COMENTARIO DE TEXTO Por todos mostraba el mismo afecto, y si a algunos distinguía más con él era a los más desgraciados y a los que aparecían como más díscolos. Y como hubiera en el pueblo un pobre idiota de nacimiento, Blasillo el bobo, a este es a quien más acariciaba y hasta llegó a enseñarle cosas que parecía milagro que las hubiese podido aprender. Y es que el pequeño rescoldo de inteligencia que aún quedaba en el bobo se le encendía en imitar, como un pobre mono, a su Don Manuel. Su maravilla era la voz, una voz divina, que hacía llorar. Cuando al oficiar en misa mayor o solemne entonaba el prefacio, estremecíase la iglesia y todos los que le oían sentíanse conmovidos en sus entrañas. Su canto, saliendo del templo, iba a quedarse dormido sobre el lago y al pie de la montaña. Y cuando en el sermón de Viernes Santo clamaba aquello de: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», pasaba por el pueblo todo un temblor hondo como por sobre las aguas del lago en días de cierzo de hostigo. Y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo, como si la voz brotara de aquel viejo crucifijo a cuyos pies tantas generaciones de madres habían depositado sus congojas. Como que una vez, al oírlo su madre, la de Don Manuel, no pudo contenerse, y desde el suelo del templo, en que se sentaba, gritó: «¡Hijo mío!». Y fue un chaparrón de lágrimas entre todos. Creeríase que el grito maternal había brotado de la boca entreabierta de aquella Dolorosa -el corazón traspasado por siete espadas- que había en una de las capillas del templo. Luego Blasillo el tonto iba repitiendo en tono patético por las callejas, y como en eco, el «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», y de tal manera que al oírselo se les saltaban a todos las lágrimas, con gran regocijo del bobo por su triunfo imitativo. Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir. 1931 -----------------------------------------------------------------------------Resumen Don Manuel es un sacerdote de extrema bondad, entregado a los demás, especialmente a los más desfavorecidos, como a Blasillo el bobo, al que enseñó y cuidó especialmente. Eran tan extraordinarias sus cualidades morales y humanas y el amor y admiración que el pueblo le profesó, que incluso fue identificado con Jesucristo. Tema y organización de las ideas En su estructura externa, el texto se compone de un solo párrafo; y en la interna, está constituido por tres núcleos temáticos de desigual extensión. Presenta, primero, la bondad de Don Manuel, que pasa después a ejemplificar con anécdotas con las que resalta sus cualidades casi divinas. Finalmente, Blasillo repite entre el pueblo emocionado las palabras del sacerdote sin llegar a entenderlas. Esquemáticamente sería así: 1. Presentación de la bondad de Don Manuel (líneas 1-2, hasta “díscolos”). 2. Ejemplos de su bondad y cualidades (líneas 2-18, hasta “templo”). 2.1. Relación con Blasillo el bobo (líneas 2-6, hasta “Don Manuel”). 2.2. Divinidad de su voz (líneas 6-8, hasta “sus entrañas”). 2.3. Trascendencia de su canto (líneas 8-9, hasta “montaña”). 2.4. Alabanza de su sermón y comparación con Jesucristo (líneas 9-14, hasta “congojas”). 2.5. Conmoción de su madre y del pueblo al oírlo (líneas 14-18, hasta “templo”). 3. Imitación de Blasillo el bobo a modo de eco (líneas 18-21). Comentario crítico Se trata de un fragmento de la novela San Manuel Bueno, mártir (1931) de Miguel de Unamuno, escritor noventayochista que cultivó todos los géneros literarios en los que vertió sus conflictos interiores y su particular representación de la realidad. Estamos, pues, ante un texto literario narrativo en el que se combinan a partes iguales la narración (anécdotas) y la descripción (exaltación de las cualidades de San Manuel). En el fragmento no aparece el diálodo narrativo, sino varias citas, en estilo directo, de las palabras delos personajes (Don Manuel, la madre y Blasillo). La intencionalidad del autor es contar unos hechos protagonizados por Don Manuel y destacar sus cualidades y el efecto benéfico sobre sus feligreses. Para ello se sirve de una variedad de recursos literarios que embellecen y enfatizan