AlarconYuste2

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Leripecia
Alarcón en Yuste
La reciente restauración del Monasterio de Yuste ha
devuelto al edificio todo su esplendor; recuperando
incluso .su coro y su altar mayor
Europa, proyectando su fama hacia
una gloria no buscada. Pero ésta llegó
tan pronta c o m o veloz fue su partida,
pues fallecido el César y trasladados
n el año en que tantas cosas se luego sus restos m o r t a l e s a la iglesia
i c o n m e m o r a n del E m p e r a d o r de prestado de San Lorenzo de El EsCarlos en el quinto centenario corial, Yuste volvió a su silencio acade su nacimiento, no estaría de bando en un m o r t a l e injusto olvido.
más acercar estas peripecias al esceLos episodios más significativos los Pedro Antonio de Alarcón en un retrato
nario de sus ú l t i m o s días en el monas- ha r e s u m i d o recientemente José Anto- publicado en La Ilustración Española y
terio de Yuste.
nio Ruiz Hernando en una monografía Americana, 1891, con motivo de su muerte.
Sabido es que cerca de Cuacos (Cá- sobre los monasterios j e r ó n i m o s espaceres), se levantó a lo largo del siglo XV ñoles ( 1 9 9 7 ) , es decir, c o m o otros mu- siendo de m u y " m a l a construcción" toy primera m i t a d del siguiente el mo- chos monasterios y conventos sufrió la do lo reedificado después. En 1 8 3 5
nasterio Jerónimo de Yuste, donde la presencia francesa, la exclaustración y abandonaron el monasterio los pocos
c o m u n i d a d llevó una vida retirada en su posterior venta. En efecto, las tro- monjes que quedaban, después de haaquel desierto monástico de rigurosa pas napoleónicas incendiaron la parte berlo hecho ya una primera vez entre
clausura. Sin embargo, el silencio que monástica el 12 de agosto de 1809, 1 8 2 0 y 1823.
hasta entonces había envuelto la vida salvándose de la q u e m a la iglesia aunParece que a raíz de una primera
de c o m u n i d a d se r o m p i ó bruscamente que, c o m o apuntaba Madoz, su bóveda venta que quedó anulada, pero que altras la abdicación de Carlos V y su de- q u e d ó desde entonces " r e s e n t i d a " , gún derecho debió generar a favor de
cisión de retirarse al monasterio extremeño.
Esto supuso la construcción de un
modesto palacio en el que Felipe II,
desde Flandes, dispuso el d o r m i t o r i o
para su padre inmediato al presbiterio
de la iglesia en una situación que anuncia la escurialense. Para ello contó con
la colaboración del arquitecto Gaspar
de Vega y del obrero mayor fray Antonio de Villacastín.
Dispuesto el aposento real, Carlos V
llegó a Yuste en la tarde del 3 de febrero de 1557. No deja de extrañar la preferencia por este apartado lugar, por
otra parte extraordinario, cuando no
m u y lejos se encontraba el t a m b i é n
monasterio j e r ó n i m o de Guadalupe, de
mayor a m p l i t u d y c o m o d i d a d para el
Emperador, pero éste, c o m o recuerda
Unamuno, quería "retiro, un verdadero
retiro, y Yuste lo es".
Fue entonces cuando el n o m b r e de
Yuste rebasó los límites de la orden jerónima para ser pronunciado en voz alta en tantas cortes y e m b a j a d a s por Monasterio de Yuste con el palacio del Emperador Carlos V en primer término.
PEDRO NAVASCUÉS PALACIO
Catedrático de Historia del Arte
Escuela de Arquitectura,
Madrid
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Detalle del claustro del Monasterio de Yuste, tal y como se puede contemplar actualmente, izquierda, y situación que mostraba en una fotografía
publicada en el Catálogo Monumental de Cáceres (1914-16) de José Ramón Mélida.
su comprador, don Bernardo de Borja y
Turruis, éste instaló en la iglesia una
industria de gusanos de seda ( 1 8 3 8 ) .
Luego pasó a m a n o s de otro comprador, el marqués de Mirabel, que restauró la iglesia hacia 1860, mientras
que el resto del monasterio permanecía p r á c t i c a m e n t e d e s m a n t e l a d o y
hundido, pese a que la Comisión Provincial de M o n u m e n t o s contestara a la
Central, en 1868, que no había ningún
m o n u m e n t o en Cáceres en estado de
ruina [sic]. El marqués de Mirabel cedió el monasterio a los franciscanos,
quienes lo ocuparon desde 1898 a
1917, cuando José Ramón Mélida terminaba el Catálogo Monumental de Cáceres ( 1 9 1 4 - 1 9 1 6 ) , donde recoge que
los frailes intentaban remediar la ruina
y el abandono de tantos años.
Sin embargo, llama la atención la
frialdad con que este eminente arqueólogo describe el monasterio en ruinas,
pues a juzgar por sus palabras parece
no detectar que el cadáver estaba
m u e r t o . Algo parecido ocurrió antes
con Quadrado cuando, a f i r m a n d o que
"El panorama que ofrece este recinto
no es para describirlo", el lector espera oír al menos el reproche por el daño
infringido a este rincón de la Historia
de España, pero m u y al contrario, Quadrado hace un canto idílico del "agua
que brota de la tapia y sirve para regar
las plantas caprichosas que nacen y viven espontáneamente bajo la benéfica
acción alegre del cielo de la encantadora Vera de Plasencia, paraíso verdadero...".
