1 Revisitando al Estado Los estados populistas y desarrollistas: Poner las cosas en su lugar __________________________________________________________________ Teresa Castro Escudero, Rina Mussali Galante y Lucio Oliver Costilla* El horizonte neoliberal y la crítica del Estado nacional desarrollista En este primer trabajo nos proponemos revisitar al Estado para dar cuenta de lo que realmente fueron las características, el papel histórico, las funciones, los aportes, los aspectos negativos y la crisis del Estado capitalista latinoamericano del periodo nacional desarrollista, que abarca las décadas de 1920 a la de 1970. En tanto investigadores de estudios latinoamericanos de una universidad como la Nacional Autónoma de México, así como de otras instituciones académicas independientes y comprometidas con el desarrollo latinoamericano, nos interesa hacer nuestra propia lectura e interpretación de lo que fue realmente el Estado nacional desarrollista y, en ese sentido, diferenciarnos seriamente de los lugares comunes propalados sobre este asunto por las distintas agencias financieras, políticas y culturales neoliberales durante las dos últimas décadas del siglo anterior. Dichas agencias, en lugar de partir de un análisis crítico a fondo del papel esencial jugado por el Estado, presupusieron la existencia perenne de una gran crisis histórica estructural del Estado nacional desarrollista y la justificaron a partir de las dificultades habidas en el crecimiento económico de los años setenta y ochenta del siglo anterior y de la imposibilidad de sostener en las nuevas condiciones lo que consideraban un excesivo gasto público. En lugar del análisis y la reconstrucción del Estado para reinsertarnos en la nueva mundializacion a partir de las necesidades e intereses de los propios países latinoamericanos, la propaganda se orientó a denostar al Estado y a sostener que el eje del desarrollo es el libre juego de las fuerzas del mercado, no obstante los desequilibrios y desigualdades evidentes que éste crea en el espacio internacional y al interior de las sociedades. Todo lo relacionado con las funciones nacionales, sociales, populares, y * Sociólogos y latinoamericanistas. Los profesores Teresa Castro y Lucio Oliver son Investigadores del Centro de Estudios Latinoamericanos y docentes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM. La profesora Mussali es docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana. 2 estratégicas, del Estado fue tildado de “pernicioso estatismo” y se exigió simplemente menos Estado y más mercado. Esta concepción tuvo algunas variantes en la propuesta del llamado Estado social liberal que pretendió ocultar su sumisión acrítica a la globalización neoliberal con una supuesta reorganización gerencial del Estado que mantuviese un intervencionismo estratégico nacional y una preocupación por la situación social, pero sobre la base de mantener en primer término la libre acción del mercado y de las grandes firmas transnacionales, abrir paso a la plena internacionalización del capital y someter la acumulación nacional y el trabajo asalariado a los intereses de la rentabilidad del capital transnacional. Aparte del interés de viabilizar la reorganización capitalista mundial que ambas propuestas de reforma del Estado pretendían, la neoliberal y la social liberal, y ante la falta de respuesta a fondo de parte de los políticos, intelectuales y académicos críticos, esa propaganda puso en el centro del debate de la sociología la necesidad –que recogemos en esta investigación- de una revaloración a fondo de lo que fue el papel y la función histórica y política del Estado nacional desarrollista en América Latina. Es por ello que con el presente escrito (y con el siguiente que trata de las especificidades del Estado actual), revisitamos el Estado en América Latina a partir de una discusión de lo que fue el Estado intervencionista y proteccionista en sus variantes populista y burgués desarrollista. En el ambiente político oficial de los gobiernos latinoamericanos de las dos últimas décadas, la crítica superficial al Estado nacional desarrollista en América Latina se expande vertiginosamente a fines de los años ochenta del siglo anterior, a partir del supuesto de las organizaciones financieras internacionales, principalmente del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de que el Estado se había convertido en un obstáculo al crecimiento económico de la región, lo que exigía políticas radicales de ajuste estructural, liberalización y privatización de activos públicos para lograr la eficiencia económica y liberar las trabas a una economía abierta y competitiva a nivel mundial. En esa concepción, los Estados nacionales latinoamericanos tuvieron un carácter de inhibidores de la libre empresa competitiva, funciones regulatorias, intervencionistas y proteccionistas, y un papel paternalista-clientelista, que impidieron que los países de la región estuviesen aptos para participar eficiente y competitivamente en la globalización. En la misma óptica, se presupuso que América Latina heredó, junto con la transición a la democracia, Estados 3 hipertrofiados, con un gasto público excesivo e incontrolado; con enormes, pesadas e inútiles burocracias intervencionistas y reguladoras, sustentadores de economías ineficientes excesivamente protegidas, prohijadores de sistemas políticos corruptos, prebendarios, corporativistas y clientelares, y alentadores de sociedades sin iniciativa, dominadas por un pernicioso paternalismo (Bresser Pereira, 1991) Se cuestiona la prevalencia fuera de tiempo y de contexto de una “matriz estadocéntrica”y se sostiene su crisis y transformación creciente hacia otra matriz, cuyo eje debía ser el mercado. El Banco Mundial promovió la tesis neoliberal de que el Estado debe transformarse para reinsertar a América Latina en la nueva corriente de globalización: ajustes monetaristas y ajustes estructurales son la receta para sanear la economía y modificar la relación entre el Estado y la economía en beneficio de un crecimiento económico realista y eficiente (Banco Mundial, 1997) Dentro de la sociología académica se propusieron otros enfoques de la transformación del Estado, enfoques aislados y minoritarios, que proponían que el eje de las relaciones Estado-sociedad fuese una matriz “societal” y una reorganización democrático nacional del Estado en la que prevaleciera la dirección social y no de mercado (Calderón y Dos Santos, 1990, Oliver 1997) Sobre el nuevo carácter y papel del Estado, en general, hoy tiende a dominar una doble crítica conservadora que pretende mantener la prioridad del mercado y proviene de 1) los proyectos estadounidenses de impulso a la globalización neoliberal para recuperar su hegemonía en América Latina (Documentos de Santa Fé, I y II; Consenso de Washington, proyecto ALCA); 2) las políticas neoliberales de las grandes organizaciones financieras internacionales y, 3) el programa de las grandes burguesías transnacionalizadas latinoamericanas y de una nueva oligarquía financiera enclavada nacionalmente para restringir la actividad del Estado en la economía y avanzar hacia el predominio de una regulación oligopólica. Hay, por otra parte, políticos, intelectuales y académicos latinoamericanistas que con su crítica se oponen al programa de contrareforma neoliberal del Estado y proponen un nuevo papel regulador del Estado (Ignacio “Lula” da Silva y Cuauhtémoc Cárdenas entre los políticos. Para los académicos véase: Pablo González Casanova, 1991; Fernando Calderón y Dos Santos, 1990; Atilio Borón, 1993; Carlos Vilas, 1995) A lo largo de la década de los años noventa, las palabras de orden pasaron a ser el 4 ajuste estructural y la reforma del estado, así como el Estado mínimo social liberal o neoliberal, con lo cual se suponía que se desarrollarían mágicamente en la región grandes grupos económicos de origen nacional capaces de crear una economía competitiva a nivel mundial. En lugar de generarse la creación de dichos grupos, en la política latinoamericana triunfa y se hace hegemónica una fracción financiera neoliberal estrechamente asociada a los grupos financieros transnacionales, interesada en la especulación, la liberalización de las inversiones de capital financiero y en la restricción del gasto público para cubrir los intereses de la deuda externa e interna y en la prolongación de la dependencia, la subordinación, el atraso económico y la pérdida de autonomía y soberanía del Estado. Las principales tesis del neoliberalismo sobre el Estado han girado en torno a las siguientes ideas básicas: 1) El Estado nacional desarrollista entró en una crisis terminal porque su dinamismo económico estuvo basado en el gasto público discrecional y populista, en un proteccionismo e intervencionismo de Estado que solaparon una industria ineficiente y en una onerosa deuda pública externa: en su transcurso impidió el desarrollo del mercado y la eficiencia económica. 2) Los estados deben dejar su lugar a las fuerzas del mercado y acabar con la regulación política de la acumulación, con el intervencionismo en la economía y con el proteccionismo industrial y comercial. 3) La mayoría de los Estados han construido inmensas y costosas redes de clientelismo político, perniciosas y contrarias a la democracia liberal moderna. 4) Los Estados latinoamericanos son corruptos, grandes burocráticamente y débiles en términos de la efectividad de su regulación. 5) La función del Estado es garantizar el marco jurídico de la economía y dar seguridades al capital privado. 6) Se deben desarrollar programas focalizados y compensatorios de política social hacia los núcleos marginados de la población. La crítica neoliberal del Estado simplifica enormemente el problema y deja de lado lo que fue realmente el papel histórico y las funciones de los Estados nacional desarrollistas en América Latina, no obstante sus deficientes y contradicciones: es por ello urgente una valoración independiente y crítica de cuál fue su papel de promotor de la 5 economía capitalista industrial dependiente, de estímulo a mecanismos generadores de altas ganancias en grupos elitistas y de una acumulación nacional concentrada; valorar con rigor cuáles fueron sus posibilidades, compromisos y objetivos de autonomía, soberanía y desarrollo nacional y popular; criticar su limitado impulso a la industrialización de sustitución de importaciones que no tuvo como horizonte crear un nuevo mercado interno, sino sustituir al anterior; sopesar su regulación de la economía a través del proteccionismo y del intervencionismo para impulsar la modernización capitalista dependiente; ventilar el sentido y validez que tuvo la creación de una burocracia extensa ideada para el control político, además de enfrentar los retos de la planeación y ejecución de miles de programas de inversión, programas universales de seguridad social, de empleo y de atención médica y educativa; analizar los resultados reales de la consecución de pactos nacionales o sociales entre las clases mayoritarias y las clases monopólicas para un proyecto desarrollista nacional que terminó creando grandes monopolios nacionales que, a su vez, promovieron los golpes de Estado contrainsurgentes que garantizaron una acumulación de capital en beneficio exclusivo de dichos monopolios y sus nuevos socios transnacionales. Independientemente de la evaluación por hacer, cabe decir que el Estado nacional desarrollista latinoamericano entró realmente en crisis desde inicios de los años sesenta del siglo anterior. Manifestaciones evidentes fueron su incapacidad de canalizar la lucha de clases y la multiplicidad de conflictos de intereses que se evidenciaron en esa década y en la subsecuente; la crisis fiscal que llevó a fenómenos de hiperinflación ante la obligación de cubrir el servicio de una deuda externa e interna creciente; el desbordamiento de una excesiva burocracia estatal cuyas ramificaciones abarcaban todos los poros de la sociedad y la dificultad de acumulación basada en el capitalismo de Estado al servicio exclusivo de un proyecto que aportaba altas ganancias a los monopolios capitalistas protegidos y mantenía políticas sociales universales cuya calidad entró en declive. En cierta forma era inevitable una reforma del Estado latinoamericano a finales del siglo XX. Lo que se discute es el carácter y las funciones de la reforma (contrareforma) neoliberal que ha prevalecido, que no parte de la valoración compleja de la herencia histórica de la principal institución que tuvo América Latina en el siglo XX: el Estado nacional desarrollista. 