SOCIEDAD Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL SIGLO XIX. I. LAS NUEVAS CLASES DOMINANTES. 1. La pervivencia de la nobleza. En general, la alta nobleza salió muy bien parada de las reformas liberales; su poder económico aumentó en esta época pues no sólo conservaron sus tierras sino que incluso compraron nuevas propiedades procedentes de las desamortizaciones. De hecho, hasta 1860 ninguna fortuna burguesa pudo compararse con los patrimonios de la alta nobleza. Sólo a finales del siglo XIX empezó este grupo social a decaer: en su mayoría los nobles eran rentistas, que apenas se preocupaban de sus explotaciones agrarias y que preferían vivir en las ciudades con grandes lujos y enormes gastos. Así, empezaron a endeudarse y, en esta época, no les quedó más remedio que emprender negocios o emparentarse con la burguesía. Poco a poco, las fortunas burguesas empezaron a ser mayores que las suyas. A pesar de todo esto, la nobleza siguió teniendo el mismo prestigio social que siempre, siendo además el grupo con más cargos políticos durante el reinado de Isabel II. 2. La alta burguesía. La burguesía fue el otro grupo verdaderamente beneficiado por las reformas liberales. Por desgracia, buena parte de la burguesía española prefirió abandonar sus negocios y aparentar el estilo de vida de la nobleza: compraban tierras y se convertían también en rentistas; y si podían casaban a sus hijos con miembros de la aristocracia. La burguesía española procedía sobre todo del norte: Cantabria, Asturias, País Vasco y Cataluña. También de Andalucía, aunque en este caso solían ser rentistas que vivían en Madrid o en otras capitales grandes de provincias. Por último, hay que decir que la burguesía industrial siempre quedó muy lejos de las esferas del poder. Eran partidarios de una política proteccionista, pero el gobierno rara vez les hizo caso ni tuvo en cuenta sus intereses: eran muy pocos numéricamente y su poder económico fue durante muchos años menor que el de los terratenientes. 3. Las clases medias. En esta época España era uno de los países más atrasados de Europa. En consecuencia, la sociedad estaba muy polarizada, es decir, había un pequeño grupo de ricos y el resto de la población vivía al borde de la pobreza. Así pues, apenas había clase media: sólo un 5% de la población. Dentro de esta escasa clase media podemos distinguir dos grupos: los funcionarios del estado y los profesionales liberales (relacionados con las leyes, la construcción y la sanidad). Generalmente, solían ser personas muy conservadoras y temerosas de cualquier cambio. Trataban también de imitar el estilo de vida de la nobleza y la alta burguesía aunque su riqueza era mucho menor. 4. La Iglesia. La Iglesia siguió teniendo un enorme peso e influencia. Sin embargo, a finales del siglo XIX las clases populares eran muy anticlericales pues consideraban que la Iglesia Católica estaba siempre a favor de los grupos más poderosos. II. LAS CLASES POPULARES. Eran la inmensa mayoría de la población española. Como España era un país atrasado y poco industrializado, la mayor parte de la gente vivía en el campo: campesinos humildes y jornaleros con condiciones miserables. Sólo a finales del siglo XIX empezó a aparecer un verdadero proletariado, surgido de la reciente industrialización. 1. Las clases bajas urbanas. Las ciudades estaban llenas de trabajadores dedicados a los servicios. Entre ellos abundaban muchachas de servicio que habían emigrado de sus pueblos, muy mal pagadas y con horarios interminables, lavanderas, planchadoras, costureras o amas de cría. El 90% de las mujeres eran trabajadoras: la mujer “ama de casa” era un ideal plenamente burgués. En cuanto a los artesanos, la desaparición de los gremios y la competencia de las grandes empresas les perjudicaron enormemente. Hacia 1860 había censados más de un millón de artesanos en España. 