”
(Smith, 1993:6). En este sentido, esta pertenencia llega a ser substantiva, y no sólo declarativa,
en la medida que permite trastocar el sentido de las presencias físicas y contiguas, por
presencias imaginadas y simbólicas. En este marco, podemos señalar las prácticas, privilegios
y beneficios que gozan los migrantes en sus comunidades, aún después de su asentamiento en
Estados Unidos. Ejemplo de ello, es la capacidad de influencia y el poder que los migrantes
pueden ejercer en el proceso de toma de decisiones sobre diversos aspectos en las comunidades
de origen. La “ausencia” física, es contrarrestada por la “presencia” imaginada, que se vuelve
real y concreta por medio de la información y poder que fluye a través de las redes construidas
por los migrantes, y que se ve facilitada por el desarrollo de las telecomunicaciones.
COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y REDES SOCIALES
Pensar la migración en términos de la conformación de comunidades transnacionales, implica
pensar en términos de un proceso social cuya reproducción en el tiempo y expansión en el
espacio, se basa en la consolidación de redes sociales y comunitarias. Como señala Portes
(1997), las comunidades transnacionales configuran un denso sistema de redes sociales que
6.3.8
cruzan las fronteras políticas, y que son creadas por los migrantes en su búsqueda de
reconocimiento social y avance económico. Estas redes dependen de vínculos y relaciones de
parentesco, amistad, y sobretodo, de identidad comunitaria. Asimismo, estas redes se
configuran con base en relaciones de confianza, reciprocidad y solidaridad que signan el
carácter de las relaciones al interior de las comunidades (Enríquez, 2000).
El principio de reciprocidad implica no sólo una forma de solidaridad, de compartir con el otro
lo que se tiene, sino también una forma de endeudamiento social y simbólico. Por ello, es
necesario una importante dósis de confianza, en términos de que, tarde o temprano, dicha
deuda moral será pagada. Por lo mismo, los actos de solidaridad y de apoyos mutuos no se
hacen siguiendo un racionalidad económica del tipo costo-beneficio. Así, por ejemplo, Durand
(1994) señala que si bien puede haber cierta monetarización en algunos de estos intercambios
(búsqueda de empleo, apoyo en el primer asentamiento, etc.), en general prima una lógica
basada en compromisos morales y simbólicos de “reciprocar” los favores recibidos.
El carácter transnacional de este tejido social, se deriva del hecho que ha sido construido con
base en prácticas, actividades e intercambios que traspasan continuamente las fronteras
políticas, geográficas y culturales, que tradicionalmente habían enmarcado y separado a las
comunidades de origen y las de asentamiento de los migrantes. De esta forma, el
“transnacionalismo” es definido como el proceso por el cual los migrantes construyen estos
campos sociales que unen sus propias comunidades y sociedades de origen con las de
asentamiento (Glick Schiller, Basch y Blanc-Szanton, 1992).
En particular, las redes sociales sirven para recrear la comunidad de origen en los lugares de
asentamiento, y de esa forma reproducir la comunidad en el contexto de su
transnacionalización. Asimismo, las comunidades de origen también se transforman, como
resultado de su estrecha dependencia con la dinámica de los mercados de trabajo en Estados
Unidos, así como por la fuerte vinculación con la vida social y cotidiana en los lugares de
asentamiento de los migrantes. Se trata de un proceso de adaptación continua de sus formas de
vida y de sus estructuras sociales y económicas. Alarcón (1992) define este proceso como la
norteñización de las comunidades de origen, en la medida que la reproducción social, cultural
y económica de estas comunidades está no sólo orientada hacia el “norte”, sino además,
crecientemente desarticulada del “sur”, esto es, de México. Para estas comunidades son más
intensas las relaciones que mantienen con los lugares de asentamiento de sus migrantes en el
“norte”, que las relaciones que mantienen con sus comunidades vecinas. Para su reproducción,
es más importante el flujo de bienes materiales y simbólicos que proviene de sus comunidades
gemelas al otro lado de la frontera, que los intercambios que mantienen con el resto de
México5.
Estas redes sociales operan en los diferentes niveles y campos sociales que componen la
reproducción social de las comunidades. De esta forma, en cada campo social, se establecen y
reconstruyen redes sociales y familiares, a través de las cuales los miembros de las
comunidades interactúan y desarrollan sus actividades sociales, culturales, económicas y
políticas. Asimismo, la práctica de estas acciones e intercambios en contextos transnacionales
5
Sólo como dato ilustrativo, podemos señalar la importancia de las remesas en la reproducción social y cotidiana
de los hogares migrantes.
6.3.9
fortalece las propias redes, y permite la expansión territorial de los ámbitos de reproducción de
la propia comunidad. Así por ejemplo, la inserción laboral y la búsqueda de un trabajo se
extiende no sólo a los confines territoriales de la comunidad de origen, sino que incluye
también y de modo importante, opciones laborales disponibles en los lugares de asentamiento
de los migrantes. De hecho, a través de la estructura de redes sociales de cada comunidad
transnacional, fluye la información en ambos sentidos, en términos de las necesidades y
opciones de trabajo en cada ámbito territorial. Asimismo, con apoyo en estas redes, se facilita
la movilidad de los individuos de un lugar a otro, en términos de que estas redes de familiares,
amigos y paisanos, permiten minimizar los riesgos del desplazamiento, así como los costos del
asentamiento e inserción laboral (Sassen, 1995). En no pocos casos, el migrante sabe incluso
antes de iniciar el viaje a Estados Unidos, cómo va a cruzar, dónde va a llegar en cada fase de
la migración, así como también donde se va a emplear y cuál sería su salario.
