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CUENTO!–!POR!JUAN!TONELLI!
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“El!ADN!no!garantiza!un!vínculo...”!
Un vínculo no se hace de genes, sino de tiempo y amor.
-Sufrimos mucho e innecesariamente, convencidos que los lazos de sangre son
sinónimo de amor. ¿De dónde salió semejante idea? No insistas en acercarte. Si no hay
un vínculo; ¿para qué inventarlo?
En cierto sentido, la idea del Maestro lo alivió. Iluminaba algo que él sentía pero era
incapaz de poner en palabras. Igual, David contestó forma refleja:
-Es que es mi hermana…
-Sí, en términos biológicos, -dijo el Maestro pareciendo sarcástico. - Ser hermano, es
algo mucho más grande que compartir el ADN. Así como también lo es ser padre o
madre. Generalmente, se llama padres a personas que solo son progenitores. Nos han
dado la vida, pero por sus propias limitaciones emocionales y afectivas fueron incapaces
de ser padres. No nos pudieron mirar.
-¿Y para qué necesitamos que nos miren?, -preguntó David con escepticismo.
-¿Podés amar a alguien al que no sos capaz de ver? Mirar a alguien es el prerrequisito
para amar. Es imposible amar a alguien al que no se conoce tal cual es. Por lo general,
miramos a los demás desde nuestras propias carencias. Eso nos impide registrarlo tal
cual es; ver cuáles son sus deseos y características, sin pretender cambiarlo ni mucho
menos acomodarlo a nuestras necesidades.
David procesaba aquellas palabras que su corazón recibía con una mezcla de tristeza y
alivio.
-Cuando nos miran tal cual somos nos habilitan a saber quiénes somos y qué queremos.
Es una experiencia fundacional, que toca nuestro ser esencial. Necesitamos percibir el
amor de otro para poder destrabar y madurar el propio amor, -prosiguió el Maestro. Por
lo general, el no haberlo vivido lleva a que la gente vaya devorando situaciones. Nada
nos llena. Tenemos un agujero negro que va a continuar salvo que seamos capaces de
reenfocarnos y mirar nuestra vida desde otra perspectiva. De lo contrario, no hay
vínculo posible. Solo tironeos permanentes que de vez en cuando merman un poco, para
luego continuar. Habitualmente, las personas no son capaces de ver al otro. No pueden
percibir la realidad del prójimo, sea este un hijo, un cónyuge o un amigo.
David sabía perfectamente de qué le estaban hablando; ¿quién que fuera honesto con su
vida no lo había experimentado en carne propia, como víctima y victimario?
-Pero Claudia es mi hermana…, -insistió como un clamor.
El Maestro, con ternura, le dijo:
-Te da miedo sentir que no la querés. Y ella, inconscientemente, utiliza su propia
insatisfacción como una herramienta de control. Da lástima para poder controlar a los
demás, que están obligados a satisfacerla. Soltá la idea de que es tu hermana y
relacionate con Claudia. Ella es eso, Claudia; no una hermana. Vos querés inventar un
vínculo que no existe. Tu enojo demuestra que todavía esperás algo de su parte. Recién
cuando no esperes nada del otro, podrás crecer. Antes, solo estarás negociando.
-¿Negociando qué cosa?, -preguntó David irritado.
-Afecto, cariño, mirada, calor, -contestó el Maestro con paz. -En la superficie se parecen
al amor, pero en el fondo son bien distintos.
David estaba pensativo, tocado por las agudas intervenciones que escuchaba.
-Tenemos que aprender a registrar nuestros sentimientos negativos. Como son feos e
incorrectos, nos sentimos culpables y los reprimimos. Pero en realidad, brotan como
consecuencia de vínculos que son muy pobres. Cuanto más forzamos la situación
obligándonos a tener una buena relación, más se rebela nuestro ser. Tenemos que
aprender a dejarlo estar. Aceptar el vínculo como es, sin exigirle que sea distinto, propuso el Maestro.
La situación dolorosa. Tratando de entender que le dolía, David se dio cuenta que el
problema no era el vínculo en sí, sino lo que él esperaba de esa relación supuestamente
fraterna. Pretendía que fueran hermanos, cuando en realidad solo lo eran desde el punto
de vista genético. Mandar a pérdida la ilusión de una hermandad le daba pena. Pero
también era liberador; podría dejar de hacer esfuerzos por sostener algo que no existía.
-No le exijas que cambie, así como Claudia tampoco puede exigírtelo a vos, -dijo el
Maestro. -Al revés de lo que nos quieren hacer creer, egoísmo no es ser uno mismo,
sino pretender que el otro sea como uno quiere. Cada uno puede hacer de su vida lo que
quiere, siempre que no perjudique. El problema es que exigimos al otro que cambie,
esgrimiendo razones supuestamente altruistas: la más común es que debe cambiar por
su propio bien, cuando la cruda realidad es que queremos que lo haga por nuestro
propio bienestar. ¿Es posible que algo fecundo nazca de semejante manipulación?
-Ni vos ni Claudia son monstruos; simplemente tienen registros emocionales distintos, continuó. Así no es posible dialogar, ni mucho menos, encontrarse. El riesgo de seguir
forzando el encuentro porque son parientes, suele terminar en venganzas afectivas.
-¿De qué querría vengarme?
-De que no te registraron, no te amaron. Es tan doloroso que nuestro inconscientemente
se venga negándose a perdonar esa actitud, ese desamor. Y la relación queda aún más
empantanada.
David escuchaba como si lo hubieran descubierto.
-El primer paso para curarnos es darse cuenta. Enterarse. Registrar nuestras ideas
equivocadas pero también nuestros sentimientos negativos. Cuando somos capaces de
ver nuestra conducta, ponerla en la superficie, comprenderla y aceptarla, empezamos a
sanar. Claro que todo esto requiere una mirada muy misericordiosa sobre nuestras
vidas, -dijo el Maestro. –Sin ella, nos destruimos.
David sintió alivio. Tomó conciencia cuánto había sufrido por sostener ideas que no se
ajustaban a la realidad. Su hermana, solo tenía su mismo apellido y factor sanguíneo.
Solo eso. Ese vínculo nunca había sido lo que él hubiera deseado. Y probablemente no
lo fuera jamás, así que lo mejor que podía hacer era ver las cosas tal cual eran, dejar de
forzar, y empezar a relacionarse con la realidad.
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