Carlos I de España y V de Alemania Carlos I era nieto de los Reyes Católicos y del emperador Maximiliano de Austria, hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso. Esta conjunción familiar le convirtió en dueño de un increíble imperio ya que heredó: - por parte de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, todos los reinos peninsulares (a excepción de Portugal), las posesiones aragonesas en Italia, en el norte de África, y el continente americano. - por parte de su familia paterna, recibió los territorios de los Habsburgos en Austria, en Francia y en Alemania, así como el reino de Flandes y la posibilidad de convertirse en el emperador del Sacro Imperio. A pesar de este halo de poder que rodea a su biografía, la realidad es que su llegada a España, resultó conflictiva. Educado en el ambiente borgoñón de Flandes, llegó a España con 16 años, desconocedor pleno del país, incluso de su lengua, y rodeado de asesores extranjeros que ocuparon los órganos de poder en detrimento de los españoles. Más preocupado por sus posesiones europeas que por los reinos peninsulares, su actitud provocó revueltas y descontentos, aunque su posterior identificación con España y el pasar aquí sus últimos días, hizo que cambiase la visión sobre él. Nunca pretendió unificar sus amplios territorios, manteniendo las instituciones y peculiaridades de cada uno, de forma que su imperio, fue siempre un conglomerado de reinos, culturas, lenguas, leyes y religiones, lo que junto a su dispersión e inmensidad, hizo muy difícil su gobierno, convirtiéndose, continuamente en fuente de problemas. Su primer problema lo encontró en Castilla, al pretender obtener del reino una importante suma de dinero para poder optar al nombramiento como emperador del Sacro Imperio. Para ello convocó a las Cortes de Castilla, y exigió el pago de una contribución. Ante esta situación, se levantaron los diferentes pueblos de Castilla protagonizando la llamada Revolución de los Comuneros, que fue sofocada por el regente Adriano de Utrech, en Abril de 1521, tras la derrota de los comuneros en Villalar y la ejecución de los cabecillas, Bravo, Padilla y Maldonado. En el reino de Valencia, se produjo una revuelta similar, las llamadas Germanías. En ambos casos, el abandono de los nobles y su paso a las filas reales, determinó la victoria. Conseguido el nombramiento como emperador y sofocados los levantamientos peninsulares, se dedicó a estabilizar sus posesiones y a neutralizar a Francia, su gran enemiga. Pero pronto surgiría un nuevo y grave problema que determinaría todo su reinado, como fueron los conflictos religiosos que se convirtieron en políticos: la aparición del protestantismo en Alemania y su expansión por Europa, y el ataque y expansión turco por el mediterráneo y el este de Europa. Durante todo su reinado Carlos I vivió en el frente, combatiendo junto a sus soldados, y ocupándose personalmente de las campañas bélicas, dejando en mano de sus regentes y hombres de confianza el gobierno interno de cada una de sus posesiones, a excepción de Castilla, sobre la que cimentó su poder. Su gran habilidad militar se debió a una reestructuración de los ejércitos y a las riquezas que empezaban a llegar de los territorios americanos que permitían financiar los gastos bélicos, así como el recurso permanente al crédito para el sostenimiento de la tropa, lo que años más tarde conduciría a España a importantes bancarrotas. Como militar hizo uso de las armas de fuego portátiles, a imitación del Gran Capitán, reestructuró los tercios, seleccionó los mandos de las tropas en función de su capacidad, no de su rango nobiliar, e impulsó las mejoras en las armas (como el alcance de tiro del arcabuz). Tras ser nombrado emperador, en 1521, y sofocada la revuelta de las comunidades y las germanías, vuelve a Castilla, haciéndose cargo personalmente del poder y pasando una larga temporada en Castilla, convirtiéndola en el centro de su imperio. En 1526 casó con Isabel de Portugal, a propuesta de la Cortes, afianzando la tradicional alianza entre Castilla y Portugal. De este matrimonio nacieron cinco hijos: Felipe II, heredero al trono y educado plenamente en Castilla, Juan y Fernando que murieron (el primero al nacer y el segundo tras una corta vida), María y Juana. Por su parte Isabel murió en 1539, no volviéndose a casar Carlos I, aunque sí tuvo otros dos hijos a los que reconoció: Margarita de Parma y don Juan de Austria. Durante estos primeros años contó con dos grandes personas en el asesoramiento político, el canciller Gattinara que contribuyó a su política imperial, mientras que Francisco de los Cobos impulsó la organización y administración del reino de Castilla. Durante su reinado Cortés conquistó México, creándose en 1535 el Virreinato de Nueva España, y Pizarro Perú, creándose en 1542 el Virreinato del Perú, aunque ya desde 1524 funcionaba el llamado Consejo de Indias. Durante este reinado, Juan Sebastián Elcano completó en 1522 la vuelta al mundo iniciada por Magallanes en 1519. En Alemania se extendió el protestantismo, adoptado por diferentes príncipes en sus dominios como forma de adquirir cierta autonomía e independencia. Contra la extensión del protestantismo luchó enérgicamente Carlos I, primero mediante el diálogo en las dietas de Worms (1521), Spira (1529) y Augsburgo (1530), y después mediante la guerra, para hacer frente a la llamada Liga de Esmalcalda, coalición de príncipes protestantes, a los que derrotó en la batalla de Mühlberg en 1547. A pesar de vencer a los rebeldes en diferentes ocasiones, no consiguió frenar la expansión del protestantismo que saltaría de Alemania a Flandes, Austria y Francia, teniendo al final que reconocer que cada estado pudiese escoger la religión que desease, mediante la Paz de Augsburgo de 1555. Contra Francia mantuvo cuatro enfrentamientos de los que salió victorioso y que supusieron el afianzamiento de su dominio en Italia y Flandes. Los conflictos con Francia venían de la época de Fernando el Católico, las disputas por el Rosellón y la Cerdaña, por Navarra y por Italia, pero se verán agudizados al verse Francia rodeada por territorios de Carlos I por todas sus fronteras. Este conflicto, casi permanente, ya que desde 1521 hasta 1544 las luchas se sucedieron intermitentemente, supuso el reconocimiento, por parte de Francia, de la plena soberanía de España sobre Navarra, Flandes y el Milanesado, así como el abandono de sus pretensiones italianas. Por último su lucha contra los turcos, supuso su contención en Centroeuropa, y el mantenimiento de una constante pugna en el Mediterráneo, donde tuvo que hacer frente a las escuadras de Soliman I el Magnífico, obteniendo victorias como la conquista de Túnez y fracasos, como la derrota de Argel. A partir de 1553, Carlos I, cansado de tanta guerra y debilitado por el paso de los años, empezó a descargarse de las tareas de gobierno. Cedió a su hermano Fernando los derechos a la sucesión a la corona de emperador en el Sacro Imperio. Poco después casó a su hijo Felipe con María Tudor, reina de Inglaterra, a la vez que le concedió el reino de Nápoles. En 1555, Carlos I abdica del reino de Flandes a favor de Felipe, y el 16 de enero de 1556, abdicó del resto de sus posesiones, retirándose definitivamente al palacio que se había hecho construir en el monasterio de Yuste, en el que vivía desde 1555, donde murió en 1558. Escudo de Carlos I de España y V de Alemania