EL AUTORITARISMO ERA UNA FIESTA

Anuncio
EL AUTORITARISMO ERA UNA FIESTA
Javier Protzel
Las transgresiones del Estado de Derecho que han allanado el camino de la
multidimensional y ubicua campaña reeleccionista contrastan con el limitado eco de
las voces de denuncia y el escaso brillo de los candidatos adversarios. Tamaña
desproporción
indica menos diferencias cuantitativas que un paso más en el
descentramiento actual de la política, lo que no equivale ni a su disolución ni a la
indiferencia a secas, sino al estallido del espacio público de la política, de los
discursos, agendas e intereses que convocaba, en su autoritaria versión nacional.
Queremos relacionarla aquí con las transformaciones de la subjetividad
subyacentes a la mediatización consolidada con el mercado televisivo, y con su
corolario local, la perversión del ejercicio del poder. Lo que se viene desplegando en
los meses previos a las elecciones del 2000 prolonga con rasgos propios las grandes
líneas de esa gradual transformación cuyas raíces se hunden en las dos últimas
décadas. La encontramos por lo menos en tres procesos superpuestos el uno al otro,
pero diferenciados entre sí.
PRODUCTIVISMO PARTIDARIO Y TELEVISIVO
En primer lugar, una crisis de los partidos que es en realidad una crisis de
adhesiones. Estas organizaciones, cualquiera que sea el rótulo que lleven, funcionan
como verdaderos dispositivos de comunicación, en su doble sentido informativo y
simbólico. Por un lado, son maquinarias articuladoras y agregadoras de intereses del nivel más local al más amplio- y, por otro, generadoras de creencias, aunque
dentro de sus obvias limitaciones logísticas y materiales de «llegada» a la gente. A
medida que la audiencia televisiva se ha masificado, pasando de un estimado del
45% de los hogares urbanos del país a aproximadamente un 94% entre 1979 y
1998, la función de los partidos cambió, junto con el resto del espacio público. Una
visión productivista común a todo el espectro ideológico se abrió paso
inexorablemente. La gran promesa televisiva de una cobertura territorial mucho
menos costosa, instantánea, para difundir discursos con más uniformidad y
aconteceres (aparentemente) con más transparencia a una mayor variedad de
ciudadanos, traía, junto a la obsolescencia de las pesadas burocracias y al
debilitamiento de las redes de información, militancia y solidaridad, una
concentración mayor del poder de decisión en las «cúpulas». Doble autonomía para
estas últimas. Primero, para saltar a través de las ondas, por encima de las
instancias partidarias, hacia audiencias que el mejor organizador de mítines no
reuniría. Y, segundo, los liderazgos se individualizaban mediante pactos directos con
los dueños de los canales y el concurso de expertos en comunicaciones.
OTRO TIPO DE EMPATÍA
El segundo proceso consiste en la transformación de la naturaleza misma del
discurso político, independientemente de la situación de los partidos. Menos en
virtud de la potenciación de la imagen visual como tal de los políticos (provista
desde antaño por la fotografía y otros procedimientos icónicos) como por un contacto
de nuevo cuño, que siendo distante, los lanza a un cuerpo a cuerpo imaginario con el
espectador. Más que comunicarnos ideas abstractas, la pequeña pantalla de la
neotelevisión seduce y narcotiza al deslizarnos al inescrutable terreno de formación
de las empatías: más que figuras, vemos comportamientos. Mínimos detalles de
mirada, gesto o voz mediante los cuales inevitablemente habla el inconsciente,
sometidos simétricamente a la permanente lectura de indicios en que se origina la
atracción o el rechazo del televidente. Esta dimensión afectiva, propia de la
comunicación más elementalmente humana, atraviesa de cabo a rabo la
2
racionalidad de cualquier discurso argumentativo, con la salvedad de que antes de la
neotelevisión esto no se ponía en evidencia, y los discursos políticos seguían siendo
tributarios de la escritura y de la abstracción. El contacto provocado por la cámara
introduce otros registros sensoriales de significación que constituyen el foco de
interés del espectador. La exposición se ancla en la persona, en el acto físico de
enunciación, más que en el contenido de lo que dice o en la línea de su
pensamiento. Con ello, el medio afirma su identidad de máquina convivial, de
contacto sencillo -y no de discursos grandilocuentes-, dirigida al deseo de
gratificación inmediata, con las limitaciones al tiempo y a la densidad de la
exposición que ello implica, y un replanteamiento de las fronteras entre lo entretenido
y lo aburrido, lo fácil y lo difícil.