6 El capitalismo dependiente en América Latina: la transición del Estado nacional oligárquico al nuevo Estado nacional popular desarrollista. Para caracterizar cómo se abre paso en nuestra región el dominio de las nuevas relaciones sociales capitalistas urbano industriales dependientes, conviene mencionar algunos aspectos de la transición del capitalismo agroexportador al capitalismo de sustitución de importaciones. La constitución de una oligarquía dominante en buena parte de América Latina a mediados del siglo XIX, hubo llevado a la formación de numerosos Estados naciones oligárquicos latinoamericanos. Con dichos Estados se avanzó en unificar económica y políticamente a las diversas regiones internas de las nuevas naciones. Los diversos logros en agricultura, ganadería y minería de exportación, se convirtieron en el eje del desarrollo capitalista dependiente de la región (frutas, café, tabaco, plata, carne). Para afirmar un poder propio y a su vez apoyar ese capitalismo neocolonial (Donghi, 1996), el nuevo Estado latinoamericano procuró establecer instituciones nacionales básicas: el ejército, la administración, las instituciones constitucionales formales, los sistemas bancarios y fiscales, secretarías de educación y salud, que se consolidaron en esa época. A partir de los años ochenta del siglo XIX se acentúa el ingreso de capitales imperialistas en diversas actividades estratégicas: extractivas, energía eléctrica, comunicaciones. Se fortalece el papel de América Latina en la producción de materias primas y de agricultura para la exportación. La oligarquía latinoamericana entreteje sus intereses con dichos capitales externos y se fortalece el nuevo bloque de poder (Dongui, 1996; Kaplan, 1969) Esa inclusión no modifica de manera alguna el carácter excluyente y represor del poder público con respecto a los sectores modernos nacientes: industriales nativos, pequeños y medianos productores, diversos grupos de trabajadores urbanos y rurales: obreros, campesinos, trabajadores rurales. A inicios del siglo XX, ya se observa en varios países grandes de la región de América Latina una modernización significativa: los talleres textiles se transforman en industria de la confección (Argentina, Brasil, México); aumenta la presión política de los sectores urbanos en pos de una administración racional en la ciudad y una representatividad político social (Kaplan, 1969) Ese impulso capitalista industrializante reta a los Estados oligárquicos excluyentes, que se mantienen cerrados y opuestos a la 7 expansión y reestructuración capitalista en las ciudades y en el campo (Kaplan, 1981) La nueva relación global de capital en el mundo, el capital financiero imperialista, estimula y coincide con los procesos de expansión capitalista urbano industrial que se producen en las áreas desarrolladas de Europa Occidental, Estados Unidos, Europa Central y Oriental y en algunos países de Asia. América latina no es la excepción y en los países más articulados con el capitalismo mundial, o con mayor desarrollo capitalista interno, se producen transformaciones en el modo de producción y en la acumulación que encuentran un obstáculo en el poder oligárquico. Reformas político administrativas, revolución social, se ponen a la orden del día en Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala, Cuba y México. Se trata de una anticipación de procesos más profundos y radicales que se abrirán paso con la crisis del capitalismo mundial de 1929,30. Esa nueva situación pone contra la pared al capitalismo de agroexportación y al Estado oligárquico latinoamericano. A partir de 1930 se toca la campana para los proyectos de un capitalismo nacional industrial signado por un proceso de sustitución de importaciones (Argentina, México, Brasil) para abastecer con productos locales el mercado interno existente y, en su caso, ampliar la producción a nuevos sectores y expandir el limitado mercado interno, a partir de la organización urbano industrial, sindical o la reforma agraria. Así sucedió en los países de industria más avanzada. En otras áreas de América Latina los movimientos campesinos o urbanos fueron derrotados y siguió prevaleciendo el Estado oligárquico (Perú, Guatemala, El Salvador, etc.) En El Salvador, hasta se llegó al extremo de prohibir la industrialización en la Constitución Política de 1940 (González Casanova, 1985) Las nuevas relaciones urbano capitalistas y los movimientos sociales y políticos modernizadores también se expanden en sociedades tradicionales, de enclaves, donde siguen prevaleciendo las castas y la servidumbre, articuladas por la exportación primaria y los Estados oligárquicos (Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, en parte también México) El panorama de América Latina cambia a partir de los años treinta del siglo XX; en algunos países de la región surgen triunfantes procesos de capitalismo nacional y nuevos Estados nacionales populares, comprometidos con el desarrollo capitalista interno. La complejidad del nuevo desarrollo capitalista, a partir de los procesos de industrialización, urbanización, cambio y modernización en sociedades con instituciones, actores, cultura 8 tradicionales y conservadores, crea fenómenos particulares que llevan a que los cambios ya maduros se procesen con formas políticas singulares: surge así el Estado capitalista nacional con forma populista, el Estado despótico burgués, el Estado democrático liberal, que caracterizan, a nivel de una voluntad política constructora, el capitalismo histórico de América Latina. A continuación estudiaremos las características, funciones, instituciones y relaciones políticas que signaron a los nuevos Estados nacional populares desarrollistas e impulsaron a su manera el progreso social, bajo condiciones de una sociedad civil poco evolucionada en términos de organización, independencia y conciencia propia de los cambios que se estaban abriendo paso. El Estado nacional desarrollista: la forma populista El Estado populista y el populismo en general, per se, son problemáticos en cuanto a su definición, pues con ella también se intentó englobar experiencias muy dispares de países de Europa, Asia y América Latina, dando lugar a definiciones muy ambiguas de un fenómeno, por otro lado, crucial para nuestra región: las formas peculiares no democráticas que asume la construcción del Estado y la nación modernas en el subcontinente --en aquellos casos en que prosperó este camino--, mediante la incorporación –vertical, autoritaria-- de las masas a la política. Aníbal Viguera otorga al populismo un lugar central en la evolución histórica de las ideologías y proyectos políticos de Latinoamérica pero no deja de reconocer la falta de precisión del concepto y sus repercusiones actuales(Viguera, 1993; 49) Citado por Ives Surel, del Instituto de Estudios políticos de París, Sir Isaiah Berlin, resumía los problemas clásicos que plantean a la ciencia política los fenómenos populistas y el propio concepto de populismo, hablando de un complejo de cenicienta “…por el cual entendía lo siguiente: hay un zapato –la palabra populismo –para el cual, en alguna parte hay un pie” (Surel, 2001: 137) Por su parte, Rafael Quintero López, en un reciente ensayo sobre el debate actual del populismo, también cuestiona la capacidad científica del concepto, llamando la atención al hecho de que al hablar de populismo, distintos autores como Nelson Minello, Paul Drake, David Raby , Lisa North, Juan Maiguasah, Carlos de la Torre, entre otros, 9 construyen fórmulas y caracterizaciones de comportamientos sociales o económicos bastante diferentes, pues mientras unos lo consideran un tipo de proyecto nacional popular, otros, un fenómeno principalmente discursivo . Para Quintero, a pesar de que otros autores han hecho importantes esfuerzos por crear una tipología entre los viejos populismos y los neopopulismos , no se habría logrado salir de la ambigüedad del concepto. Lo fundamental de su crítica se basa en los intentos de caracterizar tanto los varios gobiernos de Velasco Ibarra, como el ascenso de Abdalá Bucarám en 1996, en el caso del Ecuador. Ioannis Papadopoulos señala cómo el populismo, con todas sus raíces históricas profundas en Europa y en la “semiperiferia de América del Sur”, es un concepto que se utiliza con una carga negativa para estigmatizar a los oponentes y, si bien “cualquier definición de populismo carece de consenso científico”, es necesario dotarlo de significados y explicaciones que no se alcanzarán aceptando la noción de Peter Wiles que lo presenta como un “síndrome”, al ser un fenómeno que no concuerda ni con las características de una ideología populista ni con sus condiciones de emergencia o sus bases sociales, porque “refleja una resignación intelectual ante la complejidad del tema bajo escrutinio” (Papadopoulus, 2001; 68-69) En el mismo sentido, el historiador Alan Knight del St. Anthony's College de la Universidad de Oxford se aboca a la discusión del "fenómeno / concepto" del populismo, debido a lo ubicuo de éste y lo controvertido de un término caracterizado por diversos analistas como "elusivo y recurrente" y "uno de los enigmas no resueltos de la historia y la sociología latinoamericanas" (Knight,1994) Podríamos seguir enumerando posturas muy diversas frente al fenómeno en cuestión y sin negar que el populismo se puede aplicar a un estilo personal, a un movimiento político, a un partido y que se puede hablar de periodos o interregnos populistas, pensamos que el mismo Knight nos brinda un asidero para intentar circunscribir un tema de esta naturaleza a lo que es el populismo en América Latina, que poco tiene que ver con el que se dio en Rusia o Estados Unidos. Es lo que el autor define como