Procesos similares se corresponden con la reproducción de la unidad doméstica y la vida
familiar. En este caso, aún cuando una familia, o los miembros de un hogar puedan estar
separados territorialmente, su pertenencia a una comunidad transnacional permite que se
reconstruya su unidad doméstica, con base en las redes sociales por medio de las cuales fluyen
no sólo información, sino también formas de ejercicio del poder intrafamiliar, toma de
decisiones domésticas y cotidianas, etc. (Delaunay y Lestage, 1998).
Por su parte, la reproducción de las relaciones y estructuras comunitarias también adopta una
forma transnacionalizada. De hecho, las formas de poder, las diferencias sociales, y en general,
las estructuras sociales, culturales y políticas que constituyen a cada comunidad, son también
trasplantadas del país de origen, a los lugares de asentamiento (Smith, 1993).
Sin embargo, el “transnacionalismo” no sólo implica el transplantar las relaciones y estructuras
sociales de las comunidades de origen en los lugares de asentamiento. Este es un proceso a
través del cual dichas relaciones y estructuras son también modificadas (Tilly, 1990). Así por
ejemplo, podemos citar la ampliación de los roles de la mujer en los hogares en los cuales el
jefe de hogar ha emigrado. En estos casos, la mujer debe ampliar sus responsabilidades
tradicionales, incluyendo parte de las tareas y responsabilidades que tradicionalmente se le han
asignado al varón, en tanto sujeto proveedor de los recursos materiales para la reproducción
familiar, y sujeto sobre el cual descansa gran parte de la estructura de poder al interior de la
familia. La ausencia por largas temporadas de esta figura masculina, implica modificaciones en
los roles femeninos, mismos que devienen en conflictos familiares en el momento de la
reunificación, ya sea por el retorno del jefe de hogar, o por la migración de la familia a los
Estados Unidos.
Por su parte, la creciente migración femenina y familiar, ha permitido que las mujeres accedan
a contextos sociales en que la distinción de género se construye con base en principios y
relaciones sociales diferentes a las que prevalecían en las comunidades de origen. Esto ha
permitido una modificación favorable a la mujer, de las relaciones de poder al interior de la
familia y de la comunidad, sin que ello implique, sin embargo, una ausencia de conflictos y
tensiones cotidianas (Hondagneu-Sotelo, 1994). Algo similar puede plantearse respecto a las
relaciones intergeneracionales, esto es, al cambio en los roles y posiciones relativas de los
6.3.10
jóvenes, adultos y ancianos6.
Asimismo, las redes sociales y comunitarias no sólo permiten esta reproducción y modificación
de las relaciones y estructuras comunitarias, sino que con base en ello, se da también una
reproducción de formas de desigualdad social (Tilly, 1990). Así como las redes contribuyen a
reproducir y perpetuar procesos y relaciones sociales, también contribuyen a reproducir formas
y carácter de estos procesos y relaciones sociales. En el caso de la desigualdad social, por
ejemplo, ésta es creada y reproducida en la medida que las redes sociales a la vez que
configuran redes de inclusión social y de pertenencia a una comunidad transnacional, también
configuran formas de exclusión y de no pertenencia a comunidades nacionales. Cada forma de
inclusión es también una forma de exclusión. Esto es, la red social permite el acceso a
determinados flujos de información, intercambios, y posicionamientos sociales. Pero es
también una forma de exclusión en un doble sentido. Por un lado, excluye y margina a otros
individuos que no pertenecen a la red social, a la comunidad, y por otro, también impide que
los miembros de la comunidad accedan a otras redes de información e intercambios. De esta
forma, las redes sociales a la vez que se extienden y modifican, recrean distintas formas de
desigualdad7.
Así por ejemplo, en la búsqueda de un empleo por medio de redes sociales, el migrante no
llega a obtener el empleo “óptimo” para él, de acuerdo a las condiciones “objetivas” del
mercado y sus propias capacidades. Sólo obtiene el empleo “posible”, esto es, aquél que está
accesible a las redes sociales de las cuales él participa. En la búsqueda de un empleo no entran
todas las opciones teóricamente disponibles, sino sólo las que están accesibles por medio de los
contactos familiares y de paisanos. De esta forma, la disponibilidad de empleos, y por tanto, la
forma de inserción laboral, está en función de la extensión de la red y del capital social y
cultural.
Un ejemplo típico, es la articulación de las redes sociales de los migrantes con el campo de
acción de los subcontratistas, lo cual permite al migrante acceder a un empleo en forma rápida
y segura, pero en un contexto de alta flexibilidad, y en donde la propia red social puede servir
como mecanismo de control laboral. Por su parte, a través de las redes sociales, se configuran
también nichos de mercados que contribuyen al proceso de segmentación del mercado de
trabajo por el lado de la oferta. En este contexto, Sassen (1995) destaca el papel de las redes
sociales en la conformación de un sistema de mercados locales de fuerza de trabajo.
6
En este sentido, Rouse (1991) señala que los migrantes terminan convirtiéndose en experimentados exponentes
de una cultura bifocalizada, participando de una cotidiana tensión y conflicto entre dos formas de vida muy
distintas. Esta situación también es retomada por Portes (1997), quien señala que a través de las redes
translocales, los migrantes llevan una vida dual, a menudo son bilingües, se mueven entre dos culturas, mantienen
su hogar en los dos países, y participan de relaciones que requieren su presencia física y simbólica en ambos
espacios.