Pero el destino de estos rasgos del medio depende de quién los maneje y de
cómo responda la audiencia. El sentido común generado con los ataques a los
«partidos tradicionales» y en general a la democracia representativa, orquestados
con posterioridad al autogolpe de abril de 1992, contenía -más acá de cualquier
crítica al funcionamiento del Parlamento o al entrampamiento de la gobernabilidadun cuestionamiento implícito al razonamiento argumentativo, encarnado en
discusiones percibidas como innecesarias. El defecto de hablar mucho y no hacer
nada es caricaturizable para crear la figura opuesta: la de un pragmatismo de pocas
palabras que prescinde del consenso para obtener resultados rápidos. Con la
anuencia de los canales y la participación de SIN y el SIE, el proyecto autoritario
encontró así desde inicios de la década su instrumento predilecto en los géneros
periodísticos más capaces de dar una versión maniquea, simplificada y emotiva de la
actualidad, manipulando a una audiencia ansiosa. Lo que no impide constatar, en
contrapartida, que la televisión ha derribado a los estilos políticos de su pedestal
retórico decimonónico, identificados por los sectores populares con elites
almidonadas. La derrota de Vargas Llosa en 1990 -su campaña fue un suicidio
semiótico- es el mejor ejemplo de ello, así como más adelante la explotación
3
sistemática de un Fujimori revestido de significantes antielitarios -como su manera de
hablar- que lo diferenciaban frente a sus opositores, con un éxito notable.
LOS TALK Y REALITY SHOWS
La coyuntura preelectoral lleva al tercer proceso. La ministra de Promoción de la
Mujer figura en una encuesta de noviembre de 1999 como «el(la) peruano(a) más
admirado(a) en la actualidad», en la que también ocupa un lugar importante la
animadora de reality shows Laura Bozzo.(1) No es difícil inferir que esa popularidad
se debe a la conexión entre el estilo mediático de la señora Cuculiza y su
asistencialismo, lo que es aún más obvio en el caso del programa de Bozzo. En
ambos casos hay una fusión de sus liderazgos electrónicos con un rol populista de
última generación. Esta simbiosis de vedettes mediáticas y de benefactoras
investidas por el poder es sólo posible en situaciones de descomposición social y de
reducidos márgenes de autonomía ciudadana. Pagar con un cheque político en
blanco por ayuda recibida equivale a suprimir la lógica electoral de la democracia
representativa, que supone libertad para optar, e ingresar al terreno de la
democracia delegativa, caldo de cultivo del autoritarismo.
Cuando más del 42.5% de la población del país depende directa o indirectamente
de la asistencia de organismos como FONCODES, PROMUDEH, PRONAA o el
Ministerio de la Presidencia,(2) campean los pactos locales de sobrevivencia, que no
sólo consisten en el intercambio funcional de ayuda por apoyo electoral. A diferencia
de
las
prebendas
del
clientelismo
tradicional,
aquí
hay
un
bombardeo
propagandístico integral, que combina dos flancos por los que se puede interpelar a
1
Datum International. En El Comercio, 20 de noviembre de 1999.
2 Llegando a más del 70% en los sectores rurales pobres e indigentes. Cuánto S.A. «Encuesta
Nacional de Niveles de Vida», Lima, 1997.
4
una población desmovilizada: el cognitivo y el emocional, y a doble escala, local y
nacional. Por un lado, la utilización deliberada de recursos públicos como muestra de
un poderío que convoca a una indispensable adhesión. Si bien los límites entre la
inauguración de una obra pública y un acto de campaña podrían discutirse, la
profusión de publicidad exterior funcionalmente innecesaria (paneles de organismos
oficiales, afiches, paredes pintadas, fiestas, seudomovilización de gente, etcétera) y
su difusión a través de la caja de resonancia de los noticieros no deja lugar a
dudas.(3) Lo mismo puede comentarse de los invasivos spots televisivos del Estado,
de los cuales más del 72% provienen del Ministerio de la Presidencia.
Pero el lado más novedoso consiste en la búsqueda de identificaciones
electoralmente eficaces, que constituyan alternativas emocionalmente viables frente
a la desgastada figura del héroe político luchador. Se trata de liderazgos electrónicos
que interpelan mejor los problemas cotidianos que el discurso doctrinario o la
promesa programática, vinculando como un puente simbólico ciertas demandas
públicas con el malestar de las transformaciones contemporáneas de la intimidad. La
utilización de programas televisivos como (por ejemplo, pero no sólo) el de Laura
Bozzo -que ha llegado a contar con la presencia del presidente Fujimori- constituye
una palanca neopopulista aplicable sobre todo a sectores urbanos pauperizados. Así
se abre una segunda vía asistencialista, oblicua, que posiciona mejor, con un «costo
por mil» optimizado.
Al mezclarse la alegría y las eufóricas distribuciones de
premios con la puesta en escena de sus propios conflictos personales, se crea en el
público popular una ilusión de protagonismo. El autoritarismo era una fiesta.