enfoque histórico y estructural, el cual considera al populismo como un gran proyecto sociopolítico que, aunque demagógico y manipulador desde el punto de vista de su discurso y retórica, también incluye políticas concretas -asociadas a la política de 10 industrialización- y a una coalición específica de intereses, productos ellos mismos de circunstancias históricas determinadas que empezaron a darse entre las dos guerras. Este enfoque nos parece más preciso, porque delimita el problema del populismo "clásico" -o realmente existente- históricamente, refiriéndose a los casos donde el populismo se concretó, cristalizando en un tipo de Estado determinado, todo lo cual nos permite ir más allá del campo del mero estilo político que es demasiado impreciso y amplio, aunque sin excluirlo, pues es una noción muy extendida y comprendida, tanto por el especialista como por el ciudadano común, para establecer no sólo las diferencias, sino lo que hay en común en experiencias tan diversas como el yrigoyenismo, batllismo, getulismo, varguismo, cardenismo, peronismo, velasquismo, los gobiernos de Paz Estensoro y Siles Suazo en Bolivia y otros más; todas ellas experiencias nacionalistas-populares disímiles que, a pesar de que comparten rasgos similares, han sido encajonadas bajo el mismo concepto del populismo. Procediendo de esta manera, podríamos tener mucho más elementos para, por la vía del análisis comparativo, entender los casos en que el populismo se desplegó en políticas públicas del tipo Estado de compromiso nacionalista, sin que, sin embargo, podamos calificarlo como Estado de bienestar al estilo europeo; así como considerar otros casos como el del APRA en el Perú --que si bien podríamos considerar un clásico partido populista, no llegó al poder en esa coyuntura-- y el de aquellos en donde estrictamente no se puede hablar de populismo, como Chile y Uruguay. Si nos atenemos a la definición que presentan Ruth y David Collier sobre el populismo, como un movimiento político que contó con un amplio apoyo de masas provenientes de la clase obrera urbana y /o campesinos, además de un fuerte elemento de movilización desde arriba, un rol central de liderato del sector medio o elite, la existencia de un líder personalista o carismático, una ideología y un programa anti status quo, nos encontramos frente al populismo latinoamericano, diferente de movimientos que tuvieron en otras partes del mundo un carácter más agrario. De esta manera, la caracterización del Estado populista se ubicaría en los contornos de un análisis histórico estructural que establecería que los regímenes populistas emergen en la coyuntura de los años treinta confluyendo con la crisis de los sistemas agroexportadores y la irrupción de "sociedades urbanas de masas basadas en 11 economías insuficientemente industrializadas", lo que genera una gran población marginal desempleada y miserable. El Estado capitalista en América Latina ha asumido distintas formas y ha manifestado su singularidad bajo determinadas condiciones nacionales e internacionales, no obstante, su trayectoria histórica lo ha caracterizado por su condición periférica y dependiente, razón por la cual debe ser entendido en un código distinto a lo que fue la conformación del Estados en las sociedades desarrolladas. El punto de arranque es el hecho colonial, una situación muy distinta a la europea que es el espejo en el que hasta de manera enfermiza nos queremos reflejar. Un análisis histórico estructural también nos permite resaltar, como lo propone Pablo González Casanova, las principales modalidades específicas asumidas por el Estado capitalista en América Latina desde la emergencia del Estado de las raquíticas burguesías comerciales y urbanas en 1800, el Estado de las oligarquías asociadas al naciente imperialismo entre 1850 y 1880, momento también de emergencia de los primeros ejércitos profesionales cuya principal misión era garantizar la posesión de los territorios nacionales frente a caciques regionales y la protección de los enclaves extranjeros. Después estaría el Estado de los caudillos populares o populistas que en 1930 establecieron una variedad de pactos con capas medias e incluso con los obreros, siendo el momento del auge de las burguesías nativas o nacionales y de su vinculación creciente con el capital monopólico, hasta llegar a las transformaciones del Estado bajo el modelo neoliberal a partir de 1980 (González Casanova, 1990) Como lo mencionamos anteriormente, el populismo aparece como uno de los efectos de la crisis de la dominación oligárquica, orden que se había alcanzado luego de algunas décadas de luchas internas en los países latinoamericanos, que el propio Halperin Donghi denominó la “larga espera”. El surgimiento del orden neocolonial estuvo acompañado de un liberalismo progresista a menudo permeado de soluciones políticas autoritarias. En ese periodo se transitó de una situación de dispersión de poder, en donde las elites políticas mostraban su incapacidad por hallar un orden político estable, a un Estado liberal oligárquico de la fase siguiente que tuvo como objetivo implantar el capitalismo como modo de producción dominante en las entidades latinoamericanas, con el fin de transformar a nuestros países en productores de materias primas para los centros de la 12 nueva economía industrial, a la vez proveedoras de artículos de consumo alimenticio y consumidoras de producción industrial ( Halperin Donghi, 1989) El Estado oligárquico estuvo sustentado por los grandes comerciantes exportadores e importadores, quienes junto con el capital extranjero monopólico se entretejieron para ubicarse fundamentalmente en los sectores de la actividad primarioexportadora (Cueva, 1977) Así, el poder político del régimen oligárquico se encontró íntimamente ligado a los intereses de la agricultura, ganadería y minería, y a los intereses detentados por las economías dominantes de su momento: Inglaterra y Estados Unidos. La oligarquía establece un Estado elitista y patrimonialista, derivando en un aparato cerrado y excluyente que vela por la acumulación privada en su versión nacional o extranjera. La participación política es suprimida o limitada por la violencia, coacción, represión y manipulación política. Su carácter autoritario y represivo se expresó en el alargamiento de la jornada laboral del trabajo, en los salarios deprimidos y en la aniquilación de soluciones alternativas, tampoco se favoreció el desarrollo de instituciones políticas autónomas de gobierno, sino, por el contrario, se reforzaron las ya existentes. Cardoso y Faletto hablan del momento de la crisis de ese Estado como un periodo de transición en el cual la diferenciación misma de la economía exportadora creó las bases para que empezaran a surgir, junto con los sectores agrario, minero y ganadero, otros, como son los financieros y mercantiles, una burguesía industrial y comercial, clases medias urbanas, un proletariado incipiente y un incrementado sector popular urbano no obrero que crece más rápido que la capacidad de absorberlos por las industrias en crecimiento ( Cardoso y Faletto, 1978; 19) Al respecto, resulta muy sugerente la caracterización que hace Julio Godio del populismo como articulador de la cuestión nacional, es decir, como un fenómeno policlasista con un contenido de clase nacional burgués que, a pesar de sus limitaciones, logra recuperar las tradiciones bolivarianas y el liberalismo progresista del siglo XIX, entre otros elementos, lo que también hace de estos populismos movimientos nacionalpopulares, cemento político cultural que evocaría las reflexiones de Gramsci sobre lo que él denomina "voluntad nacional popular" (lo que precisamente se manifiesta posteriormente en las experiencias revolucionarias de Cuba y la Nicaragua sandinista) (Godio, 1983) 13 Desde la óptica de la teoría de la modernización, que contempla este periodo bajo la perspectiva de la transición de sociedades tradicionales a modernas, planteamiento que se basa en el hacer de la experiencia histórica concreta de la variada construcción nacional europea un modelo de validez universal, que se convirtió en el horizonte “civilizatorio” de nuestras elites frente a la bárbara realidad autóctona, habría faltado en nuestro medio, una correspondencia entre "movilización", que se refiere a todo el proceso de cambios, desde el nivel material, al simbólico cultural y político, e "integración", constituida por los canales que posibilitan la incorporación de los intereses emergentes en el sistema político como son sindicatos y partidos políticos fundamentalmente y que en otras latitudes habría conducido a la "ampliación progresiva de las bases políticas de las democracias occidentales por medio de la integración de las clases populares, la extensión sucesiva de los derechos civiles políticos y sociales mediante el sufragio el “Welfare State” y el consumo de masa" (Germani, 1977) Este tránsito de una sociedad tradicional a una moderna –o proceso de modernización--en sociedades desarticuladas como las latinoamericanas, junto al retraso en la formación de mecanismos de integración dada la estructura social, lleva a dos consecuencias políticas fundamentales: a) La parcelación y ausencia de hegemonía de las fuerzas sociales impulsan de manera prioritaria la exigencia de un estado fuerte capaz de imprimir una cierta coherencia social y política al desarrollo (Zermeño, 1996; 255) En este sentido, el vacío político dejado por el colapso de la dominación oligárquica, la inexistencia de una clase social hegemónica, pero también la incapacidad de la clase media para derrumbar la dominación oligárquica, a pesar de los movimientos masivos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y de su ideario liberal, son el caldo de cultivo para la emergencia de líderes que pudieron llenar ese vacío apelando a las masas en el contexto de amplios movimientos policlasistas. b) La falta de canales democráticos, -tanto en lo que se refiere a los partidos políticos (los existentes eran muy elitistas, pues expresaban más bien los temas que dividían a la propia oligarquía, además de estar volcados hacia fuera, mirando hacia Europa primordialmente), como a los sindicatos (los que existían representaban a sectores 14 muy reducidos y jerarquizados de la clase trabajadora, generalmente de orientación anarquista, la cual no contaba con una política "nacional" que incorporara a los sectores recién llegados o al campesinado, que eran mayoría entre la población latinoamericana) De este modo, debido al peso de patrones tradicionales tanto en lo productivo -economías de subsistencia-- como en lo cultural -–por su origen indígena y rural--, estos sectores movilizados son integrados de manera autoritaria a la vida económica y política, por medio de formas de representación corporativa y a costa de su autonomía organizativa, ideológica y política. Ello se trató de paliar a través de las prebendas recibidas de una política redistributiva y un gasto público ampliado que puso énfasis en lo social. Hay que señalar las consecuencias sociales de estos procesos de industrialización tardía y superficial en sociedades no