7
Sin embargo, cabe señalar que la reproducción de la red reproduce la desigualdad, aunque no perpetua sus
formas. Así como las relaciones e intercambio social por medio de redes implica la reproducción, extensión y
transformación de las mismas redes, así también, permitirían la transformación de las formas de desigualdad.
6.3.11
ASOCIACIONES DE COMUNIDADES DE ORIGEN DE MIGRANTES TRANSNACIONALES
¿De qué manera organizan los migrantes transnacionales ese conjunto de respuestas ante las
condiciones de vida y laborales impuestas por el marco de globalización? ¿Que posibilidades
de respuesta y acción posibilitan las comunidades transnacionales para sus miembros? ¿Cómo
sirven las asociaciones de migrantes transnacionales para vincular actividades de defensa de
sus derechos económicos, laborales, políticos y culturales tanto en los países de origen como
destino? En esta sección buscamos llevar la discusión del plano conceptual al terreno práctico
de la acción colectiva, ilustrando algunas de las formas más comunes y efectivas de acción que
pueden identificarse en el seno de comunidades transnacionales. La discusión se centra en el
caso de las denominadas “asociaciones de comunidades de origen”, popularmente conocidas
como “clubes” formadas por migrantes mexicanos en Estados Unidos.8 Estas asociaciones
surgen originalmente con el propósito de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida
de sus paisanos en las comunidades de origen en México, manteniendo a los emigrantes en
contacto con dichas comunidades. Como tales, representan una de las formas principales por
las que inmigrantes mexicanos se vinculan activamente con sus comunidades de origen,
transcendiendo así las barreras geográficas y políticas que las separan de aquellas. Se trata de
asociaciones formadas por migrantes de la misma comunidad en México con el propósito de
enviar remesas y otros recursos materiales para el mejoramiento de las condiciones
estructurales de aquellas, generalmente a través de proyectos filantrópicos para obras públicas.
Como tales, estas asociaciones conllevan un involucramiento activo de los inmigrantes en
dichas comunidades, con importantes implicaciones para las concepciones de pertenencia e
identidad comunitaria de estos inmigrantes.
Las asociaciones de inmigrantes no son sin embargo un fenómeno nuevo. Por el contrario,
representan una de las facetas más comunes asociadas a procesos de migración internacional de
distintas poblaciones a países como Estados Unidos a finales del siglo XIX y comienzos del
XX, las cuales jugaron un papel fundamental para su integración y movilidad económica en ese
país. Los inmigrantes japoneses que llegaron a Estados Unidos a comienzos del siglo XX, por
ejemplo, formaron asociaciones basadas en comunidades de origen que jugaron un papel
fundamental la rápida movilidad económica experimentada por este grupo (Zabin y Escalada,
1998: 3). Las asociaciones judías en Nueva York formadas sobre las mismas bases también
jugaron un papel central para la cohesión de este grupo, fomentando la incorporación de
nuevos inmigrantes a los sindicatos (Ibídem).
A diferencia de estos casos, sin embargo, las asociaciones de inmigrantes mexicanos han estado
generalmente orientadas a acciones filantrópicas en sus comunidades de origen, como explicamos
más abajo. Generalmente se trata de asociaciones formadas por inmigrantes de origen rural,
mayoritariamente de los estados de migración tradicional del occidente de México, aunque más
recientemente han surgido importantes asociaciones en otros estados, especialmente Oaxaca.
Asimismo, los fundadores de estas asociaciones suelen ser inmigrantes de primera generación que
ya se encuentran asentados y con cierta posición sólida en Estados Unidos, quienes buscan ayudar
a sus comunidades de origen a través de proyectos financiados por estos clubes. Aunque tanto
hombres como mujeres participan en los mismos, la mayoría de los líderes de estas asociaciones
8
En inglés conocidas como Home Town Associations.
6.3.12
son hombres, siendo los casos de mujeres que son presidentas de las mismas la excepción (Zabin
y Escalada, 1998: 10). En un estudio de Zabin y Escala sobre estas asociaciones, se indica que
existen alrededor de 170 clubes de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos de dieciocho
estados de México registrados en los consulados mexicanos, además de otro gran número de
asociaciones de carácter más informal que no tienen contacto oficial con los consulados.9
No todas las asociaciones mantienen el mismo nivel de organización. Zabin y Escala distinguen
tres niveles de complejidad e institucionalización de las mismas. El primero es el de asociaciones
de carácter informal formadas en base a redes sociales de inmigrantes de la misma comunidad de
México, a través de las cuales los paisanos se ayudan en la búsqueda de trabajo, vivienda y otras
necesidades de primera mano. Un segundo nivel de desarrollo es el de clubes oficiales fundados
por inmigrantes de la misma comunidad o “comunidades hermanas” de México. El tercer nivel
de complejidad es el de las llamadas “federaciones”, que son aquellas formadas por diferentes
clubes de un mismo estado en México y organizados bajo un mismo paraguas. La más antigua de
éstas es la Federación de Clubes de Zacatecas, una de las regiones de migración tradicional a
Estados Unidos, que fue creada en 1972 y en la actualidad cuenta con 51 clubes miembros de ella
(Zabin y Escalada, 1998: 15). La formación de esta federación muestra un aspecto importante
señalado por varios autores en el surgimiento de las mismas, a saber el papel activo de parte de
autoridades gubernamentales mexicanas a través de los consulados para la formación de dichas
federaciones (Smith, 1995; Moctezuma 1999; Alarcón 2000; Zabin y Escalada 1998). Aunque los
factores que han llevado al gobierno mexicano a fomentar este tipo de federaciones esta fuera del
alcance de este trabajo, la creciente influencia y poder económico y político de estas asociaciones
y su incidencia en asuntos locales en las comunidades de origen, en muchos casos substituyendo
la ausencia de programas sociales y económicos de desarrollo por parte del gobierno mexicano,
puede considerarse un factor importante que ha llevado a autoridades gubernamentales a
establecer relaciones con dichas asociaciones. La otra federación de magnitud es la formada por
varios clubes del estado de Jalisco en 1990 con la participación y ayuda directa del consulado
mexicano y que cuenta con 49 clubes como miembros.10
Pero, ¿qué tipo de actividades desarrollan estas asociaciones en ambos lados de la frontera?