su mensaje. El tema es de carácter religioso y humano, por lo que adquiere trascendencia universal; sin embargo, el tratamiento del mismo resulta subjetivo ya que está presentado desde la perspectiva limitada de su narradora, Ángela, que participa en la historia y enaltece y magnifica los hechos y cualidades del sacerdote como si se tratara de un enviado de Dios (“Y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo”). Este texto pertenece a la primera parte de la novela, antes de conocer el conflicto interior del sacerdote, y plantea el tema de la exaltación de las cualidades morales y humanas del personaje al que se compara con Jesucristo. Para ello, la narradora –Ángela Carballinocuenta varias anécdotas que ponen de manifiesto el fundamento real de las mismas. Desde la perspectiva de una narradora-testigo, con una perspectiva limitada de la realidad, Unamuno nos presenta a don Manuel como un hombre afectuoso y entregado a sus feligreses, especialmente a los que más lo necesitan (“si a algunos distinguía más con él era a los más desgraciados”). Desde el principio del texto, se va estableciendo el paralelismo entre el sacerdote y Jesucristo. Lo mismo que Cristo, también don Manuel (que significa “Dios entre nosotros”) socorre a los débiles (a los más desgraciados y a los más díscolos). Así, Blasillo, el tonto del pueblo, será amado y protegido por el sacerdote y se convertirá en su seguidor incondicional que “como un eco” repetirá las palabras de don Manuel “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”, emocionando a las gentes del pueblo. La narradora enaltece las cualidades extraordinarias de su voz (calificada de “divina”, “que hacía llorar”) y de su canto (al escucharlo les parecía oír al mismo Jesús).En diversas ocasiones se refiere a la reacción sentimental y emotiva que causaban las palabras de don Manuel (“y fue un chaparrón de lágrimas entre todos”, “y todos los que le oían sentíanse conmovidos en sus entrañas”). El pueblo sentía una fe sencilla, espontánea, basada en la admiración de don Manuel, que para ellos significaba el mismo Jesús, representado en el crucifijo de la iglesia. Era una fe desprovista de pensamiento, aquella que don Manuel nunca pudo tener. Como símbolos de estas dos formas de creencia aparecen la montaña, que simboliza la fe firme, y el lago, que simboliza la duda, que ejerce una enorme atracción sobre don Manuel que lo llama al suicidio. La cuestión religiosa preocupó y angustió a Unamuno y en este texto adquiere una especial relevancia. Es la religión cristiana la que aquí aparece. Unamuno vivió “la agonía”, la lucha entre el deseo de creer y la imposibilidad de ello debido a la interposición de la razón. El agonismo es una característica de su pensamiento, su angustia interior entre razón y fe. Unamuno sufrió una crisis religiosa profunda en 1987 que lo marcaría para siempre. En sus obras se percibirá su ansia de eternidad que buscará en el ansia de vida perdurable en la fama. El tema de la religión va asociado al de la inmortalidad y la búsqueda de la respuesta a ésta no es más que el deseo profundamente humano de superar el triste y definitivo final de la muerte. La inmortalidad ha sido la base de todas las religiones y de la Filosofía. Es una cuestión universal de difícil respuesta. Don Manuel –como Unamuno- quiso “engañar” al pueblo ocultando su falta de fe y mostrándose como representante de Dios en la tierra, para que el pueblo fuera feliz en su creencia. La utilización de la mentira vital (la religión) para asegurar la felicidad del pueblo, supone la separación antagónica entre el yo íntimo de don Manuel (falto de fe) y el yo teatral o externo (representante de Cristo). Por eso, la calificación de “mártir”, al sacrificarse ocultando la verdad para ayudar a sus fieles. Unamuno, quizás se salvó escribiendo su obra literaria en las que liberaba todas sus angustias internas compartiéndolas con sus lectores. Nosotros, como receptores de su mensaje, reflexionamos sobre las cuestiones esencialmente humanas que él nos transmite, en un mundo cada vez más alejado de la introspección y de las preocupaciones religiosas, al menos en apariencia.