democráticas como son una incipiente clase obrera muy jerarquizada internamente en el contexto de una gran masa de población marginal desempleada y miserable , sectores populares, sin experiencia organizativa previa ni conciencia social ni política que presionan para su incorporación, pero también frenan el desarrollo de la clase obrera como tal. A decir de Zermeño, el impacto de las “masas “ populares de reciente origen urbano sobre una cultura obrera de mayor tradición, dispuestos a apoyar a líderes populistas y autoritarios por ascender en la escala social, terminan por confundir la identidad obrera. Una cierta mejoría de la situación económica laboral bien amalgamada con la ideología nacionalista, la condujo inevitablemente al colaboracionismo clasista y estatal (Zermeño,1977; 254) La contraparte social, una oligarquía tradicional retardataria, una burguesía que nace como apéndice de esa oligarquía, tampoco conforman una clase social hegemónica. El populismo y sus políticas de desarrollo 15 El evento que precipita la latente crisis de la dominación oligárquica en América Latina es la crisis económica mundial del 29, en una coyuntura que marca también el eclipse de la hegemonía inglesa y la consolidación de los intereses norteamericanos en la región. Se Inicia así un proceso de modernización, tanto en lo económico como en lo político, bajo la conducción de gobiernos nacional populares o populistas sustentados en amplias alianzas policlasistas, promoviendo políticas de integración de la emergente sociedad de masas a la vida política. La crisis del 29 impactó a todo el sistema capitalista mundial, aunque según señala Víctor Durand, “…el mayor peso de la crisis recayó en los países periféricos, (provocando) una descapitalización de éstos, para concentrar aún más la riqueza en los países metropolitanos” Además de que esta crisis, continúa Durand, también significó una gran inestabilidad política, pues “no hubo ningún país de la región que durante la crisis pudiera conservar en el poder a sus jefes de Estado. Las formas variaron, desde la renuncia, el golpe de Estado, el cuartelazo, hasta la imposición de dictaduras en los países invadidos en la época por los Estados Unidos, como Nicaragua y la República Dominicana” (Durand, 1977) En palabras de Alejandro D. Marroquín La crisis puso en evidencia la tremenda desigualdad que existe en el orden mundial de los países: naciones desarrolladas y muy poderosas en cuyo seno se generó la crisis y débiles naciones dependientes que reciben dicha crisis como una desgracia que les viene de fuera; naciones cuyo desarrollo institucional les permite recursos y reservas para enfrentarse a la emergencia crítica y pequeñas naciones que lejos de tener recursos defensivos son incorporadas al engranaje de la economía internacional y se ven obligadas a actuar como instrumentos amortiguadores a favor de las grandes naciones(Marroquín, 1977) La fase de acumulación industrializante, Industrialización Sustitutiva de Importaciones (ISI) o periodo de desarrollo hacia adentro, correspondería a lo que en los países desarrollados se define como modelo de regulación fordista., lo cual señalamos, dicho sea de paso, sólo para establecer las equivalencias, pues no podríamos hablar de fordismo en América Latina, “sea como régimen de acumulación (articulación entre producción en masa y consumo en masa) o como tipo de proceso productivo en nuestra región” ( De la Garza Toledo, 2001; 50 ) En todo caso, la ISI, también en la periferia 16 capitalista, implicó, en los países más desarrollados de la región, un tipo de relación del Estado con la economía y la sociedad sumamente estrecho, donde el Estado asumió también una dimensión benefactora, aunque en otro contexto y con otras bases del caso europeo. Sin embargo, no podemos generalizar estos efectos a todos los casos, ya que hay algunos países que no iniciaron cierto proceso de modernización sino hasta después de la II Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se instala como la potencia hegemónica del mundo capitalista y cuando el capital transnacional domina el corazón de la producción latinoamericana. También hay otros movimientos que se organizaron sobre una base más autónoma, no encuadrable en políticas de corporativización que aunque fracasaran en cuanto a sus objetivos más definidos, incluso más radicales, con un perfil más clasista, protagonizaron movimientos nacional-revolucionarios, distinción fundamental para diferenciarlos de los movimientos nacional populares. Los países que se pusieron a la cabeza de la industrialización latinoamericana fueron aquellos con un cierto nivel de desarrollo previo. Tanto Argentina, como Brasil y México habían edificado un sector industrial importante antes de la crisis del 29, siendo los productores nacionales y no los extranjeros los que dominaban la producción de exportaciones, favoreciendo el desarrollo de las manufacturas para el mercado interno (Shehan 1990; 242) Concentrado ese crecimiento industrial en las ciudades más desarrollados de la región implicó un cambio en el bloque de poder dominado por la oligarquía agro minero exportadora desde la consolidación del orden conservador después de las guerras de Independencia. Como señala Edelberto Torres Rivas (1977) en los países menos desarrollados de la región como los países centroamericanos, Bolivia y Colombia, además del Caribe, no hubo ninguna capacidad modernizadora que se tradujera en la forma asumida por el Estado en el impulso al desarrollo capitalista, pues apenas existía una burguesía agrario mercantil exportadora, debilitada por las luchas intestinas entre liberales y conservadores. Torres Rivas establece lo siguiente: “Si el populismo arremete contra la vieja oligarquía, la cual si no es barrida por lo menos se tiene que replegar o aburguesar, según los casos, en muchos de los países 17 menores, por el contrario, hay un repliegue pro oligárquico, es decir, la oligarquía se afianza aunque la solución es militarista” (Torres Rivas, 1977) Esto se tradujo en largas dictaduras, como las de Guatemala, El Salvador y Honduras en donde no habían bases estructurales para sustentar ningún proceso de crecimiento industrial. En países como Bolivia, por ejemplo, caracterizado por Luis Antezana como uno semicolonial, monoexportador (estaño), con una agricultura semifeudal en la cual la tierra era propiedad de pocas manos y los campesinos, sometidos a un régimen de servidumbre - 80 % de indígenas en una población de 3 millones de habitantes-- y con un esbozo de industria ligera, existía un proletariado minero y urbano que no pasaba del 10%. En conclusión, el Estado era evidentemente paupérrimo (Antezana, 1977) Cuando la crisis del 29, Bolivia había vivido importantes luchas obreras y campesinas, así como sangrientas represiones que, junto con la falta de dirección política y la amenaza de guerra contra Paraguay, desviaron el curso de la agitación social, todo lo cual derivó en un golpe militar que representaba a las fuerzas más oligárquicas. En ese país no sería sino hasta la revolución de 1952 que se inicia un camino nacionalista y reformista. Qué decir de un caso como el peruano, en donde las divisiones y heterogeneidades se dan a nivel económico, social, político, étnico y hasta geográfico y en donde ha sido muy difícil articular al país como nación viable. A pesar de que bajo el gobierno de Leguía, que llegó al poder en 1919 por medio de un golpe de Estado y se mantuvo ahí hasta 1930, se terminó con el poder de los grupos políticos más tradicionales con el propósito de promover los intereses comercial urbanos vinculados con Estados Unidos, pero de espaldas a las primeras movilizaciones populares antioligárquicas. Esto fue así, a decir de Aníbal Quijano, porque a diferencia de los coetáneos movimientos irigoyenistas y alessandristas en Argentina y Chile respectivamente, en donde el desarrollo relativamente importante de los grupos burgueses urbanos permitía una diferenciación suficientemente clara entre éstos y los grupos más oligárquicos y, en consecuencia, otorgaba a los grupos modernizantes de la burguesía la capacidad de arrastrar detrás suyo a los sectores populares antioligárquicos, en el Perú de ese periodo los grupos modernistas eran aún de desarrollo relativamente débil y su diferenciación con los otros era poco visible… razón por la cual Leguía no tuvo capacidad de liderazgo como Irigoyen o Alessandri y 18 “…su patria nueva no pasó de ser una patria volteada y remendada.” Sin embargo, tampoco quienes dentro de la elite se oponían, tenían la capacidad de enfrentársele. El resultado final fue el reforzamiento de los terratenientes señoriales del interior del país, la completa sumisión a la hegemonía norteamericana (Quijano, 1977: 265) En el caso peruano los ...arrestos populistas del régimen se redujeron a la promulgación de un texto constitucional en que se incorporaron de manera difusa e incongruente, algunos de los postulados y mecanismos de la Constitución de Weimar, estableciendo garantías sociales e individuales que, obviamente, nunca pasaron del papel a la vida… Las consecuencias de este proceso de ruptura de la cohesión política oligárquica, sin que sus grupos modernistas fueran capaces de captar el apoyo popular como en otros países, determinarían que en adelante la hegemonía burguesa en el Perú sólo pudiera ejercerse por mediación militar en el control del Estado… (Quijano, 1977) En el período anterior el Estado oligárquico se había extendido, aunque en crisis hasta 1968, comprendiendo transitorios regímenes “democrático oligárquicos” y no es sino hasta el periodo que va de 1950 a 1975, caracterizado por Carlos Franco como de un ciclo expansivo del patrón urbano-industrial de desarrollo dependiente, que por medio de acelerados procesos de migración, industrialización, urbanización, extensión de las relaciones mercantiles y los servicios del Estado, se producen alteraciones en el “paisaje” político cultural dominante, con la aparición de nuevos personajes urbano populares, una “ciudadanía plebeya” (Franco, 1994: 103) Misma que se alimenta de la inmensa ola migratoria del campo a la ciudad ocurrida entre 1950-1980, producto de un modelo que excluyó a la población rural de sus magros beneficios, pero cuyo proceso de construcción se ve afectado por un nuevo ciclo depresivo marcado por la “dramática ampliación de la desigualdad distributiva. Cuando ello sucede, la marginación económico –social no sólo engloba a la población rural, sino a la vasta mayoría de la población urbana”, generalizándose la anomia implosiva, la violencia armada, el progresivo retiro de las precarias lealtades al Estado y “una marcada tendencia al derrumbe del régimen político”. Por último, se trata de llamar la atención a los aciertos de políticas de integración de esta naturaleza, pero también de sus paradojas y contradicciones. Si los populismos son, a falta de un juego democrático y de canales de participación adecuados, la vía para incorporar y organizar a la emergente sociedad de masas, su mayor costo es retardar la 19 consolidación de dichos mecanismos de integración, por lo que roto el