No debe menoscabarse la importancia adquirida por los reality y talk shows. En
última instancia, las emisiones más «televisivas» son aquéllas en las que predomina
la conversación. A la variedad de temáticas y densidades de tratamiento se
3 Un documento reciente de Transparencia muestra que durante el mes de octubre de 1999 el
tiempo de aparición en pantalla de Alberto Fujimori era de 78%, casi cuatro veces más que la suma de
los otros posibles candidatos juntos. Datos Electorales, noviembre de 1999. A ello hay que añadir la
invasiva publicidad de organismos como el Ministerio de la Presidencia, que
5
contrapone la circulación regular, estructurada, de los discursos, tanto en el set
como en el entendimiento del espectador. Vistos desde fuera del contexto nacional,
estos géneros responden a un fenómeno de época, a una transformación de la
subjetividad, patente ya en Estados Unidos y en Europa desde la década pasada y
objeto inicialmente de mucha crítica. Para amplios sectores del público urbano,
habría una devaluación del discurso sobre los problemas del espacio público que
habían nutrido las agendas de la política. Los verdaderos problemas estarían ahora
en lo privado, en la esfera interpersonal sacudida por los cambios económicos y
sociales de fin de siglo, en particular la permisividad. La acción de los líderes
políticos o el conocimiento de los expertos habrían perdido su atractivo. Serían
reemplazados por la experiencia directa del testigo, de aquél cuya confesión directa,
antes irrevelable, es sometida al escrutinio de la audiencia convirtiéndose en el punto
de fuga de una catarsis, lo que de por sí no carece de interés. Así como desde
mucho tiempo atrás el espacio público habría pasado al privado, ahora -también los
medios, pero al revés- harían público el espacio privado. Aparecería una televisión
de la intimidad.
Obviamente, el contenido depende de la empresa productora y de la orientación
del público. Y en el caso de los canales peruanos de señal abierta, nada de ello es
en última instancia ajeno a su subordinación al gobierno. Situemos el auge de estos
géneros destacando primero dos elementos de esta subordinación.
Por un lado, la ya larga alianza estratégica de los canales con el gobierno. Para
las empresas televisivas, la adhesión a un régimen de autoritarismo plebiscitario a
inicios de la década constituyó una ganancia absoluta de poder, un asiento en sus
primeros círculos, como el que ocuparon sus presidentes el 5 de abril de 1992 en la
Comandancia General del Ejército con ocasión del mensaje autogolpista. El medio
podía darle convergencia a la popularidad política con la popularidad a secas,
jugando finalmente al caballo ganador, reparando el «error» de haber apostado en el
pasado a un Vargas Llosa elitista o a un García decepcionante. Era funcional, si no
6
indispensable, a formas de legitimación ajenas a las de la democracia
representativa, que implican debate y pluralismo. Ante el vacío semántico y político
de 1990 -y en el contexto de la escalada senderista-, la vocación de construcción
simbólica y de simulación del medio se potenció, abriéndose a las denunciadas
operaciones «psicosociales» del SIN y del SIE.
Pero, por otro lado, todo eso funciona en el marco del mercado. Con un parque
nacional de receptores consolidado e indicadores macroeconómicos estables, la
inversión en televisión pasó a concentrar del 58% al 88% del total publicitario entre
1987 y 1996, el cual a su vez se multiplica aproximadamente por diecinueve durante
el mismo lapso.(4) Este incremento de la «torta» publicitaria ha corrido paralelo al de
la oferta televisiva, animado por una competencia tanto más feroz en cuanto el
mercado daba sus primeros signos de desfallecimiento desde 1996. El repliegue de
los anunciantes comerciales se vio acompañado por un aumento de la publicidad
estatal que lo llevó al primer lugar en 1999, (5) cuando la estrategia reeleccionista se
desplegaba y menudeaban las transgresiones del Estado de Derecho. Quehacer ha
mostrado que el Estado es en 1999 el primer anunciante de la televisión.
Esta tendencia ha cobrado fuerza desde antes del atentado contra un local de
Red Global en represalia contra el programa de César Hildebrandt, extendiéndose a
lo largo del proceso de destitución de tres vocales del Tribunal Constitucional, del de
evicción contra Baruch Ivcher, hasta las presiones de las que ha sido objeto otro
empresario, Genaro Delgado Parker, cuyas declaraciones quebraron la unidad del
gremio.( 6 )
4
Fuentes: Medio de marketing, diciembre de 1987; Marketing Estratégico, marzo de 1997;
ROBLES, Max y BURGOS, Hernando, «Cuestión de cifras». En Quehacer #118, Lima, mayo-junio de
1999. p. 49-50.
5
ROBLES, Max y BURGOS, Hernando, Op. cit., p. 49.