¿De qué manera contribuyen estas asociaciones a defender los derechos de los migrantes
mexicanos en ambos lados de la frontera? A nivel analítico, podemos distinguir entre
actividades desarrolladas por estas asociaciones en sus comunidades de origen y aquellas
enfocadas en las comunidades de destino en los Estados Unidos. Como señalamos
anteriormente, en el caso de los clubes mexicanos, la mayor parte de sus actividades se enfocan
en comunidades rurales en México, generalmente proyectos de carácter filantrópico
encaminados al desarrollo de obras públicas e infraestructura (Alarcón, 2000; Zabin y Escala,
1999). Las actividades más comunes desarrolladas por estos clubes incluyen la construcción o
reparación de carreteras, puentes, parques, iglesias, escuelas, clínicas, instalaciones deportivas
y calles. Por su parte, los proyectos sociales generalmente están encaminados a la gente de
9
Los estados con mayor número de clubes son Zacatecas (51), Jalisco (49), Michoacán (11), Sinaloa (11), Nayarit
(9), Oaxaca (8), Puebla (5), Durango (4) (Zabin y Escala, 1999: 9).
10
No todos los estados con clubes forman sin embargo federaciones. Tal vez el caso más claro es el de
Michoacán, el cual aunque con un buen número de migrantes y clubes no cuenta con una federación,
fundamentalmente por la tensa relación o diferencia de orientación política entre estos clubes y el consulado
mexicano (Zabin y Escala, 1999).
6.3.13
bajos ingresos en sus comunidades a través del apoyo a clínicas, guarderías, y centros de retiro
para ancianos.
Asimismo, los clubes regularmente hacen donaciones para comprar
ambulancias, equipo medico, material para escuelas, y becas de estudio para niños de familias
pobres (Alarcón, 2000: 4-5). En otros casos sirven para canalizar ayudas de emergencia
médica, entierros, otorgar crédito para vivienda, etc. Como forma de recaudar fondos para
estas obras, los clubes generalmente organizan bailes, picnics, rifas, charreadas, concursos de
belleza, y otros eventos culturales en sus comunidades de destino en Estados Unidos.
La Federación de Clubes Zacatecanos sirve para ilustrar una de las formas más activas y
exitosas de la promoción de este tipo de obras públicas de carácter social por parte de
emigrantes mexicanos. Unicamente en 1996, por ejemplo, los clubes de esta federación
apoyaron el financiamiento de 60 proyectos de obras públicas en el estado de Zacatecas por el
valor de cientos de miles de dólares, incluyendo la construcción y reparación de carreteras, la
reparación de iglesias y plazas de pueblos, y la construcción de escuelas, clínicas y casas de
convalecencia para ancianos (Zabin y Escala, 1999: 16). El papel activo de esta federación
sirvió de inspiración para la creación del programa conocido por “dos-por-uno”, en el que tanto
los gobiernos del estado de Zacatecas como el gobierno federal se comprometían a invertir $1
dólar cada uno por cada $1 destinado por la federación para proyectos de desarrollo
comunitario. Este programa fue más tarde ampliado a clubes de otros estados en 1993 bajo la
iniciativa de la Secretaria de Desarrollo Social de México (Alarcón, 2000: 7). Las cuidadosas
relaciones establecidas por esta federación tanto con el gobierno mexicano como con el
gobierno del estado de Zacatecas ha sido considerado un factor central que explica el éxito de
los proyectos públicos fomentados por ella (Zabin y Escala, 1999: 17).
Aunque generalmente las actividades de las asociaciones de migrantes mexicanos tienen un
carácter filantrópico, algunas asociaciones tienen un perfil más político que busca defender
activamente los derechos económicos, laborales, humanos y políticos de sus miembros en
ambos lados de la frontera. Tal vez el caso más sobresaliente es el de las asociaciones de
migrantes del estado de Oaxaca, uno de los estados más pobres del sur de México y que
contribuye con un importante número de migrantes tanto al norte del país como a los Estados
Unidos en busca de mejores oportunidades económicas y laborales. Aunque de formación
reciente en comparación con los clubes de migrantes de otros estados como Zacatecas, Jalisco
y Michoacán, las asociaciones de oaxaqueños han conseguido un grado de articulación y
politización ausente en muchas asociaciones de otras regiones. Según Rivera-Salgado, el alto
grado de politización de las asociaciones oaxaqueñas se debe a la combinación de una serie de
factores, incluyendo el origen indígena de muchos de ellos que los lleva a ser una minoría
dentro de una minoría en Estados Unidos, a menudo discriminados tanto por empleadores
nativos de Estados Unidos como por patrones mexicanos mestizos, muchos de ellos también
inmigrantes (1999: 1447-1450).