pacto populista tampoco entonces se da una transición democrática, dada la precariedad organizativa e institucional, desembocándose, muchas veces, en regímenes autoritarios. Como bien sintetiza esta posición Zermeño, con el cardenismo, una forma histórica de populismo (es cierto que este ejemplo tiene poco que ver con una génesis cultural democrático burguesa) ”en tanto fortalecimiento de la sociedad civil frente al Estado, por un lado, fue la vía de industrialización y modernización, en un “meteórico pasaje, en sólo treinta años, desde una sociedad de masas, piramidal, hacia una sociedad donde aparentemente predomina la ciudad, la industria y la modernización en general“ pero, por otra parte, lo fue sobre la base de una sociedad desarticulada, dislocada. ”Así pues, la pirámide popular nacional (estatal) que coronó a la historia mexicana bajo el cardenismo…subsiste y se amplía, asentando su extensa base en la sociedad tradicional, en el campesinado populista, pero asegurando también su futuro en las crecientes bolsas del pauperismo urbano” (Zermeño, 1996: 258-259) El Populismo y el papel regulador del Estado En el modelo nacional popular, el referente de la acción colectiva era el Estado y la política tenía un papel central en la estructuración de la acción social configurando, en los países en donde el populismo cristalizó en una forma de Estado y de políticas públicas, una relación particular (corporativa) con el movimiento obrero y popular en el marco de políticas nacionalistas, populistas, desarrollistas e industrializantes, con base en la sustitución de importaciones, en la creación y ampliación de un mercado interno, en el impulso al gasto social y a una cierta política redistributiva. Así, en nuestro medio, es el Estado el que mediante formas corporativas organiza al incipiente movimiento obrero y popular, elemento a destacar también, ya que en Europa, como en cualquier economía capitalista, el Estado juega un rol central pero en un contexto totalmente diferente. La modernización de los Estados latinoamericanos fue tardía en América Latina, además de que la fuerte vinculación pueblo-nación-Estado dio origen, como señala René García Delgado a una tradición movimientista que se aparta de las formas de la democracia representativa. 20 Delgado apunta otras diferencias con respecto a los casos de las sociedades centrales. Las políticas de bienestar y regulación de la economía dadas por el Estado se dieron allá sin que fueran tan determinantes en la conformación de la sociedad como en América Latina, donde la alta influencia de lo estatal se produjo, tanto en la conformación del modelo de desarrollo, como en la constitución de actores e identidades, en la vida cotidiana. Por tanto, se trató aquí de un Estado gravitante, un Estado que organiza, y que aglutina a la sociedad civil; el Estado construye a la nación, citando a Barrington Moore y sus revoluciones desde arriba en los casos de modernizaciones tardías. Precisamente ese fuerte rol estatal impulsor del desarrollo, articulador regional e integrador social que fuera profundizado a partir de la posguerra, en el cual el modelo de acumulación marcado por la intervención del Estado fue la ISI o periodo de desarrollo hacia adentro, que implicó un tipo de relación Estado economía sumamente estrecho, una subordinación del mercado al control político para ser receptivo a demandas sociales de grandes colectivos, ese Estado planificador, corrector de los fallos del mercado y en algunos casos, integrador del territorio nacional es el que entró en crisis. En América Latina, este Estado interventor dirigió desde arriba los procesos de modernización e industrialización, monopolizó las relaciones políticas y organizó la vida social por medio de pactos corporativos y relaciones clientelistas con las grandes organizaciones: los sindicatos y las ligas campesinas , las fuerzas armadas y la iglesia. El Estado subordinó las decisiones económicas para responder a las demandas sociales de grandes colectivos, sin que esto afectara la lógica de acumulación capitalista. El Estado fue el gran modernizador, el factor de transformación y garante de un determinado statu quo a, diferencia de países desarrollados donde la sociedad civil mantuvo una mayor autonomía y una dinámica menos dependiente en cuanto a sus formas de organización y participación. La carga anti institucional fue muy grande, pues en el populismo las masas se reconocieron en el caudillo y en el Estado, no en el Partido, por lo que se consolidaron relaciones clientelares entre sectores e instituciones del sector público y las diferentes organizaciones de la sociedad civil. El Estado satisfacía necesidades colectivas de la población a cambio de lealtades que legitimaban el orden político. A falta de sistemas 21 políticos partidarios con fuerza representativa, el clientelismo burocrático no tardó en convertirse en la fuente de legitimidad del poder público y en la cara complementaria del sistema corporativo patrimonialista. La originalidad de la situación latinoamericana en relación a los países del centro es que la expansión capitalista se dio dentro de este marco político corporativo donde el movimiento obrero no es un representante autónomo de los trabajadores sino un órgano que depende de las instancias estatales para cumplir sus objetivos reivindicativos, todo bajo una pauta autoritaria que el neoliberalismo tiende a profundizar (Delgado, Calderón y Dos Santos, Zapata ) En el debate en torno a la democracia a la que hoy se aspira, habría que enfatizar las consecuencias que tiene para la misma el hecho de que haya sido el Estado el que asumió la organización del incipiente movimiento obrero y popular, corporativizándolo e inhibiendo así el proceso de ciudadanización que sigue siendo una asignatura pendiente. En aquellos países de América Latina en los que pudo cristalizar lo que pudiéramos llamar Estado Social, éste se implantó parcialmente, dejando importantes áreas sociales y grupos de población sin cubrir, por un lado, y verdaderos enclaves corporativos, por el otro, lo que le da sus características a la política de masas propia del populismo con sus consecuentes liderazgos carismáticos, en un contexto de falta de distinción entre lo publico y lo privado. Populismo y corporativismo La población mayormente educada y más informada comenzaba a demandar mayores canales de participación en el seno de un orden cerrado y excluyente. El descontento de la clase media es considerada, como uno de los elementos catalizadores que permitieron la emergencia del populismo, el cual ofrecería a los sectores marginados, la histórica posibilidad de ser incorporados al progreso económico y social. La estrechez de los mercados para las materias primas de exportación y la dificultad de seguir consumiendo productos importados de países avanzados, dotó de un gran impulso al sector industrial o secundario y favoreció la irrupción de actores que antes no eran tomados en cuenta: la burguesía nacional, el proletariado, las clases medias, los 22 militares, los intelectuales, los universitarios, etc. Desde el punto de vista de la correlación de fuerzas y las alianzas de clases, hay que concentrar éstas en las disputas entre los intereses de la oligarquía terratenienteagrominera y la naciente burguesía. Sin concordar plenamente con de la Garza Toledo cuando dice que “no se trataba de la lucha entre capitalismo y precapitalismo, sino entre dos grandes fracciones burguesas, la terrateniente y la industrial“, porque eso no nos ayudaría a entender las especificidades del capitalismo subdesarrollado latinoamericano en donde existen muchas bases para hablar más bien en términos de la persistencia del poder capitalista más tradicional , ya que no existe una burguesía plenamente constituida, nos interesa destacar la disputa entre las fracciones de la clase dominante, en este período, por el control del Estado, lo que aunado en algunos casos con la fortaleza del movimiento campesino e indígena y en otros, por el ascenso del proletariado, es fuente de alianzas de clase muy particulares . En México, se dio una revolución, pero en la mayoría de los casos se produjo un modus vivendi entre aquellas fracciones con los sectores más vinculados a la industria sobre bases muy frágiles debido a que éstos se mantenían dependientes del modelo agroexportador. En este caso el tránsito entre el viejo Estado oligárquico y el nuevo Estado capitalista de la Revolución mexicana quedó sellado con el ascenso del cardenismo que rompió con los restos de las fuerzas conservadoras, apoyándose en obreros y campesinos para emprender una reforma agraria a fondo, la nacionalización del petróleo y los ferrocarriles y la formalización de la relación corporativa entre Estado, sindicatos y organizaciones campesinas. En Argentina, a diferencia de México, no hubo revolución y sí, desde los años treinta, una cadena de golpes militares, que fue debilitando pero no sacando de la escena a la oligarquía terrateniente. Con la aparición del peronismo en 1946, irrumpe el proletariado como fuerza política en alianza con los sectores medios mediante la cual Perón pudo iniciar una política de intervención del Estado en la economía, de industrialización y nacionalizaciones. Sin embargo, la alianza de la oligarquía terrateniente con los otros factores de poder, como son la Iglesia y las fuerzas Armadas, permite que este sector recomponga sus fuerzas y derroque a Perón en 1955. En Brasil, el punto de arranque del desarrollo industrial y de la corporativización del 23 movimiento obrero fue el golpe militar de 1930 que llevó al poder a Getulio Vargas. Se estableció una forma de organización sindical, muy peculiar, pues los sindicatos tienen una estructura territorial; no hay la categoría de contrato colectivo de trabajo, pues se consideró que en el Código del Trabajo estaban contenidos todos los derechos de los trabajadores, quedó prohibido formar confederaciones nacionales de trabajadores. El varguismo planteó una serie de tareas que dejó inconclusas, pero lo particular del arreglo brasileño es que, con el golpe de 1964, la dictadura no fue neoliberal, sino desarrollista, profundizando la sustitución de importaciones y la industrialización, así como la intervención del Estado. Venezuela es otro caso de corporativismo de larga duración. Con la dictadura de Pérez Jiménez. la industrialización fue limitada, aunque la propia dictadura se identificaba con la sustitución de importaciones, pero la dependencia de la economía respecto de la exportación petrolera siempre había y ha sido apabullante. Hasta la caída del dictador en 1958, se inicia una etapa de importante crecimiento económico pero apuntalado en el petróleo. Cuando Acción Democrática gana las elecciones, estableció un pacto con otras fuerzas políticas y con los sindicatos. Fue el inicio del corporativismo venezolano, ya que la Central de Trabajadores de Venezuela, había estado controlada por los principales partidos políticos ( De la Garza, 2001: 94), Como dice Miriam Kornblith (Kornblith, 1998), después de 1958 el país funcionó bajo las claves de un “sistema populista de conciliación