Una vez más, arqueólogos, historiadores y eruditos, botánicos de nuestra
historia del arte, en una especie que se
prolonga
portaron
paces de
lor sordo
hasta nuestros días, se comc o m o fríos funcionarios incasentir en carne propia el dode las piedras mudas.
nte aquel despojo de monasterio que llegó a ser Yuste, se
echa en falta la sensibilidad
mostrada por hombres c o m o
el escritor Pedro Antonio de Alarcón
( 1 8 3 3 - 1 8 9 1 ) , quien dedicó a este monasterio j e r ó n i m o algunas páginas verd a d e r a m e n t e c o n m o v e d o r a s de sus
Viajes de España. Pero ya sabemos que
la sensibilidad no es cuestión de oficio,
sino de naturaleza.
De aquellos relatos, cargados sin
duda de una emoción romántica pero
sin complacerse en ella, hemos entresacado algunos párrafos: "De mi visita
a las ruinas de los claustros de Yuste
A
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Guadarrama, en medio de las s o m b r a s
de la noche, para ir a buscar a Yuste su
primitiva sepultura, c o n s i d e r á b a m o s
t e m b l a n d o que t a m p o c o encontraría
en su sitio el ataúd de madera, sino
que lo vería encaramado en aquella antigua hornacina de un santo que probablemente habrían derribado a pedradas... ¡Y todo así! ¡Todo así! Dondequiera que el atribulado espectro imperial fijase la vista, hallaría igual dislocación, el m i s m o trastorno, la propia
devastación y miseria, c o m o si el mundo hubiese llegado al día del juicio final...".
adie piense que hay exageración en sus palabras; mírense
las fotografías de Laurent y
Ciarán incluidas en el propio
catálogo de Mélida, no es necesario
más. Su iglesia desnuda, vendido el coro - q u e se dividió "en t r o z o s " - , enajenado el órgano f l a m e n c o encargado
por Carlos V para el monasterio, que
a f o r t u n a d a m e n t e fueron a parar a la
parroquial de Cuacos, como sus esculturas (Santa Catalina, San Jerónimo,
etc.) y ropas litúrgicas...
En fin, no todas las peripecias, com o algunos m e recriminan, t e r m i n a r o n
mal y ésta dentro de lo que cabe es
una de ellas, pues una paciente labor
restauradora iniciada en 1941, a raíz
de la donación al Estado de aquel monasterio que desde 1 9 3 1 era Monumento Nacional, y t e r m i n a d a en 1 9 5 8
por González-Valcárcel, nos devolvió un
edificio y recuperó parte de sus pertenencias, desde el coro al altar mayor.
De este m o d o se hicieron las paces
con la Historia y hoy, una nueva etapa
restauradora, dirigida por Enrique Azpilicueta y Bailarín, sigue recuperando
la dignidad perdida, al t i e m p o que sirve de m a r c o a loables iniciativas que,
orientadas por un Patronato del Monasterio y al calor del V Centenario, es
de desear no respondan a una simple
coyuntura política.
Tan sólo habría que cuidar el mobiliario falsamente antiguo, así c o m o el
m o d e r n o en la zona del palacio, retirar
de la vista singulares pinturas cesáreas
y mejorar la puesta en escena que son,
a mi juicio, los aspectos más débiles y
subsanables de la i m p o r t a n t e obra allí
hecha. Laus Deo.
N
La restauración del claustro le ha devuelto todo su esplendor original.
guardo recuerdos indelebles. La naturaleza se ha encargado de hermosear
aquel teatro de la desolación. Los trozos de c o l u m n a s y las piedras de arcos, que yacen sobre el suelo de los
que fueron patios y crujías, vense vestidos de lujosa hiedra. El agua, ya sin
destino, de las antiguas fuentes, suena
debajo de los escombros, c o m o enterrado vivo que se queja en d e m a n d a de
socorro, o c o m o recordando y llamando a los antiguos frailes para que reedifiquen aquel edificio m o n u m e n t a l .
por todas partes, entre la hiedra y el musgo, o entre las flores silvestres y las altas matas con que adornaba mayo
aquellos montones de labrados mármoles, veíamos los escudos de a r m a s
de la casa de Oropesa, esculpidos en
las piedras que sirvieron de claves o de
capiteles a las arcadas hoy derruidas.
Las cuatro paredes del refectorio siguen de pie; pero el techo, que se hundió de resultas del incendio, ha formado una alta masa de escombros dentro
de la estancia. Hoy se trabaja en sacar
aquel cascajo, y ya van apareciendo los
alicatados de azulejos que revestían el
zócalo de los muros.
El Convento de Novicios subsiste,
Y
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aunque en m u y mal estado... Nosotros
penetramos en algunas celdas. Reinaba en ellas la m i s m a m u d a soledad
que en las del Palacio de Carlos V. Ni
gente ni muebles quedaban allí... Las
desnudas paredes hablaban el patético
lenguaje de la orfandad y de la viudez.
Aquello era más melancólico que las
ruinas del otro gran convento hacinadas entre la hiedra. Una celda habitable y deshabitada representa, en efecto, algo más funesto y pavoroso que la
destrucción. Los pedazos de m á r m o l
que acabábamos de ver parecían tumbas cerradas: las celdas del noviciado
eran c o m o lechos m o r t u o r i o s o ataúdes vacíos, de donde acababan de sacar los cadáveres. Sí; ¡todo vacío! ¡todo
expoliado! ¡todo saqueado!...
Tal aparecía aquella m a ñ a n a a
nuestros ojos c u a n t o c o n t e m p l á b a mos, cuanto r e c o r d á b a m o s , c u a n t o
acudía a nuestra imaginación por asociación de ideas. En Yuste..., una tumba abierta, de donde había sido sacado
Carlos V. En El Escorial..., otra t u m b a
vacía, de donde t a m b i é n se le había desalojado temporalmente...
Y si se nos ocurría la fantástica ilusión de que la exhumada y escarnecida
m o m i a del César, avergonzada de su
pública desnudez, pudiese salvar el
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