La inserción de migrantes indígenas de Oaxaca como jornaleros en la agricultura comercial en
ambos lados de la frontera, especialmente en Baja California en el lado mexicano, y en los
estados de California, Oregon, y Washington en los Estados Unidos, ha dejado a esta población
en una situación particularmente vulnerable (Kearney y Nagengast, 1989). En este contexto, la
rápida formación de clubes de migrantes oaxaqueños puede interpretarse como una forma de
respuesta a dicha situación por parte de indígenas mixtecos y zapotecos con una fuerte cultura
política autóctona donde instituciones comunales en sus comunidades de origen sirven para el
6.3.14
gobierno y la toma de decisiones de asuntos públicos (Rivera-Salgado, 1999: 1452-1453). Las
asociaciones de migrantes de esta región, suelen así canalizar sus remesas a estas instituciones
(Zabin y Escala, 1999: 19).
El carácter político de estas asociaciones puede ilustrarse con en caso del Frente, una coalición
de alrededor de 2,000 migrantes indígenas mixtecos, zapotecos y triques formada en 1991. Los
objetivos del Frente son promover y defender los derechos humanos de los migrantes indígenas
y mejorar sus condiciones laborales y de vida en ambos lados de la frontera, para lo que dicha
asociación mantiene dos sedes principales, una en California y otra en Oaxaca (RiveraSalgado, 1999: 1449-1450). A diferencia de las federaciones de otros estados donde el
gobierno mexicano ha jugado un papel central en su creación, en el caso de las federaciones
oaxaqueñas, estas han surgido como resultado de las acciones e inquietudes políticas de sus
líderes, quienes han sido bastante exitosos en la formación de asociaciones de carácter
binacional de base y la movilización de los recursos sociales, políticos, y culturales de las
comunidades indígenas de Oaxaca (Rivera-Salgado, 1999: 1455).
El segundo ámbito de acción de los clubes y federaciones de migrantes mexicanos se ubican en
sus comunidades de destino en Estados Unidos. Como señalamos anteriormente, la incidencia
de parte de las asociaciones en este campo es significativamente menor que la observada en las
comunidades de origen. No obstante de estar menos desarrolladas que estas últimas, y como
en el caso de asociaciones de migrantes de otros países de comienzos del siglo XX, los clubes
y federaciones de inmigrantes mexicanos también juegan un papel importante en promover los
derechos económicos, laborales y políticos de sus miembros en los Estados Unidos, facilitando
así su integración en este país. Además, como señala Alarcón, el proceso de asentamiento
experimentado por un amplio segmento de la población inmigrante mexicana en Estados
Unidos en las ultimas décadas ha sido un factor importante que ha llevado a muchos
inmigrantes a re-dirigir sus recursos a sus comunidades de destino en temas como vivienda,
educación, y la formación de empresas pequeñas de parte de inmigrantes mexicanos (2000:
21).
En general, podemos distinguir dos tipos de participación de clubes en actividades en
comunidades de residencia en Estados Unidos. El primer tipo se refiere a actividades
directamente organizadas y promovidas por estas asociaciones en sus comunidades de
residencia en Estados Unidos. Un ejemplo de ello son las actividades promovidas por los
clubes michoacanos en la ciudad de Chicago. Aunque la Federación Michoacana de clubes fue
originalmente creada para ayudar a problemas en sus comunidades de origen, con el tiempo los
líderes de la Federación fueron interesándose en dar respuesta, mediante la participación en
diferentes proyectos comunitarios, a los numerosos problemas que enfrentan sus paisanos en el
área de Chicago (Espinosa, 1999: 21). Estos proyectos incluyen la defensa de los programas
bilingües de educación en las escuelas públicas, la mejora de las condiciones de vivienda e
infraestructura en los barrios donde estos inmigrantes y sus familias residen, así como la lucha
contra problemas de drogas, pandillas y violencia que afecta a estas áreas (ibídem: 22). Estos
proyectos denotan una especial preocupación por el bienestar y futuro de los hijos de los
miembros de estas asociaciones, buscando facilitar su integración y movilidad en los Estados
Unidos por medio de la educación.
El segundo tipo de actividades se refiere a coaliciones con organizaciones comunitarias,
6.3.15
sindicatos, organizaciones no gubernamentales, y otras asociaciones civiles que buscan
defender los derechos de los inmigrantes y población latina en general en Estados Unidos.
Grupos de inmigrantes indígenas oaxaqueños como la coalición Mixteca-Zapoteca y el Frente,
por ejemplo, han establecido coaliciones con sindicatos (el sindicato de los trabajadores del
campo “United Farm Workers), organizaciones no gubernamentales, iglesias, organizaciones
estudiantiles, etc., para defender sus derechos laborales y humanos en ese país (RiveraSalgado, 1999: 1448).