de elites”, que representaba a los sectores minoritarios pero más poderosos como son los partidos políticos, las fuerzas Armadas, la iglesia, los grupos empresariales, grupos laborales organizados, asociaciones gremiales. Al mismo tiempo, se institucionalizó un sistema semicorporativo de participación y representación de intereses dominado por los partidos políticos que hoy entró en crisis. Que la estructura semicorporativa es muy difícil de desmontar y que persisten los grupos más tradicionales de dominación, queda al parecer demostrado con la crisis institucional que enfrentó aquel país el pasado 10 de abril del 2002 y que protagonizó el golpe de estado frustrado, por medio del cual precisamente esas elites intentaron derrocar al presidente constitucionalmente electo, Hugo Chávez, aliándose con algunos sectores de las fuerzas armadas y contando con el total apoyo de los medios de comunicación más importantes y con el de Estados Unidos. Colombia es un país con una situación intermedia en el sindicalismo, puesto que 24 existe una mezcla de corporativismo y clasismo, como también sucede en Perú, donde incluso se da un clasismo más extendido , que ha impedido la corporativización del movimiento obrero. En situaciones como Uruguay y Chile, se combina una tradición clasista con un sistema de partidos y un proceso muy importante de institucionalización. Es en estos conflictos de clases que surgieron los llamados regímenes políticos populistas en América Latina en los años veinte, treinta y cuarenta, con componentes caudillezcos y nacionalistas, que identificaron, frente al capital extranjero, la industrialización con los intereses de la nación , que establecieron políticas de desarrollo nacional dirigidas por el Estado, proteccionismo, planes nacionales y Estado empresario “…se apoyaron como base de masas en el campesinado, el proletariado y sectores medios urbanos…” ( De la Garza, 2001: 90) Pese a que la experiencia populista no fue un proceso estrictamente idéntico para las distintas realidades, sí podemos hacer referencia a los elementos típicos que hicieron posible la experiencia populista; entre éstos destacan: La presencia fuerte del Estado en el ámbito político, económico, social y cultural; la aspiración desarrollista-redistributiva, a fin de reorientar el flujo del excedente económico “hacia adentro” y para el beneficio de la clase media, urbana e industrial; la retórica antioligárquica y antiimperialista, principalmente en contra de Estados Unidos, con miras a conseguir una mayor autonomía en el manejo de sus relaciones internacionales y para defender la soberanía de los Estados; el carácter policlasista (transacción entre fuerzas integradas por el pacto populista: la llegada de la burguesía industrial-urbana, las clases medias, los sectores intelectuales, el proletariado y los militares); el carácter demagógico y carismático basado en la relación líder-masa y en la relación política del Estado-partidosindicato; la connotación represiva y manipulativa del Estado para controlar las masas. En términos generales, podemos afirmar que el populismo significó para América Latina un momento peculiar de cambio social, en el cual se lograron establecer las bases que apuntalaron el desarrollo económico, político y social. Expresó la ruptura de la fuerza oligárquica tradicional y el arribo de una correlación sociopolítica de fuerzas del todo distinta. Este juego permeado de una nueva conformación y combinación de fuerzas sociales, políticas y económicas permitió organizar y hacer funcionar la nueva forma del Estado. 25 La modalidad desarrollista burguesa del Estado capitalista dependiente. El Estado nacional desarrollista se refiere a una concepción más conservadora, dirigista del Estado en el proceso económico, el llamado desarrollismo, momento en que la clase obrera fue reprimida o exaltada abstractamente como aliada, según las coyunturas específicas. Otros regímenes populistas como el varguismo y el peronismo se agotaron como modelo y desembocaron en golpes militares, por lo que después de la II guerra Mundial no necesariamente los procesos de modernización pueden ser vistos a través del desarrollismo, como en Centroamérica, sino bajo modelos de Estado contrainsurgente. En los años posteriores al varguismo en Brasil, al cardenismo en México y al Peronismo en Argentina y demás experiencias exitosas de corte nacional-popular en América Latina, en donde quedó demostrada la gran capacidad del Estado para integrar a las masas populares, las clases medias y los sectores urbanos e intelectuales, a los beneficios del modelo de desarrollo económico y político, surge un nuevo carácter del Estado-capitalista dependiente en América Latina, ante el ocaso del nacionalismo populista: su modalidad desarrollista-burgués. Se alude a una nueva modalidad desarrollista burgués del Estado en América Latina, en gran parte, porque las experiencias antes aludidas comparten características que impiden categorizarlas bajo el proyecto nacional-popular. El gobierno de Juscelino Kubitschek (Brasil), de Miguel Alemán (México) y de Jorge Alessandri (Chile) destacan por haber promovido desde el Estado y desde su sustento (coalición de políticos tecnócratas, empresarios nacionales y oligarquía) una concepción desarrollista-industrializadora que no contemplaba las bases políticas y sociales que habían sido tradicionalmente las aliadas de la experiencia nacional-popular. Por ejemplo, Jorge Alessandri representaba a las fuerzas del gran capital industrial y financiero aliado a los consorcios imperialistas y encarnó los intereses de la gran burguesía industrial, comercial y bancaria. La política de éste fue atraer el capital privado en su modalidad nacional o extranjera y su apoyo en los empresarios, partidos tradicionales y la iglesia. Alessandri fue una figura que tejió una política regresiva en términos del populismo que Chile conoció, pues la congelación de salarios, los conflictos del mundo laboral, las masacres de trabajadores (1962), la represión popular y la política reaccionaria, dieron 26 cuenta del nuevo proyecto político al que se encaminaba el capitalismo tardío y dependiente en América Latina. El caso de Juscelino Kubistchek, no es del todo distinto, pues su gobierno no significó un momento de movilización de las masas obreras, campesinas y pequeñoburguesas. No existió un programa comprometido con las clases populares y a Kubitschek se le conoce como aquel personaje de la historia brasileña que revivió el pacto oligárquicoburgués imperialista. Durante su administración, llegó a desarrollarse significativamente el capital extranjero con la consecuente instalación de empresas multinacionales y se favoreció una inversión directa de los capitales monopólicos extranjeros en ciertas áreas de la economía y producción brasileña. Además de no otorgarle un peso relevante a la cuestión agraria, su proyecto desarrollista-industrial buscaba, ante todo, ampliar el mercado interno en función de la mano de obra barata. En su período surgieron varios conflictos salariales en contra de la caída en el nivel de vida de la clase trabajadora y media del país. Recuérdese las huelgas que ocurrieron en Sao Paulo y Minas Gerais en los años 1957 y 58 por demandas para incrementar los sueldos. El abandono de la vieja ideología nacional-popular también llegó a México. El proyecto industrial de Miguel Alemán no se tradujo en concesiones a las demandas obreras y campesinas. Por el contrario, se registraron tensiones sociales y contrarreformas en cuanto a la conquista de derechos laborales, que fueron resueltas a través de la intervención del ejército y de la policía (charrismo sindical). Con base en la represión, autoritarismo y en un manejo vertical, se depuraron a los sindicatos y a las organizaciones de trabajadores, a fin de apoyar su recomposición (intervención del ejército en la sección 34 del Sindicato de Trabajadores de Petróleos). La falta de negociación política fue una característica innata de estos regímenes, así como la disciplina al movimiento obrero y la anulación de avances progresistas en cuanto al régimen de la tierra. Para Martín del Campo, “las bases políticas que dejara el cardenismo son reconvertidas, refuncionalizadas y paulatinamente instrumentalizadas para un proyecto político diferente a partir de 1940” (Martín del Campo, p.330) Aún cuando estas experiencias se condujeron avantes, permanecieron y se reprodujeron con remanentes nacional-populares y se apoyaron en sus mediaciones, cambió el proyecto político y económico de la nueva elite política y de los grupos de poder 27 económicos, que pronto impactaron en la relación específica entre los diversos actores. La militarización del Estado en América Latina Las dictaduras militares en América Latina constituyeron una prolongada interrupción de los regímenes civiles y la cancelación de la vía política tradicional, para canalizar los conflictos y regular el orden social establecido. Asimismo, expresaron la culminación de un proceso que había ofrecido pocas oportunidades para la consolidación democrática estable en la mayoría de los países. Cuando en 1964, las fuerzas armadas brasileñas llevaron a cabo un golpe de Estado que derrocó al presidente Joao Goulart, inauguraron una nueva forma de golpismo en América Latina. Ya no era el caudillo militar ni eran tiempos de organización nacional, sino que se trataba de las fuerzas armadas, como institución, como un cuerpo profesional inserto en el aparato de Estado que rompían la norma constitucional. Se trataba además de los países más desarrollados en lo económico y lo político de la región, lo que contrariaba la máxima de a mayor desarrollo, mayor democracia, pues años más tarde ocurría lo mismo en Argentina, al arribar al poder el General Onganía (1966) como preámbulo a una de las peores dictaduras que hubo conocido ese país y que fue la protagonizada en primera instancia por el General Videla (1976-1983); años de la llamada Guerra sucia en la cual desaparecieron o fueron asesinadas 30 mil personas. En 1971 Hugo Bánzer ponía fin al gobierno reformista de Juan José Torres en Bolivia y un sangriento golpe militar derrocaba al presidente constitucional de Chile Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, seguido por un golpe similar en Uruguay. De igual forma, se produjeron una serie de pronunciamientos militares en Centroamérica y el Caribe que derrocaron a los gobiernos de Guatemala, Ecuador, Honduras y República Dominicana. Bajo este contexto, Luis Maira trata de acercarse al tema respondiendo a una pregunta central: ¿estos Estados de excepción en América Latina forman parte de un diseño internacional definido en el marco hegemónico de Estados Unidos o responden a un designio autónomo de cúpulas militares en el país? El autor comenta que aunque el Habría que recordar que la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana confirmaba una vez más el 28 Estado de Seguridad Nacional mostró sus diferencias en cada país y que, sin duda, se desplegaron experiencias disímiles en la región, compartieron la misma matriz ideológica inspirada en la Doctrina de Seguridad