2. La situación del campesinado. En general, ya hemos dicho cómo las reformas liberales beneficiaron grandemente a los nobles: no sólo no perdieron sus tierras sino que ahora, además, podían venderlas, enajenarlas, donarlas, etc. A la vez, muchos de esos nobles pudieron comprar tierras a la Iglesia, procedentes de la desamortización, lo que hizo que los latifundios aumentaran aún más. Así, la situación del campesino empeoró en todos los sentidos: los pequeños propietarios tenían parcelas pequeñísimas, los arrendatarios debían pagar impuestos aún más altos que los antiguos campesinos señoriales. En cuanto a los jornaleros, su situación era aún peor, porque pasaban buena parte del año en paro y cobraban, cuando trabajaban, salarios miserables. No obstante, era difícil distinguir a los unos de los otros. Por último, estos campesinos siempre tuvieron que soportar la influencia social del gran propietario, “cacique” o “señorito”; una influencia que iba más allá de lo económico y que creaba situaciones de grandes abusos e injusticias. 3. Los jornaleros. Con las desamortizaciones, muchos campesinos fueron expulsados de sus tierras y tuvieron que convertirse en jornaleros, con condiciones de vida durísimas y miserables. Por si fuera poco, ni siquiera podían ya utilizar las tierras municipales para conseguir leña, cazar o llevar a pastar el ganado. Las mujeres y los niños trabajaban también a jornal pero cobrando sueldos aún más bajos. Por último, no debemos olvidar que esta gente permanecía en paro durante varios meses del año. A lo largo del siglo XIX el número de jornaleros aumentó enormemente, no sólo por causa de su alta natalidad sino también porque muchas veces los pequeños campesinos propietarios, acuciados por las deudas, con parcelas muy pequeñas y poco productivas, tenían que dedicarse también a trabajar las tierras ajenas, aunque siguieran conservando sus pequeños pedazos de tierra. 4. El nacimiento del proletariado. Como España se industrializó tarde, también la aparición del proletariado fue bastante tardía: hacia 1850 había en nuestro país unos 150.000 obreros, 100.000 de ellos empleados en el textil catalán. Su número iría en aumento a medida que avanzara el siglo. Sus condiciones de vida eran también durísimas: jornadas de doce o catorce horas en locales húmedos, oscuros y mal ventilados. Trabajos peligrosos y alienantes, salarios bajísimos, que daban para poco más que para comer. No había, además, ninguna reglamentación de las condiciones laborales: el patrón imponía las condiciones que quería y el trabajador podía elegir eso o el paro. La clase obrera acostumbraba a vivir en barrios de chabolas, verdaderos basureros humanos, estaba mal alimentada y padecía todo tipo de enfermedades infecciosas. La esperanza media de vida de un trabajador de Barcelona se cifraba alrededor de los diecinueve años. 5. Revueltas populares. a) En el campo. El campo español, y sobre todo el andaluz, se vio lleno de revueltas a lo largo del siglo XIX, ya que muchos campesinos, o bien se veían expulsados de sus tierras y convertidos en jornaleros, o bien debían pagar impuestos aún más altos. El sistema feudal daba a los campesinos ciertos derechos sobre la tierra cultivada, pero, en cambio, el capitalismo convertía al terrateniente en único y exclusivo propietario. En un principio los campesinos respondían a todo esto incendiando campos y asaltando las casas de los propietarios: eran poco menos que bandoleros organizados. A partir de 1830 los campesinos empezaron a poner pleitos a sus antiguos señores negándose a pagar mayores impuestos. Pero los tribunales fallaban casi siempre a favor del terrateniente y, así, los campesinos siguieron respondiendo violentamente, sólo que ahora estaban mejor organizados: quema de cosechas y matanzas de ganado. b) En las ciudades. En cuanto a los obreros de las ciudades, en principio su respuesta a la injusticia consistía en destrozar las máquinas (luddismo), siendo el suceso más famoso de la época el incendio de la fábrica Bonaplata de Barcelona, en 1835. Muy pronto, sin embargo, los obreros se dieron cuenta de que las máquinas no eran las responsables de su situación, sino el mal reparto de la riqueza. Empezaron entonces a organizarse y a declararse en huelga. Hacia los años 40 aparecieron los primeros sindicatos obreros. III. LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS SOCIALES. 