Otro ejemplo del potencial que ofrecen este tipo de coaliciones es la establecida en la ciudad de
Los Angeles en 1992 entre inmigrantes del estado de Guanajuato con el sindicato de
carpinteros de la construcción de esa ciudad con el objeto de apoyar la sindicalización de los
trabajadores especializados en el revestimiento de paredes del sector de la construcción en el
sur de California, la mayoría de los cuales eran inmigrantes mexicanos de esa región. A
comienzos de los años 1990, las condiciones laborales para los trabajadores de este ramo
habían empeorado notablemente como consecuencia del crecimiento de prácticas de
subcontratación en el sector de la construcción residencia. Trabajadores inmigrantes eran
objeto de abusos continuos, carecían de beneficios laborales, y percibían sueldos mucho más
bajos que los de sus colegas en el sector de la construcción comercial, los cuales sí estaban
sindicalizados (Milkman y Wong, 2000). Surgido como un movimiento de base, un grupo de
trabajadores inmigrantes decidieron organizar una huelga para pedir la mejora de sus
condiciones laborales. Debido a que gran parte de los trabajadores de este sector eran
originarios de la pequeña comunidad de El Maguey en el estado de Guanajuato, las redes
sociales de estos inmigrantes facilitaron enormemente la organización de esta huelga, la cuál
tuvo una rápida difusión en Los Angeles y la mayoría de las ciudades del sur de California a
excepción de San Diego (Milkman y Wong, 2000: 181; Zabin y Escala, 1999: 31). El apoyo
que estos trabajadores recibieron tanto del sindicato de trabajadores de carpintería, como de
otras organizaciones comunitarias, sindicales, y grupos religiosos fue crucial para la importante
victoria que tuvo este movimiento laboral, el cual cautivo la atención pública y de los medios
de comunicación en esos años, y que sirvió para demostrar el potencial de movilización que
estas coaliciones ofrecen.
Un tercer ejemplo del potencial que ofrecen las asociaciones de inmigrantes como aliados
naturales de movimientos sindicales en Estados Unidos se encuentra en la ciudad de Los
Angeles en el llamado Los Angeles Manufacturing Action Project (LAMAP), desarrollado
entre 1995 y 1997. LAMAP fue un intento de lanzar un movimiento sindical de amplio
alcance que incluyera a sindicatos de varios sectores donde se emplean trabajadores
inmigrantes latinos en esta ciudad. El proyecto se centraba en el sector de manufactura que se
estima emplea a 700,000 trabajadores, la mayoría de ellos inmigrantes mexicanos y
centroamericanos (Delgado, 2000: 227). Aunque el proyecto fue finalmente abandonado por
falta de fondos, los organizadores del mismo vieron en los clubes de migrantes una vía efectiva
de movilizar a miles de trabajadores inmigrantes que trabajan en industrias de baja calificación
y salarios por medio de las redes sociales de estos últimos, en lugar de emplear estrategias
sindicales más tradicionales y costosas de reclutamiento (Zabin y Escala, 1999: 32).
En resumen, las actividades desarrolladas por las asociaciones de inmigrantes mexicanos en
Estados Unidos fomenta los vínculos económicos, sociales y políticos de estos migrantes con
sus comunidades de origen, manteniendo así una presencia activa en sus comunidades de
6.3.16
México y reflejando el carácter transnacional de dichas comunidades. Asimismo contribuyen
al fortalecimiento del poder político de los migrantes y la defensa de sus derechos laborales,
políticos y humanos en ambos lados de la frontera, como lo ilustra el caso de las
organizaciones de migrantes oaxaqueños de origen indígena, quienes a través de dichas
asociaciones buscan defender sus derechos como trabajadores transnacionales empleados en la
agricultura comercial tanto en México como Estados Unidos.
Por otra parte, la canalización de recursos financieros y materiales a las comunidades de origen
en obras públicas de parte de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos ha contribuido
críticamente a la capacidad de estos inmigrantes como actores políticos de negociar vis-a-vis
con el gobierno mexicano, especialmente en los niveles estatal y local. Generalmente
ignorados por autoridades oficiales, las asociaciones de migrantes y magnitud de las remesas
que se canalizan a través de las mismas, junto con la desinversión del gobierno mexicano en el
área rural en la era de las políticas neoliberales de reestructuración, han posibilitado que los
inmigrantes tengan un peso cada vez más importante en asuntos públicos de sus comunidades
de origen, como los programas “dos-por-uno” y “tres-por-uno” mencionados más arriba
ilustran.
CONCLUSIONES: DESAFÍOS E IMPLICACIONES DEL MODELO
TRANSNACIONALES PARA LA INVESTIGACIÓN Y LA ACCIÓN
DE
COMUNIDADES
La noción de comunidades transnacionales plantea importantes desafíos teóricos y metodológicos
tanto para el estudio de la migración, como para el entendimiento de las formas de organización y
acción social, cultural y política de los migrantes en los actuales contextos de globalización. A
modo de conclusiones, presentamos algunas ideas respecto a estos puntos.
a) Pensar la migración con base en el concepto de comunidades transnacionales, plantea
exigencias conceptuales que no han sido debidamente resueltas en los enfoques teóricos
tradicionales. En concreto, nos referimos al menos a tres aspectos. Por un lado, destaca el
problema respecto a los determinantes de la acción social, y en particular, de las unidades de
análisis a considerar. Por otro lado, el problema de la articulación e integración en un mismo
análisis de múltiples causas o niveles de explicación de la migración. Y por último, la
exigencia de un pensamiento abierto al movimiento de los procesos sociales, en este caso, de la
migración, y de las transformaciones sociales que se le vinculan.