Nacional que Estados Unidos había desarrollado en los años 40. Esta Doctrina que conllevaba en su seno un cambio radical en el planteamiento político-estratégico estadounidense, tenía como propósito fundamental transmitir a los países del área esta nueva percepción de la política exterior estadounidense y de adherir específicamente a las fuerzas armadas latinoamericanas a través de la vía diplomática y del ofrecimiento de entrenamientos y capacitación. Más adelante, estos planes cundieron en el esfuerzo contrainsurgente que apoyó la Alianza para el Progreso, a fin de que otros países del continente no repitieran el ejemplo cubano y de contener en forma global y regional el comunismo internacional. Con la introducción de la guerra fría en América Latina se inicia, en Washington y en los círculos de la derecha latinoamericana, una revisión profunda de la organización política del continente. Para Estados Unidos, la verdadera respuesta ante la irreconciliable visión del mundo libre y comunista, se centraba en la necesidad de transformar la base del aparato del Estado en el de seguridad nacional. Este Estado que debía erigirse, tenía como proyecto histórico evitar el contagio comunista, a través de la eliminación de las garantías constitucionales que caracterizaban las democracias liberales, de la cancelación de los derechos humanos en función de proteger el control de la subversión y de los tratados militares signados con los demás países del continente. Todo ello se realizaba bajo la inspiración de preservar la civilización, ideología y la cultura occidental. Al igual que Maira, Ruy Mauro Marini, se pregunta ¿porqué el Estado populista que favorecía la acumulación de la mayoría de las fracciones termina por desestructurarse en América Latina? Para responder a ello, recurre al estudio del fascismo como punto de referencia, aunque reconoce las grandes distancias que existieron de nuestras propias experiencias frente a las del continente europeo, por lo que extrae de éste su carácter eminentemente contrarrevolucionario como uno de los elementos más significativos que nos pudiera transportar y adentrar de mejor forma al estudio de caso latinoamericano. Para Marini, el Estado de contrainsurgencia es el resultado de un proceso en apoyo que este país le otorgaba a las dictaduras militares en América Latina, garantes del orden de sus intereses. 29 donde las fuerzas militares vinculadas al capital monopólico se alían junto con los intereses extranjeros. Para evitar la revolución, se echa a andar un Estado basado en la contrainsurgencia, tal como lo muestra el Estado venezolano que surge en 1959, cuando Betancourt era presidente. Comparte con Maira el contexto geopolítico internacional que impone una nueva agenda de prioridades en la estrategia global y muestra cómo Estados Unidos, cabeza del mundo capitalista, se ve enfrentado a una cadena de procesos revolucionarios en distintas partes del mundo (Argentina, Congo, Vietnam, Cuba). Ante ello, surge este Estado de contrainsurgencia a fin de otorgarle a la política un enfoque militar con el pleno objeto de detener el movimiento revolucionario y extirparlo. Este Estado que significó un caso de excepción y que exigió suspender la democracia burguesa, también priorizó las condiciones para favorecer la supervivencia y los intereses de las fracciones monopólicas, tanto nacionales como extranjeras. Esta correlación sociopolítica de fuerzas empleó la fuerza del Estado para enfrentar al movimiento popular, ante su mera incapacidad de luchar en la arena política. Siguiendo la tradición presidencialista que ha marcado la esencia y la forma de los sistemas políticos en América Latina, una de las características de este tipo de Estado que más sobresalió fue la hipertrofia del Poder Ejecutivo, conformado por una rama militar y una económica (tecnoburocracia), lo que equivalió a favorecer la concentración de poderes en el Ejecutivo en detrimento del Poder Legislativo y Judicial. Conclusiones Esperamos que haya sido demostrado que en este momento, clave para América Latina se hace indispensable reabordar el análisis del Estado nacional-popular en la región, a fin de rescatar aquellos elementos que bien pudieran enriquecer el debate actual en torno a los principios de una estrategia alternativa de desarrollo con equidad. Aludimos a que se trata de un debate importante en un momento histórico trascendental para América Latina por dos razones principales; primero, por la existencia de un nuevo contexto internacional caracterizado por el fin de la posguerra fría y marcado por vertiginosos cambios, dado el despliegue internacional del capital y las transformaciones científico-tecnológicas promovidas y avaladas por la globalización; y 30 segundo, por la urgente necesidad que enfrenta hoy América Latina de descubrir cauces alternativos de solución a la mayoría de los problemas que aquejan a la región, debido al dramático retroceso social que a casi 20 años, hemos experimentado con motivo de la acumulación neoliberal. América Latina enfrenta el problema de la mayor pérdida de soberanía habida en la historia de los Estados latinoamericanos –financiera, política, cultural, geoestratégicafrente a los Estados Unidos. Si el papel del Estado en el orden neoconservador actual está cambiando en todo el mundo, este proceso está más acotado en América Latina por los menores recursos y colchones institucionales de sus Estados ( a diferencia del Estado de los países desarrollados que mantiene, en mayor o menor medida, el corazón del Estado de Bienestar ), la mayor gravitación del capital transnacional y las exigencias del FMI y del BM . A lo anterior hay que agregar la recomposición hegemónica que busca Estados Unidos, a partir de lo que considera su zona natural de influencia, mediante la redefinición de sus problemas de seguridad nacional a los que ha de sumar el combate al narcotráfico, el terrorismo, después de los atentados del 11 de septiembre, dándole una dimensión aún más militarista a la relación con los súbditos latinoamericanos, y el Plan Colombia, que sería el rostro contrainsurgente del proyecto de integración hemisférica que es el Área de Libre Comercio de América (ALCA) (como en su momento fue la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy y el programa contrainsurgente y militarista que en la lucha contra la irradiación de la revolución cubana prevaleció sobre las reformas) En las condiciones de asimetría que han caracterizado las relaciones Estados Unidos–América Latina, no podemos esperar más que mayor subordinación a la administración del presidente Bush Jr y todas las águilas militaristas y los halcones republicanos que le acompañan. No se puede teorizar sobre el Estado en América Latina y sus transformaciones, sin mencionar esta otra cara del Estado latinoamericano que es su tipo de vinculación subordinada con Estados Unidos. En este sentido, cabe considerar el impacto del declive hegemónico de dicho país a nivel mundial, lo que significa su repliegue hemisférico. Marcos Roitman, comentando un texto de Joan Garcés intitulado De Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles (Roitman, 2002), señala 31 acertadamente cómo con la llegada de los gobiernos neoliberales en América Latina, la mayoría electos por voto directo, secreto y universal, existe una complementariedad de objetivos entre las fuerzas políticas internas, las elites económicas y “la estrategia de desintegración nacional diseñado por la potencia hegemónica, en este caso, Estados Unidos”, país que no se ha visto en la necesidad de imponerse por la fuerza, pues ha encontrado anuencia, aceptación y total identificación de los actuales gobiernos latinoamericanos – a excepción de Cuba y de Venezuela- a su política exterior, al punto irrisorio de que hasta se adelantan a lo que puede desear dicho paìs. Y Concluye, afirmando que “Lo verdaderamente trágico para América Latina es que sus gobiernos cipayos practican una política de sumisión consciente, cuyo resultado es la desintegración de proyectos democráticos internos. Y en esto coinciden ambos actores, los protagonistas y los bufones del imperio” (Roitman, 2002) Revisitar al Estado populista y el Estado nacional desarrollista con el objeto de revalorar su especificidad sobre aportes y límites, resulta ser un ejercicio obligado para cualquier cientista social latinoamericano preocupado por la situación actual y el futuro cercado que nos aguarda. A pesar de que se estableció una democracia con bases precarias, habría que insistir en el carácter autoritario, semidictatorial o dictatorial del Estado populista. No se lograron incluir a las fuerzas no populistas, se emplearon técnicas de cooptación, manipulación, clientelismo y control para debilitar la oposición, que conllevaron a la hipertrofia del poder Ejecutivo. Pese a ello, debemos ubicar nuestra apreciación peculiar sobre el populismo en el terreno de los grandes proyectos integradores de América Latina. El Estado populista, a diferencia del Estado oligárquico, en donde el poder se ejercía sin el consentimiento del pueblo y éste no era desconcentrado ni distribuido, emitió su propia forma integradodra de masas, pues en lo político representó los intereses de determinados grupos sociales vinculados entre sí por medio de un pacto nacionalista y popular, en lo económico logró reorientar los flujos del excedente, que satisficieron hasta un tiempo determinado las necesidades y satisfactores básicos de sectores mayoritarios de la sociedad y, por último, en lo social, pudo regular las conductas de sus miembros. Podemos afirmar que la época del Estado populista en América Latina remarca toda una era de cambios sustanciales desde el modo de regulación del Estado social 32 desarrollista, que incluía el intento por sentar las bases para forjar un desarrollo económico autosostenido, hasta en la forma de percibir la política y las formas de participación social. En el ámbito económico el Estado impuso una serie de medidas que tendieron a contrarrestar la estructura agraria y latifundista. Su gran cometido fue generar excedente económico por la vía industrial y por la ampliación del mercado interno e interrumpir la transferencia hacia el sector agroexportador. Para Agustín Cueva, la tarea principal del Estado capitalista-dependiente en América Latina fue transformar la modalidad reaccionaria del desarrollo de ese capitalismo en una modalidad democrático-progresista (Cueva, 1977: 148) En su papel de motor del desarrollo y de facilitador del progreso material, el Estado nacional-popular latinoamericano, interventor en la economía debía devolver a la nación los recursos naturales que por geografía le pertenecían y que en aras de ejercer su pleno derecho a la soberanía, se encontraban en manos de intereses extranjeros. Pese a ello, estuvo muy alejado de conformar un mecanismo autónomo de desarrollo, sirvió plenamente a la acumulación monopólica de capital a la cual crecientemente subordinó el salario y el empleo; siguió dependiendo de la entrada de divisas del exterior y de los vaivenes a que quedaban sujetos los precios de nuestras exportaciones en el