1) Los inicios del sindicalismo. Los primeros sindicatos nacieron en Cataluña dentro del sector textil, hacia 1840. Muy pronto se crearon asociaciones sindicales en otras ramas profesionales: impresores, blanqueadores, tintoreros, etc. Estas asociaciones funcionaban, además, como Sociedades de Protección Mutua, es decir, que los trabajadores que pagaran una cuota podían recibir ayuda económica en caso de enfermedad, despido o huelga. A partir de los años 40 el gobierno y los empresarios, viendo el peligro que para ellos suponía el sindicalismo, prohibieron todas las asociaciones y sindicatos obreros. Durante el Bienio Progresista (1854-1856) el movimiento obrero se extendió hacia otras zonas de España: eso se debía a varios años seguidos de malas cosechas y a la mayor tolerancia del gobierno progresista con las asociaciones obreras. A la vez, varias ciudades españolas sufrieron revueltas obreras, debiéndose destacar la huelga de trabajadores de la lana de Béjar y la huelga de hiladores de Antequera, ambas en 1857. También durante estos años –en 1855- tuvo lugar la primera huelga general en Barcelona: los obreros pedían la libertad de asociación, horarios fijos y una comisión formada por patronos y obreros para resolver los conflictos laborales. El gobierno reprimió duramente la huelga, declaró el estado de sitio e incluso permitió la ejecución de un líder obrero. 2. Las revueltas campesinas andaluzas. También durante el Bienio Progresista hubo en Andalucía fuertes revueltas campesinas: la reciente desamortización de Madoz había expropiado las tierras comunales de los municipios, y eso había empeorado aún más la vida de los campesinos. A menudo los jornaleros ocupaban violentamente los latifundios y se repartían las tierras entre ellos. No obstante, aunque Andalucía era la zona más revolucionaria, también había numerosas revueltas campesinas en Castilla y Aragón. IV. REPUBLICANOS, SOCIALISTAS, ANARQUISTAS Y MARXISTAS. A partir de 1868 vemos cómo los trabajadores, aparte de formar sindicatos para reivindicar sus derechos laborales, se adhieren también a distintas ideologías políticas. 1. Socialismo Utópico. El socialismo utópico nunca tuvo demasiada fuerza en España, aunque a partir de Cádiz se extendieron por nuestro país las ideas de pensadores como Saint Simon y Fourier. Entre los principales utopistas españoles debemos destacar a Joaquín Abreu y Fernando Garrido. 2. Republicanos. Los demócratas y republicanos tuvieron gran fuerza, como ya hemos visto, durante la Revolución Gloriosa y la Primera República (Época conocida como Sexenio Revolucionario). Reivindicaban el establecimiento de una república federal muy descentralizada. A la vez, pedían reformas sociales que mejoraran la vida del trabajador. Pero el fracaso de estos grupos después de 1874, con el regreso de los Borbones, les hizo volverse más radicales e ingresar en los movimientos anarquistas y marxistas. 3. La Primera Internacional: anarquistas y marxistas. La Primera Internacional (AIT) fue una asociación obrera de carácter internacional creada por Marx en Londres en 1864. En un principio en ella participaban anarquistas y marxistas conjuntamente, aunque con el tiempo las relaciones entre ambos grupos se hicieron cada vez más tensas. Esta asociación tenía secciones en cada uno de los países europeos. La sección española de la Primera Internacional no se formó hasta 1868 (gracias a la Revolución Gloriosa y a la democracia que ella trajo). En principio, los anarquistas eran los más influyentes dentro de la AIT (los marxistas eran más débiles y menores en número): así, Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, llegó a España en 1868 y extendió entre la clase trabajadora el ideario anarquista. En cuanto al marxismo, lo encontramos en España a partir de 1871, cuando Paul Lafargue, yerno de Marx, se instaló en España. Sin embargo, hacia 1872, las diferencias entre anarquistas y marxistas eran tan grandes que ambos grupos se rompieron. Durante la Primera República los anarquistas protagonizaron violentas insurrecciones campesinas. Más adelante, los Borbones, una vez instalados de nuevo en el trono español, reprimieron enormemente a todos estos grupos, que pasaron a ser ilegales y a operar en la clandestinidad.