6
Entrevista a Genaro DELGADO PARKER en Somos # 675, 11 de noviembre de 1999.
7
POPULISMO DE MERCADO
Es lógico que esta época de vacas flacas tenga mucho que ver con el auge de los
reality y talk shows. La positiva relación costo/beneficio alcanzada por estos
programas corresponde perfectamente a la exigencia de reducir presupuestos de
producción, manteniendo ratings altos cuando la multiplicación de la oferta
electrónica tiende históricamente a hacerlos bajar. Mientras el periodismo político va
dejando la señal abierta en los últimos cuatro años hasta virtualmente desaparecer Hildebrandt es eliminado, los noticieros se convierten en crónica roja y de actividades
oficiales-, los talk shows aumentan, llegando a representar casi un tercio de la
producción nacional.(7) El mejor signo del advenimiento de este populismo de
mercado es el programa «Laura en América», que ha logrado superar la barrera de
los 50 puntos, copando casi la totalidad del encendido en los segmentos bajo y muy
bajo.
Con un juego escénico que suprime distancias en el trato interpersonal, recurre a
la replana y permite que la agresividad o el afecto se expresen como señales de un
espacio sin jerarquías ni inhibiciones, el programa pretende establecer cierta
sinceridad, cierta transparencia entre el set y el mundo exterior. Realismo cuyo
localismo es siempre subrayado con la exacerbación de problemas «ejemplares»
de la vida cotidiana, que exigen ser juzgados y castigados. Estamos por lo tanto ante
un implícito tribunal popular; son las exigencias de castigo del público las que hacen
«funcionar» al programa y las que convierten a su conductora en lideresa política y
benefactora. En esas condiciones, el programa resulta ideal para filtrar un discurso
político propagandístico. Pero tanto la fuerte identificación con la conductora como la
complacencia (proyectiva) ante los insultos o humillaciones padecidos por los
diversos personajes son signos de una fuerte dependencia afectiva y de una
bajísima autoestima. De ahí que detrás de lo festivo, participativo o entretenido de
7
CICOSUL. «Los programas de conversación en la pantalla». Mesa de Coyuntura. Centro de
Investigación en Comunicación Social, Universidad de Lima, abril de 1998.
8
este tipo de programas se estén manipulando fibras autoritarias y vindicativas, la
urgencia del televidente, sus pedidos de certidumbre y de resultados rápidos a quien
se los pueda dar. Y, al revés, la creación de un clima de unanimidad ejerce un tácito
chantaje en contra de todo aquello que usando una competencia cognitiva lo
cuestione con argumentos, haciéndolo aparecer como antipopular.
Al constatar que esta reducción de los espacios televisivos de discusión
racional se añade al declive de los liderazgos populares territoriales, las nuevas
versiones del lazo social protector del populismo parecen ser la consecuencia lógica
de lo que Giovanni Sartori ha llamado el debilitamiento del pueblo.(8)
¿CÓMO CREAR CERTIDUMBRE?
En esa medida, la intención de voto en las encuestas y el rating de este tipo de
programas tienen orígenes cercanos. La ventaja de Fujimori tres meses antes de las
elecciones se nutre del mismo principio de unanimismo que impulsa al futuro elector
a subirse al coche del vencedor. Y no se trata sólo de la inmensa superioridad
material de la maquinaria electoral oficialista, sino del modo en que maneja
emociones y creencias para construir aquellas garantías de certidumbre que los
otros candidatos no logran construir. Mientras los principales candidatos opositores
no se reposicionen -en el plano de lo simbólico- en base a algún gesto de desafío, de
fuerza fundacional, que no pase sólo por el intelecto, para hacerse reconocibles
como una alternativa confiable, es muy difícil que alguno de ellos gane.
Para hacer una tortilla hay que romper los huevos. Gracias al trabajo de la Alianza
FREPASO-UCR, Menem comenzó a ceder terreno cuando la ciudadanía argentina
le quitó su condición de único garante de la estabilidad económica. Lo mismo ocurrió
mucho antes en Chile, cuando Ricardo Lagos levantó el dedo acusador ante
cámaras para enfrentar a Pinochet. El electorado peruano tiende más bien a
8
SARTORI, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Taurus, Madrid, 1998.
9
parecerse al mexicano, que durante más de una campaña ha prestado oídos a una
inteligente oposición, pero a medida que se ha acercado la hora de las urnas ha
confiado más en el ogro filantrópico fabricado por el PRI. Los gestos provenientes de
las distintas regiones -Tacna, Huancavelica, Loreto-, por auténticos que sean, no
permanecen en la periferia física sino en la virtual, establecida por los grandes
medios que dirigen sus baterías hacia las multitudes de las ciudades.
desco / Revista Quehacer Nro. 121 / Nov. – Dic. 1999
10
Descargar