mercado mundial. Frente a Estados Unidos, polo hegemónico insustituible del sistema capitalista, después de la Segunda Guerra Mundial, se reavivó nuestro carácter dependiente y se redefinió nuestra subordinación bajo nuevas formas de vinculación y dominio. La función del Estado no se limitó a ser el garante del orden ni tampoco a ser el concentrador de la economía, sino que actuó como canalizador también de los procesos políticos y sociales, y como productor y difusor de la cultura e ideología. Este Estado que se convirtió en un agente de cambio económico y político pronto reflejó un peculiar compromiso social. Sólo el Estado podía hacer desaparecer los antiguos privilegios para echar mano de la reforma social que se requería concretizar. Éste se convirtió en el actor central de la sociedad que se hacía partícipe de los conflictos que surgían de las relaciones obrero-patronales y pugnas entre distintos grupos y gremios. A partir del reconocimiento de los intereses particulares y conciliándolos en un todo unificado, este tipo de Estado se erigió como una instancia mediadora sobre los conflictos que se produjeron 33 entre clases y grupos. Todo ello se logró organizando y unificando a las masas, otorgando a los sectores más representativos de la economía y de la política nacional de una representación oficial frente al quehacer del Estado. El Estado nacional desarrollista y populista fue el intento más acabado de conciliar las contradicciones sociales y políticas en sociedades profundamente desiguales, heterogéneas y fragmentadas como las de América Latina, en el marco de economías dependientes que buscaron articular a la Nación, responder a los derechos básicos de sus sociedades en términos de salud y educación, que permitieron alianzas sociales para construir una dimensión política, instrumentando formas de organización policlasista – Graciarena y otros autores lo llamaron por eso Estado de compromiso – y una identidad; aunque, a falta de sujetos sociales y políticos autónomos, estas tareas se realizaron de manera no democrática, corporativa, clientelista, por medio de un presidencialismo autoritario. En opinión de Alberto Parisí de la Universidad Nacional de Córdoba, el populismo revoluciónó “desde arriba” a la sociedad de su tiempo, generando enormes beneficios, especialmente para los desposeídos y fundando lo que llama “Estado de Bienestar Criollo”, aunque el precio del pacto social que generó el populismo “estribó en suplantar fuertemente las iniciativas de la sociedad civil, generando una cultura paternalista y subsidiaria entre Estado y sociedad civil“ (Parisí, 2000; 248) Para Emir Sader, no se trata de volver al estado anterior: “si nosotros nos casáramos con ese Estado tal cual, iríamos al fondo del mar junto con él, es un Titanic que en verdad está perdiendo equilibrio”. Pero luego se pregunta ¿qué es lo rescatable de lo que hemos tenido hasta ahora en América Latina?, ¿acaso las opciones son como dicen los neoliberales entre estatal o privado, estado o mercado, colectivismo estatal o espacio del individuo? “La utopía del liberalismo en última instancia es que no existan sino individuos en la sociedad y un Estado distanciado de ellos,…que seamos reducidos a consumidores… como individuos para el mercado , no como sujetos políticos con derechos (Sader, 2000: 241)* *El presupuesto participativo que se practica en alcaldías como Porto Alegre, donde el PT busca instrumentar alternativas incorporando a la ciudadanía en el manejo del presupuesto y que merecería un trabajo aparte, se trata de experiencias que buscan contrarrestar la desigualdad producida por el modelo económico, como dice Sader, un proceso de socialización de la política que tiene límite, porque una alcaldía no puede hacer mucho más. Otro ejemplo el Movimiento de los Sin Tierra, MST, cuyos asentamientos llegan a organizar a un millón de personas, donde todos los niños van a la escuela-tienen 850 escuelas y miles de profesores-, porque para los sin tierra, la escuela es tan importante como la tierra, la supervivencia tan determinante como la necesidad de definir identidad, cultura, ciudadanía. Lo interesante es que Los sin tierra han logrado el reconocimiento y cuentan con recursos estatales, pero respetando la dinámica colectiva de grupos que se definen como movimientos sociales. 34 Coincidimos con Sader en que la alternativa no está en el abandono del Estado y en echar por la borda la herencia histórica de los logros del Estado nacional popular. Consideramos fundamental rescatar la dimensión pública del Estado, la dimensión ciudadana, recuperar lo que es comunitario, combinar la democracia formal con la democracia directa, instrumentar “acciones que tienen que tienen que ser estatales pero que tienen una contrapartida de la ciudadanía organizada, combatiendo el carácter burocrático , tecnocrático del estado…”( Sader, 2000: 245-246) Lo antes dicho es necesario para superar, por tanto, la concepción neoliberal subdesarrollada de que el mercado es el regulador de la vida social y política en lugar del Estado, esa imagen equívoca del paso de la matriz Estado-céntrica a la mercado-céntrica, que en los hechos significa ahondar los rasgos de subordinación y dependencia por el total abandono de los objetivos sociales nacionales y políticos, así como estratégicos, de un Estado que se ha privatizado para responder a los intereses de los grupos más vinculados con el capital extranjero (principalmente norteamericano) Grupos que exigen fin a todo subsidio estatal, mientras los Estados Unidos aumentan el subsidio al campo, colocan aranceles al acero y extienden su proteccionismo a otros rubros, exigen total apertura de las fronteras al tiempo que ellos cierran las suyas, imponiendo controles policiacos militares cada vez más férreos. Hay que recordar que el Estado latinoamericano no ha dejado de intervenir en la vida económica. El problema es que lo hace en beneficio de los grandes intereses locales y extranjeros, con métodos mafiosos, como se dio durante la presidencia del presidente Menem en Argentina, lo que nos coloca en la vía de la reestructuración del Estado bajo las administraciones neoliberales, donde hay que ver la corrupción no como un legado del populismo, sino como producto de formas de ejercer el poder sin necesitar legitimarse, de la mercantilización de la política, del neopatrimonialismo neoliberal, de los herederos del Estado, esa casta de nuevos ricos que se formó como fruto de las privatizaciones a ultranza que se practicaron en las últimas décadas en la región. El discurso neoliberal adjudica al viejo y gordo Estado populista la corrupción, pero, como dice Parisí sobre el caso argentino, aunque aplicable a otros casos: “el tamaño de la corrupción en ese país con epicentro en el Estado se debe no tanto a la sumatoria de actos corruptos cuanto a que el propio Estado se convirtió en una maquinaria al servicio de 35 la corrupción“. Su antecedente es la dictadura neoliberal del 1976 que convirtió al Estado en un aparato o maquinaria de asesinar, usando el poder y los símbolos del Estado mismo, junto con la impotencia para frenar y castigar esa situación. Experiencias como las de los países asiáticos, que lograron índices de crecimiento sostenido e importante e incluso lograron sortear la crisis económica, precisamente, gracias al papel del Estado, junto con el desastre social generalizado que es América Latina, ha hecho que algunos funcionarios de entidades financieras como el Banco Mundial hayan llegado a la conclusión de que el Estado fuerte fortalece al mercado, incluyendo las ganancias; y existe cada vez más la convicción de que bienes públicos como educación y que la creación de tecnología contribuyen a aumentar la productividad, mientras que los sistemas destinados a garantizar cierta base de ingreso mínima “aumentan la masa de consumo y reducen la incertidumbre del mercado” (Banco Mundial, 1997). Joseph Stiglitz quien ha sido vicepresidente del BM sostiene que cuestionar las intervenciones estatales en bloque hace olvidar ...el éxito de las tres décadas precedentes, al cual el gobierno, pese a yerros ocasionales ha contribuido ciertamente. Sin duda, estos logros que no sólo incluyen grandes aumentos del PBI per cápita, sino también incrementos en la esperanza de vida, en el nivel de educación y en una gran reducción de la pobreza; son mejoras reales y más duraderas que la presente crisis financiera…(Julio Sevares, 2000: 299) Hacer una evaluación, por tanto, del papel que jugó el modelo estatal que hizo crisis en la región, evaluando sus alcances y limitaciones de una manera equilibrada, es un antecedente necesario para entender tanto la forma que asume el Estado bajo el neoliberalismo, como para emprender la búsqueda de alternativas entre las cuales será imprescindible contar con un Estado refundado sobre la base de un nuevo pacto social , un Estado dinámico que recupere poder e iniciativa . “El Estado mínimo no sólo renuncia a toda posibilidad de revertir los elevados niveles de inequidad social y económica, sino que debilita en la práctica el principio de ciudadanía universal: sólo las instituciones de un Estado fuerte pueden asegurar el imperio de la ley” (Cavarozzi y Berensztein, 1998) 36 La crítica neoliberal al Estado que en el caso de los países europeos ha llevado a replantear su papel como actor en el proceso de “mundialización” (término no sólo semántico, sino que asigna un rol al Estado en la etapa actual de la internacionalización capitalista), parece llevarse hasta sus últimas consecuencias en el caso de los países de América Latina y otros del tercer mundo, al desmantelar todos los fundamentos de la importante presencia económica, política , social que tuvo en países, en los cuales su debilidad estructural , su heterogénea y frágil composición social, el peso de la oligarquía conservadora, de instituciones autoritarias, la ausencia de una clase hegemónica, los llevó a reinsertarse al mercado mundial, en tanto países capitalistas dependientes, como países tributarios y subordinados a los dictados externos, colocando la soberanía del Estado en entredicho. La crítica neoliberal del Estado se ejerce sin ningún horizonte histórico, sin conocimiento social y político y sin herramientas teóricas –todo lo cual no forma parte de la formación del tecnócrata criollo–, como para comprender las formas que asume el Estado en la periferia capitalista, los límites en que se movió en nuestra región y las alternativas nacional populares que siguen presentes y vigentes. Referencias Bibliográficas Agular, Alonso (1989), “Defensa de nuestra soberanía nacional y popular” México, Editorial Nuestro Tiempo. Alonso, Jorge, Alberto Azis y Jaime Tamayo (coords) (1992), “El nuevo Estado mexicano, Estado, actores y movimientos sociales”, México, Ed. Nueva Imagen ANTEZANA, Luis (1977) “Bolivia en la crisis de los años treinta.” En González Casanova, Pablo (coord.) América Latina en los años treinta, México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Banco Mundial (1997), Informe sobre el Estado, Ediciones Banco Mundial. 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