Respecto al primer punto, los enfoques neoclásicos reducen la acción del individuo a una
racionalidad económica de evaluación costo-beneficio. No obstante, es claro que en el contexto
de comunidades transnacionales, las decisiones respecto a quién, cuándo y cómo migrar, no se
toman con base en dichos criterios economicistas, sino que la acción de migrar está envuelta y
sólo se puede entender, en el contexto de un complejo sistema de relaciones e intercambios de
bienes materiales, culturales, y simbólicos. En este sentido, Portes (1995) plantea la necesidad
de retomar los aportes conceptuales de la Sociología Económica para el entendimiento de la
acción social de los individuos. Se trata de recrear el marco social que da sentido y significado
a la acción de migrar. Asimismo, la preeminencia de las estructuras por sobre los sujetos en los
análisis basados en el enfoque histórico-estructural, tampoco logran dar cuenta de cuál es la o
las lógicas de la acción de los individuos en el marco de comunidades transnacionales. No
obstante, desde este enfoque se han logrado elaborar importantes propuestas para el
6.3.17
entendimiento de la migración laboral en el marco de la globalización11. Sin embargo, la
ausencia de sujetos cuya acción reproduce y transforma las condiciones estructurales, sigue
siendo una de sus principales deficiencias. En este sentido, estos modelos estructurales ayudan
a entender el contexto de la acción social de los distintos agentes, pero en ningún caso permiten
entender y explicar dicha acción.
Por otro lado, las causas de la migración, no pueden reducirse ya sea a factores individuales, o
familiares (enfoques neoclásicos), o en su defecto, a meros factores estructurales que
sobredeterminan la acción de los sujetos. En ambos casos, no es posible entender, por ejemplo,
por qué individuos, familias y hasta comunidades que viven en condiciones similares, y
expuestas a similares condicionamientos estructurales, desarrollan distintas rutas de acción
social, unos migrando, mientras que otros optan por otras estrategias familiares y comunitarias.
Las comunidades transnacionales definen un ámbito particular desde el cual podemos pensar la
migración, y que nos ayuda a entender estas diferencias en el comportamiento concreto de
agentes particulares. Conceptos como capital social, redes sociales, causación acumulativa, o
“embedded transactions”, hablan de un nivel de análisis intermedio, que no puede ser
aprehendido por los enfoques microsociales ni macroestructurales. Aún más, definen un nivel
de análisis que exige pensar en términos de la articulación de las dinámicas sociales que se dan
tanto a nivel micro como macro. Pensar la migración desde la categoría de comunidades
transnacionales, exige por tanto, pensar en una forma de articulación de las condiciones
estructurales (globalización, mercados de trabajo, etc.) con las características individuales de
los agentes (estructura familiar, perfiles demográficos, etc.), articulación también, de los
factores económicos, con los culturales, sociales y políticos que determinan la acción social, en
términos de que todos ellos configuran el marco de operación de las redes sociales. El capital
social no define sólo un nuevo nivel de análisis, antes bien, define un ámbito que exige la
reconstrucción articulada de los demás niveles de comprensión del proceso social.
Por último, y consecuente con todo lo anterior, pensar la migración en términos de
comunidades transnacionales, capital cultural y redes sociales, exige además una forma de
pensamiento abierto al movimiento. Como hemos planteado anteriormente, las redes sociales
no sólo conforman una forma de respuesta a procesos estructurales. En su desarrollo y
expansión, las redes sociales a la vez que reproducen, también modifican y transforman las
condiciones en que ellas se expanden. Por lo mismo, no es posible usar categorías y lógicas de
análisis estática, que congelan el movimiento tanto del pensamiento como de la misma realidad
social que se quiere analizar. En este sentido, y retomando la propuesta de Zemelman (1992),
las comunidades transnacionales pueden entenderse como ámbitos de mediación en una doble
acepción. Mediación, en términos de que configura un nivel en el cual es posible pensar en la
reconstrucción articulada de los procesos sociales, en este caso, de la acción social (migrar,
intercambios, flujos de información, reciprocidad, etc.). Pero también mediación en términos
del pasado y el futuro, esto es, en términos de la transformación de las condiciones en las
cuales dicha acción social se desarrolla.
b) En términos metodológicos, el carácter transnacional de la migración implica una necesaria
reformulación en las definiciones clásicas de migrante y del status migratorio de la población.
La definición de "migrante" ya no puede derivarse única y exclusivamente de la condición de
11
Véase por ejemplo, el trabajo de Sassen, 1998.
6.3.18
residencia del individuo, esto es, de la ubicación de su residencia habitual a uno u otro lado de
la franja fronteriza. Por el contrario, la condición migratoria ha de definirse más bien a partir
de la incorporación y participación del individuo en un sistema transnacional de redes sociales
y comunitarias. Esta conceptualización de la migración permite una ampliación en la
delimitación espacio-temporal del concepto de residencia habitual. A diferencia de las
categorías de settlers y sojourners, en el caso de las comunidades transnacionales no se trata ya
de un lugar único de “residencia habitual” que la migración hace variar temporal o
permanentemente. Por el contrario, se trata de la interacción de dos o más lugares de residencia
en un mismo momento, así como de la articulación de los tiempos de ausencia con los
momentos en que se está presente en cada lugar (espacio) de residencia. Esto implica una
expansión espacial de la noción de residencia habitual lo que permite incluir tanto el lugar de
estancia en Estados Unidos como el de estancia en México. Asimismo, refleja una expansión
temporal de dicha categoría (residencia habitual) al incluir los tiempos de las estancias a uno y
otro lado de la frontera. Obviamente, con estas “expansiones” la noción de residencia habitual
usada tradicionalmente en demografía, prácticamente pierde su anterior significado y
relevancia como categoría analítica.
Se es “residente” de una comunidad transnacional, aún cuando se haya migrado de un país a
otro, a la vez que se forma parte de una comunidad de transmigrantes, aún cuando no se haya
modificado el lugar de residencia. La pertenencia a una comunidad transnacional, y por tanto,
la participación de este proceso de transmigración, no implica necesariamente un
desplazamiento continuo. Basta formar parte de una comunidad donde la transmigración le ha
permitido expandir sus ámbitos territoriales de reproducción social y económica. En una
comunidad transnacional no todos los miembros son transmigrantes, pero la transmigración es
una práctica social que está presente en el horizonte de vida de todos y cada uno de los
miembros de dicha comunidad.
Esto implica un cambio en la unidad de análisis y en el contenido de las categorías usadas en el
entendimiento de la migración en los actuales contextos de globalización. Transmigración,
transnacionalismo y comunidades transnacionales, son algunos de los conceptos que suelen
usarse para dar cuenta de estas tendencias de la migración en esta era de globalización. A
nuestro entender, sin embargo, se trata además de una necesaria expansión y ampliación del
concepto mismo de “migración”. Si hubo un tiempo en que podíamos delimitar la migración
como el flujo de individuos y fuerza de trabajo, hoy en día es claro que debemos ampliar su
contenido incorporando la movilidad e intercambio de bienes culturales, información, y
recursos materiales. Al migrar, en su propio desplazamiento, el individuo no sólo lleva consigo
su persona y su fuerza de trabajo, sino que también lleva con él su cultura y su capital social.
La migración así, no es sino una forma particular en que las redes y el capital social y cultural
de una comunidad se expanden y consolidan en espacios cada vez más amplios y distantes.
c) Finalmente, la formación de comunidades transnacionales también plantea importantes
potenciales de acción comunitaria para la defensa de los derechos de los miembros de estas
comunidades que es importante señalar. Como el caso de las asociaciones de migrantes
mexicanos descritas en la sección anterior de este trabajo, la movilización de los recursos
económicos, materiales y políticos por medio de las mismas, permite el mantenimiento y
renovación de vínculos transnacionales de estos migrantes tanto en sus comunidades de origen
como de destino, así como la defensa de sus derechos humanos, laborales, políticos, y culturales.
6.3.19
En este sentido, podemos identificar algunos espacios potenciales de acción que pudieran servir
para fortalecer la defensa de los intereses de los trabajadores migrantes.
En primer lugar, si bien la canalización de remesas y otros recursos por medio de estas
asociaciones a las comunidades de origen no deben pensarse como alternativas al desarrollo en un
papel que debe asumir el Estado, programas de inversión en proyectos públicos como el “tres-poruno” confiere a los inmigrantes una capacidad importante de negociación con agentes
gubernamentales a la vez que le dan voz en la toma de decisiones sobre asuntos que afectan
directamente a dichas comunidades.
Un segundo ámbito de acción se refiere al mejor aprovechamiento de las redes sociales de los
migrantes en sus comunidades de destino para el desarrollo de coaliciones y alianzas con
organizaciones civiles, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, y otros actores políticos
que buscan defender los derechos laborales, políticos y culturales de los inmigrantes. Es tal vez
en este ámbito donde hay un camino más largo por recorrer. Por ejemplo, sólo recientemente
políticos de origen latino y organizaciones chicanas en Estados Unidos han comenzado a fomentar
un acercamiento con asociaciones de migrantes mexicanos en ciudades como Los Angeles al
percatarse del enorme potencial de movilización que las redes sociales de estos migrantes ofrecen
(Alarcón, 2000: 21). Particularmente, el uso de las redes y capital social de los trabajadores
inmigrantes con fines de movilización sindical es un área que ofrece un enorme potencial que
hasta ahora ha sido pobremente explorado. En un momento donde el nuevo sindicalismo en
Estados Unidos está incorporado a trabajadores inmigrantes de bajos recursos como parte
fundamental de su estrategia de revitalización (Milkman y Wong, 2000), las coaliciones entre
sindicatos de determinadas industrias y asociaciones de trabajadores inmigrantes aparece como un
campo particularmente fértil.
Para aprovechar el potencial que estas coaliciones pueden ofrecer, es sin embargo necesario
superar algunos obstáculos que hasta ahora han dificultado el acercamiento entre ambos tipos de
organizaciones. Por un lado, las asociaciones de inmigrantes han de superar el enfoque parroquial
que caracteriza a muchas de ellas (Zabin y Escala, 1999: 35) ampliando su agenda de intereses
para incorporar de manera más activa las necesidades que afectan a la población inmigrante que
reside en Estados Unidos, como en el caso de la asociación de inmigrantes michoacanos en
Chicago.
Por otro lado, los políticos, sindicatos, y asociaciones de Estados Unidos, han de desarrollar una
mayor sensibilización y entendimiento de la propia comunidad inmigrante, sus formas de
organización social, y la importancia que tienen tanto asociaciones institucionalizadas como otras
agrupaciones de carácter más informal pero no por ello menos importantes como formas de
articulación y cohesión social en dicha comunidad. Más allá de este ámbito, fundaciones
filantrópicas, corporaciones, y agencias gubernamentales de los países de origen y destino de los
migrantes interesados en la defensa de sus derechos habrán de buscar en el futuro formas de
colaboración con estas asociaciones y desarrollar formas de cooperación con las mismas.
6.3.20
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